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TEATRO SELECTO
DE
CALDERON DE LA BARCA.
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BIBLIOTECA CLÁSICA.
Doce reales cada tomo en toda España.
OBRAS PUBLICADAS.
Tomos. | ||
HOMERO.—La Ilíada, traduccion directa del griego en verso y con notas de D. José Gomez Hermosilla. | 3 | |
CERVANTES.—Novelas ejemplares y viaje del Parnaso. | 2 | |
HERODOTO.—Los nueve libros de la historia, traduccion directa del griego, del padre Bartolomé Pou. | 2 | |
ALCALÁ GALIANO.—Recuerdos de un anciano. | 1 | |
VIRGILIO.— | La Æneida, traduccion directa del latin, en verso y con notas de D. Miguel Antonio Caro. | 2 |
— | Las églogas, traduccion en verso, de Hidalgo.—Las geórgicas, traduccion en verso, de Caro; ambas traducciones directas del latin, con un estudio del Sr. Menéndez Pelayo. | 1 |
MACAULAY. | ||
— | Estudios literarios. | 1 |
— | Estudios históricos. | 1 |
— | Estudios políticos. | 1 |
— | Estudios biográficos. | 1 |
— | Estudios críticos. | 1 |
Traduccion directa del inglés de M. Juderías Bender. | ||
QUINTANA.—Vidas de españoles célebres. | 2 | |
CICERÓN.—Tratados didácticos de la elocuencia, traduccion directa del latin de D. Marcelino Menéndez Pelayo. | 2 | |
SALUSTIO.—Conjuracion de Catilina.—Guerra de Jugurta, traduccion del infante D. Gabriel.—Fragmentos de la grande historia, traduccion del Sr. Menéndez Pelayo, ambas directas del latin. | 1 | |
TÁCITO.—Los anales, traduccion directa del latin de don Cárlos Coloma. | 2 | |
PLUTARCO.—Las vidas paralelas, traduccion directa del griego por D. Antonio Ranz Romanillos. | 5 | |
ARISTÓFANES.—Teatro completo, traduccion directa del griego por D. Federico Baráibar. | 2 | |
POETAS BUCÓLICOS GRIEGOS.—(Teócrito, Bion y Mosco). Traduccion directa del griego, en verso, por el Ilmo. Sr. D. Ignacio Montes de Oca, Obispo de Linares (Méjico). | 1 | |
MANZONI.—Los Novios, traduccion de D. Juan Nicasio Gallego. | 1 | |
ESQUILO.—Teatro completo, traduccion directa del griego, con notas, por D. Fernando Brieva Salvatierra. | 1 | |
QUEVEDO.—Obras satíricas y festivas. | 1 | |
DUQUE DE RIVAS.—Sublevacion de Napoles. | 1 |
MADRID.—IMP. CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAIZ, COLEGIATA, 6.
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BIBLIOTECA CLÁSICA
TOMO XXXVI
TEATRO SELECTO
DE
CALDERON DE LA BARCA
PRECEDIDO DE UN ESTUDIO CRÍTICO
DE
D. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
TOMO I
DRAMAS RELIGIOSOS Y FILOSÓFICOS
LA VIDA ES SUEÑO.
LA DEVOCION DE LA CRUZ.
EL MÁGICO PRODIGIOSO.
EL PRÍNCIPE CONSTANTE.
MADRID
LUIS NAVARRO, EDITOR
COLEGIATA, NÚM. 6
1881
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Justa y noble cosa es que los pueblos honren la memoria de sus grandes poetas; pero si he de decir lo que siento, ántes me parece funesto que útil el entusiasmo oficial y la devocion obligada, que produce los aniversarios y centenarios, con el obligado cortejo de músicas, carros triunfales, pompas y apariencias, versos y justas poéticas. Aun lo bueno sobre un mismo asunto empalaga, cuando es demasiado: ¿qué será cuando en la turbia corriente de tales solemnidades rueda tanto de mediano y áun de malo? La secta de los cervantistas acabaria, á no ser tan grande el personaje á quien injurian y apedrean, por hacer aborrecible hasta el nombre de Cervántes en la memoria de las gentes. ¿Quién sabe si conseguirán otro tanto los calderonianos, á fuerza de sacrificar en las aras de su autor favorito todas nuestras glorias dramáticas? No sé á punto fijo en qué consiste, pero hay en el fondo de toda alma verdaderamente artística algo que se rebela contra las admiraciones convencionales, de ritual ó[p. vi] de reata, un secreto espíritu de reaccion contra todo fetiquismo, y de protesta contra gárrulos encomios. De aquí que los espíritus delicados y que sienten y aman desinteresadamente la hermosura, se refugien en el culto íntimo y solitario de otros autores más modestos y olvidados, á quienes suele llamarse de segundo órden por lo mismo que andan ménos profanados en bocas de necios, y porque han logrado la muy apetecible fortuna de no llevar tras sí una turba ignara de admiradores y devotos.
Quizá parezcan demasiado amargas las palabras que llevo escritas, pero no cabe en mi ánimo el decirlas más halagüeñas, ni el esperar nunca gran cosa de estas apoteósis semi-paganas, que poco han de regocijar en la otra vida á tan cristiano poeta como Calderon. Como quiera, parece que el más digno tributo que en tal ocasion puede ofrecerse á su gloria terrena es una nueva edicion de sus obras. Y por desgracia, las ediciones no abundan, ni en todo rigor crítico las mismas que hay satisfacen. Expuestos estamos á que cualquier extranjero, atraido á Madrid por el ruido y baraunda que á propósito de Calderon estamos haciendo, recorra en vano nuestras librerías sin encontrar otra coleccion asequible de las obras de autor tan famoso (en cuyo honor quemamos fuegos de artificio y encendemos luces de Bengala) sino la que forma parte de la Biblioteca de Autores Españoles, de Rivadeneyra. Si desea otra de más cómoda lectura y letra ménos apretada, tendrá que acudir á Leipzig en busca de la de Keil. Si no quiere ó no puede, por falta de tiempo, enterarse de toda la inmensa balumba de comedias y autos del poeta, y prefiere una edicion de sus dramas selectos, se fatigará en vano, porque hoy es el dia en que, á pesar de tantas bocanadas de humo y tantos[p. vii] ditirambos en loor de nuestro gran poeta nacional, áun tiene casi intacta en sus almacenes la Real Academia Española la impresion de los dos primeros tomos de dramas escogidos de Calderon, que empezó á publicar en 1868, y que en vista de tal indiferencia del público, no ha pasado adelante. Bueno es ensalzar á Calderon y hacer versos y prosas en conmemoracion suya, y colgar de nuestros balcones retales de percalina, cual si se tratase de festejar la entrada de un héroe patriótico y libertador; pero áun fuera mejor leer y estudiar sus obras, y razonar un poco nuestras admiraciones à priori. Aunque nos duela decirlo, los mejores trabajos críticos acerca de Calderon, los de Schack, Rosenkranz y Schmidt, han salido de Alemania: el único texto críticamente impreso de una comedia suya le ha publicado un frances, así como ántes otros extranjeros vinieron á enseñarnos y á defender contra nuestros críticos que Calderon era un gran poeta, cuando aquí le teníamos por un bárbaro.
No todo se puede hacer en un dia, pero gran principio de remedio es conocer el daño. Y por eso entiendo que lo primero y más útil es popularizar la lectura de Calderon, para que el vulgo de las gentes, y áun el vulgo literario, no le juzgue de oidas y por adivinacion, sino atendiendo á lo que en sí mismo vale y significa. Por eso esta Biblioteca Clásica, ya que por su objeto y condiciones no puede honrarse con una edicion completa de D. Pedro Calderon de la Barca, publica hoy en cuatro volúmenes lo más selecto de su teatro, convenientemente ordenado y metodizado.
La ocasion parece oportuna para refrescar algunas ideas acerca del autor y de su mérito dramático.
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Calderon, de igual suerte que Lope, no obtuvo en su tiempo más que alabanzas, ni hay ejemplo de popularidad igual á la suya, como no sea la del Fénix de los ingenios. Y áun me atrevo á decir que fué más honda y sobre todo más duradera la de Calderon, como que á los erráticos vuelos y facilidad abandonada del padre de nuestro teatro sustituyó una concepcion dramática, si ménos ámplia y rica, más una y consistente, y asimismo más española, aunque más estrecha: tan española y tan del tiempo en que floreció, como que Calderon vino á ser el poeta nacional por excelencia: lauro honrosísimo, aunque se compre á costa de un poco de personalidad, y lauro tal que sólo suelen alcanzarle los autores de las primitivas epopeyas ó los ingenios afortunados que, como Dante, cogen una sociedad y una lengua en mantillas, y modelan á su gusto la literatura y la lengua. Pero el hacerse poeta popular cuando ya se ha fijado la lengua, y cuando la literatura de un pueblo ha llegado al punto culminante de su desarrollo, sólo suele alcanzarse por medio de la dramática; y como en el mundo andan siempre revueltos los bienes con los males, trae consigo (por lo general) á la vez que cierta abdicacion del sentir y del pensar propios, una triste sujecion á las formas convencionales y á los gustos del público, lo cual si hace al poeta personaje semi-sagrado entre los de su tiempo y raza, suele perjudicarle para lo futuro, sobre todo en el concepto de los extraños, y áun hacerle ininteligible, quitándole esa universalidad que da vida y juventud perenne á Shakespeare y á Cer[p. ix]vántes, por ejemplo. Algo de esta fatalidad pesa sobre Calderon, pero no del todo, puesto que de él se admiran por la crítica de todos los países las concepciones y los asuntos (indicio seguro de vigorosísimo entendimiento), aunque logre ménos aplauso la ejecucion, que así en los aciertos como en los lunares, es muy española y muy del siglo XVII, ya decadente.
Como quiera, repito que nuestro poeta fué gala, entusiasmo y regocijo de su siglo, no sólo durante su vida larga, quieta, serena y siempre honestamente ocupada, sino despues de su muerte, que produjo un verdadero duelo nacional, siquiera tomase éste formas más solemnes y graves que las que sirvieron para honrar la memoria de Lope. La escuela de éste áun habia experimentado lucha y contradicciones; pero en tiempo de Calderon la victoria del sistema dramático independiente, español y revolucionario podia juzgarse completa. Hasta los clásicos más recalcitrantes habian cedido, y con alto espíritu estético buscaban en la Poética del Stagirita defensa y justificacion para las audacias de nuestros dramáticos, y ensalzaban el teatro español en el concepto de arte naturalista, puesto que, entendido rectamente el principio de la imitacion ó mimesis, que sirve de fundamento á las enseñanzas de Aristóteles, claro es que implica no la mecánica imitacion de los modelos, sino la reproduccion de la naturaleza humana con toda la variedad y riqueza de contrastes y con la alternativa de lágrimas y de risas que ella en sí tiene, y que en la vida se muestra y desarrolla. De donde inferian que, siendo la comedia espejo de la vida humana, cumplian á maravilla con su objeto nuestros dramáticos, fieles pintores de la realidad histórica que sus ojos veian, y hábiles al par que valientes en la mezcla de los efectos cómicos y trági[p. x]cos. Tal es, en sustancia, la doctrina que en modo muy dialéctico y bien trabado expusieron el catedrático complutense Alonso Sanchez de la Ballesta, grande apologista de Lope de Vega contra las detracciones de Pedro de Torres Ramila, el licenciado Francisco de la Barreda en uno de los discursos que sirven de exornacion al Panegírico de Plinio (traido por él á nuestra lengua), y así otros muchos que fuera largo enumerar.
Sólo reparos morales pusieron algunos escrupulosos á las comedias de Calderon, como ántes á las de Lope y Tirso. Porque si es verdad que el autor de La vida es sueño y de El Príncipe constante, y de tantas otras joyas de la inspiracion cristiana, fué por lo general el más católico de todos los dramáticos del mundo, y aunque sea cierto de igual modo que áun en sus comedias de costumbres se abstuvo cuerdamente de las liviandades y desenfados que el fraile de la Merced habia consentido á su apicarada musa, tambien lo es que en esas mismas comedias y en sus dramas trágicos pagó largo tributo Calderon á las preocupaciones de su tiempo y de su sangre, y sobre todo á esa moral del honor, moral social y relativa, en muchas cosas opuesta á la moral cristiana y absoluta. De aquí no sólo tésis radicalmente inmorales como la de A secreto agravio secreta venganza, sino una lastimosa exageracion del espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra. Cierto que pueden traerse circunstancias atenuantes. Así, verbi gracia, el sangriento castigo del adulterio muestra por su misma dureza y ferocidad la rareza de las infracciones, el espíritu patriarcal que aún imperaba en la familia castellana, y el dominio de la ley ética en la mayor parte de los corazones.
Pero es lo cierto que el teatro de Calderon pro[p. xi]movió ya en sus dias los escrúpulos de algunos varones timoratos, y él mismo hubo de defenderse en un papel dirigido al Patriarca de las Indias, alegando el mandato del Rey, que le hacía escribir para sus fiestas. Despues de su muerte, la aprobacion dada á la Verdadera Quinta Parte de sus comedias por el trinitario fray Manuel de Guerra y Ribera, aficionadísimo, como otros frailes de su tiempo, á los espectáculos dramáticos, promovió contestaciones y clamores, que en vano quiso acallar el mismo aprobante con su Apelacion al tribunal de los doctos, ocasion de nueva pelamesa, en que al fin vino á quedar por los calderonianos la victoria.
Censuras literarias no se hicieron de Calderon hasta el siglo XVIII. Iniciólas Luzan en su célebre Poética (1737), tenida generalmente por código del gusto frances, aunque debe más á los italianos, cuyas interpretaciones sutiles y menudas de Aristóteles aceptó por completo. Luzan anduvo harto duro con el teatro español, no tanto, sin embargo, como sus discípulos. Por lo comun, acierta en la parte negativa, y no hay más remedio que darle la razon cuando censura, por ejemplo, los anacronismos y los errores geográficos de los dramas históricos, ó cuando tilda en las comedias de capa y espada el abuso de unos mismos é inverosímiles recursos, los escondidos y las tapadas, las casas con dos puertas, las riñas y cuchilladas, y aquello de no tener las voces humanas acento propio y distintivo; ó bien cuando reprueba en todo el teatro calderoniano el vicioso lujo y pompa desconcertada de diccion, el hacinamiento de incoherentes alegorías y metáforas, y la intemperancia lírica que á lo sumo, y en los momentos en que el mal gusto de la época no le vicia del todo, no pasa de elegantissima luxuries.[p. xii] De otros reparos de Luzan no se hable, y téngase por dicho que no dejó de sacar á plaza contra Calderon las famosas unidades de lugar y tiempo, de la primera de las cuales ni rastro hay en la Poética de Aristóteles (como quiera que la extrema sencillez del drama griego excluia casi las mutaciones escénicas, ó, mejor dicho, tenía una escena tan ideal como el drama mismo), refiriéndose sólo de pasada, y no como precepto sino como recuerdo histórico, á la segunda, cuando dice que «la tragedia suele encerrarse en un período de sol ó le traspasa poco.»
Los amigos y los discípulos de Luzan insistieron en la parte más endeble de su crítica, olvidando las amplísimas concesiones que una y otra vez hace al alto ingenio y soberana fantasía del poeta. Por el contrario, para Nasarre, Montiano y Velazquez, para el mismo Moratin el padre, ingenio español de tan buena ley, Calderon no fué más que el segundo corruptor del teatro, un salvaje delirante, digno sólo de ser aplaudido por un pueblo de bárbaros. Y no pararon aquí sus diatribas y desdenes, sino que hallando eco en las regiones oficiales, lograron en 1763 la prohibicion de los Autos sacramentales, como ultraje á la religion y al buen gusto. ¡Y esto lo decian los ministros de Cárlos III y los abates volterianos, saturados de las heces de la Enciclopedia! Ni es de admirar que para los sectarios de una poética semi-mecánica y de una filosofía rastreramente sensualista fuesen letra muerta, y áun pudiesen equipararse con el apocalíptico libro de los siete sellos, las extrañas composiciones lirico-dramáticas con que nuestros vates ensalzaron el adorable misterio de la Eucaristía.
La intolerancia doctrinal se extendió hasta á las[p. xiii] composiciones profanas, y, con asombro mezclado de risa, leemos hoy que el despotismo administrativo de aquellos leguleyos vedó severamente, á fines del siglo XVIII, la representacion de La vida es sueño (quizá por haber en ella una rebelion triunfadora), la del Príncipe Constante, apoteósis del mártir D. Fernando, y El Gran Príncipe de Fez, compuesta en glorificacion de la Compañía de Jesus, motivo bastante para que la mirasen de reojo los que inicuamente habian expulsado á los hijos de San Ignacio.
Ni áun los críticos de más larga vista entre los de siglo pasado, D. Pedro Estala, por ejemplo, que en los discursos preliminares á sus traducciones, harto olvidadas, del Edipo Tirano de Sófocles, y del Pluto de Aristófanes, tan perfectamente atinó con el verdadero carácter de la tragedia y de la comedia griegas, y declaró aquel teatro admirable pero no imitable, por corresponder á un estado social y á una concepcion religiosa tan diversos de los nuestros, no acertó á desprenderse de los resabios de preceptista en sus juicios acerca de nuestro teatro, ni á hacer más alto elogio de Calderon que el de estimarle como felicísimo constructor de intrigas dramáticas, hábil en la trama y en el enredo hasta el punto de empeñar poderosamente (aunque con interes algo pueril, semejante al que resulta de descifrar un enigma ó una charada) la atencion de los espectadores. Y con crítica todavía ménos elevada y frase que raya con lo ridículo, habló del travieso Calderon nuestro eximio latinista Sanchez Barbero. ¡Y áun creeria pecar de tolerante aplicando la categoría de travesura al sublime ingenio que acertó á vestir de forma dramática el problema de la razon y del libre albedrío, los triunfos de la fe y de la gracia, los furores y desatada tempestad de los celos!
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Pero miéntras esto pasaba en España, una reaccion profundísima, y guerra declarada contra el sistema dramático frances, se habia iniciado en Alemania con la Dramaturgia de Lessing, y la victoria iba quedando por los innovadores, de quienes vino á ser poderoso auxiliar aquel renacimiento de toda conciencia nacional que respondió, como protesta, á las conquistas napoleónicas. Comenzaron á ponerse en boga las literaturas indígenas, populares y espontáneas, y tanto más, cuanto más radicalmente se apartaban del arte convencional, académico y ceremonioso de los franceses. Tras de Lessing, con sus nuevas interpretaciones de la Poética de Aristóteles y sus ideas de tragedia realista y bourgeoise, vino Herder popularizando las canciones nacionales de muy diversos tiempos y países. Traspasó los límites de Inglaterra la devocion shakespiriana, y los dramas históricos del gran poeta inglés, sus crónicas en verso, con toda su animacion, movimiento y lujo de episodios, revivieron gloriosamente en el Goetz de Berlichingen, vigorosísima pintura rústica y familiar de los últimos dias de la Edad Media, y en el Campamento de Vallenstein de Schiller. Hizo Guillermo Schlegel el paralelo entre el Hipólito de Eurípides, y la Fedra de Racine, mostrando cuánto difiere la casta sencillez de la tragedia antigua (aunque se la considere en el último y más retórico de sus modelos, en el que más tributo pagó al sentimentalismo enervador y á los recursos patéticos) del arte peinado y relamido de los salones de Versalles.
Así nació el romanticismo aleman, cuyo poeta fué Tieck, y cuyos legisladores son los dos Schlegel, á quienes nos complacemos en citar, á pesar del amargo dejo que en los ánimos de nuestra generacion han dejado las humorísticas chanzas de Henrique[p. xv] Heine. Pero nunca las chanzas fueron argumentos, ni es el humorismo sistema crítico, sino estado subjetivo, fisiológico y á veces patológico, del espíritu que ve las cosas por un sólo aspecto, y hace víctima de sus caprichos de un dia al objeto del conocimiento. Y diga lo que quiera Heine (cegado además por su odio á todo género de restauracion católica), áun está por escribirse el libro que pueda sustituir, ni en la alteza de miras, ni en lo delicado del sentimiento estético, á las Lecciones de literatura dramática de Guillermo Schlegel. Miéntras otros le zahieren (sin perjuicio de saquearle), séanos lícito tenerle por una de las piedras angulares de la crítica moderna. Hoy son vulgaridades muchos de los principios que allí por primera vez se consignaron. ¿Qué triunfo más glorioso para un libro de crítica?
Todo el Curso de Schlegel está encaminado á la glorificacion de Calderon; aunque sólo en el último capítulo se trata de él ex-professo. Pero el autor no le olvida nunca, ni al hablar de la tragedia griega, ni al discurrir acerca de Shakespeare, ni al maltratar á Molière. Todas las formas dramáticas le parecen imperfectas y una como preparacion para aquella forma más alta, en que se resuelve de un modo firme y sereno el enigma de la vida humana. Al coronar con ella su edificio histórico, abandona Schlegel el tono de la crítica y prorrumpe en el más entusiasta ditirambo.
¿Era fundada del todo esta admiracion? En primer lugar, Guillermo Schlegel, y lo mismo su hermano Federico, que con ménos elocuencia desarrolló las mismas ideas en su Historia de la literatura antigua y moderna, desconocia casi en absoluto todo el teatro español anterior á Calderon y contemporáneo[p. xvi] de él. De aquí el mirarle como un solitario coloso, y atribuirle todas las perfecciones y excelencias de una escuela, y poner en su cabeza la gloria de toda una literatura. Además, lo que Schlegel admira, sobre todo, en Calderon es el vigor sintético del ingenio, la grandeza de las concepciones, el espiritualismo cristiano vivo y prepotente, lo recto y justiciero del sentido moral, cualidades que en mucha parte debió Calderon á haber nacido español y católico y en el siglo XVII. Pero ¿cómo se le habia de ocultar á Schlegel que, así el sereno idealismo de Sófocles como el ardiente naturalismo shakespiriano, puntos extremos, é igualmente admirables, del arte, vencen al drama calderoniano en lo perfecto de la ejecucion, en lo eterno y universal de las situaciones y de los caracteres, en la intensidad y en lo verdadero de los afectos; viniendo á ser nuestro teatro (y especialmente el de Calderon) dentro del drama romántico é independiente, algo parecido á lo que es dentro del teatro clásico la tragedia francesa, mutatis mutandis et servatis servandis, es decir, con la ventaja en el nuestro del poderoso aliento nacional que le informa y da vida, haciendo olvidar, cuando se le mira de léjos, faltas y aberraciones de gusto, ligerezas de ejecucion, y aquella poética menuda y caprichosa, que todo lo reglamentaba no ménos arbitrariamente que la de las tres unidades?
Ni fué sólo de los románticos el entusiasmo por Calderon. Sintióle el mismo Goethe, que llegó á ensalzar no sólo las bellezas sino los desaciertos del gran poeta, y tuvo palabras de encomio hasta para la Hija del aire, verdadero monstruo dramático, en que nada hay bueno sino el carácter ideal y fantástico de la protagonista, cuyo carácter se quedó en[p. xvii] gérmen como otros muchos de Calderon. Ni hemos de olvidar tampoco que uno de los más grandes poetas ingleses, émulo de Byron, corifeo de la escuela satánica, cantor de la victoria de Demogorgon contra Júpiter, tradujo en hermosos versos ingleses (¡rara eleccion de original para un poeta ateo!) las mejores escenas de El Mágico prodigioso.
En Alemania se multiplicaron las versiones, dando el ejemplo con las suyas, ménos literales que poéticas, Guillermo Schlegel. Hasta en la cristiandad protestante logró fervorosos admiradores el más católico é inquisitorial de los poetas. La devocion de la Cruz, que extasiaba á Hoffman, llegó á hacerse drama popular entre los devotos. Y al mismo tiempo, los sectarios de escuelas filosóficas no poco reñidas con la ortodoxia, verbi gracia, los hegelianos, diéronse á estudiar profundamente á Calderon á título de poeta simbólico, que en sus obras habia encarnado y manifestado peregrinas y encumbradas ideas. A esta escuela crítica, que tanto exageró el predominio de la idea sobre la forma, corresponde el estudio de Cárlos Rosenkranz acerca de El Mágico prodigioso, monografía hoy mismo estimable, aunque el autor extrema las semejanzas entre la obra que analiza y el primer Fausto de Goethe.
De Alemania han salido tambien los dos mejores trabajos históricos acerca de Calderon: el de Schack en su Historia del teatro español, y sobre todo el de Federico Guillermo v. Schmidt, publicado en 1857 (en Elberfield) por su hijo Leopoldo. En esta obra se examinan una por una, y con muy loable escrupulosidad, todas las comedias de Calderon y algunos de sus autos.
En España ni siquiera se ha traducido este libro, cuanto más hacer otro mejor. Pero aunque tarde,[p. xviii] hemos caido en la cuenta de que Calderon era un gran poeta, cuando ya toda Europa le tenía por tal.
Con todo eso, y á despecho de los menosprecios de la crítica, habian conservado intacta su reputacion, y eran representados, con universal aplauso de nuestros padres, dramas de Calderon tan románticos como El Tetrarca de Jerusalem. Los mismos críticos de la escuela dominante acabaron por dar cuartel á las comedias de capa y espada, y de ellas se insertó razonable número (acompañadas de discretas observaciones) en la Coleccion general de comedias escogidas, impresa en Madrid por los años de 1827, y en que entendieron, con criterio bastante moderado y ecléctico, Gorostiza, García Suelto y algunos más.
Por otra parte, la revolucion romántica que iniciaron Böhl de Faber en Cádiz, y Aribau y Lopez Soler en Barcelona, y á la cual con más timidez ayudó D. Alberto Lista (en sus Lecciones de literatura dramática pronunciadas en el Ateneo de Madrid, y luégo en los artículos sueltos coleccionados hoy con el título de Ensayos literarios) contribuyó á restaurar en España los altares de Calderon, y á popularizar, aunque de un modo poco científico, algunos de los resultados de la crítica de los Schlegel. Desde entónces sonó el nombre de Calderon, como nombre de batalla, entre los románticos, y algunos le imitaron, no infelizmente, en el teatro; pero á esto y á panegíricos vagos se redujo todo el incienso que España quemó en sus aras. Gracias á la diligencia del Sr. Hartzenbusch, poseemos, coleccionado en cuatro volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles, el teatro de Calderon, si bien este texto no ha de darse por definitivo ni está exento de reparos. Quizá el Sr. Hartzenbusch no acertó siempre en dejarse guiar por el texto de Vera Tássis, reproducido por[p. xix] Apontes y por Keil, sobre todo cuando existian manuscritos ó ediciones hechas en vida del poeta, que nos pueden dar, si no la letra primitiva del drama, á lo ménos una leccion no tan alterada por ignorantes histriones y famélicos impresores. El prólogo que el Sr. Hartzenbusch puso á su edicion es elegante é ingenioso, pero algo tímido en las conclusiones. En las notas hay cosas útiles, sobre todo para la cuestion cronológica: el resto está tomado de otros comentadores.
De los Autos sacramentales disertó admirablemente D. Eduardo Gonzalez Pedroso, nombre de dulce recuerdo entre los católicos españoles; y más adelante dijo algo el Sr. Canalejas, aunque con ciertos resabios panteísticos, que hubieran escandalizado no poco al reverendo y cristiano poeta, si por dicha hubiese acertado á levantar la cabeza.
Trató de las tres ideas fundamentales del teatro calderoniano el Sr. D. Adelardo Lopez de Ayala en su discurso de recepcion en la Academia Española, y lo hizo por modo fácil y brillante, pero sin descender á pormenores. Tampoco puede sacarse mucho jugo de las ilustraciones del Sr. Escosura á la edicion académica de Calderon, y no porque les falte lucidez y órden, sino porque el editor apénas puso nada de su cosecha, limitándose á reproducir las ideas que en el vulgo literario corren acerca de Calderon.
Tratemos nosotros de aprovechar brevísimamente los resultados de toda esta labor crítica.
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Poco sabemos de la vida de Calderon: achaque comun en las biografías de nuestros mayores ingenios, máxime de los dramáticos. Si exceptuamos á Lope, con cuyas obras impresas y manuscritas (que así y todo no son más que una tercera parte escasa de las que brotaron de su fecundísima pluma) puede tejerse una cumplida cronología literaria, y que además nos dejó en larga serie de epístolas al Duque de Sessa raras y lastimosas confidencias acerca de su vida familiar, ¿qué es lo que podemos afirmar de cierto y averiguado respecto de Tirso, Moreto y Rojas? ¿De la vida ante-claustral del primero y áun de su vida monástica, de su carácter é inclinaciones, qué sabemos, como no sea por induccion y conjetura? ¿Qué ha hecho la crítica acerca de Moreto sino desbrozar de malezas el campo, y condenar á perpétuo olvido las invenciones de poetas y novelistas, ó de biógrafos más inventivos y fantásticos que los noveladores? De Rojas ni áun sabríamos á ciencia cierta la patria, si no hubiesen parecido sus informaciones para el hábito de Santiago. Y la misma biografía de Alarcon, maravilloso libro de D. Luis Fernandez-Guerra, es ántes que todo un tour de force, un libro de reconstruccion histórica, en que á los hechos documentalmente comprobados, que son pocos, se mezclan y entretejen, con habilidad inaudita, las probabilidades, inducciones y conjeturas basadas en el estudio profundo de la época.
Ni sobre Calderon nos dan mucha luz las escasas biografías de él que corren impresas, pues casi todas adolecen del gusto gárrulo y pedantesco de fines[p. xxi] del siglo XVII, y ahogan pocas noticias en un mar de palabras: así la Fama Póstuma de Vera Tássis, como el Obelisco fúnebre de D. Gaspar Agustin de Lara, en que apénas acierta uno á decidir cuál es peor, los versos ó la prosa. Algun dato acerca de su familia puede rastrearse en la Genealogía de la casa de Calderon, que ordenó el P. Gándara, ó en los Hijos de Madrid de Álvarez Baena; pero lo personal del poeta se reduce á bien poco. Ni han remediado esta penuria los modernos, más atentos á las obras de Calderon que al personaje mismo.
Y si algo han querido añadir, ántes es daño que provecho, y más bien extravío de la crítica que nueva luz: de tal modo se han confundido y trastrocado las especies. Así el Sr. Hartzenbusch (quem honoris causa nomino), dejándose guiar por la opinion de D. Jorge Díez, director de cierto colegio de Sevilla, imprimió como de Calderon un romance, en que éste declara á una dama su calidad y condiciones y le refiere su vida, en términos demasiadamente alegres y más de pícaro que de caballero. Hanse sacado de aquí torcidas inducciones sobre el carácter de nuestro dramaturgo; y sin embargo, ese romance no es de Calderon, sino de un maleante ingenio sevillano á quien decian D. Cárlos Cepeda y Guzman, el cual en un códice de sus obras (que examinó y extractó Gallardo) le dejó escrito de su mano.
Yéndonos á lo cierto y positivo, comencemos por afirmar que Calderon era oriundo del nobilísimo y antiguo solar de la Barca, en las Astúrias de Santillana, hoy Montaña de Santander, siéndole comun esta oriundez montañesa con otros ingenios de los que más ilustran nuestro Parnaso, vg., el Marqués de Santillana, Lope de Vega y Quevedo. Y tambien[p. xxii] fué desgracia para nosotros (aunque tantas veces se ha repetido, que parece indicar especial y oculta disposicion de la Providencia el que salgan de nuestra tierra, no los vencedores de reyes moros sino los padres y engendradores de tales victoriosos héroes) el que D. Pedro Calderon de la Barca Henao de la Barreda y Riaño, apellidos todos de alcurnia cántabra, no viera la luz en nuestros montes ni en nuestras marinas, sino en la villa de Madrid el 17 de Enero de 1600. Y como si Dios le hubiera destinado á ser por excelencia el poeta del siglo XVII, le vivió casi entero hasta 1680, y en su vida, que nada tuvo de excepcional ni de novelesco, se atemperó naturalmente y sin violencia á cuanto aquella época exigia de un caballero cristiano y español, logrando así vivir en paz con su siglo y con su raza. ¡Mérito singular y para admirado cuando recae en un ingenio de tal temple!
Fué Calderon discípulo de los jesuitas en el colegio Imperial, y siempre les profesó amor entrañable, como lo demuestra la comedia de El Gran Príncipe de Fez, Don Baltasar de Loyola. Pero que en sus estudios no pasó de la gramática (entendida esta palabra en su más ámplio sentido) ó de las humanidades (como se decia entónces con vocablo más general), parece asimismo indudable. Nadie ha probado hasta ahora (ya que no son prueba leves presunciones) que Calderon cursara en tiempo alguno las aulas salmantinas, estudiando en ellas derecho civil y canónico, por más que lo digan sus biógrafos. Y en cuanto á su teología tan ponderada de los Autos sacramentales, tampoco excede el nivel comun de la cultura de los españoles de aquella edad, y áun puede calificarse de teología para uso de las gentes de mundo, inferior de seguro á los conoci[p. xxiii]mientos que lograba el ménos aventajado de los discípulos de Bañez, de Domingo de Soto, de Molina ó de Suarez.
Desde 1619 á 1625 Calderon parece haber residido en Madrid, como caballero de capa y espada, sin empleo ni profesion especial. Comenzaba á escribir comedias, aunque de seguro exagera Vera Tássis cuando afirma que ya entónces tenía ilustrados los teatros de España. No sólo Lope sino Montalban y otros de segundo órden alcanzaban en aquellos dias más alta fama que Calderon, por más que el ingenio lozano y juvenil de éste gallardease con honra en certámenes y justas poéticas, vg. en las celebradas con motivo de la beatificacion y canonizacion de San Isidro, mereciendo elogios de Lope en el Laurel de Apolo, y de Montalban en el Para-Todos.
Pasaba Calderon por bravo y pendenciero, y de algun lance suyo de 1629 tenemos noticia. Consta que entónces persiguió, espada en mano, á un famoso comediante, que decian Pedro de Villegas, el cual alevosamente habia herido á un hermano del poeta. Y fué tan grande la porfía de los deudos de uno y otro, que el Villegas hubo de buscar refugio en la iglesia de las Trinitarias, dando ocasion á que la justicia, que le perseguia, violase la clausura con no pequeño escándalo. Y no paró aquí el ruido, sino que habiendo aludido al lance el predicador Fr. Hortensio Paravicino (célebre entre los corruptores del buen gusto en el siglo XVII), vengóse Calderon en el Príncipe Constante, llamando sermones de Berbería á los suyos, de lo cual resultaron quejas y reclamaciones del fraile, y áun prision para el poeta.
Todo esto lo pusieron en claro Hartzenbusch en una Memoria de la Biblioteca Nacional, y Molins en[p. xxiv] su libro de La sepultura de Cervántes, y todo ello parece que invalida la relacion de Vera Tássis, á tenor de la cual Calderon en 1625 fué á militar en el Estado de Milan, y allí y en Flándes permaneció hasta 1635. Pero si hay error en las fechas y hemos de rebajar algo del tiempo que se asigna á las campañas de Calderon, que fué soldado no tiene duda, y que en los campamentos adquirió aquel conocimiento de la vida y tipos militares que le ayudó á crear las enérgicas figuras de D. Lope de Figueroa, del Sargento, de Rebolledo y de la Chispa.
Valiéronle sus servicios bélicos el hábito de Santiago, y del valor que ardia en su pecho no puede dudarse, ya que le vemos en 1640, en el punto culminante de sus triunfos dramáticos, apresurar la conclusion de su comedia Certámen de amor y celos, (que habia de representarse en una funcion real) para poder seguir á las Órdenes Militares en la campaña de Cataluña: lo cual le valió treinta escudos de sueldo al mes, con cargo al capítulo de artillería. Y áun le vemos enviado por el Marqués de la Hinojosa, desde Tarragona á Madrid, con cierta comision, nada literaria, relativa al cange de prisioneros.
Pero todo esto no es más que un episodio en la biografía de Calderon, por más que contribuyera á darle la saludable educacion de la vida activa. Las aficiones artísticas se sobrepusieron en él á todo otro impulso, y fué poeta áulico y cortesano por espacio de más de cuarenta años. Así las fiestas reales del Buen Retiro, como las representaciones eucarísticas que con inusitado esplendor celebraba la villa de Madrid, dieron norte y empleo á su portentoso númen.
En 1651 se ordenó de sacerdote, y sin duda con[p. xxv] vocacion sana y entera (digna corona de tan honrada vida), pues así como de Lope sabemos despues livianas aventuras, en el nombre de Calderon jamás acertó á poner mancha el odio de sus más encarnizados enemigos.
Calderon sacerdote tuvo ciertos escrúpulos de seguir dando culto á las musas dramáticas, y no escribió más que para los teatros públicos; pero halló él, ó escogitaron sus admiradores, una ingeniosa capitulacion de conciencia: el mandato real, que le obligaba á escribir para sus fiestas y solemnidades palacianas. Así honestó (son sus palabras) los decoros de su nuevo estado, aunque ciertos devotos le murmurasen, y esta murmuracion le perjudicara para nuevos adelantos en su carrera eclesiástica. «Si esto es bueno (decia Calderon), no me obste; y si es malo no se me mande.»
Con todo eso, Calderon llegó á ser capellan de honor de Palacio y capellan de los Reyes Nuevos de Toledo, sin otras mercedes de menor cuantía. Y tranquilo y respetado por todos, se durmió tranquilamente en el Señor el 25 de Mayo de 1681, dejando por heredera á la venerable Congregacion de Presbíteros naturales de Madrid, que en la iglesia de Salvador instituyó aniversario perpétuo por su alma.
Fué Calderon fecundísimo escritor, como casi todos nuestros ingenios del siglo XVII. Además de sus ciento veinte comedias (punto más ó punto ménos) y de sus ochenta Autos sacramentales (tambien en número redondo) y de sus entremeses y piezas cortas (que no es fácil reducir á número, porque de la mayor parte ni áun quedan los títulos), compuso un tratado en defensa de la nobleza de la Pintura, otro en defensa de la comedia, un poema sobre el Diluvio universal, un Discurso de los cuatro Novísimos (todo[p. xxvi] ello perdido) y algunas poesías líricas, de las cuales la más notable es un romance impreso en los Avisos para la muerte, no siendo tampoco indigno de memoria el Discurso poético sobre la inscripcion Psalle et sile del coro de la catedral de Toledo. Tambien es de Calderon, aunque estampada á nombre de D. Lorenzo Ramirez de Prado, la relacion de la entrada de la Reina Doña Mariana de Austria en Madrid, el año 1649.
Para la posteridad, Calderon sólo vive como dramático. Su misma genialidad lírica, que era poderosa, se derramó casi exclusivamente en sus obras teatrales. Por desgracia, nunca formó coleccion de ellas, y aunque la mayor parte han llegado á nosotros, mucho es de lamentar el verlas tan desfiguradas. Y gracias que sabemos con certeza, por declaracion del mismo poeta en carta al Duque de Veragua, las que realmente son suyas y las que malamente se le atribuyeron. Los títulos de las que él dió por legítimas pueden verse á continuacion de esta advertencia, donde asimismo cuidaremos de advertir las que faltan en la coleccion de Vera Tássis, las que éste añadió y las que figuran sólo en la edicion del Sr. Hartzenbusch. Como muestra de la poca confianza que todos los textos hoy conocidos infunden, baste decir que Calderon no revisó (segun parece) ninguno de ellos, ni siquiera los de algun tomo de Comedias escogidas de varios autores de que fué aprobante, y que su hermano D. José y su amigo Vera Tássis cuidaron de lo restante, siguiéndoles ciegamente Apontes y Keil. Los Autos se imprimieron con más esmero, porque poseia los originales la villa de Madrid, y hay de ellos dos tolerables y no raras ediciones de 1717 y de 1759.
Tan escasos datos, que además hemos compen[p. xxvii]diado en todo lo posible, bastan á dar idea de la fisonomía moral del poeta, mostrándole español á toda ley, cristiano fervoroso hasta parar en el sacerdocio, caballero por sangre y por educacion, bizarro soldado en sus floridos abriles, algo estudiante, y por cifra de todo, poeta palaciano y poeta popular á la vez, favorito de los reyes y de la muchedumbre: amalgama imposible de lograr en otro estado social que no hubiera sido el de España en el siglo XVII.
En aquella sociedad, heredera fiel de las tradiciones y de los impulsos del siglo anterior, sobre el principio monárquico, sobre el principio aristocrático, sobre toda consideracion terrena y toda grandeza de este mundo, se alzaba puro é inmaculado el principio religioso, libre de toda mezcla de herejías y novedades. Él sólo servia de lazo entre gentes divididas en todo lo demas, por raza, lengua, fueros y costumbres. A todos los unia y congregaba aquel ardiente catolicismo español que, al espirar la Edad Media, aún tenía el brazo teñido en sangre mora y acababa de expulsar á los judíos. Y cuando llegó la pseudo-reforma, terrible protesta del espíritu germánico contra la Unidad latina, España se convirtió en adalid de la Europa meridional, y luchó, no por sus intereses temporales, sino en contra de ellos, en Flándes, en Alemania y en los mares de Inglaterra, cuándo con próspera, cuándo con adversa fortuna, pero haciendo retroceder siempre la oleada septentrional dentro de los diques que desde entónces no ha traspasado, y salvando las dos penínsulas hespéricas, y á Francia misma, del contagio luterano. Verdad es que quedamos pobres, desangrados y casi inermes; pero sólo un criterio bajamente utilitario puede juzgar por el éxito las grandes hazañas históricas, y la verdad es que no hay ejemplo de mayor[p. xxviii] abnegacion ni de más heroico sacrificio por una idea, que el que entónces hicieron nuestros padres. Ríanse en buen hora los políticos y economistas; pero entre las grandezas marítimas de Inglaterra bajo el cetro de la Reina Vírgen, y el lento martirio y empobrecimiento de nuestra raza, que tan desinteresadamente fué brazo de la Iglesia durante dos siglos, toda alma que sienta el entusiasmo de lo bello y de lo noble no dudará en conceder la palma á los nuestros. Verdad es que en todos aquellos épicos y caballerescos alardes se mezcló algo de orgullo nacional, ciego y exclusivo; pero áun éste nacia de noble orígen, puesto que no nos creíamos raza predestinada á mandar ni teníamos á los demas por siervos nacidos á obedecer, sino que todo lo referíamos á Dios como á su orígen y principio, reduciéndose toda nuestra jactancia nacional á pensar que Dios, en recompensa de nuestra fe, nos habia elegido, como en otro tiempo al pueblo de Israel, para ser su espada en las batallas y el instrumento de su justicia y de su venganza contra apóstatas y sacrílegos, por donde cada uno de nuestros soldados, en el hecho de ser católico y español, venía á creerse un Júdas Macabeo. Este sentimiento anima algunas de las más bellas inspiraciones líricas del buen siglo, desde aquel valentísimo soneto de Hernando de Acuña:
Ya se acerca, Señor, ó ya es llegada
La edad dichosa en que promete el cielo
Una grey y un pastor sólo en el suelo,
Por suerte á nuestros tiempos reservada:
Ya tan alto principio en tal jornada
Nos muestra el fin de vuestro santo celo,
Y anuncia al mundo para más consuelo
Un monarca, un imperio y una espada...
[p. xxix]hasta las hermosas octavas del capitan Francisco de Aldana:
¡Diestra, diestra de Dios! ¡ay, cómo aguardas,
Multiplicando en ira lo que tardas!
Y el sentimiento católico es el alma de toda nuestra cultura y de nuestras grandezas en aquel período, y no sólo daba aliento á los héroes que sucumbian en las marismas de Holanda, ó que daban caza á los piratas ingleses, sino á aquellos otros conquistadores que en América y en Asia y en Oceanía domeñaban razas incógnitas y bárbaras, y á los frailes que entre ellas difundian la luz de la fe y la ciencia de nuestras escuelas, y á los teólogos que en Trento eran valladar fortísimo contra las pretensiones de los reformistas, y á los que en Inglaterra restauraban el culto católico y reformaban las Universidades bajo los auspicios de la buena reina María, y á los que dentro de nuestra casa escogitaban (en oposicion al impío predestinacionismo calvinista) el sistema teológico más favorable á la libertad humana entre cuantos se han imaginado para explicar las relaciones entre la gracia y el humano albedrío; y á los que creaban y organizaban sobre la amplísima base del orígen divino del poder el derecho natural y de gentes, matando el cesarismo pagano de los leguleyos; y á los místicos y ascéticos que con toda la opulencia de la lengua castellana penetraban en los arcanos de la ontología y de la psicología, y de otra ciencia más alta y soberana que se ha atrevido á explicar en lengua terrena cómo el hombre llega casi á ser Dios por participacion; y á los reformadores de las órdenes religiosas, y á los fundadores de otras nuevas, y á los inquisidores que con serenidad de conciencia fulminaban sentencia contra los heresiarcas, y al pueblo que acudia gustoso y[p. xxx] en tropel á los autos de fe, sin que la más leve sombra de duda enturbiase aquellas conciencias, y á los poetas que en romanceros y cancioneros sagrados daban voz y cuerpo y formas, graciosísimas y variadas, á la devocion popular, y que en los Autos sacramentales llegaban, por caso único en todas las literaturas del mundo, á crear un drama exclusivamente teológico, nuevo y peregrino testimonio de ardiente devocion al adorable misterio de la presencia sacramental, bárbaramente negado por Carlostadio y demas herejes del Norte.
Quien entienda de otro modo la historia española del siglo XVI y quiera explicarla por mezquinos intereses humanos, perderá lastimosamente su tiempo. Era España un pueblo, no ya de católicos, sino de teólogos, y esto es la sola clave para penetrar en el embrollado laberinto de aquellos gloriosos anales y trabar racionalmente los hechos.
Al lado de eso ¿qué importa lo demas? España era pueblo muy monárquico, pero no por amor al principio mismo ni á la institucion real, no con aquel irreflexivo entusiasmo y devocion servil con que festejaron los franceses el endiosamiento semiasiático de la monarquía de Luis XIV, sino en cuanto el Rey era el primer caudillo y el primer soldado de la plebe católica como Cárlos V, ó el prudente consejero del partido ortodoxo en Europa como Felipe II, para quien no imaginaban sus panegiristas mayor gloria que la de ser en los concilios presidente, cuando rotos los lazos de esta vida mortal, llegara él á ser venerado en los altares. Más adelante, y con la decadencia de España, este amor que inspiraron los grandes monarcas del siglo XVI, llegó á trocarse (al mismo tiempo que la heredada grandeza venía á ménos en sus débiles sucesores) en[p. xxxi] algo más ideal, fantástico é hiperbólico, como es de ver en nuestros dramáticos, sobre todo en Rojas.
Pero del Rey abajo, ninguno. En aquella sociedad apénas habia clases, y más que monarquía debia llamarse democracia frailuna. A ello contribuian la sencillez cenobítica y austera de que los mismos reyes, sobre todo Felipe II, dieron larga muestra; el modo de vivir áspero y duro: la general pobreza; la anulacion absoluta de la aristocracia desde que el cardenal Tavera la arrojó de las córtes de Toledo; el predominio de la Iglesia, que abriendo sus puertas á todo el mundo, lo igualaba todo; y aquella profusion de conventos y universidades, de donde los más humildes y plebeyos llegaban, en fuerza de sus letras y de su teología y cánones, á las mitras y á las togas, y al confesonario y á los consejos del Rey. Por otra parte, expulsados los judíos y los moros, y triunfantes los anticristianos estatutos de limpieza, todo cristiano viejo se creia, por serlo, igual al más encopetado magnate. La hidalguía era patrimonio comun, y provincias enteras del Norte de España se jactaban de poseerla. En la Edad Media se ganaba á lanzadas contra los moros. En el siglo XVI fué uso conquistarla lidiando contra turcos y luteranos, ó conquistando fabulosos imperios y descubriendo y cristianizando regiones incógnitas en América.
Siempre andan en el mundo revueltos los bienes con los males, y así este mismo espíritu aventurero y heroico y esta misma igualdad, cristiana en su raíz y fundamento, nos hizo mirar con menosprecio, y á veces con odio, las artes mecánicas y la industria y el comercio, dejó abandonados y silenciosos nuestros talleres y nuestras lonjas, y nos hizo súbditos de mercaderes extraños, á quienes fué á enriquecer, sin provecho nuestro, el oro de las vírgenes[p. xxxii] entrañas del Nuevo-Mundo. Toda riqueza fué aquí pasajera y advenediza: faltó clase media, y aquel vivir al acaso y fiarlo todo de la fortuna, puso en más de una ocasion al caballero á dos dedos del pícaro, aventurero tambien y conquistador á su modo.
Pero con todos sus lunares (¿y qué época no los ha tenido?), ¿quién dudará de las grandezas de aquella civilizacion? Hasta el nivel intelectual estaba muy alto, si no por lo que toca á la exacta comprension de las leyes de la naturaleza y á las ciencias basadas en el cálculo y en la experimentacion, por lo ménos en la teología dogmática y en la filosofía, que no eran patrimonio exclusivo de gente curtida en las aulas, sino alimento cotidiano del vulgo, espectador de los Autos Sacramentales, que nutria su entendimiento y apacentaba su fantasía con aquel sublime y complicado simbolismo, con aquella cristiana armonía, con las continuas reminiscencias de sucesos y personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la historia eclesiástica y profana, de la mitología y de los clásicos, con extrañas sutilezas, distinciones y silogismos, y con públicas discusiones acerca de la gracia y el libre albedrío, la predestinacion y el valor de las obras.
El arte que á tales impulsos respondia era el arte popular por excelencia, el arte dramático, antiquísimo y glorioso en España. Vémosle nacer á la sombra del templo ó en el templo mismo, y su primer vagido es una representacion devota, el Misterio de los Reyes Magos, descubierto en un códice de la Biblioteca Toledana. En toda la Edad Media continúa en auge el teatro litúrgico, y aunque escaseen los monumentos escritos, acreditan la existencia de tales representaciones los registros de los cabildos[p. xxxiii] y los libros de cuentas de las catedrales, juntamente con las leyes que, al discernir las representaciones que los clérigos pueden hacer y aquellas otras de que deben abstenerse, acreditan que al lado del drama religioso comenzaba á surgir otro profano y satírico, los juegos de escarnio, de que ya se habian valido en mengua y depresion del estado eclesiástico, y como fácil vehículo para la propaganda de sus heréticas doctrinas, los Albigenses de Leon: de lo cual bien amargamente se queja el Tudense. Con los albores del Renacimiento asoma la imitacion de las formas y de los asuntos clásicos, primero en Cataluña, luégo en Castilla. Ciérrase la Edad Media con un monumento singular y admirable, en que la verdad humana, así en lo trágico y apasionado como en lo cómico y groseramente realista, se ostenta con tal vigor y crudeza y con tal variedad de tonos y con tan estupendo poder característico, que en vano fuera buscar otro mayor ejemplo ántes de Shakespeare. Pero la incomparable Celestina, espejo de lengua castellana, no influyó, en parte por su perfeccion misma, en parte por sus condiciones de obra irrepresentable, tan directamente como hubiera podido creerse, en los progresos del teatro; dado que no bastan maravillas aisladas para invertir el órden natural y graduado desarrollo de una literatura. Así es que nuestra dramática, áun despues de aquel gigantesco esfuerzo, continuó balbuciendo pastoriles coloquios en las Églogas de Juan del Encina, y sólo por intervalos alcanzó en Lúcas Fernandez (insigne en la pintura de costumbres villanescas ó en donaires de ermitaños y santeros) la enérgica inspiracion y el delicado sentimiento que abrillantan algunas escenas del Auto de la Pasion. Más variedad y riqueza hay en Gil Vicente, que alguna vez, en sus[p. xxxiv] obras portuguesas, v. gr., en la Farsa de Inés Pereira, presentó verdaderos esbozos de comedia de carácter, y que ensayó además el drama novelesco con asuntos tomados de los libros de caballerías. Dieron alimento y estímulo los dramáticos italianos al extremeño Torres Naharro, verdadero padre de la comedia de capa y espada en la Himenea y en la Serafina, facilísimo dialoguista en la Tinelaria y en la Soldadesca, que sin argumento propiamente dicho, y siendo rosarios de escenas sueltas, empeñan sabrosamente la atencion: tal es el desenfado, movimiento y sal mordicante de algunos pedazos. Siguen con ménos talento las huellas de Torres Naharro, Jaime de Huete y otros muchos, á la vez que se multiplican las imitaciones de la Celestina, todas inferiores á su modelo. El teatro religioso se seculariza hasta cierto punto, y sale del templo á la plaza: sus creaciones eclipsan á las del naciente teatro profano: nada más delicado que la Representacion del encuentro de Jesus con los discípulos que iban al castillo de Emaus, compuesta por Pedro Altamirando: nada más delicado que el Auto de las Donas, el de la Oveja perdida y el de los Desposorios de Cristo. Ni valen ménos las representaciones de Sebastian de Horozco, y la Obra del Pecador de Bartolomé Aparicio. En aquella mezcla y confusion de elementos, que luégo habian de armonizarse en el genuino teatro español, unos se inclinan á la imitacion de la tragedia clásica, otros refunden comedias italianas, aderezándolas con pasos é intermedios jocosos de propia invencion y de costumbres nacionales, en cuyos arreglos fueron insignes Lope de Rueda y Juan de Timoneda: otros, los ménos, buscan con poderoso instinto naturalista una forma de tragedia moderna, áun tratando asuntos de la historia ó de la Biblia.[p. xxxv] Así llegó Micael de Carvajal, en algunos pedazos de la Tragedia Josephina, á la expresion verdadera y sencilla de los afectos, sin menoscabo de la elevacion poética. Todo se habia ensayado en esta primera época de nuestro teatro, si hemos de creer al Sr. Cañete, que la ha investigado y que la conoce como nadie. «Desde la tragedia al entremes, pasando por los diferentes matices de la comedia, moral, política, urbana; desde la ideal personificacion de vicios y virtudes hasta el retrato de figuras tocadas del más grosero realismo.» Como embrion informe del drama de Lope pueden considerarse los abigarrados é incoherentes ensayos de Juan de la Cueva y de Cristóbal de Virués, donde se mezclan en modo confuso resabios clásicos (como los que inspiran la tragedia de Ayax de Telamon y la de Elisa Dido), reminiscencias italianas, novelería desenfrenada y atisbos de comedia nacional. Más que ninguno de ellos se levantó el divino ingenio de Miguel de Cervántes en aquella su ruda Numancia, tan épica en medio de su desaliño, y tal, que retrae á la memoria la férrea poesía del viejo Esquilo en Los siete sobre Tébas.
Al fin vino Lope de Vega, precedido ó ayudado por los poetas valencianos, y se alzó con el cetro de la monarquía cómica. Ingenio más lozano y fácil no le han visto los siglos; más fecundo creador de argumentos y de situaciones dramáticas, tampoco: en la pintura del amor y de los caracteres femeninos vence á todos los nuestros: cuando quiere, llega á lo trágico y á lo patético: en lo cómico sólo le excede Tirso: amenas, discretas y fáciles de leer son siempre sus comedias, cuya variedad de tonos aún asombra y maravilla más que su número. No sólo abrió el camino á todos los restantes, sino que lo[p. xxxvi] probó, tanteó y recorrió en todas direcciones, dejando rastros de luz donde quiera, de tal suerte que apénas es posible descubrir en Moreto, en Calderon ó en Rojas forma, asunto, carácter, intriga ó recurso escénico que no tenga en alguna comedia de Lope su modelo, patron y fundamento. Lope lo invadió todo: la comedia italiana libre y desvergonzada; la pastoral al modo del Aminta ó de El Pastor Fido; la comedia de costumbres villanescas y populares sin falso bucolismo; la de costumbres áulicas; la de capa y espada; la de rufianes, pícaros y Celestinas; el drama histórico, el trágico, el religioso y simbólico; el mitológico; el caballeresco; el alegórico; el auto sacramental; el entremes. Con Lope ha sido injusta la fama más que con ninguno de nuestros dramáticos: pocos han tenido valor para internarse en su repertorio: á Lope le ha ahogado la inmensa balumba de sus obras. Muy de ligero se le ha declarado inferior á Calderon, sin reparar que aquel arte desordenado, hijo de la improvisacion, y en que los aciertos, con ser tantos, parecen casuales, está, por eso mismo, más exento de trabas y convenciones, y encierra un fondo de verdad humana y una generosa poesía áun no viciada ni enturbiada, sino en raras ocasiones, por el falso lirismo que ahoga, como planta parásita, las mejores concepciones de Calderon y de Rojas.
El drama español, tal como Lope le fijó y le trasmitió á sus sucesores, tiene ante todo carácter nacional y popular, y sin ir declaradamente en contra de los preceptos clásicos, prescinde de ellos, y se regula por los instintos y por el modo de sentir y de pensar del público que habia de oirle. Sus asuntos son todos los asuntos, pero vestidos y disfrazados á la castellana; su forma, la de una novela rápida y de[p. xxxvii] mucho movimiento, más atenta al enredo que á los caracteres; sus fuentes de inspiracion, el sentimiento religioso, el orgullo nacional, el amor, el punto de honra; sus límites en cuanto á tiempo y lugar, ningunos; los accesorios líricos, frecuentes.
Pero ha sido error extremar las semejanzas entre nuestros dramáticos, hasta negar á cada uno sus condiciones propias y geniales. Sobre todos se levanta Tirso, el primero á toda ley de los nuestros en lo cómico, el primero tambien en la creacion de caracteres, uno de los cuales, D. Juan, logra vida tan universal y duradera como los héroes de Shakespeare, y ha dejado en el mundo más larga progenie que ninguno de ellos. Añádase á todo esto la soberana idea de El condenado por desconfiado (joya de nuestro teatro teológico), el hermosísimo carácter de Doña María de Molina en La prudencia en la mujer, crónica dramática superior á cualquiera de las de Shakespeare; los rasgos de estupenda poesía histórica y fantástica que abrillantan el Infanzon de Illescas, y finalmente aquel sinnúmero de comedias palacianas de tan hechicero y maligno discreteo, y de comedias villanescas tan primaverales y desenfadadas... ¿Quién dudará en conceder á Tirso la palma del arte entre los nuestros, y despues de él á Alarcon, maestro de la comedia terenciana, ménos pedagógico y ménos seco que Molière? Ni fuera justo relegar á tanto olvido y declarar tan de ligero autores de segundo órden á Guillen de Castro, en cuyas Mocedades del Cid revivió el poderoso aliento épico de nuestros romances; á Mira de Amescua, gran imaginador de argumentos, que otros aprovecharon luégo, eximio versificador y á veces poeta de tan enérgica inspiracion como lo acredita El esclavo del demonio (hermano menor de El Condenado), y á[p. xxxviii] Luis Velez de Guevara, de quien heredó Calderon el argumento y escenas enteras de La Niña de Gomez Arias.
Tal y tan floreciente era el estado de nuestro teatro cuando Calderon vino á apoderarse de él, como en otro tiempo Lope.
La primera y más numerosa seccion de las obras calderonianas abraza las representaciones eucarísticas en un acto, compuestas para ser representadas en la fiesta del Córpus. Este género españolísimo y singular se llama Auto sacramental.
Sus orígenes son oscuros: para indagarlos puede ver mi lector el prólogo de Pedroso al tomo de Autos, que compiló para la Biblioteca de Rivadeneyra. La fiesta del Córpus, aunque en muchas iglesias particulares se celebraba ántes, sólo en tiempo de Urbano IV (1263) fué extendida á la Iglesia universal. En España sabemos que la introdujo Berenguer de Palaciolo (que murió en 1314). Desde el principio, á todos los regocijos con que se celebraba esta festividad, verdaderamente de alegría, á todas las solemnidades religiosas, á las ceremonias litúrgicas, se añadieron ya ciertos gérmenes de representacion dramática, por lo ménos en algunas catedrales de la corona de Aragon. En Castilla hubieron de ser poco frecuentes tales espectáculos, puesto que nada dicen de ellos las leyes de Partida, que mencionan otras representaciones de la Natividad, de la Adoracion, etc. Ni los cánones del concilio de Aranda ni los del Hispalense, encaminados á atajar los abusos que empezaban á introducirse en[p. xxxix] el teatro lírico, hacen memoria de los autos del Córpus; de donde hemos de inferir que si hubo (como parece verosímil) representaciones en tal dia, debieron de tener poca relacion, á lo ménos directa, con el misterio que se celebraba. Y así como en Gerona solian representarse en tal dia el sacrificio de Isaac, la venta de José y otras historias del Antiguo Testamento; así en Portugal la primera obra de que con certeza sepamos haber sido destinada á una funcion sacramental, el Auto de San Martinho de Gil Vicente, no contiene otra cosa que la sabida leyenda de la capa de San Martin.
En el siglo XVI, las representaciones eucarísticas, como todo género de drama sagrado, se secularizan hasta cierto punto, saliendo del templo á la plaza pública, y de manos de actores clérigos á las de histriones pagados y alquilados. Ni ha de verse en tan grave transformacion indicio alguno de entibiamiento de las creencias, puesto que nunca fueron más enérgicas ni nunca estalló con más violencia la protesta española contra la herejía, sino que la devocion se hizo en sus formas más grave y solemne, y desterró del templo (para no dar asidero á las detracciones de los luteranos) muchos de aquellos antiguos y candorosos regocijos, sin que por eso fueran ménos católicos ni de ménos provechoso ejemplo y enseñanza los nuevos autos que los antiguos.
El teatro religioso del siglo XVI, en cualquiera de sus formas, suele valer más que el teatro profano, y no fuera difícil empresa entresacar del grueso volúmen de autos viejos de la Biblioteca Nacional obras de tan grato perfume de sencillez y sentimiento como el auto de Las Donas, ó tan ingeniosos como el de la Residencia del hombre. Y nunca fué tan poeta[p. xl] Juan de Timoneda (aunque casi siempre refundiendo y aprovechando obras anteriores) como en la Oveja Perdida y en los Desposorios de Cristo. La accion dramática en estos primeros ensayos es sencillísima, por no decir nula: la ciencia teológica de los autores, en general muy escasa, aunque su fe los salva, y rara vez tropiezan: la poesía lírica no es tan rica y pródiga como en los de Valdivielso y Calderon, y vano fuera buscar en Timoneda ó en el tundidor Juan de Pedrosa las encumbradas síntesis y la armonía condensadora de los autos del último período. Pero en esas primeras y modestas flores de nuestra dramática halagan suavemente el ánimo ingenuos y no aprendidos acentos de ternura y de verdad humana, que compensan la pobreza y tosquedad del artificio.
Lope se enseñoreó de este género como de los restantes, y derramó en él tesoros de fantasía. Véanse sobre todo el Auto de la siega y el de los Cantares. Siguiéronle con igual fortuna Tirso y Valdivielso, facílisimo aunque desigual poeta este último, y verdadero cantor del cielo, puesto que nunca dedicó su pluma más que á asuntos sagrados, así en lo dramático como en lo épico y lírico.
Pero el auto tipo, la perfeccion del género, sólo se halla en las obras calderonianas. Ya no es posible tratar de ellas con el intolerante menosprecio que afectó la crítica del siglo pasado. Téngaselos en buen hora por una excepcion estética, por un teatro singular entre todos los del mundo; pero si el género hubiera sido tan radicalmente absurdo como le declararon sus censores, ¿se concibe que obtuviera aquel grado de popularidad (superior al de toda composicion profana), siendo, como era, por su índole misma un teatro teológico y didáctico, des[p. xli]provisto de cuantos recursos pueden interesar en la escena? Algo de esta popularidad de los autos puede atribuirse al aparato y á la tramoya, á la mayor ostentacion del arte histriónico, á las apariencias, pompas y carros. Pero por mucho que concedamos al placer de los ojos y por muy buena fe que en los espectadores supongamos para deslumbrarse con tan rudos medios de producir ilusion, ¿qué auditorio del mundo, á no ser el de España en el siglo XVII, preparado á ello por una educacion escolástica y teológica, que tanto habia penetrado en las costumbres y en la vida, hubiera escuchado, no ya con entusiasmo sino con paciencia, un poema dialogado, sin accion, ni movimiento, ni pasiones humanas, en que eran interlocutores la Fe y la Esperanza, el Ingenio humano y el Albedrío, la Sinagoga y el Gentilismo, el Agua, el Aire y el Fuego y otros de la misma especie, y donde todo el interes se concentraba en los misterios de la Trinidad y de la Encarnacion y en el dogma de la presencia sacramental?
Semejante drama teológico no tiene igual ni parecido en ningun teatro. Apénas se le pueden encontrar remotas semejanzas con el Prometeo encadenado, donde Esquilo simbolizó, no (como se ha dicho) las luchas y dolores de la humanidad, sino la derrota de los dioses de estirpe titánica por otros dioses nuevos.
Ajeno de este lugar sería discutir, con ocasion de los Autos sacramentales, si en el arte tienen cabida lo sobrenatural y lo invisible, así como las abstracciones, las personificaciones, las ideas puras, las virtudes y los vicios. Si la belleza, áun en el sentido de la Estética hegeliana, es la manifestacion sensible y el resplandor de la idea en la forma, claro es[p. xlii] que no puede limitarse á lo humano, ni ménos á lo plástico y figurativo. No sólo la belleza física, sino la intelectual y la moral, pueden y deben entrar en la creacion artística. Claro que los conceptos intelectuales, las ideas puras no caben como tales ideas ni en su desarrollo dialéctico, pero sí en cuanto se revisten de forma sensible y adecuada al arte.
Pero ¿caben en la dramática? Me atrevo casi á decir que no. El drama, tal como ha sido entendido por todas las escuelas y ejecutado por todos los pueblos, vive de pasiones, de afectos y de caracteres humanos: no es más que la vida humana en accion. Un drama con personajes simbólicos ó abstractos es un verdadero tour de force, y engendra inevitable monotonía y frialdad. Así y todo, no me atrevo á condenar los Autos. Además de ser fruto natural del tiempo y tener cumplida justificacion histórica, en ellos derramaron nuestros poetas, sobre todo Calderon, no sólo tesoros de poesía lírica, sino verdaderos primores dramáticos, aunque accidentales y accesorios.
El auto sacramental exige, más que ninguna otra composicion dramática, exacta noticia é inteligencia de las condiciones materiales de su representacion. Yo no la daré, porque ya lo hizo Pedroso trazando un admirable cuadro de época; pero séame lícito decir que el drama eucarístico no se concibe aprisionado entre los bastidores de un teatro moderno, sino á la luz del sol, en medio del dia, en la Plaza Mayor ó en la Plaza de la Villa, ante aquel auditorio tan extraño y abigarrado, pero tan uno en creencias y afectos, que comprendia desde el Rey y los magnates y los Consejos hasta la ínfima plebe, con la escena ideal y fantástica de los carros, y con toda aquella[p. xliii] pompa y lujo de estridentes armonías y colores. Acordémonos un poco de la tragedia griega, y otro poco de la ópera moderna, y algo de las representaciones italianas al aire libre, y mucho de las conclusiones de las escuelas: añadamos á todo esto la fe ardentísima de grandes y pequeños, y sólo así comprenderemos la grandeza de aquel extraordinario espectáculo.
Tema obligado de él era la presencia real de Cristo en la hostia consagrada, pero no recuerdo obra alguna en que el acto de la institucion del Sacramento haya sido presentado en su forma directa é histórica. El mismo fervor de los poetas impedia aquella manera de profanacion. Necesario fué tratar el asunto de soslayo, y encerrarle en condiciones análogas á las del arte dramático. Escogitáronse para esto varios medios más ó ménos ingeniosos: al principio largos diálogos en que dos ó más personas discurren sobre la Sagrada Cena; luégo vidas de los santos más insignes por su especial devocion al Santísimo Sacramento. Lo primero no era dramático: lo segundo asimilaba los autos á cualquier otro género de comedias devotas y humanas, idénticas en su desarrollo á las comedias profanas.
Desechados por lo comun tales recursos, no quedaba otro que la alegoría, y á él acudieron nuestros poetas. Ora entraron á saco por las historias del Antiguo Testamento, en que todo es anuncio, sombra y prefiguracion de la Ley Nueva, como es de ver en los autos intitulados La Zarza de Moisés, La cena de Baltasar, La primer flor del Carmelo, El vellon de Gedeon, etc., en muchos de los cuales hay doble y áun triple alegoría; ora se aprovecharon de los ejemplos y parábolas del Evangelio; ora, y ya con más violencia, torcieron y aplicaron á su propósito he[p. xliv]chos bien dispares de la historia antigua y moderna. Y no paró en esto la manía alegórica, sino que constreñidos los poetas por aquella especie de pié forzado, y por la necesidad de escribir anualmente dos ó más autos, hicieron, ó bien obras puramente abstractas, en que sólo por incidencia intervienen séres humanos, siendo todo lo restante del discurso entre los elementos, las ciencias, las virtudes, los atributos de Dios, los sentidos y las potencias del alma, personificadas; ó bien dramas mitológicos como el Divino Orfeo y el Sacro Parnaso, en que los dioses del Politeismo helénico venian á ser símbolo del mismo Redentor y á dar testimonio de los misterios de nuestra fe; ó bien sermones de circunstancias (al modo de los predicadores gerundianos) y donde todo el artificio dramático y la alegoría consiste ó en una cacería del Rey, ó en una informacion de limpieza de sangre, ó en unas conclusiones de universidad, ó en el tumulto de una posada ó de un hospital de locos; que de todas estas extravagancias y otras inauditas pueden hallarse muestras en Calderon ó en sus discípulos. A veces se parodiaban los títulos, los argumentos y hasta escenas y versos de las comedias más en boga, no de otra manera que el maestro Valdivielso daba á sus ensaladillas y chanzonetas al Santísimo Sacramento el tono y la música de las canciones picarescas que más andaban en boca de las gentes.
