The Project Gutenberg eBook of Comedias, tomo 3 de 3

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Title: Comedias, tomo 3 de 3

Las Fiestas de Ceres, las Ranas, las Junteras, Pluto

Author: Aristophanes

Translator: Federico Baráibar y Zumárraga

Release date: April 13, 2023 [eBook #70542]

Language: Spanish

Original publication: Spain: Luis Navarro, editor

Credits: Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Universidad de Sevilla.)

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Índice

Notas

Comedias (3 de 3)

Nota de transcripción


Cubierta del libro

p. i

BIBLIOTECA CLÁSICA

TOMO XLII


COMEDIAS

DE

ARISTÓFANES

TRADUCIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO

POR

D. FEDERICO BARÁIBAR Y ZUMÁRRAGA

TOMO III.

MADRID

LUIS NAVARRO, EDITOR

COLEGIATA, NÚM. 6

1881


p. 1

LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.


p. 3

NOTICIA PRELIMINAR.


Ya en Los Acarnienses habíase burlado ingeniosamente Aristófanes de las innovaciones dramáticas de Eurípides, criticando el falso patético que trataba de obtener presentando a sus héroes cojos o reducidos a la mendicidad. En Las fiestas de Ceres y en Las Ranas le veremos nuevamente encarnizarse con su enemigo, sacando a luz todos sus defectos y dando la voz de alerta a sus contemporáneos sobre las peligrosas teorías artísticas y morales que en sus tragedias abundaban. No puede desconocerse, pues de otro modo no se comprendería la virulencia y ensañamiento con que Aristófanes le ataca, que entre ambos poetas debía de haber motivos de resentimiento personal; pero hay también que hacer justicia a la buena fe de nuestro poeta, y confesar que cuando sus censuras se limitan al sistema dramático y moral de Eurípides,p. 4 no deja por lo común de tener razón. Dejando para el preliminar de Las Ranas el estudio de los defectos literarios del émulo de Sófocles y Esquilo, nos limitaremos a decir aquí que, en Las fiestas de Ceres, Aristófanes ataca principalmente a Eurípides bajo el punto de vista de su célebre misoginia o aborrecimiento de la mujer.

Aunque no faltan autores que sinceran a Eurípides de este cargo, explicando sus injurias al sexo bello por la situación de los personajes, y contraponiendo a sus Medeas, Fedras y Estenebeas, las Ifigenias y Alcestes, tipos acabados de candor y sacrificio conyugal; lo cierto es que hasta la tradición, apoyada sin duda en datos de verdad, viene a corroborar la fama de misógino que tenía entre sus contemporáneos. Una leyenda suponía, en efecto, que este poeta, como en otro tiempo Orfeo en Tracia, había muerto en Macedonia a manos de las mujeres irritadas por los ultrajes dirigidos a su sexo.

Las Tesmoforiazusas (Θεσμοφοριάζουσαι), pues este es el título de la comedia, reunidas con motivo de celebrarse las fiestas de Ceres y Proserpina, a las que ellas solo tenían derecho a asistir, tratan de aprovechar esta ocasión para decretar contra su enemigo un castigo ejemplar. Eurípides, sabedor de lo que pasa y queriendo conjurar la tormenta, suplica a su amigo Agatón que, a favor de su aspecto mujeril, se introduzca en la asamblea femenina y trate de apartarlas de su propósito. Ante la negativa de Agatón, Mnesíloco, suegro de Eurípides,p. 5 se decide a prestarle este servicio y acude al sitio de la fiesta. Pero al defender a su yerno déjase arrastrar imprudentemente por su pasión, y vomita contra el sexo bello las más espantosas injurias. Hácese sospechoso con esto, y cuando Antístenes llega a toda prisa anunciando que un hombre se ha introducido en el Tesmoforion disfrazado de mujer, todas las miradas caen sobre Mnesíloco, que es sometido inmediatamente a un reconocimiento riguroso. Descubierto el sacrílego fraude, es condenado a morir atado a un poste, bajo la vigilancia de un escita.

Eurípides acude en su socorro, ora fingiéndose Menelao, ora Perseo, ora la ninfa Eco, pero todos sus esfuerzos son inútiles, hasta que, después de hacer las paces con las mujeres mediante la condición de no hablar mal de ellas, consigue evadirse con el infeliz Mnesíloco, burlando al arquero que le guardaba, con una estratagema de mala ley.

Respecto al mérito literario de esta comedia, es de notar que en ninguna otra de Aristófanes se encuentra un plan tan bien trazado y seguido, ni tampoco más viveza y animación. Abundan en ella parodias de muchos pasajes de Eurípides cuya gracia se ha perdido para nosotros; y, lo que es peor, la afean a cada momento indecencias y obscenidades reveladoras de tan repugnantes vicios, que hemos tenido que dejarlas en griego, por no atrevernos a presentarlas ni aun bajo el velo del latín.

Las fiestas de Ceres, según se deduce de variosp. 6 pasajes de las mismas,[1] debieron representarse el año 412 antes de Jesucristo, sin que tuvieran al parecer favorable acogida. Aristófanes las retocó; pero la nueva edición tuvo tan poca fortuna como la primera.[2]


p. 7

PERSONAJES.


Mnesíloco, suegro de Eurípides.
Eurípides.
Un Criado de Agatón.
Agatón.
Coro de Agatón.
Un Heraldo.
Coro de Mujeres, celebrando las fiestas
de Ceres y Proserpina.
Varias Mujeres.
Clístenes.
Un Pritáneo.
Un Escita, arquero.

La acción pasa primero delante de la casa de Agatón,
y luego junto al templo de Ceres.


p. 9

LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.


MNESÍLOCO.

¡Oh Júpiter! ¿Cuándo aparecerá la golondrina?[3] Este hombre va a acabar conmigo haciéndome correr desde el amanecer. ¿Podré, antes de que mi bazo[4] estalle, saber adónde me conduces, Eurípides?

EURÍPIDES.

No debes oír lo que pronto has de ver.[5]

MNESÍLOCO.

¿Cómo dices? Repítelo. ¿No debo de oír...?

EURÍPIDES.

Lo que pronto vas a ver...

p. 10MNESÍLOCO.

¿Tampoco deberé ver...?

EURÍPIDES.

No, lo que luego has de oír.

MNESÍLOCO.

¿Qué es lo que me aconsejas? Confieso, sin embargo, que hablas muy bien. ¿Dices que no debo oír ni ver?

EURÍPIDES.

Esas dos funciones son en efecto distintas; una cosa es no ver, y otra no oír; tenlo entendido.

MNESÍLOCO.

¿Cómo distintas?

EURÍPIDES.

Escucha. Cuando el Éter principió a separarse del Caos y engendró los animales que en su seno se agitaban, con objeto de que viesen, les hizo primero los ojos redondos como el disco del sol, y después les abrió los oídos en forma de embudo.

MNESÍLOCO.

¿Y por causa del embudo, ni oigo ni veo? ¡Cuánto me alegro de haber aprendido estas cosas! ¡Qué bueno es conversar con los sabios!

EURÍPIDES.

Yo puedo enseñarte otras muchas parecidas.

MNESÍLOCO.

¡Ojalá entre ellas me enseñaras el modo de quitarme la cojera![6]

p. 11EURÍPIDES.

Acércate y atiende.

MNESÍLOCO.

Heme aquí.

EURÍPIDES.

¿Ves esa puertecita?

MNESÍLOCO.

Sin duda; digo, creo verla.

EURÍPIDES.

Calla.

MNESÍLOCO.

¿Qué calle yo la puerta?

EURÍPIDES.

Escucha.

MNESÍLOCO.

¿Qué yo escuche y calle la puerta?

EURÍPIDES.

Agatón,[7] famoso poeta trágico, vive ahí.

MNESÍLOCO.

¿Qué Agatón es ese?

EURÍPIDES.

Es un cierto Agatón...

p. 12MNESÍLOCO.

Moreno y robusto, ¿verdad?

EURÍPIDES.

No, es otro; ¿no lo has visto nunca?

MNESÍLOCO.

¿Tiene una gran barba?

EURÍPIDES.

¿Pero no lo has visto nunca?

MNESÍLOCO.

No, que yo sepa.

EURÍPIDES.

Pues estuviste con él,[8] aunque quizá sin conocerlo. Pero apartémonos, porque sale uno de sus criados, trayendo fuego y ramas de mirto: sin duda va a ofrecer un sacrificio para el buen éxito de sus poesías.


EL CRIADO.

Guarda, oh pueblo, un silencio religioso; cierra tu boca; el coro sagrado de las Musas entona sus himnos en la morada de mi señor.[9] Refrene el Éter apacible el soplo de los vientos: cese el rumor de las cerúleas ondas...

MNESÍLOCO.

Bombax.[10]

p. 13EL CRIADO.

Duerma la gente alada; párese el correr de las feroces alimañas en las selvas...

MNESÍLOCO.

Bómbalo bombax.

EL CRIADO.

Porque Agatón nuestro amo, el poeta de armoniosa lira, se prepara...

MNESÍLOCO.

¿A prostituirse?[11]

EL CRIADO.

¿Quién ha hablado?

MNESÍLOCO.

El Éter apacible.

EL CRIADO.

A colocar el armazón de un drama; para lo cual redondea nuevas formas poéticas, tornea unos versos, suelda otros, forja sentencias, inventa metáforas, funde, modela y vierte en el molde el asunto, que en sus manos es como blanda cera.

MNESÍLOCO.

Y se dispone a una infamia.[12]

EL CRIADO.

¿Qué patán se aproxima a este recinto?

MNESÍLOCO.

Uno que para perforar tu recinto y el del poeta de armoniosa lira, trae un excelente instrumento.[13]

p. 14EL CRIADO.

Anciano, en tu juventud debiste ser muy insolente.

EURÍPIDES.

(A Mnesíloco.) Vamos, déjale en paz. — (Al criado.) Y tú, vete a llamar a Agatón sin perder un instante.

EL CRIADO.

No hay necesidad; mi amo vendrá muy pronto, porque ha principiado a componer versos, y en el invierno no es fácil redondear las estrofas sin salir a tomar el sol.[14]

(Vase.)

MNESÍLOCO.

Y yo, ¿qué haré?

EURÍPIDES.

Espera; ya sale. ¡Oh Júpiter! ¿Qué suerte me reservas hoy?

MNESÍLOCO.

Por los dioses, quiero saber lo que te pasa. ¿Por qué gimes? ¿Por qué te lamentas? Siendo mi yerno, no debes tener secretos para mí.

EURÍPIDES.

Me amenaza una gran desgracia.

MNESÍLOCO.

¿Cuál?

EURÍPIDES.

Hoy se decidirá si Eurípides ha de vivir o morir.

p. 15MNESÍLOCO.

¿Cómo es posible, no habiendo hoy sesión en los tribunales ni en el Senado, por ser el tercer día de la fiesta, el día del medio de las Tesmoforias?[15]

EURÍPIDES.

Precisamente eso es lo que me hace presentir mi perdición. Las mujeres se han conjurado contra mí, y están reunidas en el templo de las dos diosas[16] para tratar de mi muerte.

MNESÍLOCO.

¿Por qué motivo?

EURÍPIDES.

Porque las injurio en mis tragedias.

MNESÍLOCO.

Por Neptuno, se les está muy bien empleado. ¿Y cómo podrás evitar el golpe?

EURÍPIDES.

Si consigo que el poeta trágico Agatón se presente en la fiesta.

MNESÍLOCO.

¿Para qué? Dime.

p. 16EURÍPIDES.

Para que asista a la reunión de las mujeres, y me defienda si hay necesidad.

MNESÍLOCO.

¿Franca o disimuladamente?

EURÍPIDES.

Disimuladamente, disfrazado de mujer.

MNESÍLOCO.

Excelente idea y muy propia de ti. Tratándose de astucias, el triunfo es nuestro.

EURÍPIDES.

Calla.

MNESÍLOCO.

¿Pues?

EURÍPIDES.

Sale Agatón.

MNESÍLOCO.

¿Dónde está?

EURÍPIDES.

Míralo: lo traen por tramoya.[17]

MNESÍLOCO.

Sin duda estoy ciego; no veo ningún hombre; solo veo a Cirene.[18]

EURÍPIDES.

Silencio; ya se prepara a cantar.

p. 17MNESÍLOCO.

¿Va a entonar una marcha de hormigas?[19]


AGATÓN.[20]

Doncellas, recibid la sagrada antorcha,[21] y festejad con danzas y alaridos a las diosas infernales y a vuestra libre patria.

CORO DE AGATÓN.[22]

¿De qué deidad se celebra hoy la fiesta? Pronto estoy siempre a adorar a los dioses.

AGATÓN.

Canta, oh Musa, a Febo, el del arco de oro, que levantó los muros de la ciudad del Simois.[23]

CORO.

¡Salve, Febo; para ti mis himnos mejores, pues tú llevas la palma en el sacro certamen de las Musas!

AGATÓN.

Ensalzad a Diana, la virgen cazadora, errabunda por montañas y bosques.

p. 18CORO.

Celebremos a porfía, y ensalcemos a la casta Diana, augusta hija de Latona.

AGATÓN.

Y a Latona y a la cítara asiática, imitando el ritmo y el cadencioso compás de las Gracias de Frigia.[24]

CORO.

Celebremos a la augusta Latona, y a la cítara madre de los himnos, para que nuestros acentos varoniles hagan con fulgor repentino brillar los ojos de la adorable diosa. ¡Ensalcemos al poderoso Apolo! ¡Salve, hijo feliz de la augusta Latona!

MNESÍLOCO.

¡Venerandas Genetílides,[25] qué dulce y voluptuosa melodía! ¡Los besos son menos tiernos y lascivos! ¡Todo mi cuerpo se ha estremecido de placer![26] Escucha, muchacho, quienquiera que seas, pues voy a interrogarte con las palabras de Esquilo en su Licurgo.[27] ¿De dónde ha salido esep. 19 hombre afeminado? ¿Cuál es su patria y su traje? ¡Qué contradicciones! ¡Una cítara y una túnica azafranada! ¡Una lira y un tocado de mujer! ¡Un frasco de gimnasia y un ceñidor! ¿Hay cosas más opuestas? ¡Un espejo y una espada! Tú mismo, jovenzuelo, ¿qué eres? ¿Eres hombre? Entonces ¿dónde están las pruebas de tu virilidad,[28] y el manto y el calzado propios de este sexo? ¿Eres mujer? Entonces ¿dónde está el pecho levantado? ¿Qué dices? ¿Por qué callas? Sea como quieras, pero te advierto que por la voz te conoceré en seguida.

AGATÓN.

¡Anciano! ¡Anciano! He oído el silbido de la envidia, sin sentir el dolor de sus mordeduras. Yo llevo un traje en consonancia con mis pensamientos. Pues un poeta debe tener costumbres análogas a los dramas que compone. Si el asunto de sus tragedias son las mujeres, su persona debe imitar la vida y el porte mujeril.

MNESÍLOCO.

¿De suerte que al componer la Fedra montarás a caballo?[29]

AGATÓN.

Si los asuntos son varoniles, ya tiene en su cuerpo todo lo necesario. Pero lo que no tenemos por naturaleza, preciso es adquirirlo por la imitación.

p. 20MNESÍLOCO.

Por consiguiente, cuando escribas dramas satíricos,[30] llámame y yo me pondré detrás de ti en la actitud requerida.[31]

AGATÓN.

Además parecerá muy mal un poeta grosero y velludo. Íbico,[32] Anacreonte de Teos y Alceo, tan hábiles en la armonía, llevaban mitras y bailaban las voluptuosas danzas de la Jonia;[33] el mismo Frínico,[34] de quien has oído hablar, unía a su propia hermosura la de sus vestidos; así es que en sus dramas todo era hermoso. Cada cual imprime a sus obras su propio carácter.

MNESÍLOCO.

Por eso Filocles,[35] que es feo, compone obrasp. 21 feas; Jenocles,[36] que es malo, malas; y Teognis,[37] que es frío, frías.

AGATÓN.

Es de absoluta necesidad. Y sabiéndolo yo, he cuidado de mi persona.

MNESÍLOCO.

¿Cómo, por los dioses?

EURÍPIDES.

Cesa de ladrar. Yo era lo mismo cuando a la edad de ese principié a escribir.

MNESÍLOCO.

¡Vaya unos modales, amigo!

EURÍPIDES.

Pero déjame decir a lo que he venido.

AGATÓN.

Habla.

EURÍPIDES.

Agatón, «es de hombres sabios el decir muchas cosas en pocas palabras. Herido por una desgracia nueva, vengo a suplicarte.»[38]

AGATÓN.

¿Para qué me necesitas?

EURÍPIDES.

Las mujeres, reunidas en el templo de las dos diosas, han resuelto hoy mi perdición, porque hablo mal de ellas.

p. 22AGATÓN.

¿Y qué socorro puedes esperar de mí?

EURÍPIDES.

Uno grandísimo. Si te mezclas furtivamente entre las mujeres de modo que parezcas una de tantas, y defiendes mi causa elocuentemente, conseguirás salvarme. Tú eres el único capaz de hablar dignamente de mí.

AGATÓN.

¿Por qué no vas a defenderte tú mismo?

EURÍPIDES.

Te lo diré. En primer lugar, yo soy muy conocido, y además cano y barbudo; mientras que tú eres de hermosa figura, blanco, imberbe; tienes voz atiplada y aspecto delicado.

AGATÓN.

Eurípides...

EURÍPIDES.

¿Qué?

AGATÓN.

¿No has dicho en alguna parte: «el ver la luz te alegra; ¿crees que no le alegra también a tu padre?»?[39]

EURÍPIDES.

Cierto.

AGATÓN.

No esperes, por tanto, que yo me exponga en tu lugar: sería una locura. Sufre, como es natural, tup. 23 propio infortunio. Las desgracias no deben sobrellevarse con astucia, sino con paciencia.

MNESÍLOCO.

Así es como tú has llegado al colmo de la infamia: a fuerza de paciencia.[40]

EURÍPIDES.

¿Pero por qué temes ir allá?

AGATÓN.

Me tratarían peor que a ti.

EURÍPIDES.

¿Cómo?

AGATÓN.

¿Cómo? Parecería que iba a robarles sus placeres nocturnos, y arrebatarles su Venus íntima.

MNESÍLOCO.

¡Mira! ¿A robarles? Di más bien a prostituirte.[41] ¡Por Júpiter! ¡Vaya un pretexto!

EURÍPIDES.

En qué quedamos, ¿lo harás?

AGATÓN.

No lo esperes.

EURÍPIDES.

¡Desdichado de mí! ¡Estoy perdido!

MNESÍLOCO.

Eurípides, mi querido yerno, no te desalientes.

EURÍPIDES.

¿Qué hacer?

p. 24MNESÍLOCO.

Échale a ese al infierno, y dispon de mí a tu antojo.

EURÍPIDES.

Pues tú mismo te me ofreces, acepto. Vamos quítate ese vestido.

MNESÍLOCO.

Ya está en el suelo. ¿Qué intentas hacer de mí?

EURÍPIDES.

Afeitarte la barba y quemarte el pelo de más abajo.[42]

MNESÍLOCO.

Haz lo que gustes, ya que me he ofrecido.

EURÍPIDES.

Agatón, tú siempre llevas navajas, préstanos una.

AGATÓN.

Cógela de ese estuche.

EURÍPIDES.

Gracias. Siéntate e hincha el carrillo derecho.

MNESÍLOCO.

¡Ay!

EURÍPIDES.

¿Por qué gritas? Te voy a meter un tarugo en la boca, si no callas.

MNESÍLOCO.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

EURÍPIDES.

¿A dónde corres?

p. 25MNESÍLOCO.

Al templo de las Euménides;[43] no, por Ceres, no me he de estar ahí para que me hagas tajadas.

EURÍPIDES.

Se van a reír de ti al verte con la cara medio afeitada.

MNESÍLOCO.

Poco me importa.

EURÍPIDES.

No me abandones, por los dioses te lo pido, ven acá.

MNESÍLOCO.

¡Desdichado de mí!

EURÍPIDES.

Estáte quieto y levanta la cabeza. ¿Adónde te vuelves?

MNESÍLOCO.

¡Mu! ¡Mu!

EURÍPIDES.

¿Por qué muges? Ya está concluido todo.

MNESÍLOCO.

¡Infeliz, voy a pelear armado a la ligera![44]

EURÍPIDES.

No pienses en eso. Vas a estar hermosísimo. ¿Quieres mirarte?

p. 26MNESÍLOCO.

Sí, dame un espejo.

EURÍPIDES.

¿Te ves?

MNESÍLOCO.

A mí no, a Clístenes.[45]

EURÍPIDES.

Levántate para que te queme el vello; ahora inclínate.

MNESÍLOCO

¡Cielo santo! ¡Me vas a chamuscar como a un cerdo!

EURÍPIDES.

Traedme una antorcha o una lámpara. Inclínate y cuídate solo de una cosa.[46]

MNESÍLOCO.

Ya la cuidaré, por Júpiter. ¡Oh, yo me abraso! ¡Agua, vecinos, agua, antes de que la llama incendie mi trasero!

EURÍPIDES.

Tranquilízate.

MNESÍLOCO.

¿Quién puede estar tranquilo cuando le están asando?

EURÍPIDES.

Ya no tienes por qué inquietarte; lo peor está hecho.

p. 27MNESÍLOCO.

¡Oh, qué hollín! Estoy completamente chamuscado

EURÍPIDES.

No te cuides de eso; ya se te lavará con una esponja.

MNESÍLOCO.

¡Pobre del que se atreva a lavarme el trasero!

EURÍPIDES.

Agatón, ya que no quieres ayudarme, préstame a lo menos esa túnica y ese ceñidor; no puedes decir que no los tienes.

AGATÓN.

Con mucho gusto; tomad y usadlos.

MNESÍLOCO.

¿Qué me pongo?

AGATÓN.

Ponte primero esa túnica de color de azafrán.

MNESÍLOCO.

¡Por Venus, qué buen olor echa a hombre![47] Pónmela pronto: dame el ceñidor.

EURÍPIDES.

Toma.

MNESÍLOCO.

Ahora dame algo para adornarme las piernas.[48]

EURÍPIDES.

Necesitas una cinta y una mitra.[49]

p. 28AGATÓN.

Toma mi gorro de dormir.

EURÍPIDES.

Por Júpiter, es lo más a propósito.

MNESÍLOCO.

¿Me caerá bien?

AGATÓN.

Admirablemente.

EURÍPIDES.

Venga el manto.

AGATÓN.

Cógelo de encima de la cama.

MNESÍLOCO.

Necesito zapatos.

AGATÓN.

Ten estos míos.

MNESÍLOCO.

¿Me vendrán bien? Que a ti te gusta el calzado ancho.[50]

AGATÓN.

Pruébatelos. Ya tenéis todo cuanto os hace falta. Llevadme pronto adentro.[51]


EURÍPIDES.

Pareces completamente una mujer. Cuando hables, ten mucho cuidado de imitar la voz femenina.

p. 29MNESÍLOCO.

Lo procuraré.

EURÍPIDES.

Vete ya.

MNESÍLOCO.

No, por cierto, si antes no me juras...

EURÍPIDES.

¿Qué?

MNESÍLOCO.

Emplear todos los medios para salvarme, si me ocurre alguna desgracia.

EURÍPIDES.

«Lo juro por el Éter, morada de Júpiter.»[52]

MNESÍLOCO.

¿No era mejor que jurases por la familia de Hipócrates?[53]

EURÍPIDES.

Pues bien, juro por todos los dioses sin excepción.

MNESÍLOCO.

«Acuérdate de que ha jurado el corazón y no la lengua.»[54] Los juramentos de esta no los quiero.

p. 30EURÍPIDES.

Anda listo; ya se ve en el templo de Ceres la señal de reunirse. Yo me retiro.

(Mutación de escena. Aparece el templo de Ceres y Proserpina.)

MNESÍLOCO.[55]

Ven, Trata, sígueme. Mira, Trata, cuánto humo despiden las antorchas. ¡Oh bellísimas Tesmóforas, recibidme y despedidme propicias! Descárgate la cesta, Trata, y saca la torta para que se la ofrezca a las dos diosas. ¡Oh augusta divinidad, Ceres adorada, y tú, venerable Proserpina, permitidme presentaros muchas veces oblaciones como esta! (y sobre todo que no me descubran). Conceded a mi hija un esposo rico, aunque sea estúpido y necio, para que no piense más que en divertirse.[56] ¿Dónde encontraré un sitio para poder oír a los oradores? Tú, Trata, márchate; las esclavas no pueden asistir a esta reunión.[57]


UNA MUJER HERALDO.[58]

Guardad el silencio religioso: guardad el silenciop. 31 religioso. Orad a las Tesmóforas Ceres y Proserpina, a Pluto.[59] a Caligenia,[60] a Curótrofe,[61], a la Tierra, a Mercurio, a las Gracias, para que esta asamblea nos sea propicia y útil a Atenas y a nosotras mismas. Pedidles también que aquella que por sus ilustres hechos y discursos merezca más aplausos del pueblo ateniense y de las mujeres, sea la vencedora. Dirigidles estas súplicas, y haced votos por vuestra propia dicha. ¡Io Peán! ¡Io Peán! Congratulémonos.

CORO DE MUJERES.

Esos son nuestros votos. ¡Dígnense los dioses acogerlos! Omnipotente Júpiter, dios de la lira de oro, adorado en Delos;[62] y tú, invencible diosa, doncella de cerúleos ojos y áurea lanza, patrona de la más floreciente ciudad,[63] acudid a mi llamamiento; acude tú también, hermoso retoño de Latona,[64] la de fúlgida mirada, virgen cazadora,p. 32 adorada bajo cien advocaciones; y tú, venerable Neptuno, soberano de las olas, abandonando tu líquido palacio arremolinado por las tempestades y recorrido por los peces, ven acompañado de las hijas de Nereo, y de las montañesas ninfas. Mézclense a nuestras oraciones los acentos de la dorada lira, y reine el orden en esta asamblea de nobles matronas.

EL HERALDO.

Orad a los dioses y diosas del Olimpo, de Delfos, de Delos, y a las demás deidades. Si hay algún malvado que conspire contra el pueblo femenino o que ofrezca a Eurípides[65] o a los Medas una paz perjudicial a las mujeres, o que aspire a la tiranía, o se proponga restablecer a un usurpador; si hay un delator que denuncie a una mujer culpable de suposición de prole, o una esclava que después de haber sido alcahueta de su señora le vaya con el cuento al marido, y, encargada de llevar un recado, traiga falsas noticias; si hay algún galanteador que engañe a una mujer y después no la dé lo prometido; si hay una vieja que compra sus amantes o una cortesana que por los regalos de otro abandona a su querido; si hay un tabernero o tabernera que al vendernos un congio o una cótila[66] nos engaña en la medida, pedid al cielo losp. 33 confunda a todos, con toda su familia, y que al propio tiempo os colme de bienes a vosotras.

CORO.

Unánimes pedimos que se cumplan nuestros votos en favor del pueblo y la república, y que, como es justo, se otorgue la victoria a las que den mejores consejos. Las que cometen fraudes y violan los más sagrados juramentos en provecho propio y daño del común; las que tratan de derogar las antiguas leyes y decretos promulgando otros nuevos; las que revelan nuestros secretos a los enemigos, e introducen a los Medas en nuestro país para arruinarlo, esas son impías y enemigas de la patria. Acoge tú nuestras preces, omnipotente Júpiter, para que, aunque somos mujeres, nos sean propicios los dioses.

EL HERALDO.

Escuchad todas. «El Consejo de las mujeres, siendo presidente Timoclea, secretario Lisila, y Sóstrata orador,[67] ha decretado: Que mañana día del medio de las Tesmoforias, por ser el más desocupado, se destine ante todo a deliberar sobre el castigo que debe imponerse a Eurípides, por sus ultrajes a todas.» ¿Quién pide la palabra?[68]

MUJER PRIMERA.

Yo.

EL HERALDO.

Pues ponte esa corona antes de hablar.[69]. Callad.p. 34 ¡Silencio! ¡Atención! Ya escupe, según acostumbran los oradores. Parece que el discurso va a ser largo.

MUJER PRIMERA.

No es la ambición, ¡oh mujeres!, lo que me mueve a usar de la palabra, os lo juro por las diosas. Muéveme solamente la indignación que me sofoca al veros vilipendiadas por Eurípides, ese hijo de una verdulera.[70] ¿Qué ultrajes hay que no nos prodigue? ¿Qué ocasión de calumniarnos desperdicia, en cuanto tiene muchos o pocos oyentes, actores y coros? Nos llama adúlteras, desenvueltas, borrachas, traidoras, charlatanas, inútiles para nada de provecho, peste de los hombres; con lo cual cuando nuestros maridos vuelven del teatro nos miran de reojo, y registran la casa para ver si hay oculto algún amante. Ya no nos permiten hacer lo que hacíamos antes: ¡tales sospechas ha inspirado ese hombre a los esposos! ¿Se le ocurre a una de nosotras hacer una corona? Ya la creen enamorada.[71] ¿Se deja otra caer una vasija al correr en sus domésticas faenas? El marido pregunta en seguida: «¿En honor de quién se ha quebrado esa olla?, sin duda delp. 35 extranjero de Corinto.»[72] ¿Está enferma alguna joven? Su hermano dice al punto: «No me gusta el color de esa muchacha.»[73] Si una mujer que no tiene hijos quiere suponer un parto, ya no puede hacerlo, porque los hombres nos vigilan de cerca. Para con los viejos que antes contraían matrimonio con jóvenes, también nos ha desacreditado, y ninguno se casa después de haber oído aquel verso:

«La esposa es reina del marido anciano.»[74]

Él es asimismo la causa de que nos cierren con cerrojos y sellos,[75] y tengan para guardarnos esos perrazos molosos,[76] terror de los amantes. Y esto, pase; pero ahora no podemos, como antes, sacar nosotras mismas de la despensa harina, aceite y vino; pues nuestros maridos llevan siempre consigo no sé qué condenadas llavecitas lacedemonias,[77] secretas y de tres dientes. Sin embargo, aún hubiéramos podido abrir las puertas más selladas,p. 36 mandándonos hacer por tres óbolos un anillo con la misma marca; pero ese maldito Eurípides, perdición de las familias, ha enseñado a los hombres a llevar colgados del cuello complicadísimos sellos de madera.[78] Creo, por consiguiente, que es necesario librarnos a toda costa de ese enemigo, dándole muerte con veneno u otro medio cualquiera. Eso es lo que digo en alta voz; lo demás lo haré constar en el registro del secretario.

CORO.

Nunca he visto mujer más hábil y elocuente; todo lo que dice es justo; ha examinado la cuestión bajo todos sus aspectos y los ha pesado todos. Su argumentación es nutrida, sagaz y selecta; de suerte que si al lado de ella perorase Jenocles,[79] hijo de Cárcino, os parecería, a mi modo de ver, que solo decía vaciedades.

MUJER SEGUNDA.

Habiendo abarcado perfectamente la preopinante todos los extremos de la acusación, diré muy pocas palabras, concretándome a manifestaros lo que a mí misma me sucede. Murió mi marido en Chipre, dejándome cinco hijos pequeños, a los que sostenía a duras penas, haciendo coronas en la plaza de los Mirtos.[80] Con este recurso vivía así, así, es verdad; pero al fin vivía: pues bien, desde que ese hombre en sus tragedias ha demostrado alp. 37 público que no existen los dioses,[81] no vendo ni la mitad que antes.[82] Por lo cual opino y os aconsejo que no dejéis de castigarle: sobran causas para ello, pues siempre, amigas mías, nos está ultrajando con la grosería propia del que se ha educado entre legumbres. Yo voy a la plaza; tengo que hacer veinte coronas que me han encargado.

CORO.

Sus palabras han sido más mordaces que las del primer discurso. ¡Qué gracia! ¡Qué oportunidad! ¡Qué agudeza y qué astucia! Todo es claro y convincente. Sí, es necesario imponerle una pena ejemplar por sus ultrajes.

MNESÍLOCO.

No me asombra, oh mujeres, que tales acusaciones os irriten vivamente contra Eurípides, y hagan hervir vuestra bilis. Yo misma, os lo juro por la salud de mis hijos, yo misma detesto a ese hombre, pues sería menester estar loca para no aborrecerle. No obstante, conviene que tengamos en confianza algunas explicaciones; ahora estamos solas, y no hay miedo de que nuestras palabras se divulguen. ¿Por qué le acusamos, por qué le hacemos gravísimas inculpaciones solo por haber revelado dos o tres de nuestros defectos, cuando los tenemos innumerables? Yo misma, para no hablar de otras,p. 38 me reconozco culpable de muchísimos pecados; el más grave lo cometí a los tres días de casada: mi marido dormía a mi lado; yo tenía un amante, que me había seducido a la edad de siete años: el tal, arrastrado por su amor, vino a la puerta de mi casa y la arañó suavemente. Yo comprendí en seguida, y bajé con precaución: mi marido me preguntó: «¿Adónde vas? — ¿Adónde? le respondí; siento dolores y retortijones de vientre y bajo al excusado. — Anda, pues», me dijo. Él se puso a majar semillas de cedro, anís y salvia,[83] y en tanto yo, después de tomar la precaución de mojar los goznes,[84] me reuní a mi amante, y apoyada sobre el altar del pórtico,[85] y agarrándome al tronco del laurel, me entregué a sus deseos. Sin embargo, notadlo bien, nunca Eurípides ha hablado de esto, ni de nuestras complacencias con los esclavos y muleteros cuando faltan amantes, ni de que después de haber pasado una noche de libertinaje, acostumbramos a comer ajos[86] a la mañana, para que al volver el marido de su guardia no conciba la menor sospecha. ¿Lo veis? De esto nuncap. 39 ha dicho nada. Si maltrata a Fedra, ¿qué se nos importa? En cambio nunca ha hablado de esas mujeres que despliegan a la luz un gran manto, y mientras el marido admira los primores del trabajo, el galán logra escurrirse a favor de la estratagema. Yo conocí a una que estuvo diez días fingiendo dolores de parto hasta comprar una criatura. Su esposo, en tanto, corría por toda la ciudad en busca de medicinas para acelerar el alumbramiento. Una vieja le trajo al fin, metido en una olla, un niño con la boca tapada con cera para que no gritase: entonces, a una señal de su cómplice, la mujer empezó a gritar: «Vete, marido mío, vete que ya voy a parir.» La criatura, en efecto, pegaba pataditas en el vientre... de la olla. Él se retiró tan contento; ella le quitó el taponcillo de cera, y el niño principió a llorar. Entonces la maldita vieja que lo había traído, corrió al esposo y le dijo sonriendo: «Un león, un león te acaba de nacer; es tu vivo retrato, se te parece en todo.»[87] ¿No es verdad que cometemos estas perfidias? Sí, por Diana. ¿Entonces a qué irritarnos contra Eurípides porque dice de nosotras menos de lo que en realidad hacemos?[88]

CORO.

¡No vuelvo de mi asombro! ¿De dónde ha sacado esas invenciones? ¿En qué país se ha criado esap. 40 desvergonzada? Nunca hubiera creído que ninguna mujer se atreviese a contar, ni aun entre nosotras, semejantes atrocidades. Pero ya puede esperarse todo; tiene razón el proverbio antiguo: «Es necesario mirar debajo de todas las piedras, no se oculte algún orador pronto a picarnos.»[89] No hay nada peor que una mujer naturalmente desvergonzada, como no sea otra mujer.

MUJER TERCERA.

Por Aglaura,[90] amigas; habéis perdido el juicio, o estáis hechizadas, u os sucede otro grave mal, para dejar a esa peste insultarnos a todas. Si alguna de vosotras... pero no, nosotras y nuestras criadas nos encargamos de vengarnos; vamos a coger ceniza de cualquier parte, y a dejarla sin un pelo.[91] Así aprenderá a no hablar mal de las mujeres en lo sucesivo.

MNESÍLOCO.

¡Oh, no hagáis tal! Si en una asamblea donde todas las ciudadanas podemos exponer con toda libertad nuestras ideas he dicho lo que me parecíap. 41 en defensa de Eurípides, ¿será justo que me condenéis a la depilación?

MUJER TERCERA.

¿Cómo no ha de ser justo castigarte? Tú eres la única que te has atrevido a defender a un hombre que ha colmado de oprobio a nuestro sexo; a un hombre que escoge de intento para argumento de sus dramas aquellos asuntos donde hay mujeres perversas, Fedras[92] o Melanipes[93], y nunca se le ocurre escribir sobre Penélope,[94] solo porque fue casta.

MNESÍLOCO.

Yo sé el motivo. Entre todas las mujeres del día no podréis encontrar una Penélope, y sí infinitas Fedras.

MUJER TERCERA.

¿No oís lo que esa bribona vuelve a decir de nosotras?

MNESÍLOCO.

Pero, por Júpiter, si aún no he dicho todo lo que sé. ¿Queréis más todavía?

p. 42MUJER TERCERA.

No puedes decir más: ya has vomitado cuanto sabías.

MNESÍLOCO.

Ni tampoco la diezmilésima parte de lo que hacemos. No he dicho, por ejemplo, que formamos con nuestras diademas una especie de tubo para sorber el vino.

MUJER TERCERA.

¡Así estalles!

MNESÍLOCO.

No he dicho que en las Apaturias[95] damos las viandas a nuestros amantes, y después echamos la culpa al gato...

MUJER TERCERA.

¡Eso es insoportable! No sabes lo que te dices.

MNESÍLOCO.

Ni que una mujer mató de un hachazo a su esposo, ni que otra le hizo perder la razón con un filtro, ni que debajo de la bañera...[96]

MUJER TERCERA.

¡Que la peste te lleve!

MNESÍLOCO.

Enterró Acárnica a su padre.

MUJER TERCERA.

¿Hay paciencia para oír esto?

p. 43MNESÍLOCO.

Ni que habiendo parido tu esclava un varón, supusiste que era tuyo, y le entregaste tu hija.

MUJER TERCERA.

Por las diosas, lo que es eso no lo dejo yo pasar: te voy a arrancar el pelo.

MNESÍLOCO.

¡No me tocarás por Júpiter!

MUJER TERCERA. (Dándole una bofetada.)

¡Toma!

MNESÍLOCO. (Contestándole con otra.)

¡Toma tú!

MUJER TERCERA.

Recoge mi manto, Filista.[97]

MNESÍLOCO.

Acércate nada más, y por Diana yo te...

MUJER TERCERA.

¿Qué harás tú?

MNESÍLOCO.

Te haré echar[98] la torta de sésamo que has comido.

CORO.

Basta de riñas; una mujer se dirige hacia nosotras corriendo: callad antes que llegue, para oír con sosiego lo que va a decirnos.


CLÍSTENES.

Queridas mujeres, a quienes imito en todo, misp. 44 mejillas imberbes demuestran la afección que os tengo; maniático por vosotras, estoy siempre dispuesto a defendemos. Hace un instante he oído hablar en el mercado de un negocio importantísimo que os concierne, y vengo a revelároslo; y al propio tiempo a aconsejaros toméis las precauciones necesarias para que no os coja desprevenidas un grande y terrible daño.

CORO.

¿Qué hay, niño mío? (Tienes tan tersas las mejillas, que bien puede llamársete así.)

CLÍSTENES.

Dicen que Eurípides ha enviado hoy a aquí mismo a un anciano pariente suyo.

CORO.

¿Para qué? ¿Con qué objeto?

CLÍSTENES.

Para que se entere de vuestros discursos y le tenga al tanto de vuestros proyectos y resoluciones.

CORO.

¿Pero cómo no hemos conocido a ese hombre entre tantas mujeres?

CLÍSTENES.

Eurípides le ha quemado y arrancado los pelos, y lo ha disfrazado completamente de mujer.

MNESÍLOCO.

¿Podéis creer eso? ¿Ha de haber un hombre tan estúpido que se deje pelar de esa manera? Yo no lo creo, ¡venerandas diosas!

CLÍSTENES.

¿Qué sabes tú? Yo no hubiera venido a comunicarosp. 45 esa noticia, si no se la hubiera oído a personas que tienen motivos para saberla.

CORO.

Terrible es la noticia. Ea, mujeres, no perdamos un momento; registremos, busquemos a ese hombre, y veamos dónde ha podido ocultarse. Ayúdanos, Clístenes, y así, amigo mío, te estaremos agradecidas por doble concepto.

CLÍSTENES.

Bueno, manos a la obra. ¿Quién eres tú, la primera?

MNESÍLOCO. (Aparte.)

¿Dónde me esconderé?

CLÍSTENES.

Vais a ser reconocidas.

MNESÍLOCO. (Aparte.)

¡Pobre de mí!

MUJER CUARTA.

¿Quién soy yo, preguntas? La mujer de Cleónimo.

CLÍSTENES.

¿Conocéis a esta mujer?

CORO.

La conocemos; pasa a otras.

CLÍSTENES.

¿Quién es esa que lleva un niño?

MUJER CUARTA.

Mi nodriza, por Júpiter.

MNESÍLOCO. (Aparte.)

¡Perdido soy! (Hace un movimiento para huir.)

p. 46CLÍSTENES. (A Mnesíloco.)

¡Eh, tú! ¿A dónde vas? Quieta en tu puesto. ¿Qué te pasa?

MNESÍLOCO.

Déjame ir a orinar.

CLÍSTENES.

Eres una desvergonzada. Anda; aquí te aguardo.

CORO.

Aguárdala y no la pierdas de vista; es la única a quien no conocemos.

CLÍSTENES.

¿Vas a estar orinando eternamente?

MNESÍLOCO.

¡Ay! sí, amigo mío. Ayer comí berros, y tengo retención de orina.[99]

CLÍSTENES.

¿Qué estás hablando de berros? Ven acá pronto.

MNESÍLOCO.

¡Ah! no arrastres así a una pobre enferma.

CLÍSTENES.

Responde: ¿quién es tu marido?

MNESÍLOCO.

¿Dices que quién es mi marido? ¿Conoces en Cotócides[100] a cierto...?

CLÍSTENES.

¿A cierto...? ¿Quién?

MNESÍLOCO.

¿A aquel a quien cierto día, el hijo de cierto...?

p. 47CLÍSTENES.

Tú chocheas. ¿Has venido aquí antes de ahora?

MNESÍLOCO.

Sí, todos los años.

CLÍSTENES.

¿Cuál es tu compañera de tienda?[101]

MNESÍLOCO.

Es una tal... ¡Pobre de mí!

CLÍSTENES.

¿No contestarás?

MUJER QUINTA.

Déjate, voy a hacerle varias preguntas sobre la ceremonia del año pasado; retírate, porque como eres hombre no debes oírlas. Dime, ¿cuál fue la primera ceremonia que hicimos?

MNESÍLOCO.

¿Cuál fue la primera dices? Beber.

MUJER QUINTA.

¿Y la segunda?

MNESÍLOCO.

Brindar.

MUJER QUINTA.

Te lo habrá dicho alguno. ¿Y la tercera?

MNESÍLOCO.

Jenila pidió una copa; porque no había orinal.

MUJER QUINTA.

Eso no es decir nada. — Ven acá, Clístenes: este es el hombre de que hablabas.

p. 48CLÍSTENES.

¿Qué hago?

MUJER QUINTA.

Quítale los vestidos, pues contesta mal a todo.

MNESÍLOCO.

¡Cómo! ¿os atrevéis a desnudar a una madre de nueve hijos?

CLÍSTENES.

Suéltate pronto el ceñidor, desvergonzadísima.

MUJER QUINTA.

¡Qué fuerte y robusta parece! ¡Calla! ¡y no tiene pechos como nosotras!

MNESÍLOCO.

Es que soy estéril, y nunca he tenido hijos.

MUJER QUINTA.

¿Ahora con esas? Hace un momento tenías nueve.

CLÍSTENES.

Estáte derecho. ¿Qué veo?[102]

MUJER QUINTA.

No cabe duda que es un hombre.[103]

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

p. 49¡Ah malvado! por eso nos llenó de ultrajes en su defensa de Eurípides.

MNESÍLOCO.

¡Infeliz, en qué berenjenal me he metido!

MUJER QUINTA.

¿Qué hacemos?

CLÍSTENES.

Guardadlo bien, para que no se escape. Yo voy a dar parte de lo ocurrido a los Pritáneos.


CORO.

Encendamos las lámparas, quitémonos los mantos, y ceñida al cuerpo la túnica de una manera viril, veamos si por casualidad[104] ha entrado otro hombre, y registremos todo el Pnix,[105] las tiendas y las bocacalles.

¡Ea! partamos con pie ligero, y examinémoslo todo sin chistar; correr es lo que importa; no hay tiempo que perder, principiemos por hacer la ronda con la mayor actividad. ¡Ea! registra, explora todos los rincones, para ver si se oculta algún otro traidor. Dirige la vista en derredor, a la derecha, a la izquierda, a todas partes; que nada escape a tu mirada perspicaz. El impío a quien sorprendamos, sufrirá un castigo severo, para escarmientop. 50 de insolentes criminales y sacrílegos. Reconocerá que hay dioses, y enseñará a los demás hombres a venerarlos, a honrarlos como es debido, a obedecer a las leyes, y a practicar la virtud. Si no lo hacen, oigan la pena que les aguarda: todo hombre reo de sacrilegio, inflamado por su rabia y loco de furor, será para las mujeres y los mortales un ejemplo viviente de que la venganza del cielo cae sin tardanza sobre los impíos. — Pero ya creemos haber registrado todo perfectamente; no hallamos ningún otro hombre oculto entre nosotras.


MUJER SEXTA.

¡Eh! ¡eh! ¿Adónde huyes? ¡Detente! ¡Oh desdichada! ¡Desdichada! Se escapa después de haberme arrebatado mi hijo del pecho.

MNESÍLOCO.

Grita cuanto quieras; pero este no vuelve a mamar, mientras no me soltéis: aquí mismo le abriré las venas con este cuchillo, y su sangre rociará el altar.[106]

MUJER SEXTA.

¡Oh, desdichada de mí! ¡Socorredme, amigas mías; aterrad con vuestros gritos a ese monstruo; arrebatadle su presa; no permitáis que así me prive de mi único hijo!

CORO.

¡Oh Parcas venerandas! ¿qué nuevo atentadop. 51 miro? Jamás he visto ni tanta audacia, ni tanta desvergüenza. ¡Qué nuevo crimen ha perpetrado, amigas! ¡Qué nuevo crimen!

MNESÍLOCO.

Yo sabré refrenar vuestra insolencia.

CORO.

¿No es esto el colmo de la indignidad?

MUJER SEXTA.

Sí, es indigno que me haya arrebatado mi pequeño.

CORO.

No he visto cosa igual; por nada se avergüenza.

MNESÍLOCO.

Pues aún no he concluido.

MUJER SEXTA.

Vengas de donde vengas, no te escaparás; no te irás sin castigo, para que luego te rías a nuestra costa refiriendo tu atentado: vas a morir.

MNESÍLOCO.

¡Que jamás se cumpla tu deseo!

CORO.

¿Cuál de los dioses inmortales vendrá en socorro de un hombre tan impío como tú?

MNESÍLOCO.

Vuestros gritos son inútiles: yo no suelto este niño.

CORO.

Por las dos diosas, tampoco te burlarás impunemente de nosotras, ni dirás más impiedades. A tus sacrílegos actos opondremos el condigno castigo.p. 52 Pronto un cambio de fortuna te hará sentir sus rigores. — Anda con esas mujeres; trae leña para quemar a este malvado, y asarlo vivo sin pérdida de tiempo.

MUJER SEXTA.

Mania,[107] vamos a buscar sarmientos. — (A Mnesíloco.) Hoy te convierto en carbón.

MNESÍLOCO.

Asad, quemad. — Pero tú, pobre criaturilla, quítate pronto el vestido cretense,[108] y no acuses de tu muerte a ninguna otra mujer más que a tu madre. Mas ¿qué veo? La niña se ha convertido en un odre lleno de vino con zapatitos pérsicos. ¡Oh mujeres astutas y borrachonas, inagotables en ardides para beber! ¡Providencia de los taberneros y peste de los maridos! ¡Polilla de nuestras telas y ajuares!

MUJER SEXTA.

Trae muchos sarmientos, Mania.

MNESÍLOCO.

Sí, trae. Pero, contéstame: ¿dices que has parido este muchacho?

MUJER SEXTA.

Diez meses lo llevé en mi seno.

MNESÍLOCO.

¿Que lo llevaste?

MUJER SEXTA.

Te lo juro por Diana.

p. 53MNESÍLOCO.

¿Coge tres cótilas o cuánto? Di.

MUJER SEXTA.

¿Qué has hecho, miserable? ¿Has desnudado a una criatura tan pequeñita?

MNESÍLOCO.

¿Tan pequeñita?

MUJER SEXTA.

Cierto que es pequeñita.

MNESÍLOCO.

¿Pues cuántos años tiene? ¿Ha visto tres o cuatro veces la fiesta de las copas?[109]

MUJER SEXTA.

