The Project Gutenberg eBook of El Gibaro, by Manuel Antonio Alonso This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: El Gibaro Cuadro de costumbres de la isla de Puerto Rico Author: Manuel Antonio Alonso Release Date: July 6, 2023 [eBook #71131] Language: Spanish Credits: Richard Tonsing and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL GIBARO *** [Illustration: EL GÍBARO.] EL GIBARO. CUADRO DE COSTUMBRES DE LA ISLA DE PUERTO-RICO. por D. Manuel A. Alonso. [Illustración] Barcelona. POR D. JUAN OLIVERES, IMPRESOR DE S. M., CALLE DE MONSERRATE, N. 10. 1849. Dedicatoria. [Illustración] Al Sr. D. Juan Alonso, Caballero de la Orden de S. Hermenegildo, condecorado con otras varias cruces de distincion, 2.º comandante del 6.º batallon de milicias disciplinadas de Puerto-rico, etc. etc. _Dedica esta obrita como una muestra de gratitud por sus muchas bondades su apasionado hijo_ Manuel A. Alonso. [Illustración] PRÓLOGO. [Illustración] Algunos años hace que deseaba publicar en obsequio de mi país una memoria, en la cual se viera claramente la falta de armonía que reina entre los estudios hechos en aquella isla y los de la Península, para evitar á los padres de familia y á la juventud estudiosa tropiezos y sinsabores que una triste esperiencia me habia hecho conocer; mas el temor de una crítica severa ahogó los sentimientos de mi corazon, y un silencio estéril, y acaso reprensible, encubrió verdades, dolorosas sí, pero que siento haber callado tanto tiempo. Cada Puerto-riqueño que venia á seguir una carrera literaria, se encontraba aterrado por obstáculos imprevistos y muchas veces insuperables: apareció la reforma del Plan de estudios, y con ésta crecieron aquellos hasta tal punto, que creí un deber lo que antes era un deseo. Resuelto ya, era preciso elegir formas que diesen un esterior no muy desagradable al desengaño; y entonces me ocurrió la idea de escribir una coleccion de artículos de costumbres, entre los cuales pudiera figurar uno relativo á la enseñanza. He aquí la historia del GIBARO. Conforme á lo dicho en el prospecto, he reunido aquellas escenas que juzgo mas á propósito para dar una idea de las costumbres de nuestra Antilla, procurando ser exacto como narrador, indulgente ó severo segun las circunstancias, y teniendo siempre la mira de _corregir las costumbres deleitando_. ¿Habré logrado mi propósito? Aparte de las grandes dificultades del estilo medio, que me ha sido forzoso adoptar, y, mas que todo, aparte del ingenio que estoy muy lejos de reconocer en mí, se oponen al logro de mis deseos dos barreras formidables: el tiempo y la distancia. Hace cerca de siete años que media el Océano entre mi patria y el lugar en que describo sus costumbres: así es que mi libro no lleva la pretension de una obra acabada, pero sí la de ser el intérprete fiel de mis sentimientos; quizá será un estímulo para los escritores de Puerto-rico y un aviso saludable á las personas influyentes en la Isla. Recíbanlo mis paisanos como el fruto de muchas horas robadas al sueño y al descanso de los estudios de mi profesion, y no podrán menos que juzgarlo con benevolencia. [Illustración] [Illustración] ESCENA I. ESPÍRITU DE PROVINCIALISMO. [Illustración] I. El lector puede que conozca hace tiempo á mi compadre Pepe, á quien conté la _fiesta del Utuao_ en el año cuarenta y cuatro; y por si no le tiene presente, ó nunca oyó hablar de él, sepa que es uno de los Cubanos mas juiciosos que en mi vida estudiantil he tratado: sério, reflexivo y sentencioso algunas veces, decidor y muy chistoso otras, oportuno siempre, y molesto nunca; cautiva con la amenidad de su trato, y se hace desear hasta en sus ratos de mal humor, que tampoco le faltan, y no es entonces cuando está menos célebre. La casualidad nos reunió poco despues de mi llegada á Europa, una emigración á la isla de Mallorca estrechó nuestras relaciones, y la conformidad en ideas y gustos, con la igualdad de vida y estudios, las han mantenido siempre sin que nada haya bastado á relajarlas. Paseábamos en una tarde de junio por la muralla de Mar, hermoso paseo de Barcelona, disfrutando del rico y variado conjunto de trajes, y de la infinita diversidad de fisonomías que pasaban sin cesar á nuestra vista; mi amigo hacia las mas graciosas aplicaciones del sistema de _Gall_, á que es algo aficionado, mezclándolas con ocurrencias menos científicas, pero quizá mas exactas, sobre ciertas caritas, de las que decia que eran como la manzana de la Fábula. Ocupados en esto, no vimos, hasta que llegó á saludarnos, á un jovencito, de quien el Saint-Remy de Sue pudiera tomar lecciones: su vestido era rico en su calidad, elegante en el corte, y llevado con un garbo muy difícil de pintar: este jóven hacia apenas un año que habia llegado de las Antillas, y ya conocia y saludaba á muchas de las señoras que encontrábamos; referia una anécdota escandalosa de cada una, y en no pocas era él el protagonista; nos encajó una relacion corregida y aumentada de sus conquistas amorosas, y destruyó á su modo algunas reputaciones sin mancha. Compadecíame yo de tanta necedad, y miraba de reojo al amigo Pepe, que se le hinchaban los carrillos, y tragaba por no soltar las enormes bocanadas de risa. Quise sacarle del apuro, y dirigiéndome á nuestro compatricio, le dije:--Muy dichoso es V., paisano, hay criollito que lleva ya media docena de años de estar en este viejo mundo, y no puede contar una centésima parte de las aventuras que á V. se le vienen tan á la mano. Dichoso, repito, el que ocupado tan deliciosamente, vé correr con velocidad los dias, que á otros parecen eternos, porque estan ausentes de su país, sin que tengan esos ratos que V. nos cuenta. --Verdad es (contestó con mucha petulancia), que no puedo quejarme de mi suerte, porque otros muchos mas bien parecidos (y aquí se miró cuanto pudo de su cuerpo) no han logrado lo que yo; pero á pesar de esto me veo fastidiado: este es un país en que hay tan poco trato, ese maldito dialecto ó jerga que me horripila, estas costumbres, estas comidas, todo en fin me aburre tanto, que he escrito á mi padre para que me permita ir á Madrid á continuar mis estudios.--No entiendo, pues, como se queja del trato, un hombre tan bien tratado; ¿y está V. seguro de llenar en Madrid ese vacío que halla en Barcelona. --Seguro á mas no poder... ¡Vaya! ¿en la Corte quiere V. que no le llene? Allí que todo es lujo, todo diversiones, con una finura que no tiene límites, y con una variedad de espectáculos que nunca me dejará fastidiar, ¿qué mas puedo pedir? --Menos diversiones, menos espectáculos, y puede ser que menos finura, para que quede mas tiempo que emplear en la Universidad y en los libros. Viéndose nuestro hombre atacado de veras, y recordando que se las habia con uno, que, como se dice vulgarmente, podia meterle el susto en el cuerpo, varió de conversacion, y se marchó á poco, incorporándose con una familia de las que peor habia tratado algunos momentos antes. --No tenia á este (dije yo) por una cabeza tan infelíz; le habia hablado pocas veces, y como tiene un esterior tan agradable, confieso que me engañó. --Como á otros, repuso Pepe, le hace falta quien le trate con severidad, y no le adule por su dinero, ó por su buena presencia. Este muchacho es hijo de un asturiano honradísimo, su padre fué á mi pueblo hace treinta años, y entró á servir en casa de un comerciante muy rico, allí á fuerza de trabajo y de virtuosa probidad llegó desde simple criado á socio del que antes servia, se casó despues con su hija única, y hoy es uno de los hombres mas justamente venerados en el país. Tiene dos hijos que él hubiera dedicado al comercio; pero su mujer, que carece de la dulzura de nuestras paisanas y á quien sobra mucha vanidad, ha querido educarlos á su modo, y á lo último ha gastado cada uno en estudios, que no ha hecho, y para los cuales no era á propósito, cien veces mas de lo que suelen gastar otros, instruyéndose bien. A este le dió por ser abogado; los mejores profesores de Cuba enseñaron al niño que, aunque no era el mas aprovechado en el colegio, casi siempre sacaba algun premio que volvia loca de contento á la mamá: concluidos los estudios preparatorios en aquella Isla, vino á emprender el de la Jurisprudencia; hace un año que se pasea por aquí, y un año tambien debiera tener de carrera, pero por _fas_, ó por _nefas_, él no se ha matriculado y ya tiene un curso perdido. [Illustración] Al principio manifestaba tener buenas inclinaciones, atendia cuando se le aconsejaba sobre sus deberes, y acaso hubiera llegado á ser útil para algo; pero aquello duró muy poco, dió en acompañarse con cierta clase de pájaros, que le ayudaban á gastar bonitamente sus muy buenas asistencias, y que, como él dice, no le dejaban un momento para fastidiarse. Estos le han hecho adquirir infinidad de relaciones perjudiciales que le han engreido de suerte, que ahora solo habla de estudios cuando le sirven de pretesto para alguna peticion loca, tal como la de ir á Madrid á hacer el papel de Duque; y con estos conocimientos y esta aplicacion censura las costumbres del país, que cree conocer, porque tiene en la memoria una lista de tontuelas que le desvanecen, y de personas de juicio que le desprecian. --Tristeza me da, amigo mio, el ver á un padre engañado de ese modo; ¡pobre padre y pobre patria, si de él necesitan algun dia! --Pues no hemos llegado á lo mas curioso, y es que él cree amar mucho á su país, porque contínuamente dice pestes de todos los demás, y alaba cuanto hay en aquel, sea bueno ó malo; ¿se trata de adelantos en las ciencias ó artes? pues allí es donde no pueden hacerse mayores; ¿de cultura, buenas costumbres, etc., etc.? su tono es decisivo y su juicio no tiene apelacion: mas de una vez me he sonrojado, porque delante de personas respetables por su edad y erudicion ensarta tales disparates que es capaz de trastornar al cerebro mejor sentado. En este punto interrumpió nuestro diálogo la llegada de otros amigos, y nos olvidamos por entonces del objeto de él, hasta que la casualidad me facilitó el terminarlo de un modo que no esperaba. II. Cuatro ó cinco dias despues, volvimos á encontrarnos los dos, aunque en distinto lugar. Este era un café. Apurábamos cada uno su taza que parecia ser de _Caracolillo_ segun la fragancia que despedia, recordando aquellas Islas en que tanto y tan bueno se cosecha, cuando vimos entrar al señorito conocido nuestro, del fastidio, y de las conquistas, el mismo que algunos dias antes nos habia dejado en la muralla, acompañado de otros no sé si maestros ó discípulos suyos, pero que se le parecian bastante. Saludámonos, y sentáronse en nuestra mesa. De repente se me ocurrió una idea, dí una ligera pisada al amigo Pepe, la cual acompañé con un signo de inteligencia, y dije: --¿Saben Vds., señores, que he tenido esta mañana un malísimo rato oyendo hablar á un inglés recien llegado de mi país? Figúrense Vds. un hombre como un castillo, con una cara redonda como una _jigüera_, que á pesar de saber donde nací, se empeñó en decir que aquello es un destierro, que allí no hay mas que bárbaros, que la civilizacion no ha llegado aun, que se ignora hasta el a, b, c, de las artes que en todo el mundo estan ya olvidadas, y siguiendo así no dejó nada en paz.... ¡Infelices de nosotros, y qué tunda llevamos! --¿Y qué le respondió V.? contestó nuestro jovencito. --¿Qué hubiera V. respondido? --¿Yo? que era un bestia, un mal educado, que no tenia presente que hablaba con un Puerto-riqueño. --No hubiera sido mal dicho, porque bestialidad, mala educacion é insolencia, es decir mal de un país delante de quien nació en él, (esta vez fuí yo quien me sentí pisar debajo de la mesa); pero habia un pequeño inconveniente, y es, que á mí no me acomodaba batirme á puñetazos con un gigante, y menos siendo inglés, porque sus padres no le habian educado mejor. --Yo no hubiera callado al oir semejante cosa. --Tampoco yo callé, sino que esperando con aparente calma que concluyera, le pregunté con muy buen modo: ¿Estuvo V. mucho por allá, caballero? --Mas de quince años. --Friolera, pues V. conoce mi tierra mejor que yo. --Ya lo creo que la conozco; sobre todo la Costa, porque en ella he ayudado á desembarcar varios cargamentos de negros de Africa. [Illustración] --¡Hola! ¿con que hacia V. la trata; y no temia V. al celo filantrópico de sus paisanos? no le espantaba el temor de ir á Sierra-Leona? --Maldita la cosa; reuní en cuatro años algunos centenares de duros; me embarqué despues en una goleta, y con mis pacotillas que traia de San Tomas hice un capitalito regular, con el cual compré en compañía de otro una hacienda, y en ella he pasado otros siete años trabajando siempre para poder retirarme, como lo haré, á mi país, despues de viajar un poco por Europa. --Perfectamente: ha sido V. cuatro años negrero, otros cuatro semicontrabandista, y siete hacendado: total quince, para llegar despues á propietario acomodado, ¿y no perdona V. sus faltas á aquel país que se las ha pagado en libras esterlinas? Los dueños de la casa se sonreian maliciosamente, y el inglés se volvia y revolvia en la silla dando muestras de grande enfado. --Nunca, dijo finalmente, nunca podré querer bien aquella maldita tierra; porque además de todo lo que he dicho de ella, me hizo perder mi salud.... sí, mi salud (repitió, notando que se reian), mi salud; porque aquí donde VV. me ven tan gordo y de buen color, jamás tengo el estómago bueno; he gastado un dineral, y siempre lo mismo; los avestruces médicos de su Isla de V. (dijo mirándome) no saben curar nada, sino privándole á uno el tomar su copita de rom, que tan necesaria es para que se siente bien la comida. --Dice V. muy bien, esa es una privacion terrible, mas valiera no tener una patata para entretener el hambre, como dicen que no tienen los Irlandeses del país eminentemente civilizado que llaman Inglaterra. Cuando decia esto, tenia mi sombrero en la mano, y sin dar lugar á otra contestacion, me despedí disgustado, como es natural, de oir que un hombre que debia á mi patria la fortuna, de cuyas ventajas iba á disfrutar en otra parte, fuese tan ingrato con ella: pensaba, y no podia comprender como entre tantos que van pregonando la bondad del clima, la sencillez de costumbres, la dulzura de carácter y la hospitalidad de sus moradores, con otras muchas gracias que derramó allí el Criador á manos llenas, hubiese uno que llegara al estremo de desconocerlas. En todo el dia no he podido olvidar aquella escena, y por mas que hago por vencerme, creo que el amor á mi país sofoca las muy justas reflecsiones que en vano procuro traer á la imaginacion. --Y basta y sobra esa causa: yo no puedo sufrir que digan lo mas mínimo del mio (replicó nuestro criollito), así es que para vengarme no paso ninguna donde quiera que estoy, y á todo el mundo le canto clarito las faltas del suyo. El compadre Pepe, viendo que no me habia comprendido, se espresó en estos términos:--No puede darse un país tan malo que no tenga algo que alabar; ni tampoco hay uno tan bueno que nada pueda decirse en contra suya: son los pueblos tan distintos unos de otros como los hombres entre sí: ¿qué hombre hay completamente hermoso? ¿y podria una misma hermosura parecer igual á todos los habitantes de la tierra? seguro es que no: desprecian estos lo que aquellos ensalzan, y aman aquellos lo que á estos es odioso. En una misma nacion, cada provincia quiere ser la mejor, en una provincia, cada poblacion, y en una poblacion, cada casa. Todos tienen sus buenas y malas cualidades, y del conjunto de ellas resulta un sello particular que distingue á unos de otros, y que sirve al hombre de talento, no para ajar á sus semejantes, sino para utilizar en provecho de la humanidad y en el suyo propio las virtudes, y aun los vicios, que todos tenemos. Volviendo ahora á nuestras Antillas, ¿qué seria de ellas sin los muchos que allí van, como suele decirse, á hacer fortuna? Figurémonos por un momento que nada agradezcan, y que hagan como el inglés que tanto ha incomodado á nuestro paisano, ¿qué lograrán con esto? chocar si dan con uno que sea vivo de genio, ó que se les rian los que les oyen, si son personas instruidas y prudentes: mientras tanto ellos han abierto allá una casa de comercio, ó han montado una hacienda de caña ó cafetal, etc.; abandonan, es cierto, el suelo en que se enriquecieron; mas esto no es un crímen; ¿quién es el que no desea volver á ver á sus padres, sus amigos y allegados, los compañeros de sus juegos infantiles, la casa y los muebles cuyas señas recuerda uno tan bien cuando está ausente? ¿quién es el que no suspira por oir aquella campana que le llenaba de tristeza á la hora de ir á la escuela, y de placer la víspera de un dia festivo? Poco importa al país que la casa corra bajo tal ó cual razon social, que la hacienda se llame con este ó el otro nombre; el resultado es que el propietario aquel deja un nuevo núcleo de riqueza que ya no se mueve de la Isla; á cada uno que sale de este modo, en vez de tildarle, débesele estar muy agradecido. Cierto es que hay algunos, por dicha nuestra muy pocos, á quienes puede llamarse ingratos; pero á estos puede oponerse otro número, tambien afortunadamente muy escaso, de hombres que en nada estiman el adelanto y prosperidad de su patria, puesto que nada es para ellos el aumento de poblacion y riqueza. Concluyo pues diciendo: que para hablar de un país es necesario antes conocerle y estudiarle mucho; que se debe apreciar y proteger en gran manera á los forasteros para que nunca puedan quejarse con justicia; que siempre es arriesgado el oficio de censor, y que nada prueba tanto los buenos sentimientos y la educacion esmerada como el juzgar de los demás con benevolencia. Salimos del café y nos despedimos: luego que yo estuve solo me pregunté á mí mismo: ¿habrá aprovechado la leccion al paisanito? No lo sé: y puede que de nada valga, porque una mala costumbre no se quita con un sermon: y entonces volví á preguntarme: ¿Y podrá aplicarse á alguno en mi país?... ¡Ojalá!.. ojalá! mil veces que no. [Illustración] ESCENA II. El Bando de S. Pedro. [Illustración] El bando de San Pedro debe ocupar un lugar, y no secundario, en un cuadro de costumbres Puerto-riqueñas, porque, además de su originalidad, viene á hacer precisa su aparicion en un libro el olvido en que comienza á caer este regocijo popular, que yo, á fuer de hombre amante de su país, quisiera se perpetuase en él para siempre. Para cumplir pues con mi propósito, y dar una idea de lo que comprende el título de esta escena, es necesario retroceder algunos años, pues de otra suerte no podria pintar el Bando de San Pedro sino en el período de su _civilizada_ decadencia; y así supongo que nos quitamos doce ó catorce años de encima, lo cual harian de veras y con mucho gusto algunos de mis lectores. Eran las diez de la mañana; el sol cubierto con un lienzo de nubes que debilitaba su ardor tropical, templado además por la brisa diaria en aquel clima durante las abrasadas horas del dia, alumbraba el recinto de una ciudad, que ya no ecsiste, tal es la trasformacion verificada en ella en tan corto espacio de tiempo. Las calles no eran aseadas y agradablemente vistosas como en el dia; una recua de caballerías mayores y menores que recogian sus inmundicias, iba dejando por todas ellas señales no muy limpias de su paso; y gracias al empedrado, cuyas aceras de ladrillos puestos de canto, gastados unos, elevados otros, arrancados muchos y desiguales todos, el transeunte no podia dar un paso sin llevar, como suele decirse, los ojos en los pies; las plazas, hoy hermosas, estaban cubiertas de yerba que daba pasto al caballo del carbonero, al macho del borriquero y á unas cuantas vacas y cabras que iban de puerta en puerta, y sin que nadie las molestase, buscando los desperdicios que espresamente y para ellas estaban guardados. Circulaba por toda la ciudad mayor número de personas que en los dias ordinarios, causando aquella especie de rumor que en las poblaciones de poco movimiento, como era entonces la capital de Puerto-Rico, es anuncio seguro de un dia de fiesta popular. Infinidad de personas, que por su traje y maneras mostraban ser de los campos de la Isla, discurrian acá y allá admirando la maravilla de una tienda de quincalla, de una confitería, ó de una de aquellas barracas de madera llamadas _casillas_, que llenas de juguetes y otras chucherías, estaban en la plaza de armas arrimadas á la negra y muy sucia pared del presidio, hoy bonita fachada del cuartel de Artillería. Los balcones, ventanas y puertas bajas se veian cuajados de gente de todas clases, la plaza de armas llena de caballos para alquilar, y los muchachos corrian por todas partes produciendo con sus gritos las notas mas agudas de aquel bullicioso conjunto de sonidos, que á fuerza de ser desacorde tiene su armonía particular. Poco despues veíanse pasar algunas máscaras á caballo que se encaminaban á la plaza principal, para formar un escuadron, que á estar en moda la mitología pudiera llamarse el escuadron de Momo. Reunidas allí todas, se dió la señal de marcha, seguida en el órden siguiente: [Illustración] 1.º _Caseros, cotisueltos, lecheros y guaraperos_; éstos sin disfraz, aunque disfrazados con sus mismos trajes; los primeros eran gíbaros montados en los caballos que por sus buenas mañas no habian podido alquilar, pero que con su _garroneo_ y su _fuete de á cuatro reales_ hacian ir mas ligeros que el viento; los segundos eran amigos de éstos de la capital, ó jornaleros que gastaban en aquella broma el salario de una semana; distinguíanse por los movimientos descompasados de todos sus miembros que hacian flotar su camisa como una bandera, y de aquí su denominacion; las otras dos clases eran los que habiendo despachado su mercadería, se solazaban en pasear por las calles al galope de sus encanijados é inseparables compañeros. Esta era la vanguardia, formada, como se ve, de gente de rompe y rasga, puesto que rota y rasgada llevaban no pocos la vestimenta. [Illustración] 2.º Caballería ligera; compuesta de los muchachos que por su buen comportamiento en la escuela, ó por otra causa, habian logrado el permiso de los papás; de jóvenes de todos oficios, artes y carreras, inclusos los que en todo el año no tenian otra ocupacion que correr aquel dia, y de las _cumarrachas_ que muchos de estos llevaban á la grupa: los caballos que montaban, si bien no del todo buenos, podian sin embargo seguir á la vanguardia, y los trajes eran sino de grande invencion, caprichosos y variados desde el cuotidiano hasta el de arlequin, ó de negro, con la cara y brazos bien tiznados ó cubiertos de seda. [Illustración] 3.º Caballería pesada; componíanla hombres de mas edad, y entre ellos muchas personas de suposicion y respetables en todos conceptos: sobresalian por la exagerada ridiculez de sus trajes, y por la inutilidad de sus rocines, cojos, tuertos ó ciegos, desorejados, y con mas faltas que sobras. Entre estos (no entre los rocines) iban el que hacia de notario, el pregonero, y los tocadores de cornetas y timbales. De esta suerte llegaron delante de la fortaleza ó palacio del Capitan General; el notario, acompañado del pregonero, se colocó debajo de las ventanas del edificio; los trompetas y timbales tocaron furiosamente y con el mayor desconcierto por algunos momentos, luego callaron todos, y poniéndose el primero unos anteojos de _jigüera_, comenzó á dictar, y el pregonero á repetir en alta voz, el siguiente BANDO. Don Tintinábulo Caralampio de los Lepidópteros nocturnos, Señor de las carambímbolas del Peñon de Rio Grande, Pachá de las Islas Baleares mayores y menores, que se hallan en tierra firme entre el Peloponeso y la Isla de Madagascar, Presidente del Senado de la China, y primer Cónsul de la República cochinchiniana, Conde del Manglar de Martin Peña, de las tembladeras de Loiza y de la cuesta del Cercadillo, Emperador de los Godos, Visogodos, Alanos, Puritanos y Samaritanos, Duque del Golfo de las Damas, y Cabo 2.º de la Compañía de Morenos de Cangrejos, etc. Hallándose el dia de San Pedro encima de nosotros, como nosotros encima de las bestias que nos rodean, y deseando que dicho dia se celebre con toda clase de celebraciones, y con la pompa, algazara y estrategia que son de costumbre, segun consta de los archivos del Agua-buena. Deseando además, que ningun bicho viviente ni por vivir altere en lo mas mínimo el buen órden y compostura, que debe reinar en estos dias en que corren por esas calles toda clase de animales, y con el fin de evitar contumelias y otros accidentes desagradables que pudieran ocurrir: Ordeno y mando. Artículo 1.º Queda prohibido bajo pena de la vida el morirse, hasta pasados ocho dias de la publicacion de este bando. 2.º Todo individuo que coma, beba, duerma y haga otros menesteres que se dirán en caso preciso, está obligado á montar, como montan los hombres si fuere del género masculino, y á que le monten, á las ancas ó como mejor le pareciere, si es del femenino. 3.º Se previene á los tenderos de toda clase de comestibles, inclusos los de ropa, que enciendan hogueras (vulgo _candeladas_) en los dias de carreras; teniendo cuidado de apagarlas al toque de la oracion, para no iluminar lo que debe pasar á oscuras. 4.º Siendo las carreras de San Pedro una prueba de lo mucho que adelantamos, aunque siempre corremos por el mismo lugar, deben ser así mismo un modelo de cortesía; queda pues privada toda accion sospechosa, como toser, estornudar, etc. 5.º Queda igualmente prohibido el llevar las manos á las narices, orejas ni á ninguna otra parte de las que estan vedadas por la buena educacion; debiendo al contrario tenerlas siempre de manifiesto para evitar malas interpretaciones. 6.º El gobierno de las bestias queda á cargo del bello secso, por haber demostrado la esperiencia que el otro que no es bello, no contiene muchas veces la fogosidad de los potros que quieren salir de las calles en direccion al campo del Morro. 7.º Para impedir en dicho lugar caidas que pudieran causar rasguños, cardenales y chichones mas ó menos pronunciados, se pondrá al rededor de la cantera que hay en el mismo un guardian que avisará con un tiro de fusil la aparicion de todo ser animado. 