The Project Gutenberg eBook of Don Álvaro, o, La fuerza del Sino

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Title: Don Álvaro, o, La fuerza del Sino

Author: duque de Angel de Saavedra Rivas

Release date: May 13, 2019 [eBook #59492]

Language: Spanish

Credits: Produced by Ramon Pajares Box, Josep Cols Canals and the
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DON ÁLVARO, O, LA FUERZA DEL SINO ***


Nota de transcripción

Notas

Índice

Don Álvaro o La fuerza del sino


Cubierta del libro

DON ÁLVARO

Ó

LA FUERZA DEL SINO.

DRAMA ORIGINAL,

EN CINCO JORNADAS Y EN PROSA Y VERSO,

DE

DON ÁNGEL DE SAAVEDRA,

DUQUE DE RIVAS.

Este drama ha sido aprobado para su representacion por la Junta de censura
de los Teatros del Reino, en 19 de Abril de 1849.

Madrid:

Imprenta de José M. Ducazcal,

Plaza de Isabel II, núm. 6.

1879.


[p. 1]

Estampa del frontispicio

El Duque de Rivas


[p. 3]

PERSONAS.


Este drama pertenece á la Galería Dramática, que comprende los teatros moderno, antiguo español y extranjero, y es propiedad en el todo de su editor D. Manuel Pedro Delgado, quien perseguirá ante la ley, para que se le apliquen las penas que marca la misma, al que sin su permiso le reimprima ó represente en algun teatro del Reino, ó en los liceos y demás sociedades sostenidas por suscricion de los socios, con arreglo á la ley de 10 de Junio de 1847, y decreto orgánico de teatros de 28 de Julio de 1852.


[p. 4]Esta obra, representada en el Teatro Español en la temporada de 1878 á 1879, con extraordinario éxito, durante veintidos noches consecutivas, ha tenido el siguiente

REPARTO.

DOÑA LEONOR.   Sra. Mendoza Tenorio.
CURRA.   » García.
PRECIOSILLA.   » Varela (D.ª Ana).
MESONERA.   » Revilla.
MOZA DEL MESON.   » Ramirez.
DON ÁLVARO.   Sr. Calvo (D. Rafael).
DON CÁRLOS VARGAS.   » Calvo (D. Ricardo).
DON ALFONSO VARGAS.
PADRE GUARDIAN.   » Jimenez.
HERMANO MELITON.   » Fernandez.
CAPITAN.   » Martinez.
VENTERO.   » Guerra.
CANÓNIGO.   » Egea.
OFICIAL 1.º
MARQUÉS DE CALATRAVA.   » Calvo (D. José).
ESTUDIANTE.   » Peña.
PEDRAZA.   » C. Revilla.
HABITANTE 1.º
SUBTENIENTE.   » Miralles.
HABITANTE 2.º
TIO TRABUCO.   » Castro.
MAJO.
OFICIAL 1.º   » Calvo (D. Fernando).
TENIENTE.
VIEJO.   » Letre.
TIO PACO.
CAPELLAN.   » Terceño.
COJO.   » Corral.
CIRUJANO.
ALCALDE.   » Lopez Chico.
MANCO.   » Almansa.
SARGENTO.
OFICIAL 2.º   » Escay.
OFICIAL 3.º   » Aguado.
OFICIAL 4.º   » Gil.
ARRIERO.
UNA MUJER.   Sra. Martin.

[p. 5]

JORNADA PRIMERA.


La escena es en Sevilla y sus alrededores.

La escena representa la entrada del puente de Triana, el que estará practicable á la derecha. En primer término al mismo lado un aguaducho, ó barraca de tablas y lonas, con un letrero que diga: Agua de Tomares: dentro habrá un mostrador rústico con cuatro grandes cántaros, macetas de flores, vasos, un anafre con una cafetera de hoja de lata y una bandeja con azucarillos. Delante del aguaducho habrá bancos de pino. Al fondo se descubrirá de lejos parte del arrabal de Triana, la huerta de los Remedios con sus altos cipreses, el rio y varios barcos en él, con flámulas y gallardetes. Á la izquierda se verá en lontananza la alameda. Varios habitantes de Sevilla cruzarán en todas direcciones durante la escena. El cielo demostrará el ponerse el sol en una tarde de Julio, y al descorrerse el telon aparecerán: el tio Paco detrás del mostrador en mangas de camisa; el oficial bebiendo un vaso de agua, y de pié; Preciosilla á su lado templando una guitarra; el majo y los dos habitantes de Sevilla sentados en los bancos.

ESCENA PRIMERA.

Oficial.

Vamos, Preciosilla, cántanos la rondeña. Pronto, pronto: ya está bien templada.

Preciosilla.

Señorito, no sea su merced tan súpito. Déme antes esa mano, y le diré la buenaventura.

Oficial.

Quita, que no quiero tus zalamerías. Aunque efectivamente tuvieras la habilidad de decirme lo que me ha de suceder, no quisiera oírtelo... Sí, casi siempre conviene el ignorarlo.

Majo.

(Levantándose.) Pues yo quiero que me diga la buenaventura esta prenda. Hé aquí mi mano.

[p. 6]Preciosilla.

Retire usted allá esa porquería... Jesus, ni verla quiero, no sea que se encele aquella niña de los ojos grandes.

Majo.

(Sentándose.) ¡Qué se ha de encelar de tí, pendon!

Preciosilla.

Vaya, saleroso, no se cargue usted de estera, convídeme á alguna cosita.

Majo.

Tio Paco, déle usted un vaso de agua á esta criatura, por mi cuenta.

Preciosilla.

¿Y con panal?

Oficial.

Sí, y despues que te refresques el garguero y que te endulces la boca, nos cantarás las corraleras.

(El aguador sirve un vaso de agua con panal á Preciosilla, y el oficial se sienta junto al majo.)

Habitante 1.º

Hola; aquí viene el señor canónigo.

ESCENA II.

Canónigo.

Buenas tardes, caballeros.

Habitante 2.º

Temíamos no tener la dicha de ver á su merced esta tarde, señor canónigo.

Canónigo.

(Sentándose y limpiándose el sudor.) ¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano á beber la deliciosa agua de Tomares, que con tanta limpieza y pulcritud nos dá el tio Paco, y á ver un ratito este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?

Habitante 1.º

Como ya se está poniendo el sol...

Canónigo.

Tio Paco, un vasito de la fresca.

Tio Paco.

Está usía muy sudado; en descansando un poquito le daré el refrigerio.

Majo.

Dale á su señoría el agua templada.

Canónigo.

No, que hace mucho calor.

Majo.

Pues yo templada la he bebido, para tener el pecho suave, y poder entonar el rosario por el[p. 7] barrio de la Borcinería, que á mí me toca esta noche.

Oficial.

Para suavizar el pecho, mejor es un trago de aguardiente.

Majo.

El aguardiente es bueno para sosegarlo despues de haber cantado la letanía.

Oficial.

Yo lo tomo antes y despues de mandar el ejercicio.

Preciosilla.

(Habrá estado punteando la guitarra, y dirá al majo.) Oiga usted, rumboso, ¿y cantará usted esta noche la letanía delante del balcon de aquella persona?...

Canónigo.

Las cosas santas se han de tratar santamente. Vamos. ¿Y qué tal los toros de ayer?

Majo.

El toro berrendo de Utrera, salió un buen bicho, muy pegajoso... Demasiado.

Habitante 1.º

Como que se me figura que le tuvo usted asco.

Majo.

Compadre, alto allá, que yo soy muy duro de estómago... aquí está mi capa (Enseña un desgarron.) diciendo por esta boca, que no anduvo muy lejos.

Habitante 2.º

No fué la corrida tan buena como la anterior.

Preciosilla.

Como que ha faltado en ella Don Álvaro el indiano, que á caballo y á pié es el mejor torero que tiene España.

Majo.

Es verdad que es todo un hombre, muy duro con el ganado, y muy echado adelante.

Preciosilla.

Y muy buen mozo.

Habitante 1.º

¿Y por qué no se presentaria ayer en la plaza?

Oficial.

Harto tenia que hacer con estarse llorando el mal fin de sus amores.

Majo.

Pues qué, ¿lo ha plantado ya la hija del señor marqués?...

Oficial.

No: Doña Leonor no le ha plantado á él, pero el marqués la ha trasplantado á ella.

Habitante 2.º

¿Cómo?...

[p. 8]Habitante 1.º

Amigo, el señor marqués de Calatrava tiene mucho copete, y sobrada vanidad para permitir que un advenedizo sea su yerno.

Oficial.

¿Y qué más podia apetecer su señoría, que el ver casada á su hija (que con todos sus pergaminos está muerta de hambre) con un hombre riquísimo, y cuyos modales están pregonando que es un caballero?

Preciosilla.

Si los señores de Sevilla son vanidad y pobreza todo en una pieza. Don Álvaro es digno de ser marido de una emperadora... ¡Qué gallardo!... ¡qué formal y qué generoso!... Hace pocos dias que le dije la buenaventura (y por cierto no es buena la que le espera si las rayas de la mano no mienten), y me dió una onza de oro como un sol de mediodia.

Tio Paco.

Cuantas veces viene aquí á beber me pone sobre el mostrador una peseta columnaria.

Majo.

¡Y vaya un hombre valiente! Cuando en la Alameda vieja le salieron aquella noche los siete hombres más duros que tiene Sevilla, metió mano, y me los acorraló á todos contra las tapias del picadero.

Oficial.

Y en el desafío que tuvo con el capitan de artillería se portó como un caballero.

Preciosilla.

El marqués de Calatrava es un vejete tan ruin, que por no aflojar la mosca, y por no gastar...

Oficial.

Lo que debia hacer Don Álvaro era darle una paliza que...

Canónigo.

Paso, paso, señor militar. Los padres tienen derecho de casar á sus hijas con quien les convenga.

Oficial.

¿Y qué, no le ha de convenir Don Álvaro, porque no ha nacido en Sevilla?... Fuera de Sevilla nacen tambien caballeros.

Canónigo.

Fuera de Sevilla nacen tambien caballeros,[p. 9] sí señor; pero... ¿lo es Don Álvaro?... Solo sabemos que ha venido de Indias hace dos meses, y que ha traido dos negros y mucho dinero... Pero ¿quién es?...

Habitante 1.º

Se dicen tantas y tales cosas de él...

Habitante 2.º

Es un ente muy misterioso.

Tio Paco.

La otra tarde estuvieron aquí unos señores hablando de lo mismo, y uno de ellos dijo que el tal Don Álvaro habia hecho sus riquezas siendo pirata.

Majo.

¡Jesucristo!

Tio Paco.

Y otro, que Don Álvaro era hijo bastardo de un grande de España, y de una reina mora...

Oficial.

¡Qué disparate!

Tio Paco.

Y luego dijeron que no, que era... no lo puedo declarar... finca... ó brinca... una cosa así... así como... una cosa muy grande allá de la otra banda.

Oficial.

¿Inca?

Tio Paco.

Sí señor, eso, Inca... Inca.

Canónigo.

Calle usted, tio Paco, no diga sandeces.

Tio Paco.

Yo nada digo, ni me meto en honduras; para mí cada uno es hijo de sus obras, y en siendo buen cristiano y caritativo...

Preciosilla.

Y generoso y galan.

Oficial.

El vejete roñoso del marqués de Calatrava hace muy mal en negarle su hija.

Canónigo.

Señor militar, el señor marqués hace muy bien. El caso es sencillísimo. Don Álvaro llegó hace dos meses, y nadie sabe quién es. Ha pedido en casamiento á Doña Leonor, y el marqués, no juzgándolo buen partido para su hija, se la ha negado. Parece que la señorita estaba encaprichadilla, fascinada, y el padre la ha llevado al campo, á la hacienda que tiene en el Aljarafe, para distraerla. En todo lo cual el señor[p. 10] marqués se ha comportado como persona prudente.

Oficial.

Y Don Álvaro, ¿qué hará?

Canónigo.

Para acertarlo debe buscar otra novia; porque si insiste en sus descabelladas pretensiones, se expone á que los hijos del señor marqués vengan, el uno de la universidad y el otro del regimiento, á sacarle de los cascos los amores de Doña Leonor.

Oficial.

Muy partidario soy de Don Álvaro, aunque no le he hablado en mi vida, y sentiría verlo empeñado en un lance con Don Cárlos, el hijo mayorazgo del marqués. Le he visto el mes pasado en Barcelona, y he oido contar los dos últimos desafíos que ha tenido ya, y se le puede ayunar.

Canónigo.

Es uno de los oficiales más valientes del regimiento de Guardias Españolas, donde no se chancea en esto de lances de honor.

Habitante 1.º

Pues el hijo segundo del señor marqués, el Don Alfonso, no le va en zaga. Mi primo, que acaba de llegar de Salamanca, me ha dicho que es el coco de la universidad, más espadachin que estudiante, y que tiene metidos en un puño á los matones sopistas.

Majo.

¿Y desde cuándo está fuera de Sevilla la señorita Doña Leonor?

Oficial.

Hace cuatro dias que se la llevó el padre á su hacienda, sacándola de aquí á las cinco de la mañana, despues de haber estado toda la noche hecha la casa un infierno.

Preciosilla.

¡Pobre niña!... ¡Qué linda que es, y qué salada!... Negra suerte la espera... Mi madre la dijo la buenaventura, recien nacida, y siempre que la nombra se le saltan las lágrimas... Pues el generoso don Álvaro...

[p. 11]Habitante 1.º

En nombrando al ruin de Roma, luego asoma... allí viene don Álvaro.

ESCENA III.

Empieza á anochecer, y se va oscureciendo el teatro. Don Álvaro sale embozado en una capa de seda, con un gran sombrero blanco, botines y espuelas, cruza lentamente la escena mirando con dignidad y melancolía á todos lados, y se va por el puente. Todos le observan en gran silencio.

ESCENA IV.

Majo.

¿Adónde irá á estas horas?

Canónigo.

Á tomar el fresco al Altozano.

Tio Paco.

Dios vaya con él.

Militar.

¿Á que va al Aljarafe?

Tio Paco.

Yo no sé, pero como estoy siempre aquí de dia y de noche, soy un vigilante centinela de cuanto pasa por esta puente... Hace tres dias que á media tarde pasa por ella hácia allá un negro con dos caballos de mano, y que Don Álvaro pasa á estas horas, y luego á las cinco de la mañana vuelve á pasar hácia acá, siempre á pié; y como media hora despues pasa el negro con los mismos caballos llenos de polvo y de sudor.

Canónigo.

¿Cómo?... ¿Qué me cuenta usted, Tio Paco?...

Tio Paco.

Yo nada, digo lo que he visto; y esta tarde ya ha pasado el negro, y hoy no llevaba dos caballos, sino tres.

Habitante 1.º

Lo que es atravesar el puente hácia allá á estas horas, he visto yo á Don Álvaro tres tardes seguidas.

Majo.

Y yo he visto ayer á la salida de Triana al negro con los caballos.

Habitante 2.º

Y anoche, viniendo yo de San Juan de Alfarache, me paré en medio del olivar á apretar las[p. 12] cinchas á mi caballo, y pasó á mi lado, sin verme y á escape, Don Álvaro, como alma que llevan los demonios, y detrás iba el negro. Los conocí por la jaca torda, que no se puede despintar... ¡cada relámpago que daban las herraduras!...

Canónigo.

(Levantándose y aparte.) ¡Hola, hola!... Preciso es dar aviso al señor marqués.

Militar.

Me alegrára de que la niña traspusiese una noche con su amante, y dejára al vejete pelándose las barbas.

Canónigo.

Buenas noches, caballeros: me voy, que empieza á ser tarde. (Aparte yéndose.) Sería faltar á la amistad no avisar al instante al marqués de que Don Álvaro le ronda la hacienda. Tal vez podamos evitar una desgracia.

ESCENA V.

El teatro representa una sala colgada de damasco, con retratos de familia, escudos de armas y los adornos que se estilaban en el siglo pasado, pero todo deteriorado, y habrá dos balcones, uno cerrado y otro abierto y practicable, por el que se verá un cielo puro, iluminado por la luna, y algunas copas de árboles. Se pondrá en medio una mesa con tapete de damasco, y sobre ella habrá una guitarra, vasos chinescos con flores, y dos candeleros de plata con velas, únicas luces que alumbrarán la escena. Junto á la mesa habrá un sillon. Por la izquierda entrará el Marqués de Calatrava con una palmatoria en la mano, y detrás de él Doña Leonor, y por la derecha entra la criada.

Marqués.

(Abrazando y besando á su hija.)

Buenas noches, hija mia;

hágate una santa el cielo.

Adios, mi amor, mi consuelo,

mi esperanza, mi alegría.

No dirás que no es galan

tu padre. No descansára

si hasta aquí no te alumbrára

[p. 13]todas las noches... Están

abiertos estos balcones, (Los cierra.)

y entra relente... Leonor...

¿nada me dice tu amor?

¿Por qué tan triste te pones?

Leonor.

(Abatida y turbada.)

Buenas noches, padre mio.

Marqués.

Allá para Navidad

iremos á la ciudad:

cuando empiece el tiempo frio.

Y para entonces traeremos

al estudiante, y tambien

al capitan. Que les dén

permiso á los dos haremos.

¿No tienes gran impaciencia

por abrazarlos?

Leonor.

¿Pues no?

¿qué más puedo anhelar yo?

Marqués.

Los dos lograrán licencia.

Ambos tienen mano franca,

condicion que los abona,

y Cárlos, de Barcelona,

y Alfonso, de Salamanca,

ricos presentes te harán.

Escríbeles tú, tontilla,

y algo que no haya en Sevilla

pídeles, y lo traerán.

Leonor.

Dejarlo será mejor

á su gusto delicado.

Marqués.

Lo tienen, y muy sobrado:

como tú quieras, Leonor.

Curra.

Si como á usted, señorita,

carta blanca se me diera,

á Don Cárlos le pidiera

alguna bata bonita

de Francia. Y una cadena

[p. 14]con su broche de diamante

al señorito estudiante,

que en Madrid la hallará buena.

Marqués.

Lo que gustes, hija mia.

Sabes que el ídolo eres

de tu padre... ¿No me quieres?

(La abraza y besa tiernamente.)

Leonor.

¡Padre!... ¡Señor!... (Afligida.)

Marqués.

La alegría

vuelva á tí, prenda del alma;

piensa que tu padre soy,

y que de contínuo estoy

soñando tu bien... La calma

recobra, niña... en verdad

desde que estamos aquí

estoy contento de tí,

veo la tranquilidad

que con la campestre vida

va renaciendo en tu pecho,

y me tienes satisfecho;

sí, lo estoy mucho, querida.

Ya se me ha olvidado todo;

eres muchacha obediente,

y yo seré diligente

en darte un buen acomodo.

Sí, mi vida... ¿quién mejor

sabrá lo que te conviene,

que un tierno padre, que tiene

por tí el delirio mayor?

Leonor.

(Echándose en brazos de su padre con gran desconsuelo.)

¡Padre amado!... ¡Padre mio!

Marqués.

Basta, basta... ¿Qué te agita?

(Con gran ternura.)

Yo te adoro, Leonorcita,

no llores... ¡Qué desvarío!

Leonor.

¡Padre!... ¡Padre!

[p. 15]Marqués.

(Acariciándola y desasiéndose de sus brazos.)

Adios, mi bien.

Á dormir, y no lloremos.

Tus cariñosos extremos

el cielo bendiga, amen.

(Váse el Marqués, y queda Leonor muy abatida y llorosa sentada en el sillon.)

ESCENA VI.

Curra va detrás del Marqués, cierra la puerta por donde aquel se ha ido, y vuelve cerca de Leonor.

Curra.

¡Gracias á Dios!... me temí

que todito se enredase,

y que señor se quedase

hasta la mañana aquí.

¡Qué listo, cerró el balcon!...

que por él, del palomar

vamos las dos á volar

le dijo su corazon.

Abrirlo sea lo primero; (Ábrelo.)

ahora lo segundo es

cerrar las maletas. Pues

salgan ya de su agujero.

(Saca Curra unas maletas y ropa, y se pone á arreglarlo todo sin que en ello repare Doña Leonor.)