Hay, pues, en Calderon un simbolismo, ya sublime, ya pueril, pero enderezado todo por sano y cristianísimo intento á la magnificacion y loor del Verdadero Dios Pan (título de un auto). Este simbolismo lo abraza todo, hasta las fábulas de la gentilidad, donde nuestro poeta descubre siempre huellas y vestigios alterados de la tradicion primitiva y[p. xlv] un como anuncio y preparacion evangélica, llegando á poner en cotejo los libros teogónicos de los antiguos con la narracion del Génesis.
La riqueza lírica es grande en los Autos. Exórnanlos trozos traducidos ó imitados de las Escrituras, paráfrasis de himnos y fragmentos del rezo eclesiástico. El diálogo, ya de suyo frio y monótono por las condiciones del género, suele además estar deslustrado por las formas secas del razonamiento silogístico. Así y todo, puede decirse que Calderon en ninguna de sus obras dió tan brillantes muestras de poeta lírico como en los Autos, á pesar de las antítesis, frases simétricas, metáforas descomunales y vano lujo de palabrería bombástica y altisonante. ¿Y quién le negará el lauro de gran poeta, cuando en medio de esas dobles y triples alegorías, confusa y abigarrada mezcla de teología, de historia y de mitología, acierte á descubrir la raíz de ese maravilloso simbolismo, que de un modo más ó ménos claro y poético abraza y expone las relaciones de Dios con la naturaleza, las del cuerpo con el espíritu, las de los sentidos con las potencias del alma?
En la imposibilidad de conceder demasiado espacio á los Autos sacramentales, hemos incluido en esta coleccion tres de los que tenemos por mejores: La vida es sueño, donde, además de estar contenido en cifra y de un modo abstracto el pensamiento del más celebrado drama del poeta, es de admirar el vigor de condensacion con que el autor recorre la historia humana, desde el Fiat creador hasta la caida del hombre, y desde ésta hasta su Regeneracion, con símbolos más transparentes y de mejor ley estética que los que usa en otros autos: La cena de Baltasar, como muestra de los autos más dramáticos y en que mejor se acomodan al fin y propósito[p. xlvi] del teatro sacramental las historias del Antiguo Testamento, sin salir enteramente de las condiciones dramáticas ordinarias, realzándolo todo hermosos trozos de poesía lírica, v. gr., las primeras y las últimas octavas en agudos, tan famosas y conocidas: y finalmente A Dios por razon de Estado, como ejemplo de los autos en que predominan los conceptos puros y las discusiones teológicas.
Género es este tan rico en nuestra literatura como el de los Autos sacramentales. Incluyo en este segundo miembro de la clasificacion, no sólo las comedias llamadas devotas de santos ó á lo divino, sino las que versan sobre asuntos del Antiguo Testamento.
Algunas de las obras piadosas de Calderon se han perdido: así, v. gr., La Vírgen de la Almudena, La Vírgen de los Remedios, El carro del cielo y El Triunfo de la Cruz, dado caso que sea obra distinta de La Exaltacion. Tampoco parece el San Francisco de Borja, aunque pueden hallarse felices reminiscencias de ella en El Fénix de España del jesuita Diego Calleja.
Descartadas éstas y alguna otra que tampoco ha llegado á nuestros dias, quedan unas quince, muy diversas en asunto y en mérito. De gran parte de ellas puede prescindirse sin menoscabo de la gloria del poeta. Sobre historias de la ley antigua versan Los cabellos de Absalon (mera refundicion, con un acto entero igual, de La venganza de Tamar, valentísima tragedia del maestro Tirso de Molina, siquiera la deslustre lo repugnante de algunas situaciones);[p. xlvii] La Sibila del Oriente, refundicion de un auto sacramental, El árbol del mejor fruto, y obra de las peor escritas é imaginadas de Calderon, llena de absurdos geográficos é históricos, como hablar Joab de las cuatro partes del mundo y de los enemigos que habia derrotado junto al Danubio; y Júdas Macabeo, donde se hace uso de pólvora y arcabuces. Las cadenas del demonio es la evangelizacion de Armenia por San Bartolomé, y La Aurora en Copacabana la aparicion de una imágen de la Vírgen en el Perú: obras las dos de escaso mérito. De la Exaltacion de la Cruz sólo quedan en la memoria de las gentes tres hermosísimos versos en que el autor llama al sagrado madero de la cruz:
Iris de paz, que se puso
Entre las iras del cielo
Y los delitos del mundo,
versos que por sí solos, y prescindiendo de la paranomasia de Iris é iras, valen tanto como un largo poema. La Vírgen del Sagrario es una crónica dramática que dura siglos y enlaza toda la historia de España con el orígen, pérdida y restauracion de una imágen: son de notar en ella algunas escenas episódicas, como el bizarrísimo desafío entre el montañes y el muzárabe sobre la admision del rito romano.
Descartadas estas obras, quedan aún seis de Calderon, pertenecientes al género devoto. Tres de ellas forman un grupo y tienen cierta unidad de pensamiento, y áun escenas muy semejantes: El José de las mujeres, Los dos amantes del cielo y El Mágico prodigioso. En las tres los protagonistas son catecúmenos, y en las tres empiezan á salir de las[p. xlviii] tinieblas del paganismo por medio de la lectura de algun texto sagrado ó profano: el de Plinio en El Mágico, el principio del Evangelio de San Juan en Los dos amantes del cielo, y un lugar de la Epístola á los corintios en El José de las mujeres. En las tres combaten los protagonistas, ayudados por la divina gracia, contra los halagos del amor profano y contra todas las artes diabólicas, puestas en juego por el mismo príncipe de los abismos, que es personaje muy principal en ellas. Y en las tres, finalmente, reciben victoriosos la palma triunfal del martirio. Abundan en todos estos dramas, lo mismo que en los autos, las discusiones teológicas.
Pero aquí se detienen las semejanzas, porque el mérito de los tres dramas es muy desigual. El que ménos vale es El José de las mujeres, donde la heroína Eugenia, filósofa alejandrina (trasunto de Hipatia) acaba por convertirse al cristianismo y retirarse á las soledades de la Tebaida, de donde vuelve á Alejandría para derribar las estatuas que, creyéndola muerta, le habian sido levantadas durante su ausencia. El pensamiento capital de Los dos amantes del cielo (obra bastante conocida en Alemania por una traduccion de Schack) merece no escasa loa: una mujer que sólo quiere conceder su amor á quien haya muerto por ella, y que se hace cristiana movida por la consideracion del entrañable amor de un Dios que se hizo carne por los pecados del mundo; un catecúmeno cristiano que resiste y lucha contra todas las seducciones del arte y de los sentidos, y entabla una especie de duelo teológico con la mujer que adora, hasta convertirla. De todo esto podia haber resultado una accion interesante, y, sin embargo, no resulta más que una comedia de enredo con acompañamiento de teología y de sabrosos cuentos de un gracioso.
[p. xlix]
De El Mágico poco hay que decir, puesto que pasa universalmente por una de las obras maestras del poeta, y Rosenkranz llegó á compararle con el Fausto, aunque la semejanza se reduce á intervenir en ambas obras pacto diabólico por alcanzar un sabio la posesion de una mujer. Y este es elemento vulgarísimo, no sólo de la leyenda de Fausto y de la de El Mágico, sino de la de Teófilo y otras infinitas.
Lo mejor de El Mágico son los datos fundamentales que Calderon tomó de las actas de San Cipriano de Antioquía, escritas en griego por Simeon Metaphrastes, y traducidas al latin por Lipomano. En lo demas, pienso que la ejecucion es inferior á la grandeza del pensamiento y á la severa teología de las primeras escenas. Cuando no hablan Cipriano y el Demonio, El Mágico (aunque la accion pase en Antioquía y en los primeros siglos de nuestra era) es una de tantas comedias de capa y espada, con dos galanes celosos, y chistes de criados, y cuchilladas y escondites. Los caracteres son débiles: el demonio tiene mucho de ergotista y de leguleyo, y algo de prestidigitador hábil en escamoteos. Justina es tipo vulgar y pálido, hasta que llega la escena admirable en que el tentador agota sus recursos para infundir en ella el ánsia del placer, y acaba por confesar su derrota, exclamando:
Venciste, mujer, venciste
Con no dejarte vencer.
En esta escena y en la que sigue á la aparicion del esqueleto está el verdadero drama. Lo demas es un embrollo amoroso, que oscurece y rebaja la alta concepcion de esta obra, en que el autor se propuso mostrar cómo la especulacion racional es prepara[p. l]cion para la fe, y cómo el libre albedrío ayudado por la gracia triunfa de todas las sugestiones diabólicas.
La Devocion de la Cruz y El Purgatorio de San Patricio tienen entre sí bastante analogía. El Eusebio de la primera y el Ludovico Enio pertenecen á una galería muy rica en nuestro teatro: la de bandoleros y facinerosos, que jamás pierden la fe y llegan á convertirse á la hora de la muerte. Así, el Enrico de El condenado por desconfiado, el Leonido de la Fianza satisfecha y el D. Gil de El esclavo del demonio. Se ha tachado á estos dramas de anticristianos y de mal ejemplo: hasta se les ha querido encontrar parentesco con la doctrina luterana de la fe que justifica sin las obras. Error indisculpable que demuestra mala fe ó poca lectura, pues ninguno de estos criminales se salva por la fe sola, sino por verdadero y sincerísimo arrepentimiento de sus culpas, acompañado de firme propósito de la enmienda, y ninguno de ellos trata de disculpar sus pecados atenuando los fueros del libre albedrío. Fuera de que alguno de ellos, v. gr., Ludovico, hace áun en esta vida asperísima penitencia. La doctrina es enteramente católica: lo heterodoxo, á la vez que irracional y de mal ejemplo, sería que tales delincuentes, sinceramente arrepentidos, no hallasen perdon ni misericordia. ¡Cuán horrible y desesperado drama resultaria!
El Purgatorio de San Patricio está fundado en la vulgarísima leyenda de aquella cueva ó necromanteion irlandes, tal como la habia popularizado en España el doctor Juan Perez de Montalban. Aunque obra irregular y desconcertada, encierra el drama calderoniano primores de buena ley: trozos de vigor dantesco en la pintura de las regiones infernales, y algunos rasgos felices en el carácter de[p. li] Ludovico, que el autor ha echado á perder, sin embargo, hasta hacer de él un monstruo casi increible de perversidad. La grandeza de los personajes áun en lo malo no se logra sumando enormidades, las cuales son en el carácter una falsedad equivalente al énfasis y á la hipérbole en la expresion. Yago será siempre más negro y odioso que todos los malvados de melodrama, sin necesidad de haber cometido ningun incesto ni parricidio.
La devocion de la Cruz es interesantísima leyenda, y como obra de las mocedades de Calderon, está escrita con más frescura y sencillez y con ménos afectacion que otras obras de su edad madura. Los caracteres de Eusebio y del viejo Lisardo son buenos, sin ser de primer órden. Julia no es carácter, y el mayor defecto que yo encuentro á la obra es la súbita transformacion de aquella monja en mujer facinerosa y bandolera. Que Julia por amor de Eusebio huya del convento y corra á los brazos de su amante, entra en la verosimilitud dramática; pero que una doncella tímida y recatada que áun despues de haber saltado las tapias del monasterio, siente impulsos de volver á él, cometa inmediatamente, y sin necesidad ni explicacion alguna, tantos homicidios y atropellos, no es humano, ni racional, ni interesante. Algunas escenas de este drama estan admirablemente concebidas: así, v. gr., el diálogo de Julia y Eusebio junto al cadáver del hijo de Lisardo.
Superior á todos los dramas religiosos de Calderon me parece El Príncipe constante, donde el autor ha logrado hacer interesante en la escena á un varon justo, integérrimo, dechado de santidad y perfeccion. Sabido es que los piadosos Eneas y Godofredos son personajes de poco juego en el teatro, que vive de la lucha de pasiones y de afectos. Con[p. lii] todo eso, el infante mártir de Portugal, Don Fernando, resulta interesante y simpático, además de admirable. El autor ha hecho de él una especie de Régulo cristiano, mucho más heroico que el de Roma, porque no le mueve sólo el amor patrio ni la palabra empeñada, sino el sentimiento religioso aterrado ante la idea de ver convertidos en mezquitas los templos de Cristo.
—¿Por qué no me das á Ceuta?
—Porque es de Dios y no es mia.
Esta sublime expresion da por sí sola el espíritu del drama. Y Don Fernando llega á interesar porque, aunque perfecto é invencible, es hombre al cabo, y se lamenta de la desnudez y del frio y del hambre, que reciamente combaten su enérgica determinacion.
Contra lo que suele pasar en Calderon, los personajes episódicos no estorban, y el bizarro tipo de Muley y sus amores con la hermosa Fénix contribuyen á dar apacible variedad y colorido al drama, y á hacerle más humano. Hay en él trozos líricos de los mejores de Calderon, sobre todo la escena en que admirablemente se glosa aquel romance de Góngora:
Entre los sueltos caballos
De los vencidos Zenétes,
cuyo efecto debia ser portentoso en un público que le sabía de memoria y que le acompañaba en coro: y el hermosísimo soneto:
Estas que fueron pompa y alegría,
[p. liii]uno de los pocos sonetos nuestros del buen tiempo en que los tercetos no decaen de la entonacion de los cuartetos, y uno de los pocos tambien en que la idea y la forma corren parejas y se compenetran fácil y armoniosamente.
Son las mismas que D. Alberto Lista llamó ideales, incluyendo malamente entre ellas algunas como Saber del mal y del bien, Gustos y disgustos son no más que imaginacion, cuya filosofía se reduce á las vulgarísimas máximas de su título, siendo por lo demas comedias de enredo ó comedias palacianas semejantes á tantas otras. Por consiguiente (salvo mejor parecer) creo que sólo dos obras calderonianas deben incluirse en este grupo: En esta vida todo es verdad y todo es mentira, y La vida es sueño.
Goza la primera de cierta celebridad en Europa desde los tiempos de Voltaire que descubrió en ella el original del Heraclio, de Corneille: lo cual han negado luégo Viguier y Philarète Chasles, promoviendo una embrollada cuestion de originalidad. Pero aunque sea cierto que de la comedia En esta vida todo es verdad y todo es mentira no descubrió Hartzenbusch edicion anterior á 1664, miéntras que el Heraclio aparece impreso en 1647, tambien lo es:
1.º Que Calderon no sabía frances, como lo prueban ciertos personajes grotescos de sus entremeses, á quienes pretende hacer hablar en aquella lengua.
2.º Que la historia literaria presenta cien casos de imitaciones de obras españolas por dramáticos franceses del siglo XVII (testigos El Cid, El Menti[p. liv]roso y muchos más), y un solo caso de imitacion francesa en España, y es El Honrador de su padre, de Diamante.
3.º Que se han perdido casi todas las ediciones príncipes de nuestras comedias, ya sueltas, ya en tomos de varios. Y áun suponiendo que En esta vida... no se imprimiera hasta 1664, pudo llegar á Francia manuscrita, como otras comedias nuestras que actores españoles representaron allí, y cuyos manuscritos se conservan.
4.º Que el verdadero original de la comedia de Calderon es La rueda de la fortuna, de Mira de Amescua, impresa desde 1616.
Esto sin otros argumentos más menudos, que ya esforzó el Sr. Hartzenbusch.
Lo que Corneille tomó del drama de Calderon es la excelente situacion trágica del primer acto, en que Heraclio y Leonido se disputan la gloria de ser hijos del muerto emperador Mauricio, y el viejo Astolfo que los habia criado se niega á revelar cuál de los dos es hijo del tirano y cuál lo es de su enemigo. Todo el primer acto de En esta vida es (fuera de algunas manchas de diccion) una exposicion admirable. Desde el segundo acto, la obra degenera en comedia de magia, confusa y embrollada, y hecha más para prestigio de los ojos que para solaz del entendimiento.
La vida es sueño pasa por la obra maestra del poeta, y lo es sin duda, si se atiende al vigor de la concepcion. No hay pensamiento tan grande en ningun teatro del mundo. No sólo una sino várias tésis están allí revestidas de forma dramática: primera, el poder del libre albedrío que vence al influjo de las estrellas; segunda, la vanidad de las pompas y grandezas humanas, y cierta manera de escepticis[p. lv]mo en cuanto á los fenómenos y apariencias sensibles; tercera, la victoria de la razon, iluminada por el desengaño, sobre las pasiones desencadenadas y los apetitos feroces del hombre en su estado natural y salvaje. La vida es sueño es cifra de la historia humana en general, y de la de cada uno de los hombres en particular. Segismundo es lo que debia ser, dado el propósito del autor, no un carácter, sino un símbolo. No es escéptico como Hamlet: la tésis escéptica no es aquí más que provisional, y cede ante una tésis dogmática más alta. La razon doma á la concupiscencia; la fe aclara y resuelve el enigma de la vida humana. El Segismundo bárbaro de la primera jornada reprime (un poco deprisa, es verdad, pero ya se sabe que el desarrollo artístico en Calderon peca de atropellado) su fiera y brava condicion, hasta convertirse en el héroe cristiano de la tercera jornada. El mismo autor nos dió la clave del simbolismo en un auto titulado tambien La vida es sueño, donde se generaliza y toma carácter universal y abstracto la accion de la comedia. El protagonista es el hombre que con su libre albedrío despeña al entendimiento, y cae en el pecado original, regenerándose luégo por los méritos de la sangre de Cristo y por el valor de sus propias obras ayudadas por la divina gracia.
El gérmen de la comedia, es decir, el sueño de Segismundo, está en un cuento muy sabido de Las mil y una noches, pero sin alcance ni significacion trascendente de ningun género. Todas las bellezas de la obra de Calderon le pertenecen á él sólo. ¿A qué apuntar los pocos lunares que la afean? Sobran sin duda las aventuras de la doncella andante que va á Polonia á vengarse de un agravio; y no son modelo de diccion las famosas décimas, aunque lo sean algunos de los monólogos de Segismundo.
[p. lvi]
Seccion riquísima en las obras de nuestro poeta, y la más abundante en joyas de alto precio.
Prescindamos de La niña de Gomez Arias, cuyo argumento es más propio de la novela, donde todo cabe, hasta las aberraciones morales y los casos patológicos, que del drama, en que siempre será repugnante espectáculo el de un galan que por vil interes vende su dama á los musulmanes. Además, esta obra es refundicion de otra de Luis Velez de Guevara, y Calderon ha aprovechado escenas enteras de la comedia primitiva.
El Alcalde de Zalamea no sólo es la obra más popular de Calderon entre españoles, sino la más perfecta y artística de todas las suyas. Pueden encontrársela analogías con ciertas obras de Lope, verbi gracia, El mejor Alcalde el Rey, Fuente Ovejuna, Peribáñez y el Comendador de Ocaña, pero sólo á Calderon pertenecen el desarrollo y los caracteres, que al reves de lo que sucede en otras obras suyas, son vivos, personales, enérgicos y hasta ricos y complejos, dignos del mismo Shakespeare. Y esto se diga no sólo del singularísimo D. Lope de Figueroa (que más que tipo de fantasía, es valentísimo retrato), caudillo viejo, jurador, impaciente y colérico, lleno de preocupaciones militares, y á la vez noble, generoso, recto, caballero y hasta afectuoso; no sólo del alcalde labrador Pedro Crespo, en quien se aunan por arte maravilloso el sentimiento de la justicia y el sentimiento vindicativo de la propia ofensa, sino hasta de los personajes más secundarios, de los villanos, sol[p. lvii]dados y vivanderas, de Rebolledo y la Chispa. La vida y la animacion corren á torrentes en este drama, donde hay hasta despilfarro de poder característico. Y junto con ésto la expresion suele ser sencilla, natural y única, de tal suerte que el drama llegaria á los últimos lindes de la perfeccion, si no fuera por aquella malhadada escena del bosque. ¿Pero quién no olvida tan leve mácula, cuando ve á Pedro Crespo en la escena más admirable que trazó Calderon, deponer la vara, y postrarse á los piés del capitan, demandándole la reparacion de su honor, y cuando ve perdida toda esperanza de concordia, levantarse como justicia y prenderle y agarrotarle, confundiendo en uno el desagravio de la ley moral y el desagravio de su sangre?
Rasgos trágicos de primer órden brillan en Amar despues de la muerte ó El Tuzaní de la Alpujarra, cuyo argumento está tomado de las Guerras civiles de Granada, de Ginés Perez de Hita. Interrogacion digna de Shakespeare es la del Tuzaní cuando exclama, al oir jactarse de su infame accion al asesino de Clara: «¿Fué como ésta la puñalada?» Y todo su carácter, vengativo, celoso, reconcentrado y profundo, es de purísima estirpe africana, y de sombría y vehemente inspiracion. Como se trata de un asunto histórico casi contemporáneo, es grande el color local, sobre todo en las escenas de la rebelion de los moriscos.
Nada ménos que cuatro dramas de Calderon versan sobre la pasion de los celos, quizá la más dramática de todas y la más rica en contrastes, agitaciones, antinomias y luchas. Calderon la ha descrito en su máximo grado de exaltacion: no la ha analizado pacientemente y fibra á fibra, y sin duda por eso quedan sus celosos inferiores á Otelo, y la misma[p. lviii] pasion resulta ó idealizada hasta el delirio como en el Tetrarca, ó subordinada á rencores como en don Juan de Roca, ó á móviles de honra como en don Gutierre de Solís: nunca tan humana como en el moro de Venecia, en quien despues de todo no son los celos más que exaltacion y quinta esencia del amor.
«Quisiera estarla matando nueve años seguidos. ¡Qué divina mujer!...» Estas frases apasionadísimas que abundan en Shakespeare, jamás se le escapan á Calderon. Sus maridos matan friamente, y porque así lo exigen el honor y las conveniencias sociales, cuya injusticia deploran con amargura:
El legislador tirano
Que puso en ajena mano
Mi opinion, y no en la mia.
Vano fuera establecer cotejo entre tan correctos esclavos de la opinion, y un bárbaro como Otelo, todo carne y sangre y hervor de pasion, y por eso mismo humano, admirable y eterno.
Hay cierta gradacion en los cuatro dramas calderonianos. D. Juan de Roca, el pintor de su deshonra, se venga del adulterio consumado: D. Lope de Almeida toma secreta venganza del secreto propósito del agravio consentido: D. Gutierre Alfonso de Solís (encarnacion la más completa del sentimiento del honor en lo que tiene de irracional y falso) no venga agravio ninguno, pero quiere evitar hasta la sombra y la posibilidad de él, por el sangriento medio de la incision en las venas de su mujer: el Tetrarca, finalmente, no se venga de nada, sino que inmola á la desdichada Mariene por egoismo y para evitar que otro, despues de la muerte de él, la posea. Y sin[p. lix] embargo, el Tetrarca es de todos ellos el único verdaderamente apasionado. Y áun puede decirse que sus celos tienen más noble raíz y fundamento que los de Otelo; pero tanto extremó el autor la nota idealista, que el Tetrarca llega á parecer un energúmeno, fuera de todas las condiciones de la vida humana. Así y todo, es gran carácter, y tiene el drama accidentes bellísimos, como aquello de las arrastradas pompas; pero siempre daremos la preferencia al Médico de su honra, como trasunto de un modo de pensar social que era dramático, aunque tuviese una punta de falsedad.
Son comedias de costumbres del tiempo, lozanas y vivideras, como todo lo que arranca de las entrañas de la realidad. No constituyen la porcion más trascendental de las obras de Calderon, pero sí la más amena y la que más intacta ha conservado su fama, en medio de todos los cambios de gusto. Hoy mismo son las obras suyas que con más deleite vemos en las tablas. Son tambien las escritas con más llaneza, y las más libres de culteranismo, aunque no de discreteos y sutilezas, que el autor reprodujo, porque estaban en la conversacion del tiempo, y que á veces se perdonan por lo ingeniosos y bizarros y por ser un rasgo característico de la época, hijo de condiciones nativas del ingenio español.
Respírase en todas estas obras delicado perfume de honor y galantería. Todas se parecen, y todas son diferentes, sin embargo. Dan materia á la fábula amores y celos. La casualidad enreda y rige la trama. Los personajes inexcusables son un galan jóven,[p. lx] valiente, discreto, pundonoroso y de noble estirpe (el cual suele haber militado en Flándes ó en Italia); una dama tan noble y discreta como él, y además portento de hermosura, casi siempre huérfana de madre, y sometida á un padre, hermano ó tutor, más altiva que enamorada, algo soberbia de condicion y no poco violenta y arrojada; otra pareja de galan y dama que tiene, con ménos brillo, las mismas condiciones; un padre ó hermano, y á veces dos, muy caballeros y muy guardadores de la honra de su casa, y á la vez coléricos, impacientes y fáciles á la ira; un criado que lo anima todo con sus chistes y aconseja ó ayuda á su amo en la arriesgada á empresa. El amor que anda en juego es siempre amor lícito y honesto, entre personas libres, y encaminado á matrimonio. Para estorbar tan feliz resultado suelen atravesarse dos géneros de obstáculos, unos casuales é imprevistos, otros morales, que generalmente nacen de los celos del otro amante ó de la otra dama. El amante sospecha de la fidelidad de la dama ó ésta de la suya: comienzan los celos y las quejas: interviene á deshora en la plática el padre, el hermano ó el otro galan: embózase nuestro héroe y los resiste á todos, alborotando la calle: huye la dama despavorida y tapada á casa de una amiga ó á la del mismo galan, que por de contado respeta escrupulosamente su honor: y así va enredándose la madeja entre escondites, cuchilladas, embozos y mantos, hasta que todo se aclara felizmente, y la doncella andante premia en santo vínculo los afanes de su caballero. Sobre todo este fondo un poco monótono añádase una portentosa variedad de invenciones secundarias, un poder para atar y conducir la intriga mayor que el que constituye la única gloria de Scribe y de tantos otros: pón[p. lxi]gase todo en versos fáciles y numerosos, con toda la gala y abundancia de la lengua castellana, y se tendrá idea de esas deliciosas comedias que se llaman Los empeños de un acaso, Mañanas de Abril y Mayo, La Dama Duende, El escondido y la tapada, Dar tiempo al tiempo, Casa con dos puertas, y tantas y tantas entre las que apénas se puede escoger, por que casi todas son oro de ley.
No ignoro los reparos que se han hecho y pueden hacerse á este género. En primer lugar, la monotonía y pobreza del fondo, aunque la variedad de incidentes la realce. Pero la vida de entónces era ménos vária y complicada que la nuestra, y además una gran parte de las relaciones sociales quedaban fuera de la jurisdiccion del poeta cómico, ya por loable respeto á la santidad del hogar, ya porque aquel arte buscaba por instinto lo que habia de noble, elevado y caballeresco en la vida real, y no lo que deshacía ó turbaba su armonía.
En segundo lugar, y con más fundamento, puede achacarse á la comedia calderoniana de enredo, escasa variedad de caracteres. Hase dicho que el don Pedro y la doña Leonor de una comedia en nada difieren del D. Juan y la doña María de otra, y que Calderon nunca vió ni acertó á reproducir más que un mundo encantado en que todos los galanes son celosos y valientes, todas las damas discretas y arriscadas, y todos los criados decidores y chistosos. No negaremos que esto sea verdad casi siempre (por la razon ántes apuntada), pero pueden traerse excepciones muy notables. Aparte de que la identidad de los graciosos (que no suelen ser lo mejor de Calderon), no es tanta como se pondera, hay variedad hasta en los tipos femeninos, en que tampoco llegó Calderon á la dulce ó apasionada ternura que acertó[p. lxii] á poner en sus heroínas Lope de Vega. Caracteres son, ó á lo ménos esbozos de carácter, la dama culti-latini-parla de No hay burlas con el amor, la hermosa necia y la fea discreta de Cuál es mayor perfeccion, la mogigata y la coqueta de Guárdate del agua mansa, y la resuelta doña Angela de La Dama Duende, sin otras que ahora no acuden á mi memoria. Como carácter de galan trazó Calderon uno bellísimo en el D. Cárlos de No siempre lo peor es cierto, prototipo de pasion generosa, delicada y pura, como quien piensa y afirma
Que es hombre bajo, que es necio,
Es vil, es ruin, es infame
El que solamente atento
A lo irracional del gusto
Y á lo bruto del deseo,
Viendo perdido lo más
Se contenta con lo ménos.
Más grave pecado, y de este sí que no podemos absolver á Calderon, es el empleo uniforme de ciertos recursos cómodos, pero que tienen mucho de convencionales é inverosímiles. En nuestras comedias basta un embozo ó un manto para hacer que desconozcan á una persona hasta sus más familiares deudos y amigos. Las tapadas, los escondidos, las luces apagadas, las puertas falsas, las alacenas giratorias, agradan en una ó en dos comedias, pero repetidas hasta la saciedad, engendran hastío y denuncian falta de inventiva en el poeta. No merecen tanta censura los duelos y cuchilladas, que con ser tantos en sus comedias, áun eran muchos más en la vida real. Y en cuanto á las visitas de las damas en casa de sus galanes, desgracia es de nuestras actuales[p. lxiii] costumbres el que no podamos concebirlas sino como pecaminosas, pero tampoco es lícito dudar que á los contemporáneos les parecian verosímiles é inocentes.
Se parecen mucho á las comedias de capa y espada (y tanto que no vale la pena de hacer clase aparte, aunque la condicion de los protagonistas sea diversa) ciertas comedias palacianas de Calderon, como El secreto á voces, El encanto sin encanto, La banda y la flor, Con quien vengo, vengo, etc., etc., en que son príncipes y grandes señores, en vez de hidalgos de la clase media, los que andan envueltos en lances de amor y celos. Calderon no hizo nada en este género que pueda compararse con la profunda, sazonada y discreta ironía de Tirso en El vergonzoso en Palacio ó en El castigo del pensé qué.
Despues de maduro exámen no me he atrevido á incluir en esta coleccion ninguno de los dramas de espectáculo ó comedias de tramoya, en que Calderon fué fecundísimo. El poeta queda siempre en tales dramas subordinado al maquinista y al pintor escenógrafo, y no hace obras de arte mas que á medias. Quizá él se engañara hasta tener por las mejores suyas las que escribia para los aparatosos festejos de los Sitios Reales; pero la posteridad, más cuerda, las ha relegado al olvido. Hoy no tienen más interes que el histórico y el de algunos buenos versos acá y allá esparcidos y casi ahogados en un mar de enfática y culterana palabrería. Juzgar á Calderon por tales dramas sería evidente injusticia. Buscar en ellos pasion, interes, caracteres y color de[p. lxiv] las respectivas épocas, fuera necedad y desvarío. Baste consignar para recuerdo, que Calderon explotó grandemente los Metamorfoseos ovidianos, y puso en escena casi todas las fábulas de la antigüedad: los amores de Apolo y Climene, la caida del Hijo del Sol, Faeton, la Estatua de Prometeo, el Golfo de las Sirenas, las Fortunas de Andrómeda y Perseo, las aventuras de Hércules, Teseo y Jason, y la estancia de Aquíles en casa del rey Licomedes, disfrazada con el retumbante título de El monstruo de los jardines. Unicamente hemos abierto la mano en cuanto á dos breves zarzuelas, El laurel de Apolo y La púrpura de la rosa, que además de ser de las más antiguas muestras de su género, contienen, sobre todo la primera, hermosos rasgos de poesía lírica.
Por razones análogas hemos excluido á carga cerrada los dramas fundados en libros de caballerías, v. gr., Hado y Divisa, La Puente de Mantible, El castillo de Lindabrídis, El jardin de Fabrina; así como los dramas históricos, v. gr., El segundo Scipion, Las armas de la hermosura, La gran Cenobia, etc., en que innecesaria y caprichosamente está falseada la historia, no sólo en su esencia y en el carácter distintivo de las razas y de las civilizaciones, sino hasta en los datos externos más vulgares, hasta suponer, v. gr., que Coriolano toma las armas contra Roma por galantería y por impedir que se cumpla una ley suntuaria sobre los trajes de las mujeres. Mascarada semejante no la hay ni en la misma tragedia francesa.
Sólo dos de estos dramas, ambos de asunto cercano al poeta, merecen conservarse: La cisma de Ingalaterra, no sólo por rasgos tan valientes como aquel soberbio
[p. lxv]
Yo tengo de borrar cuanto tú escribas
pronunciado por la sombra de Ana Bolena, cuando el teólogo coronado, amante suyo, prepara la refutacion de Lutero, sino por la útil materia de comparacion que ofrece con el Enrique VIII de Shakespeare. El sitio de Breda, comedia soldadesca y de circunstancias, muy animada y llena de rumbo, tropel y boato, viene á ser el cuadro de Las lanzas puesto en verso; pero desgraciadamente lo que cabe y es hermoso en la pintura, no lo es en el teatro.
Resumamos: Calderon, sin ser en todo rigor de arte el primero de nuestros dramáticos, es el más profundo en las ideas, el de genio más comprensivo y alto, quizá el más grande en lo trágico, y de cierto en lo simbólico. Es además el poeta nacional por excelencia, español y católico hasta los tuétanos é idealizador mágico de los sentimientos caballerescos y de los más nobles impulsos de la raza. Si en los caracteres fué débil, quizá debamos atribuirlo á que no acertó á ver más que los lados simpáticos y nobles de la naturaleza humana. Lo que pierde en universalidad, lo gana en sabor castizo. Sus defectos son los del ingenio español; su grandeza se confunde con la de España, y no morirá sino con ella. ¡Privilegio singular y para envidiado! Pero aún hay otro más alto: el ser á un mismo tiempo poeta admirable de su raza y de su siglo, y poeta y maestro y delicias de la humanidad en todas las edades, como lo son Shakespeare y Cervántes.
M. Menéndez Pelayo.
[p. lxvii]
DRAMAS RELIGIOSOS Y FILOSÓFICOS.
[p. 1]
[p. 2]
PERSONAS.
Basilio, rey de Polonia.
Segismundo, príncipe.
Astolfo, duque de Moscovia.
Clotaldo, viejo.
Clarin, gracioso.
Estrella, infanta.
Rosaura, dama.
Soldados.
Guardas.
Músicos.
Acompañamiento.
Criados.
Damas.
La escena es en la corte de Polonia, en una fortaleza poco distante y en el campo.
[p. 3]
A un lado monte fragoso y al otro una torre cuya planta baja sirve de prision á Segismundo. La puerta, que da frente al espectador, está entreabierta. La accion principia al anochecer.
ROSAURA, CLARIN.
(Rosaura vestida de hombre aparece en lo alto de las peñas, y baja á lo llano; tras ella viene Clarin.)
Rosaura.
Hipogrifo violento
Que corriste parejas con el viento,
¿Dónde rayo sin llama,
Pájaro sin matiz, pez sin escama,
Y bruto sin instinto
Natural, al confuso laberinto
Destas desnudas peñas
Te desbocas, arrastras y despeñas?
Quédate en este monte,
Donde tengan los brutos su Faetonte;
Que yo, sin más camino
Que el que me dan las leyes del destino.
Ciega y desesperada
Bajaré la aspereza enmarañada
[p. 4]Deste monte eminente,
Que arruga al sol el ceño de su frente.
Mal, Polonia, recibes
A un extranjero, pues con sangre escribes
Su entrada en tus arenas,
Y apénas llega, cuando llega á penas.
Bien mi suerte lo dice;
¿Mas dónde halló piedad un infelice?
Clarin.
Dí dos, y no me dejes
En la posada á mí cuando te quejes;
Que si dos hemos sido
Los que de nuestra patria hemos salido
A probar aventuras,
Dos los que entre desdichas y locuras
Aquí habemos llegado,
Y dos los que del monte hemos rodado,
¿No es razon que yo sienta
Meterme en el pesar, y no en la cuenta?
Rosaura.
No te quiero dar parte
En mis quejas, Clarin, por no quitarte,
Llorando tu desvelo,
El derecho que tienes tú al consuelo.
Que tanto gusto habia
En quejarse, un filósofo decia,
Que, á trueco de quejarse,
Habian las desdichas de buscarse.
Clarin.
El filósofo era
Un borracho barbon: ¡oh! ¡quién le diera
Más de mil bofetadas!
Quejárase despues de muy bien dadas.
¿Mas qué haremos, señora,
A pié, solos, perdidos y á esta hora
En un desierto monte,
Cuando se parte el sol á otro horizonte?
[p. 5]
Rosaura.
¡Quién ha visto sucesos tan extraños!
Mas si la vista no padece engaños
Que hace la fantasía,
A la medrosa luz que áun tiene el dia,
Me parece que veo
Un edificio.
Clarin.
Ó miente mi deseo,
Ó termino las señas.
Rosaura.
Rústico nace entre desnudas peñas
Un palacio tan breve,
Que al sol apénas á mirar se atreve:
Con tan rudo artificio
La arquitectura está de su edificio,
Que parece, á las plantas
De tantas rocas y de peñas tantas
Que al sol tocan la lumbre,
Peñasco que ha rodado de la cumbre.
Clarin.
Vámonos acercando;
Que este es mucho mirar, señora, cuando
Es mejor que la gente
Que habita en ella, generosamente
Nos admita.
Rosaura.
La puerta
(Mejor diré funesta boca) abierta
Está, y desde su centro
Nace la noche, pues la engendra dentro.
(Suenan dentro cadenas.)
Clarin.
¡Qué es lo que escucho, cielo!
Rosaura.
Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.
Clarin.
¿Cadenita hay que suena?
Mátenme, si no es galeote en pena:
Bien mi temor lo dice.
[p. 6]
SEGISMUNDO, en la torre.—ROSAURA, CLARIN.
Segism.
(Dentro.) ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Rosaura.
¡Qué triste voz escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho.
Clarin.
Yo con nuevos temores.
Rosaura.
Clarin...
Clarin.
Señora...
Rosaura.
Huyamos los rigores
Desta encantada torre.
Clarin.
Yo áun no tengo
Ánimo para huir, cuando á eso vengo.
Rosaura.
¿No es breve luz aquella
Caduca exhalacion, pálida estrella,
Que en trémulos desmayos,
Pulsando ardores y latiendo rayos,
Hace más tenebrosa
La oscura habitacion con luz dudosa?
Sí, pues á sus reflejos
Puedo determinar (aunque de léjos)
Una prision oscura,
Que es de un vivo cadáver sepultura;
Y porque más me asombre,
En el traje de fiera yace un hombre
De prisiones cargado,
Y sólo de una luz acompañado.
Pues huir no podemos,
Desde aquí sus desdichas escuchemos:
Sepamos lo que dice.
(Abrense las hojas de la puerta, y descúbrese Segismundo con una cadena y vestido de pieles. Hay luz en la torre.)
[p. 7]
Segism.
¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
Ya que me tratais así,
Qué delito cometí
Contra vosotros naciendo:
Aunque si nací, ya entiendo
Qué delito he cometido:
Bastante causa ha tenido
Vuestra justicia y rigor,
Pues el delito mayor
Del hombre es haber nacido.
Solo quisiera saber
Para apurar mis desvelos
(Dejando á una parte, cielos,
El delito del nacer),
¿Qué más os pude ofender,
Para castigarme más?
¿No nacieron los demas?
Pues si los demas nacieron,
¿Qué privilegios tuvieron
Que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
Que le dan belleza suma,
Apénas es flor de pluma,
Ó ramillete con alas,
Cuando las etéreas alas
Corta con velocidad,
Negándose á la piedad
Del nido que deja en calma:
¿Y teniendo yo más alma,
Tengo ménos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
Que dibujan manchas bellas,
Apénas signo es de estrellas
[p. 8](Gracias al docto pincel),
Cuando atrevido y cruel,
La humana[1] necesidad
Le enseña á tener crueldad,
Monstruo de su laberinto:
¿Y yo con mejor instinto
Tengo ménos libertad?
Nace el pez, que no respira,
Aborto de ovas y lamas,
Y apénas bajel de escamas
Sobre las ondas se mira,
Cuando á todas partes gira,
Midiendo la inmensidad
De tanta capacidad
Como le da el centro frio:
¿Y yo con más albedrío
Tengo ménos libertad?
Nace el arroyo, culebra
Que entre flores se desata,
Y apénas, sierpe de plata,
Entre las flores se quiebra,
Cuando músico celebra
De las flores la piedad,
Que le da la majestad
Del campo abierto á su huida:
¿Y teniendo yo más vida
Tengo ménos libertad?
En llegando á esta pasion,
Un volcan, un Etna hecho,
Quisiera arrancar del pecho
Pedazos del corazon:
¿Qué ley, justicia ó razon
[p. 9]Negar á los hombres sabe
Privilegio tan süave,
Excepcion tan principal,
Que Dios le ha dado á un cristal,
Á un pez, á un bruto y á un ave?
Rosaura.
Temor y piedad en mí
Sus razones han causado.
Segism.
¿Quién mis voces ha escuchado?
¿Es Clotaldo?
Clarin.
(Ap. á su amo.) Dí que sí.
Rosaura.
No es sino un triste (¡ay de mí!)
Que en estas bóvedas frias
Oyó tus melancolías.
Segism.
Pues muerte aquí te daré,
Porque no sepas que sé (Ásela.)
Que sabes flaquezas mias.
Sólo porque me has oido,
Entre mis membrudos brazos
Te tengo de hacer pedazos.
Clarin.
Yo soy sordo, y no he podido
Escucharte.
Rosaura.
Si has nacido
Humano, baste el postrarme
Á tus piés para librarme.
Segism.
Tu voz pudo enternecerme,
Tu presencia suspenderme
Y tu respeto turbarme.
¿Quién eres? que aunque yo aquí
Tan poco del mundo sé,
Que cuna y sepulcro fué
Esta torre para mí:
Y aunque desde que nací
(Si esto es nacer) sólo advierto
Este rústico desierto,
[p. 10]Donde miserable vivo,
Siendo un esqueleto vivo,
Siendo un animado muerto:
Y aunque nunca ví ni hablé,
Sino á un hombre solamente
Que aquí mis desdichas siente,
Por quien las noticias sé
De cielo y tierra, y aunque
Aquí, porque más te asombres
Y monstruo humano me nombres,
Entre asombros y quimeras,
Soy un hombre de las fieras,
Y una fiera de los hombres:
Y aunque en desdichas tan graves
La política he estudiado,
De los brutos enseñado,
Advertido de las aves,
Y de los astros süaves
Los círculos he medido;
Tú sólo, tú has suspendido
La pasion á mis enojos,
La suspension á mis ojos,
La admiracion á mi oido.
Con cada vez que te veo
Nueva admiracion me das,
Y cuando te miro más,
Aun más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
Que mis ojos deben ser;
Pues cuando es muerte el beber,
Beben más, y desta suerte,
Viendo que el ver me da muerte,
Estoy muriendo por ver.
Pero véate yo y muera;
[p. 11]Que no sé, rendido ya.
Si el verte muerte me da,
El no verte qué me diera.
Fuera, más que muerte fiera.
Ira, rabia y dolor fuerte;
Fuera muerte: desta suerte
Su rigor he ponderado.
Pues dar vida á un desdichado
Es dar á un dichoso muerte.
Rosaura.
Con asombro de mirarte.
Con admiracion de oirte,
Ni sé qué pueda decirte.
Ni qué pueda preguntarte:
Sólo diré que á esta parte
Hoy el cielo me ha guiado
Para haberme consolado,
Si consuelo puede ser
Del que es desdichado, ver
Otro que es más desdichado.
Cuentan de un sabio, que un dia
Tan pobre y mísero estaba,
Que sólo se sustentaba
De unas yerbas que cogia.
¿Habrá otro (entre sí decia)
Más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
Halló la respuesta, viendo
Que iba otro sabio cogiendo
Las hojas que él arrojó.
Quejoso de la fortuna
Yo en este mundo vivia,
Y cuando entre mí decia:
¿Habrá otra persona alguna
De suerte más importuna?
[p. 12]Piadoso me has respondido;
Pues volviendo en mi sentido.
Hallo que las penas mias,
Para hacerlas tú alegrías
Las hubieras recogido.
Y por si acaso mis penas
Pueden en algo aliviarte,
Óyelas atento, y toma
Las que dellas me sobraren.
Yo soy...
CLOTALDO, SOLDADOS.—SEGISMUNDO, ROSAURA, CLARIN.
Clotal.
(Dentro.) Guardas desta torre,
Que, dormidas ó cobardes,
Dísteis paso á dos personas
Que han quebrantado la cárcel...
Rosaura.
Nueva confusion padezco.
Segism.
Este es Clotaldo, mi alcaide.
¿Aun no acaban mis desdichas?
Clotal.
(Dentro.) Acudid, y vigilantes,
Sin que puedan defenderse,
Ó prendedles, ó matadles.
Voces.
(Dentro.) ¡Traicion!
Clarin.
Guardas desta torre.
Que entrar aquí nos dejasteis.
Pues que nos dais á escoger.
El prendernos es más fácil.
(Salen Clotaldo y los soldados: él con una pistola, y todos con los rostros cubiertos.)
[p. 13]
Clotal.
(Aparte á los soldados al salir.)
Todos os cubrid los rostros;
Que es diligencia importante
Miéntras estamos aquí
Que no nos conozca nadie.
Clarin.
¿Enmascaraditos hay?
Clotal.
Oh vosotros que ignorantes,
De aqueste vedado sitio
Coto y término pasasteis
Contra el decreto del Rey,
Que manda que no ose nadie
Examinar el prodigio
Que entre esos peñascos yace,
Rendid las armas y vidas,
Ó aquesta pistola, áspid
De metal, escupirá
El veneno penetrante
De dos balas, cuyo fuego
Será escándalo del aire.
Segism.
Primero, tirano dueño,
Que los ofendas ni agravies,
Será mi vida despojo
Destos lazos miserables;
Pues en ellos, vive Dios,
Tengo de despedazarme
Con las manos, con los dientes,
Entre aquestas peñas, ántes
Que su desdicha consienta
Y que llore sus ultrajes.
Clotal.
Si sabes que tus desdichas,
Segismundo, son tan grandes,
Que ántes de nacer moriste
Por ley del cielo; si sabes
Que aquestas prisiones son
[p. 14]De tus furias arrogantes
Un freno que las detenga
Y una rueda que las pare,
¿Por qué blasonas? La puerta (A los soldados.)
Cerrad de esa estrecha cárcel;
Escondedle en ella.
Segism.
¡Ah, cielos,
Qué bien haceis en quitarme
La libertad! porque fuera
Contra vosotros gigante,
Que para quebrar al sol
Esos vidrios y cristales,
Sobre cimientos de piedra
Pusiera montes de jaspe.
Clotal.
Quizá, porque no los pongas,
Hoy padeces tantos males.
(Llévanse algunos soldados á Segismundo y enciérranle en su prision.)
ROSAURA, CLOTALDO, CLARIN, SOLDADOS.
Rosaura.
Ya que ví que la soberbia
Te ofendió tanto, ignorante
Fuera en no pedirte humilde
Vida que á tus plantas yace.
Muévate en mí la piedad;
Que será rigor notable,
Que no hallen favor en tí
Ni soberbias ni humildades.
Clarin.
Y si humildad ni soberbia
No te obligan, personajes
[p. 15]Que han movido y removido
Mil autos sacramentales,
Yo, ni humilde ni soberbio,
Sino entre las dos mitades
Entreverado, te pido
Que nos remedies y ampares.
Clotal.
¡Hola!
Soldado.
Señor...
Clotal.
A los dos
Quitad las armas, y atadles
Los ojos, porque no vean
Cómo ni de dónde salen.
Rosaura.
Mi espada es esta, que á tí
Solamente ha de entregarse,
Porque al fin, de todos eres
El principal, y no sabe
Rendirse á ménos valor.
Clarin.
La mia es tal, que puede darse
Al más rüin: tomadla vos. (A un soldado.)
Rosaura.
Y si he de morir, dejarte
Quiero, en fe desta piedad,
Prenda que pudo estimarse
Por el dueño que algun dia
Se la ciñó: que la guardes
Te encargo, porque aunque yo
No sé qué secreto alcance,
Sé que esta dorada espada
Encierra misterios grandes,
Pues solo fiado en ella
Vengo á Polonia á vengarme
De un agravio.
Clotal.
(Aparte.) ¡Santos cielos!
¡Qué es esto! ya son más graves
Mis penas y confusiones,
[p. 16]Mis ánsias y mis pesares.
¿Quién te la dió?
Rosaura.
Una mujer.
Clotal.
¿Cómo se llama?
Rosaura.
Que calle
Su nombre es fuerza.
Clotal.
¿De qué
Infieres ahora, ó sabes,
Que hay secreto en esta espada?
Rosaura.
Quien me la dió, dijo: «Parte
A Polonia, y solicita
Con ingenio, estudio ó arte,
Que te vean esa espada
Los nobles y principales,
Que yo sé que alguno dellos
Te favorezca y ampare;»
Que por si acaso era muerto,
No quiso entónces nombrarle.
Clotal.
(Ap.) ¡Válgame el cielo, qué escucho!
Aun no sé determinarme
Si tales sucesos son
Ilusiones ó verdades.
Esta es la espada que yo
Dejé á la hermosa Violante.
Por señas que el que ceñida
La trajera, habia de hallarme
Amoroso como hijo,
Y piadoso como padre.
Pues ¿qué he de hacer (¡ay de mi!)
En confusion semejante,
Si quien la trae por favor,
Para su muerte la trae,
Pues que sentenciado á muerte
Llega á mis piés? ¡Qué notable
[p. 17]Confusion! ¡Qué triste hado!
¡Qué suerte tan inconstante!
Este es mi hijo, y las señas
Dicen bien con las señales
Del corazon, que por verlo
Llama al pecho, y en él bate
Las alas, y no pudiendo
Romper los candados, hace
Lo que aquel que está encerrado,
Y oyendo ruido en la calle
Se asoma por la ventana:
El así, como no sabe
Lo que pasa, y oye el ruido,
Va á los ojos á asomarse,
Que son ventanas del pecho
Por donde en lágrimas sale.
¿Qué he de hacer? (¡Valedme, cielos!)
¿Qué he de hacer? Porque llevarle
Al Rey, es llevarle (¡ay triste!)
A morir. Pues ocultarle
Al Rey no puedo, conforme
A la ley del homenaje.
De una parte el amor proprio,
Y la lealtad de otra parte
Me rinden. Pero ¿qué dudo?
La lealtad del Rey ¿no es ántes
Que la vida y que el honor?
Pues ella viva y él falte.
Fuera de que si ahora atiendo
A que dijo que á vengarse
Viene de un agravio, hombre
Que está agraviado, es infame.—
No es mi hijo, no es mi hijo,
Ni tiene mi noble sangre.
[p. 18]Pero si ya ha sucedido
Un peligro, de quien nadie
Se libró, porque el honor
Es de materia tan frágil
Que con una accion se quiebra
Ó se mancha con un aire,
¿Qué más puede hacer, qué más,
El que es noble, de su parte,
Que á costa de tantos riesgos
Haber venido á buscarle?
Mi hijo es, mi sangre tiene,
Pues tiene valor tan grande;
Y así, entre una y otra duda,
El medio más importante
Es irme al Rey, y decirle
Que es mi hijo, y que le mate.
Quizá la misma piedad
De mi honor podrá obligarle;
Y si le merezco vivo,
Yo le ayudaré á vengarse
De su agravio; mas si el Rey,
En sus rigores constante,
Le da muerte, morirá
Sin saber que soy su padre.—
Venid conmigo, extranjeros,
(A Rosaura y Clarin.)
No temais, no, de que os falte
Compañía en las desdichas,
Pues en duda semejante
De vivir ó de morir,
No sé cuáles son más grandes. (Vanse.)
[p. 19]Salon del Palacio Real en la corte[2].
ASTOLFO y soldados, que salen por un lado, y por el otro la INFANTA ESTRELLA y damas. Música militar dentro y salvas.
Astolfo.
Bien al ver los excelentes
Rayos, que fueron cometas,
Mezclan salvas diferentes
Las cajas y las trompetas,
Los pájaros y las fuentes:
Siendo con música igual,
Y con maravilla suma,
A tu vista celestial
Unos, clarines de pluma,
Y otras, aves de metal;
Y así os saludan, señora,
Como á su reina las balas,
Los pájaros como Aurora,
Las trompetas como á Pálas
Y las flores como á Flora;
Porque sois, burlando el dia
Que ya la noche destierra,
Aurora en el alegría,
Flora en paz, Pálas en guerra,
Y reina en el alma mia.
Estrel.
Si la voz se ha de medir
[p. 20]Con las acciones humanas,
Mal habeis hecho en decir
Finezas tan cortesanas,
Donde os pueda desmentir
Todo ese marcial trofeo
Con quien ya atrevida lucho;
Pues no dicen, segun creo,
Las lisonjas que os escucho,
Con los rigores que veo.
Y advertid que es baja accion,
Que sólo á una fiera toca,
Madre de engaño y traicion,
El halagar con la boca
Y matar con la intencion.
Astolfo.
Muy mal informada estais,
Estrella, pues que la fe
De mis finezas dudais,
Y os suplico que me oigais
La causa, á ver si la sé.
Falleció Eustorgio tercero,
Rey de Polonia, y quedó
Basilio por heredero,
Y dos hijas, de quien yo
Y vos nacimos.—No quiero
Cansaros con lo que tiene
Lugar aquí.—Clorilene,
Vuestra madre y mi señora,
Que en mejor imperio ahora
Dosel de luceros tiene,
Fué la mayor, de quien vos
Sois hija; fué la segunda,
Madre y tia de los dos,
La gallarda Recisunda,
Que guarde mil años Dios;
[p. 21]Casó en Moscovia, de quien
Nací yo. Volver ahora
Al otro principio es bien.
Basilio, que ya, señora,
Se rinde al comun desden
Del tiempo, más inclinado
A los estudios que dado
A mujeres, enviudó
Sin hijos, y vos y yo
Aspiramos á este Estado.
Vos alegais que habeis sido
Hija de hermana mayor;
Yo, que varon he nacido,
Y aunque de hermana menor,
Os debo ser preferido.
Vuestra intencion y la mia
A nuestro tio contamos:
Él respondió que queria
Componernos, y aplazamos
Este puesto y este dia.
Con esta intencion salí
De Moscovia y de su tierra;
Con esta llegué hasta aquí,
En vez de haceros yo guerra,
A que me la hagais á mí.
¡Oh! quiera Amor, sabio dios,
Que el vulgo, astrólogo cierto,
Hoy lo sea con los dos,
Y que pare este concierto
En que seais Reina vos,
Pero Reina en mi albedrío,
Dándôs, para más honor,
Su corona nuestro tio,
Sus triunfos vuestro valor
[p. 22]Y su imperio el amor mio.
Estrel.
A tan cortés bizarría
Ménos mi pecho no muestra,
Pues la imperial monarquía
Para sólo hacerla vuestra
Me holgara que fuera mia;
Aunque no está satisfecho
Mi amor de que sois ingrato,
Si en cuanto decís, sospecho
Que os desmiente ese retrato
Que está pendiente del pecho.
Astolfo.
Satisfaceros intento
Con él... Mas lugar no da
Tanto sonoro instrumento, (Tocan cajas.)
Que avisa que sale ya
El Rey con su parlamento.
EL REY BASILIO, acompañamiento.—ASTOLFO, ESTRELLA, damas, soldados.
Estrel.
Sabio Táles...
Astolfo.
Docto Euclídes...
Estrel.
Que entre signos...
Astolfo.
Que entre estrellas...
Estrel.
Hoy gobiernas...
Astolfo.
Hoy resides...
Estrel.
Y sus caminos...
Astolfo.
Sus huellas...
Estrel.
Describes...
[p. 23]
Astolfo.
Tasas y mides...
Estrel.
Deja que en humildes lazos...
Astolfo.
Deja que en tiernos abrazos...
Estrel.
Hiedra dese tronco sea.
Astolfo.
Rendido á tus piés me vea.
Basilio.
Sobrinos, dadme los brazos,
Y creed, pues que leales
Á mi precepto amoroso
Venís con afectos tales,
Que á nadie deje quejoso
Y los dos quedeis iguales:
Y así, cuando me confieso
Rendido al prolijo peso,
Sólo os pido en la ocasion
Silencio, que admiracion
Ha de pedirla el suceso.
Ya sabeis (estadme atentos,
Amados sobrinos mios,
Corte ilustre de Polonia,
Vasallos, deudos y amigos),
Ya sabeis que yo en el mundo
Por mi ciencia he merecido
El sobrenombre de docto,
Pues, contra el tiempo y olvido,
Los pinceles de Timantes,
Los mármoles de Lisipo,
En el ámbito del orbe
Me aclaman el gran Basilio.
Ya sabeis que son las ciencias
Que más curso y más estimo,
Matemáticas sutiles,
Por quien al tiempo le quito,
Por quien á la fama rompo
La jurisdiccion y oficio
[p. 24]De enseñar más cada dia;
Pues cuando en mis tablas miro
Presentes las novedades
De los venideros siglos,
Le gano al tiempo las gracias
De contar lo que yo he dicho.
Esos círculos de nieve,
Esos doseles de vidrio
Que el sol ilumina á rayos,
Que parte la luna á giros;
Esos orbes de diamantes,
Esos globos cristalinos
Que las estrellas adornan
Y que campean los signos,
Son el estudio mayor
De mis años, son los libros
Donde en papel de diamante,
En cuadernos de zafiro,
Escribe con líneas de oro,
En caracteres distintos,
El cielo nuestros sucesos,
Ya adversos ó ya benignos.
Estos leo tan veloz,
Que con mi espíritu sigo
Sus rápidos movimientos
Por rumbos y por caminos.
¡Pluguiera al cielo, primero
Que mi ingenio hubiera sido
De sus márgenes comento,
Y de sus hojas registro,
Hubiera sido mi vida
El primero desperdicio
De sus iras, y que en ellas
Mi tragedia hubiera sido,
[p. 25]Porque de los infelices
Aun el mérito es cuchillo,
Que á quien le daña el saber,
Homicida es de sí mismo!
Dígalo yo, aunque mejor
Lo dirán sucesos mios,
Para cuya admiracion
Otra vez silencio os pido.
En Clorilene, mi esposa,
Tuve un infelice hijo,
En cuyo parto los cielos
Se agotaron de prodigios.
Ántes que á la luz hermosa
Le diese el sepulcro vivo
De un vientre (porque el nacer
Y el morir son parecidos),
Su madre infinitas veces,
Entre ideas y delirios
Del sueño, vió que rompia
Sus entrañas atrevido
Un monstruo en forma de hombre,
Y entre su sangre teñido,
La daba muerte, naciendo
Víbora humana del siglo.
Llegó de su parto el dia,
Y los presagios cumplidos
(Porque tarde ó nunca son
Mentirosos los impíos),
Nació en horóscopo tal,
Que el sol, en su sangre tinto,
Entraba sañudamente
Con la luna en desafío;
Y siendo valla la tierra,
Los dos faroles divinos
[p. 26]A luz entera luchaban,
Ya que no á brazo partido.
El mayor, el más horrendo
Eclipse que ha padecido
El sol, despues que con sangre
Lloró la muerte de Cristo,
Este fué, porque anegado
El orbe en incendios vivos,
Presumió que padecia
El último parasismo:
Los cielos se oscurecieron,
Temblaron los edificios,
Llovieron piedras las nubes,
Corrieron sangre los rios.
En aqueste, pues, del sol
Ya frenesí, ó ya delirio,
Nació Segismundo, dando
De su condicion indicios,
Pues dió la muerte á su madre,
Con cuya fiereza dijo:
Hombre soy, pues que ya empiezo
A pagar mal beneficios.
Yo, acudiendo á mis estudios,
En ellos y en todo miro
Que Segismundo sería
El hombre más atrevido,
El príncipe más cruel
Y el monarca más impío,
Por quien su reino vendria
A ser parcial y diviso,
Escuela de las traiciones
Y academia de los vicios;
Y él, de su furor llevado,
Entre asombros y delitos,
[p. 27]Habia de poner en mí
Las plantas, y yo rendido
A sus piés me habia de ver,
(¡Con qué vergüenza lo digo!)
Siendo alfombra de sus plantas
Las canas del rostro mio.
¿Quién no da crédito al daño,
Y más al daño que ha visto
En su estudio, donde hace
El amor proprio su oficio?
Pues dando crédito yo
Á los hados, que divinos
Me pronosticaban daños
En fatales vaticinios,
Determiné de encerrar
La fiera que habia nacido,
Por ver si el sabio tenía
En las estrellas dominio.
Publicóse que el infante
Nació muerto, y prevenido
Hice labrar una torre
Entre las peñas y riscos
De esos montes, donde apénas
La luz ha hallado camino,
Por defenderle la entrada
Sus rústicos obeliscos.
Las graves penas y leyes,
Que con públicos edictos
Declararon que ninguno
Entrase á un vedado sitio
Del monte, se ocasionaron
De las causas que os he dicho.
Allí Segismundo vive
Mísero, pobre y cautivo,
[p. 28]Adonde sólo Clotaldo
Le ha hablado, tratado y visto.
Este le ha enseñado ciencias;
Este en la ley le ha instruido
Católica, siendo sólo
De sus miserias testigo.
Aquí hay tres cosas: la una
Que yo, Polonia, os estimo
Tanto, que os quiero librar
De la opresion y servicio
De un rey tirano, porque
No fuera señor benigno
El que á su patria y su imperio
Pusiera en tanto peligro.
La otra es considerar
Que si á mi sangre le quito
El derecho que le dieron
Humano fuero y divino,
No es cristiana caridad;
Pues ninguna ley ha dicho
Que por reservar yo á otro
De tirano y de atrevido,
Pueda yo serlo, supuesto
Que si es tirano mi hijo,
Porque él delitos no haga,
Vengo yo á hacer los delitos.
Es la última y tercera
El ver cuánto yerro ha sido
Dar crédito fácilmente
Á los sucesos previstos;
Pues aunque su inclinacion
Le dicte sus precipicios,
Quizá no le vencerán,
Porque el hado más esquivo,
[p. 29]La inclinacion más violenta,
El planeta más impío,
Sólo el albedrío inclinan,
No fuerzan el albedrío.
Y así, entre una y otra causa,
Vacilante y discursivo,
Previne un remedio tal,
Que os suspenda los sentidos.
Yo he de ponerle mañana,
Sin que él sepa que es mi hijo
Y Rey vuestro, á Segismundo
(Que aqueste su nombre ha sido)
En mi dosel, en mi silla,
Y en fin, en el lugar mio,
Donde os gobierne y os mande,
Y donde todos rendidos
La obediencia le jureis;
Pues con aquesto consigo
Tres cosas, con que respondo
Á las otras tres que he dicho.
Es la primera, que siendo
Prudente, cuerdo y benigno,
Desmintiendo en todo al hado
Que dél tantas cosas dijo,
Gozaréis el natural
Príncipe vuestro, que ha sido
Cortesano de unos montes
Y de sus fieras vecino.
Es la segunda, que si él
Soberbio, osado, atrevido
Y cruel, con rienda suelta
Corre el campo de sus vicios,
Habré yo piadoso entónces
Con mi obligacion cumplido;
[p. 30]Y luégo en desposeerle
Haré como Rey invicto,
Siendo el volverle á la cárcel
No crueldad, sino castigo.
Es la tercera, que siendo
El príncipe como os digo,
Por lo que os amo, vasallos,
Os daré reyes más dignos
De la corona y el cetro;
Pues serán mis dos sobrinos,
Que junto en uno el derecho
De los dos, y convenidos
Con la fe del matrimonio,
Tendrán lo que han merecido.
Esto como rey os mando,
Esto como padre os pido,
Esto como sabio os ruego,
Esto como anciano os digo;
Y si el Séneca español,
Que era humilde esclavo, dijo,
De su república un rey,
Como esclavo os lo suplico.
Astolfo.
Si á mí el responder me toca,
Como el que en efecto ha sido
Aquí el más interesado,
En nombre de todos digo
Que Segismundo parezca,
Pues le basta ser tu hijo.
Todos.
Dános al príncipe nuestro,
Que ya por rey le pedimos.
Basilio.
Vasallos, esa fineza
Os agradezco y estimo.
Acompañad á sus cuartos
A los dos atlantes mios,
[p. 31]Que mañana le vereis.
Todos.
¡Viva el grande rey Basilio!
(Éntranse todos acompañando á Estrella y á Astolfo: quédase el Rey.)
CLOTALDO, ROSAURA, CLARIN.—BASILIO.
Clotal.
¿Podréte hablar? (Al Rey.)
Basilio.
¡Oh Clotaldo!
Tú seas muy bien venido.
Clotal.
Aunque viniendo á tus plantas
Era fuerza haberlo sido,
Esta vez rompe, señor,
El hado triste y esquivo
El privilegio á la ley
Y á la costumbre el estilo.
Basilio.
¿Qué tienes?
Clotal.
Una desdicha,
Señor, que me ha sucedido,
Cuando pudiera tenerla
Por el mayor regocijo.
Basilio.
Prosigue.
Clotal.
Este bello jóven,
Osado ó inadvertido,
Entró en la torre, señor,
Adonde al Príncipe ha visto,
Y es...
Basilio.
No os aflijais, Clotaldo:
Si otro dia hubiera sido,
Confieso que lo sintiera;
Pero ya el secreto he dicho,
[p. 32]Y no importa que él lo sepa,
Supuesto que yo lo digo.
Vedme despues, porque tengo
Muchas cosas que advertiros
Y muchas que hagais por mí;
Que habeis de ser, os aviso,
Instrumento del mayor
Suceso que el mundo ha visto:
Y á esos presos, porque al fin
No presumais que castigo
Descuidos vuestros, perdono. (Vase.)
Clotal.
¡Vivas, gran señor, mil siglos!
CLOTALDO, ROSAURA, CLARIN.
Clotal.
(Ap. Mejoró el cielo la suerte:
Ya no diré que es mi hijo,
Pues que lo puedo excusar.)
Extranjeros peregrinos,
Libres estais.
Rosaura.
Tus piés beso
Mil veces.
Clarin.
Y yo los viso,
Que una letra más ó ménos
No reparan dos amigos.
Rosaura.
La vida, señor, me has dado;
Y pues á tu cuenta vivo,
Eternamente seré
Esclavo tuyo.
Clotal.
No ha sido
Vida la que yo te he dado,
[p. 33]Porque un hombre bien nacido,
Si está agraviado, no vive;
Y supuesto que has venido
Á vengarte de un agravio,
Segun tú proprio me has dicho,
No te he dado vida yo,
Porque tú no la has traido,
Que vida infame no es vida.
(Ap. Bien con aquesto le animo.)
Rosaura.
Confieso que no la tengo,
Aunque de tí la recibo;
Pero yo con la venganza
Dejaré mi honor tan limpio,
Que pueda mi vida luego,
Atropellando peligros,
Parecer dádiva tuya.
Clotal.
Toma el acero bruñido
Que trajiste; que yo sé
Que él baste, en sangre teñida
De tu enemigo, á vengarte;
Porque acero que fué mio
(Digo este instante, este rato
Que en mi poder le he tenido),
Sabrá vengarte.
Rosaura.
En tu nombre
Segunda vez me le ciño,
Y en él juro mi venganza,
Aunque fuese mi enemigo
Más poderoso.
Clotal.
¿Eslo mucho?
Rosaura.
Tanto, que no te lo digo,
No porque de tu prudencia
Mayores cosas no fío,
Sino porque no se vuelva
[p. 34]Contra mí el favor que admiro
En tu piedad.
Clotal.
Ántes fuera
Ganarme á mí con decirlo;
Pues fuera cerrarme el paso
De ayudar á tu enemigo.
(Ap. ¡Oh si supiera quién es!)
Rosaura.
Porque no pienses que estimo
Tan poco esa confianza,
Sabe que el contrario ha sido
No ménos que Astolfo, duque
De Moscovia.
Clotal.
(Ap. Mal resisto
El dolor, porque es más grave,
Que fué imaginado, visto.
Apuremos más el caso.)
Si moscovita has nacido,
El que es natural señor,
Mal agraviarte ha podido:
Vuélvete á tu patria, pues,
Y deja el ardiente brío
Que te despeña.
Rosaura.
Yo sé,
Que aunque mi príncipe ha sido,
Pudo agraviarme.
Clotal.
No pudo,
Aunque pusiera atrevido
La mano en tu rostro. (Ap. ¡Ay cielos!)
Rosaura.
Mayor fué el agravio mio.
Clotal.
Dílo ya, pues que no puedes
Decir más que yo imagino.
Rosaura.
Sí dijera; mas no sé
Con qué respeto te miro,
Con qué afecto te venero,
[p. 35]Con qué estimacion te asisto,
Que no me atrevo á decirte
Que es este exterior vestido
Enigma, pues no es de quien
Parece: juzga advertido,
Si no soy lo que parezco,
Y Astolfo á casarse vino
Con Estrella, si podrá
Agraviarme. Harto te he dicho.
(Vanse Rosaura y Clarin.)
Clotal.
¡Escucha, aguarda, detente!
¿Qué confuso laberinto
Es este, donde no puede
Hallar la razon el hilo?
Mi honor es el agraviado,
Poderoso el enemigo,
Yo vasallo, ella mujer:
Descubra el cielo camino;
Aunque no sé si podrá,
Cuando en tan confuso abismo
Es todo el cielo un presagio,
Y es todo el mundo un prodigio.
[p. 36]
BASILIO, CLOTALDO.
Clotal.
Todo, como lo mandaste,
Queda efectuado.
Basilio.
Cuenta,
Clotaldo, cómo pasó.
Clotal.
Fué, señor, desta manera.
Con la apacible bebida,
Que de confecciones llena
Hacer mandaste, mezclando
La virtud de algunas hierbas,
Cuyo tirano poder
Y cuya secreta fuerza
Así al humano discurso
Priva, roba y enajena,
Que deja vivo cadáver
Á un hombre, y cuya violencia,
Adormecido, le quita
Los sentidos y potencias...