¡Qué! ¡Si nació próximamente cuando las últimas Dionisiacas! Devuélvemelo.

MNESÍLOCO.

No, te lo juro por ese Apolo.[110]

MUJER SEXTA.

Pues te quemaremos.

MNESÍLOCO.

Quemadme y lo degüello.

MUJER SEXTA.

¡Oh, no, por piedad! Prefiero que me hagas a mí todo el mal que quieras.

MNESÍLOCO.

Me pareces una buena madre; sin embargo, lo degollaré.

p. 54MUJER SEXTA.

¡Hija de mi corazón! Dame un vaso, Mania, para que al menos pueda recoger su sangre.

MNESÍLOCO.

Ponlo debajo: te concedo esa gracia.[111]

MUJER SEXTA.

¡Que el cielo te confunda, monstruo feroz o implacable!

MNESÍLOCO.

Esta piel pertenece a la sacerdotisa.[112]

MUJER SEXTA.

¿Qué es lo que pertenece a la sacerdotisa?

MNESÍLOCO.

Tómala.[113]

MUJER SÉPTIMA.

Mica infortunada, ¿quién te ha quitado tu hija?[114] ¿Quién te ha arrebatado esa idolatrada criatura?

MUJER SEXTA.

Ese infame. Ya que estás aquí, guárdalo bien, en tanto que yo voy con Clístenes a denunciar sus crímenes a los Pritáneos.


MNESÍLOCO.

¡Ah! ¿Cómo salvarme? ¿Qué intentaré? ¿Qué imaginaré?p. 55 El autor de todos mis males, el que me metió en este desventurado negocio, no se presenta todavía. Veamos: ¿cómo podré enviarle un aviso?... ¡Ah! Palamedes[115] me enseña un expediente ingenioso. Escribiré, como él, mi infortunio en un remo, y lo arrojaré al mar. Pero aquí no hay remos. ¿Dónde podré encontrarlos? ¿Dónde? ¡Qué idea! ¿Si hiciese astillas esas estatuas, y escribiese en ellas como si fuesen remos?... Sí, será mucho mejor. Al fin, estatuas y remos todo es madera. Ea, manos mías, emprended la obra de salvación. Tablillas pulimentadas, nuncios de mi infortunio, aprestaos a recibir las huellas del estilo. — ¡Oh! ¡Qué R tan fea! ¿Adónde va a parar? — Partid ya en todas direcciones; apresuraos, tablillas mías, que mi necesidad es apremiante.


CORO.

Volvámonos hacia los espectadores para cantar nuestras propias alabanzas, aunque todo el mundo hable mal de nosotras y nos llame peste[116] del género humano, y causa de cuantos pleitos, riñas,p. 56 sediciones, guerras y pesares existen. Pero decidnos: Si somos una peste, ¿por qué os casáis con nosotras? Si somos una peste, ¿por qué nos prohibís salir de casa y asomarnos a las ventanas? Si somos una peste, ¿por qué si sale vuestra mujer y no la encontráis en casa os enfurecéis como energúmenos, en vez de regocijaros y dar gracias a los dioses de que la peste haya abandonado vuestro hogar y de que estáis ya libres de huésped tan enojoso? Si cansadas de jugar nos dormimos en casa de una amiga, en seguida vais a buscar a vuestra peste, y rondáis en torno de su lecho. Si nos asomamos a la ventana, todo el mundo se detiene a ver la peste; si ruborizadas nos retiramos, aumenta el deseo de que la peste vuelva a presentarse. Está, pues, fuera de duda que somos mucho mejores que vosotros, como lo prueba el más ligero examen. Comparemos, si no, los dos sexos, y veamos cuál es peor: vosotros decís que el nuestro, y nosotras que el vuestro. Examinémoslos y pongámoslos en parangón, oponiendo uno a uno, hombres y mujeres. Carmino[117] es inferior a Nausímaca; los hechos son elocuentes. Cleofón[118] está muy por debajo de Salabacca.p. 57 Con Aristómaca, la heroína de Maratón, ni con Estratónice,[119] hace mucho tiempo que nadie se atreve a contender. Entre los senadores que el año último abandonaron a otros sus cargos, ¿habrá alguno que pueda compararse con Eubula?[120] Ni ellos mismos se atreverían. Podemos, pues, gloriarnos de ser mucho mejores que los hombres. Tampoco se ve a ninguna mujer pasearse por la ciudad en un carro magnífico después de haber robado cincuenta talentos al Tesoro; nuestros mayores hurtos son de un poco de trigo a nuestro esposo, y para eso se lo devolvemos en el mismo día. ¿Cuántos de vosotros pudiéramos señalar que hacen otro tanto y que son también más glotones que nosotras, y chocarreros y ladrones de vestidos y de esclavos? ¿Cuántos que ni siquiera saben cómo las mujeres conservan la herencia paterna? Nosotras, en efecto, tenemos todavía nuestros cilindros, nuestras lanzaderas, nuestros canastillos y quitasoles; al paso que muchos de nuestros maridos han perdidop. 58 unos sus lanzas, el asta y el hierro a la vez, y otros han arrojado en el combate sus escudos.

Muchísimos cargos podemos hacer las mujeres a los hombres, pero solo mencionaremos el más grave de todos. Era justo que cuando una de nosotras diera a luz un ciudadano útil, un taxiarco[121] o un estratega,[122] fuese honrada con alguna distinción, como, por ejemplo, la de ocupar el primer puesto en las Estenias,[123] las Esciras,[124] y otras fiestas que solemos celebrar. Por el contrario, la madre de un ciudadano cobarde e inútil, de un trierarca holgazán, o de un piloto imperito debería colocarse con el cabello cortado detrás de la que dio a luz un hombre valeroso. Porque, decidme, ciudadanos, ¿no es injusto de veras que junto a la madre de Lámaco[125] se siente la de Hipérbolo,[126] vestida de blanco y flotante el cabello, y que siga prestando a usura, cuando sus deudores, en vez de pagarle el interés,[127] debieran decirle,p. 59 llevándose el dinero: «¡Vaya, que eres digna de que se te pague después de habernos parido tal alhaja!»?


MNESÍLOCO.

Me he quedado bizco de tanto mirar a aquella parte, y Eurípides no parece. ¿Quién se lo impedirá? ¡Ah, sin duda se avergüenza del frío Palamedes! ¿Con qué otro drama le atraeré? ¡Ya di en ello! Voy a imitar su nueva Helena. Tengo un vestido de mujer completo.

MUJER SÉPTIMA.

¿Qué intentas? ¿Qué miras? Me parece que te arrepentirás de tu Helena, si no te estás quieto hasta que venga un Pritáneo.

MNESÍLOCO. (Fingiéndose Helena.)

«Este es el Nilo, célebre por la hermosura de sus Ninfas: sus aguas, sustituyendo al agua del cielo, riegan los campos del blanco Egipto que alimentan a sus habitantes con la negra sirmea.»[128]

MUJER SÉPTIMA.

¡Por la luciente Hécate! Eres un costal de astucias.

p. 60MNESÍLOCO.

«Mi patria no carece de gloria; vi en Esparta la luz, y Tíndaro es mi padre.»[129]

MUJER SÉPTIMA.

¡Tíndaro tu padre, perdido! Frinondas[130] sí que lo es.

MNESÍLOCO.

«Me llamo Helena.»[131]

MUJER SÉPTIMA.

¿Vuelves a fingirte mujer, sin haber sufrido todavía el castigo por el primer disfraz?

MNESÍLOCO.

«Mil guerreros murieron por mí a orillas del Escamandro.»[132]

MUJER SÉPTIMA.

¡Ojalá hubieses muerto tú también!

MNESÍLOCO.

«Y yo estoy en estos lugares; ¡y mi esposo, el mísero Menelao,[133] no viene todavía! ¡Ah! ¿Por qué vivo aún?»

MUJER SÉPTIMA.

Por la cobardía de los cuervos.

MNESÍLOCO.

«¿Pero qué dulce presentimiento hace palpitarp. 61 mi corazón? ¡Oh Júpiter, no burles mi esperanza!»


EURÍPIDES. (Fingiéndose Menelao.)

«¿Quién es el dueño de esta fortificada mansión?[134] ¿Acogerá a unos náufragos extranjeros, que han sufrido sobre las olas del mar todos los horrores de la borrasca?»[135]

MNESÍLOCO.

«Este es el palacio de Proteo.»[136]

EURÍPIDES.

¿De qué Proteo?

MUJER SÉPTIMA.

¿Habrá mentiroso? Proteo[137] ha muerto hace diez años.

EURÍPIDES.

«¿A qué región ha arribado mi nave?»

MNESÍLOCO.

A Egipto.

EURÍPIDES.

«¡Oh infortunado! ¡Adónde nos arrojó la tempestad!»

p. 62MUJER SÉPTIMA.

¿Pero puedes creer las necedades que te cuenta ese perdido? Estás en el templo de Ceres.

EURÍPIDES.

«¿Está Proteo en su palacio, o fuera del alcance de la vista?»[138]

MUJER SÉPTIMA.

Por fuerza estás mareado todavía. Acabas de oír que Proteo ha muerto, y preguntas si está o no en su palacio.

EURÍPIDES.

«¡Ay, murió! ¿Dónde descansan sus cenizas?»

MNESÍLOCO.

«¿Me ves sentada sobre su tumba?»[139]

MUJER SÉPTIMA.

¡Que el cielo te confunda! ¿Pues no dice que el altar es un sepulcro?

EURÍPIDES.

«¿Y por qué, extranjera, estás sentada sobre ese mortuorio monumento envuelta en fúnebre ropaje?»

MNESÍLOCO.

«Quieren obligarme a unir mi destino al del hijo de Proteo.»[140]

MUJER SÉPTIMA.

¿Por qué engañas a ese infeliz extranjero? — No lep. 63 creas; es un bribón que se ha metido entre las mujeres para robarnos las joyas.

MNESÍLOCO. (A la Mujer séptima.)

«Grita, lléname de ultrajes.»

EURÍPIDES.

«Extranjera, ¿quién es esa anciana que te insulta?»

MNESÍLOCO.

«Es Teonoe, hija de Proteo.»

MUJER SÉPTIMA.

¡No, por las diosas! Soy Crítila, hija de Antiteo, natural de Gargetes,[141] y tú, un canalla.

MNESÍLOCO.

«Inútiles palabras; jamás me casaré con tu hermano; jamás seré infiel a mi Menelao, que combate bajo las murallas de Troya.»

EURÍPIDES.

«¡Mujer! ¿Qué has dicho? Vuelve hacia mí los rayos de tus ojos.»

MNESÍLOCO.

«Mis ultrajadas mejillas me lo impiden.»[142]

EURÍPIDES.

«¿Qué miro? La voz se ahoga en mi garganta... ¡Dioses! ¿Qué facciones contemplo? Mujer, ¿quién eres?»

MNESÍLOCO.

«Y tú ¿quién eres? Mi sorpresa es igual a la tuya.»

p. 64EURÍPIDES.

«¿Eres griega o indígena?»

MNESÍLOCO.

«Griega; pero yo anhelo saber tu patria.»

EURÍPIDES.

«Mujer, te pareces extraordinariamente a Helena.»

MNESÍLOCO.

«Y tú a Menelao; a lo menos en esos... perifollos.»[143]

EURÍPIDES.

«El mismo: yo soy aquel mortal infortunado.»

MNESÍLOCO.

«¡Oh! ¡Cuánto has tardado en venir a los brazos de tu esposa! Estréchame contra tu corazón, esposo mío; ciñe mi cuello con tus manos; déjame que te bese. Pronto, pronto, arráncame de estos funestos lugares.»

MUJER SÉPTIMA.

¡Pobre del que te lleve! Le sacudiré con esta antorcha.

EURÍPIDES.

«¿Me prohíbes que me lleve a Esparta a mi esposa, a la hija de Tíndaro?»

MUJER SÉPTIMA.

Me vas pareciendo un redomado bribón, cómplice de ese otro canalla. No sin razón charlabaisp. 65 tanto de Egipto.[144] Pero ese a lo menos tendrá su merecido. Ya vienen el Pritáneo y el arquero.

EURÍPIDES.

Esto va mal. Tengo que retirarme con precaución.

MNESÍLOCO.

¿Y qué haré yo, infeliz?

EURÍPIDES.

Tranquilízate. Mientras me quede un soplo de vida, no te desampararé, a menos de que mis infinitos ardides me abandonen.

MNESÍLOCO.

En este anzuelo no ha caído nada.


EL PRITÁNEO.

¿Es ese el bribón que nos ha denunciado Clístenes? — ¡Eh, tú, no te escondas! — Arquero, átale a ese poste, y sujétalo bien: encárgate de su guarda, y no permitas que nadie se le acerque: si alguno se aproxima, hazle huir a latigazos.

MUJER SÉPTIMA.

Excelente orden; pues hace un instante que por poco se me lo lleva otro bribón.

MNESÍLOCO.

Oh Pritáneo, por esa diestra que tiendes de tan buena gana cuando alguno te ofrece dinero, concédeme una pequeña gracia, ya que voy a morir.

p. 66EL PRITÁNEO.

¿Qué gracia?

MNESÍLOCO.

Manda al arquero que me desnude, antes de atarme al poste, para que este pobre viejo no cause risa con su túnica azafranada y su mitra a los mismos cuervos que se lo han de comer.

EL PRITÁNEO.

El Senado ha dispuesto que se te exponga en ese traje, para que los transeúntes se enteren de tu delito.

MNESÍLOCO

¡Oh maldito disfraz! ¡A qué extremo me reduces! ¡No tengo ya esperanza de salvación!


CORO.

Ea, divirtámonos, como es mujeril costumbre cuando celebramos los misterios de las diosas, en estos festivos días que Pauson[145] santifica con ayunos, rogando a las dos venerables que los multipliquen en consideración a su persona.

Lanzaos con pie ligero; formad ruedas; enlazad vuestras manos; saltad acompasadamente, con vivos y cadenciosos movimientos; girad los ojos en torno y mirad a todas partes. Al propio tiempo celebre el coro, con trasportes de religiosa alegría, a la raza de los dioses celestiales.

p. 67¡Cuán engañado está quien se imagine que, porque soy mujer, voy a hablar mal de los hombres en el templo! Solo tratamos de ejecutar por primera vez, como el baile lo exige, una armoniosa rueda.

Partid, cantando al dios de la sonora lira, y a la casta deidad, armada del arco.[146] ¡Salve, Apolo de rápidas flechas, danos la victoria! Tributemos un justo homenaje a Juno, directora de todas las danzas, guarda de las llaves del dulce himeneo.

Mercurio, dios de los pastores, Pan, y vosotras, amadas Ninfas, conceded a los coros una sonrisa benévola.

Ea, partamos con nuevos bríos, y animémonos con vivos palmoteos. Divirtámonos, oh mujeres, según es costumbre, y guardemos absoluto ayuno. Vuélvete ahora hacia ese otro lado; marca el compás con el pie, y entona variados cánticos. Guíanos tú, Baco, coronado de hiedra, pues en mis cantos y danzas te celebro a ti. ¡Oh Evio! ¡Oh Dionisio! ¡Oh Bromio,[147] hijo de Semele!, que te complaces en mezclarte en las montañas a los coros de las amables Ninfas, concluyendo tus himnos con el alegre ¡Evios! ¡Evios! ¡Evohé! — Eco, la Ninfa del Citerón, repite tus acentos, que resuenan bajo las opacasp. 68 bóvedas del espeso follaje, y entre los peñascos de la selva; en torno de ti, la hiedra enlaza sus ramos, cargados de flores.


EL ARQUERO.

Vas a pasar la pena negra, aquí, al aire libre.[148]

MNESÍLOCO.

Arquero, yo te suplico...

EL ARQUERO.

Nada me pidas.

MNESÍLOCO.

Afloja un poco esa argolla.

EL ARQUERO.

Ya voy a hacerlo.

MNESÍLOCO.

¡Ay! ¡ay! La aprietas más.

EL ARQUERO.

¿Quieres más todavía?

MNESÍLOCO.

¡Ay! que el cielo te confunda.

EL ARQUERO.

Cállate, pobre viejo. Voy a traer una estera, para guardarte con comodidad.[149]

p. 69MNESÍLOCO.

¡Estos son los placeres que tengo que agradecer a Eurípides!... Pero, ¡oh dioses y Júpiter salvador!, aún tengo esperanzas. Parece que no piensa abandonarme...

Perseo al desaparecer me indicó disimuladamente que me fingiese Andrómeda;[150] ya estoy atado como aquella princesa infeliz. No hay duda que vendrá a salvarme; de otro modo no hubiera huido volando.[151]


EURÍPIDES. (Fingiéndose Perseo.)

Ninfas amadas, si pudiera acercarme sin que el escita me viera... ¿Me oyes tú, moradora de los antros?[152] En nombre del pudor, permíteme acercarme a mi esposa.

MNESÍLOCO.[153]

¡Un implacable verdugo ha encadenado al más infeliz de los mortales! Logró escapar a duras penas de aquella repugnante vieja, y caí en un nuevop. 70 infortunio: ese escita no se aparta de mi lado: desprovisto de toda defensa, voy a servir de banquete a los cuervos. ¿Lo veis? Ya no tomo parte en los coros de las doncellas, ni llevo el cestillo de los sufragios; cargada de prisiones, me veo expuesta a la voracidad de la ballena Gláucetes.[154]

¡Mujeres, deplorad mi suerte con el himno de la esclavitud, y no con el del himeneo! ¡Ay, que me agobian infinitos males!... ¡Infeliz, infeliz de mí... e infeliz por mis parientes! Presa de tormentos injustos, mis ayes son capaces de arrancar torrentes de lágrimas al insensible Tártaro. ¡Ay, ay! Socórreme, autor de mis males, tú, que me rapaste primero y me enviaste después vestido de amarilla túnica al templo donde estaban reunidas las mujeres. ¡Oh hado inexorable! ¡Oh cruel destino! ¿Quién podrá ver sin compadecerse mi espantosa desdicha? ¡Ojalá los rayos deslumbradores del Éter me aniquilen... a ese bárbaro![155] Porque ya no me es grato contemplar la eterna luz, desde que colgado, estrangulado, loco de dolor, desciendo por el camino más corto a la mansión de los muertos.


EURÍPIDES. (Fingiéndose la ninfa Eco.)

¡Salud, hija querida! ¡Que los dioses confundan a tu padre Cefeo,[156] que te ha expuesto de ese modo!

p. 71MNESÍLOCO. (Fingiéndose Andrómeda.)

¿Quién eres tú que así te compadeces de mis males?

EURÍPIDES.

Soy Eco, la ninfa que repite fielmente todas las voces; la misma que el año pasado presté en este lugar mi eficaz ayuda a Eurípides.[157] Pero, hija mía, lo que tú debes hacer es lamentarte lastimosamente.

MNESÍLOCO.

Y tú repetir mis gemidos.

EURÍPIDES.

Así lo haré; principia.

MNESÍLOCO.

¡Oh noche sagrada! ¡Cuán larga es tu carrera! ¡Cuán lento rueda tu carro por la estrellada bóveda de los cielos y el venerando Olimpo!

EURÍPIDES.

Olimpo.

MNESÍLOCO.

¿Por qué a Andrómeda le han tocado con preferencia todos los males en suerte?

EURÍPIDES.

En suerte.

MNESÍLOCO.

¡Muerte mísera!

p. 72EURÍPIDES.

¡Muerte mísera!

MNESÍLOCO.

Me asesinas, vieja charlatana.

EURÍPIDES.

Vieja charlatana.

MNESÍLOCO.

A la verdad, estás insoportable.

EURÍPIDES.

Insoportable.

MNESÍLOCO.

Amigo mío, déjame lamentarme solo, y me darás gusto. Basta ya.

EURÍPIDES.

Basta ya.

MNESÍLOCO.

¡Vete al infierno!

EURÍPIDES.

¡Vete al infierno!

MNESÍLOCO.

¡Qué peste!

EURÍPIDES.

¡Qué peste!

MNESÍLOCO.

¡Qué necedad!

EURÍPIDES.

¡Qué necedad!

MNESÍLOCO.

Lo vas a sentir.

EURÍPIDES.

Lo vas a sentir.

p. 73MNESÍLOCO.

Y vas a clamar.

EURÍPIDES.

Y vas a clamar.

EL ARQUERO.

¡Eh, tú! ¿qué charlas?

EURÍPIDES.

¡Eh, tú! ¿qué charlas?

EL ARQUERO.

Llamaré a los Pritáneos.

EURÍPIDES.

Llamaré a los Pritáneos.

EL ARQUERO.

¡Es extraño!

EURÍPIDES.

¡Es extraño!

EL ARQUERO.

¿De dónde sale esa voz?

EURÍPIDES.

¿De dónde sale esa voz?

EL ARQUERO.

¿Hablas tú?

EURÍPIDES.

¿Hablas tú?

EL ARQUERO.

¡Cuidado!

EURÍPIDES.

¡Cuidado!

EL ARQUERO.

¿Te burlas de mí?

p. 74EURÍPIDES.

¿Te burlas de mí?

MNESÍLOCO.

Yo no, esa mujer que está junto a ti.

EURÍPIDES.

Que está junto a ti.

EL ARQUERO.

¿Dónde está esa bribona? ¡Ah, se escapa! ¿Adónde, adónde vas?

EURÍPIDES.

¿Adónde, adónde vas?

EL ARQUERO.

No te escaparás.

EURÍPIDES.

No te escaparás.

EL ARQUERO.

¿Aún charlas?

EURÍPIDES.

¿Aún charlas?

EL ARQUERO.

Coged a esa bribona.

EURÍPIDES.

Coged a esa bribona.

EL ARQUERO.

¡Gárrula y detestable mujer!

EURÍPIDES. (Fingiéndose Perseo.)

¡Oh dioses! ¿A qué bárbara región me ha traído mi rápido vuelo? Yo soy Perseo, que surcando el éter con mis alados pies, me encamino a Argos, llevando la cabeza de la Gorgona.

p. 75EL ARQUERO.

¿Qué dices de la cabeza de Gorgo el escribano?[158]

EURÍPIDES.

He dicho la cabeza de la Gorgona.

EL ARQUERO.

Pues bien, de Gorgo.

EURÍPIDES.

¡Ah! ¿Qué veo? ¿Una doncella semejante a las diosas encadenada a ese escollo como un navío en el puerto?[159]

MNESÍLOCO.

Extranjero, ten piedad de esta mísera, desata mis cadenas.

EL ARQUERO.

Cállate. ¡Habrá audacia como la suya! ¡Está para morir y aún charla!

EURÍPIDES.

¡Oh doncella! Muéveme a compasión el verte encadenada.

EL ARQUERO.

Si no es doncella; si es un viejo zorro, ladrón y canalla.

EURÍPIDES.

Tú desbarras, escita; esa es Andrómeda, la hija de Cefeo.

EL ARQUERO.

Míralo bien; ¿te parece todavía una doncella?[160]

p. 76EURÍPIDES.

Escita, dame la mano, para que me acerque a esa joven. Todos los hombres tenemos nuestro flaco; el mío es estar enamorado de esa virgen.

EL ARQUERO.

No te envidio el gusto. Puedes hacer de él lo que quieras, sin que tenga celos.

EURÍPIDES.

¿Por qué no me permites desatarla, y arrojarme en los brazos y en el tálamo de una esposa querida?

EL ARQUERO.

Si tan furiosamente adoras a ese anciano, esa tabla no debe ser obstáculo a tus deseos.[161]

EURÍPIDES.

¡Ah! voy a soltar sus ligaduras.

EL ARQUERO.

Y yo a majarte a palos.

EURÍPIDES.

Pues lo haré.

EL ARQUERO.

Pues te cortaré la cabeza con mi espada.

EURÍPIDES.

¡Ay! ¿Qué hacer? ¿Qué razones emplear? Ese bárbaro no las comprendería. Quien a ingenios rudos presenta pensamientos nuevos o ingeniosos, pierde sin fruto el tiempo.[162] Busquemos otro medio apropiado a su condición.

p. 77EL ARQUERO.

¡Zorro maldito! ¡Cómo trataba de engañarme!

MNESÍLOCO.

No olvides, Perseo, el infortunio en que me dejas.

EL ARQUERO.

Está visto que quieres llevar unos cuantos latigazos.


CORO.

Palas, amiga de los coros, yo te invoco obedeciendo al sagrado rito. Ven, casta doncella, libre del yugo de himeneo, protectora de nuestra ciudad, única guarda de su poder y de sus puertas. Apareces enemiga natural de los tiranos; el pueblo de las mujeres te llama; acude en compañía de la Paz, amiga de las fiestas.

Vosotras también, diosas augustas,[163] venid benévolas y propicias a vuestro sagrado bosque, donde la vista de los hombres no puede escudriñar los sagrados misterios; donde a la luz de las brillantes antorchas, mostráis vuestro rostro inmortal. Llegad, acercaos, os lo pedimos humildemente, venerandas Tesmóforas. Si alguna vez, accediendo a nuestros ruegos, os dignasteis venir, venid ahora también y no desoigáis nuestros votos.


EURÍPIDES.

Mujeres, si queréis reconciliaros conmigo, consientop. 78 y me comprometo a no hablar mal de vosotras en adelante. Estas son mis condiciones de paz.

CORO.

¿Por qué motivo nos la propones?

EURÍPIDES.

El hombre que está atado a ese poste es mi suegro. Si me lo entregáis, no volveré a hablar mal de vosotras; pero si no accedéis, me propongo denunciar a vuestros maridos a su regreso de la guerra todas vuestras ocultas maquinaciones.

CORO.

Por lo que a nosotras toca, quedan aceptadas tus condiciones; pero tienes que persuadir a ese bárbaro.

EURÍPIDES.

Eso es cuenta mía. (Vuelve disfrazado de vieja con una bailarina y una tañedora de flauta.) Acuérdate, Elafión,[164] de hacer lo que te he dicho en el camino. Pasa adelante, y recógete el vestido. — Tú, Teredón, toca la flauta al modo pérsico.

EL ARQUERO.

¿Qué significa esa música? ¿Quién trata de excitarme?

EURÍPIDES. (De vieja.)

Arquero, esta muchacha necesita ejercitarse, pues tiene que ir a bailar delante de unos hombres.

p. 79EL ARQUERO.

Que baile y se ejercite; yo no se lo he de impedir. ¡Qué ágil es! ¡Salta como una pulga en un pellejo de carnero!

EURÍPIDES.

Vamos, hija mía, quítate ese vestido; siéntate en las rodillas del escita, y alárgame los pies para que te descalce.[165]

EL ARQUERO.

Sí, sí, siéntate, niña mía. ¡Oh qué seno tan duro!

EURÍPIDES.

Toca pronto la flauta. ¿Aún te da miedo el escita?

EL ARQUERO.

¡Qué hermosísima es!

EURÍPIDES.

¡Orden, amigo mío!

EL ARQUERO.

Pues no quedaría descontenta.[166]

EURÍPIDES.

Bien. (A la bailarina.) Ponte el vestido: ya es hora de marchar.

EL ARQUERO.

¿Sin darme un beso?

EURÍPIDES.

Vamos, bésale.

EL ARQUERO.

¡Ajajá! ¡Qué boquita tan dulce! Ni la miel delp. 80 Ática. Mas, ¿por qué no ha de pasar un rato conmigo?[167]

EURÍPIDES.

Adiós, arquero, eso no es posible.

EL ARQUERO.

Sí, sí, viejecita mía, hazme ese favor.

EURÍPIDES.

¿Me darás un dracma?

EL ARQUERO.

Sí, sí, te lo daré.

EURÍPIDES.

Pues venga el dinero.

EL ARQUERO.

No tengo un óbolo, pero toma mi carcaj.

EURÍPIDES.

Traerás aquí a la muchacha.

EL ARQUERO.

Sígueme, hermosa; tú, viejecita mía, guarda en tanto a ese anciano. ¿Cómo te llamas?

EURÍPIDES.

Artemisia.

EL ARQUERO.

No se me olvidará. Artamuxia.

(Vase con la bailarina.)


EURÍPIDES.

Astuto Mercurio, todo sale a pedir de boca. Corre, pobre muchacho, corre con la bailarina, mientrasp. 81 yo le desato. — Tú, en cuanto te suelte, huye a toda prisa, y refúgiate en casa, entre tu mujer y tus hijos.

MNESÍLOCO.

Esa es cuenta mía, en cuanto me vea libre.

EURÍPIDES.

Ya lo estás. Ahora huye, antes de que venga el arquero y te sorprenda.

MNESÍLOCO.

Ya lo hago.

(Se van Eurípides y Mnesíloco.)

EL ARQUERO.

Viejecita mía, ¡qué hermosa hijita tienes! ¡Lo más dócil, lo más amable!... ¿Dónde está la vieja? ¡Ah, estoy perdido! ¿Adónde se ha ido el viejo? Vieja, viejecita mía, eso no está bien hecho. Artamuxia me ha engañado. Lejos de mí, maldito carcaj. Con razón te llaman así; por ti me ha engañado la vieja.[168] ¡Ay! ¿Qué haré? ¿Dónde está la viejecita? ¡Artamuxia!

CORO.

¿Preguntas por una vieja que llevaba una lira?

EL ARQUERO.

Sí, sí. ¿La habéis visto?

CORO.

Se marchó de aquí seguida de un viejo.

p. 82EL ARQUERO.

¿Un viejo con una túnica amarilla?

CORO.

Eso es. Aún podrás alcanzarlos si los persigues por ahí.

EL ARQUERO.

¡Maldita vieja! ¿Por cuál camino huyó? ¡Artamuxia!

CORO.

Sube todo derecho. ¿Adónde corres? Vuelve atrás: sigue la dirección contraria.

EL ARQUERO.

¡Pobre de mí! Y en tanto huye Artamuxia.

CORO.

Corre, corre. ¡Ojalá un viento favorable se te lleve... al infierno! Pero ya es hora de que cesen nuestros juegos y de retirarnos a nuestros hogares. ¡Plegue a las Tesmóforas sernos propicias en premio de nuestro trabajo!

FIN DE LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.


p. 83

LAS RANAS.


p. 85

NOTICIA PRELIMINAR.


Baco, en cuyo honor se celebraban los certámenes trágicos y cómicos por haber tenido origen en sus fiestas, cansado de las malísimas tragedias que se representaban después de la muerte de Sófocles y Eurípides, se decide a descender al infierno en busca de un buen poeta. Para conseguir su objeto, y recordando que Hércules había ya realizado empresa tan peligrosa, llama al templo de este héroe, y después de adquirir las noticias necesarias para el viaje, parte acompañado de su esclavo Jantias y disfrazado con la piel de león y la clava de Alcides.

Al llegar a la laguna Estigia, Caronte le admite en su barca, y durante el trayecto óyese el canto de las ranas, que graznan a su sabor, insultando con su estrepitosa alegría las molestias que el dios experimenta. Este episodio completamente desligado de la comedia es, sin embargo, el que le da título.

p. 86Después de varias peripecias que ponen de manifiesto la cobardía de Baco, y de sufrir este los insultos y malos tratamientos de dos taberneras y Éaco, que le confunden con Hércules, penetra en el palacio de Plutón, precisamente cuando todo el infierno se halla conmovido por una terrible disputa entre Esquilo y Eurípides, a causa de pretender este ocupar el trono de la tragedia. Baco es elegido juez, y ambos rivales, en una larga escena interesantísima bajo el punto de vista de crítica literaria, se echan en cara todos los vicios y defectos de sus obras. Cansado Esquilo de las sutilezas y argucias de su adversario, propone la prueba decisiva de pesar los versos de uno y otro en una balanza, y consigue un triunfo completo. En vista de lo cual, Baco se lo lleva a la tierra, desentendiéndose del compromiso contraído con Eurípides; y Esquilo, al partir, entrega el cetro trágico a Sófocles, que ha presenciado la discusión con un silencio lleno de modestia.

El objeto principal de Las Ranas, como de la breve exposición de su argumento se deduce, es atacar el sistema dramático de Eurípides, en el cual veía Aristófanes iniciarse la decadencia de la tragedia. Los más perspicaces críticos modernos no han podido menos de reconocer lo justificado de sus censuras, que en esta comedia rara vez se apartan de aquella decencia y miramiento poco frecuentes en otras del mismo autor. Fuera, en efecto, de alguna que otra maligna alusión al oficio de la madre de Eurípides y a las relaciones dep. 87 Cefisofonte con su esposa, y de cierta violencia en la censura, natural en boca de Esquilo, a quien se pinta terriblemente irritado, cuanto se dice respecto al rebajamiento de los caracteres, del estilo y de los asuntos, a la inmoralidad de muchas de las fábulas y sentencias, al alambicamiento y sutileza de los pensamientos, a las sofísticas y antitrágicas discusiones y a la poca habilidad y verosimilitud en la exposición y desarrollo de la acción, es indudablemente cierto, y como tal ha sido reconocido por los más entusiastas admiradores de Eurípides.

Otra de las cosas que llaman la atención en Las Ranas de Aristófanes es la burla que en ella se hace de varias divinidades del Olimpo, y muy especialmente de Baco, cuya fiesta se solemnizaba con la representación de esta comedia. El dios tutelar del arte dramático aparece cobarde y fanfarrón, y sujeto a las contingencias del más débil de los mortales; y su hermano, el esforzado Alcides, da muestras de aquella glotonería, por la cual ya le vimos caracterizado en Las Aves.

A pesar de que el objeto de Aristófanes bien claro está, como queda dicho, que no es otro que satirizar a dioses y poetas, algunos han querido encontrar una intención política más profunda y trascendental en Las Ranas, creyendo que su fin era censurar al gobierno ateniense porque abría demasiado la mano en la cuestión de admitir en su seno esclavos y extranjeros. Mas aunque es cierto que el poeta toca repetidas veces este puntop. 88 en su comedia, no lo es menos que lo hace solo de pasada, sin manifestar que su intención principal sea esa.

Las Ranas se representaron, según indican sus prologuistas griegos y se desprende de diferentes pasajes[169] de la misma, el año 406 antes de Jesucristo, correspondiente al vigesimosexto de la guerra. Agradó tanto a los espectadores, que, no contentos con darle la preferencia sobre otras dos de Platón y Frínico, le concedieron el honor raro y singular de pedir una segunda representación.


p. 89

PERSONAJES.


Jantias.
Baco.
Hércules.
Un Muerto.
Caronte.
Coro de Ranas.
Coro de Iniciados.
Éaco.
Una Criada de Proserpina.
Dos Taberneras.
Eurípides.
Esquilo.
Plutón.

La escena pasa al principio en el camino de Atenas a los Infiernos; después en los Infiernos mismos.


p. 91

LAS RANAS.


JANTIAS.

¿Diré, dueño mío, alguno de esos chistes de cajón que siempre hacen reír a los espectadores?

BACO.

Di lo que se te antoje, excepto el consabido: «No puedo más.»[170] Pues estoy harto de oírlo.

JANTIAS.

¿Y algún otro más gracioso?

BACO.

Con tal que no sea el «estoy hecho pedazos.»

JANTIAS.

¿Entonces no he de decir ninguna agudeza?

BACO.

Sí, por cierto, y sin ningún temor. Solo te prohíbo...

p. 92JANTIAS.

¿Qué?

BACO.

Decir, al cambiar el hato de hombro, que no puedes aguantar cierta necesidad.[171]

JANTIAS.

¿Tampoco que si alguno no me alivia de este enorme peso, tendré que dar suelta a algún gas?[172]

BACO.

Nada de eso, te lo suplico: a no ser cuando tenga que vomitar.

JANTIAS.

No sé entonces qué necesidad había de echarme al hombro esta carga, para no poder hacer ninguna de aquellas cosas tan frecuentes en Frínico,[173] Licis[174] y Amipsias,[175] que siempre introducen en sus comedias mozos de cordel.

BACO.

No hagas tal; porque cuando yo me siento entrep. 93 los espectadores y miro invenciones tan vulgares, envejezco más de un año.

JANTIAS.

¡Desdichado hombro mío! Sufres y no se te permite hacer reír.

BACO.

¿No es esto el colmo de la insolencia y de la flojedad? Yo, Baco, hijo del ánfora,[176] voy a pie y me fatigo, mientras le cedo a ese sibarita mi asno para que vaya a su gusto y no tenga nada que llevar.

JANTIAS.

Pues qué, ¿no llevo yo nada?

BACO.

¿Cómo has de llevar si eres llevado?

JANTIAS.

Sí, con este equipaje encima.

BACO.

¿Cómo?

JANTIAS.

Que pesa mucho.

BACO.

¿Pero dejará de llevar el asno lo que tú llevas?

JANTIAS.

Por Júpiter, lo que yo llevo no lo lleva él.

BACO.

Pero ¿cómo puedes llevar nada, siendo llevado por otro?

p. 94JANTIAS.

No lo sé; pero lo cierto es que mi hombro no puede resistir más.

BACO.

Pues aseguras que el asno no te sirve de nada, cárgate el asno y llévalo a tu vez.

JANTIAS.

¡Triste de mí! ¿Por qué no estuve en la última batalla naval?[177] Ya me hubieras pagado esa bromita.

BACO.

Apéate, bribón; voy a llamar a esta puerta, donde tengo que hacer mi primera parada. ¡Esclavo! ¡Eh! ¡Esclavo![178]


HÉRCULES.

¿Quieres derribar la puerta? Quienquiera que sea, llama como un centauro.[179] Vamos, ¿qué ocurre?

BACO.

¡Jantias!

p. 95JANTIAS.

¿Qué?

BACO.

¿No has advertido?

JANTIAS.

¿El qué?

BACO.

El miedo que le he dado.

JANTIAS.

¡Bah! Tú estás loco.

HÉRCULES.

Por Ceres, no puedo contener la risa; por más que me muerdo los labios, sin embargo me río.

BACO.

Acércate, amigo mío; te necesito.

HÉRCULES.

¡Oh! Me es imposible no soltar la carcajada, al ver una piel de león debajo de una túnica amarilla.[180] ¿Qué intentas? ¿Qué tienen que ver la maza y los coturnos? ¿Por qué país has viajado?

BACO.

Me embarqué en el Clístenes.[181]

HÉRCULES.

¿Y diste una batalla naval?

p. 96BACO.

Ya lo creo, y echamos a pique doce o trece naves enemigas.

HÉRCULES.

¿Vosotros?

BACO.

Por Apolo te lo juro.

HÉRCULES.

Y entonces me desperté.[182]

BACO.

Estaba yo en la nave, leyendo para mí la Andrómeda,[183] cuando de repente se apodera de mi corazón un vivo deseo...

HÉRCULES.

¿Un deseo? ¿De qué especie?

BACO.

Pequeñito, como Molón.[184]

HÉRCULES.

¿De una mujer?

BACO.

No.

HÉRCULES.

¿De un muchacho?

p. 97BACO.

Ni por pienso.

HÉRCULES.

¿Entonces de un hombre?

BACO.

Eso es.

HÉRCULES.

Como estabas con Clístenes...

BACO.

No te burles, hermano mío; me siento mal de veras; el tal deseo me martiriza.

HÉRCULES.

Pero, hermanito, sepamos cuál es.

BACO.

No puedo revelártelo, pero te lo daré a entender por medio de un enigma. Di, ¿no te ha asaltado alguna vez un repentino deseo de comer puches?

HÉRCULES.

¿De puches? Ya lo creo: mil veces en mi vida.[185]

BACO.

¿Comprendes bien? ¿O me explico más?

HÉRCULES.

Lo que es de los puches, no tienes que decir más; lo entiendo perfectamente.

BACO.

Pues bien, tal es el deseo que me devora por Eurípides...

p. 98HÉRCULES.

¿Por un muerto?[186]

BACO.

Y ningún hombre me disuadirá de que vaya a buscarle.

HÉRCULES.

¿A los profundos infiernos?

BACO.

Y más abajo, si es preciso.

HÉRCULES.

Pero, ¿para qué lo necesitas?

BACO.

Me hace falta un buen poeta,[187] y no hay ninguno, pues los vivos todos son detestables.

HÉRCULES.

¡Cómo! ¿Ha muerto Iofonte?[188]

BACO.

Ese es el único bueno que resta; si es que él es el bueno, pues tengo mis dudas sobre el particular.

p. 99HÉRCULES.

Ya que tienes absoluta necesidad de sacar algún poeta de los infiernos, ¿por qué no te llevas a Sófocles, que es superior a Eurípides?

BACO.

No, antes quiero probar a Iofonte y ver lo que puede hacer sin Sófocles. Además, como Eurípides es muy astuto, desplegará todos sus ardides para escaparse conmigo, mientras que el otro es tan sencillote allí como aquí.[189]

HÉRCULES.

Y Agatón,[190] ¿dónde está?

BACO.

Aquel buen poeta y amigo querido me abandonó y partió.

HÉRCULES.

¿Adónde se fue el mísero?

BACO.

Al banquete de los bienaventurados.[191]

HÉRCULES.

¿Y Jenocles?[192]

BACO.

¡Qué el cielo le confunda!

p. 100HÉRCULES.

¿Y Pitángelo?[193]

JANTIAS.

¡De mí ni una palabra! Y se me está hundiendo el hombro.[194]

HÉRCULES.

¿Pero no componen también tragedias otros diez mil mozalbetes infinitamente más habladores que Eurípides?

BACO.

Esos son ramillos sin savia, verdaderos poetas-golondrinas, gárrulos e insustanciales, peste del arte, que en cuanto la Musa trágica les concede el más pequeño favor lanzan de una vez todo su talento, y caen extenuados de fatiga. ¡Oh! Por mucho que busques, no hallarás uno de esos vates fecundos que seducen con sus magníficas palabras.

HÉRCULES.

¿Cómo fecundos?

BACO.

Sí, fecundos y capaces de inventar estas atrevidas expresiones: «el éter, habitacioncita de Júpiter»,[195] «el pie del tiempo»,[196] «el corazón nop. 101 quiere jurar,[197] pero la lengua perjura sin la complicidad del corazón.»

HÉRCULES.

¿Y eso te gusta?

BACO.

Estoy más que loco por ellas.

HÉRCULES.

Si son necedades, tú mismo lo conoces.

BACO.

«No habites en mi espíritu: ya tienes tú tu casa.»[198]

HÉRCULES.

Pues todo eso es lo más detestable.

BACO.

En comer me podrás dar lecciones.[199]

JANTIAS.

¡De mí ni una palabra![200]

BACO.

Escucha ahora la razón de haberme vestido como tú. Es para que me digas, por si tengo necesidad, los huéspedes que te acogieron cuando fuiste a buscar al Cerbero. Indícamelos, y también los puertos, panaderías, lupanares, paradores, posadas, fuentes, caminos, ciudades, figones, y las tabernas donde haya menos chinches.

p. 102JANTIAS.[201]

¡De mí ni una palabra!

HÉRCULES.

¿Te atreverás a ir, temerario?

BACO.

No hables una palabra en contra de mi proyecto; indícame solamente el camino más corto para ir al infierno: un camino que ni sea demasiado caliente, ni demasiado frío.

HÉRCULES.

¿Cuál camino te indicaré el primero? ¿Cuál? ¡Ah! Este: coges un banquillo y una soga, y te cuelgas.

BACO.

¡Otro! Ese es asfixiante.

HÉRCULES.

Hay otro camino muy corto y muy trillado: el del mortero.[202]

BACO.

¿Te refieres a la cicuta?

HÉRCULES.

Precisamente.

BACO.

Ese es frío y glacial: en seguida se hielan las piernas.[203]

HÉRCULES.

¿Quieres que te diga uno muy rápido y pendiente?

p. 103BACO.

Sí, sí, por cierto; pues no soy muy andarín.

HÉRCULES.

Vete al Cerámico.[204]

BACO.

¿Y después?

HÉRCULES.

Sube a lo alto de la torre...

BACO.

¿Para qué?

HÉRCULES.

Ten fijos los ojos en la antorcha, hasta que se dé la señal; y cuando los espectadores te manden que la tires, te arrojas tú mismo.

BACO.

¿Adónde?

HÉRCULES.

Abajo.

BACO.

Y me romperé las dos membranas del cerebro. No me gusta ese camino.

HÉRCULES.

¿Pues cuál?

p. 104BACO.

Aquel por donde tú fuiste.

HÉRCULES.

Pero es sumamente largo. Lo primero que encontrarás será una laguna inmensa y profundísima.

BACO.

¿Cómo la atravesaré?

HÉRCULES.

Un barquero viejo te pasará en un botecillo, mediante el pago de dos óbolos.

BACO.

¡Oh, qué poder tienen en todas partes los dos óbolos![205] ¿Cómo han llegado hasta allí?

HÉRCULES.

Teseo[206] los llevó. Después verás una multitud de serpientes y monstruos horrendos.

BACO.

No trates de meterme miedo y aterrarme; no me disuadirás.

HÉRCULES.

Luego un vasto cenagal, lleno de inmundicias, y sumergidos en él todos los que faltaron a los deberes de la hospitalidad, los que negaron el salariop. 105 a su bardaje, y los que maltrataron a su madre, abofetearon a su padre o copiaron algún pasaje de Mórsimo.[207]

BACO.

A esos deberían agregarse todos los que aprendieron la danza pírrica de Cinesias.[208]

HÉRCULES.

Más lejos encantará tus oídos el dulce sonido de las flautas; verás bosquecillos de mirtos iluminados por una luz purísima como la de aquí; encontrarás grupos bienaventurados de hombres y mujeres, y escucharás alegres palmoteos.

BACO.

Y esos, ¿quiénes son?

HÉRCULES.

Los iniciados...[209]

JANTIAS.

Y yo el asno portador de los misterios;[210] pero, por Júpiter, no los llevaré más.

p. 106HÉRCULES.

Que te dirán todo cuanto necesites, pues habitan en el mismo camino, junto a la puerta del palacio de Plutón. Conque, hermano mío, feliz viaje.


BACO.

¡Adiós! Y que Júpiter te oiga. (A Jantias.) Vuelve a cargarte el hato.

JANTIAS.

¿Antes de habérmelo descargado?

BACO.

Y a escape.

JANTIAS.

No, no, te lo suplico: más vale que te ajustes con algún muerto de los que necesariamente tienen que recorrer este camino.

BACO.

¿Y si no lo encuentro?

JANTIAS.

Entonces llévame.

BACO.

Tienes razón. Ahí traen precisamente a un muerto. ¡Eh, tú, a ti te digo, el muerto! ¿Quieres llevar un hatillo a los infiernos?


UN MUERTO.

¿Es pesado?

BACO.

Míralo.

p. 107EL MUERTO.

¿Me pagarás dos dracmas?

BACO.

¡Oh, no! Menos.

EL MUERTO.

Adelante, sepultureros.

BACO.

Espera un poco, amigo mío, para ver si podemos arreglarnos.

EL MUERTO.

Si no me das dos dracmas, excusas de hablar.

BACO.

Toma nueve óbolos.[211]

EL MUERTO.

¡Antes resucitar!

JANTIAS.

¡Qué soberbio es el maldito! ¿Y no se le castigará? Iré yo mismo.

BACO.

Eres un buen muchacho. Dirijámonos a la barca.


CARONTE.

¡Hoop! Aborda.

JANTIAS.

¿Qué es eso?

p. 108BACO.

Es la laguna de que nos ha hablado Hércules; ya veo la barca.

JANTIAS.

Por Neptuno, ese es Caronte.

BACO.

¡Salud, Caronte! ¡Salud, Caronte! ¡Salud, Caronte![212]

CARONTE.

¿Quién viene del país de las miserias y cuidados a los campos del reposo y del Leteo, a trasquilar la lana de los asnos,[213] a la morada de los cerberios,[214] a los infiernos y al Ténaro?[215]

BACO.

Yo.

CARONTE.

Entra al punto.

BACO.

¿Adónde nos vas a llevar? ¿Al infierno, de veras?

p. 109CARONTE.

Sí, por Júpiter, para servirte. Vamos, entra.

BACO.

Ven acá, muchacho.

CARONTE.

No paso al esclavo si no ha combatido en alguna batalla naval por salvar el pellejo.[216]

JANTIAS.

No pude, porque tenía entonces los ojos malos.

CARONTE.

Pues tienes que dar la vuelta a la laguna.

JANTIAS.

¿Y dónde me detengo?

CARONTE.

En la piedra de Aveno,[217] junto a las posadas.

BACO.

¿Has entendido?

JANTIAS.

Perfectamente. ¡Qué desgraciado soy! Sin duda al salir de casa tuve algún encuentro de mal agüero.

(Vase.)


CARONTE.

(A Baco.) Siéntate al remo. — Si hay algún otrop. 110 que desee pasar, que se apresure. — ¡Eh, tú! ¿Qué haces?[218]

BACO.

¿Qué he de hacer? Me he sentado sobre el remo como me has dicho.

CARONTE.

Colócate ahí, panzón.

BACO.

Ya estoy.

CARONTE.

Adelanta los brazos; extiéndelos.

BACO.

Ya están.

CARONTE.

¡Basta de tonterías! Rema vigorosamente.

BACO.

