The Project Gutenberg eBook of Los Ladrones de Londres This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Los Ladrones de Londres Author: Charles Dickens Translator: J. J. y C. Release date: May 23, 2020 [eBook #62201] Language: Spanish Credits: Produced by Mohammad Aboomar for the QuantiQual Project; Project ID: COALESCE/2017/117 (Irish Research Council) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS LADRONES DE LONDRES *** Produced by Mohammad Aboomar for the QuantiQual Project; Project ID: COALESCE/2017/117 (Irish Research Council) [Transcriber's Notes: This is an indirect translation of Oliver Twist through a French translation by Émile de La Bédollière that was first published in 1850 as Les voleurs de Londres. The table of contents was moved from the end of the book to the beginning to better suit the ebook format. Footnotes appearing throughout the text were numbered sequentially and collected at the end of the ebook under _Notas del traductor_ as they are marked in the book.] LOS LADRONES DE LONDRES. LOS LADRONES DE LONDRES POR CARLOS DICKENS, TRADUCCION LIBRE _de J. J. y C._ BARCELONA. IMPRENTA DE JOAQUIN BOSCH, 8. SIMPLICIO DEL REGOMIR, 4. 1857. ÍNDICE DE LAS MATERIAS DE ESTA OBRA. Prólogo. Cap. I. --Del lugar en que Oliverio Twist recibió por primera vez la luz del dia y de las circunstancias que concurrieron á su nacimiento. Cap. II. --Del modo con que fué criado Oliverio Twist, de su infancia, de su educacion. Cap. III. --Como Oliverio Twist estuvo próximo á coger una plaza que podia muy bien llamarse una prebenda. Cap IV. --Habiéndose ofrecido á Oliverio otra colocacion efectua su entrada en el mundo. Cap. V. --Oliverio adquiere relaciones con nuevos personajes. Cap. VI. --Oliverio puesto fuera de quicio por las burlas amargas de Noé se enfurece y sorprende á este por su audacia. Cap. VII. --Oliverio es un refractario completo. Cap. VIII. --Oliverio se dirige á Londres, y encuentra en el camino un jóven singular. Cap. IX. --Algunos detalles concernientes al viejo chistoso y sus alumnos sobresalientes. Cap. X. --Oliverio se entera mejor del carácter de sus nuevos compañeros, y adquiere esperiencia á costas suyas. --Importancia de los detalles contenidos en este capítulo. Cap. XI. --De la manera que administra la justicia el Magistrado Mr. Fang. Cap. XII. --Oliverio recibe el buen tratamiento que nunca habia recibido hasta ahora. --Particularidades referentes á un retrato. Cap. XIII. --Como por medio del viejo chistoso el lector instruido va á adquirir relaciones con un nuevo personage. --Particularidades y hechos interesantes pertenecientes á esta historia. Cap. XIV. --Detalles referentes á la permanencia de Oliverio en casa Mr. Brownlow. --Prediccion notable de un cierto Mr. Grimwig con motivo de un mensaje confiado al niño. Cap XV. --En el que se demuestra hasta que punto el viejo judío y la señorita Nancy amaban á Oliverio. Cap. XVI. --Donde fué á parar Oliverio despues de haber sido reclamado por Nancy. Cap. XVII. --La suerte que no se cansa de perseguir á Oliverio lleva á Londres un personage ilustre que anonada su reputacion. Cap XVIII. --De que modo Oliverio pasa el tiempo en la sociedad de sus apreciables amigos. Cap. XIX. --Se discute un gran proyecto y se determina su ejecucion. Cap. XX. --Oliverio es entregado á Guillermo Sikes. Cap. XXI. --Espedicion. Cap. XXII. --Robo de noche con fractura. Cap. XXIII. --Siguen las aventuras de Oliverio. Cap. XXIV. --En el que se dá cuenta de una conversacion agradable entre Monsieur Bumble y una señora, para probar que un pertiguero (por mas que se diga) alguna vez es susceptible de algun sentimiento. Cap. XXV. --Detalles oscuros en apariencia; pero que no dejan de ser de alguna importancia en esta historia. Cap. XXVI. --Aun Fagin y compañia. Cap. XXVII. --Se presenta en la escena un nuevo personaje. --Particularidades inseparables de esta historia. Cap. XXVIII. --Enmienda honrosa de una descortesía hecha á una señora, que hemos dejado de la manera mas impolítica en el capítulo 25. Cap. XXIX. --Carácter de los comensales do la casa en que se encuentra Oliverio. --Lo que piensan de él. Cap. XXX. --Posicion critica. Cap. XXXI. --De la vida feliz que Oliverio lleva con sus amigos. Cap. XXXII. --Un acontecimiento imprevisto viene á turbar la dicha de nuestros tres amigos. Cap. XXXIII. --Entra en la escena un nuevo personage. --Sucede á Oliverio otra nueva aventura. Cap. XXXIV. --Resultado poco satisfactorio de la aventura de Oliverio, entrevista de alguna importancia entre Enrique Maylie y la señorita Rosa. Cap. XXXV. --El que aunque corio no por eso deja de ser de cierta importancia para esta historia, pues que es continuacion del capítulo precedente y conduce necesariamente al que sigue. Cap. XXXVI. --En el que transportándose al capítulo 33 de esta obra, se notará un contraste por desgracia demasiado comun en el matrimonio. Cap. XXXVII. --De lo que pasó entre Monks y los consortes Bumble, la noche de su entrevista. Cap. XXXVIII. --El lector vuelve á encontrarse con conocidos antiguos. Monks y Fagin se confabulan entre ellos. Cap. XXXIX. --Singular entrevista á consecuencia de lo acaecido en el capítulo anterior. Cap. XL. --Nuevos descubrimientos, en prueba de que las sorpresas lo mismo que las desgracias, rara vez vienen solas. Cap. XLI. --Una antigua relacion de Oliverio dando pruebas de un genio superior, llega á ser un personage público en la metrópoli. Cap. XLII. --El Camastron se enreda en un mal negocio. Cap. XLIII. --Llega para Nancy el tiempo de cumplir su promesa á Rosa. --No la cumple. --Fagin emplea á Noé Claypole en una comision secreta. Cap. XLIV. --Nancy es exacta á la cita. Cap. XLV. --Consecuencias fatales. Cap. XLVI. --Monks y Mr. Brownlow se encuentran al fin, entrevista que tuvieron juntos, y de que modo fué interrumpida. Cap XLVII. --Sikes es perseguido. --Como escapa á la policía. Cap. XLVIII. --Aclaracion de mas de un misterio. --Propuesta de matrimonio sin dote y sin arras. Cap. XLIX. --El último dia de un reo de muerte. Cap. L. --Conclusion. FIN DEL ÍNDICE. PLANILLA PARA LA COLOCACION DE LAS LÁMINAS. Un ataud á medio hacer estaba colocado en el centro de la tienda. El Camastron explota el bolsillo del Caballero anciano á la vista de Oliverio estupefacto. Y cogiendo al chico por el cuello de la casaca le introdujo por los piés dentro de la habitacion. En lugar de un bandido de aspecto feroz vieron á un pobre muchacho rendido de dolor y de fatiga. Mis Rosa. Mr. Bumble, Pertiguero de la parroquia. Sikes apoderándose de un enorme garrote, descargó un golpe sobre el cráneo de la jóven, y la tendió muerta á sus piés. Muerte de Sikes. PRÓLOGO. Cuatro palabras del traductor. ENTRE las concepciones mas celebradas del genio literario moderno, merece sin disputa lugar preferente la novela del fecundo y fantástico autor cuya version hemos osado hacer en el lenguage patrio. En efecto, con ella el célebre inglés Cárlos Díckens ha hecho inmarcescible la corona gloriosa que ciñe su frente. Digno discípulo del gran Schakspeare y émulo aventajado del inmortal Cervantes, ha logrado reunir en la presente obra los dos tipos sublimes de estos padres de la literatura actual. Nada mas seductor, nada mas terrible á un tiempo que el desarrollo consecutivo de tan interesante produccion. Dejando á parte el interés siempre creciente de la accion desde la primera página, los carácteres de los personages en ella descritos, cautivan la mente del lector hasta el punto de considerarlos como seres reales á quienes vé todos los dias en su práctica de la vida social, aun cuando velados con el vapor que engendran en ella el disimulo y las conveniencias individuales. En fin, el cuadro brillante de todas las virtudes de todos los vicios; de la mas simpática belleza y de la mas repulsiva fealdad moral, está delineado en esta obra maestra de la inspiracion y del arte con pincel tan delicado , que el ojo del alma descubre á la vez toda la magestad y toda la miseria de esta criatura predilecta que como angel caído arde en el fuego calzinador, que se titula malamente civilizacion. Cierto es que el no menos fecundo novelista francés Eugenio Sue con su pluma poética logró ya una vez patentizar la carcoma anterior que devora esos círculos sociales, tan seductores mirados desde sus estremos, pero que tanto hielan al corazon penetrando en su centro. Sin embargo nos atrevemos á afirmar que en la presente novela , Cárlos Dickens ha roto del todo el misterio que encubre tanta agonía. Cada página de este libro magico es una prueba evidente de que las costumbres sociales en su mas refinada ilustracion; cuando no las alienta el aura de la virtud modesta, alma de la verdadera perfeccion humana, hacen al individuo tan ó mas miserable que la estupida fatalidad de la ignorancia. Tal es el pensamiento filosófico del autor. Anatómico profundo, critico severo sin ser mordaz, con la risa y el terror mezclados, análiza una por una todas las fibras de ese corazon inmenso del mundo que se denomina Sociedad! Conocemos asaz las dificultades insuperables del lenguage original empleado en la mayor parte de esta obra, y tememos no haber logrado nuestro afan de trasladar al idioma español su elocucion con la pureza y ecsactitud que requieren las producciones de su clase; pero nos ha alentado hasta concluir nuestro trabajo, la esperanza en la benevolencia que nos dispensará el lector considerando el gran bien que de todos modos resultará, dando á conocer á muchos de nuestros compatricios una de las joyas mas brillantes de la literatura moderna. _J. J._ y _C._ CAPÍTULO PRIMERO. DEL LUGAR EN QUE OLIVERIO TWIST RECIBIÓ POR PRIMERA VEZ LA LUZ DEL DIA Y DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE CONCUBRIERON Á SU NACIMIENTO. ENTRE los establecimientos públicos de cierta ciudad de Inglaterra, que por muchas razones tendré la prudencia de no designar, ni tampoco prestaré nombre alguno imaginario; hay uno comun á cuasi todas las ciudades grandes ó pequeñas que aquella tiene por gloria poseer: una _Casa de Caridad_ . En este asilo filantrópico pues, en cierto dia y en cierta época que no juzgo necesario precisar, tanto mas no siendo de utilidad ninguna para el lector al menos por ahora, nació el diminuto mortal cuyo nombre está en el epígrafe de este capítulo. Habia ya cerca de cinco minutos que el cirujano de los pobres de la parroquia le habia introducido en este mundo de miserias y de sufrimientos, cuando se dudaba aun que pudiera vivir para llevar un nombre cualquiera. Sin embargo, despues de muchos esfuerzos, respiró, estornudó y por un grito tan penetrante como podia esperarse razonablemente de un niño, que no poseia un gage tan útil como es el don de la voz sino desde cinco minutos y algunos segundos antes, anunció á los comensales de la Casa de Caridad, el hecho de una nueva carga que su entrada en el mundo iba á imponer á la parroquia. En el mismo instante que Oliverio daba esta primera prueba nada equívoca de la fuerza y de la libertad de sus pulmones, la manta estropeada que cubría la cama de hierro, hizo un ligero zurrido y dejó ver el rostro pálido y lívido de una jóven que levantando penosamente la cabeza, dijo con voz languida estas palabras que á penas pudieron oirse: ―Que yo vea á mi hijo antes de morir . . ? El cirujano que estaba ante la chimenea, presentando ambas manos al fuego y frotándolas alternativamente; se levantó á la voz de la jóven, y acercándose al lecho dijo con mas dulzura de la que podia esperarse en él: ―Oh! no es el caso de hablar aun de morir! . . --Bien seguro que no pobre jovencita! . . Que Dios no lo permita! . . --añadió la enfermera, metiendo de prisa en su faltriquera una botella, de la que acababa de apurar parte de su contenido en un rincon, con un placer evidente.--Que Dios no lo permita! . . Cuando habrá llegado á mi edad, querido caballero, y habrá tenido como yo trece niños de su propiedad de los cuales el buen Dios se me ha llevado once y los dos restantes están conmigo en la casa, entonces en vez de dejarse aniquilar por la tristeza, obrará de muy diferente modo. ―Y dirijiéndose á la parida: ―Vamos zalamerilla, pensad en la dicha de ser madre y en que es necesario vivir para vuestro hijuelo. Pensadlo como una buena muchacha. Esta prospectiva consoladora de las delicias de una madre, no produjo todo el efecto que era de esperar: la enferma sacudió la cabezaen señal de duda y estendió los brazos hacia su hijo. Habiéndoselo presentado el cirujano, imprimió con pasion sobre la frente del inocente sus labios frios y descoloridos; luego, pasando sus manos sobre su frente como para recordar una idea confusa, arrojó á su alrededor una mirada fija y estraviada, se estremeció de horror, volvió á caer sobre su lecho y murió . . . Los asistentes le frotaron las manos y las sienes para procurar volverla á la vida; pero inútilmente: la sangre se habia helado para siempre!! Hablaron de esperanzas y de socorros: estas cosas le habian sido estrañas por un tiempo demasiado largo! . . --Todo ha concluido madre enfermera! --dijo entonces el cirujano. --Pobre jóven! Sin embargo es la pura verdad! . . --repuso la vieja recojiendo el tapon de la botella que habia caido sobre la almohada, al inclinarse para recoger el niño --Pobre juventud! Que hacemos nosotros ahora? ―No teneis necesidad de enviarme á buscar si el niño chilla: lo entendeis Señora enfermera? ―dijo el cirujano metiéndose sus guantes con aire petulante. ―Es probable que será malo; entonces le dareis un poco de gachas. ―Diciendo esto, tomó su sombrero y parándose al pié de la cama antes de dirijirse hacia la puerta añadió: --A fé mia, era una joven muy hermosa! De donde venia? . . ―La llevaron aqui ayer tarde de órden del director, --dijo la vieja. ―Se la ha encontrado tendida al medio de la calle. Hay motivo para creer que habia hecho un largo camino, porque sus zapatos están del todo estropeados; pero nadie sabe de donde venia y á donde iba. El cirujano se inclinó sobre la cama y levantando la mano izquierda de la difunta: --Siempre la misma historia! . . --dijo balanceando la cabeza; --á lo que veo, no tiene recomendacion. Vamos, buenas noches! . . El facultativo se fué á comer y la enfermera recurriendo de nuevo á la botella, se sento en una silla baja delante del fuego, y emprendió la tarea de vestir al niño. Que efecto notable del poder de la vestidura ofrecia en este instante el pequeño Oliverios Twist! Envuelto en el cobertor que hasta entonces habia formado su unico vestido, hubiera podido ser el hijo de un noble señor, asi como el de un pobre mendigo. El hombre mas presumtuoso que no le hubiera conocido, hubiera tenido mucho embarazo en señalarle un rango en la sociedad. Pero apenas fué embozado en la vieja tela de indiana, vuelta de un color indecifrable á fuerza de servir; cuando se halló como quien dice empaquetado y rotulado, se encontró de pronto en su esfera: esto es el pobre niño de la parroquia, el huérfano de la casa de caridad; mas tarde el humilde galopo reducido á faltar de lo mas estrictamente necesario; destinado á los golpes y á los malos tratamientos; despreciado de todo el mundo, y por nadie compadecido. Oliverio chilló bastante alto. Si hubiera sabido que era huérfano, abandonado á la merced de mayordomos, é inspectores, tal vez hubiera gritado mas fuerte. CAPÍTULO II. DEL MODO CON QUE FUÉ CRIADO OLIVERIO TWIST, DE SU INFANCIA, DE SU EDUCACION. DURANTE los ocho ó diez primeros meses, Oliverio fué víctima de un curso sistemático de engaños y de decepciones: fué criado con la papilla. Las _autoridades_ de la casa de la caridad, espusieron fielmente á las _autoridades_ de la parroquia el estado raquitico del huerfanito, causado por la privacion de un alimento natural. Las _autoridades de la parroquia_, pidieron informe con dignidad, á las _autoridades de la casa de la caridad_ sobre si en la dicha casa habria alguna muger que se hallase, en estado de prodigar al parvulillo el consuelo y el alimento de que tenia necesidad; y atendida la respuesta negativa hecha humildemente por las _autoridades de la casa de la caridad_, las _autoridades de la parroquia_ siguiendo el impulso de su corazon en favor de la humanidad doliente, resolvieron de comun acuerdo, que Oliverios seria _arrendado_; ó hablando mas claro, que seria enviado á dos ó tres millas lejos, en una sucursal de la casa donde veinte ó treinta jóvenes, _infractores_ de la ley sobre la mendicidad, se revolcaban todo el dia sin riesgo de ser incomodados por el exceso de alimento ó por la estrechez de vestidos. La direccion de esta sucursal estaba confiada á los desvelos del todo maternales de una vieja que recibia á los _jóvenes culpables_ á razon de O 75 c. por semana, cada uno. Quince sueldos por semana, por el alimento de un niño forman todavia una suma demasiado redonda. Se pueden procurar muchas dulzuras con 15 sueldos, las suficientes al menos para sobre cargar el estomago hasta caer enfermo. La vieja en cuestion sabia muy bien lo que convenia á los niños, y aun mas lo que le convenia á ella misma; de consiguiente, se apropiaba para su uso propio la parte mayor de sus reditos semanales y sometia á la generacion creciente de los pobres de la parroquia á una pitanza, todavia mas flaca que la que se les daba por buena parroquialmente; encontrando por este medio en el abismo del cálculo mas profundo, un abismo mas profundo todavia, y dando prueba de vastos conocimientos en la filosofia experimental cuya práctica llevaba tan lejos. Todo el mundo sabe la historia de ese filósofo experimental que habiendo encontrado el medio de hacer vivir un caballo sin darle de comer, hizo el ensayo con el suyo llevándole hasta no comer mas que una hebra de paja por dia, y del que sin duda hubiera hecho el animal mas ligero y vivaracho no dándole absolutamente nada, si la pobre bestia no hubiese tenido la humorada de morirse cabalmente veinte y cuatro horas antes de recibir su primer pienso de aire puro. Por desgracia de la filosofia experimental de la vieja de los tiernos cuidados á quien fué confiado Oliverio Twist, un resultado semejante acompañaba ordinariamente á su sistema de operacion; porque desde el momento en que un niño habia llegado al punto de poder existir con la mas minima racion del mas flaco alimento posible, sucedia por una de estas fatalidades perversas de la suerte y esto, ocho veces sobre diez que caía enfermo de necesidad y de frío, ó bien se tumbaba en el fuego por falta de vigilancia, ó bien se ahogaba por accidente; en el uno ó en el otro de cuyos casos el pobre pequeñuelo iba cuasi siempre á reunirse en el otro mundo con los padres que no habia conocido jamás en este. No debe esperarse un exceso de gordura en los muchachos criados según el sistema que acabo de describir. Oliver tenía ya nueve años, y apesar de su edad era encanijado raquítico y diminuto; pero había recibido de la naturaleza ó de sus padres un alma fuerte y un juicio sano que se habían desarrollado en él gracias a la dieta a la que estaba sometido; debiendo tal vez á esta circunstancia el haber alcanzado por novena vez el aniversario de su nacimiento. Sea lo que fuera, aquel día era el aniversario de su nacimiento y lo celebraba tristemente en la bodega en compañía de dos de sus pequeños camaradas, quienes después de haber compartido con él una lluvia de golpes, habian sido encerrados en ella por haber osado pretender que tenían hambre; cuando la señora Mann, la amable dueña de la habitación, divisó de repente al Señor Bumble, el pertiguero, que acumulaba todos sus esfuerzos para abrir la pequeña puerta del jardín. ―Dios me perdone! Creo que es el Señor Bumble! ―dijo con afectada alegria y sacando la cabeza á la ventana; --Susana, --prosiguió dirijiéndose á la criada ―corre á abrir á Oliverio y á los otros dos tunantuelos y limpialos pronto. Cielos! Señor Bumble! cúan contenta estoy de veros! Es preciso saber que el señor Bumble era uno de esos hombres corpulentos e irracibles, que en vez de responder como debia á este recibimiento afectuoso, sacudió con violencia el cerrojo, y dió a la puerta un golpe que no podia provenir sino del pié de un pertiguero. --Caramba! ―dijo la Señora Mann corriendo á habrir la puerta (porque durante este intervalo los tres chicos habían sido puestos en libertad) ―Hase visto nunca cosa igual! Haberme olvidado de que la puerta estaba cerrada, por causa de estos chicuelos! Ya lo veis! Tened la bondad de entrar Señor Bumble, os lo ruego! Apesar de ser hecha esta invitacion con una cortesia capaz de ablandar el corazon de un _obrero_ de parroquia no hizo ningun efecto al pertiguero. --Creeis Señora Mann --dijo Mr. Bumble, oprimiendo fuertemente su baston. ―Creeis vos que sea muy respetuoso ó conveniente hacer esperar á la puerta de vuestro jardin á los _ministros parroquiales_ cuando vienen para _asuntos parroquiales_? Ignorais Señora Mann, que sois si asi puedo esplicarme una delegada parroquial, asalariada por la parroquia? . . --Cier . . .ta . . .mente, Señor Bumble! ―respondió la Señora Mann, con acento melifluo, -cabalmente habia ido á anunciar á dos ó tres de esos chicuelos que tanto os aman, vuestra llegada, Señor Bumble. Mr. Bumble, tenia en mucho su importancia y sus facultades oratorias. --Esta bien; esta bien Señora Mann! ―replicó con tono mas dulce. --Es posible y no digo lo contrario; pero entremos en vuestra casa, tengo algo que comunicaros. La Señora Mann introdujo al pertiguero en una salita baja embaldosada y le tomó su baston que depositó con mucho cuidado sobre una mesa colocada frente de él. ―No vayais á incomodaros por lo que os diga Señor Bumble, --aventuró la Señora Mann con una gracia encantadora, ―Habeis hecho una buena caminata, y es natural que tengais calor Señor Bumble, no siendo así me guardaría muy bien . . . Quereis tomar un vasito de cualquier cosa Señor Bumble? . . --Muchas gracias! Ni pizca. --dijo agitando su mano con aire de benevola dignidad. --No me rehusareis --dijo la Señora Mann que adivinaba un consentimiento fácil tanto en el tono de la negativa como en el movimiento que la acompañaba ―nada mas que una gotita con un poco de agua fria, y un pedazo de azu . . . Mr. Bumble tosió. --Una lagrimita!