—No tenemos que argüir
Que aquesto posible sea,
Pues tantas veces, señor,
[p. 37]Nos ha dicho la experiencia,
Y es cierto, que de secretos
Naturales está llena
La medicina, y no hay
Animal, planta ni piedra
Que no tenga calidad
Determinada, y si llega
Á examinar mil venenos
La humana malicia nuestra,
Que den la muerte, ¿qué mucho
Que, templada su violencia,
Pues hay venenos que maten,
Haya venenos que aduerman?
Dejando aparte el dudar
Si es posible que suceda,
Pues que ya queda probado
Con razones y evidencias...—
Con la bebida, en efecto,
Que el opio, la adormidera
Y el beleño compusieron,
Bajé á la cárcel estrecha
De Segismundo; con él
Hablé un rato de las letras
Humanas, que le ha enseñado
La muda naturaleza
De los montes y los cielos,
En cuya divina escuela
La retórica aprendió
De las aves y las fieras.
Para levantarle más
El espíritu á la empresa
Que solicitas, tomé
Por asunto la presteza
De un águila caudalosa,
[p. 38]Que despreciando la esfera
Del viento, pasaba á ser
En las regiones supremas
Del fuego rayo de pluma,
Ó desasido cometa.
Encarecí el vuelo altivo,
Diciendo: «Al fin eres reina
De las aves, y así, á todas
Es justo que las prefieras.»
Él no hubo menester más;
Que en tocando esta materia
De la majestad, discurre
Con ambicion y soberbia;
Porque en efecto la sangre
Le incita, mueve y alienta
Á cosas grandes, y dijo:
«¡Que en la república inquieta
De las aves tambien haya
Quien les jure la obediencia!
En llegando á este discurso
Mis desdichas me consuelan;
Pues, por lo ménos, si estoy
Sujeto, lo estoy por fuerza;
Porque voluntariamente
Á otro hombre no me rindiera.»
Viendole ya enfurecido
Con esto, que ha sido el tema
De su dolor, le brindé
Con la pócima, y apénas
Pasó desde el vaso al pecho
El licor, cuando las fuerzas
Rindió al sueño, discurriendo
Por los miembros y las venas
Un sudor frio, de modo
[p. 39]Que á no saber yo que era
Muerte fingida, dudara
De su vida. En esto llegan
Las gentes de quien tú fias
El valor desta experiencia,
Y poniéndole en un coche,
Hasta tu cuarto le llevan,
Donde prevenida estaba
La majestad y grandeza
Que es digna de su persona.
Allí en tu cama le acuestan,
Donde al tiempo que el letargo
Haya perdido la fuerza,
Como á tí mismo, señor,
Le sirvan, que así lo ordenas.
Y si haberte obedecido
Te obliga á que yo merezca
Galardon, sólo te pido
(Perdona mi inadvertencia)
Que me digas, ¿qué es tu intento,
Trayendo desta manera
Á Segismundo á palacio?
Basilio.
Clotaldo, muy justa es esa
Duda que tienes, y quiero
Sólo á tí satisfacerla.
Á Segismundo mi hijo
El influjo de su estrella
(Bien lo sabes) amenaza
Mil desdichas y tragedias:
Quiero examinar si el cielo,
Que no es posible que mienta,
Y más habiéndonos dado
De su rigor tantas muestras,
En su cruel condicion,
[p. 40]Ó se mitiga, ó se templa
Por lo ménos, y vencido
Con valor y con prudencia
Se desdice; porque el hombre
Predomina en las estrellas.
Esto quiero examinar,
Trayéndole donde sepa
Que es mi hijo, y donde haga
De su talento la prueba.
Si magnánimo la vence,
Reinará; pero si muestra
El ser cruel y tirano,
Le volveré á su cadena.
Ahora preguntarás,
Que para aquesta experiencia,
¿Qué importó haberle traido
Dormido desta manera?
Y quiero satisfacerte,
Dándote á todo respuesta.
Si él supiera que es mi hijo
Hoy, y mañana se viera
Segunda vez reducido
Á su prision y miseria,
Cierto es de su condicion
Que desesperara en ella;
Porque sabiendo quién es,
¿Qué consuelo habrá que tenga?
Y así he querido dejar
Abierta al daño la puerta
Del decir que fué soñado
Cuanto vió. Con esto llegan
A examinarse dos cosas:
Su condicion, la primera;
Pues él despierto procede
[p. 41]En cuanto imagina y piensa:
Y el consuelo la segunda;
Pues aunque ahora se vea
Obedecido, y despues
A sus prisiones se vuelva,
Podrá entender que soñó,
Y hará bien cuando lo entienda
Porque en el mundo, Clotaldo,
Todos los que viven sueñan.
Clotal.
Razones no me faltaran
Para probar que no aciertas;
Mas ya no tiene remedio;
Y segun dicen las señas,
Parece que ha despertado,
Y hácia nosotros se acerca.
Basilio.
Yo me quiero retirar:
Tú, como ayo suyo, llega,
Y de tantas confusiones
Como su discurso cercan,
Le saca con la verdad.
Clotal.
¿En fin, que me das licencia
Para que lo diga?
Basilio.
Sí;
Que podrá ser, con saberla,
Que conocido el peligro
Más fácilmente se venza. (Vase.)
CLARIN.—CLOTALDO.
Clarin.
(Ap.) Á costa de cuatro palos,
Que el llegar aquí me cuesta,
De un alabardero rubio
[p. 42]Que barbó de su librea,
Tengo de ver cuanto pasa;
Que no hay ventana más cierta,
Que aquella que, sin rogar
Á un ministro de boletas,
Un hombre se trae consigo;
Pues para todas las fiestas,
Despojado y despejado
Se asoma á su desvergüenza.
Clotal.
(Ap. Este es Clarin, el criado
De aquella (¡ay cielos!), de aquella
Que, tratante de desdichas,
Pasó á Polonia mi afrenta.)
Clarin, ¿qué hay de nuevo?
Clarin.
Hay,
Señor, que tu gran clemencia,
Dispuesta á vengar agravios
De Rosaura, la aconseja
Que tome su propio traje.
Clotal.
Y es bien, porque no parezca
Liviandad.
Clarin.
Hay que mudando
Su nombre, y tomando cuerda
Nombre de sobrina tuya,
Hoy tanto honor se acrecienta,
Que dama en palacio ya
De la singular Estrella
Vive.
Clotal.
Es bien que de una vez
Tome su honor por mi cuenta.
Clarin.
Hay que ella está esperando
Que ocasion y tiempo venga
En que vuelvas por su honor.
Clotal.
Prevencion segura es esa;
[p. 43]Que al fin el tiempo ha de ser
Quien haga esas diligencias.
Clarin.
Hay que ella está regalada,
Servida como una reina,
En fe de sobrina tuya.
Y hay que viniendo con ella,
Estoy yo muriendo de hambre
Y nadie de mí se acuerda,
Sin mirar que soy Clarin,
Y que si el tal Clarin suena,
Podrá decir cuanto pasa
Al Rey, á Astolfo y á Estrella;
Porque Clarin y criado
Son dos cosas que se llevan
Con el secreto muy mal;
Y podrá ser, si me deja
El silencio de su mano,
Se cante por mí esta letra:
Clarin que rompe el albor,
No suena mejor.
Clotal.
Tu queja está bien fundada;
Yo satisfaré tu queja,
Y en tanto sírveme á mí.
Clarin.
Pues ya Segismundo llega.
Músicos, cantando, y CRIADOS, dando de vestir á SEGISMUNDO, que sale como asombrado.—CLOTALDO, CLARIN.
Segism.
¡Válgame el cielo, qué veo!
¡Válgame el cielo, qué miro!
Con poco espanto lo admiro,
[p. 44]Con mucha duda lo creo.
¿Yo en palacios suntuosos?
¿Yo entre telas y brocados?
¿Yo cercado de criados
Tan lucidos y briosos?
¿Yo despertar de dormir
En lecho tan excelente?
¿Yo en medio de tanta gente
Que me sirva de vestir?
Decir que sueño es engaño:
Bien sé que despierto estoy.
¿Yo Segismundo no soy?
Dadme, cielos, desengaño.
Decidme, ¿qué pudo ser
Esto que á mi fantasía
Sucedió miéntras dormia,
Que aquí me he llegado á ver?
Pero sea lo que fuere,
¿Quién me mete en discurrir?
Dejarme quiero servir,
Y venga lo que viniere.
Criad. 1.º
(Ap. al Criado 2.º y á Clarin.)
¡Qué melancólico está!
Criad. 2.º
¿Pues á quién le sucediera
Esto, que no lo estuviera?
Clarin.
Á mí.
Criad. 2.º
Llega á hablarle ya.
Criad. 1.º
(A Segismundo.) ¿Volverán á cantar?
Segism.
No,
No quiero que canten más.
Criad. 2.º
Como tan suspenso estás.
Quise divertirte.
Segism.
Yo
No tengo de divertir
[p. 45]Con sus voces mis pesares;
Las músicas militares
Sólo he gustado de oir.
Clotal.
Vuestra Alteza, gran señor,
Me dé su mano á besar,
Que el primero os ha de dar
Esta obediencia mi honor.
Segism.
(Ap.) Clotaldo es: ¿pues como así,
Quien en prision me maltrata,
Con tal respeto me trata?
¿Qué es lo que pasa por mí?
Clotal.
Con la grande confusion
Que el nuevo estado te da,
Mil dudas padecerá
El discurso y la razon;
Pero ya librarte quiero
De todas (si puede ser),
Porque has, señor, de saber
Que eres príncipe heredero
De Polonia. Si has estado
Retirado y escondido,
Por obedecer ha sido
A la inclemencia del hado,
Que mil tragedias consiente
A este imperio, cuando en él
El soberano laurel
Corone tu augusta frente.
Mas fiando á tu atencion
Que vencerás las estrellas,
Porque es posible vencellas
Un magnánimo varon,
A palacio te han traido
De la torre en que vivias,
Miéntras al sueño tenías
[p. 46]El espíritu rendido.
Tu padre, el Rey mi señor,
Vendrá á verte, y dél sabrás,
Segismundo, lo demas.
Segism.
Pues vil, infame, traidor,
¿Qué tengo más que saber,
Despues de saber quien soy,
Para mostrar desde hoy
Mi soberbia y mi poder?
¿Cómo á tu patria le has hecho
Tal traicion, que me ocultaste
Á mí, pues que me negaste,
Contra razon y derecho,
Este estado?
Clotal.
¡Ay de mí triste!
Segism.
Traidor fuiste con la ley,
Lisonjero con el Rey,
Y cruel conmigo fuiste;
Y así el Rey, la ley y yo,
Entre desdichas tan fieras,
Te condenan á que mueras
Á mis manos.
Criad. 2.º
Señor...
Segism.
No
Me estorbe nadie, que es vana
Diligencia: ¡y vive Dios!
Si os poneis delante vos,
Que os eche por la ventana.
Criad. 2.º
Huye, Clotaldo.
Clotal.
¡Ay de tí,
Qué soberbia vas mostrando,
Sin saber que estás soñando! (Vase.)
Criad. 2.º
Advierte...
Segism.
Aparta de aquí.
[p. 47]
Criad. 2.º
Que á su Rey obedeció.
Segism.
En lo que no es justa ley
No ha de obedecer al Rey,
Y su príncipe era yo.
Criad. 2.º
Él no debió examinar
Si era bien hecho ó mal hecho.
Segism.
Que estais mal con vos sospecho,
Pues me dais que replicar.
Clarin.
Dice el Príncipe muy bien,
Y vos hicisteis muy mal.
Criad. 2.º
¿Quién os dió licencia igual?
Clarin.
Yo me la he tomado.
Segism.
¿Quién
Eres tú, dí?
Clarin.
Entremetido,
Y deste oficio soy jefe,
Porque soy el mequetrefe
Mayor que se ha conocido.
Segism.
Tú sólo en tan nuevos mundos
Me has agradado.
Clarin.
Señor,
Soy un grande agradador
De todos los Segismundos.
ASTOLFO.—SEGISMUNDO, CLARIN, criados, músicos.
Astolfo.
¡Feliz mil veces el dia,
Oh Príncipe, que os mostrais,
Sol de Polonia, y llenais
De resplandor y alegría
Todos esos horizontes
[p. 48]Con tan divino arrebol;
Pues que salís como el sol
De los senos de los montes!
Salid, pues, y aunque tan tarde
Se corona vuestra frente
Del laurel resplandeciente,
Tarde muera.
Segism.
Dios os guarde.
Astolfo.
El no haberme conocido
Sólo por disculpa os doy
De no honrarme más. Yo soy
Astolfo, duque he nacido
De Moscovia, y primo vuestro:
Haya igualdad en los dos.
Segism.
Si digo que os guarde Dios,
¿Bastante agrado no os muestro?
Pero ya que haciendo alarde
De quien sois, desto os quejais,
Otra vez que me veais
Le diré á Dios que no os guarde.
Criad. 2.º
(A Astolfo.) Vuestra Alteza considere
Que como en montes nacido
Con todos ha procedido.
(A Segismundo.) Astolfo, señor, prefiere...
Segism.
Cansóme como llegó
Grave á hablarme, y lo primero
Que hizo, se puso el sombrero.
Criad. 2.º
Es grande.
Segism.
Mayor soy yo.
Criad. 2.º
Con todo eso, entre los dos
Que haya más respeto es bien
Que entre los demas.
Segism.
¿Y quién
Os mete conmigo á vos?
ESTRELLA.—Dichos.
Estrel.
Vuestra Alteza, señor, sea
Muchas veces bien venido
Al dosel que agradecido
Le recibe y le desea,
Adonde, á pesar de engaños,
Viva augusto y eminente,
Donde su vida se cuente
Por siglos, y no por años.
Segism.
(A Clarin.) Díme tú ahora, ¿quién es
Esta beldad soberana?
¿Quién es esta diosa humana,
A cuyos divinos piés
Postra el cielo su arrebol?
¿Quién es esta mujer bella?
Clarin.
Es, señor, tu prima Estrella.
Segism.
Mejor dijeras el sol.
Aunque el parabien es bien (A Estrella.)
Darme del bien que conquisto,
De sólo haberos hoy visto
Os admito el parabien:
Y así, de llegarme á ver
Con el bien que no merezco,
El parabien agradezco,
Estrella, que amanecer
Podeis, y dar alegría
Al más luciente farol.
¿Qué dejais que hacer al sol,
Si os levantais con el dia?
Dadme á besar vuestra mano,
[p. 50]En cuya copa de nieve
El aura candores bebe.
Estrel.
Sed más galan cortesano.
Astolfo.
(Ap.) Soy perdido.
Criad. 2.º
(Ap. El pesar sé
De Astolfo, y le estorbaré.)
Advierte, señor, que no
Es justo atreverse así,
Y estando Astolfo...
Segism.
¿No digo
Que vos no os metais conmigo?
Criad. 2.º
Digo lo que es justo.
Segism.
Á mí
Todo eso me causa enfado.
Nada me parece justo
En siendo contra mi gusto.
Criad. 2.º
Pues yo, señor, he escuchado
De tí que en lo justo es bien
Obedecer y servir.
Segism.
Tambien oiste decir
Que por un balcon, á quien
Me canse, sabré arrojar.
Criad. 2.º
Con los hombres como yo
No puede hacerse eso.
Segism.
¿No?
¡Por Dios! que lo he de probar.
(Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él, volviendo á salir inmediatamente.)
Astolfo.
¿Qué es esto que llego á ver?
Estrel.
Idle todos á estorbar. (Vase.)
Segism.
(Volviendo.) Cayó del balcon al mar:
¡Vive Dios! que pudo ser[3].
[p. 51]
Astolfo.
Pues medid con más espacio
Vuestras acciones severas,
Que lo que hay de hombres á fieras,
Hay desde un monte á palacio.
Segism.
Pues en dando tan severo
En hablar con entereza,
Quizá no hallaréis cabeza
En que se os tenga el sombrero.
(Vase Astolfo.)
BASILIO.—SEGISMUNDO, CLARIN, CRIADOS.
Basilio.
¿Qué ha sido esto?
Segism.
Nada ha sido.
Á un hombre, que me ha cansado,
Deste balcon he arrojado.
Clarin.
(A Segism.) Que es el Rey está advertido.
Basilio.
¿Tan presto una vida cuesta
Tu venida al primer dia?
Segism.
Díjome que no podia
Hacerse, y gané la apuesta.
Basilio.
Pésame mucho que cuando,
Príncipe, á verte he venido,
[p. 52]Pensado hallarte advertido,
De hados y estrellas triunfando,
Con tanto rigor te vea,
Y que la primera accion
Que has hecho en esta ocasion,
Un grave homicidio sea.
¿Con qué amor llegar podré
A darte ahora mis brazos,
Si de sus soberbios lazos,
Que están enseñados sé
A dar muerte? ¿Quién llegó
A ver desnudo el puñal
Que dió una herida mortal,
Que no temiese? ¿Quién vió
Sangriento el lugar, adonde
A otro hombre le dieron muerte,
Que no sienta? que el más fuerte
A su natural responde.
Yo así, que en tus brazos miro
Desta muerte el instrumento,
Y miro el lugar sangriento,
De tus brazos me retiro;
Y aunque en amorosos lazos
Ceñir tu cuello pensé,
Sin ellos me volveré,
Que tengo miedo á tus brazos.
Segism.
Sin ellos me podré estar
Como me he estado hasta aquí;
Que un padre que contra mí
Tanto rigor sabe usar,
Que su condicion ingrata
De su lado me desvía,
Como á una fiera me cria,
Y como á un monstruo me trata
[p. 53]Y mi muerte solicita,
De poca importancia fué
Que los brazos no me dé,
Cuando el sér de hombre me quita.
Basilio.
Al cielo y á Dios pluguiera
Que á dártele no llegara;
Pues ni tu voz escuchara,
Ni tu atrevimiento viera.
Segism.
Si no me le hubieras dado,
No me quejara de tí;
Pero una vez dado, sí,
Por habérmele quitado;
Pues aunque el dar la accion es
Más noble y más singular,
Es mayor bajeza el dar,
Para quitarlo despues.
Basilio.
¡Bien me agradeces el verte,
De un humilde y pobre preso,
Príncipe ya!
Segism.
Pues en eso
¿Qué tengo que agradecerte?
Tirano de mi albedrío,
Si viejo y caduco estás,
¿Muriéndote, qué me das?
¿Dasme más de lo que es mio?
Mi padre eres y mi rey;
Luego toda esta grandeza
Me da la naturaleza
Por derecho de su ley.
Luego aunque esté en tal estado,
Obligado no te quedo,
Y pedirte cuentas puedo
Del tiempo que me has quitado
Libertad, vida y honor;
[p. 54]Y así, agradéceme á mí
Que yo no cobre de tí,
Pues eres tú mi deudor.
Basilio.
Bárbaro eres y atrevido:
Cumplió su palabra el cielo;
Y así, para él mismo apelo,
Soberbio y desvanecido.
Y aunque sepas ya quién eres,
Y desengañado estés,
Y aunque en un lugar te ves
Donde á todos te prefieres,
Mira bien lo que te advierto,
Que seas humilde y blando,
Porque quizá estás soñando,
Aunque ves que estás despierto. (Vase.)
Segism.
¿Que quizás soñando estoy,
Aunque despierto me veo?
No sueño, pues toco y creo
Lo que he sido y lo que soy.
Y aunque ahora te arrepientas,
Poco remedio tendrás;
Sé quien soy, y no podrás,
Aunque suspires y sientas.
Quitarme el haber nacido
Desta corona heredero;
Y si me viste primero
A las prisiones rendido,
Fué porque ignoré quién era,
Pero ya informado estoy
De quien soy, y sé que soy
Un compuesto de hombre y fiera.
ROSAURA, en traje de mujer.—SEGISMUNDO, CLARIN, CRIADOS.
Rosaura.
(Ap.) Siguiendo á Estrella vengo,
Y gran temor de hallar á Astolfo tengo;
Que Clotaldo desea
Que no sepa quién soy, y no me vea,
Porque dice que importa al honor mio:
Y de Clotaldo fío
Su efecto, pues le debo agradecida
Aquí el amparo de mi honor y vida.
Clarin.
(A Segism.) ¿Qué es lo que te ha agradado
Más de cuanto aquí has visto y admirado?
Segism.
Nada me ha suspendido;
Que todo lo tenía prevenido;
Mas si admirarme hubiera
Algo en el mundo, la hermosura fuera
De la mujer. Leia
Una vez yo en los libros que tenía,
Que lo que á Dios mayor estudio debe,
Era el hombre, por ser un mundo breve;
Mas ya que lo es recelo
La mujer, pues ha sido un breve cielo;
Y más beldad encierra
Que el hombre, cuanto va de cielo á tierra;.
Y más si es la que miro.
Rosaura.
(Ap.) El Príncipe está aquí; yo me retiro.
Segism.
Oye, mujer, detente;
No juntes el ocaso y el oriente,
Huyendo al primer paso;
[p. 56]Que juntos el oriente y el ocaso,
La luz y sombra fria,
Serás sin duda síncopa del dia.
¿Pero qué es lo que veo?
Rosaura.
Lo mismo que estoy viendo dudo y creo.
Segism.
(Ap.) Yo he visto esta belleza
Otra vez.
Rosaura.
(Ap.) Yo esta pompa, esta grandeza
He visto reducida
A una estrecha prision.
Segism.
(Ap. Ya hallé mi vida.)
Mujer, que aqueste nombre
Es el mejor requiebro para el hombre,
¿Quién eres? que sin verte
Adoracion me debes, y de suerte
Por la fe te conquisto,
Que me persuado á que otra vez te he visto.
¿Quién eres, mujer bella?
Rosaura.
Disimular me importa. Soy de Estrella
Una infelice dama.
Segism.
No digas tal; dí el sol, á cuya llama
Aquella estrella vive,
Pues de tus rayos resplandor recibe;
Yo ví en reino de olores
Que presidia entre escuadron de flores
La deidad de la rosa,
Y era su emperatriz por más hermosa;
Yo ví entre piedras finas
De la docta academia de sus minas
Preferir el diamante,
Y ser su emperador por más brillante;
Yo en esas córtes bellas
De la inquieta república de estrellas,
Ví en el lugar primero
[p. 57]Por rey de las estrellas al lucero;
Yo en esferas perfetas,
Llamando el sol á córtes los planetas,
Le ví que presidia,
Como mayor oráculo del dia.
Pues ¿cómo si entre flores, entre estrellas,
Piedras, signos, planetas, las más bellas
Prefieren, tú has servido
La de ménos beldad, habiendo sido
Por más bella y hermosa,
Sol, lucero, diamante, estrella y rosa?
CLOTALDO, que se queda al paño.—SEGISMUNDO, ROSAURA, CLARIN, CRIADOS.
Clotal.
(Ap.) A Segismundo reducir deseo,
Porque en fin le he criado: mas ¡qué veo!
Rosaura.
Tu favor reverencio:
Respóndate retórico el silencio:
Cuando tan torpe la razon se halla,
Mejor habla, señor, quien mejor calla.
Segism.
No has de ausentarte, espera.
¿Cómo quieres dejar de esa manera
A obscuras mi sentido?
Rosaura.
Esta licencia á vuestra Alteza pido.
Segism.
Irte con tal violencia
No es pedirla, es tomarte la licencia.
Rosaura.
Pues si tú no la das, tomarla espero.
Segism.
Harás que de cortés pase á grosero,
Porque la resistencia
Es veneno cruel de mi paciencia.
Rosaura.
Pues cuando ese veneno,
[p. 58]De furia, de rigor y saña lleno,
La paciencia venciera,
Mi respeto no osara, ni pudiera.
Segism.
Sólo por ver si puedo,
Harás que pierda á tu hermosura el miedo,
Que soy muy inclinado
A vencer lo imposible: hoy he arrojado
De ese balcon á un hombre, que decia
Que hacerse no podia;
Y así por ver si puedo, cosa es llana
Que arrojaré tu honor por la ventana.
Clotal.
(Ap.) Mucho se va empeñando.
¿Qué he de hacer, cielos, cuando
Tras un loco deseo
Mi honor segunda vez á riesgo veo?
Rosaura.
No en vano prevenía
A este reino infeliz tu tiranía
Escándalos tan fuertes
De delitos, traiciones, iras, muertes.
Mas ¿qué ha de hacer un hombre,
Que no tiene de humano más que el nombre,
Atrevido, inhumano,
Cruel, soberbio, bárbaro y tirano,
Nacido entre las fieras?
Segism.
Porque tú ese baldon no me dijeras,
Tan cortés me mostraba,
Pensando que con esto te obligaba;
Mas si lo soy hablando deste modo,
Has de decirlo, vive Dios, por todo.—
Hola, dejadnos solos, y esa puerta
Se cierre, y no entre nadie.
(Vanse Clarin y los criados.)
Rosaura.
Yo soy muerta.—
Advierte...
[p. 59]
Segism.
Soy tirano,
Y ya pretendes reducirme en vano.
Clotal.
(Ap.) ¡Oh qué lance tan fuerte!
Saldré á estorbarlo, aunque me dé la muerte.
Señor, atiende, mira. (Llega.)
Segism.
Segunda vez me has provocado á ira,
Viejo caduco y loco.
¿Mi enojo y mi rigor tienes en poco?
¿Cómo hasta aquí has llegado?
Clotal.
De los acentos desta voz llamado,
A decirte que seas
Más apacible, si reinar deseas;
Y no por verte ya de todos dueño,
Seas cruel, porque quizá es un sueño.
Segism.
A rabia me provocas,
Cuando la luz del desengaño tocas.
Veré, dándote la muerte,
Si es sueño ó si es verdad.
(Al ir á sacar la daga se la detiene Clotaldo, y se pone de rodillas.)
Clotal.
Yo desta suerte
Librar mi vida espero.
Segism.
Quita la osada mano del acero.
Clotal.
Hasta que gente venga,
Que tu rigor y cólera detenga,
No he de soltarte.
Rosaura.
¡Ay cielo!
Segism.
Suelta, digo,
Caduco, loco, bárbaro, enemigo,
Ó será desta suerte, (Luchan.)
Dándote ahora entre mis brazos muerte.
Rosaura.
Acudid todos presto,
Que matan á Clotaldo. (Vase.)
(Sale Astolfo á tiempo que cae Clotaldo á sus piés, y él se pone en medio.)
ASTOLFO.—SEGISMUNDO, CLOTALDO.
Astolfo.
¿Pues qué es esto,
Príncipe generoso?
¿Así se mancha acero tan brioso
En una sangre helada?
Vuelva á la vaina tan lucida espada.
Segism.
En viéndola teñida
En esa infame sangre.
Astolfo.
Ya su vida
Tomó á mis piés sagrado,
Y de algo ha de servirle haber llegado.
Segism.
Sírvate de morir; pues desta suerte
Tambien sabré vengarme con tu muerte
De aquel pasado enojo.
Astolfo.
Yo defiendo
Mi vida; así la majestad no ofendo.
(Saca Astolfo la espada, y riñen.)
Clotal.
No le ofendas, señor.
BASILIO, ESTRELLA Y ACOMPAÑAMIENTO.—SEGISMUNDO, ASTOLFO, CLOTALDO.
Basilio.
¿Pues aquí espadas?
Estrel.
(Ap.) ¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!
Basilio.
¿Pues qué es lo que ha pasado?
Astolfo.
Nada, señor, habiendo tú llegado. (Envainan.)
[p. 61]
Segism.
Mucho, señor, aunque hayas tú venido:
Yo á ese viejo matar he pretendido.
Basilio.
¿Respeto no tenías
A estas canas?
Clotal.
Señor, ved que son mias:
Que no importa veréis.
Segism.
Acciones vanas,
Querer que tenga yo respeto á canas;
Pues áun esas podria (Al Rey.)
Ser que viese á mis plantas algun dia,
Porque áun no estoy vengado
Del modo injusto con que me has criado.
(Vase.)
Basilio.
Pues ántes que lo veas,
Volverás á dormir adonde creas
Que cuanto te ha pasado,
Como fué bien del mundo, fué soñado.
(Vanse el Rey, Clotaldo y el acompañamiento.)
ESTRELLA, ASTOLFO.
Astolfo.
¡Qué pocas veces el hado,
Que dice desdichas, miente,
Pues es tan cierto en los males,
Cuanto dudoso en los bienes!
¡Qué buen astrólogo fuera,
Si siempre casos crueles
Anunciara; pues no hay duda
Que ellos fueran verdad siempre!
Conocerse esta experiencia
En mí y Segismundo puede,
[p. 62]Estrella, pues en los dos
Hace muestras diferentes.
En él previno rigores,
Soberbias, desdichas, muertes,
Y en todo dijo verdad,
Porque todo, al fin, sucede;
Pero en mí, que al ver, señora,
Esos rayos excelentes,
De quien el sol fué una sombra
Y el cielo un amago breve,
Que me previno venturas,
Trofeos, aplausos, bienes,
Dijo mal, y dijo bien;
Pues sólo es justo que acierte
Cuando amaga con favores
Y ejecuta con desdenes.
Estrel.
No dudo que esas finezas
Son verdades evidentes;
Mas serán por otra dama,
Cuyo retrato pendiente
Al cuello tragisteis cuando
Llegasteis, Astolfo, á verme;
Y siendo así, esos requiebros
Ella sola los merece.
Acudid á que ella os pague,
Que no son buenos papeles
En el consejo de amor
Las finezas ni las fees
Que se hicieron en servicio
De otras damas y otros reyes.
ROSAURA, que se queda al paño.—ESTRELLA, ASTOLFO.
Rosaura.
(Ap.) ¡Gracias á Dios que llegaron
Ya mis desdichas crueles
Al término suyo, pues
Quien esto ve nada teme!
Astolfo.
Yo haré que el retrato salga
Del pecho, para que éntre
La imágen de tu hermosura.
Donde entra Estrella no tiene
Lugar la sombra, ni estrella
Donde el sol; voy á traerle.—
(Ap. Perdona, Rosaura hermosa,
Este agravio, porque ausentes,
No se guardan más fe que esta
Los hombres y las mujeres.) (Vase.)
(Adelántase Rosaura.)
Rosaura.
(Ap.) Nada he podido escuchar,
Temerosa que me viese.
Estrel.
¡Astrea!
Rosaura.
Señora mia.
Estrel.
Heme holgado que tú fueses
La que llegaste hasta aquí;
Porque de tí solamente
Fiara un secreto.
Rosaura.
Honras,
Señora, á quien te obedece.
Estrel.
En el poco tiempo, Astrea,
[p. 64]Que ha que te conozco, tienes
De mi voluntad las llaves;
Por esto, y por ser quien eres,
Me atrevo á fiar de tí
Lo que áun de mí muchas veces
Recaté.
Rosaura.
Tu esclava soy.
Estrel.
Pues para decirlo en breve,
Mi primo Astolfo (bastara
Que mi primo te dijese,
Porque hay cosas que se dicen
Con pensarlas solamente),
Ha de casarse conmigo,
Si es que la fortuna quiere
Que con una dicha sola
Tantas desdichas descuente.
Pesóme que el primer dia
Echado al cuello trajese
El retrato de una dama:
Habléle en él[4] cortésmente,
Es galan, y quiere bien,
Fué por él, y ha de traerle
Aquí; embarázame mucho
Que él á mí á dármele llegue:
Quédate aquí, y cuando venga,
Le dirás que te le entregue
Á tí. No te digo más;
Discreta y hermosa eres:
Bien sabrás lo que es amor. (Vase.)
ROSAURA.
¡Ojalá no lo supiese!
¡Válgame el cielo! ¿quién fuera
Tan atenta y tan prudente,
Que supiera aconsejarse
Hoy en ocasion tan fuerte?
¿Habrá persona en el mundo
Á quien el cielo inclemente
Con más desdichas combata
Y con más pesares cerque?
¿Qué haré en tantas confusiones,
Donde imposible parece
Que halle razon que me alivie,
Ni alivio que me consuele?
Desde la primer desdicha,
No hay suceso ni accidente
Que otra desdicha no sea;
Que unas á otras suceden,
Herederas de sí mismas.
Á la imitacion del Fénix,
Unas de las otras nacen,
Viviendo de lo que mueren,
Y siempre de sus cenizas
Está el sepulcro caliente.
Que eran cobardes, decia
Un sabio, por parecerle
Que nunca andaba una sola;
Yo digo que son valientes,
Pues siempre van adelante,
[p. 66]Y nunca la espalda vuelven:
Quien las llevare consigo,
Á todo podrá atreverse,
Pues en ninguna ocasion
No haya miedo que le dejen.
Dígalo yo, pues en tantas
Como á mi vida suceden,
Nunca me he hallado sin ellas,
Ni se han cansado hasta verme,
Herida de la fortuna,
En los brazos de la muerte.
¡Ay de mí! ¿qué debo hacer
Hoy en la ocasion presente?
Si digo quien soy, Clotaldo,
Á quien mi vida le debe
Este amparo y este honor,
Conmigo ofenderse puede;
Pues me dice que callando
Honor y remedio espere.
Si no he de decir quien soy
Á Astolfo, y él llega á verme,
¿Cómo he de disimular?
Pues aunque fingirlo intenten
La voz, la lengua y los ojos,
Les dirá el alma que mienten.
¿Qué haré? ¿Mas para qué estudio
Lo que haré, si es evidente
Que por más que lo prevenga,
Que lo estudie y que lo piense,
En llegando la ocasion
Ha de hacer lo que quisiere
El dolor? porque ninguno
Imperio en sus penas tiene.
Y pues á determinar
[p. 67]Lo que ha de hacer no se atreve
El alma, llegue el dolor
Hoy á su término, llegue
La pena á su extremo, y salga
De dudas y pareceres
De una vez; pero hasta entónces
Valedme, cielos, valedme.
ASTOLFO, que trae el retrato.—ROSAURA.
Astolfo.
Este es, señora, el retrato;
Mas ¡ay Dios!
Rosaura.
¿Qué se suspende
Vuestra Alteza? ¿qué se admira?
Astolfo.
De oirte, Rosaura, y verte.
Rosaura.
¿Yo Rosaura? Hase engañado
Vuestra Alteza, si me tiene
Por otra dama; que yo
Soy Astrea, y no merece
Mi humildad tan grande dicha
Que esa turbacion le cueste.
Astolfo.
Basta, Rosaura, el engaño,
Porque el alma nunca miente,
Y aunque como á Astrea te mire,
Como á Rosaura te quiere.
Rosaura.
No he entendido á vuestra Alteza,
Y así no sé responderle:
Sólo lo que yo diré
Es que Estrella (que lo puede
Ser de Vénus) me mandó
Que en esta parte le espere,
[p. 68]Y de la suya le diga
Que aquel retrato me entregue,
Que está muy puesto en razon,
Y yo misma se lo lleve.
Estrella lo quiere así,
Porque áun las cosas más leves
Como sean en mi daño,
Es Estrella quien las quiere.
Astolfo.
Aunque más esfuerzos hagas,
¡Oh qué mal, Rosaura, puedes
Disimular! Dí á los ojos
Que su música concierten
Con la voz; porque es forzoso
Que desdiga y que disuene
Tan destemplado instrumento,
Que ajustar y medir quiere
La falsedad de quien dice,
Con la verdad de quien siente.
Rosaura.
Ya digo que sólo espero
El retrato.
Astolfo.
Pues que quieres
Llevar al fin el engaño,
Con él quiero responderte.
Dirásle, Astrea, á la Infanta,
Que yo la estimo de suerte
Que, pidiéndome un retrato,
Poca fineza parece
Enviársele, y así,
Porque le estime y le precie
Le envío el original;
Y tú llevársele puedes,
Pues ya le llevas contigo,
Como á tí misma te lleves.
Rosaura.
Cuando un hombre se dispone,
[p. 69]Restado, altivo y valiente,
Á salir con una empresa,
Aunque por trato le entreguen
Lo que valga más, sin ella
Necio y desairado vuelve.
Yo vengo por un retrato,
Y aunque un original lleve
Que vale más, volveré
Desairada: y así, déme
Vuestra Alteza ese retrato,
Que sin él no he de volverme.
Astolfo.
¿Pues cómo, si no he darle,
Le has de llevar?
Rosaura.
Desta suerte.
Suéltale, ingrato. (Trata de quitársele.)
Astolfo.
Es en vano.
Rosaura.
¡Vive Dios, que no ha de verse
En manos de otra mujer!
Astolfo.
Terrible estás.
Rosaura.
Y tú aleve.
Astolfo.
Ya basta, Rosaura mia.
Rosaura.
¿Yo tuya? Villano, mientes.
(Están asidos ambos del retrato.)
ESTRELLA.—ROSAURA, ASTOLFO.
Estrel.
Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?
Astolfo.
(Ap.) Aquesta es Estrella.
Rosaura.
(Ap. Déme
Para cobrar mi retrato,
Ingenio el amor.) Si quieres (A Estrella.)
[p. 70]Saber lo que es, yo, señora,
Te lo diré.
Astolfo.
(Ap. á Rosaura.) ¿Qué pretendes?
Rosaura.
Mandásteme que esperase
Aquí á Astolfo, y le pidiese
Un retrato de tu parte.
Quedé sola, y como vienen
De unos discursos á otros
Las noticias fácilmente,
Viéndote hablar de retratos,
Con su memoria acordéme
De que tenía uno mio
En la manga. Quise verle,
Porque una persona sola
Con locuras se divierte;
Cayóseme de la mano
Al suelo: Astolfo, que viene
Á entregarte el de otra dama,
Le levantó, y tan rebelde
Está en dar el que le pides,
Que en vez de dar uno, quiere
Llevar otro; pues el mio
Aun no es posible volverme,
Con ruegos y persuasiones:
Colérica é impaciente
Yo, se le quise quitar.
Aquel que en la mano tiene,
Es mio, tú lo verás
Con ver si se me parece.
Estrel.
Soltad, Astolfo, el retrato.
(Quítasele de la mano.)
Astolfo.
Señora...
Estrel.
No son crueles
Á la verdad los matices.
[p. 71]
Rosaura.
¿No es mio?
Estrel.
¿Qué duda tiene?
Rosaura.
Ahora dí que te dé el otro.
Estrel.
Toma tu retrato, y véte.
Rosaura.
(Ap.) Yo he cobrado mi retrato,
Venga ahora lo que viniere. (Vase.)
ESTRELLA, ASTOLFO.
Estrel.
Dadme ahora el retrato vos
Que os pedí; que aunque no piense
Veros ni hablaros jamás,
No quiero, no, que se quede
En vuestro poder, siquiera
Porque yo tan neciamente
Le he pedido.
Astolfo.
(Ap. ¿Cómo puedo
Salir de lance tan fuerte?)
Aunque quiera, hermosa Estrella,
Servirte y obedecerte,
No podré darte el retrato
Que me pides, porque...
Estrel.
Eres
Villano y grosero amante.
No quiero que me le entregues;
Porque yo tampoco quiero,
Con tomarle, que me acuerdes
Que te le he pedido yo. (Vase.)
Astolfo.
Oye, escucha, mira, advierte.—
¡Válgate Dios por Rosaura!
[p. 72]¿Dónde, cómo ó de qué suerte
Hoy á Polonia has venido
Á perderme y á perderte? (Vase.)
Prision del Príncipe en la torre.
SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena, echado en el suelo; CLOTALDO, DOS CRIADOS y CLARIN.
Clotal.
Aquí le habeis de dejar,
Pues hoy su soberbia acaba
Donde empezó.
Un criado.
Como estaba,
La cadena vuelvo á atar.
Clarin.
No acabes de dispertar,
Segismundo, para verte
Perder, trocada la suerte,
Siendo tu gloria fingida,
Una sombra de la vida
Y una llama de la muerte.
Clotal.
Á quien sabe discurrir
Así, es bien que se prevenga
Una estancia, donde tenga
Harto lugar de argüir.—
Este es al que habeis de asir, (A los criados.)
Y en este cuarto encerrar.
(Señalando la pieza inmediata.)
Clarin.
¿Por qué á mí?
Clotal.
Porque ha de estar
[p. 73]Guardado en prision tan grave,
Clarin que secretos sabe,
Donde no pueda sonar.
Clarin.
¿Yo, por dicha, solicito
Dar muerte á mi padre? No.
¿Arrojé del balcon yo
Al Icaro de poquito?
¿Yo sueño ó duermo? ¿Á qué fin
Me encierran?
Clotal.
Eres Clarin.
Clarin.
Pues ya digo que seré
Corneta, y que callaré,
Que es instrumento ruin.
(Llévanle, y queda solo Clotaldo.)
BASILIO, rebozado.—CLOTALDO, SEGISMUNDO, adormecido.
Basilio.
Clotaldo.
Clotal.
¡Señor! ¿así
Viene vuestra Majestad?
Basilio.
La necia curiosidad
De ver lo que pasa aquí
Á Segismundo (¡ay de mí!),
Deste modo me ha traido.
Clotal.
Mírale allí reducido
Á su miserable estado.
Basilio.
¡Ay Príncipe desdichado
Y en triste punto nacido!
Llega á dispertarle, ya
Que fuerza y vigor perdió
[p. 74]Con el opio que bebió.
Clotal.
Inquieto, señor, está,
Y hablando.
Basilio.
¿Qué soñará
Ahora? Escuchemos, pues.
Segism.
(Entre sueños.) Piadoso príncipe es
El que castiga tiranos:
Clotaldo muera á mis manos.
Mi padre bese mis piés.
Clotal.
Con la muerte me amenaza.
Basilio.
Á mí con rigor y afrenta.
Clotal.
Quitarme la vida intenta.
Basilio.
Rendirme á sus plantas traza.
Segism.
(Entre sueños.) Salga á la anchurosa plaza
Del gran teatro del mundo
Este valor sin segundo:
Porque mi venganza cuadre
Vean triunfar de su padre
Al príncipe Segismundo. (Despierta.)
Mas ¡ay de mí! ¿dónde estoy?
Basilio.
Pues á mí no me ha de ver: (Á Clotaldo.)
Ya sabes lo que has de hacer.
Desde allí á escucharle voy. (Retírase.)
Segism.
¿Soy yo por ventura? ¿soy
El que preso y aherrojado
Llego á verme en tal estado?
¿No sois mi sepulcro vos,
Torre? Sí. ¡Válgame Dios,
Qué de cosas he soñado!
Clotal.
(Ap.) Á mí me toca llegar
Á hacer la deshecha ahora.—
¿Es ya de dispertar hora?
Segism.
Sí, hora es ya de dispertar.
Clotal.
¿Todo el dia te has de estar
[p. 75]Durmiendo? ¿Desde que yo
Al águila que voló
Con tardo vuelo seguí,
Y te quedaste tú aquí,
Nunca has dispertado?
Segism.
No,
Ni áun agora he dispertado;
Que segun, Clotaldo, entiendo,
Todavía estoy durmiendo:
Y no estoy muy engañado;
Porque si ha sido soñado
Lo que ví palpable y cierto,
Lo que veo será incierto;
Y no es mucho que rendido,
Pues veo estando dormido,
Que sueñe estando despierto.
Clotal.
Lo que soñaste me dí.
Segism.
Supuesto que sueño fué,
No diré lo que soñé,
Lo que ví, Clotaldo, sí.
Yo disperté, yo me ví
(¡Qué crueldad tan lisonjera!)
En un lecho, que pudiera
Con matices y colores
Ser el catre de las flores
Que tejió la primavera.
Aquí mil nobles rendidos
Á mis piés nombre me dieron
De su príncipe, y sirvieron
Galas, joyas y vestidos.
La calma de mis sentidos
Tú trocaste en alegría,
Diciendo la dicha mia,
Que, aunque estoy desta manera,
[p. 76]Príncipe en Polonia era.
Clotal.
Buenas albricias tendria.
Segism.
No muy buenas: por traidor,
Con pecho atrevido y fuerte
Dos veces te daba muerte.
Clotal.
¿Para mí tanto rigor?
Segism.
De todos era señor,
Y de todos me vengaba;
Sólo á una mujer amaba...
Que fué verdad, creo yo,
En que todo se acabó,
Y esto solo no se acaba. (Vase el Rey.)
Clotal.
(Ap. Enternecido se ha ido
El Rey de haberle escuchado.)
Como habíamos hablado
De aquella águila, dormido,
Tu sueño imperios han sido;
Mas en sueños fuera bien
Honrar entónces á quien
Te crió en tantos empeños,
Segismundo, que áun en sueños
No se pierde el hacer bien. (Vase.)
SEGISMUNDO.
Es verdad; pues reprimamos
Esta fiera condicion,
Esta furia, esta ambicion,
Por si alguna vez soñamos:
Y sí haremos, pues estamos
En mundo tan singular,
[p. 77]Que el vivir sólo es soñar;
Y la experiencia me enseña
Que el hombre que vive, sueña
Lo que es, hasta dispertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
Con este engaño mandando,
Disponiendo y gobernando;
Y este aplauso, que recibe
Prestado, en el viento escribe;
Y en cenizas le convierte
La muerte (¡desdicha fuerte!):
¿Que hay quien intente reinar,
Viendo que ha de dispertar
En el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
Que más cuidados le ofrece;
Sueña el pobre que padece
Su miseria y su pobreza;
Sueña el que á medrar empieza,
Sueña el que afana y pretende,
Sueña el que agravia y ofende,
Y en el mundo, en conclusion,
Todos sueñan lo que son,
Aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
Destas prisiones cargado,
Y soñé que en otro estado
Mas lisonjero me ví.
¿Qué es la vida? Un frenesí:
¿Qué es la vida? Una ilusion,
Una sombra, una ficcion,
Y el mayor bien es pequeño;
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños sueños son.
[p. 78]
CLARIN.
En una encantada torre,
Por lo que sé, vivo preso:
¿Qué me harán por lo que ignoro,
Si por lo que sé me han muerto?
¡Que un hombre con tanta hambre
Viniese á morir viviendo!
Lástima tengo de mí;
Todos dirán: «bien lo creo»;
Y bien se puede creer,
Pues para mí este silencio
No conforma con el nombre
Clarin, y callar no puedo.
Quien me hace compañía
Aquí, si á decirlo acierto,
Son arañas y ratones:
¡Miren qué dulces jilgueros!
De los sueños desta noche
La triste cabeza tengo
Llena de mil chirimías,
De trompetas y embelecos,
De procesiones, de cruces,
[p. 79]De disciplinantes; y estos
Unos suben, otros bajan,
Unos se desmayan viendo
La sangre que llevan otros:
Mas yo, la verdad diciendo,
De no comer me desmayo;
Que en una prision me veo,
Donde ya todos los dias
En el filósofo leo
Nicomédes, y las noches
En el concilio Niceno.
Si llaman santo al callar,
Como en calendario nuevo,
San secreto es para mí,
Pues le ayuno y no le huelgo;
Aunque está bien merecido
El castigo que padezco,
Pues callé, siendo criado,
Que es el mayor sacrilegio.
(Ruido de cajas y clarines, y voces dentro.)
Soldados.—CLARIN.
Sold. 1.º
(Dentro.) Esta es la torre en que está.
Echad la puerta en el suelo:
Entrad todos.
Clarin.
¡Vive Dios!
Que á mí me buscan, es cierto,
Pues que dicen que aquí estoy.
¿Qué me querrán?
[p. 80]
Sold. 1.º
(Dentro.) Entrad dentro.
(Salen varios soldados.)
Solo. 2.º
Aquí está.
Clarin.
No está.
Soldados
(Todos.) Señor...
Clarin.
(Ap.) ¿Si vienen borrachos estos?
Sold. 1.º
Tú nuestro príncipe eres;
Ni admitimos ni queremos
Sino al señor natural,
Y no á príncipe extranjero.
Á todos nos da los piés.
Soldados
¡Viva el gran Príncipe nuestro!
Clarin.
(Ap.) Vive Dios, que va de véras.
¿Si es costumbre en este reino
Prender uno cada dia
Y hacerle príncipe, y luego
Volverle á la torre? Sí,
Pues cada dia lo veo:
Fuerza es hacer mi papel.
Soldados
Danos tus plantas.
Clarin.
No puedo,
Porque las he menester
Para mí, y fuera defecto
Ser príncipe desplantado.
Sold. 2.º
Todos á tu padre mesmo
Le dijimos que á tí sólo
Por príncipe conocemos,
No al de Moscovia.
Clarin.
¿Á mi padre
Le perdísteis el respeto?
Sois unos tales por cuales.
Sold. 1.º
Fué lealtad de nuestro pecho.
Clarin.
Si fué lealtad, yo os perdono.
Sold. 2.º
Sal á restaurar tu imperio.
[p. 81]¡Viva Segismundo!
Todos.
¡Viva!
Clarin.
(Ap.) ¿Segismundo dicen? Bueno:
Segismundos llaman todos
Los príncipes contrahechos.
SEGISMUNDO.—CLARIN, SOLDADOS.
Segism.
¿Quién nombra aquí á Segismundo?
Clarin.
(Ap.) ¡Mas que soy príncipe huero!
Sold. 1.º
¿Quién es Segismundo?
Segism.
Yo.
Sold. 2.º
(A Clarin.) ¿Pues cómo, atrevido y necio,
Tú te hacías Segismundo?
Clarin.
¿Yo Segismundo? Eso niego.
Vosotros fuísteis los que
Me segismundeasteis: luego
Vuestra ha sido solamente
Necedad y atrevimiento.
Sold. 1.º
Gran príncipe Segismundo
(Que las señas que traemos
Tuyas son, aunque por fe
Te aclamamos señor nuestro),
Tu padre el gran rey Basilio,
Temeroso que los cielos
Cumplan un hado, que dice
Que ha de verse á tus piés puesto,
Vencido de tí, pretende
Quitarte accion y derecho
Y dársele á Astolfo, duque
[p. 82]De Moscovia. Para esto
Juntó su corte, y el vulgo,
Penetrando ya y sabiendo
Que tiene rey natural,
No quiere que un extranjero
Venga á mandarle. Y así,
Haciendo noble desprecio
De la inclemencia del hado,
Te ha buscado donde preso
Vives, para que asistido
De sus armas, y saliendo
Desta torre á restaurar
Tu imperial corona y cetro,
Se la quites á un tirano.
Sal, pues; que en ese desierto,
Ejército numeroso
De bandidos y plebeyos
Te aclama: la libertad
Te espera; oye sus acentos.
Voces.
(Dentro.) ¡Viva Segismundo, viva!
Segism.
¿Otra vez (¡que es esto, cielos!)
Quereis que sueñe grandezas,
Que ha de deshacer el tiempo?
¿Otra vez quereis que vea
Entre sombras y bosquejos
La majestad y la pompa
Desvanecida del viento?
¿Otra vez quereis que toque
El desengaño, ó el riesgo
Á que el humano poder
Nace humilde y vive atento?
Pues no ha de ser, no ha de ser
Mirarme otra vez sujeto
A mi fortuna; y pues sé
[p. 83]Que toda esta vida es sueño,
Idos, sombras, que fingís
Hoy á mis sentidos muertos
Cuerpo y voz, siendo verdad
Que ni teneis voz ni cuerpo;
Que no quiero majestades
Fingidas, pompas no quiero
Fantásticas, ilusiones
Que al soplo ménos ligero
Del aura han de deshacerse,
Bien como el florido almendro,
Que por madrugar sus flores,
Sin aviso y sin consejo,
Al primer soplo se apagan,
Marchitando y desluciendo
De sus rosados capillos
Belleza, luz y ornamento.
Ya os conozco, ya os conozco,
Y sé que os pasa lo mesmo
Con cualquiera que se duerme;
Para mí no hay fingimientos;
Que, desengañado ya,
Sé bien que la vida es sueño.
Sold. 2.º
Si piensas que te engañamos,
Vuelve á esos montes soberbios
Los ojos, para que veas
La gente que aguarda en ellos
Para obedecerte.
Segism.
Ya
Otra vez ví aquesto mesmo
Tan clara y distintamente
Como ahora lo estoy viendo,
Y fué sueño.
Sold. 2.º
Cosas grandes
[p. 84]Siempre, gran señor, trajeron
Anuncios; y esto sería,
Si lo soñaste primero.
Segism.
Dices bien, anuncio fué;
Y caso que fuese cierto,
Pues que la vida es tan corta,
Soñemos, alma, soñemos
Otra vez; pero ha de ser
Con atencion y consejo
De que hemos de dispertar
Deste gusto al mejor tiempo;
Que llevándolo sabido,
Será el desengaño ménos;
Que es hacer burla del daño
Adelantarle el consejo.
Y con esta prevencion
De que cuando fuese cierto,
Es todo el poder prestado
Y ha de volverse á su dueño,
Atrevámonos á todo.—
Vasallos, yo os agradezco
La lealtad; en mí llevais
Quien os libre osado y diestro
De extranjera esclavitud.
Tocad al arma, que presto
Vereis mi inmenso valor.
Contra mi padre pretendo
Tomar armas, y sacar
Verdaderos á los cielos.
Presto he de verle á mis plantas...
(Ap. Mas si ántes desto despierto,
¿No será bien no decirlo,
Supuesto que no he de hacerlo?)
Todos.
¡Viva Segismundo, viva!
CLOTALDO.—SEGISMUNDO, CLARIN, SOLDADOS.
Clotal.
¿Qué alboroto es este, cielos?
Segism.
Clotaldo.
Clotal.
Señor... (Ap. En mí
Su rigor prueba.)
Clarin.
(Ap.) Yo apuesto,
Que le despeña del monte. (Vase.)
Clotal.
Á tus reales plantas llego,
Ya sé que á morir.
Segism.
Levanta,
Levanta, padre, del suelo;
Que tú has de ser norte y guía
De quien fie mis aciertos;
Que ya sé que mi crianza
Á tu mucha lealtad debo.
Dame los brazos.
Clotal.
¿Qué dices?
Segism.
Que estoy soñando, y que quiero
Obrar bien, pues no se pierde
El hacer bien, áun en sueños.
Clotal.
Pues, señor, si el obrar bien
Es ya tu blason, es cierto
Que no te ofenda el que yo
Hoy solicite lo mesmo.
¡Á tu padre has de hacer guerra!
Yo aconsejarte no puedo
Contra mi rey, ni valerte.
Á tus plantas estoy puesto,
Dáme la muerte.
[p. 86]
Segism.
¡Villano,
Traidor, ingrato! (Ap. Mas ¡cielos!
El reportarme conviene,
Que aún no sé si estoy despierto.)
Clotaldo, vuestro valor
Os envidio y agradezco.
Idos á servir al Rey,
Que en el campo nos veremos.—
Vosotros tocad al arma.
Clotal.
Mil veces tus plantas beso. (Vase.)
Segism.
A reinar, fortuna, vamos;
No me despiertes, si duermo,
Y si es verdad, no me aduermas.
Mas sea verdad ó sueño,
Obrar bien es lo que importa;
Si fuere verdad, por serlo;
Si no, por ganar amigos
Para cuando despertemos.
(Vanse, tocando cajas.)
Salon del Palacio Real.
BASILIO y ASTOLFO.
Basilio.
¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente
La furia de un caballo desbocado?
¿Quién detener de un rio la corriente
Que corre al mar soberbio y despeñado?
¿Quién un peñasco suspender valiente
De la cima de un monte desgajado?
[p. 87]Pues todo fácil de parar se mira,
Mas que de un vulgo la soberbia ira.
Dígalo en bandos el rumor partido,
Pues se oye resonar en lo profundo
De los montes el eco repetido,
Unos ¡Astolfo! y otros ¡Segismundo!
El dosel de la jura, reducido
A segunda intencion, á horror segundo,
Teatro funesto es, donde importuna
Representa tragedias la fortuna.
Astolfo.
Señor, suspéndase hoy tanta alegría;
Cese el aplauso y gusto lisonjero,
Que tu mano feliz me prometia;
Que si Polonia (á quien mandar espero)
Hoy se resiste á la obediencia mia,
Es porque la merezca yo primero.
Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,
Rayo descienda el que blasona trueno. (Vase.)
Basilio.
Poco reparo tiene lo infalible,
Y mucho riesgo lo previsto tiene:
Si ha de ser, la defensa es imposible,
Que quien la excusa más, más la previene.
¡Dura ley! ¡fuerte caso! ¡horror terrible!
Quien piensa huir el riesgo, al riesgo viene:
Con lo que yo guardaba me he perdido;
Yo mismo, yo mi patria he destruido.
ESTRELLA.—BASILIO.
Estrel.
Si tu presencia, gran señor, no trata
De enfrenar el tumulto sucedido,
Que de uno en otro bando se dilata
[p. 88]Por las calles y plazas dividido,
Verás tu reino en ondas de escarlata
Nadar, entre la púrpura teñido
De su sangre, que ya con triste modo,
Todo es desdichas y tragedias todo.
Tanta es la ruina de tu imperio, tanta
La fuerza del rigor duro, sangriento,
Que visto admira, y escuchado espanta.
El sol se turba y se embaraza el viento;
Cada piedra un pirámide levanta,
Y cada flor construye un monumento,
Cada edificio es un sepulcro altivo,
Cada soldado un esqueleto vivo.
CLOTALDO.—BASILIO, ESTRELLA.
Clotal.
¡Gracias á Dios que vivo á tus piés llego!
Basilio.
Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo?
Clotal.
Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,
La torre penetró, y de lo profundo
Della sacó su príncipe, que luego
Que vió segunda vez su honor segundo,
Valiente se mostró, diciendo fiero,
Que ha de sacar al cielo verdadero.
Basilio.
Dadme un caballo, porque yo en persona
Vencer valiente un hijo ingrato quiero;
Y en la defensa ya de mi corona
Lo que la ciencia erró, venza el acero. (Vase.)
Estrel.
Pues yo al lado del Sol seré Belona:
Poner mi nombre junto al suyo espero;
Que he de volar sobre tendidas alas
Á competir con la deidad de Pálas.
(Vase, y tocan al arma.)
ROSAURA, que detiene á CLOTALDO.
Rosaura.
Aunque el valor que se encierra
En tu pecho, desde allí
Da voces, óyeme á mi,
Que yo sé que todo es guerra.
Bien sabes que yo llegué
Pobre, humilde y desdichada
A Polonia, y amparada
De tu valor, en tí hallé
Piedad; mandásteme (¡ay cielos!)
Que disfrazada viviese
En palacio, y pretendiese,
Disimulando mis celos,
Guardarme de Astolfo. En fin
El me vió, y tanto atropella
Mi honor, que viéndome, á Estrella
De noche habla en un jardin:
Deste la llave he tomado,
Y te podré dar lugar
De que en él puedas entrar
A dar fin á mi cuidado.
Así altivo, osado y fuerte,
Volver por mi honor podrás,
Pues que ya resuelto estás
A vengarme con su muerte.
Clotal.
Verdad es que me incliné,
Desde el punto que te ví,
A hacer, Rosaura, por tí
(Testigo tu llanto fué)
[p. 90]Cuanto mi vida pudiese.
Lo primero que intenté,
Quitarte aquel traje fué;
Porque, si acaso, te viese
Astolfo en tu propio traje,
Sin juzgar á liviandad
La loca temeridad
Que hace del honor ultraje.
En este tiempo trazaba
Cómo cobrar se pudiese
Tu honor perdido, aunque fuese
(Tanto tu honor me arrastraba)
Dando muerte á Astolfo. ¡Mira
Qué caduco desvarío!
Si bien, no siendo rey mio,
Ni me asombra, ni me admira.
Darle pensé muerte; cuando
Segismundo pretendió
Dármela á mí, y él llegó,
Su peligro atropellando,
A hacer en defensa mia
Muestras de su voluntad,
Que fueron temeridad,
Pasando de valentía.
¿Pues cómo yo ahora (advierte),
Teniendo alma agradecida,
A quien me ha dado la vida
Le tengo de dar la muerte?
Y así, entre los dos partido
El efecto y el cuidado,
Viendo que á tí te la he dado,
Y que dél la he recibido,
No sé á qué parte acudir:
No sé á qué parte ayudar,
[p. 91]Si á tí me obligué con dar,
Dél lo estoy con recibir;
Y así, en la accion que se ofrece,
Nada á mi amor satisface,
Porque soy persona que hace,
Y persona que padece.
Rosaura.
No tengo que prevenir
Que en un varon singular,
Cuanto es noble accion el dar,
Es bajeza el recibir.
Y este principio asentado,
No has de estarle agradecido,
Supuesto que si él ha sido
El que la vida te ha dado,
Y tú á mí, evidente cosa
Es, que él forzó tu nobleza
A que hiciese una bajeza,
Y yo una accion generosa.
Luego estás dél ofendido,
Luego estás de mí obligado,
Supuesto que á mí me has dado
Lo que dél has recibido;
Y así debes acudir
A mi honor en riesgo tanto,
Pues yo le prefiero, cuanto
Va de dar á recibir.
Clotal.
Aunque la nobleza vive
De la parte del que da,
El agradecerla está
De parte del que recibe.
Y pues ya dar he sabido,
Ya tengo con nombre honroso
El nombre de generoso:
Déjame el de agradecido;
[p. 92]Pues le puedo conseguir
Siendo agradecido, cuanto
Liberal, pues honra tanto
El dar como el recibir.
Rosaura.
De tí recibí la vida,
Y tú mismo me dijiste,
Cuando la vida me diste,
Que la que estaba ofendida
No era vida: luego yo
Nada de tí he recibido;
Pues vida no vida ha sido
La que tu mano me dió.
Y si debes ser primero
Liberal que agradecido
(Como de tí mismo he oido),
Que me des la vida espero,
Que no me la has dado; y pues
El dar engrandece más,
Si ántes liberal, serás
Agradecido despues.
Clotal.
Vencido de tu argumento,
Ántes liberal seré.
Yo, Rosaura, te daré
Mi hacienda, y en un convento
Vive; que está bien pensado
El medio que solicito;
Pues huyendo de un delito,
Te recoges á un sagrado;
Que cuando desdichas siente
El reino, tan dividido,
Habiendo noble nacido,
No he de ser quien las aumente.
Con el remedio elegido
Soy en el reino leal,
[p. 93]Soy contigo liberal,
Con Astolfo agradecido;
Y así escoge el que te cuadre,
Quedándose entre los dos,
Que no hiciera ¡vive Dios!
Más, cuando fuera tu padre.
Rosaura.
Cuando tú mi padre fueras,
Sufriera esa injuria yo;
Pero no siéndolo, no.
Clotal.
¿Pues qué es lo que hacer esperas?
Rosaura.
Matar al Duque.
Clotal.
¿Una dama,
Que padre no ha conocido,
Tanto valor ha tenido?
Rosaura.
Sí.
Clotal.
¿Quién te alienta?
Rosaura.
Mi fama.
Clotal.
Mira que, á Astolfo has de ver...
Rosaura.
Todo mi honor lo atropella.
Clotal.
Tu rey, y esposo de Estrella.
Rosaura.
¡Vive Dios que no ha de ser!
Clotal.
Es locura.
Rosaura.
Ya lo veo.
Clotal.
Pues véncela.
Rosaura.
No podré.
Clotal.
Pues perderás...
Rosaura.
Ya lo sé.
Clotal.
Vida y honor.
Rosaura.
Bien lo creo.
Clotal.
¿Qué intentas?
Rosaura.
Mi muerte.
Clotal.
Mira
Que eso es despecho.
Rosaura.
Es honor.
[p. 94]
Clotal.
Es desatino.
Rosaura.
Es valor.
Clotal.
Es frenesí.
Rosaura.
Es rabia, es ira.
Clotal.
En fin, ¿que no se da medio
A tu ciega pasion?
Rosaura.
No.
Clotal.
¿Quién ha de ayudarte?
Rosaura.
Yo.
Clotal.
¿No hay remedio?
Rosaura.
No hay remedio.
Clotal.
Piensa bien si hay otros modos...
Rosaura.
Perderme de otra manera. (Vase.)
Clotal.
Pues si has de perderte, espera,
Hija, y perdámonos todos. (Vase.)
Campo.
SEGISMUNDO, vestido de pieles; SOLDADOS, marchando; CLARIN.
(Tocan cajas.)
Segism.
Si este dia me viera
Roma en los triunfos de su edad primera,
¡Oh, cuánto se alegrara
Viendo lograr una ocasion tan rara,
De tener una fiera
Que sus grandes ejércitos rigiera,
A cuyo altivo aliento
Fuera poca conquista el firmamento!
Pero el vuelo abatamos,
[p. 95]Espíritu; no así desvanezcamos
Aqueste aplauso incierto,
Si ha de pesarme cuando esté despierto,
De haberlo conseguido
Para haberlo perdido;
Pues miéntras ménos fuere,
Ménos se sentirá si se perdiere.
(Tocan un clarin.)
Clarin.
En un veloz caballo
(Perdóname, que fuerza es el pintallo
En viniéndome á cuento),
En quien un mapa se dibuja atento,
Pues el cuerpo es la tierra,
El fuego el alma que en el pecho encierra,
La espuma el mar, y el aire es el suspiro,
En cuya confusion un caos admiro;
Pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,
Monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;
De color remendado,
Rucio, y á su propósito rodado,
Del que bate la espuela;
Que en vez de correr vuela;
A tu presencia llega
Airosa una mujer.
Segism.
Su luz me ciega.
Clarin.
¡Vive Dios, que es Rosaura! (Retírase.)
Segism.
El cielo á mi presencia la restaura.
ROSAURA, con vaquero, espada y daga.—SEGISMUNDO, SOLDADOS.
Rosaura.
Generoso Segismundo,
Cuya majestad heroica
[p. 96]Sale al dia de sus hechos
De la noche de sus sombras;
Y como el mayor planeta,
Que en los brazos de la aurora
Se restituye luciente
A las plantas y á las rosas,
Y sobre montes y mares,
Cuando coronado asoma,
Luz esparce, rayos brilla,
Cumbres baña, espumas borda;
Así amanezcas al mundo,
Luciente sol de Polonia,
Que á una mujer infelice,
Que hoy á tus plantas se arroja,
Ampares por ser mujer
Y desdichada: dos cosas,
Que para obligarle á un hombre,
Que de valiente blasona,
Cualquiera de las dos basta,
Cualquiera de las dos sobra.
Tres veces son las que ya
Me admiras, tres las que ignoras
Quién soy, pues las tres me viste
En diverso traje y forma.
La primera me creiste
Varon en la rigurosa
Prision, donde fué tu vida
De mis desdichas lisonja.
La segunda me admiraste
Mujer, cuando fué la pompa
De tu majestad un sueño,
Una fantasma, una sombra.
La tercera es hoy, que siendo
Monstruo de una especie y otra,
[p. 97]Entre galas de mujer
Armas de varon me adornan.
Y porque compadecido
Mejor mi amparo dispongas,
Es bien que de mis sucesos
Trágicas fortunas oigas.
De noble madre nací
En la corte de Moscovia,
Que, segun fué desdichada,
Debió de ser muy hermosa.
En esta puso los ojos
Un traidor, que no le nombra
Mi voz por no conocerle,
De cuyo valor me informa
El mio; pues siendo objeto
De su idea, siento ahora
No haber nacido gentil,
Para persuadirme loca
A que fué algun dios de aquellos
Que en metamorfósis llora
Lluvia de oro, cisne y toro
En Dánae, Leda y Europa.
Cuando pensé que alargaba,
Citando aleves historias,
El discurso, hallo que en él
Te he dicho en razones pocas
Que mi madre, persuadida
A finezas amorosas,
Fué, como ninguna, bella,
Y fué infeliz como todas.
Aquella necia disculpa
De fe y palabra de esposa
La alcanzó tanto, que áun hoy
El pensamiento la llora;
[p. 98]Habiendo sido un tirano
Tan Eneas de su Troya,
Que la dejó hasta la espada.
Enváinese aquí su hoja,
Que yo la desnudaré
Ántes que acabe la historia.
Deste, pues, mal dado nudo
Que ni ata ni aprisiona,
Ó matrimonio ó delito,
Si bien todo es una cosa.
Nací yo tan parecida,
Que fuí un retrato, una copia,
Ya que en la hermosura no,
En la dicha y en las obras;
Y así, no habré menester
Decir que poco dichosa
Heredera de fortunas,
Corrí con ella una propia.
Lo más que podré decirte
De mí, es el dueño que roba
Los trofeos de mi honor,
Los despojos de mi honra.
Astolfo... ¡Ay de mí! al nombrarle
Se encoleriza y se enoja
El corazon, propio efecto
De que enemigo le nombra.—
Astolfo fué el dueño ingrato,
Que olvidado de las glorias
(Porque en un pasado amor
Se olvida hasta la memoria),
Vino á Polonia, llamado
De su conquista famosa,
A casarse con Estrella,
Que fué de mi ocaso antorcha.
[p. 99]¿Quién crêrá, que habiendo sido
Una estrella quien conforma
Dos amantes, sea una Estrella
La que los divida ahora?
Yo ofendida, yo burlada,
Quedé triste, quedé loca,
Quedé muerta, quedé yo,
Que es decir, que quedó toda
La confusion del infierno
Cifrada en mi Babilonia;
Y declarándome muda
(Porque hay penas y congojas
Que las dicen los afectos
Mucho mejor que la boca),
Dije mis penas callando,
Hasta que una vez á solas,
Violante mi madre (¡ay cielos!)
Rompió la prision, y en tropa
Del pecho salieron juntas,
Tropezando unas con otras.
No me embaracé en decirlas;
Que en sabiendo una persona
Que, á quien sus flaquezas cuenta,
Ha sido cómplice en otras,
Parece que ya le hace
La salva y le desahoga;
Que á veces el mal ejemplo
Sirve de algo. En fin, piadosa
Oyó mis quejas, y quiso
Consolarme con las propias:
Juez que ha sido delincuente,
¡Qué fácilmente perdona!