¿Cómo he de poder remar si no conozco este oficio, ni he estado nunca en Salamina?

CARONTE.

Facilísimamente; porque en cuanto cojas el remo vas a oír bellísimos cánticos.

BACO.

¿De quién?

CARONTE.

De las ranas, émulas de los cisnes; ¡son deliciosos!

BACO.

Ea, manda la maniobra.

p. 111CARONTE.

¡Hoop, op! ¡Hoop, op!


LAS RANAS.[219]

Brekekekex, coax, coax; brekekekex, coax, coax. Húmedas hijas de los pantanos, mezclemos nuestro cántico sonoro a los dulces sonidos de las flautas, coax, coax; repitamos los himnos que en honor de Baco Niseo,[220] hijo de Júpiter, entonamos en la sagrada fiesta de las ollas,[221] cuando la multitud embriagada se dirige a nuestro templo del pantano.[222] Brekekekex, coax, coax.

BACO.

Principian a dolerme las nalgas, carísima coax, coax. — Pero a vosotras no se os importa nada.

LAS RANAS.

Brekekekex, coax, coax.

p. 112BACO.

¡Así reventéis con vuestro coax! ¡Siempre coax, coax!

LAS RANAS.

Y con razón, imbécil. Porque yo soy la favorita de las Musas, hábiles tañedoras de la lira, y del cornípedo Pan, diestro en el caramillo. Me ama también el citarista Apolo, porque hago crecer en los pantanos cañas para los puentes de sus liras. Brekekekex, coax, coax.

BACO.

Ya se me han levantado ampollas; tengo el trasero inundado de sudor, y pienso que pronto empezaré a decir, brekekekex, coax, coax. Pero callad, raza graznadora.

LAS RANAS.

¡Callar! Al contrario, cantaremos más fuerte. Porque a nosotras nos deleita en los días apacibles saltar entre el fleos[223] y la juncia, entonando los himnos que solemos cantar cuando nadamos; o bien, cuando Júpiter vierte la lluvia, sumergidas en el fondo de nuestras moradas, unir nuestras ágiles voces al ruido de las gotas. Brekekekex, coax, coax.

BACO.

Os prohíbo cantar.

LAS RANAS.

El silencio es para nosotras insoportable.

p. 113BACO.

Más insoportable es para mí el destrozarme remando.

LAS RANAS.

Brekekekex, coax, coax.

BACO.

¡Ojalá reventéis! Poco me importaría.

LAS RANAS.

Pues nosotras graznaremos a toda voz, desde la mañana hasta la noche, brekekekex, coax, coax.

BACO.

En eso no me ganaréis.

LAS RANAS.

Ni tú a nosotras.

BACO.

Ni vosotras a mí. Graznaré, si es preciso, todo el día hasta dominar vuestro coax. Brekekekex, coax, coax. Ya sabía yo que os había de hacer callar.

CARONTE.

¡Eh! Para, para. Empuja el bote a la orilla con el remo. Desembarca, y paga.

BACO.

Ahí tienes dos óbolos. — ¡Jantias! ¿Dónde está Jantias? ¡Eh, Jantias!


JANTIAS.

¡Eh!

BACO.

Ven acá.

p. 114JANTIAS.

Salud, amo mío.

BACO.

¿Qué es lo que hay ahí?

JANTIAS.

Tinieblas y cieno.

BACO.

¿Has visto en algún lugar a los parricidas y perjuros de que aquel nos habló?

JANTIAS.

¿No los has visto tú?

BACO.

Por Neptuno, ahora los veo.[224] Ea, ¿qué hacemos?

JANTIAS.

Lo mejor será ir más adelante, porque este es el sitio donde nos dijo que estaban los monstruos horrendos.

BACO.

¡Cómo se va a fastidiar! Nos contaba fábulas para meterme miedo; fue pura envidia. ¡Como sabe que yo soy lo más bravo...! Hércules es muy arrogante. Yo quisiera tener algún encuentro, alguna ocasión de hacer famoso mi viaje.

JANTIAS.

Por Júpiter, siento no sé qué ruido.

BACO. (Asustado.)

¿Dónde? ¿dónde?

p. 115JANTIAS.

Detrás.

BACO.

Anda detrás.

JANTIAS.

No, es delante.

BACO.

Pues anda delante.

JANTIAS.

Por Júpiter, veo un monstruo gigantesco.

BACO.

¿Cómo es?

JANTIAS.

¡Horrendo! Toma toda clase de formas: ya es un buey, ya es un mico, ya una mujer muy hermosa.

BACO.

¿Dónde está? ¡Oh! Voy a salirle al encuentro.

JANTIAS.

Ya no es mujer; ahora es un perro.

BACO.

Entonces es Empusa.[225]

JANTIAS.

Todo su rostro está lleno de fuego.

BACO.

Tiene una pierna de bronce.

JANTIAS.

Y otra de asno.[226] Tenlo por seguro.

p. 116BACO.

¿Adónde me escapo?

JANTIAS.

¿Y yo?

BACO.

¡Oh sacerdote!,[227] sálvame para que pueda beber contigo.

JANTIAS.

¡Estamos perdidos, Hércules poderoso!

BACO.

No lo mientes, querido mío; no pronuncies su nombre.

JANTIAS.

Entonces diré: ¡Oh Baco!

BACO.

Menos aún.

JANTIAS.

Sigue todo derecho. — Aquí, aquí, amo mío.

BACO.

¿Qué pasa?

JANTIAS.

Tranquilízate: la cosa va bien; ya podemos decir como Hegéloco: «Después de la tempestad veo la calma.»[228] Empusa ha desaparecido.

p. 117BACO.

Júramelo.

JANTIAS.

Lo juro por Júpiter.

BACO.

Júralo otra vez.

JANTIAS.

Lo juro por Júpiter.

BACO.

Vuélmelo a jurar.

JANTIAS.

Lo juro por Júpiter.

BACO.

¡Oh, cómo he palidecido al ver esa fantasma!

JANTIAS.

Pues ese otro se ha puesto rojo de miedo.[229]

BACO.

¡Ay! ¿Cuál es la causa de todos estos males? ¿A qué dios acusaré de mi desgraciada suerte? «¿Al Éter, habitacioncita de Júpiter, o al pie del Tiempo?»[230]

JANTIAS.

¡Eh, tú!

BACO.

¿Qué hay?

p. 118JANTIAS.

¿No has oído?

BACO.

¿Qué?

JANTIAS.

Las flautas.

BACO.

Es verdad, también ha llegado hasta mí el perfume místico de las antorchas. Cállate y escuchémoslos escondidos.


CORO.[231]

¡Yaco, oh Yaco! ¡Yaco, oh Yaco![232]

JANTIAS.

Eso mismo es, dueño mío; son los juegos de los iniciados de que nos hablaba; pues cantan a Yaco, como Diágoras.[233]

BACO.

También a mí me lo parece. Por lo cual, lo mejor es guardar silencio, hasta enterarnos bien de lo que sea.

CORO.

Yaco, veneradísimo Yaco, oye la voz de los que adoran tus misterios, y acude a este prado, tu mansiónp. 119 favorita, para dirigir sus coros; ven, y haciendo retemblar sobre tu cabeza la corona de mirto cuajado de bayas, ejecuta con atrevido pie aquella suelta y regocijada danza llena de gracias, solemne y mística, puro encanto de los iniciados.

JANTIAS.

Augusta y veneranda Ceres, ¡qué delicioso olor a carne de cerdo ha acariciado mis narices![234]

BACO.

Vamos, ¿será necesario darte un pedazo para que calles?

CORO.

Reanima la luz de las flameantes antorchas, blandiéndolas en tus manos. ¡Yaco, oh Yaco, fúlgida estrella de la iniciación nocturna! El prado deslumbra lleno de luces: vigorízanse las rodillas del anciano; disípanse sus penas, y aligérasele la carga de los años para poder formar parte de los sagrados coros. Guía tú, deidad resplandeciente, sobre esta fresca y florida alfombra las danzas de la garrida juventud. ¡Silencio! Lejos de aquí, profanos, almas impuras, nunca admitidos a las fiestas y danzas de las nobles Piérides, ni iniciados en el misterioso lenguaje ditirámbico del taurófago Cratino,[235] apasionados de los versos chocarreros o inoportunos chistes. Lejos de aquí todo el que, enp. 120 vez de reprimir una sedición funesta y mirar por el bien de sus conciudadanos, atiza y exacerba las discordias, atento solo a saciar la propia avaricia. Lejos de aquí el que, estando al frente de una ciudad agobiada por la desgracia, se deja sobornar y entrega una fortaleza o las naves; o el que, como ese infame Torición,[236] cobrador de vigésimas, exporta de Egina[237] a Epidauro[238] cueros, lino, pez y demás mercancías prohibidas. Lejos de aquí todo el que aconseja a cualquiera que preste a nuestros enemigos dinero para la construcción de naves,[239] o mancha de inmundicia las imágenes de Hécate, mientras entona ditirambos.[240] Lejos de aquí todo orador que cercena el salario a los poetas[241] porque le pusieron en escena en las fiestas nacionales de Baco. A todos esos les digo, una y cien veces, que dejen libre el campo a los rústicosp. 121 coros. Vosotros, elevad vuestros cantos y los himnos nocturnos propios de estas fiestas.

Adelántese cada cual osadamente por los prados floridos de esta profunda mansión, dando rienda suelta a los chistes, burlas y dicterios. ¡Basta de festines! ¡Adelante! Celebrad a nuestra divina protectora,[242] que ha prometido defender siempre este país, a pesar de Torición.

Ea, principiad ahora otros himnos en honor de la frugífera Ceres; celebradla en religiosos cantos.

Oh Ceres, reina de los puros misterios, senos propicia y protege a tu coro; permíteme entregarme en todo tiempo a los juegos y a las danzas, y que mezclando mil donaires y discretas razones, llegue a merecer con obra digna de tus fiestas ser ceñido por las bandas triunfales.

Ea, invoca ahora en tus cantos al numen jovial, eterno compañero de estas danzas.

Veneradísimo Yaco, inventor de las suavísimas melodías que en estas fiestas se cantan, ven a acompañarnos al templo de la diosa, y prueba que puedes recorrer sin fatigarte un largo camino.[243] Yaco, amigo del baile, guía mis pasos; tú has desgarrado mis sandalias y pobres vestidos, para que causen risa y me permitan danzar con más desenfado.

Yaco, amigo del baile, guía mis pasos. Mirandop. 122 de reojo, acabo de ver una hermosísima doncella, por cuya túnica desgarrada asomaba indiscretamente parte de su seno;[244] Yaco, amigo del baile, guía mis pasos.

BACO.

Sí, a mí me gusta unirme a esos coros, y deseo bailar con ella.

JANTIAS.

Yo también.

CORO.

¿Queréis que nos burlemos juntos de Arquedemo?[245] A los siete años no era todavía ciudadano, y ahora es jefe de los muertos de la tierra,[246] y ejerce allí el principado de la bribonería. He oído que Clístenes se arranca sobre los sepulcros los pelos de las nalgas y se araña las mejillas:[247] tendido sobre las tumbas gime, llora y llama desolado a Sebine de Anaflisto.[248] También cuentan quep. 123 Calias, el hijo de Hipobino,[249] cubierto de una piel de león,[250] se entrega sobre sus naves a un combate amoroso.

BACO.

¿Podrías decirnos dónde está la morada de Plutón? Somos unos extranjeros recién llegados.

CORO.

No vayas más lejos, ni repitas la pregunta: sabed que estáis en su misma puerta.

BACO.

Muchacho, coge de nuevo el hato.

JANTIAS.

La eterna muletilla de «la Corinto de Júpiter»[251] se repite con el hato.

CORO.

Sobre el césped de este florido bosque bailad en rueda en honor de la diosa[252] los admitidos a esta piadosa fiesta.

BACO.

Yo voy a ir con las doncellas y matronas alp. 124 sitio donde se celebra la velada de las diosas, llevando la sagrada antorcha.[253]

CORO.

Vamos a los prados floridos, esmaltados de rosas, a recrearnos, según costumbre, en esas brillantes danzas presididas por las bienaventuradas Parcas. El sol y la luna solo lucen para nosotros los iniciados, que durante la vida fuimos benéficos con propios y extraños.[254]


BACO.

¿Cómo llamaré a esta puerta? ¿Cómo? ¿De qué manera acostumbran a llamar las gentes de este país?

JANTIAS.

No pierdas el tiempo; llama con la fuerza de Hércules, para no estar en contradicción con tu disfraz.

BACO.

¡Esclavo! ¡Esclavo!

ÉACO.

¿Quién va?

BACO.

Hércules el valeroso.

ÉACO.

¡Ah infame, atrevido, sin vergüenza, canalla,p. 125 más canalla que todos los canallas juntos, tú nos llevaste nuestro perro Cerbero retorciéndole el pescuezo, y escapaste con él estando yo encargado de su guarda! Pero ya has caído en mi poder: las negras rocas de la Estigia, y el peñasco ensangrentado del Aquerón te cierran el paso; los perros vagabundos del Cocito, y la Hidra de cien cabezas te desgarrarán las entrañas; la murena Tartesia[255] devorará tus pulmones; y las Gorgonas Titrasias[256] se llevarán entre las uñas, revueltos con los intestinos, tus sanguinolentos riñones.[257] ¡Ah, corro a llamarlas!


JANTIAS.

¡Puf! ¿Qué has hecho?

BACO.

Una libación;[258] invoca al dios.[259]

JANTIAS.

¡Qué ridiculez! Levántate pronto, antes de que algún extraño te vea.

p. 126BACO.

Me siento desfallecer; ponme una esponja sobre el corazón.[260]

JANTIAS.

Toma.

BACO.

Acércate.

JANTIAS.

¿Dónde está? ¡Santos dioses! ¿Aquí tienes el corazón?

BACO.

De miedo se me ha caído al bajo vientre.[261]

JANTIAS.

Eres el más cobarde de los dioses y los hombres.

BACO.

¡Yo cobarde! ¡Y te he pedido una esponja! Nadie en mi lugar hubiera hecho otro tanto.

JANTIAS.

¿Pues qué?

BACO.

Un cobarde hubiera quedado tendido sobre su propia inmundicia, y yo me he levantado y me he limpiado.

JANTIAS.

¡Gran hazaña, por Neptuno!

p. 127BACO.

Ya lo creo, por Júpiter. ¿No has temblado tú al oír sus gritos y formidables amenazas?

JANTIAS.

No se me importó de ellas ni un comino.

BACO.

Ea, si eres tan valiente y animoso, haz mi papel, y puesto que nada te hace temblar, toma la clava y la piel de león; yo a mi vez llevaré el hato.

JANTIAS.

Venga al momento; es necesario obedecer. Contempla a Hércules-Jantias, y mira si soy un cobarde y si me parezco a ti.

BACO.

A mí en nada; eres el vivo retrato del bribón melitense.[262] Ea, voy a cargarme el equipaje.


UNA CRIADA.

¿Eres tú, querido Hércules? Entra, entra. En cuanto la diosa[263] ha sabido tu venida ha mandado amasar pan, cocer dos o tres ollas de legumbres y puches, asar un buey entero, y preparar tortas y pasteles;[264] vamos, entra.

JANTIAS.

Gracias. Es mucho honor.

p. 128LA CRIADA.

¡Ah, por Apolo! No te dejaré marchar. Ha cocido aves; ha frito deliciosas confituras y preparado un vino exquisito. Vamos, entra conmigo.

JANTIAS.

Mil gracias.

LA CRIADA.

¿Estás loco? No te he de soltar. Tiene también a tu disposición una bellísima tañedora de flauta y dos o tres bailarinas.

JANTIAS.

¿Qué dices? ¿Bailarinas?

LA CRIADA.

En la flor de la juventud, y recién salidas del tocador. Pero entra; el cocinero iba ya a sacar del fuego los peces, y a llevarlos a la mesa.

JANTIAS.

Sea; vete a decir a esas bailarinas que entro al instante. Tú, muchacho, sígueme con el hato al hombro.


BACO.

¡Eh, tú, alto! Sin duda has tomado en serio el papel de Hércules que yo te he dado en broma. Basta de sandeces, Jantias; vuelve a cargarte el hato.

JANTIAS.

¿Qué es esto? Creo que no pensarás quitarme lo que me has dado.

p. 129BACO.

Es más, lo hago, y al momento. ¡Pronto! Venga esa piel.

JANTIAS.

Pongo a los dioses por testigos y les encomiendo mi venganza.

BACO.

¿A qué dioses? ¿Habrá necedad e insensatez como la tuya? ¡Un esclavo, un mortal, querer pasar por hijo de Alcmena!

JANTIAS.

¡Bien! ¡Bien! Toma tu traje. Quizá me necesites algún día, si Dios quiere.

CORO.

Todo hombre cuerdo, sensato y experimentado sabe buscar el costado de la nave que se sumerge menos, en vez de estarse como una figura pintada, siempre en la misma actitud; pero solo un hombre hábil, como Terámenes,[265] sabe cambiar a medida de su conveniencia.

BACO.

¿No sería ridículo ver a Jantias, a un esclavo, tendido sobre tapices de Mileto, acariciar a una bailarina y pedirme el orinal, mientras yo le mirabap. 130 arrascándome,[266] expuesto a que ese bribón me saltase de un puñetazo los dientes de delante?


TABERNERA PRIMERA.

¡Platana! ¡Platana![267] Ven acá. Ese es aquel canalla que entró un día en nuestra taberna y se nos comió dieciséis panes.

TABERNERA SEGUNDA.

Justamente. El mismo.

JANTIAS.

Esto va mal para alguno.

TABERNERA PRIMERA.

Y además veinte tajadas de carne cocida, de a medio óbolo cada una.

JANTIAS.

Alguno lo va a pagar.

TABERNERA PRIMERA.

Y ajos sin cuento.

BACO.

Tú deliras, mujer; no sabes lo que te dices.

TABERNERA PRIMERA.

¿Creías que no te iba a conocer porque te has puesto coturnos?[268] Pues aún no he dicho nada de aquella enormidad de pescados.

TABERNERA SEGUNDA.

Ni de aquel queso fresco que se me tragó, ¡pobrep. 131 de mí!, con cesto y todo; y cuando le exigí el pago me lanzó una mirada feroz y empezó a mugir.

JANTIAS.

Esas son cosas suyas; en todas partes hace lo mismo.

TABERNERA SEGUNDA.

Y desenvainó su espada como un energúmeno.

TABERNERA PRIMERA.

¡Ay! Sí.

TABERNERA SEGUNDA.

Nosotras espantadas nos subimos de un salto al sobradillo, y él se escapó llevándosenos las cestas.

JANTIAS.

Eso es muy propio de él. Pero no debíais de haberlo dejado así.

TABERNERA PPIMERA.

Anda, llama a Cleón, nuestro protector.

TABERNERA SEGUNDA.

Y tú trata de hallar a Hipérbolo,[269] para que nos las pague todas juntas ese bribón.

TABERNERA PRIMERA.

¡Maldito gaznate! ¡Mi mayor placer sería majarte con un canto esas muelas con que devoraste mis provisiones!

TABERNERA SEGUNDA.

Yo quisiera arrojarte al Báratro.[270]

TABERNERA PRIMERA.

Y yo segarte con una hoz esa condenada garganta,p. 132 por donde pasaron mis ricos tripacallos. Voy en busca de Cleón para que te cite hoy mismo a juicio y desenrede este embrollo.

(Vanse.)


BACO.

Que me muera si no es verdad que quiero a Jantias como a las niñas de mis ojos.

JANTIAS.

Te veo, te veo. Excusas de hablar más. No quiero hacer de Hércules.

BACO.

¡Oh, no digas eso, Jantias mío!

JANTIAS.

¿Pero cómo he de poder pasar por el hijo de Alcmena, yo, un esclavo, un mortal?

BACO.

Vamos, ya sé que estás enfadado y no te falta razón: aunque me pegases no te replicaría. Mira, si en adelante vuelvo a quitarte estos atavíos, haga el cielo que seamos exterminados yo, mi mujer, mis hijos, toda mi casta, y el legañoso Arquedemo.[271]

JANTIAS.

Recibo tu juramento, y acepto el papel de Hércules con esa condición.

CORO.

Ahora, después de haber vestido de nuevo tu traje de Hércules, tienes que aparentar juvenilesp. 133 bríos y lanzar torvas miradas a ejemplo del dios que representas; pues si representas mal tu papel y te muestras flojo o cobarde, volverás a cargar con el hato.

JANTIAS.

Os agradezco el consejo, amigos míos; pero eso ya lo tenía yo pensado. Si la cosa va bien, ya veréis cómo quiere volver a desnudarme; lo tengo previsto; sin embargo, no por eso dejaré de manifestarme fuerte y arrogante, y de mirar con el gesto avinagrado del que mastica orégano. Llegó a lo que parece el momento de obrar, pues oigo rechinar la puerta.


ÉACO. (A sus esclavos.)

Atadme pronto a ese ladrón de perros,[272] para castigarle; despachad.

BACO.

Esto va mal para alguno.

JANTIAS.

¡Ay del que se acerque!

ÉACO.

¡Cómo! ¿Te resistes? ¡Eh, Ditilas, Esceblias, Párdocas,[273] avanzad y combatid con él!

BACO.

¿No es insufrible que después de robar a otros trate todavía de maltratarles?

p. 134JANTIAS.

Eso pasa ya de la raya.

ÉACO.

Sí, es insufrible e intolerable.

JANTIAS.

Aniquíleme Júpiter si jamás he venido aquí o te he robado el valor de un cabello. Quiero darte una prueba de generosidad; apodérate de ese esclavo; somételo al tormento,[274] y si llegas a averiguar algo contra mí, dame la muerte.

ÉACO.

¿A qué tormento le someteré?

JANTIAS.

A todos; átalo a una escalera, dale de palos, desuéllalo, tortúralo, échale vinagre en las narices, cárgale de ladrillos; en fin, emplea todos los medios, menos el de azotarle con ajos o puerros verdes.[275]

ÉACO.

Muy bien dicho; mas si estropeo a tu esclavo, ¿me exigirás los daños y perjuicios?

JANTIAS.

No lo temas; puedes llevártelo y someterlo a la tortura.

p. 135ÉACO.

Lo haré aquí mismo, para que hable delante de ti. — Tú, deja la carga, y cuidado con mentir.

BACO.

Prohíbo que nadie me atormente; yo soy inmortal; si lo haces, todo el mal caerá sobre ti.

ÉACO.

¿Qué dices?

BACO.

Digo que yo soy un inmortal, Baco, hijo de Júpiter, y que ese es un esclavo.

ÉACO. (A Jantias.)

¿Has oído?

JANTIAS.

Perfectamente; por lo mismo hay que azotarle más fuerte; si es un dios, no sentirá los golpes.

BACO.

¿Por qué, pues, ya que pretendes pasar por un inmortal, no has de someterte también a la fustigación?

JANTIAS.

Tienes razón. Aquel que llore antes, o se muestre sensible a los palos, es señal de que no es dios.

ÉACO.

Eres indudablemente un hombre generoso: no rehuyes nada de lo que es justo. Ea, desnudaos.

JANTIAS.

¿Cómo nos darás tormento conforme a justicia?

ÉACO.

Nada más fácil; se os distribuirán los golpes alternativamente.

p. 136JANTIAS.

¡Feliz idea!

ÉACO.

¡Toma! (Pega a Jantias.)

JANTIAS.

Observa si me muevo.

ÉACO.

Pues ya te he pegado.

JANTIAS.

No, por cierto.

ÉACO.

Parece que no los has sentido. Ahora voy a sacudirle a este otro.

BACO.

¿Cuándo?

ÉACO.

Sí, ya te he pegado.

BACO.

¿Cómo? ¿Si ni siquiera me has hecho estornudar?[276]

ÉACO.

Lo ignoro; repetiré con el otro.

JANTIAS.

Anda listo. ¡Ay! ¡ay! ¡ay!

ÉACO.

¡Hola! ¿Qué significa ese ay, ay, ay? Duele, ¿eh?

p. 137JANTIAS.

¡Ca! estaba pensando en la fiesta de Hércules, que se celebra en Diomea.[277]

ÉACO.

¡Qué hombre tan piadoso! Volvamos al otro.

BACO.

¡Oh, oh!

ÉACO.

¿Qué te pasa?

BACO.

Veo caballeros.[278]

ÉACO.

¿Y eso te hace llorar?

BACO.

No, es que he olido cebollas.

ÉACO.

¿No se te importan nada los palos?

BACO.

Nada absolutamente.

ÉACO.

Volvamos a este.

JANTIAS.

¡Ay de mí!

ÉACO.

¿Qué te pasa?

JANTIAS:

Sácame esta espina.

p. 138ÉACO.

¿Qué significa eso? Ahora al otro.

BACO.

«¡Apolo adorado en Delos y Delfos!»[279]

JANTIAS.

Ya le duele. ¿No has oído?

BACO.

No, es que me he acordado de un verso de Hiponacte.

JANTIAS.

No adelantas nada; pega en los costados.

ÉACO.

Es verdad; vamos, presenta el vientre.

BACO.

¡Oh Neptuno!...

JANTIAS.

Alguien se lamenta.

BACO.

«... Que reina sobre los promontorios del Egeo, o sobre el salado abismo del cerúleo mar.»[280]

ÉACO.

Por Ceres, no puedo conocer cuál de vosotros es dios. Entrad; mi amo y Proserpina, que son también dioses, os podrán reconocer.

p. 139BACO.

Tienes razón. Pero eso debía de habérsete ocurrido antes de azotarme.


CORO.[281]

Musa, asiste a nuestros sagrados coros; ven a deleitarte con mis versos y a contemplar esa infinita muchedumbre, entre la cual hallarás muchos hábiles ciudadanos más noblemente ambiciosos que ese Cleofón,[282] de cuyos gárrulos labios se escapa incesantemente un sonido ingrato, como el de la golondrina de Tracia, posada sobre un ramo en aquella bárbara región: ahora grazna ya los lamentables cantos del ruiseñor, porque va a morir, aun cuando en la votación resulte empate.[283]

Justo es que el sagrado coro dé a la república consejos y enseñanzas. Nuestra primera atención debe ser establecer la igualdad entre los ciudadanos y librarlos de temores; después, si alguno faltó, engañado por los artificios de Frínico,[284] creo que debe permitírsele defenderse y justificarse, puesp. 140 es vergonzoso que a los que tomaron parte una vez en una batalla naval[285] los equiparéis a los Plateenses, convirtiéndolos de esclavos en señores. No es que yo halle esto censurable; al contrario, lo aplaudo y pienso que es lo único en que estuvisteis acertados; pero entiendo que sería igualmente justo que los que tantas veces, lo mismo ellos que sus padres, pelearon en el mar con nosotros y nos están unidos por su nacimiento, obtuvieran el perdón de su única falta.[286] Aplacad, pues, un poco vuestra indignación, discretísimos atenienses, y procuremos que cuantos combatieron en nuestras galeras formen una sola familia, y alcancen con su rehabilitación el pleno goce de los derechos de ciudadanos: el mostrarnos tan altivos y soberbios en la concesión de la ciudadanía, sobre todo ahora que fluctuamos a merced de las olas,[287] es una imprudencia de que en el porvenir nos arrepentiremos. Si soy hábil en conocer la vida y costumbres de los que habrán de arrepentirse de su conducta, me parece que no está lejos la hora del castigo del pequeño Clígenes,[288] ese mico revoltoso que es elp. 141 peor de cuantos bañeros mezclan a la ceniza falso nitro y tierra de Cimolia.[289] Él ya lo conoce; y por eso va armado siempre de un grueso garrote, receloso de que, al encontrarle ebrio, le despojen de sus vestidos.

Muchas veces he notado que en nuestra ciudad sucede con los buenos y malos ciudadanos lo mismo que con las piezas de oro antiguas y modernas. Las primeras no falsificadas, y las mejores sin disputa, por su buen cuño y excelente sonido, son corrientes en todas partes entre griegos y bárbaros, y sin embargo no las usamos para nada, prefiriendo esas detestables piezas de cobre, recientemente acuñadas, cuya mala ley es notoria.[290] Del mismo modo despreciamos y ultrajamos a cuantos ciudadanos sabemos que son nobles, modestos, justos, buenos, honrados, hábiles en la palestra, en las danzas y en la música, y preferimos para todos los cargos a hombres sin vergüenza, extranjeros, esclavos, bribones de mala ralea, advenedizos que antes la república no hubiera admitido ni para víctimas expiatorias. Ahora, pues, insensatos, mudad de costumbres y utilizad de nuevo a las gentes honradas, pues de esta suerte, si os va bien, seréis elogiados, y si algún mal os resulta, al menos dirán los sabios que habéis caído con honra.


p. 142ÉACO.

¡Por Júpiter salvador, tu amo es todo un excelente sujeto!

JANTIAS.

¿Un excelente sujeto? Ya lo creo, no sabe más que beber y amar.

ÉACO.

Lo que me asombra es que no te haya castigado por haberte fingido el amo siendo el siervo.

JANTIAS.

Es que se hubiera arrepentido.

ÉACO.

En eso obraste como buen esclavo; a mí me gusta hacer lo mismo.

JANTIAS.

Te gusta hacer eso, ¿eh?

ÉACO.

Yo soy feliz cuando digo pestes de mi dueño sin que él me oiga.

JANTIAS.

¿Y cuando te marchas gruñendo después de haber recibido una paliza?

ÉACO.

También estoy satisfecho.

JANTIAS.

¿Y si te metes en lo que no te importa?

ÉACO.

No conozco nada más grato.

JANTIAS.

¡Oh Júpiter! ¿Y si escuchas la conversación de los amos?

p. 143ÉACO.

Me vuelvo loco de júbilo.

JANTIAS.

¿Y cuando se la cuentas a los vecinos?

ÉACO.

¡Oh, con eso no hay placer comparable![291]

JANTIAS.

¡Oh Apolo! Dame tu mano, amigo, y permíteme que te abrace. Ahora, en nombre de Júpiter vapuleado,[292] dime qué significan ese estruendo, ese griterío y esas disputas que se oyen allá dentro.

ÉACO.

Son Esquilo y Eurípides.

JANTIAS.

¿Cómo?

ÉACO.

Se ha promovido una contienda, una gran contienda entre los muertos, una verdadera sedición.

JANTIAS.

¿Por qué motivo?

ÉACO.

Hay aquí establecida una ley, en virtud de la cual todo hombre superior a sus émulos en las artes más nobles o importantes, tiene derecho a ser alimentado en el Pritáneo y a sentarse junto a Plutón...

p. 144JANTIAS.

Entiendo.

ÉACO.

Hasta que venga otro más hábil en el mismo arte: entonces el primero debe cederle el puesto.

JANTIAS.

¿Y eso por qué le alborota a Esquilo?

ÉACO.

Porque, como príncipe en el género, ocupaba el trono de la tragedia.

JANTIAS.

Y ahora ¿quién?

ÉACO.

Cuando Eurípides descendió a estos lugares, dio una muestra de sus versos a los rateros, cortadores de bolsas, parricidas y horadadores de paredes que pululan en el infierno: toda esta canalla en cuanto oyeron sus dimes y diretes, sus discreteos y sutilezas, enloquecieron por él, y le proclamaron el sabio de los sabios. Entonces Eurípides, hinchado de orgullo, se apoderó del trono que ocupaba Esquilo.

JANTIAS.

¿Y no le han apedreado?

ÉACO.

Al contrario, la multitud clamaba por un juicio en que se decidiese cuál de los dos era el mejor poeta.

JANTIAS.

¿Aquella multitud de bribones?

ÉACO.

¡Y con qué gritos! Llegaban hasta el cielo.

p. 145JANTIAS.

¿Pero Esquilo no tenía defensores?

ÉACO.

Aquí como ahí,[293] el número de los buenos es muy exiguo.

JANTIAS.

¿Qué piensa hacer Plutón?

ÉACO.

Abrir cuanto antes un certamen, para probar y decidir sobre el mérito de cada uno.

JANTIAS.

¿Y cómo es que Sófocles no ha reclamado el trono?

ÉACO.

¡Oh! Ese es muy distinto. En cuanto llegó abrazó a Esquilo y le tendió la mano, dejándole en posesión pacífica del trono. Ahora, como dice Clidémides,[294] está de reserva; si vence Esquilo, permanecerá en su puesto; pero si es vencido, disputará con Eurípides.

JANTIAS.

¿Cuándo va a ser eso?

ÉACO.

Dentro de muy poco va a principiar aquí mismo el gran combate. Su ingenio poético va a ser pesado en una balanza.

JANTIAS.

¡Cómo! ¿Se pesan las tragedias?

p. 146ÉACO.

Traerán reglas, y varas de medir versos, y moldes cuadriláteros, como los de los ladrillos, diámetros y cuñas. Pues Eurípides dice que ha de examinar las tragedias verso por verso.

JANTIAS.

Esquilo, a mi ver, llevará todo eso muy a mal.

ÉACO.

Bajaba la cabeza y lanzaba miradas furiosas.

JANTIAS.

¿Y quién será juez?

ÉACO.

Ahí estaba la dificultad, porque hay gran carestía de hombres sensatos. A Esquilo no le agradaban los atenienses.

JANTIAS.

Quizá porque veía entre ellos muchos ladrones.

ÉACO.

Y además no les creía muy aptos para apreciar el ingenio de los poetas. Por fin, encomendaron el asunto a tu señor, como perito en la materia. Pero entremos; pues cuando los amos tienen gran interés por alguna cosa, suelen pagarlo nuestras costillas.


CORO.

¡Oh, qué horrenda cólera hervirá en el pecho del grandilocuente poeta, cuando vea a su facundo enemigo aguzar provocativamente sus dientes! ¡Qué terribles miradas le hará lanzar el furor! ¡Quép. 147 lucha entre las palabras de penachudo casco y ondulante cimera y las sutilezas artificiosas! ¡Qué combate de gigantescos períodos con frases atrevidas y pigmeas! Verase al titán erizando las crines de su espesa melena y, frunciendo espantosamente el entrecejo, rugir con poderoso aliento versos compactos como la tablazón de un navío; mientras el otro, tascando el freno de la envidia, pondrá en movimiento su ágil y afilada lengua y, arrojándose sobre las palabras de su rival, desmenuzará su estilo, y reducirá a polvo el producto de su inspiración vigorosa.[295]


EURÍPIDES.

No te empeñes; no he de ceder el trono, porque le soy superior en la poesía.

BACO.

¿Por qué te callas, Esquilo? Ya entiendes lo que ha dicho.

EURÍPIDES.

Primero se estará callando con gravedad; es una especie de charlatanería peculiar a sus tragedias.

BACO.

No tanta arrogancia, amigo mío.

EURÍPIDES.

¡Sí, le conozco hace tiempo! ¡Y conozco también sus caracteres feroces, y su lenguaje altivo, desenfrenado,p. 148 desmedido, sin regla, enfático y cuajado de palabras hinchadas y vacías!

ESQUILO.

¿Y eres tú, hijo de una rústica diosa,[296] tú, colector de necedades, fabricante de mendigos y remendón de andrajos, quien se atreve a decirme...? Pero tu audacia no ha de quedar impune.

BACO.

Basta, Esquilo; no te dejes arrebatar por la ira.

ESQUILO.

No callaré sin haber demostrado hasta la evidencia lo que vale ese insolente con todos sus cojos.[297]

BACO.

¡Esclavos, traed una oveja, una oveja negra,[298] pues la tempestad va a estallar!

ESQUILO.

¿No te avergüenzas de tus monólogos cretenses, y de los incestuosos himeneos que has introducido en el arte trágico?[299]

BACO.

Modérate, venerable Esquilo. — Tú, mi pobre Eurípides, déjate de temeridades y escapa de esta granizada, no te acierte en la sien con alguna dep. 149 esas grandiosas palabras que haga saltar a tu Télefo. — Vamos, Esquilo, calma; no discutas con esa furia. Los poetas no deben injuriarse como si fuesen panaderas; tú gritas desde el principio, como una encina a la que se prende fuego.

EURÍPIDES.

Estoy dispuesto a luchar; yo no retrocedo: lo mismo me da atacar, que ser atacado; admito discusión sobre cuanto quiera; sobre los versos, el diálogo, los coros, el nervio trágico, el Peleo, el Eolo, el Meleagro, y hasta sobre el mismo Télefo.[300]

BACO.

¿Y tú, Esquilo, qué piensas hacer?

ESQUILO.

Yo no hubiera querido combatir aquí; pues entre los dos la lucha es desigual.

BACO.

¿Por qué?

ESQUILO.

Porque mis tragedias me han sobrevivido,[301] y las suyas murieron con él; de suerte que puede utilizarlas contra mí. Sin embargo, ya que lo deseas, hay que obedecerte.

BACO.

Ea, traedme fuego e incienso; antes de la contienda, quiero suplicar a los dioses que me inspirenp. 150 una decisión acertada sobre este certamen. Vosotros, entonad un himno a las Musas.

CORO.

Hijas de Júpiter, castas Musas, que leéis en la mente ingeniosa y sutil de los forjadores de sentencias, cuando, aguzando su talento y desplegando todos sus artificiosos recursos, descienden a combatir sobre la arena de la discusión, venid a contemplar la fuerza de estos dos robustos atletas, y otorgad al uno grandiosas frases, y al otro limaduras de versos. El gran certamen de ingenio va a principiar.

BACO.

Orad también vosotros, antes de recitar vuestros versos.

ESQUILO.

¡Oh Ceres, que has formado mi inteligencia, hazme digno de tus misterios![302]

BACO. (A Eurípides.)

Quema tú también incienso.

EURÍPIDES.

Gracias, yo dirijo mis oraciones a otros dioses.

BACO.

¿Dioses particulares tuyos y recién acuñados?

EURÍPIDES.

Precisamente.

BACO.

Invoca, pues, a esos dioses tuyos.

p. 151EURÍPIDES.

Éter, de que me alimento, volubilidad de la lengua, ingenio sutil, olfato finísimo, haced que triture los argumentos de mi adversario.

CORO.

Deseosos estamos de saber, doctos poetas, qué terreno vais a elegir para principiar la lucha. Vuestra lengua empieza ya a desencadenarse, y ni a vuestro pecho le falta valor, ni energía a vuestra mente. Debemos, pues, esperar que el uno atacará con lenguaje limado y pulido; y que el otro, lanzándole inmensas palabras, pulverizará sus infinitas triquiñuelas.

BACO.

Vamos, principiad cuanto antes, pero en estilo elegante, sin figuras ni vulgaridades.

EURÍPIDES.

Hablaré en último término de mí y del carácter de mi poesía; pues lo primero que me propongo demostrar es que ese es un charlatán y un impostor, que engañaba a su grosero auditorio con recursos pobres, aprendidos en la escuela de Frínico.[303] Por ejemplo, presentando en escena un personaje velado, como Aquiles o Níobe,[304] que sep. 152 pavoneaban sin mostrar el rostro ni pronunciar una palabra...

BACO.

Es verdad, por Júpiter.

EURÍPIDES.

El coro endilgaba en tanto cuatro tiradas de versos, y ellos se estaban sin decir esta boca es mía.

BACO.

A mí me agradaba más aquel silencio que la charla que hoy emplean.

EURÍPIDES.

Porque eres un estúpido; tenlo por cierto.

BACO.

Así lo creo; pero ¿por qué lo hacía?

EURÍPIDES.

Por charlatanismo; así, el espectador esperaba sin moverse a que Níobe hablase algo, y mientras, el drama iba adelante.

BACO.

¡Malvado! ¡Cómo me engañaba! (A Esquilo.) ¿Por qué te agitas e impacientas?

EURÍPIDES.

Porque le confundo. Después de haberse pasado la mitad de la tragedia con estas vaciedades, soltaba una docena de palabrotas campanudas, muy fruncidas de entrecejo y empenachadas, verdaderos espantajos que aterraban a los espectadores asombrados.

ESQUILO.

¡Oh rabia!

p. 153BACO. (A Esquilo.)

¡Silencio!

EURÍPIDES.

Y no decía nada inteligible...

BACO. (A Esquilo.)

No rechines los dientes.

EURÍPIDES.

Pues todo se volvían Escamandros, y fosos, y enseñas de escudos, y águilas-grifos de bronce, y palabras ampulosas, difíciles de comprender.

BACO.

Es verdad; yo me pasé en claro toda una noche tratando de averiguar qué pájaro era su gran gallo amarillo.[305]

ESQUILO.

¡Ignorantón! Es la figura que se pone en la popa de las naves.

BACO.

Pues yo creía que era Erixis,[306] hijo de Filóxeno.

EURÍPIDES.

¿Qué necesidad había de gallos en las tragedias?

ESQUILO.

Y tú, enemigo de los dioses, ¿qué has hecho?

EURÍPIDES.

No he presentado en mis dramas grandes gallos ni hircociervos como los que se ven en los tapices dep. 154 Persia. Yo había recibido de tus manos la tragedia cargada de inútil y pomposo fárrago, y principié por aliviarla de su molesto peso, y curar su hinchazón por medio de versitos, digresiones sutiles, cocimientos de acelgas blancas,[307] y jugos perfectamente filtrados de filosóficas vaciedades; después la alimenté de monólogos, mezclados con algo de Cefisofonte;[308] y jamás dije a la ventura cuanto se me ocurría, ni lo revolví todo sin distinción: el primer personaje que se presentaba en escena explicaba el carácter y el nacimiento del drama.

ESQUILO.

Mejor era eso que decir el tuyo.[309]

EURÍPIDES.

Después, desde los primeros versos, cada personaje desempeñaba su papel; y hablaban todos, la mujer, el esclavo, el dueño, la joven y la vieja.[310]

ESQUILO.

¿No merecería la muerte tal atrevimiento?

EURÍPIDES.

Al contrario, mi objeto era agradar al pueblo.

BACO.

Déjate de eso, amigo; ese es tu punto flaco.

p. 155EURÍPIDES.

Luego enseñé a los espectadores el arte de hablar.

ESQUILO.

Lo reconozco; ¡ojalá hubieras reventado antes!

EURÍPIDES.

Y el modo de usar las palabras en línea recta, o en ángulo, y el arte de discurrir, ver, entender, engañar, amar, intrigar, sospechar, pensar en todo...

ESQUILO.

Lo reconozco también.

EURÍPIDES.

Puse en escena la vida de familia y las cosas más usuales y comunes, lo cual es atrevido, pues todo el mundo puede emitir sobre ellas su opinión; no aturdí a los espectadores con incomprensible y fastuosa palabrería; ni los aterré con Cicnos[311] y Memnones,[312] guiando corceles llenos de campanillas y penachos. Ved sus discípulos y los míos. Los suyos son Formisio y Megenetes,[313] de Magnesia, armados de lanzas, cascos, barbas y sarcásticas sonrisas; los míos, Clitofonte, y el elegante Terámenes.

BACO.

¿Terámenes? ¿Ese hombre astuto y bueno parap. 156 todo, que cuando cae en algún mal negocio y le ve las orejas al lobo, suele escurrir el bulto, diciendo que no es de Quíos, sino de Ceos?[314]

EURÍPIDES.

Así he conseguido perfeccionar la inteligencia de los hombres, introduciendo en mis dramas el raciocinio y la meditación; de suerte que ahora todo lo comprenden y penetran, y han llegado a administrar mejor que antes sus casas, inspeccionándolo todo, y diciendo: «¿En qué anda tal asunto? ¿Dónde está tal cosa? ¿Quién ha cogido esta otra?»

BACO.

Es verdad; ya en cuanto un ateniense entra en su casa llama a sus esclavos y les pregunta: «¿Dónde está la olla? ¿Quién se ha comido la cabeza de sardina? El plato que compré el año pasado ¿ha fenecido? ¿Dónde está el ajo de ayer? ¿Quién ha mordisqueado la aceituna?»[315] Y antes se estaban hechos unos bobos, con la boca abierta, como imbéciles papanatas.

CORO.

«Tú lo ves, ínclito Aquiles.»[316] Vamos, ¿qué dices tú a todo eso? Procura que la ira no te arrastre más allá de la meta, pues te ha dicho cosas terribles. Noble Esquilo, no le respondas con ferocidad,p. 157 recoge tus velas y deja solo algunos cabos a merced de los vientos; dirige con circunspección tu nave, y no avances hasta conseguir una brisa leda y apacible. Vamos, tú que fuiste el primero de los griegos en dar pompa[317] y elevación al estilo exornando la Musa trágica, abre atrevidamente tus esclusas.

ESQUILO.

Esta lucha me enfurece; solo al considerar que tengo que disputar con él, hierve mi bilis. ¡Mas que no crea haberme vencido! Respóndeme: ¿qué es lo que se admira en un poeta?

EURÍPIDES.

Los hábiles consejos que hacen mejor a los ciudadanos.

ESQUILO.

Y si tú, lejos de obrar así, los has hecho malísimos, de nobles y buenos que eran antes, ¿cuál castigo merecerás?

BACO.

La muerte; no lo preguntes.

ESQUILO.

Pues bien, mira cómo te los dejé yo: valientes, de elevada estatura,[318] sin rehuir las públicas cargas,[319]p. 158 no holgazanes, charlatanes y bribones como los de hoy, sino apasionados por las lanzas, las picas, los cascos de blancas cimeras, las grebas y corazas, verdaderos corazones de hierro, defendidos por el séptuple escudo de Áyax.[320]

EURÍPIDES.

El mal va en aumento: me va a aplastar bajo el peso de tantas armas.

BACO.

¿Y cómo conseguiste hacerlos tan valientes? Responde, Esquilo, y modera tu arrogante jactancia.

ESQUILO.

Componiendo un drama lleno del espíritu de Marte.

BACO.

¿Cuál?

ESQUILO.

Los Siete sobre Tebas.[321] Todos los espectadores salían llenos de bélico furor.

BACO.

En eso obraste mal; pues hiciste que los tebanos fueran mucho más atrevidos para la guerra, lo cual merece castigo.

ESQUILO.

Vosotros podíais también haberos dedicado ap. 159 ello, pero no quisisteis. Después con Los Persas, mi obra maestra, os inspiré un ardiente deseo de vencer siempre a los enemigos.

BACO.

Es verdad; me alegré mucho a la noticia de la muerte de Darío;[322] y el coro palmoteó al punto, exclamando: ¡Victoria!

ESQUILO.

Estos son los asuntos que deben tratar los poetas. Considerad, si no, qué servicios prestaron los más ilustres desde la antigüedad más remota: Orfeo[323] nos enseñó las iniciaciones y el horror al homicidio; Museo,[324] los remedios de las enfermedades y los oráculos; Hesíodo, la agricultura y el tiempo de las sementeras y recolecciones;[325] y al divino Homero, ¿de dónde le ha venido tanta gloria, sino de haber enseñado cosas útiles, la estrategia, las virtudes bélicas y la profesión de las armas?

p. 160BACO.

Sin embargo, no ha podido instruir en nada al architonto de Pantacles;[326] hace poco debía de ir al frente de una procesión, y después de haberse atado el casco, se acordó de que no le había puesto la cimera.

ESQUILO.

En cambio ha educado a otros mil valientes, entre ellos el héroe Lámaco.[327] Inspirándose en él mi fantasía, representó las hazañas de los Patroclos[328] y los Teucros,[329] bravos como leones, para excitar a imitarlos a todos los ciudadanos en cuanto resuena el bélico clarín. Nunca puse en escena Fedras ni impúdicas Estenebeas;[330] y nadie podrá decir que he pintado en mis versos una mujer enamorada.[331]

p. 161EURÍPIDES.

Es verdad, jamás has conocido a Venus.

ESQUILO.

Ni la quiero conocer; en cambio, por tu mal, tú y los tuyos la conocéis demasiado.

BACO.

Cierto, cierto; los delitos que imputaste a las mujeres de otros los viste en la tuya propia.[332]

EURÍPIDES.

Pero, importuno, ¿qué mal hacen a la república mis Estenebeas?

ESQUILO.

Las nobles esposas de los ciudadanos nobles han bebido la cicuta arrastradas por la vergüenza que les han causado tus Belerofontes.[333]

EURÍPIDES.

¿He cambiado en lo más mínimo la historia de Fedra?

ESQUILO.

Es verdad, no la has cambiado; pero un buen poeta debe ocultar el vicio y no sacarlo a luz y ponerlo en escena;[334] pues ha de ser para los adultos lo que para los niños los maestros. Nuestra obligación es enseñar solo el bien.

EURÍPIDES.

¿Y cuando tú hablas de los Licabetos y de lasp. 162 altas cumbres del Parnaso,[335] nos enseñas el bien? ¿Por qué no empleas un lenguaje humano?

ESQUILO.

Pero, desdichado, las expresiones deben ser proporcionadas a la elevación de las sentencias y pensamientos. El lenguaje de los semidioses debe ser sublime, lo mismo que sus vestiduras deben ser más ostentosas que las nuestras. Lo que yo ennoblecí, tú lo has degradado.

EURÍPIDES.

¿Cómo?

ESQUILO.

En primer lugar, vistiendo de harapos a los reyes para que inspirasen más profunda compasión.