-- añadió ella con acento agraciado. ―¿Que vais á darme? . . ―preguntó el pertiguero. ―Lo que me veo obligada á tener en casa algunas veces para meterlo en el caldo de los pequeñuelos cuando están enfermos. ―dijo la Señora Mann abriendo una pequeña alacena colocada en un rincon y sacando de ella una botella y un vaso. --Es ginebra Señor Bumble. --Acaso dais caldo á los niños Señora Mann? --preguntó este siguiendo con los ojos, la accion atractiva de la mezcla. -- Vaya si les doy; apesar del precio que me cuesta! A fé mia carezco de valor para verlos sufrir ante mis ojos. Señor Bumble! --Sin duda, hizo el otro con un signo de aprobacion. ―Estoy convencido de ello. Señor Mann ya lo sé; sois una muger compasiva . . . (ella coloca el vaso sobre la mesa.) Señora Mann, deslizaré alguna palabra á esos señores de la administracion, (acerca el vaso.) Señora Mann teneis entrañas de madre, (mezcla el agua y el ginebra.) Señora Mann tengo el honor de beber á vuestra salud. (Bebe la mitad.) Ah! . . volviendo al objeto de mi visita; --dijo sacando de su bolsillo una cartera de badana. --El niño que fué bautizado con el nombre de Oliverio Twist tiene hoy nueve años. ―Dios lo tome bajo su santo amparo! --esclamó la Señora Mann frotándose el ojo izquierdo con la punta de su delantal. --Sin embargo, ―prosiguió el pertiguero --á pesar de la recompensa de diez libras esterlinas elevada luego hasta veinte; á pesar de las indagaciones _excesivas_ y hasta _sobrenaturales_ si me es licito hablar así, por parte de los administradores de esta parroquia, jamas hemos podido descubrir quien es su padre ni aun el nombre y la patria de su madre. La Señora Mann plegó sus manos en señal de asombro, y despues de un instante de reflecsion, preguntó --¿Entonces como es que tiene un apellido? El pertiguero incorporándose con dignidad respondió --Porque yo le he inventado. --Vos Señor Bumble? . . --Yo mismo Señora Mann. Tengo la costumbre de nombrar á nuestros espésitos por orden alfabetico. El anterior estaba en la S, y le llamé Swubble; este estaba en la letra T, y le dí el apellido de Twist; el que llegó despues se dijo Unwin; el que le siguió Vilkins, y asi sucesivamente. Tengo apellidos, acomodados hasta el turno de la Z, y luego el buen cuidado, de volver á empezar cuando se ha agotado el alfabeto. --No es adular Señor Bumble, pero es preciso reconocer en vos una instruccion caudalosa. --Es muy posible Señora Mann; --dijo el pertiguero plenamente satisfecho del cumplimiento --es muy posible; --y vació su vaso. --Ahora bien; siendo ya Oliverio demasiado grande para permanecer aquí, la Adminstracion ha decidido que vuelva á la casa, y yo mismo he venido á buscarlo; con que hacedle venir para que yo le vea. --Voy á llevaroslo al instante. --dijo la Señora Mann saliendo de la sala. Oliverio á quien se había desembarazado de una gruesa capa de grasa que formaba una costra en su rostro y en sus manos, (al menos, toda la que era posible quitar en una sola vez,) entró en la sala conducido por su benevola protectora. --Saludad Señor Oliverio --dijo la Señora Mann. El niño hizo un saludo, dividido entre el pertiguero sentado en la silla, y su sombrero de tres picos colocado sobre la mesa. --¿Quieres venirte conmigo Oliverio? --dijo con magestad Mr. Bumble. Este iba á responder que seguiria con sumo contento al primer venido, cuando alzando los ojos que por respeto había tenido hasta entonces inclinados al suelo, su mirada se encontró con la de la Señora Mann, que colocada tras la silla del pertiguero, le mostraba el puño con ademan furioso. Al momento comprendió perfectamente la insinuacion; ese puño habia oprimido demasiado amenudo su espalda para no tenerlo profundamente grabado en su memoria. ―Y ella vendrá conmigo? --preguntó el pobre Oliverio. --No; no pueda ser. --respondió Mr. Bumble --pero vendrá á verte alguna vez. Esto no era muy satisfactorio para Oliverio; pero apesar de su niñez tuvo bastante buen discernimiento para fingir un vivo pesar de marcharse. Tampoco le fué muy difícil llamar las lágrimas á sus ojos; el hambre y los golpes aun recientes son causas poderosas para excitar el llanto, y así lloró muy naturalmente. La Señora Mann le dió mil besos, y con ellos la cosa de que tenía mas necesidad; una rebanada de pan con manteca, temerosa de que no se mostrára demasiado famélico al llegar á la casa. Con su pedazo de pan en una mano, y enganchándose con la otra á la manga de Mr. Bumble, Oliverio seguia como podia preguntando continuamente _si iban á llegar pronto_. Mr. Bumble respondia con tono breve y regañon; porque la dulzura momentánea que inspira el _grog_ en ciertos espíritus, se había evaporado en el corazon de Mr. Bumble, y habia vuelto á ser pertiguero. Apenas trascurrido un cuarto de hora despues de su llegada á la casa, Mr. Bumble vino á anunciarle que el _consejo_ estaba reunido, y que le esperaba en el _estrado_. Le mandó que lo siguiera, acompañando esta recomendacion con dos bastonazos. Oliverio llegó á una sala donde diez señores gruesos y gordos estaban sentados alrededor de una mesa. ―Saluda al _estrado_. ―Oliverio saludó. ―Como te llamas hijo? Oliverio que no había visto nunca á tantos personages, y que ademas habia recibido de Bumble una fuerte bastonada por via de animacion, se puso á llorar. Todos aquellos señores le declararon idiota. Luego se le notificó que era huérfano, acogido por la parroquia; que estaba destinado á tomar un oficio, reducido á deshilar cuerdas viejas para hacer estopa. El pertiguero le condujo á una cuadra donde se durmió sobre un lecho muy duro, pues que las leyes suaves de ese buen país permiten á los pobres el dormir, poco es cierto; pero al cabo alguna vez. En este mismo dia, mientras que Oliverio dormitaba en el seno de la inocencia, el consejo tomaba una resolucion que debia influir en su porvenir. En efecto, la Administracion se convenció de que los pobres estaban demasiado regalados; que la _casa_ era el _punto de reunion_ de los pasatiempos agradables, donde los almuerzos, las comidas y las cenas llovian durante todo el curso del año; un Eliséo en fin donde todo era placer. Entonces hicieron un reglamento por el que los pobres tenian el libre arbitrio, ó de morirse de consumcion y de hambre en la casa, ó mas prontamente fuera de ella. A este fin hicieron un contrato con la administracion de las aguas, para tener de ellas una provision ilimitada, y otro con un mercader de trigo que debia proporcionar de cuando en cuando una pequeña cantidad de harina de maiz, con la que ellos compusieron tres comidas de puches claros por dia, con una cebolla dos veces la semana, y la mitad de un panecillo el domingo. Seis meses despues de la llegada de Oliverio á la casa el nuevo sistema estaba en plena práctica. Al principio se hizo costoso por causa del aumento de la cuenta del Empresario de entierros; pero el numero de los pensionistas disminuia considerablemente y la Administracion estaba encantada. A la hora de la comida cada muchacho recibia una escudilla rasa de puches y _pare V. de contar_; escepto los dias de fiesta, en los que recibia de plús dos onzas y cuartillo de pan. Nunca habia necesidad de lavar las escudillas, pues que los muchachos las pulian con sus cucharas hasta que eran bien brillantes; y cuando habian concluido esta operacion que no ecsijia mucho tiempo, fijaban sobre el caldero miradas tan avidas que parecian querer devorar hasta las baldosas que lo sostenian. Los desdichados comian tan poco, y se habian tornado tan voraces y tan salvages, que uno de ellos dió á entender á sus compañeros que á menos que no se le concediese otra escudilla de puches por dia, se veria en la necesidad de comerse una hermosa noche á su camarada de lecho. Diciendo esto tenia los ojos hoscos, y le creyeron capaz de hacerlo; por lo que se hicieron á las pajitas quien de ellos durante la cena iría á pedir al Escanciador una segunda escudilla de puches. La suerte cayó á Oliverio. Apesar de ser un niño el hambre le habia exasperado. Se le vantó pues de la mesa, y alarmado el mismo de su temeridad, se adelantó hacia el Escanciador. ―Caballero; quereis hacerme el favor de otra? El Escanciader se puso pálido y tembloroso. Miró al jóven _rebelde_ con un asombro estúpido. Los ayudantes quedaron estupefactos de sorpresa y los niños de terror. --Que quieres? ―preguntó con voz alterada. ―Quisiera mas si os place, caballero. --respondió Oliverio. El Escanciador asestó en la cabeza del muchacho un golpe con su cuchara de barro, lo cojió por el cogote y llamó al pertiguero á grandes voces. Los Administradores estaban reunidos en _gran conclave_, cuando Mr. Bumble se precipitó fuera de si en la sala del consejo. ―Señor Limbkins! ―dijo dirijiéndose al caballero gurdo que ocupaba la silla de la presidencia. ―Perdon, si os interrumpo! Señor Limbkins, Oliverio ha pedido mas puches! Un murmullo general se levantó en la asamblea; una expresion de horror se pintó en todos los semblantes. ―Ha pedido mas? ―dijo Mr. Limbkins. ―Calmaos Bumble, y respondedme claramente. ―Quereis decir que ha pedido mas despues de haber comido la racion que la regla de esta casa le señala? ―Si Señor! ―replicó Bumble. ―No cabe duda! Ese niño algun dia colgará de una horca. ―dijo otro hombre mas gordo y con chaleco blanco. Nadie contestó á la profecía del orador. Se empeñó un vivo debate por resultado del cual se condenó á Oliverio á ser encerrado al momento, y á la mañana siguiente se fijó en el exterior de la puerta de la casa un anúncio en el que se prometían cinco libras esterlinas de recompensa al que desembarazara la parroquia del jóven Oliverio Twist ó en otros términos, se ofrecian cinco libras esterlinas con Oliverio Twist, á cualquiera (hombre ó mujer) que tuviese necesidad de un aprendiz para el comercio los negocios, ó todo otro oficio y estado fuera el que fuera. --En mi vida estuve mas cierto de una cosa. --dijo á la mañana siguiente el hombre del chaleco blanco recorriendo con la vista el anúncio y llamando á la puerta de la casa de la caridad. --En mi vida estuve mas cierto de una cosa y es que ese niño algun dia colgará de una horca. Proponiéndome hacer saber por la continuacion de esta historia si el hombre del chaleco blanco iba bien ó mal fundado en su suposicion, creeria destruir el interés del relato (suponiendo que lo haya,) aventurándome á insinuar desde ahora, si la vida de Oliverio Twist tuvo ó no este fin trájico. CAPÍTULO III. COMO OLIVERIO TWIST ESTUVO PROCSIMO Á COJER UNA PLAZA QUE PODIA MUY BIEN LLAMARSE UNA PREBENDA. OCHO dias despues que Oliverio se hizo culpable del _crimen nefando_ de pedir mas puches, habitaba un camarachon obscuro, donde estaba encerrado en clase de prisionero, gracias á la _clemencia_ y á la _sabiduria_ de la Administracion. No seria fuera del caso suponer desde ahora, que por poco sentimiento de respeto que le hubiera merecido la prediccion del hombre del chaleco blanco, hubiera podido solidar una vez para siempre la reputacion profética de ese sabio individuo, atando á un gancho de la pared uno de los cabos de su pañuelo de faltriquera, y en seguida pasando el otro al rededor de su cuello. Con todo; para llegar á este resultado habia un inconveniente. Considerados los pañuelos como _artículos de mero lujo_ se habian suprimido para entonces y para siempre; y de consiguiente se habían eliminado de la nariz de los pobres por órden expresa emanada de la Administracion reunida á este efecto en consejo pleno; cuya órden se dió solemnemente, se aprobó, firmó y rubricó por cada uno de los miembros del consejo y se revistió con el sello de la Administracion. Otro obstáculo mayor para Oliverio era su juventud y su inexperiencia. El pobre niño se contentaba con llorar amargamente todo el dia, y cuando llegaba la noche fria y lenta, estendia sus manecitas ante sus ojos para no ver la obscuridad y se acurrucaba en un rincon para poder lograr el sueño. Guárdense de suponer los enemigos del _nuevo sistema_ que se privó á Oliverio de la gracia del ejercicio, del goce de la sociedad y de las ventajas reales de un consuelo religioso, durante el tiempo de su reclusion. En cuanto al ejercicio, le era permitido ir cada mañana con un frío helado, pero sano, á un patio empedrado para lavarse bajo el chorro de una bomba, en presencia de Mr. Bumble, quien para impedir que le cogiera un reumatismo, le facilitaba una viva sensacion en todo el cuerpo, distribuyéndole algunos bastonazos con una liberalidad poco comun. En cuanto á la sociedad; cada dos dias venia al refectorio durante la comida de los niños para ser azotado públicamente, con el fin de servir de ejemplo y de leccion en el porvenir; y muy lejos de privarle de las ventajas de un consuelo religioso, se le introducia á punta pies en el mísmo sitio á la hora de la oracion de la noche, durante la cual podia á su gusto beatiticar su alma prestando oidos á una _formula_ añadida á la oracion ordinaria, por órden expresa de la Administracion. Por medio de este suplemento de rogativa, los niños pedian á Dios con fervor, les hiciera la merced de ser buenos, virtuosos, contentos y obedientes, y les preservára de las culpas de Oliverío Twíst, á quien la formula conceptuaba sujeto al patronato esclusivo, á la proteccion y al poder del demonio y como salido el mismo de la fábrica de Satanas. Mientras que los asuntos de Oliverio se hallaban en este estado faborable, y se presentaban bajo tan hermoso aspecto, sucedió que Mr. Gamfield, limpia chimeneas, se dirijía á la calle Mayor pensando seriamente en los medios de pagar muchos plazos vencidos de alquileres, por los cuales su casero, se iba haciendo cada dia mas cocora. A pesar de los vastos conocimientos de Mr. Gamfield en aritmética , no podia llegar á la resolucion de la suma de cinco libras esterlinas (montante de su deuda); y en un rapto de frenesí matemático, golpeaba alternativamente su frente y á su jumento, cuando al llegar frente la casa de Caridad, sus ojos se encontraron con el anuncio fijado en la puerta. ―So! o . . . o . . . o . . . so! ―dijo el limpia chimeneas dirigiéndose á su burro. --El _caballero_ del chaleco blanco estaba en el lindar de la puerta con las manos tras la espalda, viniendo de pronunciar sin duda un discurso soberbio en la sala del consejo. Habiendo sido testigo de la pequeña discusion entre Mr. Gamfield y su asno, sonrió graciosamente al ver al primero leer el anúncio, pues pensó al momento que ese era el género de amo que convenia á Oliverio. Mr. Gamfield sonrió tambien para sus adentros recorriendo el anúncio; porque cabalmente cinco libras esterlinas formaban la suma justa que necesitaba; y por lo que toca al niño que era necesario cargarse á cuestas, el limpia chimeneas pensó que con el régimen de vida, á que habia sido ajustado , debia tener una talla capaz para pasar las chimeneas mas estrechas. Releyó pues por segunda vez desde la cruz á la fecha el anúncio y llevando la mano á su gorra de pelo de nutria se arrimó con el mas profundo respeto al _caballero_ del chaleco blanco y le habló en estos términos: ―Perdon, caballero! ¿No es aqui que hay un niño á quien la parroquia quisiera colocar de aprendiz? --Si buen hombre. --dijo el otro con una sonrisa graciosa --Que le quereis? --Si la parroquia quisiera darle un oficio agradable y muy fatigoso en el arte de limpiar chimeneas por ejemplo; yo lo tomaria de muy buena gana; porque cabalmente necesito un aprendiz. --Entrad. --dijo el hombre del chaleco blanco. Mr. Gamfield despues de haber retrocedido algunos pasos para soplar á su rucio un nuevo golpe en la cabeza y una nueva sacudida en la quijada, por via de advertencia de que no se meneara durante su ausencia, siguió al _caballero_ del chaleco blanco basta la sala, donde Oliverio Twist lo habia visto por primera vez. --Es un oficio bastante sucio! --dijo Mr. Limbkins despues que Gamfield hubo expuesto de nuevo su pretension. --Parece que ya ha habido muchachos ahogados en las chimeneas. --dijo otro. --Porque se mojaba la paja antes de encenderla para hacerlos bajar de ellas --dijo Gamfield. --Todo era humo sin llama . . . Además, de nada sirve el humo para hacer bajar un muchacho de una chimenea; al contrario no es bueno sino para adormecerle que es lo que quiere. Los niños, como saben Vds. señores, son perezosos y obstinados como el diablo; nada mejor que una buena llama para afufarles. Sobre todo es hacerles un gran favor por que á la verdad Señores, el asarles una miaja las plantas de los pies cuando se han aletargado en la chimenea, es muy del caso para hacerles deslizar con mas rapidez. El hombre del chaleco blanco se mostró muy satisfecho de esta esplicacion; pero una mirada de Mr. Limbkins reprimió instantáneamente su contento. Los miembros del consejo continuaron hablando entre si por algunos momentos; pero tan bajo que estas palabras: _procuremos la economia_ . . . _veamos el libro de cuentas_ . . . _hagamos imprimir una informacíon_, fueron las solas que pudieron oirse; porque se repitieron muy amenudo y con mucho enfasis. Al cabo cesó el cuchicheo y habiendo recobrado los miembros del consejo, cada uno su silla y su dignidad, Mr. Limbkins tomó la palabra: --Hemos discutido vuestra proposicion y no la admitimos. --dijo á Gamfield. ―De ningun modo. --añadió el caballero del chaleco blanco. --Despues de bien meditado; no. --concluyeron los demas miembros. Como Mr. Gamfield tenia fama de haber apaleado á tres ó cuatro muchachos hasta matarlos, le vino á las mientes que tal vez los miembros del consejo por un capricho inconcebible se habian imaginado que esta circunstancia, (de ningun valor para ellos) debia con todo influir sobre su conducta en esta ocasion. No siendo así hubiera sido muy contrario á su modo acostumbrado, de obrar y de pensar. Además, como no tenia ningunas ganas de atizar la fama publica, se alejó lentamente de la mesa revolviendo su gorra entre sus manos. --Con que no quereis dármelo caballeros? --dijo parándose en el lindar de la puerta. --No. --contestó Mr. Limbkins. --Siendo un oficio sucio, nos parece que deberiais tomar algo menos de la suma ofrecida en el anuncio. Los ojos del limpia chimeneas brillaron de gozo y dijo volviendo atrás: --Veamos caballeros, que es lo que Vds. quieren dar? Que diablos! No sean Vds. tan duros para un pobre diablo como yo. Que quieren Vds. dar? ―Creo que tres libras diez chelines, son bastantes. --dijo Mr. Limbkins. --Vamos --repuso Gamfield --sean cuatro libras y quedan Vds. desembarazados de una vez para siempre. Vamos caballeros! --Tres libras diez chelines. --repitió Mr. Limbkins con firmeza. --Pues bien! partamos la diferencia caballeros. --insistió Gamfield. --Digamos tres libras quince chelines. --Ni un _liard_ de mas! --Tal fué la respuesta de Mr. Limbkins. --Están Vds. conmigo azás rigurosos caballeros! --dijo el limpia chimeneas titubeando. En fin, despues de un ligero debate se acordó la venta, y Mr. Bumble recibió el encargo de llevar Oliverio Twist con una acta de aprendizage, que debía ser aprobada y firmada por el magistrado en la tarde del mismo dia. Por resultado de esta determinacíon el pequeño Olíverio fué librado de su cautiverio con gran asombro de su parte, y recibió la órden de ponerse una camisa blanca. Apenas había concluido este ejercicio gimnástico, (al que se entregaba rara vez) cuando Mr. Bumble le presentó con sus propias manos una escudilla de puches, y la racion de los dias festivos; esto es, dos onzas y cuartillo de pan, lo que viendo Oliverio se puso á llorar amargamente, considerando naturalmente que era necesario una resolucion de matarlo para algun fin ventajoso; pues de lo contrario no se empezaría por engordarlo de tal modo. --No te hagas el cariacontecído. --dijo Mr. Bumble afectando un aspecto magnánimo ―Come y sé agradecido Oliverio . . . Vas ha entrar de aprendiz hijo mio! --De aprendiz caballero! --preguntó el niño con voz temblorosa. ―Si Oliverio! Los