Leonor.

¡Infeliz de mí!... ¡Dios mio!

¿Por qué un amoroso padre,

que por mí tanto desvelo

tiene, y cariño tan grande,

se ha de oponer tenazmente

(¡ay, el alma se me parte!...)

á que yo dichosa sea,

y pueda feliz llamarme?...

¿Cómo, quien tanto me quiere,

puede tan cruel mostrarse?

[p. 16]Más dulce mi suerte fuera

si aún me viviera mi madre.

Curra.

¿Si viviera la señora?...

usted está delirante.

Más vana que señor era;

señor al cabo es un ángel.

¡Pero ella!... Un genio tenia

y un copete... Dios nos guarde.

Los señores de esta tierra

son todos de un mismo talle.

Y si alguna señorita

busca un novio que le cuadre,

como no esté en pergaminos

envuelto, levantan tales

alaridos... Mas ¿qué importa

cuando hay decision bastante?

... Pero no perdamos tiempo;

venga usted, venga á ayudarme,

porque yo no puedo sola...

Leonor.

¡Ay, Curra!... ¡Si penetrases

cómo tengo el alma! Fuerza

me falta hasta para alzarme

de esta silla... ¡Curra, amiga!

lo confieso, no lo extrañes,

no me resuelvo, imposible...

Es imposible. ¡Ah!... ¡mi padre!

sus palabras cariñosas,

sus extremos, sus afanes,

sus besos y sus abrazos,

eran agudos puñales

que el pecho me atravesaban.

Si se queda un solo instante

no hubiera más resistido...

Ya iba á sus piés á arrojarme,

y confundida, aterrada,

mi proyecto á revelarle,

[p. 17]y á morir, ansiando solo

que su perdon me acordase.

Curra.

¡Pues hubiéramos quedado

frescas, y echado un buen lance!

Mañana veria usted,

revolcándose en su sangre,

con la tapa de los sesos

levantada, al arrogante,

al enamorado, al noble

Don Álvaro. Ó arrastrarle

como un malhechor, atado

por entre estos olivares

á la cárcel de Sevilla;

y allá para Navidades

acaso, acaso en la horca.

Leonor.

¡Ay Curra!... El alma me partes.

Curra.

Y todo esto, señorita,

porque la desgracia grande

tuvo el infeliz de veros,

y necio de enamorarse

de quien no le corresponde,

ni resolucion bastante

tiene para...

Leonor.

Basta, Curra;

no mi pecho despedaces.

¿Yo á su amor no correspondo?

Que le correspondo sabes...

Por él mi casa y familia,

mis hermanos y mi padre

voy á abandonar, y sola...

Curra.

Sola no, que yo soy alguien,

y tambien Antonio va,

y nunca en ninguna parte

la dejaremos... ¡Jesus!

Leonor.

¿Y mañana?

Curra.

Dia grande.

[p. 18]Usted la adorada esposa

será del más adorable,

rico y lindo caballero

que puede en el mundo hallarse,

y yo la mujer de Antonio:

y á ver tierras muy distantes

iremos ambas... ¡qué bueno!

Leonor.

¿Y mi anciano y tierno padre?

Curra.

¿Quién?... ¿Señor? rabiará un poco,

pateará, contará el lance

al capitan general

con sus pelos y señales;

fastidiará al Asistente,

y tambien á sus compadres

el canónigo, el jurado,

y los vejetes maestrantes;

saldrán mil requisitorias

para buscarnos en balde,

cuando nosotras estemos

ya seguritas en Flandes.

Desde allí escribirá usted,

y comenzará á templarse

señor, y á los nueve meses,

cuando sepa hay un infante,

que tiene sus mismos ojos,

empezará á consolarse

y nosotras chapurrando,

que no nos entienda nadie,

volveremos de allí á poco,

á que con festejos grandes

nos reciban, y todito

será banquetes y bailes.

Leonor.

¿Y mis hermanos del alma?

Curra.

¡Toma! ¡Toma!... Cuando agarren

del generoso cuñado,

uno con que hacer alarde

[p. 19]de vistosos uniformes

y con que rendir beldades,

y el otro para libracos,

merendonas y truhanes,

reventarán de alegría.

Leonor.

No corre en tus venas sangre.

¡Jesus, y qué cosas tienes!

Curra.

Porque digo las verdades.

Leonor.

¡Ay desdichada de mí!

Curra.

Desdicha por cierto grande

el ser adorado dueño

del mejor de los galanes.

Pero vamos, señorita,

ayúdeme usted, que es tarde.

Leonor.

Sí, tarde es, y aún no parece

Don Álvaro... ¡Oh, si faltase

esta noche!... ¡Ojalá!... ¡cielos!...

Que jamás estos umbrales

hubiera pisado, fuera

mejor. No tengo bastante

resolucion... lo confieso.

Es tan duro el alejarse

así de su casa... ¡ay triste!

(Mira el reloj y sigue en inquietud.)

Las doce han dado... ¡qué tarde

es ya, Curra!... No, no viene.

¿Habrá en esos olivares

tenido algun mal encuentro?

Hay siempre en el Aljarafe

tan mala gente... Y Antonio

¿estará alerta?

Curra.

Indudable

es que está de centinela...

Leonor.

¡Curra!... ¿Qué suena?... ¿Escuchaste?

(Con gran sobresalto.)

Curra.

Pisadas son de caballos.

[p. 20]Leonor.

¡Ay! él es... (Corre al balcon.)

Curra.

Si que faltase

era imposible...

Leonor.

¡Dios mio! (Muy agitada.)

Curra.

Pecho al agua, y adelante.

ESCENA VII.

Don Álvaro en cuerpo, con una jaquetilla de mangas perdidas sobre una rica chupa de majo, redecilla, calzon de ante, etc., entra por el balcon y se echa en brazos de Leonor.

D. Álvaro.

(Con gran vehemencia.)

Ángel consolador del alma mia...

¿Van ya los santos cielos,

á dar corona eterna á mis desvelos?

Me ahoga la alegría...

¿Estamos abrazados

para no vernos nunca separados?

Antes, antes la muerte,

que de tí separarme y que perderte.

Leonor.

¡Don Álvaro! (Muy agitada.)

D. Álvaro.

Mi bien, mi Dios, mi todo.

¿Qué te agita y te turba de tal modo?

¿Te turba el corazon ver que tu amante

se encuentra en este instante

más ufano que el sol?... ¡Prenda adorada!

Leonor.

Es ya tan tarde...

D. Álvaro.

¿Estabas enojada

porque tardé en venir? De mi retardo

no soy culpado, no, dulce señora;

hace más de una hora

que despechado aguardo

por los alrededores

la ocasion de llegar, y ya temia

que de mi adversa estrella los rigores

hoy deshicieran la esperanza mia.

[p. 21]Mas no, mi bien, mi gloria, mi consuelo,

protege nuestro amor el santo cielo,

y una carrera eterna de ventura,

próvido á nuestras plantas asegura.

El tiempo no perdamos.

¿Está ya todo listo? Vamos, vamos.

Curra.

Sí: bajo del balcon, Antonio, el guarda,

las maletas espera;

las echaré al momento. (Va hácia el balcon.)

Leonor.

Curra, aguarda, (Resuelta.)

detente... ¡Ay Dios!... ¿no fuera,

Don Álvaro, mejor?...

D. Álvaro.

¿Qué, encanto mio?...

¿Por qué tiempo perder?... La jaca torda,

la que, cual dices tú, los campos borda,

la que tanto te agrada

por su obediencia y brío,

para tí está, mi dueño, enjaezada,

para Curra el obero.

Para mí el alazan gallardo y fiero...

¡Oh, loco estoy de amor y de alegría!

En San Juan de Alfarache, preparado

todo, con gran secreto, lo he dejado.

El sacerdote en el altar espera;

Dios nos bendecirá desde su esfera:

y cuando el nuevo sol en el oriente,

protector de mi estirpe soberana,

númen eterno en la region indiana,

la regia pompa de su trono ostente,

monarca de la luz, padre del dia,

yo tu esposo seré, tú esposa mia.

Leonor.

Es tan tarde... ¡Don Álvaro!

D. Álvaro.

Muchacha, (Á Curra.)

¿qué te detiene ya? Corre, despacha;

por el balcon esas maletas, luego...

Leonor.

Curra, Curra, detente. (Fuera de sí.)

[p. 22]¡Don Álvaro!

D. Álvaro.

¡¡¡Leonor!!!

Leonor.

¡Dejadlo os ruego

para mañana!

D. Álvaro.

¿Qué?

Leonor.

Más fácilmente...

D. Álvaro.

(Demudado y confuso.)

¿Qué es esto, qué, Leonor? ¿Te falta ahora

resolucion?... ¡ay yo desventurado!

Leonor.

¡Don Álvaro! ¡¡¡Don Álvaro!!!

D. Álvaro.

¡Señora!

Leonor.

¡Ay! me partís el alma...

D. Álvaro.

Destrozado

tengo yo el corazon... ¿Dónde está, dónde,

vuestro amor, vuestro firme juramento?

Mal con vuestra palabra corresponde

tanta irresolucion en tal momento.

Tan súbita mudanza...

No os conozco, Leonor. ¿Llevóse el viento

de mis delirios toda la esperanza?

Sí, he cegado en el punto

en que apuntaba el más risueño dia.

Me sacarán difunto

de aquí, cuando inmortal salir creía.

Hechicera engañosa,

¿la perspectiva hermosa

que falaz me ofreciste así deshaces?

¡Pérfida! ¿Te complaces

en levantarme al trono del eterno,

para despues hundirme en el infierno?

...¿Solo me resta ya?...

Leonor.

(Echándose en sus brazos.) No, no, te adoro.

¡Don Álvaro!... ¡Mi bien!... vamos, sí, vamos.

D. Álvaro.

¡Oh mi Leonor!...

Curra.

El tiempo no perdamos.

D. Álvaro.

¡Mi encanto! ¡Mi tesoro!

[p. 23](Doña Leonor muy abatida se apoya en el hombro de Don Álvaro, con muestras de desmayarse.)

Mas ¿qué es esto?... ¡ay de mí!... ¡tu mano yerta!

Me parece la mano de una muerta...

Frio está tu semblante

como la losa de un sepulcro helado.

Leonor.

¡Don Álvaro!

D. Álvaro.

¡Leonor! (Pausa.) Fuerza bastante

hay para todo en mí... ¡Desventurado!

La conmocion conozco que te agita,

inocente Leonor. Dios no permita

que por debilidad en tal momento

sigas mis pasos, y mi esposa seas.

Renuncio á tu palabra y juramento:

hachas de muerte las nupciales teas

fueran para los dos... Si no me amas,

como te amo yo á tí... Si arrepentida...

Leonor.

Mi dulce esposo, con el alma y vida

es tuya tu Leonor; mi dicha fundo

en seguirte hasta el fin del ancho mundo.

Vamos, resuelta estoy, fijé mi suerte;

separarnos podrá solo la muerte.

(Van hácia el balcon, cuando de repente se oye ruido, ladridos, y abrir y cerrar puertas.)

Leonor.

¡Dios mio! ¿Qué ruido es este? ¡¡¡Don Álvaro!!!

Curra.

Parece que han abierto la puerta del patio... y la de la escalera...

Leonor.

¿Se habrá puesto malo mi padre?...

Curra.

¡Qué!, no señora, el ruido viene de otra parte.

Leonor.

¿Habrá llegado alguno de mis hermanos?

D. Álvaro.

Vamos, vamos, Leonor, no perdamos ni un instante.

(Vuelven hácia el balcon, y de repente se ve por él el resplandor de hachones de viento, y se oye galopar caballos.)

Leonor.

Somos perdidos... Estamos descubiertos... imposible es la fuga.

D. Álvaro.

Serenidad es necesario en todo caso.

[p. 24]Curra.

La Vírgen del Rosario nos valga, y las ánimas benditas... ¿Qué será de mi pobre Antonio? (Se asoma al balcon y grita.) Antonio, Antonio.

D. Álvaro.

Calla, maldita, no llames la atencion hácia este lado; entorna el balcon. (Se acerca el ruido de puertas y pisadas.)

Leonor.

¡Ay desdichada de mí!... Don Álvaro, escóndete... aquí en mi alcoba...

D. Álvaro.

(Resuelto.) No, yo no me escondo... No te abandono en tal conflicto. (Prepara una pistola.) Defenderte y salvarte es mi obligacion.

Leonor.

(Asustadísima.) ¿Qué intentas? ¡ay! retira esa pistola que me hiela la sangre... Por Dios suéltala... ¿La dispararás contra mi buen padre?... ¿contra alguno de mis hermanos?... ¿Para matar á alguno de los fieles y antiguos criados de esta casa?

D. Álvaro.

(Profundamente conmovido.) No, no, amor mio... la emplearé en dar fin á mi desventurada vida.

Leonor.

¡Qué horror! ¡¡¡Don Álvaro!!!

ESCENA VIII.

Ábrese la puerta con estrépito despues de varios golpes en ella, y entra el marqués en bata y gorra con un espadin desnudo en la mano, y detrás dos criados mayores con luces.

Marqués.

(Furioso.) Vil seductor... hija infame.

Leonor.

(Arrojándose á los piés de su padre.) ¡¡¡Padre!!! ¡¡¡Padre!!!

Marqués.

No soy tu padre... aparta... Y tú, vil advenedizo...

D. Álvaro.

Vuestra hija es inocente... Yo soy el culpado... Atravesadme el pecho. (Hinca una rodilla.)

Marqués.

Tu actitud suplicante manifiesta lo bajo de tu condicion...

D. Álvaro.

(Levantándose.) ¡Señor marqués!... ¡señor marqués!...

[p. 25]Marqués.

(Á su hija.) Quita, mujer inícua. (Á Curra, que le sujeta el brazo.) Y tú, infeliz... ¿osas tocar á tu señor? (Á los criados.) Ea, echaos sobre ese infame, sujetadle, atadle...

D. Álvaro.

(Con dignidad.) Desgraciado del que me pierda el respeto. (Saca una pistola y la monta.)

Leonor.

(Corriendo hácia Don Álvaro.) ¡Don Álvaro!... ¿qué vais á hacer?

Marqués.

Echaos sobre él al punto.

D. Álvaro.

Ay de vuestros criados si se mueven; vos solo teneis derecho para atravesarme el corazon.

Marqués.

¿Tú morir á manos de un caballero? no, morirás á las del verdugo.

D. Álvaro.

¡Señor marqués de Calatrava!... Mas ¡ah! no: teneis derecho para todo... Vuestra hija es inocente... más pura que el aliento de los ángeles que rodean el trono del Altísimo. La sospecha á que puede dar orígen mi presencia aquí á tales horas concluya con mi muerte; salga envolviendo mi cadáver como si fuera mi mortaja... Sí, debo morir... pero á vuestras manos. (Pone una rodilla en tierra.) Espero resignado el golpe, no lo resistiré; ya me teneis desarmado.

(Tira la pistola, que al dar en tierra se dispara y hiere al marqués, que cae moribundo en los brazos de su hija y de los criados, dando un alarido.)

Marqués.

Muerto soy... ¡ay de mí!...

D. Álvaro.

¡Dios mio! ¡arma funesta! ¡noche terrible!

Leonor.

¡Padre! ¡¡¡padre!!!

Marqués.

Aparta; ¡sacadme de aquí... donde muera sin que esta vil me contamine con tal nombre!

Leonor.

¡Padre!...

Marqués.

Yo te maldigo.

(Cae Leonor en brazos de Don Álvaro, que la arrastra hácia el balcon.)

FIN DE LA JORNADA PRIMERA.


[p. 26]

JORNADA SEGUNDA.


La escena es en la villa de Hornachuelos y sus alrededores.

ESCENA PRIMERA.

Es de noche, y el teatro representa la cocina de un meson en la villa de Hornachuelos. Al frente estará la chimenea y el hogar. Á la izquierda la puerta de entrada: á la derecha dos puertas practicables. Á un lado una mesa larga de pino, rodeada de asientos toscos, y alumbrado todo por un gran candilon. el mesonero y el alcalde aparecerán sentados gravemente al fuego, la mesonera de rodillas guisando. Junto á la mesa, el estudiante cantando y tocando la guitarra. el arriero, que habla, cribando cebada en el fondo del teatro. el tio Trabuco tendido en primer término sobre sus jalmas. los dos lugareños, las dos lugareñas, la moza y uno de los arrieros, que no habla, estarán bailando seguidillas. El otro arriero, que no habla, estará sentado junto al estudiante, y jaleando á las que bailan. Encima de la mesa habrá una bota de vino, unos vasos y un frasco de aguardiente.

Estudiante.

(Cantando en voz recia al son de la guitarra, y las tres parejas bailando con gran algazara.)

Poned en estudiantes

vuestro cariño,

que son como discretos

agradecidos.

Viva Hornachuelos,

vivan de sus muchachas

los ojos negros.

Dejad á los soldados,

que es gente mala,

[p. 27]y así que dan el golpe

vuelven la espalda.

Viva Hornachuelos,

vivan de sus muchachas

los ojos negros.

Mesonera.

(Poniendo una sarten sobre la mesa.) Vamos, vamos, que se enfria... (Á la criada.) Pepa, al avío.

Arriero.

(El del cribo.) Otra coplita.

Estudiante.

(Dejando la guitarra.) Abrenuncio. Antes de todo la cena.

Mesonera.

Y si despues quiere la gente seguir bailando y alborotando, váyanse al corral ó á la calle, que hay una luna clara como de dia. Y dejen en silencio el meson, que si unos quieren jaleo, otros quieren dormir. Pepa, Pepa... ¿no digo que basta ya de zangoloteo?...

Tio Trabuco.

(Acostado en sus arreos.) Tia Colasa, usted está en lo cierto. Yo por mí, quiero dormir.

Mesonero.

Sí, ya basta de ruido. Vamos á cenar. Señor alcalde, eche su merced la bendicion, y venga á tomar una presita.

Alcalde.

Se agradece, señor Monipodio.

Mesonera.

Pero acérquese su merced.

Alcalde.

Que eche la bendicion el señor licenciado.

Estudiante.

Allá voy, y no seré largo, que huele el bacallao á gloria. In nomine Patri et Filii et Spiritu Sancto.

Todos.

Amen.

(Se van acomodando alrededor de la mesa, todos ménos Trabuco.)

Mesonera.

Tal vez el tomate no estará bastante cocido, y el arroz estará algo duro... Pero con tanta babilonia no se puede...

Arriero.

Está diciendo comedme, comedme.

Estudiante.

(Comiendo con ansia.) Está exquisito... Especial; parece ambrosía.

[p. 28]Mesonera.

Alto allá, señor bachiller; la tia Ambrosia no me gana á mí á guisar, ni sirve para descalzarme el zapato, no señor.

Arriero.

La tia Ambrosia es más puerca que una telaraña.

Mesonero.

La tia Ambrosia es un guiñapo, es un paño de aporrear moscas; se revuelven las tripas de entrar en su meson, y compararla con mi Colasa no es regular.

Estudiante.

Ya sé yo que la señora Colasa es pulcra, y no lo dije por tanto.

Alcalde.

En toda la comarca de Hornachuelos no hay una persona más limpia que la señora Colasa, ni un meson como el del señor Monipodio.

Mesonera.

Como que cuantas comidas de boda se hacen en la villa pasan por estas manos que ha de comer la tierra. Y de las bodas de señores, no le parezca á usted señor bachiller... Cuando se casó el escribano con la hija del regidor...

Estudiante.

Conque se le puede decir á la señora Colasa, tu das mihi epulis accumbere divum.

Mesonera.

Yo no sé latin, pero sé guisar... Señor alcalde, moje siquiera una sopa.

Alcalde.

Tomaré, por no despreciar, una cucharadita de gazpacho, si es que lo hay.

Mesonero.

¿Cómo que si lo hay?

Mesonera.

¿Pues habia de faltar donde yo estoy?... Pepa (Á la moza.) anda á traerlo. Está sobre el brocal del pozo, desde media tarde, tomando el fresco. (Váse la moza.)

Estudiante.