8.º En caso de ser estas apariciones tan frecuentes que no tuviese tiempo de cargar el arma, se duplicará, triplicará, y centuplicará el número de guardianes, hasta que entre todos hagan un contínuo fuego graneado. 9.º No pudiendo usarse el agua, sino licores mas ligeros y menos dañosos, como el _cañete_, _anisao_, etc. quedan cerrados todos los algibes, pozos, y las cataratas del cielo, hasta pasados ocho dias contados desde la fecha. 10. Será declarado reo de _lesa carátula_ todo el que contraviniere en lo mas mínimo las disposiciones adoptadas en este bando; siendo además juzgado con arreglo al código de _Tio Luna_. 11. Encargo á los magnates y sacatecas de mis dominios que guarden y hagan guardar el presente bando, á todo _siniquitate_ que se halle bajo su férula, y que agarrochen á los que no quieran entrar por el surco. ¡Vivan las fiestas de San Pedro! ¡vivan las gentes de buen humor! ¡viva todo el mundo! Dado en las Cuevas del _Sumidero_ á 4 del mes de los gatos, y del año de las cornucopias.--Firmado--Tintinábulo Emperador de los Alanos, Puritanos y Samaritanos; Cabo 2.º de la Compañía de morenos de cangrejos. Una endiablada gritería y los mas furibundos toques de clarines, trompetas y timbales, anunciaron á larga distancia que habia terminado la lectura del bando que antecede; emprendieron la marcha en el mismo órden que habian venido, y fueron repitiendo la publicacion en los parajes mas públicos, despues de lo cual se desbandaron, durando las carreras hasta las dos ó las tres de la tarde. [Illustración] Tal era el bando de San Pedro en la época á que me he referido; desde unos dias antes ya servia de tema de conversaciones muy animadas, y que tenian por objeto la redaccion del célebre documento, que todos deseaban leer; la invencion de un disfraz, el hallazgo de un _jamelgo_ indefinible por sus viciosas anomalías, y otras muchas cosas que ocupaban á personas de todas las clase de la sociedad: los mas entonados iban á caza de _alimañas_ que despreciaria el jitano mas hábil, y las mas lindas manos se ocupaban en hilvanar, prender, y atar ropajes, flores, y cintas, que adornaban á sus allegados, amigos y aun á ellas mismas. Ahora que he procurado hacer que conozca, ó recuerde el lector el bando de San Pedro, reflecsionemos algo sobre el mismo; porque, como he dicho al principio, temo que los progresos de la civilizacion, arrebatándonos nuestra sencillez de costumbres, arrastren consigo todas aquellas diversiones que al par que deleitan, tienen el gusto de la originalidad; diversiones que recuerdan nuestra infancia, y que influyen no poco en el carácter de los habitantes de nuestras Antillas. Ultimamente ha venido á reducirse esta costumbre, á carreras sin objeto ni fin alguno, y la clase privilegiada de la sociedad Puerto-riqueña se aparta cada dia mas de ella, considerándola quizás como indigna del buen tono y de la cultura, de que con sobrada razon blasona; pero en mi humilde sentir debieran interesarse en sostenerla, por ser un medio económico é infalible de divertir al pueblo, y de procurar salida á muchas cosas que no la tienen sino en tiempo de tales fiestas. Aquel regocijo, á que eran llamadas todas las clases, y del que disfrutaban todos, ya como actores, ya como espectadores, se acomoda mucho á los gustos y hábitos del país. La afluencia de gentes de los campos, aumentando las relaciones de estos con la capital, satisfacia ese deseo innato de hospitalidad y franqueza tan conocido en los habitantes de Puerto-Rico. Cada casa de la Ciudad era una posada gratuita; y esto que de pronto parece una carga muy penosa, tiene allí indemnizacion segura; si una familia aloja y obsequia á otra que viene á divertirse con las máscaras de San Pedro, puede ir á su vez y por el tiempo que guste, á disfrutar de los encantos de la campiña, sin mas trabajo que un aviso dado algunos dias antes. Escusado es decir que el comercio gana, y no poco, con el sostenimiento de esta y otras fiestas que empiezan á decaer; ¿quién es el que viene á una capital á divertirse sin que arregle su equipaje, que en los campos no suele estar siempre á punto de revista? ¿Quién es el que vuelve sin llevar un regalito para el pariente, amigo ó esclavo á quien dejó el cuidado de su casa? ¿Los mismos que reciben á estos forasteros, no tienen precision de ataviarse como ellos, para acompañarles á todas partes? ¿el consumo de la despensa es igual entonces al de los dias ordinarios? respondan á esto el bolsillo de algunos, y las balanzas y la vara de medir de otros. Finalmente los hacendados que se dedican á la cria caballar, ganan tambien, porque si en la mañana de la víspera de San Pedro no se miran las buenas cualidades de las bestias, no sucede lo mismo por la tarde y al dia siguiente; cuando la concurrencia y rivalidad las ponen todas de manifiesto; y Dios sabe los tratos, ventas, y _cambalaches_ á que esto da lugar; de manera que no sé como empieza á olvidarse una costumbre tan útilmente graciosa, y tan graciosamente útil; mil veces he pensado remitir á mis paisanos una cartita que tengo borroneada, pero no lo he hecho por cortedad. Esta carta la transmito en reserva á los suscritores del _Gíbaro_, y dice lo que sigue: «Queridos paisanos, los que vivis felices, entre Bieques y Sto. Domingo: gozoso estoy á mas no poder, con las noticias que recibo de esa nuestra tierra, porque segun ellas cada dia va siendo el país mejor de los posibles; por allá puede un hombre acostarse seguro de que, si no viene la _pelona_ por sus pasos contados, dispertará al dia siguiente sin sustos ni cosa que lo valga, lo cual no sucede en todas partes por acá, en el mundo civilizado, y sino que lo digan los Parisienses que hace poco han tenido el inocente desahogo de mandar á la eternidad á mas de diez mil de sus hermanos, con su añadidura de robos, violaciones, mutilamientos, y otras lindezas que no hay mas que pedir. [Illustración] Segun he sabido los caminos, puentes, calzadas, y otros medios de comunicacion que no hace mucho tiempo estaban buenos _para los pájaros_, ahora se van mejorando que es un gusto; la capital se ha convertido en una tazita de plata, y todos los demás pueblos la van siguiendo; de suerte que cuando yo vuelva, que no está muy lejos, tendré que tomar un _cicerone_, que me esplique cada una de las muchas novedades que se me ofrezcan á la vista. No puedo menos de daros el parabien por tanta dicha, y lo haria, si es posible, de mejor gana, si no hubiera llegado á entender que comenzais á olvidar, junto con ciertas preocupaciones ridículas, algunas de nuestras sencillas y buenas costumbres: me han dicho, entre varias otras cosas, que apenas os acordais del bando de S. Pedro, que tanto nos divertia, y juro por la cuesta del _Guaraguao_, que no hemos de tener la fiesta en paz hasta que sepa que os habeis corregido. ¿Cómo se entiende, señores reformistas, quereis que no quede rastro bueno ni malo de los usos de nuestros padres? ¿teneis acaso la vanidad de pensar que nada es bueno mas que lo que hagamos nosotros? Si os molesta el sol porque os habeis vuelto mas delicados, mudad la hora, pero no toqueis á la costumbre; si algunas palabras que antes pasaban no pueden tolerarse en el dia, porque el buen gusto se ha desarrollado, ingenios hay en la Isla que os darán cada año un bando mejor que el Código Romano, y que las Tablas de Solon. Cuidado, señores mios, no nos suceda lo que al loco que dió en tener asco á sus propias uñas, y para impedir que crecieran queria cortarse los dedos; vayamos con tiento, no afinar tanto la guitarra que se le rompan las cuerdas, y tengamos presente que hay un adagio que dice, que no por mucho madrugar, amanece mas temprano. Fuera de esto, aplaudo ese espíritu de regeneracion bien entendida que se desarrolla entre nosotros, quisiera poder contribuir á nuestro adelanto; pero ya que no otra cosa, admiro vuestra cordura y sensatez, y quedo vuestro paisano y afectísimo S. S.--_El Gíbaro de Caguas._ [Illustración] [Illustración] ESCENA III. REFLECSIONES SOBRE INSTRUCCION PÚBLICA. A los padres de Familia. [Illustración] Arduo es el asunto de esta escena de mi cuadro de costumbres puerto-riqueñas, y muy difícil el trazarlo de suerte que ciertas tintas no hieran demasiado la vista de algun amante de la sombra; porque esta hace grandes y á veces monstruosos los objetos que á la claridad son pequeños, y que no imponen, sino dan lástima. Difícil será tambien que pueda mi pluma, harto por mi desgracia mal cortada, trasladar al papel cuanto pienso y cuanto quiero decir, porqué de sentir una cosa á espresarla tal como se siente hay la misma distancia que de comprenderla á ponerla en ejecucion. Mi audacia por lo tanto no está en haber emprendido una obra que hace tiempo bullia en mi cerebro, sino en querer encerrar en los límites de un solo artículo un pensamiento de cinco años. No pretendo ser aplaudido por cuantos leyeren esta escena, antes creo que no faltará quien me trate de visionario; pero en este caso, comparen los padres de familia, á quienes la dedico, el interés que tengo yo en poner en claro la verdad, con el que acaso tengan otros en ocultarla: mediten sobre el resultado de despreciar este aviso, fruto de repetidas esperiencias, y piensen mucho que una buena educacion es el mejor legado que pueden hacer á sus hijos. Con esta ligera advertencia paso á tratar de los estudios que hacen los jóvenes Puerto-riqueños. Para proceder con órden, me ocuparé primero de la instruccion que se recibe en la Isla; despues, de la que se da en la Península, concluyendo con la del estranjero. Cinco son las carreras á que con preferencia se dedican los hijos de Puerto-Rico: el Sacerdocio, el Comercio, la Jurisprudencia, la Medicina y la Farmacia; sin incluir los Militares y los Ingenieros civiles. El estudio de la Teología se debe hacer segun el plan de estudios del modo siguiente: 1.º año: Fundamentos de la Religion.--Lugares teológicos. 2.º año. Teología dogmática (parte especulativa). 3.º año. Teología dogmática (parte práctica). Lengua griega. 4.º año. Teología moral.--Lengua hebrea. 5.º año. Historia y elementos del Derecho canónico.--Oratoria sagrada. 6.º año. Sagrada Escritura.--Lengua griega (2.º curso). 7.º año. Historia y disciplina general de la Iglesia y particular de España.--Lengua hebrea (2.º curso). Se necesitan por consiguiente siete profesores distintos, y que el alumno curse siete años para ser teólogo, y en Puerto-Rico todo se hace en tres con un solo profesor: á mis lectores dejo el deducir la consecuencia. El Comercio es á mi entender la carrera que mejor puede seguirse en la Isla; no obstante, para perfeccionarse en los idiomas es casi indispensable la permanencia en el estranjero por dos años á lo menos. Esto tiene grandes ventajas, de las cuales, así como de los inconvenientes que ofrece, me ocuparé á su debido tiempo. Llegamos á la Jurisprudencia, y á la Medicina: estas dos no pueden estudiarse en Puerto-Rico, pero sí la Filosofía como introduccion á dichas facultades. Veamos si esto se hace como es debido, y como lo reclama la ilustracion de la época; y aquí advierto de nuevo que al poner de manifiesto el estado de atraso de nuestra enseñanza es mi único objeto el despertar, si es posible, á mi patria de ese sueño que la hace marchar á tan larga distancia de la metrópoli. El plan de estudios previene que se curse la Filosofía en cinco años de esta manera: 1.º año. Latin y Castellano.--Geografía.--Religion y Moral. 2.º año. Latin y Castellano.--Geografía.--Historia, Religion y Moral. 3.º año. Latin y Castellano.--Historia.--Religion y Moral.--Curso preparatorio de Matemáticas (Aritmética y algunas nociones de Geometría). Repaso de Geografía. 4.º año. Retórica y poética.--Historia.--Religion y Moral.--Matemáticas (Álgebra hasta las ecuaciones de segundo grado inclusive). Geometría, Trigonometría plana y nociones de Topografía. 5.º año. Psicología y Lógica.--Elementos de Física y nociones de Química.--Nociones de Historia natural.--Ejercicios prácticos de Retórica y poética.--Religion y Moral. En Puerto-Rico se emplean dos, tres, ó mas años en la Latinidad; concluida esta, empieza la Lógica, que dura otro año; sigue la Física[1], y en el tercero la Ética y Metafísica. Las Matemáticas, nociones de Química y la Geografía se estudian tambien en algunos de estos años, y sin ser obligatorio. [1] Gracias á los desvelos y sumo desinterés del Dr. D. Rufo M. Fernandez, hay un gabinete de Física esperimental, y un laboratorio de Química que regaló dicho Sr. á la Sociedad económica de Amigos del país. Faltan por consiguiente la Historia, Retórica y poética, Historia natural y ejercicios prácticos de Retórica y poética; muchísimo mayor es el defecto en cuanto á los profesores. Para desempeñar las cátedras de Filosofía se necesitan doce profesores por lo menos, cuando en el colegio de Puerto-Rico, sino fuera por las clases que sostiene la Sociedad económica de Amigos del país, solo habria dos de Latinidad y otro para el resto de la Filosofía. ¿Cómo es posible que uno solo pueda cargar con peso tan enorme? No es estraño que, al presentarnos en las universidades de la Península, se rian de nosotros y de nuestros certificados los que con mucha razon ven en la Filosofía el fundamento de todas las carreras literarias. No pueden un médico ni un farmacéutico serlo completos sin algunas nociones de Historia natural; así como tampoco un abogado ni un teólogo pueden ser buenos oradores sin el conocimiento de la Literatura. Toda mi vida recordaré con pesar lo que sufrí al graduarme de bachiller en Filosofía. El catedrático llamado entonces de Literatura me dirigió una pregunta que no entendí, y tuve que confesar ruborizado que en mi país no se enseñaba.... Acabaré los estudios de la Isla hablando de la Farmacia, que se cursa tambien en ella (ignoro el como) y puede ejercerse en todo el país mediante un certificado que da la Subdelegacion de dicha facultad. Este certificado, título ó como quiera llamarse, puede igualar á jóvenes que en su vida han visto un gabinete de Mineralogía, ni un jardin botánico, ni otras muchas cosas, con hombres que en Europa han asistido siete años á estos sitios, y que, como suele decirse, «han gastado los bancos de las universidades.» Pasemos á los estudios de la Península. Despues de haber invertido un padre sumas considerables durante cuatro ó cinco años, y cuando su hijo ha concluido la Filosofía, es preciso, si se dedica á la Jurisprudencia ó á la Medicina, que continue sus estudios en la Península; sobrevienen nuevos y grandes gastos para la familia, pero el cariño paternal todo lo allana, y al cabo de un par de meses se halla en Madrid, Barcelona ó Cádiz el aspirante al Bachillerato en Filosofía. Preséntase en la Universidad provisto de todos sus documentos; el Secretario los examina, y á cada párrafo, á cada punto, á cada frase menea la cabeza de un modo harto significativo para el pretendiente; porque en él puede comprenderse la respuesta que á mí me dieron el dia de aquel primer fallo. «_No hay americano que traiga sus papeles en regla, y que haya estudiado todo lo que previene el plan de estudios. V. no puede graduarse._» Cualquiera comprenderá la posicion nada agradable en que estas palabras colocan á un jóven sin edad ni esperiencia para oirlas con calma. Empiezan entonces las súplicas tanto de palabra como por escrito; quien recurre al Rector, quien al Gobierno de la nacion, y entre unos y otros pasa un jóven los peores dias de su carrera, hasta que por quitárselo de encima ó por compasion, le admiten al primer año de la facultad que quiere cursar. Hasta aquí los trabajos; ahora empieza otra vida, que, si bien necesita laboriosidad, es metódica y mas descansada; cércanla empero graves escollos que pueden hacer naufragar al talento mas privilegiado. [Illustración] Los padres de familia, por indiscreta confianza en sus hijos, los dejan á veces enteramente libres en un país nuevo para ellos y colmado de tales atractivos que pueden seducir al corazon mas frio: diversiones de todo género, mujeres tan hermosas como venales que pululan en los parajes mas públicos, compañeros harto complacientes para enseñarles el camino de su perdicion, y dinero en abundancia para satisfacer sus caprichos; son los elementos de su ruina: ¿somos acaso ángeles del cielo para poder resistir siempre á tanta seduccion? Otros hay que por un esceso de celo se fian demasiado, y dan facultades amplias sobre sus hijos á sujetos indignos de tenerlas, y los cuales contribuyen no poco á que se estravien, teniendo para con ellos ó un absoluto descuido, ó un rigor inconsiderado. La cantidad destinada para la instruccion y sustento de un jóven debe tambien pensarse mucho, no fiándose nunca de informes de personas estrañas, sino de los padres de alguno que esté en igual caso y que tenga buena conducta. Del olvido de esto puede resultar que un jóven se estravie por tener demasiado, ó que contraiga obligaciones que despues no pueda cumplir, por carecer de lo preciso para sostenerse con decencia y adquirir lo necesario á su carrera. Hasta las cartas de recomendacion deben tenerse en cuenta al enviar un jóven fuera de su país: las dirigidas á personas ricas y de una clase elevada, no son las mas útiles en ciertas circunstancias; porque estos sujetos, si no tienen relaciones íntimas con el que recomienda, y quizás aunque las tengan, lo mas que hacen, por lo comun, es obsequiar al recomendado con su palco abonado en el Teatro, convidándole á comer, presentándole en tertulias y dándole todos los buenos ratos posibles, pero que cada uno de ellos no deja de ser una distraccion. Esta clase de recomendaciones son buenas para despues de pasado algun tiempo, mas no al principio, cuando es necesario todo el dia para empezar bien el estudio; por otra parte, creer que el que tiene escelente posicion social haya de ir acompañando á un jóven á suplicar y á cuestionar con los empleados de la Universidad, es creer un despropósito. Una carta para uno de estos empleados, sea cual fuere su clase, ó para un estudiante adelantado en la carrera, vale mucho mas que aquellas, que, como he dicho, son buenas para mas tarde; y aun entonces deben economizarse, pues el jóven que se conduce bien, tiene entrada en todas partes, y le sobran siempre buenas relaciones. Algunos de mis paisanos se dedican á la carrera de Ingeniero civil, ignorando sin duda sus muchas dificultades; y por esta razon advierto á los padres de familia, que en el colegio de Ingenieros civiles de Madrid, el único de España, solo se admite un número determinado de alumnos, que para entrar en él necesitan estudios que no pueden hacerse en Puerto-Rico, y que aun teniéndolos, y saliendo bien de un ecsámen rigoroso, no es seguro el conseguir una plaza solicitada por muchos otros con igual mérito, con favor y con grandes recomendaciones, porque del colegio salen ya con un sueldo pagado por el Gobierno. Hablemos de los estudios del estranjero. Muy encontradas son las opiniones sobre si es conveniente ó no, que un jóven estudie en el estranjero; razones hay que á primera vista parece nos convencen de ser no solo útil, sino casi indispensable. Es cierto que los métodos de enseñanza han llegado fuera de España á un grado mayor de perfeccion; mas no lo es menos que un jóven que desde niño se ha educado en una de esas capitales colocadas al frente de la civilizacion, al volver á Puerto-Rico siente en su alma un vacío inmenso: aunque ame á su familia, echa de menos aquellas costumbres en que ha sido criado, y que no halla en su patria. Adquiere un nuevo idioma, pero esto es no pocas veces olvidando el suyo. Yo he conocido jóvenes de instruccion brillante, que á los aficionados llamaban _jugadores por amor_, á la gorra de cuartel _bonete de policía_, que en lugar de _V. me adula_ decian _V. me flatea_, y otras por el mismo estilo. ¿Debe pues huirse de ir al estranjero? Mi opinion es que no; pero es preciso aguardar á que los hábitos del país se fijen con la edad y con el estudio, de suerte que, aunque los cubra el barníz estranjero, vuelvan á aparecer con los aires de la patria. En una palabra, debe un padre enviar su hijo á perfeccionarse en cualquier carrera; pero no á comenzarla y acabarla fuera de España. Habiendo hablado de los estudios que se hacen en Puerto-Rico, en la Península, y en el estranjero, parece que debiera decir algo de los de la Isla de Cuba; pero como quiera que son ya muy contados los que van á seguir su carrera en aquella Isla, por ser los gastos mucho mayores en igualdad de circunstancias, me creo dispensado de hacerlo, en obsequio de la brevedad. Concluiré pues indicando algunos de los medios de mejorar en mi país la instruccion que en él se recibe, para que no haya obstáculos en las carreras cuando quieran continuarse fuera de él. Es ante todo indispensable que la enseñanza siga una marcha uniforme, que haya un colegio en la Capital que forme el centro, y que todas las escuelas de la Isla sean ramificaciones suyas; porque mientras pueda cualquiera titularse Maestro y abrir un establecimiento que nadie se cuida de clasificar; mientras pueda seguir en él el método que le dicte su capricho; mientras, en una palabra, no haya para los padres de familia mas garantía que la buena ó mala fe de los maestros; mientras suceda todo esto (y lo digo muy alto), en Puerto-Rico se enseñará mal, y el que quiera ser sólidamente instruido en cualquier profesion, tendrá despues que estudiar gran parte de lo que debió saber al concluir la instruccion preparatoria. No quiero decir que no haya algunos profesores muy dignos de serlo, pero estos serán los primeros en reconocer que hay tambien otros á quienes no vendrian mal unos cuantos años de escuela; si para llamarse maestros hubieran tenido que pasar todos por un ecsámen rigoroso sobre materias cuyo nombre ignoran quizá algunos de ellos, y las cuales son indispensables al que ha de conducir á los niños en los primeros pasos que dan por la senda del saber, entonces podrian los padres estar tranquilos, y no tendrian que separarse de ellos desde su mas tierna edad, como ahora sucede, para ponerlos en escuelas que les merecen mas confianza. En cuanto al colegio centro de estas escuelas, en mi concepto deberia ser un establecimiento en el cual se enseñara la Filosofía tal como previene el plan de estudios que rige en España, adoptando en él los mismos métodos y obras, para que nada nuevo encontrara un estudiante al llegar á la Península, y que se diera grande extension é importancia á la agricultura, como primera fuente de la riqueza de la Isla, y al estudio de idiomas, como tan necesario á los que se dedican al Comercio, que es el que puede hacer valer los productos de ella. Todo lo que sea pensar en las carreras facultativas, sin tener antes buenos medios de instruir á los jóvenes en los ramos arriba espresados, es querer llenar el país de medianías, que siempre son el descrédito de las ciencias y las artes. A primera vista parece irrealizable el establecimiento de un colegio, y el hacer que todas las escuelas dependan de él; pero no hay cosa mas fácil mientras se desee de todas veras; y no se piense que al decir esto me refiero al Gobierno; no él, sino los padres de familia deben tomar la iniciativa; el pedir que el Gobierno haya de pensar en todo, sin que nada se le indique, saben muy bien todos los hombres de medianas luces que es pedir un imposible. No es por otra parte un milagro lo que yo ecsijo que hagan los padres pudientes en mi país, porque es del todo igual á lo que pasa en España. En esta los colegios mejor montados no son propiedad del Gobierno, sino de particulares que adquieren con ellos gloria y bienes de fortuna, proporcionando á muchos hombres de talento una subsistencia decorosa. Toda la dificultad está en la buena administracion, y en que para Director se elija un hombre de Genio, y al corriente de la marcha que con el nuevo plan de estudios se sigue en dichos establecimientos. En cuanto á la reunion de fondos suficientes no me seria difícil proponer un medio de hacerlo si estuviese en mi país, teniendo datos de que carezco á tan larga distancia; diré solamente que el Colegio Seminario, y las clases de la Sociedad Económica son elementos muy útiles para la reforma, que es indispensable se verifique si se quiere que no estemos un siglo atrasados en la enseñanza. Sin instruccion no puede haber adelantos en las artes y la industria que tanto necesita el país; los estranjeros nos comprarán siempre nuestros productos para elaborarlos, y hacer despues que los paguemos á peso de oro; desvelémonos pues; y cuando todo esté allanado, reclamemos la proteccion del Gobierno, que nunca se la niega á un pueblo que pide medios de instruirse; venzamos todos los obstáculos, y digamos entonces al Soberano: «Somos religiosos, somos leales, somos honrados, somos hospitalarios; solo nos falta que nos permitais ser sabios.» [Illustración] [Illustración] ESCENA IV. UN CASAMIENTO GÍBARO. [Illustración] I. Cantando estaba ey pitirre En la copa de una seyba, Cuando salen de una casa, O mejoy, de ebajo de eya, Jasta unas treinta presonas A cuay mas toas compuestas. Diban tóos á cabayo, (Ey que menos diba en yegua) Los hombres ensapataos Y casi toos con chaqueta, Yeban aygunos pañuelo Amarrao en la cabesa, Y sombrero e pelo negro, Tejío entero, ó de empleyta, Camisas aymionáas, Y carsones e tapeta. Las mujeres yeban gorras De pelo con plumas negras, Guantes de algoón tejíos. Y argunas, sayas e séa; Sapatos e marroquin Y tumbagas muy sobelbias, De aqueyas de pocos riales Que briyan como las pieiras; Pañuelos y pañuelones De too grandol y manera, Y argoyitas y sarsiyos, Y junquiyos y caënas. Toiticos á cuay mas Muy bien ensiyáa su bestia; Unos con bocao e plata, Y e colores las riendas, Otros con jáquimas, y otros Con sus frenos e correa. Las tajarrias, asericos, Aparejos y aguaeras Eran tóos nobesitos Y jechos pa aqueya fiesta, Que era la boa de Peiro Hijo der Guajon Iglesias, Con Gilia, la muy pulía, Hija de Toño Ribera, Y aquey dia se casaban Con grandísima querensia. La mosa e cuando en cuando Bia ar nobio e manera, Que bien clarito le isia: Peiro, tuya es esta prenda. Y er