hombres _sensibles_ y _generosos_ que son para ti cual otros nuevos padres, pues que te ves privado de los tuyos, van á colocarte de aprendiz; á lanzarte en el mundo y hacer de ti un hombre, apesar de las tres libras diez chelines que ello cuesta á la parroquia! Tres libras diez chelines Oliverio! Sesenta y dos chelines! Ciento cuarenta monedas de seis sueldos! Y todo esto por quien? Por un bergante, un mal espósito á quien todo el mundo detesta! Mr. Bumble se paró para recobrar el aliento, despues de haber recitado esta arenga con tono magistral; copiosas lágrimas rodaron por las mejillas del pobre niño y sollozó amargamente. ―Vamos! --dijo Mr. Bumble con acento mas cariñoso, ufano del efecto producido por su elocuencia --vamos Oliverio; enjuga tus ojos con la manga de tu chaqueta, y no llores de este modo sobre tus puches. Es una bestialidad el llorar como lo haces en tus puches! ―(efectivamente era una bestialidad) sobraba el agua en sus puches. Mientras se dirijian al tribunal, Mr. Bumble insinuó á Oliverio que debia mostrarse muy contento, y cuando el caballero magistrado le preguntase si era de su gusto el entrar de aprendiz responder que lo deseaba de todo corazon. Oliverio prometió conformarse á una y á otra de las dos recomendaciones, tanto mas porque el pertiguero le dió á entender con mucha destreza que si fallaba no respondía de los resultados. Llegados al despacho del magistrado, el niño fué encerrado y dejado solo en un gabinete con la órden de esperar la vuelta de Mr. Bumble. Allí quedó durante media hora con el corazon palpitante de temor, pasada la cual aquel entreabrió la puerta y alargando su cabeza desprovista del sombrero de tres picos dijo de modo que pudiera ser oído: ―Amigito? ven á presentarte al Señor Magistrado. ―Luego tomando un aspecto amenazador añadió en voz baja ―Bribonzuelo! cuidado con olvidar lo que te tengo dicho! Oliverio miró á Mr. Bumble con aire de babiéca, sorprendido de un modo de hablar tan contradictorio; pero ese digno sujeto no le dió tiempo para hacer comentario alguno sobre este punto y le introdujo en una pieza vecina cuya puerta estaba abierta. Esta era una sala espaciosa alumbrada por una gran ventana. Detras de la balustrada dos viejos señorones con la cabeza empolvada estaban sentados en un bufete. El uno leía un periódico, y el otro con la ayuda de un par de anteojos de concha, recorria una oja pequeña de pergamino colocada ante el. A un lado y frente el bufete, se mantenía tieso Mr. Limbkins, y en el otro, Mr. Gamfield con su cara embadurnada de hollin; dos ó tres cara de pascuas con botas de vueltas de ante (ó a la Imperial.) se pavoneaban en el mismo centro de la sala. El viejo de los anteojos se adormeció por grados sobre el pergamino y reinó un momento de silencio despues que Mr. Bumble hubo colocado á Oliverio frente el bufete. ―Aquí está el niño Señor Magistrado. ―dijo Bumble. El viejo que leia el periódico, se ladeó un poco y logró despertar al otro tirándole de la manga. ―Ah! ¿es el niño? ―dijo este. --El mismo. ―respondió el pertiguero. --Amigito; saluda al Señor Magistrado! Oliverio se revistió de valor é hizo el mejor saludo posible en él. Fijos sus ojos sobre las cabezas empolvadas de los magistrados, se preguntaba á si mismo, si acaso todos los miembros del tribunal de justicia nacian con esa materia blanca en los cabellos, y por esto llegaban á ser magistrados. --Esta bien. --repuso el de los anteojos ―Creo que tendrá aficion á limpiar chimeneas. --Se muere por lograrlo Señor Magistrado. --replicó Bumble pellizcando de lo lindo á Oliverio para insinuarle que obraria bien en no decir lo contrario. --Con que _quiere_ ser raspa hollines? ―preguntó el magistrado. --Por mas que hiciéramos para obligarle á tomar otro oficio á la mañana siguiente nos dejaria burlados. --respondió Mr. Bumble. --Y es ese hombre quien vá á ser su maestro? Vos Señor? Es cierto que lo tratareis bien? que lo alimentareis bien y que tendreis mucho cuidado de él? --Cuando se dice que se hará; prueba que hay intencion de hacerlo. --repuso Gamfield con aire bestial. --Teneis la palabra viva y el tono brusco amigo; pero me pareceis franco y honrado. --dijo el magistrado apuntando sus anteojos al pretendiente á la prima prometida en el anúncio, cuyo semblante innoble llevaba impreso el sello de la crueldad; pero como el magistrado era medio ciego y medio niño, no hay que asombrarse de que no discerniera, lo que cualquiera podia distinguir al momento. --Lo soy una miaja, con mucha vanagloria! --dijo el limpia chimeneas con una sonrisa espantosa. --No lo dudo. --dijo el magistrado fijando sus anteojos en la punta de las narices, y buscando con la vista el tintero. Este era el momento crítico para la suerte de Oliverio. Si el tintero hubiese estado en el sitio en que le creia el magistrado, indudablemente hubiera sumerjido en el su pluma, hubiera firmado el acta, y Oliverio hubiera sido llevado sin mas dilacion; pero como cabalmente estaba bajo sus ojos, es de aqui que naturalmente lo buscó por todo el pupitre sin poder encontrarlo. En esta pesquiza fijó la vista en linea recta ante si y su mirada se encontró con el rostro pálido y lívido de Oliverio, quien apesar de los guiños significativos y las advertencias _edificantes_ de Mr. Bumble, que continuaba en pelliznarle, contemplaba con una espresion de horror mezclada de espanto la fisonomía repugnante de su futuro patron. Esta espresion era demasiado significativa para que un magistrado por ciego que fuera dejase de apercibirla. El viejo cesó en sus pesquizas; dejó su pluma sobre la mesa y miró alternativamente á Oliverio y á Mr. Limbkins, quien tomó un polvo afectando un aire candido é indiferente á la vez. --Hijo mio! --dijo el magistrado inclinándose sobre el pupitre. Oliverio Se estremeció al sonido de esta voz. En ello tenia escusa; estas palabras eran dictadas por la benevolencia, y ordinariamente los sonidos estraños nos espantan. Tembló de pies á cabeza y rompió en copioso llanto. --Hijo mio! --prosignió el magistrado --estais pálido y pareceis espantado! Decid; que teneis? Oliverio cayó de rodillas, juntó sus manos y esolamó con tono suplioante: --Volvedme a la prision, al aposento negro! Dejad que me muera de hambre . . . azotadme, matadme si quereis; pero por piedad, no me envieis con ese hombre espantoso! --No esperaba menos! --dijo Mr, Bumble elevando los ojos y las manos con el aire mas mistico ―Entre los espósitos falsos é hipócritas que conozco, tu Oliverio te llevas la palma. --Callaos pertiguero! --esclamó el segundo magistrado despues que aquel hubo desembuchado este doble epíteto. --Perdon señor magistrado. --dijo Mr. Bumble creyendo haber oido mal. --Acaso me habeis dlrijido la palabra? --Si; Sin duda. Os he dicho que os calleis. Mr. Bumble quedó estupefacto. Imponer silencio á un pertiguero! Que revolucion moral!!!! El magistrado de los anteojos de concha miró á su colega, é hizo un movimiento de cabeza significativo. --Rehusamos sancionar esta acta! --dijo rechazando la hoja de pergamino. --Espero Señores Magistrados --balbuceó Mr. Limhkins --que el simple testimonio de un niño no inducirá á creer que las autoridades de la casa de Caridad se han portado mal en esta ocasion. --Los Magistrados no son llamados para dar su dictámen sobre este asunto --repuso el segundo magistrado. --Volved este niño á la casa y tratadlo con dulzura, pues parece tiene de ella mucha necesidad. Aquella tarde misma el hombre del chaleco blanco afirmó con mas conviccion que nunca, que no solo Oliverio seria ahorcado, si que tambien descuartizado por añadidura. Mr. Bumhle sacudió la cabeza con aire sombrío y misterioso y dijo deseaba que el muchacho _tuviera buen fin_, á lo que Mr. Gamlield añadió que desearia fuera _en sus manos_, deseo que pareció de naturaleza muy diferente aunque en muchos puntos el limpia chimeneas estuviera acorde con el pertiguero. A la mañana siguiente se hizo saber de nuevo al público que Oliverio Twist estaba aun para alquilar, y que se le contarian 5 libras esterlinas al que quisiera encargarse de él. CAPÍTULO IV. HABIÉNDOSE OFREGIDO Á OLIVERIO OTRA COLOCACION EFECTUA SU ENTRADA EN EL MUNDO. EN las familias numerosas de Inglaterra cuando no hay esperanza de lograr un empleo ventajoso para un jóven que empieza á entrar en edad sea por derecho de sucesion ó de futura, es costumbre comun el hacerlo marino. Los Administradores estimulados por una conducta tan razonable y ejemplar, se reunieron en consejo á fin de obviar los medios para embarcar á Oliverio Twist en un buque mercante de poco porte que estuviera á la carga para un puerto mal sano y adaptaron este partido como el mas conveniente para el muchacho. De este modo era probable que el dia menos pensado el patron del buque, con el fin de distraerse despues de comer ó con el objeto de proporcionarse un ejercicio favorable á la digestion, le haria saltar los cesos con una barra de hierro. (Pasatiempo á que como sabe mos son muy aficionados los señores marinos.) Mr. Bumble encargado de hacer algunas diligencias preliminares para lograr el encuentro de cualquiera capitan que necesitara á bordo de su buque un grumete sin parientes ni amigos, volvia á la casa para dar cuenta de su comision, cuando en el lindar de la puerta se encontró cara á cara con un personage que era nada menos que Mr. Sowerberry empresario _parroquial_ de los entierros. --Ola Mr. Bumble! Vengo de tomar la medida de dos mugeres muertas ayer noche. --dijo el empresario. --Hareis fortuna Señor Sowerberry. --dijo el pertiguero introduciendo con destreza el pulgar y el index en la caja de polvo que le presentó el empresario y que era un hermoso y diminuto modelo de ataud. --Os digo que hareis fortuna. --continuó dando un golpecillo de baston en muestra de amistad sobre la espalda de este último. --Así lo creeis? ―dijo el otro con un acento que parecía admitir y rechazar á la vez la probabilidad del hecho. --Señor Bumble; los precios que me abona la Administracion de la casa de caridad son muy pequeños! --Así son vuestros ataudes! --replicó el pertiguero con aire zumbon; pero sin traspasar los límites de la gravedad anexa á un hombre de posicion. --Esta respuesta tan á propósito de Mr. Bumble, exitó como quien dice la hilaridad de Mr. Sowerberry. No era menester otra cosa para provocar su buen humor, así es que soltó una carcajada que parecía de nunca acabar. --Vaya! En honor de la verdad Señor Bumhle ―dijo despues de recohrada su serenidad ―confieso francamente, que despues del sistema de alimentacion nuevamente adoptado en esta casa las cajas son un poco mas estrechas y menos profundas que antes. Pero ya se vé, es preciso una miaja de beneficio Señor Bumble. No ignorais que la madera tal como la empleamos es algo cara, y los manojos de hierro tienen que venir de Birmingham por el canal. --Si, sin duda --replicó Mr. Bumble. --Cada oficio tiene su buen y mal lado y un beneficio modesto no es para desdeñarse. --Pues ya! --dijo el otro --Y si no gano gran cosa en tal ó cual artículo . . . Caramba! siempre hay recompensa en la bondad del hecho ¿no es cierto? he! he! he! --Justamente. --profirió Mr. Bumble. --Sin embargo, podria qnejarme de la lucha desigual que sostengo pues que siempre son las personas fomidas las que se _largan_ primero despues de haber probado el régimen de esta casa. --prosiguió el empresario reanudando el hilo de las reflecsiones que el pertiguero había interrnmpido --Si Señor Bumble; acá internos, tres ó cuatro pulgadas de mas en la cuenta de un individuo, abren una famosa brecha en sus beneficios, sobre todo cuando tiene una familia que mantener. Como Mr. Sowerberry decia esto con el aire de indignacion propia del contratista engañado y Mr. Bumble conoció que insistiendo sobre este punto podía acarrear alguna observacíon desagradable respecto el honor de la parroquia, consideró prudente el mudar de conversacion y Oliverio le proporcionó el medio. --Conoceriais casualmente alguno ―dijo ―que necesitara un aprendiz? Hay en la parroquia un niño, que actualmente es una carga monstruosa para ella ó mejor una rueda do molino suspendida de su cuello. Señor Sowerberry buenas condiciones! Una verdadera ganga! --Así hablando dió con sn baston tres golpecitos muy marcados sobre las palabras: _cinco libras esterlinas_ impresas en el anúncio en mayúsculas romanas de una talla gigantesca. --Por vida de . . . ―esclamó el empresario cogiendo á Bamble por el faldon de su levita de uniforme --justamente quería hablaros de esto. No ignorais . . . Diantre! Que hermoso escudo llevais Señor Bumble! Paréceme que no os lo habia visto an teriormente? --Si; hace bastante buen efecto. ―dijo el pertiguero envane­cido de la observacion. --El asunto es identíco al del sello parroquial: (_el buen Samaritano curando las llagas de un pobre enfermo_) Señor Sowerberry; es un regalo que me hizo la Administracion el primer dia del año. Lo llevé por primera vez si no me engaño el dia que asistí á la vista del proceso formado con motivo de aquel comerciante arruinado que murió al pié de una puerta cochera en medio de la noche. --Ah! ya recuerdo. --dijo el otro. --El jurado espresó su veredicto en estos términos: _Muerto de hambre y de frio_, no es cierto? Mr. Bumble hizo una señal afirmativa. --Y añadió de un modo enérgico que si el oficial de vigilancia hubiese . . . --Ta . . . ta . . . ta . . . ta! --hizo el pertiguero con tono acre --Si la Administracion tuviese que prestar oídos á toda la ojarazca que esparcen esos _jurados ignorantes_ ¿donde iria á parar? ―Es cierto. --dijo Sowerberry. ―Los jurados ―prosiguió Mr. Bumble oprimiendo fuertemente con su mano el baston, costumbre que tenia cuando estaba colérico. --Los jurados son unos seres _viles, bajos y rastreros_ hasta la quinta escencia. --Tambien es cierto. --dijo el otro. --Todos ellos no saben lo que es filosofía, ni _economía política_. --añadió el pertiguero haciendo castañear sus dedos en señal de desprecio. --Sin duda. --repuso el otro. --Yo los desprecio! --prosiguió el pertiguero con el rostro encendido por el coraje. --Y yo lo mismo! --añadió Sowerberry. --Quisiera ver á uno de esos jurados _tan presuntuosos_ solo por quince dias en nuestro establecimiento; el régimen y los estatutos de la Administracion domarian pronto su espíritu de independencia. --Es preciso dejarlos por lo que son Señor Bumble. --dijo Sowerberry sonriéndose con aire de aprobacion para calmar el enojo creciente del funcionario indignado. --Mr. Bumble quítándose el sombrero sacó de él su pañuelo, enjugó su frente que la irritacion habia inundado de sudor, colocó de nuevo sobre su cabeza el tricornio, y volviéndose á Mr. Sowerberry dijo con tono mas calmado: --Y bien, que querias decirme respecto á ese muchacho? --Nada Señor Bumble. Ya sabeis que pago una fuerte contribucion por causa de los pobres. --Hem! --hizo el pertiguero --¿y que? ―Creo, --repuso Sowerberry --que puesto que pago tanto por ellos, es muy justo saque de ello todo el provecho posible. He aquí porque bien refleccionado, no seria malo tomar ese niño para mi. Mr. Bumble cojíó el _zampa―muertos_ por el brazo y lo hizo entrar en la casa. Mr. Sowerberry estuvo encerrado con los Administradores por espacio de cinco minutos durante los cuales se convino en que tomaria á Oliverio por vía de prueba y que á este efecto este último iria aquella noche misma á su casa. Cuando al comparecer Oliverío en la propia tarde ante aquellos señores, supo que iba á entrar de aprendiz en casa un fabricante de ataudes y que si se quejaba de su condicion ó bien volvia otra vez á cargo de la parroquia, se le embarcaria con peligro de ser machucado ó anegado, demostró tan poca emocion que todos á una esclamaron que era un pilluelo de corazon endurecido y Mr. Bumble recibió la órden de llevarlo al momento. Este acatándola sin demora, condujo al pobre Oliverío á casa su nuevo patron, administrándole por vía de despido algunos bastonazos y algunos consejos propios de un digno pertiguero. El niño lloraba y se consideraba tan solo y abandonado que no pudo menos de hacerlo notar á Mr. Bumble. Cualquier otro mortal se hubiera tal vez enternecido al ver el dolor candoroso del infortunado. Pero un pertiguero! Mr. Bumhle creia á la sensibilidad indigna de su dignidad parroquial. El empresario acababa de cerrar las puertas de su tienda y se preparaba para inscribir algunas entradas en su gran libro á favor de una vela cuya claridad sombría se adaptaba muy bien con la tristeza del sitio, cuando entró Mr. Bumble. --Ah! ah! --dijo alzando la vista de sobre su libro y parándose á la mitad de una palabra --Sois vos Mr. Bumble? --Yo mismo Señor Sowerberry. --contestó este --Aquí teneis el muchacho. (Oliverio saludó.) --Ah! Bien venido; --dijo el otro levantando el candelero sobre su cabeza para inspeccionar mejor á Oliverio --Señora Sowerberry. ¿Podeis llegaros por un momento querida? La Señora Sowerberry salió de la trastienda y presentó la forma de una muger baja, delgadita y de talante ceñudo y regañon. --Querida! --dijo su marido con deferencia --Este es el muchacho de la casa de caridad de quien os he hablado. (Oliverio saludó de nuevo.) --Buen Dios! y que pequeño! --dijo esta. --Un poco es verdad! --replicó Mr. Bumble mirando á Oliverio con aire de reconvencion, como si hubiera sido culpa del niño el no ser mas grande --Es algo pequeño sí, Señora Sowerberry; pero el crecerá no lo dudeis. --Ah! sin duda que crecerá -- repuso secamente la señora --con nuestra bebida y nuestra comida. --Maliciosa! --Ya lo sabeis; ninguna ganancia hay en los muchachos de la parroquia, ellos siempre cuestan mas caros de lo que valen. --A pesar de esto los hombres se imaginan que siempre tienen mas razon que sus mugeres. Adelántate tu pequeño esqueleto! Al mismo tiempo abrió una puertecita y empujó á Oliverio hacia una escalera rápida que conducía á una pequeña habitacion sombría y húmeda adherida al lañero que se llamaba la _cocina_, y en la que estaba sentada una jóven haraposa calzando zapatos destalonados y llevando unas medias de estambre azules todas horadadas. --Carlota! --dijo la Señora Sowerberry que habia seguido á Oliverio -- Dad á ese muchacho algunos de los pedazos de fiambre que habeis apartado esa mañana para Frip: pues que no ha vuelto á casa en todo el dia se pasará sin ellos. Creo que no te sabrá mal el comerlos, no es verdad? Oliverio, cuyos ojos chispearon al oir hablar de fiambre, y que anticipadamente se estremecia con el deseo de devorarlos, respondió inmediatamente que no y fué colocado ante él un plato de fiambre compuesto de los pedazos mas groseros y heterogéneos. En un minuto Oliverío engulló todo lo que habia en el plato sin darse la pena de mascarlo. La Señora Sowerberry le contemplaba con horroso silencio considerando este apetito como de siniestro augurio para el porvenir. Luego le condujo en medio de los ataudes y con su agasajo ordinario le encajó debajo el mostrador que era el dormitorio destinado al novel aprendiz. CAPÍTULO V. OLIVERIO ADQUIERE RELACIONES CON NUEVOS PERSONAGES. OLIVERIO solo y entregado á si mismo en la tienda del empresario de entierros, colocó su lámpara sobre el _banco de obra_ y poseído del miedo arrojó una mirada timída en torno suyo. Un ataud recien acabado y puesto en medio de la tienda sobre dos caballetes negros se parecía tanto á la imágen de la muerte que el pobre jóven sentia recorrer por todos sus miembros un frio glacial acompañado de un temblor convulsivo, cada vez que su vista se fijaba involuntariamente sobre este horrible objeto esperando á cada momento ver un espectro espantoso levantar de el su cabeza repugnante hasta volverle loco de terror. A la mañana siguiente le despertó un ruido redoblado de punta piés dados á la parte exterior de la puerta de la tienda. Estos se renovaron por cerca veinte y cinco ó treinta veces mientras se vestía á tientas; pero cuando empezaba á descorrer los cerrojos los piés cesaron de golpear oyendose una voz. --Abrirás esta puerta? --dijo la voz perteneciente á los piés que habian golpeado. --Al instante señor. --respondió Oliverio descorriendo los cerrojos y volviendo la llave. --Sin duda serás el aprendiz que se esperaba? --repuso la voz á travez del agujero de la cerradura. --Si señor. --replicó Oliverio. --Que edad tienes? --Diez años señor. --Siendo así voy á estrangularte en cuanto entre. --prosiguió la voz --Ya lo verás aborto de la inclusa! Despues de una promesa tan galante la voz se puso á silvar. Oliverio estaba harto acostumbrado á la realizacion de tales amenazas para tenor ninguna duda de que el dueño de la voz fuera qnien fuera cumpliese en palabra. Dcscorrió los cerrojos con mano trémula y abrió la puerta. Miro por algun tiempo al frente á derecha y á izquierda persuadido de que el incógnito que acababa de hablarle por el ojo de la llave, habia dado algunos pasos de mas para calentarse; porque no vió á nadie mas que un gordo muchacho de la escuela de la caridad, sentado sobre un guarda canton frente la tienda y ocupado en comer una rebanada de pan con manteca