EURÍPIDES.

¿Qué mal hay en eso?

ESQUILO.

Por culpa tuya ningún rico quiere armar ya a su costa una galera; pues para librarse del compromiso se cubre de andrajos, llora y dice que es pobre.

BACO.

Es verdad, por Ceres; y debajo lleva una túnica de lana fina; y después de habernos engañado se le ve aparecer en la pescadería...[336]

p. 163ESQUILO.

En segundo lugar, tú has inspirado tal afición a la charlatanería y las argucias, que las palestras están abandonadas, los jóvenes corrompidos,[337] y los marineros se atreven a contradecir a sus comandantes; en mis tiempos no sabían más que pedir su ración de pan y gritar «¡Rippape!»[338]

BACO.

¡Oh!, pues ahora, ya saben lanzar un flato[339] a la boca del remero del banco inferior y embrear a sus compañeros; y cuando desembarcan, robar los vestidos al primer transeúnte, y pasarse el tiempo en discusiones, sin cuidarse de remar, dejando que la nave bogue a la ventura.

ESQUILO.

¿De qué crímenes no es autor? ¿No ha puesto en escena alcahuetas, mujeres que paren en sagrado,[340] hermanas incestuosas,[341] y otras que dicen que la vida no es la vida?[342] Así es que nuestra ciudad se ha plagado de escribanos y bufones, especie de monos que tienen al pueblo constantemente engañado; mientras que ya nadie sabep. 164 llevar una antorcha,[343] por falta de ejercicio.

BACO.

Nadie, es verdad; así es que en las Panateneas me faltó poco para morir de risa viendo a un hombre blanco, gordo y pesado que corría encorvado y con un trabajo infinito, mucho más atrás que los otros. En la puerta del Cerámico, los espectadores le pegaron en el vientre, en el pecho, en los costados y en las nalgas, hasta que, en vista de aquella lluvia de palmadas, mi hombre soltó un flato[344] con el cual apagó la antorcha y se escapó.

CORO.

El negocio es importante; la disputa vehemente; grave la guerra. Difícil será el formar opinión, pues si el uno ataca vigorosamente, el otro huye el cuerpo con agilidad y responde con destreza. No permanezcáis siempre en el mismo terreno: tenéis abiertos muchos caminos e infinitas argucias. Decid, exponed, manifestad todos vuestros recursos viejos y nuevos; aventurad algunos argumentos alambicados e ingeniosos. No temáis que la ignorancia de los espectadores no pueda comprender vuestras sutilezas; lejos de ser gente ruda, todos se han ejercitado, y cada cual tiene su libro donde aprende sabias lecciones; además su natural ingenio está hoy más aguzado que nunca. Nada temáis, emplead todos los medios, pues estáis ante un público ilustrado.

p. 165EURÍPIDES.

Empecemos por sus prólogos; siendo lo primero que se encuentra en una tragedia, es natural que principiemos por ellos el estudio de este hábil poeta. Era oscuro en la exposición de sus asuntos.

BACO.

¿Cuál de sus prólogos vas a examinar?

EURÍPIDES.

Muchos. Recítame por de pronto el de la Orestiada.[345]

BACO.

Silencio todos. Recita tú, Esquilo.

ESQUILO.

«Subterráneo Mercurio, que vigilas
Sobre el paterno reino, dame ayuda;
Vengo al fin a mi patria y entro en ella.»[346]

BACO.

¿Hallas alguna falta en esos versos?

EURÍPIDES.

Más de doce.

BACO.

Pero si no son más que tres versos.

EURÍPIDES.

Es que cada uno tiene veinte faltas.

p. 166BACO.

Esquilo, te aconsejo que te calles: si no, además de esos tres yambos, te censurará otros muchos.

ESQUILO.

¿Yo callarme delante de ese?

BACO.

Si me haces caso.

EURÍPIDES.

En el principio ha cometido ya una falta enorme.

ESQUILO. (A Baco.)

¿No ves que no tienes razón?

BACO.

Sea. A mí poco me importa.

ESQUILO. (A Eurípides.)

¿Dónde dices que está la falta?

EURÍPIDES.

Repite desde el principio.

ESQUILO.

Mercurio subterráneo, que vigilas
Sobre el paterno reino...

EURÍPIDES.

Eso lo dice Orestes ante la tumba de su padre, ¿verdad?

ESQUILO.

No lo niego.

EURÍPIDES.

¿De suerte que quiere decir que Mercurio velaba por su padre, para que cayendo en un pérfido lazo fuese vilmente asesinado por su mujer?

ESQUILO.

No es al dios de la astucia, sino al Mercurio benéficop. 167 al que llama subterráneo; y lo prueba diciendo que recibió esa misión de su padre.

EURÍPIDES.

Entonces el yerro es más grande de lo que yo pretendía; pues si recibió de su padre aquella misión subterránea...

BACO.

Es que su padre le había nombrado enterrador.

ESQUILO.

¡Ay Baco! tu vino no está perfumado.[347]

BACO.

Recita el otro verso; y tú acecha sus faltas.

ESQUILO.

«... dame ayuda;
Vengo al fin a mi patria y entro en ella.»

EURÍPIDES.

El sabio Esquilo nos dice dos veces la misma cosa.

BACO.

¿Cómo dos veces?

EURÍPIDES.

Examina esa frase y te haré ver la repetición. «Vengo al fin a mi patria», dice, «y entro en ella.» Vengo es enteramente lo mismo que entro.

BACO.

Entiendo; es como si uno dijera a su vecino: «Préstame la artesa, o si quieres el arca de amasar.»

p. 168ESQUILO.

No es lo mismo, charlatán; mi verso es inmejorable.

BACO.

¿Cómo? Pruébamelo.

ESQUILO.

Todo el que goza de los derechos de ciudadanía puede venir a su patria, porque viene sin haber experimentado antes ningún infortunio; pero el desterrado viene y entra.[348]

BACO.

¡Muy bien, por Apolo! ¿Qué dices a eso, Eurípides?

EURÍPIDES.

Digo que Orestes no entró en su patria, porque vino secretamente, sin haber obtenido la competente autorización de los que entonces ejercían el mando.

BACO.

¡Muy bien, por Mercurio! Pero no te comprendo.

EURÍPIDES.

Recita, pues, otro.

BACO.

Vamos, Esquilo, recítalo pronto. Tú acecha las faltas.

p. 169ESQUILO.

«Invocando los manes de mi padre
Sobre su propia tumba, que se digne
Oírme y escucharme le suplico.»[349]

EURÍPIDES.

Otra repetición: oír y escuchar son dos cosas idénticas.

BACO.

Pero, desdichado, ¿no ves que estaba hablando con los muertos, a los que no basta invocar tres veces?[350]

ESQUILO.

Y tú, ¿cómo hacías los prólogos?

EURÍPIDES.

Te lo voy a decir; y si encuentras una sola repetición, o un solo ripio, me doy por vencido.

BACO.

Empieza ya: mi deber es escucharte; veamos qué hermosos son los versos de tus prólogos.

EURÍPIDES.

«Edipo, que al principio era dichoso.»[351]

ESQUILO.

De ningún modo; su sino era la desgracia, pues ya antes de ser engendrado, Apolo predijo que mataría a su padre, y aún no había nacido. ¿Cómo, pues, al principio era dichoso?

p. 170EURÍPIDES.

«¡Mortal infelicísimo fue luego!»

ESQUILO.

De ningún modo, repito. No dejó de ser lo que era. Además esa felicidad fue imposible. Apenas nació ya le expusieron metido en una olla[352] en el rigor del invierno, para que no llegase a ser el asesino de su padre; después, por desgracia suya, llegó al palacio de Pólibo, con los pies hinchados;[353] luego, joven todavía, se casó con una vieja, que por añadidura era su madre,[354] y por último se sacó los ojos.

BACO.

¡Feliz él si hubiera mandado la escuadra con Erasínides![355]

EURÍPIDES.

Desbarras, mis prólogos son buenos.

ESQUILO.

Por Júpiter, no pienso ir desmenuzando tus versos palabra por palabra, sino con la ayuda de los dioses aniquilar tus prólogos sin más que con una pequeña alcuza.

p. 171EURÍPIDES.

¿Con una alcuza?

ESQUILO.

Sí, con una sola; pues tus yambos son de tal naturaleza que se les puede añadir lo que se quiera, un pellejito, una alcucita, un saquito, como te lo demostraré en seguida.

EURÍPIDES.

¿Tú demostrarme eso?

ESQUILO.

Sí, yo.

BACO.

Vamos, recita.

EURÍPIDES.

Cuando, según la fama más creída,
Con sus cincuenta hijas llegó Egipto
De Argos a la región...[356]

ESQUILO.

Perdió su alcuza.[357]

EURÍPIDES.

¿Qué alcuza? ¡Así te mueras!

BACO.

Recita otro prólogo, y veamos.

EURÍPIDES.

Baco, que armado del pomposo tirso
p. 172Y cubierto de pieles de cervato,
Danza en las cumbres del Parnaso agreste
De antorchas al fulgor...[358]

ESQUILO.

Perdió su alcuza.

BACO.

De nuevo nos sacude con su alcuza.

EURÍPIDES.

No nos fastidiará más, pues a este prólogo no le podrá colgar la alcuza.

No existe, no, felicidad completa;
Tal de ilustre familia, es pobre; y otro
De modesta extracción...[359]

ESQUILO.

Perdió su alcuza.

BACO.

¡Eurípides!

EURÍPIDES.

¿Qué hay?

BACO.

Recoge velas; pues esta alcuza va a convertirse en huracán.

EURÍPIDES.

Poco se me importa, por Ceres; ya verás cómo se lo hago soltar de las manos.

BACO.

Continúa recitando, y mucho ojo con la alcuza.

p. 173EURÍPIDES.

La ciudad de Sidón abandonando
Cadmo, hijo de Agenor...[360]

ESQUILO.

Perdió su alcuza.

BACO.

¡Ay, amigo mío! Cómprale esa bendita alcuza, pues, si no, nos va a echar a pique todos los prólogos.

EURÍPIDES.

¡Cómo! ¿yo comprársela?

BACO.

Si me haces caso.

EURÍPIDES.

No, por cierto. Puedo citarle una porción de prólogos, a los que no podrá aplicarles la alcuza.

Pélope, hijo de Tántalo, partiendo
Para Pisa, animando los corceles
De su carro veloz...[361]

ESQUILO.

Perdió su alcuza.

BACO.

¿Lo ves? De nuevo le ha colgado su alcuza. Vamos, Esquilo, véndesela a cualquier precio; que tú por un óbolo podrás comprar otra hermosísima.

EURÍPIDES.

Te digo que no; aún me quedan muchos.

Eneo en su heredad...[362]

p. 174ESQUILO.

Perdió su alcuza.

EURÍPIDES.

Déjame acabar el primer verso.

Eneo en su heredad, habiendo un día
Pingüe cosecha recogido y de ella
Ofrecido a los dioses las primicias
En piadosa oblación...

ESQUILO.

Perdió su alcuza.

BACO.

¡Durante el sacrificio! ¿Quién se la quitó?

EURÍPIDES.

Permíteme, amigo mío, que pruebe con este verso:

Jove (la verdad misma lo asegura)[363]

BACO.

Estás perdido; en seguida va a añadir: «Perdió su alcuza.» Porque la tal alcuza se adhiere a tus prólogos como el orzuelo a los párpados. Pero, por todos los dioses, pasa ya a ocuparte de la parte lírica de sus dramas.

EURÍPIDES.

Puedo demostrar hasta la evidencia que sus cantos son perversos y llenos de las mismas repeticiones.

CORO.

¿En qué parará esto? Ansioso estoy de saber qué censuras se atreverá a presentar contra sus infinitosp. 175 y bellísisimos cantos, tan superiores a los de los poetas del día; no acierto a comprender en qué podrá motejar a este rey de las fiestas de Baco,[364] y le auguro una derrota.

EURÍPIDES.

¡Sí! ¡Admirables cantos líricos! Ahora se verá, pues voy a reunirlos todos en uno.

BACO.

Y yo a llevar la cuenta con estas piedrecitas.

EURÍPIDES.

Aquiles,[365] rey de Ftía, ¿por qué, si oyes
El estruendo feral de la matanza,
A aliviar sus trabajos, di, no vuelas?[366]
Nosotros, habitantes de este lago,
Culto rendimos al sagaz Mercurio,
Egregio fundador de nuestra raza,
Y a aliviar sus trabajos tú no corres.[367]

BACO.

Ya tienes dos trabajos, Esquilo.

EURÍPIDES.

¡Oh, el más ilustre aqueo, ínclito Atrida!
Jefe de muchos pueblos poderosos,[368]
¿A aliviar sus trabajos tú no corres?

p. 176BACO.

Ya el tercer trabajo, Esquilo.

EURÍPIDES.

Silencio: las proféticas Melisas[369]
De Diana van a abrir el templo augusto,
¿Y a aliviar sus trabajos tú no vuelas?
Yo puedo proclamar que los guerreros[370]
Partieron con auspicios la victoria,
A aliviar sus trabajos tú no corres.

BACO.

¡Soberano Júpiter! ¡Qué infinidad de trabajos! Quiero ir a bañarme; pues con tantos trabajos, se me han inflamado los riñones.

EURÍPIDES.

Por favor, no te vayas antes de oír este canto arreglado para cítara.

BACO.

Sea; pero pronto y sin trabajos.

EURÍPIDES.[371]

¿Por qué los dos monarcas que comandan
La ardiente juventud de los Aqueos,
Flatotrato-flatotrat,
p. 177La aterradora Esfinge han enviado,
Perro factor de negros infortunios?
Flatotrato-flatotrat,
Vibrando el asta en la potente garra
El ave que impetuosa y vengadora,
Flatotrato-flatotrat.
Entrega al crudo diente de los perros,
Osados vagabundos de los aires,
Flatotrato-flatotrat,
Los que se inclinan al partido de Áyax,
Flatotrato-flatotrat.

BACO.

¿Qué es ese flatotrat? ¿En Maratón, o dónde has recogido ese canto de aguadores?

ESQUILO.

No; yo di a lo que era ya bueno una forma igualmente bella, para que no se dijese que cogía en el jardín sagrado de las Musas las mismas flores que Frínico.[372] Pero Eurípides, para tomar sus cantos, acude a los de todas las meretrices, y a los escolios de Meleto,[373] a los aires de la flauta caria, a los acentos doloridos, y a los himnos coreográficos, como os lo voy a demostrar sobre la marcha. Traedme una lira. ¿Pero qué necesidad hay de lira para este? ¿Dónde está la mujer que toca las castañuelas? Ven, oh Musa de Eurípides. Tú eres la única digna de modular sus canciones.

p. 178BACO.

¿No ha imitado nunca esa Musa a las Lesbenses?[374]

ESQUILO.[375]

Alciones que gorjeáis sobre las olas
Infinitas del piélago salado,
Con gotas titilantes
De rocío menudas y cambiantes
El nítido plumaje salpicado;
Arañas que en los lóbregos rincones
De las habitaciones
Hi-i-i-láis[376] la trama prodigiosa
Con la pata ligera,
Y con la resonante lanzadera.
El delfín cautivado
Por el son de las flautas delicadas,
Augurando un buen viaje,
Salta regocijado
En torno de las proas azuladas.
Adorno de la vid, crespo follaje,
Sostén lozano del racimo bello,
p. 179Enlaza, hijo, tus brazos a mi cuello.

¿Ves tú el ritmo?

BACO.

Lo veo.

ESQUILO.

¡Cómo! ¿Lo ves?

BACO.

Lo veo.

ESQUILO.

¿Y tú, autor de semejantes versos; tú que imitas al componerlos las doce posturas de Cirene,[377] te atreves a censurar los míos? Tales son sus cantos líricos: examinemos ahora sus monólogos:[378]

Oscuridad profunda de la noche,
Del fondo de tu abismo tenebroso
¿Qué ensueño pavoroso
Envías a mi mente conturbada?
Sin duda es un aborto del averno,
Un alma inanimada,
De horrible aspecto y de letal mirada,
Un hijo de la noche y del infierno,
De uñas de acero y veste rozagante.
La lámpara brillante,
Esclavas, encended, y al cristalino
Río hurtadle la linfa en vuestras urnas;
Calentadla y podré de este divino
p. 180Sueño purificarme,
Que en las horas nocturnas
Ha venido espantoso a atormentarme.
¡Oh Neptuno! ¿Qué es esto?
El prodigio funesto
Ved, mis consortes en destino impío,
¡Ah, Glice sin entrañas
Huye, huye, y se lleva el gallo mío!
¡Ninfas de las montañas,
Y tú, Mania, prended, prended a Glice!
Yo que estaba ¡infelice!
A mi labor atenta
El blanco lino hi-i-i-i-ilando
Que mi rueca cubría,
Y el ovillo formando
Que al despuntar el día
En la plaza pensaba
A buen precio vender; mas él volaba,
¡Ay!, volaba[379] y con alas incansables
Por el éter cruzaba;
Y penas, penas, ¡ay!, interminables,
Me dejó solamente,
Y tristezas y enojos,
Y convertidos en perenne fuente
De lágrimas, ¡de lágrimas mis ojos!
Cretenses, acudid; hijos del Ida,
Con el arco homicida
p. 181En mi auxilio volad, cercad la casa;
Divina cazadora,
Diana gentil, acude con tus canes
Y registra los últimos desvanes.
Hécate, hija de Júpiter, enciende
Dos antorchas, y guía
A la mansión de la ladrona Glice;
Quizá, quizá a su luz, ¡ay infelice!
Pueda encontrar la pobre hacienda mía.

BACO.

Basta de coros.

ESQUILO.

Sí, basta. Ahora quiero traer una balanza, pues es el único medio de aquilatar el valor de nuestra poesía, y calcular el peso de nuestras palabras.

BACO.

Vamos, venid. Me veo reducido a vender por libras el numen de los poetas, como si fuese queso.[380]

CORO.

Las gentes de talento son muy ingeniosas. He ahí una idea peregrina, admirable y extraña que antes a nadie se le había ocurrido. Yo, si alguno me lo hubiese contado, no le hubiera dado crédito pensando que deliraba.

BACO.

Ea, acercaos a los platillos...

ESQUILO Y EURÍPIDES.

Ya estamos.

p. 182BACO.

Recitad teniéndolos cogidos, cada uno un verso, y no los soltéis hasta que yo diga: ¡Cucú!

ESQUILO Y EURÍPIDES.

Ya están cogidos.

BACO.

Decid ya un verso sobre la balanza.

EURÍPIDES.

«¡Oh, si el Argos jamás volado hubiera!...»[381]

ESQUILO.

«¡Oh río Esperquio! ¡Oh pastos de los toros!...»[382]

BACO.

¡Cucú! Soltad. ¡Oh! el verso de Esquilo baja mucho más.

EURÍPIDES.

¿Por qué?

BACO.

Porque, a ejemplo de los vendedores de lana, ha mojado su verso, poniendo en él un río, y tú le has aligerado poniéndole alas.

EURÍPIDES.

Que recite otro y lo pese.

BACO.

Coged de nuevo los platillos.

ESQUILO Y EURÍPIDES.

Ya están.

p. 183BACO. (A Eurípides.)

Di.

EURÍPIDES.

«De la Persuasión dulce es la elocuencia
El único santuario...»[383]

ESQUILO.

«Solo la muerte es la deidad que no ama
Las oblaciones pías...»[384]

BACO.

Soltad, soltad. De nuevo la balanza cae hacia el lado de Esquilo; y es porque ha echado en el plato la Muerte, que es el más pesado de los males.

EURÍPIDES.

Y yo la Persuasión; mi verso es inmejorable.

BACO.

Pero la Persuasión es cosa ligera y de poco peso. Vamos, busca entre tus versos más pesados uno muy robusto y vigoroso que incline la balanza a tu favor.

EURÍPIDES.

¿Pero dónde encontrarlo? ¿Dónde?

BACO.

Yo te lo diré: «Aquiles ha sacado dos y cuatro.»[385] Recitad; esta es la última prueba.

p. 184EURÍPIDES.

«Se apoderó de una ferrada maza...»[386]

ESQUILO.

«El carro sobre el carro, y el cadáver
Sobre el cadáver...»[387]

BACO. (A Eurípides.)

Otra vez te ha vencido.

EURÍPIDES.

¿Cómo?

BACO.

Ha puesto dos carros y dos cadáveres, cuyo peso no podrían levantar ni cien egipcios.[388]

ESQUILO.

Dejémonos de disputar verso por verso: póngase Eurípides en un plato de la balanza, con sus hijos, su mujer, Cefisofonte[389] y todos sus libros, y yo pondré solamente dos versos en el otro.

BACO.

Ambos poetas son amigos míos, y no quiero decidir la cuestión, pues sentiría enemistarme con uno de ellos. El uno me parece muy diestro; el otro me encanta.


PLUTÓN.

Entonces no has logrado el objeto de tu viaje.

p. 185BACO.

¿Y si sentencio?

PLUTÓN.

Te llevarás al que prefieras; y no habrás hecho en balde el viaje.

BACO.

Gracias, Plutón. Ahora, escuchadme: yo he bajado aquí en busca de un poeta...

EURÍPIDES.

¿Para qué?

BACO.

Para que la ciudad, una vez libre de peligros,[390] haga representar sus tragedias. Estoy resuelto a llevarme aquel de vosotros que me dé un buen consejo para la república. Decidme: ¿qué pensáis de Alcibíades? Esta es cuestión que ha puesto a parir a Atenas.[391]

EURÍPIDES.

¿Y qué piensa de él?

BACO.

¿Qué piensa? Le desea, le aborrece y no puede pasarse sin él. Vamos, decid vuestra opinión.

EURÍPIDES.

Detesto al ciudadano lento en ayudar a su patria, pronto en hacerla daño, hábil para el propio interés, torpe para los del Estado.

p. 186BACO.

¡Bien, por Neptuno! Sepamos ahora tu parecer.

ESQUILO.

No conviene criar en la ciudad al cachorro del león. Lo mejor es esto; pero una vez criado, es necesario someterse a sus caprichos.

BACO.

Por Júpiter salvador, quedo en la misma indecisión; el uno habló con ingenio y el otro con claridad. Decidme ambos vuestra opinión sobre los medios de salvar la república.

EURÍPIDES.

Poniendo a Cinesias, a modo de alas, sobre Cleócrito,[392] de suerte que el viento se llevase a ambos sobre las olas del mar...

BACO.

La idea es chistosa, pero ¿a dónde vas a parar?

EURÍPIDES.

Cuando hubiera una batalla naval podrían echar vinagre a los ojos de nuestros enemigos. Pero voy a deciros otra cosa.

BACO.

Di.

EURÍPIDES.

Si confiamos en lo que ahora desconfiamos, y desconfiamos en lo que ahora confiamos...

p. 187BACO.

¿Cómo? No entiendo. Dilo más llana y comprensiblemente.

EURÍPIDES.

Si desconfiamos de los ciudadanos en que hoy confiamos, y empleamos a los que tenemos en olvido, quizá nos salvaremos. Pues si con aquellos somos infelices, ¿no conseguiremos ser felices empleando a sus contrarios?

BACO.

¡Admirable! Eres el hombre más ingenioso, un verdadero Palamedes.[393] Dime, ¿esa idea es tuya o de Cefisofonte?[394]

EURÍPIDES.

Es mía; la del vinagre es de Cefisofonte.

BACO.

¿Qué dices tú?

ESQUILO.

Dime antes a quiénes emplea la república. ¿A los hombres de bien?

BACO.

No; los aborrece de muerte.

ESQUILO.

¿Le agradan los malos?

p. 188BACO.

Tampoco; pero la necesidad le obliga a echar mano de ellos.

ESQUILO.

¿Qué medios de salvación puede haber para una ciudad que no quiere paño fino ni burdo?[395]

BACO.

Por favor, Esquilo, discurre alguno que nos saque del abismo.

ESQUILO.

En la tierra te lo diré; aquí no quiero.

BACO.

De ningún modo; envíales desde aquí la felicidad.

ESQUILO.

Se salvarán cuando crean que la tierra de sus enemigos es suya, y la suya de sus enemigos; y que sus naves son sus riquezas, y sus riquezas su ruina.[396]

BACO.

Muy bien; pero los jueces lo devoran todo.[397]

PLUTÓN. (A Baco.)

Sentencia.

p. 189BACO.

Sentenciad vosotros. Yo elijo al predilecto de mi corazón.

EURÍPIDES.

Tomaste a los dioses por testigos de que me llevarías. Sé fiel a tu juramento y elige a tus amigos.

BACO.

«La lengua ha jurado»,[398] pero escojo a Esquilo.

EURÍPIDES.

¿Qué has hecho, miserable?

BACO.

¿Yo? Declarar vencedor a Esquilo. ¿Por qué no?

EURÍPIDES.

¿Y aún te atreves a mirarme a la cara después de tu vergonzosa felonía?

BACO.

¿Hay algo vergonzoso mientras el auditorio no lo tenga por tal?

EURÍPIDES.

Cruel, ¿me vas a dejar entre los muertos?

BACO.

¿Quién sabe si el vivir es morir, si el respirar es comer, si el sueño es un vellón?[399]

PLUTÓN.

Entrad. Baco, ven conmigo.

BACO.

¿Para qué?

p. 190PLUTÓN.

Para que os dé hospitalidad antes de que partáis.

BACO.

Bien dicho, por Júpiter; eso me agrada más.


CORO.

¡Feliz el poseedor de toda la sabiduría! Mil pruebas lo demuestran. Esquilo, gracias a su ingenio y habilidad, vuelve a su casa para dicha de sus conciudadanos, amigos y parientes. Guardémonos de charlar con Sócrates, despreciando la música y demás accesorios importantes de las Musas trágicas. El pasarse la vida en discursos enfáticos y vanas sutilezas, es haber perdido el juicio.


PLUTÓN.

Parte gozoso, Esquilo; salva nuestra ciudad con tus buenos consejos y castiga a los tontos: ¡hay tantos! Entrega esta cuerda[400] a Cleofón,[401] esta a los recaudadores Mírmex y Nicómaco,[402] y esta a Arquénomo,[403] y diles que se vengan por aquí pronto y sin tardar. Pues si no bajan en seguida, los agarro, los marco a fuego,[404] y atándolos de piesp. 191 y manos con Adimante,[405] hijo de Leucólofo, los precipito, hechos un fardo, a los infiernos.

ESQUILO.

Cumpliré tus órdenes: coloca tú en mi trono a Sófocles para que me lo conserve y guarde, por si acaso vuelvo; porque después de mí, le creo el más hábil. En cuanto a ese intrigante, impostor y chocarrero, haz que jamás ocupe mi puesto, aun cuando quieran dárselo contra su voluntad.

PLUTÓN. (Al Coro.)

Alumbradle con vuestras sagradas antorchas, y acompañadle cantando sus propios himnos y coros.

CORO.

Dioses infernales, conceded un buen viaje al poeta que retorna a la luz, y a nuestra ciudad grandes y sensatos pensamientos. De esta suerte nos libraréis de los grandes males y del horrible estruendo de las armas. Cleofón y los que como él piensan, váyanse a pelear a su patria.[406]

FIN DE LAS RANAS.


p. 193

LAS JUNTERAS.


p. 195

NOTICIA PRELIMINAR.


Protágoras, y después Platón, en sus tratados de República, habían sentado teorías peligrosas que el mágico estilo del segundo hacía más de temer. Aparte de mil innovaciones en lo relativo al gobierno y administración de los estados, las ideas más repugnantes a la naturaleza humana, que descuellan en la república del fundador de la Academia, son las relativas a la comunidad de bienes, y sobre todo a la de hijos y mujeres, reglamentada con detalles dignos de una ley para el fomento de la cría caballar.[407] Aristófanes, que ya había combatido enérgicamente a los filósofos en Las Nubes, vuelve a la carga contra ellos en Las Junteras,[408] cubriendo de ridículo sus hipótesis y quimeras sobrep. 196 los dos puntos principales que acabamos de indicar; y mostrando con una serie de cuadros y de escenas, llenas de colorido y de verdad, los extremos a que conduciría el planteamiento de un comunismo absurdo.

El poeta se vale en Las Junteras como en La Lisístrata del sexo femenino para lograr su objeto, presentándonos una nueva conspiración mujeril. Las atenienses, capitaneadas por Praxágora, resuelven introducir cambios fundamentales en la constitución de la república. Disfrazadas de hombres, armadas de bastones lacedemonios, envueltas en los mantos de sus maridos, y oculto el rostro en sendas barbas postizas, invaden el Pnix antes de amanecer, no sin haber tenido un ensayo de oratoria. Aprovechándose de la pereza de los ciudadanos y de lo que les retrasa el no hallar sus vestidos, hacen aprobar una ley estableciendo la comunidad más completa en los bienes y en los goces del amor. Síguese una admirable escena del mismo corte de la del Justo y el Injusto en Las Nubes, en la cual Aristófanes pinta de mano maestra esos dos eternos tipos del bueno y del mal ciudadano, del hombre amante de la justicia y del que solo atiende a su particular interés. Vienen después otras en que varias viejas y una muchacha se disputan, con arreglo a las disposiciones recientes, el amor de un hermoso joven, descendiendo en ellas la Musa aristofánica, como lo resbaladizo del asunto hace suponer, a su acostumbrada licencia y obscenidad.

p. 197En esta comedia no hay que buscar el desarrollo de la acción, nudo, intriga ni desenlace, pues no es, como casi todas las de Aristófanes, especialmente Las Ranas y La Paz, más que una serie de cuadros y animadas pinturas llenas de alegría, de chistes, de sales cómicas y de verdad. Entre los especiales méritos de Las Junteras, es de notar la elevación y gracia de su estilo, que en casi todas sus escenas tiene, al decir de Brumoy,[409] un aire trágico, parodia del de La Melanipe de Eurípides, en que este delineaba el tipo de la mujer-filósofo, y que en las arengas preparatorias presenta burlescas imitaciones de los discursos que solían pronunciarse en el Pnix.

Las Junteras, según el dato nada más que probable que su verso 194 nos proporciona, debieron representarse el año 393 antes de Jesucristo, pues la alianza de que dicho pasaje hace mención se cree fuera la de los atenienses con los de Corinto, Beocia y Argólida en contra de Esparta, la cual se pactó en el referido año.

En esta comedia falta la parábasis, sin duda porque, después de la toma de Atenas por Lisandro, el gobierno de los Treinta prohibió a los poetas cómicos hacer alusiones personales y atacar la política, reduciéndoles a los límites de la sátira general.


p. 199

PERSONAJES.


Praxágora.
Varias Mujeres.
Coro de Mujeres.
Blépiro.
Un Hombre.
Cremes.
Ciudadano 1.º, que aporta sus bienes al común.
Ciudadano 2.º, que no los aporta.
Un Heraldo.
Varias Viejas.
Una Joven.
Un Joven.
Una Criada.
El dueño.

La acción pasa en la plaza pública de Atenas.


p. 201

LAS JUNTERAS.


PRAXÁGORA. (Adelantándose con una lámpara en la mano.)

¡Brillante resplandor de mi lámpara de arcilla,[410] que desde esta altura atraes todas las miradas; tú, cuyo nacimiento y aventuras quiero celebrar, hija de la rápida rueda del alfarero, émula del sol por el fulgor radiante de tu pábilo, haz con los movimientos de tu llama la convenida señal! Tú eres la única confidente de nuestros secretos, y lo eres con motivo, pues cuando en nuestros dormitorios ensayamos las diferentes posiciones del amor, sola nos asistes, y nadie te rechaza por testigo de sus voluptuosos movimientos. Tú sola, al abrasar su vegetación feraz, iluminas nuestros recónditos encantos.[411] Tú sola nos acompañasp. 202 cuando furtivamente penetramos en las despensas llenas de báquicos néctares y sazonadas frutas; y, aunque cómplice de nuestras fechorías, jamás se las revelas a la vecindad. Justo es, por tanto, que sepas también los actuales proyectos aprobados por las mujeres mis amigas en las fiestas de los Esciros.[412] Pero ninguna de las que deben acudir se presenta, y empieza ya a clarear el día y de un momento a otro dará principio la asamblea. Es necesario apoderarnos de nuestros puestos, que, como yo recordaréis, dijo el otro día Firómaco,[413] deben ser los otros,[414] y una vez sentadas, mantenernos ocultas. ¿Qué les ocurrirá? ¿Quizá no habrán podido ponerse las barbas postizas como quedó acordado? ¿Les será difícil apoderarse de los trajes de sus maridos? — ¡Ah!, allí veo una luz que se aproxima. Voy a retirarme un poco, no sea un hombre.


MUJER PRIMERA.

Ya es hora de marchar: cuando salíamos dep. 203 casa, el heraldo ha cantado por segunda vez.[415]

PRAXÁGORA.

Yo he pasado toda la noche en vela esperándoos. Aguardad, voy a llamar a esta vecina arañando suavemente su puerta; porque es preciso que su marido nada note.

MUJER SEGUNDA.

Ya he oído, al ponerme los zapatos, el ruido de tus dedos, pues no estaba dormida; pero mi esposo, que es un marinero de Salamina, no me ha dejado descansar en toda la noche; en este mismo momento he podido por fin apoderarme de sus vestidos.

MUJER PRIMERA.

Ya vienen Clináreta, Sóstrata y su vecina Filéneta.

PRAXÁGORA.

¡Apresuraos! Glice ha jurado que la que llegue la última pagará en castigo tres congios de vino y un quénice de garbanzos.

MUJER PRIMERA.

¿Ves a Melística, la mujer de Esmicitión, que viene con los zapatos de su marido? Esa es la única, a mi parecer, que se ha separado sin dificultad de su esposo.

MUJER SEGUNDA.

Mirad a Gensístrata, la mujer del tabernero, con su lámpara en la mano, acompañada de las esposas de Filodoreto y Querétades.

p. 204PRAXÁGORA.

Veo también a otras muchas, flor y nata de la ciudad, que se dirigen hacia nosotras.

MUJER TERCERA.

Querida mía, me ha costado un trabajo infinito el poder escaparme de casa sin que me vieran. Mi marido ha estado tosiendo toda la noche[416] por haber cenado demasiadas sardinas.

PRAXÁGORA.

Sentaos; y ya que estáis reunidas, decidme si habéis cumplido o no lo que acordamos en la fiesta de los Esciros.

MUJER CUARTA.

Yo sí. Lo primero que hice, como convinimos, fue ponerme los sobacos más hirsutos que un matorral. Después, cuando mi marido se iba a la plaza, me untaba con aceite de pies a cabeza, y me tostaba al sol durante todo el día.[417]

MUJER QUINTA.

Yo también he suprimido el uso de la navaja[418] para estar completamente velluda, y no parecer mujer en nada absolutamente.

PRAXÁGORA.

¿Traéis las barbas con que acordamos presentarnos todas en la asamblea?

MUJER CUARTA.

¡Por Hécate! Yo tengo una hermosísima.

p. 205MUJER QUINTA.

Y yo otra más bella que la de Epícrates.[419]

PRAXÁGORA.

Y vosotras, ¿qué decís?

MUJER CUARTA.

Hacen señas afirmativas.

PRAXÁGORA.

También veo que os habéis provisto de lo demás; pues traéis calzado lacedemonio, bastones y trajes de hombre, como dijimos.

MUJER SEXTA.

Yo traigo el bastón de Lamia, a quien se lo he quitado mientras dormía.

PRAXÁGORA.

Es uno de aquellos bastones bajo cuyo peso se doblega.[420]

MUJER SEXTA.

¡Por Júpiter salvador! Si ese hombre se pusiera la piel de Argos,[421] sería el único para administrar la cosa pública.

PRAXÁGORA.

Ea, mientras hay todavía estrellas en el cielop. 206 dispongamos lo que debemos hacer; pues la asamblea, para la cual venimos dispuestas, principiará con la aurora.

MUJER PRIMERA.

¡Por Júpiter! Tú debes tomar asiento al lado de la tribuna, frente a los Pritáneos.

MUJER SÉPTIMA.

Yo me he traído esta lana para carmenarla durante la asamblea.

PRAXÁGORA.

¿Durante la asamblea? ¡Desdichada!

MUJER SÉPTIMA.

Sin género de duda. ¿Dejaré de oír porque esté cardando? Tengo a mis hijitos desnudos.

PRAXÁGORA.

¡Esta quiere cardar cuando es preciso no dejar ver a los asistentes ninguna parte de nuestro cuerpo! ¡Estaría bonito que en medio de la multitud una de nosotras se lanzase a la tribuna, y se dejase ver al natural![422] Por el contrario, si envueltas en nuestros mantos ocupamos los primeros puestos, nadie nos reconocerá; y si además sacamos fuera del embozo nuestras soberbias barbas y las dejamos extenderse sobre el pecho, ¿quién será capaz de no tomarnos por hombres? Agirrio,[423]p. 207 gracias a la barba de Prónomo,[424] engañó a todo el mundo: antes era mujer, y ahora, como sabéis, ocupa el primer puesto en la ciudad. Por tanto, yo os conjuro por el día que va a nacer, a que acometamos esta audaz y grande empresa para ver si logramos apoderarnos del gobierno en pro de la república; porque al presente ni a remo ni a vela se mueve la nave del Estado.

MUJER SÉPTIMA.

¿Pero cómo podrán encontrarse oradores en una junta de mujeres?

PRAXÁGORA.

Nada más fácil. Es cosa corriente que los jóvenes más disolutos sean en general los de mejor palabra; y, por fortuna, esta condición no nos falta a nosotras.

MUJER SÉPTIMA.

No sé, no sé; la inexperiencia es peligrosa.

PRAXÁGORA.

Por eso mismo nos hemos reunido aquí, para preparar nuestros discursos. Vamos, poneos pronto las barbas, tú y todas las que se han ejercitado en hablar.

MUJER OCTAVA.

Pero, loca, ¿quién de nosotras no sabe hablar?

PRAXÁGORA.

Ea, ponte la barba y conviértete cuanto antes en hombre. Aquí dejo las coronas;[425] ahora me voy ap. 208 plantar yo también la barba, por si acaso tengo necesidad de decir algo.

MUJER SEGUNDA.

Querida Praxágora, ¡mira, mira qué ridiculez!

PRAXÁGORA.

¿Cómo ridiculez?

MUJER SEGUNDA.

Nuestras barbas parecen una sarta de calamares asados.

PRAXÁGORA.

Purificador, da vuelta con el gato;[426] adelante; silencio. Arífrades,[427] pasa y ocupa tu puesto. ¿Quién quiere usar de la palabra?

MUJER OCTAVA.

Yo.

PRAXÁGORA.

Ponte esa corona,[428] y buena suerte.

MUJER OCTAVA.

Ya está.

PRAXÁGORA.

Principia, pues.

MUJER OCTAVA.

¿Antes de beber?

PRAXÁGORA.

¿Cómo beber?

p. 209MUJER OCTAVA.

Pues si no, necia, ¿para qué necesito la corona?

PRAXÁGORA.

Vete; quizá allí nos hubieras hecho lo mismo.

MUJER OCTAVA.

¿Pero suelen beber los hombres en la asamblea?

PRAXÁGORA.

¡Vuelta al beber!

MUJER OCTAVA.

Sí, por Diana, y de lo más puro. Por eso, a los que los examinan y estudian detenidamente les parecen sus insensatos decretos resoluciones de borrachos. Además, si no hubiese vino, ¿cómo harían las libaciones a Júpiter, y demás ceremonias? Por otra parte, suelen maltratarse como personas que han bebido demasiado, y los arqueros se ven obligados a llevarse de la asamblea a más de un borracho revoltoso.

PRAXÁGORA.

Vete y siéntate; no sirves para nada.

MUJER OCTAVA.

Para eso, maldita la falta que me hacía el haberme puesto la barba: la sed me abrasa las entrañas.

PRAXÁGORA.

¿Hay alguna otra que quiera hablar?

MUJER NOVENA.

Yo.

PRAXÁGORA.

Pues ponte la corona: la cosa marcha. Procura pronunciar un discurso bello y vigoroso, apoyándote con majestad sobre tu báculo.

p. 210MUJER NOVENA.

«Hubiera deseado ciertamente que cualquiera de los que están avezados a las lides oratorias me hubiera permitido con lo excelente de sus proposiciones permanecer tranquilo en mi lugar; mas no puedo consentir, por lo que a mí respecta, que en las tabernas se construyan aljibes.[429] ¡No, por las dos diosas!...»

PRAXÁGORA.

¡Por las dos diosas![430] ¿En qué estás pensando, desdichada?

MUJER NOVENA.

¿Qué hay? Todavía no te he pedido de beber.

PRAXÁGORA.

Es verdad; pero, siendo hombre, has jurado por las dos diosas: lo demás ha estado bien.

MUJER NOVENA.

Tienes razón, por Apolo.

PRAXÁGORA.

¡Basta! No doy un paso para ir a la asamblea sin que todo quede perfectamente arreglado.

MUJER NOVENA.

Dame la corona: voy a arengar de nuevo. Ahora ya creo que lo he pensado bien. «En cuanto a mí, oh mujeres aquí reunidas...»

PRAXÁGORA.

¡Desdichada! ahora dices «mujeres» en vez de hombres.

p. 211MUJER NOVENA.

Epígono[431] tiene la culpa. Le estaba mirando, y he creído que hablaba delante de mujeres.

PRAXÁGORA.

Retírate a tu asiento. Yo misma hablaré por vosotras y me ceñiré la corona, pidiendo antes a los dioses que concedan un éxito feliz a nuestra empresa.

«La felicidad de este país me interesa tanto como a vosotros, y me conduelen y lastiman los desórdenes de nuestra ciudad. Véola, en efecto, siempre gobernada por perversos jefes; y considero que si uno llega a ser bueno un solo día, luego es malo otros diez. ¿Queréis encomendar a otro el gobierno? De seguro que será peor. Difícil es, ciudadanos, corregir ese vuestro descontentadizo humor, que os hace temer a los que os aman, y suplicar incesantemente a los que os detestan. Hubo un tiempo en que no teníamos asambleas, y pensábamos que Agirrio[432] era un bribón; hoy, que las tenemos, el que recibe dinero no tiene boca para ponderarlas; mas el que nada recibe, juzga dignos de pena capital a los que trafican con las públicas deliberaciones.»

MUJER PRIMERA.

¡Muy bien dicho, por Venus!

PRAXÁGORA.

¡Infeliz, has nombrado a Venus! Nos dejarás lucidas si sales con esa pata de gallo en la asamblea.

p. 212MUJER PRIMERA.

Pero no lo diré.

PRAXÁGORA.

Bueno es que no te acostumbres.

«Cuando deliberábamos sobre la alianza,[433] todo el mundo decía que era inminente la perdición de la república si no se llegaba a hacer: hízose por fin, y todo el mundo lo llevó tan a mal que el orador que la había aconsejado huyó y no ha vuelto a parecer.[434] Es necesario armar naves —sostienen los pobres. —No es necesario —opinan los labradores y los ricos. —¿Os indisponéis con los corintios? Ellos os pagan en la misma moneda. Ahora, pues, que los tenéis amigos, sedlo vosotros también. El argivo es ignorante; pero Hierónimo es un sabio.[435] ¿Asoma una ligera esperanza de salvación?[436] En seguida la rechazáis... Ni el mismo Trasíbulo[437] si fuese llamado...

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·»[438]

p. 213MUJER PRIMERA.

¡Qué hombre tan hábil!

PRAXÁGORA.

Ese elogio ya está en regla. «¡Tú, oh pueblo, eres la causa de todos estos males! Pues te haces pagar un sueldo de los fondos del Estado, con lo cual cada uno mira solo a su particular provecho, y la cosa pública anda cojeando como Ésimo.[439] Pero si me atendéis, aún podéis salvaros. Mi opinión es que debe entregarse a las mujeres el gobierno de la ciudad, ya que son intendentes y administradores de nuestras casas.»

MUJER SEGUNDA.

¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo! Prosigue, amigo mío, prosigue.

PRAXÁGORA.

«Os demostraré que son infinitamente más sensatas que nosotros. En primer lugar, todas, según la antigua costumbre, lavan la lana en agua caliente, y jamás se las ve intentar temerarias novedades. Si la ciudad de Atenas imitase esta conducta y se dejase de innovaciones peligrosas, ¿no tendría asegurada su salvación? Se sientan para freír las viandas, como antes; llevan la carga en la cabeza, como antes; celebran las Tesmoforias, como antes; amasan las tortas, como antes; hacen rabiar a sus maridos, como antes; ocultan en casa a los galanes, como antes; sisan, como antes; les gustap. 214 el vino puro, como antes; y se complacen en el amor, como antes. Entregándoles, oh ciudadanos, las riendas del gobierno, no nos cansemos en inútiles disputas, ni les preguntemos lo que van a hacer; dejémoslas en plena libertad de acción, considerando solamente que, como son madres, pondrán todo su empeño en economizar soldados. Además, ¿quién les suministrará con más celo las provisiones que la que les parió? La mujer es ingeniosísima como nadie para reunir riquezas; y si llegan a mandar, no se las engañará fácilmente, por cuanto ya están acostumbradas a hacerlo. No enumeraré las demás ventajas; seguid mis consejos, y seréis felices toda la vida.»

MUJER PRIMERA..

¡Divina, admirable, dulcísima Praxágora! ¿Dónde has aprendido a hablar tan bien, amiga mía?

PRAXÁGORA.

En el tiempo de la fuga[440] habité con mi esposo en el Pnix, y, a fuerza de oír a los oradores, he aprendido a arengar.

MUJER PRIMERA.

Ya no me extraña que seas tan hábil y elocuente. Tú serás nuestro jefe: procura poner en práctica tus proyectos. Pero si Céfalo[441] se lanza sobre ti para injuriarte, ¿cómo le replicarás en la asamblea?

p. 215PRAXÁGORA.

Le diré que delira.

MUJER PRIMERA.

Eso lo sabe todo el mundo.

PRAXÁGORA.

Que es un atrabiliario.

MUJER PRIMERA.

También eso se sabe.

PRAXÁGORA.

Que es tan buen político como mal alfarero.[442]

MUJER PRIMERA.

¿Y si te insulta el legañoso Neóclides?[443]

PRAXÁGORA.

A ese le diré que vaya a mirar por el trasero de un perro.[444]

MUJER PRIMERA.

¿Y si te empujan?[445]

PRAXÁGORA.

Les empujaré yo; en ese ejercicio pocos me ganarán.

MUJER PRIMERA.

En una cosa no hemos pensado: si se te llevan los arqueros, ¿qué harás?

p. 216PRAXÁGORA.

Me defenderé poniéndome así, en jarras, y no me dejaré coger por medio del cuerpo.

MUJER PRIMERA.

Si te sujetan, nosotras les diremos que te suelten.

MUJER SEGUNDA.

Todo eso está perfectamente dispuesto; pero de lo que no nos hemos ocupado es de la manera de levantar las manos[446] en la junta: nosotras que solo estamos acostumbradas a levantar las piernas.[447]

PRAXÁGORA.

Eso es lo difícil; y sin embargo no hay más remedio que alzar las manos, descubriendo el brazo hasta el hombro. Vamos, levantaos las túnicas, y poneos pronto los zapatos lacedemonios como habéis visto que lo hacen nuestros maridos todos los días al salir o al dirigirse a la asamblea. En cuanto os hayáis calzado perfectamente, sujetaos las barbas; después de atadas estas con todo esmero, envolveos en los mantos sustraídos a vuestros esposos, y marchad, apoyándoos en los bastones, y entonando alguna vieja canción a imitación de los campesinos.

MUJER SEGUNDA.

Bien dicho; pero cojámosles la delantera, pues creo que otras mujeres vendrán del campo al Pnix.

p. 217PRAXÁGORA.

Apresuraos; ya sabéis que los que no están en el Pnix desde el amanecer, vuelven sin recibir el menor regalo.

CORO.

Llegó el momento de partir, ¡oh hombres! (esta palabra no debe caérsenos nunca de la boca por temor a un descuido, porque a la verdad no lo pasaríamos muy bien, si se nos sorprendiera fraguando esta conspiración en las tinieblas). Hombres, vamos a la asamblea.

El tesmoteta[448] ha dicho que todo el que a primera hora y antes de disiparse las tinieblas de la noche no se haya presentado cubierto de polvo, contento con su provisioncilla de ajos, y mirando severamente, se quedará sin el trióbolo. Caritímides, Esmícito, Draces, apresuraos y procurad no olvidar nada de lo que es necesario hacer. Cuando hayamos recibido nuestro salario, sentémonos juntos para votar decretos favorables a nuestras amigas. ¿Qué estoy hablando? Quería decir nuestros amigos.

Procuremos expulsar a los que vengan de la ciudad; antes, cuando solo recibían un óbolo[449] por asistir a la asamblea, se estaban de sobremesa charlando con sus convidados; pero ahora la concurrenciap. 218 es extraordinaria. En el arcontado del valiente Mirónides[450] nadie se hubiera atrevido a cobrar sueldo por su intervención en los negocios públicos, sino que todo el mundo acudía trayéndose su botita de vino con un pedazo de pan, dos cebollas y tres o cuatro aceitunas. Hoy, en cuanto se hace algo por la república, en seguida se reclama el trióbolo, como un mercenario albañil.