Escarmentando en sí misma,
Y por negar á la ociosa
[p. 100]Libertad, al tiempo fácil,
El remedio de su honra,
No le tuvo en mis desdichas;
Por mejor consejo toma
Que le siga, y que le obligue,
Con finezas prodigiosas,
A la deuda de mi honor;
Y para que á ménos costa
Fuese, quiso mi fortuna
Que en traje de hombre me ponga.
Descuelga una antigua espada
Que es esta que ciño: ahora
Es tiempo que se desnude,
Como prometí, la hoja,
Pues confiada en sus señas,
Me dijo: «Parte á Polonia,
Y procura que te vean
Ese acero que te adorna,
Los más nobles; que en alguno
Podrá ser que hallen piadosa
Acogida tus fortunas,
Y consuelo tus congojas.»
Llegué á Polonia, en efecto:
Pasemos, pues que no importa
El decirlo, y ya se sabe,
Que un bruto que se desboca
Me llevó á tu cueva, adonde
Tú de mirarme te asombras.
Pasemos que allí Clotaldo
De mi parte se apasiona,
Que pide mi vida al Rey,
Que el Rey mi vida le otorga,
Que informado de quién soy,
Me persuade á que me ponga
[p. 101]Mi propio traje, y que sirva
A Estrella, donde ingeniosa
Estorbé el amor de Astolfo
Y el ser Estrella su esposa.
Pasemos que aquí me viste
Otra vez confuso, y otra
Con el traje de mujer
Confundiste entrambas formas;
Y vamos á que Clotaldo,
Persuadido á que le importa
Que se casen y que reinen
Astolfo y Estrella hermosa,
Contra mi honor me aconseja
Que la pretension deponga.
Yo, viendo que tú, ¡oh valiente
Segismundo! á quien hoy toca
La venganza, pues el cielo
Quiere que la cárcel rompas
De esa rústica prision,
Donde ha sido tu persona
Al sentimiento una fiera,
Al sufrimiento una roca,
Las armas contra tu patria
Y contra tu padre tomas,
Vengo á ayudarte, mezclando
Entre las galas costosas
De Dïana, los arneses
De Pálas, vistiendo ahora
Ya la tela y ya el acero,
Que entrambos juntos me adornan.
Ea, pues, fuerte caudillo,
A los dos juntos importa
Impedir y deshacer
Estas concertadas bodas:
[p. 102]A mí, porque no se case
El que mi esposo se nombra,
Y á tí, porque, estando juntos
Sus dos estados, no pongan
Con más poder y más fuerza
En duda nuestra victoria.
Mujer vengo á persuadirte
Al remedio de mi honra,
Y varon vengo á alentarte
A que cobres tu corona.
Mujer vengo á enternecerte
Cuando á tus plantas me ponga,
Y varon vengo á servirte
Con mi acero y mi persona.
Y así piensa, que si hoy
Como mujer me enamoras,
Como varon te daré
La muerte en defensa honrosa
De mi honor; porque he de ser,
En su conquista amorosa,
Mujer para darte quejas.
Varon para ganar honras.
Segism.
(Ap.) Cielos, si es verdad que sueño,
Suspendedme la memoria,
Que no es posible que quepan
En un sueño tantas cosas.
¡Válgame Dios, quién supiera,
Ó saber salir de todas,
Ó no pensar en ninguna!
¿Quién vió penas tan dudosas?
Si soñé aquella grandeza
En que me ví, ¿cómo ahora
Esta mujer me refiere
Unas señas tan notorias?
[p. 103]Luego fué verdad, no sueño;
Y si fué verdad (que es otra
Confusion, y no menor),
¿Cómo mi vida le nombra
Sueño? Pues ¿tan parecidas
A los sueños son las glorias,
Que las verdaderas son
Tenidas por mentirosas,
Y las fingidas por ciertas?
¡Tan poco hay de unas á otras,
Que hay cuestion sobre saber
Si lo que se ve y se goza,
Es mentira ó es verdad!
¿Tan semejante es la copia
Al original, que hay duda
En saber si es ella propia?
Pues si es así, y ha de verse
Desvanecida entre sombras
La grandeza y el poder,
La majestad y la pompa,
Sepamos aprovechar
Este rato que nos toca,
Pues sólo se goza en ella
Lo que entre sueños se goza.
Rosaura está en mi poder,
Su hermosura el alma adora;
Gocemos, pues, la ocasion;
El amor las leyes rompa
Del valor y la confianza
Con que á mis plantas se postra.
Esto es sueño; y pues lo es,
Soñemos dichas ahora,
Que despues serán pesares.
Mas ¡con mis razones propias
[p. 104]Vuelvo á convencerme á mí!
Si es sueño, si es vanagloria,
¿Quién por vanagloria humana
Pierde una divina gloria?
¿Qué pasado bien no es sueño?
¿Quién tuvo dichas heroicas
Que entre sí no diga, cuando
Las revuelve en su memoria:
Sin duda que fué soñado
Cuanto ví? Pues si esto toca
Mi desengaño, si sé
Que es el gusto llama hermosa,
Que la convierte en cenizas
Cualquiera viento que sopla,
Acudamos á lo eterno,
Que es la fama vividora
Donde ni duermen las dichas,
Ni las grandezas reposan.
Rosaura está sin honor;
Más á un príncipe le toca
El dar honor, que quitarle.
¡Vive Dios! que de su honra
He de ser conquistador,
Ántes que de mi corona.
Huyamos de la ocasion,
Que es muy fuerte.—Alarma, (A un soldado.)
Que hoy he dar la batalla,
Ántes que la oscura sombra
Sepulte los rayos de oro
Entre verdinegras ondas.
Rosaura.
¡Señor! ¿pues así te ausentas?
¿Pues ni una palabra sola
No le debe mi cuidado,
Ni merece mi congoja?
[p. 105]¿Cómo es posible, señor,
Que ni me mires ni oigas?
¿Aun no me vuelves el rostro?
Segism.
Rosaura, al honor le importa,
Por ser piadoso contigo,
Ser cruel contigo ahora.
No te responde mi voz,
Porque mi honor te responda;
No te hablo, porque quiero
Que te hablen por mí mis obras,
Ni te miro, porque es fuerza,
En pena tan rigurosa,
Que no mire tu hermosura
Quien ha de mirar tu honra.
(Vase, y los soldados con él.)
Rosaura.
¿Qué enigmas, cielos, son estas?
Despues de tanto pesar,
¡Aún me queda que dudar
Con equívocas respuestas!
CLARIN.—ROSAURA.
Clarin.
¿Señora, es hora de verte?
Rosaura.
¡Ay Clarin! ¿dónde has estado?
Clarin.
En una torre encerrado
Brujuleando mi muerte,
Si me da, ó si no me da;
Y á figura que me diera,
Pasante quínola fuera
Mi vida: que estuve ya
Para dar un estallido.
[p. 106]
Rosaura.
¿Por qué?
Clarin.
Porque sé el secreto
De quien eres, y en efeto,
Clotaldo... ¿Pero qué ruido
Es este? (Suenan cajas.)
Rosaura.
¿Qué puede ser?
Clarin.
Que del palacio sitiado
Sale un escuadron armado
A resistir y vencer
El del fiero Segismundo.
Rosaura.
¿Pues cómo cobarde estoy,
Y ya á su lado no soy
Un escándalo del mundo,
Cuando ya tanta crueldad
Cierra sin órden ni ley? (Vase.)
CLARIN.—Soldados, dentro.
Voces.
(De unos.) ¡Viva nuestro invicto Rey!
Voces.
(De otros.) ¡Viva nuestra libertad!
Clarin.
¡La libertad y el Rey vivan!
Vivan muy enhorabuena,
Que á mí nada me da pena
Como en cuenta me reciban
Que yo, apartado este dia
En tan grande confusion,
Haga el papel de Neron,
Que de nada se dolía,
Si bien me quiero doler
De algo, y ha de ser de mí:
Escondido, desde aquí
[p. 107]Toda la fiesta he de ver.
El sitio es oculto y fuerte,
Entre estas peñas.—Pues ya
La muerte no me hallará,
Dos higas para la muerte.
(Escóndese: tocan cajas, y suena ruido de armas).
BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO, huyendo.—CLARIN, oculto.
Basilio.
¡Hay más infelice rey!
¡Hay padre más perseguido!
Clotal.
Ya tu ejército vencido
Baja sin tino ni ley.
Astolfo.
Los traidores vencedores
Quedan.
Basilio.
En batallas tales
Los que vencen son leales,
Los vencidos los traidores.
Huyamos, Clotaldo, pues,
Del cruel, del inhumano
Rigor de un hijo tirano.
(Disparan dentro y cae Clarin herido de donde está.)
Clarin.
¡Válgame el cielo!
Astolfo.
¿Quién es
Este infelice soldado,
Que á nuestros piés ha caido
En sangre todo teñido?
Clarin.
Soy un hombre desdichado,
Que por quererme guardar
De la muerte, la busqué.
[p. 108]Huyendo della, encontré
Con ella, pues no hay lugar,
Para la muerte, secreto:
De donde claro se arguye,
Que quien más su efecto huye,
Es quien se llega á su efeto.
Por eso tornad, tornad
A la lid sangrienta luego;
Que entre las armas y el fuego
Hay mayor seguridad
Que en el monte más guardado,
Pues no hay seguro camino
A la fuerza del destino
Y á la inclemencia del hado;
Y así, aunque á libraros vais
De la muerte con huir,
Mirad que vais á morir,
Si está de Dios que murais. (Cae dentro.)
Basilio.
¡Mirad que vais á morir,
Si está de Dios que murais!
¡Qué bien (¡hay cielos!) persuade
Nuestro error, nuestra ignorancia
A mayor conocimiento
Este cadáver que habla
Por la boca de una herida,
Siendo el humor que desata
Sangrienta lengua que enseña
Que son diligencias vanas
Del hombre, cuantas dispone
Contra mayor fuerza y causa!
Pues yo, por librar de muertes
Y sediciones mi patria,
Vine á entregarla á los mismos
De quien pretendí librarla.
[p. 109]
Clotal.
Aunque el hado, señor, sabe
Todos los caminos, y halla
A quien busca entre lo espeso
De las peñas, no es cristiana
Determinacion decir
Que no hay reparo á su saña.
Sí hay, que el prudente varon
Victoria del hado alcanza;
Y si no estás reservado
De la pena y la desgracia,
Haz por donde te reserves.
Astolfo.
Clotaldo, señor, te habla
Como prudente varon
Que madura edad alcanza,
Yo como jóven valiente.
Entre las espesas matas
De ese monte está un caballo,
Veloz aborto del aura;
Huye en él, que yo entre tanto
Te guardaré las espaldas.
Basilio.
Si está de Dios que yo muera,
Ó si la muerte me aguarda
Aquí, hoy la quiero buscar,
Esperando cara á cara.
(Tocan al arma.)
SEGISMUNDO, ESTRELLA, ROSAURA, soldados, acompañamiento.—BASILIO, ASTOLFO, CLOTALDO.
Soldado.
En lo intrincado del monte,
Entre sus espesas ramas,
[p. 110]El Rey se esconde.
Segism.
¡Seguidle!
No quede en sus cumbres planta
Que no examine el cuidado,
Tronco á tronco, y rama á rama.
Clotal.
¡Huye, señor!
Basilio.
¿Para qué?
Astolfo.
¿Qué intentas?
Basilio.
Astolfo, aparta.
Clotal.
¿Qué quieres?
Basilio.
Hacer, Clotaldo,
Un remedio que me falta.—
Si á mí buscándome vas, (A Segismundo.)
Ya estoy, príncipe, á tus plantas:
(Arrodillándose.)
Sea dellas blanca alfombra
Esta nieve de mis canas.
Pisa mi cerviz, y huella
Mi corona; postra, arrastra
Mi decoro y mi respeto;
Toma de mi honor venganza,
Sírvete de mí cautivo;
Y tras prevenciones tantas,
Cumpla el hado su homenaje,
Cumpla el cielo su palabra.
Segism.
Corte ilustre de Polonia,
Que de admiraciones tantas
Sois testigos, atended,
Que vuestro príncipe os habla.
Lo que está determinado
Del cielo, y en azul tabla
Dios con el dedo escribió,
De quien son cifras y estampas
Tantos papeles azules
[p. 111]Que adornan letras doradas,
Nunca engaña, nunca miente;
Porque quien miente y engaña
Es quien, para usar mal dellas,
Las penetra y las alcanza.
Mi padre, que está presente,
Por excusarse á la saña
De mi condicion, me hizo
Un bruto, una fiera humana:
De suerte, que cuando yo
Por mi nobleza gallarda,
Por mi sangre generosa,
Por mi condicion bizarra
Hubiera nacido dócil
Y humilde, sólo bastara
Tal género de vivir,
Tal linaje de crianza,
Á hacer fieras mis costumbres:
¡Qué buen modo de estorbarlas!
Si á cualquier hombre dijesen:
«Alguna fiera inhumana
Te dará muerte:» ¿escogiera
Buen remedio en despertalla
Cuando estuviera durmiendo?
Si dijeran: «Esta espada
Que traes ceñida, ha de ser
Quien te dé la muerte;» vana
Diligencia de evitarlo
Fuera entónces desnudarla
Y ponérsela á los pechos.
Si dijesen: «Golfos de agua
Han de ser tu sepultura
En monumentos de plata;»
Mal hiciera en darse al mar,
[p. 112]Cuando soberbio levanta
Rizados montes de nieve,
De cristal crespas montañas.
Lo mismo le ha sucedido
Que á quien, porque le amenaza
Una fiera, la despierta;
Que á quien, temiendo una espada,
La desnuda; y que á quien mueve
Las ondas de una borrasca:
Y cuando fuera (escuchadme)
Dormida fiera mi saña,
Templada espada mi furia,
Mi rigor quieta bonanza,
La fortuna no se vence
Con injusticia y venganza,
Porque ántes se incita más;
Y así, quien vencer aguarda
Á su fortuna, ha de ser
Con cordura y con templanza.
No ántes de venir el daño
Se reserva ni se guarda
Quien le previene; que aunque
Puede humilde (cosa es clara)
Reservarse dél, no es
Sino despues que se halla
En la ocasion, porque aquesta
No hay camino de estorbarla.
Sirva de ejemplo este raro
Espectáculo, esta extraña
Admiracion, este horror,
Este prodigio; pues nada
Es más, que llegar á ver
Con prevenciones tan várias,
Rendido á mis piés á un padre,
[p. 113]Y atropellado á un monarca.
Sentencia del cielo fué;
Por más que quiso estorbarla
Él, no pudo; ¿y podré yo
Que soy menor en las canas,
En el valor y en la ciencia,
Vencerla?—Señor, levanta, (Al Rey.)
Dame tu mano; que ya
Que el cielo te desengaña
De que has errado en el modo
De vencerla, humilde aguarda
Mi cuello á que tú te vengues:
Rendido estoy á tus plantas.
Basilio.
Hijo, que tan noble accion
Otra vez en mis entrañas
Te engendra, príncipe eres.
A tí el laurel y la palma
Se te deben; tú venciste;
Corónente tus hazañas.
Todos.
¡Viva Segismundo, viva!
Segism.
Pues que ya vencer aguarda
Mi valor grandes victorias,
Hoy ha de ser la más alta
Vencerme á mí.—Astolfo dé
La mano luego á Rosaura,
Pues sabe que de su honor
Es deuda y yo he de cobrarla.
Astolfo.
Aunque es verdad que la debo
Obligaciones, repara
Que ella no sabe quién es;
Y es bajeza y es infamia
Casarme yo con mujer...
Clotal.
No prosigas, tente, aguarda;
Porque Rosaura es tan noble
[p. 114]Como tú, Astolfo, y mi espada
Lo defenderá en el campo;
Que es mi hija, y esto basta.
Astolfo.
¿Qué dices?
Clotal.
Que yo hasta verla
Casada, noble y honrada,
No la quise descubrir.
La historia desto es muy larga;
Pero, en fin, es hija mia.
Astolfo.
Pues siendo así, mi palabra
Cumpliré.
Segism.
Pues porque Estrella
No quede desconsolada,
Viendo que príncipe pierde
De tanto valor y fama,
De mi propia mano yo
Con esposo he de casarla
Que en méritos y fortuna,
Si no le excede, le iguala.
Dáme la mano.
Estrel.
Yo gano
En merecer dicha tanta.
Segism.
A Clotaldo, que leal
Sirvió á mi padre, le aguardan
Mis brazos, con las mercedes
Que él pidiere que le haga.
Soldado.
Si así á quien no te ha servido
Honras, ¿á mí que fuí causa
Del alboroto del reino,
Y de la torre en que estabas
Te saqué, qué me darás?
Segism.
La torre; y porque no salgas
Della nunca, hasta morir
Has de estar allí con guardas;
[p. 115]Que el traidor no es menester
Siendo la traicion pasada.
Basilio.
Tu ingenio á todos admira.
Astolfo.
¡Qué condicion tan mudada!
Rosaura.
¡Qué discreto y qué prudente!
Segism.
¿Qué os admira? ¿qué os espanta,
Si fué mi maestro un sueño,
Y estoy temiendo en mis ánsias
Que he de dispertar y hallarme
Otra vez en mi cerrada
Prision? Y cuando no sea,
El soñarlo sólo basta;
Pues así llegué á saber
Que toda la dicha humana
En fin pasa como un sueño,
Y quiero hoy aprovecharla
El tiempo que me durare:
Pidiendo de nuestras faltas
Perdon, pues de pechos nobles
Es tan propio el perdonarlas.
[p. 117]
[p. 118]
PERSONAS.
Eusebio. | ||
Curcio, viejo. | ||
Lisardo. | ||
Octavio. | ||
Alberto, sacerdote. | ||
Celio. | Bandoleros. | |
Ricardo. | ||
Chilindrina. | ||
Gil, villano gracioso. | ||
Bras. | Villanos. | |
Tirso. | ||
Toribio. | ||
Julia, dama. | ||
Arminda, criada. | ||
Menga, villana graciosa. | ||
Bandoleros. | ||
Villanos. | ||
Soldados. |
La accion es en Sena y en sus contornos.
[p. 119]
Arboleda inmediata á un camino que se dirige á Sena.
MENGA, GIL.
Menga.
(Dentro.) ¡Verá por dó va la burra!
Gil.
(Dentro.) Jo, dimuño; jo mohina.
Menga.
Ya verá por dó camina:
Arre acá.
Gil.
¡El diabro te aburra!
¿No hay quien una cola tenga,
Pudiendo tenella mil? (Salen.)
Menga.
¡Buena hacienda has hecho, Gil!
Gil.
¡Buena hacienda has hecho, Menga,
Pues tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera,
Que en el hoyo se metiera
Al oido la dijiste,
Por hacerme regañar.
Menga.
Por verme caer á mí,
Se lo dijiste, eso sí.
Gil.
¿Cómo la hemos de sacar?
Menga.
¿Pues en el lodo la dejas?
[p. 120]
Gil.
No puede mi fuerza sola.
Menga.
Yo tiraré de la cola,
Tira tú de las orejas.
Gil.
Mejor remedio sería
Hacer el que aprovechó
A un coche, que se atascó
En la corte esotro dia.
Este coche, Dios delante,
Que arrastrado de dos potros,
Parecia entre los otros
Pobre coche vergonzante;
Y por maldicion muy cierta
De sus padres (¡hado esquivo!)
Iba de estribo en estribo,
Ya que no de puerta en puerta;
En un arroyo atascado,
Con ruegos el caballero,
Con azotes el cochero,
Ya por fuerza, ya por grado,
Ya por gusto, ya por miedo,
Que saliesen procuraban:
Por recio que lo mandaban,
Mi coche quedo que quedo.
Viendo que no importan nada
Cuantos remedios hicieron,
Delante el coche pusieron
Un harnero de cebada.
Los caballos, por comer,
De tal manera tiraron,
Que tosieron y arrancaron;
Y esto podemos hacer.
Menga.
¡Que nunca valen dos cuartos
Tus cuentos!
Gil.
Menga, yo siento
[p. 121]Ver un animal hambriento,
Donde hay animales hartos.
Menga.
Voy al camino á mirar
Si pasa de nuestra aldea
Gente, cualquiera que sea,
Porque te venga á ayudar,
Pues te das tan pocas mañas.
Gil.
¿Vuelves, Menga, á tu porfía?
Menga.
¡Ay burra del alma mia! (Vase.)
GIL.
¡Ay burra de mis entrañas!
Tú fuiste la más honrada
Burra de toda la aldea;
Que no ha habido quien te vea
Nunca mal acompañada.
No eres nada callejera:
De mijor gana te estabas
En tu pesebre, que andabas
Cuando te llevaban fuera.
Pues ¿altanera y liviana?
Bien me atrevo á jurar yo
Que ningun burro la vió
Asomada á la ventana.
Yo sé que no merecia
Su lengua desdicha tal;
Pues jamás por habrar mal
Dijo: Aquesta boca es mia.
Pues como á ella la sobre
De lo que comiendo está,
[p. 122]Luego al punto se lo da
A alguna borrica pobre. (Ruido dentro.)
Mas ¿qué ruido es este? Allí
De dos caballos se apean
Dos hombres, y hácia mí vienen,
Despues que atados los dejan.
¡Descoloridos, y al campo
De mañana! Cosa es cierta
Que comen barro, ó están
Opilados. Mas ¿si fueran
Bandoleros? ¡Aquí es ello!
Pero lo que fuere sea,
Aquí me escondo: que andan,
Que corren, que salen, que entran.
(Escóndese.)
EUSEBIO, LISARDO.—GIL, escondido.
Lisardo.
No pasemos adelante,
Porque esta estancia encubierta
Y apartada del camino,
Es para mi intento buena.
Sacad, Eusebio, la espada;
Que yo de aquesta manera,
A los hombres como vos
Saco á reñir.
Eusebio.
Aunque tenga
Bastante causa en haber
Llegado al campo, quisiera
Saber lo que á vos os mueve.
Decid, Lisardo, la queja
[p. 123]Que de mí teneis.
Lisardo.
Son tantas,
Que falta voz á la lengua,
Razones á la razon,
Y al sufrimiento paciencia.
Quisiera, Eusebio, callarlas,
Y áun olvidarlas quisiera;
Porque cuando se repiten,
Hacen de nuevo la ofensa.
¿Conoceis estos papeles?
Eusebio.
Arrojadlos en la tierra,
Y los alzaré.
Lisardo.
Tomad.
¿Qué os suspendeis? ¿Qué os altera?
Eusebio.
¡Mal haya el hombre, mal haya
Mil veces aquel que entrega
Sus secretos á un papel!
Porque es disparada piedra
Que se sabe quién la tira,
Y no se sabe á quién llega.
Lisardo.
¿Habeislos ya conocido?
Eusebio.
Todos están de mi letra,
Que no la puedo negar.
Lisardo.
Pues yo soy Lisardo, en Sena,
Hijo de Lisardo Curcio.
Bien excusadas grandezas
De mi padre consumieron
En breve tiempo la hacienda
Que los suyos le dejaron;
Que no sabe cuánto yerra
Quien, por excesivos gastos,
Pobres á sus hijos deja.
Pero la necesidad,
Aunque ultraje la nobleza,
[p. 124]No excusa de obligaciones
A los que nacen con ellas.
Julia, pues (¡saben los cielos
Cuánto el nombrarla me pesa!),
Ó no supo conservarlas,
Ó no llegó á conocerlas.
Pero al fin, Julia es mi hermana;
¡Pluguiera á Dios no lo fuera!
Y advertid que no se sirven
Las mujeres de sus prendas
Con amorosos papeles,
Con razones lisonjeras,
Con ilícitos recados,
Ni con infames terceras.
No os culpo en el todo á vos;
Que yo confieso que hiciera
Lo mismo, á darme una dama
Para servirla licencia.
Pero cúlpôs en la parte
De ser mi amigo, y en esta
Con más culpa os comprehende
La culpa que tuvo ella.
Si mi hermana os agradó
Para mujer (que no era
Posible, ni yo lo creo
Que os atrevierais á verla
Con otro fin, ni áun con este;
Pues ¡vive Dios! que quisiera,
Ántes que con vos casada,
Mirarla á mis manos muerta):
En fin, si vos la elegisteis
Para mujer, justo fuera
Descubrir vuestros deseos
Á mi padre, ántes que á ella.
[p. 125]Este era término justo,
Y entónces mi padre viera
Si le estaba bien el darla,
Que pienso que no os la diera;
Porque un caballero pobre,
Cuando en cosas como estas
No puede medir iguales
La calidad y la hacienda,
Por no deslucir su sangre
Con una hija doncella,
Hace sagrado un convento;
Que es delito la pobreza.
Aqueste á Julia mi hermana
Con tanta prisa la espera,
Que mañana ha de ser monja,
Por voluntad ó por fuerza.
Y porque no será bien
Que una religiosa tenga
Prendas de tan loco amor
Y de voluntad tan necia,
Á vuestras manos las vuelvo,
Con resolucion tan ciega,
Que no sólo he de quitarlas,
Mas tambien la causa dellas.
Sacad la espada, y aquí
El uno de los dos muera,
Vos, porque no la sirvais,
Ó yo, porque no lo vea.
Eusebio.
Tened, Lisardo, la espada,
Y pues yo he tenido flema
Para oir desprecios mios,
Escuchadme la respuesta.
Y aunque el discurso sea largo
De mi suceso, y parezca
[p. 126]Que, estando solos los dos,
Es demasiada paciencia;
Pues que ya es fuerza reñir,
Y morir el uno es fuerza;
Por si los cielos permiten
Que yo el infelice sea,
Oid prodigios que admiran
Y maravillas que elevan;
Que no es bien que con mi muerte
Eterno silencio tengan.
Yo no sé quién fué mi padre;
Pero sé que la primera
Cuna fué el pié de una Cruz,
Y el primer lecho una piedra.
Raro fué mi nacimiento,
Segun los pastores cuentan,
Que desta suerte me hallaron
En la falda de esas sierras.
Tres dias dicen que oyeron
Mi llanto, y que á la aspereza
Donde estaba, no llegaron
Por el temor de las fieras,
Sin que alguna me ofendiese;
Pero ¿quién duda que era
Por respeto de la Cruz,
Que tenía en mi defensa?
Hallóme un pastor, que acaso
Buscó una perdida oveja
En la aspereza del monte,
Y trayéndome á la aldea
De Eusebio, que no sin causa
Estaba entónces en ella,
Le contó mi prodigioso
Nacimiento, y la clemencia
[p. 127]Del cielo asistió á la suya.
Mandó en fin que me trajeran
A su casa, y como á hijo
Me dió la crianza en ella.
Eusebio soy de la Cruz,
Por su nombre, y por aquella
Que fué mi primera guía,
Y fué mi guarda primera.
Tomé por gusto las armas,
Por pasatiempo las letras;
Murió Eusebio, y yo quedé
Heredero de su hacienda.
Si fué prodigioso el parto,
No lo fué ménos la estrella
Que enemiga me amenaza,
Y piadosa me reserva.
Tierno infante era en los brazos
Del ama, cuando mi fiera
Condicion, bárbara en todo,
Dió de sus rigores muestra;
Pues con solas las encías,
No sin diabólica fuerza,
Partí el pecho de quien tuve
El dulce alimento; y ella,
Del dolor desesperada,
Y de la cólera ciega,
En un pozo me arrojó,
Sin que ninguno supiera
De mí. Oyéndome reir,
Bajaron á él, y cuentan
Que estaba sobre las aguas,
Y que con las manos tiernas
Tenía una Cruz formada
Y sobre los labios puesta.
[p. 128]Un dia que se abrasaba
La casa, y la llama fiera
Cerraba el paso á la huida,
Y á la salida la puerta,
Entre las llamas estuve
Libre, sin que me ofendieran:
Y advertí despues, dudando
Que haya en el fuego clemencia,
Que era dia de la Cruz.
Tres lustros contaba apénas,
Cuando por el mar fuí á Roma,
Y en una brava tormenta,
Desesperada mi nave
Chocó en una oculta peña:
En pedazos dividida,
Por los costados abierta;
Abrazado de un madero
Salí venturoso á tierra,
Y este madero tenía
Forma de Cruz. Por las sierras
De esos montes caminaba
Con otro hombre, y en la senda
Que dos caminos partia,
Una Cruz estaba puesta.
En tanto que me quedé
Haciendo oracion en ella,
Se adelantó el compañero;
Y despues dándome priesa
Para alcanzarle, le hallé
Muerto á las manos sangrientas
De bandoleros. Un dia,
Riñendo en una pendencia,
De una estocada caí,
Sin que hiciese resistencia,
[p. 129]En la tierra; y cuando todos
Pensaron hallarla ajena
De remedio, sólo hallaron
Señal de la punta fiera
En una Cruz que traia
Al cuello, que en mi defensa
Recibió el golpe. Cazando
Una vez por la aspereza
Deste monte, se cubrió
El cielo de nubes negras,
Y publicando con truenos
Al mundo espantosa guerra,
Lanzas arrojaba en agua,
Balas disparaba en piedras.
Todos hicieron las hojas
Contra las nubes defensa,
Siendo ya tiendas de campo
Las más ocultas malezas;
Y un rayo, que fué en el viento
Caliginoso cometa,
Volvió en ceniza á los dos
Que de mí estaban más cerca.
Ciego, turbado y confuso
Vuelvo á mirar lo que era,
Y hallé á mi lado una Cruz,
Que yo pienso que es la mesma
Que asistió á mi nacimiento,
Y la que yo tengo impresa
En los pechos; pues los cielos
Me han señalado con ella,
Para públicos efectos
De alguna causa secreta.
Pero aunque no sé quién soy,
Tal espíritu me alienta,
[p. 130]Tal inclinacion me anima,
Y tal ánimo me fuerza,
Que por mí me da valor
Para que á Julia merezca;
Porque no es más la heredada,
Que la adquirida nobleza.
Este soy, y aunque conozco
La razon, y aunque pudiera
Dar satisfaccion bastante
A vuestro agravio, me ciega
Tanto la pasion de veros
Hablando de esa manera,
Que ni os quiero dar disculpa,
Ni os quiero admitir la queja;
Y pues quereis estorbar
Que yo su marido sea;
Aunque su casa la guarde,
Aunque un convento la tenga,
De mí no ha de estar segura;
Y la que no ha sido buena
Para mujer, lo será
Para dama: así desea,
Desesperado mi amor
Y ofendida mi paciencia,
Castigar vuestro desprecio,
Y satisfacer mi afrenta.
Lisardo.
Eusebio, donde el acero
Ha de hablar, calle la lengua.
(Sacan las espadas, y riñen; Lisardo cae en el suelo, y procurando levantarse, torna á caer.)
¡Herido estoy!
Eusebio.
¿Y no muerto?
Lisardo.
No, que en los brazos me queda
Aliento para... ¡Ay de mí!
[p. 131]Faltó á mis plantas la tierra.
Eusebio.
Y falte á tu voz la vida.
Lisardo.
No me permitas que muera
Sin confesion.
Eusebio.
¡Muere, infame!
Lisardo.
No me mates, por aquella
Cruz en que Cristo murió.
Eusebio.
Aquesa voz te defienda
De la muerte. Alza del suelo;
Que cuando por ella ruegas,
Falta rigor á la ira,
Y falta á los brazos fuerza.
Alza del suelo.
Lisardo.
No puedo;
Porque ya en mi sangre envuelta
Voy despreciando la vida,
Y el alma pienso que espera
Á salir, porque entre tantas
No sabe cuál es la puerta.
Eusebio.
Pues fíate de mis brazos,
Y anímate; que aquí cerca
De unos penitentes monjes
Hay una ermita pequeña,
Donde podrás confesarte
Si vivo á sus puertas llegas.
Lisardo.
Pues yo te doy mi palabra,
Por esa piedad que muestras,
Que si yo merezco verme
En la divina presencia
De Dios, pediré que tú
Sin confesarte no mueras.
(Llévale Eusebio en brazos.)
Gil.
¡Han visto lo que le debe!
La caridad está buena;
[p. 132]Pero yo se la perdono.
¡Matarle y llevarle á cuestas!
BRAS, TIRSO, MENGA, TORIBIO.—GIL.
Toribio.
¿Aquí dices que quedaba?
Menga.
Aquí se quedó con ella.
Tirso.
Mírale allí embelesado.
Menga.
Gil, ¿qué mirabas?
Gil.
¡Ay Menga!
Tirso.
¿Qué te ha sucedido?
Gil.
¡Ay Tirso!
Toribio.
¿Qué viste? Dános respuesta.
Gil.
¡Ay Toribio!
Bras.
Dí, ¿qué tienes,
Gil, ó de qué te lamentas?
Gil.
¡Ay Bras, ay amigos mios!
No lo sé más que una bestia.
Matóle y cargó con él,
Sin duda á salar le lleva.
Menga.
¿Quién le mató?
Gil.
¿Qué sé yo?
Tirso.
¿Quién murió?
Gil.
No sé quién era.
Toribio.
¿Quién cargó?
Gil.
¿Qué sé yo quién?
Bras.
¿Y quién le llevó?
Gil.
Quienquiera.
Pero porque lo sepais,
Venid todos.
[p. 133]
Tirso.
¿Dó nos llevas?
Gil.
No lo sé, pero venid,
Que los dos van aquí cerca. (Vanse.)
Sala en casa de Curcio, en Sena.
JULIA, ARMINDA.
Julia.
Déjame, Arminda, llorar
Una libertad perdida,
Pues donde acaba la vida,
Tambien acaba el pesar.
¿Nunca has visto de una fuente
Bajar un arroyo manso,
Siendo apacible descanso
El valle de su corriente;
Y cuando le juzgan falto
De fuerza las flores bellas,
Pasa por encima dellas
Rompiendo por lo más alto?
Pues mis penas, mis enojos
La misma experiencia han hecho;
Detuviéronse en el pecho,
Y salieron por los ojos.
Deja que llore el rigor
De un padre.
Arminda.
Señora, advierte...
Julia.
¿Qué más venturosa suerte
Hay, que morir de dolor?
Pena que deja vencida
[p. 134]La vida, ser gloria ordena;
Que no es muy grande la pena
Que no acaba con la vida.
Arminda.
¿Que novedad obligó
Tu llanto?
Julia.
¡Ay, Arminda mia!
Cuantos papeles tenía
De Eusebio, Lisardo halló
En mi escritorio.
Arminda.
¿Pues él
Supo que estaban allí?
Julia.
Como aqueso contra mí
Hará mi estrella cruel.
Yo (¡ay de mí!) cuando le vía
El cuidado con que andaba,
Pensó que lo sospechaba,
Pero no que lo sabía.
Llegó á mí descolorido,
Y entre apacible y airado,
Me dijo que habia jugado,
Arminda, y que habia perdido:
Que una joya le prestase
Para volver á jugar.
Por presto que la iba á dar,
No aguardó á que la sacase:
Tomó él la llave y abrió
Con una cólera inquieta,
Y en la primera naveta
Los papeles encontró.
Miróme y volvió á cerrar.
Y sin decir nada (¡ay Dios!)
Buscó á mi padre, y los dos
(¿Quién duda es para tratar
Mi muerte?) gran rato hablaron
[p. 135]Cerrados en su aposento;
Salieron, y hácia el convento
Los dos sus pasos guiaron,
Segun Octavio me dijo.
Y si lo que está tratado
Ya mi padre ha efectuado,
Con justa causa me aflijo;
Porque si de aquesta suerte
Que olvide á Eusebio desea,
Ántes que monja me vea,
Yo misma me daré muerte.
EUSEBIO.—Dichas.
Eusebio.
(Ap. Ninguno tan atrevido,
Si no tan desesperado,
Viene á tomar por sagrado
La casa del ofendido.
Ántes que sepa la muerte
De Lisardo Julia bella,
Hablar quisiera con ella,
Porque á mi tirana suerte
Algun remedio consigo
Si, ignorado mi rigor,
Puede obligarla el amor
Á que se vaya conmigo;
Y cuando llegue á saber
De Lisardo el hado injusto,
Hará de la fuerza gusto
Mirándose en mi poder.)
Hermosa Julia.
[p. 136]
Julia.
¿Qué es esto?
¿Tú en esta casa?
Eusebio.
El rigor
De mi desdicha y tu amor
En tal peligro me ha puesto.
Julia.
Pues ¿cómo has entrado aquí
Y emprendes tan loco extremo?
Eusebio.
Como la muerte no temo.
Julia.
¿Qué es lo que intentas así?
Eusebio.
Hoy obligarte deseo,
Julia, porque agradecida
Des á mi amor nueva vida,
Nueva gloria á mi deseo.
Yo he sabido cuánto ofende
Á tu padre mi cuidado:
Que á su noticia ha llegado
Nuestro amor, y que pretende
Que tú recibas mañana
El estado que desea,
Para que mi dicha sea,
Como mi esperanza, vana.
Si ha sido gusto, si ha sido
Amor el que me has mostrado,
Si es verdad que me has amado,
Si es cierto que me has querido,
Vente conmigo; pues ves
Que no tiene resistencia
De tu padre la obediencia,
Deja tu casa; y despues
Que habrá mil remedios piensa;
Pues ya en mi poder, es justo
Que haga de la fuerza gusto,
Y obligacion de la ofensa.
Villas tengo en que guardarte,
[p. 137]Gente con que defenderte,
Hacienda para ofrecerte
Y un alma para adorarte.
Si darme vida deseas,
Si es verdadero tu amor,
Atrévete, ó el dolor
Hará que mi muerte veas.
Julia.
Oye, Eusebio.
Arminda.
Mi señor
Viene, señora.
Julia.
¡Ay de mí!
Eusebio.
¿Pudiera hallar contra mí
La fortuna más rigor?
Julia.
¿Podrá salir?
Arminda.
No es posible
Que se vaya; porque ya
Llamando á la puerta está.
Julia.
¡Grave mal!
Eusebio.
¡Pena terrible!
¿Qué haré?
Julia.
Esconderte es forzoso.
Eusebio.
¿Dónde?
Julia.
En aquese aposento.
Arminda.
Presto, que sus pasos siento.
(Escóndese Eusebio.)
CURCIO.—JULIA, ARMINDA; EUSEBIO, escondido.
Curcio.
Hija, si por el dichoso
Estado que tú codicias,
Y que ya seguro tienes,
[p. 138]No das á mis parabienes
La vida y alma en albricias,
Del deseo que he tenido
No agradeces el cuidado.
Todo queda efectuado,
Y todo tan prevenido,
Que sólo falta ponerte
La más bizarra y hermosa,
Para ser de Cristo esposa:
Mira ¡qué dichosa suerte!
Hoy aventajas á todas
Cuantas se ven envidiar,
Pues te verán celebrar
Aquestas divinas bodas.
¿Qué dices?
Julia.
(Ap.)¿Qué puedo hacer?
Eusebio.
(Ap.) Yo me doy la muerte aquí,
Si ella le dice que sí.
Julia.
(Ap. No sé cómo responder.)
Bien, señor, la autoridad
De padre, que es preferida,
Imperio tiene en la vida;
Pero no en la libertad.
¿Pues que supiera ántes yo
Tu intento, no fuera bien?
¿Y que tú, señor, tambien
Supieras mi gusto?
Curcio.
No,
Que sola mi voluntad
En lo justo, ó en lo injusto,
Has de tener tú por gusto.
Julia.
Sólo tiene libertad
Un hijo para escoger
Estado; que el hado impío
[p. 139]No fuerza el libre albedrío.
Déjame pensar y ver
Despacio eso; y no te espante
Ver que término te pida;
Que el estado de una vida
No se toma en un instante.
Curcio.
Basta que yo lo he mirado,
Y yo por tí he dado el sí.
Julia.
Pues si tú vives por mí,
Toma tambien por mí estado.
Curcio.
¡Calla, infame! ¡calla, loca!
Que haré de aquese cabello
Un lazo para tu cuello,
Ó sacaré de tu boca
Con mis manos la atrevida
Lengua, que de oir me ofendo.
Julia.
La libertad te defiendo,
Señor, pero no la vida.
Acaba su curso triste,
Y acabará tu pesar;
Que mal te puedo negar
La vida que tú me diste:
La libertad que me dió
El cielo, es la que te niego.
Curcio.
En este punto á crêr llego
Lo que el alma sospechó,
Que no fué buena tu madre,
Y manchó mi honor alguno;
Pues hoy tu error importuno
Ofende el honor de un padre,
A quien el sol no igualó,
En resplandor y belleza,
Sangre, honor, lustre y nobleza.
Julia.
Eso no he entendido yo,
[p. 140]Por eso no he respondido.
Curcio.
Arminda, salte allá fuera. (Vase.)
CURCIO, JULIA.
Curcio.
Y ya que mi pena fiera
Tantos años he tenido
Secreta, de mis enojos
La ciega pasion obliga
A que la lengua te diga
Lo que te han dicho los ojos.
La señoría de Sena,
Por dar á mi sangre fama,
En su nombre me envió
A dar la obediencia al papa
Urbano Tercio. Tu madre,
Que con opinion de santa
Fué en Sena comun ejemplo
De las matronas romanas,
Y áun de las nuestras (no sé
Cómo mi lengua la agravia;
Mas ¡ay infelice! tanto
La satisfaccion engaña),
En Sena quedó, y yo estuve
En Roma con la embajada
Ocho meses; porque entónces
Por concierto se trataba
Que esta señoría fuese
Del pontífice: Dios haga
Lo que á su estado convenga,
Que aquí importa poco ó nada.
[p. 141]Volví á Sena, y hallé en ella...
Aquí el aliento me falta,
Aquí la lengua enmudece,
Y aquí el ánimo desmaya.
Hallé (¡ay injusto temor!)
A tu madre tan preñada,
Que para el infeliz parto
Cumplia las nueve faltas.
Ya me habia prevenido
Por sus mentirosas cartas
Esta desdicha, diciendo
Que, cuando me fuí, quedaba
Con sospecha; y yo la tuve
De mi deshonra tan clara,
Que discurriendo mi agravio,
Imaginé mi desgracia.
No digo que verdad sea;
Mas quien tiene sangre hidalga,
No ha de aguardar á creer,
Quel imaginar le basta.
¿Qué importa que un noble sea
Desdichado (¡oh ley tirana
De honor! ¡oh bárbaro fuero
Del mundo!) si la ignorancia
Le disculpa? Mienten, mienten
Las leyes; porque no alcanza
Los misterios al efecto
Quien no previene la causa.
¿Qué ley culpa á un inocente?
¿Qué opinion á un libre agravia?
Miente otra vez; que no es
Deshonra, sino desgracia.
¡Bueno es que en leyes de honor
Le comprenda tanta infamia
[p. 142]Al Mercurio que le roba,
Como al Argos que le guarda!
¿Qué deja el mundo, qué deja,
Si así al inocente infama,
De deshonra, para aquel
Que lo sabe y que lo calla?
Yo entre tantos pensamientos,
Yo entre confusiones tantas,
Ni ví regalo en la mesa,
Ni hice descanso en la cama.
Tan desabrido conmigo
Estuve, que me trataba
Como ajeno el corazon,
Y como á tirano el alma.
Y aunque á veces discurria
En su abono, y aunque hallaba
Verisímil la disculpa,
Pudo en mí tanto la instancia
Del temer que me ofendia,
Que con saber que fué casta,
Tomé de mis pensamientos,
No de sus culpas, venganza.
Y porque con más secreto
Fuese, previne una caza
Fingida, porque á un celoso
Ficciones sólo le agradan.
Al monte fuí, y cuando todos
Entretenidos estaban
En su alegre regocijo,
Con amorosas palabras
(¡Qué bien las dice quien miente!
¡Qué bien las cree quien ama!)
Llevé á Rosmira, tu madre,
Por una senda apartada
[p. 143]Del camino, y divertida
Llegó á una secreta estancia
Deste monte, á cuyo albergue
El sol ignoró la entrada,
Porque se la defendian
Rústicamente enlazadas,
Por no decir que amorosas,
Árboles, hojas y ramas.
Aquí, pues, adonde apénas
Huella imprimió mortal planta,
Solos los dos...
ARMINDA.—Dichos.
Arminda.
Si el valor,
Que el noble pecho acompaña,
Señor, y si la experiencia
Que te han dado honrosas canas,
En la desdicha presente
No te niega ó no te falta,
Exámen será el valor
De tu ánimo.
Curcio.
¿Qué causa
Te obliga á que así interrumpas
Mi razon?
Arminda.
Señor...
Curcio.
Acaba;
Que más la duda me ofende.
Julia.
¿Por qué te suspendes? Habla.
Arminda.
No quisiera ser la voz
De mi pena y tu desgracia.
[p. 144]
Curcio.
No temas decirla tú,
Pues yo no temo escucharla.
Arminda.
A Lisardo, mi señor...
Eusebio.
Esto sólo me faltaba.
Arminda.
Bañado en su sangre traen,
En una silla por andas,
Cuatro rústicos pastores,
Muerto (¡ay Dios!) á puñaladas;
Mas ya á tu presencia llega:
No le veas.
Curcio.
¡Cielos! ¿Tantas
Penas para un desdichado?
¡Ay de mí!
GIL, MENGA, TIRSO, BRAS y TORIBIO, que traen á LISARDO muerto en una silla.—Dichos.
Julia.
Pues ¿qué inhumana
Fuerza ensangrentó la ira
En su pecho? ¿Qué tirana
Mano se bañó en mi sangre,
Contra su inocencia airada?
¡Ay de mí!
Arminda.
Mira, señora...
Bras.
No llegues á verle.
Curcio.
Aparta.
Tirso.
Detente, señor.
Curcio.
Amigos,
No puede sufrirlo el alma.
Dejadme ver ese cadáver frio,
Depósito infeliz de heladas venas,
[p. 145]Ruina del tiempo, estrago del impío
Hado, teatro funesto de mis penas.
¿Qué tirano rigor (¡ay hijo mio!)
Trágico monumento en las arenas
Construyó, porque hiciese en quejas vanas
Mortaja triste de mis blancas canas?
¡Ay amigos! decid: ¿quién fué homicida
De un hijo, en cuya vida yo animaba?
Menga.
Gil lo dirá, que, al verle dar la herida,
Oculto entre unos árboles estaba.
Curcio.
Dí, amigo, dí, ¿quién me quitó esta vida?
Gil.
Yo solo sé que Eusebio se llamaba
Cuando con él reñia.
Curcio.
¿Hay más deshonra?
Eusebio me ha quitado vida y honra.
(A Julia.)
Disculpa agora tú de sus crueles
Deseos la ambicion; dí que concibe
Casto amor, pues, á falta de papeles,
Lascivos gustos con tu sangre escribe.
Julia.
Señor...
Curcio.
No me respondas como sueles:
A tomar hoy estado te apercibe,
O apercibe tambien á tu hermosura,
Con Lisardo temprana sepultura.
Los dos á un tiempo el sentimiento esquivo,
En este dia sepultar concierta,
El muerto al mundo, en mi memoria vivo,
Tú, viva al mundo, en mi memoria muerta.
Y en tanto que el entierro os apercibo,
Porque no huyas cerraré esta puerta.
Queda con él, porque de aquesta suerte,
Lecciones al morir te dé su muerte. (Vanse.)
JULIA; LISARDO, muerto; EUSEBIO.
Julia.
Mil veces procuro hablarte,
Tirano Eusebio, y mil veces
El alma duda, el aliento
Falta, y la lengua enmudece.
No sé, no sé cómo pueda
Hablar; porque á un tiempo vienen
Envueltas iras piadosas
Entre piedades crueles.
Quisiera cerrar los ojos
A aquesta sangre inocente,
Que está pidiendo venganza,
Desperdiciando claveles:
Y quisiera hallar disculpa
En las lágrimas que viertes;
Que al fin heridas y ojos
Son bocas que nunca mienten.
Y en una mano el amor,
Y en otra el rigor presente,
A un mismo tiempo quisiera
Castigarte y defenderte;
Y entre ciegas confusiones
De pensamientos tan fuertes,
La clemencia me combate,
Y el sentimiento me vence.
¿Desta suerte solicitas
Obligarme? ¿Desta suerte,
Eusebio, en vez de finezas,
Con crueldades me pretendes?
[p. 147]Cuando de mi boda el dia
Resuelta esperaba, ¡quieres
Que en vez de apacibles bodas,
Tristes obsequias celebre!
Cuando por tu gusto era
Á mi padre inobediente,
¡Lutos funestos me das
En vez de galas alegres!
Cuando, arriesgando mi vida,
Hice posible el quererte,
¡En vez de tálamo (¡ay cielos!)
Un sepulcro me previenes!
Y cuando mi mano ofrezco,
Despreciando inconvenientes
De honor, ¡la tuya bañada
En mi sangre me la ofreces!
¿Qué gusto tendré en tus brazos,
Si para llegar á verme
Dando vida á nuestro amor,
Voy tropezando en la muerte?
¿Qué dirá el mundo de mí,
Sabiendo que tengo siempre,
Si no presente el agravio,
Quien le cometió presente?
Pues cuando quiera el olvido
Sepultarle, sólo el verte
Entre mis brazos, será
Memoria con que me acuerde.
Yo entónces, yo, aunque te adore,
Los amorosos placeres
Trocaré en iras, pidiendo
Venganzas; pues ¿cómo quieres
Que viva sujeta un alma
A efectos tan diferentes,
[p. 148]Que esté esperando el castigo
Y deseando que no llegue?
Basta, por lo que te quise,
Perdonarte, sin que esperes
Verme en tu vida, ni hablarme.
Esa ventana, que tiene
Salida al jardin, podrá
Darte paso; por ahí puedes
Escaparte; huye el peligro,
Porque, si mi padre viene,
No te halle aquí. Véte, Eusebio,
Y mira que no te acuerdes
De mí; que hoy me pierdes tú
Porque quisiste perderme.
Véte, y vive tan dichoso,
Que tengas felicemente
Bienes, sin que á los pesares
Pagues pension de los bienes.
Que yo haré para mi vida
Una celda prision breve,
Si no sepulcro, pues ya
Mi padre enterrarme quiere.
Allí lloraré desdichas
De un hado tan inclemente,
De una fortuna tan fiera,
De una inclinacion tan fuerte,
De un planeta tan opuesto,
De una estrella tan rebelde,
De un amor tan desdichado,
De una mano tan aleve,
Que me ha quitado la vida
Y no me ha dado la muerte,
Porque entre tantos pesares
Siempre viva y muera siempre.
[p. 149]
Eusebio.
Si acaso más que tus voces
Son ya tus manos crueles
Para tomar la venganza,
Rendido á tus piés me tienes.
Preso me trae mi delito,
Tu amor es la cárcel fuerte,
Las cadenas son mis yerros,
Prisiones que el alma teme,
Verdugo es mi pensamiento;
Si son tus ojos los jueces,
Y ellos me dan la sentencia,
Por fuerza será de muerte.
Mas dirá entónces la fama
En su pregon: «Este muere
Porque quiso,» pues que solo
Es mi delito quererte.
No pienso darte disculpa;
No parezca que la tiene
Tan grande error; sólo quiero
Que me mates y te vengues.
Toma esta daga, y con ella
Rompe un pecho que te ofende,
Saca un alma que te adora,
Y tu misma sangre vierte.
Y si no quieres matarme,
Para que á vengarse llegue
Tu padre, diré que estoy
En tu aposento.
Julia.
¡Detente!
Y por última razon,
Que he de hablarte eternamente,
Has de hacer lo que te digo.
Eusebio.
Yo lo concedo.
Julia.
Pues véte
[p. 150]Adonde guardes tu vida.
Hacienda tienes, y gente
Que te podrá defender.
Eusebio.
Mejor será que yo quede
Sin ella; porque si vivo,
Será imposible que deje
De adorarte, y no has de estar,
Aunque un convento te encierre,
Segura.
Julia.
Guárdate tú,
Que yo sabré defenderme.
Eusebio.
¿Volveré yo á verte?
Julia.
No.
Eusebio.
¿No hay remedio?
Julia.
No le esperes.
Eusebio.
¿Que al fin me aborreces ya?
Julia.
Haré por aborrecerte.
Eusebio.
¿Olvidarásme?
Julia.
No sé.
Eusebio.
¿Veréte yo?
Julia.
Eternamente.
Eusebio.
Pues ¿aquel pasado amor...?
Julia.
Pues ¿esta sangre presente...?—
La puerta abren: véte Eusebio.
Eusebio.
Iré por obedecerte.
¡Que no he de volverte á ver!
Julia.
¡Que no has de volver á verme!
(Suena ruido, vanse cada uno por una parte, y entran el cuerpo algunos criados.)
[p. 151]
Monte.
RICARDO, CELIO, EUSEBIO, en traje de bandoleros, con arcabuces.
(Suena un tiro dentro.)
Ricardo.
Pasó el plomo violento
Su pecho.
Celio.
Y hace el golpe más sangriento,
Que con su sangre la tragedia imprima
En tierna flor.
Eusebio.
Ponle una cruz encima,
Y perdónele Dios.
Ricardo.
Las devociones
Nunca faltan del todo á los ladrones.
(Vanse Ricardo y Celio)
Eusebio.
Y pues mis hados fieros
Me traen á capitan de bandoleros,
Llegarán mis delitos
A ser, como mis penas, infinitos.
Como si diera muerte
A Lisardo á traicion, de aquesta suerte
Mi patria me persigue,
[p. 152]Porque su furia y mi despecho obligue
A que guarde una vida,
Siendo de tantas bárbaro homicida.
Mi hacienda me han quitado,
Mis villas confiscado,
Y á tanto rigor llegan,
Que el sustento me niegan.
No toque pasajero
El término del monte, si primero
No rinde hacienda y vida.
RICARDO, bandoleros; ALBERTO, preso.—EUSEBIO.
Ricardo.
Llegando á ver la boca de la herida,
Escucha, capitan, el más extraño
Suceso.
Eusebio.
Ya deseo el desengaño.
Ricardo.
Hallé el plomo deshecho
En este libro que tenía en el pecho,
Sin haber penetrado,
Y al caminante solo desmayado:
Vesle aquí sano y bueno.
Eusebio.
De espanto estoy y admiraciones lleno.
¿Quién eres, venerable
Caduco, á quien los cielos, admirable
Han hecho con prodigio milagroso?
Alberto.
Yo soy, oh capitan, el más dichoso
De cuantos hombres hay; que he merecido
Ser sacerdote indigno, y he leido
En Bolonia sagrada teología
Cuarenta y cuatro años con desvelo.
[p. 153]Dióme Su Santidad, por este celo,
De Trento el obispado
Premiando mis estudios; y admirado
Yo de ver que tenía
Cuenta de tantas almas,
Y que apénas la daba de la mia,
Los laureles dejé, dejé las palmas,
Y huyendo sus engaños,
Vengo á buscar seguros desengaños
En estas soledades,
Donde viven desnudas las verdades.
Paso á Roma á que el Papa me conceda
Licencia, capitan, para que pueda
Fundar un órden santo de eremitas;
Mas tu saña atrevida
Quita el hilo á mi suerte y á la vida.
Eusebio.
¿Qué libro es este, dí?
Alberto.
Este es el fruto,
Que rinde á mis estudios el tributo
De tantos años.
Eusebio.
¿Qué es lo que contiene?
Alberto.
Él trata del orígen verdadero
De aquel divino y celestial madero
En que animoso y fuerte,
Muriendo, triunfó Cristo de la muerte.
El libro, en fin, se llama
«Milagros de la Cruz.»
Eusebio.
¡Qué bien la llama
De aquel plomo inclemente,
Más que la cera, se mostró obediente!
¡Pluguiera á Dios, mi mano,
Ántes que blanco su papel hiciera
De aquel golpe tirano,
Entre su fuego ardiera!
[p. 154]Lleva ropa y dinero
Y la vida; sólo este libro quiero.
Y vosotros salidle acompañando
Hasta dejarle libre.
Alberto.
Iré rogando
Al Señor te dé luz para que veas
El error en que vives.
Eusebio.
Si deseas
Mi bien, pídele á Dios que no permita
Muera sin confesion.
Alberto.
Yo te prometo
Seré ministro en tan piadoso efeto,
Y te doy mi palabra
(Tanto en mi pecho tu clemencia labra)
Que si me llamas en cualquiera parte,
Dejaré mi desierto
Por ir á confesarte:
Un sacerdote soy; mi nombre Alberto.
Eusebio.
¿Tal palabra me das?
Alberto.
Y la confieso
Con la mano.
Eusebio.
Otra vez tus plantas beso.
(Vase Alberto con Ricardo y los bandoleros.)
CHILINDRINA.—EUSEBIO.
Chilind.
Hasta venir á hablarte,
El monte atravesé de parte á parte.
Eusebio.
¿Qué hay, amigo?
Chilind.
Dos nuevas harto malas.
Eusebio.
Á mi temor el sentimiento igualas.
[p. 155]¿Qué son?
Chilind.
Es la primera
(Decirla no quisiera),
Que al padre de Lisardo
Han dado...
Eusebio.
Acaba, que el efecto aguardo.
Chilind.
Comision de prenderte ó de matarte.
Eusebio.
Esotra nueva temo
Mas, porque en un confuso extremo,
Al corazon parece que camina
Toda el alma, adivina
De algun futuro daño.
¿Qué ha sucedido?
Chilind.
Á Julia...
Eusebio.
No me engaño
En prevenir tristezas,
Si para ver mi mal, por Julia empiezas.
¿Julia no me dijiste?
Pues eso basta para verme triste.
¡Mal haya amén la rigurosa estrella
Que me obligó á querella!
En fin, Julia... prosigue.
Chilind.
En un convento,
Seglar está.
Eusebio.
¡Ya falta el sufrimiento!
¡Que el cielo me castigue
Con tan grandes venganzas,
De perdidos deseos,
De muertas esperanzas.
Que de los mismos cielos,
Por quien me deja, vengo á tener celos!
Mas ya tan atrevido,
Que viviendo matando.
Me sustento robando,
[p. 156]No puedo ser peor de lo que he sido.
Despéñese el intento,
Pues ya se ha despeñado el pensamiento.
Llama á Celio y Ricardo. (Ap. ¡Amando muero!)
Chilind.
Voy por ellos. (Vase.)
Eusebio.
Vé, y diles que aquí espero.—
Asaltaré el convento que la guarda.
Ningun grave castigo me acobarda;
Que por verme señor de su hermosura,
Tirano amor me fuerza
Á acometer la fuerza,
Á romper la clausura,
Y á violar el sagrado;
Que ya del todo estoy desesperado.
Pues si no me pusiera
Amor en tales puntos,
Solamente lo hiciera
Por cometer tantos delitos juntos.
GIL, MENGA.—EUSEBIO.
Menga.
¿Mas que encontramos con él,
Segun mezquina nací?
Gil.
Menga, yo ¿no voy aquí?
No temas ese cruel
Capitan de buñuleros,
Ni el hallarlo te alborote;
Que honda llevo yo y garrote.
Menga.
Temo, Gil, sus hechos fieros;
Si no, á Silvia á mirar ponte,
Cuando aquí la acometió;
[p. 157]Que doncella al monte entró,
Y dueña salió del monte,
Que no es peligro pequeño.
Gil.
Conmigo fuera cruel,
Que tambien entro doncel,
Y pudiera salir dueño. (Reparan en Eusebio.)
Menga.
(A Eusebio.) ¡Ah señor! que va perdido,
Que anda Eusebio por aquí.
Gil.
No eche, señor, por ahí.
Eusebio.
(Ap.) Estos no me han conocido,
Y quiero disimular.
Gil.
¿Quiere que aquese ladron
Le mate?
Eusebio.
(Ap.Villanos son.)
¿Con qué podré yo pagar
Este aviso?
Gil.
Con huir
De ese bellaco.
Menga.
Si os coge,
Señor, aunque no le enoje
Ni vuestro hacer ni decir,
Luego os matará; y creed
Que con poner tras la ofensa
Una cruz encima, piensa
Que os hace mucha merced.
RICARDO, CELIO.—Dichos.
Ricardo.
¿Dónde le dejaste?
Celio.
Aquí.
Gil.
(A Eusebio.) Es un ladron, no le esperes.
[p. 158]
Ricardo.
Eusebio, ¿qué es lo que quieres?
Gil.
¿Eusebio le llamó?
Menga.
Sí.
Eusebio.
Yo soy Eusebio; ¿que os mueve
Contra mí? ¿No hay quien responda?
Menga.
Gil, ¿tienes garrote y honda?
Gil.
Tengo el diablo que te lleve.
Celio.
Por los apacibles llanos
Que hace del monte la falda,
A quien guarda el mar la espalda,
Ví un escuadron de villanos
Que armado contra tí viene,
Y pienso que se avecina;
Que así Curcio determina
La venganza que previene.
Mira qué piensas hacer:
Junta tu gente, y partamos.
Eusebio.
Mejor es que agora huyamos,
Que esta noche hay más que hacer.
Venid conmigo los dos,
De quien justamente fío
La opinion y el honor mio.
Ricardo.
Muy bien puedes, que por Dios
Que he de morir á tu lado.
Eusebio.
Villanos, vida teneis,
Sólo porque le lleveis
A mi enemigo un recado.
Decid á Curcio que yo
Con tanta gente atrevida
Solo defiendo la vida,
Pero que le busco no.
Y que no tiene ocasion
De buscarme de esta suerte,
Pues no dí á Lisardo muerte
[p. 159]Con engaño ó con traicion.
Cuerpo á cuerpo le maté,
Sin ventaja conocida,
Y ántes de acabar la vida,
En mis brazos le llevé
Adonde se confesó,
Digna accion para estimarse;
Mas que si quiere vengarse,
Que he de defenderme yo.—
Y agora porque no vean
(A los bandoleros.)
Aquestos por dónde vamos,
Atadlos entre estos ramos:
Vendados sus ojos sean,
Porque no avisen.
Ricardo.
Aquí
Hay cordel.
Celio.
Pues llega presto.
Gil.
De San Sebastian me han puesto.
Menga.
De San Sebastian á mí.
Mas ate cuando quisiere,
Señor, como no me mate.
Gil.
Oye, señor, no me ate,
Y puto sea yo si huyere.
Jura tú, Menga, tambien
Este mismo juramento.
Celio.
Ya están atados.
Eusebio.
Mi intento
Se va ejecutando bien.
La noche amenaza oscura
Tendiendo su negro velo.
Julia, aunque te guarde el cielo,
He de gozar tu hermosura. (Vanse.)
GIL, MENGA, atados.
Gil.
¿Quién habrá que ahora nos vea,
Menga, aunque caro nos cueste,
Que no diga que es aqueste
Peralvillo de la aldea?
Menga.
Véte llegando hácia aquí,
Gil, que yo no puedo andar.
Gil.
Menga, vénme á desatar,
Y te desataré á tí
Luégo al punto.
Menga.
Ven primero
Tú, que ya estás importuno.
Gil.
¿Es decir, que vendrá alguno?
Pondré que falta un arriero
Las tres ánades cantando,
Un caminante pidiendo,
Un estudiante comiendo,
Una santera rezando,
Hoy en aqueste camino,
Lo que á ninguno faltó;
Mas la culpa tengo yo.
Una voz.
(Dentro.) Hácia esta parte imagino
Que oigo voces; llegad presto.
Gil.
Señor, en buen hora acuda
A desatar una duda,
En que ha rato que estoy puesto.
Menga.
Si acaso buscais, señor,
Por el monte algun cordel,
Yo os puedo servir con él.
[p. 161]
Gil.
Este es más gordo y mijor.
Menga.
Yo, por ser mujer, espero
Remedio en las ánsias mias.
Gil.
No repare en cortesías,
Desáteme á mí primero.
CURCIO, OCTAVIO, BRAS, TIRSO, soldados.—GIL, MENGA.
Tirso.
Hácia aquesta parte suena
La voz.
Gil.
¡Que te quemas!
Tirso.
Gil,
¿Qué es esto?
Gil.
El diablo es sutil;
Desata, Tirso, y mi pena
Te diré despues.
Curcio.
¿Qué es esto?
Menga.
Venga en buen hora, señor,
A castigar un traidor.
Curcio.
¿Quién desta suerte os ha puesto?
Gil.
¿Quién? Eusebio, que en efeto
Dice... Pero ¿qué sé yo
Lo que dice? Él nos dejó
Aquí en semejante aprieto.
Tirso.
No llores, pues, que no ha estado
Hoy muy poco liberal
Contigo.
Bras.
No lo ha hecho mal,
Pues á Menga te ha dejado.
Gil.
¡Ay Tirso! no lloro yo
[p. 162]Porque piadoso no fué.
Tirso.
Pues ¿por qué lloras?
Gil.
¿Por qué?
Porque á Menga me dejó.
La de Anton llevó, y al cabo
De seis, que no parecia,
Halló á su mujer un dia;
Hicimos un baile bravo
De hallazgo, y gastó cien reales.
Bras.
¿Bartolo no se casó
Con Catalina, y parió
A seis meses no cabales?
Y andaba con gran placer
Diciendo: ¡Si tú lo vieses!
Lo que otra hace en nueve meses,
Hace en cinco mi mujer.
Tirso.
Ello no hay honra segura.
Curcio.
¿Que esto llegue á escuchar yo
Deste tirano? ¿quién vió
Tan notable desventura?
Menga.
Cómo destruirle piensa;
Que hasta las mismas mujeres
Tomaremos, si tú quieres,
Las armas para su ofensa.
Gil.
Que aquí acude es lo más cierto;
Y toda esta procesion
De cruces que miras, son,
Señor, por hombres que ha muerto.
Octavio.
Es aquí lo más secreto
De todo el monte.
Curcio.
(Ap.)Y aquí
Fué ¡cielos! donde yo ví
Aquel milagroso efeto
De inocencia y castidad,
[p. 163]Cuya beldad atrevido
Tantas veces he ofendido
Con dudas, siendo verdad
Un milagro tan patente.
Octavio.
Señor, ¿qué nueva pasion
Causa tu imaginacion?
Curcio.
Rigores que el alma siente
Son, Octavio; y mis enojos,
Para publicar mi mengua,
Como los niego á la lengua,
Me van saliendo á los ojos.
Haz, Octavio, que me deje
Solo esa gente que sigo,
Porque aquí de mí y conmigo
Hoy á los cielos me queje.
Octavio.
Ea, soldados, despejad.
Bras.
¿Qué decís?
Tirso.
¿Qué pretendeis?
Gil.
Despiojad, ¿no lo entendeis?
Que nos vamos á espulgar.
(Vanse todos, ménos Curcio.)
CURCIO.
¿A quién no habrá sucedido,
Tal vez lleno de pesares,
Descansar consigo á solas
Por no descubrirse á nadie?
Yo, á quien tantos pensamientos
A un tiempo afligen, que hacen
Con lágrimas y suspiros
[p. 164]Competencia al mar y al aire,
Compañero de mí mismo
En las mudas soledades,
Con la pension de mis bienes
Quiero divertir mis males.
Ni las aves, ni las fuentes
Sean testigos bastantes:
Que al fin las fuentes murmuran,
Y tienen lengua las aves.
No quiero más compañía
Que aquestos rústicos sauces;
Pues quien escucha y no aprende,
Será fuerza que no hable.
Teatro este monte fué
Del suceso más notable,
Que entre prodigios de celos
Cuentan las antigüedades,
De una inocente verdad.
Pero ¿quién podrá librarse
De sospechas, en quien son
Mentirosas las verdades?
Muerte de amor son los celos,
Que no perdonan á nadie,
Ni por humilde le dejan,
Ni le respetan por grave.
Aquí pues, donde yo digo,
Rosmira y yo... De acordarme,
No es mucho que el alma tiemble,
No es mucho que la voz falte;
Que no hay flor que no me asombre,
No hay hoja que no me espante,
No hay piedra que no me admire,
Tronco que no me acobarde,
Peñasco que no me oprima,
[p. 165]Monte que no me amenace;
Porque todos son testigos
De una hazaña tan infame.
Saqué al fin la espada, y ella,
Sin temerme y sin turbarse,
Porque en riesgos de amor nunca
El inocente es cobarde:
«Esposo, dijo, detente;
No digo que no me mates,
Si es tu gusto, porque yo
¿Cómo he de poder negarte
La misma vida que es tuya?
Solo te pido que ántes
Me digas por lo que muero,
Y déjame que te abrace.»
Yo la dije: «En tus entrañas,
Como la víbora, traes
A quien te ha de dar la muerte.
Indicio ha sido bastante
El parto infame que esperas.
Mas no le verás, que ántes
Dándote muerte, seré
Verdugo tuyo y de un ángel.»
«Si acaso, me dijo entónces,
Si acaso, esposo, llegaste
A creer flaquezas mias,
Justo será que me mates.
Mas á esta Cruz abrazada,
A esta que estaba delante,
Prosiguió, doy por testigo
De que no supe agraviarte
Ni ofenderte; que ella sola
Será justo que me ampare.»
Bien quisiera entónces yo,
[p. 166]Arrepentido, arrojarme
A sus piés, porque se vía
Su inocencia en su semblante.
El que una traicion intenta,
Ántes mire lo que hace;
Porque una vez declarado,
Aunque procure enmendarse,
Por decir que tuvo causa,
Lo ha de llevar adelante.
Yo, pues, no porque dudaba
Ser la disculpa bastante,
Sino porque mi delito
Más amparado quedase,
El brazo levanté airado,
Tirando por várias partes
Mil heridas; pero solo
Las ejecuté en el aire.
Por muerta al pié de la Cruz
Quedó, y queriendo escaparme
A casa llegué, y halléla
Con más belleza que sale
El alba, cuando en sus brazos
Nos presenta el sol infante.