que cortaba en pedazos de la medida de su boca con una mala navaja y que tragaba en seguida con mucha voracidad. ―Perdon caballero. --dijo al cabo Oliverio no viendo parecer á nadie mas ―Sois vos el que habeis llamado? --He dado punta piés. --respondió el otro. --Necesitais un ataud? --repuso Oliverio con ingenuidad. A esta pregunta el muchacho de la caridad se puso furioso en grado superlativo y juró que Oliverio antes de poco necesitaria uno si se permitia bromear así con sus _superiores_. --Mal espósito! Ignoras acaso quien soy yo? --dijo levantándose de guarda canton y adelantándose manos en la faltriquera y con insigne gravedad. --No señor. --respondió Oliverio. --Soy el _Señor_ Noé Claypole. --prosiguió el otro --y tu estás bajo mi dependencia. Al avío! abre la tienda y saca las muestras. --Al mismo tiempo el _señor_ Claypole administró un punta pié á Oliverio, entró en la tienda con un ademan magestuoso que le dió mucha importancia y se dirijió á la cocina para almorzar. --Noé, acercaos á la lumbre. --dijo Carlota --He apartado para vos este pedacito de tocino que he eliminado del almuerzo del amo. Tu Oliverio --dijo á este que acababa de entrar despues de haber cumplido la comision de Noé --cierra esta puerta y coje esos mendrugos de pan que son para tí. Toma tu thé sobre ese cofre que está en aquel rincon y despacha pronto pues tienes que ir á guardar la tienda; ¿lo entiendes? --Oyes espósito? --dijo Noé Claypole. --Noé, sois muy terco. --repuso Carlota --Vaya! Dejareis tranquilo á ese niño? --Que lo deje tranquilo? Pues ya escampa! No hay peligro de que su padre ni su madre vengan á limpiarle los mocos . . . Todos sus parientes le han dado carta blanca para gobernarse á su modo . . . he! he! he! --Sois un truhan! --replicó Carlota soltando una carcajada imitada por Noé y ambos á dos arrojaron una mirada de desden al pobre Oliverio que sentado sobre un cofre en el rincon mas frio de la cocina comia titiritando los mendrugos de pan que se habian señalado especialmente para él. Noé era un niño de la escuela de la caridad; pero no un espósito de la casa de caridad. Tampoco era el niño del _acaso_; porque podia trazar su genealogía subiendo hasta sus padres que vivían cerca de aquel sitio. Su madre era lavandera ysu padre un soldado veterano, viejo, borracho, con una pierna de palo y una pension diaria de cinco sueldos seis dineros. Los aprendices de las tiendas de la vecindad habian tenido por largo tiempo la costumbre de insultar á Noé en medio de la calle motejándole de lo lindo y él lo había sufrido con la mayor paciencia del mundo; pero ahora que la fortuna habia arrojado en su camino á un pobre huérfano sin nombre á quien el ser mas abyecto podia señalar con el dedo é insultar impunemente; le hizo expiar con usura las faltas de que los otros se habian hecho culpables para con él. [Illustration: Un ataud á medio hacer estaba colocado en el centro de la tienda.] CAPÍTULO VI. OLIVEIRO PUESTO FUERA DE QUICIO POR LAS BURLAS AMARGAS DE NOÉ SB ENFURECE Y SORPRENDE Á ESTE POR SU AUDACIA. TRASCUBRIDO el mes de _prueba_ se firmó el acta de aprendizaje con todos los requisitos convenientes. Cabalmente habia llegado una estacion favorable á las defunciones y para servirme de una espresion comercial la venta de ataudes estaba _á la alza_; de modo que en poco tiempo Oliverio adquirió muchos conocimientos en el arte. El éxito de la industria ingeniosa de Mr. Sowerberry traspasaba los límites de sus pretenciones. Desde tiempo inmemorial no se habia visto al serampion ejercer con tanta violencia sus estragos funestos sobre los muchachos. Así es, que se velan montones de cortejos mortuorios llevando á su frente al pequeño Oliverio, cubierto con un sombrero adorado con un largo crespon que le llegaba hasta los jarretes, todo con grande estupefaccion de las madres con movidos por la novedad del espectáculo. Como Oliverio acompañaba tambien á su maestro en la mayor parte de sus espediciones de cuerpos mayores para adquirir esa _firmeza_ de carácter y ese ascendiente sobre la sensibilidad que distingue al enterrador de las demás clases de la sociedad, mas de una vez tuvo ocasion de observar con que _resignacion_ y con que _noble_ valor ciertos _espíritus animosos_ suportaban sus pruebas y sus pérdidas. Era digno de notarse que las personas de uno y otro sexo que mientras tenia efecto el entierro se entregaban á la mas violenta desesperacion, eran las que al regresar á la casa mortuoria se en contraban mucho mejor presentándose ya perfectamente tranquilas despues de la comida acostumbrada. Oliverio contemplaba con grande asombro todos estos hechos á la vez satisfactorios é instructivos. Si Oliverio Twist adquirió la resignacion por el ejemplo de esas _buenas gentes_ es cosa que no puedo afirmar con confianza; á pesar de ser su biógrafo. Solo puedo decir que por espacio de muchos meses continuó sometiéndose con dulzura á la tiranía y á los malos tratos de Noé Claypole quien hacia de ellos un uso mas continuado que antes, celoso como estaba al ver el recien llegado promovido al basten negro y al sombrero con crespon, cuando el _primer_ venido se habia quedado con la gorra redonda y calzon de piel. Carlota por su parte lo maltrataba porque así lo hacia Noé y la Señora Sowerberry era su enemiga declarada, porque Mr. Sowerberry le demostraba proteccion. De modo que Oliverio viéndose obligado á luchar por un lado contra esos tres individuos y por otro contra la repugnancia á los entierros estaba muy lejos de encontrarse a su gusto. Pero héme aquí llegado á un pasaje importante de su historia; debo citar un hecho que si bien fué de poca importancia, no dejó de producir un cambio total en su porvenir. Un dia que Oliverio y Noé habian bajado á la cocina á la hora acostumbrada de comer para tomar cada uno su parte de una libra y media de mala comida, encontrándose Carlota ausente en aquel entonces tuvieron que esperar un momento durante el cual Noé Claypole que era la vez famélico y vicioso creyó pasar mejor el tiempo hostigando y atormentando al jóven Twist. En efecto, empezó por poner los piés sobre los manteles, tiró los cabellos de Oliverio, le pellizcó las orejas, le insinuó que era un maulon y llegó hasta á manifestar el placer que tendria en verlo colgar un dia de la horca. En suma, no hubo maldades que no pusiera en ejercicio contra ese pobre muchacho haciendo con ello honor á su natural perverso de niño de la caridad que era. Pero viendo que todo esto no producía el efecto que esperaba, que era hacer llorar á Oliverio, cambió sus baterías y para hacerse aun mas gracioso hizo lo que hacen muchas almas de cieno personas mas _encopetadas_ que Noé cuando quieren hacerse el _mono_; lo atacó personalmente. --Expósito! dijo --¿cómo se encuentra tu mamá? --Ha muerto. --respondió Oliverio. --Os ruego no me hableis de ella! Al decir esto un vivo encarnado apareció en el rostro del niño, su respiracion se hizo dificultosa, hubo en sus labios y en sus narices un juego estraño que el _Señor_ Claypole tomó por el preludio de unas fuertes ansias de llorar. Poseido de esta idea, volvió á la carga. --Y de que ha muerto expósito? --preguntó. --De pesar! Esto al menos es lo que me han dicho algunas viejas de la casa de caridad --repuso Oliverio mas bien dirijiéndose a sí mismo que respondiendo a Noé --Adivino azás lo que es morir de pesar. --La titiridon, la titirindaina! --gorgeó Noé viendo rodar una lágrima en la megilla del niño. --Vaya . . . que es lo que te hace lloriquear ahora? --No _vos_ al menos! --replicó Oliverio pasando su mano con rapidez sobre su mejilla para enjugar una lágrima prócsima á caer. --No penseis que seais _vos_! --Nunca jamás he pensado ni pensaré tal cosa! --repuso Noé con aire chocarrero. --Entonces hasta sobre este punto! --replicó vivamente Oliverio --Guardaos de hablarme mas de ella; es lo mejor que podeis hacer. --Lo mejor que puedo hacer! --esclamó Noé. --Mil perdones! Lo mejor que podré hacer! Largaos que allá viene mata muertos! ah! ah! ah! Paquete de contrabando! no te insolentes ó me enojo! Tú respetable mamá era un buen pedazo de moza, he? Esto diciendo Noé sacudió la cabeza con malicia y frunció su pequeña nariz roja todo lo que sus músculos le permitieron en esta ocasion. --Te consta positivamente. --continuo envalentonado por el silencio de Oliverio y afectando un aire de piedad maligno. --Sabes bien que ya no hay remedio ahora: tu mismo nada podrias lo que siento y te aseguro que te compadezco de todo corazon al igual de todos los que te conocen; con todo es preciso confesar que tu madre era una verdadera mugerzuela. --Una verdadera que? --preguntó Oliverio levantando súbitamente la cabeza. --Una verdadera mngerzuela. --Repuso friamente Noé --Y vale mas que haya muerto así que no verse encerrada en Bridewell ó transportada á Botany-Bay ó bien . . . (que era lo mas probable) hacerse colgar ante Newgate? Ebrio de cólera Oliverio saltó de su sitio, derribó mesa y sillas, cogió á Noé por el cogote y en un movimiento de rabia lo sacudió con tal violencia que sus dientes crugieron en su cabeza; luego reuniendo toda su fuerza le asestó un golpe tan furioso que lo derribo á sus piés. Aun no hacia un minuto que este mismo niño anonadado por los malos tratos era la misma dulzura; pero su corage al fin se habia dispertado. La afrenta hecha á la memoria de su madre hizo hervir la sangre en sus venas; su pecho latia con violencia; su aspecto era fiero; su ojo vivo y brillante. Ya no era el mismo niño desde que miraba á su vil perseguidor tendido á sus pies y lo desafiaba con una enerjia que no se le habia conocido hasta entonces. --Socorro! --gritó Noé -- Cár . . . lota! Se . . ño . . ra! Oliverio me asesina! Socorro! socorro! Los aullidos de Noé fueron oidos por Carlota que respondió á ellos con un grito penetrante y por la Señora de Sowerberry cuya voz se elevó á un diapason todavía mas alto. La primera se abalanzó á la cocina por una puerta lateral, y su ama se paró en la escalera hasta estar segura de que sus dias no corrian peligro. --Miserable pilluelo! --gritó Carlota sacudiendo á Oliverio con toda su fuerza que igualaba cuando menos á la del hombre mas robusto --Ingrato! infame! asesino! --y á cada silaba asestaba un famoso puñetazo y un robusto chillido todo por el bien de la sociedad. A pesar de que el puño de Carlota no era muy ligero, la Señora Sowerberry temiendo sin duda que no produjera todo el efecto necesario para calmar la cólera de Oliverio se precipitó en la cocina lo cogió con una mano por el cuello y con la otra le arañó el rostro mientras que Noé aprovechándose de esta ventaja _inmensa_, se incorporó y le dió sendos golpes por detrás. Este ejercicio demasiado violento no podia prolongarse mucho; tendidas de fatiga las dos mugeres á fuerza de sacudir y arañar, arrastraron al niño que gritaba y se debatia mas bien por furor que por miedo hasta la carbonera y allí lo encerraron con llave. Despues de este esfuerzo supremo la Señora Sowerberry se dejó caer en una silla y prorumpió en copiosa llanto. --Bondad divina! El ama se pone mala! --dijo Carlota --Noé! pronto querido, un vaso de agua. --Ay! Dios mío! Carlota! --dijo la Señora Sowerberry con voz balbuciente á causa de una fatiga de respiracion y de una cantidad de agua fria que Noé le habia arrojado á la cara y espaldas --Oh! Carlota! Por dicha no hemos sido asesinados todos en la cama. --Ah! si; ha sido una gran fortuna señora! --respondió esta. --Esto le enseñará al amo á no introducir jamás en su casa á esos _seres horribles_ que han nacido ladrones y asesinos desde su cuna. En cuanto á Noé, poco ha faltado que no haya sido muerto al entrar yo en la cocina. --Pobre muchacho! --dijo la Señora Sowerberry dirijiendo una mirada compasiva á su aprendiz. Noé que era mas grande que Oliverio á lo menos de cabeza y hombros, viéndose el objeto de la conmiseracion de _las señoras_ se frotó los ojos con las palmas de las manos en ademan de llorar. --Qué hacemos ahora? --esclamó la Señora Sowerberry --Mi marido no está en casa; no hay aquí nadie y antes de diez minutos el malvado hundirá la puerta. Las violentas sacudidas que Oliverio daba á la susodicha puerta hacian al temor muy fundado. --Dios mio! Dios mio! A la verdad no sé señora! --dijo Carlota --á menos que no vayamos á buscar los agentes de policia. --O bien la guardia. --Propuso el _señor_ Claypole. --No; no. --repuso la Señora Sowerberry pensando de pronto en el antiguo amigo de Oliverio --Noé; corre á buscar á Mr. Bumble; díle que venga aquí sin dilacion, sin perder un minuto. No importa tu gorra; despachate y por una oja de cuchillo sobre tu ojo durante el camino; esto calmará la hinchazon. Noé sin cuidarse de responder se precipitó fuera de la casa y corrió con toda la ligereza permitida á sus piemas. Las gentes que encontró en el camino no se sorprendieron poco al ver un muchacho de la escuela de la caridad corriendo desalentado por las calles sin gorra en su cabeza y con una hoja de cuchillo sobre su ojo. CAPITULO VII. OLIVERIO ES UN REFRACTARIO COMPLETO. NOÉ corrió como un galgo por las calles y no se paró para tomar aliento hasta que hubo llegado al portal de la Casa de caridad. Allí esperó algunos minutos á que vinieran en su ayuda las lágrimas y los sollozos y pudiera prestar á su fisonomía un aire de espanto y de terror. Luego llamó bruscamente á la puerta y, manifestó un semblante tan lastimoso al viejo pobre que vino á abrirle, que este aunque muy acostumbrado á no ver á su alrededor mas que semblantes lastimosos aun en los mas bellos dias del año retrocedió asombrado. --Que te pasa muchacho?-- preguntó. --Mr. Bumble! Mr. Bumble!-- gritó Noé fingiendo terror y alzando tanto la voz que su acento no solo llegó á los oidos de Mr. Bumble que se hallaba distante algunos pasos si que tambien lo espantó hasta el estremo de precipitarse en el patio sin su fiel tricorne (circunstancia tan rara como curiosa que nos convence de que un pertiguero cuando es presa de un impulso repentino y poderoso, puede muy bien caer en una fascinacion momentánea y olvidarse á la vez de si mismo y de su dignidad personal. --Señor Bumble!-- dijo Noé --si supierais señor . . . Oliverio, ha . . . --Y bien! que? que ha hecho Oliverio? --preguntó el pertiguero brillando un rayo de placer en sus ojos metálicos --¿Se ha fugado? --No Señor; muy al contrario; en vez de fugarse se ha vuelto _asesino_! --replicó Noé --Ha querido asesinarme á mi y luego á Carlota y luego á la señora . . . Oh! la . . . la . . . la . . . la. ¡Dios mio, que dolor! Señor si supierais . . . Oh! hu! ah! (al mismo tiempo se retortigaba en todas direcciones, removiendo el vientre con ambas manos y haciendo contorsiones y visajes horribles, para hacer creer á Mr. Bumble que por el ataque violento que habia sufrido se le habia desarreglado algo en el cuerpo que le hacia sufrir cruelmente en aquel momento.) Viendo que habia logrado su objeto y que su relacion habia paralizado al pertiguero, juzgó oportuno añadir al efecto producido una serie de lamentaciones sobre una octava y media mas alta que antes. En esto apercibió á un caballero de chaleco blanco que atravesaba el patio y le vino la feliz idea de llamar la atencion y excitar el enojo del susodicho caballero gritando mas recio que nunca. En efecto el caballero no hubo dado dos pasos cuando retrocedió y se informó del motivo que hacia _aullar_ de tal modo á aquel _cachorro de presa_; amonestando á Mr. Bumble porque no le habia administrado dos buenos bastonazos para hacerle llorar por alguna cosa. --Es un pobre muchacho de la escuela de la caridad --dijo Bumble --que ha estado muy cerca de ser asesinado por el jóven Twist. --No lo dije! --esclamó el hombre del chaleco blanco parándose secamente --Estaba yo bien seguro! Desde el momento tuve el extraño presentimiento de que ese pilluelo algun dia se haria colgar de una horca. --Tambien ha intentado asesinar á la criada! --dijo Bumble pálido de terror. --Y luego á su ama! --añadió Noé. --No habeis dicho que tambien á su amo? --repuso el pertiguero. --No señor; porque habia salido de otro modo le hubiera asesinado --replicó Noé --Así lo ha dicho. --Hijo mio! con que ha dicho que lo quería asesinar? --dijo el caballero del chaleco blanco. --Si. --repuso Noé --Y á propósito mi ama me envía para suplicar á Mr. Bumble venga por un momento á casa si puede para zurrar á Oliverio ya que mi amo está ausente. --Tienes razon amiguito! tienes razon! --dijo el caballero del chaleco blanco con aire melifluo, y pasando su mano sobre la cabeza de Noé que era mas alto que el á lo menos de tres pulgadas añadió --Toma ahi tienes un sueldo para tí. Bumble! corred con vuestro baston á casa Sowerberry y ved vos mismo lo que hay que hacer. No haya cuartel Bumble; lo entendeis? --Perfectamente. --replicó el otro encajando un látigo que se adaptaba al estremo de su baston y del que se servia para imponer correcciones _parroquiales_. --Decid á Sowerberry que tampoco le perdone. Solo á golpes se podrá algo con él. --dijo el hombre del chaleco blanco. Ajustados el baston y el tricorne cada uno en su lugar y sitio con gran satisfaccion de su comun dueño, Mr. Bumble y Noé Claypole se dirijieron precipitadamente á la casa de Sowerberry. En ella el estado de los asuntos no habia mejorado lo mas mínimo. Mr. Sowerberry aun no habia vuelto y Oliverio continuaba dando puñetazos á la puerta de la carbonera con brio igual. El fiel relato que Carlota y la Señora Sowerberry hicieron de la _ferocidad_ del niño fue le un carácter tan alarmante que Mr. Bumble juzgó prudente parlamentar antes de abrir la puerta. De consiguiente dió por si mismo un puntapié en ella á guisa de exordio, y aplicando sus labios al ojo de la llave dijo con tono grave é imponente. --Oliverio! --Abrid esta puerta! --respondió el niño. --Oliverio reconoces esta voz? --preguntó el pertiguero. --Si. --repuso Oliverio. --Y no os da miedo? No temblais, mientras os hablo? --No. --respondió Oliverio con resolucion. --Una respuesta tan diferente de la que tenia derecho á esperar y á la que no estaba acostumbrado, desconcertó en gran manera á Mr. Bumble. Dió tres pasos atrás, se empinó todo derecho y paseó alternativamente sus miradas sobre los tres espectadores sin poder proferir una palabra. --Ya lo veis Señor Bumble! --dijo la Señora Sowerberry --Es necesario que esté loco. Otro muchacho que no poseyera mas que la mitad de su razon, so guardaría muy bien de hablaros de este modo. --No es la locura señora! --dijo Mr. Bumble despues de algunos instantes de refleccion --Es la comida! --Que me decís? --esclamó la Señora Sowerberry. --La comida señora! --repuso el pertiguero con tono enfático --No mas que la comida. Lo habeis sobrecargado de alimento; habeis _erijido_ en él un alma y una inteligencia _artificiales_ que de ningun modo convienen á las personas de su clase; como o lo dirán por su propio labio los Administradores que son filósofo experimentales señora Sowerberry. Que necesidad tienen los _pobres_ de poseer una inteligencia y un alma? No basta el que les hagamos vivir? Si vos señora no le hubieseis dado mas que puches no hubiéramos llegado á este caso. --Dios mio! Dios mio! --esclamó la Señora Sowerberry elevando piadosamente sus ojos al techo do la cocina --Es posible que esto dimane de un exceso do liberalidad! La liberalidad do la Señora Sowerberry para con Oliverio consistia en una prodigalidad confusa de escamochos que ningun otro que el hubiera querido comer; por lo que habia mucha abnegacion y deferencia en soportar voluntariamente la _pesada acusacion_ de Mr. Bumble de la que (sea dicho con justicia) era inocente de pensamiento, de palabra y de accion. --Ahora bien --dijo el pertiguero cuando la Señora vuelta de su éxtasis dirijió de nuevo sus ojos á la tierra --lo que conviene por el momento en mi sentir es dejarle veinte y cuatro horas aquí hasta que el hambre empiece á hacerle cosquillas; luego le pondreis en libertad y lo sujetareis á los puches claros durante todo el tiempo de aprendizage. Señora Sowerberry tened entendido que procede de _mala semilla_. El cirujano y la enfermera me han dicho que su madre vino á la casa entre dificultades y penas que hubieran acabado mucho antes con una _muger virtuosa_. A este punto del discurso Oliverio que habia comprendido lo bastante para saber que se hacia de nuevo alusion á su madre, volvió á golpear con tal fuerza que aturrullaba los oidos. En medio de esta bataola entró Mr. Sowerberry y habiéndole _las señoras_ contado el crímen de Oliverio con toda la exajeracion que creyeron á propósito para exitar su enojo, en un abrir y cerrar de ojos abrió la carbonera é hizo salir de ella á su _rebelde_ aprendiz cojiéndole por el cogote. Durante la lucha los vestidos de Oliverio habian sido rasgados, su rostro estaba magullado y arañado, sus cabellos caian en desórden sobre su frente. El rojo de la cólera no habia desaparecido aun de sus megillas, y al salir de su prision lejos de manifestarse acobardado dirigió una mirada amenazadora á Noé. --Ola! bravo