(Al arriero que está acostado.) Tio Trabuco, hola, tio Trabuco, ¿no viene usted á hacer la razon?

Tio Trabuco.

No ceno.

Estudiante.

¿Ayuna usted?

Tio Trabuco.

Sí señor, que es viérnes.

Mesonero.

Pero un traguito...

[p. 29]Tio Trabuco.

Venga. (Le alarga el mesonero la bota, y bebe un trago el tio Trabuco.) ¡¡¡Jú!!! Esto es zupia. Alárgueme usted, tio Monipodio, el frasco del aguardiente para enjuagarme la boca. (Bebe y se acurruca.)

(Entra la moza con una fuente de gazpacho.)

Moza.

Aquí está la gracia de Dios.

Todos.

Venga, venga.

Estudiante.

Parece, señor alcalde, que esta noche hay mucha gente forastera en Hornachuelos.

Arriero.

Las tres posadas están llenas.

Alcalde.

Como es el jubileo de la Porciúncula, y el convento de San Francisco de los Ángeles que está aquí en el desierto, á media legua corta, es tan famoso... viene mucha gente á confesarse con el P. Guardian, que es un siervo de Dios.

Mesonera.

Es un santo.

Mesonero.

(Toma la bota y se pone de pié.) Jesus por la buena compañía, y que Dios nos dé salud y pesetas en esta vida, y la gloria en la eterna. (Bebe.)

Todos.

Amen. (Pasa la bota de mano en mano.)

Estudiante.

(Despues de beber.) Tio Trabuco, tio Trabuco, ¿está usted ya con los angelitos?

Tio Trabuco.

Con las malditas pulgas y con sus voces de usted, ¿quién puede estar sino con los demonios?

Estudiante.

Queríamos saber, Tio Trabuco, si esa personilla de alfeñique que ha venido con usted, y que se ha escondido de nosotros, viene á ganar el jubileo.

Tio Trabuco.

Yo no sé nunca á lo que van ni vienen los que viajan conmigo.

Estudiante.

Pero... ¿es gallo, ó gallina?

Tio Trabuco.

Yo de los viajeros no miro más que la moneda, que ni es hembra ni es macho.

Estudiante.

Sí, es género epiceno, como si dijéramos hermafrodita... Pero veo que es usted muy taciturno, tio Trabuco.

[p. 30]Tio Trabuco.

Nunca gasto saliva en lo que no me importa: y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida, y quiero guardarle el sueño; sonsoniche.

Estudiante.

Pues señor, con el tio Trabuco no hay emboque. Dígame usted, nostrama, (Á la mesonera.) ¿por qué no ha venido á cenar el tal caballerito?

Mesonera.

Yo no sé.

Estudiante.

Pero, vamos, ¿es hembra ó varon?

Mesonera.

Que sea lo que sea, lo cierto es que le ví el rostro, por más que se lo recataba, cuando se apeó del mulo, y que lo tiene como un sol; y eso que traia los ojos de llorar y de polvo, que daba compasion.

Estudiante.

¡Oiga!

Mesonera.

Sí señor; y en cuanto se metió en ese cuarto, volviéndome siempre la espalda, me preguntó cuánto habia de aquí al convento de los Ángeles, y yo se lo enseñé desde la ventana, que como está tan cerca se ve clarito, y...

Estudiante.

¡Hola, conque es pecador que viene al jubileo!

Mesonera.

Yo no sé. Luego se acostó; digo, se echó en la cama vestido, y bebió antes un vaso de agua con unas gotas de vinagre.

Estudiante.

Ya, para refrescar el cuerpo.

Mesonera.

Y me dijo que no queria luz, ni cena, ni nada, y se quedó como rezando el rosario entre dientes. Á mí me parece que es persona muy...

Mesonero.

Charla, charla... ¿Quién diablos te mete en hablar de los huéspedes?... Maldita sea tu lengua.

Mesonera.

Como el señor licenciado queria saber...

Estudiante.

Sí, señora Colasa; dígame usted...

Mesonero.

(Á su mujer.) ¡Chiton!

Estudiante.

Pues señor, volvamos al tio Trabuco. Tio Trabuco, tio Trabuco. (Se acerca á él y le despierta.)

Tio Trabuco.

¡Malo!... ¿Me quiere usted dejar en paz?

[p. 31]Estudiante.

Vamos, dígame usted, esa persona ¿cómo viene en el mulo, á mujeriegas ó á horcajadas?

Tio Trabuco.

¡Ay qué sangre!... De cabeza.

Estudiante.

Y dígame usted, ¿de dónde salió usted esta mañana, de Posadas ó de Palma?

Tio Trabuco.

Yo no sé sino que tarde ó temprano voy al cielo.

Estudiante.

¿Por qué?

Tio Trabuco.

Porque ya me tiene usted en el purgatorio.

Estudiante.

(Se rie.) ¡Ah, ah, ah!... ¿Y va usted á Extremadura?

Tio Trabuco.

(Se levanta, recoge sus jalmas y se va con ellas muy enfadado.) No señor; á la caballeriza, huyendo de usted, y á dormir con mis mulos, que no saben latin, ni son bachilleres.

Estudiante.

(Se rie.) ¡Ah, ah, ah, ah! Se afufó... Hola, Pepa, salerosa, ¿y no has visto tú al escondido?

Moza.

Por la espalda.

Estudiante.

¿Y en qué cuarto está?

Moza.

(Señala la primera puerta de la derecha.) En ese...

Estudiante.

Pues ya que es lampiño, vamos á pintarle unos bigotes con tizne... Y cuando se despierte por la mañana reiremos un poco. (Se tizna los dedos y va hácia el cuarto.)

Algunos.

Sí... sí.

Mesonero.

No, no.

Alcalde.

(Con gravedad.) Señor estudiante, no lo permitiré yo, pues debo proteger á los forasteros que llegan á esta villa, y administrarles justicia como á los naturales de ella.

Estudiante.

No lo dije por tanto, señor alcalde...

Alcalde.

Yo sí. Y no fuera malo saber quién es el señor licenciado, de dónde viene y adónde va, pues parece algo alegre de cascos.

Estudiante.

Si la justicia me lo pregunta de burlas ó de veras, no hay inconveniente en decirlo, que aquí se juega limpio. Soy el bachiller Pereda, gra[p. 32]duado por Salamanca, in utroque, y hace ocho años que curso sus escuelas, aunque pobre, con honra, y no sin fama. Salí de allí hace más de un año, acompañando á mi amigo y protector el señor licenciado Vargas, y fuimos á Sevilla, á vengar la muerte de su padre el marqués de Calatrava, y á indagar el paradero de su hermana, que se escapó con el matador. Pasamos allí algunos meses, donde tambien estuvo su hermano mayor, el actual marqués, que es oficial de Guardias. Y como no lograron su propósito, se separaron jurando venganza. Y el licenciado y yo nos vinimos á Córdoba, donde dijeron que estaba la hermana. Pero no la hallamos tampoco, y allí supimos que habia muerto en la refriega que armaron los criados del marqués, la noche de su muerte, con los del robador y asesino, y que éste se habia vuelto á América. Con lo que marchamos á Cádiz, donde mi protector, el licenciado Vargas, se ha embarcado para buscar allá al enemigo de su familia. Y yo me vuelvo á mi universidad á desquitar el tiempo perdido, y á continuar mis estudios, con los que, y la ayuda de Dios, puede ser que me vea algun dia gobernador del Consejo ó arzobispo de Sevilla.

Alcalde.

Humos tiene el señor bachiller, y ya basta; pues se ve en su porte y buena explicacion que es hombre de bien, y que dice verdad.

Mesonera.

Dígame usted, señor estudiante, ¿y qué, mataron á ese marqués?

Estudiante.

Sí.

Mesonera.

¿Y lo mató el amante de su hija y luego la robó?... ¡Ay! cuéntenos su merced esa historia, que será muy divertida: cuéntela su merced...

Mesonero.

¿Quién te mete á tí en saber vidas ajenas?[p. 33] ¡Maldita sea tu curiosidad! Pues que ya hemos cenado, demos gracias á Dios, y á recogerse. (Se ponen todos en pié, y se quitan el sombrero como que rezan.) Eh, buenas noches; cada mochuelo á su olivo.

Alcalde.

Buenas noches, y que haya juicio y silencio.

Estudiante.

Pues me voy á mi cuarto. (Se va á meter en el del viajero incógnito.)

Mesonero.

Hola, no es ese, el de más allá.

Estudiante.

Me equivoqué.

(Vánse el alcalde y los lugareños: entra el estudiante en su cuarto: la moza, el arriero y la mesonera retiran la mesa y bancos, dejando la escena desembarazada. El mesonero se acerca al hogar, y queda todo en silencio y solos el mesonero y la mesonera.)

ESCENA II.

Mesonero.

Colasa, para medrar

en nuestro oficio, es forzoso

que haya en la casa reposo,

y á ninguno incomodar.

Nunca meterse á oliscar

quiénes los huéspedes son.

No gastar conversacion

con cuantos llegan aquí.

Servir bien, decir no ó ,

cobrar la mosca, y ¡chiton!

Mesonera.

No, por mí no lo dirás,

bien sabes que callar sé.

Al bachiller pregunté...

Mesonero.

Pues eso estuvo de más.

Mesonera.

Tambien ahora extrañarás

que entre en ese cuarto á ver

si el huésped há menester

alguna cosa, marido,

pues es, sí, lo he conocido,

[p. 34]una afligida mujer.

(Toma un candil y entra la mesonera muy recatadamente en el cuarto.)

Mesonero.

Entra, que entrar es razon,

aunque temo á la verdad

que vas por curiosidad,

más bien que por compasion.

Mesonera.

(Saliendo muy asustada.)

¡Ay, Dios mio! Vengo muerta;

desapareció la dama;

nadie he encontrado en la cama,

y está la ventana abierta.

Mesonero.

¿Cómo? ¿cómo?... Ya lo sé...

La ventana al campo dá,

y como tan baja está,

sin gran trabajo se fué.

(Andando hácia el cuarto donde entró la mujer, quedándose él á la puerta.)

Quiera Dios no haya cargado

con la colcha nueva.

Mesonera.

(Dentro)Nada,

todo está aquí... ¡desdichada!

hasta dinero ha dejado...

Sí, sobre la mesa un duro.

Mesonero.

Vaya entonces en buen hora.

Mesonera.

(Saliendo á la escena.)

No hay duda, es una señora,

que se encuentra en grande apuro.

Mesonero.

Pues con bien la lleve Dios,

y vámonos á acostar,

y mañana no charlar,

que esto quede entre los dos.

Echa un cuarto en el cepillo

de las ánimas, mujer,

y el duro véngame á ver;

échamelo en el bolsillo.

[p. 35]ESCENA III.

El teatro representa una plataforma en la ladera de una áspera montaña. Á la izquierda precipicios y derrumbaderos. Al frente un profundo valle atravesado por un riachuelo, en cuya márgen se ve á lo lejos la villa de Hornachuelos, terminando el fondo en altas montañas. Á la derecha la fachada del convento de los Ángeles de pobre y humilde arquitectura. La gran puerta de la iglesia cerrada, pero practicable, y sobre ella una claraboya de medio punto por donde se verá el resplandor de las luces interiores; más hácia el proscenio la puerta de la portería, tambien practicable y cerrada; en medio de ella una mirilla ó gatera que se abra y se cierre, y al lado el cordon de una campanilla. En medio de la escena habrá una gran cruz de piedra tosca y corroida por el tiempo, puesta sobre cuatro gradas que puedan servir de asiento. Estará todo iluminado por una luna clarísima. Se oirá dentro de la iglesia el órgano, y cantar maitines al coro de frailes, y saldrá como subiendo por la izquierda Doña Leonor, muy fatigada y vestida de hombre, con un gaban de mangas, sombrero gacho y botines.

Leonor.

Sí... ya llegué... Dios mio,

gracias os doy rendida.

(Arrodíllase al ver el convento.)

En tí, Vírgen Santísima, confío;

sed el amparo de mi amarga vida.

Este refugio es solo

el que puedo tener de polo á polo. (Álzase.)

No me queda en la tierra

más asilo y resguardo

que los áridos riscos de esta sierra;

en ella estoy... Aún tiemblo y me acobardo...

(Mira hácia el sitio por donde ha venido.)

¡Ah!... nadie me ha seguido.

Ni mi fuga veloz notada ha sido.

...No me engañé, la horrenda historia mia

escuché referir en la posada...

Y ¿quién, cielos, sería

aquel que la contó? ¡Desventurada!

Amigo dijo ser de mis hermanos...

¡Oh cielos soberanos!...

[p. 36]¿Voy á ser descubierta?

Estoy de miedo y de cansancio muerta.

(Se sienta.)

¡Qué asperezas! ¡Qué hermosa y clara luna!

¡¡¡La misma que hace un año

vió la mudanza atroz de mi fortuna,

y abrirse los infiernos en mi daño!!!

(Pausa larga.)

No fué ilusion... aquel que de mí hablaba

dijo que navegaba

Don Álvaro, buscando nuevamente

los apartados climas de Occidente.

¡Oh Dios!... ¿Y será cierto?

Con bien arribe de su patria al puerto.

(Pausa.)

¿Y no murió la noche desastrada

en que yo, yo... manchada

con la sangre infeliz del padre mio,

le seguí... le perdí?... ¿Y huye el impío?

¿Y huye el ingrato?... ¿Y huye y me abandona?

(Cae de rodillas.)

¡Oh Madre Santa de piedad! perdona,

perdona, le olvidé. Sí, es verdadera,

lo es mi resolucion. Dios de bondades,

con penitencia austera,

lejos del mundo en estas soledades,

el furor expiaré de mis pasiones.

Piedad, piedad, Señor, no me abandones.

(Queda en silencio y como en profunda meditacion recostada en las gradas de la cruz, y despues de una larga pausa continúa:)

Los sublimes acentos de ese coro

de bienaventurados,

y los ecos pausados

del órgano sonoro,

que cual de incienso vaporosa nube

al trono santo del eterno sube,

[p. 37]difunden en mi alma

bálsamo dulce de consuelo y calma.

(Se levanta resuelta.)

¿Qué me detengo pues?... corro al tranquilo,

corro al sagrado asilo...

(Va hácia el convento y se detiene.)

Mas ¿cómo á tales horas?... ¡Ah!... no puedo

ya dilatarlo más, hiélame el miedo

de encontrarme aquí sola. En esa aldea

hay quien mi historia sabe.

En lo posible cabe

que descubierta con la aurora sea.

Este santo prelado

de mi resolucion está informado,

y de mis infortunios... Nada temo.

Mi confesor de Córdoba hace dias

que las desgracias mias

le escribió largamente...

Sé de su caridad el noble extremo,

me acogerá indulgente.

¿Qué dudo, pues, qué dudo?...

Sed, oh Vírgen Santísima, mi escudo.

(Llega á la portería y toca á la campanilla.)

ESCENA IV.

Se abre la mirilla que está en la puerta, y por ella sale el resplandor de un farol que dá de pronto en el rostro de Doña Leonor, y ésta se retira como asustada. El hermano Meliton habla toda esta escena dentro.

Meliton.

¿Quién es?

Leonor.

Una persona á quien le interesa mucho, mucho, ver al instante al reverendo P. Guardian.

Meliton.

¡Buena hora de ver al P. Guardian!... La noche está clara, y no será ningun caminante perdido. Si viene á ganar el jubileo, á las cinco se abrirá la iglesia; vaya con Dios; él le ayude.

[p. 38]Leonor.

Hermano, llamad al P. Guardian. Por caridad.

Meliton.

¡Qué caridad á estas horas! El P. Guardian está en el coro.

Leonor.

Traigo para su reverencia un recado muy urgente del P. Cleto, definidor del convento de Córdoba, quien ya le ha escrito sobre el asunto de que vengo á hablarle.

Meliton.

¡Hola!... ¿del P. Cleto, el definidor del convento de Córdoba? Eso es distinto... iré, iré á decírselo al P. Guardian. Pero dígame, hijo, ¿el recado y la carta son sobre aquel asunto con el P. General, que está pendiente allá en Madrid?...

Leonor.

Es una cosa muy interesante.

Meliton.

Pero ¿para quién?

Leonor.

Para la criatura más infeliz del mundo.

Meliton.

¡Mala recomendacion!... Pero bueno; abriré la portería, aunque es contra regla, para que entreis á esperar.

Leonor.

No, no, no puedo entrar... ¡¡¡Jesus!!!

Meliton.

Bendito sea su santo nombre... Pero ¿sois algun excomulgado?... Si no es cosa rara preferir el esperar al raso. En fin, voy á dar el recado, que probablemente no tendrá respuesta. Si no vuelvo, buenas noches: ahí á la bajadita está la villa, y hay un buen meson. El de la tia Colasa.

(Ciérrase la ventanilla, y Doña Leonor queda muy abatida.)

ESCENA V.

Leonor.

¿Será tan negra y dura

mi suerte miserable,

que este santo prelado

socorro y proteccion no quiera darme?

[p. 39]La rígida aspereza

y las dificultades

que ha mostrado el portero

me pasman de terror, hielan mi sangre.

Mas no, si dá el aviso

al reverendo Padre,

y éste es tan docto y bueno

cual dicen todos, volará á ampararme.

¡Oh Soberana Vírgen,

de desdichados Madre:

su corazon ablanda

para que venga pronto á consolarme!

(Queda en silencio: dá la una el reloj del convento: se abre la portería, en la que aparecen el P. Guardian y el H. Meliton con un farol: éste se queda en la puerta y aquel sale á la escena.)

ESCENA VI.

Doña Leonor, el P. Guardian, el H. Meliton.

Guardian.

El que me busca ¿quién es?

Leonor.

Yo soy, Padre, que queria...

Guardian.

Ya se abrió la portería;

entrad en el cláustro, pues.

Leonor.

(Muy sobresaltada.)

¡Ah!... imposible; Padre, no.

Guardian.

¡Imposible!... ¿Qué decís?...

Leonor.

Si que os hable permitís,

aquí solo puedo yo.

Guardian.

Si os envía el Padre Cleto,

hablad, que es mi grande amigo.

Leonor.

Padre, que sea sin testigo,

porque me importa el secreto.

Guardian.

¿Y quién?... Mas ya os entendí.

Retiraos, fray Meliton,

y encajad ese porton;

dejadnos solos aquí.

[p. 40]Meliton.

¿No lo dije? Secretitos.

Los misterios ellos solos,

que los demás somos bolos

para estos santos benditos.

Guardian.

¿Qué murmura?...

Meliton.

Que está tan

premiosa esta puerta... y luego...

Guardian.

Obedezca, hermano lego.

Meliton.

Ya me la echó de guardian.

(Ciérrase la puerta y váse.)

ESCENA VII.

Doña Leonor, el P. Guardian.

Guardian.

(Acercándose á Leonor.)

Ya estamos, hermano, solos.

Mas ¿por qué tanto misterio?

¿No fuera más conveniente

que entrárais en el convento?

¡No sé qué pueda impedirlo!...

entrad, pues, que yo os lo ruego;

entrad, subid á mi celda;

tomareis un refrigerio,

y despues...

Leonor.

No, Padre mio.

Guardian.

¿Qué os horroriza?... no entiendo...

Leonor.

(Muy abatida.) Soy una infeliz mujer.

Guardian.

(Asustado.)

¡Una mujer!... ¡Santo cielo!

¡Una mujer!... á estas horas,

en este sitio... ¿qué es esto?

Leonor.

Una mujer infelice,

maldicion del universo,

que á vuestras plantas rendida

(Se arrodilla.)

[p. 41]os pide amparo y remedio,

pues vos podeis libertarla

de este mundo y del infierno.

Guardian.

Señora, alzad. Que son grandes (La levanta.)

vuestros infortunios creo

cuando os miro en este sitio,

y escucho tales lamentos.

Pero ¿qué apoyo, decidme,

qué amparo prestaros puedo

yo, un humilde religioso

encerrado en estos yermos?

Leonor.

No habeis, Padre, recibido

la carta que el Padre Cleto...

Guardian.

(Recapacitando.)

¿El Padre Cleto os envía?...

Leonor.