sortaba caa bufío De gusto ar miral su jembra, Que ni con er susuncoyda Se cambiara aunque er quisiera. Ey soy estaba una vara Mas arriba de la tierra, Cuando pol medio ey Barrero Caminaban pa la Iglesia; Habiéndose ya apeao En caje de una parienta. Yegan, y er cura, que estaba Asperándose á la pueita, Los espachó, y dijo misa Toyto en un requimeternan; Mas ar salil encontraron Abieytas ya toas las tiendas De pulpería y de ropa, Bentorriyos y rancheras; Y los mosos, jumaseros; Los muchachos y las viejas. Ey pueblo entero asperando A que los novios salieran. ¡Bárgame Dios que sanfransia, Luego que estuvieron fuera, De matracas y fotutos, Y con palos y con pieyras Pegando en los mostraores Y gorpeando las pueytas! Er uno gritaba: _juse, Carabuco bira y seja_; Er otro: _mira; atarraya Esa nobiya berrenda_. Y así bastante ajoraos Fueron á cojel las bestias, Y salieron dey Barrero Camino dey Aguabuena. [Illustración] II. Ayí habia combiaos Que pasaban e sesenta, Y los músicos, que ay punto Que yegó la gente nueba, Sin aguayday que pasaran Los cumplíos y etiquetas; Cojiendo los estrumentos Tocaron unas caenas, Y er baile jasta er comey Duró en caliente y e veras. Los suegros y los pairinos Con los nobios á la mesa Se asentaron; los emas Caa uno e su manera, Ñangotaos, en las jamacas, Paraos y en la escalera. No faytó er arros con carne, Con coco y con leche buena, Ni los biñuelos de ñame, Ni la naranja en conseyba, Ni ey romo, ni ey anisao, Ni ey vino, ni la giniebra. Despues de yenal ey buche Boybieron á andal las pieynas Jasta la hora de senal; Y así que pasó la sena Con mas gana que ay prensipio Too er mundo se menea. Ey sor los jayó bailando Sin que nayden se rindiera: Entonces se espidieron, Y aquí se acabó la fiesta. De lo que pasó espues Los nobios darán la cuenta. [Illustración] [Illustración] ESCENA V. BAILES DE PUERTO-RICO. [Illustración] Antes de llegar al objeto principal de este artículo, diré cuatro palabras sobre el orígen é historia del baile, tomadas de dos publicaciones recientes, de Madrid la una, y la otra de Barcelona. [Illustración] El baile es tan antiguo como el hombre; puesto que en sí no es otra cosa, que _un modo de espresar sensaciones por medio de variadas actitudes y movimientos_: este es el baile en su orígen, que, generalizándose despues, llegó hasta formar parte del culto religioso; conociéndose con el nombre de danza sagrada la que en sus ceremonias usaban los Judios, Egipcios, Griegos y Romanos; continuó siempre en los regocijos públicos y de familia, de suerte que, por la suntuosidad de ellos era fácil conocer el poderío y grandeza de una nacion, y la opulencia de los particulares. Los Atenienses introdujeron el baile en el teatro, apenas nacido este; siendo en él, primero alegórico, despues histórico, y últimamente tan variado como la trajedia y la comedia. En varias naciones, sobre todo entre los Romanos, llegó á un grado tal de perfeccion que parece fabuloso, no desdeñándose de bailar las personas mas graves y de mas talento. A Socrates gustaba mucho bailar un baile llamado el _Menfilico_; Platon fué agriamente censurado porque rehusó tomar parte en uno que daba Dionisio de Siracusa, y Arístipo fué muy aplaudido porque, hallándose presente, dejó su manto y danzó muy bien delante del Rey. Caton el censor tomó un maestro á la edad de cincuenta y nueve años para repasar los bailes que habia aprendido cuando jóven. La invasion de los bárbaros destruyó el baile junto con las artes y las ciencias, que reducidas á la nada hasta pasados algunos siglos, renacieron otra vez, y con ellas el baile, para irse elevando hasta el punto en que se halla hoy en los Teatros de las primeras capitales del mundo civilizado. Los bailes nacionales españoles se deben, segun el parecer de Jovellanos, á los Sarracenos, y de algunos de ellos toman orígen una parte de los de Puerto-Rico, como verémos mas adelante. Todos los pueblos tienen bailes acomodados á su gusto, clima, civilizacion y costumbres; distínguense los de los negros de Africa por sus evoluciones guerreras, por su lubricidad, ó por sus movimientos de dejadez y abandono; los de los Chinos por sus grupos difíciles, de equilibrio y vistosos, y los de los salvajes de América por la voluptuosidad, y por su variada espresion, que era tal, segun los viajeros é historiadores, que cualquiera podia conocer fácilmente por ella la pasion que la danza queria espresar. Conquistada y poblada gran parte del Nuevo-Mundo por los Españoles, era forzoso que adquiriese sus costumbres, y con ellas muchos de sus bailes nacionales; guardando estos toda su pureza, ó adulterándose segun el sitio en que habian de ser aclimatados. En Puerto-Rico hay dos clases de bailes: unos de sociedad, que no son otra cosa que el eco repetido allí de los de Europa; y otros, llamados de _garabato_, que son propios del país, aunque dimanan á mi entender de los nacionales españoles mezclados con los de los primitivos habitantes; conócense además algunos de los de Africa, introducidos por los negros de aquellas regiones, pero que nunca se han generalizado, llamándoseles _bailes de bomba_, por el instrumento que sirve en ellos de música. Entre los bailes de sociedad son los mas usados la contradanza y el walz; la primera es la contradanza española, conservada mucho mejor que en España; sus figuras tienen la misma variedad que en su orígen tuvo dicho baile, y sus pasos adquieren mayor encanto con la gracia de las hijas del Trópico: es imposible seguir con la vista los movimientos de una de aquellas morenitas de mirar lánguido, cintura delgada y pie pequeño, sin que el corazon se dilate queriendo salir del pecho. La contradanza americana es el baile mas espresivo que pueda imaginarse, es un verdadero poema de fuego y de imágenes seductoras, es en una palabra, la historia de un amor afortunado. Empieza la danza.... La bella es solicitada por un amante, que, cualesquiera que sean los obstáculos, halla siempre el medio de encontrarse con el objeto de su cariño; las diferentes figuras representan muy al vivo los inconvenientes de parte de unos, y la proteccion de otros: en el principio, apenas se acercan, vuelven á separarse, cada vez se detienen algo mas; las manos del jóven toman las de su querida, toca sus brazos, su cintura, y por fin, unidos estrechamente, se entregan al placer en medio de todos sus compañeros, que celebran con igual regocijo la union de dos seres que se adoran. ¡Oh hijas de mi patria! nadie os iguala en el baile, nadie derrama como vosotras ese raudal de fuego puro como vuestras frentes, ni esa voluptuosidad encantadora que solo nace en nuestro clima. La música, que no contribuye poco á la ilusion, es un conjunto de ecos, tan pronto melancólicos, plañideros y sentimentales, como alegres, agudos y estrepitosos; es creacion del país, y á veces eligen los compositores temas de una cancion popular, sirviendo no pocas de pretesto algun suceso mas ó menos ruidoso para la composicion de una danza que despues lleva su nombre. He oido á profesores bastante acreditados de Europa, que no les gustaba dicha música; uno de ellos tocó al piano delante de mí una contradanza muy bonita, y no pude menos que pensar, que tal como él la tocaba era imposible que gustase; ejecutóla despues una señorita de Cuba, que no poseia mas que medianamente aquel instrumento; y apenas la hubimos oido, cuando díjome el profesor: ¿Sabe V. porque he escuchado con placer á esa señorita? Figúrese V. un estranjero que posea perfectamente el castellano, y que estando en Madrid, por ejemplo, le diesen á leer una de esas composiciones chistosísimas escritas en lenguaje andaluz por Rubí ú otro de nuestros buenas poetas; seguro estoy de que le gustaria muy poco el cambio, supresion y y adicion de letras, la novedad de palabras, y otras cosas que en ella encontraria; pues bien, el mismo estranjero, si le llevasen por la noche al teatro y viese representada por buenos actores la misma pieza, se destornillaria de risa y aplaudiria como un loco; á mí me ha sucedido otro tanto, era preciso que oyera una contradanza tocada por uno de las Antillas para poder apreciar ese género de composicion. --¿Y ahora la tocaria V.? --Si lo intentase, por mas reglas que yo sepa, y por mas ejecucion que tenga, me hallaria en el caso del estranjero que he citado antes, si pretendiera al otro dia imitar la ejecucion de la pieza andaluza. El walz, igual al de todas partes, es en Puerto-Rico el compañero inseparable de la contradanza, y se mira como su consecuencia necesaria; la jóven que promete una contradanza sabe que tiene que bailar el walz con el mismo sujeto. El rigodon es tambien muy general: frio, pausado y aristocrático, conserva las mismas cualidades bajo el sol de las Antillas que bajo los hielos del polo. Todos los demás bailes que recorren la Europa con alguna aceptacion, llegan tambien á la Isla, y duran poco ó mucho segun el gusto con que son recibidos; así hemos visto en unos cuantos años la Galop, la Mazurka, el Britano, el Cotillon, la Polka, etc. Los bailes de Sociedad son en Puerto-Rico casi iguales, en cuanto á las reglas que en ellos se observan, á los que yo he visto en España, aparte algunas modificaciones que no bastan á darles un carácter particular. Hay entre ellas la que he dicho de tenerse el walz como un apéndice de la contradanza, la cual ejerce sobre él el derecho de señalarle las parejas. Esto tengo para mí que debió en otro tiempo ser una prueba que mutuamente se daban los danzantes del placer que habian tenido en la contradanza, que despues á fuerza de repetirse ha venido á ser una ley sancionada por el uso, y como otras muchas leyes, no deja de causar algunos sinsabores: y sino, figúrese el lector una jóven hermosa y bien educada, á quien se le descuelga con la pretension de bailar con ella un coreógrafo bisoño, sin pelo en el labio superior, que se pone como una grana al dirigirle la palabra, y que al contacto de su mano, y al observar las agitadas palpitaciones de su seno, siente que le zumban los oidos, y no puede seguir el compás; preciso es que la niña no le desaire, porque la ley de urbanidad es en este punto inflecsible; y haria una ofensa que nunca perdona el que está en la edad de las sensaciones nuevas y desconocidas. Suena la música, y empieza entre los dos un movimiento igual al de dos manos de pilon que dan alternativamente en el grano, subiendo la una cuando baja la otra y vice-versa; de este modo, tropiezo aquí, pisada allá, apreton acullá, y fastidio en todas partes, llegan al final, y cuando la señorita empieza á reponerse de tanto percance, óyense de nuevo los instrumentos, y es preciso volver al martirio. No digo nada si es un jóven al que le toca por compañera una prima de su adorado tormento, amiga de su hermanita, ó recomendada por su mamá ó la señora de la casa, y que yo pudiera pintar muy bien; pero no quiero, porque tengo en mucho el aprecio del bello secso (sin escluir aquella parte de él á quien no cuadra el adjetivo), no me detengo mas en esto, y vamos á otra cosa. La colocación es tambien en lo que mas se repara: ninguno permite que otro se le ponga primero en la contradanza, despues de haber ocupado su lugar, sin que medien razones muy poderosas, lo cual me parece muy en el órden, y es un modo de espresar que entre personas distinguidas deben ser iguales y recíprocas las atenciones. Uno solo empieza á bailar, que es el primero, y á medida que desciende hasta el otro estremo de la sala, le siguen por órden rigoroso los que vienen despues de él; al revés de lo que he visto en otras partes, donde, con motivo de empezar todos á la vez, ningun lugar es preferente; mas resulta una confusion que dura tanto como dura la música. Entre la variedad de figuras que se usan, nadie puede variar tampoco la que puso el que empezó, y solo puede hacerlo él mismo cuando vuelve á llegar á su lugar primitivo. He aquí lo único en que varian en aquella Isla los bailes de sociedad ó de la clase mas acomodada; en cuanto á lo demás nada tienen que envidiar á los mejores que se dan (no siendo en una corte) en cualquier otro lugar, pues reunen las condiciones de cortesanía y elegancia en los concurrentes, y riqueza y buen gusto en los adornos de trajes y edificios: son notables los que dan las corporaciones, siempre que hay un motivo digno de las grandes sumas que invierten en ellos, y muchas veces hasta los particulares rivalizan en ofrecer con todo lujo esta diversion, que es la primera en el país. [Illustración] Los bailes de _garabato_ son, como he dicho, varios, y traen su orígen de los nacionales españoles y de los indígenas, de cuya mezcla ha resultado un conjunto que revela claramente el gusto de unos y otros; así en las _cadenas_ y en el _fandanguillo_ cualquiera reconoce una degeneracion de las seguidillas y del fandango; al paso que en el _sonduro_ tambien se ve algo del zapateado, junto con mucho de aquel furioso vértigo, que parecia transformar en otros á los que pasaban dias enteros sentados sobre sus tobillos. Además del _fandanguillo_, _cadenas_ y _sonduro_ ó _matatoros_ hay el _seis_ y el _caballo_, que completan el repertorio de los bailes de _garabato_. El primero es el fandango español, aunque en obsequio de la verdad tengo que confesar, que así como la contradanza ha ganado mucho, este ha perdido y no poco; los pasos son ejecutados con mucha menos soltura y gracia, los pies de los bailarines no se deslizan sobre el suelo con la suavidad que fuera de desear, sus cuerpos conservan una rigidez, que sobre parecer afectada, se aviene muy mal con el aire y tono de la música y los brazos, que tanta gracia añaden á cualesquiera posicion del cuerpo, son en algunos molestísimos apéndices que no saben donde colocar; en una palabra, el fandanguillo es una planta mal aclimatada. Las _cadenas_, derivado de las seguidillas, pero no un engendro contrahecho y raquítico, sino un renuevo vigoroso y lozano, que yo comparo á una hermosa mestiza, son el baile mas animado y vistoso de cuantos pertenecen á esta clase; toman parte en él uno ó varios grupos de á cuatro parejas, las cuales hacen un número convenido de figuras hermosísimas, y ejecutadas con tal precision y soltura que nadie conoceria allí á los envarados y frios danzantes del fandanguillo; crúzanse velozmente en variadas y opuestas direcciones, enlázanse formando grupos siempre agradables, y mudan en un instante infinitas veces de lugar, viniendo siempre al mismo de donde partieron. Nada hay que pueda pintar el alegre regocijo de los campesinos como las _cadenas_. La música es muy animada á la par que sencilla, el canto con que la acompañan sumamente espresivo, y su letra, no puede hacerse de ella mejor elogio que el decir que son seguidillas, muchas de las cuales he oido en España; y que los _gíbaros_, sin saberlo, cantan á veces versos de Iglesias, y de otros no menos célebres ingenios. El _sonduro_ es una especie de zapateado, pero con tales arranques de entusiasmo, que no solo baila la pareja única que está en el centro de la sala, sino que hace mover á cuantos hay en ella; cruje la tablazon del piso; y aquel estrepitoso repique de pies descalzos con un dedo de suela natural, ó bien calzados con suelas llenas de clavos, se hace oir en el silencio de la noche mas lejos que los instrumentos, que por cierto no alborotan poco. Todo este ruido lo hacen un par de pies, que son los del varon, pues que la hembra no tiene en él ninguna parte; vanse relevando á medida que se cansan, y así no es estraño oir por mucho tiempo un rumor que parece imposible que lo cause un solo hombre. El seis, aunque en rigor deben bailarle seis parejas, yo he visto muchas mas: colocánse las mujeres frente á los hombres en hilera, se cruzan varias veces, zapatean un poco en ciertos compases marcados por la música, y terminan valzando, lo mismo que en la contradanza. Despues de las _cadenas_, el seis es de los bailes de garabato el que mas gusta, porque no es atronador como el _sonduro_, ni frio como el _fandanguillo_ y el _caballo_. En este se colocan dos parejas de modo que estando la mujer frente á su compañero, tenga á la izquierda al de la otra que esta delante de él: toda la dificultad está en unos pasos muy sencillos y poco variados, y en cruzarse y cambiar de pareja sin tocarse nunca las manos; para un estraño es baile que tiene poca gracia. Los instrumentos músicos son tambien dignos de que se hable de ellos: forman una orquesta completa una _bordonúa_, un _tiple_, un _cuatro_, un _carracho_ y una _maraca_. _La bordonúa_ es una gitarra de grandes dimensiones, hecha toscamente, y á veces sin mas herramienta que un cuchillo ó una daga; la madera es de varias calidades, escepto en su tapa que siempre es de _yagruno_, una de las mas blancas y ligeras que se conocen. El _tiple_ es en un todo igual á esta, sino en su tamaño, que es mucho menor. El _cuatro_ es un término medio entre los dos, y se distingue porque remata en dos ángulos su mitad cercana al brazo, á diferencia de la otra que es redonda como en la _bordonúa_. El _carracho_, _güiro_ ó _calabazo_, es una calabaza larga, bien madura y seca, con surcos transversales algo profundos, sobre los cuales se hace pasar con mas ó menos fuerza un palillo de madera muy fuerte; para que el sonido sea mas intenso, tiene una abertura en la parte opuesta á la de los surcos, y se toca sosteniéndole con la mano izquierda y manejando con la derecha el palillo de que ya he hablado. La _maraca_ es una _jigüera_ atravesada con un palo, y que contiene en su interior una porcion de granos duros y pequeños; agitándola con la mano derecha, con la cual se tiene por el palo que la atraviesa y sirve de mango, produce un sonido con que acompañan al de los demás instrumentos. Los bailes de _garabato_ tienen sus reglas, que se observan con todo rigor, y que nadie que toma parte en ellos está dispensado de guardar estrictamente. Aunque, como he dicho, son propios de la gente de la clase inferior y del campo, algunas veces he visto bailar en ellos á personas muy distinguidas. Una pisada, un empujon, los zelos de un enamorado, la sonrisa de un espectador, y otras cosas semejantes dan lugar no pocas veces á que se concluyan á cuchilladas; al paso que todos cuando no hay alguno de estos motivos se complacen y obsequian mutuamente con la mayor franqueza, teniendo siempre la preferencia los forasteros sobre los del lugar en que se da el baile; en una palabra, aquellas buenas gentes guardan todas las atenciones y finura compatibles con su clase, sus hábitos y educacion. Tales son los bailes de garabato: los de los negros de Africa y los de los criollos de Curazao no merecen incluirse bajo el título de esta escena; pues aunque se ven en Puerto-Rico, nunca se han generalizado: con todo, hago mencion de ellos porque siendo muchos, aumentan la grande variedad de danzas que un estranjero puede ver en sola una Isla, y hasta sin moverse de una poblacion. Inútil seria entretenerme en probar que esta variedad depende de la posicion geográfica que acumula allí individuos de tantas naciones, cada una de las cuales introduce usos que se arraigan mas ó menos, segun el influjo que ellas tienen en el país, y así concluyo manifestando que, fuera de los bailes públicos y de grande espectáculo de los teatros europeos, que no puede haberlos porque el teatro está cerrado la mayor parte del año, y porque en la Isla no creo que haya quien quiera arruinarse contratando compañías que hacen quebrar á los mejores empresarios; en cuanto á bailes nada tenemos que envidiar á ningun pueblo del mundo. [Illustración] [Illustración] ESCENA VI. EL BAILE DE GARABATO. [Illustración] Arreyánense á mi lao Toiticos los que aquí estan, Y jagamos una ruea, Paque puean escuchal: Ey suseso acontesió En la semana pasaa, Que es de aqueyos que encocoran Y achongan jasta rabiay. Muaba á canto e talao A mi baca coloraa Ey jueves á eso e la una, Poquito menos ó mas; Cuando yegó primo Sico, Que me diba á combial Pa un baile, que aqueya noche Jasian en la besindá, En caje de una comae Que ey quería festejay, Casaa con un primo suyo Jasia tres meses no mas, Y que era, asigun la fama Y si bale isil veydá, De chupe y dejeme ey cabo: Y no repito lo emas Que sus muchos amaores De eya cuentan sin paral, Polque ey cuento seria laygo Y no hay quien no sepa ya Que á enamoraos y á locos Nayden les debe escuchay. Espaché en un paire nuestro, Luego me juy á refrescal Ar rio, despues me puse Los trapos e cristianay Y, ey malambo ebajo er braso, Dejando mi estansia atrás, Apenas anochesio Vide ey baile prensipial. Era la casa e la fiesta De yagua e sierra techaa, Los setos y soberaos De tablas solo aserraas, Con bentanas correisas Y soleras sin labral. La sala onde se bailaba La tenian alumbraa Con cuatro belas e sebo A los estantes pegaas, Y otra sobre una tabliya En que se via un San Blas, Un ramo e parma bendita, Tres mochos sin espigay, Un tigüero, una baraja Y una atarraya emplomaa. A la erecha, junto ar seto, Habia mujeres sentaas Sobre una canoa grande, Que ayi tenian arrimaa. A mano suida lo mesmo, Las habia arreyanaas Ensima una costanera Con dos trosos lebantaa. Un ture, aygunas banquetas Y un banco sin resparday, Seybian de asiento á los músicos, Cantores y á pocos mas. Rompió ey baile primo Sico Con su comae Treniá, Con un sonduro que daba Imbidia veyo bailal. Requintaba la bigüela, Ey güiro diba á jablay, Y los tiples y maracas No les diban muy atrás. Los garrones e mi primo Repicaban sin paral, Y atajaba la pareja Tan á tiempo y á compas, Que hubo biejo que la baba Le bino ay suelo á paray. Bailóse espues un cabayo, Unas caënas etrás, Un fandanguiyo bombeao, Y un seis se diba á tocay; Cuando dentró esbanesío En er baile un camaraa, Con ey sombrero en la oreja Y la daga esembainaa. Parao en mitá e la sala Dijo:--¿Quién es capatás En este baile, señores, Que habemos de platical? --Yo soy, repuso mi primo, Pa lo que guste manday. --No mas queria, que un rato Aquí me ejaran bailal, Polque se lo he prometío A una jembra que aquí está. --Mucho jiso en prometeyo Poyque puee que quede mal, Manque benga acompañao Con ey mesmo Barrabás. --Jise bien; y si aigun guapo Me lo quisiere pribay, Le pelsinare la cara, Y naide baylará mas. --Eso agora lo beremos. --Pues asina lo berá. Dió un rempujon á mi primo, Que ay punto se jiso atrás, Y metió mano ay moruno Rabiando pol peleay. Toitos jisimos lo propio, Y se puso caa cuar En ey bando de uno ó de otro, Confolme á su boluntá. Las belas fueron ar suelo; Queándonos por un iguar Toos prietos, pues ni las manos Nos podiamos miray. ¿Quién aqueya masamorra Sera capás e contal? Las jembras esperesías Gritaban á no poel mas; Unas en ey aposento Se fueron á refugiay, Otras ayá en la cosina, Aygunas arrinconaas En la sala, y jasta una Se fué de mieo á sumbal Poy la bentana mas arta, Con su bojote cargaa. En poquísimos menutos Se dieron mas cuchiyaas, Y repartieron mas palos, Que letras tiene un misar: Y no hubieran acabao Ni con ey juicio finay, Si no se mete pol medio La mosa mas aqueyaa, Que tiene ey barrio e Culebras En toa su besindá; La cuar en cuenta e correy, Al iguar de las emás, Agarró un cabo de bela Y en un tison de capá, Que sacó de los fogones, Lo prendió á fuelsa é soplay. Yegó á la sala y gritando: ¡Señores! que jaya pas, Nos dijo: Atórense un poco No se bayan á matal: Yo que soy causa e la riña Se lo bengo é suplicay. Escúcheme, que ay momento La buya se acabará. En broma le ije á Cilirio Que no seria capás De esbaratal este baile, Y er lo ha jecho de beydá. Su intencion no era ofendel A unas gentes tan honraas, Sino dal á conocey Que pol mí no teme á naa. No queamos muy satisfechos; Pero nos jiso queal La risa de aygunos cuantos, Que cada ves diba á mas. Era ey caso que un mosito Benío de la Suidá, Muy agentao y muy tieso, Asin que oyó ey juracan, Se metió ebajo una mesa A aprendel á gateay; Y entonces me lo sacaban Sin poel tabía jablal. Cilirio le dió á mi primo La mano, voivió á embaynay La daga; y toos en un veibo Se ofresieron su amistá; Se acuairiyaron los músicos Y mujeres, y á baylay Otra bes, cuar si tay cosa, Acabara é presensial Se puso toita la jente Con mucha tranquiliá; Menos sinco ú seis jerios Que se fueron á curay. [Illustración] [Illustración] [Illustración] ESCENA VII. LA GALLERA. [Illustración] Puede pasar un pueblo de la Isla de Puerto-rico sin espectáculos públicos de toda clase, y si fuera preciso sin alcalde, regidor ni nadie que gobernase en él; pero jamás pasaria sin un _ranchon_ grande, cubierto de _teja yagua ó paja_, en cuyo centro hay un círculo de ocho á diez pasos de diámetro formado de tablas, con una gradería al rededor, hecha de lo mismo: cuando se trata de fundar una nueva poblacion no es estraño ver que aparece este edificio mucho antes que la Iglesia, y en no pocos parajes en que el número de casas de campo es crecido, estando á alguna distancia de los pueblos, se ve tambien que le hay, si bien falta una ermita ó capilla. Esta entidad que preside en todas partes, esta avanzada de la creacion de nuevas sociedades en sitios hasta entonces inhabitados, este lugar al parecer de un culto idólatra, es la _Gallera_. Examinarémos en esta escena su objeto é influencia moral, y de aquí la necesidad de hablar primero de los gallos, los _galleros_ y los jugadores, como actores principales, y despues de las _peleas_, _desafíos_, etc. El gallo, animal célebre desde la mas remota antigüedad, ídolo de algunas religiones, y de cuyo canto se valió nuestro Redentor para recordar á uno de sus discípulos su pecado, en ninguna parte es tan querido como en las Antillas; hay una clase sobre todo, llamada gallo inglés, que es el compañero inseparable del _gíbaro_. Antes de salir del cascaron, ya se ha cuidado de legitimar su orígen, poniendo á la madre en la imposibilidad de ser infiel: un platanal, un bosque ú otro sitio apartado, es el teatro de los dichosos amores del sultan, que despues de haber muerto en el combate á su terrible adversario, viene cubierto de honrosas cicatrices á reinar en medio de sus favoritas. De allí es trasladada la clueca, y su nido se coloca en la casa en el sitio mas á propósito, cúidasela con mucho esmero, y el dia