mozo! --dijo Sowerberry sacudiendo la cabeza de Oliverio y dándole luego un bofeton en la oreja. --Porque ha hablado mal de mi madre. --replicó el niño. --Y aun que así fuera pillastron! --dijo la Señora Sowerberry --No ha dicho todo lo que ella merece! --No lo merece! --dijo Oliverio. --Lo merece. --objetó la Señora Sowerberry. --Es mentira! La Señora Sowerberry derramó un torrente de lágrimas. Este torrente de lágrimas privaba á Mr. Sowerberry de toda alternativa. El lector prevenido comprenderá fácilmente que si este último hubiese titubeado un solo momento en castigar severamente á Oliverio, hubiera sido bajo el aspecto de los usos establecidos cuando se trata de disputas conjugales, un bruto, un marido desnaturalizado, una ridícula imitacion del hombre y tantos otros hermosos epitetos demasiado numerosos para insertarlos en este capítulo. Para hacerle justicia tenia á favor del niño toda la buena disposicion que le permitia su poder muy limitado: pueda tambien que le impulsara el propio interés; ó bien porque su muger no lo podia sufrir. Asi es que como tengo dicho ese torrente de lágrimas no le dejaba alternativa y de consiguiente lo zurró de lo lindo para satisfacer á su ultrajada esposa y hacer al mismo tiempo inútil el _baston parroquial_. Nuestro jóven héroe fué encerrado por todo el resto del dia en la carbonera en compañía de un jarro de agua y un mendrugo de pan. Por la noche la Señora Sowerberry lo abrió no sin haber hecho antes algunas observaciones poco lisongeras respecto á su madre y entre las burlas y sarcasmos de Noé y de Carlota fué á echarse en su lecho de dolor. Solo cuando se vió aislado en el taller del Zampa-muertos, dió libre curso á la emocion que el tratamiento del dia debió dispertar en su pecho de niño. Habia escuchado los sarcasmos con desprecio; habia sufrido los golpes sin proferir un solo lamento, por que sintiara nacer en el esa noble fiereza capaz de ahogar el menor grito aun cuando le hubieran quemado vivo; pero ahora que nadie podia verle ni oirle se dejó caer de rodillas sobre el pavimento y ocultando su rostro con sus manos derramó tales lágrimas que Dios quiera que para el bien de nuestro espíritu ningun niño tan jóven haya tenido ocasion de derramarlas por nosotros ante él! Oliverio permaneció largo tiempo en esta postura: la vela iba á consumirse del todo en el tubo de su candelera cuando se levantó; y habiendo mirado con precaucion á su alrededor y escuchando con suma ansiedad tiró los cerrojos de la puerta de entrada y fijó su vista á la calle. La noche estaba sombria y fria y las estrellas parecieron á los ojos del niño mas lejanas de la tierra que no las habia visto antes. No soplaba el menor aire y las sombras negras de los árboles por su inmobilidad tenian algo de sepulcral como la misma muerte. Volvió á cerrar suavemente la puerta y aprovechándose de la luz vacilante del cabo de la vela que finia para envolver en un pañuelo los pocos harapos que tenia se sentó sobre su jergon esperando el dia. A los primeros rayos de la aurora que empezaron á filtrar al través de las rendijas de la puerta de la tienda, Oliverio se levantó y abrió de nuevo la dicha puerta. Una mirada temerosa en torno suyo; un momento de vacilacion . . . la cerró tras si y hele ah en medio de la calle. Miró á derecha é izquierda no sabiendo por que lado huir. Recordó haber visto los carros cuando dejaban el pais subir lentamente la colina . . . se dirije por este lado y habiendo llegado á un sendero que sabia iba á desembocar en la carretera un poco mas lejos le tomó y marchó á buen paso. Al hallarse en este mismo sendero Oliverio recordó haber trotado por el al lado de Mr. Bumble cuando este le volvia de la sucursal á la casa de Caridad. Este camino conducia á aquella. Su corazon latia muy fuerte pensando en ello y le vinieron ganas de retroceder. Sin embargo habia ya andado un largo trecho y perdía mucho tiempo obrando asi; además era tan de mañana que no habia peligro de que se le viera. Continuó pues y llegó delante de la casa. No habia apariencia de que los comensales estuvieran ya levantados en una hora tan matinal. Se paró y miró con precaucion al jardín. Un niño estaba en el ocupado en arrancar las malas yerbas de un cuadro y al levantar la cabeza pare descansar Oliverio reconoció en él á uno de sus camaradas de la infancia. Tuvo mucha satisfaccion de verle antes de partir; porque aunque mas jóven que él, este niño habia sido su amigo y compañero de juego. Habian tenido hambre, habian sido golpeados y encerrados juntos tantas y tantas veces! --Silencio Ricardo! --dijo Oliverio viendo al muchacho correr á la puerta y pasar sus bracesitos al traves de la verja para recibirle --Se han levantado ya aquí? --No; yo solo! --respondió el niño. --Que no digas que me has visto; lo entiendes Ricardo? --dijo Oliverio --Yo me escapo: me golpeaban y me maltrataban muchísimo! Voy á buscar fortuna lejos, muy lejos de aquí; no se donde. ¿Que pálido estás? --He oido decir al médico, que me muero. --repuso el niño con una lánguida sonrisa --Estoy tan contento de verle querido amigo! Pero no te entretengas; vete pronto! --No, no! quiero decirte hasta la vista. --prosiguió Oliverio --Volveré á verte Ricardo; estoy seguro de ello. Entonces estarás bueno y serás mas feliz. --Asi lo espero! --dijo el niño --pero cuando habré muerto; no antes. Se bien que el médico tiene razon Oliverio; porque sueño muy amenudo en el cielo y en los ángeles y veo fisonomías dulces cual no las he visto nunca cuando estoy dispierto. Abrázame! --continuó encaramándose en la puerta del jardin y pasando sus bracecitos alrededor del cuello de Oliverio --Hasta la vista allá arriba amigo! Que Dios te bendiga! Aunque dada por un niño, esta bendicion era la primera que Oliverio sentia invocar sobre su cabeza y en medio de los sufrimientos y de las vicisitudes de su vida futura, no la olvidó una sola vez. CAPÍTULO VIII. OLIVERIO SE DIRIJE Á LONDRES, Y ENCUENTRA EN EL CAMINO UN JÓVEN SINGULAR. OLIVERIO despues que hubo llegado al estremo del sendero, se encontró en la carretera. Eran las ocho de la mañana: á pesar de haber andado ya cinco millas, corrió y se ocultó como pudo tras las hayas hasta el medio dia temiendo ser cojido en el caso de que se le persiguiera. Entonces se sentó en un mojon y se puso á pensar per la primera vez en el punto donde debia ir para poder ganarse la subsistencia. Muchas veces habia oido decir á los viejos de la casa de Caridad que un muchacho de corazon no podia dejar de pasarlo bien en Londres y que habia en esa gran ciudad recursos de que los habitantes de las provincias no podian formarse una idea. Este era justamente el punto propio para el niño sin asilo y que podia morirse en medio de la calle si alguno no venia á su socorro. Se puso pues en marcha con valor acostándose por la noche al aire libre, viviendo ya de limosnas, ya de los restos arrojados por los caminantes; despreciado y rechazado por todas partes. El séptimo dia de su partida entró muy de madrugada fatigadísimo en la pequeña ciudad de Barnet. Las puertas de las casas estaban cerradas, las calles desiertas, nadie se habia levantado aun para prepararse á los trabajos del dia. El sol se elevaba radiante; pero su luz solo demostraba al niño de una manera mas sensible su abandono y su miseria. Se sentó en las gradas de una iglesia con los piés llenos de sangre y polvo. Poco á poco se abrieron las puertas, se estendieron los toldos y la gente empezó á circular por las calles. Algunas personas (en número muy pequeño) se detuvieron un momento para contemplarle ó solo se volvieron al pasar á toda prisa; pero nadie le socorrió ni se tomó siquiera la pena de indagar porque se encontraba de tal modo en aquel sitio. El pobre niño no se sentia con ánimo para mendigar y estaba sentado allí sin saber lo que seria de él. Habia ya algun tiempo que permanecía en tal posicion asombrándose del gran número de tabernas que veia, (pues que cas todas las casas de Barnet lo son) y mirando con displicencia los carruajes públicos que pasaban rápidamente ante él, cuando le sacó de su reflexion la vista de un jóven que hacia pocos instantes acababa de pasar sin mostrar haber reparado en él y que retrocediendo luego y colocándose al otro lado de la calle le miraba con la mayor atencion. De pronto no hizo caso de ello; pero viendo que el tal muchacho permanecia tanto tiempo en la misma actitud, levantó la cabeza y le miró del mismo modo. Entonces este atravesó la calle y dirijiéndose directamente á él dijo: --Y bien monigote! Que haces ahí hecho un estafermo? El individuo que hizo tal pregunta á nuestro jóven viagero, era poco mas ó menos de su edad, pero tenia el aspecto de una originalidad nunca vista por Oliverio. --Y bien! De que se trata? --prosiguió. --Me muero de hambre y estoy sumamente fatigado! --respondió Oliverio con las lágrimas en los ojos --He hecho un largo camino; he andado durante siete dias. --Durante siete dias! --dijo el jóven --Ah! ya caigo. De órden del _pico_ . . . he! --luego añadió notando la sorpresa de Oliverio. --¿sabes acaso lo que es un _pico_ mi jóven camarada? Oliverio respondió ingenuamente que siempre habia oido decir que un _pico_ era la boca de un pajaro. --Vaya un _zopo_! --esclamó el jóven --El _pico_ es el magistrado. _Marchar de órden del pico_, no es andar en derechura, sino _trepando siempre sin jamás volver á descender_. ¿No has estado nunca sobre el _molino_. --Qué molino? --preguntó Oliverio. --Que molino! que molino! Por vida de . . . el molino que rueda cien veces mas rápido cuando _son bajas las aguas_, es decir cuando la bolsa está en seco, que cuando están _altas_ porque en este último caso siempre hay menos _obreros_ . . . Esto se comprende perfectamente sin romperse los cascos. Ven conmigo; no tienes nada que meter bajo el diente y es necesario que _rumies_. No hay gran cosa en la faltriquera solo un _rond_ y un _Jaime_ pero no le hace ello vendrá. --Vamos en movimiento las _canillas_! El jóven, ayudó á Oliverio á levantarse y lo condujo hácia una revenderia donde compró un poco de jamon y un pan de dos libras; hizo en este un agujero é introdujo por él el jamon para preservarlo del polvo; luego metiéndolo bajo el zobaco se dirijió hácia una taberna de sucia apariencia y entró en una sala trasera. Allí; puesta sobre la mesa una botella de cerveza de órden del _misterioso jóven_, Oliverio á una señal de este emprendió un espléndido almuerzo durante el cual el _estraño muchacho_ le observaba por intervalos con la mayor atencion. --Vas á Londres? --dijo el jóven cuando Oliverio hubo concluido. --Si. --Tienes posada? --No. --Y dinero? --Tampoco. --El jóven se puso á silvar metiéndose las manos en las faltriqueras todo lo que le permitieron las mangas de su casacon. --Vivís vos en Londres? --preguntó Oliverio. --Si; cuando estoy en mi casa! --respondió el otro --Supongo que no sabrás donde acostarte esta noche he? --Es cierto. --repuso Oliverio. --No he dormido bajo tejado desde que abandoné mi pais. --No te inundes de mocos por ello! Haces mal en atormentarte de este modo las pestañas. --replicó el jóven mozalvete. --Yo tambien tengo que estar en Londres esa noche y allí conozco un anciano _respetable_ que te dará alojamiento de valde, entendámonos siendo presentado por alguno de sus amigos . . . Por que de lo contrario! ya escampa! No es lerdo el tal vejete! Esto diciendo el jovenzuelo sonrió para dar á entender que la última parte de su soliloquio era puramente irónico y vació incontinenti su vaso. Este ofrecimiento inesperado de un alojamiento era demasiado seductor para ser rehusado, sobre todo cuando fué seguido inmediatamente por la seguridad de que una vez conocido del _anciano caballero_, este no dejaria pasar mucho tiempo sin proporcionar á Oliverio alguna colocacion bastante ventajosa. Esto llevó á una conversacion mas confidencial en la que Oliverio descubrió que su amigo que se llamaba Jaime Dawkins era el amigo íntimo y el protegido del viejo señor en cuestion. El exterior de Mr. Jaime no hablaba mucho que digamos en favor de las ventajas que su _patronato_ obtenia pava aquellos que tomaba bajo su proteccion; pero como tenia un modo de espresarse _pronto y obscuro_ á la vez y como confesó además que entre sus _camaradas_ era mas bien conocido bajo el apodo de _fino camastrón_, Oliverio concluyó de ahí que su compañero siendo tal vez _insustancial y ligero_ la moral del _viejo señor_ no babia fructificado en él. Con tai pensamiento resolvió por su parte aprovecharse de ella lo mas pronto posible y si encontraba al Camastrón incorregible como tenia motivos para creerlo, renunciaria al honor de ser su camarada. Como Jaime Dawkins habia declarado no querer entrar en Londres hasta la noche, eran cerca las once cuando llegaron á la barrera de _Islington_. Pasaron por diferentes calles hasta llegar á _Great-Saffron-Hille_ que el camastrón atravesó mas que de prisa previniendo á Oliverio le siguiera de cerca. Este estaba pensando seriamente si se escaparia, cuando llegaron al estremo de la calle. Su compañero cojiéndole entonces por el brazo empujó la puerta de una casa cerca de F_ield-Lane_, y metiéndole en el pasadizo cerró la puerta tras de ellos. --Quien va! --gritó una voz que venia de abajo, respondiendo á un silvido del Camastron. --Plumy y Slám! --tal fué su respuesta. Este era probablemente el santo y seña ó el aviso de que nada habia que temer, porque la débil luz de una vela se reflejó en la pared al extremo opuesto del pasadizo y se mostró una cabeza á flor de tierra en el punto donde estaba antes el antiguo tramo de la escalera de la cocina. --Sois dos? --dijo un hombre cuya era la cabeza avanzando algo mas la vela y estendiendo su mano sobre los ojos para ver mejor --¿Quien es el otro? --Un _neófito_ --respondió Jaime empujando á Oliverio hacia adelante. --De donde viene? --Del pais de la _Ganuza_. ¿Fajin está arriba? --Si; acomoda los _desperdicios_. Ea; subid. La luz se hundió y con ella la cabeza. Oliverio buscando su camino á tientas con una mano y con la otra cojiendo los faldones del casacon de su compañero llegó no sin trabajo á lo alto de la escalera sombria y medio rota que el Camastrón trepó con una seguridad y ligereza que probaban serle muy conocido el camino. Este abrió la puerta de un aposento situado en la parte trasera de la casa, é hizo entrar á su nuevo compañero. En él estaban reunidos alrededor de una mesa, un viejo judío cadavérico y asqueroso, dos muchachos muy semejantes en aspecto al _Camastron_ y dos jovencitas vivarachas. Cada uno tenia ante sí un plato con una tajada de tocino frito que cortaba en pedazos y los comia con mucha voracidad. --Fagin! --dijo el Camastrón dirijiéndose al viejo --Os presento mi amigo Oliverio Twist. Aquel sonrió, y haciendo un profundo saludo á Oliverio, le cojió la mano diciéndole tendria el honor de relacionarse con él. --Estamos muy contentos de verte. --añadió --Camastrón! Saca esas salsichas de la sarten y acerca ese taburete á la lumbre para que Oliverio se sienta, coma y se caliente. Ah! miras los pañuelos de faltriquera de sobre aquel cofre amiguito? Algunos no son malejos he? Justamente acabamos de contarlos para mandarlos á lavar . . . esto es todo; todito . . . Ah! ah! ah! La risita del judío exitó la hilaridad de sus jóvenes comensales y en medio de carcajadas estrepitosas continuaron la cena. Oliverio tomó su parte de ella. Luego el judío le llevó un vaso de ginebra y agua caliente recomendándole lo bebiera de una sola vez para pasar el cubilete á otro; pero á penas lo hubo tragado se sintió atraer suavemente sobre unos sacos amontonados en un rincon y se durmió profundamente. CAPÍTULO IX. ALGUNOS DETALLES CONCERNIENTES AL VIEJO CHISTOSO Y SUS ALUMNOS SOBRESALIENTES. ERA ya tarde cuando Oliverio se dispertó á la mañana siguiente. En el aposento no habia mas que el viejo ocupado en hacer hervir café y silvando por lo bajo mientras lo removia con una cuchara de hierro. De vez en cuando se paraba para escuchar al menor ruido que oia y cuando habia satisfecho su curiosidad volvia á remover el café y á silvar de lo lindo. Despues que el café estuvo hecho, puso la cafetera en el suelo y no sabiendo como matar el tiempo, se volvió maquinalmente hacia Oliverio y le llamó por su nombre. Era probable que el niño dormia, porque no respondió. Luego que se hubo asegurado de ello se dirijió de puntillas á la puerta y la cerró con los cerrojos. En seguida á lo que le pareció á Oliverio (que realmente no dormia) levantó un ladrillo del pavimento; sacó de un hoyuelo practicado debajo de el una cajita, y la colocó sobre la mesa. Sus ojos brillaron al levantar la tapadera y al sumerjir dentro de ella su mirada. Por último acercando una silla vieja, se sentó y sacó de la caja un reloj de oro magnífico y resplandeciente de diamantes. --Ah! ah! --dijo encojiéndose de hombros y haciendo una mueca horrible --Eran ellos unos famosos conejos! unos verdaderos hurones! Firmes hasta el fin! Incapaces de decir al _negro bonete_ donde esto se encontraria! Jamás, jamás han vendido al viejo Fagin! Además ¿les hubiera servido esto acaso para librarse del balanceo? Pamema! Tampoco se hubiera aflojado el nudo escurridizo. No, no! Ah! Eran buenos vivientes! Famosos conejos! Haciendo estas reflecciones y otras de la misma naturaleza, el judío volvió el reló á su sitio primitivo. Otros cinco ó seis por lo menos fueron sacados sucesivamente de la misma caja y pasados en revista con la misma satisfaccion, como tambien sortijas, alfileres, braceletes y otros artículos de joyeria de una materia tan magnífica y de un trabajo tan precioso que su vista tenia á Oliverio en babia. Despues de haber colocado el judío estas joyas en su sitio anterior tomó otra tan pequeña que la tenia en el hueco de su mano. Esta parecia tener cincelada una inscripcion muy diminuta, porque la puso sobre la mesa y garantizándola de la falsa luz poniendo la mano ante ella, la examinó largo tiempo con la mas viva atencion. En fin renunciando á la esperanza de descifrar aquella leyenda remitió la joya en la cajita inclinándose en el respaldo de su silla. --Magnífica cosa la _pena capital_! --murmuró entre dientes-- Los muertos no regresan para _bachillerear_. Oh! Es una gran garantia para el comercio! lineó de ellos enfilados en la misma cuerda y ninguno tan ruin para desembuchar el secreto! Al decir esto el judío que hasta entonces habia tenido sus ojos negros y penetrantes sobre la joya en un estado de fijeza estática los dirijió á Oliverio y viendo que el niño le miraba con muda curiosidad, comprendió que habia sido observado. Entonces cerrando bruscamente la cajita, se apoderó de un cuchillo que estaba sobre la mesa y se levantó furioso. Sin embargo no estaba seguro, pues Oliverio á pesar de su espanto pudo notar que el cuchillo temblaba en la mano del viejo. --Por vida de! --esclamó el judío --¿Me espiabas? Estabas dispierto? Que has visto? Oh! habla . . . niño! responde pronto! va en ello tu vida! --No he podido dormir mas tiempo señor! --respondió Oliverio --siento haberos interrumpido. --Tu no estabas dispierto hace media hora he? --preguntó el viejo con acento estraviado. --No señor es la pura verdad! --repuso Oliverio. --Estás de ello seguro? --gritó el judío dando á su mirada una espresion mas feroz y tomando una actitud amenazadora. --Si, si señor! lo juro! --replicó el niño con ansia --Os aseguro que no estaba dispierto! de toda verdad! de toda verdad! --Cállate; cállate! --dijo el judío recobrado de repente sus maneras ordinarias y aparentando jugar con el cuchillo antes de volverlo sobre la mesa para dar á entender que no lo habia cojido mas que por broma --Ya lo sabia buen amigo y esto no era mas que para darte miedo, para reirme. Sabes hijuelo mio que eres un valenton! Ah! ah! eres un valenton Oliverio! --Mientras decia esto frotaba sus manos con falsa sonrisa y no dejando de mirar la cajita con alguna inquietud. Luego poniendo su mano sobre la tapadera añadió despues de un momento de silencio. --Has visto tu algunas de esas cosas hermosas amigo mio? --Si señor. --respondió Oliverio. --Ah! --hizo el judío cambiando de color --Estos son . . . es mi pequeño haber Oliverio; es mi propiedad, todo lo que tengo para descansar en mis viejos días! El mundo dice que soy avaro; si amigo mio, solamente avaro; nada mas que esto. Oliverio pensó que efectivamente el _viejo señor_ debia ser avaro pues que vivia en un sitio tan miserable con tantos relojes; imaginándose luego que tal vez su ternura por el _fino camastron_ y los demás muchachos le costaba mucho dinero no dejó de tenerlo en mayor estima y le preguntó respetuosamente si podia levantarse. --Ciertamente amigó mio! ciertamente! --respondió él viejo judío --Espera; detras de la puerta hay un cantaro de agua: traelo aquí: voy á darte una cofaina para lavarte. Oliverio se levantó, atravesó el aposento y se bajó para tomar el cantaro; cuando se volvió la cajita habia desaparecido. Apenas habia concluido de lavarse y poner cada cosa en su sitio despues de