Á vos, cual solo remedio

de todos mis infortunios,

si benignos los intentos

que á estos montes me conducen

permitís tengan efecto.

Guardian.

(Sorprendido.)

¿Sois Doña Leonor de Vargas?...

¿Sois por dicha?... ¡Dios eterno!

Leonor.

(Abatida.) ¡Os horroriza el mirarme!

Guardian.

(Afectuoso.) No, hija mia, no por cierto.

Ni permita Dios que nunca

tan duro sea mi pecho,

que á los desgraciados niegue

la compasion y el respeto.

Leonor.

¡Yo lo soy tanto!

Guardian.

Señora,

vuestra agitacion comprendo.

No es extraño, no. Seguidme,

venid. Sentaos un momento

al pié de esta cruz; su sombra

os dará fuerza y consuelos.

[p. 42](Lleva el Guardian á Doña Leonor, y se sientan ambos al pié de la cruz.)

Leonor.

¡No me abandoneis! Oh, Padre.

Guardian.

No, jamás; contad conmigo.

Leonor.

De este santo monasterio

desde que el término piso,

más tranquila tengo el alma,

con más libertad respiro.

Ya no me cercan, cual hace

un año, que hoy se ha cumplido,

los espectros y fantasmas

que siempre en redor he visto.

Ya no me sigue la sombra

sangrienta del padre mio,

ni escucho sus maldiciones,

ni su horrenda herida miro,

ni...

Guardian.

¡Oh! no lo dudo, hija mia;

libre estais en este sitio

de esas vanas ilusiones,

aborto de los abismos.

Las insidias del demonio,

las sombras á que dá brío

para conturbar al hombre,

no tienen aquí dominio.

Leonor.

Por eso aquí busco ansiosa

dulce consuelo y auxilio,

y de la reina del cielo

bajo el régio manto abrigo.

Guardian.

Vamos despacio, hija mia:

el Padre Cleto me ha escrito

la resolucion tremenda

que al desierto os ha traido;

pero no basta.

Leonor.

Sí basta:

es inmutable... lo fío,

[p. 43]es inmutable.

Guardian.

¡Hija mia!

Leonor.

Vengo resuelta, lo he dicho,

á sepultarme por siempre

en la tumba de estos riscos.

Guardian.

¡Cómo!...

Leonor.

¿Seré la primera?...

No lo seré, Padre mio.

Mi confesor me ha informado

de que en este santo sitio,

otra mujer infelice

vivió muerta para el siglo.

Resuelta á seguir su ejemplo

vengo en busca de su asilo:

dármelo sin duda puede

la gruta que la dió abrigo,

vos la proteccion y amparo

que para ello necesito,

y la Soberana Vírgen

su santa gracia y su auxilio.

Guardian.

No os engañó el Padre Cleto,

pues diez años ha vivido

una santa penitente

en este yermo tranquilo,

de los hombres ignorada,

de penitencias prodigio.

En nuestra iglesia sus restos

están, y yo los estimo

como la joya más rica

de esta casa, que aunque indigno,

gobierno, en el Santo nombre

de mi Padre San Francisco.

La gruta que fué su albergue,

y á que reparos precisos

se le hicieron, está cerca

en ese hondo precipicio.

[p. 44]Aún existen en su seno

los humildes utensilios

que usó la santa; á su lado

un arroyo cristalino

brota apacible...

Leonor.

Al momento

llevadme allá, Padre mio.

Guardian.

¡Oh, Doña Leonor de Vargas!

¿Insistís?

Leonor.

Sí, Padre, insisto.

Dios me manda...

Guardian.

Raras veces

Dios tan grandes sacrificios

exige de los mortales.

Y, ¡ay de aquel que de un delirio

en el momento, hija mia,

tal vez se engaña á sí mismo!

Todas las tribulaciones

de este mundo fugitivo,

son, señora, pasajeras;

al cabo encuentran alivio.

Y al Dios de bondad se sirve,

y se le aplaca lo mismo

en el cláustro, en el desierto,

de la córte en el bullicio,

cuando se le entrega el alma

con fé viva y pecho limpio.

Leonor.

No es un acaloramiento,

no un instante de delirio

quien me sugirió la idea

que á buscaros me ha traido.

Desengaños de este mundo,

y un año ¡ay Dios! de suplicios,

de largas meditaciones,

de continuados peligros,

de atroces remordimientos,

[p. 45]de reflexiones conmigo,

mi intencion han madurado

y esfuerzo me han concedido

para hacer voto solemne

de morir en este sitio.

Mi confesor venerable,

que ya mi historia os ha escrito,

el Padre Cleto, á quien todos

llaman santo, y con motivo,

mi resolucion aprueba,

aunque cual vos al principio

trató de desvanecerla

con sus doctos raciocinios,

y á vuestras plantas me envía

para que me deis auxilio.

No me abandoneis, oh Padre,

por el cielo os lo suplico;

mi resolucion es firme,

mi voto inmutable y fijo,

y no hay fuerza en este mundo

que me saque de estos riscos.

Guardian.

Sois muy jóven, hija mia;

¿quién lo que el cielo propicio

aún os puede guardar sabe?

Leonor.

Renuncio á todo, lo he dicho.

Guardian.

Acaso aquel caballero...

Leonor.

¿Qué pronunciais?... ¡Oh martirio!

Aunque inocente, manchado

con sangre del padre mio

está, y nunca, nunca...

Guardian.

Entiendo.

Mas de vuestra casa el brillo,

vuestros hermanos...

Leonor.

Mi muerte

solo anhelan vengativos.

Guardian.

¿Y la bondadosa tia

[p. 46]que en Córdoba os ha tenido

un año oculta?

Leonor.

No puedo,

sin ponerla en compromiso

abusar de sus bondades.

Guardian.

¿Y qué, más seguro asilo

no fuera, y más conveniente,

con las esposas de Cristo,

en un convento?...

Leonor.

No, Padre;

son tantos los requisitos

que para entrar en el cláustro

se exigen... y... ¡oh! no, Dios mio,

aunque me encuentro inocente,

no puedo, tiemblo al decirlo,

vivir sino donde nadie

viva y converse conmigo.

Mi desgracia en toda España

suena de modo distinto,

y una alusion, una seña,

una mirada, suplicios

pudieran ser que me hundieran

del despecho en el abismo.

No, jamás... Aquí, aquí solo;

si no me acogeis benigno,

piedad pediré á las fieras

que habitan en estos riscos,

alimento á estas montañas,

vivienda á estos precipicios.

No salgo de este desierto;

una voz hiere mi oido,

voz del cielo que me dice:

aquí, aquí; y aquí respiro.

(Se abraza con la cruz.)

No, no habrá fuerzas humanas

que me arranquen de este sitio.

[p. 47]Guardian.

(Levantándose y aparte.)

¡Será verdad, Dios eterno!

¿Será tan grande y tan alta

la proteccion que concede

vuestra Madre Soberana

á mí, pecador indigno,

que cuando soy de esta casa

humilde prelado, venga

con resolucion tan santa

otra mujer penitente

á ser luz de estas montañas?

¡Bendito seais, Dios eterno,

cuya omnipotencia narran

estos cielos estrellados,

escabel de vuestras plantas! (Pausa.)

¿Vuestra vocacion es firme?... (Á Leonor.)

¿Sois tan bienaventurada?...

Leonor.

Es inmutable, y cumplirla

la voz del cielo me manda.

Guardian.

Sea, pues, bajo el amparo

de la Vírgen soberana.

(Extiende una mano sobre ella.)

Leonor.

(Arrojándose á las plantas del P. Guardian.)

¿Me acogeis?... ¡Oh Dios!...¡ Oh dicha!

¡Cuán feliz vuestras palabras

me hacen en este momento!...

Guardian.

(Levantándola.)

Dad á la Vírgen las gracias.

Ella es quien asilo os presta

á la sombra de su casa.

No yo, pecador protervo,

vil gusano, tierra, nada. (Pausa.)

Leonor.

Y vos, tan solo vos, oh padre mio,

sabreis que habito en estas asperezas,

no otro ningun mortal.

Guardian.

Yo solamente

[p. 48]sabré quien sois. Pero que avise es fuerza

á la comunidad de que la ermita

está ocupada, y de que vive en ella

una persona penitente. Y nadie,

bajo precepto santo de obediencia,

osará aproximarse de cien pasos,

ni ménos penetrar la humilde cerca

que á gran distancia la circunda en torno.

La mujer santa, antecesora vuestra,

solo fué conocida del prelado,

tambien mi antecesor. Que mujer era

lo supieron los otros religiosos

cuando se celebraron sus exequias.

Ni yo jamás he de volver á veros:

cada semana, sí, con gran reserva,

yo mismo os dejaré junto á la fuente

la escasa provision: de recogerla

cuidareis vos... Una pequeña esquila,

que está sobre la puerta con su cuerda

calando á lo interior, tocareis solo

de un gran peligro en la ocasion extrema,

ó en la hora de la muerte. Su sonido,

á mí ó al que cual yo prelado sea,

avisará, y espiritual socorro

jamás os faltará... No, nada tema.

La Vírgen de los Ángeles os cubre

con su manto, será vuestra defensa

el ángel del Señor.

Leonor.

Mas mis hermanos...

ó bandidos tal vez...

Guardian.

Y ¿quién pudiera

atreverse, hija mia, sin que al punto

sobre él tronára la venganza eterna?

Cuando vivió la penitente antigua

en ese mismo sitio, á donde os lleva

gracia especial del brazo omnipotente,

[p. 49]tres malhechores con audacia ciega

llegar quisieron al albergue santo;

al momento una horrísona tormenta

se alzó, enlutando el indignado cielo,

y un rayo desprendido de la esfera

hizo ceniza á dos de los bandidos,

y el tercero, temblando, á nuestra iglesia

acogióse, vistió el escapulario

abrazando contrito nuestra regla,

y murió á los dos meses.

Leonor.

Bien: ¡oh Padre!

pues que encontré donde esconderme pueda

á los ojos del mundo, conducidme,

sin tardanza llevadme...

Guardian.

Al punto sea,

que ya la luz del alba se avecina.

Mas antes entraremos en la iglesia;

recibireis mi absolucion y luego

el pan de vida y de salud eterna.

Vestireis el sayal de San Francisco,

y os daré avisos que importaros puedan

para la santa y penitente vida,

á que con gloria tanta estais resuelta.

ESCENA VIII.

Guardian.

¡Hola!... Hermano Meliton.

¡Hola!... despierte le digo;

de la iglesia abra el postigo.

Meliton.

(Dentro.) ¿Pues qué, ya las cinco son?...

(Sale bostezando.)

Apostaré á que no han dado. (Bosteza.)

Guardian.

La iglesia abra.

Meliton.

No es de dia.

Guardian.

¿Replica?... Por vida mia...

Meliton.

¿Yo?... en mi vida he replicado.

[p. 50]Bien podia el penitente

hasta las cinco esperar;

difícil será encontrar

un pecador tan urgente. (Váse.)

Guardian.

(Conduciendo á Leonor hácia la iglesia.)

Vamos al punto, vamos;

en la casa de Dios, hermana, entremos,

su nombre bendigamos,

en su misericordia confiemos.

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA.


[p. 51]

JORNADA TERCERA.


La escena es en Italia, en Beletri y sus alrededores.

ESCENA PRIMERA.

El teatro representa una sala corta, alojamiento de oficiales abandonados. En las paredes estarán colgados en desórden uniformes, capotes, sillas de caballos, armas, etc.; en medio habrá una mesa con tapete verde, dos candeleros de bronce con velas de sebo, los cuatro oficiales alrededor, y uno de ellos con la baraja en la mano, y habrá otras sillas desocupadas.

Pedraza.

(Entra muy de prisa.) ¡Qué frio está esto!

Oficial 1.º

Todos se han ido en cuanto me han desplumado: no he conseguido tirar una buena talla.

Pedraza.

Pues precisamente va á venir un gran punto, y si ve esto tan desierto y frio...

Oficial 1.º

¿Y quién es el pájaro?

Todos.

¿Quién?

Pedraza.

El ayudante del general, ese teniente coronel que ha llegado esta tarde con la órden de que al amanecer estemos sobre las armas. Es gran aficionado, tiene mucho rumbo, y á lo que parece es blanquito. Hemos cenado juntos en casa de la coronela, á quien ya le está echando requiebros, y el taimado de nuestro capellan le marcó por suyo. Le convidó con que viniera á jugar, y ya lo trae hácia aquí.

Oficial 1.º

Pues señores, ya es este otro cantar. Ya vamos á ser todos unos... ¿Me entienden ustedes?

[p. 52]Todos.

Sí, sí, muy bien pensado.

Oficial 2.º

Como que es de plana mayor, y será contrario de los pobres pilíes.

Oficial 4.º

Á él, y duro.

Oficial 1.º

Pues para jugar con él tengo baraja preparada, más obediente que un recluta, y más florida que el mes de Mayo. (Saca una baraja del bolsillo.) Y aquí está.

Oficial 3.º

¡Qué fino es usted, camarada!

Oficial 1.º

No hay que jugar ases ni figuras. Y al avío, que ya suena gente en la escalera. Tiro, tres á la derecha, nueve á la izquierda.

ESCENA II.

Don Cárlos de Vargas y el Capellan.

Capellan.

Aquí viene, compañeros,

un rumboso aficionado.

Todos.

Sea, pues, muy bien llegado.

(Levantándose y volviéndose á sentar.)

D. Cárlos.

Buenas noches, caballeros.

¡Qué casa tan indecente! (Aparte.)

Estoy, vive Dios, corrido,

de verme comprometido

á alternar con esta gente.

Oficial 1.º

Sentaos.

(Se sienta Don Cárlos, haciéndole todos lugar.)

Capellan.

Señor capitan, (Al banquero.)

¿y el concurso?

Oficial 1.º

Se afufó (Barajando.)

en cuanto me desbancó.

Toditos repletos van.

Se declaró un juego eterno

que no he podido quebrar,

y siempre salió á ganar

una sota del infierno.

[p. 53]Veinte y dos veces salió

y jamás á la derecha.

Oficial 2.º

El que nunca se aprovecha

de tales gangas soy yo.

Oficial 3.º

Y yo en el juego contrario

me empeñé, que nada ví,

y ya solo estoy aquí

para rezar el rosario.

Capellan.

Vamos.

Pedraza.

Vamos.

Oficial 1.º

Tiro.

D. Cárlos.

Juego.

Oficial 1.º

Tiro, á la derecha el as,

y á la izquierda la sotita.

Oficial 2.º

Ya salió la muy maldita.

Por vida de Barrabás...

Oficial 1.º

Rey á la derecha, nueve

á la izquierda.

D. Cárlos.

Yo lo gano.

Oficial 1.º

¡Tengo apestada la mano! (Paga.)

Tres onzas, nada se debe.

Á la derecha la sota.

Oficial 4.º

Ya quebró.

Oficial 3.º

Pegarle fuego.

Oficial 1.º

Á la izquierda siete.

D. Cárlos.

Juego.

Oficial 2.º

Solo el verlo me rebota.

D. Cárlos.

Copo.

Capellan.

¿Con carta tapada?

Oficial 1.º

Tiro, á la derecha el tres.

Pedraza.

¡Qué bonita carta es!

Oficial 1.º

Cuando sale descargada.

Á la izquierda el cinco.

D. Cárlos.

(Levantándose y sujetando la baraja.)

No,

con tiento, señor banquero,

[p. 54](Vuelve su carta.)

que he ganado mi dinero,

y trampas no sufro yo.

Oficial 1.º

¿Cómo trampas?... ¿Quién osar?...

D. Cárlos.

Yo; pegado tras del cinco

está el caballo, buen brinco

le hicísteis, amigo, dar.

Oficial 1.º

Soy hombre pundonoroso,

y esto una casualidad...

D. Cárlos.

Esta es una iniquidad,

vos un taimado tramposo.

Pedraza.

Sois un loco, un atrevido.

D. Cárlos.

Vos un vil, y con la espada...

Todos.

Esta es una casa honrada.

Capellan.

Por Dios no hagamos ruido.

D. Cárlos.

(Echando á rodar la mesa.)

Abreviemos de razones.

Todos.

(Tomando las espadas.)

Muera, muera el insolente.

D. Cárlos.

(Sale defendiéndose.)

¿Qué puede con un valiente

una cueva de ladrones?

(Vánse acuchillando, y dos ó tres soldados retiran la mesa, las sillas y desembarazan la escena.)

ESCENA III.

El teatro representa una selva en noche muy oscura. Aparece al fondo Don Álvaro, solo, vestido de capitan de granaderos, se acerca lentamente, y dice con gran agitacion.

Don Álvaro, solo.

¡Qué carga tan insufrible

es el ambiente vital,

para el mezquino mortal

que nace en signo terrible!

[p. 55]¡Qué eternidad tan horrible

la breve vida! Este mundo

¡qué calabozo profundo,

para el hombre desdichado

á quien mira el cielo airado

con su ceño furibundo!

Parece, sí, que á medida

que es más dura y más amarga,

más extiende, más alarga

el destino nuestra vida.

Si nos está concedida

solo para padecer,

y debe muy breve ser

la del feliz, como en pena

de que su objeto no llena;

¡terrible cosa es nacer!

Al que tranquilo, gozoso

vive entre aplausos y honores,

y de inocentes amores

apura el cáliz sabroso;

cuando es más fuerte y brioso,

la muerte sus dichas huella,

sus venturas atropella;

y yo que infelice soy,

yo que buscándola voy,

no puedo encontrar con ella.

Mas ¿cómo la he de obtener,

¡desventurado de mí!

pues cuando infeliz nací,

nací para envejecer?

Si aquel dia de placer

(que uno solo he disfrutado)

fortuna hubiese fijado,

¡cuán pronto muerte precoz,

con su guadaña feroz

mi cuello hubiera segado!

[p. 56]Para engalanar mi frente,

allá en la abrasada zona

con la espléndida corona

del imperio de occidente,

amor y ambicion ardiente

me engendraron de concierto.

Pero con tal desacierto,

con tan contraria fortuna,

que una cárcel fué mi cuna,

y fué mi escuela el desierto.

Entre bárbaros crecí,

y en la edad de la razon,

á cumplir la obligacion

que un hijo tiene acudí:

mi nombre ocultando fuí

(que es un crímen) á salvar

la vida, y así pagar

á los que á mí me la dieron,

que un trono soñando vieron,

y un cadalso al despertar.

Entonces risueño un dia,

¡uno solo, nada más!

me dió el destino; quizás

con intencion más impía.

Así en la cárcel sombría

mete una luz el sayon,

con la tirana intencion

de que un punto el preso vea

el horror que le rodea

en su espantosa mansion.

¡¡¡Sevilla!!! ¡¡¡Guadalquivir!!!

¡Cuán atormentais mi mente!...

¡Noche en que ví de repente

mis breves dichas huir!...

¡Oh qué carga es el vivir!...

Cielos, saciad el furor...

[p. 57]Socórreme, mi Leonor,

gala del suelo andaluz,

que ya eres ángel de luz,

junto al trono del Señor.

Mírame desde tu altura

sin nombre en extraña tierra,

empeñado en una guerra,

por ganar mi sepultura.

¿Qué me importa por ventura

que triunfe Cárlos ó no?

¿Qué tengo de Italia en pró?

¿Qué tengo? ¡terrible suerte!

Que en ella reina la muerte,

y á la muerte busco yo.

¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña

el que elogia mi ardor ciego,

viéndome siempre en el fuego

de esta extranjera campaña!

Llámanme la prez de España,

y no saben que mi ardor

solo es falta de valor,

pues busco ansioso el morir

por no osar el resistir

de los astros el furor.

Si el mundo colma de honores

al que mata á su enemigo,

el que lo lleva consigo

¿por qué no puede?...

(Óyese ruido de espadas.)

D. Cárlos.

(Dentro.)¡¡¡Traidores!!!

Voces.

(Dentro.) ¡Muera!

D. Cárlos.

(Dentro.)¡Viles!

D. Álvaro.

(Sorprendido.)¡Qué clamores!

D. Cárlos.

(Dentro.) ¡¡¡Socorro!!!