en que sale rodeada de sus polluelos es un dia de gozo para la familia. Empiezan entonces las discusiones sobre el secso, color y demás cualidades; los amigos y conocidos averiguan los grados de parentesco que tienen los recien nacidos con los gallos de mas nombre de todos los pueblos cercanos, recorriendo las líneas colaterales, con mas afan, que un hidalgo pobre que desea acercarse á un título de Castilla. Hechas de este modo las debidas averiguaciones, conserva el dueño en su mente la ejecutoria, y los pollos van creciendo hasta dejar la madre; entonces es el momento de separarlos dejando las hembras en casa y poniendo los machos en otro sitio, lo cual no es de tan poca importancia como pudiera parecer; los _gíbaros_ saben muy bien que un terreno en que los animalitos puedan escarbar, fortalece mucho sus patas y su pico; así como el criarse en el bosque les hace mas vigorosos en el vuelo; circunstancias no despreciables, puesto que de ellas depende mas adelante la probabilidad de la victoria. Es tambien de notar el cuidado que tiene todo _criador_ inteligente en impedir que se mezcle con los pollos, cuando son ya crecidos, alguna gallina; porque reñirian hasta matarse; y si por una casualidad no sucediera así, perderian mucha pujanza, siendo mas débiles en el combate; cada dia les muda la comida y el agua, cuando no la hay en el _criadero_, y se asegura muy á menudo del estado de la salud de los futuros gladiadores. Estos cuidados duran año y medio ó dos, hasta que entran en la escuela práctica, bajo la direccion del _gallero_; este es un hombre blanco, negro, ó mulato, gordo ó flaco, alto ó pequeño, por lo regular de alguna edad, que es capaz, por su mucho conocimiento en la materia y por su acrisolada paciencia, de instruir á un gallo, sacando todo el partido posible de las disposiciones que presenta, desconocidas á los profanos en el arte; mas que para él son el objeto de un estudio continuo. Debe además ser _vir probus_ en toda la estension de la palabra, pues á su rectitud se fian grandes sumas, como verémos despues. Hacerse cargo de la completa filiacion de su pupilo es la primera diligencia del _gallero_, que en dos minutos sabe si aquel es _rubio_, _giro_, _pinto_, _cenizo_, _canaguey_, _gallina_, _ala de mosca_, _jabao_, _blanco_, ó _negro_, si es _pava_, _roson_ ó _guineo_; si es _pati-negro_, _pati-amarillo_ ó _pati-blanco_ si es _cinqueño_, _bajo ó alto_ de espuelas, si tiene la _canilla_ larga ó corta, si es _largo_ ó _ancho_ de cuerpo, si _aletea_ con fuerza, si tiene la pluma _madura_, etc. no olvidándose nunca de oirlo cantar, para conocerlo despues por la madrugada; y es tal la habilidad de aquellos hombres, que entre centenares de gallos que cuidan y _acondicionan_, conocen á cada uno por el canto, sin que se engañen jamás. Desde este dia, hasta aquel en que está en disposicion de _jugarse_, pasa el gallo por una serie de pruebas y ejercicios continuos, sujeto siempre á un régimen severo, todo lo cual reunido forma lo que se llama darle _condicion_; ó, lo que es lo mismo, ponerle en disposicion de reñir con las mayores ventajas posibles de su parte. Córtale el _gallero_ la cresta y las barbas, le pela con unas tijeras el pescuezo y la parte posterior del cuerpo, le recorta la cola á unos cuatro traveses de dedo de la rabadilla, y lo mismo hace con la punta de las plumas del ala; le pone una _cabulla_ por sobre la espuela para que no pueda soltarse, ni le oprima la pata; teniendo cuidado de mudarla de una á otra, y le coloca en el lugar que debe ocupar en una casa grande, alquilada espresamente, y que toda está llena de gallos atados, de modo que no puedan alcanzarse, á un clavo fijo en las tablas del piso, ó encerrados en jaulas grandes de madera, con su division para cada uno. Al salir el sol los sacan al corral ó frente de la casa, atando á cada uno en su estaca clavada en tierra, para que puedan escarbar; antes de esto los _rosian_ con buches de agua y aguardiente, y los tienen allí hasta las diez ó las once de la mañana. Por la tarde vuelven á sacarlos, y al ponerse el sol les dan el maíz y el agua graduados segun su peso, y el resultado de la última prueba. Estas pruebas son las _botas_ y los _coleos_; las primeras consisten en echar á reñir dos gallos de igual peso, con las espuelas _embotadas_, ó envueltas en trapo ó papel de estraza, de suerte que no puedan dañarse: el _gallero_ observa atentamente á cada uno, si _pelea alto_ ó _bajo_, si _pica á la cabeza_, _al pescuezo al buche_, _á la cabeza del ala_ ó debajo de ella, si es de _carrera_, si _juega la cabeza_, si pelea _de afuera_ ó _apechuga_, si _engrilla_ ó _voltea_, etc.; y segun lo que nota, coge á uno de ellos en la mano y le maneja delante del otro con tal habilidad, que, siguiendo este sus movimientos, se acostumbra á pelear, corrigiendo sus defectos. Esto es lo que se llama _coleo_. Si el gallo se cansa en estos ensayos por esceso de gordura, se le rebaja la racion diaria, y si está débil, se le aumenta; habiendo tal variedad, que unos pelean mejor estando gordos, y otros estando flacos; de lo cual resulta su division en gallos _á la vista_, y gallos _de saco_. El gallo que pelea bien teniendo muchas carnes, bajo de patas, ancho de cuerpo, y que puesto de pie no eleva mucho la cabeza, debe _jugarse á la vista_; esto es, comparándole al descubierto con su adversario: cuando el que pelea bien con pocas carnes es alto de patas, largo de cuerpo y tiene la cabeza alta, debe _jugarse al saco_; esto es, equilibrándole en una balanza con su competidor dentro de dos sacos que pesen lo mismo. Cuando el gallo está _acondicionado_, lo cual se conoce por las _botas_ y _coleos_ y por el hermoso color rojo de su cuello y de la parte posterior del cuerpo, se lleva á la _gallera_ para _jugarlo_ con mas ó menos dinero, segun las cualidades que ha manifestado: y aquí es muy interesante el papel del _gallero_, que, durante la riña, se llama _coleador_; _casa la pelea_ conforme á las reglas establecidas, salvas algunas ligeras modificaciones, como el enseñar la cabeza del gallo, para conocer por la cicatríz de la cresta si los dos son de una edad, el medir las espuelas, el dar en el peso alguna media onza de ventaja, etc.; y hecho esto, _Los agusan los rusian Y si ey dia es abansao Les dan tres ó cuatro granos De maís medio mascao._ Recortan además las alas, segun la estatura del contrario y el pelear de su gallo, entrando ufanos en la valla ó _talanquera_: retírase la gente que hay en ella, y puestos en el centro los acercan, teniéndolos en las manos hasta que se pican, y separándolos despues los sueltan; dejando á cada uno sobre una de las dos rayas paralelas hechas en tierra con algunos palmos de intermedio. Empieza entonces la riña, durante la cual los _coleadores_ estan fuera de la talanquera, ó _ñangotaos_ junto á ella. No hay palabras para pintar la fiereza de aquellos animales: al principio no llegan á picarse, sino que se hieren al vuelo: á estos primeros golpes es á los que llaman _tiros bolaos_; pero no tardan en comenzar, y cada _picotazo_ va seguido de una _puñalada_, que el contrario evita con destreza, ó recibe con heroico valor; sus cuerpos se cubren de sangre y polvo, pierden la vista, y apenas pueden tenerse; llegando muchas veces á quedar despues de algunas horas rendidos de fatiga, sin que ninguno de los dos haya vencido: á esto se llama _entablar la pelea_: otras huye uno, muere ó queda fuera de combate, siendo el otro vencedor. Hay gallos que tienen golpes favoritos; tales como picar _á la cabeza del ala_, clavando la espuela debajo de ella, dar en el _yunque_, que así llaman á la nuca, etc. La carrera es tambien un grandísimo recurso; los hay que corren al rededor de la valla delante del contrario, que si no tiene tambien esta cualidad se cansa persiguiéndolos, y entonces es vencido fácilmente; llegando algunos á tanto, que, si conocen desventaja por su parte, se detienen sin correr, hasta que el otro vuelve á seguir riñendo. El ojo de lince del _coleador_ sigue todos los movimientos de su gallo, mientras que los espectadores de las gradas publican en alta voz la cantidad que quieren apostar á su favor, y le animan con las esclamaciones mas originales: _Pica gayo y engriya jiro, Mueide al ala renegao, Juy que puñalon de baca, etc._ que se repiten á cada nuevo encuentro. Cuando los combatientes dejan por un momento de lidiar se da un _careo_, los cogen los _coleadores_, los limpian chupando la sangre de todo el pescuezo, examinan sus miembros; y con estos cuidados les vuelven á veces la vista y los reaniman para volver á la reyerta. Un número determinado de careos sin que ninguno de los combatientes embista al otro _entabla_ la pelea. Con lo dicho se tendrá una idea del objeto de la gallera; pero no seria muy completa, sin añadir algo que venga á confirmarlo establecido al comenzar este artículo: bastará decir, que muy raro es el _gíbaro_ que no cria gallos de buena casta, que muchos pasan todo el domingo en la gallera, y que algunos vuelven á su casa por la noche, sin llevar la carne que habian ido á comprar al pueblo para toda la semana siguiente, porque les tentó algun _pati-amarillo_ ó _coli-blanco_; mas ¿á qué detenernos en otras cosas, cuando una simple relacion de un _desafío_ basta y sobra á nuestro propósito? Los desafíos, que no son mas que la reunion en un pueblo de los gallos mas famosos de muchos de los circunvecinos, se anuncian con grande anticipacion, y se verifican en dias señalados. Algunos antes empiezan á llegar los campeones, conducidos con grandísimo cuidado: un hombre lleva una vara al hombro, y de ella penden cuatro, seis ú ocho gallos, en su saco cada uno; así son trasladados hasta á ocho y diez leguas de distancia. Llega por fin el dia deseado: toda la poblacion se inunda de gente, una gran parte de la cual no tiene otro objeto que ver _jugar_ un gallo conocido, y para esto ha hecho á pie muchas horas de camino. En la _pelea_ se sigue las mismas reglas que en los casos ordinarios, con la única diferencia que se atraviesan mayores cantidades, y que el concurso es mucho mas numeroso. Hemos llegado al punto en que el lector aguarda que le diga mi modo de pensar acerca de la _gallera_: yo reconozco la oportunidad de su deseo; pero no puedo complacerle cual quisiera, porque es cuestion mas difícil de resolver de lo que al pronto parece. En efecto; ¿qué puede contestarse á la pregunta de si el juego de gallos es útil ó no? Dirémos, que como causa de la comunicacion de unos pueblos con otros, como medio de que circule el dinero, y como mero pasatiempo en los dias festivos, no hay duda que lo es; mas como ocupacion, como camino que puede conducir á otros vicios, y como ocasion de perder el dinero destinado al sustento de una familia, es altamente perjudicial. El tiempo resolverá el problema, y yo me atrevo á esperar que cuando haya otras diversiones públicas y á medida que adelantemos, se irá perdiendo esta costumbre hasta desaparecer completamente. [Illustración] [Illustración] ESCENA VIII. UNA PELEA DE GALLOS. [Illustración] Tribusio Lopes ey manco Y Chano Peres ey tueyto, Dambos á dos señalaos, Y nenguno pol sey bueno; Platicando diban juntos, Y de siguro mintiendo. Cuando e repente toparon Con un compae dey primero, Que, montao en una yegua, A escape benia dey pueblo. --Compae, le grito Tribusio, Aonde se ba tan ligero --Sujetó ey otro la bestia, Y le ijo: --Boy ar infierno A entregalme á Barrabás, Que de rabial ya me quemo. --Asosiéguese, compae; Y si es que aygun majaero Le ha jecho mala paltía, O le ha tocao ni en un pelo, En cuanto me iga quien es, Con er naranjo que yebo, Berá como boy ayá Y le machuco los güesos. --Grasias poy la boluntá, Su mucho aquey le agraesco; Pero ya too se acabó, Y lo jecho ya está jecho. --Pero ¿qué es lo que ha pasao? Si es que aquí poamos sabeyo. --Si siñol: lo contaré A los dos toito en un creo. Salí yo esta mardugaa De mi casa muy contento, Montao en mi yegua gacha, Que se aguaytaba ey lusero. Era espesa la ñublina, Ey bientesito muy fresco, Y menudeaban los gayos Caa uno en su duymiero. Mi poyo giro gayina, Con su cantío, respondiendo Les diba dende mi farda Ar pasay á caa uno de eyos. Yo traia en mi fardiquera, Pa jugayo, cuatro pesos; Y si la biera tenío, A sus patas biera puesto Cuarenta biajes mas plata Que la que tiene un platero. Yegué á este pueblo e Gurabo, (Que mar rayo palta ey pueblo); Ejé mi gayo y mi yegua, Y me fuy á misa corriendo. Salí que serian las once, Menutos de mas ó menos, Y ajilé pa la gayera Pol bey como diba aqueyo. Sinco ú seis peleas casaas Tenian barios gayeros; Que como era desafío Los habia de muchos pueblos. Me dieron en la primera, Y gané, un beinte á dos pesos; Y no quise apostay mas Pa gualday suelte y dinero Jasta que echara mi poyo: Y ya me diba aburriendo, Cuando jayé un tres y dos Que en pata, cabesa y peso Igualaba con er mio; Er negocio queó jecho, Y casamos la pelea Con cuatro pesos y medio. Ay fin yegó la ocasion Que asperamos mucho tiempo: Cojimos los dos los gayos, Y metiéndonos con eyos A entro de la talanquera Los sortamos en ey medio. Ey coleaol mi contrario Era mas arto que un ceiro, Carireondo, jipato, Y bisco der ojo isquieydo. Su gayo era canaguey, Coliblanco y patinegro, Y mas trabao que er mio; Manque no era tan ligero. Too ey mundo apostaba á ey Polque era gayo dey pueblo; Daban cresías gabelas Gritando:--Bente á dos pesos. --Sinco á cuatro.--Tres á dos. Y asin diban repitiendo. Yo aposté á mi poyo giro Jasta er cobre mas secreto, Sin reseybay ni los cuaytos Que pa casne truje ay pueblo. Pasaon los tiros bolaos, Y los gritos antes que eyos, Polque ey gayo canaguey Peldió un ojo á los primeros. Dambos á dos se moydian Y barajaban tan resio, Que mas de un biaje pensé Que se abrian de medio á medio. Ey mio, que era e carrera, A poco salió corriendo; Pero ey otro condenao Se supo jasel ey sueco: Aleteó, hechó un cantío, Y á escalbay se puso luego; Jasta que ey giro boybió, Y se pegaron de nuebo: Lo prebó dos ó tres beses, Y siempre jiso lo mesmo. Mi poyo le dió ay contrario Cuatro ú sinco tiros buenos, Otros tantos resebió De aquey á cuenta de aqueyos, Y no se pasó gran rato Sin que los dos quearan siegos. Entonses fue menestey Que diéramos un careo; Y bí que ar sortay los gayos, En lugay de ejayo quieto, Arrempujó contra er mio Ar suyo ey bisco peybeyso. --Camaráa, le ije ajorao, Juégueme de bueno á bueno, Y no me arrempuje ey gayo, Que esa no es la ley dey juego. --A osté lo arrempujaré Si me bueybe á disil eso. --Pues ni oste ni toa su casta Son capases de jaseyo. --Buélbame á isil lo de enantes Y en siguía le prometo Poneye la mano aonde Su mae le puso los pechos. Ar sentil mental mi mae Peldí ey juisio poy completo, Y oyviándome dey sitio, De la gente y de mí mesmo, Cogí ey gayo pol las patas Y se lo espeté en los besos; Nos agarramos, y muchos Que se metieron pol medio Nos lograron separay Despues de luchal buen tiempo. Ey siñol Tiniente á guerra Nos queria metel presos; Pero ay fin nos dejó libres, Jasiéndome que primero Pagara toitas las puestas Que con barios habia jecho. Las pagué, y me boy pa casa Sin mi gayo, sin un medio, Sin casne y sin mascaúra De tabaco malo ó bueno. Aquí arremató ey compae, Se espidió, y se fué corriendo; Y los otros dos dentraron Cuar si tay cosa en ey pueblo. [Illustración] [Illustración] ESCENA IX. ESCRITORES PUERTO-RIQUEÑOS. _D. Santiago Vidarte_. [Illustración] La literatura, ha dicho un escritor célebre de nuestra época, es la espresion, el termómetro verdadero del estado de la civilizacion de un pueblo: verdad innegable, que se ve confirmada en nuestra Antilla. Pocos años hace que vió la luz en ella la primera publicacion literaria, y pocos tambien que se nota un verdadero progreso: aquella fué la señal de este, y los hijos de Puerto-Rico no aplaudimos entonces desde Europa la aparicion de un libro nuevo, tanto como el felíz cambio que simbolizaba. Pero este cambio, como es natural, no pudo verificarse en un momento; los demás ramos del saber humano se van estendiendo poco á poco, y la literatura marcha sin avanzar mas de lo que permiten las circunstancias del país: verdadera crisálida que acaba de romper su envoltorio, mas bien camina que vuela, y no se aparta de una hoja sino pasando á otra de la misma planta; pero si le falta vigor, si no tiene, como algunos pretenden, una region en que volar, luce ya los vivísimos colores en sus alas, el sol las dora, y no tardará en lanzarse al espacio, posándose veleidosa sobre las flores que bordan la campiña. Los escritores de Puerto-Rico, la mayor parte poetas, son casi desconocidos fuera de aquella Isla; sus producciones respiran ingenio y revelan imaginacion ardiente; el genio brilla en ellas, pero tímido y saliendo apenas de la senda trazada por otros. ¿A qué se debe esto, cuando el tender la vista al rededor y copiar, basta en las Antillas para deslumbrar á los que miren despues el cuadro? Sin ofender á talentos que reconozco muy superiores al mio, creo que es debido á que ni el terreno está preparado, ni el grano bastante maduro. Cuba ha dado un Heredia, un Valdés, un Caballero, un Saco y otros; pero no los dió hasta llegar á un grado de adelanto que todavía no hemos alcanzado nosotros. Cuando nuestra enseñanza sea mas completa; cuando las artes y la industria sean mas generalmente conocidas; cuando nuestra agricultura acabe de salir de la antigua rutina; en una palabra, cuando podamos compararnos sin desventaja con la Isla de Cuba, entonces estará el terreno preparado. Cuando una juventud ávida de instruccion adquiera en las escuelas del país la que ahora solo puede alcanzar un reducido número de privilegiados; cuando esta juventud se dedique á profesiones que en el dia se miran con desprecio, porque son casi ignoradas, entonces estará el grano en sazon y brotará dando despues abundantísima cosecha. Sembrar en un campo cubierto de malezas es perder el tiempo y la semilla. Los escritores de Puerto Rico deben demostrar la utilidad de una instruccion artística é industrial, de que por desgracia carecemos, y arrostrar si es preciso la peor de todas las críticas, la mordacidad del ignorante; deben..... ¿y porqué me detengo en decirlo? debemos estudiar, meditar y discurrir mucho, puesto que somos jóvenes, para servir despues de ejemplo á los que nieguen el benéfico influjo del saber. ¡Cuán dichoso el que llegue á ser citado por modelo! Vístase el pensamiento con las formas que se quiera, pero que sea siempre uno; siga cada cual su rumbo, pero vayamos todos al mismo término, evitando que una enseñanza viciosa por lo incompleta reuna combustibles, que puedan servir para la hoguera en que nos quemaria la barbarie. ¡Cuán lamentable es la historia de Santo Domingo! Cuán arriesgado el crear una universidad que llene de médicos y abogados un país en que las artes y la industria no bastan á mantenerlos! Pero dejemos esto para los que cuidan de nuestro porvenir, contentándonos con que las anteriores líneas llamen su atencion sobre un punto que interesa hasta lo sumo, y pasemos á ocuparnos del primero de nuestros jóvenes poetas. Don Santiago Vidarte, casi niño todavía, ha merecido con justicia el título de primer poeta puerto-riqueño, y no tememos al darle este dictado incurrir en la nota de parciales, que supondria no muy sobrada instruccion, y mas que poca generosidad en los ingenios que pudieran disputárselo; reconocemos la altura á que llegan otros, y hubiéramos estudiado con mucho gusto sus producciones para dar sobre ellas con toda cordialidad nuestro humilde voto; pero por una parte la desconfianza natural al crítico novel, y por otra el temor harto fundado de que la espresion de nuestro pensamiento se interpretase como ínfulas de preceptista nos han desanimado, haciéndonos pasar ligera y superficialmente por la primera parte de esta escena. Además, todos los escritores de Puerto-rico viven por fortuna y son jóvenes; ¿quién sabe adonde llegarán con el tiempo y el estudio? al paso que Vidarte murió ya; y aunque mucho hizo, rompióse la rueda, y volcó su carro apenas comenzada la senda gloriosa de su triunfo. En dos épocas pueden dividirse las poesías de Vidarte: entre ellas no media mas que el corto espacio de dos años; y sin embargo, ¡cuánta diferencia! ¡cuán inmensa la distancia que separa una de otra! Ensayaremos su bosquejo, y muy felices nosotros si podemos trasmitir al lector una pequeña parte de la triste veneracion que nos inspira el recuerdo de ese lucero de los Trópicos, que brilló para morir antes que pudiera admirarse su hermosura. En el año 1844 apareció el _Album Puerto-riqueño_, obrita cuyo fin y orígen es inútil recordar, y en ella vieron la luz pública las primeras composiciones de Vidarte, que habian sido recibidas con agrado en una reunion literaria, formada por varios jóvenes algunos meses antes. En todas las producciones de esta época se revela el genio del autor; pero estraviado por la lectura de algunos de nuestros poetas modernos, siguiendo un camino árido y que no era el suyo, sin fe y sin creencias, imitando á otros, que á su vez eran imitadores; en una palabra, queriendo parecer vieja y gastada una alma vírgen y llena de esperanzas: y ¿como podia ser de otra suerte? una imaginacion ardiente y en la hermosa primavera de la vida, ¿no habia de estar en oposicion consigo misma al pintar la duda terrible que no podia comprender, y al hacer gala de un escepticismo que nunca abriga un corazon de quince años? De aquí nace la monotonía, la falta de unidad y el amaneramiento de la mayor parte de las composiciones á que nos referimos. Cuando el poeta es ingenuo, cuando el poeta es jóven, sus versos son fáciles, las imágenes vivas y el lector goza en su contemplacion; pero cuando el poeta quiere aparecer viejo, calla el sentimiento para que ocupe su lugar una razon débil y versátil, ó una reminiscencia siempre fria y amanerada. En la composicion titulada _La vida_, despues de pintar la juventud con la siguiente octava: Es el alma entonces vírgen dulce asilo de ilusiones, ajena de las pasiones que estravian nuestro ser; y comienza nuestra vida á descubrir sus primores, cual en un jardin las flores al tiempo de amanecer, retrata la edad provecta con estas quintillas, que no parecen del mismo autor: Y seguimos ofuscados hollando impuros despojos; tan solo vemos abrojos y esqueletos estraviados, donde clavamos los ojos. Aquí... negra tumba vemos con un epitafio inscrito... Allí... ¡¡¡un feretro!!!... allá... escrito sobre una lápida lemos el nombre de algun proscrito. ¡Qué seria nuestra ecsistencia privada de goces que hicieran olvidar nuestros sufrimientos, y sin fé que nos alentase á sobrellevarlos? El poeta puede ecsagerar, pero nunca mentir. Hemos dicho que cuando Vidarte seguia los impulsos de su corazon, apartándose de reflecsiones cuya profundidad no podian medir sus cortos años, lucia todas las galas de su rico ingenio, y la cancion titulada _El sereno_ es una prueba de la verdad de este aserto. ¡Con que encantadora sencillez pinta el amor inocente de su edad cuando dice: Las once y media ha tocado y el barrio tranquilo está; duerme, hermosa, sin cuidado, que un sereno enamorado á tu puerta velará. Duerme, sí, linda Belisa, y en tus ensueños de amores me consagra una sonrisa, dulce y pura cual la brisa que mece blanda las flores! Dulcísimos y puros son los anteriores versos, y muy dulce y puro el amor que retratan: compárese esta composicion con las demás en que el poeta llora desengaños que no ha sufrido ¿pero qué mas? él mismo manifiesta cuanto le abrumaba lo que con razon llama soñar, cuando, dirigiéndose á su caro amigo Don Pablo Saez, dice: Cantemos, cantor, cantemos las ilusiones que vimos. No mas ¡vive Dios! soñemos; ya es tiempo que despertemos del letargo en que dormimos. Dos años despues dió una prueba de haber despertado al insertar en el _Canc. de Borinq_. las seis hermosas composiciones tituladas: _Insomnio_, _La nube_, _Dolora_, _Ante una cruz_, _Las dos flores_, _y Memorias_. Estas pertenecen á la segunda época, y son otras tantas guirnaldas que forman la corona inmortal de nuestro vate. Las ecsaminarémos en particular, sujetándonos á los estrechos límites que marca el carácter de esta obra; pero antes permítanos el lector cuatro palabras que puedan guiarnos en nuestro juicio, y que espliquen la grande diferencia que hay entre esta y la primera época del autor. Dos años empleados en incesantes estudios, en largas meditaciones, en discusiones amistosas, en una sociedad formada sin otro objeto que la instruccion mutua, debieron por fuerza dar otra direccion á las ideas de un jóven en que todos admiraban el genio, el sano juicio y una dulzura de carácter, que sola ella hubiera bastado á hacer su trato apetecido y siempre agradable. Los triunfos alcanzados en su carrera, y que lejos de procurarle envidiosos émulos, aumentaban por su modestia el número de sus admiradores, hicieron que viese en el hombre, no un mortal y encubierto enemigo, sino un hermano que alguna vez no lo parece por causas que no emanan de él. La luz de una Religion divina, que enseña al hombre á amar al hombre, completó el triunfo de la razon, y el genio rompió la cadena de dudas que le ahogaba con su peso, manifestándose bello, puro y confiado en su grandeza. Algunas penas, de aquellas que no lo son para las almas vulgares, vinieron á turbar el alma inocente del poeta: sin la Religion y el estudio hubiera renacido con creces su antiguo escepticismo; pero fortalecido su ánimo con estos dos ausilios poderosos, combatió con fé en el porvenir, y solo se conoce esta lucha en la dulce tinta melancólica que vemos esparcida en sus producciones. Pasemos á analizar estas. La primera que aparece en la coleccion es el _Insomnio_, y nosotros quisiéramos trasladarla íntegra, porque estamos seguros de que ella diria mas al corazon del lector que nuestros pobres elogios. Al comenzar la poesía, espresa el Autor la confusion, pesadez y ansiedad que preceden al ensueño; luego las imágenes son mas claras, ve á su amada, la invita á partir con él á un país delicioso y una barca les conduce durante la noche; á la primera luz de la aurora despiértala impaciente anunciándola la prócsima salida del sol y cuenta las bellezas de una tierra que verán con su luz; aparece el astro luminoso, y á medida que se acercan va mostrándole los encantos de aquel suelo de promision: ya estan cerca, mas cerca aun, vense las montañas, los prados, los jardines, los pueblos, los castillos y.... «¡Poder de Dios, si estoy soñando!» esclama el poeta cuando el colmo del placer que siente al pisar de nuevo el suelo de su patria, le arrebata un sueño tan seductor. La unidad perfectamente sostenida con formas siempre nuevas y variadas, la profundidad, delicadeza y verdad en los pensamientos, la pureza en el lenguaje, en una palabra, el mas esquisito gusto campea en toda la composicion; de suerte que citarémos algunos trozos de ella, no como mejores, sino como muestra de la belleza del todo: tales son los que siguen de la primera parte. Mira, del céfiro en alas volará nuestra barquilla, dividiendo con su quilla las olas del vasto mar; y unidos en tierno abrazo yo iré mil trovas cantando, mientras tú vayas jugando del agua con el cristal. Ven, palomita, y marchemos de otro nido á disfrutar, no tengas miedo del mar: Tú eres sirena de amor, y el mar ama las sirenas. * * * * * No sabemos que admirar mas, si la sencillez, pureza y verdad del primero, ó la esquisita finura que cubre el sensualismo que encierran los dos primeros versos del segundo. Como modelo de facilidad y armonía, no podemos dejar de hacer mencion de los que siguen de la segunda parte, y del principio de la tercera. Voguemos, voguemos al son de los remos, la noche convida, ¡qué bella es la vida que corre en el mar! El aura ligera, veloz, placentera nos va susurrando, meciendo, empujando la barca fugaz. Auras de amor, que pacíficas del mar las olas besais, venid con livianas ráfagas nuestra esperanza á arrullar. Venid, amorosos céfiros, que la flor enamorais, y con vuestras alas plácidas nuestra piragua empujad ¡Soplad! La metáfora empleada al hablar de la montaña de Luquillo es valiente, natural, nueva y sublime: en efecto, ¿qué puede añadirse al último verso de esta cuarteta? Despierta ya, alma mia, el tiempo avanza, y al asomar su disco el sol dorado, verás cual se dibuja en lontananza verde gigante de metal preñado. ¡Con cuánta propiedad retrata en esta otra á la ciudad de Puerto-rico vista á la luz de la aurora! Una peña blancuzca y altanera, que está del mar en brazos dormitando. Pero donde nos vemos en la precision de no omitir una sola palabra hasta el final de la poesía, es desde donde esclama el Poeta: ......