haber arrojado el agua de la cofaina por la ventana á tenor de las órdenes del judío, cuando el _fino camastron_ Volvió á entrar acompañado de uno de sus amigos, jóven alegrillo que Oliverio habia visto la víspera anterior. Este le fué presentado con todas las fórmulas debidas, como que era el Señor Cárlos Bates. Cada uno se sentó á la mesa y comió con el café bollos todavia calientes y jamon que el Camastron habia traido en la copa de su sombrero. --Y bien amigos! --dijo el judío lanzando sobre Oliverio una mirada maligna el propio tiempo que se dirijia al Camastron --Espero que habreis estado en el _taller_ esta mañana. --Un poco abuelo! --respondió el Camastron. --Y con unas ganas deliciosas! --repuso Cárlos. --Vaya, vaya! sois buenos chicos; muy buenos chicos! --dijo el judío --Que es lo que tu has traido Jaime? --Dos _agenda_ --respondió este. --Guarnecidos he! --preguntó él viejo con interes. --Asi asi . . . --replicó el Camastron sacando de su faltriquera dos _agenda_ la una colorada y la otra verde. --No tan macisos como deberian! --esclamó el viejo despues de haber examinado el interior con una atencion escrupulosa --Pero con todo no deja de ser un trabajo exquisito: de _mano maestra_. No es así Oliverio? --Oh! de un trabajador muy hábil os cierto señor! --respondió Oliverio. --Aquí el Señor Cárlos esplotó en una estrepitosa carcajada con grande asombro de Oliverio que no veia en ello ningun motivo de risa. --Y tu viejecito! --dijo Fagin á Cárlos --Que es lo que tu nos traes? --_Pingajos_. --respondió maese Bates sacando cuatro pañuelos de faltriquera. --Bravo! --repuso el judío despues de haberles pasado revista --No son malejos á fé mia! Si; pero no los has señalado bien; será preciso quitarles estas marcas con una aguja, y ya enseñaremos á Oliverio como es preciso gobernarse para ello. --Te gustará aprenderlo Oliverio! he? --Si señor! --respondió Oliverio. --Gustarias de hacer el _moscardon_ con tanta maestría como Cárlos Bates ¿no es así amigito? --preguntó el judío. --Oh! si señor: me gustaria mucho. Si quisierais enseñarmelo? --Maese Bates vió en esta peticion algo de chistoso, pues esplotó en una nueva carcajada que habiéndole hecho tragar el café malamente, poco faltó para que no le ahogase. --A la verdad es bien _nuevo_! --dijo luego que se hubo repuesto, como para excusar su conducta impolítica. El Camastron pasando su mano por la cabeza de Oliverio y aplanándole los cabellos sobre su frente dijo que pronto sabria bastante. En esto el judío viendo que el rostro del niño se ponia colorado, cambió de conversacion preguntando si habia habido mucha gente en la sentencia de muerte que habia tenido lugar en aquella misma mañana. Esto sorprendió tanto mas á Oliverio comprendiendo por las respuestas de los dos muchachos que habian asistido á ella y no podiendo darse razon como habian tenido tiempo bastante para haber sido tan laboriosos. Despues de levantada la mesa, el viejo chistoso y los dos muchachos empezaron un juego tan curioso como poco comun. El primero metió una petaca en uno de los bolsillos de su pantalon y una cartera en el otro; en la faltriquera de su chaleco un reloj unido á una gruesa cadena de seguridad que pasó al rededor de su cuello y clavando en la pechera de su camisa una aguja de quincalla se abotonó hasta debajo la barba; luego colocando el estuche de sus anteojos y su pañuelo en los bolsillos de su leviton, se paseó arriba y abajo del aposento empuñando un baston, del mismo modo que vemos á nuestros viejos señores en las calles á cada momento del dia. Unas veces se paraba ante la chimenea; otras á la puerta finjiendo examinar las mercaderias en los aparadores de las tiendas. En ciertos momentos, miraba á su alrededor y tentaba alternativamente sus faltriqueras para asegurarse de que no le habian hurtado nada y esto lo hacia tan naturalmente que Oliverio se desternillaba de risa. Durante este tiempo los dos _mozalvetes_ le seguian de cerca evitando tan diestramente sus miradas cada vez que se volvia, que era imposible al ojo seguir sus movimientos. Al fin, el Camastron le picó los talones y Cárlos, tropezó con él (se entiende sin hacerlo expresamente) y en el propio instante le birlaron en un decir Jesus y con la mas asombrosa destreza, petaca, cartera, reló, cadena de seguridad, ajuja, pañuelo de faltriquera y hasta el estuche de los anteojos. Si el viejo señor sentia una mano en una de sus faltriqueras, decia en cual y volvia á empezar el juego. Rato habia que se estaba repitiendo esta diversion, cuando dos _jóvenes señoritas_ entraron á hacer visita á los dos _señoritos_. La una se llamaba Betsy y la otra Nancy. Sus cabelleras naturalmente espesas, se ostentaban algo descuidadas del peine; sus zapatos no llevaban cordones y sus medias iban tiradas con mucha negligencia. Tal vez no eran lo que puede llamarse precisamente bonitas; pero tenian subidos colores, abultadas mejillas y parecian bastante alegrillas. Como manifestaban ademanes excesivamente libres y desenvueltos, Oliverio pensó que debian ser muy amables (y lo eran sin ninguna clase de duda.) Las tales _señoritas_ se quedaron un buen rato y habiéndose traido algunas botellas de licores en atencion á haberse quejado una de ellas de que tenia el estómago _seco_, la conversacion se hizo viva y animada. Al fin Cárlos dijo era de opinion que habia ya llegado el buen tiempo de _trillar la cemilla_, expresion que Oliverio entendió por salir; porque inmediatamente el Camastron, Cárlos y las dos _señoritas_ se marcharon juntos provistos de algun dinero que les dió el bueno del judío para refocilarse durante el camino. --Y bien amigito! No te parece agradable esta vida? --dijo Fagin --Ya se han marchado por todo el dia! --Y han concluido su trabajo Señor? --preguntó Oliverio. --Si; á menos que no encuentren ocupacion en el camino; entonces, no se estarán con las manos plegadas, está seguro. Toma ejemplo de ellos hijo mio: toma ejemplo de ellos! --continuó golpeando el suelo del hogar con el badil como para dar mas fuerza á sus palabras --Haz todo lo que te digan y consúltales en todo, especialmente al Camastron. Este llegará muy alto y tú lo mismo si lo tomas por modelo. ¿Acaso sale el pañuelo de mi faltriquera amiguito? --dijo interumpiéndose secamente. --Si señor. --respondió Oliverio. --Prueba pues un poquito si podrias sacarlo sin que yo lo advirtiese, del mismo modo que has visto hacerlo, cuando nos divertíamos hace poco. Oliverio levantó la faltriquera con una mano como habia visto hacerlo al Camastron y con la otra tiró ligeramente el pañuelo. --Esta hecho? --preguntó el judío. --Ahí lo teneis señor! --contestó Oliverio enseñándoselo. --Eres un muchacho muy diestro amiguito! --dijo el viejo adulador pasando su mano cadavérica sobre la cabeza de Oliverio en señal de aprobacion --No he visto un chico mas hábil. Toma é aquí un _schelling_ para ti. Si continuas de este modo serás el mas grande hombre de tu siglo. Ahora ven aquí para que te enseñe á quitar las señales de los pañuelos. Oliverio se preguntó á sí mismo que tenia de comun la accion de escamotear divirtiéndose el pañuelo del viejo con la espectativa de llegar á ser un grande hombre; pero refleccionando que por ser el judío de muchísima mas edad que el debia ser mas sabedor de ello, se arrimó á la mesa y pronto fué entregado profundamente á su nuevo estudio. CAPÍTULO X. OLIVERIO SE ENTERA MEJOR DEL CARÁCTER DE SUS NUEVOS COMPAÑEROS, Y ADQUIERE EXPERIENCIA Á COSTAS SUYAS. --IMPORTANCIA DE LOS DETALLES CONTENIDOS EN ESTE CAPITULO. DURANTE muchos dias Oliverio permaneció en la estancia del judío quitando las señales á los pañuelos de faltriquera que llegaban en tumulto al domicilio y algunas veces tomando tambien parte en el susodicho juego, en el que este y los dos mozalbetes se ejercitaban regularmente todas las mañanas. Al fin; comenzó á tener ansia de respirar el aire libre y buscó muchas ocasiones para pedir al viejo le dejará salir para _trabajar_ junto con sus camaradas. Deseaba con tanto mas ardor el ser puesto en actividad por haber visto un canto de la moral austera del _viejo señor_. Cada vez que el Camastron ó Cárlos Bates volvian por la noche con las manos vacias, les suministraba una larga Filipica, estendiéndose largamente sobre los males que engendran la pereza y la ociosidad, y para gravar mas fuertemente esta verdad en su memoria, los enviaba á la cama sin cenar. Una vez entre otras los arrojó escaleras abajo; pero este esceso de celo en el _virtuoso_ viejo, no siempre era llevado hasta este punto. En fin una hermosa mañana obtuvo el permiso tan ardientemente anhelado. Habia ya dos ó tres dias que faltaban pañuelos para quitar las señales y las comidas eran flacas. Tal vez estos fueron los motivos que dicidieron á Fagin á que diera su permiso. Que fueran ó no; dijo á Oliverio que podia salir y le colocó bajo la salvaguardia de Cárlos Bates y de su amigo el Camastron. Los tres compañeros se marcharon: el Camastron con las mangas arremangadas y el sombrero en el cogote segun costumbre; maese Cárlos con las manos en las faltriqueras y meneándose á lo lechugino y Oliverio entre ambos cavilando á donde podian ir y en que ramo de industria iban á lanzarse por de pronto. Andaban con tanta calma y parecian tan inciertos en cuanto al camino que debian tomar; que Oliverio pensó que sus camaradas engañaban al _viejo señor_ no yendo al taller. El Camastron tenia un instinto maligno, y era quitar todas las gorras de los párvulos y hechárselas en seguida en las entradas. Cárlos por su parte demostraba principios mas relajados en cuanto al respeto que se debe á la propiedad ageua, escamoteando de los cestos de las fruteras cebollas y manzanas que metia en sus faltriqueras tan grandes que parecian invadir su traje en todos sentidos. Esto pareció tan inconveniento á Oliverio que estuvo á punto de declararles su intencion de dejarles para volverse á casa como pudiera, cuando sus pensamientos fueron dirijidos de improviso hácia otro objeto por un cambio misterioso en la conducta del Camastron. Acababan de salir de un estrecho callejon cerca de Clerkenwell, que se llama aun hoy dia por una estraña corrupcion de palabras Boulingrin, cuando el Camastron se paró de repente y poniendo su dedo sobre sus. labios hizo retroceder á sus compañeros con la mayor cautela. --Que significa! --Chut! --dijo el Camastron. --Ves esa _panza vieja_ delante de la parada del librero? --El señor anciano del otro lado de la calle? contestó el niño. --Si; le veo. --Pues atencion que va sacar la tripa! --Y gorda que será! --dijo Cárlos. Oliverio los miró alternativamente ya al uno ya al otro con suma sorpresa; pero no tuvo tiempo de hacer pregunta alguna, porque sus dos compañeros atravesaron la calle y se deslizaron furtivamente tras el caballero sobre quien estaba fija su atencion. El á su vez dió algunos pasos en la misma direccion y no sabiendo si debia adelantar ó retroceder, los miró con un silencio de estupefaccion. Este caballero que llevaba la cabellera empolvada y anteojos de oro, parecia ser respetable; vestia una casaca color verdebotella con cuello de terciopelo negro y un pantalon blanco sosteniendo por debajo el sobaco un elegante bambú. Acababa de tomar un libro de la parada y estaba allí como en su casa leyendo tan tranquilamente lo mismo que si estuviera sentado en su sillon y es probable que se creia realmente en el porque era claro que absorvido como estaba en su lectura no veia ni la parada del librero, ni la calle, ni los dos muchachos, ni otra cosa en fin que el libro que recorria letra por letra volviendo la hoja cuando llegaba á lo último de la página, empezando la primera línea de la siguiente y así consecutivamente, con el mas vivo interes y el mayor afan. Cuales fueron la sorpresa y el horror de Oliverio, cuando abriendo tantos ojos como le permitieron sus párpados vió al Camastron sumergir su mano en la faltriquera del caballero y retirar de ella un pañuelo que pasó á Cárlos y luego volver la esquina de la calle y correr á toda pierna. En un momento se descifró en su alma todo el misterio de los pañuelos, de los relojes, de las joyas y hasta el del mismo judío. Permaneció allí un instante absorto; su sangre herbia en sus venas con fuerza tal, que se creia dentro un brasero ardiente; luego confuso y aterrorizado á la vez echó á correr, y sin saber lo que hacia ni donde iba, huyó desatentado. Todo esto fué obra de un segundo. En el mismo instante que Oliverio emprendia la fuga dió la casualidad que el caballero buscó en su faltriquera el pañuelo y no encontrándolo se volvió bruscamente, y como vió al niño escaparse con tanta rapidez concluyó de ello que era él quien habia cometido el hurto y se puso á perseguirlo con el libro en la mano gritando con todas sus fuerzas: Al ladron! Al ladron! --No era él solo quien gritaba favor! contra Oliverio: el Camastron y Cárlos Bates temiendo llamar la atencion sobre ellos corriendo, se habian ocultado de pronto trás la primera puerta cochera que encontraron al paso; pero no bien hubieron oido el grito y visto correr al muchacho cuando adivinando lo que era ello se mezclaron con los perseguidores (como buenos ciudadanos que eran.) gritando como los demás. Al ladron! Al ladron! Oliverio aunque educado por _filósofos_ ignoraba en teoría su mácsima sublime de que: _el cuidado de sí mismo es la primera ley de la naturaleza_. Si la hubiera conocido aquel percance tal vez le hubiera hallado prevenido; pero como no lo estaba, no hizo mas que aumentar su espanto; asi es que corria como el viento llevando al anciano caballero y á los dos muchachos trás sus talones. --Al ladron! Al ladron! Hay algo de sublime en este grito. El mercader deja su mostrador y el carretero su carro, el carnicero abandona su trabajo, el panadero su canasto, la lechera sus jarros, el fajin su bulto, el estudiante su carambola, el empedrador su martillo, el muchacho su pelota; todos corren revueltos gritando, ahullando, arrollándose, derribando los transeuntes al revolver las esquinas, excitando á los perros, alborotando las gallinas y haciendo retemblar las calles, los callejones, las plazas y las plazuelas con este grito: --Al ladron! Al ladron! Este grito es repetido por cien voces y la multitud crece á cada esquina. Ella lo dilata chapoteando en el lodo y haciendo resonar el estrépito de sus pasos sobre las aceras. Las ventanas se abren, los vecinos salen de las casas, la gente se empuja, todo un auditorio abandona polichinela en el momento mas interesante de la comedia y juntándose al tropel aumenta el ruido prestando nuevo vigor á los gritos repetidos de: --Al ladron! Al ladron! Existe en el hombre un instinto fuertemente arraigado de correr trás cualquiera cosa. Un niño infeliz, sofocado y llenó de fatiga, con el terror en los ojos y la agonía en el corazon, llevando el rostro inundado de sudor, redobla sus esfuerzos para conservar el avance sobre sus perseguidores, mientras estos á medida que se aprocsiman de su alcance saludan sus fuerzas desfallecidas con _hurras_ y vociferaciones de alegria: Al ladron! Al ladron! Detenedle! por amor de Dios detenedle! aunque no sea mas que por piedad detenedle! Al fin ya está detenido! Golpe famoso! Helo allí tendido sobre la acera; rodeado por la apiñada multitud y cada recien llegado codeando y empujando para poder verle! --Haceos atrás! Dejadle un poco de aire! Que bestialidad! No lo merece. Donde está el caballero? Allá viene. Abrid paso al caballero! Caballero es este el pilludo? Si. Oliverio cubierto de lodo y polvo, con la boca ensangrentada miraba con aire estraviado todas aquellas figuras que le rodeaban, cuando el anciano caballero fué introducido por no decir llevado dentro el círculo por la vanguardia de los perseguidores. --Si! --dijo con acento bondadoso --Temo que sea él! --Teme! --murmuró la muchedumbre --Esta si que es buena! --Pobre diablillo! --dijo el caballero --Se ha hecho daño! --Yo soy quien le ha arreglado como esta --dijo un solemne _paja larga_ adelantándose --Me he corlado lindamente la mano contra sus dientes. Yo soy señor quien le ha cojido. Esto diciendo, el individuo llevó la mano á su sombrero sonriendo bestialmente, y esperando sin duda recibir algo por el trabajo que se habia tomado; pero el caballero examinándole con aire de desprecio, echó una mirada inquieta á su alrededor sin duda para buscar un medio de evadirse; lo que tal vez hubiera hecho, dando con ello lugar á otra persecucion si en este momento un agente de policía (la última persona que llega siempre en semejantes casos) no hubiese atravesado la multitud y cojido á Oliverio por el cuello. --Yo no he sido señor! Estad seguro! Es la verdad! Fueron otros dos muchachos! --dijo Oliverio plegando las manos en ademan suplicante y mirando á su alrededor --Deben estar aquí ó no lejos. --Oh! que no . . . que no están aquí! --repuso el agente de policía con acento burlon. Oliverio decia verdad sin saberlo. El Camastron y Cárlos se habian escabullido en la primera escalera que habian encontrado al paso. --Ea! levántate! --No le hagais daño! --dijo el anciano caballero con compasion. --Oh! no pretendo hacerle daño alguno. --replicó el otro rasgando el chaleco del niño, al obligarle á levantarse, en prueba de lo dicho. --Vamos . . . ven . . . Te conozco . . . estos colores no me la pegan. Quieres tenerte sobre tus piés pillastrón? [Illustration: El Camastron explota el bolsillo del Caballero anciano á la vista de Oliverio estupefacto.] CAPÍTULO XI. DE LA MANERA QUE ADMINISTRA LA JUSTICIA EL MAGISTRADO MR. FANG. EL hurto habia sido perpetrado dentro la jurisdiccion y de hecho en las inmediaciones de un tribunal de policía metropolitana muy celebrado. Los curiosos tuvieron la única satisfaccion de acompañar á Oliverio un corto trecho; es decir hasta un sitio llamado _Multon-Hill_ donde le hicieron pasar bajo una bóveda sombría y baja que conducia á un patío súcio al detrás del que estaba ese dispensador de la pronta justicia. Alli encontraron un _regordete_ con enormes favoritos en las megillas y un grueso manojo de llaves en la mano. --Que hay de nuevo? --preguntó con suma displicencia. --Un jóven _pégre_ [1] --contestó el agente de policía. --Sois vos el robado? --preguntó el carcelero al anciano caballero que estaba trás Oliverio. --Si; --dijo este --yo soy; pero no estoy seguro que sea este niño quien ha cojido el pañuelo y por eso quisiera mas que la cosa no pasára adelante. --Ya es tarde! Es preciso que se presente ante el magistrado. --repuso el carcelero --Pronto vá á ser puesto en libertad. --y dirijiéndose á Oliverio. --Ola in _pasto de horca_! Al avio! Esto era para el niño una invitacion de entrar en una celdilla cuya puerta habia abierto el hombrecillo y donde le encerró despues de haberle registrado y no encontrándole nada sobre él. El anciano caballero al oir rechinar la llave en la cerradura se puso tan triste como Oliverio y dirijió suspirando sus ojos sobre el libro causa inocente de todo aquel fracaso. --Hay algo en la fisonomía de ese niño --se dijo á sí mismo dando algunos pasos y golpeándose frente con el libro, completamente absorvido en sus reflecciones --algo que me choca y me interesa. Será tal vez inocente? Paréceme . . . Por vida de! --esclamó parándose en seco y mirando fijamente á las nubes-- ¿Dónde he visto yo una fisonomía semejante á la suya? Despues de haber reflecsionado algunos momentos, se adelantó en ademan pensativo hácia una pequeña sala que daba al patio y allí retirado y á solas pasó revista en su memoria á un gran número de rostros que hacia muchos años habia perdido de vista, y sobre los cuales se habia estendido un velo sombrío. El carcelero le dispertó de sus sueños dándole un golpecillo sobre la espalda y haciéndole señal de que le siguiera: cerró inmediatamente su libro y pronto se vió á la presencia imponente del célebre Mr. Fang. La sala de audiencia que daba á la calle tenia el techo artesonado. Mr. Fang estaba sentado mas allá de una pequeña balustrada y en une de los estremos. A un lado de la puerta y en un banquillo colocado al efecto, estaba sentado el pobre Oliverio espantado de la gravedad de esta escena. El anciano caballero se inclinó profundamente, se adelantó hacia el bufete del magistrado y dijo añadiendo la accion á la palabra: --Esta es mi direccion caballero --y dando tres pasos atrás se inclinó de nuevo y esperó que se le preguntase. Cabalmente Mr. Fang leia en este momento con profunda atencion en el _Morning Chronicle_ un artículo concerniente á una sentencia que habia dado, el cual artículo le recomendaba por la milésima vez á la atencion particular del ministro del interior. Estaba á mas de mal humor y levantando la cabeza con ademan uraño: --Quien sois? --preguntó. El anciano caballero algo sorprendido señaló con el dedo su tarjeta. --Oficial de policía! --dijo Mr. Fang sacudiendo con desprecio la tarjeta y el periódico. --Quien es ese individuo? --Mi nombre --dijo el anciano caballero espresándose con cortesia --mi nombre es Brownlow. Que me sea permitido á mi vez