D. Álvaro.

(Desenvainando la espada.)

Dárselo quiero,

[p. 58]que oigo crujir el acero;

y si á los peligros voy

porque desgraciado soy,

tambien voy por caballero.

(Éntrase; suena ruido de espadas; atraviesan dos hombres la escena como fugitivos, y vuelven á salir Don Álvaro y Don Cárlos.)

ESCENA IV.

Don Álvaro y Don Cárlos, con las espadas desnudas.

D. Álvaro.

Huyeron... ¿Estais herido?

D. Cárlos.

Mil gracias os doy, señor;

sin vuestro heróico valor

de cierto estaba perdido;

y no fuera maravilla:

eran siete contra mí,

y cuando grité me ví

en tierra ya una rodilla.

D. Álvaro.

¿Y herido estais?

D. Cárlos.

(Reconociéndose.)Nada siento.

(Envainan.)

D. Álvaro.

¿Quiénes eran?

D. Cárlos.

Asesinos.

D. Álvaro.

¿Cómo osaron tan vecinos

de un militar campamento?...

D. Cárlos.

Os lo diré francamente;

fué contienda sobre el juego.

Entré sin pensarlo ciego

en un casuco indecente...

D. Álvaro.

Ya caigo, aquí á mano diestra...

D. Cárlos.

Sí.

D. Álvaro.

Que extrañe perdonad,

que un hombre de calidad,

cual vuestro esfuerzo demuestra,

entrára en tal gazapon,

[p. 59]donde solo va la hez,

la canalla más soez,

de la milicia borron.

D. Cárlos.

Solo el ser recien llegado

puede, señor, disculparme:

vinieron á convidarme,

y accedí desalumbrado.

D. Álvaro.

¿Conque há poco estais aquí?

D. Cárlos.

Diez dias há que llegué

á Italia; dos solo que

al cuartel general fuí.

Y esta tarde al campamento

con comision especial

llegué de mi general,

para el reconocimiento

de mañana. Y si no fuera

por vuestra espada y favor

mi carrera sin honor

ya terminada estuviera.

Mi gratitud sepa, pues,

á quién la vida he debido,

porque el ser agradecido

la obligacion mayor es

para el hombre bien nacido.

D. Álvaro.

(Con indiferencia.) Al acaso.

D. Cárlos.

(Con expresion.)Que me deis

vuestro nombre á suplicaros

me atrevo. Y para obligaros,

primero el mio sabreis.

Siento no decir verdad: (Aparte.)

soy Don Félix de Avendaña,

que he venido á esta campaña

solo por curiosidad.

Soy teniente coronel,

y del general Briones

ayudante: relaciones

[p. 60]tengo de sangre con él.

D. Álvaro.

¡Qué franco es, y qué expresivo! (Aparte.)

me cautiva el corazon.

D. Cárlos.

Me parece que es razon

que sepa yo por quién vivo,

pues la gratitud es ley.

D. Álvaro.

Soy... Don Fadrique de Herreros,

capitan de granaderos

del regimiento del Rey.

D. Cárlos.

(Con gran admiracion y entusiasmo.)

¿Sois... ¡grande dicha es la mia!

del ejército español

la gloria, el radiante sol

de la hispana valentía?

D. Álvaro.

Señor...

D. Cárlos.

Desde que llegué

á Italia, solo elogiaros

y prez de España llamaros

por donde quiera escuché.

Y de español tan valiente

anhelaba la amistad.

D. Álvaro.

Con ella, señor, contad,

que me honrais muy altamente.

Y segun os he encontrado

contra tantos combatiendo

bizarramente, comprendo

que sereis muy buen soldado.

Y la gran cortesanía

que en vuestro trato mostrais,

dice á voces que gozais

de aventajada hidalguía.

(Empieza á amanecer.)

Venid, pues, á descansar

á mi tienda.

D. Cárlos.

Tanto honor

será muy corto, señor,

[p. 61]que el alba empieza á asomar.

(Se oye á lo lejos tocar generala á las bandas de tambores.)

D. Álvaro.

Y por todo el campamento,

de los tambores el son

convoca á la formacion.

Me voy á mi regimiento.

D. Cárlos.

Yo tambien, y á vuestro lado

asistiré en la pelea,

donde os admire y os vea

como á mi ejemplo y dechado.

D. Álvaro.

Favorecedor y amigo,

si sois cual cortés valiente,

yo de vuestro arrojo ardiente

seré envidioso testigo. (Vánse.)

ESCENA V.

El teatro representa un risueño campo de Italia, al amanecer; se verá á lo lejos el pueblo de Beletri y varios puestos militares; algunos cuerpos de tropas cruzan la escena, y luego sale una compañía de infantería con el capitan, el teniente y el subteniente: Don Cárlos sale á caballo con un ordenanza detrás, y coloca la compañía á un lado, avanzando una guerrilla al fondo del teatro.

D. Cárlos.

Señor capitan, permanecereis aquí hasta nueva órden; pero si los enemigos arrollan las guerrillas, y se dirigen á esa altura donde está la compañía de Cantabria, marchad á socorrerla á todo trance.

Capitan.

Está bien, cumpliré con mi obligacion. (Váse Don Cárlos.)

ESCENA VI.

Capitan.

Granaderos, en su lugar, descanso. Parece que lo entiende este ayudante.

(Salen los oficiales de las filas y se reunen mirando con un anteojo hácia donde suena rumor de fusilería.)

[p. 62]Teniente.

Se va galopando al fuego como un energúmeno, y la accion se empeña más y más.

Subteniente.

Y me parece que ha de ser muy caliente.

Capitan.

(Mirando con el anteojo.) Bien combaten los granaderos del Rey.

Teniente.

Como que llevan á la cabeza á la prez de España, al valiente Don Fadrique de Herreros, que pelea como un desesperado.

Subteniente.

(Tomando el anteojo y mirando con él.) Pues los alemanes cargan á la bayoneta y con brío; á Dios, que nos desalojan de aquel puesto. (Se aumenta el tiroteo.)

Capitan.

(Toma el anteojo.) Á ver, á ver... ¡Ay! si no me engaño, el capitan de granaderos del Rey ha caido ó muerto ó herido; lo veo claro, claro.

Teniente.

Yo distingo que se arremolina la compañía... y creo que retrocede.

Soldados.

Á ellos, á ellos.

Capitan.

Silencio. Firmes. (Vuelve á mirar con el anteojo.) Las guerrillas tambien retroceden.

Subteniente.

Uno corre á caballo hácia allá.

Capitan.

Sí, es el ayudante... Está reuniendo la gente y carga... ¡con qué denuedo!... nuestro es el dia.

Teniente.

Sí, veo huir á los alemanes.

Soldados.

Á ellos.

Capitan.

Firmes, granaderos. (Mira con el anteojo.) El ayudante ha recobrado el puesto, la compañía del Rey carga á la bayoneta y lo arrolla todo.

Teniente.

Á ver, á ver. (Toma el anteojo y mira.) Sí, cierto. Y el ayudante se apea del caballo, y retira en sus brazos al capitan Don Fadrique. No debe de estar más que herido; se lo llevan hácia Beletri.

Todos.

Dios nos le conserve, que es la flor del ejército.

Capitan.

Pero por este lado no va tan bien.—Teniente, vaya usted á reforzar con la mitad de la com[p. 63]pañía las guerrillas que están en esa cañada; que yo voy á acercarme á la compañía de Cantabria: vamos, vamos...

Soldados.

Viva España, viva España, viva Nápoles. (Marchan.)

ESCENA VII.

El teatro representa el alojamiento de un oficial superior; al frente estará la puerta de la alcoba practicable y con cortinas. Entra Don Álvaro herido y desmayado en una camilla llevada por cuatro granaderos, el cirujano á un lado, y Don Cárlos á otro lleno de polvo y como muy cansado; un soldado traerá la maleta de Don Álvaro y la pondrá sobre una mesa, colocarán la camilla en medio de la escena, mientras los granaderos entran en la alcoba, á hacer la cama.

D. Cárlos.

Con mucho, mucho cuidado,

dejadle aquí, y al momento

entrad á arreglar mi cama.

(Vánse á la alcoba dos de los soldados y quedan otros dos.)

Cirujano.

Y que haya mucho silencio.

D. Álvaro.

(Volviendo en sí.)

¿Dónde estoy? ¿dónde?

D. Cárlos.

(Con mucho cariño.)En Beletri,

á mi lado, amigo excelso.

Nuestra ha sido la victoria,

tranquilo estad.

D. Álvaro.

¡Dios eterno!

Con salvarme de la muerte,

¡qué gran daño me habeis hecho!

D. Cárlos.

No digais tal, Don Fadrique,

cuando tan vano me encuentro

de que salvaros la vida

me haya concedido el cielo.

D. Álvaro.

Ay Don Félix de Avendaña,

¡qué gran mal me habeis hecho!

(Se desmaya.)

[p. 64]Cirujano.

Otra vez se ha desmayado;

agua y vinagre.

D. Cárlos.

(Á uno de los soldados.)

Al momento.

¿Está de mucho peligro? (Al cirujano.)

Cirujano.

Este balazo del pecho,

en donde aún tiene la bala,

me dá muchísimo miedo:

lo que es las otras heridas

no presentan tanto riesgo.

D. Cárlos.

(Con gran vehemencia.)

Salvad su vida, salvadle;

apurad todos los medios

del arte, y os aseguro

tal galardon...

Cirujano.

Lo agradezco:

para cumplir con mi oficio

no necesito de cebo,

que en salvar á este valiente

interes muy grande tengo.

(Entra el soldado con un vaso de agua y vinagre. El Cirujano le rocía el rostro, y le aplica un pomito á las narices.)

D. Álvaro.

(Vuelve en sí.)

¡Ay!

D. Cárlos.

Ánimo, noble amigo,

cobrad ánimo y aliento:

pronto, muy pronto curado

y restablecido y bueno

volvereis á ser la gloria,

el norte de los guerreros.

Y á vuestras altas hazañas

el Rey dará todo el premio

que merece. Sí, muy pronto

lozano otra vez, cubierto

de palmas inmarchitables

y de laureles eternos,

con una rica encomienda

[p. 65]se adornará vuestro pecho,

de Santiago ó Calatrava.

D. Álvaro.

(Muy agitado.)

¿Qué escucho? ¿Qué? ¡Santo cielo!

¡Ah!... no, no de Calatrava:

jamás, jamás... ¡Dios eterno!

(Se desmaya.)

Cirujano.

Ya otra vez se desmayó:

sin quietud y sin silencio

no habrá forma de curarle.

Que no le hableis más os ruego.

(Á Don Cárlos.—Vuelve á darle agua y á aplicarle el pomito á las narices.)

D. Cárlos.

(Suspenso aparte.)

El nombre de Calatrava

¿qué tendrá? ¿qué tendrá... tiemblo,

de terrible á sus oidos?...

Cirujano.

No puede esperar más tiempo.

¿Aún no está lista la cama?

D. Cárlos.

(Mirando á la alcoba.)

Ya lo está.

(Salen los dos soldados.)

Cirujano.

(Á los cuatro soldados.)

Llevadle luego.

D. Álvaro.

¡Ay de mí! (Volviendo en sí.)

Cirujano.

Llevadle.

D. Álvaro.

(Haciendo esfuerzos.)Esperen.

Poco, por lo que en mí siento,

me queda ya de este mundo,

y en el otro pensar debo.

Mas antes de desprenderme

de la vida, de un gran peso

quiero descargarme. Amigo, (Á Don Cárlos.)

un favor tan solo anhelo.

Cirujano.

Si hablais, señor, no es posible...

D. Álvaro.

No volver á hablar prometo.

[p. 66]Pero solo una palabra,

y á él solo, que decir tengo.

D. Cárlos.

(Al Cirujano y soldados.)

Apartad, démosle gusto

dejadnos por un momento.

(Se retira el Cirujano y los asistentes á un lado.)

D. Álvaro.

Don Félix, vos solo, solo, (Dale la mano.)

cumplireis con lo que quiero

de vos exigir. Juradme

por la fé de caballero,

que hareis cuanto aquí os encargue,

con inviolable secreto.

D. Cárlos.

Yo os lo juro, amigo mio;

acabad, pues.

(Hace un esfuerzo Don Álvaro como para meter la mano en el bolsillo y no puede.)

D. Álvaro.

¡Ah!... no puedo.

Meted en este bolsillo

que tengo aquí al lado izquierdo

sobre el corazon, la mano.

(Lo hace Don Cárlos.)

¿Hallais algo en él?

D. Cárlos.

Sí, encuentro

una llavecita...

D. Álvaro.

Es esa.

(Saca Don Cárlos la llave.)

Con ella abrid, yo os lo ruego,

á solas y sin testigos,

una caja que en el centro

hallareis de mi maleta.

En ella con sobre y sello

un legajo hay de papeles;

custodiadlos con esmero,

y al momento que yo espire

los dareis, amigo, al fuego.

D. Cárlos.

¿Sin abrirlos?

D. Álvaro.

(Muy agitado.)

Sin abrirlos,

[p. 67]que en ellos hay un misterio

impenetrable... ¿Palabra

me dais, Don Félix, de hacerlo?

D. Cárlos.

Yo os la doy con toda el alma.

D. Álvaro.

Entonces tranquilo muero.

Dadme el postrimer abrazo,

y adios, adios.

Cirujano.

(Enfadado.)Al momento

á la alcoba. Y vos, Don Félix,

si es que teneis tanto empeño

en que su vida se salve,

haced que guarde silencio:

y excusad tambien que os vea,

pues se conmueve en extremo.

(Llévanse los soldados la camilla; entra tambien el Cirujano, y Don Cárlos queda pensativo y lloroso.)

ESCENA VIII.

D. Cárlos.

¿Ha de morir... ¡qué rigor!

tan bizarro militar?

Si no le puedo salvar

será eterno mi dolor.

Puesto que él me salvó á mí,

y desde el momento aquel

que guardó mi vida él,

guardar la suya ofrecí.

(Pausa.)

Nunca ví tanta destreza

en las armas, y jamás

otra persona de más

arrogancia y gentileza.

Pero es hombre singular;

y en el corto tiempo que

le trato, rasgos noté

que son dignos de extrañar.

(Pausa.)

Y de Calatrava el nombre

¿por qué así le horrorizó

[p. 68]cuando pronunciarlo oyó?...

¿Qué hallará en él que le asombre?

¡Sabrá que está deshonrado!...

Será un hidalgo andaluz...

¡Cielos!... ¡Qué rayo de luz

sobre mí habeis derramado

en este momento!... Sí.

¿Podrá ser este el traidor,

de mi sangre deshonor,

el que á buscar vine aquí?...

(Furioso y empuñando la espada.)

¿Y aún respira?... No, ahora mismo

á mis manos... ¿Dónde estoy?...

(Corre hácia la alcoba y se detiene.)

¿Ciego á despeñarme voy

de la infamia en el abismo?

Á quien mi vida salvó,

y que moribundo está,

¿matar inerme podrá

un caballero cual yo?

(Pausa.)

¿No puede falsa salir

mi sospecha?... Sí... ¿Quién sabe?...

Pero ¡cielos! esta llave

todo me lo va á decir.

(Se acerca á la maleta, la abre precipitado, y saca la caja poniéndola sobre la mesa.)

Salid, caja misteriosa,

del destino urna fatal,

á quien con sudor mortal

toca mi mano medrosa:

me impide abrirte el temblor

que me causa el recelar

que en tu centro voy á hallar

los pedazos de mi honor.

(Resuelto y abriendo.)

Mas no, que en tí mi esperanza,

la luz, que me dá el destino

[p. 69]está para hallar camino

que me lleve á la venganza.

(Abre y saca un legajo sellado.)

Ya el legajo tengo aquí.

¿Qué tardo el sello en romper?...

(Se contiene.)

¡Oh cielos! ¡Qué voy á hacer!

¿Y la palabra que dí?

Mas si la suerte me dá

tan inesperado medio

de dar á mi honor remedio,

el perderlo ¿qué será?

Si á Italia solo he venido

á buscar al matador

de mi padre y de mi honor,

con nombre y porte fingido,

¿qué importa que el pliego abra,

si lo que vine á buscar

á Italia, voy á encontrar?

Pero no, dí mi palabra.

Nadie, nadie aquí lo ve...

¡Cielos! lo estoy viendo yo.

Mas si él mi vida salvó,

tambien la suya salvé.

Y si es el infame indiano,

el seductor asesino,

¿no es bueno cualquier camino

por donde venga á mi mano?

Rompo esta cubierta, sí,

pues nadie lo ha de saber...

Mas ¡cielos!, ¿qué voy á hacer?

¿y la palabra que dí?

(Suelta el legajo.)

No, jamás. ¡Cuán fácilmente

nos pinta nuestra pasion

una infame y vil accion

como accion indiferente!

[p. 70]Á Italia vine anhelando

mi honor manchado lavar;

¿y mi empresa he de empezar

el honor amancillando?

Queda, oh secreto, escondido,

si en este legajo estás,

que un medio infame, jamás

lo usa el hombre bien nacido.

(Registrando la maleta.)

Si encontrar aquí pudiera

algun otro abierto indicio,

que sin hacer perjuicio

á mi opinion, me advirtiera...

(Sorprendido.)

¡Cielos!... le hay... esta cajilla,

(Saca una cajita como de retrato.)

que algun retrato contiene,

(Reconociéndola.)

ni sello, ni sobre tiene,

tiene solo una aldabilla.

Hasta sin ser indiscreto

reconocerla me es dado:

nada de ella me han hablado,

ni rompo ningun secreto.

Ábrola, pues, en buen hora,

aunque un basilisco vea:

aunque para el mundo sea

caja fatal de Pandora.

(La abre, y exclama muy agitado.)

¡Cielos!... no... no me engañé,

esta es mi hermana Leonor...

¿para qué prueba mayor?...

Con la más clara encontré.

Ya está todo averiguado;

Don Álvaro es el herido.

Brújula el retrato ha sido

que mi norte me ha marcado.

[p. 71]¿Y la infame... me atribulo,

con él en Italia tiene?...

Descubrirlo me conviene

con astucia y disimulo.

¡Cuán feliz será mi suerte

si la venganza y castigo

solos de un golpe consigo,

á los dos dando la muerte!...

Mas... ¡ah!... no me precipite

mi honra, cielos, ofendida.

Guardad á este hombre la vida

para que yo se la quite.

(Vuelve á colocar los papeles y el retrato en la maleta. Se oye ruido, y queda suspenso.)

ESCENA IX.

El cirujano, que sale muy contento.

Cirujano.

Albricias pediros quiero;

ya le he sacado la bala,

(Se la enseña.)

y no es la herida tan mala

cual me pareció primero.

D. Cárlos.

(Le abraza fuera de sí.)

¿De veras?... Feliz me haceis:

por ver bueno al capitan,

tengo, amigo, más afan

del que imaginar podeis.

FIN DE LA JORNADA TERCERA.


[p. 72]

JORNADA CUARTA.


La escena es en Beletri.

ESCENA PRIMERA.

El teatro representa una sala corta, de alojamiento militar.

Don Álvaro y Don Cárlos.

D. Cárlos.

Hoy que vuestra cuarentena

dichosamente cumplís,

de salud ¿cómo os sentís?

¿Es completamente buena?...

¿Reliquia alguna notais

de haber tanto padecido?

¿Del todo restablecido,

y listo y fuerte os hallais?

D. Álvaro.

Estoy como si tal cosa;

nunca tuve más salud,

y á vuestra solicitud

debo mi cura asombrosa.

Sois excelente enfermero:

ni una madre por un hijo

muestra un afan más prolijo,

tan gran cuidado y esmero.

D. Cárlos.

En extremo interesante

me era la vida salvaros.

D. Álvaro.

Y ¿con qué, amigo, pagaros

podré interes semejante?

[p. 73]Y aunque gran mal me habeis hecho

en salvar mi amarga vida,

será eterna y sin medida

la gratitud de mi pecho.

D. Cárlos.

¿Y estais tan repuesto y fuerte,

que sin ventaja pudiera

un enemigo cualquiera?...