¡Qué hermosa es la alborada! ¡Que bello ¿no es verdad? el Oceano con su limpio azul! Oh! canta inspirada una cancion al mundo americano. Mas no, calla... ¿columbras á lo lejos una luz amarilla, un globo ardiente que brota de la mar en mil reflejos? Pues... es él, que se anuncia por oriente. El es, sí, si, ya estamos, mi paloma; es el sol ¿No distingues con su brillo aquel gigante que en el agua asoma? Pues se llama el gigante aquel--Luquillo: ¿Y ves allí cabe su planta umbría fantástico un jardin de flores rico, donde vive el Abril, sirena mia? Pues el jardin se llama--Puerto-rico. * * * * * Cerca está el puerto. ¿Ves la peña aquella que está del mar en brazos dormitando, vestida de castillos, rica, bella...? Pues es... ¡Poder de Dios, si estoy soñando! Enmudecemos de asombro al contemplar tanta belleza, y tememos cometer una profanación queriendo analizarla. Largo seria é inútil ir anotando una á una las bellezas de que están sembradas las demás poesías; basta lo que acabamos de decir de la anterior, para probar que Vidarte merece justamente el título de primer poeta Puerto-riqueño; sin embargo, no podemos menos que citar la siguiente cuarteta de las _Memorias_: Y tú, patria adorada, Puerto-Rico, perla de oro en el piélago embutida, que de la mar sobre el crespado lomo tu sien levantas de altivez henchida. y esta otra de las dos flores: Del campo ameno la feraz llanura en risueña estension se prolongaba, por límites teniendo una cintura de verdes cerros dó la luz trepaba. En esta composicion pudiera un crítico severo hallar la falta de objeto moral, y alguna imágen poco motivada; pero en cambio tiene partes, como el romance con que comienza, que nada dejan que desear; y si el Poeta parece en ella poco crédulo en la justicia de los hombres, véase en su _plegaria_ cuanto confia en la de un Dios omnipotente. Lanzado en este mar ronco y profundo sin otra luz que una esperanza bella... las olas cruzo del revuelto mundo; mas ¡ay, Señor, que mi batel se estrella!... ¡Negra es la noche! el huracan insano en torno ruje con furor sombrio; y... ¡guay de mí, Señor, si vuestra mano no desvanece ese huracan bravío! Yo he delinquido, y tu divino nombre en mi delirio á veces he olvidado... pero si tengo un corazon de hombre, ¿que hacer, Señor, si el hombre es el pecado? ¡Humilde piedad, uncion evangélica, sublime resignacion, cuánta virtud en una alma tan tierna! y nunca podrá la envidia decir que Vidarte no abrigaba en su corazon esa esperanza en un Dios misericordioso que tan bien espresan los anteriores versos, no, es imposible que donde no hay creencia haya verdadera inspiracion; además, nosotros, que seguimos uno á uno los pasos del mal que destruyó su existencia preciosa, sabemos la serenidad con que aguardó el momento solemne, mientras su razon estuvo libre. No habia ya esperanza... ¡Solo en Dios!... y era preciso que sus amigos lleváramos al ministro del Altísimo junto al lecho del dolor, despues de anunciarlo al moribundo... La voz del cantor de los palmares desfalleció mas de una vez, y la nuestra se anuda en la garganta al recordar aquella escena. No habia allí mas que uno tranquilo y resignado, y este era Vidarte. ¿Con qué no tengo remedio? dijo con voz entera y muy segura: con todo, no me dejen Vds. morir sin que venga á verme el Doctor S., pero antes, que venga el confesor. A los pocos dias murió en los brazos de sus amigos, despues de un delirio en que repetia muy á menudo los nombres de sus padres y hermanos, los de sus bienhechores y el de su patria, añadiendo siempre: _es preciso estudiar ... estudiar; es menester que yo trabaje mucho_. A su modesto coche fúnebre seguian mas de veinte, que apenas bastaban para conducir las personas que espontaneamente fueron á su entierro; leyéronse junto á su tumba sentidas composiciones en prosa y verso; mas nosotros callamos entonces, como callamos ahora, porque ahora como entonces nada podemos, mas que verter amargas lágrimas. [Illustración] [Illustración] ESCENA X. LOS SABIOS Y LOS LOCOS EN MI CUARTO. [Illustración] Soy yo de aquellos, y esto no importa mucho al lector, que tienen la costumbre de no dormir sin haber leido antes algo, y este algo suele ser de aquellas materias que necesitan mas recogimiento y meditacion, pues creo que nunca como en el silencio de la noche puede uno separarse del mundo real, para elevarse al imaginario; sobre todo cuando se ha pasado el dia sin penas, cosa que el hombre jóven logra algunas veces, antes de ser el gefe de una familia, ó mientras no tiene que gobernar por sí mismo la nave de su porvenir. En fuerza de este hábito, habíame acostado en una de las noches de enero, teniendo la luz á la cabecera de mi cama, y en las manos un tratado de enagenaciones mentales, en el cual leí no pocas páginas con cierto entusiasmo mezclado de tristeza, al ver que, si el hombre puede llegar por su genio á elevarse sobre sus semejantes, puede tambien, por un misterio insondable hasta el presente, carecer hasta de los instintos que la Providencia concede á los brutos. Mis reflexiones me condujeron á bendecir á los que, con sus talentos é inagotable amor á la humanidad, han hallado el camino de volver á la especie humana á algunos seres que de ella no conservaban mas que la figura. Quedéme dormido, y á poco empecé á soñar lo que sabrá el lector, si tiene paciencia para leer toda esta escena. Estaba yo en cama, aunque despierto, cuando me veo entrar en mi cuarto cuatro señores muy respetables, sin hacer ni el menor cumplido y con la misma franqueza que entra el aprendiz de la imprenta al amanecer á pedirme original para el cajista. --Buenos dias, Señor, dijo el mas anciano con tono dulce y acento estranjero. --Beso á V. la mano, respondí yo incorporándome y haciendo una inclinacion de cabeza, para contestar á la reverencia muda de los otros tres. Tengan Vds. la bondad de sentarse, añadí, que voy á vestirme corriendo para ponerme á sus órdenes. --Oh no, no; perdon, no queremos que V. se moleste por nosotros. --Nada de eso, iba ya á levantarme; y aunque no es muy tarde, no me es de ningun modo molesta la visita de Vds. --Yo, continuó el anciano luego que estuve sentado junto á ellos, soy Pinel, y estos señores que me acompañan son Esquirol, Calmeill y Leuret. --¿Cómo? interrumpí yo ¿V. es el célebre nosógrafo, y estos señores son los directores no menos célebres de la _S_.. _C_.. y _B_..? Vamos: no se burle V. de mí, ¿me cree V. tan tonto que piense que los muertos resucitan, y que ciertos vivos vengan á mi pobre casa? --No me burlo á fé mia; y para que V. se convenza, voy á contarle como he venido desde el infierno, que es mi morada en el otro mundo, á parar á la casa de V. --Señor mio: si V. fuera Pinel no estaria en el infierno. --Al principio fuí á la gloria; pero despues tuve que bajar al lugar de los tormentos, para ver si podia arreglar á unos cuantos miles de locos de esos que acá son tenidos por grandes hombres, y que el mismo Diablo no podia subyugar, ni yo lo he logrado hasta ahora: visto lo cual, vengo á recorrer todo el mundo en busca de un medio de hacerlo, que quizá encontraré en estos países. Aquí llegábamos en nuestra conversacion, cuando sentimos una confusa y desacorde reunion de voces, que iba acercándose cada vez mas, y entre la cual, distinguíamos carcajadas, reniegos, silbidos y cantos los mas estraños; la casa parecia venirse abajo, y á medida que crecia mi susto el rostro de mis huéspedes se animaba, asomando á sus labios una sonrisa de placer. [Illustración] --Son locos que vienen hacia aquí, dijo Esquirol. --Ciertamente, contestó Calmeill. --¿Acostumbra V. á tener esas visitas? me preguntó Leuret. Iba á contestar entre temeroso y amostazado; pero la puerta se abrió de par en par y una multitud de figuras estravagantes que se coló por ella gritando, me lo impidió: mi cuarto se llenó en un momento con aquella numerosa falanje, en la que habia unos vestidos con largas túnicas, otros con ropas destrozadas y otros, cual pudiera ir una persona cuerda, aseados y compuestos. El anciano, á quien al punto tuve por Pinel al ver el ascendiente de su mirada sobre aquella familia, les dirigió la palabra en estos términos: --Hijos mios: ¿qué es lo que quereis? ¿en qué podemos seros útiles mis compañeros y yo? --Nosotros, contestó uno que llevaba una corona de papel en la cabeza, somos una comision de los locos de las cuatro partes del mundo que venimos á manifestar á nuestro bienhechor nuestra gratitud por lo mucho que le debemos; verdad es que no se conoce aun en todas partes el sistema que hace cerca de medio siglo puso en planta Mr. Pinel, y que han perfeccionado los tres dignos profesores que aquí estan reunidos con él; pero sin embargo, mucho se adelanta, y nadie se atreve en el dia á sostener que la locura es siempre incurable. --Bien, muy bien, hijos mios: pláceme en gran manera el bienestar de que disfrutais, y á no ser por la algazara que moviais al entrar, y por el traje no muy arreglado de algunos de vosotros, no os tuviera por _enfermos_: tal es la cortesía con que os habeis conducido en mi presencia; sobre todo me ha parecido escelente la arenga de este buen señor. --Yo no soy buen señor, interumpió el loco, yo soy el legítimo rey del valle de Andorra, y cuidado con guardar los miramientos debidos á mi elevada clase, que si antes era estudiante de medicina, ahora soy lo que soy, y voto á... --Pues para que yo crea que sois un rey, es preciso que no es enfadeis como un alférez de dragones. Una carcajada de los demás locos siguió á estas palabras, que dijo el anciano con su imperturbable calma y dulzura. Despues añadió, dirigiéndose á algunos de los mejor vestidos: --Venid acá, amigos mios; decidme de donde sois y que es lo que os falta para estar á gusto. --Nosotros, dijo uno de ellos; somos franceses vivimos en París; en la _Salpetriere_ mi compañero de la izquierda; en _Charenton_ el de mi derecha y yo en _Bicetre_; tenemos allí buenas habitaciones buenas camas, buenas comidas, buenos baños, no nos maltratan los guardianes, un profesor sabio dirige el establecimiento, y nada se le olvida cuando se trata de nuestra comodidad y pronta curacion, es nuestro padre, no sale de la casa, sabe premiarnos y corregirnos á tiempo, nos acompaña á la mesa, en nuestras horas de estudio, de trabajo y de recreo, aprovecha el menor destello de nuestra razon, y muchas veces nuestros caprichos, para volvernos á la sociedad sanos y laboriosos; en una palabra, no vive sino para nosotros; pero esto no quita, y perdóneme que lo diga delante de ellos, que alguna vez nos mortifiquen, ya dándonos remedios que no deseamos tomar, ya intimidándonos con los chorros de agua fria para que hagamos lo que no es nuestro gusto el hacer. [Illustración] --¿Y es esa toda la queja? ¿qué cosas exigen que hagais? --Muchas: al que no quiere trabajar, le aconsejan, le estimulan y no paran hasta lograr que se entregue á sus ocupaciones habituales; entre varios otros, recuerdo un pobre músico, que fué preciso meterle varias veces en el baño y soltar sobre su cabeza el chorro de agua fria, para lograr que tocase su instrumento[2]. [2] Caso citado en la obra titulada: _Tratamiento moral de la locura_, por Mr. Leuret. --¿Y en qué paró ése músico? le preguntó Leuret. --Bien lo sabeis, paró en prometeros que tocaria, y en que, habiendo salido del baño, cogió el instrumento y tocó la Marsellesa y otras canciones patrióticas, entusiasmándose de tal modo, que no fué preciso rogarle mucho para que repitiese al dia siguiente todos los aires que sabia de memoria, pasó á la sala de música, y al cabo de algunas semanas salió bueno del todo para volver á tocar en su teatro. --¡Oiga! dijo Pinel, ¿con que os tratan con dulzura, os cuidan perfectamente y os curan, y todavía os quejais si es preciso que se os moleste un poco para daros la salud? Vamos, señores mios, que eso es mucha gana de pedir imposibles; si los médicos debieran reñir con sus _enfermos_, razon tendrian y sobrada mis dignos compañeros para enfadarse con vosotros; y si vosotros os quejais, ¿qué harán estos pobres que veo tan mal vestidos y sucios? ¿Como es, añadió dirigiéndose á estos últimos, que sois en número tan crecido? --Porque en muchas casas de locos no se conoce aun el sistema de V. contestó uno de ellos con marcadísimo acento catalan. [Illustración] --Y entonces, ¿porqué venís á felicitarme los que no habeis participado de los bienes de mi sistema? --Porque V. ha hecho un bien muy grande á la humanidad, y nada importa que no nos alcance á nosotros. --Señores, dijo por lo bajo el respetable anciano á sus compañeros, he aquí un loco asquerosamente tratado y lleno de virtud; ó los locos de este país son de otro género, ó aquí los que tienen completa su razon son los que ocupan los manicomios. Y quién os ha dicho que esteis loco? continuó en alto y dirigiéndose al maníaco. --¿Quién me lo ha dicho? Nuestros guardianes que lo estan repitiendo siempre. A nosotros no se nos trata con tanto cumplido como allá en su tierra de V.: nos tienen encerrados y en completa comunicacion, en unas habitaciones húmedas y hediondas; nuestra cama es una poco de paja; no tenemos salas de estudio, ni patios, ni jardines; comemos como las fieras cada uno en su rincon, y cuando la miseria y los malos tratamientos acaban de trastornar nuestro juicio, nos encierran en una jaula, ó nos atan como á perros con un collar y una cadena. --¿Y lo permite el médico director de la casa? --Nosotros no tenemos médico director: son muchos los que nos dirigen; pero ninguno es médico ni loco, que si lo fueran, cuidarian mas de nosotros. --¡Esto es imposible! ¿á mediados del siglo diez y nueve existe una casa de _enfermos_ de vuestra clase sin estar dirigida por un profesor celoso, que dedique toda su vida á mejorar la triste condicion de los que han de ir á ella por necesidad? --Aunque muchas veces me han dicho que soy loco, esto es una mentira y prueba de ser cierto lo que digo es que en los años que llevo de encierro, todavía no me he vuelto furioso; verdad es que, como soy pacífico, salgo de cuando en cuando á la calle, unas veces con el comprador, y otras burlando la vigilancia de los cancerberos. Habia estudiado antes de que me encerraran como loco el medio de mejorar las casas de beneficencia; porque, como soy el Arzobispo de Toledo, queria promover en España una reforma digna de la época; y aquí tiene V. el porque sufro con resignacion y dignidad el mal trato que recibo; sintiéndolo solamente por mis desgraciados compañeros. [Illustración] Estuvimos algunos momentos admirando la cordura de aquel loco, al cabo de los cuales, como si contestara á algun pensamiento que le ocupaba, dijo Pinel: --No, no, ni en el infierno quiero que se trate á ningun infeliz de semejante modo. Aquí empezaron todos á manifestar impaciencia, el uno empujaba al otro, y todos hablaban, de suerte que no era posible oir á ninguno; por último, una mirada y la actitud noble que tomó el anciano levantándose de la silla les hizo; callar y aprovechando aquella pausa, gritó uno. --Señor, yo soy de Puerto-rico, y siquiera por deferencia al mi paisano el amo de la casa, se me debe permitir que hable. --Que hable, que hable, repitieron en coro unos cuantos que tenian la manía de querer ser diputados. --Orden, señores órden, respeto á la presidencia: dijo con voz de trueno un improvisado presidente. El diputado por Puerto-rico tiene la palabra. Suba el orador á la tribuna. Y sin decir mas lo agarró por la cintura y lo puso de pies sobre mi mesa. --Que baje, gritaron unos. --Que hable, contestaban otros, y de las voces pasaron á embestirse con tal furia que la mesa vino al suelo, junto con el orador que no hablaba. [Illustración] Desperté con el susto de ver mis borradores bajo los pies de aquella jente, y me hallé en mi cuarto, con los muebles en su lugar y sin sabios ni locos; pero con el sentimiento de que mi sueño no hubiera durado hasta ver lo que decia el de Puerto-rico sobre la casa de beneficencia; pues, aunque por conducto tan poco usado, me gustaria saber á que altura se halla en mi país ese importante ramo de la ciencia administrativa en la escala cuyos dos estremos habian marcado los dos cuerdos locos. [Illustración] [Illustración] ESCENA XI. LA FIESTA DEL UTUAO.[3] DEDICADA A MI MEJOR AMIGO D. José A. Balmañya. [Illustración] [3] Publicada en el Album Puerto-riqueño. Escuche, compaire Pepe, Ya que haseyo me ha obligao, Lo que le boy á contal, Que es caso que me ha pasao. Manque no soy de la Bana, Tengo mi aquey muy fundao, Polque soy de Puelto-rico Er chenche mas afamao. A mi nengun endebido En la via me ha cucao, Sin que le dé un sopeton Que lo deje ñangotao; Y por eso los Alcaldes Dey pueblo del Utuao Tuvieron que vey conmigo Este mesmo año pasao. Es el caso, compae Pepe, Que mi primo Tanislao, Que á aqueya maidita fiesta Habia sio combiao, Me jiso dir: ¡malos rayos Antes lo hubieran quemao De que tal cosa me ijera, Que mejol me hubiera estao! Mardugamos aquel dia, Y á mi cabayo manchao Le puse jáquima nueva, El aparejo forrao, Las aguaeras mejores, El aserico rosao, La tajarria de algoón, Y la sincha de jilao. Yo me puse mi sombrero De beinte riales, y al lao Su escarapela de grana; La camisa de alistao, Con los carsones de crea Pol supuesto aymionaos, Y mi buen pal de sapatos Con los tacones jerraos. Metíme una mascaura, Montamos yo y Tanislao, Y comensamos á andal Ar canto del Lorigao. Pero por mas juan caliente Que le arrimaba ar manchao, No puimos alcansal La misa en el Utuao. Yegamos serian las dos, Y yo que no habia almolsao, El estógamo tenia Al espinaso pegao. La comae de mi primo Nos tenia preparao Un plato de arros con carne, Otro plato de guisao, Que con agi cabayero Ar punto estubo tragao, Y además nos dió á la postre Otro de queso y melao. Al escureser nos fuimos A casa é Peiro Tirao, Que disen que es la que tiene Ayí er mejoy soberao. Bailaron unas caenas, Después un seis balseao, Un cabayo y un sonduro, Sin que yo hubiese bailao. Los mositos de aquey pueblo Ya me tenian ajorao, Polque sin bailay me estaba En un rincon agachao. Al fin me detelminé, Y arrimándome pun lao, Combié par un sonduro A la hija de Tirao, Jembra de cara pulía, Y cuelpo muy aqueyao. Apenas al son del güiro Comensó el sapateao, Cuando al jaser el rastriyo Le pisé á su enamorao Er deo goldo dey pié; Y como era renegao, Hechó un _mal rayo te palta_. Yo, que estaba incomoao De enantes, lo arrempujé; Y tambien arrempujao En seguía yo me vide Por aquel escamisao. Metimos mano á la daga, Y en un bendito alabao Nos tiramos ar batey. Jisimos un sambumbiao En menos de dos menutos, Que el Alcalde aturruyao No sabia que jaser; Pero el cura, hombre abisao, Le aconsejó que á la cársel Nos yebara de contao. Ayí nos tuvo tres dias, Y yo salí escarmentao Para nunca mas bolvey A fiestas al Utuao. [Illustración] [Illustración] [Illustración] [Illustración] ESCENA XII. AGUINALDOS. [Illustración] Te equivocas, querido lector, si piensas que voy á decirte el orígen de la palabra que sirve de título á esta escena, el de la costumbre que ella significa en nuestro idioma, y otras mil zarandajas, que tendrias derecho á pedir que te dijese, y que yo no quiero que por mí sepas, si es que las ignoras; y esto lo hago por la ley de compensacion. Me argüirás que no ecsiste tal ley al quitarte yo una cosa que no puedes quitarme tú, cierto es; pero así como un médico hiere en el brazo para disminuir la sangre del pulmón; así yo te doy de menos en este artículo lo que tú deseas saber, en cambio de lo que hallarás de mas en otros, y que maldito lo que te importa, si no es que te fastidia. Tengo además otras dos razones para portarme como ves: la primera, que así logro hacer una vez mi voluntad, aunque me cueste una zurra de tu parte; y la segunda, que de este modo he escrito una introduccion que puede adaptarse á todos los artículos posibles: ventaja de mucha monta, pero que no me servirá mas, puesto que, como diria un orador parlamentario, entro de lleno en la cuestion. Los aguinaldos son de aquellas costumbres que muy poco ó nada tienen que tildar, y mucho que merece elogio, motivo por el cual, aunque me es grato el hablar de ellos, faltarán en este artículo ciertos toques que pudieran darle alguna viveza: ¡es un recurso tan poderoso el enfadarse cuando no encuentra el escritor el medio de salir del atolladero! Falta la facilidad y demas dotes para describir; pues nada de apuro, venga la parte flaca, y demos de firme sobre ella, poniendo una cara de vinagre y convirtiendo la pluma en zurriago. En los aguinaldos no es posible hacer esto por mas que uno se empeñe: y ¿quién conservará el carácter de _Domine_ ante un país entero que se regala, danza y pasea sin acordarse mas que de los _Santos Reyes_; pretesto seguro para pasar dos dias en deliciosa hartura y variada holganza? Fuera pues el carácter serio; cojo mi caballo, lo aparejo, monto en él, y á buscar una trulla de gente conocida. Así dije yo hace algunos años la víspera de Reyes, y no bien hube andado una media hora, encontré lo que deseaba, esto es: treinta ó cuarenta caballos reunidos marchando en la misma direccion que el mio, y montados por personas que yo conocia. Eran las ocho de la noche, la luna muy clara y las masas de neblina parecian á lo lejos grandes lienzos que cubrian la falda de las montañas. Por todo lo dicho habrá comprendido el lector que estaba en el campo, lo que hasta ahora no habia tenido el honor de comunicarle, y que empiezo por el modo de pedir aguinaldo en este, como pudiera hacerlo por el de la capital y pueblos principales de la Isla. La trulla á que me reuní estaba formada por jóvenes de ambos secsos, con la adicion indispensable de papás, mamás y tias; habia entre las chicas algunas muy bonitas, pero estas llevaban ya su caballero cada una; agreguéme á la masa comun, y empecé á hablar con el buen humor que nunca falta al que tiene delante seis ó siete parejas atortoladas, y otras tantas dispuestas á la broma. En un momento me dijeron á las casas que pensaban ir, y á medias palabras y con signos sagazmente disimulados, me enteraron de mil curiosos pormenores, que no convenia que comprendiese la parte _reposada_ de la trulla; caminamos un poco sin que nada nuevo sucediese, hasta que llegamos á una casa de madera, construida sobre gruesos estantes, como son todas las de las personas acomodadas, donde se entabló la conversacion siguiente: Muchacha, ¿todavía estás así? ¡cómo es que no estan á punto de montar? --Tia Pepa, yo no puedo ir con V. como quedamos, porque no hay mas que una bestia y es para mis hermanas, que ya van á bajar; la otra se encojó esta tarde, y yo tengo que quedarme por ese motivo. --Pero, muchacha, ¿y las otras dos? --Se han ido en ellas mis hermanos. --Vaya vaya, eso si que es buen chasco; cree que lo siento.... si la yegua que llevo no estuviera preñada, te ofreceria el anca. La jóven que hablaba desde una ventana, era una morena que renuncio á pintar por lo graciosa; conocíala yo, y mucho mas á su repetable tia, que no mencionó á humo de pajas el estado interesante de su yegua; así es que, dirigiéndome á esta última, dije: --Señora D.