preguntar el nombre del magistrado que bajo el escudo de la ley insulta gratúitamente á un hombre respetable sin haber sido provocado. --Esto diciendo Mr. Brownlow dirijió una mirada á su alrededor como buscando quien quisiera responder á su pregunta. --Oficial de policía! --dijo Mr. Fang tirando el periódico de revés --De que se acusa á ese individuo? --No es él el acusado señor juez. --respondió el agente de policía --Comparece contra este muchacho. El magistrado, lo sabia bien; pero era un medio como cualquier otro para vejar impunemente á las gentes. --Ah! Comparece contra ese muchacho . . . no es oso? --replicó Mr. Fang examinando á Mr. Brownlow de la cabeza á los piés con aire de duda. --Recibid su juramento. --Antes de prestar juramento --dijo Mr. Brownlow --me permitiré decir una sola palabra y es que sin una prueba tan convincente jamás hubiera podido crer . . . . --Silencio caballero! --dijo Mr. Fang con tono brusco. --No me callaré señor magistrado! --replicó Mr. Brownlow. --Silencio digo ó mando poneros á la puerta! Sois un impertinente, un bribon, al atreveros á desafiar un magistrado en el ejercicio de sus funciones! --Que decís? --esclamó el anciano caballero palideciendo de cólera. --Haced prestar juramento á ese hombre! --dijo Mr. Fang al escribano --Nada mas oiré! Hacedle prestar juramento! La indignacion de Mr. Brownlow estaba á su colmo; pero reflexionando que dándola salida podria hacer daño al muchacho, se contuvo y prestó inmediatamente el juramento. --Ahora --dijo Mr. Fang --decid: de que se acusa á esto muchacho? Qué teneis que deponer contra él? --Estaba ante la parada de un librero --empezó Mr. Brownlow. --Silencio caballero! --interrumpió Mr. Fang --Agente de policía! Donde está el agente de policía? Acercaos. Escribano hacedle prestar juramento. Ahora hablad. ¿Que teneis que decir? El agente de policía relató con tono humilde: que el habia preso al muchacho y que habiéndole registrado, nada habia encontrado encima de él; añadiendo que esto era todo lo que tenia que decir. --Hay testigos? --preguntó Mr. Fang. --No; señor magistrado. --respondió el agente de policía. Mr. Fang guardó silencio por algunos instantes; luego volviéndose á la parte acusadora dijo con tono irritado --Quereis esplicar los motivos de vuestra querella contra ese muchacho; si ó nó? Si rehusais administrar pruebas voy á castigaros por falta de respecto á un _magistrado_! Oh! Lo haré por . . . .. Por quien ó porque nadie lo sabe; pues que en este mismo momento el escribano y el carcelero tosieron con fuerza muy á propósito sin duda; y el primero dejando caer por _descuido_ un voluminoso libro, privó que el resto pudiera oirse. Entre las numerosas interrupciones y los insultos reiterados de Mr. Fang, Mr. Brownlow procuró relatar el hecho, observando que en el primer momento de sorpresa corriera trás el niño porque lo habia viste huir. Y --añadió --me atreveré á esperar que en el caso en que el Señor Magistrado considerára á este muchacho sino como ladron al menos como afiliado con ladrones, se dignára obrar respecto á él tan suavemente como se lo permita la justicia? Además está herido y temo mucho --prosiguió, con aire de compasion dirijiéndose á la barra --temo realmente que se encuentra malo. --Oh! sin duda! Esto se comprende. --Observó Mr. Fang con acento burlon. --Ea tu . . . pequeño vagabundo! Tus pillerias están cosidas con hilo blanco. A mi no me la pegarás. Como te llamas? Oliverio procuró responder; pero la lengua se le pegó en el paladar. Estaba horriblemente pálido y todo parecia dar vueltas á su alrededor. --Como te llamas bribonzuelo? --clamó Fang con voz de trueno --Oficial! Cual es su nombre? Esta pregunta se dirigia á un _inoflelude_ de chaleco rayado que estaba en pié cerca de la barra. Se inclinó hacia el niño y repitió la pregunta; pero viendo que realmente se hallaba incapaz de comprenderla y sabiendo que su silencio no haria mas que escitar la cólera del magistrado y de consiguiente aumentar la severidad de la sentencia, respondió al acaso: --Se llama Tomás White señor magistrado. --Ola! no quiere hablar ¿no es esto? --dijo Fang --Muy bien! Donde habita? --Donde puede señor magistrado. --respondió el digno oficial fingiendo recibir la respuesta de Oliverio. --Tiene padres? --preguntó Mr. Fang. --Dice que se le murieron cuando niño. --replicó el otro del mismo modo. En este punto del interrogatorio Oliverio levantó la cabeza y lanzando á su alrededor una mirada suplicante, pidió con voz moribunda que se le hiciera el favor de un vaso de agua. --Todo eso son maulerias. --dijo Fang --No pienses cojerme por tonto. --Señor magistrado creo que verdaderamente se encuentra malo. --dijo el oficial de policía. --Se algo mas que vos en esta materia --replicó Fang. --Cuidado señor oficial de policía! --dijo el anciano caballero, estendiendo instintivamente sus brazos --Cuidado! . . . vá á caer. --Retiraos de aquí oficial de policía! --gritó Fang con acento brutal --y que caiga si bien le place. --Oliverio se aprovechó del asiduo permiso y cayó desmayado en el suelo. Los hombres de servicio en la sala se miraron unos á otros pero ninguno osó menearse. --Sabia bien que lo hácia adrede. --dijo Fang. (como sí este accidente hubiese sido para el una prueba incontestable de su eserto) pero pronto tendría su galardon. --Que fallais señor? --preguntó en voz baja el escribano. --Le condenó sumariamente --dijo Fang --á tres meses de prision, con mas al _treadmill_ [2] Despojad la sala! La puerta estaba abierta á este fin y dos hombres se preparaban para llevar al pobre Oliverio todavia sin sentidos á la prision, cuando un sujeto de alguna edad y de esterior decente aun que pobre á juzgar por sus pantalones negros un tanto deslustrados, se precipitó dentro la sala y acercándose á la barra. --Deteneos . . ? --dijo sofocado y sin darse tiempo de respirar --no le lleveis! Suspended la sentencia! A pesar del mal humor y las groserías del juez Fang, le fué preciso escuchar al testigo. Este era el librero que lo habia visto todo. Contó el hecho y Oliverio fué puesto en libertad. Mr. Brownlow estaba indignado de la conducta de Fang. Quiso protestar, pero fué hechado de la sala. Una palidez mortal cubria las mejillas de Oliverio, á penas podia tenerse. El compasivo anciano hizo acercar un fiacre y habiéndole colocado sobre las almohadas del mismo, partieron. CAPÍTULO XII. OLIVERIO RECIBE EL BUEN TRATAMIENTO QUE NUNCA HABIA RECIBIDO HASTA AHORA. --PARTICULARIDADES REFERENTES Á UN RETRATO. EL fiacre rodó á lo largo de _Mont-Plaisir_, enfiló la calle de _Exmouth_, recorriendo a poca diferencia el mismo camino que Oliverio debió seguir la primera vez que entró en Lóndres en compañía del Camastrón y tomando diferente camino cuando hubo llegado á la taberna del Angel en _Islington_, se paró al fin ante una casita de hermosa apariencia en una calle decente y retirada de _Pentouville_. Allí sin retardo se preparó un lecho en el que Mr. Brownlow, hizo colocar al pobre niño, que fué cuidado con una solicitud y una ternura sin igual. Durante muchos dias Oliverio permaneció sin conocimiento pendiente entre la vida y la muerte. Al fin salió de este estado y lanzó una mirada inquieta á su alrededor: --Que aposento es este? --Donde me han traido? --dijo. Como estaba muy abatido, pronunció estas palabras con voz débil; pero ellas fueron oidas desde el momento; porque la cortina de su cama fué levantada incontinenti y una buena señora ya de edad vestida decentemente se levantó al mismo tiempo de un sillon en que estaba sentada cerca el lecho y haciendo dalzeta. --Chiton amigo mio! --dijo la anciana con dulzura --Es preciso estarse quieto, ó vendrá una recaida; ya habeis estado malo, muy malo . . . Vaya! volveos á acostar como un buen muchacho! --Esto diciendo la buena señora volvió á colocar suavemente la cabeza de Oliverio sobre la almohada, y apartando los mechones de cabellos que caian sobre su frente le miró con un aire tan cariñoso, que él no pudo menos de colocar su manecita descarnada sobre la suya y de atraerla al rededor de su cuello. --Dios mio! --dijo la anciana con las lágrimas en los ojos --Que buen corazoncito! Que agradecido! Qué diria su madre, si despues de haberte vigilado dia y noche como yo lo he hecho pudiera verle ahora? --Pueda que me vé! --balbuceó Oliverio plegando sus manos. --Tal vez ha estado sentada cerca de mi, señora . . . Oh! si; me parece haberla visto á mi lado. --Esto es efecto de la fiebre amigo mio! --dijo la buena señora. --Es posible --repuso Oliverio con aire pensativo --porque hay mucha distancia de aquí al cielo y si es allí demasiado dichoso para bajar cerca el lecho de un pobre niño! Sin embargo si ella ha sabido que yo estaba enfermo, me habrá compadecido desde allá arriba; porque ella ha sufrido tambien tanto antes de morir! Con todo no puede saber nada de le que me sucede --añadió despues de un momento. de silencio --porque si me hubiera visto padecer, se hubiera puesto triste, y su rostro era tan dulce y risueño cada vez que la he visto en sueños! La anciana nada respondió; pero enjugando primero sus párpados y luego sus anteojos que estaban sobre la bánova, dió al niño una pocion refrescante y pasándole la mano por sobre la mejilla le encargó estuviera tranquilo en su lecho sino volveria á caer malo. Oliverio se mantuvo quieto, ya porque queria obedecer en todo á la señora; ya tambien porque estaba completamente fatigado por lo que habia dicho. Pronto se entregó á un sueño reparador del que fué dispertado por la luz de una vela que acercándose á su cama le permitió ver á un señor que le tentaba el pulso consultando al mismo tiempo un grueso reló de oro de _tic-tac_ muy fuerte que tenia en la mano: el cual dijo que lo encontraba mucho mejor. --No es verdad que os encontrais mucho mejor amiguito? --dijo á Oliverio. --Si, señor! y os doy gracias! --contestó este. --Ya se bien que debeis encontraros mejor. --repuso el otro --Teneis apetito no es cierto? --No señor. --respondió el niño. --He! --esclamó el caballero --No! Ya sabia yo bien que no podeis tener apetito. No tiene apetito señora Bedwin. --continuó con aire de importancia volviéndose á la señora. Esta hizo una señal de cabeza respetuosa, por la que parecia decir que creia al doctor un sujeto muy hábil: este por su parte pareció tenor de si la misma opinion. --Teneis sueño no es cierto amiguito? prosiguió el doctor. --No señor. --respondió Oliverio. --No. --repuso el otro con ademan de inteligente --no teneis sueño. Tampoco teneis sed? --Si señor; estoy un poco sediento. --Justamente lo que pensaba Señora Bedwin. A la verdad es muy natural que esté sediento; muy natural. Podréis darle un poco de thé y una tostada de pan sin manteca. Que no sea demasiado caliente Señor Bedwin; pero tened cuidado de que no sea demasiado frio. Ya comprendeis ¿no es cierto? La buena señora hizo una reverencia y el doctor despues de haber probado la pocion refrescante, se alejó haciendo crujir sus botas sobre el piso con aire de importancia y dignidad. Oliverio poco despues volvió á dormirse y era ya cerca de media noche cuando se dispertó. La Señora Bedwin le deseó entonces una buena noche y le dejó bajo el cuidado de una vieja gordinflona que acababa de entrar llevando dentro su _ridiculo_ un librito de oraciones y una larga gorra de dormir. La mañana estaba ya bastante adelantada cuando Oliverio se dispertó despejado y risueño. La crísis de la enfermedad habia pasado, estaba ya fuera de peligro y pertenecia aun á este mundo. En menos de tres dias se halló capaz para sentarse en un sillon reclinado sobre almohadas y como estaba aun demasiado débil para poder andar, la señora Bedwin lo habia bajado á su propio aposento donde se sentaba á su lado frente el hogar y encantada á lo sumo de una mejoría tan notable, derramaba lágrimas de ternura. --No hagais caso queridito; esto es á pesar mio --dijo --Caramba! Ahora ya pasó aquello y yo me encuentro del todo aliviada! --En verdad señora sois muy buena para mi. --dijo Oliverio. --Está bien amiguito! no hablemos mas de ello. Nada tiene que ver con vuestro caldo y es ya hora de que lo tomeis, porque el doctor dice que Mr. Brownlow podria venir á visitaros esta mañana y es necesario que nosotros estemos sobre nuestros _cuarenta y ocho_ pues que cuanto mejor aspecto tengamos mas estará él contento. Esto diciendo la buena señora hizo calentar en una caserola una porcion de un caldo bastante fuerte; capaz reducido á la fuerza señalada en las casas de Caridad, para suministrar una opípara comida á trescientos pobres por lo menos. --Os gustan los cuadros amigo mio? --preguntó la buena señora viendo que Oliverio tenia los ojos fijos con una atencion particular sobre un retrato colgado en la pared justamente frente de él. --No podria decíroslo señora! --respondió éste sin apartar la vista del retrato --He visto tan pocos que á la verdad no sé . . . Que semblante tan dulce y tan bello tiene esa señora! --Ah! --dijo la anciana --Los pintores hacen siempre á las mugeres mas hermosas de le que son; de otro modo hijo mio no tendrian parroquianos. El que ha inventado la máquina para reproducir fisonomías por obra de la sola naturaleza, el buen Monsieur Daguerre hubiera debido saber que ella no tendria écsito! Hay demasiada fidelidad; demasiada! --repuso riéndose de todo corazon por la malicia con que habia dicho esto. --Esa pintura se parece á alguno? --preguntó Oliverio. --Si. --contestó la buena señora levantando los ojos un instante --Es lo que se llama un retrato. --De quien? --volvió á preguntar el niño con curiosidad. --Ah! eso es lo que no podré deciros amiguito! --repuse ella con aire jovial --Probablemente (al menos que yo sepa) será de alguno que ni vos ni yo conocemos. --Parece que es complaceis en mirarlo queridito? --Es tan hermoso! tan bello! --Creo que no as dará miedo he? --dijo la buena señora sorprendida del aire de respeto con que el niño miraba el retrato. --Oh! no seguramente! --respondió este con prontitud --Pero la mirada de esa señora se me presenta tan triste desde este sitio! Parece que se dirije á mi! Esto me hace latir el corazon como si estuviera animado --prosiguió con tono mas bajo --y como si quisiera hablarme y no pudiera. --Bendito seais de Dios! --esclamó la buena señora estremeciéndose --Niño no hableis así! Despues de la enfermedad que acabais de pasar estais débil y nervioso; dejad que vuelva vuestro sillon del otro lado y entonces no veréis esto. --dijo juntando la accion á la palabra --Ahora al menos ya no podeis verlo! Oliverio lo veia en su imaginacion tan perfectamente como si no se le hubiere movido de sitio; pero pensó que haria mejor en no enfadar á la buena señora y así sonrió graciosamente cuando ella le miró. La Señora Bedwin por su parte contenta de ver que se encontraba mas á satisfaccion, echó sal á su caldo y puso en el pequeñas cortezas de pan tostado con todo el aparato conveniente á un preparativo tan solemne. El lo despachó con una prontitud extraordinaria y apenas habia tragado la última cucharada cuando llamaron suavemente á la puerta. --Entrad! --dijo la buena señora. --Mr. Brownlow (porque era él) entró tan listo como le fué posible; pero no bien hubo levantado sus anteojos sobre su frente y puesto sus manos trás su bata para examinar mejor á Oliverio, cuando su fisonomía cambió varias veces de espresion, haciendo muchas contorciones tan grotescas las unas como las otras. Oliverio débil por la enfermedad, hacia por respecto á su bienhechor esfuerzos inútiles para ponerse en pié cayendo siempre otra vez en el sillon y Mr. Brownlow que de toda verdad era mas sensible que media docena de hombres de su calibre, no pudo contener las lágrimas que se escaparon de sus ojos como por medio de un proceder hidráulico, que nosotros no nos croemos bastante filósofos para poder esplicar. --Pobre niño! pobre niño! --dijo esforzando su voz --Señora Bedwin; esta mañana estoy un poco ronco; temo haber cojido un resfriado. --No digais tal cosa señor. --repuse esta. --Toda la ropa blanca que os he entregado estaba muy soca. --No sé Bedwin; no se que diga --prosiguió Mr. Brownlow --pero me parece que la servilleta que me disteis ayer en la comida estaba algo húmeda. Pero no importa! Como os encontrais amigo mio? --Muy feliz señor --respondió Oliverio --y muy reconocido á vuestras bondades para conmigo. --Niño encantador! --dijo Mr. Brownlow repuesto de su emocion. --Señora Bedwin; le habeis dado algun alimento? Algunos caldos he? --Acaba de tomar una píldora de excelente gelatina --respondió la Señora Bedwin irguiéndose de toda su altura y prenunciando estas últimas palabras con énfasis para dar á entender que entre un caldo y una gelatina no habia la menor relacion. --Puha! --hizo Mr. Brownlow encojiéndose de hombros. --Dos ó tres vasos de vino de Oporto le hubieran hecho mas bien ¿no es cierto Tomás White? --Yo me llamo Oliverio. Señor! --contestó el jóven convaleciente con asombro. --Oliverio! --dijo Mr. Brownlow --Oliverio que? Oliverio White he? --No señor. Twist; Oliverio Twist. --Picaro de nombre! --dijo el anciano --¿Porque dijisteis al juez que os llamabais White? --Jamás le dije tal cosa señor! --respondió Oliverio con mayor asombro. Esto se parecia tanto á una mentira, que el anciano no pudo menos de mirar fijamente á Oliverio. Era imposible no creerle; el sello de la verdad estaba impreso sobre todos los rasgos finos y delicados de su fisonomía. --Esto será sin duda un error! --dijo Mr. Brownlow y aunque no tenia motivo para examinar á Oliverio, la idea de semejanza entre sus facciones y algun rostro que le era conocido le preocupaba de tal modo que no podia apartar la vista de él. --No estais enfadado conmigo no es cierto señor? --dijo Oliverio con una mirada suplicante. --No, no! --respondió Mr. Brownlow. --Por vida de . . . mirad Bedwin mirad allí. Mientras esto decia comparaba con el dedo el retrato y el rostro del niño. Habia entre ellos una semejanza completa. Los ojos, la boca, la espresion y la forma de la cabeza eran absolutamente las mismas. Los rasgos de la fisonomía eran tan iguales en este momento que las menores líneas parecian copiadas en él con una exactitud que no tenia nada de terrestre. Oliverio ignoró la causa de aquella esclamacion súbita, porque estaba tan débil que no pudo suportar el estremecimiento que le produjo y se desmayó. CAPÍTULO XIII. COMO POR MEDIO DEL VIEJO CHISTOSO EL LECTOR INSTRUIDO VA Á ADQUIRIR RELACIONES CON UN NUEVO PERSONAGE. --PARTICULARIDADES Y HECHOS INTERESANTES PERTENECIENTES A ESTA HISTORIA. CUANDO el Camastron y su digno amigo maese Bates se juntaron á los que persiguian á Oliverio despues de su atentado á la propiedad de Mr. Brownlow, obraban por interés propio porque como la libertad individual es el primer derecho de que se envanece un inglés de raza pura, no tengo necesidad de demostrar al lector que esta accion debia ensalzarles á la vista de todo buen patriota. Solo despues de haber recorrido un laberinto de callejones, nuestros dos muchachos se detuvieron de comun acuerdo bajo una bóveda baja y sombría. Habiendo permanecido en ella y en silencio el tiempo preciso para cobrar aliento, maese Bates dió un grito de satisfaccion y de alegria y arrancando una estrepitosa carcajada se dejó caer en el lindar de una puerta para desahogarse á discrecion. --Que . . . que es esto? --preguntó el Camastron. --Ah! ah! ah! --hizo Cárlos. --Te callarás? --prosiguió el Camastron mirando á su alrededor con precaucion. --Tienes ganas de que nos _pellizquen_ animal! --Ello es mas fuerte que yo. --dijo Cárlos --No puedo impedirlo. Me parece que lo estoy viendo correr y pegar de narices en las esquinas de las calles y luego como si fuera de piedra como ellas volver á picar con los talones las espaldas de un modo tan gracioso y yo con el _pingajo_ en mi faltriquera gritando tras él como los otros: Ah! ah! ah! . . que chistoso! La imaginacion activa de maese Bates le representaba la escena con colores demasiado vivos, pues al llegar á este punto de su discurso se revolcó sobre el lindar de la puerta y arreció su risa de un modo aturrullador. --Que vá á decir Fagin? --preguntó el Camastron aprovechándose de un instante en que su amigo no podiendo mas guardó silencio. --Que? --reposo Cárlos. --Si; que! --dijo el Camastron. --Caramba! --esclamo Cárlos, un tanto afectado del modo con que el Camastron hizo esta observacion: --¿y que puede decir? El Camastron á guisa de respuesta se divertió silvando, luego quitándose el sombrero se rascó la cabeza haciendo dos ó tres muecas. --No te comprendo. --dijo Cárlos. --Tara ri ra la . . . _la tia Miguela ha perdido su_ . . . --moduló el Camastron con aire truanesco. Esto era esplicativo; pero no satisfactorio. Maese Bates lo comprendió así y preguntó á su amigo que es lo que queria decir. El Camastron no respondió; pero dan lo una rápida cabezada para volver el sombrero á su sitio y pasando por sobre sus codos los largos faldones de su casaca, se hizo un bulto en la meg illa con su lengua, se dió algunos capirotazos