Ella en sus brazos tenía
A Julia, divina imágen
De hermosura y discrecion:
(¿Qué gloria pudo igualarse
A la mia?) que su parto
Habia sido aquella tarde
Al mismo pié de la Cruz;
Y por divinas señales,
Con que al mundo descubria
Dios un milagro tan grande,
La niña que habia parido,
[p. 167]Dichosa con señas tales,
Tenía en el pecho una Cruz
Labrada de fuego y sangre.
Pero ¡ay! que tanta ventura
Templaba el que se quedase
Otra criatura en el monte:
Que ella, entre penas tan graves,
Sintió haber parido dos;
Y yo entónces...
OCTAVIO.—CURCIO.
Octavio.
Por el valle
Atraviesa un escuadron
De bandoleros; y ántes
Que cierre la noche triste,
Será bien, señor, que bajes
A buscarlos, no oscurezca;
Porque ellos el monte saben,
Y nosotros no.
Curcio.
Pues junta
La gente vaya adelante;
Que no hay gloria para mí,
Hasta llegar á vengarme. (Vanse)
[p. 168]Vista exterior de un convento.
EUSEBIO, RICARDO, CELIO, con una escala.
Ricardo.
Llega con silencio, y pon
A esa parte las escalas.
Eusebio.
Icaro seré sin alas,
Sin fuego seré Faeton:
Escalar al sol intento,
Y si me quiere ayudar
La luz, tengo de pasar
Mas allá del firmamento.
Amor ser tirano enseña.
En subiendo yo, quitad
Esa escala, y esperad
Hasta que os haga una seña.
Quien subiendo se despeña,
Suba hoy y baje ofendido,
En cenizas convertido;
Que la pena del bajar,
No será parte á quitar
La gloria de haber subido.
Ricardo.
¿Qué esperas?
Celio.
Pues ¿qué rigor
Tu altivo orgullo embaraza?
Eusebio.
¿No veis cómo me amenaza
Un vivo fuego?
Ricardo.
Señor.
Fantasmas son del temor.
Eusebio.
¿Yo temor?
[p. 169]
Celio.
Sube.
Eusebio.
Ya llego.
Aunque á tantos rayos ciego,
Por las llamas he de entrar;
Que no lo podrá estorbar
De todo el infierno el fuego. (Sube y entra.)
Celio.
Ya entró.
Ricardo.
Alguna fantasía
De su mismo horror fundada,
En la idea acreditada,
O alguna ilusion sería.
Celio.
Quita la escala.
Ricardo.
Hasta el dia
Aquí le hemos de esperar.
Celio.
Atrevimiento fué entrar,
Aunque yo de mejor gana
Me fuera con mi villana;
Mas despues habrá lugar. (Vanse.)
Celda de Julia
EUSEBIO; JULIA, en el lecho.
Eusebio.
Por todo el convento he andado,
Sin ser de nadie sentido,
Y por cuanto he discurrido,
De mi destino guiado,
A mil celdas he llegado
De religiosas, que abiertas
[p. 170]Tienen las estrechas puertas,
Y en ninguna á Julia ví.
¿Dónde me llevais así,
Esperanzas siempre inciertas?
¡Qué horror! ¡qué silencio mudo!
¡Qué oscuridad tan funesta!
Luz hay aquí; celda es esta,
Y en ella Julia. ¡Qué dudo!
(Corre una cortina, y ve á Julia durmiendo.)
¿Tan poco el valor ayudo,
Que ahora en hablarla tardo?
¿Qué es lo que espero? ¿qué aguardo?
Más con impulso dudoso,
Si me animo temeroso,
Animoso me acobardo.
Más belleza la humildad
Deste traje la asegura;
Que en la mujer la hermosura
Es la misma honestidad.
Su peregrina beldad,
De mi torpe amor objeto,
Hace en mí mayor efeto;
Que á un tiempo á mi amor incito,
Con la hermosura apetito,
Con la honestidad respeto.
¡Julia! ¡ah Julia!
Julia.
¿Quién me nombra?
Mas ¡cielos! ¿qué es lo que veo?
¿Eres sombra del deseo,
O del pensamiento sombra?
Eusebio.
¿Tanto el mirarme te asombra?
Julia.
¿Pues quién habrá que no intente
Huir de tí?
Eusebio.
Julia, detente.
[p. 171]
Julia.
¿Qué quieres, forma fingida,
De la idea repetida,
Solo á la vista aparente?
¿Eres, para pena mia,
Voz de la imaginacion?
¿Retrato de la ilusion?
¿Cuerpo de la fantasía?
¿Fantasma en la noche fria?
Eusebio.
Julia, escucha. Eusebio soy,
Que vivo á tus piés estoy;
Que si el pensamiento fuera,
Siempre contigo estuviera.
Julia.
Desengañándome voy
Con oirte, y considero
Que mi recato ofendido
Más te quisiera fingido,
Eusebio, que verdadero.
Donde yo llorando muero,
Donde yo vivo penando,
¿Qué quieres? ¡estoy temblando!
¿Qué buscas? ¡estoy muriendo!
¿Qué emprendes? ¡estoy temiendo!
¿Qué intentas? ¡estoy dudando!
¿Cómo has llegado hasta aquí?
Eusebio.
Todo es extremos amor,
Y mi pena y tu rigor
Hoy han de triunfar de mí.
Hasta verte aquí, sufrí
Con esperanza segura;
Pero viendo tu hermosura
Perdida, he atropellado
El respeto del sagrado,
Y la ley de la clausura.
De lo cierto ó de lo injusto
[p. 172]Los dos la culpa tenemos,
Y en mí vienen dos extremos,
Que son la fuerza y el gusto.
No puede darle disgusto
Al cielo mi pretension;
Ántes de esta ejecucion,
Casada eres en secreto,
Y no cabe en un sujeto
Matrimonio y religion.
Julia.
No niego el lazo amoroso,
Que hizo con felicidades
Unir á dos voluntades,
Que fué su efecto forzoso;
Que te llamé amado esposo,
Y que todo eso fué así,
Confieso; pero ya aquí,
Con voto de religiosa,
A Cristo de ser su esposa
Mano y palabra le dí.
Ya soy suya, ¿qué me quieres?
Véte, porque el mundo asombres.
Donde mates á los hombres,
Donde fuerces las mujeres.
Véte, Eusebio; ya no esperes
Fruto de tu loco amor;
Para que te cause horror,
Que estoy en sagrado piensa.
Eusebio.
Cuanto es mayor tu defensa,
Es mi apetito mayor.
Ya las paredes salté
Del convento, ya te ví;
No es amor quien vive en mí,
Causa más oculta fué.
Cumple mi gusto, ó diré
[p. 173]Que tú misma me has llamado,
Que me has tenido encerrado
En tu celda muchos dias:
Y pues las desdichas mias
Me tienen desesperado,
Daré voces; sepan...
Julia.
Tente,
Eusebio, mira... (¡ay de mí!)
Pasos siento por aquí,
Al coro atraviesa gente.
¡Cielos, no sé lo que intente!
Cierra esa celda, y en ella
Estarás, pues atropella
Un temor á otro temor.
Eusebio.
¡Qué poderoso es mi amor!
Julia.
¡Qué rigorosa es mi estrella! (Vanse.)
Vista exterior del convento.
RICARDO, CELIO.
Ricardo.
Ya son las tres, mucho tarda.
Celio.
El que goza su ventura,
Ricardo, en la noche oscura,
Nunca el claro sol aguarda.
Yo apuesto que le parece
Que nunca el sol madrugó
Tanto, y que hoy apresuró
Su curso.
[p. 174]
Ricardo.
Siempre amanece
Más temprano á quien desea;
Pero al que goza, más tarde.
Celio.
No creas que al sol aguarde
Que en el oriente se vea.
Ricardo.
Dos horas son ya.
Celio.
No creo
Que Eusebio lo diga.
Ricardo.
Es justo;
Porque al fin son de su gusto
Las horas de tu deseo.
Celio.
¿No sabes lo que he llegado
Hoy, Ricardo, á sospechar?
Que Julia le envió á llamar.
Ricardo.
Pues si no fuera llamado,
¿Quién á escalar se atreviera
Un convento?
Celio.
¿No has sentido,
Ricardo, á esta parte ruido?
Ricardo.
Sí.
Celio.
Pues llega la escalera.
JULIA, EUSEBIO, á una ventana.—RICARDO, CELIO.
Eusebio.
Déjame, mujer.
Julia.
Pues cuando
Vencida de tus deseos,
Movida de tus suspiros,
Obligada de tus ruegos,
De tu llanto agradecida,
Dos veces á Dios ofendo,
[p. 175]Como á Dios, y como á esposo,
¡Mis brazos dejas, haciendo
Sin esperanzas desdenes,
Y sin posesion desprecios!
¿Dónde vas?
Eusebio.
Mujer, ¿qué intentas?
Déjame, que voy huyendo
De tus brazos, porque he visto
No sé qué deidad en ellos.
Llamas arrojan tus ojos,
Tus suspiros son de fuego,
Un volcan cada razon,
Un rayo cada cabello,
Cada palabra es mi muerte,
Cada regalo un infierno:
Tantos temores me causa
La Cruz que he visto en tu pecho.
Señal prodigiosa ha sido,
Y no permitan los cielos
Que, aunque tanto los ofenda,
Pierda á la Cruz el respeto.
Pues si la hago testigo
De las culpas que cometo,
¿Con qué vergüenza despues
Llamarla en mi ayuda puedo?
Quédate en tu religion,
Julia: yo no te desprecio,
Que más agora te adoro.
Julia.
Escucha, detente, Eusebio.
Eusebio.
Esta es la escala.
Julia.
Detente,
Ó llévame allá.
Eusebio.
No puedo, (Baja.)
Pues que, sin gozar la gloria
[p. 176]Que tanto esperé, te dejo.
¡Válgame el Cielo! caí. (Cae.)
Ricardo.
¿Qué ha sido?
Eusebio.
¿No veis el viento
Poblado de ardientes rayos?
¿No mirais sangriento el cielo
Que todo sobre mí viene?
¿Dónde estar seguro puedo,
Si airado el cielo se muestra?
Divina Cruz, yo os prometo,
Y os hago solemne voto
Con cuantas cláusulas puedo,
De en cualquier parte que os vea,
Las rodillas por el suelo,
Rezar un Ave María.
(Levántase, y vanse los tres, dejando la escala puesta.)
JULIA. (En la ventana.)
Turbada y confusa quedo.
¿Aquestas fueron, ingrato,
Las firmezas? ¿Estos fueron
Los extremos de tu amor?
¿Ó son de mi amor extremos?
Hasta vencerme á tu gusto,
Con amenazas, con ruegos,
Aquí amante, allí tirano,
Porfiaste; pero luego
Que de tu gusto y mi pena
Pudiste llamarte dueño,
Ántes de vencer, huiste.
[p. 177]¿Quien, sino tú, venció huyendo?
¡Muerta soy, cielos piadosos!
¿Por qué introdujo venenos
Naturaleza, si habia,
Para dar muerte, desprecios?
Ellos me quitan la vida;
Pues que con nuevo tormento
Lo que me desprecia busco.
¿Quién vió tan dudoso efecto
De amor? Cuando me rogaba
Con mil lágrimas Eusebio,
Le dejaba; pero agora,
Porque él me deja, le ruego.
Tales somos las mujeres,
Que contra nuestros deseos,
Aun no queremos dar gusto
Con lo mismo que queremos.
Ninguno nos quiera bien,
Si pretende alcanzar premio;
Que queridas despreciamos
Y aborrecidas queremos.
No siento que no me quiera,
Sólo que me deje siento.
Por aquí cayó, tras él
Me arrojaré. ¿Mas qué es esto?
¿Esta no es escala? Sí.
¡Qué terrible pensamiento!
Detente, imaginacion,
No me despeñes; que creo
Que si llego á consentir,
Á hacer el delito llego.
¿No saltó Eusebio por mí
Las paredes del convento?
¿No me holgué de verle yo
[p. 178]En tantos peligros puesto
Por mi causa? ¿Pues qué dudo?
¿Qué me acobardo? ¿qué temo?
Lo mismo haré yo en salir
Que él en entrar: si es lo mesmo,
Tambien se holgará de verme
Por su causa en tales riesgos.
Ya por haber consentido
La misma culpa merezco;
Pues si es tan grande el pecado,
¿Por qué el gusto ha de ser ménos?
Si consentí, y me dejó
Dios de su mano, ¿no puedo
De una culpa, que es tan grande,
Tener perdon? ¿Pues qué espero?
(Baja por la escala.)
Al mundo, al honor, á Dios
Hallo perdido el respeto,
Cuando á ceguedad tan grande
Vendados los ojos vuelvo.
Demonio soy, que he caido
Despeñado deste cielo,
Pues sin tener esperanza
De subir, no me arrepiento.
Ya estoy fuera de sagrado,
Y de la noche el silencio
Con su oscuridad me tiene
Cubierta de horror y miedo.
Tan deslumbrada camino,
Que en las tinieblas tropiezo,
Y áun no caigo en mi pecado.
¿Dónde voy? ¿qué hago? ¿qué intento?
Con la muda confusion
De tantos horrores, temo
[p. 179]Que se me altera la sangre,
Que se me eriza el cabello.
Turbada la fantasía,
En el aire forma cuerpos,
Y sentencias contra mí
Pronuncia la voz del eco.
El delito, que ántes era
Quien me animaba soberbio,
Es quien me acobarda agora.
Apénas las plantas puedo
Mover, que el mismo temor
Grillos á mis piés ha puesto.
Sobre mis hombros parece
Que carga un prolijo peso
Que me oprime, y toda yo
Estoy cubierta de hielo.
No quiero pasar de aquí,
Quiero volverme al convento,
Donde de aqueste pecado
Alcance perdon; pues creo
De la clemencia divina,
Que no hay luces en el cielo,
Que no hay en el mar arenas,
No hay átomos en el viento,
Que, sumados todos juntos,
No sean número pequeño
De los pecados, que sabe
Dios perdonar. Pasos siento.
Á esta parte me retiro
En tanto que pasan, luégo
Subiré sin que me vean. (Retírase.)
RICARDO, CELIO.—JULIA, retirada donde no los ve.
Ricardo.
Con el espanto de Eusebio
Aquí se quedó la escala,
Y agora por ella vuelvo,
No aclare el dia, y la vean
Á esta pared.
(Quitan la escala, y vanse; Julia llega donde estaba la escala.)
Julia.
Ya se fueron:
Agora podré subir
Sin que me sientan. ¿Qué es esto?
¿No es aquesta la pared
De la escala? Pero creo
Que hácia estotra parte está.
Ni aquí tampoco está. ¡Cielos!
¿Cómo he de subir sin ella?
Mas ya mi desdicha entiendo;
Desta suerte me negais
La entrada vuestra; pues creo
Que, cuando quiero subir
Arrepentida, no puedo.
Pues si ya me habeis negado
Vuestra clemencia, mis hechos
De mujer desesperada
Darán asombros al cielo,
Darán espantos al mundo,
Admiracion á los tiempos,
Horror al mismo pecado,
Y terror al mismo infierno.
[p. 181]
Monte.
GIL, con muchas cruces, y una muy grande al pecho.
Gil.
Por leña á este monte voy,
Que Menga me lo ha mandado,
Y para ir seguro, he hallado
Una brava invencion hoy.
De la Cruz dicen que es
Devoto Eusebio; y así
He salido armado aquí
De la cabeza á los piés.
Dicho y hecho: ¡él es pardiez!
No encuentro, lleno de miedo.
Donde estar seguro puedo;
Sin alma quedo. Esta vez
No me ha visto; yo quisiera
Esconderme hácia este lado,
Miéntras pasa; yo he tomado
Por guarda una cambronera
Para esconderme. ¡No es nada!
Tanta púa es la más chica:
¡Pléguete Cristo! más pica
Que perder una trocada,
[p. 182]Más que sentir un desprecio
De una dama Fierabras,
Que á todos admite, y más
Que tener celos de un necio.
EUSEBIO.—GIL, escondido.
Eusebio.
No sé adónde podré ir:
Larga vida un triste tiene,
Que nunca la muerte viene
Á quien le cansa el vivir.
Julia, yo me ví en tus brazos
Cuando tan dichoso era,
Que de tus brazos pudiera
Hacer amor nuevos lazos.
Sin gozar al fin dejé
La gloria que no tenía;
Mas no fué la causa mia,
Causa más secreta fué;
Pues teniendo mi albedrío,
Superior efecto ha hecho
Que yo respete en tu pecho
La Cruz que tengo en el mio.
Y pues con ella los dos,
¡Ay Julia! habemos nacido,
Secreto misterio ha sido
Que lo entiende sólo Dios.
Gil.
(Ap.) Mucho pica, ya no puedo
Más sufrillo.
Eusebio.
Entre estos ramos
Hay gente. ¿Quién va?
[p. 183]
Gil.
(Ap.)Aquí echamos
Á perder todo el enredo.
Eusebio.
(Ap.) Un hombre á un árbol atado,
Y una Cruz al cuello tiene:
Cumplir mi voto conviene
En el suelo arrodillado.
Gil.
¿Á quién, Eusebio, enderezas
La oracion, o de qué tratas?
Si me adoras, ¿qué me atas?
Si me atas, ¿qué me rezas?
Eusebio.
¿Quién es?
Gil.
¿Á Gil no conoces?
Desde que con el recado,
Aquí me dejaste atado,
No han aprovechado voces
Para que álguien (¡qué rigor!)
Me llegase á desatar.
Eusebio.
Pues no es aqueste el lugar
Donde te dejé.
Gil.
Señor,
Es verdad; mas yo que ví
Que nadie llegaba, he andado,
De árbol en árbol atado,
Hasta haber llegado aquí.
Aquesta la causa fué
De suceso tan extraño.
Eusebio.
(Ap. Este es simple, y de mi daño
Cualquier suceso sabré.)
Gil, yo te tengo aficion
Desde que otra vez hablamos,
Y así quiero que seamos
Amigos.
Gil.
Tiene razon;
Y quisiera, pues nos vemos
[p. 184]Tan amigos, no ir allá,
Sino andarme por acá,
Pues aquí todos seremos
Buñoleros, que diz que es
Holgada vida, y no andar
Todo el año á trabajar.
Eusebio.
Quédate conmigo, pues.
RICARDO, BANDOLEROS; JULIA, vestida de hombre, y cubierto el rostro.—EUSEBIO, GIL.
Ricardo.
En lo bajo del camino
Que esta montaña atraviesa,
Ahora hicimos una presa,
Que segun es, imagino
Que te dé gusto.
Eusebio.
Está bien,
Luégo della trataremos.
Sabe agora que tenemos
Un nuevo soldado.
Ricardo.
¿Quién?
Gil.
Gil: ¿no me ve?
Eusebio.
Este villano,
Aunque le veis inocente,
Conoce notablemente
Desta tierra monte y llano,
Y en él será nuestra guía:
Fuera desto, al campo irá
Del enemigo, y será
En él mi perdida espía.
Arcabuz le podeis dar
[p. 185]Y un vestido.
Celio.
Ya está aquí.
Gil.
(Ap.) Tengan lástima de mí,
Que me quedo á embandolear.
Eusebio.
¿Quién es ese gentil hombre
Que el rostro encubre?
Ricardo.
No ha sido
Posible que haya querido
Decir la patria ni el nombre;
Porque al capitan no más
Dice que lo ha de decir.
Eusebio.
Bien te puedes descubrir,
Pues ya en mi presencia estás.
Julia.
¿Sois el capitan?
Eusebio.
Sí.
Julia.
(Ap.)¡Ay Dios!
Eusebio.
Díme quién eres, y á qué
Viniste.
Julia.
Yo lo diré,
Estando solos los dos.
Eusebio.
Retiraos todos un poco. (Vanse.)
JULIA, EUSEBIO.
Eusebio.
Ya estás á solas conmigo;
Sólo árboles y flores
Pueden ser mudos testigos
De tus voces; quita el velo
Con que cubierto has traido
El rostro, y díme: ¿quién eres?
¿Dónde vas? ¿qué has pretendido?
[p. 186]Habla.
Julia.
Porque de una vez (Saca la espada.)
Sepas á lo que he venido,
Y quién soy, saca la espada:
Pues desta manera digo,
Que soy quien viene á matarte.
Eusebio.
Con la defensa resisto
Tu osadía y mi temor;
Porque mayor habia sido
De la accion, que de la voz.
Julia.
Riñe, cobarde, conmigo,
Y verás que con tu muerte
Vida y confusion te quito.
Eusebio.
Yo por defenderme, más
Que por ofenderte, riño,
Que ya tu vida me importa;
Pues si en este desafío
Te mato, no sé por qué;
Y si me matas, lo mismo.
Descúbrete agora pues,
Si te agrada.
Julia.
Bien has dicho,
Porque en venganzas de honor,
Sino es que conste el castigo
Al que fué ofensor, no queda
Satisfecho el ofendido. (Descúbrese.)
¿Conócesme? ¿qué te espantas?
¿Qué me miras?
Eusebio.
Que rendido
A la verdad y á la duda
En confusos desvaríos,
Me espanto de lo que veo,
Me asombro de lo que miro.
Julia.
Ya me has visto.
[p. 187]
Eusebio.
Sí, y de verte
Mi confusion ha crecido
Tanto, que si ántes de agora
Alterados mis sentidos
Desearon verte, ya
Desengañados, lo mismo
Que dieran ántes por verte,
Dieran por no haberte visto.
¿Tú, Julia, en aqueste monte?
¿Tú con profano vestido,
Dos veces violento en tí?
¿Cómo sola aquí has venido?
¿Qué es esto?
Julia.
Desprecios tuyos
Son, y desengaños mios.
Y porque veas que es flecha
Disparada, ardiente tiro,
Veloz rayo, una mujer
Que corre tras su apetito,
No sólo me han dado gusto
Los pecados cometidos
Hasta agora, mas tambien
Me le dan, si los repito.
Salí del convento, fuí
Al monte, y porque me dijo
Un pastor, que mal guiada
Iba por aquel camino,
Neciamente temerosa,
Por evitar mi peligro,
Le aseguré y le dí muerte,
Siendo instrumento un cuchillo
Que él en su cinta traia.
Con este, que fué ministro
De la muerte, á un caminante
[p. 188]Que cortésmente previno
En las ancas de un caballo,
A tanto cansancio alivio,
A la vista de una aldea,
Porque entrar en ella quiso,
Le pagué en un despoblado
Con la muerte el beneficio.
Tres dias fueron y noches
Los que aquel desierto me hizo
Mesa de silvestres plantas,
Lecho de peñascos frios.
Llegué á una pobre cabaña,
A cuyo techo pajizo,
Juzgué pabellon dorado
En la paz de mis mentidos.
Liberal huéspeda fué
Una serrana conmigo,
Compitiendo en los deseos
Con el pastor su marido.
Á la hambre y al cansancio
Dejé en su albergue rendidos
Con buena mesa, aunque pobre,
Manjar, aunque humilde, limpio.
Pero al despedirme dellos,
Habiendo ántes prevenido
Que al buscarme no pudiesen
Decir: «nosotros la vimos,»
Al cortés pastor, que al monte
Salió á enseñarme el camino,
Maté, y entré donde luego
Hago en su mujer lo mismo.
Mas considerando entónces
Que en el propio traje mio
Mi pesquisidor llevaba,
[p. 189]Mudármele determino.
Al fin, pues, por varios casos,
Con las armas y el vestido
De un cazador, cuyo sueño,
No imágen, trasunto vivo
Fué de la muerte, llegué
Aquí, venciendo peligros,
Despreciando inconvenientes,
Y atropellando designios.
Eusebio.
Con tanto asombro te escucho,
Con tanto temor te miro,
Que eres al oido encanto,
Si á la vista basilisco.
Julia, yo no te desprecio;
Pero temo los peligros
Con que el cielo me amenaza,
Y por eso me retiro.
Vuélvete tú á tu convento;
Que yo temeroso vivo
De esa Cruz tanto, que huyo
De tí.—Mas ¿qué es este ruido?
RICARDO, bandoleros.—Dichos.
Ricardo.
Preven, señor, la defensa;
Que apartados del camino,
Al monte Curcio y su gente
En busca tuya han salido.
De todas esas aldeas
Tanto el número ha crecido,
Que han venido contra tí
Viejos, mujeres y niños,
Diciendo que han de vengar
[p. 190]En tu sangre, la de un hijo
Muerto á tus manos, y juran
De llevarte por castigo,
O por venganzas de tantos,
Preso á Sena, muerto ó vivo.
Eusebio.
Julia, despues hablaremos.
Cubre el rostro, y ven conmigo;
Que no es bien que en poder quedes
De tu padre y mi enemigo.—
Soldados, este es el dia
De mostrar aliento y brío.
Porque ninguno desmaye,
Considere que atrevidos
Vienen á darnos la muerte,
O prendernos, que es lo mismo:
Y si no, en pública cárcel,
De desdichas perseguidos,
Y sin honra nos veremos:
Pues si esto hemos conocido,
¿Por la vida y por la honra,
Quién temió el mayor peligro?
No piensen que los tememos,
Salgamos á recibirlos;
Que siempre está la fortuna
De parte del atrevido.
Ricardo.
No hay que salir; que ya llegan
A nosotros.
Eusebio.
Preveníos,
Y ninguno sea cobarde;
Que, vive el cielo, si miro
Huir alguno ó retirarse,
Que he de ensangrentar los filos
De aqueste acero en su pecho,
Primero que en mi enemigo.
Curcio y gente, dentro.—Dichos.
Curcio.
(Dentro.) En lo encubierto del monte
Al traidor Eusebio he visto,
Y para inútil defensa
Hace murallas sus riscos.
Voces.
(Dentro.) Ya entre las espesas ramas
Desde aquí los descubrimos.
Julia.
¡A ellos! (Vase.)
Eusebio.
Esperad, villanos;
Que, vive Dios, que teñidos
Con vuestra sangre los campos,
Han de ser undosos rios.
Ricardo.
De los cobardes villanos
Es el número excesivo.
Curcio.
(Dentro.) ¿Adónde, Eusebio, te escondes?
Eusebio.
No escondo, que ya te sigo.
(Vanse todos, y disparan arcabuces dentro.)
Otro lado del monte, en cuyo fondo habrá una Cruz.
JULIA.
Del monte que yo he buscado,
Apénas las yerbas piso,
Cuando horribles voces oigo,
[p. 192]Marciales campañas miro.
De la pólvora los ecos,
Y del acero los filos,
Unos ofenden la vista,
Y otros turban el oido.
Mas ¿qué es aquello que veo?
Desbaratado y vencido
Todo el escuadron de Eusebio
Le deja ya el enemigo.
Quiero volver á juntar
Toda la gente que ha habido
De Eusebio, y volver á darle
Favor; que si los animo,
Seré en su defensa asombro
Del mundo, seré cuchillo
De la parca, estrago fiero
De sus vidas, vengativo
Espanto de los futuros,
Y admiracion destos siglos. (Vase.)
GIL, de bandolero; despues MENGA, BRAS, TIRSO y villanos.
Gil.
Por estar seguro, apénas
Fuí bandolero novicio,
Cuando, por ser bandolero,
Me veo en tanto peligro.
Cuando yo era labrador,
Eran ellos los vencidos;
Y hoy, por que soy de la carda,
Va sucediendo lo mismo.
[p. 193]Sin ser avariento traigo
La desventura conmigo;
Pues tan desgraciado soy,
Que mil veces imagino
Que, á ser yo judío, fueran
Desgraciados los judíos.
(Salen Menga, Bras, Tirso y otros villanos.)
Menga.
¡A ellos, que van huyendo!
Bras.
No ha de quedar uno vivo
Tan solamente.
Menga.
Hácia aquí
Uno dellos se ha escondido.
Bras.
Muera este ladron.
Gil.
Mirad
Que yo soy.
Menga.
Ya nos ha dicho
El traje que es bandolero.
Gil.
El traje les ha mentido,
Como muy grande bellaco.
Menga.
Dale tú.
Bras.
Pégale, digo.
Gil.
Bien dado estoy y pegado.
Advertid...
Tirso.
No hay que advertirnos.
Bandolero sois.
Gil.
Mirad
Que soy Gil, votado á Cristo.
Menga.
¿Pues no hablaras ántes, Gil?
Tirso.
Pues, Gil, ¿no lo hubieras dicho?
Gil.
¿Que más ántes, si el yo soy
Os dije desde el principio?
Menga.
¿Qué haces aquí?
Gil.
¿No lo veis?
Ofendo á Dios en el quinto:
[p. 194]Mato solo más, que juntos
Un médico y un estío.
Menga.
¿Qué traje es este?
Gil.
Es el diablo.
Maté á uno, y su vestido
Me puse.
Menga.
¿Pues cómo, dí,
No está de sangre teñido,
Si le mataste?
Gil.
Eso es fácil;
Murió de miedo, esta ha sido
La causa.
Menga.
Ven con nosotros,
Que victoriosos seguimos
Los bandoleros, que agora
Cobardes nos han huido.
Gil.
No más vestido, aunque vaya
Titiritando de frio. (Vanse.)
EUSEBIO, CURCIO, peleando.
Curcio.
Ya estamos solos los dos.
Gracias al cielo que quiso
Dar la venganza á mi mano
Hoy, sin haber remitido
Á las ajenas mi agravio,
Ni tu muerte á ajenos filos.
Eusebio.
No ha sido en esta ocasion
Airado el cielo conmigo,
Curcio, en haberte encontrado;
Porque si tu pecho vino
[p. 195]Ofendido, volverá
Castigado y ofendido.
Aunque no sé qué respeto
Has puesto en mí, que he temido
Más tu enojo que tu acero:
Y aunque pudieran tus bríos
Darme temor, sólo temo
Cuando aquesas canas miro,
Que me hacen cobarde.
Curcio.
Eusebio,
Yo confieso que has podido
Templar en mí de la ira,
Con que agraviado te miro,
Gran parte; pero no quiero
Que pienses inadvertido
Que te dan temor mis canas,
Cuando puede el valor mio.
Vuelve á reñir, que una estrella
Ó algun favorable signo,
No es bastante á que yo pierda
La venganza que consigo.
Vuelve á reñir.
Eusebio.
¿Yo temor?
Neciamente has presumido
Que es temor lo que es respeto;
Aunque, si verdad te digo,
La victoria que deseo
Es, á tus plantas rendido,
Pedirte perdon; y á ellas
Pongo la espada que ha sido
Temor de tantos.
Curcio.
Eusebio,
No has de pensar que me animo
A matarte con ventaja.
[p. 196]Esta es mi espada. (Ap. Así quito
La ocasion de darle muerte.)
Ven á los brazos conmigo.
(Abrázanse los dos, y luchan.)
Eusebio.
No sé qué efecto has hecho
En mí, que el corazon dentro del pecho,
A pesar de venganzas y de enojos,
En lágrimas se asoma por los ojos,
Y en confusion tan fuerte,
Quisiera, por vengarte, darme muerte.
Véngate en mí; rendida
A tus plantas, señor, está mi vida.
Curcio.
El acero de un noble, aunque ofendido,
No se mancha en la sangre de un rendido;
Que quita grande parte de la gloria
El que con sangre borra la victoria.
Voces.
(Dentro.) Hácia aquí están.
Curcio.
Mi gente victoriosa
Viene á buscarme, cuando temerosa
La tuya vuelve huyendo.
Darte vida pretendo;
Escóndete, que en vano
Defenderé el enojo vengativo
De un escuadron villano,
Y solo tú, imposible es quedar vivo.
Eusebio.
Yo, Curcio, nunca huyo
De otro poder, aunque he temido el tuyo;
Que si mi mano aquesta espada cobra,
Verás, cuanto valor en tí me falta,
Que en tu gente me sobra.
OCTAVIO, GIL, BRAS y los demas villanos.—Dichos.
Octavio.
Desde el más hondo valle á la más alta
Cumbre de aqueste monte, no ha quedado
Alguno vivo; solo se ha escapado
Eusebio, porque huyendo aquesta tarde...
Eusebio.
Mientes, que Eusebio nunca fué cobarde.
Todos.
¿Aquí está Eusebio? ¡Muera!
Eusebio.
¡Llegad, villanos!
Curcio.
¡Tente, Octavio, espera!
Octavio.
¿Pues tú, señor, que habias
De animarnos, agora desconfías?
Bras.
¿Un hombre amparas que en tu sangre y honra
Introdujo el acero y la deshonra?
Gil.
¿A un hombre, que atrevido
Toda aquesta montaña ha destruido?
A quien en el aldea no ha dejado
Melon, doncella que él no haya catado,
Y á quien tantos ha muerto,
¿Cómo así le defiendes?
Octavio.
¿Qué es, señor, lo que dices? ¿Qué pretendes?
Curcio.
Esperad, escuchad (¡triste suceso!):
¿Cuánto es mejor que á Sena vaya preso?
Dáte á prision, Eusebio; que prometo,
Y como noble juro, de ampararte,
Siendo abogado tuyo, aunque soy parte.
Eusebio.
Como á Curcio no más, yo me rindiera;
Mas como á juez, no puedo;
Porque aquél es respeto, y éste es miedo.
Octavio.
¡Muera Eusebio!
[p. 198]
Curcio.
Advertid...
Octavio.
Pues qué, ¿tú quieres
Defenderle? ¿A la patria traidor eres?
Curcio.
¿Yo traidor? Pues me agravian desta suerte,
Perdona, Eusebio, porque yo el primero
Tengo de ser en darte triste muerte.
Eusebio.
Quítate de delante,
Señor, porque tu vista no me espante;
Que viéndote, no dudo
Que te tenga tu gente por escudo.
(Vanse todos peleando con él.)
Curcio.
Apretándole van. ¡Oh quién pudiera
Darte agora la vida,
Eusebio, aunque la suya misma diera!
En el monte se ha entrado,
Por mil partes herido:
Retirándose baja despeñado
Al valle. Voy volando,
Que aquella sangre fria,
Que con tímida voz me está llamando,
Algo tiene de mia;
Que sangre, que no fuera
Propia, ni me llamara, ni la oyera. (Vase.)
EUSEBIO, que baja despeñado.
Cuando, de la vida incierto,
Me despeña la más alta
Cumbre, veo que me falta
Tierra donde caiga muerto:
[p. 199]Pero si mi culpa advierto,
Al alma reconocida,
No el ver la vida perdida
La atormenta, sino el ver
Cómo ha de satisfacer
Tantas culpas una vida.
Ya me vuelve á perseguir
Este escuadron vengativo;
Pues no puedo quedar vivo,
He de matar ó morir:
Aunque mejor será ir
Donde al cielo perdon pida;
Pero mis pasos impida
La Cruz, porque desta suerte
Ellos me den breve muerte,
Y ella me dé eterna vida.
Arbol, donde el cielo quiso
Dar el fruto verdadero
Contra el bocado primero,
Flor del nuevo paraíso,
Arco de luz, cuyo aviso
En piélago más profundo
La paz publicó del mundo,
Planta hermosa, fértil vid,
Arpa del nuevo David,
Tabla del Moisés segundo:
Pecador soy, tus favores
Pido por justicia yo;
Pues Dios en tí padeció
Sólo por los pecadores.
A mí me debes tus lôres;
Que por mí sólo muriera
Dios, si más mundo no hubiera:
Luego eres tú Cruz por mí,
[p. 200]Que Dios no muriera en tí
Si yo pecador no fuera.
Mi natural devocion
Siempre os pidió con fe tanta,
No permitieseis, Cruz santa,
Muriese sin confesion.
No seré el primer ladron
Que en vos se confiese á Dios.
Y pues que ya somos dos,
Y yo no lo he de negar,
Tampoco me ha de faltar
Redencion que se obró en vos.
Lisardo, cuando en mis brazos
Pude ofendido matarte,
Lugar dí de confesarte,
Ántes que en tan breves plazos
Se desatasen los lazos
Mortales. Y agora advierto
En aquel viejo, aunque muerto:
Piedad de los dos aguardo.
¡Mira que muero, Lisardo;
Mira que te llamo, Alberto!
CURCIO.—EUSEBIO.
Curcio.
Hácia aquesta parte está.
Eusebio.
Si es que venís á matarme,
Muy poco hareis en quitarme
Vida que no tengo ya.
Curcio.
¡Qué bronce no ablandará
[p. 201]Tanta sangre derramada!
Eusebio, rinde la espada.
Eusebio.
¿A quién?
Curcio.
A Curcio.
Eusebio.
Esta es. (Dásela.)
Y yo tambien á tus piés,
De aquella ofensa pasada
Te pido perdon. No puedo
Hablar más, porque una herida
Quita el aliento á la vida,
Cubriendo de horror y miedo
Al alma.
Curcio.
Confuso quedo.
¿Será en ella de provecho
Remedio humano?
Eusebio.
Sospecho
Que la mejor medicina
Para el alma es la divina.
Curcio.
¿Dónde es la herida?
Eusebio.
En el pecho.
Curcio.
Déjame poner en ella
La mano, á ver si resiste
El aliento. ¡Ay de mí triste!
(Registra la herida, y ve la Cruz.)
¿Qué señal divina y bella
Es esta, que al conocella
Toda el alma se turbó?
Eusebio.
Son las armas que me dió
Esta Cruz, á cuyo pié
Nací; porque más no sé
De mi nacimiento yo.
Mi padre, á quien no señalo,
Aun la cuna me negó;
Que sin duda imaginó
[p. 202]Que habia de ser tan malo.
Aquí nací.
Curcio.
Y aquí igualo
El dolor con el contento,
Con el gusto el sentimiento,
Efectos de un hado impío
Y agradable. ¡Ay, hijo mio!
Pena y gloria en verte siento.
Tú eres, Eusebio, mi hijo,
Si tantas señas advierto,
Que, para llorarte muerto,
Ya justamente me aflijo.
De tus razones colijo
Lo que el alma adivinó.
Tu madre aquí te dejó
En el lugar que te he hallado;
Donde cometí el pecado,
El cielo me castigó.
Ya aqueste lugar previene
Informacion de mi error;
¿Pero cuál seña mayor
Que aquesta Cruz, que conviene
Con otra que Julia tiene?
Que no sin misterio el cielo
Os señaló, porque al suelo
Fuerais prodigio los dos.
Eusebio.
No puedo hablar, padre, ¡adios!
Porque ya de un mortal velo
Se cubre el cuerpo, y la muerte
Niega, pasando veloz,
Para responderte voz,
Vida para conocerte,
Y alma para obedecerte.
Ya llega el golpe más fuerte,
[p. 203]Ya llega el trance más cierto.
¡Alberto!
Curcio.
¡Que llore muerto
A quien aborrecí vivo!
Eusebio.
¡Ven, Alberto!
Curcio.
¡Oh trance esquivo!
¡Guerra injusta!
Eusebio.
¡Alberto! ¡Alberto! (Muere.)
Curcio.
Ya al golpe más violento
Rindió el último aliento:
Paguen mis blancas canas
Tanto dolor. (Tírase de los cabellos.)
BRAS, y luego OCTAVIO.—CURCIO; EUSEBIO, muerto.
Bras.
Ya son tus quejas vanas.
¿Cuándo puso inconstante la fortuna
En tu valor extremos?
Curcio.
En ninguna
Llegó el rigor á tanto.
Abrasen mis enojos
Este monte con llanto,
Puesto que es fuego el llanto de mis ojos.
¡Oh triste estrella! ¡oh rigurosa suerte!
¡Oh atrevido dolor!
(Sale Octavio.)
Octavio.
Hoy, Curcio, advierte
La fortuna en los males de tu estado,
Cuántos puede sufrir un desdichado.
El cielo sabe cuánto hablarte siento.
[p. 204]
Curcio.
¿Qué ha sido?
Octavio.
Julia falta del convento.
Curcio.
El mismo pensamiento, dí, ¿pudiera
Con el discurso hallar pena tan fiera,
Que es mi desdicha airada,
Sucedida, áun mayor que imaginada?
Este cadáver frio,
Este que ves, Octavio, es hijo mio.
Mira si basta en confusion tan fuerte
Cualquiera pena destas á una muerte.
Dadme paciencia, cielos,
Ó quitadme la vida,
Agora perseguida
De tormentos tan fieros.
GIL, TIRSO, villanos.—Dichos.
Gil.
¡Señor!
Curcio.
¿Hay más dolor?
Gil.
Los bandoleros,
Que huyeron castigados,
En busca tuya vuelven, animados
De un demonio de un hombre,
Que encubre dellos mismos rostro y nombre.
Curcio.
Agora que mis penas fueron tales,
Que son lisonjas los mayores males.
El cuerpo se retire lastimoso
De Eusebio, en tanto que un sepulcro honroso
A sus cenizas da mi desventura.
Tirso.
¿Pues cómo piensas darle sepultura
Hoy en lugar sagrado,
Cuando sabes que ha muerto excomulgado?
[p. 205]
Bras.
Quien desta suerte ha muerto,
Digno sepulcro sea este desierto.
Curcio.
¡Oh villana venganza!
¿Tanto poder en tí la ofensa alcanza,
Que pasas desta suerte,
Los últimos umbrales de la muerte?
(Vase llorando.)
Bras.
Sea en penas tan graves,
Su sepulcro las fieras y las aves.
Otro.
Del monte despeñado
Caiga, por más rigor, despedazado.
Tirso.
Mejor es darle agora
Rústica sepultura entre estos ramos.
(Colocan entre las ramas el cuerpo de Eusebio.)
Pues ya la noche baja,
Envuelta en esa lóbrega mortaja;
Aquí en el monte, Gil, con él te queda,
Porque sola tu voz avisar pueda,
Si algunas gentes vienen
De las que huyeron. (Vanse.)
Gil.
¡Linda flema tienen!
A Eusebio han enterrado
Allí, y á mí aquí solo me han dejado.
Señor Eusebio, acuérdese, le digo,
Que un tiempo fuí su amigo.
¿Mas qué es esto? ó me engaña mi deseo,
O mil personas á esta parte veo.
ALBERTO.—GIL, EUSEBIO, muerto.
Alberto.
Viniendo agora de Roma,
Con la muda suspension
De la noche, en este monte
[p. 206]Perdido otra vez estoy.
Aquesta es la parte adonde
La vida Eusebio me dió,
Y de sus soldados temo
Que en grande peligro estoy.
Eusebio.
¡Alberto!
Alberto.
¿Qué aliento es este
De una temerosa voz,
Que repitiendo mi nombre
En mis oidos sonó?
Eusebio.
¡Alberto!
Alberto.
Otra vez pronuncia
Mi nombre, y me pareció
Que es á esta parte; yo quiero
Ir llegando.
Gil.
¡Santo Dios!
Eusebio es, y ya es mi miedo
De los miedos el mayor.
Eusebio.
¡Alberto!
Alberto.
Más cerca suena.
Voz, que discurres veloz
El viento, y mi nombre dices,
¿Quién eres?
Eusebio.
Eusebio soy;
Llega, Alberto, hácia esta parte,
Adonde enterrado estoy;
Llega y levanta estos ramos.
No temas.
Alberto.
No temo yo.
Gil.
Yo sí. (Alberto le descubre.)
Alberto.
Ya estás descubierto.
Díme de parte de Dios,
¿Qué me quieres?
Eusebio.
De su parte,
[p. 207]Mi fe, Alberto, te llamó,
Para que, ántes de morir,
Me oyeses en confesion.
Rato há que hubiera muerto;
Pero libre se quedó
Del espíritu el cadáver;
Que de la muerte el feroz
Golpe le privó del uso,
Pero no le dividió. (Levántase.)
Ven adonde mis pecados
Confiese, Alberto, que son
Más que del mar las arenas
Y los átomos del sol.
¡Tanto con el cielo puede
De la Cruz la devocion!
Alberto.
Pues yo cuantas penitencias
Hice hasta agora, te doy,
Para que en tu culpa sirvan
De alguna satisfaccion.
(Vanse Eusebio y Alberto.)
Gil.
¡Por Dios, que va por su pié!
Y para verlo mejor,
El sol descubre sus rayos.
A decirlo á todos voy.
JULIA, algunos BANDOLEROS; despues CURCIO y villanos.—GIL.
Julia.
Agora, que descuidados
La victoria los dejó
Entre los brazos del sueño,
[p. 208]Nos dan bastante ocasion.
Uno.
Si has de salirles al paso,
Por esta parte es mejor;
Que ellos vienen por aquí.
(Salen Curcio y villanos.)
Curcio.
Sin duda que inmortal soy
En los males que me matan,
Pues no me mata el dolor.
Gil.
A todas partes hay gente;
Sepan todos de mi voz
El más admirable caso
Que jamás el mundo vió.
De donde enterrado estaba
Eusebio, se levantó,
Llamando á un clérigo á voces.
Mas ¿para qué os cuento yo
Lo que todos podeis ver?
Mirad con la devocion
Que está puesto de rodillas.
Curcio.
¡Mi hijo es! ¡Divino Dios!
¿Qué maravillas son estas?
Julia.
¿Quién vió prodigio mayor?
Curcio.
Así como el santo anciano
Hizo de la absolucion
La forma, segunda vez
Muerto á sus plantas cayó.
ALBERTO.—Dichos.
Alberto.
Entre sus grandezas tantas,
Sepa el mundo la mayor
Maravilla de las suyas,
[p. 209]Porque la ensalce mi voz.
Despues de haber muerto Eusebio,
El cielo depositó
Su espíritu en su cadáver,
Hasta que se confesó;
Que tanto con Dios alcanza
De la Cruz la devocion.
Curcio.
¡Ay, hijo del alma mia!
No fué desdichado, no,
Quien en su trágica muerte
Tantas glorias mereció.
Así Julia conociera
Sus culpas.
Julia.
¡Válgame Dios!
¿Qué es lo que estoy escuchando?
¿Qué prodigio es este? ¿Yo
Soy la que á Eusebio pretende,
Y hermana de Eusebio soy?
Pues sepa Curcio, mi padre,
Sepa el mundo y todos hoy
Mis graves culpas: yo misma,
Asombrada á tanto horror,
Daré voces: sepan todos
Cuantos hoy viven, que yo
Soy Julia, en número infame
De las malas la peor.
Mas ya que ha sido comun
Mi pecado, desde hoy
Lo será mi penitencia;
Pidiendo humilde perdon
Al mundo del mal ejemplo,
De la mala vida á Dios.
Curcio.
¡Oh asombro de las maldades!
Con mis propias manos yo
[p. 210]Te mataré, porque sea
Tu vida y tu muerte atroz.
Julia.
Valedme vos, Cruz divina;
Que yo mi palabra os doy,
De hacer, volviendo al convento,
Penitencia de mi error.
(Al querer herirla Curcio, se abraza de la Cruz que estaba en el sepulcro de Eusebio, y vuela.)
Alberto.
¡Gran milagro!
Curcio.
Y con el fin
De tan grande admiracion,
La Devocion de la Cruz
Felice acaba su autor.
[p. 211]
[p. 212]
PERSONAS.
Cipriano.
El Demonio.
Floro.
Lelio.
Moscon.
Justina, dama.
Livia, criada.
Lisandro, viejo.
El Gobernador de Antioquía.
Fabio, criado.
Clarin.
Un Criado.
Un Soldado.
Soldados.
Gente.
La escena es en Antioquía y extramuros.
[p. 213]
Bosque cercano á Antioquía.
CIPRIANO, vestido de estudiante; CLARIN y MOSCON, de gorrones, con unos libros.
Ciprian.
En la amena soledad
De aquesta apacible estancia,
Bellísimo laberinto
De árboles, flores y plantas,
Podeis dejarme, dejando
Conmigo (que ellos me bastan
Por compañía) los libros
Que os mandé sacar de casa;
Que yo, en tanto que Antioquía
Celebra con fiestas tantas
La fábrica dese templo
Que hoy á Júpiter consagra,
Y su translacion, llevando
Públicamente su estatua
Adonde con más decoro
Y honor esté colocada;
[p. 214]Huyendo del gran bullicio
Que hay en sus calles y plazas,
Pasar estudiando quiero
La edad que al dia le falta.
Idos los dos á Antioquía,
Gozad de sus fiestas várias,
Y volved por mí á este sitio
Cuando el sol cayendo vaya
A sepultarse en las ondas,
Que entre oscuras nubes pardas
Al gran cadáver de oro
Son monumentos de plata.
Aquí me hallaréis.
Moscon.
No puedo,
Aunque tengo mucha gana
De ver las fiestas, dejar
De decir, ántes que vaya
A verlas, señor, siquiera
Cuatro ó cinco mil palabras.
¿Es posible que en un dia
De tanto gusto, de tanta
Festividad y contento,
Con cuatro libros te salgas
Al campo solo, volviendo
A su aplauso las espaldas?
Clarin.
Hace mi señor muy bien;
Que no hay cosa más cansada
Que un dia de procesion
Entre cofrades y danzas.
Moscon.
En fin, Clarin, y en principio,
Viviendo con arte y maña,
Eres un temporalazo
Lisonjero, pues alabas
Lo que hace, y nunca dices
[p. 215]Lo que sientes.
Clarin.
Tú te engañas
(Que es el mentís más cortés
Que se dice cara á cara,
Y yo digo lo que siento).
Ciprian.
Ya basta, Moscon, ya basta,
Clarin. ¡Que siempre los dos
Habeis con vuestra ignorancia
De estar porfiando, y tomando
Uno de otro la contraria!
Idos de aquí, y (como digo)
Me buscaréis cuando caiga
La noche, envolviendo en sombras
Esta fábrica gallarda
Del universo.
Moscon.
¿Qué va,
Que aunque defendido hayas
Que es bueno no ver las fiestas,
Que vas á verlas?
Clarin.
Es clara
Consecuencia: nadie hace
Lo que aconseja que hagan
Los otros.
Moscon.
(Ap.)Por ver á Livia,
Vestirme quisiera de alas. (Vase.)
Clarin.
(Ap.) Aunque, si digo verdad,
Livia es la que me arrebata
Los sentidos. Pues ya tienes
Más de la mitad andada
Del camino; llega, Livia,
Al na, y sé, Livia, liviana. (Vase.)
CIPRIANO.
Ya estoy solo, ya podré,
Si tanto mi ingenio alcanza,
Estudiar esta cuestion
Que me trae suspensa el alma,
Desde que en Plinio leí
Con misteriosas palabras
La difinicion de Dios;
Porque mi ingenio no halla
Ese Dios en quien convengan
Misterios ni señas tantas.
Esta verdad escondida
He de apurar. (Pónese á leer.)
EL DEMONIO, vestido de gala.—CIPRIANO.
Demonio.
(Ap.)Aunque hagas
Más discursos, Ciprïano,
No has de llegar á alcanzarla,
Que yo te la esconderé.
Ciprian.
Ruido siento en estas ramas.
¿Quién va? ¿quién es?
Demonio.
Caballero,
Un forastero es, que anda
En este monte perdido
Desde toda esta mañana,
[p. 217]Tanto que rendido ya
El caballo, en la esmeralda
Que es tapete destos montes,
A un tiempo pace y descansa.
A Antioquía es el camino
A negocios de importancia;
Y apartándome de toda
La gente que me acompaña,
Divertido en mis cuidados
(Caudal que á ninguno falta),
Perdí el camino y perdí
Criados y camaradas.
Ciprian.
Mucho me espanto de que
Tan á vista de las altas
Torres de Antioquía, así
Perdido andeis. No hay de cuantas
Veredas á aqueste monte
Ó le linean ó le pautan,
Una que á dar en sus muros,
Como en su centro, no vaya:
Por cualquiera que tomeis,
Vais bien.
Demonio.
Esa es la ignorancia,
Á la vista de las ciencias,
No saber aprovecharlas.
Y supuesto que no es bien
Que entre yo en ciudad extraña,
Donde no soy conocido,
Solo y preguntando, hasta
Que la noche venza al dia,
Aquí estaré lo que falta;
Que en el traje y en los libros
Que os divierten y acompañan,
Juzgo que debeis de ser
[p. 218]Grande estudiante, y el alma
Esta inclinacion me lleva
De los que en estudios tratan. (Siéntase.)
Ciprian.
¿Habeis estudiado?
Demonio.
No;
Pero sé lo que me basta
Para no ser ignorante.
Ciprian.
Pues ¿qué ciencias sabeis?
Demonio.
Hartas.
Ciprian.
Aun estudiándose una
Mucho tiempo, no se alcanza,
¿Y vos (¡grande vanidad!)
Sin estudiar sabeis tantas?
Demonio.
Sí, que de una patria soy
Donde las ciencias más altas
Sin estudiarse se saben.
Ciprian.
¡Oh quién fuera de esa patria!
Que acá miéntras más se estudia,
Más se ignora.
Demonio.
Verdad tanta
Es esta, que sin estudios
Tuve tan grande arrogancia
Que á la cátedra de prima
Me opuse, y pensé llevarla,
Porque tuve muchos votos;
Y aunque la perdí, me basta
Haberlo intentado; que hay
Pérdidas con alabanza.
Si no lo quereis creer,
Decid qué estudiais, y vaya
De argumento; que aunque no
Sé la opinion que os agrada,
Y ella sea la segura,
Yo tomaré la contraria.
[p. 219]
Ciprian.
Mucho me huelgo de que
A eso vuestro ingenio salga.
Un lugar de Plinio es
El que me trae con mil ánsias
De entenderle, por saber
Quién es el Dios de quien habla.
Demonio.
Ese es un lugar que dice
(Bien me acuerdo) estas palabras:
«Dios es una bondad suma
Una esencia, una sustancia,
Todo vista, todo manos.»
Ciprian.
Es verdad.
Demonio.
¿Qué repugnancia
Hallais en esto?
Ciprian.
No hallar
El Dios de quien Plinio trata;
Que si ha de ser bondad suma,
Aun á Júpiter le falta
Suma bondad, pues le vemos
Que es pecaminoso en tantas
Ocasiones: Dánae hable
Rendida, Europa robada.
Pues ¿cómo en suma bondad,
Cuyas acciones sagradas
Habian de ser divinas,
Caben pasiones humanas?
Demonio.
Esas son falsas historias
En que las letras profanas
Con los nombres de los dioses
Entendieron disfrazada
La moral filosofía.
Ciprian.
Esa respuesta no basta,
Pues el decoro de Dios
Debiera ser tal, que osadas
[p. 220]No llegaran á su nombre
Las culpas, áun siendo falsas.
Y apurando más el caso,
Si suma bondad se llaman
Los dioses, siempre es forzoso
Que á querer lo mejor vayan;
Pues ¿cómo unos quieren uno,
Y otros otro? Esto se halla
En las dudosas respuestas
Que suelen dar sus estatuas.
Porque no digais despues
Que alegué letras profanas...
Á dos ejércitos, dos
ídolos una batalla
Aseguraron, y el uno
La perdió: ¿no es cosa clara
La consecuencia de que
Dos voluntades contrarias
No pueden á un mismo fin
Ir? Luego yendo encontradas,
Es fuerza, si la una es buena,
Que la otra ha de ser mala.
Mala voluntad en Dios
Implica el imaginarla:
Luego no hay suma bondad
En ellos, si union les falta.
Demonio.
Niego la mayor, porque
Aquesas respuestas dadas
Así, convienen á fines
Que nuestro ingenio no alcanza,
Que es la providencia; y más
Debió importar la batalla
Al que la perdió el perderla,
Que al que la ganó el ganarla.
[p. 221]
Ciprian.
Concedo; pero debiera
Aquel Dios, pues que no engañan
Los dioses, no asegurar
La victoria; que bastaba
La pérdida permitir
Allí, sin asegurarla.
Luego si Dios todo es vista,
Cualquiera Dios viera clara
Y distintamente el fin;
Y al verle, no asegurara
El que no habia de ser: luego
Aunque sea deidad tanta,
Distinta en personas, debe
En la menor circunstancia
Ser una sola en esencia.
Demonio.
Importó para esa causa
Mover así los afectos
Con su voz.
Ciprian.
Cuando importara
El moverlos, genios hay
(Que buenos y malos llaman
Todos los doctos), que son
Unos espíritus que andan
Entre nosotros, dictando
Las obras buenas y malas,
Argumento que asegura
La inmortalidad del alma:
Y bien pudiera ese Dios,
Con ellos, sin que llegara
Á mostrar que mentir sabe,
Mover afectos.
Demonio.
Repara
En que esas contrariedades
No implican al ser las sacras
[p. 222]Deidades una, supuesto
Que en las cosas de importancia
Nunca disonaron. Bien
En la fábrica gallarda
Del hombre se ve, pues fué
Solo un concepto al obrarla.
Ciprian.
Luego si ese fué un solo,
Ese tiene más ventaja
A los otros; y si son
Iguales, puesto que hallas
Que se pueden oponer
(Esta no puedes negarla)
En algo; al hacer el hombre,
Cuando el uno lo intentara,
Pudiera decir el otro:
«No quiero yo que se haga.»
Luego si Dios todo es manos,
Cuando el uno le criara,
El otro le deshiciera.
Pues eran manos entrambas
Iguales en el poder,
Desiguales en la instancia,
¿Quién venciera destos dos?
Demonio.
Sobre imposibles y falsas
Proposiciones, no hay
Argumento. Dí, ¿qué sacas
Deso?
Ciprian.
Pensar que hay un Dios,
Suma bondad, suma gracia,
Todo vista, todo manos,
Infalible, que no engaña,
Superior, que no compite,
Dios á quien ninguno iguala,
Un principio sin principio,
[p. 223]Una esencia, una sustancia,
Un poder y un querer solo;
Y cuando como éste haya
Una, dos ó más personas,
Una deidad soberana
Ha de ser sola en esencia,
Causa de todas las causas.
Demonio.
¿Cómo te puedo negar (Levántase.)
Una evidencia tan clara?
Ciprian.
¿Tanto lo sentís?
Demonio.
¿Quién deja
De sentir que otro le haga
Competencia en el ingenio?
Y aunque responder no falta,
Dejo de hacerlo, porque
Gente en este monte anda,
Y es hora de que prosiga
A la ciudad mi jornada.
Ciprian.
Id en paz.
Demonio.
Quedad en paz.
(Ap. Pues tanto tu estudio alcanza,
Yo haré que el estudio olvides,
Suspendido en una rara
Beldad. Pues tengo licencia
De perseguir con mi rabia
A Justina, sacaré
De un efecto dos venganzas.) (Vase.)
Ciprian.
No ví hombre tan notable.
Mas pues mis criados tardan,
Volver á repasar quiero
De tanta duda la causa.
(Vuelve á leer, sin reparar en los que vienen.)
LELIO, FLORO.—CIPRIANO.
Lelio.
No pasemos adelante;
Que estas peñas, estas ramas
Tan intrincadas, que al mismo
Sol le defienden la entrada,
Solo pueden ser testigos
De nuestro duelo.
Floro.
La espada
Sacad; que aquí son las obras,
Si allá fuéron las palabras.
Lelio.
Ya sé que en el campo, muda
La lengua, el acero habla
Desta suerte. (Riñen.)
Cipriano.
¿Qué es aquesto?
Lelio, tente; Floro, aparta,
Que basta que esté yo en medio,
Aunque esté en medio sin armas.
Lelio.
¿De dónde, dí, Ciprïano,
A embarazar mi venganza
Has salido?
Floro.
¿Eres aborto
Destos troncos y estas ramas?
MOSCON, CLARIN.—Dichos.
Moscon.
Corre, que con mi señor
Han sido las cuchilladas.
Clarin.
Para acercarme á esas cosas
[p. 225]No suelo yo correr nada;
Mas para apartarme, sí.
Moscon y
Clarin.
Señor...
Cipriano.
No hableis más palabra.—
Pues ¿qué es esto? Dos amigos,
Que por su sangre y su fama
Hoy son de toda Antioquía
Los ojos y la esperanza,
Uno del Gobernador
Hijo, y otro de la clara
Familia de los Colaltos,
¡Así aventuran y arrastran
Dos vidas que pueden ser
De tanto honor á su patria!
Lelio.
Ciprïano, aunque el respeto
Que debo por muchas causas
A tu persona, este instante
Tiene suspensa mi espada,
No la tienes reducida
A la quietud de la vaina
Tú sabes de ciencias más
Que de duelos, y no alcanzas
Que á dos nobles en el campo
No hay respeto que les haga
Amigos, pues sólo es medio
Morir uno en la demanda.
Floro.
Lo mismo te digo, y ruego
Que con tu gente te vayas,
Pues que riñendo nos dejas
Sin traicion y sin ventaja.
Ciprian.
Aunque os parece que ignoro
Por mi profesion las várias
Leyes del duelo que estudia
[p. 226]El valor y la arrogancia,
Os engañais; que nací
Con obligaciones tantas
Como los dos, á saber
Qué es honor y qué es infamia.
Y no el darme á los estudios
Mis alientos acobarda;
Que muchas veces se dieron
Las manos letras y armas.
Si el haber salido al campo
Es del reñir circunstancia,
Con haber reñido ya
Esa calumnia se salva.
Y así, bien podeis decir
Desta pendencia la causa;
Que yo, si habiéndola oido,
Reconociere al contarla
Que alguno de los dos tiene
Algo que se satisfaga,
De dejaros á los dos
Solos, os doy la palabra.
Lelio.
Pues con esa condicion
De que en sabiendo la causa
Nos has de dejar reñir,
Yo me prefiero á contarla.
Yo quiero á una dama bien,
Y Floro quiere á esta dama:
¡Mira tú cómo podrás
Convenirnos! pues no hay traza
Con que dos nobles celosos
Den á partido sus ánsias.
Floro.
Yo quiero á esta dama, y quiero
Que no se atreva á mirarla
Ni áun el sol; y pues no hay
[p. 227]Medio aquí, y que la palabra
Nos has dado de dejarnos
Reñir, á un lado te aparta.
Ciprian.
Esperad, que hay que saber
Más. Decidme, ¿es esta dama
A la esperanza posible,
Ó imposible á la esperanza?
Lelio.
Tan principal es, tan noble,
Que si el sol celos causara
A Floro, áun dél no podria
Tenerlos con justa causa,
Porque presumo que el sol
Aun no se atreve á mirarla.
Ciprian.
¿Casáraste tú con ella?
Floro.
Ahí está mi confianza.
Ciprian.
¿Y tú?
Lelio.
¡Pluguiera á los cielos
Que á tanta dicha llegara!
Que aunque es en extremo pobre,
La virtud por dote basta.
Ciprian.
Pues si á casaros con ella
Aspirais los dos, ¿no es vana
Accion, culpable é indigna,
Querer ántes disfamarla?
¿Qué dirá el mundo, si alguno
De los dos con ella casa,
Despues de haber muerto al otro
Por ella? que aunque no haya
Ocasion para decirlo,
Decirlo sin ella basta.
No digo yo que os sufrais
El servirla y festejarla
A un tiempo, porque no quiero
Que de mí partido salga
[p. 228]Tan cobarde; que el galan
Que de sus celos pasara
Primero la contingencia,
Pasará despues la infamia;
Pero digo que sepais
De cuál de los dos se agrada,
Y luego...
Lelio.
Detente, espera;
Que es accion cobarde y baja
Ir á que la dama diga
A quién escoge la dama,
Pues ha de escogerme á mí
O á Floro. Si á mí, me agrava
Más el empeño en que estoy,
Pues es otro empeño que haya
Quien quiera á la que me quiere.
Si á Floro escoge, la saña
De que á otro quiera quien quiero,
Es mayor: luego excusada
Accion es que ella lo diga,
Pues con cualquier circunstancia
Hemos en apelacion
De volver á las espadas:
El querido por su honor,
Y el otro por su venganza.
Floro.
Confieso que esa opinion
Recibida es y asentada,
Mas con las damas que amores
Elegir y dejar tratan;
Y así, hoy pedírsela intento
A su padre. Y pues me basta
Habiendo al campo salido,
Haber sacado la espada
(Mayormente cuando hay
[p. 229]Quien el reñir embaraza),
Con satisfaccion bastante
La vuelvo, Lelio, á la vaina.
Lelio.
En parte me ha convencido
Tu razon; y aunque apurarla
Pudiera, más quiero hacerme
De su parte, ó cierta ó falsa.
Hoy la pediré á su padre.
Ciprian.
Supuesto que aquesta dama
En que los dos la sirvais
Ella no aventura nada,
Pues que confesais los dos
Su virtud y su constancia,
Decidme quién es; que yo,
Pues que tengo mano tanta
En la ciudad, por los dos
Quiero preferirme á hablarla,
Para que esté prevenida
Cuando á eso su padre vaya.
Lelio.
Dices bien.
Ciprian.
¿Quién es?
Floro.
Justina,
De Lisandro hija.
Ciprian.
Al nombrarla
He conocido cuán pocas
Fueron vuestras alabanzas;
Que es virtuosa y es noble.
Luégo voy á visitarla.
Floro.
(Ap.) El cielo en mi favor mueva
Su condicion siempre ingrata. (Vase.)
Lelio.
Corone amor al nombrarme,
De laurel mis esperanzas. (Vase.)
Ciprian.
¡Oh, quiera el cielo que estorbe
Escándalos y desgracias! (Vase.)
MOSCON, CLARIN.
Moscon.
¿Ha oido vuesa merced
Que nuestro amo va á la casa
De Justina?
Clarin.
Sí señor,
¿Qué hay, que vaya ó que no vaya?
Moscon.
Hay que no tiene que hacer
Allá usarced.
Clarin.
¿Por qué causa?
Moscon.
Porque yo por Livia muero,
Que es de Justina criada,
Y no quiero que se atreva
Ni el mismo sol á mirarla.
Clarin.
Basta, que no he de reñir
En ningun tiempo por dama
Que ha de ser esposa mia.
Moscon.
Aquesa opinion me agrada,
Y así es bien que diga ella
Quién la obliga, ó quién la cansa.
Vámonos allá los dos,
Y ella elija.
Clarin.
Es buena traza;
Aunque ha de escogerte, temo.
Moscon.
¿Ya tienes deso confianza?
Clarin.
Sí, que lo peor escogen
Siempre las Livias ingratas. (Vanse.)
[p. 231]Sala en casa de Lisandro.
JUSTINA, LISANDRO.
Justina.
No me puedo consolar
De haber hoy visto, señor,
El torpe, el comun error
Con que todo ese lugar
Templo consagra y altar
A una imágen que no pudo
Ser deidad, pues que no dudo
Que al fin, sin algun testimonio
Da de serlo, es el demonio,
Que da aliento á un bronce mudo.
Lisand.
No fueras, bella Justina,
Quien eres, si no lloraras,
Sintieras y lamentaras
Esa tragedia, esa ruina
Que la religion divina
De Cristo padece hoy.
Justina.
Es cierto, pues al fin soy
Hija tuya, y no lo fuera
Si llorando no estuviera
Ansias que mirando estoy.
Lisand.
¡Ay, Justina! no ha nacido
De ser tú mi hija, no,
Que no soy tan feliz yo.
Mas ¡ay Dios! ¿cómo he rompido
Secreto tan escondido?
Afecto del alma fué.
Justina.
¿Qué dices, señor?
[p. 232]
Lisand.
No sé.
Confuso estoy y turbado.
Justina.
Muchas veces te he escuchado
Lo que ahora te escuché,
Y nunca quise, señor,
A costa de un sufrimiento
Apurar tu sentimiento,
Ni examinar mi dolor;
Pero viendo que es error
Que de entenderte no acabe,
Aunque sea culpa grave;
Que partas, señor, te pido,
Tu secreto con mi oido,
Ya que en tu pecho no cabe.
Lisand.
Justina, de un gran secreto
El efecto te callé,
La edad que tienes, porque
Siempre he temido el efeto;
Mas viéndote ya sujeto
Capaz de ver y advertir,
Y viéndome á mí que el ir
Con este báculo dando
En la tierra, ir es llamando
A las puertas del morir,
No te tengo de dejar
Con esta ignorancia, no,
Porque no cumpliera yo
Mi obligacion con callar:
Y así, atiende á mi pesar
Tu placer.
Justina.
Conmigo lucha
Un temor.
Lisand.
Mi pena es mucha,
Pero esto es ley y razon.
[p. 233]
Justina.
Señor, desta confusion
Me rescata.
Lisand.
Pues escucha.
Yo soy, hermosa Justina,
Lisandro... No de que empiece
Desde mi nombre te admires;
Que aunque ya sabes que es este,
Por lo que se sigue al nombre
Es justo que te le acuerde,
Pues de mí no sabes más
Que mi nombre solamente.
Lisandro soy, natural
De aquella ciudad que en siete
Montes es hidra de piedra,
Pues siete cabezas tiene:
De aquella que es silla hoy
Del romano imperio, albergue
Del cristiano digno, pues
Solo Roma lo merece.
En ella nací de humildes
Padres, si es que nombre adquieren
De humildes los que dejaron
Tantas virtudes por bienes.
Cristianos nacieron ambos,
Venturosos descendientes
De algunos que con su sangre
Rubricaron felizmente
Las fatigas de la vida
Con los triunfos de la muerte.
En la religion cristiana
Crecí instruido, de suerte
Que en su defensa daré
La vida una y muchas veces.
Jóven era, cuando á Roma
[p. 234]Llegó encubierto el prudente
Alejandro, papa nuestro,
Que la apostólica sede
Gobernaba, sin tener
Donde tenerla pudiese;
Que como la tiranía
De los gentiles crueles
Su sed apaga con sangre
De la que á mártires vierte,
Hoy la primitiva Iglesia
Ocultos sus hijos tiene;
No porque el morir rehusan,
No porque el martirio temen,
Sino porque de una vez
No acabe el rigor rebelde
Con todos, y destruida
La Iglesia, en ella no quede
Quien catequice al gentil,
Quien le predique y le enseñe.
A Roma, pues, Alejandro
Llegó; y yendo oculto á verle,
Recibí su bendicion,
Y de su mano clemente
Todos los órdenes sacros,
A cuya dignidad tiene
Envidia el ángel, pues solo
El hombre serlo merece.