ª Pepa, mi caballo hace ancas y es muy firme; si Rosita ha de quedarse, no será por lo que ha dicho, pues si gusta puede venir conmigo. Aquí hubo algunos cumplidos entre la tia y la sobrina, que deseaban mucho aceptar, y yo, que de todo corazon ansiaba tener á la segunda á las ancas de mi caballo. --No, no, mil gracias, decia la una. --No podemos consentir que lleve V. esa molestia. --Añadia la otra: Señora, si Rosita es una molestia, ojalá que caigan sobre mí como gotas de agua en un dia de tormenta. Por último, hicieron como que se determinaban, y, previos algunos cumplidos de la mamá, que salió á la ventana á saludarnos y darme gracias por un favor que yo recibia, nos despedimos, llevando yo por compañera para toda la noche á la mas hermosa de la _trulla_. Si no pocos guerreros deben una parte de su gloria á la fogosidad de un caballo, que les condujo á su pesar al encuentro del enemigo, yo debo unas cuantas horas de placer á la mansedumbre del que montaba aquella noche. ¿Quién espresaria con toda su intensidad lo que siente un jóven de diez y ocho años durante una conversacion tenida por lo bajo, y en que á cada paso choca con él un cuerpo que su imaginacion le pinta con los mas voluptuosos atractivos, que á cada palabra tiene que volver la cabeza, percibiendo entonces en su rostro el hálito de una respiracion agitada por el movimiento y las emociones mas vivas, y aspirando al mismo tiempo el perfume que despide una hermosa cabellera negra prendida con olorosas flores de los trópicos? No tardamos en llegar á la primera casa; echamos pié á tierra, y nos colocamos reunidos al principio de la escalera: una música campestre acompañó á los que entonaron el aguinaldo nuevo, cuyos versos eran de uno de los cantores, y que se reducian al saludo de costumbre á los amos de la casa y á desearles toda clase de prosperidades, si nos daban dulces, manjar blanco, buñuelos y otras mil cosas. Concluido el canto, apareció la familia en lo mas alto de la escalera, bajóla el dueño de la casa y nos invitó á subir para tomar algun refresco, lo cual hicimos de muy buen grado. La mesa estaba colocada á un lado de la gran sala para dejar sitio bastante para la danza, y servida con toda profusion: en ella no faltaban el manjar blanco, _almojábanas_, buñuelos de muchas clases, ojaldres, cazuelas, una variedad infinita de dulces secos y en almíbar, y varias clases de licores: parecia que solo para nosotros se habian hecho todos los preparativos, y que aquel aparato no habia de desplegarse cuatro ó seis veces por lo menos durante la noche. Despues de tomar, con toda franqueza, cada uno lo que quiso, nos pusimos á danzar junto con los jóvenes de la casa; y no lo hubimos hecho media hora, cuando fué preciso que nos despidiéramos para que subiera á ocupar nuestro lugar otra _trulla_, que esperaba ya nuestra salida. Así pasamos toda la noche de una á otra parte, y en todas, á poca diferencia, se repitió la misma escena; cogiéndonos el dia sin que la venida del sol nos alegrase, porque terminaba una noche de placer. Aquellos rostros pálidos, aquellos ojos á medio cerrar y velados por anchas ojeras negras, aquellas pequeñas y entreabiertas bocas que daban paso á una respiracion semejante á la del sueño, y aquella languidez de todo el cuerpo, añadian nuevos encantos á nuestras hermosas compañeras; yo sentia un peso suave sobre mi espalda, y me parecia mas cercana y mas ardiente la _Rosa_, cuyo aroma iba pronto á dejar de respirar. Tal es una _trulla_ á caballo; son muchas las que recorren los campos, y fuera de algun raro incidente, como el que le dejen á uno el caballo desaparejado, ó el aparejo sin caballo, principian todas y concluyen del mismo modo que empezó y acabó la de que he hablado arriba, crúzanse en ellas y de sus resultas amores, zelos, pullas, chistes, riñas, amistades y cuanto se cruza en el mundo siempre que, con cualquier pretesto, se reunen muchas personas; con todo, es forzoso consignar aquí que, en general, los efectos de esta costumbre son buenos y muy buenos; sin ella y otras semejantes, nuestros campesinos no serian como son tan humana y generosamente hospitalarios. Las _trullas_ de á pié se componen de jente pobre, que no por eso se divierte menos; _maraca_ en mano y _tiple_ y _carracho_ bajo del brazo, caminan, leguas enteras saltando barrancos, vadeando rios y trepando cerros, hasta que el sol les halla muchas veces á gran distancia de sus casas; pero esto no les importa: continuan su camino durante todo el dia y la noche de Reyes, sin regresar de su peregrinacion hasta el que sigue á este último; esto es, á los tres de haber abandonado sus Penates. Dada la diferencia de educacion, es sabida la que puede haber entre las escenas de estas trullas y las de á caballo: varian en los modales, las espresiones, etc.; pero en la esencia lo mismo pasa en unas que en otras. Los versos, que cantan en aquellas con música variada y que son á veces buenos, en estas últimas guardan el mismo aire siempre, y se trasmiten de padres á hijos sin alteracion en las palabras. Tal es el antiguo y muy sabido estribillo. _Naranjas y limas Limas y limones, Mas vale la Virgen Que todas las flores._ Los aguinaldos en la Capital estan muy lejos de tener el carácter original que los del campo: hay tambien _trullas_ que van á algunas casas; pero son, como es fácil concebir, un remedo muy incompleto de aquellas agradables caravanas. Un determinado número de personas sale por las calles pidiendo aguinaldo; mas ¿acáso puede el eco de muchas voces reunidas producir el mismo efecto en una calle ó dentro de una habitacion, que en el campo? Unos cuantos amigos toman dulces, cerveza y otros licores, bailando despues ó antes una ó dos contradanzas en una sala en que habian sido recibidos aquel mismo y otros muchos dias; al salir se encuentran en la calle por donde van á la oficina algunos de ellos, el canto del sereno les recuerda la hora en que acostumbran irse á la cama, y si algunos pueden hablar con libertad yendo de brazo con su cuya, otros hay que rabian porque tienen que remolcar esa necesidad de nuestras reuniones, la mamá. No me detendré en las felicitaciones de las bandas de la guarnicion á las autoridades, y del sereno, alguacil, ahijados y otros que nombrarlos fuera nunca acabar, á todo el que puede darles, no dulces ni cerveza; sino, algunos realejos para celebrar los _Santos Reyes_, porque esto con distintos motivos y en diversos dias del año pasa en muchos otros parajes, y no merece llamarse costumbre de Puerto-Rico. Vamos pues á cuentas, querido lector; ya tienes un artículo bueno ó malo sobre aguinaldos, uno mas que leerás tú, y uno menos que yo tengo que escribir, si le esperabas mejor, hiciste mal y te llevas buen chasco; si peor, me alegro mucho desde ahora, y sí ni lo uno ni lo otro, recíbelo tal cual es, sin ecsigir que me devane los sesos dando vueltas á un asunto acerca del que pienso lo que te dije al principio y repito ahora: los aguinaldos son de aquellas costumbres que muy poco ó nada tienen que tildar, y mucho que merece elogio. [Illustración] [Illustración] ESCENA XIII. A MI RESPETABLE AMIGO _El Sr. D. Francisco Vasallo_, _En contestacion á una carta suya_[4]. [4] Publicada en el Cancionero de Borinquen. [Illustración] Mi muy Senoy D. Francisco Vassallo, ey buen capitan Dey finao regimiento Que mentaban de Granáa: Le contesto á lo divino, Que es ey mejol contestay, Á la cayta que á lo humano Me escrebió usté dende ayá; Y cuando la resebí Jecho estaba un Barrabas, Tendío patas arriba Con una grande enfelmeá; Que no era punta ë pasmo, La peste, ni cosa tay, Sino, asigun ijo ey Fístico, Toita la sangre inflamáa. Me ïrá que buen resueyo Tengo pa busio, es beydá; Usté peidone, buen biejo, Que no sé que escusa day, Sino que estube en la sierra De Monseñ jasta poco ha. En cuanto á aquey papelito De sosio corresponsay, Jarémos pol mereseyo Á fueysa é trabajal, Y onde no yegue ey sentío, Yegará la boluntá. Agora le jablo claro, No se me baya á incomoal: Jágame menos favoy, Y jágase usté aygo mas, Que de regañon pa bajo Se trata sin cariá; Y luego me saca aqueyo De: _Homo sum et nihil_, y á mas, _Á me humani alienum puto_. Dejémonos de puteay, Y de la cabesa ay rabo Aprebéngase á miral Cuanto baya con mi filma Pol ese mundo á roday; Polque uste tiene esperencia, Que enseña mejoy que ná; Y yo tabia soy muy nuebo Y á la fuelsa he de jerray. Y acá par entre los dos, Se me asienta mucho mas Que usté, que sabe mi aquey, Me ïga: jisiste mal, Que benga un siniquitate, Y se ponga á beriguay Si soy Cristiano, Judio, Tuico, Mandinga, ó Cangá; Polque esto quita la gana, Y es capas de encocoray Jasta ay mesmo susuncoyda Que su pusiera á trobal; Y aunque siempre es mi intension, Á fe de gíbaro, honráa, Esto los que me conocen Lo saben, y nayde mas. Sin lástima, boto á nayde, No se me ponga á pensay Que dambos á dos nos bimos En un tiempo pol ayá; Sino que soy como un potro Que se comiensa á montal, Que anque sea de buena casta Lo que jase es tranguleay, Jasta que un buen domaol Lo saca de caliá. Memorias á Doña Rosa, Y á Rosita, y aemás Un pelisquito á los nenes, Y mande á su voluntá Á este Gíbaro de Caguas Que le apresia á no poel mas. [Illustración] [Illustración] ESCENA XIV. UN DESENGAÑO. [Illustración] I. En un lugar de mi patria, de cuyo nombre me acuerdo, mas no lo quiero decir, vivian dos compadres, entre los cuales mediaban, además del parentesco espiritual, las mas íntimas relaciones de amistad: mercader el uno, y labrador el otro, habian logrado con su trabajo llegar á la clase de personas notables de la poblacion; en la tienda del primero se reunia el Juez, el Sr. Cura, el Comandante, el Médico; en una palabra, lo principal del pueblo, y hablaban cada noche un par de horas, cuando no venian á impedirlo algun espediente, administracion de sacramentos, asuntos del servicio, enfermo, ó cosa de este jaez, ó cuando la inteligencia cordial de las potencias no estaba interrumpida; cosa no muy difícil, y en ciertas ocasiones muy frecuente. Casados hacia algunos años con dos hermanas, tenian los compadres su traviesa y robusta prole, que no era numerosa, pues que no pasaban de dos los hijos de cada uno. Acercábanse estos á la edad en que era preciso comenzara su enseñanza, y los padres habian discutido mas de una vez sobre este punto, el unico quizá en que nunca pudieron convenir. Decia el mercader que á los muchachos era preciso hacerles estudiar, y darles una carrera que les pusiera al abrigo de los reveses de la fortuna, tal como la Jurisprudencia ó la Medicina: y pretendia el labrador, que un padre no debia enseñar á su hijo mas de lo que él mismo sabia, porque si con aquellos conocimientos pudo el primero reunir un capital, bastaban al segundo para conservarlo. En prueba de lo acertado de opiniones tan diversas alegaban cada uno por su parte infinidad de razones, y no siempre lo hicieron con la calma necesaria para no llegar á punto de agriarse y romper una intimidad útil á entrambos. Una noche, en que se reunieron las personas de costumbre en la tienda del mercader, recayó la conversacion sobre una escuela nuevamente abierta en el pueblo; y de aquí tomaron hincapié los compadres para atacarse mutuamente con la esperanza de convencerse. Eligieron por juez al Sr. Cura, por testigos á los demás, y comenzó el mercader de este modo. --Yo, Señores, tengo dos hijos, que quisiera, como es natural, que fueran un modelo de honradez y saber, y quisiera además que vivieran siempre felices: para lograr esto no perdonaré sacrificio, por costoso que me sea; y como pienso que de ningun modo llegaré á alcanzarlo sino dándoles toda la instruccion necesaria para hacer de ellos unos hombres de carrera, quiero empezar por enviarlos á la escuela, con la firme resolucion de no parar desde ahora hasta que el mayorcito sea abogado y el otro médico. Tal es mi intencion, que creo muy recta y no dudo que merecerá el voto de Vds. Entre las muchas razones que me han decidido á seguir este camino, es la principal la seguridad que tengo de que dando á mis hijos una carrera, les pongo á cubierto de las desgracias que pueden ocurrir á todo el que vive con la renta de un patrimonio espuesto siempre á perderse. Satisface tambien mi orgullo de padre la idea de que mis hijos lleguen un dia á ocupar un puesto en la sociedad, que la modesta instruccion de sus antepasados no les permitia ambicionar: en efecto, ¿qué hay mas grato para un pobre anciano que oir por todas partes elogios del saber de sus hijos, ver que se les cuenta en el número de las personas ilustradas, y encontrar una madre que debe á uno de ellos la vida de su hijo ó á un inocente á quien salvó el otro de un severo é inmerecido castigo? Bien cerca tenemos al hijo de nuestro vecino D. Antonio: que diga este que está presente, sino se le caia la baba el dia que le vió llegar de la Península, despues de diez años de ausencia, hecho todo un hombre, y con toda su ciencia y sus barbas tan cariñoso y tan complaciente con su padre; que diga lo que esperimentó el dia que fuimos juntos á la Audiencia á oir como se esplicaba el nuevo abogado: me parece que lo estoy viendo amarillo como la cera y saliéndosele el corazon por la boca, hasta que el fuego del orador y la admiracion del público y de los mismos jueces le convencieron de que su hijo estaba haciendo una brillante defensa. Que diga, que diga por cuanto no hubiera cambiado los momentos en que desde su rincon oia las felicitaciones dirigidas á su hijo, y sobre todo aquel en que pudo estrecharle contra su pecho vertiendo lágrimas de puro gozo. ¡Ah! por un momento como aquel sacrificaria yo la mitad de mi vida; inútil es querer disuadirme de mi propósito, cuanto se me diga no hará mas que afirmarme mas y mas en él: no comprendo como mi compadre no se hace cargo de estas reflecsiones, y encuentra salidas que apreciarán Vds. en lo poquísimo que valen. --Cualquiera que oiga á mi compadre, dijo el labrador, creerá que solo por espíritu de oposicion, ó por falta de cariño á mis hijos, me opongo á su modo de pensar; pero no es así, como verán Vds. por lo que voy á decirles. Mi padre, que en esto era de mi mismo parecer, contestaba cuando yo le pedia que me enviase á la escuela con los hijos de sus amigos: _Zapatero, á tus zapatos_, queriendo darnos á entender que los labradores debíamos aprender á trabajar la tierra, y no otras cosas que nos distrajesen de aquel ejercicio útil, aunque penoso. Jamás fuí á la escuela, aprendí á leer y firmar con un vecino nuestro los domingos despues de volver de misa, y los dias no festivos los pasaba en el campo con los _peones_: mis juegos, despues de concluido el trabajo, eran siempre inocentes y sin otra compañía que la de los muchachos que se criaban en casa; el _tayta_ se divertia mirándonos retozar en el _batey_, y gozaba al verme crecer tan robusto y trabajador. [Illustración] De esta suerte llegué á hombre, teniendo gran cariño á mi pueblo, porque ni sabia, ni me importaba saber lo que pasaba en los demás; siendo muy obediente á mi padre, porque nunca conocí otra ley que su voluntad, y sabiendo despues conservar un capital, que un señorito educado de otra suerte hubiera malbaratado en poco tiempo; sin haber impedido mi falta de instruccion el que haya cumplido con varios cargos, como el de regidor, que ahora desempeño á satisfaccion de todo el pueblo. ¿Qué hubiera sucedido si mi padre me hubiera hecho estudiar para médico ó abogado? Que si no hubiera tenido pleitos ó enfermos, lo que muchas veces sucede, por mas que se sepa, me hubiera ido comiendo mi _caudal_, y sabe Dios como me encontraria ahora. Verdad es que no sé poner bien un escrito, que si tuviera que hablar al General ó al Obispo, lo haria muy mal, porque en mi vida las he visto mas gordas; pero en cambio sé trabajar, y entiendo lo bastante para gobernar mi casa. No me vengan con muchachos que á los doce años saben mas que su padre á los cincuenta, que esplican en un momento como está toda la tierra, y que hablan tan bien como un predicador; pregúntenles Vds. si saben de que clase es el terreno de su _estancia_; qué hay que hacer para sembrar y cosechar una _tala_, y miren si sus manos de mujer podrán nunca manejar la reja del arado. Frescos estaríamos si los labradores fueran de esa clase de señores; no hay duda que ayunaríamos todo el año. Nada, nada, yo quiero que mis hijos sigan el mismo camino que yo, que aprendan á trabajar, que el oficio de caballero es mucho mas fácil, y que no se rian de mí porque sepan mas de lo que yo alcanzo. Díganme Vds. si despues de haberme escuchado se ha desvanecido toda aquella tramolla de mi compadre, que no parece estar satisfecho, pues que le veo sonreir. Vamos, Señor cura, ¿cuál de los dos tiene razon? Aguardo con impaciencia el que V. hable para ver como convence á ese hombre, que tiene la cabeza mas dura que un _granadillo_. --Señores, dijo el Sacerdote, á mi entender los dos estan animados del mejor deseo, en los dos se conoce el cuidado de un buen padre por el porvenir de sus hijos, y no puedo menos que felicitar á entrambos por ese anhelo santo y noble que manifiestan; sin embargo, espero aprovecharán algunas observaciones que les haré en obsequio de esos mismos hijos que tanto aman, y en cumplimiento de un deber que me impone mi carácter de guia y pastor de mis feligreses: observaciones que son el fruto de la esperiencia de no pocos años empleados en predicar el Evangelio en diversas regiones de la tierra y de algunos estudios hechos con el fin de ser útil á mi rebaño. Ante todo he notado que al hablar de la felicidad, decia el uno que consistia en el mayor grado de instruccion, y el otro en no tener mas de la que recibieron nuestros padres; esto no es ecsacto en ninguna manera, pues todos los dias vemos en las dos clases hombres muy desgraciados, al lado de otros que se creen muy dichosos. La tranquilidad de la conciencia es la única dicha de esta vida, el hombre que puede acostarse por la noche diciendo: «en todo el dia no he hecho nada de que deba avergonzarme ante los ojos de Dios, que estan ahora fijos sobre mí,» aquel es el hombre feliz, y como esto nos lo enseña el Evangelio, es preciso ante todo conocer sus preceptos, siempre sublimes, siempre divinos, siempre en armonía con nuestro ser: de aquí la necesidad de una buena educacion moral que sirva de base á todas las demás; mientras se olvide esta, puede un hombre ser rico, sabio, poderoso; pero nunca feliz. [Illustración] Debe no descuidarse tampoco la educacion física, que dá á nuestro cuerpo el vigor necesario á la practica de las virtudes, y que alargando nuestra ecsistencia, alarga tambien el tiempo que podemos emplear en honra de Dios y ayuda de nuestros semejantes; un alma grande no puede á veces mostrarse tal por la flaqueza del cuerpo. ¿Cómo podria la Religion estenderse desde los hielos del polo hasta el fuego de los trópicos sin hombres llenos de fé y al mismo tiempo capaces de resistir al rigor de tan opuestos climas? Pero dejemos estas dos clases de educacion, de que nada han dicho los Sres., y pasemos á la intelectual, que parece ser su caballo de batalla, y tampoco han sido mis amigos muy ecsactos al apreciarla, pues que el uno la rechaza completamente, y el otro la reduce á los estrechos límites de las carreras científicas; examinemos las razones de uno y otro por el mismo órden en que las han espuesto. Resalta en lo dicho por el primero el error trascendental de querer imponer á dos niños que apenas tienen uso de razon la pesadísima carga de una profesion elegida por su padre antes de la época en que pudieran ellos inclinarse á alguna que fuese de su gusto; error muy grave, que inutilizaria las mejores disposiciones que quizá tengan para otros ramos del saber, y que haria un médico ó un abogado medianos cuando mas, del que debió ser un gran agricultor ó ingeniero. Dése á un niño la enseñanza primaria, y mientras la recibe obsérvense atenta y cuidadosamente sus acciones, márquense bien los rasgos de su carácter, y no tardará en conocerse su inclinacion. A esto puede argüirse, que no todos los padres tienen la penetracion y conocimientos necesarios para hacer este delicado ecsámen: enhorabuena; pero ¿acáso falta á quien consultar en este caso? ¿No hay un cura en la poblacion que repita las palabras del Redentor, _dejad que los niños se acerquen á mi_? Y ¿acercándose estos para oir de la boca del pastor la doctrina del divino Maestro, podrán ocultar por mucho tiempo sus nacientes virtudes ó flaquezas al que emplea su vida en alentar las primeras y corregir perdonando las segundas? Consúltese á un amigo en quien se reconozca superioridad, mas nunca se imponga, á costa de penosos sacrificios, un deber á aquel que no pudo aceptarlo. La celebridad no se adquiere por el rango de la profesion, sino por la altura á que llega el hombre en cualquiera de ellas: el nombre de algunos modestos artesanos á pasado á la posteridad, mientras ha perecido, ó mejor nunca vivió, el de muchos Doctores y Licenciados. [Illustración] Envidiable es la dicha de un padre que ve honradas sus canas con la buena reputacion de su hijo, y hasta cierto punto seria disculpable en él el sentimiento de orgullo de que se halla poseido, sino hubiera espuesto á un estravío los talentos de ese mismo hijo que tanto le complace ver brillar: en una palabra; el hijo debe elegir y el padre guiar, y nada mas que guiar. La idea de que la instruccion no debe adelantar en una familia, sino trasmitirse igual de unos en otros descendientes, es fatal para los mismos, y aun mas para el país; hace algunos años que bastaba saber muy poco para vivir y hacerse rico; ¿sucederá lo mismo en adelante? No por cierto, y voy á demostrarlo. Hace treinta ó cuarenta años que las necesidades eran infinitamente menores que en el dia: bastaban á un propietario una chaqueta y unos zapatos para ir completamente equipado; un vestido de _sarasa_ era un vestido de baile, unos pendientes se heredaban, y una mantilla duraba toda la vida: aumentóse la poblacion, se repartió mas la propiedad, abriéronse caminos, y todo cambió de aspecto; el hacendado que ganaba treinta y gastaba diez, se vió obligado á gastar cuarenta, y necesariamente se arruinó, ó tuvo que recurrir á nuevos medios de cultivar y elaborar los frutos de su hacienda; y aquí tienen Vds. porque antes era una gran cosa el tener un _trapiche de tambor_ movido por bueyes, y ahora vemos en la Isla emplearse hasta el vapor en los _ingenios_ de azúcar. Los adelantos de este ramo de la agricultura alcanzarán en breve á todos los demás, y llegarémos á ver que se emplean para la cosecha del café, algodon, etc. medios que se comienzan ya á ensayar con buen écsito: el que conozca y sepa utilizar estos medios tendrá sobre el que ignore su ecsistencia ó los crea inútiles, la ventaja de obtener mejores resultados en menos tiempo y con menor trabajo; de lo cual resulta que la agricultura, en vez de ser rutinaria, será, como debe ser, un ejercicio noble y que requiera su instruccion particular. Ocúrrense desde luego las preguntas siguientes, que puede hacer un labrador: ¿Y dónde recibirán los jóvenes esa instruccion sin apartarlos de nuestro lado? ¿Todos los labradores debemos desterrar á nuestros hijos por cierto número de años, para que vuelvan despues llenos de teorías y sin la costumbre del trabajo? La contestacion es siguiente: si los labradores supieran leer tendrian aficion á la lectura, y leyendo hubieran hallado el modo de salvar esos inconvenientes. No hay escuelas de agricultura en el país, es cierto: y ¿porqué no las hay? porque los labradores, contentándose con _saber gobernar_ á su manera _su casa y_ reduciéndose á _su pueblo sin cuidarse de lo que pasa en los demás_, han fomentado el egoismo, que es la muerte de todo progreso; porque, encerrados en tan estrechos límites, no han pensado en reunirse á los comerciantes y á los industriales y artesanos para pedir al Gobierno la creacion de establecimientos de esta clase de enseñanzas, muy mas útiles al país que la rutina, que con algunas escepciones, es la pauta que en él se sigue todavía. No teman los padres que sus hijos les tengan en menos siendo mas instruidos; no se descuide la educacion moral, y los conocimientos adquiridos despues y fundados en ella formarán hombres útiles á su patria, y que siempre bendigan al autor de sus dias. En resúmen no olvidar jamás un padre cuando piense en sus hijos estas palabras: Educacion moral. [Illustración] Educacion física. Educacion intelectual. Libertad en la eleccion de carrera. Igualdad de las profesiones respecto de su utilidad. Vigilancia continua, sobre todo en los primeros pasos de la juventud. Firmeza y abnegacion. --Señor Cura, dijo el Mercader, ¡cuánto me alegro de haber oido á V.! desde ahora me pongo en sus manos y le confio el porvenir de mis hijos. --Pues yo, añadió el labrador, me mantengo en mis trece sin que sea ofender á nadie. --Nada de eso; otro dia veré si logro convencer á V. que por hoy harto he logrado, y cuando no, no será culpa de mi voluntad, sino de mi poco saber. Despidiéronse, y cada uno se retiró á su casa, pensando en lo que habia dicho el prudente sacerdote. II. Pasaron veinte años con la rapidez que pasan en nuestra vida; la tienda del mercader no era ya un espacio reducido, con aparador mezquino, y mostrador comparable con él, como cuando la conferencia de los dos compadres y el Sr. Cura; sino un lujoso y completo depósito de toda clase de géneros, junto al cual habia grandes almacenes de granos y azúcar: cinco dependientes no bastaban para desempeñar el trabajo diario, y muchas veces no salian del escritorio hasta entrada la noche; un jóven de veinte y seis años, vestido con camisa de fina tela, pantalon blanco y chaqueta del mismo color, estaba repasando á la luz de un velon puesto sobre su pupitre la factura de un cargamento, que habia llegado aquel dia en un buque de la casa, y un anciano lo miraba sonriéndose de cuando en cuando, con una espresion de cariño y complacencia imposibles de pintar; paseábase procurando hacer el menor ruido posible á fin de no distraer al jóven, y deteníase á veces cerca de él como aguardando á que concluyera para decirle alguna cosa. Por último llegó este al término de su lectura, tomó algunas notas, guardó los papeles que tenia en la mano dentro de un cajon, y se dirigió al anciano, que dándole una palmadita en el hombro le dijo: --Vamos, hijo: has empezado hoy á trabajar á las cinco de la mañana, y concluyes á las ocho de la noche sin haber tenido apenas tiempo de comer: eso es demasiado. --Tanto mejor, así descanso ahora con mas gusto: ¡si supiera V. el negocio que hemos hecho hoy! ¿A qué no acierta V. cuanto nos