en la nariz con un aire familiar el mas espresivo y haciendo una pirueta se precipitó dentro la entrada. Maese Bates le siguió con ademan pensativo. El ruido de sus pasos en la vieja escalera llamó la atencion del judío sentado en este momento ante el hogar con una salsicha y un panecillo en su mano izquierda, un cuchillo en su derecha y un jarro de estaño sobre el taburete. Era de notar una sonrisa innoble en sus labios descoloridos al volverse para escuchar atentamente dirijiendo el oido hacia la puerta y lanzando una mirada salvaje por debajo sus cejas rojas. --Que significa? --murmuró cambiando de espresion. --No son mas que des ahora! Donde está el tercero? Les habrá sucedido algo? Escuchemos! Los pasos se oyeron mas distintamente. Los dos _caballeritos_ llegaron á la maseta, la puerta re abrió suavemente y volvió á cerrarse tras de ellos. --Dónde está Oliverio? --prorumpió el judío con furia --Qué habeis hecho de él? Los dos pilluelos se miraron uno á otro perturbados como si temieran la cólera del viejo; pero se callaron. --Qué ha sido de Oliverio? --dijo el judío cojiendo al Camastron por la garganta y amenazándole con imprecaciones horribles. --Habla ó te estrangulo! Hablarás? --clamó con voz de trueno y sacudiéndole con fuerza. --Canario! Ha sido pellizcado y nada mas. --dijo al fin el Camastron con tono áspero --Vaya, dejadme ya! --continuó y de un solo empujo desprendiéndose de su casaca que quedó entre las manos del judío, cojió la aguja del azador y asestó al chaleco del viejo chistoso tal bote que si lo alcanza le hubiera privado de sus gracias al menos por seis semanas sino por dos meses. El judío en tai percance retrocedió con mas ligereza de la que era de esperar en un hombre de su edad y apoderándose del jarro de estaño se preparaba para arrojarlo á la cabeza de su adversario, cuando Cárlos Bates llamando en este momento su atencion por un ahullido espantoso cambió el destino del jarro y Fagin lo arrojó lleno de cerveza á la cabeza de este último. --Ea! Que diablos pasa ahora aquí? --murmuró una voz gruesa --Quién me ha tirado esto á la cara? Puede darse por muy feliz que haya recibido solo la cerveza y no el jarro, pues de otro modo hubiera hecho mi negocio con alguno. Jamás me hubiera pasado por el magin que un viejo ladron de judío pudiera arrojar otra cosa que agua . . . Que significa todo esto Fagin? El diablo me lleve si mi corbata no está llena de cerveza . . . Vén acá tu . . . Que tienes que hacer pegado á esa puerta? Como si debieras avergonzarte de tu amo! El hombre que refunfuñó estas palabras era un moceton de treinta y cinco años poco ó menos, vestido con un redingote de terciopelo de algodon negro, unos calzones de paño burdo muy estropeados, borcejies y medias de algodon gris que cubrian unas piernas macisas adornadas por gruesas pantorrillas; piernas en fin de aquellas á quienes parece faltar algo sino van guarnecidas de grilletes. --Ven acá ¿lo entiendes? --dijo con acento nada lisongero. Un perro blanco de pelo largo y sucio y con la cabeza llena de cicatrices entró arrastrándose en el aposento. --Os haceis rogar mucho! --continuó el hombre --Os costaba acaso reconocerme en medio de tan honrada compañía? Acostaos alli! Esta órden fué acompañada de un puntapié que envió al animal al otro estremo del aposento. --De que proviene pues esa batalla? Viejo ladronazo ¿porque maltratais á los muchachos? --dijo el hombre sentándose con mucha prosopopeya. --Me estraño que no os hayan asesinado. Si fuera yo de ellos lo haria. Si hubiera sido vuestro aprendiz largo tiempo ya que esto estaria hecho y que . . . pero no, no hubiera podido sacar un sueldo de vuestra piel, porque no sois bueno mas que para meteros en una botella para enseñaros como un fenómeno de fealdad y creo que no se soplan de bastante grandes para conteneros. --Silencio! Silencio Señor Sikes! --dijo el judío tembloroso --No hableis tan alto. --Si os place no tantos cocos --prosiguió el bandido --llamándome _Señor_. Comprendo donde quereis ir á parar cuando tomais ese tono; á nadie bueno por cierto. Llamadme por mi nombre, le teneis muy conocido. No creais que lo deshonre cuando llegue mi hora! --Está bien; está bien Guillermo! --dijo el judío, con abyecta humildad --Parece que estais de mal humor? --Pueda que si. --replicó Sikes --Tambien á mi se me figura que vos no estais de buen temple cuando os ocupais en arrojar jarros de estaño á la cabeza de las gentes, á menos que vuestra intencion no sea hacerles mas daño que cuando los denunciais y cuando . . . --Habeis perdido la cabeza? --dijo el judío tomando al otro por la mano y señalándole con el dedo á los muchachos. Sikes por toda respuesta hizo ademan de pasar un nudo corredizo al rededor del cuello y dejó caer la cabeza sacudiéndola sobre la espalda derecha; pantomina que el judío pareció comprender perfectamente. Luego en términos de _caló_ de que su conversacion estaba llena; pero que es inútil trasladar aquí porque no serian comprendidos, pidió un vaso de licor. --Espero que no le echaréis veneno! --dijo poniendo su sombrero sobre la mesa. Esto fué dicho con tono de broma; pero si él hubiera podido ver la sonrisa amarga con que el judío se mordió el labio al dirijirse hacia el armario, hubiera pensado que la precaucion no era del todo inútil ó que el deseo de practicarse en el arte del destilador no estaba lejos en aquel momento del corazon del _chistoso_ viejo. Despues de haber tragado dos ó tres vasos de licores, Sikes se dignó fijar su atencion en los dos _jóvenes caballeros_, condescendencia por su parte que llevó á una conversacion en la que la causa del arresto de Oliverio fué relatada con tales detalles y comentarios que el Camastron juzgó conveniente obrar segun las circunstancias. --Tengo mucho miedo de que nos haga un flaco servicio si llega á _bachillerear_. --Es muy posible. --repuso Sikes con una sonrisa maligna. --Fagin vos estais hecho un _ascua_. --Tambien tengo mucho miedo --prosiguió el judío mirando al otro fijamente y sin dar muestra de haber parado la atencion en la _chufleta_ que acababa de lanzar --tengo mucho miedo de que si el _pastel_ se descubre para mi, no lo sea tambien para muchos otros y esto querido Sikes tendria _maldita la gracia_ mas para vos que para mi. --Es preciso que alguno vaya á saber lo que ha pasado en el tribunal de policía. --dijo Sikes con tono mas bajo del que habia usado á su llegada. El judío hizo una señal de aprobacion. --Sino ha _garlado_ y está en la prision no hay peligro hasta que salga de ella --repuso Sikes --y entonces será necesario no perderle de vista. Es preciso poner manos á la obra de un modo á otro. El judio hizo una nueva señal de cabeza aprobativa. La prudencia de este plan de conducta era evidente sin duda alguna; pero desgraciadamente obstaba un grande impedimento para ponerlo en ejecucion. Fué el caso que él Camastron, Cárlos, Fagin y el mismo Sikes afirmaron cabalmente á una, que tenian la mas grande antipatia en acercarse á un tribunal de policía por cualquier causa y pretexto que fuera. Difícil seria calcular cuanto tiempo hubieran podido estarse mirando uno á otro en un estado de incertidumbre nada agradable. Además tampoco es necesario formar ninguna conjetura sobre este punto porque la entrada repentina de dos _señoritas_ que Oliverio habia visto ya la primera noche de su llegada al domicilio del judío reanimó la conversacion. --Ya está resuelta la dificultad! --dijo Fagin --Betty irá. ¿No es cierto querida? --Dónde? --preguntó esta. --No mas que hasta el tribunal de policía. --contestó el judío con tono dulce. Es preciso hacer justicia á la jóven diciendo que positivamente no rehusó; pero que expuso sencillamente el deseo de _darse al diablo_ antes que ir allá; excusa honesta y delicada que prueba que la _señorita_ estaba dotada de esa cortesia natural que no permite afligir á su semejante con una negativa formal. El judío un si es ó no es desconcertado por la respuesta de esa _Señorita_ que iba _graciosamente_ (por no decir _magnificamente_) engalanada con un vestido colorado, botitas verdes y rizos rubios, se dirijió á la otra. --Querida Nancy que dices á esto? --preguntó con aire melifluo. --Que no me va ni me viene --respondió Nancy --y así que no vale la pena de dirigirse á mi. --Que quieres decir con eso? --dijo Sikes levantando bruscamente la cabeza. --Lo que digo Guillermo. --replicó la jóven con la mayor sangre fria. --Porqué? --añadió Sikes --Tu eres justamente la persona que nos conviene; nadie te conoce en aquel barrio. --Per eso no tengo ningunas ganas de que me conozcan. --continuó Nancy en el mismo tono. --Ella irá Fagin. --dijo Sikes. --No; ella no irá Fagin! --esclamó Nancy. --Os digo que ella irá Fagin! --replicó Sikes. Este tenia razon; á fuerza de amenazas, de promesas y de dadivas alternadas, la _Señorita_ en cuestion se dejó persuadir al fin. No militaban para ella las mismas consideraciones que retenian á su amable amiga; habiendo poco que habia dejado el barrio de _Ratcliffe_ para venir ha habitar el cuartel de _Field-Lane_ que le es del todo opuesto no habia miedo de que fuera reconocida por ninguno de sus numerosos conocidos. De consiguiente habiéndose puesto un delantal blanco y escondido sus rizos dentro un gorro de paja (dos artículos de adorno sacados del almacen inagotable del judío.) Nancy se dispuso para llenar su comision. --Espera un momento querida. --dijo el judio trayendo una cesta pequeña con tapadera --Toma esto que infunde un aspecto mas respetable. --Fagin dadle tambien una llave gruesa para llevarla en la otra mano. --dijo Sikes --Asi se parecerá mas á una cocinera que vá al mercado. --Es muy cierto por vida mia! --repuso el judío pasando una gruesa llave por el index de la mano derecha de la jóven. --Ah! ah! Esto es! --continuó frotándose las manos. --Oh! hermano! querido hermano! hermanito de mi alma! --esclamó Nancy fingiendo dolor y retorciéndose las manos en señal de desesperacion --¿Qué ha sido de él? Donde lo han llevado? Ah! por misericordia, decidme señores ¿que se ha hecho este niño? os lo suplico señores! decídmelo! Habiendo pronunciado estas palabras en el tono mas lastimoso con gran satisfaccion de sus oyentes, Nancy se calló, lanzó una mirada á la compañía, dirigió una sonrisa de inteligencia á cada uno y desapareció. --Ah! Es una muchacha muy diestra hijos mios! --dijo el judío sacudiendo la cabeza con ademán grave como una muda advertencia de seguir el _ilustre_ ejemplo que acababan de tener ante sus ojos. --Es la gloria y el honor de su _sesco_ --añadió Sikes llenando su vaso y dando un golpe sobre la mesa con su puño enorme --A su salud! Quiera Dios que todas las mugeres se le parezcan! Mientras que en su ausencia se hacia de ella tal elogio, la incomparable jóven se dirijia ligera hácia el tribunal de policía donde llegó al cabo de poco tiempo con toda seguridad á pesar de la timidez natural en su secso de andar solo por las calles. Entrando por la parte trasera del edificio, llamó suavemente con su llave á la puerta de una de las celdillas y puso el oido atento; como no oyó ningun ruido dentro, tosió, escuchó otra vez y viendo que nadie la respondia dijo con tono dulce: --Oliverio! Oliverio! amigo mio! --Quien está ahí? --respondió desde el interior una voz débil y desmayada. --No hay aquí un muchacho? --preguntó Nancy suspirando. --No! --replicó la misma voz --Que Dios le libre de ello! Como ninguno de los presos respondió al nombre de Oliverio, ni pudo dar razon de él, Nancy se dirijió en derechura al carcelero (el mismo gordinflon con chaleco rayado de que se ha hablado ya) y con lamentos y gritos que hizo todavia mas dignos de lástima agitando su cesta y su llave, pidió á su hermano adorado. --No está aquí querida! --dijo aquel. --Donde se halla? --preguntó con acento estraviado. --El caballero se lo ha llevado. --Que caballero? Oh! Dios mio! que caballero? En contestacion á esas preguntas incoherentes el Carcelero relató á la buena _hermana_ afligida, que habiéndose desmayado Oliverio en el despacho del magistrado y presentándose luego un testigo que probó haber sido cometido el hurto por otro niño, habia sido absuelto y llevado por el querellante á su domicilio situado en algun sitio allá por el lado de Pentonille segun la direccion que el susodicho querellante habia dado al cochero en el acto de subir al fiacre. Poseida por él terror de la duda y de la incertidumbre la bella exploradora se retiró tambaleándose; pero apenas hubo pasado el lindar de la puerta volviendo á tomar su paso firme y seguro se dirijió muy de prisa á la habitacion del judío por el camino mas largo é intrincado. No bien Guillermo Sikes tuvo conocimiento del resultado de las pesquisas de Nancy, llamó á su perro bruscamente y poniéndose el sombrero se fué sin despedirse de la compañía. --Hijos mios! Es preciso que averigüemos donde se halla; es preciso que lo encontremos! --dijo el judío sumamente turbado --Cárlos! no hagas otra cosa mas que ir en su busca hasta que nos traigas noticias suyas. Nancy, querida mia! De todos modos es necesario que yo le encuentre! Para ello cuento contigo querida; contigo y con al Camastron. --Esperad! esperad! --añadió abriendo los cajones de la cómoda con mano trémula --Tomad este dinero amigos! --Esto diciendo los empujó fuera del aposento y cerrando cuidadosamente la puerta con los cerrojos y la llave, sacó de su escondrijo la caja que á pesar suyo habia puesto á la vista de Oliverio y ocultó todos los relojes y joyas entre sus vestidos. CAPÍTULO XIV. DETALLES REFERENTES Á LA PERMANENCIA DE OLIVERIO EN CASA MR. BROWNLOW. --PREDICCION NOTABLE DE UN CIERTO MR. GRIMWIG CON MOTIVO DE UN MENSAGE CONFIADO AL NIÑO. OLIVERIO volvió pronto del desmayo que le habia causado la exclamacion brusca de Mr. Brownlow, y habiéndose evitado con cuidado todo lo perteneciente al retrato, como tambien lo que podia tener referencia á la historie ó al porvenir del niño la conversacion versó sobre cosas capaces de alegrarle sin excitar su sensibilidad. Estaba aun demasiado débil para poderse levantar á la hora del almuerzo; pero la mañana siguiente cuando bajó al aposento del ama de llaves su primer cuidado fué lanzar una mirada á la pared esperando volver á ver el rostro de la bella señora. --Ah! --esclamó el ama de llaves siguiendo con su vista la mirada de Oliverio. --Ya lo veis; se afufó. --Si lo veo señora! --respondió Oliverio suspirando --¿Porqué lo han quitado de allí? --Lo han bajado al salon hijo mio; porque Mr. Brownlow, dice que la vista de ese retrato os hace daño sin duda y esto podria retardar vuestro restablecimiento. --Oh! que no señora! Os aseguro que no me hacia ningun daño; tenia tanto placer en verle! --Está bien! está; bien! --dijo el ama con acento jovial --Restableceos lo mas pronto que podais y se le volverá á su sitio; yo os lo aseguro! Ahora hablemos de otra cosa. Esto es todo lo que Oliverio pudo saber por esta vez del cuadro misterioso y la anciana que se habia manifestado tan buena para él durante su enfermedad, procuró trasladar la atencion á otro objeto y de consiguiente le espetó algunas noticias respecto á su hija; una buena moza á fé mia casada con un bravo muchacho habitando ambos en provincia, cuales noticias aquel escuchaba con oido atento. Mr. Brownlow mandó comprarle un traje nuevo _y_ le dejó en libertad de disponer á su gusto de sus viejos harapos. El los dió á un criado que el mismo dia los vendió á un judío ropavejero. Una tarde despues de algunos dias despues de la aventura del retrato, estando Oliverio hablando con la señora Bedwin M. Brownlow envió recado, que si aquel se sentia bien tuviera la bondad de pasar á su gabinete para hablarle un instante. --Vírgen de Dios madre! --esclamó la Señora Bedwin --Lavaos pronto las manos y venid luego á que os arregle un poco el cabello! Dios mio! Dios mio! Si hubiese podido preveer eso, os hubiera puesto un cuello blanco haciéndoos un ramito de flores. Oliverio obedeciendo á la buena señora se lavó las manos y aunque esta se plañia mucho de no tener siquiera el tiempo de plegar la pequeña gorguera de su jóven protegido, tenia con todo tan buen aspecto que no pudo menos de decir mirándole de la cabeza á los piés que realmente no sabia si le hubiera sido posible operar en el mayor cambio en mejora aun que hubiese estado prevenida desde mucho tiempo antes. Oliverio animado por estas lisonjas de la buena señora, entró en el gabinete de Mr. Brownlow despues de haber llamado suavemente á la puerta. Este era una hermosa piezecita llena de libros y mirando á soberbios jardines. El anciano estaba sentado ante una mesa con un tomo en la mano. Al ver á Oliverio dejó el libro sobre la mesa y le dijo viniera á sentarse cerca de él. Mr. Brownlow tomando un tono mas dulce pero sin embargo mas serio dijo: --Amigo mio! En este momento necesito que pongais atencion á lo que voy á deciros. Os hablaré con el corazon abierto persuadido como estoy de que sois mas capaz de comprenderme que muchas personas de mas edad que vos. --Oh! no hableis de alejarme señor; os lo ruego! --esclamó el niño aterrorizado por el tono con que Mr. Brownlow pronunció este exordio. --No me expongais á divagar de nuevo por las calles! Guardadme aqui como criado! No me volvais al horrible sitio de que he venido! Caballero! Os suplico que tengais piedad de un pobre niño! --Querido Oliverio! --dijo el anciano afectado por el acento con que aquel hizo ese llamamiento súbito á la sensibilidad --No temais que os abandone mientras no me dais motivo para ello. --Jamás caballero! Jamás; os lo aseguro! --replicó Oliverio. --Tengo razones para creerlo --repuso á su vez el anciano --y asi lo espero. Es verdad que antes de ahora he sido engañado por personas á quienes queria hacer bien; pero á pesar de ello estoy dispuesto á dispensaros mi confianza y me intereso por vos mas de lo que yo mismo puedo darme razon. Los que han poseido mi efecto mas tierno, descansan en paz en la tumba y á pesar de que la alegria y la felicidad de mi vida las han seguido, no he hecho de mi corazon un ataud, ni lo he cerrado para siempre á las emociones mas dulces. Una afliccion profunda no ha hecho mas que volverlas mas fuertes y asi debe ser porque ella depura nuestro corazon! Vaya, vaya. --prosiguió con aire jovial. --Esto lo digo porque vos teneis un pecho jóven y subiendo que yo he tenido grandes tristezas evitareis con mas cuidado el renovarlas. Decís que sois huérfano sin un solo amigo en lo tierra; todas las pesquizas que he hecho sobre este punto confirman vuestras palabras; contadme vuestra historia. De donde venis? Quien os ha educado y donde habeis encontrado á los compañeros que he visto con vos. Decidme la verdad y si veo que no habeis cometido ningun crímen, mientras vivais no os faltará un amigo. Las sollozos privaron á Oliverio de la palabra por algunos momentos; pero al finita á contar como habia sido educado en la granja y de alli llevado por Mr. Bumble á la Casa de Caridad, cuando retumbaron dos aldabazos dados por una mano impaciente á la puerta de la calle y casi al mismo tiempo una criada vino á anunciar á Mr. Grimwig. --Sube? --preguntó Mr. Brownlow. --Si señor. --respondió aquella. --Ha preguntado si estabais en casa y como le he respondido que si, ha dicho que venia á tomar el thé con vos. Mr. Brownlow se sonrió y volviéndose á Oliverio --Mr. Grimwig --dijo --es un conocido antiguo. Es necesario no parar la atencion en sus maneras algo bruscas; fuera de esto es un sujeto honrado y yo le estimo sinceramente. --Mandais que me retire Señor? --preguntó Oliverio. --No. --contestó Mr. Brownlow --Prefiero que os quedeis. En este momento apareció un individuo gordo cojeando de una pierna y apoyándose en un enorme baston. Hablando tenia la costumbre de inclinar la cabeza de un lado y volverla en espiral como hace un papagayo. En esta postura pues y teniendo en la mano un pedazo de cascara de naranja que enseñaba con el brazo tendido, esclamó con voz ronca y triste: --Tened! veis esto? No es la cosa mas extraordinaria y sorprendente que no pueda entrar en ninguna casa sin encontrar en la escalera una cáscara de naranja! Ya una vez he sido estropeado por la cáscara de naranja y no dudo que la cáscara de naranja será mi muerte! Si; estoy cierto de ello: la cáscara de naranja me causará la muerte! Me _comeria la cabeza_ que la cáscara de naranja será mi muerte! Este era el ofrecimiento con que Mr. Grimwig apoyaba todos sus asertos. Lo mas extraordinario en este caso era que aun admitiendo (en favor del argumento) que les progresos científicos fuesen llevados hasta el punto de dar al hombre el poder de comerse su propia cabeza, por muy resuelto que estuviera á ello la del susodicho caballero era tan grande que por muy afanoso que estuviese de probar esa posibilidad física, jamás podria prometerse el logro de tan temerario empeño en una sola comida, aun haciendo abstraccion de una gruesa capa de polvo que la guarnecia. --_Me comeria mi cabeza_! --repitió Mr. Grimwig golpeando con su baston sobre el pavimento y al ver á