Mandóme Alejandro pues
Que á Antioquía me partiese
A predicar de secreto
La ley de Cristo. Obediente,
Peregrinando á merced
De tantas diversas gentes,
A Antioquía vine; y cuando
[p. 235]Desde aquestos eminentes
Montes llegué á descubrir
Sus dorados chapiteles,
El sol me faltó, y llevando
Tras sí el dia, por hacerme
Compañía me dejó
A que le sostituyesen
Las estrellas, como en prendas
De que presto vendria á verme.
Con el sol perdí el camino,
Y vagueando tristemente
En lo intrincado del monte,
Me hallé en un oculto albergue,
Donde los trémulos rayos
De tanta antorcha viviente,
Aun no se dejaban ya
Ver, porque confusamente
Servian de nubes pardas
Las que fueron hojas verdes.
Aquí, dispuesto á esperar
Que otra vez el sol saliese,
Dando á la imaginacion
La jurisdiccion que tiene,
Con las soledades hice
Mil discursos diferentes.
Desta suerte, pues, estaba,
Cuando, de un suspiro leve
El eco mal informado,
La mitad al dueño vuelve.
Retraje al oido todos
Mis sentidos juntamente,
Y volví á oir más distinto
Aquel aliento y más débil,
Mudo idioma de los tristes,
[p. 236]Pues con él solo se entienden.
De mujer era el gemido,
A cuyo aliento sucede
La voz de un hombre, que á media
Voz decia desta suerte:
«Primer mancha de la sangre
Más noble, á mis manos muere,
Ántes que á morir á manos
De infames verdugos llegues.»
La infeliz mujer decia
En medias razones breves:
«Duélete tú de tu sangre,
Ya que de mí no te dueles.»
Llegar pretendí yo entónces
A estorbar rigor tan fuerte;
Mas no pude, porque al punto
Las voces se desvanecen,
Y ví al hombre en un caballo,
Que entre los troncos se pierde.
Iman fué de mi piedad
La voz, que ya balbuciente
Y desmayada decia,
Gimiendo y llorando á veces:
«Mártir muero, pues que muero
Por cristiana y inocente;»
Y siguiendo de la voz
El norte, en espacio breve
Llegué donde una mujer,
Que apénas dejaba verse,
Estaba á brazo partido
Luchando ya con la muerte.
Apénas me sintió, cuando
Dijo, esforzándose: «Vuelve,
Sangriento homicida mio,
[p. 237]Ni áun este instante me dejes
De vida.—No soy (le dije)
Sino quien acaso viene,
Quizá del cielo guiado,
A valeros en tan fuerte
Ocasion.—Ya que imposible
Es (dijo) el favor que ofrece
Vuestra piedad á mi vida
Pues que por puntos fallece,
Lógrese en esa infeliz,
En quien hoy el cielo quiere,
Naciendo de mi sepulcro,
Que mis desdichas herede.»
Y espirando, ví...
LIVIA.—JUSTINA, LISANDRO.
Livia.
Señor,
El mercader á quien debes
Aquel dinero, á buscarte
Hoy con la justicia viene.
Que no estás en casa, dije:
Por esotra puerta véte.
Justina.
¡Cuánto siento que á estorbarte
En aquesta ocasion lleguen,
Que estaba á tu relacion
Vida, alma y razon pendiente!
Mas véte ahora, señor:
La justicia no te encuentre.
Lisand.
¡Ay de mí! ¡qué de desaires
La necesidad padece! (Vase.)
[p. 238]
Justina.
Sin duda entran hasta aquí,
Porque siento afuera gente.
Livia.
No son ellos, Ciprïano
Es.
Justina.
Pues ¿qué es lo que pretende
Ciprïano aquí?
CIPRIANO, CLARIN, MOSCON.—JUSTINA, LIVIA.
Ciprian.
Serviros
Mi deseo es solamente.
Viendo salir la justicia
De vuestra casa, se atreve
Á entrar aquí mi amistad,
Por lo que á Lisandro debe,
Á sólo saber (Ap. Turbado
Estoy.) si acaso (Ap. ¡Qué fuerte
Hielo discurre mis venas!)
En algo serviros puede
Mi deseo. (Ap. ¡Qué mal dije!
Que no es hielo, fuego es este.)
Justina.
Guárdeos el cielo mil años;
Que en mayores intereses
Habeis de honrar á mi padre
Con vuestros favores.
Ciprian.
Siempre
Estaré para serviros.
(Ap. ¿Qué me turba y enmudece?)
Justina.
Él ahora no está en casa.
Ciprian.
Luego bien, señora, puede
Mi voz decir la ocasion
[p. 239]Que aquí me trae, claramente;
Que no es la que habeis oido,
La que sola á entrar me mueve
Á veros.
Justina.
Pues ¿qué mandais?
Ciprian.
Que me oigais. Yo seré breve.
Hermosísima Justina,
En quien hoy obstenta ufana
La naturaleza humana
Tantas señas de divina:
Vuestra quietud determina
Hallar mi deseo este dia;
Pero ved que es tiranía,
Como el efecto lo muestra,
Que os dé yo la quietud vuestra,
Y vos me quiteis la mia.
Lelio, de su amor movido
(¡No ví amor más disculpado!),
Floro, de su amor llevado
(¡No ví error más permitido!),
El uno y otro han querido
Por vos matarse los dos:
Por vos lo he estorbado (¡ay Dios!);
Pero ved que es error fuerte
Que yo quite á otros la muerte,
Para que me la deis vos.
Por excusar el que hubiera
Escándalo en el lugar,
De su parte os vengo á hablar
(¡Oh nunca á hablaros viniera!),
Porque vuestra eleccion fuera
Árbitro de sus recelos,
Como juez de sus desvelos;
Pero ved que es gran rigor
[p. 240]Que yo componga su amor,
Y vos dispongais mis celos.
Hablaros, pues, ofrecí,
Señora, para que vos
Escogierais de los dos
Cuál quereis (¡infeliz fuí!)
Que á vuestro padre (¡ay de mí!)
Os pida. Aquesto pretendo;
Pero ved (estoy muriendo)
Que es injusto (estoy temblando)
Que esté por ellos hablando,
Y que esté por mí sintiendo.
Justina.
De tal manera he extrañado
Vuestra vil proposicion,
Que el discurso y la razon
En un punto me han faltado.
Ni á Floro ocasion he dado
Ni á Lelio, para que así
Vos os atrevais aquí:
Y bien pudiérades vos
Escarmentar en los dos
Del rigor que vive en mí.
Ciprian.
Si yo, por haber querido
Vos á alguno, pretendiera
Vuestro favor, mi amor fuera
Necio, infame y mal nacido.
Ántes por haber vos sido
Firme roca á tantos mares,
Os quiero, y en los pesares
No escarmiento de los dos;
Que yo no quiero que vos
Me querais por ejemplares.
¿Qué diré á Lelio?
Justina.
Que crea
[p. 241]Los costosos desengaños
De un amor de tantos años.
Ciprian.
¿Y á Floro?
Justina.
Que no me vea.
Ciprian.
¿Y á mí?
Justina.
Que osado no sea
Vuestro amor.
Ciprian.
¿Cómo, si es dios?
Justina.
¿Será más dios para vos,
Que para los dos lo ha sido?
Ciprian.
Sí.
Justina.
Pues ya yo he respondido
Á Lelio, á Floro y á vos.
(Vase, y tambien Cipriano.)
CLARIN, MOSCON, LIVIA.
Clarin.
Señora Livia.
Moscon.
Señora
Livia.
Clarin.
Aquí estamos los dos.
Livia.
Pues ¿qué quereis vos? Y vos
¿Qué quereis?
Clarin.
Que usted ahora,
Por si por dicha lo ignora,
Sepa que bien la queremos.
Para matarnos nos vemos;
Pero atentos á no dar
Escándalo en el lugar,
Que uno escoja pretendemos.
Livia.
Es tan grande el sentimiento
[p. 242]De que así me hayais hablado,
Que mi dolor me ha dejado
Sin razon ni entendimiento.
¡Que uno escoja! ¿Hay sufrimiento
En lance tan importuno?
¡Uno yo! ¿Pues oportuno
No es para tener (¡ay Dios!)
Este ingenio á un tiempo dos
Que quereis que escoja uno?
Clarin.
¿Dos á un tiempo, cómo quieres?
¿No te embarazaran dos?
Livia.
No, que de dos en dos los
Digerimos las mujeres.
Moscon.
¿De qué suerte te prefieres
Á eso?
Livia.
¡Qué necia porfía!
Queriéndôs la lealtad mia...
Moscon.
¿Cómo?
Livia.
Alternative.
Clarin.
Pues
¿Qué es alternative?
Livia.
Es
Querer á cada uno un dia. (Vase.)
Moscon.
Pues yo escojo este primero.
Clarin.
Mayor será el de mañana:
Yo le doy de buena gana.
Moscon.
Livia, en fin, por quien yo muero,
Hoy me quiere, y hoy la quiero.
Bien es que tal dicha goce.
Clarin.
Oye usted, ya me conoce.
Moscon.
¿Por qué lo dice? Concluya.
Clarin.
Porque sepa que no es suya,
Así como den las doce. (Vase.)
[p. 243]Calle.
FLORO y LELIO, de noche, cada uno por su parte.
Lelio.
(Para sí.) Apénas la oscura noche
Extendió su manto negro,
Cuando yo á adorar la esfera
De aquestos umbrales vengo;
Que aunque hoy por Ciprïano
Tengo suspenso el acero,
No el afecto; que no pueden
Suspenderse los afectos.
Floro.
(Para sí.) Aquí me ha de hallar el alba;
Que en otra parte violento
Estoy, porque en fin, en otra
Estoy fuera de mi centro.
¡Quiera amor que llegue el dia
Y la respuesta que espero
Con Ciprïano, tocando
Ó la ventura ó el riesgo!
Lelio.
(Ap.) Ruido en aquella ventana
He sentido.
Floro.
(Ap.)Ruido han hecho
En aquel balcon.
EL DEMONIO, abriendo una ventana de casa de Lisandro.—FLORO, LELIO.
Lelio.
(Ap.)Un bulto
Sale dél, á lo que puedo
[p. 244]Distinguir.
Floro.
(Ap.)Gente se asoma
Á él, que entre sombras veo.
Demonio.
(Para sí.) Para las persecuciones
Que hacer en Justina intento,
Á disfamar su virtud
Desta manera me atrevo.
(Baja por una escalera.)
Lelio.
(Ap.) Mas ¡ay infeliz! ¡Qué miro!
Floro.
(Ap.) Pero ¡ay infeliz! ¡Qué veo!
Lelio.
(Ap.) El negro bulto se arroja
Ya desde el balcon al suelo.
Floro.
(Ap.) Un hombre es, que de su casa
Sale. No me mateis, celos,
Hasta que sepa quién es.
Lelio.
(Ap.) Reconocerle pretendo,
Y averiguar de una vez
Quién logra el bien que yo pierdo.
(Llegan los dos con las espadas desnudas á reconocer quién bajó.)
Demonio.
(Para sí.) No sólo he de conseguir
Hoy de Justina el desprecio,
Sino rencores y muertes.
Ya llegan: ábrase el centro,
Dejando esta confusion
A sus ojos.
(Húndese, y quedan frente á frente Floro y Lelio.)
FLORO, LELIO.
Lelio.
Caballero,
Quienquiera que seais, á mí
[p. 245]Me ha importado conoceros;
Y á todo trance restado
Con esta demanda vengo.
Decid quién sois.
Floro.
Si os obliga
A tan valiente despecho
Saber en quién ha caido
Vuestro amoroso secreto,
Más que á vos el conocerme,
Me importa á mí el conoceros;
Que en vos es curiosidad,
Y en mí más, porque son celos.
¡Vive Dios, que he de saber
Quién es de la casa dueño,
Y quién á estas horas gana,
Por ese balcon saliendo,
Lo que yo pierdo llorando
A estas rejas!
Lelio.
¡Bueno es eso,
Querer deslumbrar ahora
La luz de mis sentimientos,
Atribuyéndome á mí
Delito que sólo es vuestro!
Quién sois tengo de saber,
Y dar muerte á quien me ha muerto
De celos, saliendo ahora
Por ese balcon.
Floro.
¡Qué necio
Recato, encubrirse, cuando
Está el amor descubriendo!
Lelio.
En vano la lengua apura
Lo que mejor el acero
Hará.
Floro.
Con él os respondo. (Riñen los dos.)
[p. 246]
Lelio.
Quién ha sido, saber tengo,
Hoy el admitido amante
De Justina.
Floro.
Ese es mi intento.
Moriré, ó sabré quién sois.
CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.—FLORO, LELIO.
Ciprian.
Caballeros, deteneos,
Si á aquesto puede obligaros
Haber llegado á este tiempo.
Floro.
Nada me puede obligar.
A que deje el fin que intento.
Ciprian.
¿Floro?
Floro.
Sí, que con la espada
En la mano, nunca niego
Mi nombre.
Ciprian.
A tu lado estoy;
Muera quien te ofende.
Lelio.
Ménos
Que temer me dareis todos,
Que él me daba solo.
Ciprian.
¿Lelio?
Lelio.
Sí.
Ciprian.
Ya no estoy á tu lado, (A Floro.)
Porque es fuerza estar en medio.
¿Qué es esto? ¡En un dia dos veces
He de hallarme á componeros!
Lelio.
Esta la última será,
Porque ya estamos compuestos;
Que con haber conocido
[p. 247]Quién es de Justina dueño,
No le queda á mi esperanza
Ni áun el menor pensamiento.
Si no has hablado á Justina,
Que no la hables te ruego
De parte de mis agravios
Y mis desdichas, habiendo
Visto que Floro merece
Sus favores en secreto.
Dese balcon ha bajado
De gozar el bien que pierdo;
Y no es mi amor tan infame,
Que haya de querer, atento
A celos averiguados,
Con desengaños tan ciertos. (Vase.)
Floro.
Espera.
CIPRIANO, FLORO, MOSCON, CLARIN.
Ciprian.
No has de seguirle
(Ap. De haberle oido estoy muerto);
Que si es él el que ha perdido
Lo que has ganado, y dispuesto
A olvidar está, no es bien
Apurar su sufrimiento.
Floro.
Tú y él apurais el mio
Con estas cosas á un tiempo;
Y así, á Justina no hables
Por mí; que aunque yo pretendo
A costa de mis agravios
Vengarme de mis desprecios,
[p. 248]Ya la esperanza de ser
Suyo cesó, porque creo
Que no es noble el que porfía
Sobre averiguados celos. (Vase.)
CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.
Ciprian.
(Ap. ¿Qué es esto, cielos? ¿qué escucho?
¿El uno del otro á un tiempo
Unos mismos celos tienen?
¿Yo de uno y otro los tengo?
Los dos sin duda padecen
Algun engaño, y yo tengo
Que agradecerles, pues ya
Los dos desisten en esto
De su pretension. Desdichas,
Aunque haya sido consuelo
Este discurso, buscado
De mis ánsias, le agradezco.)
Moscon, prevenme mañana
Galas; Clarin, tráeme luego
Espada y plumas; que amor
Se regala en el objeto
Airoso y lucido; y ya,
Ni libros ni estudios quiero,
Porque digan que es amor
Homicida del ingenio. (Vanse.)
[p. 249]
CIPRIANO, MOSCON y CLARIN, vestidos de gala.
Ciprian.
(Ap. Altos pensamientos mios,
¿Dónde, dónde me traeis,
Si ya por cierto teneis
Que son locos desvaríos
Los que osados intentais,
Pues atreviendôs al cielo,
Precipitados de un vuelo
Hasta el abismo bajais?
Ví á Justina... ¡Á Dios pluguiera
Que nunca viera á Justina,
Ni en su perfeccion divina
La luz de la cuarta esfera!
Dos amantes la pretenden,
Uno del otro ofendido;
Y yo á dos celos rendido,
Aun no sé los que me ofenden:
Sólo sé que mis recelos
Me despeñan con sus furias
De un desden á las injurias,
De un agravio á los desvelos.
[p. 250]Todo lo demas ignoro,
Y en tan abrasado empeño,
Cielos, Justina es mi dueño,
Cielos, á Justina adoro.)
Moscon.
Moscon.
Señor.
Ciprian.
Vé si está
Lisandro en casa.
Moscon.
Es razon.
Clarin.
No es; yo iré, porque Moscon
Hoy no puede entrar allá.
Ciprian.
¡Oh qué cansada porfía
Siempre la de los dos fué!
¿Por qué no puede? ¿por qué?
Clarin.
Porque hoy, señor, no es su dia;
Mio sí, y de buena gana
A dar el recado voy;
Que yo allá puedo entrar hoy,
Y Moscon no, hasta mañana.
Ciprian.
¿Qué nueva locura es esta,
Añadida al porfiar?
Ni tú ni él habeis de entrar
Ya, pues su luz manifiesta
Justina.
Clarin.
De fuera viene
Hácia su casa.
JUSTINA y LIVIA, con mantos.—CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.
Justina.
¡Ay de mí!
Livia, Cipriano está aquí. (Ap. á ella.)
[p. 251]
Ciprian.
(Ap. Disimular me conviene
De mis celos los desvelos,
Hasta apurarlos mejor.
Sólo la hablaré en mi amor,
Si lo permiten mis celos.)
No en vano, señora, ha sido
Haber el traje mudado,
Para que, como criado,
Pueda á vuestros piés rendido
Serviros. Á mereceros
Esto lleguen mis suspiros:
Dad licencia de serviros,
Pues no la dais de quereros.
Justina.
Poco, señor, han podido
Mis desengaños con vos,
Pues que no han podido...
Ciprian.
¡Ay Dios!
Justina.
Mereceros un olvido.
¿De qué manera quereis
Que os diga cuánto es en vano
La asistencia, Ciprïano,
Que á mis umbrales teneis?
Si dias, si meses, si años,
Si siglos á ellos estais,
No espereis que á ellos oigais
Sino solos desengaños:
Porque es mi rigor de suerte,
De suerte mis males fieros,
Que es imposible quereros,
Ciprïano, hasta la muerte. (Vase retirando.)
Ciprian.
(Siguiéndola.) La esperanza que me dais,
Ya dichoso puede hacerme.
Si en muerte habeis de quererme,
Muy corto plazo tomais.
[p. 252]Yo le acepto, y si á advertir
Llegais cuán presto ha de ser,
Empezad vos á querer,
Que ya empiezo yo á morir. (Vase Justina.)
CIPRIANO, MOSCON, CLARIN, LIVIA.
Clarin.
En tanto que mi señor,
Livia, triste y discursivo,
Está de esqueleto vivo
Desengañando su amor,
Dáme los brazos.
Livia.
Paciencia
Ten, miéntras que considero
Si es tu dia; que no quiero
Encargar yo mi conciencia.—
Mártes sí, miércoles no.
Clarin.
¿Qué cuentas, pues ha callado
Moscon?
Livia.
Puede haberse errado,
Y no quiero errarme yo;
Porque no quiero, si arguyo
Que justicia he de guardar,
Condenarme por no dar
A cada uno lo que es suyo.—
Pero bien dices, tu dia
Es hoy.
Clarin.
Pues dáme los brazos.
Livia.
Con mil amorosos lazos.
Moscon.
¿Oye usarced, reina mia?
Bien ve usarced, con la gana
[p. 253]Que hoy aquesos lazos hace:
Dígolo porque me abrace
Con la misma á mí mañana.
Livia.
Excusada es la sospecha
De que á usted no satisfaga,
Ni quiera Júpiter que haga
Yo una cosa tan mal hecha
Como usar de demasía
Con nadie. Yo abrazaré
Con mucha equidad á usté
Cuando le toque su dia. (Vase.)
CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.
Clarin.
Por lo ménos, no he de vello
Yo.
Moscon.
Pues eso ¿qué ha importado?
¿Puede á mí haberme agraviado
Jamás, si reparo en ello.
Una moza que no es mia?
Clarin.
No.
Moscon.
Luego yo bien porfío
Que no ha sido en daño mio
Lo que no ha sido en mi dia.
Mas ¿qué hace nuestro amo allí
Tan suspenso?
Clarin.
Por si á hablar
Llega algo, quiero escuchar.
Moscon.
Y yo tambien.
Ciprian.
¡Ay de mí!
(Al irse acercando cada uno por su lado. Cipriano con la accion les da á entrambos.)
[p. 254]¡Que tanto, amor, desconfíes!
Clarin.
¡Ay de mí!
Moscon.
¡Ay de mí! tambien.
Clarin.
Llamar á este sitio es bien
La isla de los ay-de-míes.
Ciprian.
¿Aquí estábades los dos?
Clarin.
Yo bien juraré que estaba.
Moscon.
Yo y todo.
Ciprian.
Desdicha, acaba
De una vez conmigo. ¡Ay Dios!
¿Vióse en tan nuevos extremos
El humano corazon? (Vanse.)
Campo.
CIPRIANO, CLARIN, MOSCON.
Clarin.
¿Adónde vamos, Moscon?
Moscon.
En llegando lo sabremos
Pero fuera del lugar
Camina.
Clarin.
Excusado es
Salirnos al campo, pues
No tenemos que estudiar.
Ciprian.
Clarin, véte á casa.
Moscon.
¿Y yo?
Clarin.
¿Tú te habias de quedar?
Ciprian.
Los dos me habeis de dejar.
Clarin.
A entrambos nos lo mandó.
(Vanse Clarin y Moscon.)
CIPRIANO.
Confusa memoria mia,
No tan poderosa estés,
Que me persuadas que es
Otra alma la que me guía.
Idólatra me cegué,
Ambicioso me perdí,
Porque una hermosura ví,
Porque una deidad miré;
Y entre confusos desvelos
De un equívoco rigor,
Conozco á quien tengo amor,
Y no de quien tengo celos.
Y tanto aquesta pasion
Arrastra mi pensamiento,
Tanto (¡ay de mí!) este tormento
Lleva mi imaginacion,
Que diera (despecho es loco,
Indigno de un noble ingenio)
Al más diabólico genio
(Harto al infierno provoco),
Ya rendido, y ya sujeto
Á penar y padecer,
Por gozar esta mujer,
Diera el alma.
EL DEMONIO.—CIPRIANO.
Demonio.
(Dentro.)Yo la aceto.
(Suena ruido de truenos, con tempestad y rayos.)
Ciprian.
¿Qué es esto, cielos puros?
¡Claros á un tiempo, y en el mismo oscuros,
Dando al dia desmayos!
Los truenos, los relámpagos y rayos
Abortan de su centro
Los asombros que ya no caben dentro.
De nubes todo el cielo se corona,
Y preñado de horrores, no perdona
El rizado copete deste monte.
Todo nuestro horizonte
Es ardiente pincel del Mongibelo,
Niebla el sol, humo el aire, fuego el cielo.
¡Tanto ha que te dejé, filosofía,
Que ignoro los efectos deste dia!
Hasta el mar sobre nubes se imagina
Desesperada ruina,
Pues crespo sobre el viento en leves plumas,
Le pasa por pavesas las espumas.
Naufragando una nave,
En todo el mar parece que no cabe;
Pues el amparo más seguro y cierto
Es cuando huye la piedad del puerto.
El clamor, el asombro y el gemido
Fatal presagio han sido
De la muerte que espera; y lo que tarda
Es porque esté muriendo lo que aguarda.
Y áun en ella tambien vienen portentos;
[p. 257]No son todos de cielos y elementos.
Sin duda se vistió de la tormenta[5].
Á chocar con la tierra
Viene. Ya no es del mar sólo la guerra,
Pues la que se le ofrece,
Un peñasco le arrima en que tropiece,
Porque la espuma en sangre se salpique.
(Suena la tempestad, y dan voces dentro.)
Voces.
(Dentro.) Que nos vamos á pique.
Demonio.
En una tabla quiero (Dentro.)
Salir á tierra, para el fin que espero.
Ciprian.
Porque su horror se asombre,
Burlando su poder, escapa un hombre,
Y el bajel, que en las ondas ya se ofusca,
El camarin de los tritones busca,
Y en crespo remolino,
Es cadáver del mar, cascado el pino.
(Sale el Demonio, mojado, como que sale del mar.)
Demonio.
(Para sí. Para el prodigio que intento,
Hoy me ha importado fingir
Sobre campos de zafir,
Este espantoso portento;
Y en forma desconocida
De la que otra vez me vió,
Cuando en este monte yo
Miré mi ciencia excedida,
Vengo á hacerle nueva guerra,
Valiéndome así mejor
De su ingenio y de su amor.)
Dulce madre, amada tierra,
[p. 258]Dáme amparo contra aquel
Monstruo que de sí me arroja.
Ciprian.
Pierde, amigo, la congoja
Y la memoria cruel
De tu reciente fortuna,
Viendo en tu mayor trabajo
Que no hay firme bien debajo
De los cercos de la luna.
Demonio.
¿Quién eres tú, á cuyas plantas
Mi fortuna me ha traido?
Ciprian.
Quien, de la piedad movido
De penas y ruinas tantas,
Serte de alivio quisiera.
Demonio.
Imposible vendrá á ser;
Que no le puedo tener
Yo jamás.
Ciprian.
¿De qué manera?
Demonio.
Todo mi bien he perdido...
Pero sin razon me quejo,
Pues ya con la vida dejo
Mis memorias al olvido.
Ciprian.
Ya que de aquel torbellino
El terremoto cesó,
Y el cielo á su paz volvió,
Manso, quieto y cristalino,
Con tal priesa, que su grave
Enojo nos da á entender
Que sólo debió de ser
Hasta sumergir tu nave,
Díme quién eres, siquiera
Por la piedad que me das.
Demonio.
Más de lo que has visto y más
De lo que decir pudiera,
Me cuesta el llegar aquí;
[p. 259]Que en mi fortuna cruel,
La menor es del bajel.
¿Quieres ver si es cierto?
Ciprian.
Sí.
Demonio.
Yo soy, pues saberlo quieres,
Un epílogo, un asombro
De venturas y desdichas,
Que unas pierdo y otras lloro.
Tan galan fuí por mis partes,
Por mi lustre tan heroico,
Tan noble por mi linaje
Y por mi ingenio tan docto,
Que aficionado á mis prendas
Un rey, el mayor de todos
(Puesto que todos le temen,
Si le ven airado el rostro),
En su palacio cubierto
De diamantes y piropos
(Y áun si los llamase estrella
Fuera el hipérbole corto),
Me llamó valido suyo,
Cuyo aplauso generoso
Me dió tan grande soberbia,
Que competí al regio solio,
Queriendo poner las plantas
Sobre sus dorados tronos.
Fué bárbaro atrevimiento:
Castigado lo conozco.
Loco anduve; pero fuera,
Arrepentido, más loco.
Más quiero en mi obstinacion
Con mis alientos briosos
Despeñarme de bizarro,
Que rendirme de medroso.
[p. 260]Si fueron temeridades,
No me ví en ellas tan solo,
Que de sus mismos vasallos
No tuviese muchos votos.
De su corte, en fin, vencido,
Aunque en parte victorioso,
Salí arrojando venenos
Por la boca y por los ojos,
Y pregonando venganzas,
Por ser mi agravio notorio,
Logrando en las gentes suyas
Insultos, muertes y robos.
Los anchos campos del mar,
Sangriento pirata corro,
Argos ya de sus bajíos,
Y lince de sus escollos.
En aquel bajel que el viento
Desvaneció en leves soplos;
En aquel bajel que el mar
Convirtió en ruina sin polvo,
Esas campañas de vidrio
Hoy corria codicioso,
Hasta examinar un monte
Piedra á piedra y tronco á tronco;
Porque en él un hombre vive,
Y á buscarle me dispongo,
A que cumpla una palabra
Que el me ha dado y yo le otorgo.
Embistióme esta tormenta;
Y aunque pudo prodigioso
Mi ingenio enfrenar á un tiempo
Al euro, al cierzo y al noto,
No quise desesperado,
Por otras causas, por otros
[p. 261]Fines, convertirlos hoy
En regalados favonios.
(Ap. Que pude, dije, y no quise:
Aquí de su ingenio noto
Los riesgos, pues desta suerte
A mágicas le aficiono.)
No te espantes del despecho,
Ni del prodigio tampoco:
De aquel, porque yo con ira
Me diera muerte á mí propio;
Ni deste, porque con ciencias
Daré al sol pálido asombro.
Soy en la magia que alcanzo,
El registro poderoso
Desos orbes: línea á línea
Los he discurrido todos.
Y porque no te parezca
Que sin ocasion blasono,
Mira si á este mismo instante
Quieres que lo inculto y tosco
Deste Nembrot de peñascos,
Más bruto que el babilonio,
Te facilite lo horrible,
Sin que pierda lo frondoso.
Este soy, huérfano huésped
Destos fresnos, destos chopos;
Y aunque este soy, á tus plantas
Quiero pedirte socorro;
Y quiero en el que me dieres,
Librarte el bien que te compro
Con el afan de mi estudio,
Que en experiencias abono,
Trayéndote á tu albedrío
(Ap. Aquí en el amor le toco)
[p. 262]Cuanto te pida el deseo
Más avaro y codicioso.
Y en tanto que no le aceptes,
Ya de cortés, ya de corto,
Págate de los deseos,
Si es que en tí no los malogro;
Que por la piedad que muestras
(Que agradezco y que conozco),
Seré tu amigo tan firme,
Que ni el repetido monstruo
De sucesos, la fortuna,
Que entre baldones y elogios,
Próspera y adversa muestra
Lo avaro y lo generoso;
Ni en su contínua tarea
Corriendo y volando á tornos
El tiempo, iman de los siglos;
Ni el cielo, ni el cielo proprio,
A cuyos astros el mundo
Debe el bellísimo adorno,
Tendrán poder de apartarme
De tu lado un punto sólo,
Como aquí me des amparo;
Y áun todo aquesto es muy poco
Para lo que yo intereso,
Si mis pensamientos logro.
Ciprian.
Puedo decir que al mar albricias pido
De que te hayas perdido,
Y á este monte llegaras,
Donde verás bien claras
Muestras de la amistad que ya te ofrezco,
Si feliz por mi huésped te merezco:
Y así, vénte conmigo;
Que he de estimarte por seguro amigo.
[p. 263]Mi huésped has de ser miéntras quisieres
Servirte de mi casa.
Demonio.
¿Ya me quieres
Por tuyo?
Ciprian.
Con los brazos
Firme nuestra amistad eternos lazos.
(Ap. ¡Oh si á alcanzar llegase
Que aqueste hombre la magia me enseñase!
Pues con ella quizá mi amor podria
En parte divertir la pena mia;
O podria mi amor quizá con ella
En todo conseguir la causa bella
De mi rabia, mi furia y mi tormento.)
Demonio.
(Ap.) Ya al ingenio y amor le miro atento.
CLARIN y MOSCON, cada uno por su parte, corriendo.—CIPRIANO, EL DEMONIO.
Clarin.
¿Estás vivo, señor?
Moscon.
(A Clarin.) ¡Civilidades
Gastas por novedades!
Claro está, pues le miras, que está vivo.
Clarin.
He usado deste modo admirativo
Para ponderacion, noble lacayo,
Del milagro que fué no darle un rayo
De tantos como vió aquesta montaña.
Moscon.
Pues el mirarlo ¿no te desengaña?
Ciprian.
Estos son mis criados.—
¿A qué volveis?
Moscon.
A darte más enfados.
Demonio.
Tienen alegre humor.
[p. 264]
Ciprian.
A mí me tienen
Cansado, porque siempre necios vienen.
Moscon.
¿Quién es aqueste hombre,
Señor?
Ciprian.
Un huésped mio, no os asombre.
Clarin.
¿Para qué quieres huéspedes ahora?
Ciprian.
(Al Demonio) Lo que merece tu valor ignora.
Moscon.
Mi señor hace bien. ¿Has de heredalle?
Clarin.
No; pero tiene talle
El tal huésped, si acaso no me engaño,
De estarse en casa un año y otro año.
Moscon.
¿De qué lo infieres?
Clarin.
Cuando aprisa pasa
Un huésped, decir suelen: «No hará en casa
Mucho humo;» y de aqueste...
Moscon.
Dí.
Clarin.
Presumo...
Moscon.
¿Qué?
Clarin.
Que ha de hacer en casa mucho humo.
Ciprian.
Para que te repares
De las iras del mar y tus pesares,
Vénte conmigo.
Demonio.
Voy á obedecerte.
Ciprian.
Tu descanso procuro.
Demonio.
(Ap.)Yo tu muerte.
Y pues ya he conseguido
El mirarme contigo introducido,
Ir á alterar mi saña determina
De otra suerte tambien la de Justina.
(Vanse Cipriano y el Demonio.)
Clarin.
¿No sabes qué he pensado?
Moscon.
¿Qué?
Clarin.
Que del terremoto ha reventado
Algun volcan; que mucho azufre he olido.
[p. 265]
Moscon.
Que es el huésped á mí me ha parecido.
Clarin.
Malas pastillas gasta. Mas ya infiero
La causa.
Moscon.
¿Qué es?
Clarin.
El pobre caballero
Debe de tener sarna, y hase untado
Con ungüento de azufre.
Moscon.
En ello has dado.
(Vanse.)
Calle.
LELIO, FABIO.
Fabio.
En fin, ¿vuelves á esta calle?
Lelio.
La vida en ella perdí,
Y vuelvo á buscarla aquí:
Quiera amor que yo la halle.
¡Ay de mí!
Fabio.
A la puerta estás
De la casa de Justina.
Lelio.
¿Qué importa, si hoy determina
Mi amor declararse más?
Que pues á ver he llegado
Que á otro de noche se fía,
No es mucho que yo de dia
Desahogue mi cuidado.
Retírate tú, porque
El entrar solo es mejor.
[p. 266]Mi padre es gobernador
De Antioquía: bien podré
Con este aliento y la furia
Que á despeñarme camina,
En casa entrar de Justina,
Y quejarme de su injuria. (Vanse.)
Sala en casa de Lisandro.
JUSTINA; y luego, LELIO.
Justina.
Livia... Mas ¿quién está al paso?
(Sale Lelio.)
Lelio.
Yo soy.
Justina.
Pues ¿qué novedad,
Señor, qué temeridad
Obliga?...
Lelio.
Cuando me abraso
Tanto, á mis celos sujeto,
No lo he de estar á tu honor.
Perdona, que con mi amor
Ha espirado tu respeto.
Justina.
¿Pues cómo tan atrevido
Osas...
Lelio.
Como estoy furioso.
Justina.
Entrar...
Lelio.
Como estoy celoso.
Justina.
Aquí...
Lelio.
Como estoy perdido.
[p. 267]
Justina.
Sin advertir y sin ver
El escándalo que da
Que?...
Lelio.
No te aflijas, pues ya
Tienes poco que perder.
Justina.
Mira, Lelio, mi opinion.
Lelio.
Justina, eso mejor fuera
Que tu voz se lo dijera
A quien por ese balcon
Sale de noche. No quiero
Más de que sepas que sé
Tus liviandades, por que
Ménos ingrato y severo
Tu honor esté con mi amor;
Que es tu desden más injusto
Porque tienes otro gusto,
Que porque tienes honor.
Justina.
Calla, calla, no hables más.
¿Quién en mi casa se atreve,
Ni quién en mi ofensa mueve
Paso y voz? ¿Tan ciego estás,
Tan atrevido, tan loco,
Que con fingidas quimeras
Eclipsar las luces quieras
Que áun al sol tienen en poco?
¿Hombre de mi casa...
Lelio.
Sí.
Justina.
Por mi balcon?...
Lelio.
Mi dolor
Lo diga, ingrata.
Justina.
¡Ay honor!
Volved por vos y por mí.
EL DEMONIO, por la puerta que está á espaldas de Justina.—Dichos.
Demonio.
(Ap.) Acudiendo mi furor
A los dos cargos que tengo,
A esta casa á entablar vengo
El escándalo mayor
Del mundo; y pues ya este amante
Tan despechado y tan ciego
Está, avívese su fuego.
Ponerme quiero delante,
Y como huyendo, despues
De ser visto, retirarme.
(Hace como que va á salir, y en viéndole Lelio, se reboza y vuelve á entrarse.)
Justina.
Hombre, ¿vienes á matarme?
Lelio.
No, sino á morir.
Justina.
¿Qué ves,
Que de nuevo te has mudado?
Lelio.
Los engaños tuyos veo.
Dí ahora que mi deseo
Mis ofensas ha inventado.
Un hombre deste aposento
Iba á salir: como vió
Gente, embozado volvió
A retirarse.
Justina.
En el viento
Te finge tu fantasía
Ilusiones.
Lelio.
¡Pena brava!
[p. 269]
Justina.
¿Pues de noche no bastaba,
Lelio, mas tambien de dia
La luz quieres engañar?
Lelio.
Si es engaño ó no es engaño,
Así veré el desengaño.
(Éntrase por donde estaba el Demonio.)
Justina.
No te lo quiero excusar.
Porque la inocencia mia,
A costa desta licencia,
Desvanezca la apariencia
De la noche con el dia.
LISANDRO.—JUSTINA; LELIO, dentro.
Lisand.
Justina.
Justina.
(Ap.)Esto me faltaba.
¡Ay de mí, si Lelio sale,
Estando Lisandro aquí!
Lisand.
Mis desdichas, mis pesares
Vengo á consolar contigo.
Justina.
¿Qué tienes, que en el semblante
Muestras disgusto y tristeza?
Lisand.
No es mucho, cuando se rasgue
El corazon. Con el llanto
Pasar no puedo adelante.
(Aparece Lelio á la puerta del cuarto.)
Lelio.
(Ap.) Ahora acabo de creer
Que sombra los celos hacen,
Pues no está en este aposento,
Ni tuvo por dónde echarse
El hombre que ví.
[p. 270]
Justina.
(Ap. á Lelio.)No salgas,
Lelio, que está aquí mi padre.
Lelio.
Esperaré á que se ausente,
Convalecido en mis males. (Retírase.)
Justina.
¿De qué lloras? ¿Qué suspiras?
¿Qué tienes, señor? ¿Qué traes?
Lisand.
Tengo el dolor más sensible,
Traigo la pena más grave
Que vió la tierna piedad,
Para ejemplos miserables,
Con que la crueldad se baña
De tanta inocente sangre.
Al Gobernador envía
El césar Decio inviolable
Un decreto... Hablar no puedo.
Justina.
(Ap.) ¿Quién vió pena semejante?
Lisandro, compadecido
De los cristianos ultrajes,
Conmigo habla, sin saber
Que Lelio puede escucharle,
Hijo del Gobernador.
Lisand.
En fin, Justina...
Justina.
No pases,
Señor, si así has de sentirlo,
Con el discurso adelante.
Lisand.
Déjame que le repita;
Que contigo, es aliviarle.
En él manda...
Justina.
No prosigas,
Cuando es tan justo que engañes
Tu vejez con más sosiego.
Lisand.
Cuando, porque me acompañes
En los sentimientos vivos
Que bastan para matarme,
[p. 271]Te doy cuenta del decreto
Más cruel que vió la márgen
Del Tiber, con sangre escrito
Para manchar sus cristales,
¡Me diviertes! De otra suerte
Solias, Justina, escucharme
Estas lástimas.
Justina.
Señor,
No son los tiempos iguales.
Lelio.
(Ap. al paño.) No oigo todo lo que hablan,
Sino destroncado á partes.
FLORO, JUSTINA, LISANDRO; LELIO, al paño.
Floro.
(Ap.) Licencia tiene un celoso
Que llega á desengañarse
De una hipócrita virtud,
Sin que más respetos guarde.
Con este intento hasta aquí...
Mas con ella está su padre:
Esperaré otra ocasion.
Lisand.
¿Quién pisa aquestos umbrales?
Floro.
(Ap. Ya no es posible ¡ay de mí!
Que me vuelva sin hablarle.
Daréle alguna disculpa.)
Yo soy...
Lisand.
¿Tú en mi casa?
Floro.
A hablarte
Vengo, si me das licencia,
Sobre un negocio importante.
Justina.
(Ap.) Duélete de mí, fortuna;
[p. 272]Que son estos muchos lances.
Lisand.
Pues ¿qué mandas?
Floro.
(Ap.) ¿Qué diré
Que deste empeño me saque?
Lelio.
(Al paño.) ¡Floro en casa de Justina
Con libertad entra y sale!
Si son fingidos aquellos
Celos, ya estos son verdades.
Lisand.
Mudado traes el color.
Floro.
No te admires, no te espantes,
Que vengo á darte un aviso,
Que es á tu vida importante,
De un enemigo que tienes,
Que de tu muerte en alcance
Anda. Esto basta que diga.
Lisand.
(Ap. Sin duda que Floro sabe
Que yo soy cristiano, y viene
Con esta causa á avisarme
De mi peligro.) Prosigue,
Y nada, Floro, me calles.
LIVIA.—JUSTINA, LISANDRO, FLORO; LELIO, al paño.
Livia.
Señor, el Gobernador
Me ha mandado que te llame,
Y á la puerta está esperando.
Floro.
Mejor será que yo aguarde:
(Ap. Pensaré en tanto el engaño)
Y así es bien que le despaches,
[p. 273]
Lisand.
Estimo tu cortesía.
Aquí volveré al instante.
(Vasen Lisandro y Livia.)
JUSTINA, FLORO; LELIO, al paño.
Floro.
¿Eres tú la virtüosa
Que á las lisonjas süaves
Del templado viento llamas
Descomedidos ultrajes?
Pues ¿cómo de tu recato
Y de tu casa las llaves
Rendiste?
Justina.
Floro, detente:
No tan descortés agravies
Opinion de quien el sol
Hizo el más costoso exámen
De pura y limpia.
Floro.
Ya llega
Aquesa vanidad tarde,
Pues ya yo sé á quién has dado
Libre entrada...
Justina.
¿Qué así hables?
Floro.
Por un balcon.
Justina.
No pronuncies...
Floro.
A tu honor...
Justina.
¿Que así me trates?
Floro.
Sí, que no merecen más
Hipócritas humildades.
Lelio.
(Ap.) Floro no fué el del balcon.
Sin duda que hay otro amante,
[p. 274]Puesto que ni él ni yo fuimos.
Justina.
Pues tienes ilustre sangre,
No ofendas nobles mujeres.
Floro.
¡Que noble mujer te llames,
Cuando á tus brazos le admites,
Y por tus balcones sale!
Rindióte el poder; que como
Es gobernador su padre,
Te llevó la vanidad
De ver que á Antioquía mande...
Lelio.
(Ap.) De mí habla.
Floro.
Sin mirar
Otros defectos más grandes,
Que la autoridad encubre
En sus costumbres y sangre.
Pero no...
(Sale Lelio.)
Lelio.
Floro, detente,
Y no en mi ausencia me agravies;
Que hablar del competidor
Mal, es de pechos cobardes.
Y salgo á que no prosigas,
Corrido de tantos lances
Como contigo he tenido,
Sin que en ninguno te mate.
Justina.
¿Quién, sin culpa, se vió nunca
En tan peligrosos lances?
Floro.
Cuanto yo de tí dijera
Detras, te diré delante,
Y es verdad no sospechosa.
(Empuñan las espadas.)
Justina.
Tente, Lelio; Floro, ¿qué haces?
Lelio.
Tomar la satisfaccion
Adonde escucho el desaire.
[p. 275]
Floro.
Sustentaré lo que dije
Donde lo dije.
Justina.
¡Libradme,
Cielos, de tantas fortunas!
Floro.
Y yo sabré castigarte.
EL GOBERNADOR, LISANDRO, gente.—JUSTINA, LELIO, FLORO.
Todos los
que salen
Tenéos.
Justina.
¡Ay infelice!
Gobern.
¿Qué es esto? Mas ¿no es bastante
Indicio espadas desnudas,
Para que pueda informarme?
Justina.
¡Qué desdicha!
Lisand.
¡Qué pesar!
Lelio.
Señor...
Gobern.
Baste, Lelio, baste.
¿Tú inquieto, siendo mi hijo?
¿Tú de mi favor te vales
Para alterar á Antioquía?
Lelio.
Señor, advierte...
Gobern.
Llevadles;
Que no ha de haber excepcion,
Ni privilegios de sangre,
Para no igualar castigos,
Pues son las culpas iguales.
Lelio.
(Ap.) Celos traje, y llevo agravios.
Floro.
(Ap.) Penas á penas se añaden.
Gobern.
En diferentes prisiones,
[p. 276]Y con gente que los guarde,
A los dos tened.—Y vos,
Lisandro, ¿tan nobles partes
Es posible que mancheis,
Sufriendo?...
Lisand.
No, no os engañen
Deslumbradas apariencias,
Porque Justina no sabe
La ocasion.
Gobern.
¿Dentro en su casa
Quereis que viva ignorante,
Mozos ellos, y ella hermosa?
En peligro tan culpable
Me templo, porque no digan
Que sentencio como parte,
Siendo apasionado juez;
Mas vos que esto ocasionasteis,
Ya perdida la vergüenza,
Sé que volveréis á darme
Ocasion (que la deseo)
Para que nos desengañen
De vuestra virtud mentida
Verdaderas liviandades.
(Vanse el Gobernador y la gente, con Lelio y Floro.)
JUSTINA, LISANDRO.
Justina.
Mis lágrimas os respondan.
Lisand.
Ya lloras sin fruto y tarde.
¡Oh qué mal, Justina, hice
El dia que á declararte
[p. 277]Llegué quién eras! ¡Oh nunca
Te contara que en la márgen
De un arroyo, en ese monte
Fuiste parto de un cadáver!
Justina.
Yo...
Lisand.
No des satisfacciones.
Justina.
Los cielos han de abonarme.
Lisand.
¡Qué tarde será!
Justina.
No hay plazo
Que en la vida llegue tarde.
Lisand.
Para castigar delitos.
Justina.
Para acrisolar verdades.
Lisand.
Por lo que ví te condeno.
Justina.
Yo á tí por lo que ignoraste.
Lisand.
Déjame, que voy muriendo,
Donde mi dolor me acabe.
Justina.
Pierda yo á tus piés la vida;
Pero no me desampares. (Vanse.)
Sala en casa de Cipriano. En el fondo una galería por donde se ve el campo.
CIPRIANO, EL DEMONIO, MOSCON, CLARIN.
Demonio.
Desde que en tu casa entré,
Te he visto sin alegría:
Profunda melancolía
En tu semblante se ve.
Tu alivio no es bien que estorbes,
Queriéndomelo ocultar,
[p. 278]Pues sabré destachonar
La clavazon de los orbes,
Por solo el menor deseo
Que te ofenda y te fatigue.
Ciprian.
No habrá mágica que obligue
Al imposible que veo:
Son mis ánsias infelices.
Demonio.
Tu amistad me las confiese.
Ciprian.
Quiero á una mujer.
Demonio.
¿Y es ese
El imposible que dices?
Ciprian.
Si tú supieras quién es.
Demonio.
Curiosa atencion te doy,
Miéntras que burlando estoy
De que tan cobarde estés.
Ciprian.
La hermosa cuna temprana
Del infante sol que enjuga
Lágrimas cuando madruga,
Vestido de nieve y grana;
La verde prision ufana
De la rosa cuando avisa
Que ya sus jardines pisa
Abril, y entre mansos hielos
Al alba es llanto en los cielos,
Lo que es en los campos risa;
El detenido arroyuelo,
Que el murmurar más süave
Aun entre dientes no sabe,
Porque se los prende el hielo;
El clavel, que en breve cielo
Es estrella de coral;
El ave, que liberal
Vestir matices presuma,
Veloz cítara de pluma,
[p. 279]Al órgano de cristal;
El risco que al sol engaña,
Si á derretirle se atreve,
Pues gastándole la nieve,
No le gasta la montaña;
El laurel que el pié se baña
Con la nieve que atropella,
Y verde Narciso della,
Burla sin temer desmayos,
En esta parte los rayos,
Y los hielos en aquella;
Al fin, cuna, grana, nieve,
Campo, sol, arroyo, rosa,
Ave que canta amorosa,
Risa que aljófares llueve,
Clavel que cristales bebe,
Peñasco sin deshacer,
Y laurel que sale á ver
Si hay rayos que le coronen,
Son las partes que componen
A esta divina mujer.
Estoy tan ciego y perdido,
Porque mi pena te asombre,
Que por parecer á otro hombre,
Me engañé con el vestido.
Mis estudios dí al olvido
Como al vulgo mi opinion,
El discurso á mi pasion,
A mi llanto el sentimiento,
Mis esperanzas al viento,
Y al desprecio mi razon.
Dije (y haré lo que dije)
Que ofreciera liberal
El alma á un genio infernal
[p. 280](De aquí mi pasion colige),
Porque este amor que me aflige
Premiase con merecella;
Pero es vana mi querella,
Tanto que presumo que es
El alma corto interes,
Pues no me la dan por ella.
Demonio.
¿Tu valor ha de seguir
Los pasos desesperados
De amantes que se acobardan
En los primeros asaltos?
¿Tan léjos ejemplos viven
De bellezas que postraron
Su vanidad á los ruegos,
Su altivez á los halagos?
¿Quieres lograr tus deseos,
Siendo su prision tus brazos?
Ciprian.
¿Eso dudas?
Demonio.
Pues envía
Allá fuera esos criados,
Y quedemos los dos solos.
Ciprian.
Idos allá fuera entrambos.
Moscon.
Yo obedezco.
Clarin.
Y yo tambien.
(Ap. El tal huésped es el diablo.) (Escóndese.)
Ciprian.
Ya se fueron.
Demonio.
(Ap.)Poco importa
Que Clarin se haya quedado.
CIPRIANO, EL DEMONIO; CLARIN, escondido.
Ciprian.
¿Qué quieres ahora?
Demonio.
Esa puerta
Cierra.
Ciprian.
Ya solos estamos.
Demonio.
Por gozar á esta mujer
Aquí dijeron tus labios
Que darás el alma.
Ciprian.
Sí.
Demonio.
Pues yo te acepto el contrato.
Ciprian.
¿Qué dices?
Demonio.
Que yo le acepto.
Ciprian.
¿Cómo?
Demonio.
Como puedo tanto,
Que te enseñaré una ciencia
Con que podrás á tu mando
Traer la mujer que adoras;
Que yo, aunque tan docto y sabio,
Traerla para otro no puedo.
Las escrituras hagamos
Ante nosotros dos mismos.
Ciprian.
¿Quieres con nuevos agravios
Dilatar las penas mias?
Lo que ofrecí está en mi mano,
Pero lo que tú me ofreces
No está en la tuya, pues hallo
Que sobre el libre albedrío
Ni hay conjuros ni hay encantos.
Demonio.
Hazme la cédula tú
[p. 282]Con tal condicion.
Clarin.
(Ap. al paño.)¡Mal año!
Segun lo que ahora he visto,
No es muy bobo aqueste diablo.
¡Yo darle cédula! Aunque
Se me estuvieran mis cuartos
Sin alquilar veinte siglos,
No la hiciera.
Ciprian.
Los engaños
Son para alegres amigos,
No para desconfiados.
Demonio.
Quiero darte en testimonio
De lo que yo puedo y valgo,
Algun indicio, aunque sea
De mi poder breve rasgo.
¿Qué ves desta galería?
Ciprian.
Mucho cielo y mucho prado,
Un bosque, un arroyo, un monte.
Demonio.
¿Qué es lo que más te ha agradado?
Ciprian.
El monte, porque es, en fin,
De la que adoro retrato.
Demonio.
Soberbio competidor
De la estacion de los años,
Que te coronas de nubes,
Por bruto rey de los campos,
Deja el suelo, mide el viento:
Mira que soy quien te llamo.
Y mira tú si á una dama
Traerás, si yo á un monte traigo.
(Múdase un monte de una parte á otra en el fondo del teatro.)
Ciprian.
¡No ví más confuso asombro!
¡No ví prodigio más raro!
Clarin.
(Ap.) Con el espanto y el miedo
[p. 283]Estoy dos veces temblando.
Ciprian.
Pájaro que al viento vuelas,
Siendo tus plumas tus ramos;
Bajel que en el viento sulcas,
Siendo jarcias tus penachos,
Vuélvete á tu centro, y deja
La admiracion y el espanto.
(Vuélvese el monte á su lugar primero.)
Demonio.
Si esta no es prueba bastante,
Pronuncien otra mis labios.
¿Quieres ver esa mujer
Que adoras?
Ciprian.
Sí.
Demonio.
Pues rasgando
Las duras entrañas, tú,
Monstruo de elementos cuatro,
Manifiesta la hermosura
Que en tu oscuro centro guardo.
(Abrese un peñasco, y aparece Justina durmiendo.)
¿Es aquella la que adoras?
Ciprian.
Aquella es la que idolatro.
Demonio.
Mira si dártela puedo,
Pues donde quiera la traigo.
Ciprian.
Divino imposible mio,
Hoy serán centro tus brazos
De mi amor, bebiendo el sol
Luz á luz y rayo á rayo.
Demonio.
Detente, que hasta que firmes
La palabra que me has dado,
No puedes tocarla.
(Quiere llegar, y ciérrase el peñasco.)
Ciprian.
Espera,
Parda nube del más claro
Sol que amaneció á mis dichas.—
[p. 284]Mas con el viento me abrazo.—
Ya creo tus ciencias, ya
Confieso que soy tu esclavo.
¿Qué quieres que haga por tí?
¿Qué me pides?
Demonio.
Por resguardo
Una cédula firmada
Con tu sangre y de tu mano.
Clarin.
(Ap.) El alma le diera yo,
Por no haberme aquí quedado.
Ciprian.
Pluma será este puñal,
Papel este lienzo blanco,
Y tinta para escribirlo
La sangre es ya de mis brazos.
(Escribe con la daga en un lienzo, habiéndose sacado sangre de un brazo.)
(Ap. ¡Qué hielo! ¡qué horror! ¡qué asombro!)
Digo yo el gran Ciprïano,
Que daré el alma inmortal
(¡Qué frenesí! ¡qué letargo!)
A quien me enseñare ciencias
(¡Qué confusiones! ¡qué espantos!)
Con que pueda atraer á mí
A Justina, dueño ingrato:
Y lo firmé de mi nombre.
Demonio.
(Ap. Ya se rindió á mis engaños
El homenaje valiente,
Donde estaban tremolando
El discurso y la razon.)
¿Has escrito?
Ciprian.
Sí, y firmado.
Demonio.
Pues tuyo es el sol que adoras.
Ciprian.
Tuya por eternos años
Es el alma que te ofrezco.
[p. 285]
Demonio.
Alma con alma te pago,
Pues por la tuya te doy
La de Justina.
Ciprian.
¿Qué tanto
Término para enseñarme
La magia tomas?
Demonio.
Un año,
Con condicion...
Ciprian.
Nada temas.
Demonio.
Que en una cueva encerrados,
Sin estudiar otra cosa,
Hemos de vivir entrambos,
Sirviéndonos solamente
A los dos este criado, (Saca á Clarin.)
Que curioso se quedó,
Pues con nosotros llevando
Su persona, este secreto
Desta suerte aseguramos.
Clarin.
(Ap.) ¡Oh nunca yo me quedara!
¿Que habiendo vecinos tantos
Que acechen, no haya demonio
Que venga al punto á llevarlos?
Ciprian.
Está bien. Dos dichas juntas
Ingenio y amor lograron,
Pues Justina será mia,
Y yo vendré á ser espanto
Del mundo con nuevas ciencias.
Demonio.
No salió mi intento vano.
Clarin.
El mio sí.
Demonio.
Ven con nosotros.
(Ap. Ya vencí el mayor contrario.)
Ciprian.
Dichosos sereis, deseos,
Si tal posesion alcanzo.
Demonio.
(Ap. No ha de sosegar mi envidia
[p. 286]Hasta que los gane á entrambos.)
Vamos, y de aqueste monte
En lo oculto y lo intrincado
Oirás la primer licion
Hoy de la mágica.
Ciprian.
Vamos,
Que con tal maestro mi ingenio,
Mi amor con dueño tan alto,
Eterno será en el mundo
El mágico Ciprïano.
[p. 287]
Bosque. En el fondo una gruta.
CIPRIANO.
Ingrata beldad mia,
Llegó el feliz, llegó el dichoso dia,
Línea de mi esperanza,
Término de mi amor y tu mudanza,
Pues hoy será el postrero
En que triunfar de tu desden espero.
Este monte elevado
En sí mismo al alcázar estrellado,
Y aquesta cueva oscura,
De dos vivos funesta sepultura,
Escuela ruda han sido
Donde la docta mágica he aprendido,
En que tanto me muestro,
Que puedo dar leccion á mi maestro.
Y viendo ya que hoy una vuelta entera
Cumple el sol de una esfera en otra esfera,
A examinar de mis prisiones salgo
Con la luz lo que puedo y lo que valgo.
[p. 288]Hermosos cielos puros,
Atended á mis mágicos conjuros;
Blandos aires veloces,
Parad al sabio estruendo de mis voces;
Gran peñasco violento,
Estremécete al ruido de mi acento;
Duros troncos vestidos,
Asombráos al horror de mis gemidos;
Floridas plantas bellas,
Al eco os asustad de mis querellas;
Dulces sonoras aves,
La accion temed de mis prodigios graves;
Bárbaras, crueles fieras,
Mirad las señas de mi afan primeras,
Porque ciegos, turbados,
Suspendidos, confusos, asustados,
Cielos, aires, peñascos, troncos, plantas,
Fieras y aves, esteis de ciencias tantas;
Que no ha de ser en vano
El estudio infernal de Ciprïano.
EL DEMONIO.—CIPRIANO.
Demonio.
Cipriano.
Ciprian.
¡Oh sabio maestro mio!
Demonio.
¿A qué, usando otra vez de tu albedrío,
Más que de mi preceto,
Con qué fin, por qué causa, y á qué efeto,
Osado ó ignorante,
Sales á ver del sol la faz brillante?
Ciprian.
Viendo que ya yo puedo
[p. 289]Al infierno poner asombro y miedo,
Pues con tanto cuidado
La mágica he estudiado,
Que áun tú mismo no puedes
Decir, si es que me igualas, que me excedes;
Viendo que ya no hay parte
Della, que con fatiga, estudio y arte
Yo no la haya alcanzado,
Pues la nigromancia he penetrado,
Cuyas líneas oscuras
Me abrirán las funestas sepulturas,
Haciendo que su centro
Aborte los cadáveres, que dentro
Tiranamente encierra
La avarienta codicia de la tierra,
Respondiendo por puntos
A mis voces los pálidos difuntos;
Y viendo, en fin, cumplida
La edad del sol que fué plazo á mi vida,
Pues corriendo veloz á su discurso,
Con el rápido curso,
Los cielos cada dia,
Retrocediendo siempre á la porfía
Del natural, en que se juzga extraño,
El término fatal cumple hoy del año;
Lograr mis ánsias quiero,
Atrayendo á mi voz el bien que espero.
Hoy la rara, hoy la bella, hoy la divina,
Hoy la hermosa Justina,
En repetidos lazos
Llamada de mi amor, vendrá á mis brazos;
Que permitir no creo
De dilacion un punto á mi deseo.
Demonio.
Ni yo que le permitas
[p. 290]Quiero, si es este el fin que solicitas.
Con caracteres mudos
La tierra línea pues, y con agudos
Conjuros hiere el viento,
A tu esperanza y á tu amor atento.
Ciprian.
Pues allí me retiro,
Donde verás que cielo y tierra admiro.
(Vase.)
Demonio.
Y yo te doy licencia,
Porque sé de tu ciencia y de mi ciencia
Que el infierno inclemente,
A tus invocaciones obediente,
Podrá por mí entregarte
A la hermosa Justina en esta parte;
Que aunque el gran poder mio
No puede hacer vasallo un albedrío,
Puede representalle
Tan extraños deleites, que se halle
Empeñado á buscarlos,
Y inclinarlos podré, si no forzarlos.
CLARIN.—EL DEMONIO.
Clarin.
Ingrata deidad mia,
No Livia ardiente, sino Livia fria,
Llegó el plazo en que espero
Alcanzar si tu amor es verdadero;
Pues ya sé lo que basta
Para ver si eres casta, ó haces casta;
Que con tanto cuidado
Aquí la ciencia mágica he estudiado,
[p. 291]Que por ella he de ver (¡ay de mí triste!)
Si con Moscon acaso me ofendiste.
Aguados cielos (ya otro dijo puros),
Atended á mis lóbregos conjuros:
Montes...
Demonio.
Clarin, ¿qué es eso?
Clarin.
¡Oh sabio maestro!
Por la concomitancia estoy tan diestro
En la magia, que quiero ver por ella
Si Livia, tan ingrata como bella,
Comete alguna vez superchería
En la fatal estancia de mi dia.
Demonio.
Deja aquesas locuras,
Y en lo intrincado desas peñas duras
Asiste á tu señor, para que veas
(Si tanta admiracion lograr deseas)
El fin de su cuidado;
Que solo quiero estar.
Clarin.
Yo acompañado.
Y si no he merecido
Haber las ciencias tuyas aprendido,
Porque, en fin, no te he hecho
Cédula con la sangre de mi pecho,
En este lienzo ahora (Saca un lienzo sucio.)
(Nunca le trae más limpio quien bien llora)
La haré, para que más te escandalices,
Dándome un mojicon en las narices;
Que no será embarazo
Salir de las narices ú del brazo.
(Escribe en el lienzo con el dedo, habiéndose hecho sangre.)
Digo yo, el gran Clarin, que si merezco
Ver á Livia cruel, que al diablo ofrezco...
Demonio.
Ya digo que me dejes,
Y que con tu señor de mí te alejes.
[p. 292]
Clarin.
Yo lo haré: no te alteres.
Pues que tomar mi cédula no quieres
Cuando darla procuro,
Sin duda que me tienes por seguro. (Vase.)
EL DEMONIO.
Ea, infernal abismo,
Desesperado imperio de tí mismo,
De tu prision ingrata
Tus lascivos espíritus desata,
Amenazando ruina
Al vírgen edificio de Justina.
De mil torpes fantasmas que en el viento
Su casto pensamiento
Hoy se forme, su honesta fantasía
Se llene; y con dulcísima armonía
Todo provoque amores,
Los pájaros, las plantas y las flores.
Nada miren sus ojos,
Que no sean de amor dulces despojos;
Nada oigan sus oidos,
Que no sean de amor tiernos gemidos;
Porque sin que defensa en su fe tenga,
Hoy á buscar á Ciprïano venga,
De su ciencia invocada,
Y de mi ciego espíritu guiada.
Empezad, que yo en tanto
Callaré, porque empiece vuestro canto.
(Vase.)
JUSTINA; Música, dentro.
(Cantan dentro.)
Una voz.
¿Cuál es la gloria mayor
Desta vida?
Coro.
Amor, amor.
Una voz.
No hay sujeto en que no imprima
El fuego de amor su llama,
Pues vive más donde ama
El hombre, que donde anima.
Amor solamente estima
Cuanto tener vida sabe,
El tronco, la flor y el ave:
Luego es la gloria mayor
De esta vida...
Coro.
Amor, amor.
Justina.
(Asombrada y inquieta.)
Pesada imaginacion,
Al parecer lisonjera,
¿Cuándo te he dado ocasion
Para que desta manera
Aflijas mi corazon?
¿Cuál es la causa, en rigor,
Deste fuego, deste ardor,
Que en mí por instantes creces?
¿Qué dolor el que padece
Mi sentido?
Coro.
(Dentro.)Amor, Amor.
Justina.
(Sosegándose.) Aquel ruiseñor amante
Es quien respuesta me da,
[p. 294]Enamorando constante
A su consorte, que está
Un ramo más adelante.
Calla, ruiseñor; no aquí
Imaginar me hagas ya,
Por las quejas que te oí,
Cómo un hombre sentirá,
Si siente un pájaro así.
Mas no: una vid fué lasciva,
Que buscando fugitiva
Va el tronco donde se enlace,
Siendo el verdor con que abrace
El peso con que derriba.
No así con verdes abrazos
Me hagas pensar en quien amas,
Vid; que dudaré en tus lazos,
Si así abrazan unas ramas,
Cómo enraman unos brazos.
Y si no es la vid, será
Aquel girasol, que está
Viendo cara á cara al sol,
Tras cuyo hermoso arrebol
Siempre moviéndose va.
No sigas, no, tus enojos,
Flor, con marchitos despojos;
Que pensarán mis congojas,
Si así lloran unas hojas,
Como lloran unos ojos,
Cesa, amante ruiseñor;
Desúnete, vid frondosa;
Párate, inconstante flor,
U decid, ¿qué venenosa
Fuerza usais?
Coro.
(Dentro.)Amor, Amor.
[p. 295]
Justina.
¡Amor! ¿A quién le he tenido
Yo jamás? Objeto es vano;
Pues siempre despojo han sido
De mi desden y mi olvido
Lelio, Floro y Ciprïano.
¿A Lelio no desprecié?
¿A Floro no aborrecí?
Y á Cipriano ¿no traté
(Párase al nombrar á Cipriano, y desde allí habla inquieta otra vez.)
Con tal rigor, que de mí
Aborrecido, se fué
Donde dél no se ha sabido?
Mas (¡ay de mí!) ya yo creo
Que esta debe de haber sido
La ocasion con que ha podido
Atreverse mi deseo;
Pues desde que pronuncié
Que vive ausente por mí,
No sé (¡ay infeliz!), no sé
Qué pena es la que sentí.
(Sosiégase otra vez.)
Mas piedad sin duda fué
De ver que por mí olvidado
Viva un hombre, que se vió
De todos tan celebrado;
Y que á sus olvidos yo
Tanta ocasion haya dado.
(Vuelve á inquietarse.)
Pero si fuera piedad,
La misma piedad tuviera
De Lelio y Floro, en verdad;
Pues en una prision fiera
Por mí están sin libertad. (Sosiégase.)
[p. 296]Mas, ¡ay discursos! parad:
Si basta ser piedad sola,
No acompañeis la piedad;
Que os alargais de manera
Que no sé (¡ay de mí!), no sé
Si ahora á buscarle fuera,
Si adonde él está supiera.
EL DEMONIO.—JUSTINA.
Demonio.
Ven, que yo te lo diré.
Justina.
¿Quién eres tú, que has entrado
Hasta este retrete mio,
Estando todo cerrado?
¿Eres monstruo que ha formado
Mi confuso desvarío?
Demonio.
No soy sino quien, movido
Dese afecto que tirano
Te ha postrado y te ha vencido,
Hoy llevarte ha prometido
Adonde está Ciprïano.
Justina.
Pues no lograrás tu intento;
Que esta pena, esta pasion
Que afligió mi pensamiento,
Llevó la imaginacion,
Pero no el consentimiento.
Demonio.
En haberlo imaginado,
Hecho tienes la mitad:
Pues ya el pecado es pecado
No pares la voluntad,
El medio camino andado.
[p. 297]
Justina.
Desconfiarme es en vano,
Aunque pensé; que aunque es llano
Que el pensar es empezar,
No está en mi mano el pensar,
Y está el obrar en mi mano.
Para haberte de seguir,
El pié tengo de mover,
Y esto puedo resistir,
Porque una cosa es hacer
Y otra cosa es discurrir.
Demonio.
Si una ciencia peregrina
En tí su poder esfuerza,
¿Cómo has de vencer, Justina,
Si inclina con tanta fuerza,
Que fuerza al paso que inclina?
Justina.
Sabiéndome yo ayudar
Del libre albedrío mio.
Demonio.
Forzarále mi pesar.
Justina.
No fuera libre albedrío
Si se dejara forzar.
Demonio.
Ven donde un gusto te espera.
(Tira de ella, y no puede moverla.)
Justina.
Es muy costoso ese gusto.
Demonio.
Es una paz lisonjera.
Justina.
Es un cautiverio injusto.
Demonio.
Es dicha.
Justina.
Es desdicha fiera.
Demonio.
¿Cómo te has de defender,
(Tira con más fuerza.)
Si te arrastra mi poder?
Justina.
Mi defensa en Dios consiste.
Demonio.
Venciste, mujer, venciste (Suéltala.)
Con no dejarte vencer.
Mas ya que desta manera
[p. 298]De Dios estás defendida,
Mi pena, mi rabia fiera
Sabrá llevarte fingida,
Pues no puede verdadera.
Un espíritu verás,
Para este efecto no más,
Que de tu forma se informa,
Y en la fantástica forma
Disfamada vivirás.
Lograr dos triunfos espero,
De tu virtud ofendido:
Deshonrarte es el primero,
Y hacer de un gusto fingido
Un delito verdadero. (Vase.)
JUSTINA.
Desa ofensa al cielo apelo,
Porque desvanezca el cielo
La apariencia de mi fama,
Bien como al aire la llama,
Bien como la flor al hielo.
No podrás... Mas ¡ay de mí!
¿Á quien estas voces doy?
¿No estaba ahora un hombre aquí?
Sí. Mas no: yo sola estoy:
No. Mas sí, pues yo le ví.
¿Por dónde se fué tan presto?
¿Si le engendró mi temor?
Mi peligro es manifiesto.—
¡Lisandro, padre, señor! (A voces.)
¡Livia!
LISANDRO y LIVIA, cada uno por su puerta.—JUSTINA.
Lisand.
¿Qué es esto?
Livia.
¿Qué es esto?
Justina.
¿Visteis un hombre (¡ay de mí!)
Que ahora salió de aquí?
Mal mis desdichas resisto.
Lisand.
¡Hombre aquí!
Justina.
¿No le habeis visto?
Livia.
No, señora.
Justina.
Pues yo sí.
Lisand.
¿Cómo puede ser, si ha estado
Todo este cuarto cerrado?
Livia.
(Ap.) Sin duda que á Moscon vió,
Que tengo encerrado yo
En mi aposento.
Lisand.