(Vanse.)


BLÉPIRO.

¿Qué es esto? ¿Adónde se ha marchado mi mujer? La aurora despunta ya y no parece por ninguna parte. Largo rato hace que, atormentado por una perentoria necesidad,[451] ando a oscuras buscando mi manto y mis zapatos; pero, a pesar de mi empeño, no he podido encontrarlos a tientas; y como el ciudadano excremento llama impaciente a mi puerta, me he visto obligado a coger este chal de mi mujer y a calzarme los borceguíes pérsicos. ¿Mas dónde encontraré un lugar limpio en que poder hacer del cuerpo? ¡Eh!, de noche todos los sitios son buenos, y nadie me verá. ¡Pobre de mí! ¡Qué desgraciado soy por haberme casado en la vejez! ¡Oh! ¡bien merezco ser majado a golpes! De segurop. 219 que no habrá salido para nada bueno. Pero sea lo que sea, desahoguémonos.[452]

UN HOMBRE.

¿Quién va? ¿No es mi vecino Blépiro? ¡Por Júpiter! El mismo. Dime, ¿qué es eso de color rojo? ¿Cinesias[453] te ha llenado quizá de inmundicia?

BLÉPIRO.

No. He salido de casa con el vestido de color de azafrán que suele ponerse mi mujer.

EL HOMBRE.

¿Pues dónde está tu manto?

BLÉPIRO.

No lo sé: lo he estado buscando mucho tiempo sobre la cama, y no lo he podido hallar.

EL HOMBRE.

¿Y por qué no has dicho a tu mujer que te lo buscase?

BLÉPIRO.

¡Si no está en casa! ¡Si se ha escurrido yo no sé cómo! Por lo cual temo no me esté jugando alguna mala partida.

EL HOMBRE.

Por Neptuno, entonces te pasa lo mismo que a mí. También mi mujer ha desaparecido llevándoseme el manto que suelo usar; y no es eso lo peor, sino que también me ha cogido los zapatos, pues no he podido encontrarlos en ninguna parte.

p. 220BLÉPIRO.

Por Baco, ni yo mi calzado lacedemonio; y como apremiaba la necesidad, me he puesto a toda prisa sus coturnos, por no ensuciar la colcha, que está recién lavada.

EL HOMBRE.

¿Qué podrá ser esto? ¿Le habrá convidado a comer alguna de sus amigas?

BLÉPIRO.

Eso creo yo; porque no es mala, que yo sepa.

EL HOMBRE.

¿Pero estás haciendo sogas?[454] Ya es hora de ir a la asamblea; pero tengo que hallar mi manto, pues no tengo más que uno.

BLÉPIRO.

Yo también, en cuanto acabe. Una maldita pera silvestre me obstruye la salida.

EL HOMBRE.

Será la misma que se le atravesó a Trasíbulo[455] con motivo de los lacedemonios.

BLÉPIRO.

¡Por Baco, no hay quien la arranque! ¿Qué haré? Porque no es solo el mal presente lo que me aflige, sino el pensar por dónde habrá de salir lo que coma. Este maldito Acradusio[456] ha cerrado lap. 221 puerta a cal y canto. ¿Quién me traerá un médico? ¿Y cuál? ¿Cuál es el más entendido en esta especialidad de la obstetricia? ¿Quizá Aminón?[457] Pero no querrá venir. Buscadme a Antístenes[458] a toda costa: a juzgar por sus suspiros debe ser práctico en esto de estreñimientos. ¡Augusta Lucina,[459] no me dejes morir de esta obstrucción para ser después juguete de los cómicos![460]


CREMES.

¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿Tus necesidades?

BLÉPIRO.

¿Yo? No; me levanto: ya he concluido.

CREMES.

¿Te has puesto el vestido de tu mujer?

BLÉPIRO.

Lo he cogido sin saber, en la oscuridad. ¿De dónde vienes tú?

CREMES.

De la asamblea.

BLÉPIRO.

Pues qué, ¿se ha concluido?

CREMES.

Ya lo creo, al amanecer. Por Júpiter, no me hep. 222 reído poco viendo la pintura roja[461] extendida con profusión por todo el recinto.

BLÉPIRO.

¿Habrás recibido el trióbolo?

CREMES.

¡Ojalá! Llegué tarde. Eso es lo que siento: volverme a casa con el zurrón vacío.[462]

BLÉPIRO.

¿Cómo ha sido eso?

CREMES.

Ha habido en el Pnix una concurrencia de hombres como no hay memoria. Al verles, les tomamos a todos por zapateros,[463] pues solo se veían rostros blancos en aquella muchedumbre que llenaba la asamblea; por eso no he cobrado el trióbolo, y como yo, otros muchos.

BLÉPIRO.

¿De suerte que yo tampoco lo cobraría aunque fuera?

CREMES.

No, por cierto; aunque hubieses ido al segundo canto del gallo.

BLÉPIRO.

¡Infeliz de mí! «¡Oh Antíloco! Llórame más vivop. 223 sin el trióbolo que muerto con él: perdido soy.»[464] ¿Pero por qué acudió esa multitud tan temprano?

CREMES.

Los Pritáneos habían resuelto abrir un debate sobre el medio de salvar la república. Al instante se plantó el primero en la tribuna el legañoso Neóclides,[465] y al punto gritó el pueblo en masa (ya puedes figurarte con qué fuerza): «¿No es una indignidad que, tratándose de la salvación de la república, se atreva a arengarnos ese que ni siquiera ha podido salvar sus pestañas?» Entonces Neóclides, replicando y mirando en derredor: «¿Pues qué debía hacer?»,[466] ha dicho.

BLÉPIRO.

«Machacar ajos, con jugo de laserpicio y euforbio de Lacedemonia y untarte con ello los párpados a la noche», le contesto yo, si estoy presente.

CREMES.

Después de Neóclides, el ingenioso Eveón[467] se ha presentado desnudo, según creían los más,[468] aunque él aseguraba que llevaba manto, y ha pronunciado un discurso lleno de espíritu popular. «Ya veis, decía, que yo mismo tengo necesidad de ser salvado, y que me hacen falta precisa dieciséisp. 224 dracmas;[469] sin embargo, no por eso dejaré de hablar de los medios de salvar a la república y a los ciudadanos. En efecto, si al principiar el invierno los bataneros suministrasen mantos de abrigo a los necesitados, ninguno de nosotros sería atacado nunca por la pleuresía. Además, propongo que los que carezcan de camas y de colchas, se vayan después del baño a dormir a casa de un curtidor, el cual, si se niega a abrir la puerta en invierno, debe ser condenado a pagar tres pieles de multa.»

BLÉPIRO.

¡Excelente idea! Pero hubiera debido añadir (y de seguro que nadie le contradice) que los vendedores de harina tendrán obligación de dar tres quénices a los indigentes bajo las más severas penas; así, al menos, Nausícides[470] podría ser útil al pueblo.

CREMES.

Luego ha subido a la tribuna un hermoso joven,[471] muy blanco y parecido a Nicias,[472] y ha principiado por decir que convenía entregar a las mujeres el gobierno de la república. Entóneos la muchedumbre de zapateros[473] empezó a alborotarsep. 225 y a gritar que tenía razón; pero los habitantes del campo se opusieron vivamente.

BLÉPIRO.

Y les sobraban motivos, ¡por Júpiter!

CREMES.

Pero eran menos. En tanto el orador continuaba vociferando más y mejor, haciendo mil elogios de las mujeres y diciendo tempestades de ti.

BLÉPIRO.

¿Pues qué dijo?

CREMES.

Primero, que eras un bribón.

BLÉPIRO.

¿Y tú?

CREMES.

No me preguntes todavía... Después, un ladrón.

BLÉPIRO.

¿Yo solo?

CREMES.

Sí, por cierto; y un delator.

BLÉPIRO.

¿Yo solo?

CREMES.

Tú, y toda esa turba.

BLÉPIRO.

¿Quién dirá lo contrario?

CREMES.

«Las mujeres, proseguía, están llenas de discreción y dotadas de especial aptitud para atesorar: las mujeres no divulgan jamás los secretos de las Tesmoforias; al paso que tú y yo (añadía)p. 226 revelamos siempre las decisiones del Senado.»

BLÉPIRO.

Y no mentía, ¡por Mercurio!

CREMES.

«Las mujeres, continuaba, se prestan unas a otras vestidos, alhajas, plata, vasos, a solas, sin testigos, y se lo devuelven todo religiosamente, sin engañarse nunca, lo cual no hacemos la mayor parte de los hombres.»

BLÉPIRO.

¡Por Neptuno! es cierto; y aunque haya habido testigos.

CREMES.

«Las mujeres jamás delatan ni persiguen a nadie en justicia, ni conspiran contra el gobierno democrático.» En fin, concluyó concediéndoles todas las buenas prendas imaginables.

BLÉPIRO.

¿Y qué se resolvió por último?

CREMES.

Encomendarlas la dirección del Estado: es la única novedad que no se había ensayado en Atenas.

BLÉPIRO.

¿Eso se decretó?

CREMES.

Yo te lo aseguro.

BLÉPIRO.

¿De modo que quedan a cargo de las mujeres todas las cosas que antes estaban al nuestro?

CREMES.

Eso es.

p. 227BLÉPIRO.

¿Y en vez de ir yo, será mi mujer la que vaya al tribunal?

CREMES.

Y tu mujer y no tú será la que en adelante alimente a los hijos.

BLÉPIRO.

¿Y no tendré que bostezar desde el amanecer?

CREMES.

No, por cierto, todo es ya cuidado de las mujeres; tú te quedarás en casa con entera comodidad.

BLÉPIRO.

Solo una cosa es de temer para las personas de nuestra edad, y es que en cuanto se apoderen de las riendas del gobierno, no nos obliguen...

CREMES.

¿A qué?

BLÉPIRO.

A pagarles el débito.

CREMES.

¿Y si no podemos?

BLÉPIRO.

No nos darán de comer.

CREMES.

Pues bien, arréglatelas de modo que comas y pagues.

BLÉPIRO.

Siempre es odioso lo que se hace por fuerza.

CREMES.

Pero cuando el bien de la república lo exige, debemos resignarnos: ya sabes que de antiguo se dicep. 228 que nuestros más insensatos y descabellados decretos son los que suelen darnos resultados mejores. ¡Augusta Palas y demás diosas, haced que así sea! — Yo me voy. Pásalo bien.

BLÉPIRO.

Igualmente, Cremes.

(Vanse.)


CORO.

En marcha, adelante. ¿Nos sigue algún hombre? Vuélvete y mira; ten mucho cuidado, porque hay una multitud de redomados bribones, que espían por detrás nuestro talante. Haz al andar el mayor ruido posible. Sería para todas la mayor vergüenza el ser sorprendidas por los hombres. Envuélvete bien, mira a todas partes, a la derecha, a la izquierda, no fracase nuestra empresa. Apretemos el paso: ya estamos cerca del lugar de donde partimos para la asamblea; ya se ve la casa de nuestra generala, la atrevida autora del decreto aprobado por los ciudadanos. Vamos, no hay que retrasarse y dar tiempo a que alguno nos sorprenda con barbas postizas y nos denuncie. Retirémonos a la sombra, detrás de esa pared, y, mirando con precaución, cambiémonos de traje y vistámonos con el ordinario. No hay que tardar. Mirad, ya viene de la asamblea nuestra generala. Apresuraos todas; es ridículo el tener aún puestas estas barbas, mucho más cuando aquellas compañeras vuelven ya con su habitual vestido.

p. 229PRAXÁGORA.

¡Oh mujeres! todos nuestros proyectos se han visto coronados por el éxito más favorable. Antes de que ningún hombre os vea, arrojad los mantos, quitaos ese calzado, desatad las correas lacedemonias y dejad los bastones. Encárgate tú del tocado de esas mujeres; yo voy a entrar con precaución en casa antes de que me vea mi marido, y a poner el manto y demás prendas en el sitio de donde las cogí.

CORO.

Ya están cumplidas todas las órdenes; solo falta que ahora nos digas lo que debemos hacer para demostrarte nuestra sumisión, pues nunca he visto mujer más hábil y enérgica que tú.

PRAXÁGORA.

Quedaos para que me aconsejéis sobre el ejercicio de la autoridad de que acabo de ser investida. Ya en medio del tumulto he tenido ocasión de observar vuestra energía para los más arduos negocios.


BLÉPIRO.

¡Eh, Praxágora! ¿De dónde vienes?

PRAXÁGORA.

¿Qué se te importa, querido mío?

BLÉPIRO.

¿Qué se me importa? ¡Vaya una pregunta!

PRAXÁGORA.

Al menos no dirás que vengo de los brazos de un amante.

p. 230BLÉPIRO.

No de uno solo, quizá.

PRAXÁGORA.

Puedes averiguarlo.

BLÉPIRO.

¿Cómo?

PRAXÁGORA.

Mira si mi cabeza huele a perfumes.

BLÉPIRO.

¿Pues qué, los perfumes son indispensables para esas cosas?

PRAXÁGORA.

Para mí sí lo son.

BLÉPIRO.

¿Adónde has ido tan temprano y tan callandito llevándote mi manto?

PRAXÁGORA.

Me ha enviado a llamar una de mis amigas, que estaba con dolores de parto.

BLÉPIRO.

¿Y no podías habérmelo dicho antes de marcharte?

PRAXÁGORA.

Pero, marido mío, ¿había de dejarla sin asistencia en una necesidad tan urgente?

BLÉPIRO.

Bastaba una palabra. Aquí hay gato encerrado.

PRAXÁGORA.

¡No, por las dos diosas! Fui como estaba, porque me decía que acudiera a toda prisa.

p. 231BLÉPIRO.

¿Y por qué no llevaste tus vestidos? Lejos de eso te apoderas de los míos, me echas encima la túnica, y te largas dejándome como a un cadáver, salvo las coronas y los perfumes.

PRAXÁGORA.

Hacía frío y yo soy débil y delicada, y te cogí el manto por llevar más abrigo: además, marido mío, te dejé bien calentito bajo las colchas.

BLÉPIRO.

¿Y los zapatos lacedemonios y el bastón, para qué te los llevaste?

PRAXÁGORA.

Para defender el manto, cambié mis zapatos por los tuyos, y me fui a imitación tuya pisando con gran fuerza y golpeando las piedras con el bastón.

BLÉPIRO.

¿Sabes que te has perdido un sextario de trigo, que me hubieran dado en la asamblea?

PRAXÁGORA.

No te apures; ha tenido un niño.

BLÉPIRO.

¿La asamblea?

PRAXÁGORA.

No, hombre, la mujer que me ha llamado. ¿Pero de veras ha habido asamblea?

BLÉPIRO.

Sí, por cierto; ¿no te acuerdas que te lo dije ayer?

PRAXÁGORA.

Sí, ahora recuerdo.

p. 232BLÉPIRO.

¿Sabes lo que se ha resuelto en ella?

PRAXÁGORA.

No.

BLÉPIRO.

Pues, hija mía, en adelante ya puedes tratarte a cuerpo de rey. Dicen que se os ha encomendado la república.

PRAXÁGORA.

¿Para qué? ¿Para hilar?

BLÉPIRO.

No, para administrar...

PRAXÁGORA.

¿El qué?

BLÉPIRO.

Todos los asuntos del Estado.

PRAXÁGORA.

¡Por Venus! La república será feliz en adelante.

BLÉPIRO.

¿Por qué?

PRAXÁGORA.

Por mil razones. No se permitirá a los atrevidos mancharla con torpes atentados, ni levantar falsos testimonios, ni hacer calumniosas delaciones...

BLÉPIRO.

De ningún modo hagas eso, por todos los dioses; ¿no veis que nos vais a quitar los medios de vivir?[474]

CORO.

Querido mío, deja hablar a tu mujer.

p. 233PRAXÁGORA.

Ni robar, ni envidiar a los vecinos, ni estar desnudo, ni ser pobre, ni injuriar, ni tomar prendas a los deudores.

CORO.

¡Por Neptuno!, grandes promesas, si no son mentira.

PRAXÁGORA.

Yo las realizaré; tú (Al Coro) me harás justicia; y tú (A Blépiro) tendrás que callar.


CORO.

Ahora es la ocasión de poner en juego los recursos de tu ingenio, y de probar tu amor al pueblo y lo que sabes hacer en favor de tus amigas. Ahora es la ocasión de desplegar en provecho de todos esa hábil inteligencia que colme de infinitas prosperidades la vida de un pueblo culto, demostrando su inagotable poder. Ahora es, sí, la ocasión, porque nuestra república necesita de un plan sabiamente combinado. Pero tengamos cuidado de hacer cosas nunca hechas ni dichas; porque nuestros hombres aborrecen lo que están acostumbrados a ver. No tardes; pon en seguida manos a la obra. La prontitud es singularmente grata a los espectadores.

PRAXÁGORA.

Yo confío en la bondad de mis consejos; pero mucho temo que los espectadores no quieran aceptar mis novedades, y se aferren a las antiguas yp. 234 acostumbradas prácticas: esto es lo que me inquieta.

BLÉPIRO.

No temas por tus innovaciones; al contrario, el apetecerlas y aceptarlas es nuestro flaco, así como el despreciar lo antiguo.

PRAXÁGORA.

Pues bien, que nadie me contradiga ni interrumpa antes de conocer mi sistema y de haberme oído. Quiero que todos los bienes sean comunes, y que todos tengan igual parte en ellos y vivan de los mismos; que no sea este rico y aquel pobre; que no cultive uno un inmenso campo y otro no tenga donde sepultar su cadáver; que no haya quien lleve cien esclavos, y quien carezca de un solo servicio; en una palabra, establezco una vida común e igual para todos.

BLÉPIRO.

¿Cómo ha de ser común?

PRAXÁGORA.

Comiendo tú estiércol antes que yo.[475]

BLÉPIRO.

¿También será común el estiércol?

PRAXÁGORA.

¡No, por cierto! Pero me has interrumpido. Iba a decir que haré primero comunes los campos, el dinero y las demás propiedades. Y después, conp. 235 todo este acervo de bienes os alimentaremos, administrándolos económica y cuidadosamente.

BLÉPIRO.

¿Y el que no posee tierras, sino dinero, dáricos[476] y otras riquezas que no están a la vista?

PRAXÁGORA.

Las aportará al acervo común, y si no, será reo de perjurio.

BLÉPIRO.

Como que por ese medio las ha ganado.

PRAXÁGORA.

Pero no le servirán absolutamente de nada.

BLÉPIRO.

¿Por qué?

PRAXÁGORA.

Porque la pobreza no obligará a trabajar a nadie. Todo será de todos; panes, pescados, pasteles, túnicas, vinos, coronas, garbanzos. ¿Qué provecho obtendría por tanto de no aportar a la comunidad sus bienes? Dinos tu opinión sobre esto.

BLÉPIRO.

¿Los que disfrutan de todas esas cosas no son los ladrones más grandes?

PRAXÁGORA.

Antes sí, amigo mío, bajo el antiguo régimen; mas ahora que todo será común, ¿qué provecho podrá haber en no traer su parte?

p. 236BLÉPIRO.

Si alguno ve a una linda muchacha y se le antoja gozar de sus encantos, con los bienes reservados podrá hacerla un obsequio, y de este modo obtener su amor, sin dejar de percibir su parte de los bienes comunes.

PRAXÁGORA.

Es que lo podrá obtener gratis. Pues yo haré que las mujeres sean también comunes y den hijos al que los quiera.

BLÉPIRO.

¿Pero no ves que todos se dirigirán a la más hermosa?

PRAXÁGORA.

Las más feas e imperfectas estarán junto a las más lindas, y todo el que solicite a una de estas, deberá antes consumir un turno con las primeras.

BLÉPIRO.

¿Pero no ves que, conforme a tu sistema, los ya machuchos estaremos exánimes[477] cuando lleguemos a las hermosas?

PRAXÁGORA.

Tampoco se resistirán.

BLÉPIRO.

¿A qué?

PRAXÁGORA.

Tranquilízate, no se resistirán.

BLÉPIRO.

Pero ¿a qué, te digo?

p. 237PRAXÁGORA.

Al amor. Esto por lo que a vosotros respecta.

BLÉPIRO.

En cuanto a vosotras está muy bien entendido; pues habéis tomado todas las precauciones para que ninguna carezca de galán.[478] Pero, ¿y los hombres? ¿Qué haremos? Pues las mujeres rechazarán a los feos y se entregarán a los hermosos.

PRAXÁGORA.

Los hombres feos acecharán a los hermosos al salir de los banquetes y en los sitios públicos; y no se permitirá tampoco a las mujeres cohabitar con los buenos mozos sin haber cedido antes a las instancias de los deformes y chiquituelos.

BLÉPIRO.

De suerte que ahora la nariz de Lisícrates[479] hará la competencia a los más gallardos mancebos.

PRAXÁGORA.

¡Eso es, por Apolo! Esta decisión es eminentemente popular. ¡Mira que será mortificación para uno de esos vanitontos que llevan los dedos cargados de sortijas, cuando un viejo calzado con gruesos zapatones le diga: «Amigo mío, paso al más anciano; espera a que yo haya concluido; resígnate a ser plato de segunda mesa!»

BLÉPIRO.

Pero si vivimos de esa manera, ¿cómo podrá cada cual reconocer a sus hijos?

p. 238PRAXÁGORA.

¿Y qué necesidad hay? Los jóvenes creerán que son sus padres todas las personas de más edad.

BLÉPIRO.

Pero entonces, so color de ignorarlo, ¿no estrangularán sin ningún empacho a todo viejo,[480] cuando ahora lo hacen, sabiendo a ciencia cierta que son sus padres?

PRAXÁGORA.

Los presentes no lo permitirán. Antes a nadie le importaba que apaleasen a los padres ajenos; pero ahora todo el mundo, en cuanto oiga que ha sido maltratado un anciano, le defenderá en la duda de si será su propio padre.

BLÉPIRO.

En eso no andas descaminada. Pero te aseguro que pasaría un mal rato si Epicuro o Leucólofas[481] se me acercasen llamándome papá.

PRAXÁGORA.

Peor rato pasarías...

BLÉPIRO.

¿Cómo?

PRAXÁGORA.

Si Arístilo[482] te diese un beso llamándote su padre.

BLÉPIRO.

¡Pobre de él, si se atrevía!

p. 239PRAXÁGORA.

Pero tú olerías a calamento.[483] Además, como ha nacido antes del decreto, no tienes que temer sus ósculos.

BLÉPIRO.

No podría aguantarlo. ¿Pero quién cultivará la tierra?

PRAXÁGORA.

Los esclavos. Tú no tendrás más que hacer que acudir limpio y perfumado al banquete cuando sea de diez pies la sombra del cuadrante solar.[484]

BLÉPIRO.

¿Quién nos proporcionará los vestidos? Quisiera saber esto.

PRAXÁGORA.

Usad por de pronto los que tenéis; después ya os haremos otros.

BLÉPIRO.

Una sola pregunta: Si los magistrados condenan a uno a una multa, ¿de dónde tomará el dinero para pagarla? No es justo que sea del tesoro común.

PRAXÁGORA.

Pero no habrá ya procesos.

BLÉPIRO.

¡Cuánto les pesará a muchos!

p. 240PRAXÁGORA.

Así lo he decidido. Además, amigo mío, ¿para qué había de haberlos?

BLÉPIRO.

¡Para mil cosas, por Apolo! En primer lugar, para el caso de negarse una deuda.

PRAXÁGORA.

Siendo todos los bienes comunes, ¿de dónde había de sacar dinero el prestamista? Sería un ladrón manifiesto.

BLÉPIRO.

¡Muy bien, por Ceres! A otra cosa. Los que después de bien bebidos maltratan a los transeúntes, ¿con qué pagarán la indemnización correspondiente? Esto sí que no lo resuelves.

PRAXÁGORA.

Con su ordinaria pitanza: con este castigo de estómago no volverán a excederse así como quiera.

BLÉPIRO.

¿No habrá ya ladrones?

PRAXÁGORA.

¿Quién ha de robar siendo comunes los bienes?

BLÉPIRO.

¿No despojarán a la noche a los transeúntes?

PRAXÁGORA.

No, por cierto. Lo mismo si duermes en tu casa, que si duermes fuera de ella, como sucedía antes, todo el mundo tendrá con qué vivir. Si alguno quiere despojar de sus vestidos a otro, este se los cederá de buen grado; ¿a qué ha de oponerse? Ya sabe que ha de recibir del Estado otros mejores.

p. 241BLÉPIRO.

¿No habrá juegos de azar?

PRAXÁGORA.

¿Qué se ha de ganar jugando?

BLÉPIRO.

¿Qué género de vida vas a establecer?

PRAXÁGORA.

Un comunismo perfecto. Atenas será como una sola casa, en que todo pertenecerá a todos, hasta el punto de que se podrá pasar libremente de una habitación a otra.

BLÉPIRO.

¿Dónde se darán las comidas?

PRAXÁGORA.

Todos los pórticos y tribunales se convertirán en comedores.

BLÉPIRO.

¿Y la tribuna para qué servirá?

PRAXÁGORA.

Para colocar las cráteras y los cántaros de agua; un coro de niños celebrará desde ella la gloria de los valientes y el oprobio de los cobardes; así, si hay alguno de estos, se retirará de la mesa avergonzado.

BLÉPIRO.

¡Buena idea, por Apolo! ¿Y dónde colocarás las urnas de los sorteos?

PRAXÁGORA.

Las pondré en la plaza pública y junto a la estatua de Harmodio;[485] iré sacando de ellas losp. 242 nombres de los ciudadanos, hasta que todos se vayan contentos, sabiendo la letra a qué les ha tocado ir a comer;[486] así, el heraldo pregonará que los de la letra Beta vayan a comer al pórtico Basílico; los de la Zeta, al de Teseo, y los de la Kappa, al mercado de las harinas.

BLÉPIRO.

¿Para atracarse de trigo?

PRAXÁGORA.

No, para cenar.

BLÉPIRO.

Y al que no le toque en suerte ninguna letra para cenar, se le arrojará de todas partes.

PRAXÁGORA.

Eso no sucederá; porque tendremos especial cuidado en dar copiosamente de todo a todos; de manera que cada cual se retirará del banquete, ebrio con su corona y su antorcha. Entonces las mujeres os saldrán al encuentro, cuando volváis del festín, diciéndoos: «Ven acá, tenemos una hermosa muchacha.» «Aquí hay una hermosa y blanca como la nieve —os gritará otra desde un piso alto—, pero antes es preciso que compartas mi tálamo.» Los hombres feos seguiréis a los jóvenes gallardos, exclamando: «¡Eh, tú! ¿a qué tanta prisa? No has de conseguir nada por mucho que corras; la ley nos ha concedido a los feos el derecho de prelación;p. 243 y en tanto podéis entreteneros en el vestíbulo, jugando con las hojas de higuera.»[487] Vamos, dime, ¿no te agrada este sistema?

BLÉPIRO.

Muchísimo.

PRAXÁGORA.

Ahora tengo que ir a la plaza a recibir los bienes que vayan depositándose, y a escoger por heraldo una mujer de buena voz. Es un deber ineludible que me impone mi cualidad de jefe y la necesidad de proveer a la mesa común, si he de daros hoy, como pienso, el primer banquete.

BLÉPIRO.

¿Desde hoy ya?

PRAXÁGORA.

Sin duda. En seguida voy a suprimir las cortesanas.

BLÉPIRO.

¿Por qué?

PRAXÁGORA.

A la vista está: para que no se nos lleven la flor de la juventud. No es justo que unas esclavas bien adornadas roben sus placeres a las mujeres libres. Cohabitarán solo con los esclavos, y solo para ellos emplearán sus deleites.[488]

BLÉPIRO.

Anda, yo te acompañaré, para que me mirenp. 244 los transeúntes y digan: mirad el marido de nuestra generala.

(Vanse Blépiro y Praxágora.)

(Falta el Coro.)


CIUDADANO PRIMERO.

Voy a preparar mis enseres para llevarlos a la plaza, y a hacer inventario de toda mi hacienda. Ven, hermosa zaranda, tú eres mi bien más precioso; ven, llena aún de la harina de la cual has cernido tantos sacos, a servir de Canéfora[489] en la procesión de mis muebles. ¿Dónde está la porta-sombrilla?[490] Esta olla hará sus veces: ¡qué negra está, justo cielo! no lo estaría más si en ella se hubiesen cocido las drogas con que Lisícrates[491] se tiñe las canas. Ponte a su lado, lindo tocador; y tú, trípode, desempeña las funciones de hidriáfora;[492] a ti, oh gallo, cuyo canto matinal me ha despertado tantas veces para ir a la asamblea, te reservo el papel de citarista. Adelántate, escacéfora,[493]p. 245 con el gran cuenco de la miel cubierto por entrelazadas ramas de olivo, y tráete también los dos trípodes y la alcuza.[494] Los pucheros y demás menudencias que se queden ahí.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Yo entregar mis bienes? ¡Qué insensatez! ¡Qué locura! Jamás lo haré, por Neptuno. Veamos antes lo que pasa, y después meditemos mucho sobre la tal medida. Pues qué, ¿he de sacrificar sin más ni más el fruto de mis sudores y economías antes de saber a fondo todo lo que hay? — ¡Eh, tú! ¿Qué significan esos muebles? ¿Con qué objeto los has sacado? ¿Vas a mudarte de casa, o los llevas a empeñar?

CIUDADANO PRIMERO.

No.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Pues para qué has puesto en fila todo tu ajuar? ¿Envías una procesión a Hierón el pregonero?

CIUDADANO PRIMERO.

No, por Júpiter; voy a depositarlo en la plaza pública conforme a la última ley.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿A depositarlo?

CIUDADANO PRIMERO.

Sí.

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Por Júpiter salvador, tú estás loco!

p. 246CIUDADANO PRIMERO.

¿Cómo?

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Cómo? A la vista está.

CIUDADANO PRIMERO.

Pues qué, ¿no debo cumplir las leyes?

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Cuáles? ¡Desdichado!

CIUDADANO PRIMERO.

Las promulgadas.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Las promulgadas? ¡Qué imbécil eres!

CIUDADANO PRIMERO.

¿Imbécil?

CIUDADANO SEGUNDO.

Sí, amigo; y el más tonto de todos los tontos habidos y por haber.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Porque cumplo las prescripciones legales?

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Pues qué, un hombre honrado tiene ese deber?

CIUDADANO PRTMERO.

Es el principal.

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Estúpido rematado!

CIUDADANO PRIMERO.

¿Pero tú no piensas depositar tus bienes?

CIUDADANO SEGUNDO.

Me guardaré muy bien, antes de ver la resolución que adopta la mayoría.

p. 247CIUDADANO PRIMERO.

¿Puede ser otra que la de llevar al acervo común todos los bienes?

CIUDADANO SEGUNDO.

Cuando lo vea, lo creeré.

CIUDADANO PRIMERO.

Por las calles no se habla de otra cosa.

CIUDADANO SEGUNDO.

Se hablará.

CIUDADANO PRIMERO.

Todos dicen que van a llevar su parte.

CIUDADANO SEGUNDO.

Se dirá.

CIUDADANO PRIMERO.

Me matas con tu desconfianza.

CIUDADANO SEGUNDO.

Se desconfiará.

CIUDADANO PRIMERO.

¡Que Júpiter te confunda!

CIUDADANO SEGUNDO.

Se te confundirá. ¿Crees que todo ciudadano que tenga un átomo de juicio ha de llevar nada? No estamos acostumbrados a dar: solo nos gusta recibir, en lo cual imitamos a los dioses. Para convencerte, no tienes más que mirarles a las manos: sus imágenes, cuando les pedimos dones y mercedes, nos alargan las manos vueltas hacia arriba; no en actitud de dar, sino de recibir.

CIUDADANO PRIMERO.

¡Miserable! Déjame cumplir con mi deber. ¿Dónde está mi correa?

p. 248CIUDADANO SEGUNDO.

¿Pero de veras lo vas a llevar?

CIUDADANO PRIMERO.

Sí, por cierto; mira, ya he atado este par de trípodes.

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Qué locura! ¿Por qué no esperas a ver lo que hacen los demás, y después...?

CIUDADANO PRIMERO.

Después, ¿qué?

CIUDADANO SEGUNDO.

Esperar de nuevo y dar tiempo.

CIUDADANO PRIMERO.

¿A qué?

CIUDADANO SEGUNDO.

A que haya un terremoto o un relámpago de mal agüero, o a que pase una comadreja, y verás, imbécil, cómo nadie lleva nada al depósito.[495]

CIUDADANO PRIMERO.

Tendría gracia que por estar esperando no encontrase dónde depositar mis cosas.

CIUDADANO SEGUNDO.

No te apures por eso, y sí de cómo las has de recuperar. Aunque tardes un mes, hallarás sitio de sobra.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Cómo?

p. 249CIUDADANO SEGUNDO.

Yo los conozco perfectamente. En seguida dan un decreto, y después no lo cumplen.

CIUDADANO PRIMERO.

Todos aportarán sus bienes, amigo.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y si no los aportan?

CIUDADANO PRIMERO.

No te quepa duda, los aportarán.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y si no los aportan, qué?

CIUDADANO PRIMERO.

Les obligaremos.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y si son más fuertes?

CIUDADANO PRIMERO.

Dejaré mis muebles y me iré.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y si te los venden, qué?

CIUDADANO PRIMERO.

¡Ojalá revientes!

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y si reviento, qué?

CIUDADANO PRIMERO.

Harás perfectamente.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿De modo que persistes en llevarlos?

CIUDADANO PRIMERO.

Sí, por cierto; pues ya veo a mis vecinos que se disponen a llevar los suyos.

p. 250CIUDADANO SEGUNDO.

¿Quién? ¿Antístenes?[496] Prefiriría mil veces el estarse treinta días seguidos sentado en un bacín.

CIUDADANO PRIMERO.

¡Vete al infierno!

CIUDADANO SEGUNDO.

Y Calímaco,[497] el maestro de coros, ¿qué llevará a la comunidad?

CIUDADANO PRIMERO.

Más que Calias.[498]

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Este hombre quiere arruinarse!

CIUDADANO PRIMERO.

¡Maldiciente!

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Maldiciente? ¿Pues no estamos viendo todos los días decretos semejantes? ¿No te acuerdas de aquel que se dio sobre la sal?[499]

CIUDADANO PRIMERO.

Me acuerdo.

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Y de aquel otro sobre las monedas de cobre? ¿Te acuerdas?

CIUDADANO PRIMERO.

Ya lo creo, ¡como que me causó poco perjuicio aquella maldita moneda! Con la venta de mis uvasp. 251 me había llenado la boca de monedas de cobre, y me dirigí al mercado a comprar harina: tenía ya abierto el saco, para recibirla, cuando, hete aquí que el pregonero grita: «Nadie debe recibir en adelante la moneda de cobre; solo será corriente la de plata.»[500]

CIUDADANO SEGUNDO.

Y hace poco, ¿no jurábamos todos que el impuesto de la cuadragésima, ideado por Eurípides,[501] proporcionaría quinientos talentos al Estado? No había quien no pusiese en las nubes al inventor; pero cuando, vista la cosa con detenimiento, se comprendió que era, como suele decirse: «la Corinto de Júpiter»,[502] y que no producía nada, todo el mundo se desató contra Eurípides.

CIUDADANO PRIMERO.

Las circunstancias han variado. Entonces gobernábamos nosotros, y ahora las mujeres.

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Por Neptuno, ya tendré buen cuidado de que no se orinen en mis barbas!

p. 252CIUDADANO PRIMERO.

No sé qué sandeces dices. — Esclavo, cárgate ese fardo.


EL HERALDO.[503]

Ciudadanos, acudid todos, pues principia a plantearse la nueva ley; presentaos a nuestra generala, para que la suerte designe el lugar donde cada uno debe comer; ya están las mesas dispuestas y cargadas de manjares exquisitos, y los lechos adornados de colchas y tapices; ya el agua y el vino se mezclan en las cráteras junto a la fila de las mujeres encargadas de los perfumes; ya se asan pescados, se clavan liebres en los asadores, se tejen coronas y se fríen pastelillos; las jóvenes cuidan los puches de habas que hierven en las ollas, y entre ellas Esmeo,[504] con su uniforme de caballería, friega los platos de las mujeres; Gerón,[505] con una hermosa túnica y finos zapatos,[506] se presenta riendo con otro jovencito; ya se ha desprendido de su manto y grueso calzado. Venid, el panadero os espera; ejercitad bien vuestras mandíbulas.

p. 253CIUDADANO SEGUNDO.

Sí, iré. ¿Por qué me había de retrasar cuando la república lo manda?

CIUDADANO PRIMERO.

¿Adónde vas sin haber depositado tus bienes?

CIUDADANO SEGUNDO.

Al banquete.

CIUDADANO PRIMERO.

Si las mujeres tienen un átomo de juicio, no lo consentirán antes de que hagas el depósito.

CIUDADANO SEGUNDO.

Ya lo haré.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Cuándo?

CIUDADANO SEGUNDO.

Te aseguro que habrá otros menos solícitos que yo.

CIUDADANO PRIMERO.

Y mientras tanto, ¿vas a comer?

CIUDADANO SEGUNDO.

¿Pues qué he de hacer? Todo hombre sensato debe prestar su apoyo a la república.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Y si te prohíben entrar?

CIUDADANO SEGUNDO.

Bajaré la cabeza y entraré.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Y si te apalean?

CIUDADANO SEGUNDO.

Las citaré a juicio.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Y si se ríen de ti?

p. 254CIUDADANO SEGUNDO.

Me apostaré a la puerta...

CIUDADANO PRIMERO.

¿Y qué harás?

CIUDADANO SEGUNDO.

Y arrebataré al paso los manjares.

CIUDADANO PRIMERO.

Anda, pues; pero detrás de mí. Vosotros, Sicón y Parmenón,[507] cargad con mis enseres.

CIUDADANO SEGUNDO.

Vamos, yo te ayudaré a llevarlos.

CIUDADANO PRIMERO.

¿Tú?, de ningún modo. Me temo que ante nuestra generala digas que son tuyos los muebles que yo deposito.

CIUDADANO SEGUNDO.

¡Por Júpiter!, yo necesito hallar un medio de conservar mis bienes y participar de la comida común. — ¡Ah, excelente idea! ¡Pronto, pronto, a comer!

(Vase.)


(A las ventanas de dos casas próximas
se asoman una vieja y una joven.
)

VIEJA PRIMERA.

¿Cómo no vendrá ningún hombre? Pues ya es hora pasada. Yo me estoy aquí llena de albayalde, vestida de amarillo, cantando entre dientes, loqueando,p. 255 y dispuesta a arrojarme en brazos del primer transeúnte. ¡Oh Musas! Descended a mis labios e inspiradme una voluptuosa canción al modo jonio.[508]

UNA JOVEN.

¿Te has asomado a la ventana antes que yo, vieja podrida? Creías, sin duda, que estando yo ausente ibas a vendimiar la viña abandonada y a atraer alguno con las canciones. Si tú haces eso, yo también cantaré; pues aunque a los espectadores les parecerá gastado y fastidioso el procedimiento, no dejarán de encontrarlo algo cómico y divertido.

VIEJA PRIMERA.

Habla con ese carcamal y llévatelo. — Tú, mi joven flautista, coge tus instrumentos y toca una melodía digna de ti y de mí. Quien ame el placer, debe buscarlo en mis brazos. Las jovencitas carecen de la experiencia, dote de las ya maduras. Ninguna sabe querer como yo a mi amigo; a todas les gusta volar de flor en flor.

LA JOVEN.

No hables mal de las jóvenes: el placer reside en su cuerpo delicado y florece en su blanco seno. Tú, vejestorio, estás expuesta y embalsamada; solo la muerte te llamará: «amor mío».

VIEJA PRIMERA.

¡Ojalá pierdas la sensibilidad! ¡Ojalá no encuentresp. 256 el lecho cuando quieras entregarte a un hombre![509] ¡Ojalá al ir a besarle estreches una víbora contra tu corazón!

LA JOVEN.

¡Ay!, ¡ay!, ¿qué haré? No viene mi amigo: estoy sola; mi madre ha salido, y de las demás me importa poco. — Nodriza mía,[510] llama a Ortágoras,[511] para que goces de los derechos de tu edad.

VIEJA PRIMERA.

Pobrecilla, eres apasionada como una jonia,[512] y no me pareces novicia en los placeres de Lesbos.[513] Pero no podrás arrebatarme mis placeres, ni robarme un solo instante de las deliciosas horas que me pertenecen.

LA JOVEN.

Canta cuanto quieras y alarga el hocico por la ventana como una gata; a pesar de todo, nadie entrará en tu casa antes que en la mía.

VIEJA PRIMERA.

Si entran, será para llevarte a enterrar.

LA JOVEN.

Sería una cosa nueva, vieja podrida.

VIEJA PRIMERA.

No, por cierto.

LA JOVEN.

Claro, ¿qué puede decirse de nuevo a una vieja?

p. 257VIEJA PRIMERA.

Mi vejez no te causará perjuicio.

LA JOVEN.

¿Pues qué? ¿Tu colorete o tu albayalde?

VIEJA PRIMERA.

¿Por qué me hablas?

LA JOVEN.

¿Por qué miras?

VIEJA PRIMERA.

¿Yo? Le canto a solas a Epígenes, mi amante.

LA JOVEN.

¿Tienes más amante que Geres?[514]

VIEJA PRIMERA.

El mismo Epígenes te lo probará: va a venir dentro de poco. Míralo, ahí está.

LA JOVEN.

Pero no piensa en ti, vieja bribona.

VIEJA PRIMERA.

Sí, por cierto, apestada.

LA JOVEN.

Él mismo nos lo probará: yo me retiro de la ventana.

VIEJA PRIMERA.

Y yo también, para que veas que no me engaño.

EL JOVEN.

¡Oh, si pudiese estrechar entre mis brazos a la joven, sin sufrir antes las caricias de la vieja! Esto es intolerable para un hombre libre.

p. 258VIEJA PRIMERA.

¡Por Júpiter! Las sufrirás, mal que te pese. No creas que esta es una vejez caída en desuso.[515] La ley ha de cumplirse, pues vivimos bajo un régimen democrático. Me retiro para observar sus movimientos.

EL JOVEN.

¡Ojalá, oh dioses, encuentre sola a aquella linda muchacha! El vino, que me enardece, me hace venir a buscarla.

LA JOVEN.

He engañado a la maldita vieja. Se retiró, creyendo que yo me iba a estar en casa.

VIEJA PRIMERA.

Es el mismo, el mismo de quien hablamos. — Ven acá, dueño mío, ven a pasar la noche entre mis brazos. Los bucles de tus cabellos me tienen loca de amor; una pasión frenética arde en mi pecho y me consume. Oye mis súplicas, Cupido, y haz que venga a compartir mi tálamo.

EL JOVEN.

Ven acá, ven acá, baja a abrir la puerta, si no quieres verme morir en su dintel. ¡Oh amada mía! quiero embriagarme con tus caricias.[516] ¡Oh Venus! ¿Por qué me inspiras este frenético deseo? — Oye mis súplicas, Cupido, y haz que venga a compartir mi tálamo. ¡Qué impotente es la palabra parap. 259 pintar mi pasión! Abre la puerta, dulce amiga: estréchame entre tus brazos; pon fin a mi tormento. Ídolo mío, hija de Venus, abeja de las Musas, alumna de la gracia, vivo retrato del placer,[517] abre la puerta, estréchame entre tus brazos; pon fin a mi tormento.

VIEJA PRIMERA.

¡Eh, tú! ¿Por qué llamas? ¿Me buscas?

EL JOVEN.

No.

VIEJA PRIMERA.

Sin embargo, llamabas.

EL JOVEN.

¡Antes morir!

VIEJA PRIMERA.

¿Por qué vienes con esa antorcha?

EL JOVEN.

Busco a un hombre de Anaflisto.[518]

VIEJA PRIMERA.

¿Cuál?

EL JOVEN.

No es Sebine,[519] a quien tal vez esperas.

VIEJA PRIMERA.

¡Sí, por Venus!, quieras o no.

EL JOVEN.

No entendemos de lo que cuenta sesenta años, yp. 260 lo dejamos para más adelante; solo juzgamos de lo que tiene menos de veinte.[520]

VIEJA PRIMERA.

Eso era bajo el antiguo régimen, querido mío; pero ahora es preciso que nos juzguéis a nosotras primero.

EL JOVEN.

Si quiero, según la ley del juego de damas.

VIEJA PRIMERA.

Cuando comes no es la ley según el juego de damas.[521]

EL JOVEN.

No te entiendo; voy a llamar a esa puerta.

VIEJA PRIMERA.

Después de haber llamado a la mía.

EL JOVEN.

Por ahora, no tengo necesidad de criba.

(La vieja baja y sale de la casa.)

VIEJA PRIMERA.

Sé que me amas; solo que estás asombrado de verme fuera; vamos, dame un beso.

EL JOVEN.

Pero, amiga mía, tengo miedo a tu amante.

VIEJA PRIMERA.

¿A cuál?

p. 261EL JOVEN.

A aquel excelente pintor.[522]

VIEJA PRIMERA.

¿Quién es?

EL JOVEN.

Uno que pinta vasos sobre los féretros. Entra pronto, no vaya a verte en la puerta.

VIEJA PRIMERA.

Ya sé, ya sé lo que tú quieres.

EL JOVEN.

También se yo lo que quieres tú.

VIEJA PRIMERA.

Mas te juro por Venus, que me ha favorecido, que no te he de soltar.

EL JOVEN.

Chocheas, viejecita mía.

VIEJA PRIMERA.

Y tú te chanceas; pero tendrás que compartir mi lecho.

EL JOVEN.

¿Qué necesidad hay de comprar ganchos para sacar los cubos de los pozos? Con echar esta vieja, se conseguirá el mismo objeto.

VIEJA PRIMERA.

Déjate de burlas, pobre muchacho, y sígueme.

EL JOVEN.

Ninguna obligación tengo, a no ser que hayasp. 262 pagado a la república la quingentésima[523] de tus años.

VIEJA PRIMERA.

Por Venus, sígueme: a mí nada me complace tanto como el amor de los muchachos de tu edad.

EL JOVEN.

Pues a mí nada me desagrada tanto como el amor de tus coetáneas; jamás podré quererlas.

VIEJA PRIMERA.

¡Por Júpiter! Esto te obligará.

EL JOVEN.

¿Qué es eso?

VIEJA PRIMERA.

Un decreto con arreglo al cual tienes que entrar en mi casa.

EL JOVEN.

Dilo y veamos.

VIEJA PRIMERA.

Escucha: «Han resuelto las mujeres que cuando un joven ame a una doncella no podrá gozar de sus favores sin haber otorgado previamente los suyos a una anciana: si atento solo a su pasión por la joven se negase a cumplimentar el precitado requisito, las mujeres de avanzada edad tendrán derecho a prenderle y a arrastrarle impunemente por donde más lo sienta.»[524]

p. 263EL JOVEN.

¡Ay de mí! Voy a ser un nuevo Procusto.[525]

VIEJA PRIMERA.

Es necesario obedecer nuestras leyes.

EL JOVEN.

¿Y si alguno de mis amigos o conciudadanos viniese a rescatarme?

VIEJA PRIMERA.

Ningún hombre puede disponer de cosa alguna cuyo valor exceda al de una medimna.

EL JOVEN.

¿No puedo oponerme?

VIEJA PRIMERA.

Todos los rodeos están prohibidos.

EL JOVEN.

Alegaré que soy comerciante.[526]

VIEJA PRIMERA.

Y yo haré que te arrepientas de haberlo alegado.

EL JOVEN.

¿Qué debo hacer?

VIEJA PRIMERA.

Entrar en mi casa.

EL JOVEN.

¿Indispensablemente?

VIEJA PRIMERA.

Como si Diomedes[527] lo ordenase.

p. 264EL JOVEN.

Pues bien, extiende una capa de orégano sobre cuatro ramas; cíñete de bandas la cabeza, y coloca junto a ti los vasos de perfumes, y en la puerta el cántaro de agua lustral.[528]

VIEJA PRIMERA.

También me comprarás una corona.

EL JOVEN.

¡Sí, por Júpiter! Con tal que sea de cirios,[529] pues creo que expirarás en cuanto entres en tu casa.


LA JOVEN.

¿Adónde arrastras a ese joven?

VIEJA PRIMERA.

A mi casa; porque es mío.

LA JOVEN.

Es una locura. Es demasiado joven para ti; mejor puedes ser su madre que su esposa. Con ese sistema vais a llenar el mundo de Edipos.[530]

VIEJA PRIMERA.

Calla, sierpe. La envidia te hace hablar así; pero la has de pagar.

p. 265LA JOVEN.

¡Por Júpiter salvador, qué gran servicio me has prestado librándome de esa vieja! ¡Esta noche te probaré mi ardiente gratitud![531]


VIEJA SEGUNDA.