D. Álvaro.

Estoy, amigo, de suerte,

que en casa del coronel

he estado ya á presentarme,

y de alta acabo de darme

ahora mismo en el cuartel.

D. Cárlos.

¿De veras?

D. Álvaro.

¿Os enojais,

porque ayer no os dije acaso

que iba hoy á dar este paso?

Como tanto me cuidais

que os opusiérais temí:

y estando sano, en verdad,

vivir en la ociosidad

no era honroso para mí.

D. Cárlos.

¿Conque ya no os duele nada,

ni hay asomo de flaqueza

en el pecho, en la cabeza,

ni en el brazo de la espada?

D. Álvaro.

No... Pero parece que

algo, amigo, os atormenta,

y que acaso os descontenta

el que yo tan bueno esté.

D. Cárlos.

¡Al contrario!... Al veros bueno,

capaz de entrar en accion,

palpita mi corazon

del placer más alto lleno.

Solamente no quisiera

que os engañara el valor,

y que el personal vigor

[p. 74]en una ocasion cualquiera...

D. Álvaro.

¿Quereis pruebas?

D. Cárlos.

(Con vehemencia.)Las deseo.

D. Álvaro.

Á la descubierta vamos

de mañana, y enredamos

un rato de tiroteo.

D. Cárlos.

La prueba se puede hacer,

pues que estais fuerte, sin ir

tan lejos á combatir,

que no hay tiempo que perder.

D. Álvaro.

No os entiendo... (Confuso.)

D. Cárlos.

¿No tendreis,

sin ir á los imperiales,

enemigos personales

con quien probaros podreis?

D. Álvaro.

¿Á quién le faltan?—Mas no

lo que me decís comprendo.

D. Cárlos.

Os lo está á voces diciendo

más la conciencia que yo.

Disimular fuera en vano...

vuestra turbacion es harta...

¿Habeis recibido carta

de Don Álvaro el indiano?

D. Álvaro.

(Fuera de sí.)

¡Ah traidor!... ¡Ah fementido!

violaste infame un secreto,

que yo débil, yo indiscreto,

moribundo... inadvertido...

D. Cárlos.

¿Qué osais pensar?... Respeté

vuestros papeles sellados,

que los que nacen honrados

se portan cual me porté.

El retrato de la infame,

vuestra cómplice, os perdió,

y sin lengua me pidió

que el suyo y mi honor reclame.

Don Cárlos de Vargas soy,

[p. 75]que por vuestro crímen es

de Calatrava marqués:

temblad, que ante vos estoy.

D. Álvaro.

No sé temblar... Sorprendido,

sí, me teneis...

D. Cárlos.

No lo extraño.

D. Álvaro.

Y usurpar con un engaño

mi amistad, ¿honrado ha sido?

¡Señor marqués!...

D. Cárlos.

De esa suerte

no me permito llamar,

que solo he de titular

despues de daros la muerte.

D. Álvaro.

Aconteceros pudiera

sin el título morir.

D. Cárlos.

Vamos pronto á combatir,

quedemos ó dentro ó fuera.

Vamos donde mi furor...

D. Álvaro.

Vamos, pues, señor don Cárlos,

que si nunca fuí á buscarlos,

no evito lances de honor.

Mas esperad, que en el alma

del que goza de hidalguía,

no es furia la valentía,

y ésta obra siempre con calma.

Sabeis que busco la muerte,

que los riesgos solicito,

pero con vos necesito

comportarme de otra suerte.

Y explicaros...

D. Cárlos.

Es perder

tiempo toda explicacion.

D. Álvaro.

No os negueis á la razon,

que suele funesto ser.

Pues trataron las estrellas

por raros modos de hacernos

[p. 76]amigos, ¿á qué oponernos

á lo que buscaron ellas?

Si nos quisieron unir

de mútuos y altos servicios

con los vínculos propicios,

no fué, no, para reñir.

Tal vez fué para enmendar

la desgracia inevitable,

de que no fuí yo culpable.

D. Cárlos.

¿Y me la osais recordar?

D. Álvaro.

¿Temeis que vuestro valor

se disminuya y se asombre,

si halla en su contrario un hombre

de nobleza y pundonor?

D. Cárlos.

¡Nobleza un aventurero!

¡Honor un desconocido!

¡Sin padre, sin apellido,

advenedizo, altanero!

D. Álvaro.

¡Ay, que ese error á la muerte,

por más que lo evité yo,

á vuestro padre arrastró!...

no corrais la misma suerte.

Y que infundados agravios

é insultos no ofenden, muestra

el que está ociosa mi diestra

sin arrancaros los labios.

Si un secreto misterioso

romper hubiera podido,

¡oh!... cuán diferente sido...

D. Cárlos.

Guardadlo, no soy curioso.

Que solo anhelo venganza,

y sangre.

D. Álvaro.

¿Sangre?... La habrá.

D. Cárlos.

Salgamos al campo ya.

D. Álvaro.

Salgamos sin más tardanza.

(Deteniéndose.)

[p. 77]Mas, Don Cárlos... ¡ah! ¿podreis

sospecharme con razon

de falta de corazon?

No, no, que me conoceis.

Si el orgullo, principal

y tan poderoso agente

en las acciones del ente

que se dice racional

satisfecho tengo ahora,

esfuerzos no he de omitir,

hasta aplacar conseguir

ese furor que os devora.

Pues mucho repugno yo

el desnudar el acero

con el hombre que primero

dulce amistad me inspiró.

Yo á vuestro padre no herí,

le hirió solo su destino,

y yo, á aquel ángel divino,

ni seduje, ni perdí.

Ambos nos están mirando:

desde el cielo, mi inocencia

ven, esa ciega demencia

que os agita, condenando.

D. Cárlos.

(Turbado.)

¿Pues qué?... ¿Mi hermana?... ¿Leonor?...

(Que con vos aquí no está

lo tengo aclarado ya.)

Mas ¿cuándo ha muerto?... ¡Oh furor!

D. Álvaro.

Aquella noche terrible

llevándola yo á un convento,

exánime, y sin aliento,

se trabó un combate horrible

al salir del olivar

entre mis fieles criados

y los vuestros irritados,

[p. 78]y no la pude salvar.

Con tres heridas caí,

y un negro de puro fiel

(fidelidad bien cruel)

veloz me arrancó de allí,

falto de sangre y sentido:

tuve en Gelves larga cura,

con accesos de locura:

y apenas restablecido

ansioso empecé á indagar

de mi único bien la suerte;

y supe ¡ay Dios! que la muerte

en el oscuro olivar...

D. Cárlos.

(Resuelto.)

Basta, imprudente impostor;

¿y os preciais de caballero?...

¿Con embrollo tan grosero

quereis calmar mi furor?

Deponed tan necio engaño:

despues del funesto dia,

en Córdoba con su tia,

mi hermana ha vivido un año.

Dos meses há que fuí yo

á buscarla, y no la hallé.

Pero de cierto indagué

que al verme llegar huyó.

Y el perseguirla he dejado,

porque sabiendo yo allí

que vos estábais aquí,

me llamó mayor cuidado.

D. Álvaro.

(Muy conmovido.)

¡Don Cárlos!... ¡Señor!... ¡amigo!

¡Don Félix! ¡ah!... Tolerad

que el nombre que en amistad

tan tierno os unió conmigo

use en esta situacion.

¡Don Félix!... soy inocente;

[p. 79]bien lo podeis ver patente

en mi nueva agitacion.

¡Don Félix!... ¡Don Félix!... ¡ah!...

¿Vive?... ¿vive?... ¡Oh justo Dios!

D. Cárlos.

Vive; y ¿qué os importa á vos?

muy pronto no vivirá.

D. Álvaro.

Don Félix, mi amigo; sí.

Pues que vive vuestra hermana

la satisfaccion es llana

que debeis tomar de mí.

Á buscarla juntos vamos;

muy pronto la encontraremos,

y en santo nudo estrechemos

la amistad que nos juramos.

¡Oh!... Yo os ofrezco, yo os juro

que no os arrepentireis,

cuando á conocer llegueis

mi orígen excelso y puro.

Al primer grande español

no le cedo en jerarquía,

es más alta mi hidalguía

que el trono del mismo sol.

D. Cárlos.

¿Estais, Don Álvaro, loco?

¿Qué es lo que pensar osais?

¿Qué proyectos abrigais?

¿me teneis á mí en tan poco?

Ruge entre los dos un mar

de sangre... ¿Yo al matador

de mi padre y de mi honor

pudiera hermano llamar?

¡Oh afrenta! Aunque fuérais rey.

Ni la infame ha de vivir.

No, tras de vos va á morir,

que es de mi venganza ley.

Si á mí vos no me matais,

al punto la buscaré,

[p. 80]y la misma espada que

con vuestra sangre tiñais,

en su corazon...

D. Álvaro.

Callad.

Callad... ¿Delante de mí

osásteis?...

D. Cárlos.

Lo juro, sí;

lo juro...

D. Álvaro.

¿El qué?... Continuad.

D. Cárlos.

La muerte de la malvada,

en cuanto acabe con vos.

D. Álvaro.

Pues no será, vive Dios,

que tengo brazo y espada.

Vamos... Libertarla anhelo

de su verdugo. Salid.

D. Cárlos.

Á vuestra tumba venid.

D. Álvaro.

Demandad perdon al cielo.

ESCENA II.

El teatro representa la plaza principal de Beletri: á un lado y otro se ven tiendas y cafés, en medio puestos de frutas y verduras, al fondo la guardia del principal, y el centinela paseándose delante del armero; los oficiales en grupos á una parte y otra, y la gente del pueblo cruzando en todas direcciones. El teniente, subteniente y Pedraza se reunirán á un lado de la escena, mientras los oficiales 1.º, 2.º, 3.º y 4.º hablan entre sí, despues de leer un edicto que está fijado en una esquina, y que llama la atencion de todos.

Oficial 1.º

El rey Cárlos de Nápoles no se chancea: pena de muerte nada ménos.

Oficial 2.º

¿Cómo pena de muerte?

Oficial 3.º

Hablamos de la ley que se acaba de publicar, y que allí está para que nadie la ignore, sobre desafíos.

Oficial 2.º

Ya, ciertamente es un poco dura.

Oficial 3.º

Yo no sé cómo un rey tan valiente y jóven puede ser tan severo contra los lances de honor.

[p. 81]Oficial 1.º

Amigo, es que cada uno arrima el ascua á su sardina, y como siempre los desafíos suelen ser entre españoles y napolitanos, y estos llevan lo peor, el rey, que al cabo es rey de Nápoles...

Oficial 2.º

No, esas son fanfarronadas; pues hasta ahora no han llevado siempre lo peor los napolitanos; acordaos del mayor Caraciolo, que despabiló á dos oficiales.

Todos.

Eso fué una casualidad.

Oficial 1.º

Lo cierto es que la ley es dura; pena de muerte por batirse, pena de muerte por ser padrino, pena de muerte por llevar cartas; qué sé yo: pues el primero que caiga...

Oficial 2.º

No, no es tan rigurosa.

Oficial 1.º

¿Cómo no? Vean ustedes. Leamos otra vez.

(Se acercan á leer el edicto y se adelantan en la escena los otros.)

Subteniente.

¡Hermoso dia!

Teniente.

Hermosísimo. Pero pica mucho el sol.

Pedraza.

Buen tiempo para hacer la guerra.

Teniente.

Mejor es para los heridos convalecientes. Yo me siento hoy enteramente bueno de mi brazo.

Subteniente.

Tambien parece que el valiente capitan de granaderos del Rey está enteramente restablecido. ¡Bien pronto se ha curado!

Pedraza.

¿Se ha dado ya de alta?

Teniente.

Sí, esta mañana. Está como si tal cosa; un poco pálido, pero fuerte. Hace un rato que le encontré; iba como hácia la Alameda á dar un paseo, con su amigote el ayudante Don Félix de Avendaña.

Subteniente.

Bien puede estarle agradecido, pues además de haberle sacado del campo de batalla, le ha salvado la vida con su prolija y esmerada asistencia.

[p. 82]Teniente.

Tambien puede dar gracias á la habilidad del doctor Perez, que se ha acreditado de ser el mejor cirujano del ejército.

Subteniente.

Y no lo perderá; pues segun dicen, el ayudante, que es muy rico y generoso, le va á hacer un gran regalo.

Pedraza.

Bien puede; pues segun me ha dicho un sargento de mi compañía, andaluz, el tal Don Félix está aquí con nombre supuesto, y es un marqués riquísimo de Sevilla.

Todos.

¿De veras?

(Se oye ruido; todos se ponen de pié y se arremolinan mirando hácia el mismo lado.)

Teniente.

¡Hola! ¿Qué alboroto es aquel?

Subteniente.

Veamos... Sin duda algun preso. Pero, ¡Dios mio! ¿Qué veo?

Pedraza.

¿Qué es aquello?

Teniente.

¿Estoy soñando?... ¿No es el capitan de granaderos del Rey el que traen preso?

Todos.

No hay duda, es el valiente Don Fadrique.

(Se agrupan todos sobre el primer bastidor de la derecha, por donde sale el capitan preboste y cuatro granaderos, y en medio de ellos preso sin espada ni sombrero Don Álvaro; y atravesando la escena, seguidos por la multitud, entran en el cuerpo de guardia que está al fondo; mientras tanto se desembaraza el teatro.—Todos vuelven á la escena, ménos Pedraza que entra en el cuerpo de guardia.)

Teniente.

Pero, señor, ¿qué será esto? ¿Preso el militar más valiente, más pundonoroso y más exacto que tiene el ejército?

Subteniente.

Ciertamente es cosa muy rara.

Teniente.

Vamos á averiguar...

Subteniente.

Ya viene aquí Pedraza, que sale del cuerpo de guardia, y sabrá algo. Hola, Pedraza, ¿qué ha sido?

Pedraza.

(Señalando al edicto, y se reune más gente á los cuatro oficiales.)

Muy mala causa tiene. Desafío... El[p. 83] primero que quebranta la ley: desafío y muerte.

Todos.

¡¡¡Cómo!!! ¿Y con quién?

Pedraza.

¡Caso extrañísimo! El desafío ha sido con el teniente coronel Avendaña.

Todos.

¡Imposible!... ¡Con su amigo!

Pedraza.

Muerto le deja de una estocada ahí detrás del cuartel.

Todos.

¡Muerto!

Pedraza.

Muerto.

Oficial 1.º

Me alegro, que era un botarate.

Oficial 2.º

Un insultante.

Teniente.

Pues señores, ¡la ha hecho buena! Mucho me temo que va á estrenar aquella ley.

Todos.

¡Qué horror!

Subteniente.

Será una atrocidad. Debe haber alguna excepcion á favor de oficial tan valiente y benemérito.

Pedraza.

Sí, ya está fresco.

Teniente.

El capitan Herreros es con razon el ídolo del ejército. Y yo creo, que el general y el coronel, y los jefes todos, tanto españoles como napolitanos, hablarán al rey... y tal vez...

Subteniente.

El rey Cárlos es tan testarudo... y como este es el primer caso que ocurre, el mismo dia que se ha publicado la ley... No hay esperanza; esta noche misma se juntará el consejo de guerra, y antes de tres dias le arcabucean... Pero, ¿sobre qué habrá sido el lance?

Pedraza.

Yo no sé, nada me han dicho. Lo que es el capitan tiene malas pulgas, y su amigote era un poco caliente de lengua.

Ofic. 1.º y 4.º

Era un charlatan, un fanfarron.

Subteniente.

En el café han entrado algunos oficiales del regimiento del Rey, sabrán sin duda todo el lance; vamos á hablar con ellos.

Todos.

Sí, vamos.

[p. 84]ESCENA III.

El teatro representa el cuarto de un oficial de guardia; se verá á un lado el tabladillo y el colchon, y en medio habrá una mesa y sillas de paja. Entran en la escena

Don Álvaro y el capitan.

Capitan.

Como la mayor desgracia

juzgo, amigo y compañero,

el estar hoy de servicio

para ser alcaide vuestro.

Resignacion, Don Fadrique,

tomad una silla os ruego.

(Se sienta Don Álvaro.)

Y mientras yo esté de guardia

no mireis este aposento

como prision... Mas es fuerza;

pues órden precisa tengo,

que dos centinelas ponga

de vista...

D. Álvaro.

Yo os agradezco,

señor, tal cortesanía.

Cumplid, cumplid al momento

con lo que os tienen mandado,

y los centinelas luego

poned... Aunque más seguro

que de hombres y armas en medio,

está el oficial de honor

bajo su palabra... ¡Oh cielos!

(Coloca el capitan dos centinelas: un soldado entra luces, y se sientan el capitan y Don Álvaro junto á la mesa.)

Y en Beletri, ¿qué se dice?

¿Mil necedades diversas

se esparcirán, procurando

explicar mi suerte adversa?

[p. 85]Capitan.

En Beletri ciertamente

no se habla de otra materia.

Y aunque de aquí separarme

no puedo, como está llena

toda la plaza de gente,

que gran interes demuestra

por vos, á algunos he hablado...

D. Álvaro.

Y bien, ¿qué dicen, qué piensan?

Capitan.

La amistad íntima todos,

que os enlazaba, recuerdan,

con Don Félix... Y las causas

que la hicieron tan estrecha,

y todos dicen...

D. Álvaro.

Entiendo.

Que soy un mónstruo, una fiera.

Que á la obligacion más santa

he faltado. Que mi ciega

furia ha dado muerte á un hombre

á cuyo arrojo y nobleza

debí la vida en el campo;

y á cuya nimia asistencia

y esmero debí mi cura,

dentro de su casa mesma.

Al que como tierno hermano...

¡Cómo hermano!... ¡Suerte horrenda!

¿Cómo hermano?... ¡Debió serlo!

Yace convertido en tierra

por no serlo... ¡Y yo respiro!

¿Y aún el suelo me sustenta?...

¡Ay! ¡ay de mí!

(Se dá una palmada en la frente, y queda en la mayor agitacion.)

Capitan.

Perdonadme

si con mis noticias necias...

D. Álvaro.

Yo le amaba... ¡Ah, cuál me aprieta

el corazon una mano

[p. 86]de hierro ardiente! La fuerza

me falta... ¡Oh Dios! ¡qué bizarro,

con qué noble gentileza

entre un diluvio de balas

se arrojó, viéndome en tierra,

á salvarme de la muerte!

¡Con cuánto afan y terneza

pasó las noches y dias

sentado á mi cabecera!

(Pausa.)

Capitan.

Anuló sin duda tales

servicios con un agravio.

Diz que era un poco altanero,

picajoso, temerario;

y un hombre cual vos...

D. Álvaro.

No, amigo;

cuanto de él se diga es falso.

Era un digno caballero

de pensamientos muy altos.

Retóme con razon harta,

y yo tambien le he matado

con razon. Sí, si aún viviera

fuéramos de nuevo al campo,

él á procurar mi muerte,

yo á esforzarme por matarlo.

Ó él ó yo solo en el mundo,

pero imposible en él ambos.

Capitan.

Calmaos, señor Don Fadrique:

aún no estais del todo bueno

de vuestras nobles heridas,

y que os pongais malo temo.

D. Álvaro.

¿Por qué no quedé en el campo

de batalla como bueno?

con honra acabado hubiera.

Y ahora ¡oh Dios!... la muerte anhelo,

y la tendré... ¿pero cómo?

en un patíbulo horrendo,

[p. 87]por infractor de las leyes,

de horror ó de burla objeto.

Capitan.

¿Qué decís?... No hemos llegado,

señor, á tan duro extremo;

aún puede haber circunstancias

que justifiquen el duelo,

y entonces...

D. Álvaro.

No, no hay ninguna.

Soy homicida, soy reo.

Capitan.

Mas segun tengo entendido

(ahora de mi regimiento

me lo ha dicho el ayudante),

los generales de acuerdo

con todos los coroneles

han ido sin perder tiempo

á echarse á los piés del rey,

que es benigno, aunque severo,

para pedirle...

D. Álvaro.

(Conmovido.)¿De veras?

Con el alma lo agradezco,

y el interes de los jefes

me honra y me confunde á un tiempo.