Formado
Cuerpo de tu fantasía
El hombre debió de ser;
Que tu gran melancolía
Le supo formar y hacer
De los átomos del dia.
Livia.
Mi señor tiene razon.
Justina.
No ha sido (¡ay de mí!) ilusion,
Y mayor daño sospecho,
Porque á pedazos del pecho
Me arrancan el corazon.
Algun hechizo mortal
Se está haciendo contra mí,
[p. 300]Y fuera el conjuro tal,
Que á no haber Dios, desde aquí
Me dejara ir tras mi mal.
Mas él me ha de defender,
Y no sólo del poder
Desta tirana violencia;
Pero mi humilde inocencia
No ha de dejar padecer.—
Livia, el manto, porque en tanto
(Vase Livia.)
Que padezco estos extremos,
Tengo de ir al templo santo,
Que tan secreto tenemos
Los fieles.
(Sale Livia con el manto, y pónesele á Justina.)
Livia.
Aquí está el manto.
Justina.
En él tengo de templar
Este fuego que me abrasa.
Lisand.
Yo te quiero acompañar.
Livia.
(Ap.) Y yo volveré á alentar
En echándolos de casa.
Justina.
Pues voy á ampararme así,
Cielos, de vuestro favor,
Confío...
Lisand.
Vamos de aquí.
Justina.
Vuestra es la causa, Señor.
Volved por vos, y por mí.
(Vanse Justina y Lisandro.)
MOSCON.—LIVIA.
Moscon.
¿Fuéronse ya?
Livia.
Ya se fueron.
[p. 301]
Moscon.
¡Con qué susto me tuvieron!
Livia.
¿Es posible que salieras
Del aposento, y vinieras
Donde sus ojos te vieron?
Moscon.
¡Vive Dios, que no he salido
Un instante, Livia mia,
De donde estuve escondido!
Livia.
Pues ¿quién el hombre sería?
Moscon.
El mismo diablo habrá sido.
¿Qué sé yo? No muestres ya
Por eso, mi bien, enfado.
Livia.
No es por eso. (Suspira.)
Moscon.
¿Qué será?
Livia.
¿Qué pregunta, si há que está
Un dia entero encerrado
Conmigo? ¿No echa de ver (Llora.)
Que habrá tambien menester
El otro, su confidente,
Que llore hoy tenerle ausente,
Pues no lloré en todo ayer?
¿Hase de pensar de mí
Que mujer tan fácil fuí,
Que en medio año de ausencia,
Falté á la correspondencia
Que al ser quien soy ofrecí?
Moscon.
¿Qué es medio año? Un año entero
Há ya que pudo faltar.
Livia.
Es engaño, pues infiero
Que yo no debo contar
Los dias que no le quiero.
Y si de un año (¡ay de mí!) (Llora.)
Te dí la mitad á tí,
Fuera injuria muy cruel
Contárselo todo á él.
[p. 302]
Moscon.
Cuando yo, ingrata, creí
Que fuera tu voluntad
Toda mia, ¡con piedad
Haces cuentas!...
Livia.
Sí, Moscon,
Porque en fin, cuenta y razon
Conservan toda amistad.
Moscon.
Pues que tu constancia es tal,
Adios, Livia, hasta mañana.
Sólo te ruega mi mal
Que pues eres su terciana,
No seas su sincopal.
Livia.
Ya tú ves que no hay en mí
Malicia alguna.
Moscon.
Es así.
Livia.
En todo hoy no me has de ver;
Mas no sea menester
Enviar mañana por tí. (Vanse.)
Bosque.
CIPRIANO, como asombrado; CLARIN, acechando, tras él.
Ciprian.
Sin duda se han rebelado
En los imperios cerúleos
Las tropas de las estrellas,
Pues me niegan sus influjos.
Comunidades ha hecho
[p. 303]Todo el abismo profundo,
Pues la obediencia no rinde
Que me debe por tributo.
Una y mil veces el viento
Estremezco á mis conjuros,
Y una y mil veces la tierra
Con mis caracteres sulco,
Sin que me ofrezca á mis ojos
El humano sol que busco,
El cielo humano que espero
En mis brazos.
Clarin.
Eso ¿es mucho?
Pues una y mil veces yo
Hago en la tierra dibujos,
Una y mil veces el viento
A puras voces aturdo,
Y tampoco viene Livia.
Ciprian.
Esta vez sola presumo
Volver á invocarla.—Escucha,
Bella Justina...
Aparece una FIGURA fantástica de Justina.—CIPRIANO, CLARIN.
Figura.
Ya escucho;
Que forzada de tus voces,
Aquestos montes discurro.
¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres,
Ciprïano?
Ciprian.
¡Estoy confuso!
Figura.
Y pues que ya...
[p. 304]
Ciprian.
¡Estoy absorto!
Figura.
He venido...
Ciprian.
¿Qué me turbo?
Figura.
De la suerte...
Ciprian.
¿Qué me espanto?
Figura.
Que me halló el amor...
Ciprian.
¿Qué dudo?
Figura.
Donde me llamas...
Ciprian.
¿Qué temo?
Figura.
Y así con la fuerza cumplo
Del encanto, á lo intrincado
Del monte tu vista huyo.
(Cúbrese el rostro con el manto, y vase.)
Ciprian.
Espera, aguarda, Justina.
Mas ¿qué me asombro y discurro?
Seguiréla, y este monte,
Donde mi ciencia la trujo,
Teatro será frondoso
Ya que no tálamo rudo,
Del más prodigioso amor
Que ha visto el cielo. (Vase.)
CLARIN.
Abernuncio
De mujer que viene á ser
Novia, y viene oliendo á humo.
Pero debió de cogerla
Del encanto lo absoluto
Soplando alguna colada,
O cociendo algun menudo.
[p. 305]Mas no: ¡en cocina y con manto!
De otra suerte la disculpo.
Sin duda debe de ser
(Ahora he dado en el punto;
Que una honrada nunca huele
Mejor) cogida de susto.
Ya la ha alcanzado, y con ella,
De aqueste valle en lo inculto
Luchando á brazos enteros
(Que á brazos partidos, juzgo
Que hiciera mal en luchar
El amante más forzudo),
A este mismo sitio vuelven.
Desde aquí acechar procuro;
Que deseo saber cómo
Se hace una fuerza en el mundo.
CIPRIANO, trayendo abrazada á la FIGURA fantástica de Justina.
Ya, bellísima Justina,
En este sitio, que oculto,
Ni el sol le penetra á rayos,
Ni á soplos el aire puro,
Ya es trofeo tu belleza
De mis mágicos estudios;
Que por conseguirte, nada
Temo, nada dificulto.
El alma, Justina bella,
Me cuestas; pero ya juzgo,
Siendo tan grande el empleo,
[p. 306]Que no ha sido el precio mucho.
Corre á la deidad el velo:
No entre pardos, ni entre oscuros
Celajes se esconda el sol;
Sus rayos ostente rubios.
(Descúbrela, y ve un esqueleto.)
Mas ¡ay infeliz! ¿qué veo?
¡Un yerto cadáver mudo
Entre sus brazos me espera!
¿Quién en un instante pudo
En facciones desmayadas
De lo pálido y caduco,
Desvanecer los primores
De lo rojo y lo purpúreo?
Esquel.
Así, Ciprïano, son
Todas las glorias del mundo.
(Desaparece: sale Clarin huyendo, y se abraza con él Cipriano.)
CLARIN.—CIPRIANO.
Clarin.
Si álguien ha menester miedo,
Yo tengo un poco y un mucho.
Ciprian.
Espera, fúnebre sombra.
Ya con otro fin te busco.
Clarin.
Pues yo soy fúnebre cuerpo.
¿No echas de verlo en el bulto?
Ciprian.
¿Quién eres?
Clarin.
Yo estoy de suerte,
Que áun quién soy creo que dudo.
Ciprian.
¿Viste en lo raro del viento,
[p. 307]Ó del centro en lo profundo,
Yerto un cadáver, dejando
En señas de polvo y humo
Desvanecida la pompa
Que llena de adornos trujo?
Clarin.
¿Ahora sabes que estoy
Sujeto á los infortunios
De acechador?
Ciprian.
¿Qué se hizo?
Clarin.
Deshízose luego al punto.
Ciprian.
Busquémosle.
Clarin.
No busquemos.
Ciprian.
Sus desengaños procuro.
Clarin.
Yo no, señor.
EL DEMONIO.—CIPRIANO, CLARIN.
Demonio.
(Ap.)¡Justos cielos!
Si juntas un tiempo tuvo
Mi sér la ciencia y la gracia
Cuando fuí espíritu puro,
La gracia sola perdí,
La ciencia no. ¿Cómo injustos,
Si esto es así, de mis ciencias
Aun no me dejais el uso?
Ciprian.
¡Lucero, sabio maestro! (Sin verle.)
Clarin.
No le llames; que presumo
Que venga en otro cadáver.
Demonio.
¿Qué me quieres?
Ciprian.
Que del mucho
Horror que padezco absorto,
[p. 308]Rescates hoy mi discurso.
Clarin.
Yo, que no quiero rescates,
Por este lado me escurro. (Vase.)
CIPRIANO, EL DEMONIO.
Ciprian.
Apénas sobre la tierra
Herida, acentos pronuncio,
Cuando en la accion que allá estaba
Justina, divino asunto
De mi amor y mi deseo...
Pero ¿para qué procuro
Contarte lo que ya sabes?
Vino, abracéla, y al punto
Que la descubro (¡ay de mí!),
En su belleza descubro
Un esqueleto, una estatua,
Una imágen, un trasunto
De la muerte, que en distintas
Voces me dijo (¡oh qué susto!):
«Así, Ciprïano, son
Todas las glorias del mundo.»
Decir que en la magia tuya,
Por mí ejecutada, estuvo
El engaño, no es posible;
Porque yo, punto por punto
La obré, sin que errar pudiese
De sus caracteres mudos
Una línea, ni una voz
De sus mortales conjuros.
Luego tú me has engañado
[p. 309]Cuando yo los ejecuto,
Pues solo fantasmas hallo
Adonde hermosuras busco.
Demonio.
Ciprïano, ni hubo en tí
Defecto, ni en mí le hubo:
En tí, supuesto que obraste
El encanto con agudo
Ingenio; en mí, pues el mio
Te enseñó en él cuanto supo.
El asombro que has tocado,
Más superior causa tuvo.
Mas no importará; que yo,
Que tu descanso procuro,
Te haré dueño de Justina
Por otros medios más justos.
Ciprian.
No es ese mi intento ya;
Que de tal suerte confuso
Este espanto me ha dejado,
Que no quiero medios tuyos.
Y así, pues que no has cumplido
Las condiciones que puso
Mi amor, sólo de tí quiero,
Ya que de tu vista huyo,
Que mi cédula me vuelvas,
Pues es el contrato nulo.
Demonio.
Yo te dije que te habia
De enseñar en este estudio
Ciencias que atraer pudiesen,
De tus voces al impulso,
A Justina; y pues el viento
Aquí á Justina te trujo,
Válido ha sido el contrato,
Y yo mi palabra cumplo.
Ciprian.
Tú me ofreciste que habia
[p. 310]De coger mi amor el fruto
Que sembraba mi esperanza
Por estos montes incultos.
Demonio.
Yo me obligué, Ciprïano,
Solo á traerla.
Ciprian.
Eso dudo;
Que á dármela te obligaste.
Demonio.
Ya la ví en los brazos tuyos.
Ciprian.
Fué una sombra.
Demonio.
Fué un prodigio.
Ciprian.
¿De quién?
Demonio.
De quien se dispuso
A ampararla.
Ciprian.
¿Y cúyo fué?
Demonio.
(Temblando.) No quiero decirte cúyo.
Ciprian.
Valdréme yo de mis ciencias
Contra tí. Yo te conjuro
Que quién ha sido me digas.
Demonio.
Un Dios, que á su cargo tuvo
A Justina.
Ciprian.
Pues ¿qué importa
Solo un Dios, puesto que hay muchos?
Demonio.
Tiene este el poder de todos.
Ciprian.
Luego solamente es uno,
Pues con una voluntad
Obra más que todos juntos.
Demonio.
No sé nada, no sé nada.
Ciprian.
Ya todo el pacto renuncio,
Que hice contigo; y en nombre
De aquese Dios te pregunto:
¿Qué le ha obligado á ampararla?
Demonio.
(Despues de hacer fuerza por no decirlo.)
Guardar su honor limpio y puro.
Ciprian.
Luego ese es suma bondad,
[p. 311]Pues que no permite insulto.
Mas ¿qué perdiera Justina,
Si aquí se quedaba oculto?
Demonio.
Su honor, si lo adivinara
Por sus malicias el vulgo.
Ciprian.
Luego ese Dios todo es vista,
Pues vió los daños futuros.
Pero ¿no pudiera ser
Ser el encanto tan sumo,
Que no pudiera vencerle?
Demonio.
No, que su poder es mucho.
Ciprian.
Luego ese Dios todo es manos,
Pues que cuanto quiso pudo.
Díme ¿quién es ese Dios,
En quien hoy he hallado junto
Ser una suma bondad,
Ser un poder absoluto,
Todo vista y todo manos,
Que há tantos años que busco?
Demonio.
No lo sé.
Ciprian.
Díme quién es.
Demonio.
¡Con cuánto horror lo pronuncio!
Es el Dios de los cristianos.
Ciprian.
¿Qué es lo que moverle pudo
Contra mí?
Demonio.
Serlo Justina.
Ciprian.
¿Pues tanto ampara á los suyos?
Demonio.
(Rabioso.) Sí, mas ya es tarde, ya es tarde
Para hallarle tú, si juzgo
Que siendo tú esclavo mio,
No has de ser vasallo suyo.
Ciprian.
¡Yo tu esclavo!
Demonio.
En mi poder
Tu firma está.
[p. 312]
Ciprian.
Ya presumo
Cobrarla de tí, pues fué
Condicional, y no dudo
Quitártela.
Demonio.
¿De qué suerte?
Ciprian.
Desta suerte.
(Saca la espada, tírale al Demonio, y no le encuentra.)
Demonio.
Aunque desnudo
El acero contra mí
Esgrimas fiero y sañudo,
No me herirás; y porque
Desesperen tus discursos,
Quiero que sepas que ha sido
El Demonio el dueño tuyo.
Ciprian.
¡Qué dices!
Demonio.
Que yo lo soy.
Ciprian.
¡Con cuánto asombro te escucho!
Demonio.
Para que veas, no sólo
Que esclavo eres, pero cúyo.
Ciprian.
¡Esclavo yo del demonio!
¿Yo de un dueño tan injusto?
Demonio.
Sí, que el alma me ofreciste,
Y es mia desde aquel punto.
Ciprian.
¿Luego no tengo esperanza,
Favor, amparo ó recurso,
Que tanto delito pueda
Borrar?
Demonio.
No.
Ciprian.
Pues ya ¿qué dudo?
No ociosamente en mi mano
Esté aqueste acero agudo;
Pasándome el pecho, sea
Mi voluntario verdugo.
Mas ¿qué digo? Quien de tí
[p. 313]Librar á Justina pudo,
¿A mí no podrá librarme?
Demonio.
No, que es contra tí tu insulto.
Él no ampara los delitos,
Las virtudes sí.
Ciprian.
Si es sumo
Su poder, el perdonar
Y el premiar será en él uno.
Demonio.
Tambien lo será el premiar
Y el castigar, pues es justo.
Ciprian.
Nadie castiga al rendido:
Yo lo estoy, pues lo procuro.
Demonio.
Eres mi esclavo, y no puedes
Ser de otro dueño.
Ciprian.
Eso dudo.
Demonio.
¿Cómo, estando en mi poder
La firma que con dibujos
De tu sangre, escrita tengo?
Ciprian.
El que es poder absoluto,
Y no depende de otro,
Vencerá mis infortunios.
Demonio.
¿De qué suerte?
Ciprian.
Todo es vista,
Y verá el medio oportuno.
Demonio.
Yo la tengo.
Ciprian.
Todo es manos:
El sabrá romper los nudos.
Demonio.
Dejaréte yo primero
Entre mis brazos difunto. (Luchan los dos.)
Ciprian.
¡Grande Dios de los cristianos!
Á tí en mis penas acudo.
Demonio.
(Arrojando de entre sus brazos á Cipriano.)
Ese te ha dado la vida.
Ciprian.
Más me ha de dar, pues le busco. (Vanse.)
[p. 314]Sala en el palacio del Gobernador.
EL GOBERNADOR, FABIO, soldados.
Gobern.
¿Cómo ha sido la prision?
Fabio.
Todos en su iglesia estaban
Escondidos, donde daban
Á su Dios adoracion.
Llegué con armadas gentes,
Toda la casa cerqué,
Prendílos, y los llevé
Á cárceles diferentes;
Y el suceso, en fin, concluyo
Con decir que en esta ruina
Prendí á la hermosa Justina
Y á Lisandro, padre suyo.
Gobern.
Pues si riquezas codicias,
Puestos, honores y más,
¿Cómo esas nuevas me das,
Fabio, sin pedirme albricias?
Fabio.
Si así estimas mis sucesos,
Las que me has de dar no ignoro.
Gobern.
Dí.
Fabio.
La libertad de Floro
Y Lelio, que tienes presos.
Gobern.
Aunque yo con su castigo
Parece que escarmentar
Quise todo este lugar,
Si la verdad, Fabio, digo,
Otra es la causa por qué
Presos han vivido un año:
[p. 315]Y es que así de Lelio el daño
Como padre aseguré.
Floro, su competidor,
Tiene deudos poderosos:
Y estando los dos celosos
Y empeñados en su amor,
Temí que habian de volver
Otra vez á la cuestion;
Y hasta quitar la ocasion,
No me quise resolver.
Con este intento buscaba
Algun color con que echar
A Justina del lugar;
Pero nunca le encontraba.
Y pues su virtud fingida,
No sólo ocasion me da
Hoy de desterrarla ya,
Mas de quitarla la vida,
No estén más presos; y así,
A sus prisiones irás,
Y con brevedad traerás
A Lelio y á Floro aquí.
Fabio.
Beso mil veces tus piés
Por merced tan peregrina. (Vase.)
EL GOBERNADOR, soldados.
Gobern.
Ya está en mi poder Justina,
Presa y convencida: pues
¿Qué espera mi rabia fiera,
Que ya en ella no ha vengado
[p. 316]Los enojos que me ha dado?
A sangrientas manos muera
De un verdugo.—Vos, mirad...
(A un soldado.)
Que aquí la traigais os mando
Hoy á la vergüenza, dando
Escándalo en la ciudad;
Porque si en palacio está,
Nada á darla vida baste.
(Vase el soldado con otros.)
FABIO, LELIO, FLORO.—Dichos.
Fabio.
Los dos por quien enviaste
Están á tus plantas ya.
Lelio.
Yo que al fin sólo deseo
Parecer tu hijo esta vez,
No te miro como juez,
Con los temores de reo;
Sino como padre airado,
Con los temores de hijo
Obediente.
Floro.
Y yo colijo,
Viéndome de tí llamado,
Que es para darme, señor,
Castigos que no merezco.
Pero á tus plantas me ofrezco.
Gobern.
Lelio, Floro, mi rigor
Justo con los dos ha sido,
Porque si no os castigara,
Padre, no juez me mostrara.
[p. 317]Pero teniendo entendido
Que en los nobles no duró
Nunca el enojo, y que ya
Quitada la causa está,
Intento piadoso yo
Haceros amigos luego.
En muestras de la amistad,
Aquí los brazos os dad.
Lelio.
Yo el venturoso á ser llego
En ser hoy de Floro amigo.
Floro.
Y yo de que lo seré
Doy mano y palabra.
Gobern.
En fe
Deso, á libraros me obligo,
Que si el desengaño toco
Que de vuestro amor teneis,
No dudo que lo sereis.
EL DEMONIO, gente.—Dichos.
Demonio.
(Dentro.) ¡Guarda el loco, guarda el loco!
Gobern.
¿Qué es esto?
Lelio.
Yo lo iré á ver.
(Llega á la puerta, y vuelve luego.)
Gobern.
En palacio tanto ruido,
¿De qué puede haber nacido?
Floro.
Gran causa debe de ser.
Lelio.
Aqueste ruido, señor
(Escucha un raro suceso),
Es Ciprïano, que al cabo
De tantos dias ha vuelto
[p. 318]Loco y sin juicio á Antioquía.
Floro.
Sin duda que de su ingenio
La sutileza le tiene
En aqueste estado puesto.
Gente.
(Dentro.) ¡Guarda el loco, guarda el loco!
CIPRIANO, medio desnudo, gente.—Dichos.
Ciprian.
Nunca yo he estado más cuerdo;
Que vosotros sois los locos.
Gobern.
Ciprïano, ¿pues qué es esto?
Ciprian.
Gobernador de Antioquía,
Virey del gran césar Decio,
Floro y Lelio, de quien fuí
Amigo tan verdadero,
Nobleza ilustre, gran plebe,
Estadme todos atentos;
Que por hablaros á todos
Juntos, á palacio vengo.
Yo soy Ciprïano, yo
Por mi estudio y por mi ingenio
Fuí asombro de las escuelas,
Fuí de las ciencias portento.
Lo que de todas saqué,
Fué una duda, no saliendo
Jamás de una duda sola
Confuso en mi entendimiento.
Ví á Justina, y en Justina
Ocupados mis afectos,
Dejé á la docta Minerva
Por la enamorada Vénus.
[p. 319]De su virtud despedido,
Mantuve mis sentimientos,
Hasta que mi amor, pasando
De un extremo en otro extremo,
A un huésped mio, que el mar
Le dió mis plantas por puerto,
Por Justina ofrecí el alma,
Porque me cautivó á un tiempo
El amor con esperanzas,
Y con ciencias el ingenio.
Deste, discípulo he sido,
Esas montañas viviendo,
A cuya docta fatiga
Tanta admiracion le debo,
Que puedo mudar los montes
Desde un asiento á otro asiento;
Y aunque puedo estos prodigios
Hoy ejecutar, no puedo
Atraer una hermosura
A la voz de mi deseo.
La causa de no poder
Rendir este monstruo bello,
Es que hay un Dios que la guarda,
En cuyo conocimiento
He venido á confesarle
Por el más sumo y inmenso.
El gran Dios de los cristianos
Es el que á voces confieso;
Que aunque es verdad que yo ahora
Esclavo soy del infierno,
Y que con mi sangre misma
Hecha una cédula tengo,
Con mi sangre he de borrarla
En el martirio que espero.
[p. 320]Si eres juez, si á los cristianos
Persigues duro y sangriento,
Yo lo soy; que un venerable
Anciano, en el monte mesmo
El carácter me imprimió
Que es su primer sacramento.
Ea pues, ¿qué aguardas? Venga
El verdugo, y de mi cuello
La cabeza me divida,
O con extraños tormentos
Acrisola mi constancia;
Que yo rendido y resuelto
A padecer dos mil muertes
Estoy, porque á saber llego
Que sin el gran Dios que busco,
Que adoro y que reverencio,
Las humanas glorias son
Polvo, humo, ceniza y viento.
(Cae boca abajo en el suelo, como desmayado.)
Gobern.
Tan absorto, Ciprïano,
Me deja tu atrevimiento,
Que imaginando castigos,
A ninguno me resuelvo. (Pisándole.)
Levántate.
Floro.
Desmayado,
Es una estatua de hielo.
Soldados, JUSTINA.—Dichos.
Un sold.
Aquí está, señor, Justina.
Gobern.
(Ap. Verla la cara no quiero.)
[p. 321]Con ese vivo cadáver
Todos sola la dejemos;
(Ap. á los presentes.)
Porque cerrados los dos,
Quizá mudarán de intento,
Viéndose morir el uno
Al otro; ó sañudo y fiero,
Si no adoraren mis dioses,
Morirán con mil tormentos.
Lelio.
(Ap.) Entre el amor y el espanto
Confuso voy y suspenso.
Floro.
(Ap.) Tanto tengo que sentir,
Que no sé qué es lo que siento.
(Vanse todos, ménos Justina.)
JUSTINA; CIPRIANO, sin sentido, en el suelo.
Justina.
¿Todos os vais sin hablarme?
Cuando yo contenta vengo
A morir, ¡áun no me dais
Muerte, porque la deseo!
(Repara en Cipriano.)
Mas sin duda es mi castigo,
Cerrada en este aposento,
Darme muerte dilatada,
Acompañada de un muerto,
Pues sólo un cadáver me hace
Compañía. ¡Oh tú, que al centro
De donde saliste, vuelves!
¡Dichoso tú, si te ha puesto
En este estado la fe
[p. 322]Que adoro!
Ciprian.
(Recobrándose.) Monstruo soberbio,
¿Qué aguardas, que no desatas
Mi vida en?... (Ve á Justina, y levántase.)
¡Válgame el cielo!
(Ap.) ¿No es Justina la que miro?
Justina.
(Ap.) ¿No es Ciprïano el que veo?
Ciprian.
(Ap.) Mas no es ella, que en el aire
La finge mi pensamiento.
Justina.
(Ap.) Mas no es él: por divertirme,
Fantasmas me finge el viento.
Ciprian.
Sombra de mi fantasía...
Justina.
Ilusion de mi deseo...
Ciprian.
Asombro de mis sentidos...
Justina.
Horror de mis pensamientos...
Ciprian.
¿Qué me quieres?
Justina.
¿Qué me quieres?
Ciprian.
Ya no te llamo. ¿A qué efecto
Vienes?
Justina.
¿A qué efecto tú
Me buscas? Ya en tí no pienso.
Ciprian.
Yo no te busco, Justina.
Justina.
Ni yo á tu llamada vengo.
Ciprian.
Pues ¿cómo estás aquí?
Justina.
Presa.
¿Y tú?
Ciprian.
Tambien estoy preso.
Pero tu virtud, Justina,
Díme ¿qué delito ha hecho?
Justina.
No es delito, pues ha sido
Por el aborrecimiento
De la fe de Cristo, á quien
Como á mi Dios reverencio.
Ciprian.
Bien se lo debes, Justina;
[p. 323]Que tienes un Dios tan bueno,
Que vela en defensa tuya.
Haz tú que escuche mis ruegos.
Justina.
Sí hará, si con fe le llamas.
Ciprian.
Con ella le llamo; pero
Aunque dél no desconfío,
Mis extrañas culpas temo.
Justina.
Confía.
Ciprian.
¡Ay, qué inmensos son
Mis delitos!
Justina.
Más inmensos
Son sus favores.
Ciprian.
¿Habrá
Para mí perdon?
Justina.
Es cierto.
Ciprian.
¿Cómo, si el alma he entregado
Al demonio mismo, en precio
De tu hermosura?
Justina.
No tiene
Tantas estrellas el cielo,
Tantas arenas el mar,
Tantas centellas el fuego,
Tantos átomos el dia,
Ni tantas plumas el viento,
Como él perdona pecados.
Ciprian.
Así, Justina, lo creo,
Y por él daré mil vidas.
Pero la puerta han abierto.
FABIO, trayendo presos á MOSCON, CLARIN y LIVIA.—CIPRIANO, JUSTINA.
Fabio.
Entrad, que con vuestros amos
Aquí habeis de quedar presos. (Vase.)
Livia.
Si ellos quieren ser cristianos,
¿Acá qué culpa tenemos?
Moscon.
Mucha; que los que servimos,
Harto gran delito hacemos.
Clarin.
Huyendo del monte, vine
De un riesgo á dar á otro riesgo.
Un criado.—Dichos.
Criado.
A Justina y á Cipriano
El gobernador Aurelio
Llama.
Justina.
¡Feliz yo mil veces,
Si es para el fin que deseo!—
No te acobardes, Cipriano.
Ciprian.
Fe, valor y ánimo tengo;
Que si de mi esclavitud
La vida ha de ser el precio,
Quien el alma dió por tí,
¿Qué hará en dar por Dios el cuerpo?
Justina.
Que en la muerte te querria
Dije; y pues á morir llego
[p. 325]Contigo, Cipriano, ya
Cumplí mis ofrecimientos.
(Vanse Justina, Cipriano y el criado.)
MOSCON, LIVIA, CLARIN.
Moscon.
¡Qué contentos á morir
Van!
Livia.
Mucho más contentos
Los tres á vivir quedamos.
Clarin.
No mucho; que falta un pleito
Que averiguar; y aunque aquesta
No es ocasion, por si luego
No hay lugar, no será justo
Que echemos á mal el tiempo.
Moscon.
¿Qué pleito es ese?
Clarin.
Yo he estado
Ausente...
Livia.
Dí.
Clarin.
Un año entero,
Y un año Moscon ha sido
Sin mi intermision tu dueño;
Y á rata por cantidad,
Para que iguales estemos,
Otro año has de ser mia.
Livia.
¿Pues de mí presumes eso,
Que habia de hacerte ofensa?
Los dias lloraba enteros
Que me tocaba llorar.
Moscon.
Y yo soy testigo dello;
Que el dia que no era mio
[p. 326]Guardé á tu amistad respeto.
Clarin.
Eso es falso, porque hoy
No lloraba cuando dentro
De su casa entré, y con ella
Estabas tú muy de asiento.
Livia.
No era hoy dia de plegaria.
Clarin.
Sí era, que si bien me acuerdo,
El dia que me ausenté
Era mio.
Livia.
Ese fué yerro.
Moscon.
Ya sé en lo que el yerro ha estado.
Este fué año de bisiesto,
Y fueron pares los dias.
Clarin.
Yo me doy por satisfecho,
Porque no lo ha de apurar
Todo el hombre.—Mas ¿qué es esto?
(Suena gran ruido de tempestad.)
EL GOBERNADOR, gente; luego, FABIO, LELIO y FLORO, todos alborotados; despues, EL DEMONIO.
Livia.
La casa se viene abajo.
Moscon.
¡Qué confusion! ¡qué portento!
Gobern.
Sin duda se ha desplomado
La máquina de los cielos.
(Suena la tempestad, y salen Fabio, Lelio y Floro.)
Fabio.
Apénas en el cadalso
Cortó el verdugo los cuellos
De Cipriano y de Justina,
Cuando hizo sentimiento
Toda la tierra.
[p. 327]
Lelio.
Una nube,
De cuyo abrasado seno
Abortos horribles son
Los relámpagos y truenos,
Sobre nosotros cae.
Floro.
Della
Un disforme monstruo horrendo
En las escamadas conchas
De una sierpe sale, y puesto
Sobre el cadalso, parece
Que nos llama á su silencio.
(Descúbrese el cadalso con las cabezas y cuerpos de Justina y Cipriano, y el Demonio, en lo alto, sobre una sierpe.)
Demonio.
Oid, mortales, oid
Lo que me mandan los cielos
Que en defensa de Justina
Haga á todos manifiesto.
Yo fuí quien por disfamar
Su virtud, formas fingiendo,
Su casa escalé, y entré
Hasta su mismo aposento;
Y porque nunca padezca
Su honesta fama desprecios,
A restituir su honor
De aquesta manera vengo.
Ciprïano, que con ella
Yace en feliz monumento,
Fué mi esclavo; mas borrando
Con la sangre de su cuello
La cédula que me hizo,
Ha dejado en blanco el lienzo;
Y los dos, á mi pesar,
A las esferas subiendo
Del sacro solio de Dios,
[p. 328]Viven en mejor imperio.
Esta es la verdad, y yo
La digo, porque Dios mesmo
Me fuerza á que yo la diga,
Tan poco enseñado á hacerlo.
(Cae velozmente, y húndese.)
Lelio.
¡Qué asombro!
Floro.
¡Qué confusion!
Livia.
¡Qué prodigio!
Todos.
¡Qué portento!
Gobern.
Todos estos son encantos
Que aqueste mágico ha hecho
En su muerte.
Floro.
Yo no sé
Si los dudo ó si los creo.
Lelio.
A mí me admira el pensarlos.
Clarin.
Yo solamente resuelvo
Que si él es mágico, ha sido
El mágico de los cielos.
Moscon.
Pues dejando en pié la duda
Del bien partido amor nuestro,
Al Mágico prodigioso
Pedid perdon de los yerros.
[p. 329]
[p. 330]
PERSONAS.
Don Fernando, príncipe.
Don Enrique, príncipe.
Don Juan Coutiño.
El rey de Fez, viejo.
Muley, general.
Celin.
Alfonso, rey de Portugal.
Tarudante, rey de Marruecos.
Brito, gracioso.
Fénix, infanta.
Rosa.
Zara.
Estrella.
Celima.
Soldados portugueses.
Cautivos.
Moros.
La escena es en Fez y sus contornos, y en los de Tánger.
La accion principia en el año 1437.
[p. 331]
Jardin del rey de Fez.
Cautivos, que salen cantando; ZARA.
Zara.
Cantad aquí, que ha gustado,
Miéntras toma de vestir
Fénix hermosa, de oir
Las canciones, que ha escuchado
Tal vez en los baños, llenas
De dolor y sentimiento.
Caut. 1.º
Música cuyo instrumento
Son los hierros y cadenas
Que nos aprisionan, ¿puede
Haberla alegrado?
Zara.
Sí:
Ella escucha desde aquí.
Cantad.
Caut. 2.º
Esa pena excede,
Zara hermosa, á cuantas son,
Pues solo un rudo animal,
Sin discurso racional,
Canta alegre en la prision.
[p. 332]
Zara.
¿No cantais vosotros?
Caut. 3.º
Es
Para divertir las penas
Propias, mas no las ajenas.
Zara.
Ella escucha, cantad pues.
Cautivos
(Cantando.) Al peso de los años
Lo eminente se rinde;
Que á lo fácil del tiempo
No hay conquista difícil.
ROSA.—Dichos.
Rosa.
Despejad, cautivos; dad
A vuestras canciones fin;
Porque sale á este jardin
Fénix á dar vanidad
Al campo con su hermosura,
Segunda aurora del prado.
(Vanse los cautivos.)
FÉNIX, ESTRELLA y CELIMA, como acabando de vestir á la Infanta.—ZARA, ROSA.
Estrel.
Hermosa te has levantado.
Zara.
No blasone el alba pura
Que la debe este jardin
La luz ni fragancia hermosa,
Ni la púrpura la rosa,
[p. 333]Ni la blancura el jazmin.
Fénix.
El espejo.
Estrel.
Es excusado
Querer consultar con él
Los borrones que el pincel
Sobre la tez no ha dejado. (Danle un espejo.)
Fénix.
¿De qué sirve la hermosura
(Cuando lo fuese la mia),
Si me falta la alegría,
Si me falta la ventura?
Celima.
¿Qué sientes?
Fénix.
Si yo supiera,
¡Ay Celima! lo que siento,
De mi mismo sentimiento
Lisonja al dolor hiciera;
Pero de la pena mia
No sé la naturaleza;
Que entónces fuera tristeza
Lo que hoy es melancolía.
Solo sé que sé sentir;
Lo que sé sentir no sé;
Que ilusion del alma fué.
Zara.
Pues no pueden divertir
Tu tristeza estos jardines,
Que á la primavera hermosa
Labran estatuas de rosa
Sobre templos de jazmines,
Hazte al mar: un barco sea
Dorado carro del sol.
Rosa.
Y cuando tanto arrebol
Errar por sus ondas vea,
Con grande melancolía
El jardin al mar dirá:
«Ya el sol en su centro está:
[p. 334]Muy breve ha sido este dia.»
Fénix.
Pues no me puede alegrar,
Formando sombras y léjos,
La emulacion, que en reflejos,
Tienen la tierra y el mar;
Cuando con grandezas sumas
Compiten entre esplendores
Las espumas á las flores,
Las flores á las espumas;
Porque el jardin, envidioso
De ver las ondas del mar,
Su curso quiere imitar;
Y así el céfiro amoroso
Matices rinde y olores,
Que soplando en ellas bebe,
Y hacen las hojas que mueve
Un océano de flores;
Cuando el mar, triste de ver
La natural compostura
Del jardin, tambien procura
Adornar y componer
Su playa, la pompa pierde,
Y á segunda ley sujeto,
Compite con dulce efeto
Campo azul y golfo verde,
Siendo, ya con rizas plumas,
Ya con mezclados colores.
El jardin un mar de flores,
Y el mar un jardin de espumas:
Sin duda mi pena es mucha,
No la pueden lisonjear
Campo, cielo, tierra y mar.
Zara.
Gran pena contigo lucha.
EL REY, con un retrato.—Dichos.
Rey.
Si acaso permite el mal,
Cuartana de tu belleza,
Dar treguas á tu tristeza,
Este bello original
(Que no es retrato el que tiene
Alma y vida) es del infante
De Marruecos, Tarudante,
Que á rendir á tus piés viene
Su corona: embajador
Es de su parte; y no dudo
Que, embajador que habla mudo,
Trae embajadas de amor.
Favor en su amparo tengo:
Diez mil jinetes alista
Que enviar á la conquista
De Ceuta, que ya prevengo.
Dé la vergüenza esta vez
Licencia: permite amar
A quien se ha de coronar
Rey de tu hermosura en Fez.
Fénix.
(Ap.) ¡Válgame Alá!
Rey.
¿Qué rigor
Te suspende de esa suerte?
Fénix.
(Ap.) La sentencia de mi muerte.
Rey.
¿Qué es lo que dices?
Fénix.
Señor,
Si sabes que siempre has sido
Mi dueño, mi padre y rey,
[p. 336]¿Qué he de decir? (Ap. ¡Ay Muley!
¡Grande ocasion has perdido!)
El silencio (¡ay infelice!)
Hace mi humildad inmensa.
(Ap. Miente el alma, si lo piensa;
Miente la voz, si lo dice.)
Rey.
Toma el retrato.
Fénix.
(Ap.)Forzada
La mano le tomará;
Pero el alma no podrá.
(Disparan una pieza.)
Zara.
Esta salva es á la entrada
De Muley, que hoy ha surgido
Del mar de Fez.
Rey.
Justa es.
MULEY, con baston de general.—Dichos.
Muley.
Dáme, gran señor, los piés.
Rey.
Muley, seas bien venido.
Muley.
Quien penetra el arrebol
De tan soberana esfera,
Y á quien en el puerto espera
Tal aurora, hija del sol,
Fuerza es que venga con bien.
Dáme, señora, la mano,
Que este favor soberano
Puede mereceros quien
Con amor, lealtad y fe
Nuevos triunfos te previene.
(Ap. Y fué á serviros, y viene
[p. 337]Tan amante como fué.)
Fénix.
(Ap. ¡Válgame el cielo! ¿qué veo?)
Tú, Muley (estoy mortal),
Vengas con bien.
Muley.
(Ap.) No, con mal
Será, si á mis ojos creo.
Rey.
En fin, Muley, ¿qué hay del mar?
Muley.
Hoy tu sufrimiento pruebas:
De pesar te traigo nuevas,
Porque ya todo es pesar.
Rey.
Pues cuanto supieres dí;
Que en un ánimo constante
Siempre se halla igual semblante
Para el bien y el mal.—Aquí
Te sienta, Fénix.
Fénix.
Sí haré.
Rey.
Todos os sentad.—Prosigue,
Y nada á callar te obligue,
(Siéntanse el Rey y las damas.)
Muley.
(Ap. Ni hablar ni callar podré.)
Salí, como me mandaste,
Con dos galeazas solas,
Gran señor, á recorrer
De Berbería las costas.
Fué tu intento que llegase
A aquella ciudad famosa,
Llamada en un tiempo Elisa,
Aquella que está en la boca
Del Freto Hercúleo fundada,
Y de Ceido nombre toma;
Que Ceido, Ceuta, en hebreo
Vuelto el árabe idïoma,
Quiere decir hermosura,
Y ella es ciudad siempre hermosa.
[p. 338]Aquella, pues, que los cielos
Quitaron á tu corona,
Quizá por justos enojos
Del gran profeta Mahoma,
Y en oprobio de las armas
Nuestras, miramos ahora
Que pendones portugueses
En sus torres se enarbolan,
Teniendo siempre á los ojos
Un padrastro que baldona
Nuestros aplausos, un freno
Que nuestro orgullo reporta,
Un Cáucaso que detiene
Al Nilo de tus victorias
La corriente, y puesta en medio,
El paso á España le estorba.
Iba con órdenes pues
De mirar y inquirir todas
Sus fuerzas, para decirte
La disposicion y forma
Que hoy tiene, y cómo podrás
A ménos peligro y costa
Emprender la guerra. El cielo
Te conceda la victoria
Con esta restitucion,
Aunque la dilate agora
Mayor desdicha; pues creo
Que está su empresa dudosa,
Y con más necesidad
Te está apellidando otra;
Pues las armas prevenidas
Para la gran Ceuta, importa
Que sobre Tánger acudan;
Porque amenazada llora
[p. 339]De igual pena, igual desdicha,
Igual ruina, igual congoja.
Yo lo sé, porque en el mar
Una mañana ví (á la hora
Que, medio dormido el sol,
Atropellando las sombras
Del ocaso, desmaraña
Sobre jazmines y rosas
Rubios cabellos, que enjuga
Con paños de oro á la aurora
Lágrimas de fuego y nieve,
Que el sol convirtió en aljófar),
Que á largo trecho del agua
Venía una gruesa tropa
De naves; si bien entónces
No pudo la vista absorta
Determinarse á decir
Si eran naos ó si eran rocas;
Porque como en los matices
Sutiles pinceles logran
Unos visos, unos léjos,
Que en perspectiva dudosa
Parecen montes tal vez,
Y tal ciudades famosas,
Porque la distancia siempre
Monstruos imposibles forma;
Así en países azules
Hicieron luces y sombras,
Confundiendo mar y cielo,
Con las nubes y las ondas,
Mil engaños á la vista;
Pues ella entónces curiosa,
Sólo percibió los bultos
Y no distinguió las formas.
[p. 340]Primero dos pareció,
Viendo que sus puntas tocan
Con el cielo, que eran nubes
De las que á la mar se arrojan
A concebir en zafir
Lluvias que en cristal abortan;
Y fué bien pensado, pues
Esta innumerable copia
Pareció que pretendia
Sorberse el mar gota á gota.
Luégo de marinos monstruos
Nos pareció errante copia,
Que á acompañar á Neptuno
Salian de sus alcobas;
Pues sacudiendo las velas,
Que son del viento lisonja,
Pensamos que sacudian
Las alas sobre las olas.
Ya parecia más cerca
Una inmensa Babilonia,
De quien los pensiles fueron
Flámulas que el viento azotan.
Aquí ya desengañada
La vista, mejor se informa
De que era armada, pues vió
A los sulcos de las proas
Cuando batidas espumas
Ya se encrespan, ya se entorchan,
Rizarse montes de plata,
De cristal cuajarse rocas.
Yo, que ví tanto enemigo,
Volví á su rigor la proa;
Que tambien saber huir
Es linaje de victoria.
[p. 341]Y así, como más experto
En estos mares, la boca
Tomé en una cala, adonde,
Al abrigo y á la sombra
De dos montecillos, pude
Resistir la poderosa
Furia de tan gran poder,
Que mar, cielo y tierra asombra.
Pasan sin vernos, y yo
Deseoso (¿quién lo ignora?)
De saber dónde seguia
Esta armada su derrota,
A la campaña del mar
Salí otra vez, donde logra
El cielo mis esperanzas,
En esta ocasion dichosas;
Pues ví que de aquella armada
Se habia quedado sola
Una nave, y que en el mar
Mal defendida zozobra:
Porque, segun despues supe,
De una tormenta, que todas
Corrieron, habia salido
Deshecha, rendida y rota;
Y así llena de agua estaba,
Sin que bastasen las bombas
A agotarla, y titubeando,
Ya á aquella parte, ya á estotra,
Estaba á cada vaiven
Si se ahoga, ó no se ahoga.
Llegué á ella, y aunque moro,
Les dí alivio en sus congojas;
Que el tener en las desdichas
Compañía, de tal forma
[p. 342]Consuela, que el enemigo
Suele servir de lisonja.
El deseo de vivir
Tanto á algunos les provoca,
Que haciendo al intento escalas
De gúmenas y maromas,
A la prision se vinieron;
Si bien otros les baldonan,
Diciéndoles que el vivir
Eterno es vivir con honra;
Y áun así se resistieron:
¡Portuguesa vanagloria!
De los que salieron, uno
Muy por extenso me informa.
Dice, pues, que aquella armada
Ha salido de Lisboa
Para Tánger, y que viene
A sitiarla con heroica
Determinacion que veas
En sus almenas famosas
Las quinas que ves en Ceuta
Cada vez que el sol se asoma.
Duarte de Portugal,
Cuya fama vencedora
Ha de volar con las plumas
De las águilas de Roma,
Envía á sus dos hermanos
Enrique y Fernando, gloria
Deste siglo, que los mira
Coronados de victorias.
Maestres de Cristo y de Avis
Son, los dos pechos adornan
Cruces de perfiles blancos.
Una verde y otra roja.
[p. 343]Catorce mil portugueses
Son, gran señor, los que cobran
Sus sueldos, sin los que vienen
Sirviéndolos á su costa.
Mil son los fuertes caballos,
Que la soberbia española
Los vistió para ser tigres,
Los calzó para ser onzas.
Ya á Tánger habrán llegado,
Y esta, señor, es la hora
Que, si su arena no pisan,
Al ménos sus mares cortan.
Salgamos á defenderla:
Tú mismo las armas toma:
Baje en tu valiente brazo
El azote de Mahoma,
Y del libro de la muerte
Desate la mejor hoja;
Que quizá se cumple hoy
Una profecía heroica
De Morábitos, que dicen
Que en la márgen arenosa
Del África ha de tener
La portuguesa corona
Sepulcro infeliz, y vean
Que aquesta cuchilla corva,
Campañas verdes y azules
Volvió, con su sangre, rojas.
Rey.
Calla, no me digas más;
Que de mortal furia lleno,
Cada voz es un veneno
Con que la muerte me das.
Yo á sus bríos arrogantes
Haré que en África tengan
[p. 344]Sepulcro, aunque armados vengan
Sus maestres los Infantes.
Tú, Muley, con los jinetes,
De la costa parte luego,
Miéntras yo en tu amparo llego;
Que si, como me prometes,
En escaramuzas diestras
Le ocupas, porque tan presto
No tomen tierra, y en esto
La sangre heredada muestras,
Yo tan veloz llegaré
Como tú con lo restante
Del ejército arrogante
Que en ese campo se ve;
Y así la sangre concluya
Tantos duelos en un dia,
Porque Ceuta ha de ser mia,
Y Tánger no ha de ser suya. (Vase.)
FÉNIX, MULEY, ZARA, ROSA, ESTRELLA, CELIMA.
Muley.
Aunque de paso, no quiero
Dejar, Fénix, de decir,
Ya que tengo de morir,
La enfermedad de que muero;
Que aunque pierdan mis recelos
El respeto á tu opinion,
Si celos mis penas son,
Ninguno es cortés con celos.
¿Qué retrato ¡ay enemiga!
En tu blanca mano ví?
[p. 345]¿Quién es el dichoso, dí?
¿Quién?... Mas espera, no diga
Tu lengua tales agravios:
Basta, sin saber quién sea,
Que yo en tu mano le vea,
Sin que le escuche en tus labios.
Fénix.
Muley, aunque mi deseo
Licencia de amar te dió,
De ofender y injuriar no.
Muley.
Es verdad, Fénix, ya veo
Que no es estilo ni modo
De hablarte; pero los cielos
Saben que, en habiendo celos,
Se pierde el respeto á todo.
Con grande recato y miedo
Te serví, quise y amé;
Mas si con amor callé,
Con celos, Fénix, no puedo,
No puedo.
Fénix.
No ha merecido
Tu culpa satisfaccion;
Pero yo por mi opinion
Satisfacerte he querido;
Que un agravio entre los dos
Disculpa tiene; y así,
Te la doy.
Muley.
¿Pues hayla?
Fénix.
Sí.
Muley.
¡Buenas nuevas te dé Dios!
Fénix.
Este retrato ha enviado...
Muley.
¿Quién?
Fénix.
Tarudante el infante.
Muley.
¿Para qué?
Fénix.
Porque ignorante
[p. 346]Mi padre de mi cuidado...
Muley.
Bien.
Fénix.
Pretende que estos dos
Reinos...
Muley.
No me digas más.
¿Esa disculpa me das?
¡Malas nuevas te dé Dios!
Fénix.
Pues ¿qué culpa habré tenido
De que mi padre lo trate?
Muley.
De haber hoy, aunque te mate,
El retrato recibido.
Fénix.
¿Pude excusarlo?
Muley.
¿Pues no?
Fénix.
¿Cómo?
Muley.
Otra cosa fingir.
Fénix.
Pues ¿qué pude hacer?
Muley.
Morir;
Que por tí lo hiciera yo.
Fénix.
Fué fuerza.
Muley.
Mas fué mudanza.
Fénix.
Fué violencia.
Muley.
No hay violencia.
Fénix.
Pues ¿qué pudo ser?
Muley.
Mi ausencia.
Sepulcro de mi esperanza.
Y para no asegurarme
De que te puedes mudar,
Ya me vuelvo yo á ausentar:
Vuelve, Fénix, á matarme.
Fénix.
Forzosa es la ausencia, parte...
Muley.
Ya lo está el alma primero.
Fénix.
Á Tánger, que en Fez te espero,
Donde acabes de quejarte.
Muley.
Sí haré, si mi mal dilato.
[p. 347]
Fénix.
Adios, que es fuerza el partir.
Muley.
Oye: ¿al fin me dejas ir
Sin entregarme el retrato?
Fénix.
Por el Rey no le he deshecho.
Muley.
Suelta, que no será en vano
Que saque yo de tu mano
A quien me saca del pecho. (Vanse.)
Playa de Tánger.
Tocan dentro un clarin, hay ruido de desembarcar, y van saliendo DON FERNANDO, DON ENRIQUE, DON JUAN COUTIÑO, y soldados portugueses.
D. Fern.
Yo he de ser el primero, África bella,
Que he de pisar tu márgen arenosa,
Porque oprimida al peso de mi huella
Sientas en tu cerviz la poderosa
Fuerza que ha de rendirte.
D. Enr.
Yo en el suelo
Africano la planta generosa (Cae.)
El segundo pondré. ¡Válgame el cielo!
Hasta aquí los agüeros me han seguido.
D. Fern.
Pierde, Enrique, á esas cosas el recelo,
Porque el caer agora, ántes ha sido
Que ya, como á señor, la misma tierra
Los brazos en albricias te ha pedido.
D. Enr.
Desierta esta campaña y esta sierra
Los alarbes, al vernos, han dejado.
[p. 348]
D. Juan.
Tánger las puertas de sus muros cierra.
D. Fern.
Todos se han retirado á su sagrado.
Don Juan Coutiño, conde de Miralva,
Reconoced la tierra con cuidado:
Ántes que el sol, reconociendo el alba,
Con más furia nos hiera y nos ofenda,
Haced á la ciudad la primer salva.
Decid que defenderse no pretenda,
Porque la he de ganar á sangre y fuego,
Que el campo inunde, el edificio encienda.
D. Juan.
Tú verás que á sus mismas puertas llego,
Aunque volcan de llamas y de rayos
Le deje al sol con pardas nubes ciego.
(Vase.)
BRITO.—DON FERNANDO, DON ENRIQUE, soldados portugueses.
Brito.
¡Gracias á Dios que abriles piso y mayos,
Y en la tierra me voy por donde quiero,
Sin sustos, sin vaivenes ni desmayos!
Y no en el mar, adonde, si primero
No se consulta un monstruo de madera,
Que es juez de palo, en fin, el más ligero
No se puede escapar de una carrera
En el mayor peligro. ¡Ah tierra mia!
No muera en agua yo, como no muera
Tampoco en tierra hasta el postrero dia.
D. Enr.
¡Que escuches este loco!
D. Fern.
Y que tu pena,
[p. 349]Sin razon, sin arbitrio y sin consuelo[6],
¡Tanto de tí te priva y te divierte!
D. Enr.
El alma traigo de temores llena:
Echada juzgo contra mí la suerte,
Desde que desde Lisboa, al salir, sólo
Imágenes he visto de la muerte.
Apénas, pues, al berberisco polo
Prevenimos los dos esta jornada,
Cuando de un parasismo el mismo Apolo
Amortajado en nubes, la dorada
Faz escondió, y el mar sañudo y fiero
Deshizo con tormentas nuestra armada.
Si miro al mar, mil sombras considero;
Si al cielo miro, sangre me parece
Su velo azul; si al aire lisonjero,
Aves nocturnas son las que me ofrece;
Si á la tierra, sepulcros representa,
Donde mísero yo caiga y tropiece.
D. Fern.
Pues descifrarte aquí mi amor intenta
Causa de un melancólico accidente.
Sorbernos una nave una tormenta,
Es decirnos que sobra aquella gente
Para ganar la empresa á que venimos:
Verter púrpura el cielo trasparente,
Es gala, no es horror; que si fingimos
Monstruos al agua y pájaros al viento,
Nosotros hasta aquí no los trajimos;
Pues si ellos aquí están, ¿no es argumento
Que á la tierra que habitan inhumanos,
Pronostican el fin fiero y sangriento?
[p. 350]Estos agüeros viles, miedos vanos,
Para los moros vienen, que los crean,
No para que los duden los cristianos.
Nosotros dos lo somos; no se emplean
Nuestras armas aquí por vanagloria
De que en los libros inmortales lean
Ojos humanos esta gran victoria.
La fe de Dios á engrandecer venimos.
Suyo será el honor, suya la gloria,
Si vivimos dichosos, pues morimos;
El castigo de Dios justo es temerle,
Este no viene envuelto en miedos vanos:
A servirle venimos, no á ofenderle:
Cristianos sois, haced como cristianos.—
Pero ¿qué es esto?
DON JUAN.—Dichos.
D. Juan.
Señor,
Yendo al muro á obedecerte,
A la falda de ese monte
Ví una tropa de jinetes,
Que de la parte de Fez
Corriendo á esta parte vienen
Tan veloces, que á la vista
Aves, no brutos, parecen.
El viento no los sustenta,
La tierra apénas los siente;
Y así la tierra ni el aire
Saben si corren ó vuelen.
D. Fern.
Salgamos á recibirlos,
[p. 351]Haciendo primero frente
Los arcabuceros: luégo
Los que caballos tuvieren
Salgan tambien á su usanza,
Con lanzas y con arneses.
¡Ea, Enrique, buen principio
Esta ocasion nos ofrece!
¡Ánimo!
D. Enr.
¡Tu hermano soy!
No me espantan accidentes
Del tiempo, ni me espantara
El semblante de la muerte. (Vanse.)
Brito.
El cuartel de la salud
Me toca á mí guardar siempre.
¡Oh qué brava escaramuza!
Ya se embisten, ya acometen.
¡Famoso juego de cañas!
Ponerme en cobro conviene. (Vase.)
(Tocan dentro al arma.)
Otro punto de la playa.
DON JUAN y DON ENRIQUE, peleando con varios MOROS.
D. Enr.
A ellos, que ya los moros
Vencidos la espalda vuelven.
D. Juan.
Llenos de despojos quedan,
De caballos y de gentes,
[p. 352]Estos campos.
D. Enr.
¿Don Fernando
Dónde está, que no parece?
D. Juan.
Tanto se ha empeñado en ellos,
Que ya de vista se pierde.
D. Enr.
Pues á buscarle, Coutiño.
D. Juan.
Siempre á tu lado me tienes. (Vanse.)
DON FERNANDO, con la espada de Muley, y MULEY, con adarga sola.
D. Fern.
En la desierta campaña,
Que tumba comun parece
De cuerpos muertos, si ya
No es teatro de la muerte,
Solo tú, moro, has quedado,
Porque rendida tu gente
Se retiró, y tu caballo,
Que mares de sangre vierte,
Envuelto en polvo y espuma,
Que él mismo levanta y pierde,
Te dejó para despojo
De mi brazo altivo y fuerte,
Entre los sueltos caballos
De los vencidos jinetes.
Yo ufano con tal victoria,
Que me ilustra y desvanece
Más que el ver esta campaña
[p. 353]Coronada de claveles;
Pues es tanta la vertida
Sangre con que se guarnece,
Que la piedad de los ojos
Fué tan grande, tan vêmente,
De no ver siempre desdichas,
De no mirar ruinas siempre,
Que por el campo buscaban
Entre lo rojo lo verde.
En efecto, mi valor,
Sujetando tus valientes
Bríos, de tantos perdidos
Un suelto caballo prende,
Tan monstruo, que siendo hijo
Del viento, adopcion pretende
Del fuego, y entre los dos
Lo desdice y lo desmiente
El color, pues siendo blanco,
Dice el agua: «Parto es este
De mi esfera, sola yo
Pude cuajarle de nieve.»
En fin, en lo veloz, viento,
Rayo en fin en lo eminente,
Era por lo blanco cisne,
Por lo sangriento era sierpe,
Por lo hermoso era soberbio,
Por lo atrevido valiente,
Por los relinchos lozano
Y por las cernejas fuerte.
En la silla y en las ancas
Puestos los dos juntamente,
Mares de sangre rompimos,
Por cuyas ondas crueles
Este bajel animado,
[p. 354]Hecho proa de la frente,
Rompiendo el globo de nácar,
Desde el codon al copete,
Pareció entre espuma y sangre
(Ya que bajel quise hacerle)
De cuatro espuelas herido,
Que cuatro vientos le mueven.
Rindióse al fin, si hubo peso
Que tanto Atlante oprimiese;
Si bien el de las desdichas
Hasta los brutos lo sienten;
O ya fué, que enternecido
Entre su instinto dijese:
«Triste camina el alarbe
Y el español parte alegre;
¿Luego yo contra mi patria
Soy traidor y soy aleve?»
No quiero pasar de aquí;
Y puesto que triste vienes,
Tanto, que aunque el corazon
Disimula cuanto puede,
Por la boca y por los ojos,
Volcanes que el pecho enciende.
Ardientes suspiros lanza
Y tiernas lágrimas vierte;
Admirado mi valor
De ver, cada vez que vuelve,
Que á un golpe de la fortuna
Tanto se postre y sujete
Tu valor, pienso que es otra
La causa que te entristece;
Porque por la libertad
No era justo ni decente
Que tan tiernamente llore
[p. 355]Quien tan duramente hiere.
Y así, si el comunicar
Los males alivio ofrece
Al sentimiento, entre tanto
Que llegamos á mi gente,
Mi deseo á tu cuidado,
Si tanto favor merece,
Con razones le pregunta
Comedidas y corteses,
¿Qué sientes? pues ya he creido
Que el venir preso no sientes.
Comunicado el dolor,
Se aplaca si no se vence;
Y yo, que soy el que tuve
Más parte en este accidente
De la fortuna, tambien
Quiero ser el que consuele
De tus suspiros la causa,
Si la causa lo consiente.
Muley.
Valiente eres, español,
Y cortés como valiente;
Tan bien vences con la lengua,
Como con la espada vences.
Tuya fué la vida, cuando
Con la espada entre mi gente
Me venciste; pero agora,
Que con la lengua me prendes,
Es tuya el alma, porque
Alma y vida se confiesen
Tuyas: de ambas eres dueño,
Pues ya cruel, ya clemente,
Por el trato y por las armas
Me has cautivado dos veces.
Movido de la piedad
[p. 356]De oirme, español, y verme,
Preguntado me has la causa
De mis suspiros ardientes;
Y aunque confieso que el mal
Repetido y dicho suele
Templarse, tambien confieso
Que quien le repite, quiere
Aliviarse; y es mi mal
Tan dueño de mis placeres,
Que por no hacerles disgusto,
Y que aliviado me deje,
No quisiera repetirla;
Mas ya es fuerza obedecerte.
Y quiérotela decir
Por quien soy y por quien eres.
Sobrino del rey de Fez
Soy; mi nombre es Muley Jeque,
Familia que ilustran tantos
Bajáes y belerbeyes.
Tan hijo fuí de desdichas
Desde mi primer oriente,
Que en el umbral de la vida
Nací en brazos de la muerte.
Una desierta campaña,
Que fué sepulcro eminente
De españoles, fué mi cuna;
Pues para que lo confieses,
En los Gélves nací el año
Que os perdísteis en los Gélves.
A servir al rey mi tio
Vine infante.—Pero empiecen
Las penas y las desdichas:
Cesen las venturas, cesen.
Vine á Fez, y una hermosura,
[p. 357]A quien he adorado siempre,
Junto á mi casa vivia,
Porque más cerca muriese.
Desde mis primeros años,
Porque más constante fuese
Este amor, más imposible
De acabarse y de romperse,
Ambos nos criamos juntos,
Y amor en nuestras niñeces
No fué rayo, pues hirió
En lo humilde, tierno y débil
Con más fuerza que pudiera
En lo augusto, altivo y fuerte;
Tanto, que para mostrar
Sus fuerzas y sus poderes,
Hirió nuestros corazones
Con arpones diferentes.
Pero como la porfía
Del agua en las piedras suele
Hacer señal, por la fuerza
No, sino cayendo siempre;
Así las lágrimas mias,
Porfiando eternamente.
La piedra del corazon,
Más que los diamantes fuerte,
Labraron; y no con fuerza
De méritos excelentes,
Pero con mi mucho amor
Vino en fin á enternecerse.
En este estado viví
Algun tiempo, aunque fué breve,
Gozando en auras süaves
Mil amorosos deleites.
Ausentéme, por mi mal:
[p. 358]Harto he dicho en ausentéme,
Pues en mi ausencia otro amante
Ha venido á darme muerte.
Él dichoso, yo infelice,
Él asistiendo, yo ausente,
Yo cautivo y libre él,
Me contrastara mi suerte
Cuando tú me cautivaste:
Mira si es bien me lamente.
D. Fern.
Valiente moro y galan,
Si adoras como refieres,
Si idolatras como dices,
Si amas como encareces,
Si celas como suspiras,
Si como recelas temes,
Y si como sientes amas,
Dichosamente padeces.
No quiero por tu rescate
Más precio de que le aceptes.
Vuélvete, y díle á tu dama
Que por su esclavo te ofrece
Un portugues caballero;
Y si obligada pretende
Pagarme el precio por tí,
Yo te doy lo que me debes:
Cobra la deuda en amor,
Y logra tus intereses.
Ya el caballo, que rendido
Cayó en el suelo, parece
Con el ocio y el descanso
Que restituido vuelve;
Y porque sé qué es amor,
Y qué es tardanza en ausentes,
No te quiero detener:
[p. 359]Sube en tu caballo y véte.
Muley.
Nada mi voz te responde;
Que á quien liberal ofrece,
Sólo aceptar es lisonja.
Díme, portugues, quién eres.
D. Fern.
Un hombre noble, y no más.
Muley.
Bien lo muestras, seas quien fueres.
Para el bien y para el mal
Soy tu esclavo eternamente.
D. Fern.
Toma el caballo, que es tarde.
Muley.
Pues si á tí te lo parece,
¿Qué hará á quien vino cautivo
Y libre á su dama vuelve? (Vase.)
D. Fern.
Generosa accion es dar,
Y más la vida.
Muley.
(Dentro).¡Valiente
Portugues!
D. Fern.
Desde el caballo
Habla.—¿Qué es lo que me quieres?
Muley.
(Dentro.) Espero que he de pagarte
Algun dia tantos bienes.
D. Fern.
Gózalos tú.
Muley.
(Dentro.)Porque al fin,
Hacer bien nunca se pierde.
Alá te guarde, español.
D. Fern.
Si Alá es Dios, con bien te lleve.
(Suenan dentro cajas y trompetas.)
Mas ¿qué trompeta es esta
Que el aire turba y la region molesta?
Y por estotra parte
Cajas se escuchan: música de Marte
Son las dos.
DON ENRIQUE, DON FERNANDO.
D. Enr.
¡Oh Fernando!
Tu persona, veloz vengo buscando.
D. Fern.
Enrique, ¿qué hay de nuevo?
D. Enr.
Aquellos ecos,
Ejércitos de Fez y de Marruecos
Son; porque Tarudante
Al rey de Fez socorre, y arrogante
El Rey con gente viene:
En medio cada ejército nos tiene,
De modo que cercados,
Somos los sitiadores y sitiados.
Si la espalda volvemos
Al uno, mal del otro nos podemos
Defender; pues por una y otra parte
Nos deslumbran relámpagos de Marte.
¿Qué haremos, pues, de confusiones llenos?
D. Fern.
¿Qué? Morir como buenos,
Con ánimos constantes.
¿No somos dos Maestres, dos Infantes,
Cuando bastara ser dos portugueses
Particulares, para no haber visto
La cara al miedo? Pues Avis y Cristo
A voces repitamos,
Y por la fe muramos
Pues á morir venimos.
DON JUAN.—DON FERNANDO, DON ENRIQUE.
D. Juan.
Mala salida á tierra dispusimos.
D. Fern.
Ya no es tiempo de medios:
A los brazos apelen los remedios,
Pues uno y otro ejército nos cierra
En medio. ¡Avis y Cristo!
D. Juan.
¡Guerra, guerra!
(Éntranse sacando las espadas, y dase la batalla.)
BRITO.
Ya nos cogen en medio,
Un ejército y otro, sin remedio.
¡Qué bellaca palabra!
La llave eterna de los cielos abra
Un resquicio siquiera,
Que de aqueste peligro salga afuera
Quien aquí se ha venido
Sin qué ni para qué. Pero fingido
Muerto estaré un instante,
Y muerto lo tendré para adelante.
(Échase en el suelo.)
Un moro acuchillando á DON ENRIQUE.—BRITO en el suelo.
Moro.
¿Quién tanto se defiende,
Siendo mi brazo rayo, que desciende
[p. 362]Desde la cuarta esfera?
D. Enr.
Pues aunque yo tropiece, caiga y muera
En cuerpos de cristianos,
No desmaya la fuerza de las manos;
Que ella de quien yo soy mejor avisa.
(Písanle, y éntranse.)
Brito.
¡Cuerpo de Dios con él, y qué bien pisa!
MULEY y DON JUAN COUTIÑO riñendo.—BRITO.
Muley.
Ver, portugues valiente,
En tí fuerza tan grande, no lo siente
Mi valor; pues quisiera
Daros hoy la victoria.
D. Juan.
¡Pena fiera!
Sin tiento y sin aviso,
Son cuerpos de cristianos cuantos piso.
(Vanse los dos.)
Brito.
Yo se lo perdonara,
A trueco, mi señor, que no pisara.
DON FERNANDO, retirándose del REY y de otros MOROS.—BRITO.
Rey.
Rinde la espada, altivo
Portugues; que si logro el verte vivo
En mi poder, prometo
Ser tu amigo. ¿Quién eres?
[p. 363]
D. Fern.
Un caballero soy; saber no esperes
Más de mí. Dáme muerte.
DON JUAN, que se pone al lado de DON FERNANDO.—Dichos.
D. Juan.
Primero, gran señor, mi pecho fuerte,
Que es muro de diamante,
Tu vida guardará puesto delante.
¡Ea, Fernando mio,
Muéstrese ahora el heredado brío!
Rey.
Si esto escucho, ¿qué espero?
Suspéndanse las armas, que no quiero
Hoy más felice gloria;
Que este preso me basta por victoria.
Si tu prision ó muerte
Con tal sentencia decretó la suerte,
Da la espada, Fernando,
Al Rey de Fez.
MULEY; despues DON ENRIQUE.—Dichos.
Muley.
¿Qué es lo que estoy mirando?
D. Fern.
Sólo á un rey la rindiera;
Que desesperacion negarla fuera.
(Sale Don Enrique.)
D. Enr.
¡Preso mi hermano!
D. Fern.
Enrique,
[p. 364]Tu voz más sentimiento no publique;
Que en la suerte importuna
Estos son los sucesos de fortuna.
Rey.
Enrique, Don Fernando
Está hoy en mi poder; y aunque mostrando
La ventaja que tengo,
Pudiera daros muerte, yo no vengo
Hoy más que á defenderme;
Que vuestra sangre no viniera á hacerme
Honras tan conocidas
Como podrán hacerme vuestras vidas.
Y para que el rescate
Con más puntualidad al Rey se trate,
Vuelve tú; que Fernando
En mi poder se quedará, aguardando
Que vengas á libralle.
Pero díle á Duarte, que en llevalle
Será su intento vano,
Si á Ceuta no me entrega por su mano.—
Y agora vuestra Alteza,
A quien debo esta honra, esta grandeza,
A Fez venga conmigo.
D. Fern.
Iré á la esfera cuyos rayos sigo.
Muley.
(Ap.) Porque yo tenga, ¡cielos!
Más que sentir entre amistad y celos.
D. Fern.
Enrique, preso quedo.
Ni al mal ni á la fortuna tengo miedo.
Dirásle á nuestro hermano
Que haga aquí como príncipe cristiano
En la desdicha mia.
D. Enr.
¿Pues quién de sus grandezas desconfía?
D. Fern.
Esto te encargo, y digo
Que haga como cristiano.
D. Enr.
Yo me obligo
[p. 365]A volver como tal.
D. Fern.
Dáme esos brazos.
D. Enr.
Tú eres el preso, y pónesme á mí lazos.
D. Fern.
Don Juan, adios.
D. Juan.
Yo he de quedar contigo:
De mí no te despidas.
D. Fern.
¡Leal amigo!
D. Enr.
¡Oh infelice jornada!
D. Fern.
Dirásle al Rey... Mas no le digas nada,
Si con grande silencio el miedo vano
Estas lágrimas lleva al Rey mi hermano.
(Vanse.)
Dos moros.—BRITO.
Moro 1.º
Cristiano muerto es este.
Moro 2.º
Porque no causen peste,
Echad al mar los muertos.
Brito.
En dejándôs los cascos bien abiertos
A tajos y á reveses;
(Levántase, y acuchíllalos.)
Que ainda mortos somos portugueses.
[p. 366]
Falda de un monte cercano á los jardines del rey de Fez.