¡Eh, eh! ¿adónde te llevas a ese? Según la ley, mi derecho a sus abrazos es preferente.

EL JOVEN.

¡Oh desdicha! ¿De dónde sales, vieja condenada? Esta es mil veces peor que la primera.

VIEJA SEGUNDA.

Ven acá.

EL JOVEN. (A la joven.)

¡Por todos los dioses! no dejes que esa vieja me obligue a seguirla.

VIEJA SEGUNDA.

La ley te obliga, yo no.

EL JOVEN.

Di más bien una Empusa[532] con todo el cuerpo plagado de úlceras hediondas.

VIEJA SEGUNDA.

Sígueme, corazoncito mío, y déjate de charla.

EL JOVEN.

Déjame ir a hacer una necesidad, para que pueda recobrarme un poco; si no, el miedo me obligará a pintar de rojo el dintel de esa puerta.

p. 266VIEJA SEGUNDA.

Ven, no temas; en casa lo harás.[533]

EL JOVEN.

¡Oh!, temo hacer más de lo que quiero; déjame, te daré dos buenos fiadores.

VIEJA SEGUNDA.

No los admito.


VIEJA TERCERA.

¡Eh, tú! ¿Adónde vas con esa vieja?

EL JOVEN.

No voy, me llevan. Quienquiera que seas, ojalá te colme el cielo de bendiciones, por venir a ayudarme en este apuro.[534] ¡Oh Hércules! ¡Oh Panes! ¡Oh Coribantes! ¡Oh Dióscuros! Ese monstruo es infinitamente más horrible. ¿Pero qué es, Júpiter poderoso? ¿Es una mona rebozada en albayalde, o el espectro de una vieja vuelta de los infiernos?

VIEJA TERCERA.

No te burles, y sígueme por aquí.

VIEJA SEGUNDA.

No, por aquí.

VIEJA TERCERA.

Nunca te soltaré.

VIEJA SEGUNDA.

Yo tampoco.

p. 267EL JOVEN.

Me vais a descuartizar, viejas malditas.

VIEJA SEGUNDA.

La ley manda que me sigas.

VIEJA TERCERA.

Como no se presente otra vieja más fea.

EL JOVEN.

Pero si me matáis así, ¿cómo he de poder acercarme a aquella hermosa?

VIEJA TERCERA.

Arréglatelas como puedas; por de pronto obedéceme.

EL JOVEN.

¿Con cuál de vosotras debo cumplir primero?

VIEJA SEGUNDA.

¿No lo sabes? Ven conmigo.

EL JOVEN.

Pues que me suelte esta otra.

VIEJA TERCERA.

No, ven conmigo.

EL JOVEN.

Iré, si esta me suelta.

VIEJA SEGUNDA.

Pues yo no te suelto.

VIEJA TERCERA.

Ni yo.

EL JOVEN.

Sois muy malas barqueras.

VIEJA SEGUNDA.

¿Por qué?

p. 268EL JOVEN.

Porque haréis pedazos a los pasajeros tirando a un lado y a otro.

VIEJA SEGUNDA.

Calla, y ven por aquí.

VIEJA TERCERA.

No, por aquí.

EL JOVEN.

Estamos en el caso del decreto de Canono,[535] pues tengo que partirme en dos para daros gusto. ¿Pero cómo he de poder manejar dos remos a un mismo tiempo?

VIEJA SEGUNDA.

Muy fácilmente, comiéndote un puchero de cebollas.[536]

EL JOVEN.

¡Ay de mí! ¡Ya estoy junto a la puerta!

VIEJA TERCERA. (A la vieja segunda.)

Nada conseguirás, porque entraré contigo.

EL JOVEN.

No, por todos los dioses: mejor es un mal que dos.

VIEJA TERCERA.

Por Hécate, quieras o no, así ha de ser.

EL JOVEN.

¡Negro infortunio! ¡Permanecer todo el día y toda la noche en brazos de una vieja hedionda, yp. 269 para fin de fiesta caer de nuevo entre los de esa rana cuyas mejillas parecen dos alcuzas![537] ¿Hay desgracia como la mía? Sin duda nací con mal sino, pues tengo que nadar entre estos monstruos. Si algún mal me sucede al navegar sobre estas fétidas letrinas, acordaos de sepultarme bajo el mismo dintel de la puerta; y a la que me sobreviva untadle todo el cuerpo de hirviente pez. Cubridla hasta el tobillo de fundido plomo, y colocadla sobre mi tumba, a guisa de lámpara funeraria.[538]


UNA CRIADA.[539]

¡Qué felicidad la del pueblo ateniense! ¡Qué felicidad la mía! ¡Y, sobre todo, qué felicidad la de mi señora!

¡Felices todos vosotros, vecinos y conciudadanos, y cuantos estáis a nuestras puertas; y feliz con ellos yo, simple sirvienta, que he llenado mi cabellera de perfumes! ¡Y qué exquisitos, Júpiter soberano! Pero el perfume de las ánforas llenas de vino de Tasos es más exquisito todavía; este aroma se conserva largo tiempo, los otros se desvanecen en seguida. ¡Sí, excelsos dioses, el perfume de las ánforas es mil y mil veces preferible! ¡Echadme vino! Echadme; pues alegra toda la noche a lap. 270 que ha sabido elegirlo. — Pero, amigas, decidme dónde está mi dueño, el marido de mi señora.

CORO.

Si te quedas ahí, me parece que lo encontrarás.

LA CRIADA.

Tenéis razón; ya viene a cenar. ¡Oh dueño mío! ¡Hombre feliz! ¡Hombre mil veces feliz!

EL DUEÑO.

¿Yo?

LA CRIADA.

Sí, tú, y más feliz que ninguno, por Júpiter. ¿Puede haber nadie más dichoso que tú, que en una población de más de treinta mil ciudadanos eres el único que no ha cenado?

CORO.

Es verdaderamente un hombre feliz.

LA CRIADA.

¿Adónde, adónde vas?

EL DUEÑO.

A cenar.

LA CRIADA.

Serás el último, por Venus. Sin embargo, mi señora me ha dicho que te lleve, y contigo a esas muchachas. Aún queda mucho vino de Quíos y otras mil cosas buenas. — ¡Ea, no tardemos! Los espectadores que nos favorecen, y los jueces imparciales, pueden venir también: les daremos de todo. Así, pues, di generosamente a todo el mundo, sin omitir a nadie, invitando a viejos, jóvenes y niños, que tendrán cena dispuesta para todos... si van a sus casas.

p. 271CORO.

Corro al festín, llevando mi antorcha con gracia. ¿Qué esperas tú? ¿Por qué no vienes con esas muchachas? Mientras bajas con ellas, yo entonaré un canto a propósito para abrir el apetito. Pero antes quiero dar al jurado un pequeño consejo. Que los sabios me juzguen por lo que en esta comedia hay de sabio, y los que gusten de chistes por los muchos chistes que en ella he derramado. Así, si no me engaño, me someto al parecer de todos. No me perjudique el haberme tocado en suerte ser el primero;[540] no lo olvidéis; y fieles a vuestro juramento, juzgad siempre con rectitud a los coros; no seáis como esas viles cortesanas que solo se acuerdan de lo último que han recibido.

SEMI-CORO.

¡Ya es hora, amigas mías! Ya es hora, si queremos concluir, de dirigirnos al banquete danzando. Partid y ajustad vuestros pasos al ritmo cretense.

SEMI-CORO.

Así lo hago.

CORO.

Marchad vosotras, ligera y acompasadamente. Pronto se van a servir ostras, cecina, rayas, lampreas, pedazos de sesos en salsa picante, silfio, puerros empapados en miel, tordos, mirlos, palominos torcaces, palomas, crestas de gallo asadas,p. 272 chochas, pichones, liebres cocidas en arrope, y sustancia de alones.[541] Ya lo sabéis; pronto, amigas mías, coged un plato, y en seguida un vaso, y a comer.

SEMI-CORO.

Las otras devoran ya.

CORO.

¡Saltemos! ¡Bailemos! ¡Ea! ¡Ea! ¡Al festín! ¡Ea! ¡Ea! ¡Victoria! ¡Victoria!

FIN DE LAS JUNTERAS.


p. 273

PLUTO.


p. 275

NOTICIA PRELIMINAR.


Después de haber combatido en Las Junteras los absurdos de ciertas teorías comunistas, vuelve Aristófanes en el Pluto a tratar por medio de una ingeniosa alegoría la gran cuestión del pauperismo y de la desigual e injusta distribución de las riquezas.

Pluto, el dios del oro, está ciego y distribuye sus bienes al azar, enriqueciendo a todos los bribones e intrigantes, y dejando en la miseria a los hombres virtuosos y trabajadores. Cremilo, honrado labrador, le encuentra en tan lastimoso estado, y, obedeciendo a un oráculo de Apolo, trata de devolverle la vista venciendo la resistencia del dios, a quien tiene atemorizado una amenaza de Júpiter. Después de sostener Cremilo una violenta discusión con la Pobreza, en que esta se presenta como la causa de todos los bienes y la fuente de toda felicidad, lleva a Pluto al templo de Esculapio, donde recobra la vista. Una multitud inmensap. 276 se agolpa en derredor del dios, deseosa de conseguir sus favores, pero él los reserva para los hombres de bien, hasta entonces desdeñados. Un delator, una vieja verde, Mercurio y el sacerdote de Júpiter aparecen sucesivamente lamentando la situación a que les ha reducido la curación de Pluto, y la comedia acaba con una procesión para instalar al dios en su antiguo puesto, detrás del templo de Minerva.

Aunque velado por la multitud de sofismas, alegorías, narraciones burlescas, alusiones satíricas y discusiones y chistosos incidentes que constituyen la trama de esta comedia, se ve que el remedio eficaz, en concepto de Aristófanes, para la pobreza pública no era el dejar a todos los ciudadanos en una holgazanería llena de abundancia, ideal de los pueblos antiguos, sino el trabajo, condición necesaria de nuestra naturaleza y cuya conveniente utilidad sostiene la Pobreza para llegar al quod satis est y a la aurea mediocritas, que constituyen nuestra felicidad relativa, demostrando que el oro por sí mismo no constituye la riqueza.

Lo que más llama la atención en el Pluto y le distingue de las otras comedias de Aristófanes, es su lenguaje comedido y casi limpio de las obscenidades y bufonadas que afean el de otras piezas; la sátira es además mucho menos cáustica y mordaz, y el sangriento sarcasmo está sustituido casi siempre por una agradable ironía. El coro desempeña un papel menos importante, y las alusiones personales escasean: falta además la Parábasis, característica,p. 277 como hemos visto, de la comedia antigua, por lo cual muchos escritores consideran el Pluto como perteneciente a la llamada media. Por esto mismo, hallándose desprovista del interés político, el poeta puso sin duda mayor cuidado en el desarrollo de su plan, desenvolviéndolo con un arte parecido al de Las Nubes, y embelleciéndole con chistes espirituales y de buen gusto.

El Pluto se representó en dos épocas distintas: la primera vez en el año 408 o el 409 antes de Jesucristo; y la segunda en 390, aunque entonces con el nombre de Araros, hijo de nuestro poeta.

La edición que hasta nosotros ha llegado no es, según todas las apariencias, ni la primera ni la segunda, sino una refundición de ambas, hecha quizá por algún gramático, tomando trozos de una y otra. Pues la falta de Parábasis y diferentes alusiones a sucesos políticos posteriores al 409 demuestran que no puede ser la representada en esta fecha, al paso que aquellos pasajes en que se ataca personalmente a varios ciudadanos influyentes no pertenecen a la de 390, en cuya época los Treinta habían prohibido a los cómicos el satirizar a nadie por su nombre.


p. 279

PERSONAJES.


Carión.
Cremilo.
Pluto.
Coro de Labradores.
Blepsidemo.
La Pobreza.
La mujer de Cremilo.
Un hombre honrado.
Un Delator.
Una Vieja.
Un Joven.
Mercurio.
Un Sacerdote de Júpiter.

La acción pasa delante de la casa de Cremilo.


p. 281

PLUTO.


CARIÓN.

¡Oh Júpiter! ¡Oh dioses! ¡Qué terrible cosa es servir a un amo demente! Si el esclavo da los mejores consejos y al dueño no se le antoja seguirlos, no por eso deja de participar de su desgracia. Porque la fortuna no nos permite disponer de este cuerpo que es nuestro y muy nuestro, y se lo da al que lo ha comprado. ¡Así anda el mundo! Tengo que dirigir a Apolo, al dios cuya pitonisa profetiza desde el áureo trípode, una justa acusación: siendo médico y hábil adivino, según se asegura, ha dejado salir de su templo a mi amo loco, obstinado en seguir a un ciego y empeñado en oponerse al buen sentido, según el cual quien tiene buenos ojos debe guiar al que carece de ellos; pero a mi señor no hay medio de hacérselo comprender, y se va detrás del ciego, y por añadidura me obliga a ir también, sin responder a mis preguntas. No, dueño mío, yo no puedo callar si no me dices por qué seguimosp. 282 a ese hombre; te atormentaré, ya que gracias a mi corona[542] no puedes castigarme.

CREMILO.

Pero si me fastidias mucho, te quitaré la corona y te sacudiré de lo lindo.

CARIÓN.

¡Como si callaras! No pienso dejarte en paz hasta que me digas quién es ese. Ten presente que te lo pregunto por tu propio interés.

CREMILO.

Bueno, no te lo ocultaré, aunque solo sea porque eres el más fiel y el más ladrón de mis criados.[543] Yo, siendo piadoso y justo, era pobre y desgraciado.

CARIÓN.

Lo sé.

CREMILO.

Y otros, sacrílegos, oradores, delatores[544] y malvados, se enriquecían.

p. 283CARIÓN.

Lo creo.

CREMILO.

En vista de esto fui a consultar al dios, no por mí, que veo ya agotarse mi triste vida, sino por mi único hijo, si convendría que, cambiando de conducta, se hiciese canalla, injusto y malvado, puesto que este parece ser el camino de la fortuna.

CARIÓN.

¿Y qué ha respondido Apolo en medio de sus coronas?

CREMILO.

Vas a saberlo. En términos claros y precisos me mandó seguir al primero que me encontrase al salir del templo, y que no me separase de él hasta llevarlo a mi casa.

CARIÓN.

¿Quién fue el primero que encontraste?

CREMILO.

Ese.

CARIÓN.

¡Imbécil! ¿No has comprendido el espíritu del oráculo que te ordena educar a tu hijo a la usanza del país?

CREMILO.

¿De qué lo infieres?

CARIÓN.

Está claro, hasta para un ciego, que hoy día lop. 284 más provechoso es prescindir de todo honrado pensamiento.

CREMILO.

No puede ser ese el espíritu del oráculo, sino otro más noble y elevado. Si ese hombre nos dijera quién es y por qué ha venido, quizá pudiéramos comprender el sentido misterioso del oráculo en cuestión.

CARIÓN. (A Pluto.)

¡Eh, tú! Dinos quién eres, antes de que el efecto siga a la amenaza. ¡Vamos, pronto, pronto!

PLUTO.

¡Vete al infierno!

CARIÓN.

¿Has oído cómo te dice quién es?

CREMILO.

Eso va contigo y no conmigo, porque le preguntas de un modo grosero y brutal. — Amigo mío, si te agrada la conversación de los hombres honrados, respóndeme.

PLUTO.

¡Ahórcate!

CARIÓN.

¡Vaya un hombre y un agüero que te envía el dios!

CREMILO. (A Pluto.)

¡Por Ceres, no has de seguir burlándote!

CARIÓN.

Si no declaras tu nombre, te hago añicos.

PLUTO.

Amigos, dejadme en paz.

p. 285CREMILO.

Nunca.

CARIÓN.

No hay medio mejor, dueño mío; voy a matar a ese tunante. Lo llevaré al borde de un abismo, y lo abandonaré allí, para que se precipite y se rompa la cabeza.

CREMILO.

Llévatelo cuanto antes.

PLUTO.

¡No! ¡No!

CREMILO.

¿Responderás?

PLUTO.

Pero cuando os diga quién soy, sé muy bien que me maltrataréis; no me dejaréis marchar.

CREMILO.

¡Por los dioses! En cuanto quieras.

PLUTO.

Principiad por soltarme.

CREMILO.

Ya estás suelto.

PLUTO.

Oíd, pues, ya que es preciso revelaros lo que había resuelto ocultar. — Yo soy Pluto.[545]

CREMILO.

¡Grandísimo bribón! ¿Eres Pluto y lo callabas?

CARIÓN.

¡Tú Pluto en tan miserable estado!

p. 286CREMILO.

¡Oh Apolo! ¡Oh dioses! ¡Oh genios! ¡Oh Júpiter! ¿Qué dices? ¿Es verdad que eres tú?

PLUTO.

Sí.

CREMILO.

¿El mismo?

PLUTO.

El mismísimo.[546]

CREMILO.

¿Pero de dónde vienes tan puerco?

PLUTO.

De casa de Patroclo,[547] que no se ha lavado[548] en toda su vida.

CREMILO.

¿Y tu enfermedad de dónde procede? Responde.

PLUTO.

Me la ha producido Júpiter, por odio a los hombres. Yo, desde jovencito, le había amenazado con visitar solamente la casa de las personas justas, sabias y modestas, y él me dejó ciego para que no las conociese. ¡Tanto detesta a las gentes honradas!

p. 287CREMILO.

Pues la verdad es que solo los hombres buenos y justos le reverencian.

PLUTO.

Tienes razón.

CREMILO.

Y dime, ¿si recobrases de la vista huirías de los malos?

PLUTO.

Sí, por cierto.

CREMILO.

¿Y visitarías a los buenos?

PLUTO.

Seguramente: ¡hace tanto tiempo que no los he visto!

CREMILO.

No tiene nada de particular; yo tengo buenos ojos y tampoco los veo.

PLUTO.

Ahora dejadme; ya os lo he dicho todo.

CREMILO.

No, por cierto: ahora te retendremos con más motivo.

PLUTO.

¿No decía yo que habíais de atormentarme?

CREMILO.

Vamos, te lo suplico, déjate convencer y no me abandones. No encontrarás, por mucho que busques, un hombre mejor que yo. No, por Júpiter, no hay otro como yo.

p. 288PLUTO.

Lo mismo dicen todos; pero en cuanto me poseen y se hacen ricos, su perversidad no tiene límites.

CREMILO.

Es verdad, pero no todos son malos.

PLUTO.

Todos sin excepción.

CARIÓN.

Ya te volveré esa palabrita al cuerpo.

CREMILO.

Pero a lo menos debes saber las ventajas que conseguirás estando con nosotros: préstame atención. Yo espero, con ayuda de los dioses, curarte la ceguera y devolverte la vista.

PLUTO.

No harás tal; no quiero recobrarla.

CREMILO.

¿Qué dices?

CARIÓN.

Este hombre se complace en su infortunio.

PLUTO.

Júpiter (lo sé muy bien), en cuanto supiese que habías hecho esa locura, me pulverizaría.

CREMILO.

¿No lo hace ya, dejándote ir a tientas expuesto a mil peligros?

PLUTO.

Lo ignoro; pero le tengo un miedo cerval.

CREMILO.

Pero dime, ¡oh el más cobarde de todos los dioses!p. 289 ¿Crees que el poder de Júpiter y sus rayos valdrían un comino si recobrases la vista, aunque solo por poco tiempo?

PLUTO.

¡Oh, no digas eso, desdichado!

CREMILO.

Tranquilízate; yo te demostraré que eres mucho más poderoso que Júpiter.

PLUTO.

¿Yo?

CREMILO.

Sí, por el cielo. ¿Quién da a Júpiter su poder sobre los demás dioses?

PLUTO.

El dinero; porque tiene muchísimo.

CREMILO.

Y bien, ¿quién le suministra ese dinero?

CARIÓN.

Pluto.

CREMILO.

Y el mismo Júpiter, ¿a quién debe los sacrificios que se le ofrecen? ¿No es a Pluto?

CARIÓN.

Es verdad, se le pide sin rebozo la riqueza.

CREMILO.

Por tanto, siendo Pluto la causa de esos sacrificios, ¿no pudiera darles también fin si se le antojara?

PLUTO.

¿Cómo?

CREMILO.

Ningún hombre podría en adelante ofrecer enp. 290 sacrificio ni un buey, ni una torta, ni nada absolutamente contra tu voluntad.

PLUTO.

¿Cómo?

CREMILO.

¿Cómo? Porque nadie podría comprar nada si tú no le dabas el dinero; por consiguiente, en tu mano está el anular el poder de Júpiter el día en que te incomode.

PLUTO.

¿Qué dices? ¿Por mí le ofrecen sacrificios?

CREMILO.

Y lo repito; cuanto hay de brillante, de gracioso y de bello entre los hombres se te debe a ti; pues todo depende de la riqueza.

CARIÓN.

Yo, por ejemplo, soy esclavo por un poco de dinero; si hubiera sido rico, sería libre.

CREMILO.

¿Y no sabes lo que se cuenta de las cortesanas de Corinto?[549] Cuando se les acerca un pobre, ni siquiera le miran; pero como sea un rico, no le hacen esperar un momento.[550]

CARIÓN.

Lo mismo hacen los muchachos; el interés y no el amor les guía.

p. 291CREMILO.

No los honrados, sino los que se prostituyen a cualquiera; los primeros no piden dinero.

CARIÓN.

¿Pues qué piden?

CREMILO.

Uno, un buen caballo; otro, perros de caza.

CARIÓN.

Les da vergüenza exigir dinero, y mudan de nombre a su vileza.

CREMILO.

A ti se debe el nacimiento de todas las artes y de las invenciones más ingeniosas de los hombres. Por ti, y solo por ti, uno corta cueros sentado en su taller; otro forja el bronce; otro trabaja en madera; otro refina el oro que de ti ha recibido; otro roba en las calles; otro horada paredes; otro es batanero; otro lava pieles; otro las curte; otro vende cebollas; otro, sorprendido en adulterio, sufre, por ti también, la depilación.[551]

PLUTO.

¡Triste de mí! ¡Cuánto tiempo he estado sin saberlo!

CARIÓN.

¿No es él quien ensoberbece al gran rey?[552] ¿No es él quien convoca a la asamblea a los ciudadanos?[553]p. 292 ¿No es él quien equipa los trirremes?[554] ¿No es él quien mantiene nuestros mercenarios de Corinto?[555] ¿No es él quien hará desesperar a Pánfilo,[556] y con Pánfilo al comerciante de agujas?[557] ¿No es él quien da tantos humos a Agirrio?[558] ¿No es él quien incita a Filepsio[559] a recitar sus fábulas? ¿No es él quien envía auxiliares al Egipto?[560] ¿No es por él por quien Lais[561] ama a Filónides?[562] ¿No es él por quien la torre de Timoteo?[563]...

CREMILO. (A Carión.)

Que ojalá te aplaste. — (A Pluto.) En una palabra,p. 293 por ti se hace todo. Tú eres la causa de todos nuestros males y de todos nuestros bienes; tenlo entendido.

CARIÓN.

En la guerra la victoria se inclina siempre del lado donde tú pesas.

PLUTO.

¿Yo solo puedo hacer tantas cosas?

CREMILO.

Y otras muchas más, ¡por Júpiter! Así es que nadie se cansa de ti. Todas las demás cosas llegan a saciar: el amor...

CARIÓN.

El pan.

CREMILO.

La música.

CARIÓN.

Las golosinas.

CREMILO.

Los honores.

CARIÓN.

Las tortas.

CREMILO.

La virtud.

CARIÓN.

Los higos.

CREMILO.

La ambición.

CARIÓN.

Las puches.

p. 294CREMILO.

Los grados militares.

CARIÓN.

Las lentejas.

CREMILO.

Pero de ti nunca se ha saciado nadie. Si se tienen trece talentos.[564] se desea con mayor afán reunir dieciséis. ¿Se consignen los dieciséis? Pues se apetecen cuarenta, y se dice que no hay con qué vivir.

PLUTO.

Me parece muy bien todo lo que decís; solo me inquieta una cosa.

CREMILO.

¿Cuál?

PLUTO.

El cómo conseguiré hacerme dueño de ese poder que decís que tengo.

CREMILO.

¡Por Júpiter! Con muchísima razón dice todo el mundo que la riqueza es la cosa más cobarde.

PLUTO.

No, por cierto; me ha calumniado un ladrón. Habiendo penetrado un día en mi casa, no pudo llevarse nada, porque todo lo encontró cerrado; y en despecho llamó cobardía a mi previsión.

CREMILO.

No tengas ningún cuidado; si estás dispuesto ap. 295 secundar mi empresa, te volveré una vista más penetrante que la de Linceo.[565]

PLUTO.

¿Cómo podrás hacer eso siendo un simple mortal?

CREMILO.

Tengo buenas esperanzas por lo que me dijo el mismo Apolo agitando el laurel de la pitonisa.

PLUTO.

¿De modo que también aquel lo sabe?

CREMILO.

Seguramente.

PLUTO.

Cuidado no...

CREMILO.

Nada temas, querido mío; yo estoy decidido, tenlo bien presente, a conseguir mi objeto, aunque deba morir en la demanda.

CARIÓN.

Y, si quieres, yo también.

CREMILO.

Además nos ayudarán en nuestra empresa todos los hombres honrados, que carecen hasta de un bocado de pan.

PLUTO.

¡Ay, qué pobres son esos auxiliares!

CREMILO.

No lo serán cuando se hagan ricos. — (A Carión.) Corre a todo correr...

p. 296CARIÓN.

¿Qué hago? Di.

CREMILO.

Llama a nuestros compañeros los labradores (estoy seguro de que los hallarás en el campo en su penosa faena), para que vengan a participar con nosotros de los dones de Pluto.

CARIÓN.

Voy; pero es preciso que alguno se encargue de llevar a casa este tasajo de carne.[566]

CREMILO.

Yo me encargo de eso: corre. — Tú, Pluto, el más poderoso de los dioses, entra conmigo en mi morada. Esa es la casa que hoy has de colmar de riquezas bien o mal adquiridas.

PLUTO.

Pongo por testigos a los dioses de que nunca he entrado a gusto en ninguna casa extraña; porque jamás lo he pasado bien en ninguna. Pues si por casualidad me alojo en la habitación de un avaro, en seguida me mete debajo de tierra, y cuando algún honrado amigo le viene a pedir prestado un poquito de dinero, dice que jamás me ha visto. Si, al contrario, es la de un pródigo sin juicio, me entrega al punto a los juegos de azar y a las cortesanas, y en pocos momentos me veo en la puerta de la calle completamente desnudo.

p. 297CREMILO.

Es que nunca has tropezado con un hombre moderado como yo lo soy en todas mis acciones. A mí me gusta como a nadie la economía, pero también el gastar, cuando es necesario. Pero entremos, pues quiero que te vean mi mujer y mi único hijo, el ser a quien más amo después de ti.

PLUTO.

Lo creo.

CREMILO.

¿A qué te había de ocultar la verdad?

(Entran en la casa.)


CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

CARIÓN.

Amigos y paisanos, laboriosos agricultores que tantas veces habéis comido ajos con mi señor, venid, apresuraos, corred, no hay que perder un instante, acudid en nuestro auxilio.

CORO.

¿No ves que ya nos apresuramos cuanto es posible a unos hombres débiles y viejos? ¿Crees tú que debo de correr antes de haberme dicho por qué nos llama tu amo?

CARIÓN.

¿No te lo he dicho hace un año? Sin duda te has vuelto sordo. Mi dueño quiere anunciaros que enp. 298 adelante nadaréis todos en la abundancia, libres de esa vida ruda y miserable.

CORO.

Pero ¿de qué se trata, o de dónde procede eso que nos dice?

CARIÓN.

Se ha presentado aquí, mis pobres amigos, con un viejo sucio, encorvado, miserable, calvo, lleno de arrugas, sin dientes, y, por Júpiter, creo que hasta circuncidado.[567]

CORO.

¡Es una noticia preciosa! ¿Qué nos cuentas? Repítelo. ¿Querrás decir que se ha traído un montón de dinero?

CARIÓN.

Sí, un montón de achaques de la vejez.[568]

CORO.

¿Crees que si nos engañas te vas a ir impune, teniendo yo un garrote en la mano?

CARIÓN.

¿Por tan desvergonzado me tenéis que me juzgáis incapaz de hablaros formalmente?

CORO.

¡Qué impávido es el gran bellaco! Sus piernas gritan ya: ¡ay!, ¡ay!, y piden a voz en grito los cepos y las cuñas.

p. 299CARIÓN.

La letra[569] que te ha tocado en suerte te designa para ir a juzgar en el ataúd; ¿por qué no vas? Caronte te dará las insignias.[570]

CORO.

¡Así revientes! ¡Qué mal intencionado y fastidioso empeño de burlarnos, y de no acabar de decirnos para qué nos llama tu señor! Habla, ya ves que, aunque rendidos de fatiga y escasos de tiempo, hemos acudido a toda prisa, pasando a través de innumerables ajos.[571]

CARIÓN.

No os lo ocultaré más tiempo: mi amo, amigos míos, ha venido con Pluto en persona, que os enriquecerá.

CORO.

¿De veras? ¿Seremos todos ricos?

CARIÓN.

Seguramente; y también seréis Midas,[572] si os salen orejas de asno.

p. 300CORO.

¡Qué alegría! ¡Qué placer! Voy a bailar de gusto, si es verdad lo que dices.

CARIÓN.

Yo también, trettanelo,[573] quiero, imitando al Cíclope,[574] haceros andar a puntapiés. Ea, gritad, hijos míos; dad balidos melodiosos, como las ovejas o las cabras de penetrante olor, y seguidme a guisa de chivos lujuriosos enardecidos de amor.[575]

CORO.

Nosotros también trettanelo queremos, cuando balando encontremos al Cíclope,[576] es decir, a ti mismo, lleno de basura, con una alforja atestada de verdolagas cubiertas de rocío, pastoreando borracho tus ovejas, y dormido en el primer sitio donde el sueño te rinda, coger un inmenso y encendido tizón y dejarte ciego.

p. 301CARIÓN.

Yo he de imitar en todo a la hechicera Circe, cuyos mágicos brebajes hicieron en Corinto que los compañeros de Filónides se atracasen, como cerdos, de excrementos por ella preparados. Vosotros, gruñendo de alegría, seguid a vuestra madre, marranillos.[577]

CORO.

Nosotros, imitando en nuestro júbilo al hijo de Laertes,[578] nos apoderaremos de Circe,[579] la de los mágicos brebajes, y mal olientes pomadas, y te colgaremos de donde más te duela;[580] te untaremos la narices de estiércol como a un chivo; y al relamerte, cual otro Arístilo,[581] los entreabiertos labios, exclamarás: «Seguid a vuestra madre, marranillos.»

CARIÓN.

¡Ea, cesen los jocosos insultos! Entonad otro género de versos. Yo voy a entrar en casa y a coger, a escondidas de mi amo, un poco de pan y carne: en cuanto lo coma volveré al trabajo.

p. 302CREMILO.

El deciros salud, conciudadanos míos, es una fórmula vieja y muy gastada; prefiero, pues, abrazaros cordialmente por la prontitud y buena voluntad con que habéis acudido. Procurad ayudarme con igual eficacia en todo lo demás, y lograremos entre todos salvar al dios.

CORO.

Pierde cuidado. Verás brillar en mis ojos la mirada de Marte. Sería absurdo, en efecto, que los que por tres óbolos nos estrujamos diariamente en la asamblea, nos dejáramos arrebatar a Pluto en persona.

CREMILO.

Veo a Blepsidemo que se acerca a nosotros. Su andar precipitado me demuestra que ha oído algo de lo que ocurre.


BLEPSIDEMO.

¿Qué sucede? ¿Cómo y cuándo se ha enriquecido Cremilo tan de súbito? Yo no lo creo; sin embargo, los habituales concurrentes a las barberías[582] no hablan de otra cosa que de su repentino enriquecimiento. Pero aún me admira más el que, a pesar de su próspera fortuna, mande llamar a los amigos: esto es apartarse de todos los usos y costumbres.

p. 303CREMILO.

Por los dioses, todo lo diré sin rebozo. Sí, Blepsidemo, mi situación actual es mejor que la de ayer; quiero hacerte partícipe de mi suerte, como a uno de mis amigos.

BLEPSIDEMO.

¿De veras eres rico como dicen?

CREMILO.

Lo seré muy pronto, si Dios quiere. Pero hay todavía un riesgo que correr.

BLEPSIDEMO.

¿Cuál?

CREMILO.

El de que...

BLEPSIDEMO.

Acaba de decir.

CREMILO.

Si logramos nuestro objeto, seremos perpetuamente felices; pero si no lo conseguimos, nuestra ruina será total.

BLEPSIDEMO.

Me parece que te has metido en un mal negocio; esto me da mala espina. Enriquecerse súbitamente, y andarse después con temores, demuestra que no se ha obrado bien.

CREMILO.

¿Cómo que no he obrado bien?

BLEPSIDEMO.

Tal vez has robado plata u oro en el templo del dios a quien has consultado, y te arrepientes de tu acción.

p. 304CREMILO.

Nunca. ¡Apolo me libre de ello!

BLEPSIDEMO.

Déjate de rodeos, amigo mío; está claro como la luz.

CREMILO.

No sospeches de mí semejante cosa.

BLEPSIDEMO.

¡Ah! ¡No hay un solo hombre honrado! Todos son esclavos del dinero.

CREMILO.

¡Por Ceres! ¿Tú has perdido el juicio?

BLEPSIDEMO.

¡Qué cambio de costumbres!

CREMILO.

Pero, amigo mío, tú estás loco.

BLEPSIDEMO.

Su semblante está agitado e intranquilo, prueba evidente de que ha perpetrado algún crimen.

CREMILO.

¡Oh! Ya comprendo adónde van a parar tus declamaciones: supones que he hurtado alguna suma para exigirme una parte.

BLEPSIDEMO.

¿Yo una parte? ¿De qué?

CREMILO.

Pero no es eso, sino cosa muy distinta.

BLEPSIDEMO.

¿Acaso en vez de hurto ha sido robo?

CREMILO.

Decididamente estás dejado de la mano de Dios.

p. 305BLEPSIDEMO.

¿Pero no has hecho daño a nadie?

CREMILO.

No.

BLEPSIDEMO.

¡Oh Hércules! ¿Qué medio emplearé? Está visto que no quieres confesar la verdad.

CREMILO.

¡Si me acusas antes de oírme!

BLEPSIDEMO.

Amigo mío, antes de que el asunto se divulgue, yo lo arreglaré a poca costa, tapando la boca a los oradores con algún dinero.

CREMILO.

Tienes toda la traza, querido mío, de gastar tres minas en el negocio y presentarme una cuenta de doce.

BLEPSIDEMO.

Se me figura ver a alguno[583] sentado al pie del tribunal con su mujer y sus hijos y el ramo de olivo de los suplicantes en la mano, enteramente parecido a los Heráclidas de Pánfilo.[584]

CREMILO.

No, pobre hombre, yo enriqueceré solamente ap. 306 los hombres honrados, ingeniosos y modestos.

BLEPSIDEMO.

¿Qué dices? ¿Tanto has robado?

CREMILO.

¡Oh, me matas con tus injurias!

BLEPSIDEMO.

Tú mismo corres a la muerte, según creo.

CREMILO.

No, por cierto, imbécil: Pluto está en mi casa.

BLEPSIDEMO.

¿Cuál Pluto?

CREMILO.

El mismo dios.

BLEPSIDEMO.

¿Y dónde está?

CREMILO.

Ahí dentro.

BLEPSIDEMO.

¿Dónde?

CREMILO.

En mi casa.

BLEPSIDEMO.

¿En tu casa?

CREMILO.

Sí.

BLEPSIDEMO.

¡Vete al infierno! ¿Pluto en tu casa?

CREMILO.

Te lo juro por los dioses.

BLEPSIDEMO.

¿Pero es verdad?

p. 307CREMILO.

Es verdad.

BLEPSIDEMO.

Júralo por Vesta.

CREMILO.

Y por Neptuno.

BLEPSIDEMO.

¿Por el dios del mar?

CREMILO.

Y por otro Neptuno, si hay otro.

BLEPSIDEMO.

¿Y no lo envías a casa de tus buenos amigos?

CREMILO.

Aún no estamos en ese caso.

BLEPSIDEMO.

¿Qué dices? ¿No habrá partición?

CREMILO.

No. Antes es necesario...

BLEPSIDEMO.

¿Qué?

CREMILO.

Devolverle la vista.

BLEPSIDEMO.

¡La vista! ¿A quién?

CREMILO.

A Pluto; es indispensable, sin perdonar medio.

BLEPSIDEMO.

¡Pero está ciego de veras!

CREMILO.

Sí, por el cielo.

p. 308BLEPSIDEMO.

Ya no me admira que nunca haya venido a mi casa.

CREMILO.

Ahora ya irá, si place a los dioses.

BLEPSIDEMO.

¿No convendría llamar a algún médico?

CREMILO.

¿Qué médico hay ahora en la ciudad? Donde no hay recompensa no hay talento.[585]

BLEPSIDEMO.

Sin embargo, veamos.

CREMILO.

No hay ninguno.

BLEPSIDEMO.

Lo mismo creo.

CREMILO.

No, por Júpiter; lo mejor será, como yo había pensado, llevarle a dormir al templo de Esculapio.[586]

BLEPSIDEMO.

Ese es, sin duda, el más eficaz remedio. ¡Ea!, no tardes; procura concluir pronto.

CREMILO.

Ya voy.

p. 309BLEPSIDEMO.

Corre.

CREMILO.

Eso hago.


LA POBREZA.

¡Atrevidos, miserables, sacrílegos! ¿Qué intentáis, débiles y temerarios mortales? ¿Adónde huís? Deteneos.

BLEPSIDEMO.

¡Oh Hércules!

LA POBREZA.

¡Perversos, yo os daré vuestro merecido! Osáis llevar a cabo un proyecto intolerable, un proyecto como nunca lo han intentado los hombres ni los dioses; moriréis sin remedio.

CREMILO.

¿Pero quién eres? ¡Qué espantosa palidez!

BLEPSIDEMO.

Es quizá una furia de teatro;[587] hay en su mirada algo de trágico y feroz.

CREMILO.

Pero no tiene antorchas.

BLEPSIDEMO.

Pues pagará su audacia.

p. 310LA POBREZA.

¿Quién pensáis que soy?

CREMILO.

Una tabernera o una vendedora de huevos. De otro modo no te hubieras lanzado con tan destempladas voces sobre nosotros, que en nada te hemos ofendido.

LA POBREZA.

¿De veras, eh? ¿Os parece que todavía es poco el tratar de echarme de todas partes?

CREMILO.

¿No te queda el Báratro?[588] ¿Pero quién eres? Vamos, dínoslo pronto.

LA POBREZA.

Yo soy quien os castigará hoy mismo por haber pretendido expulsarme de aquí.

BLEPSIDEMO.

¿Si será esa tabernera de la vecindad que siempre me engaña en la medida?

LA POBREZA.

Yo soy la Pobreza, que vivo con vosotros hace muchos años.

BLEPSIDEMO.

¡Soberano Apolo! ¡Dioses inmortales! ¿Adónde me escapo?

CREMILO.

¿Adónde vas? ¡Cobarde! ¿No te quedarás ahí?

BLEPSIDEMO.

Ni por cuanto hay.

p. 311CREMILO.

¿No te quedas? ¿Y dos hombres hemos de huir de una mujer?

BLEPSIDEMO.

¡Desventurado! ¡Es la Pobreza! El monstruo más horrendo y pestilente.

CREMILO.

Quédate, por favor; quédate.

BLEPSIDEMO.

No y no.

CREMILO.

Pero, amigo, comprende que cometeremos un crimen infinitamente mayor si huimos, abandonando cobardemente al dios, sin intentar siquiera la lucha.

BLEPSIDEMO.

¿Y con qué armas? ¿Con qué fuerzas? ¿Hay coraza o escudo que esa maldita no haya llevado a empeñar?

CREMILO.

Tranquilízate; el dios sin más que sus propios recursos la vencerá.

LA POBREZA.

¿Aún os atrevéis a chistar, desalmados, después de haber sido cogidos in fraganti del más abominable delito?

CREMILO.

Y tú, mujer que el cielo confunda, ¿por qué nos insultas no habiéndote ofendido en nada?

LA POBREZA.

¿En nada, eh? ¿Se os figura que no me perjudicáisp. 312 tratando de devolver la vista a Pluto?

CREMILO.

¡Cómo! ¿Es perjudicarte el colmar de bienes a todos los hombres?

LA POBREZA.

¿Qué proyectáis para su felicidad?

CREMILO.

¿Qué? Por de pronto expulsarte de Grecia.

LA POBREZA.

¿Expulsarme? ¿Pudierais hacer un mal mayor a los hombres?

CREMILO.

¿Un mal mayor? Sí... el no realizar nuestro proyecto.

LA POBREZA.

Ea, consiento en explicaros las razones que sobre el particular me asisten: os demostraré que yo soy la causa única de todos vuestros bienes, y el único sostén de vuestra vida: si no consigo probároslo, podréis hacer lo que queráis.

CREMILO.

¿Te atreves a decir eso, desollada?

LA POBREZA.

Déjame hablar; pues creo facilísimo demostrarte que vas por muy errada senda al tratar de enriquecer a los buenos.

CREMILO.

¡Vergas y garrotes! ¿Para cuándo os guardáis?

LA POBREZA.

No te quejes y alborotes antes de escucharme.

p. 313CREMILO.

¿Quién puede callar al oír semejantes desatinos?

LA POBREZA.

Todo el que esté en su sano juicio.

CREMILO.

¿Qué multa quieres que te imponga si pierdes tu pleito?

LA POBREZA.

La que te parezca.

CREMILO.

Está bien.

LA POBREZA.

En cambio, vosotros, si sois vencidos, quedaréis sujetos a las mismas condiciones.

BLEPSIDEMO.

¿Crees que bastarán veinte muertes?

CREMILO.

Para ella, sí; para nosotros, con dos sobra.

LA POBREZA.

Vuestra perdición es inevitable. ¿Qué podréis oponerme?

CORO.

Buscad ingeniosas razones; aducid sólidos argumentos que la confundan; no hay que cejar un punto.

CREMILO.

Teniendo por verdad evidente y universalmente reconocida la justicia de que todos los hombres de bien vivan prósperamente y sufran la suerte contraria los impíos y malvados, y anhelando ver cumplido nuestro propósito, hemos hallado, porp. 314 fin, un bello, generoso y utilísimo modo de realizarlo. En efecto, si Pluto recobra la vista y deja de caminar a tientas, se dirigirá a las personas honradas para no abandonarlas nunca, huyendo siempre de los impíos y malvados. Ahora bien, ¿qué se conseguirá con esto? Se conseguirá que todos los hombres sean buenos, ricos y piadosos. ¿Creéis que pueda encontrarse nada mejor?

BLEPSIDEMO.

Nada; aquí estoy yo para atestiguarlo; no se lo preguntes a esa.

CREMILO.

Estando arreglada de esta suerte la humana vida, ¿quién no creerá que todo es locura, o más bien frenesí? Los más de los hombres, que son los perversos, nadan en las riquezas injustamente acumuladas; mientras muchos otros de intachable honradez, arrastran una vida llena de privaciones y miserias, sin tener en casi todo el decurso de su existencia más compañera que tú. Por tanto, si Pluto recobra la vista y abandona este camino, ¿quién duda que podrá seguir otro infinitamente mejor para los hombres?

LA POBREZA.

Estos dos ancianos se dejan alucinar como nadie en el mundo, y deliran y desbarran al unísono con pasmosa unanimidad. Pero yo os aseguro que, si vuestros deseos se realizan, ningún provecho sacaréis. Porque si Pluto recobra la vista y distribuye sus favores con igualdad, nadie querrá dedicarse a las artes ni a las ciencias. Y una vez suprimidasp. 315 estas dos condiciones de existencia, ¿habrá quien quiera forjar el hierro, construir naves, coser vestidos, hacer ruedas, cortar cueros, fabricar ladrillos, lavar, curtir, arar los campos, segar los dones de Ceres, pudiendo todos vivir en la holganza y desdeñar el trabajo?

CREMILO.

¡Necedades! Todos esos oficios que acabas de decir los ejercen los esclavos.

LA POBREZA.

¿Y cómo tendrás esclavos?

CREMILO.

Los compraremos.

LA POBREZA.

¿Y quiénes serán los primeros vendedores si todos tienen dinero?

CREMILO.

Cualquier codicioso comerciante a su vuelta de Tesalia, donde hay muchos traficantes en esclavos.

LA POBREZA.

Es que, según tu propio sistema, no habrá ningún mercader de esclavos. ¿Qué hombre rico arriesgará su vida en semejante tráfico? Por consiguiente, viéndote obligado a cavar la tierra y a otros trabajos igualmente penosos, pasarás una vida mucho más angustiada.

CREMILO.

¡Ojalá la pases tú!

LA POBREZA.

No podrás dormir sobre una cama, porque no las habrá; ni sobre colchas, ¿quién querrá tejerlasp. 316 sobrándole el oro? Cuando te cases con una hermosa joven, no tendrás ni esencias para perfumarla, ni trajes ricos en colores y bordados con que vestirla. ¿De qué servirá, pues, la riqueza, careciendo de todas estas cosas? Por el contrario, gracias a mí, tenéis a mano cuanto os hace falta. Yo soy una adusta señora que con el temor de la indigencia y del hambre obligo al artífice a ganarse la vida.

CREMILO.

¿Qué cosa buena puedes darnos tú, como no sean quemaduras en los baños,[589] y turbas de chiquillos, y viejecitas hambrientas, y nubes infinitas de chinches, pulgas y piojos que, pululando con molesto zumbido sobre nuestra cabeza, nos despiertan gritando: «Tendrás hambre, pero levántate»? Y además, por vestido unos jirones; por lecho, un jergón de junco, plagado de chinches, enemigas del sueño; por colcha, una estera podrida; por almohada, una piedra grande; por pan, raíces de malvas; por pasteles, hojas de rábanos secos; por escabel, la tapa de una tinaja rota; por artesa, las costillas de una cuba, y para eso rajada. ¿No quedan perfectamente enumerados los bienes que proporcionas a los hombres?

LA POBREZA.

No has descrito mi vida, sino la de los mendigos.

p. 317CREMILO.

La pobreza y la mendicidad son hermanas carnales.

LA POBREZA.

Para vosotros, que tenéis por iguales a Dionisio y Trasíbulo;[590] pero mi vida ni es ni será nunca así. La vida del mendigo que acabas de pintar consiste en vivir sin poseer nada; la del pobre en vivir con economía, en trabajar, en no tener nada superfluo ni carecer de lo necesario.

CREMILO.

¡Por Ceres! ¡Deliciosa vida! ¡Economizar y trabajar sin descanso para no dejar a nuestra muerte con qué pagar el entierro!

LA POBREZA.

Te ríes y te burlas en lugar de hablar formalmente, sin comprender que yo perfecciono el espíritu y el cuerpo de los hombres mucho más que Pluto. Con él son gotosos, ventrudos, pesados, extraordinariamente gruesos; conmigo delgados, esbeltos como avispas, terror de sus adversarios.

CREMILO.

Quizá a fuerza de hambre les das esa esbeltez de avispas.

LA POBREZA.

Ahora os hablaré de la templanza, y os demostraré que la modestia vive conmigo y no con Pluto.

p. 318CREMILO.

Debe ser muy modesto el hurtar y el horadar paredes.

BLEPSIDEMO.

¿Quién lo duda? Todas esas cosas se hacen escondiéndose. ¿Quieres más modestia?

LA POBREZA.

Fíjate en lo que pasa con los oradores: mientras son pobres, son justos con la república y el pueblo; pero en cuanto se enriquecen a costa del Estado, se hacen injustos, venden a la multitud y atacan al gobierno democrático.

CREMILO.

Tus cargos son exactos, aunque tu lengua sea viperina; pero no te ensoberbezcas por eso, que te has de arrepentir del temerario arrojo con que pretendes probarnos las ventajas de la pobreza.

LA POBREZA.

Como no puedes refutar mis argumentos, alborotas y dices necedades.[591]

CREMILO.

¿Cómo, pues, huyen todos de ti?

LA POBREZA.

Porque mejoro sus costumbres. Más claramente vemos lo mismo en los muchachos; huyen de sus padres, que solo anhelan su dicha. ¡Tan difícil es distinguir lo que es justo!

p. 319CREMILO.

Dirás también que Júpiter no sabe distinguir lo que es bueno, porque tiene riquezas.[592]

BLEPSIDEMO.

Y nos envía la pobreza.

LA POBREZA.

¡Qué telarañas tenéis en los ojos, carcamales del siglo de Saturno![593] Júpiter también es pobre; y voy a probároslo. Si fuese rico, ¿cómo en los juegos olímpicos por él establecidos, al reunir cada cinco años toda la Grecia, había de contentarse con dar a los vendedores una sencilla corona de olivo? De oro se la daría, si fuese rico.