Pero ¿por qué han de empeñarse

militares tan excelsos,

en que una excepcion se haga

á mi favor, de un decreto

sabio, de üna ley tan justa,

á que yo falté el primero?

Sirva mi pronto castigo

para saludable ejemplo.

Muerte, es mi destino, muerte.

Porque la muerte merezco,

porque es para mí la vida

aborrecible tormento.

Mas ¡ay de mí sin ventura!

¿cuál es la muerte que espero?

[p. 88]La del criminal, sin honra,

¡¡¡en un patíbulo!!!... ¡¡¡Cielos!!!

(Se oye un redoble.)

ESCENA IV.

los mismos y el sargento.

Sargento.

Mi capitan...

Capitan.

¿Qué se ofrece?

Sargento.

El mayor...

Capitan.

Voy al momento. (Váse.)

ESCENA V.

D. Álvaro.

¡Leonor! ¡Leonor! Si existes, desdichada,

¡oh qué golpe te espera,

cuando la nueva fiera

te llegue á donde vives retirada,

de que la misma mano,

la mano ¡ay triste! mia,

que te privó de padre y de alegría

acaba de privarte de un hermano!

No; te ha librado, sí, de un enemigo,

de un verdugo feroz, que por castigo

de que diste en tu pecho

acogida á mi amor, verlo deshecho,

y roto y palpitante

preparaba anhelante,

y con su brazo mismo

de su venganza hundirte en el abismo.

Respira, sí, respira,

que libre estás de su tremenda ira.

(Pausa.)

¡Ay de mí! tú vivias,

y yo lejos de tí, muerte buscaba;

[p. 89]y sin remedio las desgracias mias

despechado juzgaba:

mas tú vives, mi cielo,

y aún aguardo un instante de consuelo.

Y ¿qué espero? ¡infeliz! de sangre un rio

que yo no derramé, serpenteaba

entre los dos; mas ahora el brazo mio

en mar inmenso de tornarlo acaba.

¡Hora de maldicion, aciaga hora

fué aquella en que te ví la vez primera

en el soberbio templo de Sevilla,

como un ángel bajado de la esfera,

en donde el trono del Eterno brilla!

¡Qué porvenir dichoso

vió mi imaginacion por un momento,

que huyó tan presuroso

como al soplar de repentino viento

las torres de oro, y montes argentinos,

y colosos, y fúlgidos follajes

que forman los celajes

en otoño á los rayos matutinos!

(Pausa.)

Mas ¡en qué espacio vago, en qué regiones

fantásticas! ¿Qué espero?

Dentro de breves horas,

lejos de mundanales afecciones

vanas y engañadoras,

iré de Dios al tribunal severo.

(Pausa.)

¿Y mis padres?... Mis padres desdichados

aún yacen encerrados

en la prision horrenda de un castillo...

cuando con mis hazañas y proezas

pensaba restaurar su nombre y brillo

y rescatar sus míseras cabezas.

No me espera más suerte

que como criminal, infame muerte.

(Queda sumergido en el despecho.)

[p. 90]ESCENA VI.

Don Álvaro y el capitan.

Capitan.

Hola, amigo y compañero...

D. Álvaro.

¿Vais á darme alguna nueva?

¿Para cuándo convocado

está el consejo de guerra?

Capitan.

Dicen que esta noche misma

debe reunirse á gran priesa...

De hierro, de hierro tiene

el rey Cárlos la cabeza.

D. Álvaro.

Es un valiente soldado,

es un gran rey.

Capitan.

Mas pudiera

no ser tan tenaz y duro.

Pues nadie, nadie le apea

en diciendo no.

D. Álvaro.

En los reyes

la debilidad es mengua.

Capitan.

Los jefes y generales

que hoy en Beletri se encuentran

han estado en cuerpo á verle,

y á rogarle suspendiera

la ley en favor de un hombre

que tantos méritos cuenta...

Y todo sin fruto. Cárlos,

aún más duro que una peña,

ha dicho que no, resuelto,

y que la ley se obedezca:

mandando que en esta noche

falle el consejo de guerra.

Mas aún quedan esperanzas,

puede ser que el fallo sea...

D. Álvaro.

Segun la ley. No hay remedio;

injusta otra cosa fuera.

[p. 91]Capitan.

Pero ¡qué pena tan dura,

tan extraña, tan violenta!...

D. Álvaro.

La muerte, como cristiano

la sufriré: no me aterra.

Dármela Dios no ha querido

con honra y con fama eterna

en el campo de batalla;

y me la dá con afrenta

en un patíbulo infame...

Humilde la aguardo... Venga.

Capitan.

No será acaso... aún veremos...

puede que se arme una gresca...

El ejército os adora...

Su agitacion es extrema,

y tal vez un alboroto...

D. Álvaro.

Basta... ¿qué decís? ¿tal piensa

quien de militar blasona?

¿el ejército pudiera

faltar á la disciplina,

ni yo deber mi cabeza

á una rebelion?... No, nunca,

que jamás, jamás suceda

tal desórden por mi causa.

Capitan.

La ley es atroz, horrenda.

D. Álvaro.

Yo la tengo por muy justa;

forzoso remediar era

un abuso...

(Se oye un tambor y dos tiros.)

Capitan.

¿Qué?

D. Álvaro.

¿Escuchásteis?

Capitan.

El desórden ya comienza.

(Se oye gran ruido; tiros, confusion y cañonazos, que van en aumento hasta el fin del acto.)

[p. 92]ESCENA VII.

los mismos y el sargento, que entra muy presuroso.

Sargento.

¡Los alemanes! Los enemigos están en Beletri. ¡Estamos sorprendidos!

Voces
dentro.

 
¡Á las armas! ¡á las armas!

(Sale el oficial un instante, se aumenta el ruido, y vuelve con la espada desnuda.)

Capitan.

Don Fadrique, escapad: no puedo guardar más vuestra persona; andan los nuestros y los imperiales mezclados por las calles; arde el palacio del rey; hay una confusion espantosa; tomad vuestro partido. Vamos, hijos, á abrirnos paso como valientes, ó á morir como españoles.

(Vánse el capitan, las centinelas y el sargento.)

ESCENA VIII.

D. Álvaro.

Dénme una espada, volaré á la muerte,

y si es vivir mi suerte,

y no la logro en tanto desconcierto,

yo os hago, eterno Dios, voto profundo

de renunciar al mundo,

y de acabar mi vida en un desierto.

FIN DE LA JORNADA CUARTA.


[p. 93]

JORNADA QUINTA.


La escena es en el convento de los Ángeles y sus alrededores.

ESCENA PRIMERA.

El teatro representa lo interior del cláustro bajo del convento de los Ángeles, que debe ser una galería mezquina alrededor de un patiecillo, con naranjos, adelfas y jazmines. Á la izquierda se verá la portería, á la derecha la escalera. Debe de ser decoracion corta, para que detrás estén las otras por su órden.—Aparecen el P. Guardian paseándose gravemente por el proscenio, y leyendo en su breviario. El H. Meliton sin manto, arremangado, y repartiendo con un cucharon, de un gran caldero, la sopa, al viejo, al cojo, al manco, á la mujer y al grupo de pobres que estará apiñado en la portería.

Meliton.

Vamos, silencio y órden, que no están en ningun figon.

Mujer.

Padre, á mí, á mí.

Viejo.

¿Cuántas raciones quiere, Marica?...

Cojo.

Ya le han dado tres, y no es regular...

Meliton.

Callen, y sean humildes, que me duele la cabeza.

Manco.

Marica ha tomado tres raciones.

Mujer.

Y aún voy á tomar cuatro, que tengo seis chiquillos.

Meliton.

¿Y por qué tiene seis chiquillos?... Sea su alma.

Mujer.

Porque me los ha dado Dios.

Meliton.

Sí... Dios... Dios... No los tendria si se pasara las noches como yo, rezando el rosario, ó dándose disciplina.

[p. 94]Guardian.

(Con gravedad.) ¡Hermano Meliton!... ¡Hermano Meliton!... ¡Válgame Dios!

Meliton.

Padre nuestro, ¡si estos desarrapados tienen una fecundidad que asombra!

Cojo.

Á mí, P. Meliton, que tengo ahí fuera á mí madre baldada.

Meliton.

¡Hola!... ¿Tambien ha venido hoy la bruja? Pues no nos falta nada.

Guardian.

¡Hermano Meliton!

Mujer.

Mis cuatro raciones.

Manco.

Á mí antes.

Viejo.

Á mí.

Todos.

Á mí, á mí...

Meliton.

Váyanse noramala, y tengan modo... ¿Á que les doy con el cucharon?...

Guardian.

Caridad, hermano, caridad, que son hijos de Dios.

Meliton.

(Sofocado.) Tomen, y váyanse...

Mujer.

Cuando nos daba la guiropa el P. Rafael, lo hacia con más modo y con más temor de Dios.

Meliton.

Pues llamen al P. Rafael... que no los pudo aguantar ni una semana.

Viejo.

Hermano, ¿me quiere dar otro poco de bazofia?...

Meliton.

¡Galopo!... ¿Bazofia llama á la gracia de Dios?...

Guardian.

Caridad y paciencia, H. Meliton; harto trabajo tienen los pobrecitos.

Meliton.

Quisiera yo ver á V. Rma. lidiar con ellos un dia, y otro, y otro.

Cojo.

El P. Rafael...

Meliton.

No me jeringuen con el P. Rafael... y... tomen las arrebañaduras, (Les reparte los restos del caldero, y lo echa á rodar de una patada.) y á comerlo al sol.

Mujer.

Si el P. Rafael quisiera bajar á decirle los Evangelios á mi niño, que tiene sisiones...

[p. 95]Meliton.

Tráigalo mañana, cuando salga á decir misa el P. Rafael.

Cojo.

Si el P. Rafael quisiera venir á la villa, á curar á mi compañero, que se ha caido...

Meliton.

Ahora no es hora de ir á hacer milagros por la mañanita, por la mañanita con la fresca.

Manco.

Si el P. Rafael...

Meliton.

(Fuera de sí.) Ea, ea, fuera... al sol... ¡Cómo cunde la semilla de los perdidos! horrio... á fuera.

(Los va echando con el cucharon y cierra la portería, volviendo luego muy sofocado y cansado donde está el Guardian.)

ESCENA II.

El P. Guardian y el H. Meliton.

Meliton.

No hay paciencia que baste, Padre nuestro.

Guardian.

Me parece, H. Meliton, que no os ha dotado el Señor con gran cantidad de ella. Considere que en dar de comer á los pobres de Dios, desempeña un ejercicio de que se honraria un ángel.

Meliton.

Yo quisiera ver á un ángel en mi lugar siquiera tres dias... Puede ser que de cada guantada...

Guardian.

No diga disparates.

Meliton.

Pues si es verdad. Yo lo hago con gusto, eso es otra cosa. Y bendito sea el Señor que nos dá bastante, para que nuestras sobras sirvan de sustento á los pobres. Pero es preciso enseñarles los dientes. Viene entre ellos mucho pillo... Los que están tullidos y viejos, vengan enhorabuena, y les daré hasta mi racion, el dia que no tenga mucha hambre; pero jastiales que pueden derribar á puñadas un castillo, váyanse á trabajar. Y hay algunos tan insolentes... hasta llaman bazofia á la gracia de Dios... Lo mismo que restregarme siempre por los[p. 96] hocicos al P. Rafael; toma si nos daba más, daca si tenia mejor modo, torna si era más caritativo, vuelta si no metia tanta prisa. Pues á fé, á fé, que el bendito P. Rafael á los ocho dias se hartó de pobres y de guiropa, y se metió en su celda, y aquí quedó el H. Meliton. Y por cierto no sé por qué esta canalla dice que tengo mal genio. Pues el P. Rafael tambien tiene su piedra en el rollo, y sus prontos y sus ratos de murria como cada cual.

Guardian.

Basta, hermano, basta. El P. Rafael no podia, teniendo que cuidar del altar, y que asistir al coro, entender en el repartimiento de la limosna; ni éste ha sido nunca encargo de un religioso antiguo, sino incumbencia del portero... ¿Me entiende?... Y, H. Meliton, tenga más humildad, y no se ofenda cuando prefieran al P. Rafael, que es un siervo de Dios á quien todos debemos imitar.

Meliton.

Yo no me ofendo de que prefieran al P. Rafael. Lo que digo es que tiene su genio. Y á mí me quiere mucho, Padre nuestro, y echamos nuestras manos de conversacion. Pero tiene de cuando en cuando unas salidas, y se dá unas palmadas en la frente... y habla solo, y hace visajes como si viera algun espíritu.

Guardian.

Las penitencias, los ayunos...

Meliton.

Tiene cosas muy raras. El otro dia estaba cavando en la huerta, y tan pálido y tan desemejado, que le dije por broma: Padre, parece un mulato, y me echó una mirada, y cerró el puño, y áun lo enarboló de modo, que parecia que me iba á tragar. Pero se contuvo, se echó la capucha y desapareció; digo, se marchó de allí á buen paso.

Guardian.

Ya.

[p. 97]Meliton.

Pues el dia que fué á Hornachuelos á auxiliar al alcalde, cuando estaba en toda su furia aquella tormenta en que nos cayó la centella sobre el campanario; al verle yo salir sin cuidarse del aguacero, ni de los truenos que hacian temblar estas montañas, le dije, por broma, que parecia entre los riscos un indio bravo, y me dió un berrido que me aturrulló... Y como vino al convento de un modo tan raro, y nadie le viene nunca á ver, ni sabemos dónde nació...

Guardian.

Hermano, no haga juicios temerarios. Nada tiene de particular eso, ni el modo con que vino á esta casa el P. Rafael es tan raro como dice. El Padre limosnero, que venia de Palma, se lo encontró muy mal herido en los encinares de Escalonia, junto al camino de Sevilla, víctima sin duda de los salteadores, que nunca faltan en semejante sitio; y lo trajo al convento, donde Dios sin duda le inspiró la vocacion de tomar nuestro santo escapulario, como lo verificó en cuanto se vió restablecido, y pronto hará cuatro años. Esto no tiene nada de particular.

Meliton.

Ya, eso sí... Pero, la verdad, siempre que le miro me acuerdo de aquello que V. Rma. nos ha contado muchas veces, y tambien se nos ha leido en el refectorio, de cuando se hizo fraile de nuestra órden el demonio, y que estuvo allá en un convento algunos meses. Y se me ocurre si el P. Rafael será alguna cosa así... pues tiene unos repentes, una fuerza, y un mirar de ojos...

Guardian.

Es cierto, hermano mio; así consta de nuestras crónicas, y está consignado en nuestros archivos. Pero, además de que rara vez se repiten tales milagros, entonces el Guardian de[p. 98] aquel convento en que ocurrió el prodigio, tuvo una revelacion que le previno de todo. Y lo que es yo, hermano mio, no he tenido hasta ahora ninguna. Conque tranquilícese, y no caiga en la tentacion de sospechar del Padre Rafael.

Meliton.

Yo, nada sospecho.

Guardian.

Le aseguro que no he tenido revelacion.

Meliton.

Ya, pues entonces... Pero tiene muchas rarezas el P. Rafael.

Guardian.

Los desengaños del mundo... las tribulaciones... Y luego, el retiro con que vive, las contínuas penitencias... (Suena la campanilla de la portería.) Vaya á ver quién llama.

Meliton.

¿Á que son otra vez los pobres? Pues ya está limpio el caldero... (Suena otra vez la campanilla.) No hay más limosnas; se acabó por hoy, se acabó. (Suena otra vez la campanilla.)

Guardian.

Abra, hermano, abra la puerta. (Váse.)

(Abre el lego la portería.)

ESCENA III.

El H. Meliton y Don Alfonso vestido de monte, que sale embozado.

D. Alfonso.

(Con muy mal modo, y sin desembozarse.)

De esperar me he puesto cano.

¿Sois vos por dicha el portero?

Meliton.

Tonto es este caballero. (Aparte.)

Pues que abrí la puerta es llano. (Alto.)

Y aunque de portero estoy,

no me busque las cosquillas,

que padre de campanillas

con olor de santo soy.

D. Alfonso.

¿El Padre Rafael está?

Tengo que verme con él.

Meliton.

¡Otro Padre Rafael! (Aparte.)

[p. 99]amostazándome va.

D. Alfonso.

Responda pronto.

Meliton.

(Con miedo.)Al momento.

Padres Rafaeles... hay dos.

¿Con cuál quereis hablar vos?

D. Alfonso.

Para mí mas que haya ciento.

El Padre Rafael... (Muy enfadado.)

Meliton.

¿El gordo?

¿El natural de Porcuna?

No os oirá cosa ninguna,

que es como una tapia sordo.

Y desde el pasado invierno

en la cama está tullido;

noventa años ha cumplido.

El otro es...

D. Alfonso.

El del infierno.

Meliton.

Pues ahora caigo en quién es;

el alto, adusto, moreno,

ojos vivos, rostro lleno...

D. Alfonso.

Llevadme á su celda, pues.

Meliton.

Daréle aviso primero,

porque si está en oracion,

disturbarle no es razon...

¿Y quién diré?...

D. Alfonso.

Un caballero.

Meliton.

(Yéndose hácia la escalera muy lentamente, dice aparte.)

¡Caramba!... ¡Qué raro gesto!

Me dá malísima espina,

y me huele á chamusquina...

D. Alfonso.

(Muy irritado.)

¿Qué aguarda? Subamos presto.

(El Hermano se asusta y sube la escalera, y detrás de él Don Alfonso.)

[p. 100]ESCENA IV.

El teatro representa la celda de un franciscano. Una tarima con una estera á su lado, un vasar con una jarra y vasos, un estante con libros, estampas, disciplinas y cilicios colgados. Una especie de oratorio pobre, y en su mesa una calavera. Don Álvaro, vestido de fraile francisco, aparece de rodillas en profunda oracion mental.

Don Álvaro y el H. Meliton.

Meliton.

¡Padre, Padre! (Dentro.)

D. Álvaro.

(Levantándose.)¿Qué se ofrece?

Entre, Hermano Meliton.

Meliton.

Padre, aquí os busca un maton, (Entra.)

que muy ternejal parece.

D. Álvaro.

(Receloso.)

¿Quién, hermano?... ¿Á mí?... ¿Su nombre?

Meliton.

Lo ignoro; muy altanero,

dice que es un caballero,

y me parece un mal hombre.

Él muy bien portado viene,

y en un andaluz rocin;

pero un genio muy ruin,

y un tono muy duro tiene.

D. Álvaro.

Entre al momento quien sea.

Meliton.

No es un pecador contrito.

Se quedará tamañito (Aparte.)

al instante que lo vea. (Váse.)

ESCENA V.

D. Álvaro.

¿Quién podrá ser?... No lo acierto.

Nadie, en estos cuatro años,

que huyendo de los engaños

del mundo, habito el desierto,

con este sayal cubierto,

há mi quietud disturbado.

[p. 101]¿Y hoy un caballero osado

á mi celda se aproxima?...

¿Me traerá nuevas de Lima?...

¡Santo Dios!... ¡Qué he recordado!

ESCENA VI.

Don Álvaro y Don Alfonso que entra sin desembozarse, reconoce en un momento la celda, y luego cierra la puerta por dentro, y echa el pestillo.

D. Alfonso.

¿Me conoceis?

D. Álvaro.

No, señor.

D. Alfonso.

¿No encontrais en mi semblante

rasgo alguno que os recuerde

de otro tiempo y de otros males?

¿No palpita vuestro pecho,

no se hiela vuestra sangre,

no se anonada y confunde

vuestro corazon cobarde

con mi presencia?... Ó por dicha,

¿es tan sincero, es tan grande,

tal vuestro arrepentimiento,

que ya no se acuerda el Padre

Rafael, de aquel indiano

Don Álvaro, del constante

azote de una familia

que tanto en el mundo vale?

¿Temblais y bajais los ojos?

Alzadlos, pues, y miradme.

(Descubriéndose el rostro y mostrándoselo.)

D. Álvaro.

¡Oh Dios!... ¿Qué veo? ¡Dios mio!

¿Pueden mis ojos burlarme?

¡Del marqués de Calatrava

viendo estoy la viva imágen!

D. Alfonso.

Basta, que está dicho todo.