FÉNIX, y luego MULEY.
Fénix.
¡Zara! ¡Rosa! ¡Estrella! ¿No
Hay quien me responda? (Sale Muley.)
Muley.
Sí,
Que tú eres sol para mí
Y para tí sombra yo,
Y la sombra al sol siguió.
El eco dulce escuché
De tu voz, y apresuré
Por esta montaña el paso.
¿Qué sientes?
Fénix.
Oye, si acaso
Puedo decir lo que fué.
Lisonjera, libre, ingrata,
Dulce y süave una fuente
Hizo apacible corriente
De cristal y undosa plata;
Lisonjera se desata,
Porque hablaba y no sentia:
Süave, porque fingia;
[p. 367]Libre, porque claro hablaba;
Dulce, porque murmuraba;
É ingrata, porque corria.
Aquí cansada llegué,
Despues de seguir ligera
En ese monte una fiera,
En cuya frescura hallé
Ocio y descanso; porque
De un montecillo á la espalda,
De quien corona y guirnalda
Fueron clavel y jazmin,
Sobre un catre de carmin
Hice un foso de esmeralda.
Apénas en él rendí
El alma al susurro blando
De las soledades, cuando
Ruido en las hojas sentí.
Atenta me puse, y ví
Una caduca africana,
Espíritu en forma humana,
Ceño arrugado y esquivo,
Que era un esqueleto vivo
De lo que fué sombra vana,
Cuya rústica fiereza,
Cuyo aspecto esquivo y bronco
Fué escultura hecha de un tronco
Sin pulirse la corteza.
Con melancolía y tristeza.
Pasiones siempre infelices,
(Para que te atemorices)
Una mano me tomó,
Y entónces ser tronco yo
Afirmé por las raíces.
Hielo introdujo en mis venas
[p. 368]El contacto, horror las voces,
Que discurriendo veloces,
De mortal veneno llenas,
Articuladas apénas,
Esto les pude entender:
«¡Ay infelice mujer!
¡Ay forzosa desventura!
¿Que en efecto esta hermosura
Precio de un muerto ha de ser?»
Dijo, y yo tan triste vivo,
Que diré mejor que muero;
Pues por instantes espero
De aquel tronco fugitivo
Cumplimiento tan esquivo,
De aquel oráculo yerto
El presagio y fin tan cierto,
Que mi vida ha de tener.—
¡Ay de mí! ¡que yo he de ser
Precio vil de un hombre muerto! (Vase.)
MULEY.
Fácil es de descifrar
Ese sueño, esa ilusion,
Pues las imágenes son
De mi pena singular.
A Tarudante has de dar
La mano de esposa; pero
Yo, que en pensarlo me muero,
Estorbaré mi rigor;
Que él no ha de gozar tu amor
[p. 369]Si no me mata primero.
Perderte yo, podrá ser;
Mas no perderte y vivir:
Luego si es fuerza el morir
Ántes que lo llegue á ver,
Precio mi vida ha de ser
Con que ha de comprarte, ¡ay cielos!
Y tú en tantos desconsuelos
Precio de un muerto serás,
Pues que morir me verás
De amor, de envidia y de celos.
DON FERNANDO, tres cautivos.—MULEY.
Caut. 1.º
Desde aquel jardin te vimos,
Donde estamos trabajando,
Andar á caza, Fernando,
Y todos juntos venimos
A arrojarnos á tus piés.
Caut. 2.º
Solamente este consuelo
Aquí nos ofrece el cielo.
Caut. 3.º
Piedad como suya es.
D. Fern.
Amigos, dadme los brazos;
Y sabe Dios si con ellos
Quisiera de vuestros cuellos
Romper los nudos y lazos
Que os aprisionan; que á fe
Que os darian libertad
Ántes que á mí; mas pensad
Que favor del cielo fué
Esta piadosa sentencia;
[p. 370]Él mejorará la suerte,
Que á la desdicha más fuerte
Sabe vencer la prudencia.
Sufrid con ella el rigor
Del tiempo y de la fortuna:
Deidad bárbara, importuna,
Hoy cadáver y ayer flor,
No permanece jamás,
Y así os mudará de estado.—
¡Ay Dios! que al necesitado
Darle consejo no más,
No es prudencia; y en verdad,
Que aunque quiera regalaros,
No tengo esta vez qué daros:
Mis amigos, perdonad.
Ya de Portugal espero
Socorro, presto vendrá:
Vuestra mi hacienda será;
Para vosotros la quiero.
Si me vienen á sacar
Del cautiverio, ya digo
Que todos ireis conmigo.
Id con Dios á trabajar,
No disgusteis vuestros dueños.
Caut. 1.º
Señor, tu vida y salud
Hace nuestra esclavitud
Dichosa.
Caut. 2.º
Siglos pequeños
Los del Fénix sean, señor,
Para que vivas. (Vanse los cautivos.)
DON FERNANDO, MULEY.
D. Fern.
El alma
Queda en lastimosa calma,
Viendo que os vais sin favor
De mis manos. ¡Quién pudiera
Socorrerlos! ¡Qué dolor!
Muley.
Aquí estoy viendo el amor
Con que la desdicha fiera
De esos cautivos tratais.
D. Fern.
Duélome de su fortuna,
Y en la desdicha importuna
Que á esos cautivos mirais
Aprendo á ser infelice;
Y algun dia podrá ser
Que los haya menester.
Muley.
¿Eso vuestra Alteza dice?
D. Fern.
Naciendo infante, he llegado
A ser esclavo; y así
Temo venir desde aquí
A más miserable estado;
Que si ya en aqueste vivo,
Mucha más distancia tray
De infante á cautivo, que hay
De cautivo á más cautivo.
Un dia llama á otro dia,
Y así llama y encadena
Llanto á llanto y pena á pena.
Muley.
¡No fuera mayor la mia!
Que vuestra Alteza mañana,
[p. 372]Aunque hoy cautivo está,
A su patria volverá;
Pero mi esperanza es vana,
Pues no puede alguna vez
Mejorarse mi fortuna,
Mudable más que la luna.
D. Fern.
Cortesano soy de Fez,
Y nunca de los amores
Que me contaste, te oí
Novedad.
Muley.
Fueron en mí
Recatados los favores.
El dueño juré encubrir;
Pero á la amistad atento,
Sin quebrar el juramento,
Te lo tengo de decir.
Tan solo mi mal ha sido
Como solo mi dolor;
Porque el Fénix y mi amor
Sin semejante han nacido.
En ver, oir y callar
Fénix es mi pensamiento;
Fénix es mi sufrimiento
En temer, sentir y amar;
Fénix mi desconfianza
En llorar y padecer;
En merecerla y temer
Aun es Fénix mi esperanza;
Fénix mi amor y cuidado;
Y pues que es Fénix te digo,
Como amante y como amigo,
Ya lo he dicho y lo he callado. (Vase.)
D. Fern.
Cuerdamente declaró
El dueño amante y cortés:
[p. 373]Si Fénix su pena es,
No he de competirla yo;
Que la mia es comun pena.
No me doy por entendido;
Que muchos la han padecido
Y vive de enojos llena.
EL REY.—DON FERNANDO.
Rey.
Por la falda deste monte
Vengo siguiendo á tu Alteza,
Porque, ántes que el sol se oculte
Entre corales y perlas,
Te diviertas en la lucha
De un tigre, que ahora cercan
Mis cazadores.
D. Fern.
Señor,
Gustos por puntos inventas
Para agradarme: si así
A tus esclavos festejas.
No echarán ménos la patria.
Rey.
Cautivos de tales prendas
Que honran al dueño, es razon
Servirlos desta manera.
DON JUAN.—Dichos.
D. Juan.
Sal, gran señor, á la orilla
Del mar, y verás en ella
[p. 374]El más hermoso animal
Que añadió naturaleza
Al artificio; porque
Una cristiana galera
Llega al puerto, tan hermosa,
Aunque toda oscura y negra,
Que al verla se duda cómo
Es alegre su tristeza.
Las armas de Portugal
Vienen por remate della;
Que como tienen cautivo
A su Infante, tristes señas
Visten por su esclavitud,
Y á darle libertad llegan,
Diciendo su sentimiento.
D. Fern.
Don Juan amigo, no es esa
De su luto la razon;
Que si á librarme vinieran,
En fe de mi libertad,
Fueran alegres las muestras.
DON ENRIQUE, vestido de luto, con un pliego.—Dichos.
D. Enr.
(Al Rey.) Dadme, gran señor, los brazos.
Rey.
Con bien venga vuestra Alteza.
D. Fern.
¡Ay Don Juan, cierta es mi muerte!
Rey.
¡Ay Muley, mi dicha es cierta!
D. Enr.
Ya que de vuestra salud
Me informa vuestra presencia,
Para abrazar á mi hermano
[p. 375]Me dad, gran señor, licencia.
¡Ay Fernando! (Abrázanse.)
D. Fern.
Enrique mio,
¿Qué traje es ese? Mas cesa:
Harto me han dicho tus ojos,
Nada me diga tu lengua.
No llores, que si es decirme
Que es mi esclavitud eterna,
Eso es lo que más deseo:
Albricias pedir pudieras,
Y en vez de dolor y luto
Vestir galas y hacer fiestas.
¿Cómo está el Rey mi señor?
Porque como salud tenga,
Nada siento. ¿Aun no respondes?
D. Enr.
Si repetidas las penas
Se sienten dos veces, quiero
Que sola una vez las sientas.—
Tú escúchame, gran señor; (Al Rey.)
Que aunque una montaña sea
Rústico palacio, aquí
Te pido me des audiencia,
A un preso la libertad,
Y atencion justa á estas nuevas.
Rota y deshecha la armada,
Que fué con vana soberbia
Pesadumbre de las ondas,
Dejando en África presa
La persona del Infante,
A Lisboa dí la vuelta.
Desde el punto que Duarte
Oyó tan trágicas nuevas,
De una tristeza cubrió
El corazon, de manera
[p. 376]Que pasando á ser letargo
La melancolía primera,
Muriendo, desmintió á cuantos
Dicen que no matan penas.
Murió el Rey, que esté en el cielo.
D. Fern.
¡Ay de mí! ¿Tanto le cuesta
Mi prision?
Rey.
De esa desdicha
Sabe Alá lo que me pesa.
Prosigue.
D. Enr.
En su testamento
El Rey mi señor ordena
Que luego por la persona
Del Infante se dé á Ceuta.
Y así yo con los poderes
De Alfonso, que es quien le hereda,
Porque solo este lucero
Supliera del sol la ausencia,
Vengo á entregar la ciudad;
Y pues...
D. Fern.
No prosigas, cesa,
Cesa, Enrique; porque son
Palabras indignas esas,
No de un portugues infante,
De un maestre, que profesa
De Cristo la religion,
Pero áun de un hombre lo fueran
Vil, de un bárbaro sin luz
De la fe de Cristo eterna.
Mi hermano, que está en el cielo,
Si en su testamento deja
Esa cláusula, no es
Para que se cumpla y lea,
Sino para mostrar solo
[p. 377]Que mi libertad desea,
Y esa se busque por otros
Medios y otras conveniencias,
O apacibles ó crueles.
Porque decir: «Dése á Ceuta,»
Es decir: hasta eso haced
Prodigiosas diligencias.
Que un rey católico y justo,
¿Cómo fuera, cómo fuera
Posible entregar á un moro
Una ciudad que le cuesta
Su sangre, pues fué el primero
Que con solo una rodela
Y una espada enarboló
Las quinas en sus almenas?
Y esto es lo que importa ménos.
Una ciudad que confiesa
Católicamente á Dios,
La que ha merecido iglesias
Consagradas á sus cultos
Con amor y reverencia,
¿Fuera católica accion,
Fuera religion expresa,
Fuera cristiana piedad,
Fuera hazaña portuguesa
Que los templos soberanos,
Atlantes de las esferas,
En vez de doradas luces,
Adonde el sol reverbera,
Vieran otomanas sombras;
Y que sus lunas opuestas
En la iglesia, estos eclipses
Ejecutasen tragedias?
¿Fuera bien que sus capillas
[p. 378]A ser establos vinieran,
Sus altares á pesebres,
Y cuando aquesto no fuera,
Volvieran á ser mezquitas?
Aquí enmudece la lengua,
Aquí me falta el aliento,
Aquí me ahoga la pena;
Porque en pensarlo no más
El corazon se me quiebra,
El cabello se me eriza
Y todo el cuerpo me tiembla.
Porque establos y pesebres
No fuera la vez primera
Que hayan hospedado á Dios;
Pero en ser mezquitas, fueran
Un epitafio, un padron
De nuestra inmortal afrenta,
Diciendo: «Aquí tuvo Dios
Posada, y hoy se la niegan
Los cristianos, para darla
Al demonio.» Aun no se cuenta
(Acá moralmente hablando)
Que nadie en casa se atreva
De otro á ofenderle: ¿era justo
Que entrara en su casa mesma
A ofender á Dios el vicio,
Y que acompañado fuera
De nosotros, y nosotros
Le guardáramos la puerta,
Y para dejarle dentro
A Dios echásemos fuera?
Los católicos que habitan
Con sus familias y haciendas
Hoy, quizá prevaricaran
[p. 379]En la fe, por no perderlas.
¿Fuera bien ocasionar
Nosotros la contingencia
Deste pecado? Los niños
Que tiernos crian en ella
Los cristianos, ¿fuera bueno
Que los moros indujeran
A sus costumbres y ritos
Para vivir en su secta?
¿En mísero cautiverio
Fuera bueno que murieran
Hoy tantas vidas, por una
Que no importa que se pierda?
¿Quién soy yo? ¿soy más que un hombre?
Si es número que acrecienta
El ser infante, ya soy
Un cautivo: de nobleza
No es capaz el que es esclavo;
Yo lo soy: luego ya yerra
El que infante me llamare.
Si no lo soy, ¿quién ordena
Que la vida de un esclavo
En tanto precio se venda?
Morir es perder el sér,
Yo le perdí en una guerra:
Perdí el sér, luego morí:
Morí, luego ya no es cuerda
Hazaña que por un muerto
Hoy tantos vivos perezcan.
Y así estos vanos poderes,
Hoy, divididos en piezas,
Serán átomos del sol,
Serán del fuego centellas.
(Rompe el pliego que traia Don Enrique.)
[p. 380]Mas no, yo los comeré
Porque áun no quede una letra
Que informe al mundo que tuvo
La lusitana nobleza
Este intento.—Rey, yo soy
Tu esclavo, dispon, ordena
De mí; libertad no quiero,
Ni es posible que la tenga.
Enrique, vuelve á tu patria:
Dí que en África me dejas
Enterrado; que mi vida
Yo haré que muerte parezca.
Cristianos, Fernando es muerto;
Moros, un esclavo os queda;
Cautivos, un compañero
Hoy se añade á vuestras penas;
Cielos, un hombre restaura
Vuestras divinas iglesias;
Mar, un mísero, con llanto,
Vuestras ondas acrecienta;
Montes, un triste os habita,
Igual ya de vuestras fieras;
Viento, un pobre con sus voces
Os duplica las esferas;
Tierra, un cadáver hoy labra
En tus entrañas su huesa:
Porque rey, hermano, moros,
Cristianos, sol, luna, estrellas,
Cielo, tierra, mar y viento,
Fieras, montes, todos sepan
Que hoy un príncipe constante,
Entre desdichas y penas,
La fe católica ensalza,
La ley de Dios reverencia;
[p. 381]Pues cuando no hubiera otra
Razon más que tener Ceuta
Una iglesia consagrada
Á la Concepcion eterna
De la que es Reina y Señora
De los cielos y la tierra,
Perdiera, vive ella misma,
Mil vidas en su defensa.
Rey.
Desagradecido, ingrato
A las glorias y grandezas
De mi reino, ¿cómo así
Hoy me quitas, hoy me niegas
Lo que más he deseado?
Mas si en mi reino gobiernas
Más que en el tuyo, ¿qué mucho
Que la esclavitud no sientas?
Pero ya que esclavo mio
Te nombras y te confiesas,
Como á esclavo he de tratarte:
Tu hermano y los tuyos vean
Que ya como vil esclavo
Los piés ahora me besas.
D. Enr.
¡Qué desdicha!
Muley.
¡Qué dolor!
D. Enr.
¡Qué desventura!
D. Juan.
¡Qué pena!
Rey.
Mi esclavo eres.
D. Fern.
Es verdad,
Y poco en eso te vengas;
Que si para una jornada
Salió el hombre de la tierra
Al fin de varios caminos,
Es para volver á ella.
Más tengo que agradecerte
[p. 382]Que culparte, pues me enseñas
Atajos para llegar
A la posada más cerca.
Rey.
Siendo esclavo tú, no puedes
Tener títulos ni rentas.
Hoy Ceuta está en tu poder:
Si cautivo te confiesas,
Si me confiesas por dueño,
¿Por qué no me das á Ceuta?
D. Fern.
Porque es de Dios, y no es mia.
Rey.
¿No es precepto de obediencia
Obedecer al señor?
Pues yo te mando con ella
Que la entregues.
D. Fern.
En lo justo
Dice el cielo que obedezca
El esclavo á su señor;
Porque si el señor dijera
Á su esclavo que pecara,
Obligacion no tuviera
De obedecerle; porque
Quien peca mandado, peca.
Rey.
Daréte muerte.
D. Fern.
Esa es vida.
Rey.
Pues para que no lo sea,
Vive muriendo; que yo
Rigor tengo.
D. Fern.
Y yo paciencia.
Rey.
Pues no tendrás libertad.
D. Fern.
Pues no será tuya Ceuta.
Rey.
¡Hola!
CELIN, moros.—Dichos.
Celin.
Señor...
Rey.
Luego al punto
Aquese cautivo sea
Igual á todos: al cuello
Y á los piés le echad cadenas;
A mis caballos acuda
Y en baño y jardin, y sea
Abatido como todos;
No vista ropas de seda,
Sino sarga humilde y pobre;
Coma negro pan, y beba
Agua salobre; en mazmorras
Húmedas y oscuras duerma;
Y á criados y á vasallos
Se extienda aquesta sentencia.
Llevadlos todos.
D. Enr.
¡Qué llanto!
Muley.
¡Qué desdicha!
D. Juan.
¡Qué tristeza!
Rey.
Veré, bárbaro, veré
Si llega á más tu paciencia
Que mi rigor.
D. Fern.
Sí verás;
Porque esta en mí será eterna. (Llévanle.)
Rey.
Enrique, por el seguro
De mi palabra, que vuelvas
A Lisboa te permito;
El mar africano deja.
[p. 384]Dí en tu patria que su Infante,
Su Maestre de Avis, queda
Curándome los caballos;
Que á darle libertad vengan.
D. Enr.
Sí harán, que si yo le dejo
En su infelice miseria,
Y me sufre el corazon
El no acompañarle en ella,
Es porque pienso volver
Con más poder y más fuerza,
Para darle libertad.
Rey.
Muy bien harás, como puedas.
Muley.
(Ap.) Ya ha llegado la ocasion
De que mi lealtad se vea.
La vida debo á Fernando,
Yo le pagaré la deuda. (Vanse.)
Jardin.
CELIN; DON FERNANDO, de cautivo y con cadenas; despues, CAUTIVOS.
Celin.
El Rey manda que asistas
En aqueste jardin, y no resistas
Su ley á tu obediencia. (Vase.)
D. Fern.
Mayor que su rigor, es mi paciencia.
(Salen varios cautivos, y uno canta miéntras los otros cavan en el jardin.)
[p. 385]
Caut. 1.º
(Canta.) Á la conquista de Tánger,
Contra el tirano de Fez,
Al infante Don Fernando
Envió su hermano el Rey.
D. Fern.
¡Que un instante mi historia
No deje de cansar á la memoria!
Triste estoy y turbado.
Caut. 2.º
¿Cautivo, cómo estais tan descuidado?
No lloreis, consolaos; que ya el Maestre
Dijo que volveremos
Presto á la patria, y libertad tendremos.
Ninguno ha de quedar en este suelo.
D. Fern.
(Ap.) ¡Qué presto perdereis ese consuelo!
Caut. 2.º
Consolad los rigores,
Y ayudadme á regar aquestas flores.
Tomad los cubos, y agua me id trayendo
De aquel estanque.
D. Fern.
Obedecer pretendo.
Buen cargo me habeis dado,
Pues agua me pedís; que mi cuidado,
Sembrando penas, cultivando enojos,
Llenará en la corriente de mis ojos. (Vase.)
Caut. 2.º
A este baño han echado
Más cautivos.
DON JUAN y otro cautivo.—Dichos.
D. Juan.
Miremos con cuidado
Si estos jardines fueron
Donde vino, ó si acaso éstos le vieron;
Porque en su compañía
[p. 386]Ménos el llanto y el dolor sería,
Y mayor el consuelo.—
Dígasme, amigo, que te guarde el cielo,
Si viste cultivando
Este jardin al maestre Don Fernando.
Caut. 2.º
No, amigo, no le he visto.
D. Juan.
Mal el dolor y lágrimas resisto.
Caut. 3.º
Digo que el baño abrieron,
Y que nuevos cautivos á él vinieron.
DON FERNANDO, con dos cubos de agua.—Dichos.
D. Fern.
Mortales, no os espante
Ver un maestre de Avis, ver un infante
En tan mísera afrenta;
Que el tiempo estas miserias representa.
D. Juan.
Pues señor, ¡vuestra Alteza
En tan mísero estado! De tristeza
Rompa el dolor el pecho.
D. Fern.
¡Válgate Dios, qué gran pesar me has hecho,
Don Juan, en descubrirme!
Que quisiera ocultarme y encubrirme
Entre mi misma gente,
Sirviendo pobre y miserablemente.
Caut. 1.º
Señor, que perdoneis humilde os ruego
Haber andado yo tan loco y ciego.
Caut. 2.º
Dános, señor, tus piés.
D. Fern.
Alzad, amigo,
No hagais tal ceremonia ya conmigo.
D. Juan.
Vuestra Alteza...
D. Fern.
¿Qué Alteza
[p. 387]Ha de tener quien vive en tal bajeza?
Ved que yo humilde vivo,
Y soy entre vosotros un cautivo:
Ninguno ya me trate
Sino como á su igual.
D. Juan.
¡Que no desate
Un rayo el cielo para darme muerte!
D. Fern.
Don Juan, no ha de quejarse desa suerte
Un noble. ¿Quién del cielo desconfía?
La prudencia, el valor, la bizarría
Se ha de mostrar ahora.
ZARA, con un azafate.—Dichos.
Zara.
Al jardin sale Fénix mi señora,
Y manda que matices y colores
Borden este azafate de sus flores.
D. Fern.
Yo llevársele espero,
Que en cuanto sea servir, seré el primero.
Caut. 1.º
Ea, vamos á cogellas.
Zara.
Aquí os aguardo miéntras vais por ellas.
D. Fern.
No me hagais cortesías:
Iguales vuestras penas y las mias
Son; y pues nuestra suerte,
Si hoy no, mañana ha de igualar la muerte,
No será accion liviana
No dejar hoy que hacer para mañana.
(Vanse el Infante y todos haciéndole cortesías, y quédase Zara.)
FÉNIX, ROSA, ZARA.
Fénix.
¿Mandaste que me trajesen
Las flores?
Zara.
Ya lo mandé.
Fénix.
Sus colores deseé.
Para que me divirtiesen.
Rosa.
¡Que tales, señora, fuesen,
Creyendo tus fantasías,
Tus graves melancolías!
Zara.
¿Qué te obligó á estar así?
Fénix.
No fué sueño lo que ví,
Que fueron desdichas mias.
Cuando sueña un desdichado
Que es dueño de algun tesoro,
Ni dudo, Zara, ni ignoro
Que entónces es bien soñado;
Mas si á soñar ha llegado
En fortuna tan incierta,
Que desdichas le concierta,
Ya aquello sus ojos ven,
Pues soñando el mal y el bien,
Halla el mal cuando despierta.
Piedad no espero ¡ay de mí!
Porque mi mal será cierto.
Zara.
¿Y qué dejas para el muerto,
Si tú lo sientes así?
Fénix.
Ya mis desdichas creí.
¡Precio de un muerto! ¿Quién vió
Tal pena? No hay gusto, no,
[p. 389]A una infelice mujer.
¿Que al fin de un muerto he de ser?
¿Quién será este muerto?
DON FERNANDO, con las flores.—FÉNIX, ZARA, ROSA.
D. Fern.
Yo.
Fénix.
¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo?
D. Fern.
¿Qué te admira?
Fénix.
De una suerte
Me admira el oirte y verte.
D. Fern.
No lo jures, bien lo creo.
Yo pues, Fénix, que deseo
Servirte humilde, traia
Flores, de la suerte mia
Jeroglíficos, señora,
Pues nacieron con la aurora,
Y murieron con el dia.
Fénix.
Á la maravilla dió
Ese nombre al descubrilla.
D. Fern.
¿Qué flor, dí, no es maravilla
Cuando te la sirvo yo?
Fénix.
Es verdad. Dí, ¿quién causó
Esta novedad?
D. Fern.
Mi suerte.
Fénix.
¿Tan rigurosa es?
D. Fern.
Tan fuerte.
Fénix.
Pena das.
D. Fern.
Pues no te asombre.
Fénix.
¿Por qué?
[p. 390]
D. Fern.
Porque nace el hombre
Sujeto á fortuna y muerte.
Fénix.
¿No eres Fernando?
D. Fern.
Sí soy.
Fénix.
¿Quién te puso así?
D. Fern.
La ley
De esclavo.
Fénix.
¿Quién la hizo?
D. Fern.
El Rey.
Fénix.
¿Por qué?
D. Fern.
Porque suyo soy.
Fénix.
¿Pues no te ha estimado hoy?
D. Fern.
Y tambien me ha aborrecido.
Fénix.
¿Un dia posible ha sido
A desunir dos estrellas?
D. Fern.
Para presumir por ellas,
Las flores habrán venido.
Estas, que fueron pompa y alegría
Despertando al albor de la mañana,
A la tarde serán lástima vana,
Durmiendo en brazos de la noche fria.
Este matiz, que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
Será escarmiento de la vida humana:
¡Tanto se emprende en término de un dia!
A florecer las rosas madrugaron,
Y para envejecerse florecieron:
Cuna y sepulcro en un boton hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
En un dia nacieron y espiraron;
Que pasados los siglos, horas fueron.
Fénix.
Horror y miedo me has dado,
Ni oirte ni verte quiero;
Sé el desdichado primero
[p. 391]De quien huye un desdichado.
D. Fern.
¿Y las flores?
Fénix.
Si has hallado
Jeroglíficos en ellas,
Deshacellas y rompellas
Sólo sabrán mis rigores.
D. Fern.
¿Qué culpa tienen las flores?
Fénix.
Parecerse á las estrellas.
D. Fern.
¿Ya no las quieres?
Fénix.
Ninguna
Estimo en su rosicler.
D. Fern.
¿Cómo?
Fénix.
Nace la mujer
Sujeta á muerte y fortuna;
Y en esta estrella importuna
Tasada mi vida ví.
D. Fern.
¿Flores con estrellas?
Fénix.
Sí.
D. Fern.
Aunque sus rigores lloro,
Esa propiedad ignoro.
Fénix.
Escucha, sabráslo.
D. Fern.
Dí.
Fénix.
Esos rasgos de luz, esas centellas
Que cobran con amagos superiores
Alimentos del sol en resplandores,
Aquello viven que se duele dellas.
Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
Efímeras padecen sus ardores;
Pues si un dia es el siglo de las flores,
Una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva
Ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere:
Registro es nuestro, ó muera el sol ó viva.
¿Qué duracion habrá que el hombre espere,
[p. 392]O qué mudanza habrá, que no reciba
De astro, que cada noche nace y muere?
(Vanse Fénix, Zara y Rosa.)
MULEY.—DON FERNANDO.
Muley.
A que se ausentase Fénix
En esta parte esperé;
Que el águila más amante
Huye de la luz tal vez.
¿Estamos solos?
D. Fern.
Sí.
Muley.
Escucha.
D. Fern.
¿Qué quieres, noble Muley?
Muley.
Que sepas que hay en el pecho
De un moro lealtad y fe.
No sé por dónde empezar
A declararme, ni sé
Si diga cuánto he sentido
Este inconstante desden
Del tiempo, este estrago injusto
De la suerte, este cruel
Ejemplo del mundo, y este
De la fortuna vaiven.
Pero á riesgo estoy, si aquí
Hablar contigo me ven;
Que tratarte sin respeto
Es ya decreto del Rey.
Y así, á mi dolor dejando
La voz, que él podrá más bien
Explicarse como esclavo,
[p. 393]Vengo á arrojarme á esos piés.
Yo lo soy tuyo, y así
No vengo, Infante, á ofrecer
Mi favor, sino á pagar
Deuda que un tiempo cobré.
La vida que tú me diste,
Vengo á darte; que hacer bien
Es tesoro que se guarda
Para cuando es menester.
Y porque el temor me tiene
Con grillos de miedo al pié,
Y está mi pecho y mi cuello
Entre el cuchillo y cordel,
Quiero, acortando discursos,
Declararme de una vez.
Y así digo, que esta noche
Tendré en el mar un bajel
Prevenido; en las troneras
De las mazmorras pondré
Instrumentos, que desarmen
Las prisiones que teneis.
Luégo, por parte de afuera,
Los candados romperé:
Tú con todos los cautivos,
Que Fez encierra hoy en él,
Vuelve á tu patria, seguro
De que yo lo quedo en Fez;
Pues es fácil el decir
Que ellos pudieron romper
La prision; y así los dos
Habremos librado bien,
Yo el honor y tú la vida;
Pues es cierto que á saber
El Rey mi intento, me diera
[p. 394]Por traidor con justa ley,
Que no sintiera el morir.
Y porque son menester
Para granjear voluntades
Dineros, aquí se ve
A estas joyas reducido
Innumerable interes.
Este es, Fernando, el rescate
De mi prision, esta es
La obligacion que te tengo;
Que un esclavo noble y fiel
Tan inmenso bien habia
De pagar alguna vez.
D. Fern.
Agradecerte quisiera
La libertad; pero el Rey
Sale al jardin.
Muley.
¿Hate visto
Conmigo?
D. Fern.
No.
Muley.
Pues no des
Que sospechar.
D. Fern.
Destos ramos
Haré rústico cancel,
Que me encubra miéntras pasa. (Escóndese.)
EL REY.—MULEY.
Rey.
(Ap. ¿Con tal secreto Muley
Y Fernando? ¿Y irse el uno
En el punto que me ve,
Y disimular el otro?
[p. 395]Algo hay aquí que temer.
Sea cierto, ó no sea cierto,
Mi temor procuraré
Asegurar.) Mucho estimo...
Muley.
Gran señor, dáme tus piés.
Rey.
Hallarte aquí.
Muley.
¿Qué me mandas?
Rey.
Mucho he sentido el no ver
A Ceuta por mia.
Muley.
Conquista,
Coronado de laurel,
Sus muros; que á tu valor
Mal se podrá defender.
Rey.
Con más doméstica guerra
Se ha de rendir á mis piés.
Muley.
¿De qué suerte?
Rey.
Desta suerte:
Con abatir y poner
A Fernando en tal estado,
Que él mismo á Ceuta me dé.
Sabrás, pues, Muley amigo,
Que yo he llegado á temer
Que del Maestre la persona
No está muy segura en Fez.
Los cautivos, que en estado
Tan abatido le ven,
Se lastiman, y recelo
Que se amotinen por él.
Fuera desto, siempre ha sido
Poderoso el interes;
Que las guardas con el oro
Son fáciles de romper.
Muley.
(Ap. Yo quiero apoyar agora
Que todo esto puede ser,
[p. 396]Porque de mí no se tenga
Sospecha.) Tú temes bien,
Fuerza es que quieran librarle.
Rey.
Pues sólo un remedio hallé,
Porque ninguno se atreva
A atropellar mi poder.
Muley.
¿Y es, señor?
Rey.
Muley, que tú
Le guardes, y á cargo esté
Tuyo; á tí no ha de torcerte
Ni el temor ni el interes.
Alcaide eres del Infante,
Procura el guardarle bien;
Porque en cualquiera ocasion
Tú me has de dar cuenta dél. (Vase.)
Muley.
Sin duda alguna que oyó
Nuestros conciertos el Rey.
¡Válgame Alá!
DON FERNANDO.—MULEY.
D. Fern.
¿Qué te aflige?
Muley.
¿Has escuchado?
D. Fern.
Muy bien.
Muley.
¿Pues para qué me preguntas
Qué me aflige, si me ves
En tan ciega confusion,
Y entre mi amigo y el Rey,
El amistad y el honor
Hoy en batalla se ven?
Si soy contigo leal,
[p. 397]He de ser traidor con él;
Ingrato seré contigo,
Si con él me juzgo fiel.
¿Qué he de hacer (¡valedme, cielos!),
Pues al mismo que llegué
A rendir la libertad,
Me entrega, para que esté
Seguro en mi confianza?
¿Qué he de hacer si ha echado el Rey
Llave maestra al secreto?
Mas para acertarlo bien,
Te pido que me aconsejes:
Díme tú qué debo hacer.
D. Fern.
Muley, amor y amistad
En grado inferior se ven
Con la lealtad y el honor.
Nadie iguala con el Rey;
El solo es igual consigo:
Y así mi consejo es
Que á él le sirvas y me faltes.
Tu amigo soy; y porque
Esté seguro tu honor,
Yo me guardaré tambien;
Y aunque otro llegue á ofrecerme
Libertad, no acetaré
La vida, porque tu honor
Conmigo seguro esté.
Muley.
Fernando, no me aconsejas
Tan leal como cortés.
Sé que te debo la vida,
Y que pagártela es bien;
Y así lo que está tratado,
Esta noche dispondré.
Líbrate tú, que mi vida
[p. 398]Se quedará á padecer
Tu muerte: líbrate tú,
Que nada temo despues.
D. Fern.
¿Y será justo que yo
Sea tirano y cruel
Con quien conmigo es piadoso,
Y mate al honor cruel
Que á mí me está dando vida?
No, y así te quiero hacer
Juez de mi causa y mi vida:
Aconséjame tambien.
¿Tomaré la libertad
De quien queda á padecer
Por mí? ¿Dejaré que sea
Uno con su honor cruel,
Por ser liberal conmigo?
¿Qué me aconsejas?
Muley.
No sé;
Que no me atrevo á decir
Sí ni no: el no, porque
Me pesará que lo diga;
Y el sí, porque echo de ver
Si voy á decir que sí,
Que no te aconsejo bien.
D. Fern.
Sí aconsejas, porque yo,
Por mi Dios y por mi ley,
Seré un príncipe constante
En la esclavitud de Fez.
[p. 399]
Sala de una quinta del rey moro.
MULEY, EL REY.
Muley.
(Ap. Ya que socorrer no espero,
Por tantas guardas del Rey,
A Don Fernando, hacer quiero
Sus ausencias, que esta es ley
De un amigo verdadero.)
Señor, pues yo te serví
En tierra y mar, como sabes,
Si en tu gracia merecí
Lugar, en penas tan graves
Atento me escucha.
Rey.
Dí.
Muley.
Fernando...
Rey.
No digas más.
Muley.
¿Posible es que no me oirás?
Rey.
No, que diciendo Fernando,
Ya me ofendes.
Muley.
¿Cómo, ó cuándo?
Rey.
Como ocasion no me das
[p. 400]De hacer lo que me pidieres,
Cuando me ruegas por él.
Muley.
¿Si soy su guarda, no quieres,
Señor, que dé cuenta dél?
Rey.
Dí; pero piedad no esperes.
Muley.
Fernando, cuya importuna
Suerte, sin piedad alguna
Vive, á pesar de la fama,
Tanto que el mundo le llama
El monstruo de la fortuna,
Examinando el rigor,
Mejor dijera el poder
De tu corona, señor,
Hoy á tan mísero sér
Le ha traido su valor,
Que en un lugar arrojado,
Tan humilde y desdichado,
Que es indigno de tu oido,
Enfermo, pobre y tullido,
Piedad pide al que ha pasado;
Porque como le mandaste
Que en la mazmorra durmiese,
Que en los baños trabajase,
Que tus caballos curase
Y nadie á comer le diese,
A tal extremo llegó,
Como era su natural
Tan flaco, que se tulló;
Y así la fuerza del mal
Brío y majestad rindió.
Pasando la noche fria
En una mazmorra dura,
Constante en su fe porfía;
Y al salir la lumbre pura
[p. 401]Del sol, que es padre del dia,
Los cautivos (¡pena fiera!)
En una mísera estera
Le ponen en tal lugar,
Que es, ¿dirélo? un muladar;
Porque es su olor de manera,
Que nadie puede sufrille
Junto á su casa; y así
Todos dan en despedílle,
Y ha venido á estar allí
Sin hablalle y sin oílle,
Ni compadecerse dél.
Sólo un criado y un fiel
Caballero en pena extraña
Le consuela y acompaña.
Estos dos parten con él
Su porcion, tan sin provecho,
Que para uno solo es poca;
Pues cuando los labios toca,
Se suele pasar al pecho
Sin que lo sepa la boca;
Y áun á estos dos los castiga
Tu gente, por la piedad
Que al dueño á servir obliga;
Mas no hay rigor ni crueldad,
Por más que ya los persiga,
Que dél los pueda apartar.
Miéntras uno va á buscar
De comer, el otro queda
Con quien consolarse pueda
De su desdicha y pesar.
Acaba ya rigor tanto:
Tén del Príncipe, señor,
Puesto en tan fiero quebranto,
[p. 402]Ya que no piedad, horror;
Asombro, ya que no llanto.
Rey.
Bien está, Muley.
FÉNIX.—Dichos.
Fénix.
Señor,
Si ha merecido en tu amor
Gracia alguna mi humildad,
Hoy á vuestra Majestad,
Vengo á pedir un favor.
Rey.
¿Qué podré negarte á tí?
Fénix.
Fernando el Maestre...
Rey.
Está bien;
Ya no hay que pasar de ahí.
Fénix.
Horror da á cuantos le ven
En tal estado; de tí
Sólo merecer quisiera...
Rey.
¡Detente, Fénix, espera!
¿Quién á Fernando le obliga
Para que su muerte siga,
Para que infelice muera?
Si por ser cruel y fiel
A su fe, sufre castigo
Tan dilatado y cruel,
Él es el cruel consigo,
Que yo no lo soy con él.
¿No está en su mano el salir
De su miseria, y vivir?
Pues eso en su mano está,
[p. 403]Entregue á Ceuta, y saldrá
De padecer y sentir
Tantas penas y rigores.
CELIN.—Dichos.
Celin.
Licencia aguardan que des,
Señor, dos embajadores:
De Tarudante uno es,
Y el otro del portugues
Alfonso.
Fénix.
(Ap.)¿Hay penas mayores?
Sin duda que por mí envía
Tarudante.
Muley.
(Ap.)Hoy perdí, cielos,
La esperanza que tenía.
Mátenme amistad y celos,
Todo lo perdí en un dia.
Rey.
Entren, pues. En este estrado (Vase Celin.)
Conmigo te asienta, Fénix. (Siéntanse.)
DON ALFONSO y TARUDANTE, cada uno por su parte.—Dichos.
Tarud.
Generoso rey de Fez...
D. Alf.
Rey de Fez altivo y fuerte...
Tarud.
Cuya fama...
D. Alf.
Cuya vida...
[p. 404]
Tarud.
Nunca muera...
D. Alf.
Viva siempre...
Tarud.
(A Fénix.) Y tú de aquel sol aurora...
D. Alf.
Tú de aquel ocaso oriente...
Tarud.
A pesar de siglos dures...
D. Alf.
A pesar de tiempos reines...
Tarud.
Porque tengas...
D. Alf.
Porque goces...
Tarud.
Felicidades...
D. Alf.
Laureles...
Tarud.
Altas dichas...
D. Alf.
Triunfos grandes...
Tarud.
Pocos males...
D. Alf.
Muchos bienes...
Tarud.
¿Cómo miéntras hablo yo,
Tú, cristiano, á hablar te atreves?
D. Alf.
Porque nadie habla primero
Que yo, donde yo estuviere.
Tarud.
A mí, por ser de nacion
Alarbe, el lugar me deben
Primero; que los extraños
Donde hay propios, no prefieren.
D. Alf.
Donde saben cortesía,
Sí hacen; pues vemos siempre
Que dan en cualquiera parte
El mejor lugar al huésped.
Tarud.
Cuando esa razon lo fuera,
Aun no pudiera vencerme;
Porque el primero lugar
Sólo se le debe al huésped.
Rey.
Ya basta, y los dos ahora
En mis estrados se sienten.
Hable el portugues, que en fin
Por de otra ley se le debe
[p. 405]Más honor.
Tarud.
(Ap.)Corrido estoy.
D. Alf.
Ahora yo seré breve:
Alfonso de Portugal,
Rey famoso, á quien celebre
La fama en lenguas de bronce
A pesar de envidia y muerte,
Salud te envía, y te ruega
Que pues libertad no quiere
Fernando, como su vida
La ciudad de Ceuta cueste,
Que reduzcas su valor
Hoy á cuantos intereses
El más avaro codicie,
El más liberal desprecie;
Y que dará en plata y oro
Tanto precio como pueden
Valer dos ciudades. Esto
Te pide amigablemente;
Pero si no se le entregas,
Que ha de librarle promete
Por armas, á cuyo efecto
Ya sobre la espalda leve
Del mar ciudades fabrica
De mil armados bajeles;
Y jura que á sangre y fuego
Ha de librarle y vencerte,
Dejando aquesta campaña
Llena de sangre, de suerte,
Que cuando el sol se levante
Halle los matices verdes
Esmeraldas, y los pierda
Rubíes cuando se acueste.
Tarud.
Aunque como embajador
[p. 406]No me toca responderte,
En cuanto toca á mi Rey,
Puedo, cristiano, atreverme,
Porque ya es suyo este agravio,
Como hijo que obedece
Al Rey mi señor; y así
Decir de su parte puedes
A Don Alfonso, que venga,
Porque en término más breve
Que hay de la noche á la aurora,
Vea en púrpura caliente
Agonizar estos campos,
Tanto que los cielos piensen
Que se olvidaron de hacer
Otras flores que claveles.
D. Alf.
Si fueras, moro, mi igual,
Pudiera ser que se viese
Reducida esta victoria
A dos jóvenes valientes;
Mas díle á tu Rey que salga
Si ganar fama pretende;
Que yo haré que salga el mio.
Tarud.
Casi has dicho que lo eres,
Y siendo así, Tarudante
Sabrá tambien responderte.
D. Alf.
Pues en campaña te espero.
Tarud.
Yo haré que poco me esperes,
Porque soy rayo.
D. Alf.
Yo viento.
Tarud.
Volcan soy que llamas vierte.
D. Alf.
Hidra soy que fuego arroja.
Tarud.
Yo soy furia.
D. Alf.
Yo soy muerte.
Tarud.
¿Que no te espantes de oirme?
[p. 407]
D. Alf.
¿Que no te mueras de verme?
Rey.
Señores, vuestras Altezas,
Ya que los enojos pueden
Correr al sol las cortinas
Que le embozan y oscurecen,
Adviertan que en tierra mia
Campo aplazarse no puede
Sin mí; y así yo le niego,
Para que tiempo me quede
De serviros.
D. Alf.
No recibo
Yo hospedaje ni mercedes
De quien recibo pesares.
Por Fernando vengo: el verle
Me obligó á llegar á Fez
Disfrazado desta suerte:
Ántes de entrar en tu corte
Supe que á esta quinta alegre
Asistias; y así vine
A hablarte, porque fin diese
La esperanza que me trajo;
Y pues tan mal me sucede,
Advierte, señor, que solo
La respuesta me detiene.
Rey.
La respuesta, rey Alfonso,
Será compendiosa y breve:
Que si no me das á Ceuta,
No hayas miedo que le lleves.
D. Alf.
Pues ya he venido por él,
Y he de llevarle: prevente
Para la guerra que aplazo.—
Embajador, ó quien eres,
Véamonos en la campaña.
¡Hoy toda el África tiemble! (Vase.)
EL REY, FÉNIX, MULEY, TARUDANTE.
Tarud.
Ya que no pude lograr
La fineza, hermosa Fénix,
De serviros como esclavo,
Logre al ménos la de verme
A vuestros piés. Dad la mano
A quien un alma os ofrece.
Fénix.
Vuestra Alteza, gran señor,
Finezas y honras no aumente
A quien le estima, pues sabe
Lo que á sí mismo se debe.
Muley.
(Ap.) ¿Qué espera quien esto llega
A ver y no se da muerte?
Rey.
Ya que vuestra Alteza vino
A Fez impensadamente,
Perdone del hospedaje
La cortedad.
Tarud.
No consiente
Mi ausencia más dilacion
Que la de un plazo muy breve;
Y supuesto que venía
Mi embajador con poderes
Para llevar á mi esposa,
Como tú dispuesto tienes,
No, por haberlo yo sido,
Mi fineza desmerece
La brevedad de la dicha.
Rey.
En todo, señor, me vences;
[p. 409]Y así por pagar la deuda,
Como porque se previenen
Tantas guerras, es razon
Que desocupado quede
Destos cuidados; y así
Volverte luégo conviene
Ántes que ocupen el paso
Las amenazadas huestes[8]
De Portugal.
Tarud.
Poco importa,
Porque yo vengo con gente
Y ejército numeroso,
Tal, que esos campos parecen
Más ciudades que desiertos,
Y volveré brevemente
Con ella á ser tu soldado.
Rey.
Pues luégo es bien que se apreste
La jornada; pero en Fez
Será bien, Fénix, que entres
A alegrar á esa ciudad.
Muley.
Muley.
Gran señor.
Rey.
Prevente,
Que con la gente de guerra
Has de ir sirviendo á Fénix,
Hasta que quede segura,
Y con su esposo la dejes.
Muley.
(Ap.) Esto sólo me faltaba,
Para que, estando yo ausente,
Aun le falte mi socorro
[p. 410]A Fernando, y no le quede
Esta pequeña esperanza. (Vanse.)
. . . . . . . . . . . .[9]
Una calle de Fez.
DON JUAN, BRITO, y otros CAUTIVOS, que sacan á DON FERNANDO, y le sientan en una estera.
D. Fern.
Ponedme en aquesta parte,
Para que goce mejor
La luz que el cielo reparte.—
¡Oh inmenso, oh dulce Señor,
Qué de gracias debo darte!
Cuando como yo se vía
Job, el dia maldecia;
Mas era por el pecado
En que habia sido engendrado;
Pero yo bendigo el dia
Por la gracia que nos da
Dios en él; pues claro está,
Que cada hermoso arrebol
Y cada rayo del sol,
Lengua de fuego será
Con que le alabo y bendigo.
Brito.
¿Estás bien, señor, así?
D. Fern.
Mejor que merezco, amigo.
[p. 411]¡Qué de piedades aquí,
Oh Señor, usais conmigo!
Cuando acaban de sacarme
De un calabozo, me dais
Un sol para calentarme:
Liberal, Señor, estais.
Caut. 1.º
Sabe el cielo, si quedarme
Y acompañaros quisiera;
Mas ya veis que nos espera
El trabajo.
D. Fern.
Hijos, adios.
Caut. 2.º
¡Qué pesar!
Caut. 3.º
¡Qué ánsia tan fiera!
(Vanse los cautivos.)
D. Fern.
¿Quedais conmigo los dos?
D. Juan.
Yo tambien te he de dejar.
D. Fern.
¿Qué haré yo sin tu favor?
D. Juan.
Presto volveré, señor;
Que sólo voy á buscar
Algo que comas, porque
Despues que Muley se fué
De Fez, nos falta en el suelo
Todo el humano consuelo;
Pero con todo eso iré
A procurarle, si bien
Imposibles solicito,
Porque ya cuantos me ven,
Por no ir contra el edito,
Que manda que no te den
Ni agua tampoco, ni á mí
Me venden nada, señor,
Por ver que te asisto á tí;
Que á tanto llega el rigor
De la suerte. Pero aquí
[p. 412]Gente viene. (Vase.)
D. Fern.
¡Oh si pudiera
Mi voz mover á piedad
A alguno, porque siquiera
Un instante más viviera
Padeciendo!
EL REY, TARUDANTE, FÉNIX, CELIN.—DON FERNANDO, BRITO.
Celin.
Gran señor,
Por una calle has venido,
Que es fuerza que visto seas
Del Infante y advertido.
Rey.
(A Tarudante.) Acompañarte he querido,
Porque mi grandeza veas.
Tarud.
Siempre mis honras deseas...
D. Fern.
Dadle de limosna hoy
A este pobre algun sustento:
Mirad que hombre humano soy,
Y que afligido y hambriento,
Muriendo de hambre estoy.
Hombres, doleos de mí,
Que una fiera de otra fiera
Se compadece.
Brito.
Ya aquí
No hay pedir de esa manera.
D. Fern.
¿Cómo he de decir?
Brito.
Así:
Moros, tened compasion,
Y algo que este pobre coma
[p. 413]Le dad en esta ocasion,
Por el santo zancarron
Del gran profeta Mahoma.
Rey.
Que tenga fe en este estado,
Tan mísero y desdichado,
Más me ofende, más me infama.—
Maestre, Infante.
Brito.
El Rey llama.
D. Fern.
¿A mí? Brito, haste engañado:
Ni Infante ni Maestre soy,
El cadáver suyo sí;
Y pues ya en la tierra estoy,
Aunque Infante y Maestre fuí,
No es ese mi nombre hoy.
Rey.
Pues no eres Maestre ni Infante,
Respóndeme por Fernando.
D. Fern.
Ahora, aunque me levante
De la tierra, iré arrastrando
A besar tu pié.
Rey.
Constante
Te muestras, á mi pesar.
¿Es humildad ó valor
Esta obediencia?
D. Fern.
Es mostrar
Cuánto debe respetar
El esclavo á su señor.
Y pues que tu esclavo soy,
Y estoy en presencia tuya
Esta vez, tengo de hablarte:
Mi Rey y señor, escucha.
Rey te llamé, y aunque seas
De otra ley, es tan augusta
De los reyes la deidad,
Tan fuerte y tan absoluta,
[p. 414]Que engendra ánimo piadoso;
Y así es forzoso que acudas
A la sangre generosa
Con piedad y con cordura;
Que áun entre brutos y fieras
Este nombre es de tan suma
Autoridad, que la ley
De naturaleza ajusta
Obediencias; y así lêmos
En repúblicas incultas,
Al leon rey de las fieras,
Que cuando la frente arruga
De guedejas se corona,
Es piadoso, pues que nunca
Hizo presa en el rendido.
En las saladas espumas
Del mar el delfin, que es rey
De los peces, le dibujan
Escamas de plata y oro
Sobre la espalda cerúlea
Coronas, y ya se vió
De una tormenta importuna
Sacar los hombres á tierra,
Porque el mar no los consuma.
El águila caudalosa,
A quien copete de plumas
Riza el viento en sus esferas,
De cuantas aves saludan
Al sol es emperatriz,
Y con piedad noble y justa,
Porque brindado no beba
El hombre entre plata pura
La muerte, que en los cristales
Mezcló la ponzoña dura
[p. 415]Del áspid, con pico y alas
Los revuelve y los enturbia.
Aun entre plantas y piedras
Se dilata y se dibuja
Este imperio: la granada,
A quien coronan las puntas
De una corteza, en señal
De que es reina de las frutas,
Envenenada marchita
Los rubíes que la ilustran,
Y los convierte en topacios,
Color desmayada y mustia.
El diamante, á cuya vista
Ni áun el iman ejecuta
Su propiedad, que por rey
Esta obediencia le jura,
Tan noble es, que la traicion
Del dueño no disimula;
Y la dureza, imposible
De que buriles la pulan,
Se deshace entre sí misma,
Vuelta en cenizas menudas.
Pues si entre fieras y peces,
Plantas, piedras y aves, usa
Esta majestad de rey
De piedad, no será injusta
Entre los hombres, señor:
Porque el ser no te disculpa
De otra ley, que la crueldad
En cualquiera ley es una.
No quiero compadecerte
Con mis lástimas y angustias
Para que me des la vida,
Que mi voz no la procura;
[p. 416]Que bien sé que he de morir
De esta enfermedad que turba
Mis sentidos, que mis miembros
Discurre helada y caduca.
Bien sé que herido de muerte
Estoy, porque no pronuncia
Voz la lengua, cuyo aliento
No sea una espada aguda.
Bien sé al fin que soy mortal,
Y que no hay hora segura;
Y por eso dió una forma
Con una materia en una
Semejanza la razon
Al ataud y á la cuna.
Accion nuestra es natural,
Cuando recibir procura
Algo un hombre, alzar las manos
En esta manera juntas;
Mas cuando quiere arrojarlo,
De aquella misma accion usa,
Pues las vuelve boca abajo
Porque así las desocupa.
El mundo, cuando nacemos,
En señal de que nos busca,
En la cuna nos recibe,
Y en ella nos asegura
Boca arriba; pero cuando,
O con desden ó con furia,
Quiere arrojarnos de sí,
Vuelve las manos que junta,
Y aquel instrumento mismo
Forma esta materia muda;
Pues fué cuna boca arriba
Lo que boca abajo es tumba.
[p. 417]Tan cerca vivimos, pues,
De nuestra muerte, tan juntas
Tenemos, cuando nacemos,
El lecho como la cuna.
¿Qué aguarda quien esto oye?
Quien esto sabe, ¿qué busca?
Claro está que no será
La vida: no admite duda;
La muerte sí: esta te pido,
Porque los cielos me cumplan
Un deseo de morir
Por la fe; que, aunque presumas
Que esto es desesperacion,
Porque el vivir me disgusta,
No es sino afecto de dar
La vida en defensa justa
De la fe, y sacrificar
A Dios vida y alma juntas:
Y así aunque pida la muerte,
El afecto me disculpa.
Y si la piedad no puede
Vencerte, el rigor presuma
Obligarte. ¿Eres leon?
Pues ya será bien que rujas,
Y despedaces á quien
Te ofende, agravia é injuria.
¿Eres águila? Pues hiere
Con el pico y con las uñas
A quien tu nido deshace.
¿Eres delfin? Pues anuncia
Tormentas al marinero
Que el mar de este mundo sulca.
¿Eres árbol real? Pues muestra
Todas las ramas desnudas
[p. 418]A la violencia del tiempo,
Que ira de Dios ejecuta.
¿Eres diamante? Hecho polvos
Sé pues venenosa furia,
Y cánsate; porque yo,
Aunque más tormentos sufra,
Aunque más rigores vea,
Aunque llore más angustias,
Aunque más miserias pase,
Aunque halle más desventuras,
Aunque más hambre padezca,
Aunque mis carnes no cubran
Estas ropas, y aunque sea
Mi esfera esta estancia sucia,
Firme he de estar en mi fe;
Porque es el sol que me alumbra,
Porque es la luz que me guía,
Es el laurel que me ilustra.
No has de triunfar de la Iglesia;
De mí, si quieres, trïunfa:
Dios defenderá mi causa,
Pues yo defiendo la suya.
Rey.
¿Posible es que en tales penas
Blasones y te consueles,
Siendo propias? ¿Qué condenas,
No me duelan, siendo ajenas,
Si tú de tí no te dueles?
Que pues tu muerte causó
Tu misma mano y yo no,
No esperes piedad de mí;
Ten tú lástima de tí,
Fernando, y tendréla yo. (Vase.)
D. Fern.
(A Tarudante.) Señor, vuestra Majestad
Me valga.
[p. 419]
Tarud.
¡Qué desventura! (Vase.)
D. Fern.
(A Fénix.) Si es alma de la hermosura
Esa divina deidad,
Vos, señora, me amparad
Con el Rey.
Fénix.
¡Qué gran dolor!
D. Fern.
¿Aun no me mirais?
Fénix.
¡Qué horror!
D. Fern.
Haceis bien; que vuestros ojos
No son para ver enojos.
Fénix.
¡Qué lástima! ¡qué pavor!
D. Fern.
Pues aunque no me mireis
Y ausentaros intenteis,
Señora, es bien que sepais,
Aunque tan bella os juzgais,
Que más que yo no valeis,
Y yo quizá valgo más.
Fénix.
Horror con tu voz me das,
Y con tu aliento me hieres.
¡Déjame, hombre! ¿qué me quieres?
Que no puedo sentir más. (Vase.)
DON JUAN, con un pan.—DON FERNANDO, BRITO.
D. Juan.
Por alcanzar este pan
Que traerte, me han seguido
Los moros, y me han herido
Con los palos que me dan.
D. Fern.
Esa es la herencia de Adan.
D. Juan.
Tómale.
D. Fern.
Amigo leal,
[p. 420]Tarde llegas, que mi mal
Es ya mortal.
D. Juan.
Déme el cielo
En tantas penas consuelo.
D. Fern.
Pero ¿qué mal no es mortal,
Si mortal el hombre es,
Y en este confuso abismo
La enfermedad de sí mismo
Le viene á matar despues?
Hombre, mira que no estés
Descuidado: la verdad
Sigue, que hay eternidad;
Y otra enfermedad no esperes
Que te avise, pues tú eres
Tu mayor enfermedad.
Pisando la tierra dura
De contínuo el hombre está,
Y cada paso que da
Es sobre su sepultura.
Triste ley, sentencia dura
Es saber que en cualquier caso
Cada paso (¡gran fracaso!)
Es para andar adelante,
Y Dios no es á hacer bastante,
Que no haya dado aquel paso.
Amigos, á mi fin llego:
Llevadme de aquí en los brazos.
D. Juan.
Serán los últimos lazos
De mi vida.
D. Fern.
Lo que os ruego,
Noble Don Juan, es que luego
Que espire me desnudeis.
En la mazmorra hallaréis
De mi religion el manto,
[p. 421]Que le traje tiempo tanto;
Con este me enterraréis
Descubierto, si el Rey fiero
Ablanda la saña dura,
Dándome la sepultura;
Y señaladla; que espero,
Que aunque hoy cautivo muero,
Rescatado he de gozar
El sufragio del altar;
Que pues yo os he dado á vos
Tantas iglesias, mi Dios,
Alguna me habeis de dar.
(Llévanle en brazos.)
Playa distante de la ciudad de Fez.—Es de noche.
DON ALFONSO, soldados con arcabuces.
D. Alf.
Dejad á la inconstante
Playa azul esa máquina arrogante
De naves, que causando al cielo asombros,
El mar sustenta en sus nevados hombros:
Y en estos horizontes
Aborten gente los preñados montes
Del mar, siendo con máquinas de fuego
Cada bajel un edificio griego.
DON ENRIQUE.—Dichos.
D. Enr.
Señor, tú no quisiste que saliera
Nuestra gente de Fez en la ribera,
Y este puesto escogiste
Para desembarcar: infeliz fuiste,
Porque por una parte
Marchando viene el numeroso Marte,
Cuyo ejército al viento desvanece,
Y los collados de los montes crece.
Tarudante conduce gente tanta,
Llevando á su mujer, felice Infanta
De Fez, hácia Marruecos...
Mas respondan las lenguas de los ecos.
D. Alf.
Enrique, á eso he venido,
A esperarle á este paso; que no ha sido
Esta eleccion acaso; prevenida
Estaba, y la razon está entendida:
Si yo á desembarcar á Fez llegara,
Esta gente y la suya en ella hallara;
Y estando divididos,
Hoy con ménos poder están vencidos;
Y ántes que se prevengan,
Toca al arma.
D. Enr.
Señor, advierte y mira
Que es sin tiempo esta guerra.
D. Alf.
Ya mi ira
Ningun consejo alcanza.
No se dilate un punto esta venganza:
Éntre en mi brazo fuerte
[p. 423]Por África el azote de la muerte.
D. Enr.
Mira que ya la noche,
Envuelta en sombras, el luciente coche
Del sol esconde entre las sombras puras.
D. Alf.
Pelearemos á oscuras;
Que á la fe que me anima,
Ni el tiempo ni el poder la desanima.
Fernando, si el martirio que padeces,
Pues es suya la causa, á Dios le ofreces,
Cierta está la victoria:
Mio será el honor, suya la gloria.
D. Enr.
Tu orgullo altivo yerra.
DON FERNANDO.—Dichos.
D. Fern.
(Dentro.)
¡Embiste, gran Alfonso! ¡Guerra! ¡guerra!
D. Alf.
¿Oyes confusas voces
Romper los vientos tristes y veloces?
D. Enr.
Sí, y en ellos se oyeron
Trompetas que á embestir señal hicieron.
D. Alf.
¡Pues á embestir, Enrique! que no hay duda
Que el cielo ha de ayudarnos hoy.
(Aparécese el Infante D. Fernando, con manto capitular, y una hacha encendida.)
D. Fern.
Sí ayuda,
Porque obligando al cielo,
Que vió tu fe, tu religion, tu celo,
Hoy tu causa defiende.
Librarme á mí de esclavitud pretende,
Porque, por raro ejemplo,
[p. 424]Por tantos templos, Dios me ofrece un templo;
Y con esta luciente
Antorcha desasida del oriente,
Tu ejército arrogante
Alumbrando he de ir siempre delante,
Para que hoy en trofeos
Iguales, grande Alfonso, á tus deseos,
Llegues á Fez, no á coronarte agora,
Sino á librar mi ocaso en el aurora.
(Vase.)
D. Enr.
Dudando estoy, Alfonso, lo que veo.
D. Alf.
Yo no, todo lo creo;
Y si es de Dios la gloria,
No digas guerra ya, sino victoria. (Vanse.)
Vista interior de los muros de Fez.
EL REY y CELIN; y en lo alto estará DON JUAN y UN CAUTIVO, y un ataud en que parezca estar el Infante.
D. Juan.
Bárbaro, gózate aquí
De que tirano quitaste
La mejor vida.
Rey.
¿Quién eres?
D. Juan.
Un hombre, que aunque me maten,
No he de dejar á Fernando,
Y aunque de congoja rabie,
He de ser perro leal
[p. 425]Que en muerte he de acompañarle.
Rey.
Cristianos, ese es padron
Que á las futuras edades
Informe de mi justicia;
Que rigor no ha de llamarse
Venganza de agravios hechos
Contra personas reales.
Venga Alfonso agora, venga
Con arrogancia á sacarle
De esclavitud; que aunque yo
Perdí esperanzas tan grandes
De que Ceuta fuese mia;
Porque las pierda arrogante
De su libertad, me huelgo
De verle en estrecha cárcel.
Aun muerto no ha de estar libre
De mis rigores notables;
Y así puesto á la vergüenza
Quiero que esté á cuantos pase.
D. Juan.
Presto verás tu castigo,
Que por campañas y mares
Ya descubro desde aquí
Mis cristianos estandartes.
Rey.
Subamos á la muralla
A saber sus novedades.
D. Juan.
Arrastrando las banderas
Y destemplados los parches,
Muertas las cuerdas y luces,
Todas son tristes señales. (Vanse.)
[p. 426]Vista exterior de los muros de Fez.
Tocan cajas destempladas; sale DON FERNANDO delante, con una hacha encendida, y detras DON ALFONSO, DON ENRIQUE y SOLDADOS, que traen presos á TARUDANTE, FÉNIX y MULEY; despues EL REY y CELIN.
D. Fern.
En el horror de la noche,
Por sendas que nadie sabe,
Te guié: ya con el sol
Pardas nubes se deshacen.
Victorioso, gran Alfonso,
A Fez conmigo llegaste:
Este es el muro de Fez,
Trata en él de mi rescate. (Vase.)
D. Alf.
¡Ah de los muros! Decid
Al Rey que salga á escucharme.
(Salen el Rey y Celin al muro.)
Rey.
¿Qué quieres, valiente jóven?
D. Alf.
Que me entregues al Infante,
Al maestre Don Fernando,
Y te daré por rescate
A Tarudante y á Fénix,
Que presos están delante.
Escoge lo que quisieres:
Morir Fénix, ó entregarle.
Rey.
¿Qué he de hacer, Celin amigo,
En confusiones tan grandes?
Fernando es muerto, y mi hija
[p. 427]Está en su poder. ¡Mudable
Condicion de la fortuna,
Que á tal estado me trae!
Fénix.
¿Qué es esto, señor? Pues viendo
Mi persona en este trance,
Mi vida en este peligro,
Mi honor en este combate,
¡Dudas qué has de responder!
¿Un minuto, ni un instante
De dilacion te permite
El deseo de librarme?
En tu mano está mi vida,
¿Y consientes (¡pena grave!)
Que la mia (¡dolor fiero!)
Injustas prisiones aten?
De tu voz está pendiente
Mi vida (¡rigor notable!),
¿Y permites que la mia
Turbe la esfera del aire?
A tus ojos ves mi pecho
Rendido á un desnudo alfanje,
¿Y consientes que los mios
Tiernas lágrimas derramen?
Siendo Rey, has sido fiera;
Siendo padre, fuiste áspid;
Siendo juez, eres verdugo:
Ni eres Rey, ni juez, ni padre.
Rey.
Fénix, no es la dilacion
De la respuesta negarte
La vida, cuando los cielos
Quieren que la mia acabe.
Y puesto que ya es forzoso
Que una ni otra se dilate,
Sabe, Alfonso, que á la hora
[p. 428]Que Fénix salió ayer tarde,
Con el sol llegó al ocaso,
Sepultándose en dos mares
De la muerte, y de la espuma,
Juntos el sol y el Infante.
Esta caja humilde y breve
Es de su cuerpo el engaste.
Da la muerte á Fénix bella:
Venga tu sangre en mi sangre.
Fénix.
¡Ay de mí! Ya mi esperanza
De todo punto se acabe.
Rey.
Ya no me queda remedio
Para vivir un instante.
D. Enr.
¡Válgame el cielo! ¿qué escucho?
¡Qué tarde, cielos, qué tarde
Le llegó la libertad!
D. Alf.
No digas tal; que si ántes
Fernando en sombras nos dijo
Que de esclavitud le saque,
Por su cadáver lo dijo,
Porque goce su cadáver
Por muchos templos un templo,
Y á él se ha de hacer el rescate.—
Rey de Fez, porque no pienses
Que muerto Fernando vale
Ménos que aquesta hermosura;
Por él, cuando muerto yace,
Te la trueco. Envía, pues,
La nieve por los cristales,
El enero por los mayos,
Las rosas por los diamantes,
Y al fin, un muerto infelice
Por una divina imágen.
Rey.
¿Qué dices, invicto Alfonso?
[p. 429]
D. Alf.
Que esos cautivos le bajen.
Fénix.
Precio soy de un hombre muerto;
Cumplió el cielo su homenaje.
Rey.
Por el muro descolgad
El ataud, y entregadle;
Que para hacer las entregas
A sus piés voy á arrojarme.
(Quítase del muro.—Bajan el ataud con cuerdas por el muro.)
D. Alf.
En mis brazos os recibo,
Divino Príncipe mártir.
D. Enr.
Yo, hermano, aquí te respeto.
EL REY, DON JUAN, cautivos.—Dichos.
D. Juan.
Dáme, invicto Alfonso, dáme
La mano.
D. Alf.
Don Juan, amigo,
¡Buena cuenta del Infante
Me habeis dado!
D. Juan.
Hasta su muerte
Le acompañé, hasta mirarle
Libre, vivo y muerto estuve
Con él: mirad dónde yace.
D. Alf.
Dadme, tio, vuestra mano;
Que aunque necio é ignorante
A sacaros del peligro
Vine, gran señor, tan tarde,
En la muerte, que es mayor,
Se muestran las amistades.
En un templo soberano
[p. 430]Haré depósito grave
De vuestro dichoso cuerpo.—
A Fénix y á Tarudante (Al Rey.)
Te entrego, Rey, y te pido
Que aquí con Muley la cases,
Por la amistad que yo sé
Que tuvo con el Infante.
Ahora llegad, cautivos,
Vuestro Infante ved, llevadle
En hombros hasta la armada[10].
Rey.
Todos es bien le acompañen.
D. Alf.
Al són de dulces trompetas
Y templadas cajas marche
El ejército con órden
De entierro, para que acabe,
Pidiendo perdon humilde
Aquí de sus yerros grandes,
El lusitano Fernando,
Príncipe en la fe constante.
[p. 431]
Págs. | |
Estudio crítico | V |
La vida es sueño | 1 |
La devocion de la Cruz | 117 |
El mágico prodigioso | 211 |
El Príncipe constante | 329 |
NOTAS
[1] Natural.
[2] Calderon no la nombra: sin duda le pareció poco necesario, por ser el drama de pura invencion.
[3] Polonia no tenía puertos: Calderon por consiguiente no pudo colocar la accion del drama en una ciudad marítima. A este cargo que se ha hecho al autor por estos dos versos creo que se responde muy fácilmente. Mar se llamaba en tiempo de Calderon al de Ontígola, que es un estanque; Mar se llamó despues al estanque grande de los jardines de la Granja. Cayó del balcon al mar, querrá, segun esto, decir: «cayó á un estanque de los jardines de palacio, cayó al estanque que está debajo del balcon.»
[4] Hablar en equivalia ántes á hablar de.
[5] No hay verso que consuene con este. Para el metro y para el sentido falta algo.
[6] Verso suelto en una escena escrita en tercetos. Falta un verso que consuene con dia, y otro con pena. Es de creer que haya una laguna aquí.
[7] Esta escena es una especie de glosa, habilísimamente hecha, de varios romances.
[8] Amenazadas significa en este lugar las que amenazan ó las anunciadas.
[9] Falta un verso para el romance.
[10] La muerte de D. Fernando fué en el año 1443; el rescate de sus reliquias en 1472.
Nota de transcripción
p. xvii: | Bolh de Faber | → | Böhl de Faber |
p. xlvii: | Copavacana | → | Copacabana |
p. 335: | ESCENA VI. | → | ESCENA IV. |