CREMILO.

Prueba eso mismo la grande estimación en que tiene las riquezas. Por economía, por evitar gastos, regala a los vencedores coronas de ningún valor, y se guarda las riquezas.

LA POBREZA.

Mil veces más vergonzosa que la pobreza es esa avaricia sórdida o insaciable que le supones.

CREMILO.

¡Que Júpiter te confunda con tu corona de olivo!

LA POBREZA.

¡Atreverse a decir que la pobreza no es el manantial de todos los bienes!

p. 320CREMILO.

Preguntemos a Hécate[594] qué es mejor: ser rico, o indigente; por orden suya, todos los que viven con desahogo ofrecen mensualmente una comida, y los pobres se la arrebatan antes de haberla servido. Así, vete al infierno y no chistes más palabra, porque no me convencerás aunque me hayas convencido.

LA POBREZA.

«¿Oís lo que dice, habitantes de Argos?»[595]

CREMILO.

Invoca a Pauson, tu comensal.[596]

LA POBREZA.

¡Triste de mí! ¿Qué haré?

CREMILO.

Irte al infierno, y quitarte pronto de delante.

LA POBREZA.

¿Adónde iré?

CREMILO.

A la horca; pero, ¡pronto, pronto!

LA POBREZA.

Algún día me llamaréis.

p. 321CREMILO.

Entonces volverás; ahora márchate. Prefiero ser rico, mal que te pese.

BLEPSIDEMO.

Y yo, por Júpiter, en cuanto me enriquezca quiero comer espléndidamente con mi mujer y mis hijos, salir del baño limpio y reluciente, y reírme en las barbas de los trabajadores y la pobreza.


CREMILO.

Por fin se fue esa condenada. Llevemos al dios cuanto antes al templo de Esculapio, para que se acueste en él.

BLEPSIDEMO.

Sin perder un instante, no venga algún otro a impedirnos hacer todo lo necesario.

CREMILO.

¡Eh!, Carión, es preciso traer las colchas, y llevar a Pluto como el ritual prescribe; no se te olvide nada de lo que hay preparado.[597]

CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

CARIÓN.

¡Ancianos que en las fiestas de Teseo[598] empapáisp. 322 mendruguillos de pan en la salsa de los pobres, cuán grande es vuestra felicidad! ¡Qué afortunados sois vosotros y todos los hombres de bien!

CORO.

¿Qué ocurre, buen amigo? Pareces portador de una noticia agradable.

CARIÓN.

¡Qué dicha la de mi amo, o, por mejor decir, la de Pluto! Era ciego y ha recobrado la vista; sus ojos lanzan brillantes destellos, gracias a la solicitud de Esculapio.

CORO.

¡Oh gratísima nueva! ¡Oh colmo de felicidad!

CARIÓN.

Es preciso alegrarse aunque no se quiera.

CORO.

Con resonante voz celebraré al hijo del ilustre Júpiter, a Esculapio, astro que vivifica a los mortales.


LA MUJER DE CREMILO.

¿Qué significan esos gritos? ¿Hay alguna buena noticia? Te esperaba dentro de casa, llena de impaciencia.

p. 323CARIÓN.

Pronto, pronto, saca vino, señora mía; también tú beberás: ya sabemos que te gusta. Te traigo en compendio todos los bienes.

LA MUJER.

¿Dónde están?

CARIÓN.

En mis palabras, lo vas a ver.

LA MUJER.

¡Vamos! Acaba de explicarte.

CARIÓN.

Escucha, pues: voy a contarte todo el negocio desde los pies a la cabeza.

LA MUJER.

¿A la cabeza?[599] No, cuidado con ella.

CARIÓN.

Luego no aceptas los bienes que se te meten en casa.

LA MUJER.

Lo que no quiero son negocios.[600]

CARIÓN.

En cuanto llegamos al templo con el dios, entonces tan miserable y ahora dichoso y feliz como ninguno, nuestro primer cuidado fue llevarle al mar y en seguida bañarle.[601]

p. 324LA MUJER.

¡Por Júpiter! ¡Vaya una felicidad! Meter a un viejo en agua fría.[602]

CARIÓN.

Luego volvimos al santuario de Esculapio, y colocamos sobre el altar tortas y otras ofrendas, entregamos harina de flor a la devoradora llama de Vulcano, acostamos a Pluto con las solemnidades de costumbre, y después cada cual se arregló un lecho de hojas.

LA MUJER.

¿Había más gente implorando al dios?

CARIÓN.

Un tal Neóclides,[603] ciego, pero que en robar aventaja a los de mejor vista, y otros muchos atacados de toda clase de enfermedades. Después, el sacerdote apagó las lámparas y nos mandó dormir, encargándonos el silencio, aunque oyésemos cualquier ruido. Todos nos acostamos tranquilamente. Pero yo no podía conciliar el sueño: una olla de puches, colocada a la cabecera de una vieja, me tentaba el apetito, y deseaba ardientemente darle un asalto. En esto, levantando los ojos, veo que el sacerdote despojaba de tortas e higos secos la sagrada mesa. Después giró una visita de inspecciónp. 325 a todos los altares, y cuantos panes habían quedado en ellos, se los guardó santamente en un saquito. — Convencido de lo religioso de la ceremonia, depuse ya todo escrúpulo y avancé hacia la olla.

LA MUJER.

¡Ah grandísimo canalla! ¿No temías al dios?

CARIÓN.

Sí, temía que con sus coronas llegase a la olla antes que yo; su sacerdote me había abierto los ojos. La viejecita, al oír un ruido, extendía ya la mano para apartar la olla; entonces yo, imitando a la serpiente pareas,[604] di un silbido y la mordí. La vieja retiró vivamente la mano; se acurrucó en su lecho, se tapó con la colcha y lanzó de miedo un flato más pestilente que el de una comadreja. Entonces yo me atraqué de puches, y volví bien repleto a mi cama.

LA MUJER.

Y el dios, ¿no aparecía?

CARIÓN.

Aún no. Luego hice otra de las mías: al acercarse el mismo Esculapio solté una estrepitosa descarga, pues tenía el vientre lleno de aire.

LA MUJER.

¡Sin duda le darías asco!

CARIÓN.

¡Ca! Yaso,[605] que le seguía, fue quien se ruborizó,p. 326 y Panacea[606] se apartó tapándose las narices, porque yo no huelo a incienso.

LA MUJER.

¿Y el dios?

CARIÓN.

No hizo caso.

LA MUJER.

De modo que le crees un grosero.

CARIÓN.

No; le creo aficionado a la basura[607] y nada más.

LA MUJER.

¡Ah, bellaco!

CARIÓN.

Después me metí en el lecho lleno de temor; el dios giró su visita, examinando con orden e interés a todos los enfermos, y luego un esclavo le trajo un matraz de piedra con su mano correspondiente y una cajita.

LA MUJER.

¿De piedra?

CARIÓN.

¡Por Júpiter! La caja no.

LA MUJER.

Pero, bribón, ¿cómo podías verlo si estabas tapado?

p. 327CARIÓN.

Por los agujeros del manto, que no son pocos a fe mía. Lo primero que preparó fue un ungüento para Neóclides; puso en el matraz tres cabezas de ajos de Tenos,[608] y las majó mezclándolas goma y cebollas albarranas; humedeció la masa con vinagre de Esfeto,[609] y se la aplicó al paciente sobre los ojos, habiéndole vuelto antes los párpados para que fuese el dolor más vivo. Neóclides grita, aúlla, salta del lecho y quiere huir; pero el dios le dijo sonriendo: «Quédate ahí con tu ungüento; así no podrás presentarte en la asamblea y hacerla cómplice de tus perjurios.»

LA MUJER.

¡Qué amante de la república y qué discreto es ese dios!

CARIÓN.

Después se sentó junto al lecho de Pluto: tocole primero la cabeza; luego le limpió los párpados con un lienzo muy fino; Panacea le cubrió el cráneo y toda la cara con un velo de púrpura; por último, Esculapio silbó, y dos inmensas serpientes se lanzaron del fondo del santuario.

LA MUJER.

¡Soberanos dioses!

CARIÓN.

Deslizáronse suavemente bajo el velo de púrpura,p. 328 y a lo que me pareció, le lamieron los párpados, y en menos tiempo que el que tú necesitas para beberte diez cótilas de vino, Pluto, señora mía, se levantó con vista ya. Loco de júbilo, palmoteé y desperté a mi dueño: el dios y las serpientes se escondieron al punto en el interior del santuario. Pero los que tenían sus lechos junto al de Pluto le abrazaron con indescriptible cariño, y estuvieron despiertos toda la noche hasta que amaneció. Yo daba al dios las gracias más expresivas por haber sanado tan pronto a Pluto y aumentado la ceguera de Neóclides.

LA MUJER.

¡Oh Esculapio, qué grande es tu poder! Pero, dime, ¿dónde está Pluto?

CARIÓN.

Ya viene. Pero le rodeaba una inmensa multitud. Los hombres de bien, reducidos hasta ahora a una existencia mezquina, le abrazaban y le saludaban en la efusión del más completo regocijo: los antes ricos y poseedores de una gran fortuna malamente adquirida, fruncían el ceño y dejaban traslucir su temor en la inquietud de sus miradas. Los primeros le seguían ceñidos de guirnaldas, risueños y decidores, y la tierra resonaba bajo el acompasado andar de los ancianos. Ea, ordenad el baile, saltad, constituid los coros; y nunca volveréis a oír al entrar en vuestra casa la terrible frase: «No hay harina en el saco.»

LA MUJER.

¡Por Hécate! En albricias de tu buena nuevap. 329 voy a ponerte una corona de pastelillos.

CARIÓN.

No tardes, porque ya se acercan a la puerta.

LA MUJER.

Ea, voy adentro a disponer las oblaciones de costumbre para celebrar la entrada de esos ojos recientemente adquiridos para la luz.[610]

CARIÓN.

Y yo a salirles al encuentro.


CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

PLUTO.

¡Yo te saludo, oh sol! ¡Yo te saludo también, ínclita tierra de Palas, generoso país de Cécrope, que me has dado hospitalidad! Me avergüenzo de mi suerte infeliz. ¡Yo, sin saberlo, haber vivido con semejantes hombres! ¡Yo, ignorante de todo, haber huido de los únicos acreedores a mi amistad! ¡Ay, triste! ¡Cuán errados eran mis caminos! Pero cambiaré de conducta, y demostraré a todos los hombres que al entregarme a los perversos lo hice contra mi voluntad.

CREMILO.

¡Idos al infierno! ¡Qué fastidiosos son todos estosp. 330 amigos que le asedian a uno en cuanto mejora de fortuna! ¡Cómo me codean y me martirizan las piernas a fuerza de querer demostrarme su cariño! ¿Quién ha dejado de saludarme? ¡Qué muchedumbre de ancianos me rodeó en la plaza!

LA MUJER.

¡Salud al más querido de los hombres! ¡Salud también a vosotros! ¡Oh Pluto, permíteme, como es costumbre, ofrecerte estos dones de bienvenida!

PLUTO.

No. Esta casa es la primera que visito después de mi curación, y de ella nada debo llevarme; al contrario, debo traerla mis dones.

LA MUJER.

¿Rehúsas estos regalos?

PLUTO.

Los aceptaré dentro, junto al hogar, como es costumbre. Así evitaremos además una escena ridícula. No está bien que el poeta haga reír a los espectadores arrojándoles golosinas e higos secos.[611]

LA MUJER.

Tienes razón. Mira, ya se había levantado Dexínico[612] para atrapar los higos en el aire.

(Entran todos en la casa.)


p. 331CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

CARIÓN.

¡Qué agradable es, amigos míos, la felicidad, sobre todo cuando nada cuesta! Un montón de bienes se ha colado de rondón en nuestra casa, sin que hayamos hecho mal a nadie. ¡De este modo sí que es buena la abundancia! La artesa está llena de blanca harina, y las tinajas de rojo y perfumado vino; el oro y la plata, ¡parece increíble!, no caben en los cofres; la cisterna se halla atestada de aceite; los frascos, de perfumes, y el frutero, de higos. Las vinagreras, las escudillas y las ollas son todas de bronce; de plata, las fuentes semipodridas en que antes servíamos la pesca; en fin, hasta el sillico[613] se ha hecho de marfil, repentinamente. Los esclavos jugamos a pares o nones con monedas de oro, y, ¡oh refinamiento de sensualidad!, usamos para limpiarnos[614] tallos de ajo, en vez de piedras. En este instante, mi amo, con su correspondiente corona, está sacrificando un cerdo, un carnero y un chivo; el humo me ha obligado a salir; no podía parar dentro de casa. ¡Tanto me picaban los ojos!

p. 332UN HOMBRE HONRADO.

Sígueme, niño; vamos en busca del dios.

CREMILO.

¡Hola! ¿Quién va?

EL HOMBRE HONRADO.

Un hombre, hace poco infeliz y ahora afortunado.

CREMILO.

Tú eres a lo que veo un hombre de bien.

EL HOMBRE HONRADO.

Seguramente.

CREMILO.

¿Y qué deseas?

EL HOMBRE HONRADO.

Dar gracias al dios por sus inmensos beneficios. Habiendo heredado de mi padre una fortuna bastante regular, me dediqué a aliviar las necesidades de mis amigos, creyendo que esto era lo mejor que puede hacerse en la vida.

CREMILO.

¿Y te arruinaste muy pronto?

EL HOMBRE HONRADO.

Por completo.

CREMILO.

¿Y quedaste en la miseria?

EL HOMBRE HONRADO.

Más completa. Yo pensaba que los amigos necesitados, a quienes había socorrido, continuarían siéndolo en la desgracia, pero, ¡ay!, se apartaban de mí, y fingían no verme.

p. 333CREMILO.

Y hasta se burlarían de ti; estoy seguro.

EL HOMBRE HONRADO.

Completamente. La pobreza de mi ajuar me ha perdido.

CREMILO.

Pero ya no es así.

EL HOMBRE HONRADO.

Precisamente eso me hace venir a tributar al dios una adoración merecida.

CREMILO.

¿Y qué tiene que ver con el dios el manto agujereado del esclavo que te acompaña?

EL HOMBRE HONRADO.

Lo traigo con intención de dedicárselo.

CREMILO.

¿Es el que llevabas cuando te iniciaste en los grandes misterios?[615]

EL HOMBRE HONRADO.

No; pero me he helado con él durante trece años.

CREMILO.

¿Y esos borceguíes?

EL HOMBRE HONRADO.

También sufrieron conmigo los rigores del invierno.

CREMILO.

¿Los traes para consagrárselos?

p. 334EL HOMBRE HONRADO.

Sí, por cierto.

CREMILO.

¡Magníficas ofrendas vas a presentar al dios!


UN DELATOR.

¡Ay infeliz! ¡Estoy arruinado, perdido! ¡Oh suerte tres y cuatro y cinco y doce y diez mil veces infortunada! ¡Ay, me agobian desdichas sin número!

CREMILO.

¡Oh Apolo preservador! ¡Oh dioses tutelares! ¿Qué desgracia le habrá sucedido a ese hombre?

EL DELATOR.

¿No es insoportable lo que me sucede? ¡Todo lo he perdido! Ese dios me ha despojado de todos mis bienes. ¡Oh, ya volverá a quedarse ciego, si hay justicia en el mundo!

EL HOMBRE HONRADO.

Empiezo a comprender; es sin duda un hombre arruinado; no tiene traza de ser de moneda corriente.

CREMILO.

Tienes razón; pero su ruina es justa.

EL DELATOR.

¿Dónde está, dónde está el dios que había prometido enriquecernos a todos en cuanto recobrase la vista? Lo que ha hecho ha sido arruinar a algunos.

CREMILO.

¿A quién ha maltratado de ese modo?

p. 335EL DELATOR.

A mí mismo.

CREMILO.

¿Eras, por tanto, un malhechor, un ladrón?

EL DELATOR.

Vosotros lo seréis, ¡por Júpiter! No me cabe duda de que ambos guardáis mi dinero.

CARIÓN.

¡Por la venerable Ceres, qué insolente se presenta el delator! Debe azuzarle el hambre.

EL DELATOR.

Vas a comparecer sin perder un instante en la plaza pública; la rueda y el tormento te obligarán a confesar tus crímenes.

CARIÓN.

¡Mucho ojo, mala pécora!

EL HOMBRE HONRADO.

¡Oh, por Júpiter salvador, qué agradecidos deberán estar a Pluto todos los griegos, si les libra de esta peste de delatores!

EL DELATOR.

¡Oh rabia! ¿También tú te burlas? ¡Tú eres cómplice de su robo! Y si no, contesta: ¿de dónde has sacado ese vestido nuevo? Ayer te vi hecho un andrajo.

EL HOMBRE HONRADO.

No te temo, gracias a este anillo que le compré a Eudemo[616] por un dracma.

p. 336CREMILO.

No hay anillo que valga contra la mordedura de un delator.

EL DELATOR.

¿Puede haber mayor ultraje? Os burláis; pero aún no habéis dicho lo que aquí hacéis; seguramente que no es nada bueno.

CREMILO.

Nada bueno para ti; tenlo presente.

EL DELATOR.

Vais a comer a mis expensas, por Júpiter.

CREMILO.

¡Impostor! ¡Ojalá revientes tú y tu testigo sin haberos desayunado!

EL DELATOR.

¿Podéis negarlo, bribones? Hasta aquí llega el olor de los peces y de los asados; ¡hu! ¡hu! ¡hu! ¡hu! ¡hu! ¡hu! (Olfatea.)

CREMILO.

¿Hueles algo, canalla?

EL HOMBRE HONRADO.

Es el frío sin duda. ¡Cómo lleva tan raído el manto!

EL DELATOR.

¡Vive Dios! ¡Esto no puede tolerarse! ¡Burlarse de mí esa gentuza! ¡Qué indignidad! ¡Verse tratado así un hombre honrado, un buen ciudadano!

CREMILO.

¿Tú, hombre honrado y buen ciudadano?

EL DELATOR.

Como ninguno.

p. 337CREMILO.

¡Pues bien!, responde a mis preguntas.

EL DELATOR.

¿Cuáles?

CREMILO.

¿Eres labrador?

EL DELATOR.

¿Por tan loco me tienes?

CREMILO.

¿Comerciante?

EL DELATOR.

Paso por tal, cuando me hace falta.[617]

CREMILO.

Por último, ¿has aprendido algún oficio?

EL DELATOR.

No, por cierto.

CREMILO.

¿Pues de qué vivías si no hacías nada?

EL DELATOR.

Velo sobre todos los asuntos públicos y privados.

CREMILO.

¿Tú? ¿Y por qué?

EL DELATOR.

Porque quiero.

CREMILO.

¿Cómo has de ser un hombre honrado, grandísimop. 338 ladrón, haciéndote odioso a todo el mundo por meterte en lo que no se te importa?

EL DELATOR.

¿No ha de importarme, imbécil, el servir a mi patria con todas mis fuerzas?

CREMILO.

¿Pues qué, el meterse en camisa ajena es servir a la patria?

EL DELATOR.

Sí, y el mantener las leyes establecidas y el no permitir que nadie las quebrante.

CREMILO.

¿No tiene para eso la república sus tribunales?

EL DELATOR.

¿Y quién acusa?

CREMILO.

El que quiere.[618]

EL DELATOR.

Pues bien, ese soy yo; por eso todos los negocios del Estado son de mi competencia.

CREMILO.

¡Buen magistrado, vive Dios! ¿Pero no preferirías vivir tranquilamente sin hacer nada?

EL DELATOR.

No ocuparse de nada es vivir como un borrego.

CREMILO.

¿No quieres mejorar de vida?

p. 339EL DELATOR.

No, aun cuando me des a Pluto en persona y el silfio de Bato.[619]

CREMILO.

Quítate el vestido.

CARIÓN.

¡Eh!, a ti te dice.

CREMILO.

En seguida, descálzate.

CARIÓN.

Todo eso va contigo.

EL DELATOR.

Acérquese quien se atreva.

CARIÓN.

Yo me acerco.

EL DELATOR.

¡Oh, me desnudan en pleno día!

CARIÓN.

Consecuencias de meterse en negocios ajenos y comer a costa del prójimo.

EL DELATOR. (A un testigo.)

¿No ves lo que me hacen? Sé testigo.

CARIÓN.

Tu testigo ha puesto pies en polvorosa.

EL DELATOR.

¡Ay! ¡Estoy solo, y cogido!

CARIÓN.

¿Ahora gritas?

p. 340EL DELATOR.

¡Ay de mí!, repito.

CARIÓN.

Alárgame ese manto destrozado y se lo pondré a este delator.

EL HOMBRE HONRADO.

No, no, está hace tiempo consagrado a Pluto.

CARIÓN.

¿Dónde podrá estar mejor que sobre los hombros de este infame bandido? A Pluto es necesario dedicarle vestidos mejores.

EL HOMBRE HONRADO.

Y con los zapatos, ¿qué hacemos?

CARIÓN.

Voy a clavárselos en la frente, como si fuese un acebuche sagrado.[620]

EL DELATOR.

Me marcho, porque conozco que podéis más que yo; pero como encuentre un auxiliar, siquiera sea débil como una tabla de higuera,[621] me he de vengar de ese dios tan poderoso que, por su sola autoridad, sin consultar previamente ni al Senado ni al pueblo, echa por tierra la democracia.

EL HOMBRE HONRADO.

Ahora que vas cubierto con mi armadura,[622]p. 341 corre a los baños, y para calentarte, apodérate del primer puesto, que yo durante tanto tiempo he ocupado.[623]

CREMILO.

Pero el bañero, agarrándole por donde más le duela,[624] le pondrá bonitamente en la calle; pues a la primera ojeada comprenderá que es un bribón. Entremos nosotros, para que adores al dios.


CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

UNA VIEJA.

Buenos ancianos, ¿he llegado a la casa donde habita el nuevo dios, o he equivocado el camino?

CORO.

Estás a su puerta, hermosa niña,[625] tu pregunta es oportunísima.

LA VIEJA.

Voy a llamar a alguno de la casa.

CREMILO.

No es necesario: aquí me tienes; ¿qué es lo que te trae? Habla.

LA VIEJA.

Soy víctima, amigo mío, de la acción más inicuap. 342 o infame desde que ese dios ha recobrado la vista; mi existencia es insoportable.

CREMILO.

¿Cómo? ¿Serás acaso un delator-hembra?

LA VIEJA.

No, por cierto.

CREMILO.

¿Te habrá correspondido mala letra en el sorteo para beber?

LA VIEJA.

Tú te ríes, y yo, ¡infeliz!, muero devorada por una pasión.

CREMILO.

Vamos, acaba de decir cuál es la pasión que te devora

LA VIEJA.

Escucha: yo amaba a un joven pobre; ¡pero tan hermoso, tan bien formado, tan bueno! Todo cuanto le pedía me lo daba con la mayor solicitud y cariño; yo a mi vez no le negaba nada.

CREMILO.

¿Y qué solía pedirte?

LA VIEJA.

Poca cosa; era conmigo lo más vergonzoso... Unas veces veinte dracmas para comprarse un traje; otras, ocho para unos zapatos; ya me decía que regalase túnicas a sus hermanas y un vestidillo a su madre; ya necesitaba cuatro medimnas de trigo.

CREMILO.

No es mucho a la verdad; su discreción es admirable.

p. 343LA VIEJA.

Y aun eso, según solía decirme, no me lo pedía por vil interés, sino por pura amistad. Por ejemplo, un vestido regalado por mí era un constante recuerdo.

CREMILO.

Ese hombre te quería extraordinariamente.

LA VIEJA.

Pero ahora no es así. ¡Cómo se ha cambiado el pérfido! Hoy le había enviado este pastel con otras golosinas que ves en este plato, indicándole que a la noche iría...

CREMILO.

¿Y qué ha hecho?

LA VIEJA.

Me ha devuelto mis regalos, y además este otro pastel, con la condición de que no pusiese los pies en su casa, añadiendo este insulto:

«Eran en otro tiempo los milesios
Varones esforzados...»[626]

CREMILO.

Pues no es tan malo el muchacho: ahora que es rico no le gustan las lentejas;[627] antes la necesidad le obligaba comer de todo.

p. 344LA VIEJA.

Por las dos diosas te lo juro, antes estaba continuamente a la puerta de mi casa.

CREMILO.

¿Para llevarte a enterrar?

LA VIEJA.

No, sino por el gusto de escuchar mi voz.

CREMILO.

Ya sería por ver si le dabas algo.

LA VIEJA.

Cuando estaba triste me llamaba con ternura: «patito mío, palomita mía».

CREMILO.

Y después te pediría dinero para unos zapatos.

LA VIEJA.

Habiendo ido en carro[628] a la celebración de los grandes misterios, porque me miró por casualidad no sé quién, lo tomó tan a pecho que me estuvo pegando todo el día. ¡Tan celoso era el pobre!

CREMILO.

Sin duda deseaba comer solo.

LA VIEJA.

Solía decirme que mis manos eran hermosísimas.

CREMILO.

Cuando le alargaban veinte dracmas.

LA VIEJA.

Que mi cutis exhalaba un olor suavísimo...

CREMILO.

Cuando le servías vino de Tasos.

p. 345LA VIEJA.

Ponderaba la ternura y brillantez de mis ojos.

CREMILO.

No era lerdo el mozo. ¡Qué bien sabía explotar a una impúdica vieja!

LA VIEJA.

Creo, por tanto, querido mío, que Pluto obra muy mal al conducirse así, después de haber prometido su constante ayuda a las víctimas de cualquiera injusticia.

CREMILO.

¿Qué quieres que haga? Dilo, cumplirá tu deseo.

LA VIEJA.

Es muy justo, por Júpiter, obligar al que de mí ha recibido tantos favores, a hacérmelos a su vez: de otro modo, no es digno de disfrutar del bien más pequeño.

CREMILO.

¿No te manifestaba su reconocimiento todas las noches?

LA VIEJA.

Pero me prometía no abandonarme jamás mientras viviera.

CREMILO.

Muy bien; pero creerá que ya no existes.

LA VIEJA.

¡Ay, amigo de mi alma, estoy consumida por el pesar!

CREMILO.

Más aún; me parece que has entrado ya en putrefacción.

p. 346LA VIEJA.

Podría pasar por un anillo.[629]

CREMILO.

Con tal que ese anillo fuese el aro de una criba.

LA VIEJA.

¿Qué veo? ahí viene el joven de quien me estaba quejando: tiene traza de dirigirse a una orgía.

CREMILO.

Está claro: lleva, en efecto, una corona y una tea.


EL JOVEN.

¡Salud!

LA VIEJA.

¿Qué dice?

EL JOVEN.

Mi anciana amiga, ¡qué pronto has encanecido! ¡Es asombroso!

LA VIEJA.

¡Triste de mí! ¡Cuántos insultos!

CREMILO.

Sin duda hace mucho tiempo que no te ha visto.

LA VIEJA.

¡Mucho tiempo! Ayer estuvo conmigo.

CREMILO.

Le pasa lo contrario que a otros muchos: el vino, según parece, le aclara la vista.

LA VIEJA.

No; siempre es un desvergonzado.

p. 347EL JOVEN.

¡Oh Neptuno, rey del mar! ¡Oh vetustas divinidades, cuántas arrugas tiene en la cara!

LA VIEJA.

¡Eh! ¡Eh! Aparta la antorcha.

CREMILO.

Tiene razón; si le salta una sola chispa, arderá como un tronco de olivo seco.

EL JOVEN.

¿Quieres jugar un momento conmigo?

LA VIEJA.

¿En dónde, pérfido?

EL JOVEN.

Aquí, con nueces.

LA VIEJA.

¿A qué juego?

EL JOVEN.

A adivinar cuántos dientes conservas.

CREMILO.

Yo adivinaré también; le quedan tres o cuatro.

EL JOVEN.

Has perdido; no tiene más que una muela.

LA VIEJA.

¡Hombre infame! ¿Has perdido el juicio para sacarme los trapos a la colada[630] delante de tanta gente?

EL JOVEN.

No te vendría mal una buena jabonadura.

p. 348CREMILO.

Te equivocas; ahora está perfectamente pintada, y si la lavases se le quitaría el albayalde y se pondrían de manifiesto todas sus arrugas.

LA VIEJA.

Para ser tan viejo, me pareces muy poco formal.

EL JOVEN.

¡Ah! Te hace carantoñas y te abraza la cintura creyendo que nadie le ve.

LA VIEJA.

¡No, por Venus! ¡No, infame!

CREMILO.

Hécate me preserve de tal locura. Pero, mi joven amigo, yo no puedo consentir que aborrezcas a esta muchacha.

EL JOVEN.

Si la idolatro.

CREMILO.

Sin embargo, te acusa...

EL JOVEN.

¿De qué?

CREMILO.

De que eres un insolente, que le has dicho:

«Eran en otro tiempo los milesios
Varones esforzados...»

EL JOVEN.

Vamos, no quiero disputártela.

CREMILO.

¿Por qué?

EL JOVEN.

Por respeto a tu edad: a otro nunca se lo hubierap. 349 consentido. Vete en paz con la muchacha.

CREMILO.

Entiendo, entiendo: no quieres vivir ya con ella.

LA VIEJA.

¿Y quién lo consentirá?

EL JOVEN.

Yo no puedo tener relaciones con una vieja que cuenta trece mil años de amoríos.

CREMILO.

Sin embargo, pues no te desdeñaste de beber el vino, justo es que apures la hez.

EL JOVEN.

Pero esta es sumamente rancia y corrompida.

CREMILO.

Pásala por la manga y se purificará.

EL JOVEN.

Pero entra: yo te sigo para ofrecer al dios estas coronas.

LA VIEJA.

Yo también, porque tengo que decirle una cosa.

EL JOVEN.

Entonces, no entro.

CREMILO.

Tranquilízate: no te violará.

EL JOVEN.

Tienes razón: harto tiempo la he manejado a mi antojo.[631]

LA VIEJA.

Entra; yo te sigo.

p. 350CREMILO.

¡Oh Júpiter! La viejecilla se pega al mozo con la insistencia de una lapa.

(Entran todos.)


CORO.

· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

(Falta.)

CARIÓN.

¿Quién va? ¿Quién llama? ¿Qué es esto? No distingo a nadie; sin duda la puerta ha rechinado sin que ninguno la toque.

MERCURIO.

¡Hola! Carión: aguarda.

CARIÓN.

¿Eras tú el que tan estrepitosamente golpeaba la puerta?

MERCURIO.

No, pero me disponía a llamar cuando has abierto. Ea, corre y advierte a tu amo que sin perder un instante se me presente con su mujer, sus hijos, sus criados, su perro, tú y su marrano.

CARIÓN.

¿Pues qué ocurre?

MERCURIO.

Júpiter, gran bribón, quiere aderezaros a todos en la misma cazuela y arrojaros al Báratro.

CARIÓN.

¡Cuidado con la lengua, pregonero de desgracias! Mas, ¿por qué piensa tratarnos de ese modo?

p. 351MERCURIO.

Porque habéis cometido el crimen más horrendo. Desde que Pluto ha recobrado la vista nadie nos ofrece a los dioses ni incienso, ni laureles, ni tortas, ni víctimas, ni nada, en fin.

CARIÓN.

Ni se os ofrecerán nunca: nos gobernabais muy mal.

MERCURIO.

De los otros dioses poco se me importa; pero yo me siento desfallecer y morir.

CARIÓN.

¡Qué discreción!

MERCURIO.

Antes, de par de mañana, me ofrecían ya en los figones toda clase de deliciosos manjares, sopa en vino, miel, higos secos y, en fin, cuanto es digno de mi paladar; pero ahora, muerto de inanición, me estoy echado todo el día, con los pies en el aire.

CARIÓN.

Y se te está muy bien empleado: ¿por qué dejabas multar a los que te trataban tan a cuerpo de rey?[632]

MERCURIO.

¡Ay triste de mí! ¡Ay torta querida que me amasaban el cuatro de cada mes![633]

CARIÓN.

«Tu amor está ausente; inútilmente le llamas.»

p. 352MERCURIO.

¡Ay sabrosa pierna que yo devoraba!

CARIÓN.

Pues bien; salta sobre un pie en ese odre para distraerte.[634]

MERCURIO.

¡Ay intestinos calientes que yo comía!

CARIÓN.

Sin duda los tuyos están atormentados por un cólico.

MERCURIO.

¡Ay deliciosa copa, mitad vino y mitad agua!

CARIÓN.

Bébete eso,[635] y lárgate volando.

MERCURIO.

¿Querrás hacerme un favor, amigo mío?

CARIÓN.

Si puedo, con mucho gusto.

MERCURIO.

¿No podrías darme un pan bien cocido, y una gran tajada, de las víctimas que estáis sacrificando en casa?

CARIÓN.

Pero es un sacrilegio el sacarlas.

MERCURIO.

Ya sabes que cuando le robabas alguna cosa a tu dueño, yo siempre procuraba que no lo supiese.

p. 353CARIÓN.

Con la condición de partir los provechos, ladrón redomado; porque casi siempre recibías una exquisita torta.

MERCURIO.

Que te la comías tú solo.

CARIÓN.

¿Acaso participabas tú de mis golpes, cuando yo era sorprendido?

MERCURIO.

Olvida los pasados males, ya que has tomado a File.[636] En nombre de los dioses, recibidme en vuestra casa.

CARIÓN.

¿Y abandonarás a los dioses por habitar con nosotros?

MERCURIO.

Vuestra vida es mucho mejor.

CARIÓN.

¿Cómo? ¿Crees honrosa semejante deserción?

MERCURIO.

«Patria es todo país donde se vive bien.»[637]

CARIÓN.

¿Pero qué ocupación podemos darte aquí?

p. 354MERCURIO.

Nombradme portero.[638]

CARIÓN.

¿Portero? Maldita falta nos hace la chismografía porteril.

MERCURIO.

Comerciante.

CARIÓN.

Si somos ricos, ¿para qué hemos de mantener un Mercurio revendedor?

MERCURIO.

Agente de intrigas.[639]

CARIÓN.

¿Intrigas? quita allá. Sencillez de costumbres es lo que hace falta.

MERCURIO.

Guía.

CARIÓN.

El dios ve perfectamente, y ya no necesita guía.

MERCURIO.

Pues bien, seré presidente de los juegos. ¿Qué dirás ahora? Pluto debe instituir certámenes escénicos y gímnicos.[640]

CARIÓN.

¡Qué bueno es tener muchos nombres! Así ha encontrado el medio de ganarse la vida. No sin razónp. 355 todos los jueces se afanan por ser inscritos en varios tribunales.[641]

MERCURIO.

¿De modo que me admitiréis para ese empleo?

CARIÓN.

Vete al pozo a lavar estas entrañas de las víctimas, para que sobre la marcha nos demuestres que entiendes de servir.


UN SACERDOTE DE JÚPITER.

¿Quién podrá decirme dónde está Cremilo?

CREMILO.

¿Qué ocurre, buen amigo?

EL SACERDOTE.

Nada de bueno. Desde que Pluto ha recobrado la vista, me muero de hambre; yo, todo un sacerdote de Júpiter salvador, no tengo que comer.

CREMILO.

Por los dioses, ¿cuál es la causa de tu laceria?

EL SACERDOTE.

Nadie ofrece el menor sacrificio.

CREMILO.

¿Por qué?

EL SACERDOTE.

Por que todos son ricos. Antes, cuando nada tenían, el mercader que regresaba sano a su casa, y el reo que conseguía la absolución, nunca dejabanp. 356 de ofrecer alguna víctima. Cuando alguno ofrecía un sacrificio favorable, era de rigor que el sacerdote asistiese al festín; pero ahora nadie sacrifica, nadie entra en el templo, como no sea millares de personas para atestarlo con sus excrementos.

CREMILO.

¿No tomas también tu parte de esas ofrendas?

EL SACERDOTE.

De modo que espontáneamente me he despedido de Júpiter salvador, para establecerme aquí.

CREMILO.

Tranquilízate; pues, dios mediante, todo saldrá a pedir de boca. Júpiter salvador está aquí; ha venido también espontáneamente.

EL SACERDOTE.

¡Oh, qué buena noticia!

CREMILO.

Aguarda un poco; vamos a colocar a Pluto en el lugar que antes ocupaba, como guardián perpetuo del tesoro de Minerva.[642] ¡Eh, vengan las antorchas encendidas! Tú las llevarás delante del dios.

EL SACERDOTE.

Está muy bien dispuesto.

CREMILO.

Llamad a Pluto.

p. 357LA VIEJA.

Y yo, ¿qué hago?

CREMILO.

Ponte sobre la cabeza esas ollas[643] consagradas al dios, y llévalas con majestad y decoro; precisamente tienes un vestido de diversos colores.[644]

LA VIEJA.

¿Y el asunto que me ha traído?

CREMILO.

Todo se arreglará. El joven irá a tu casa esta noche.

LA VIEJA.

Si me respondes de que vendrá, llevaré las ollas.

CREMILO.

Sucede en estas ollas lo contrario que en las demás. Ordinariamente la tez arrugada[645] se forma encima; pero en estas la tez arrugada va debajo.

CORO.

Tampoco nosotros debemos permanecer aquí; preciso es que nos retiremos y marchemos cantando tras la procesión.

FIN DE PLUTO.


p. 359

ÍNDICE.


  PÁGS.
Las fiestas de Ceres y Proserpina. 1
Las Ranas. 83
Las Junteras. 193
Pluto. 273

NOTAS


[1] Son los siguientes: 1.º Alusión a la derrota naval de Carmino (v. 805). 2.º Censura de los Senadores del año anterior, que se dejaron desposeer por los cuatrocientos y sustituir la democracia por la oligarquía, cuyos sucesos tuvieron ambos lugar en el año 413 antes de Cristo, vigésimo de la guerra, debiendo por consiguiente haberse representado Las fiestas de Ceres en el siguiente, o sea el 412 antes de nuestra era.

[2] La edición que poseemos es la primera.

[3] Locución proverbial. Como la golondrina indicaba la vuelta de la primavera, la estación más deseada del año, la frase del texto equivale a «cuándo vendrá el tiempo que esperamos.»

[4] Por la agitación y el cansancio.

[5] Parodia del Orestes, v. 81. Aristófanes no cesa de burlarse del tono sentencioso de Eurípides, y de sus pensamientos alambicados y conceptuosos.

[6] Hay en esto alguna alusión a los muchos héroes de Eurípides que tenían igual defecto, como Belerofonte, Filoctetes y otros.

[7] Poeta que, siendo aún muy joven, consiguió el premio en la tragedia tres años antes de la representación de Las fiestas de Ceres. Con este motivo obsequió a su maestro Sócrates y a sus amigos con el suntuoso banquete que dio su nombre al famoso diálogo de Platón, en el cual Aristófanes tiene parte muy principal. Los cómicos censuraban sus modales afeminados, y el excesivo tiempo que dedicaba al tocador.

Se citan entre sus tragedias, de las cuales solo se conservan fragmentos insignificantes, el Télefo y el Tiestes.

[8] βεβίνηκας.

[9] Es decir que Agatón está haciendo una tragedia.

[10] Palabra que imita el zumbido de un insecto, para indicar que las enfáticas expresiones del criado están vacías de sentido.

[11] Μῶν βινεῖσθαι.

[12] Καὶ λαικάζει.

[13] Obscœno sensu.

[14] Las fiestas de Ceres se celebraban en el mes Pianepson (noviembre).

[15] Las fiestas de Ceres y Proserpina duraban cinco días, según se deduce de este pasaje. Mucho antes las mujeres se preparaban a celebrarlas, absteniéndose de los placeres conyugales, y comiendo con la mayor sobriedad. El objeto de estas solemnidades era conmemorar los beneficios que Ceres Tesmófora (legisladora) había concedido a los hombres dictándoles leyes prudentes y sabias. Solo las mujeres libres tenían derecho a concurrir a estas fiestas, de las cuales estaban excluidas las esclavas y los hombres. El culto de Proserpina se asociaba al de Ceres en recuerdo del amor que le profesaba su madre.

[16] Ceres y Proserpina.

[17] Agatón era introducido sobre la máquina destinada a la aparición de divinidades. Ya vimos en Los Acarnienses un juego escénico parecido.

[18] Famosa cortesana. Mnesíloco toma a Agatón por Cirene, aludiendo a la disolución de sus costumbres.

[19] Frase proverbial para indicar las cosas pequeñas y de poco vigor.

[20] En toda la escena Agatón habla en el estilo campanudo y sesquipedálico de los malos poetas trágicos y líricos.

[21] En recuerdo de la antorcha que llevaba Ceres, buscando a Proserpina, robada por Plutón.

[22] Este coro es el que Agatón ensayaba para representar en sus tragedias. El coro propio de esta comedia es el de las mujeres celebrando las fiestas Tesmoforias, que se presenta más tarde.

[23] Troya.

[24] Aristófanes supone que Agatón debía preferir el modo lidio, por ser el más adecuado a sus costumbres afeminadas.

[25] Divinidades protectoras de la generación. Vide Lisístrata, al principio, nota.

[26] Ita ut audienti mihi podicem ipsum subierit tililatio.

[27] Drama satírico, que formaba parte de una tetralogía de Esquilo, titulada la Licurgia. Su principal personaje era Licurgo, rey de los Edonios, que se atrevió a burlarse de Baco cuando regresó a Tracia vencedor de las Indias. Su falta fue severamente castigada. Los títulos de las tres tragedias eran Los Edones, Los Basárides y Los Jóvenes.

[28] At ubi penis?

[29] Hic de venerea quadam statura agitur, de qua sæpius apud Aristophanem. Hay además una alusión satírica a Eurípides, que pinta a Fedra sumamente aficionada a la caza y los caballos.

[30] Solo se conservan de este género de dramas, privativo de los griegos, el Cíclope de Eurípides, cuya traducción al castellano hemos publicado en este mismo año.

[31] Arrecto veretro. Los dramas satíricos eran casi tan licenciosos como las comedias.

[32] Íbico, natural de Regium, floreció en el siglo VI antes de nuestra era, y se distinguió por sus poesías líricas, con tendencias épicas, como las de Estesícoro.

[33] Horacio nos presenta con una sola, pero magistral pincelada las costumbres a que Aristófanes alude.

Motus doceri gaudet Ionicos.
Matura virgo, et fingitur artubus
Jam nunc et incestos amores
De tenero meditatur ungui.
(Odas, III, 6, 21.)

[34] Poeta trágico, citado ya con elogio en Las Avispas, 220, 269; y en Las Aves, 750.

[35] Véanse Las Avispas, v. 462 y nota; y Las Aves, 281, 1293.

[36] Hijo de Cárcino. Véanse Las Avispas, 1510, y nota, y La Paz, 792.

[37] Véase Los Acarnienses, v. 11 y 140.

[38] Verso del Eolo, de Eurípides.

[39] Fragmento de la Alceste, de Eurípides.

[40] Obscœno sensu.

[41] Βινεῖσθαι μὲν οὖν.

[42] Mos erat veteribus barbam navacula radere; pudendorum autem pilos admota flamma amburere.

[43] En él se refugiaban los suplicantes. Las Euménides, o benéficas, son las furias, llamadas así después del juicio de Orestes. Su templo estaba próximo al Areópago.

[44] En el original hay un equívoco: ψιλός significa afeitado y soldado armado a la ligera.

[45] Alusión a las costumbres afeminadas de Clístenes, uno de los personajes de esta comedia.

[46] Caudæ cave nunc extremæ.

[47] Suavem odorem mentulæ spirat.

[48] El adorno de las piernas lo constituían generalmente anillos de más o menos círculos. (Vid. Winckelmann, Histoire de l’art chez les anciens, tom. I, pág. 544.)

[49] Tocado de mujer.

[50] Alusión obscena.

[51] Sobre la máquina en que está a guisa de deidad.

[52] Verso de la Melanipe de Eurípides.

[53] De diferente manera se ha entendido esta alusión. El escoliasta opina que Aristófanes se refiere a un Hipócrates ignorante, padre de tres hijos cuyo idiotismo era casi proverbial, y en este caso la frase del suegro de Eurípides equivale a decir que tanto se le importa de Júpiter como de la imbécil familia a que se refiere. Otros, siguiendo a Littré en su traducción de Hipócrates, creen que el poeta alude al célebre médico, que había empleado el éter como medio terapéutico.

[54] Parodia del verso 612 del Hipólito de Eurípides, cuya peligrosa doctrina causó verdadero escándalo en Atenas: La lengua ha jurado, el alma no.

[55] Hablando con Trata, esclava de que se hace acompañar Mnesíloco.

[56] Ad phallum.

[57] Las esclavas esperaban a la puerta del templo para recibir las órdenes de sus señoras, como se desprende de un pasaje posterior.

[58] Una mujer hace de heraldo, porque ningún hombre podía intervenir en las Tesmoforias. Toda la siguiente escena es parodia de las formalidades observadas en la asamblea popular.

[59] Dios de las riquezas.

[60] Nodriza de Ceres: otros creen que es un sobrenombre de Ceres, y otros de Proserpina, significativo de su influencia en el buen desarrollo del feto durante la gestación. Llamábase así uno de los cinco días de las Tesmoforias.

[61] Sobrenombre de Ceres, que, como su etimología indica (κοῦρος, muchacho; τρέφειν, nutrir), presidía al desarrollo del cuerpo en los niños y adolescentes mediante los alimentos que hace producir a la tierra.

[62] Apolo.

[63] Minerva. Traducimos ojos cerúleos el célebre y tradicional epíteto γλαυκῶπις, lit.: ojos de lechuza. Hermosilla traduce, brillantes. (Vid. Su versión de la Ilíada de Homero, libro IV.)

[64] Diana.

[65] Eurípides es citado, al lado de los Medas, como enemigo irreconciliable.

[66] Medidas de capacidad. El χοῦς, congius, equivale a 3,24 litros; y la κοτίλη, cotylus, a 0,27.

[67] Fórmula de los decretos.

[68] Fórmula ya empleada en Los Acarnienses, v. 45.

[69] Como acostumbraban a hacerlo los oradores.

[70] Aristófanes echa continuamente en cara a Eurípides el humilde oficio de su madre.

[71] Era costumbre entre los enamorados antiguos el hacerse regalos de coronas, aves, frutas, mechoncitos de cabellos, etc.

Amaba, y no con rosas y manzanas
O apios, sino con furias perniciosas,

dice Teócrito para pintar la profunda pasión del Cíclope.

[72] Estenebea, en la tragedia de Eurípides que lleva este título, creyendo muerto a Belerofonte, decía constantemente, cuando se le caía alguna cosa: «Para el extranjero de Corinto.» A esto alude Aristófanes.

[73] Por suponerla encinta.

[74] Verso del Fénix de Eurípides, tragedia perdida.

[75] De este pasaje se deduce que los maridos celosos no se contentaban con echar el cerrojo a las habitaciones de sus mujeres, sino que además sellaban las puertas.

[76] Perros originarios del Epiro, sumamente corpulentos.

[77] Los herreros lacedemonios tenían fama de muy hábiles. Plauto habla también de una llave lacedemonia en la Mostellaria, II, I, 57.

[78] Difíciles de ser falsificados.

[79] Varias veces citado, v. Las Avispas, 1510.

[80] En los sacrificios, banquetes y asambleas se hacía mucho gasto de coronas.

[81] Acusación de ateísmo completamente infundada. Si los personajes de Eurípides vierten alguna frase impía, es en el arrebato de una pasión que la hace disculpable.

[82] Por que ya no se gastan coronas en los sacrificios.

[83] Remedio contra el cólico.

[84] Para que no hicieran ruido. En Plauto (Curculio, I, 3) se lee igualmente:

Placide eggredere, et sonitum prohibe forum et crepitum cardinum. Ne quod hic agimus herus percipiat fieri, mea Planesium. — Mane, suffundam aquam.

[85] A la entrada de las casas había un altar en forma de columna, consagrado a Apolo.

[86] Porque el perfume no es el más a propósito para galanteos.

[87] Tum etiam mentula tuæ similis, tortuosa instar nucamenti pinei.

[88] Parodia de un fragmento del Télefo de Eurípides.

[89] El proverbio dice: un escorpión. Aristófanes, al sustituir esta palabra por orador, da a entender que estos eran tan venenosos y temibles.

[90] Hija de Cécrope y sacerdotisa de Minerva, por la cual solían jurar las atenienses. En venganza de haber estorbado por celos los amores de Mercurio con Herse, hermana suya, fue transformada en piedra. Hubo otra Aglaura, hija de Acteo, rey del Ática, la cual llevó este reino en dote a su esposo Cécrope.

[91] Hujus depilabimus cunnum. — Ad vulsuram utuntur cinere, ut pili firmius deprehendi possint.

[92] Mujer de Teseo que, enamorada de su hijastro Hipólito, le acusó de haber alentado a su honor, causando de este modo su muerte. Este es el asunto de la tragedia de Eurípides titulada Hipólito, que Racine presentó con el de Fedra.