vale? --¡Que sé yo, hijo mio! ya no me atrevo á echar cálculos de esta clase, desde que me pasó aquel chasco cuando quise pronosticar lo que nos valdria el negocio de la casa de Hamburgo. --Efectivamente, no se equivocó V. mucho. --No ¡friolera!, contestó el anciano riendo, dije que ganaríamos seiscientos pesos, y ganamos, segun me habias asegurado antes, once mil; pero dejémonos de cálculos, que bastantes tienes tú que hacer cada dia, y hablemos de otra cosa. ¿Ha venido el Sr. cura? porque yo he pasado toda la tarde fuera cumpliendo con la obligacion de pasearme que tú me has impuesto. --No señor, no ha venido: y á propósito de obligaciones, ¿sabe V., señor desobediente, que tengo que echarle un regaño? ¿Cómo es que ayer se me fué V. al desembarcadero? --Hombre, eso es muy sencillo; habia que llevar un recado á los que descargaban la fragata, y los dependientes estaban todos ocupados; con que cogí mi sombrero y me fuí paseando hasta allá. --Muy bien, se fué V. paseando al medio dia y con un sol que derretia las piedras hasta la playa que hay mas de un cuarto de legua. --Eso no me hace nada. --Pues á mí mucho, porque es faltar á nuestros tratados, y ya sabe V. lo inflecsible que soy en este punto. ¿No tiene V. bastante trabajo en cuidar de su jardin? --Sí un trabajo ímprobo; se me antojó decir un dia que me gustaban mucho las flores, y ¿qué hiciste? encargas á los corresponsales, que tienes en las cuatro partes del mundo, un millon de plantas diversas; viene luego tu hermano, que es tan perillan como tú, y en un abrir y cerrar de ojos convierte el corral en un paraíso, donde paso dos ó tres horas cada mañana tronchando flores, porque no hay ni una yerba que arrancar, tal es el cuidado del jardinero. En este momento llegó el Sr. Cura, apoyado en un grueso baston, adminículo que le era ya preciso, pues llevaba veinte años sobre los cincuenta que tenia cuando tan buenos consejos habia dado á los dos compadres: el mercader los siguió conforme ofreciera en aquella época, y no tuvo motivo de arrepentirse, pues los dos niños de entonces eran el comerciante rico que conoce el lector, y el hacendado que habia dirigido la obra del jardin. Apenas pasaron entre los tres los cumplimientos de estilo, llegó el labrador á quien no pudieron convencer las razones del buen Sacerdote. Venia cabizbajo, y su rostro espresaba un acerbo dolor. --¡Ah! Señor Cura! ¡Cuánto deseaba hallar á V. para que me consolara! ¡Vengo loco... creo que mi cabeza se trastorna! --Vamos á mi casa, y allí veremos si puede dar á V. un consuelo este pobre viejo, que ya pertenece mas al otro que á este mundo. --No se moleste V. señor Cura; lo que tengo que decir no es un secreto para mi compadre y mi ahijado, ¡Oh! añadió lo que á mi me pasa no es mas que un castigo del cielo por haber desoido la voz de un ministro del Altísimo ¡Qué desgraciado soy! ¿Recuerdan Vds., continuó dirigiéndose al señor Cura y al otro anciano, lo que pasó en este mismo lugar hace veinte años? Yo, terco é imbécil, me reí de mi compadre que dió á sus hijos una enseñanza acomodada á su inclinacion, y dejé á los mios en la mas completa ignorancia: aquellos son la envidia de todo el pueblo, y yo no recibo sino pesares, que acabarán pronto con mi vida: mis hijos no se acompañan con personas decentes, porque dicen que todos se les rien en la cara; no trabajan en el campo, alegando que se revientan y no ganan un maravedí; al paso que nuestro vecino, el hijo de mi compadre, con quien estan reñidos sin motivo, gana cuanto quiere, sin molestarse, porque labra la tierra de un modo que ellos ignoran; se entregan al juego y á otros vicios, que les enseñan sus malas compañías; cuando pretendo reprenderles, me contestan que yo tengo la culpa, porque no les enseñé á trabajar de un modo que no tuvieran que matarse; y si les digo que imiten la conducta de mi ahijado y de su hermano, me responden que eso será cuando yo imite la de mi compadre y no crie hijos tan rústicos como ellos. [Illustración] Esta tarde misma he tenido en casa una escena terrible: me trajeron al menor de ellos de una casa de juego, donde habia tenido una disputa, con una grande herida en la cabeza; y el otro me dijo hecho una furia, cuando yo estaba lleno de mortal congoja: V. responderá á Dios si mi hermano muere, y yo me iré de mi tierra, á servir de soldado en un país donde me maten pronto de un balazo para acabar con una vida que me es insoportable... ¡Qué haré, Dios mio, qué haré! Las palabras de mi hijo, que me acusa de haber causado la desgracia y quizá la muerte de su hermano, me desgarran el alma. ¿A quién acudir en tal conflicto? --A la Religion, que cura todos los males del alma, dijo el sacerdote con acento sublime. Voy á mi casa y dentro de una hora estaré en la de V. ¿Encontraré allí á su hijo mayor? --Sí señor; porque no se mueve del lado del herido, y llora y se desespera tanto como yo. --Bien, iré; y con la ayuda de Dios daré otra direccion á las inclinaciones de aquellas almas excelentes aunque algo viciadas. --¡Ojalá no sea demasiado tarde, esclamó el padre infeliz y cayó desmayado en una silla! [Illustración] [Illustración] ESCENA XV. Á MI AMIGO D. Miguel Delgado.[5] [5] Publicada en el Cancionero de Borinquen. [Illustración] [Illustración] Te juro mano Miguey Que me tiene espiritao Ey vel que en un veyvo en gracia De sopeton te has casao. Y asigun me ise Pablo Ey goldo de Jumacao, La jembra es mosa de gaybo Y de aquey arrematao. Dios te la eje gosay Arrimaito á su lao Jasta que ay ñeto mas nuebo Yegues á beyo casao. ¡Ja Miguey! ¡cuánto me acueldo De aquey queso esmoronao En ey café con apoyo Que en Caguas bemos tomao, Dey majarete, toytiyas, Jayacas, lichon asao, Y de otras mil burundangas, Que pa reyes je prebao, Cuando eras mi camará, En ey Barrero mentao! Aqueyo era divelsion Cuando yo y tú á lo cayao Ca uno diba en su chongo, Ey jumaso encandilao, Pasando los matoyales Poy baylal un sapateao. (No te jablo de las mosas Que bemos enamorao, Polque no sé tu mugey Como tiene ey aqueyao De los selos, y es mejoy Que en esto sea arreseybao). Pues, ¿aqueya boldonúa De Gaytan el afamao, Los trobos dey Caraqueño Y ey güiro dey Colorao? No sabe lo que se pielde Ey que no los ja escuchao. ¿Y lo de vey la pelea De un gayo bien coleao, Pinto, giro, canagüey, Gayina ó rubio quemao, Que son los sinco colores Que siempre mas me han gustao? Cuando ya dambos á dos En ey peso han igualao, Se da, ó no, pata y cabesa Confoyme hubieren tratao, Los agusan, los rusian Y si ey dia es abansao Les dan tres ó cuatro granos De maís medio mascao. Luego que la talanquera La gente ha esocupao Jasen dos rayas iguales, Y uno y otro ñangotao, En su raya cáa uno _Á pical_ ó _separao_ Sueytan los gayos, y empiesa Pol ensima ey apostao. --¡Yo doy un beinte á dos pesos! --Pagole ay rubio quemao. --¡Pica gayo!--¡Engriya giro! --¡Mueyde al ala renegao! --¡Juy! que puñalon de baca! --¡Caniyera y espicao! --Si ey giro pica la pluma, Se juye ey rubio quemao. --_¡Caréo!_ se dan aygunos, Y ey gayero, que ha chupao La sangre, tiene los besos Que paece un condenao. Ey uno juye, ó lo tumban, Ó muere, ó es levantao, Y se acabó la pelea, ¡Con qué aquey dey que ha ganao! Aqueyo es gusto, Miguey; Y no que aquí me han mandao Á que me jaga un Dotol, Ó ay menos un Lisensiao: Y estoy ¡juro á los Demoños! Jarto de estal separao Dey plátano y de la piña, Y esto me tiene.......ajorao. [Illustración] ESCENA XVI. CARRERAS DE S. JUAN Y S. PEDRO[6]. [6] Publicada en el Cancionero de Borinquen el año 1846. Las fiestas de S. Juan y S. Pedro se celebraron en el año pasado con una animacion nunca vista y se dieron premios á los mejores caballos. [Illustración] Si la nobleza de las cosas consistiera solo en su antigüedad, difícilmente se hallaria una mas noble que el correr. Es indudable que el primero que corrió fue el primero que tuvo piernas, y las piernas son tan antiguas, que ningun buen cristiano puede negar que datan desde nuestro padre Adam; aunque se veria muy apurado el que pretendiera demostrar en que tiempo han sido mas ó menos útiles. Yo creo que, á pesar de su dignidad, no dejaria nuestro primer padre de dar algunas carreritas cuando no tenia otra ocupacion que gozar de las delicias del paraíso en compañía de Eva; y á juzgar por lo que nos sucede á sus míseros descendientes, debió correr mucho mas, y con menos alegría, desde el momento en que se le acabó tan buena vida y tuvo que ganar el pan con el sudor de su rostro. Desde tan remota antigüedad hasta la época en que vivimos no hay quien de un modo ú otro no haya corrido: unos á pié, otros en pollino, unos al paso, otros al trote y no pocos á todo escape, todos caminamos; y aunque de distinto modo y por vias á veces encontradas, llegamos siempre al mismo término. Pero no es mi intento hablar de tantos y tan diversos modos como hay de llegar al fin de nuestra carrera, porque es asunto demasiado grave, que me guardaré muy bien de tocar; solo quiero ocuparme de lo que comprende el título de este artículo, y todo lo que no sea «Carreras de S. Juan y San Pedro en la Capital de Puerto-Rico» queda escluido de él. A pesar de mi genio, procuraré, lector querido, ponerme un poco serio, porque la costumbre de un país es cosa delicada y debe tratarse con circunspeccion. Solo pido que tengas en cuenta mi buen deseo, para que disimules las faltas, que no será estraño cometa el que hace algunos años salió, siendo todavía muy jóven, del país cuyas costumbres ensaya bosquejar. Hay ciertos dias, en los cuales las poblaciones mas pacíficas, las ciudades mas bien gobernadas, ricas é industriosas y las aldeas mas pobres, parece que, obedeciendo á un instinto particular, se complacen en salir de las reglas que guardan durante todo el año; dias de bullicio y confusion, que cada país, y aun cada pueblo, tiene segun su índole y el grado de civilizacion en que se encuentra; dias en que el magistrado no es magistrado, porque no ejerce sus funciones; en que el mercader cierra su tienda, y el artesano su taller; dias fecundos en aventuras amorosas, y en que las bellezas mas altivas suelen sonreir al que han hecho suspirar por mucho tiempo; dias de esperanza para los jóvenes, y de recuerdos para los ancianos; dias finalmente en que las mayores estravagancias son admitidas, con tal que vayan autorizadas con el sello de la costumbre. Los de S. Juan y S. Pedro son en la Capital de Puerto-Rico del número de estos, y una de las cosas con que los habitantes de la Isla los amenizan son las carreras á caballo. Hé aquí lo que sobre ellas dice D. Iñigo Abad en su historia de Puerto-Rico, dada á luz en Madrid en el año 1788. «Las fiestas principales (dice) las celebran tambien con corridas de caballos, á que son tan propensos como diestros. Nadie pierde esta diversion: hasta las niñas mas tiernas, que no pueden tenerse, las lleva alguno sentadas en el arzon de la silla de su caballo. En cada pueblo hay fiestas señaladas para correr los dias mas solemnes. En la Capital son los de S. Juan, S. Pedro y S. Mateo. La víspera de S. Juan al amanecer entra gran multitud de corredores, que vienen de los pueblos de la Isla á lucir sus caballos cuando dan las doce del dia; salen de las casas hombres y mugeres de todas edades y clases, montados en sus caballos enjaezados con la mayor ostentacion á que puede arribar cada uno. Son muchos los que llevan sillas, mantillas y tapafundas de terciopelo bordado ó galoneado de oro, mosquiteros de lo mismo, frenos, estribos y espuelas de plata; algunos añaden pretales cubiertos de cascabeles del mismo metal. Los que no tienen caudal para tanto, cubren sus caballos de variedad de cintas, haciéndoles crines, colas y jaeces de este género, adornándoles con todo el primor y gusto que pueden, sin detenerse en empeñar ó vender lo mejor de su casa para lucir en la corrida. «Esta no tiene órden ni disposicion alguna: luego que dan las doce de la víspera de S. Juan, salen por aquellas calles con sus caballos, que son muy veloces y de una marcha muy cómoda. Corren en pelotones, que por lo comun son de los parientes ó amigos de una familia; dan vueltas por toda la ciudad sin parar ni descansar en toda la noche, hasta que los caballos se rinden. Entonces toman otros, y continuan su corrida con tanta vehemencia, que parece un pueblo desatado y frenético etc.....» [Illustración] Esto sucedia en aquellos tiempos en que Puerto-Rico era, segun el mismo escritor, una carga pesada para la Metrópoli; ahora que se ha convertido en uno de los brillantes de la Corona, en esto, como en todo lo demás, ha habido muy notables variaciones. ¿Quién se atreveria á decir hoy que los naturales de ella no se detienen en vender ó empeñar lo mejor de su casa para lucir en una corrida? Mas aun: ¿Quién osaria repetir una de aquellas célebres cuanto vergonzosas _Cantaletas_, que recordamos hasta los mas jóvenes, y en las cuales no se respetaba el honor, ni los secretos de las familias? La civilizacion y el buen juicio han desterrado estos abusos, y no debo ocuparme de ellos, puesto que no hay ya que corregirlo. Las carreras de S. Juan y S. Pedro son en el dia una diversion honesta, grata y que puede utilizarse en bien del país; habiendo desaparecido de ellas todo cuanto tenian de inmoral y vicioso. Mas empieza ya á tocar al otro estremo; esto es, pierden su atractivo y se van haciendo cada dia mas insípidas. No llega ni á la mitad el número de los ginetes, y las señoras abandonan este medio de lucir su gallardía; de manera que si no procura remediarse, llegará dia en que solo se conserve un recuerdo de lo que ha sido y es aun una de las mejores fiestas del país. A pesar de esta decadencia, es agradable el ver las parejas que despues de las cinco de la tarde, y no á las doce del dia, recorren las limpias y hermosas calles de Puerto-Rico. Todavía algunas jóvenes elegantemente vestidas ostentan su habilidad, manejando con soltura y sobradísimo garbo briosos y ligeros potros de Caguas y Yabucoa, que parten como el rayo, y se detienen al movimiento de una manita que apenas alcanza á abrazar las riendas. Los balcones ostentan cuanto hay en la Capital de distinguido, bello y de buen tono; y el pueblo, esparcido por las calles y las plazas, se entrega al gozo que le produce una diversion tan de su gusto. Una ó dos horas despues de oscurecer, está llena la plaza de armas, de caballos, buenos y malos, feos y bonitos, flacos y gordos, veloces y pesados: ninguno está excluido de ella, para que los aficionados menos ricos ó que no quieren correr por la tarde, puedan hacerlo por la noche, mediante un alquiler sumamente escesivo, pero que siempre parece poco al que desea llevar una _cumarracha_. Por la tarde es atrozmente silbado y escarnecido el que se atreve á presentarse en la carrera con un mal caballo, ó que no esté bien enjaezado; por la noche sucede todo lo contrario: las cómodas y económicas _banastas_ reemplazan á la silla; y una fresca chaqueta de lienzo al rico dorman de paño, que es el vestido que mas usan los que corren á aquella hora. Poco importa que el animal sea de _primera_ casta, ó un descarnado _platanero_, que no por esto queda sin correr, sino que lleva su ginete, y quizás por añadidura una de aquellas morenitas capaces de hacer bailar la _jurga_ á un magistrado del tiempo de Cárlos tercero. En muchas esquinas encienden hogueras, cuya luz unida á la que presta el escelente alumbrado de aquella ciudad, permite distinguir perfectamente las fisonomías. El frente de las casas es ocupado por una hilera de sillas, y estas por otros tantos curiosos, que cruzan dichos, á veces muy agudos, con los que pasan por medio de la doble fila á todo correr, y con los de la acera opuesta; pero el centro comun de estas agudezas, el teatro de escenas mas animadas, el punto de reunion de la gente de broma, es el atrio de la Catedral, llamado en aquellos dias _Balcon de los arrancados_. El estar en la calle del Cristo, una de las mas favorecidas por los corredores, el tener á su frente una plaza, y el ser un lugar espacioso, de poca elevacion y seguro por estar murallado, dan á este sitio la preferencia; reuniéndose en él una especie de tribunal, que juzga la bondad de los caballos, y se encarga de aplaudir á los bonitos y ligeros, y silbar estrepitosamente á los flacos y pesados; llamándoles _chalungos_, _chongos_, _chacuecos_, _sancochaos_, y otros mil adjetivos que tienen los inteligentes, uniéndolos á las frases mas chistosas y oportunas. Este bullicioso y alegre cuadro, es el que presenta la ciudad de S. Juan B.ª de Puerto Rico las cuatro noches de la víspera y dias de S. Juan y S. Pedro hasta las doce; á cuya hora una banda de música militar ejecuta varias piezas en la plaza de armas, rodeada de todos los corredores, que de allí van á descansar sus doloridas y magulladas humanidades. Los que tienen la costumbre de llamar barbaridad á todo lo que no sucede donde nacieron, dirán que lo es el correr tantas horas seguidas, de noche y en varias direcciones, por las calles de una ciudad; mas esto que á primera vista no tiene réplica, es un reparo que causaria risa á mas de un corredor; porque la claridad del alumbrado, la anchura, rectitud, limpieza y hermoso empedrado de las calles, la bondad de los caballos, y sobre todo la suma destreza de los naturales, hacen ilusorios los riesgos que en otro país serian inevitables. No se crea que hablo apasionadamente cuando coloco entre las causas que pueden impedir desgracias en estas corridas la destreza de mis paisanos: véase lo que dice D. Iñigo Abad sobre el particular, y aun se me tachará de escesivamente corto al encomiarla. No sé que haya en toda la Isla una sola escuela de equitacion, porque el montar á caballo es para aquellos isleños lo mismo que el vestir; sobre todo en los campos, donde apenas puede hacerse una diligencia ó visita, y en algunas épocas ni salir de casa á pié, por el agua de las lluvias y por otras causas que juiciosa y oportunamente cita el mismo autor. Tales son las carreras de S. Juan y S. Pedro, diversion que he calificado antes de honesta y grata, porque en ningun país, inclusos aquellos que se tienen por mas civilizados, hay una fiesta popular que menos ofenda á la moral; y si algun hecho aislado hay á veces en contra de ella, no es culpa de la costumbre, sino abandono de parte de los que estando al frente de una familia, debieran impedirlo, cuidando de ella como es su deber. En cuanto á las espresiones que se oyen alguna vez, ¿qué sucede en las plazas de toros, en el entierro del Carnaval, y en todas las fiestas á que concurren y en que se mezclan todas las clases de la sociedad? La aficion del pueblo á este espectáculo no necesita mas prueba que lo dicho; fáltame esponer la conveniencia de mantenerlo y alentarlo, y el bien que de ello sacaria el país. Aparte de la distraccion, hay una ventaja positiva, una mejora de grande utilidad, cual es el fomento de la cria caballar. En un país donde por el estado de los caminos son tan necesarios estos animales; en un país de donde se saca el ganado para las islas vecinas, en que la cria es casi nula, ya que tenemos tan escelente raza de caballos, ¿porqué no estimular á los labradores? ¿porqué no ensayar algun medio para introducir este nuevo ramo de comercio? Todos sabemos el furor de corridas, apuestas, etc. que hay en las principales capitales de Europa; mas no es esto lo que yo pretendo que pudiera plantearse en Puerto-Rico, porque á mi modo de ver, el premiar el caballo que corra mas en media hora, no es, como nota muy bien nuestro festivo Fr. Gerundio, el modo de mejorar la raza: además, aquello de que el mismo dueño no monte su caballo, sino que sea un _Yokey_, aunque muy bueno para las capitales de Europa, lo juzgo inoportuno y hasta ridículo en mi país; y así otras muchas cosas que, atendida la diversidad de costumbres, fuera errado el querer trasplantar. Yo preferiria á todo que hubiese una junta compuesta de criadores y aficionados, que no faltan en la Isla, que tienen actividad, buenos deseos, y que se alegrarian de que hubiese para ellos un estímulo. Que esta junta, presidida por la autoridad superior, ú otra que esta nombrase, hiciese un reglamento, sin mas artículos que los precisos para señalar á cada uno sus atribuciones, y los premios que habian de darse: 1.º A la mejor yegua de vientre. 2.º Al caballo mas ligero. 3.º Al mas bien domado y enseñado. 4.º Al mas corpulento y de mas fuerza. 5.º Al de mejor estampa. Que cada año por S. Juan y S. Pedro se reuniesen en la capital, como lo verifican ahora, para la prueba, comparacion y adjudicacion de premios, en cuyo acto se desplegase todo el aparato posible. Que se publicasen en los periódicos los nombres del dueño y del caballo premiados, y que se hiciesen algunas otras cosas que son buenas para dichas en un reglamento, y ajenas de un artículo como este. Hé aquí el modo de aumentar el brillo y atractivo de estas fiestas, y utilizarlas en bien del país: puede que me equivoque, pero ya que todo empieza á desarrollarse en la Isla, ya que hay esa tendencia á perfeccionarlo todo, no seria en mi concepto desacertado el ensayar este medio, en estremo económico, de premiar al hacendado laborioso, y distraer al pobre jornalero. No tengo la presuncion de creer que el medio indicado sea el único; mi idea es la de llamar la atencion de la Sociedad Económica de amigos del país sobre una mejora útil, cual es la perfeccion de la raza caballar; habrá muchos que propongan otros mejores; pero lo que ellos me aventajen en acierto no hará menos ardientes mis deseos por el bien y la prosperidad de Puerto-Rico. [Illustración] [Illustración] ESCENA XVII. EL PÁJARO MALO. [Illustración] Si el lector ha hecho alguna vez el camino de Caguas á la Capital de Puerto-rico, recordará el hermoso valle que media entre la cuesta de _Quebrada-arenas_, y el cerro llamado de la Mesa; valle ameno y muy fértil, regado por el rio Cañas y la _Quebrada-arenas_, y sembrado de infinidad de árboles, algunos de los cuales, situados á la orilla del camino, sirven de dia para guarecerse el viajero de los ardores del sol, y mienten de noche fantásticas apariciones que asustan á mas de un supersticioso. Dos caminantes atravesaban este valle en una noche de enero á las dos de la madrugada: el uno, jóven de veinte años, de cabello y ojos muy negros y relucientes, tez morena y con aquel tinte amarillento tan general en los criollos descendientes de europeos sin mezcla de otra raza, montaba un hermoso caballo negro, cuyas orejas pequeñas y móviles seguian de continuo la direccion del menor ruido causado por el aire, ó de cualquier objeto en el cual se reflejaba la luz dudosa de la luna menguante que acababa de salir. El otro, mulato bronceado, de formas atléticas, y vestido con sombrero de paja y camisa y pantalon de tela blanca, iba sobre un alazan, que sino igualaba en la casta al caballo de su jóven amo, llevaba no poca carga sin dar la menor señal de flaqueza. --Jacinto, dijo el primero de estos dos personajes, parece que vas cabeceando procura tenerte firme, que caerás si te descuidas. --Es verdad, niño, pero tambien lo es que tengo motivo para ir dando el piojo: hace cuatro noches que apenas duermo. --Tampoco he dormido yo, y sin embargo me mantengo firme. --¡Ah! cuando yo tenia la edad de su merced no me dormia aunque pasara quince malas noches; pero aquel era otro tiempo, ahora tengo veinte años mas, y no puedo llevar mucho huevos de punta. --Tienes razon, aquel era otro tiempo, contesto el jóven en tono de mofa: ¡qué buena pieza serias entonces! ¿cuántas muchachas tenias enredadas? --Ninguna, niño, en mi vida he querido á nadie, mas que á Juana mi mujer, la criandera de su merced, y me alegro mucho de ello; porque ella me ha querido y me quiere lo que nadie puede pensar. --Sí, buena pieza, ya lo sé, y tampoco ignoro que, en el año que yo nací, tuvo mi padre que casaros por lo mucho que os habiais querido antes de estar autorizados para ello. --Vamos, niño, su merced siempre ha de ser el mismo: ¿quién hubiera dicho cuando lo paseábamos de noche en brazos porque no cesaba de llorar, que habia de ser despues tan amigo de reirse á costa del prójimo? --¿Con que entonces no te echaba pullas?... --_La cruz de Nazareno te caiga debajo, y te levante un millon de leguas mas arriba de las estrellas_, gritó el mulato, interrumpiendo á su amo. En este instante comenzaban á bajar una pendiente, habiendo dejado algunos pasos atrás, y á la izquierda del camino, una cruz de madera, que hacia años estaba en aquel sitio clavada en tierra. El mulato se habia quitado su sombrero, y rezaba temblando de miedo. ¿Empiezas ya con tus majaderías? dijo el jóven fingiendo estar enfadado ¿Á qué vienen esos gritos? --Niño, no son majaderías; he oido cantar al _pájaro malo_. --Calla, tonto, ¿qué mas pájaro malo que tú? --_La cruz de Nazareno te caiga debajo_, repitió de nuevo el esclavo; añadiéndo despues: ¿Y ahora lo ve su merced? ¿ha cantado ó no? En efecto, tres gritos lejanos, al parecer de un ave nocturna, llegaron á los oidos de los viajeros. --Y bien, contestó el jóven á su interlocutor, ¿qué tenemos con eso? si ha cantado, contéstale tú con una copla de _cadenas_, de aquellas que sabes improvisar. --Parece imposible que se burle su merced de esas cosas que á mí me dan tanto miedo. --Y tambien lo parece que un hombre como tú, que rinde á un toro por los cuernos, que se ha echado á un rio crecido por salvar á quien no conocia, y que ha reñido con tres negros _cimarrones_ á la vez, tenga temor por esos cuentos de viejas. --No son cuentos de viejas, niño; y la prueba de esto es esa cruz que hemos pasado ahora. --¿Y qué tiene que ver la cruz con el pájaro malo? --Si su merced supiera lo que significa esa cruz, y porque se puso en donde está, no me haria esa pregunta. --Yo no sé mas, sino que en el mismo sitio mataron á uno y, como es costumbre, han puesto una cruz para que los caminantes rueguen á Dios por su alma. --Pues hay mas que eso. --Vaya, veo que quieres contarme un cuento, que de todo tendrá menos de verdadero. --Todo el pueblo sabe la historia de la muerte de Gregorio Rodriguez, que tiene mucho de verdad, y es extraño que su merced no la sepa. --Me alegro mucho de no