De mi hermano y de mi padre

me está pidiendo venganza

[p. 102]en altas voces la sangre.

Cinco años há que recorro

con dilatados viajes

el mundo, para buscaros;

y aunque ha sido todo en balde,

el cielo (que nunca impunes

deja las atrocidades

de un mónstruo, de un asesino,

de un seductor, de un infame),

por un imprevisto acaso

quiso por fin indicarme

el asilo donde á salvo

de mi furor os juzgaste.

Fuera el mataros inerme

indigno de mi linaje.

Fuiste valiente; robusto

aún estais para un combate.

Armas no teneis, lo veo,

yo dos espadas iguales

traigo conmigo; son estas:

(Se desemboza y saca dos espadas.)

elegid la que os agrade.

D. Álvaro.

(Con gran calma, pero sin orgullo.)

Entiendo, jóven, entiendo,

sin que escucharos me pasme,

porque he vivido en el mundo

y apurado sus afanes.

De los vanos pensamientos

que en este punto en vos arden,

tambien el juguete he sido;

quiera el Señor perdonarme.

Víctima de mis pasiones,

conozco todo el alcance

de su influjo, y compadezco

al mortal á quien combaten.

Mas ya sus borrascas miro

[p. 103]como el náufrago, que sale

por un milagro á la orilla,

y jamás torna á embarcarse.

Este sayal que me viste,

esta celda miserable,

este yermo, donde acaso

Dios por vuestro bien os trae,

desengaños os presentan

para calmaros bastantes;

y más os responden mudos

que pueden labios mortales.

Aquí de mis muchas culpas,

que son ¡ay de mí! harto grandes,

pido á Dios misericordia:

que la consiga dejadme.

D. Alfonso.

¿Dejaros?... ¿Quién?... ¿Yo dejaros

sin ver vuestra sangre impura

vertida por esta espada

que arde en mis manos desnuda?

Pues esta celda, el desierto,

ese sayo, esa capucha,

ni á un vil hipócrita guardan,

ni á un cobarde infame escudan.

D. Álvaro.

¿Qué decís?... ¡Ah!... (Furioso.)

(Reportándose.)¡No, Dios mio!...

En la garganta se anuda

mi lengua...¡ Señor!... esfuerzo

me dé vuestra santa ayuda.—

Los insultos y amenazas, (Repuesto.)

que vuestros labios pronuncian

no tienen para conmigo

poder ni fuerza ninguna.

Antes como caballero

supe vengar las injurias;

hoy humilde religioso

darles perdon y disculpa.

[p. 104]Pues veis cuál es ya mi estado,

y, si sois sagaz, la lucha

que conmigo estoy sufriendo,

templad vuestra saña injusta.

Respetad este vestido,

compadeced mis angustias,

y perdonad generoso

ofensas que están en duda.

(Con gran conmocion.)

¡Sí, hermano, hermano!

D. Alfonso.

¿Qué nombre

osais pronunciar?...

D. Álvaro.

¡Ah!...

D. Alfonso.

Una

sola hermana me dejásteis,

perdida, y sin honra... ¡¡¡Oh furia!!!

D. Álvaro.

¡¡¡Mi Leonor!!! ¡Ah! No sin honra,

un religioso os lo jura.

Leonor... ¡ay! ¡¡¡la que absorbia

toda mi existencia junta!!! (En delirio.)

La que en mi pecho, por siempre...

por siempre, sí, sí... que aún dura...

una pasion... Y qué, ¿vive?

¿Sabeis vos noticias suyas?...

Decid que me ama, y matadme,

decidme... ¡Oh Dios!... ¿me rehusa

(Aterrado.)

vuestra gracia sus auxilios?

¿De nuevo el triunfo asegura

el infierno, y se desploma

mi alma en su sima profunda?

¡Misericordia!... Y vos, hombre

ó ilusion, ¿sois por ventura

un tentador que renueva

mis criminales angustias

para perderme?... ¡Dios mio!

[p. 105]D. Alfonso.

(Resuelto.) De estas dos espadas, una

tomad, Don Álvaro, luego,

tomad: que en vano procura

vuestra infame cobardía

darle treguas á mi furia.

Tomad...

D. Álvaro.

(Retirándose.)

No, que aún fortaleza

para resistir la lucha

de las mundanas pasiones

me dá Dios con bondad suma.

¡Ah! si mis remordimientos,

mis lágrimas, mis confusas

palabras, no son bastante

para aplacaros; si escucha

mi arrepentimiento humilde

sin caridad vuestra furia,

(Arrodíllase.)

prosternado á vuestras plantas

vedme, cual persona alguna

jamás me vió...

D. Alfonso.

(Con desprecio.)

Un caballero

no hace tal infamia nunca.

Quien sois bien claro publica

vuestra actitud, y la inmunda

mancha que hay en vuestro escudo.

D. Álvaro.

(Levantándose con furor.)

¿Mancha?... y ¿cuál?... ¿cuál?...

D. Alfonso.

¿Os asusta?

D. Álvaro.

Mi escudo es como el sol limpio,

como el sol.

D. Alfonso.

¿Y no le anubla

ningun cuartel de mulato?

¿De sangre mezclada, impura?

D. Álvaro.

(Fuera de sí.)

¡Vos mentís, mentís, infame!

Venga el acero; mi furia

[p. 106](Toma el pomo de una de las espadas.)

os arrancará la lengua,

que mi clara estirpe insulta.

Vamos.

D. Alfonso.

Vamos.

D. Álvaro.

(Reportándose.) No... no triunfa

tampoco con esta industria

de mi constancia el infierno.

Retiraos, señor.

D. Alfonso.

(Furioso.)¿Te burlas

de mí, inícuo? Pues cobarde

combatir conmigo excusas,

no excusarás mi venganza.

Me basta la afrenta tuya:

toma. (Le dá una bofetada.)

D. Álvaro.

(Furioso y recobrando toda su energía.)

¿Qué hiciste?... ¡¡¡insensato!!!

ya tu sentencia es segura:

hora es de muerte, de muerte.—

El infierno me confunda.

ESCENA VII.

El teatro representa el mismo cláustro bajo que en las primeras escenas de esta jornada. El H. Meliton saldrá por un lado, y como bajando la escalera: Don Álvaro y Don Alfonso, embozado en su capa, con gran precipitacion.

Meliton.

(Saliéndoles al paso.) ¿Adónde bueno?

D. Álvaro.

(Con voz terrible.) Abra la puerta.

Meliton.

La tarde está tempestuosa, va á llover á mares.

D. Álvaro.

Abra la puerta.

Meliton.

(Yendo hácia la puerta.) ¡Jesus!... Hoy estamos de marea alta... ya voy... ¿quiere que le acompañe?... ¿hay algun enfermo de peligro en el cortijo?...

D. Álvaro.

La puerta pronto.

[p. 107]Meliton.

(Abriendo la puerta.) ¿Va el Padre á Hornachuelos?

D. Álvaro.

(Saliendo con Don Alfonso.) Voy al infierno.

(Queda el H. Meliton asustado.)

ESCENA VIII.

Meliton.

¡Al infierno!... ¡buen viaje!

Tambien que era del infierno

dijo, para mi gobierno,

aquel nuevo personaje.

¡Jesus, y qué caras tan!...

me temo que mis sospechas

han de quedar satisfechas.

Voy á ver por dónde van.

(Se acerca á la portería y dice como admirado.)

¡Mi gran Padre San Francisco

me valga!... Van por la sierra,

sin tocar con el pié en tierra,

saltando de risco en risco.

Y el jaco les sigue en pós

como un perrillo faldero.

¡Calla!... hácia el despeñadero

de la ermita van los dos.

(Asomándose á la puerta con gran afan; á voces.)

¡Hola!... ¡Hermanos!... ¡Hola... Digo!...

No lleguen al paredon,

miren que hay excomunion.

Que Dios les va á dar castigo.

(Vuelve á la escena.)

No me oyen, vano es gritar.

Demonios son, es patente.

Con el santo penitente

sin duda van á cargar.

¡El Padre, el Padre Rafael!...

Si quien piensa mal, acierta.

Atrancaré bien la puerta...

[p. 108]pues tengo un miedo cruel.

(Cierra la puerta.)

Un olorcillo han dejado

de azufre... Voy á tocar

las campanas.

(Váse por un lado, y luego vuelve por otro como con gran miedo.)

Avisar

será mejor al prelado.

Sepa que en esta ocasion,

aunque refunfuñe luego,

no el Padre Guardian, el lego

tuvo la revelacion. (Váse.)

ESCENA IX.

El teatro representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de malezas, atravesado por un arroyuelo. Sobre un peñasco accesible con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio ermita con puerta practicable, y una campana que pueda sonar y tocarse desde dentro: el cielo representará el ponerse el sol de un dia borrascoso; se irá oscureciendo lentamente la escena y aumentándose los truenos y relámpagos. Don Álvaro y Don Alfonso salen por un lado.

D. Alfonso.

De aquí no hemos de pasar.

D. Álvaro.

No, que tras de estos tapiales,

bien sin ser vistos, podemos

terminar nuestro combate.

Y aunque en hollar este sitio

cometo un crímen muy grande,

hoy es de crímenes dia,

y todos han de apurarse.

De uno de los dos la tumba

se está abriendo en este instante.

D. Alfonso.

Pues no perdamos más tiempo,

y que las espadas hablen.

D. Álvaro.

Vamos; mas antes es fuerza

que un gran secreto os declare,

[p. 109]pues que de uno de nosotros

es la muerte irrevocable;

y si yo caigo, es forzoso

que sepais en este trance

á quién habeis dado muerte,

que puede ser importante.

D. Alfonso.

Vuestro secreto no ignoro.

Y era el mejor de mis planes

(para la sed de venganza

saciar que en mis venas arde)

despues de heriros de muerte

daros noticias tan grandes,

tan impensadas y alegres,

de tan feliz desenlace,

que al despecho de saberlas,

de la tumba en los umbrales,

cuando no hubiese remedio,

cuando todo fuera en balde,

el fin espantoso os diera,

digno de vuestras maldades.

D. Álvaro.

Hombre, fantasma ó demonio,

que ha tomado humana carne

para hundirme en los infiernos,

para perderme... ¿qué sabes?...

D. Alfonso.

Corrí el nuevo mundo... ¿tiemblas?...

vengo de Lima... esto baste.

D. Álvaro.

No basta, que es imposible

que saber quién soy lograses.

D. Alfonso.

De aquel virey fementido

que (pensando aprovecharse

de los trastornos y guerras,

de los disturbios y males

que la sucesion al trono

trajo á España) formó planes

de tornar su vireinato

en imperio, y coronarse,

[p. 110]casando con la heredera

última de aquel linaje

de los Incas (que en lo antiguo,

del mar del Sur á los Andes

fueron los emperadores),

eres hijo.—De tu padre

las traiciones descubiertas,

aún á tiempo de evitarse,

con su esposa, en cuyo seno

eras tú ya peso grave,

huyó á los montes, alzando

entre los indios salvajes

de traicion y rebeldía

el sacrílego estandarte.

No les ayudó fortuna,

pues los condujo á la cárcel

de Lima, do tú naciste...

(Hace extremos de indignacion y sorpresa Don Álvaro.)

Oye... espera hasta que acabe.

El triunfo del rey Felipe

y su clemencia notable,

suspendieron la cuchilla

que ya amagaba á tus padres,

y en una prision perpétua

convirtió el suplicio infame.

Tú entre los indios creciste,

como fiera te educaste,

y viniste ya mancebo

con oro y con favor grande,

á buscar completo indulto

para tus traidores padres.

Mas no, que viniste solo

para asesinar cobarde,

para seducir, inícuo,

y para que yo te mate.

D. Álvaro.

Vamos á probarlo al punto. (Despechado.)

[p. 111]D. Alfonso.

Ahora tienes que escucharme,

que has de apurar, vive el cielo,

hasta las heces el cáliz.

Y si, por ser mi destino,

consiguieses el matarme,

quiero allá en tu aleve pecho

todo un infierno dejarte.—

El rey benéfico acaba

de perdonar á tus padres.

Ya están libres y repuestos

en honras y dignidades.

La gracia alcanzó tu tio,

que goza favor notable,

y andan todos tus parientes

afanados por buscarte

para que tenga heredero...

D. Álvaro.

(Muy turbado y fuera de sí.)

Ya me habeis dicho bastante...

No sé dónde estoy, ¡oh cielos!...

Si es cierto, si son verdades

las noticias que dijísteis...

(Enternecido y confuso.)

¡Todo puede repararse!

Si Leonor existe, todo:

¿veis lo ilustre de mi sangre?...

¿Veis?...

D. Alfonso.

Con sumo gozo veo

que estais ciego y delirante.

¿Qué es reparacion?... Del mundo

amor, gloria, dignidades

no son para vos... Los votos

religiosos é inmutables

que os ligan á este desierto,

esa capucha, ese traje,

capucha y traje que encubren

á un desertor, que al infame

[p. 112]suplicio escapó en Italia,

de todo incapaz os hacen.—

Oye cuál truena indignado (Truena.)

contra tí el cielo... Esta tarde

completísimo es mi triunfo.

Un sol hermoso y radiante

te he descubierto, y de un soplo

luego he sabido apagarle.

D. Álvaro.

(Volviendo al furor.)

¿Eres mónstruo del infierno,

prodigio de atrocidades?

D. Alfonso.

Soy un hombre rencoroso

que tomar venganza sabe.

Y porque sea más completa,

te digo que no te jactes

de noble... eres un mestizo,

fruto de traiciones.

D. Álvaro.

(En el extremo de la desesperacion.)

Baste.

¡Muerte y exterminio! ¡Muerte

para los dos! Yo matarme

sabré, en teniendo el consuelo

de beber tu inícua sangre.

(Toma la espada, combaten y cae herido don Alfonso.)

D. Alfonso.

Ya lo conseguiste... ¡Dios mio! ¡Confesion! Soy cristiano... Perdonadme... salva mi alma...

D. Álvaro.

(Suelta la espada y queda como petrificado.)

¡Cielos!... ¡Dios mio!... ¡Santa madre de los Ángeles!... Mis manos tintas en sangre... ¡¡¡en sangre de Vargas!!!

D. Alfonso.

¡Confesion! ¡confesion!... Conozco mi crímen y me arrepiento... Salvad mi alma, vos que sois ministro del Señor...

D. Álvaro.

(Aterrado.) ¡No, yo no soy más que un réprobo, presa infeliz del demonio! Mis palabras sacrílegas aumentarian vuestra condenacion. Estoy manchado de sangre, estoy irregular... Pedid á[p. 113] Dios misericordia... Y... esperad... cerca vive un santo penitente... podrá absolveros... Pero está prohibido acercarse á su mansion... Qué importa: yo que he roto todos los vínculos, que he hollado todas las obligaciones...

D. Alfonso.

¡Ah! por caridad, por caridad...

D. Álvaro.

Sí, voy á llamarlo... al punto...

D. Alfonso.

Apresuraos, Padre... ¡Dios mio!

(Don Álvaro corre á la ermita y golpea la puerta.)

Leonor.

(Dentro.) ¿Quién se atreve á llamar á esta puerta? Respetad este asilo.

D. Álvaro.

Hermano, es necesario salvar un alma, socorrer á un moribundo; venid á darle el auxilio espiritual.

Leonor.

(Dentro.) Imposible, no puedo, retiraos.

D. Álvaro.

Hermano, por el amor de Dios.

Leonor.

(Dentro.) No, no, retiraos.

D. Álvaro.

Es indispensable, vamos. (Golpea fuertemente la puerta.)

Leonor.

(Dentro, tocando la campanilla.) ¡Socorro! ¡Socorro!

ESCENA X.

Los mismos y Doña Leonor, vestida con un saco, y esparcidos los cabellos, pálida y desfigurada, aparece á la puerta de la gruta, y se oyen repicar á lo lejos las campanas del convento.

Leonor.

Huid, temerario; temed la ira del cielo.

D. Álvaro.

(Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.) ¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento!... ¡Es un espectro!... Imágen adorada... ¡Leonor! ¡Leonor!

D. Alfonso.

(Como queriéndose incorporar.) ¡Leonor!... ¿Qué escucho? ¡Mi hermana!

Leonor.

(Corriendo detrás de Don Álvaro.) ¡Dios mio! ¿Es Don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro!

[p. 114]D. Alfonso.

¡Oh furia! Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!... ¡hipócritas!... ¡¡¡Leonor!!!

Leonor.

¡Cielos!... ¡Otra voz conocida!... Mas ¿qué veo?... (Se precipita hácia donde ve á Don Alfonso.)

D. Alfonso.

¡Ves al último de tu infeliz familia!

Leonor.

(Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mio!... ¡Alfonso!

D. Alfonso.

(Hace un esfuerzo, saca un puñal, y hiere de muerte á Leonor.) Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra... Muero vengado. (Muere.)

D. Álvaro.

¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor! ¿Eras tú?... ¿Tan cerca de mí estabas?... ¡ay! (Sin osar acercarse á los cadáveres.) Aún respira... aún palpita aquel corazon todo mio... Ángel de mi vida... vive, vive... yo te adoro... Te hallé, por fin... sí, te hallé... ¡muerta! (Queda inmóvil.)

ESCENA ÚLTIMA.

Hay un rato de silencio; los truenos resuenan más fuertes que nunca, crecen los relámpagos, y se oye cantar á lo lejos el Miserere á la comunidad, que se acerca lentamente.

Voz dentro.

Aquí, aquí; ¡qué horror!

(Don Álvaro vuelve en sí, y luego huye hácia la montaña.—Sale el P. Guardian con la comunidad, que queda asombrada.)

Guardian.

¡Dios mio!... ¡sangre derramada! ¡Cadáveres!... ¡La mujer penitente!

Frailes.

¡Una mujer!... ¡Cielos!

Guardian.

¡Padre Rafael!

D. Álvaro.

(Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice:) Busca, imbécil, al P. Rafael... Yo soy un enviado del infierno; soy el demonio exterminador... Huid, miserables.

Todos.

¡Jesus, Jesus!

D. Álvaro.

Infierno, abre tu boca y trágame. Húndase el[p. 115] cielo, perezca la raza humana; exterminio, destruccion...

(Sube á lo más alto del monte, y precipita.)

Guardian
y frailes.

 
(Aterrados y en actitudes diversas.) ¡Misericordia, Señor! ¡Misericordia!

FIN DEL DRAMA.

NOTAS. Los trajes son los que se usaban á mediados del siglo pasado.

Si no hubiese bastantes actores, puede uno mismo ejecutar dos ó tres de los personajes subalternos que solo figuran en distintas jornadas.

Si por la mala disposicion de nuestros escenarios no se pudiese cambiar á la vista la decoracion de la segunda jornada, se echará momentáneamente un telon supletorio que represente una áspera montaña de noche.

Este drama se estrenó en Madrid en el Teatro del Príncipe la noche del dia 22 de Marzo de 1835, desempeñando los principales papeles la Señora Doña Concepcion Rodriguez, y los Señores Luna, Romeas, Lopez, etc.


ÍNDICE.


Personas 3
JORNADA PRIMERA 5
Escena primera 5
Escena II 6
Escena III 11
Escena IV 11
Escena V 12
Escena VI 15
Escena VII 20
Escena VIII 24
JORNADA SEGUNDA 26
Escena primera 26
Escena II 33
Escena III 35
Escena IV 37
Escena V 38
Escena VI 39
Escena VII 40
Escena VIII 49
JORNADA TERCERA 51
Escena primera 51
Escena II 52
Escena III 54
Escena IV 58
Escena V 61
Escena VI 61
Escena VII 63
Escena VIII 67
Escena IX 71
JORNADA CUARTA 72
Escena primera 72
Escena II 80
Escena III 84
Escena IV 88
Escena V 88
Escena VI 90
Escena VII 92
Escena VIII 92
JORNADA QUINTA 93
Escena primera 93
Escena II 95
Escena III 98
Escena IV 100
Escena V 100
Escena VI 101
Escena VII 106
Escena VIII 107
Escena IX 108
Escena X 113
Escena última 114
Notas 115

Nota de transcripción