saberla, porque así te la oiré contar, y entretendremos un rato el camino. --Pues señor, comenzó Jacinto, habia en el barrio de la _Jagua_ un mozo de unos veinte años, llamado Gregorio, ó Goyo, hijo de Atanasio Rodriguez, uno de los que fueron á buscar á los Ingleses al puente de Martin Peña, con aquel tremendo Diaz, que dicen los desafiaba encaramado sobre uno de los pedazos que de dicho puente habian quedado cuando lo volaron los sitiadores. Este tal Goyo era alto, grueso á proporcion, y tenia mas fuerza que una yunta de bueyes: nadie podia aguantar su genio; á los doce años hirió á un hermano suyo, y á los diez y ocho levantó la mano á su padre, que aunque hubiera sido para él un extraño, no merecia semejante injuria, porque todos le teníamos por el hombre mejor del mundo. El pobre viejo sufrió con mucha paciencia los golpes de su hijo, y cuando se vió libre de él, arrodillándose en medio del soberado levantó las manos al cielo diciendo: ¡Dios mio! perdona á ese muchacho, que no sabe lo que acaba de hacer conmigo. Pasaron de esto algunos meses, y el padre y el hijo parecian olvidados de lance tan desgradable; pero como la justicia de Dios habia de cumplirse, éteme que una tarde sale mi mozo con otro camarada suyo para ir á bailar á _Furabo_: llegaron á la casa del baile, y allí estuvieron hasta las tres de la madrugada sin que nada les sucediese. Al salir se juntaron con otro conocido de su mismo barrio, y tomaron el camino conversando alegremente: un poco antes de llegar al pueblo de Caguas, que habian de atravesar, oyeron cantar al _pájaro malo_. El endiablado de Goyo se echó á reir, y gritó:»Mira, mal avechucho, ven mañana á casa por cuatro granos de sal; y no faltes, que te espero.» En este momento la sombra del pájaro se pintó en el suelo delante de él; y á pesar de que queria hacerse el guapo, le dió un temblor tan fuerte, que apenas podia dar un paso. Los otros dos, que tenian tanto miedo como él, le echaron en cara su locura en desafiar al poder del _malo_; mas él, recobrando su malvado valor, echó por aquella boca mil pestes sobre todo lo que nos enseña la doctrina cristiana. Al siguiente dia, al _mudar_ una res que nunca habia topado, recibió de ella una cornada, que le hizo ir muy alto, rompiéndose al caer una pierna. Su pobre padre le asistió con el mayor agrado durante los muchos dias que estuvo de peligro, y pasó las noches en vela, rogándole en vano que se confesase y comulgase. Apenas curado, volvió á su antigua vida de vicioso y mal hijo: salia de su casa sin volver á veces en tres ó cuatro dias, y cuando se le acababa el dinero y no tenia que jugar, robaba á algun vecino ó á su mismo padre lo que podia, para seguir en tan perjudicial entretenimiento. Llegó por fin un dia en que nada quedaba al viejo, y entonces le abandonó, dejándole solo, pues que su hermano habia muerto poco antes; se fue á vivir con uno que no tenia otro oficio que el robo, y cometió en su compañía tantos crímenes, que la justicia le echó mano y fué sentenciado á cuatro años de presidio. Cumplida la condena, volvió, mas holgazan y mas pícaro que antes, á unirse á su compañero y comenzaron de nuevo sus fechorías. Una noche asesinaron, por robarle treinta pesos, á un infeliz que volvia de la Ciudad, donde habia vendido su pequeña cosecha de café; el crímen quedó sin castigo porque nadie supo quien lo cometió. A los pocos dias se habló de otro robo de mas consideracion, y no pasaron muchos despues de este último, cuando se encontró una mañana en el _Barrio de Culebras_ el cadáver del compañero de Goyo cosido á puñaladas, y no faltó quien dijera que el matador era nuestro mocito de la _Jagua_, que despues del suceso gastaba y se divertia, sin que ninguno supiera su oficio. Al cabo de algun tiempo se le acabó el dinero y no sus vicios; salió una noche de una casa de este barrio que pasamos ahora, en la cual habia perdido lo poco que le quedaba, y pensó matar á otro jugador que habia ganado mucho. Para lograr su intento, se colocó en el lugar donde ahora está la cruz de palo, y allí aguardó cerca de dos horas, hasta que el paso de un caballo le advirtió la proximidad de su nueva víctima. Ya el otro subia la cuestecita.... no le faltaba mucho...... Goyo tenia el machete empuñado con la mano derecha, y con la zurda aflojaba dentro de la vaina el cuchillo que llevava á la pretina, iba á adelantar hácia el camino, y.... El pájaro malo cantó sobre su cabeza. --La cruz de Nazareno te caiga debajo, dijo el jugador afortunado; y de repente, viendo un bulto á la orilla del camino, paró el caballo, y añadió:--Camarada, apártese un poquito mas lejos, ó diga que es lo que quiere. --Que me entregues el dinero que nos has robado esta noche con tus trampas. --Pues, amigo, venga por él y se lo daré, que desde aquí no puedo tirarlo. --Allá voy, y despachemos pronto. Diciendo esto saltó la zanja, y se adelantó hasta muy cerca del que le aguardaba, al parecer resignado á dejarse robar; levantó el machete, y ya iba á descargar el golpe terrible, cuando se oyó un tiro; la bala de una pistola disparada por el jugador atravesó el pecho de Goyo, y el canto del pájaro malo respondió desde lejos al grito que dió este al caer en medio del camino bañado en sangre. Quiso Dios que el cura del pueblo, que volvia de una administracion, acertase á pasar por aquel sitio y viendo un hombre en el suelo, se acercó á él con el fin de ausiliarle, si estaba enfermo, ó apartarle á un lado, si otra causa menos lastimera le obligaba á guardar semejante postura. Se apeó de su caballo, y al poner la mano sobre aquel cuerpo le halló todo mojado, latia muy poco el corazon y la respiracion apenas se sentia. Con mucho trabajo logró incorporarle, ayudado por el hombre que le acompañaba; mas no pasó un minuto despues de esto cuando el herido, volviendo en sí, despues de un profundo gemido dijo: --¡Ah! ¿quién es la buena alma que me socorre y me vuelve á la vida? --Es Dios, contestó el Sacerdote, que ha traido aquí al mas indigno de sus ministros para recibir de V. la confesion de sus culpas, y ausiliarle con el fin de lograr la salvacion de su alma, y volver si es posible la salud al cuerpo. --¡Oh padre! lo último es imposible, porque estoy muy mal herido, y conozco que se me va acabando por momentos la poca vida que me queda; y lo primero es igualmente desesperado, porque soy un infame y mi vida es un tejido de crímenes. --Hijo mio, confia en la divina Providencia, abre tu corazon á un ser infinitamente misericordioso, confiesa y arrepiéntete de tus culpas, que Dios las perdonará. --¿Es posible padre? ¿Dios perdona á hombres como yo que merezco arder en el infierno? El bueno del Señor cura le predicó tanto y tan al alma, que al último se decidió, é iba á comenzar el _Yo pecador_; pero el canto del pájaro malo le anudó la garganta y no pudo articular ni una palabra. --Vamos, hijo, ¿porqué tardas tanto? le dijo el Sacerdote. --Padre, ¿ha oido V. ese pájaro que acaba de cantar? --Sí, hijo; ¿pero porqué dices eso? --Porque ese pájaro es el diablo, que quiere llevarse mi alma. --¡Calla desgraciado! ¿Es posible que en el momento de morir tengas esa preocupacion? --El moribundo, vencido de nuevo por la persuasion del ministro del altar, dijo con voz clara sus culpas, y apenas absuelto murió en los brazos del confesor. [Illustración] Desde entonces hay esa cruz en el paraje que ha visto su merced, y en el cual nos ha cantado esta noche el pájaro malo. --Y bien, ¿qué tiene que ver la muerte de Gregorio Rodriguez con que sea verdad que existe ese pájaro malo? Mucho, Señor, si no hubiera aquel mozo desafiado á este, como hizo, ofreciéndole cuatro granos de sal, no hubiera seguido siempre mal guiado por el mismo; yo al menos así lo veo. --Y yo veo que tú eres un simple, pues no conoces que ese pájaro es uno cualquiera, y que el hombre que cumple con Dios y sus semejantes está muy seguro de que no le harán obrar mal todos los pájaros buenos y malos de la tierra. Aquí terminó la conversacion de los viajeros, que siguieron callados su camino. [Illustración] [Illustración] ESCENA XVIII. A MI BUEN AMIGO D. PABLO SAEZ. [Illustración] Seguidillas. Verás que seguidillas, Amigo Pablo, Que peor no las canta Ni el mismo Diablo. Vaya pues una, Como esta serán todas, Buena ninguna. Cuando miro los ojos De mi morena, De tanto que me gustan Me causan pena; Porque quisiera Tan de cerca mirarlos Que no los viera. * * * * * Me gustan las morenas Por el salero, Y tambien por las blancas, De amor me muero. Si son bonitas, Lo mismo me da rubias Que morenitas. * * * * * Porque un beso la pido Se irrita Clara, Y en un mes no me mira Con buena cara. Será preciso Besarla cuando pueda Sin su permiso. * * * * * Si quieres que te engorden Las pantorrillas, Baila chica á menudo Las seguidillas. Y aun mas subiera; Pero temo que alguno Me grite: ¡Fuera! * * * * * Tiene Paca unos dientes De tal blancura, Que á su lado la nieve Parece oscura. ¡Jesus que hechizo! Dios bendiga al dentista Que se los hizo. * * * * * Un médico y un cura Pasean juntos Repasando la lista De sus difuntos. Y el boticario Les sigue de bracete Con el notario. * * * * * Me dijo un guapo mozo De Andalucía Que en Cádiz las estrellas Salen de dia. Y no me admira, Que quien dijo andaluces, Dijo mentira. * * * * * Basta de seguidillas, Pablo querido; Tú siempre sigues gordo, Yo consumido. Y ande la danza, Yo seré Don Quijote, Tú Sancho Panza. [Illustración] ESCENA XIX. REFLESSIONES SOBRE EL ACTA DE LA JUNTA PÚBLICA, CELEBRADA POR LA SOCIEDAD ECONÓMICA DE Amigos del País de Puerto-Rico[7] en El dia 21 de diciembre de 1845. [Illustración] [7] En 1846 escribimos para el _Cancionero de Borinquen_ este artículo, persuadidos que eran convenientes á la prosperidad de la Isla todos los estudios comprendidos en el proyectado _Colegio Central_; mas hoy que un estudio mas detenido acerca del estado de nuestra patria nos ha convencido que viviamos en el error, pensamos de muy diverso modo, conforme se habrá visto en varias de las precedentes escenas de nuestra obra. Fué grande el gozo que esperimentamos al leer el cuaderno del acta pública de la Sociedad Económica, y grande á la par la admiracion que sentimos al considerar los inmensos beneficios que hace al país una corporacion que no cuenta con mas recursos que su patriotismo, ni con mas caudales que la buena administracion de sus escasos fondos; nosotros, hijos de Puerto-rico y ansiosos de la prosperidad de nuestra patria, sentimos un noble orgullo en pertenecer á un cuerpo que se desvela por ella, y que está destinado á elevarla al grado de esplendor que dan las ciencias, las artes y la industria, cuando se introducen en un país, se protegen y se estimulan. Son tantos los acuerdos de la Sociedad que tratan de mejoras útiles, que fuera muy largo el hacer mencion de todos ellos; baste decir que no hay ramo de que no se haya ocupado, y que las reformas planteadas parecen fabulosas, si se comparan con los medios de que puede disponer. Dejarémos, aunque con disgusto, infinidad de medidas á cual mas importante, para ocuparnos de la obra magna, de la empresa que hará inmortales á los que, fiados en sus nobles sentimientos y en la paternal y generosa protección de la autoridad superior de la Isla, han tenido tal pensamiento: esta obra es el Colegio Central. Poco mas de un año hacia que en la anterior junta pública se habia hecho una ligera indicacion sobre el particular, cuando el Sr. Director, en su discurso pronunciado en la que se celebró el 21 de diciembre de 1845, manifestaba ya haber reunido una cantidad respetable, producto de una suscripcion abierta en los pueblos de la Isla y encabezada por la misma autoridad superior: la comision nombrada por el Gobierno para dirigir este asunto ha salido del seno de la Sociedad, y hasta el plano del edificio es obra de uno de sus individuos. Pero no es esto todo lo que ha hecho tan ilustre corporacion; conociendo la necesidad de tener buenos profesores, ha mandado á Europa á su costa dos jóvenes del país sobresalientes y de conducta irreprehensible, para que, en union de otros dos, no menos recomendables y cuyos gastos corren á cargo de un Sr. socio de mérito, estudien las ciencias naturales y métodos de enseñanza para escuelas normal é industrial y salas de párvulos[8]. [8] El socio que á su costa instruye á estos dos jóvenes, es el canónigo Dr. don Rufo Manuel Fernandez, bajo cuya direccion han venido á Europa estos y los enviados por la Sociedad. Es necesario conocer el estado de la Isla para poder apreciar la importancia del establecimiento que nos ocupa: hay en ella elementos de riqueza y medios de hacer su felicidad que estan por esplotar; y al ocuparse principalmente la Sociedad de la enseñanza de las ciencias naturales, que debe plantearse en el Colegio Central, da una prueba de la inteligencia y buenos deseos que la animan. La química, la mineralogía, la agricultura y la botánica son indispensables en un país que encierra en su seno infinidad de minerales, y cuya fertilidad es tan prodigiosa, que sus cosechas y la cria del ganado constituyen toda su riqueza, á pesar del atraso en que es preciso confesar que nos hallamos. ¿Quién es capaz de calcular la diferencia que habrá en el cultivo de las tierras, cuando el estudio de las ciencias naturales pueda aplicarse á la labranza y á la elaboración de sus productos? ¡Cuántos ramos de industria, desconocidos ahora, vendrán á enriquecer á los que se dediquen al estudio de dichas ciencias! Cuando el comercio se enseñe por principios, ¡cuántas empresas se disputarán el privilegio de abrir canales y caminos; cuántos propietarios emplearán en aquel grandes caudales, que ahora invierten en otros países! ¡Cuántas obras útiles, y aun necesarias, se emprenderán, que estan olvidadas por la falta de medios de comunicacion! Son incalculables los beneficios que reportará el país si llega á establecerse el Colegio central: la unidad en el método de enseñanza impedirá que ignorantes disfrazados con trage de maestros engañen á los padres de familia entorpeciendo á los jóvenes, y las salas de párvulos y la escuela industrial darán á las clases pobres toda la instruccion que puedan apetecer. Este cambio prodigioso se efectuará dentro de poco, si el gobierno, como es de esperar, sigue protegiendo y alentando á los Amigos del País en su noble empresa; y si los pueblos de la Isla corresponden, como hasta aquí, con tanto desinterés á las esperanzas de esos hombres dignos de la obra que han emprendido y de la gratitud de todos los puerto-riqueños. Mucho podríamos estendernos sobre los estudios preliminares para las facultades mayores, mucho sobre las carreras científicas, y mucho mas aun sobre el plan que debe seguirse; pero nos creemos dispensados de hacerlo, porque la Junta encargada de llevar á cabo el pensamiento del Colegio central se compone de personas cuya ilustracion es bien conocida, y cuyo voto es para nosotros muy respetable y de mas valor que el nuestro mismo; además, ¿qué pudiéramos decir cuando han escrito sobre el particular el Dr. D. Rufo Manuel Fernandez y el Sr. Conde de Carpegna? Solo suscribirémos con el mayor placer á cuanto determinen, para dar un público, aunque muy pequeño, testimonio de gratitud á la Junta, á la Sociedad Económica y á la autoridad que, conociendo los intereses del país, protege esa tendencia á la civilizacion que en él se desarrolla con una rapidez que nos entusiasma. Acabemos de una vez los hijos de Puerto-rico de venir con estudios incompletos y mal ordenados á las Universidades del Reino, donde hasta ahora se nos ha admitido á fuerza de súplicas, porque nuestros estudios no estaban en armonía con los de estas; y no nos avergüenza el decirlo, porque ni era culpa nuestra, ni del gobierno de la Isla. La civilizacion es obra del tiempo, y en vano nos hubiéramos esforzado antes de llegar á la época conveniente. Mas ha llegado ya esa época feliz, ha sonado para nosotros la hora dichosa en que debemos despertar, y, sacudiendo las alas del ingenio, elevarnos hasta escribir en el cielo los nombres de nuestros bienhechores. No teman estos los inconvenientes que hallarán antes de ver colmados sus deseos; cuanto mas colosales sean, tanto mayor será su obra, y por el tamaño de las obras se mide la grandeza de las almas. Reciban por ahora esta débil muestra de veneracion que les tributamos; y cuando llegue un dia en que la ancianidad enfrie el ardor de sus nobles corazones, nosotros procurarémos imitarles, y dirémos á nuestros hijos: «Honrad y bendecid á esos hombres cuyo cuerpo no puede soportar el peso de los años, pero que e otro tiempo labraron y sostuvieron el edificio de la felicidad y gloria de Puerto-rico.» [Illustración] [Illustración] ESCENA XX. SONETO Dedicado á mi apreciable amigo DON PABLO SAEZ. [Illustración] El Puerto-Riqueño. Color moreno, frente despejada, Mirar lánguido, altivo y penetrante, La barba negra, pálido el semblante, Rostro enjuto, naríz proporcionada, Mediana talla, marcha compasada; El alma de ilusiones anhelante, Agudo ingenio, libre y arrogante, Pensar inquieto, mente acalorada, Humano, afable, justo, dadivoso, En empresas de amor siempre variable, Tras la gloria y placer siempre afanoso, Y en amor á su patria insuperable: Este es, á no dudarlo, fiel diseño Para copiar un buen Puerto-riqueño. [Illustración] [Illustración] ESCENA XXI. LA LINTERNA MÁGICA. [Illustración] Una de las cosas que distinguen mi carácter, y que en él sirven de contraste á ciertos arranques impetuosos, es la grandísima flema con que muchas veces me detengo, aun en los parajes mas públicos, á mirar objetos que son tenidos por la gente de frac y levita como indignos de llamar su atencion; así no es estraño hallarme con tamaña boca abierta parado delante de una tienda de estampas contemplando una testa contrahecha de Napoleon, un Gonzalo de Cordóva patituerto, ó un Luís XIV jorobado, y allí me estoy largo rato, para despedirme despues con una sonrisa: tampoco es raro el verme detenido en medio de una calle, estorbando, si es menester, á los que pasan, para oir la ensarta de disparates con que un ciego publica el romance nuevo, donde se da razon de la batalla sangrienta de los doce Pares de Francia contra los moros mandados por don Juan de Áustria. [Illustración] Un dia, no muy lejano de este en que escribo, iba yo por una calle muy concurrida, cuando picó mi natural curiosidad un grupo de personas apiñadas al rededor de una especie de cajon pintado de verde y colocado sobre un trípode de cuatro palmos de elevacion, y que tenia en el frente que daba á los espectadores un cristal de forma circular. Cada uno de los que se acercaban á mirar por él entregaba un dar de cuartos á un hombre estravagantemente vestido, que tocaba el tamboril; mientras un muchacho de unos doce años, cubierto de harapos, y no tan limpio como cualquier cosa sucia, gritaba sin parar, diciendo: --Vamos, señores; ¿quién por dos cuartos no ve todos los paises de la tierra y de la luna? Reparen el ahorro de dinero que esto puede proporcionarles. [Illustración] --Aquí, aquí, señores y señoras de ambos secsos, y verán, sin necesidad de estropearse corriendo en un carruaje, de marearse navegando, ni de morirse de hambre y de asco en las posadas, todo lo que pasa desde la isla del gigante Rebientapanzas, situada en el cuerno izquierdo de la luna, hasta los trópicos del polo norte, y desde allí hasta la casa del Preste Juan de las Indias. Los circunstantes pagaban é iban mirando uno despues de otro por el cristal, retirándose despues muy satisfechos; el muchacho gritaba mas fuerte cuando disminuia el número, y así continuó por un largo rato: íbame yo á marchar, cuando le oí que decia entre varios otros despropósitos: --Ea, señores, aprovechen el dia, que esto no se logra sino una vez al año; saquen esos cuartejos que se les estan pudriendo en los bolsillos, y prevengan otros para esta noche, que el maestro dará una gran funcion de magia en la calle de los Imposibles, número treinta, primera habitacion bajando del cielo. Allí verán ustedes como se adivina lo que ha de venir, y se dice lo que cada prójimo piensa de los demás, y los demás de él. Al escuchar esto me acerqué al que el muchacho llamaba maestro, y que en realidad le convenia este dictado en la ciencia de los embrollos y mentiras. --Oiga V., le dije, seria V. capaz de alcanzar lo que pensarán de cierta obrita en cierto país que yo sé. --Sí señor, y por de pronto digo: que esa obrita se titula _El Gíbaro_ y V. es el autor. Quedéme pasmado, y él añadió: --No estraño la turbación de V.; lo mismo sucede á todos; pero, perdone V. que no puedo entretenerme, y si quiere ver maravillas no deje de ir esta noche á mi casa. En efecto, llegué á ella de los primeros, y despues de aguardar cerca de dos horas, se corrió una cortina, y empezó la funcion por mi pregunta, que habia sido la primera, despues de un rato de música de pito y tamboril. --Muchacho, dijo el charlatan, métete dentro del diablo. Así llamaba una cara disforme mal pintada en un lienzo blanco, detrás del cual se metió el asqueroso muchacho. --¿Estás ya listo? --Sí señor, ya estoy dentro. --Vamos pues, dime lo que ves; prosiguió el maestro, á guisa de magnetizador. --Señor, veo una ciudad en que hay unos cuantos que oyen leer un libro: los unos rien, los otros bostezan; que bueno es esto, dicen unos; que malísimo, dicen otros; cada cual cree conocer mejor que los demás donde está el mérito y donde las faltas. --Bueno, muchacho; y ¿qué mas? --Hay uno que dice que el autor es rubio; otro que moreno, y otro que negro. --Muchacho, sigue, esos son unos tontos. --Señor, hay una vieja que dice que es hereje. --Chico chico, deja esa vieja, que despues de haber dado, como se dice, la carne al diablo, quiere dar ahora los huesos á Dios. --Hay dos guapos mozos que en cada personaje ven un retrato de una persona que conocen. --Pues dale un coscorrón á cada uno de esos guapos mozos, para que aprendan á ver la falta y no el culpable, y para que sean mas nobles y no crean tan bajo al autor. --Señor, señor, veo á dos que estan á punto de desafiarse, porque el uno dice que el autor es frio, y el otro que demasiado caliente. --Déjalos que se rompan las narices, que los dos piden peras al olmo. Habló despues el muchacho de infinidad de tipos, que no dejaron de servirme de diversion: poetas que jamás han escrito un verso, literatos que ¡Dios nos asista! críticos ignorantes que hallaban un defecto en el perfil de cada letra, y amigos desconsiderados que todo lo aplaudian; finalmente dijo: Ahora alcanzo á ver unos señores muy comedidos que discuten sin enfadarse y que hacen con mucha calma sus observaciones. --Pues sal de dentro del diablo, para que no digas algun despropósito contra esos señores, que deben ser hombres de talento. Salió efectivamente de detrás de la cortina, y yo de la casa pensando en lo que habia oido. Al dia siguiente fuí á buscar al charlatan para que me dijera como habia sabido todo aquello de ser yo el autor del _Gíbaro_. --Muy sencillamente, me respondió: dias pasados estuve donde imprimen la obrita, allí le ví á V. y hasta leí una prueba vieja que me dió uno de los cajistas que es amigo mio. En cuanto á la opinion que de ella formarán, eso es cosa olvidada ya y poco mas ó menos de todas se forma la misma, segun el caletre de cada uno de los que la leen. ¡Dichoso yo! esclamé cuando me ví lejos de aquella buena pieza, dichoso yo que no seré juzgado segun me ha predicho este perillan, porque en Puerto-rico ni hay quien me crea de ninguno de los colores del iris, ni viejas que me tengan por hereje, ni guapos mozos que me consideren capaz de copiar á un individuo determinado para hacer públicos sus defectos, ni majaderos que me crean frio ni caliente; sino personas instruidas y juiciosas que me tienen por templado, cual conviene al escritor de costumbres, y ajeno á toda pasion mezquina, y lo que es mas ni siquiera tengo un enemigo, y carezco de envidiosos émulos, porque carezco tambien del mérito que pudiera acarreármelos. ¡Dichoso yo! que estoy cierto de que al concluir de leer este libro dirán mis paisanos lo que yo dije al comenzarle: _Es el fruto de muchas horas robadas al sueño y al descanso de una profesion noble y santa á que se dedica._ [Illustración] INDICE DE LAS ESCENAS CONTENIDAS EN ESTA OBRA. _Pág._ PROLOGO 7 ESCENA I. Espíritu de provincialismo 9 -- II. El Bando de S. Pedro 21 -- III. Reflecsiones sobre instruccion pública 34 -- IV. Un casamiento gíbaro 49 -- V. Bailes de Puerto-rico 55 -- VI. El Baile de garabato 69 -- VII. La Gallera 77 -- VIII. Una pelea de gallos 87 -- IX. Escritores Puerto-riqueños.--D. Santiago Vidarte 94 -- X. Los sabios y los locos en mi cuarto 109 -- XI. La fiesta del Utuao 122 -- XII. Aguinaldos 128 -- XIII. A mi respetable amigo el Sr. D. Francisco Vasallo; en contestación á una carta suya 137 -- XIV. Un desengaño 141 -- XV. A mi amigo D. Miguel Delgado 160 -- XVI. Carreras de S. Juan y S. Pedro 164 -- XVII. El pájaro malo 175 -- XVIII. A mi buen amigo D. Pablo Saez 185 -- XIX. Reflecsiones sobre el acta de la Junta pública 190 -- XX. Soneto dedicado á mi apreciable amigo D. Pablo Saez 196 -- XXI. La linterna mágica 198 FIN. *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL GIBARO *** Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for an eBook, except by following the terms of the trademark license, including paying royalties for use of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the trademark license is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. 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It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™'s goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg™ and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state's laws. The Foundation's business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation's website and official page at www.gutenberg.org/contact Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine-readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit www.gutenberg.org/donate While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. 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