[93] Hija de Eolo, seducida por Neptuno, de quien tuvo dos hijos. Su padre, para castigar su debilidad, la mandó sacar los ojos. Este era el asunto de otra tragedia de Eurípides, en la cual el carácter de mujer verdaderamente odioso es el de Teano, hija de Metaponte, rey de Icaria.

[94] Mujer de Ulises, cuya proverbial fidelidad es bien conocida (V. Odisea, passim.)

[95] Sobre estas fiestas véase la nota al verso 146 de Los Acarnienses.

[96] Bajo la bañera había un hueco bastante grande que se llenaba de vapor caliente, para mantener la temperatura del baño.

[97] Para reñir con más desembarazo.

[98] Cacare.

[99] Se atribuía a los berros esta propiedad.

[100] Demo del Ática, donde nació el orador Esquines, rival de Demóstenes.

[101] Durante las fiestas de Ceres las mujeres se alojaban de dos en dos en tiendas levantadas junto al templo de la diosa.

[102] Quo penem trudis deorsum?

[103] Prominet, el optimi coloris est. — La traducción latina de lo suprimido en el texto es:

Clisth. At ubi est?
Mulier V. Rursus in anteriorem partem abit.
Clisth. Utique hic non est.
Mulier V. Etenim huc revorsus est.
Clisth. Isthmum aliquem habes homo: sursum et deorsum penem trahis retrahisque frequentius quam Corinthii.

[104] Estas pesquisas eran un motivo para que el coro ejecutase las danzas de costumbre.

[105] Nombre de la plaza donde tenían lugar las asambleas populares, aplicado aquí al templo de Ceres, como apelativo de todo punto de reunión.

[106] Parodia de alguna tragedia de Eurípides. El altar es el de Ceres, junto al cual se ha refugiado.

[107] Nombre de una esclava.

[108] Vestido corto y de tela ligera.

[109] La fiesta de las copas y las Dionisiacas estaban consagradas a Baco; por eso prefiere Mnesíloco estas solemnidades a otras para enterarse de la edad del pellejo de vino.

[110] Sin duda había cerca alguna estatua de Apolo.

[111] Al decir estas palabras desata el pellejo y corre el vino.

[112] El vestidillo cretense. Según el rito, la piel de la víctima pertenecía al sacrificador.

[113] Le arroja el vestido que envolvía el odre.

[114] Hay en griego un equívoco, pues la frase puede entenderse: «¿quién te ha quitado la virginidad?»

[115] Título de una tragedia de Eurípides. En ella Eax, hermano de Palamedes, escribe la muerte de este sobre unos remos y los arroja al mar, esperando que alguno de ellos llegará a poder de su padre Nauplio, y le hará saber la triste noticia. Aristófanes se burla de esta clase de correos.

[116] La palabra κακόν, peste o calamidad, se repite tantas veces parodiando un discurso de Hipólito en la tragedia de Eurípides del mismo título. (Versos 612 y siguientes.)

[117] General derrotado en una batalla naval, cerca de la isla Sime, contra el lacedemonio Astioco, el año vigésimo de la guerra. Aristófanes lo opone a Nausímaca, nombre de una cortesana, escogido de intento, por significar, atendiendo a sus raíces componentes, combate naval (ναῦς, nave, y μάχη, combate).

[118] General detestable y mal reputado. Era uno de los demagogos más influyentes, y acérrimo partidario de la guerra. Platón el Cómico dio su nombre a una de sus piezas, en que se le hacía hijo de una mujer de Tracia, llamada Tratta. En Las Ranas, 679, 681 y 1532, vuelve a ser citado. Salabacca era una cortesana, con la cual comparó Aristófanes a Cleón. (Véase Los Caballeros.)

[119] Nombres alegóricos para indicar la decadencia de las armas atenienses. Aristómaca (ἀρίστη, excelente; μάχη, combate) designa la gloriosa batalla de Maratón; y Estratónice (στράτος, ejército, νίκη, victoria) vale tanto como victoria del ejército.

[120] Otro nombre alegórico (εὖ, bien, βουλή, consejo) forjado para poner de relieve la desacertada conducta de los senadores que cedieron ante el gobierno de los Cuatrocientos, y permitieron la abolición de la democracia. (Véase Tucídides, VIII, 68, 72.)

[121] El taxiarco mandaba ciento veintiocho hombres, y era el jefe del batallón que suministraba cada tribu.

[122] Llamábase así al que mandaba un cuerpo de ejército.

[123] Fiestas que se celebraban en memoria de la vuelta de Ceres.

[124] Fiestas llamadas así del σκίρον, dosel, bajo el cual eran llevadas procesionalmente las estatuas de Minerva, Ceres, Proserpina, el Sol y Neptuno.

[125] El mismo general de quien se burló en Los Acarnienses por su afición a la guerra. Aquí le hace ya justicia.

[126] El demagogo exvendedor de lámparas, tantas veces atacado por Aristófanes.

[127] Τόκον en el original significa interés del dinero y feto.

[128] Dos versos están tomados textualmente de la Helena de Eurípides; el tercero está parodiado. — La sirmea era una planta, que se duda si era astringente o purgante. — Llama irónicamente blanco al Egipto, burlándose del epíteto de negro que era de rigor al hablar del limo del Nilo.

[129] Helena, versos 16 y 17.

[130] Ateniense de mala reputación. Fue también atacado por Aristófanes en el Anfiarao, y por Eupolis en sus Demos.

[131] Verso 22 de la Helena de Eurípides.

[132] Helena, 52.

[133] Verso 49.

[134] Verso 68. En la tragedia de Eurípides, Teucro y no Menelao es quien hace esa pregunta.

[135] Helena, 459. Es de advertir que algunos versos están ligeramente parodiados.

[136] Rey de Egipto.

[137] La mujer cree que se trata de Próteas, general ateniense.

[138] Verso 467 de la Helena ligeramente parodiado mediante la agregación de la palabra ἐξώπιος, fuera del alcance de la vista, que Eurípides empleaba con cierta frecuencia.

[139] Helena, 466.

[140] Helena, 62.

[141] Demo del Ática.

[142] La respuesta de Mnesíloco y las siguientes de Eurípides están tomadas de la Helena, 557 y siguientes.

[143] Helena, verso 563, parodiado en su última palabra para aludir al oficio de la madre de Eurípides.

[144] La palabra griega significa también «emplear astucias», porque los egipcios tenían fama de pérfidos.

[145] Hombre arruinado cuya miseria le obligaba a ayunar más a menudo de lo que quería.

[146] Apolo y Diana.

[147] Sobrenombres de Baco. Evio (εὖ, bien; υἱέ, hijo mío), porque Júpiter le animaba con esa voz en la guerra de los gigantes. Después fue la exclamación de las Bacantes, ¡Evohé!, repetidas muchas veces en los himnos a Baco. Dionisio se le llamó por haber sido criado en Nisa, y Bromio, de βρέμω, hacer ruido, o por haber nacido al estampido del trueno, o por el estruendo y alboroto con que celebran sus fiestas.

[148] El arquero, como escita, se expresa en un griego lleno de barbarismos. Como se comprende, las gracias que de esto pudieran resultar son intraducibles. Y el tratar de ofrecer otras equivalentes, aun dado que lo consiguiéramos, sería en cierto modo falsificar el original.

[149] Tendido a su lado.

[150] Título de una tragedia de Eurípides, uno de cuyos personajes, conforme a la conocida fábula en que estaba basada, era Perseo.

[151] Perseo volvía del país de las Gorgonas, volando sobre el caballo Pegaso, cuando distinguió encadenada a un escollo a Andrómeda, expuesta a la voracidad de un monstruo marino. Conmovido por su desgracia, petrificó al monstruo presentándole la cabeza de Medusa, y libertó a la infeliz princesa, con la cual se casó.

[152] Implora a la ninfa Eco.

[153] Mnesíloco habla unas veces por cuenta propia y otras fingiéndose Andrómeda.

[154] Glotón famoso.

[155] Señalando al escita.

[156] Rey de Etiopía. Viose obligado a exponer a su hija Andrómeda, para aplacar las iras de Neptuno, que había inundado su reino y enviado un monstruo marino para devastarlo. El motivo de estas desgracias fue el haberse jactado su mujer Casiopea de ser más hermosa que las Nereidas y que la misma Juno.

[157] Al representarse una tragedia en la cual Eco era uno de los personajes.

[158] Alusión cuya intención no aparece clara.

[159] Comparación frecuente en los trágicos.

[160] Specta penem hunc; num tibi parvus videtur?

[161] Hay en el original expresiones intraducibles, por lo obscenas.

[162] Palabras de Eurípides en la Medea, 301.

[163] Ceres y Proserpina.

[164] Nombre de la bailarina, significativo de su ligereza, pues significa cervatillo.

[165] Se comprenderá adónde van a parar todos estos manejos al parecer indiferentes.

[166] Attamen pulchra est species arrectæ hujus mentulæ.

[167] ¿Quare non concumbit mecum?

[168] En el original hay un juego de palabras intraducible, no solo por no tener equivalente en castellano, sino por su obscenidad.

[169] Tales son los versos 48, 192 y 705, que mencionan como recientemente ocurrida la batalla de las Arginusas, ganada a los lacedemonios el año vigesimosexto de la guerra; el verso 418, en que el coro ataca a Arquedemo como jefe del partido popular, lo cual sucedía en el mismo año. El verso 76, que habla de la muerte de Sófocles, acaecida en 406 antes de Jesucristo, y otros que se harán observar en las notas.

[170] Alusión a los poetas de poca vis comica, que usaban chistes triviales y gastados.

[171] Ut cacaturias.

[172] Pedam.

[173] Frínico era un poeta cómico que concurrió con Aristófanes al premio cuando hizo representar Las Ranas. Su poca inventiva, el abuso de palabras inusitadas, y los defectos de su versificación le hicieron pasar por extranjero. No debe confundirse este Frínico con el autor de tragedias.

[174] Poeta cómico contemporáneo de Aristófanes. Su principal defecto era la frialdad.

[175] Otro autor de comedias, que ganó dos veces el premio en concurrencia con Aristófanes. Su Connos fue preferido a Las Nubes.

[176] Como dios del vino.

[177] Fue las de las Arginusas ganada a los lacedemonios el mismo año de la representación de Las Ranas. Algunos esclavos que pelearon entonces denodadamente recibieron la libertad en recompensa de su valor. Por consiguiente, si Jantias hubiese estado en aquella batalla podría exigir a su amo una satisfacción como emancipado de su potestad.

[178] Llama a la puerta del templo de Hércules, que estaba cerca de Atenas, en el demo de Melito.

[179] Monstruo fabuloso, mitad hombre y mitad caballo. Sus procederes eran sumamente brutales, y en la célebre lucha con los lapitas dejaron de ello buena memoria.

[180] Baco traía sobre un vestido de mujer la piel de león y la maza que constituían el atavío característico de Hércules.

[181] Habla de Clístenes como de un navío. Hay una alusión a las costumbres disolutas de Clístenes.

[182] Con esta frase, que es la que ordinariamente se emplea para concluir la narración de un sueño, da a entender Hércules que no cree una palabra de cuanto le ha dicho Baco. — Otras ediciones (la de Boissonade) la ponen en boca de Jantias, y aun del mismo Baco.

[183] Tragedia de Eurípides, de la cual solo se conservan fragmentos, citada y parodiada en Las fiestas de Ceres.

[184] Había dos personas de este nombre, uno autor y otro ladrón, pero ambos de agigantada estatura.

[185] La glotonería de Hércules era proverbial, y ya la ridiculizó Aristófanes en Las Aves.

[186] Eurípides había muerto un año antes de representarse Las Ranas, en la corte de Arquelao, rey de Macedonia, despedazado por una jauría de perros que se echaron sobre él en un lugar solitario.

[187] El interés de Baco se explica porque las tragedias se representaban en sus fiestas y habían nacido con ocasión de las mismas.

[188] Hijo de Sófocles, que en vida de su padre, muerto poco tiempo antes de ponerse en escena Las Ranas, había ganado una vez el premio en un certamen trágico. Había sospechas de que la obra laureada no era suya, sino de su padre; y por eso Baco se reserva para juzgarle a que presente una nueva tragedia.

[189] Aristófanes hace justicia a la modestia de Sófocles, virtud rarísima en los poetas.

[190] Poeta trágico y cómico, uno de los personajes de Las fiestas de Ceres.

[191] A la corte de Arquelao, gran protector de los literatos y artistas de su época. Otros entienden que Agatón había muerto.

[192] Poeta trágico, hijo de Cárcino, repetidas veces citado.

[193] Poeta trágico desconocido.

[194] Jantias se queja de que Baco y Hércules se entretengan en charlar, sin ocuparse para nada de la fatiga que le causa su hato.

[195] Tomado de la Melanipe de Eurípides, tragedia de la cual solo quedan fragmentos.

[196] Parodia del Alejandro de Eurípides, tragedia perdida.

[197] Verso 612 del Hipólito de Eurípides, muchas veces criticado y parodiado.

[198] Parodia de un verso de la Andrómaca Eurípides.

[199] Como glotón, debía ser maestro en gastronomía.

[200] Jantias repite su lamentación.

[201] Cada vez más impaciente por la interminable charla de su amo.

[202] En que se majaba la cicuta.

[203] Alusión a los efectos de la cicuta. Véase el Fedón de Platón.

[204] Barrio de Atenas donde se celebraban las Lampadoforias, fiestas en honor de Minerva, Vulcano y Prometeo, por haber dado a los mortales el aceite, las lámparas y el fuego, respectivamente. La parte principal de estas solemnidades, a la que se refiere el texto, consistía en correr con antorchas encendidas, procurando que no se apagasen hasta llegar al fin de la carrera. La señal de partida se daba arrojando una antorcha desde lo alto de la torre, de que habla luego Hércules.

[205] El barquero Caronte, según los mitógrafos, solo exigía un óbolo; pero Aristófanes eleva sus derechos a dos, para aludir al salario que entonces cobraban los jueces, y que osciló de uno a tres óbolos, como hemos visto en Los Caballeros y Las Avispas.

[206] Teseo bajó al infierno, acompañado de Pirítoo, para robar a Proserpina.

[207] Detestable poeta trágico, ya satirizado en Los Caballeros, 401; y en La Paz, 803. Según el Escoliasta, era mejor oculista que poeta.

[208] Autor de ditirambos, repetidas veces citado y puesto en escena. Aquí alude a sus gesticulaciones al ensayar los coros que habían de ejecutar sus cantos, pues la danza pírrica era sumamente rápida.

[209] Los iniciados en los misterios de Ceres se creía que gozaban después de morir de una vida bienaventurada.

[210] Un asno trasportaba de Atenas a Eleusis los útiles necesarios para celebrar los misterios. Parece que este rito tenía su origen en la circunstancia de haber huido Tifón sobre un asno, después de su derrota, por lo cual este animal era odiado en Egipto, de donde se introdujo en el Ática el culto de Ceres eleusinia.

[211] Recuérdese que cada dracma valía seis óbolos; de suerte que Baco ofrece al muerto una cuarta parte menos.

[212] Boissonade, apoyado en un escolio, reparte el triple saludo entre Baco, Jantias y el Muerto. Sin embargo, según indica otro escolio, puesto solamente en boca de Baco tiene más intención, porque es parodia de una repetición análoga en una pieza de Aqueo.

[213] Con esta frase da a entender Aristófanes que no cree una palabra de las fábulas inventadas por los poetas respecto al infierno.

[214] Es decir, al pueblo de Cerbero, perro trifauce, que guardaba la entrada del infierno.

[215] Promontorio de la Laconia, en el cual había una caverna tenida por una de las bocas del infierno.

Tænarias etiam fauces, alta ostia Ditis.
(Virg., Georg., IV, 467.)

[216] Alusión a la reciente batalla de las Arginusas, ya citada.

[217] Lugar imaginario, inventado por Aristófanes para indicar el sitio donde se secan los muertos (de αὐαίνεσθαι).

[218] A Baco que se ha sentado sobre el remo en vez de echar mano a él.

[219] Este coro da nombre a la comedia, aunque es puramente episódico. Las Ranas, según el Escoliasta, no aparecían en escena, aunque en una sabia Memoria de M. Rossignol, citada por Artaud, se pretende probar lo contrario.

[220] Sobrenombre de Baco, que entra en la composición de Dionisio, nombre con que generalmente le designaron los griegos.

[221] El tercer día de las Antesterias, fiestas de que se habló en Los Acarnienses, nota, se cocían legumbres de todas clases en ollas que se ofrecían a Baco y Minerva.

[222] Baco tenía cerca de Atenas un templo junto a un pantano.

[223] Planta que crece en los pantanos y prados húmedos.

[224] Mirando a los espectadores.

[225] Espectro que Hécate enviaba a los hombres para aterrorizarlos. Tomaba diferentes formas, todas horribles.

[226] Lit. de basura, pues tal es el significado de βολίτινον. Sin embargo, el Escoliasta dice que este adjetivo era equivalente a ὀνοκώλους, pata de asno, y así lo traducimos, porque hace sentido mejor.

[227] Se dirige al sacerdote de Baco, que ocupaba en las fiestas dramáticas un lugar preferente.

[228] Alusión a la mala manera con que el actor Hegéloco pronunció la frase citada, que es del verso 269 del Orestes de Eurípides, dándole un sentido ridículo, que estuvo a punto de hacer fracasar la tragedia; pues en vez de decir γαλήν (oxítono), que significa calma, pronunció γαλῆν (perispómeno), esto es, «después de la tempestad veo el gato.»

[229] El sacerdote de Baco, que sin duda honraba a su dios más de lo debido.

[230] Expresiones de Eurípides ya citadas.

[231] Este es el verdadero coro de la comedia, y está compuesto de iniciados en los misterios de Eleusis.

[232] Sobrenombre de Baco en los misterios eleusinos, en los cuales su culto iba unido al de Ceres.

[233] Diágoras de Melos, filósofo acusado de ateísmo, había sido en su juventud poeta lírico y había compuesto ditirambos.

[234] A Ceres se le ofrecían cerdos en sacrificio.

[235] Poeta cómico y ditirámbico, citado ya. Alude aquí Aristófanes a su voracidad, dándole irónicamente el epíteto de taurófago, que se encuentra aplicado a Baco en una tragedia de Sófocles titulada Tiro.

[236] Cobrador de contribuciones en Egina, que se aprovechaba de su cargo para ejercer el contrabando de que habla el texto, defraudando al Estado en la percepción de los derechos de aduana, digámoslo así, que subían a una vigésima.

[237] Isla próxima al Ática, de floreciente comercio. Los atenienses se habían apoderado de ella al principio de la guerra.

[238] Ciudad del Peloponeso, situada en la costa oriental, cerca de la Argólida.

[239] Alusión a Alcibíades, que se decía había conseguido que Ciro el joven prestase a Lisandro una respetable suma para equipar la flota lacedemonia.

[240] Alusión al poeta Cinesias, acusado de haber profanado (concacavisse) el pedestal de una estatua de Hécate.

[241] En Las Junteras se cita como uno de estos oradores a Agirrio.

[242] Minerva.

[243] Del Cerámico, barrio de Atenas, a Eleusis había próximamente cien estadios (18 kilómetros). Este era el trayecto que recorría la procesión de los iniciados.

[244] Esto parece ser una alusión a la tacañería de los coregas, que no habían hecho trajes nuevos a los coristas.

[245] Extranjero que había conseguido ponerse al frente del partido popular en Atenas. Los niños eran inscritos a los siete años de su edad en el registro de la tribu a que su padre pertenecía, circunstancia que probaba su cualidad de ciudadanos.

[246] Los atenienses.

[247] Las mujeres en los funerales se arrancaban los cabellos y hacían las demás demostraciones de dolor que el poeta atribuye burlescamente al bardaje Clístenes.

[248] Nombre forjado por Aristófanes, que contiene alusiones obscenas: Sebine, de βινεῖν, coire; Anaflisto, demo del Ática que tiene la radical parecida a ἀναφλᾶν.

[249] Calias era hijo de Hipónico, cuyo nombre parodia obscenamente Aristófanes en Hipobino (qui coit cum equo), aludiendo a la disolución de sus costumbres. En su casa se dio el banquete, asunto de una de las obras de Jenofonte.

[250] Esto equivale a llamarle nuevo Hércules, aludiendo a la aventura de este semidiós, que triunfó en una sola noche de cincuenta vírgenes.

[251] Los corintios enviaron a Mégara un embajador, que para ponderar la grandeza de su ciudad repetía constantemente: la Corinto de Júpiter. La frase se hizo proverbial, y se aplicó a todos los que decían muchas veces una misma cosa.

[252] Ceres.

[253] En el templo de Ceres, en Atenas, había una estatua de Baco llevando una antorcha.

[254] Solo los iniciados se creía que gozaban de la bienaventuranza después de la muerte.

[255] Se suponía nacida de la unión de las víboras y las murenas. Su mordedura era mortal.

[256] Titrasio era un lugar de la Lidia habitado por las Gorgonas; otros creen que era un demo del Ática.

[257] Todo este lujo de sangrientas amenazas es una parodia de la poesía de Eurípides. Para demostrarlo, el Escoliasta cita tres versos del Teseo, tragedia perdida.

[258] Cacavi; de miedo a las amenazas de Éaco.

[259] Fórmula usada después de las libaciones. Comice his verbis significat Bacchus se omnem ventris proluviem effudisse.

[260] Se acostumbraba a hacer esto con las personas desmayadas para que recobrasen el sentido.

[261] Istud dicens famuli manum, spongiam tenentem, sibi ad culum adducit.

[262] Melito era un demo del Ática donde había un magnífico templo de Hércules. El bribón melitense es Hércules representado por Jantias.

[263] Proserpina.

[264] Lit., colabos, pasteles llamados así porque se les daba la forma de una clavija de templar la lira.

[265] Uno de los treinta tiranos, famoso por su versatilidad. Para caracterizar su habilidad en los cambios políticos, le llamaron coturno, calzado que por ser muy holgado servía para todos los pies. Cuando se representaron Las Ranas, estaba en el apogeo de su poder, pero después fue condenado a la pena capital y ejecutado por la acusación de Critias, otro de los treinta.

[266] Τοὐρεβίνθου ’δραττόμην.

[267] Nombre de la tabernera segunda.

[268] El coturno era el calzado de Baco, y no el de Hércules.

[269] Cleón e Hipérbolo habían muerto, y Aristófanes les conserva en el infierno el mismo carácter y aficiones que que en vida.

[270] Precipicio al cual eran arrojados los criminales.

[271] Antes citado.

[272] Hércules había robado el Cerbero.

[273] Nombres de esclavos de Tracia.

[274] Era costumbre en el procedimiento ateniense someter al tormento a los esclavos para que declarasen contra sus señores.

[275] Menciona las torturas más crueles. Las madres griegas solían azotar a sus hijos con tallos de ajos y cebollas para amedrentarles sin hacerles daño.

[276] Es decir, «ni siquiera me ha producido tu golpe el ligero cosquilleo que hace estornudar.»

[277] Demo del Ática donde había un templo dedicado a Hércules. Los que concurrían a la fiesta lanzaban en honor del dios el grito que el dolor arranca a Jantias.

[278] Finge que su grito no es de dolor, sino de asombro.

[279] Este verso es atribuido a Ananio, poeta con el cual se ha confundido frecuentemente a Hiponacte. El Escoliasta dice que Baco se equivoca por el dolor que le ha causado el latigazo.

[280] Fragmento del Laocoonte de Sófocles.

[281] Parábasis.

[282] Orador de mala reputación, ya citado. (Véanse Las fiestas de Ceres, 805, nota.) Se le acusaba de ser originario de Tracia. La predicción burlesca de Aristófanes se cumplió pronto, pues murió en una sedición el año 406 antes de J. C.

[283] Cuando había empate el acusado quedaba absuelto.

[284] General que se opuso a la vuelta de Alcibíades (Tucíd., VIII, 50). Contribuyó al establecimiento del gobierno oligárquico de los Cuatrocientos, y fue asesinado en la plaza pública.

[285] La de las Arginusas. Los esclavos que en ella tomaron parte fueron declarados ciudadanos. — Los Plateenses gozaban de este derecho en Atenas.

[286] Se cree que Aristófanes intercede aquí por alguno de los generales condenados con motivo de la batalla de las Arginusas.

[287] Los negocios de la república iban empeorando cada día. Dos años después de la representación de Las Ranas, Lisandro se apoderó de Atenas.

[288] Demagogo, de quien no se tienen más noticias que las que da Aristófanes.

[289] Materias empleadas para blanquear la ropa. Címolos era una de las Cícladas.

[290] Alusión a una reciente acuñación de moneda hecha durante el arcontado de Antígenes.

[291] La frase griega tiene una energía intraducible: κἀκμιαίνομαι.

[292] Invocación burlesca. Así como los extranjeros suplicaban a Júpiter hospitalario, Jantias, que era apaleado a menudo, se dirige al padre de los dioses bajo la advocación de vapuleado.

[293] Señalando a los espectadores.

[294] Hijo de Sófocles. Otros sostienen que era uno de los actores que representaban sus tragedias.

[295] Este pasaje caracteriza la grandeza y majestad del lenguaje de Esquilo, aunque parodiándolo un poco.

[296] La madre de Eurípides era verdulera.

[297] Belerofonte, Télefo y Filoctetes.

[298] Virgilio hace mención de la costumbre de sacrificar una oveja negra para conjurar las tempestades.

Nigram hiemi pecudem, Zephyris felicibus albam.
(Æn., III, 120.)

[299] Alusión a Fedra, natural de Creta, y al Eolo, en que Macario viola a su hermana.

[300] Títulos de tragedias.

[301] Los atenienses decretaron que se suministrase un coro al que quisiera poner en escena las tragedias de Esquilo, después de la muerte de este poeta.

[302] Esquilo era natural de Eleusis; por eso invoca a la diosa titular de aquella comarca.

[303] Uno de los más antiguos poetas trágicos, que floreció a fines del siglo VI, cuando el arte estaba todavía en su infancia. Esquilo le imitó en Los Persas.

[304] El autor griego de la vida de Esquilo cita entre sus tragedias la Níobe y las Frigias o el Rescate de Héctor, en las cuales aparecían los personajes mudos de que habla Eurípides.

[305] Ξουθὸν ἱππαλεκτρυόνα, expresión empleada por Esquilo en los Mirmidones, tragedia perdida.

[306] Famoso por su fealdad.

[307] Con esto quiere indicar Aristófanes la insipidez de algunas sentencias de Eurípides.

[308] Amigo, criado o actor de Eurípides. Se dice que le ayudaba en sus obras, y que todo era común entre ellos, hasta el tálamo conyugal.

[309] Alusión a la humilde cuna de Eurípides.

[310] Censura Aristófanes el haber introducido Eurípides en la tragedia personajes de todas clases, rebajando su majestad.

[311] No se sabe en qué tragedia de Esquilo intervenía Cicno.

[312] En la lista de las tragedias de Esquilo hay una titulada Memnón.

[313] Formisio y Megenetes no eran poetas, y sí notables por su desaseo y grosería. — En el texto hay palabras colosales, parodia de las empleadas por Esquilo.

[314] Frase proverbial que se aplicaba a las personas versátiles.

[315] Crítica de los detalles familiares a que Eurípides hizo descender la tragedia.

[316] Verso de los Mirmidones de Esquilo.

[317] La frase griega equivalente es muy pintoresca, aunque intraducible a la letra: πυργώσας, edificando torres. — Antípatro de Tesalónica, en un epigrama a Esquilo, la adopta para caracterizar la elocución magnífica del gran poeta.

[318] Lit., de cuatro codos. El codo tenía cuarenta y cinco centímetros.

[319] Alusión a los contemporáneos de Aristófanes, que no querían encargarse de más magistraturas que las que producían algún lucro, rehuyendo aquellas en que podían ser útiles al Estado.

[320] Véase Homero, Ilíada, VII.

[321] Tragedia de Esquilo.

[322] En la tragedia de Esquilo no se da tal noticia, por lo cual este pasaje ha preocupado mucho a los comentadores. Para explicarlo, han supuesto unos que Esquilo compuso otros Persas, cuyo asunto era la batalla de Platea, y otros, que en vez de Darío debía entenderse Jerjes.

[323]

Silvestres homines sacer interpresque deorum,
Cædibus et victu fœdu deterruit Orpheus.
(Horacio, Art. Poet., 391.)

[324] Discípulo de Orfeo, tracio de nación, cuya existencia es dudosa, pues más bien parece un mito que un personaje histórico. El Escoliasta dice que compuso un poema sobre los misterios.

[325] En su poema Las obras y los días.

[326] El Escoliasta dice que era un hombre completamente inepto, y cita una frase de la Edad de Oro de Eupolis, en que le llama σκαιός, torpe.

[327] Nótese el cambio de Aristófanes respecto a Lámaco. En Los Acarnienses le ridiculizó terriblemente, y ya en Las fiestas de Ceres le tributó elogios, merecidos por cierto, pues Lámaco era un valiente y entendido general.

[328] Amigo de Aquiles, cuya muerte a manos de Héctor sacó a aquel héroe de su retraimiento para combatir en el asedio de Troya (Vid. Homero, Ilíada, passim).

[329] Hijo de Telamón, rey de Salamina y hermano de Áyax.

[330] Mujer de Preto, rey de Argos. Enamorada ciegamente de Belerofonte, que se había refugiado en su corte, y viendo despreciada su pasión, le acusó de haber atentado a su honor, y procuró que su marido le diese muerte. Habiendo huido Belerofonte, se suicidó Estenebea.

[331] Esto no es del todo exacto, pues en el Agamenón de Esquilo, Clitemnestra aparece enamorada de Egisto.

[332] Las dos mujeres con quienes estuvo casado Eurípides no fueron modelo de castidad conyugal.

[333] Es decir, que han imitado a Estenebea, sintiendo amores adúlteros y envenenándose como aquella princesa.

[334] Precepto digno de tenerse en cuenta.

[335] Montañas del Ática y la Fócida. Alusión al pomposo lenguaje de Esquilo.

[336] Solo los ricos podían regalarse con pescado fresco. Ya hemos visto la estimación y alto precio a que se vendían las anguilas del Copáis.

[337] Aristófanes acusa de pederastia a los oradores y maestros de retórica.

[338] Grito de los marineros.

[339] Commensalem concare.

[340] Auge, seducida por Hércules, dio a luz un hijo en el templo de Minerva. Se ignora en qué tragedia de Eurípides tenía lugar este hecho.

[341] Las hijas de Eolo.

[342] Es decir, se entretienen en discusiones filosóficas. La frase parodiada se encontraba en el Frixo.

[343] Alusión a Las Lampadodromias. (Véase la nota al verso 129 de esta comedia.)

[344] Pedendo.

[345] Tetralogía compuesta de tres tragedias: Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, y de un drama satírico, el Proteo.

[346] Palabras que Orestes pronuncia ante el sepulcro de su padre, al volver a su patria, en el principio de Las Coéforas.

[347] Esto es: tus chistes son de muy mal gusto.

[348] El verbo κατέρχομαι se decía con especialidad de la vuelta de los desterrados. Como se ve, todas estas discusiones se quiebran de puro sutiles y sirven para poner de relieve los vicios capitales que Aristófanes encuentra en el estilo de Eurípides, y en nada perjudican al de Esquilo.

[349] Las Coéforas, 4 y 5.

[350] En las invocaciones a los muertos se les llamaba tres veces por su nombre.

[351] Principio de la Antígona de Eurípides, tragedia perdida.

[352] Cuando se exponía un niño en Atenas se le metía en una olla o especie de cuna de barro que empleaban las clases pobres.

[353] Esta es la etimología de Edipo.

[354] Yocasta, viuda de Layo, rey de Tebas.

[355] Uno de los generales que mandaban la flota ateniense en la batalla de las Arginusas; fue condenado a muerte con sus colegas, por no haber dado sepultura a los soldados muertos en el combate.

[356] Principio del Arquelao, tragedia de Eurípides que se ha perdido.

[357] Ληκύθιον ἀπώλεσα, frase análoga a la latina oleum perdidit (trabajo perdido), con cuya adición a los versos que recita Eurípides da a entender su ningún valor, y que ha perdido lastimosamente el tiempo y el trabajo que le ha costado el componerlos.

[358] Prólogo de la Hipsípile, tragedia de Eurípides que se ha perdido.

[359] Prólogo de la Estenebea.

[360] Prólogo del Frixo.

[361] Prólogo de la Ifigenia en Táuride.

[362] Prólogo del Meleagro.

[363] Prólogo de la Melanipe.

[364] Es decir, de la tragedia. Véase cómo Aristófanes hace justicia al mérito de Esquilo.

[365] Reunión de fragmentos que no forman sentido citados por Eurípides para demostrar que su adversario incurre en muchas repeticiones.

[366] Versos de Los Mirmidones de Esquilo.

[367] Tomado de Los Psicagogos (conductores de las almas).

[368] No se sabe si este fragmento pertenecía al Télefo o a la Ifigenia, tragedias de Esquilo.

[369] Sacerdotisas de Diana. Dábase este nombre a todas las mujeres inspiradas, dedicadas al cuidado de los templos.

[370] Verso 104 del Agamenón de Esquilo.

[371] La tirada de versos que recita Eurípides está compuesta de fragmentos tomados de diversas obras de Esquilo, como la Esfinge, el Agamenón y los Tracios. El ridículo estribillo flatotrato-flatotrat es para imitar el traqueteo de algunas frases de Esquilo, cuyo sentido no se penetra con facilidad.

[372] Parece natural que sea el poeta trágico; pero el Escoliasta dice que Esquilo se refiere al lírico.

[373] Poeta trágico y lírico de ningún mérito. Se cree que es el mismo que sostuvo la acusación contra Sócrates.

[374] En sus nefandas torpezas.

[375] Centón de versos tomados de la Hipsípile, el Meleagro, la Ifigenia en Táuride, y la Electra de Eurípides, sin enlace ninguno y citados sin más objeto que demostrar defectos de ritmo que no podemos apreciar los modernos.

[376] Esta repetición de una misma vocal es una burla que el poeta hace de la costumbre de cantar varias notas sobre una misma sílaba que iba introduciéndose en la melopea; tal vez serían una especie de grupetti o fiorituri.

[377] Famosa cortesana quæ duodecim venereas staturat profitebatur. Esquilo increpa de nuevo a Eurípides sobre la inmoralidad de sus dramas.

[378] Parodia del monólogo de Hécuba, en la tragedia de este título, y de otros pasajes desconocidos para nosotros.

[379] Esta repetición y las siguientes se encuentran en el texto original, y son parodia del estilo de Eurípides, en que eran muy frecuentes.

[380] Se acerca a una gran balanza que acaban de traer a la escena.

[381] Verso primero de la Medea de Eurípides. El Argos es el navío en el cual hicieron los héroes griegos su expedición a la Cólquide.

[382] Verso del Filoctetes de Esquilo. El Esperquio era un río de Tesalia que nacía en el Pindo y desembocaba en el golfo Maliaco.

[383] Verso de la Antígona de Eurípides. El sentido es que para persuadir no es preciso decir la verdad, sino hablar bien.

[384] Verso de la Níobe de Esquilo.

[385] Verso del Télefo de Eurípides. Aquiles jugaba en esta tragedia a los dados, cuya circunstancia hubo de suprimirse en otra representación, por haber sido silbada.

[386] Verso del Meleagro de Eurípides.

[387] Verso del Glauco de Esquilo.

[388] Muchos de los mozos de cordel y cargadores de Atenas eran egipcios.

[389] Amigo de Eurípides ya citado.

[390] La situación de Atenas era al representarse Las Ranas sumamente crítica.

[391] Alcibíades estaba entonces fugitivo de Atenas, y muchas personas trabajaban para que volviese.

[392] Cinesias era sumamente flaco, y Cleócrito muy alto y grueso. A este le llamaban el avestruz, por su elevada estatura.

[393] Tenía talento inventivo. Se le atribuyen la invención de los pesos, las medidas, los juegos de dados y de las cuatro letras θ, φ, ψ, χ.

[394] Alusión a la participación que se decía tenía Cefisofonte en las tragedias de Eurípides.

[395] Es decir, que no le agrada ni el partido aristocrático ni el democrático.

[396] Aristófanes reproduce el sabio consejo de Pericles, que consideraba que la verdadera fuerza de Atenas estaba en la marina, y que nada importaba fuese devastado su territorio.

[397] Alusión a su salario, que, al representar Las Ranas, era de dos óbolos, y que absorbía grandes sumas que podían ser destinadas al mantenimiento de la flota.

[398] Frase del Hipólito de Eurípides, muchas veces citada.

[399] Parodia de varios pasajes de Eurípides.

[400] Para que se ahorque.

[401] Extranjero influyente, enemigo de la paz.

[402] Recaudadores concusionarios. Contra Nicómaco se ha conservado un alegato de Lisias.

[403] Desconocido.

[404] Como a los esclavos fugitivos.

[405] General ateniense que mandaba parte de la flota.

[406] Da a entender que son extranjeros.

[407] V. La República, lib. V.

[408] Esta nos parece la traducción más breve y exacta del Ἐκκλησιάζουσαι. Otros traducen Las Arengadoras (Rubió y Ors. Apuntes para una Hist. de la Sat., p. 27), o el Congreso de las Mujeres. (Camús, Estudios de lit. griega, ya citados.)

[409] Le Théatre des Grecs, t. VI, pág. 313.

[410] Parodia de algunos prólogos de tragedia.

[411] In arcanos usque feminum recessus deustulans pullulantes pilos. Sobre esta costumbre, véase Las fiestas de Ceres, 216, 242, 291; Lisístrata, 821.

[412] Estas fiestas se celebraban en el mes Esciroforión, que de ellas tomaba nombre, correspondiente a nuestro junio. Paseábanse en ellas las estatuas de los dioses bajo doseles o palios llamados σκίρος.

[413] Desconocido.

[414] Sin duda Firómaco, después de hablar de los asientos que las mujeres debían ocupar en los espectáculos, llamó a los de los hombres τὰς ἑτέρας, los otros. Praxágora trata, pues, de apoderarse de estos para realizar sus planes. Este pasaje ha suscitado muchas dificultades para su inteligencia, por haberse leído por muchos editores τὰς ἑταίρας, las cortesanas.

[415] Este heraldo es un gallo.

[416] Tota me nocte usque, et usque agitavit en stragulis.

[417] Para tener el cutis más moreno y varonil.

[418] Para afeitarse. Otras veces empleaban una lámpara con el mismo objeto.

[419] Orador demagogo. Su barba era tan espesa y crecida que le bajaba hasta la cintura, cubriéndole todo el pecho a guisa de escudo, por lo cual se le llamaba σακέσφορος.

[420] Pedit.

[421] Pasaje difícil de comprender por aludir a alguna circunstancia que nos es desconocida. La conjetura más probable es la de que, si Lamia tuviera ingenio y perspicacia, como audacia y fuerza, sería un demagogo muy influyente.

[422] Ostenderet Phornissium. Este general era muy velludo: significat inde Praxagora pudendum muliebre.

[423] General ateniense, de costumbres depravadas que, sin duda para aparecer más respetable se dejaba crecer la barba. Fue objeto de muchos ataques de los poetas cómicos, cuyos derechos suprimió. (Véase Jenofonte, Helén., V, 8, 31.)

[424] Flautista notable por su hermosa barba.

[425] Que se ponían los que hablaban en público.

[426] En vez del cochinillo, con cuya sangre se purificaba el recinto de la asamblea. (Véase Los Acarnienses.)

[427] Sus impurezas fueron anatematizadas en Los Caballeros. Aquí lo mezcla entre las mujeres por sus costumbres afeminadas.

[428] Estas coronas eran generalmente de olivo verde.

[429] Donde los antiguos conservaban el vino.

[430] Era un juramento peculiar a las mujeres.

[431] Bardaje desconocido.

[432] Citado poco antes.

[433] Esta alianza es la de los atenienses con los corintios, beocios y argivos, contra Lacedemonia. (Véase la Noticia preliminar, nota.)

[434] Este orador fue Conón probablemente. Habiendo pasado al Asia menor, fue hecho prisionero y encarcelado en Sardes por Teribazes, sátrapa persa. (Véase Cornelio Nepote, Vida de Conón.)

[435] General al cual encomendó Conón el mando de la flota, al partir a Persia. (Véase Diodoro Sículo, XIV, 81.) El Escoliasta toma ἀργεῖος por nombre propio. El elogio a Hierónimo es irónico.

[436] Aristófanes alude a la batalla naval de Cnido, ganada por Conón a los lacedemonios.

[437] Este, que libertó a Atenas en 401, estaba alejado con un pretexto honroso.

[438] Falta la conclusión del discurso de Praxágora.

[439] Personaje desconocido, que además de ser cojo era ignorante.

[440] Al principio de la guerra del Peloponeso, cuando los habitantes del campo se refugiaron en Atenas.

[441] Demagogo.

[442] El padre de Céfalo ejercía este oficio.

[443] Aristófanes vuelve a ocuparse de Neóclides en el Pluto.

[444] Frase proverbial que se decía a los que tenían los ojos malos.

[445] Esta palabra tiene además un sentido obsceno.

[446] Se votaba levantando las manos.

[447] Obscœno sensu.

[448] Nombre de los seis últimos arcontes, entre cuyas funciones estaba la de recoger los votos en la asamblea.

[449] Pasaje que sirve para probar que el salario de los asistentes a la asamblea, como el de los jueces, varió durante el transcurso de la guerra.

[450] General muy estimado. Tucídides (I, 105, 108) refiere muchas victorias ganadas por él. Fue contemporáneo de Pericles.

[451] Cacaturiens.

[452] Cacandum est tamen.

[453] En Las Ranas vimos que se acusaba a Cinesias de haber profanado las estatuas de Hécate, llenándolas de inmundicia.

[454] At tu funem cacas.

[455] Este Trasíbulo, distinto del restaurador de la democracia en Atenas, habiendo prometido hablar contra los lacedemonios que proponían una tregua, se disculpó diciendo que estaba ronco por haber comido peras silvestres.

[456] Nombre formado de ἀχράς, pera silvestre.

[457] Era un orador de los que Aristófanes designa en Las Nubes con el dicterio de εὐρυπρωκτοί, por lo cual invoca su auxilio Blépiro.

[458] Bardaje inmundo.

[459] Diosa protectora de los alumbramientos.

[460] Si llega alguno a sorprenderle en tan ridícula posición.

[461] Se refiere a la cuerda teñida de rojo, que servía para manchar a los morosos y no pagarles el trióbolo como a los puntuales. (Véase Los Acarnienses.)

[462] En el cual pensaba traer las provisiones compradas con el trióbolo.

[463] Porque trabajando dentro de sus talleres no tenían el cutis tan moreno como los de otros oficios.

[464] Parodia de un verso de Los Mirmidones de Esquilo.

[465] Citado en el verso 254.

[466] Parodia del verso 551 del Orestes de Eurípides.

[467] Ciudadano sumamente pobre a quien se daba ese nombre por antífrasis (εὖ αἰών, buena vida).

[468] Perífrasis para indicar el deplorable estado de su vestido.

[469] Sin duda para comprarse un manto.

[470] Rico comerciante en harinas.

[471] Praxágora.

[472] Se cree que este Nicias sea un nieto del ilustre general del mismo nombre, que murió en la expedición a Sicilia, doce años antes de representarse Las Junteras.

[473] Es decir, las gentes de cutis blanco.

[474] En Atenas vivían muchos del producto de las delaciones.

[475] Comedes stercus era una frase análoga a nuestro vaya usted al demonio, que se decía a los que interrumpían intempestivamente.

[476] Moneda de oro que recibió este nombre por haber sido acuñada primeramente por Darío. Pasó después a Grecia. Valía veinte dracmas de plata.

[477] Nonne deficiet penis?

[478] Ne cujus feminæ foramen vacuum sit?

[479] Según el Escoliasta y Suidas, Lisícrates era romo.

[480] Non tunc eum ultro concacabunt?

[481] Ciudadanos de malas costumbres.

[482] Bardaje que usaba muchos perfumes, pero ordinarios.

[483] Especie de menta de olor muy fuerte y desagradable.

[484] Este cuadrante se componía de una ancha piedra en la cual estaba clavada verticalmente una barra de hierro, que proyectaba una sombra mayor o menor, según la altura del sol sobre el horizonte. Como se ve, este reloj no podía ser más sencillo e imperfecto.

[485] Estaba en el centro del Ágora.

[486] Alusión a la costumbre de sacar todos los años por suerte los nombres de los ciudadanos que habían de ejercer la judicatura.

[487] Obscœno sensu.

[488] Cunno Catonacæ depilato. La Catonace era el vestido de los esclavos.

[489] Para Canéforas se elegían las jóvenes más hermosas y de mejores familias. Por eso escoge la zaranda, que es el mejor de sus utensilios.

[490] Detrás de la Canéfora iba un esclavo con un quitasol.

[491] Citado poco antes, y en Las Aves, 513.

[492] Llamábanse así las mujeres de los extranjeros domiciliados, porque tenían obligación de llevar cántaros llenos de agua en la procesión de las Canéforas (ὑδρία, cántaro, φέρω, llevar).

[493] Dábase este nombre a la mujer que llevaba una vasija con miel para los sacrificios.

[494] Todo esto recuerda las ceremonias de las Panateneas.

[495] Aprovechándose del pretexto que les da el mal agüero.

[496] Avaro, que además, según dice Bothe, durum cacabat.

[497] Era extremadamente pobre.

[498] Ya citado. Sus prodigalidades le habían arruinado.

[499] Alusión a un decreto bajando el precio de la sal, que no fue llevado a efecto.

[500] Se refiere a la moneda acuñada durante el arcontado de Antígenes, catorce años antes de representarse Las Junteras. Se la llamó de cobre, aunque era de oro, por la mucha liga que en ella entraba. Por esto mismo, sin duda, se prohibió su circulación hacia el año 406, con grave perjuicio de muchos ciudadanos.

[501] Este Eurípides era hijo o hermano menor del célebre poeta. La contribución de que habla Aristófanes consistía en entregar cada ciudadano al tesoro público la cuadragésima parte de sus bienes.

[502] Como si dijéramos: «música celestial.» Sobre el origen de la frase proverbial del texto, véase lo dicho antes.

[503] Es una mujer.

[504] Bardaje del peor género. Las palabras que a él se refieren tienen un doble sentido repugnante.

[505] Viejo elegante que quería pasar por joven.

[506] Era costumbre dejarlos a la puerta de la sala del festín.

[507] Esclavos.

[508] Los cantos de Jonia participaban de la voluptuosidad de sus habitantes.

[509] Las expresiones griegas tienen una crudeza intraducible.

[510] Designa así irónicamente a la vieja.

[511] Inde significatur mentula arrecta.

[512] Pruris ionico more.

[513] Videris et λάμβδα secundum Lesbios.

[514] El viejo antes citado.

[515] Lit.: «esto no es del tiempo de Caríxena», que es como si dijéramos «de cuando el rey que rabió».

[516] In tuo sinu volo lascivire cum tuis natibus.

[517] Piropos desusados.

[518] Demo del Ática, cuya etimología da lugar a un equívoco obsceno (de ἀναφλᾶν.) (V. Las Ranas, 428.)

[519] Equívoco del mismo género que el anterior. Τὸν Σεβῖνον, eum qui te ineat.

[520] Alusión a la lentitud en administrar justicia. La frase tiene doble sentido.

[521] Quiere decir que la ley debe cumplirse en todas sus partes.

[522] Elogio irónico. Porque los pintores del jaez de los que habla eran, como diríamos hoy, de panderetas.

[523] Parece que este impuesto lo pagaban los amos respecto al valor de sus esclavos.

[524] Mentula prehensum.

[525] Célebre bandido. (V. Plutarco, Vida de Teseo.)

[526] Los comerciantes estaban exentos del servicio militar.

[527] Bandido de Tracia, en los tiempos heroicos, que obligaba a los viajeros a compartir el tálamo con sus hijas, bajo pena de ser devorados por sus caballos. Lo mató Hércules.

[528] Aparato con que se exponían los cadáveres. El joven le manda preparar, en vez de tálamo nupcial, el lecho mortuorio.

[529] Se hacían con juncos recubiertos de cera.

[530] Que se casó con su madre Yocasta, sin conocerla.

[531] Gratiam tibi magnam et crassam referam.

[532] Fantasma infernal. (V. Las Ranas, 294.)

[533] Cacabis.

[534] Al decir esto, vuelve la cabeza y ve a una tercera vieja más horrible que las dos primeras.

[535] Este decreto mandaba que cuando hubiera varias personas acusadas del mismo crimen, se formase pieza separada de lo relativo a cada una de ellas.

[536] Como afrodisíaco.

[537] El λήκυθος del texto, solía estar pintado de negro sobre fondo rojo.

[538] Hay en esta lamentación del joven muchas palabras de doble sentido.

[539] Saliendo del festín.

[540] Como cada día se representaban varias piezas, se sorteaba el orden en que había de verificarse. Era ventajoso ser de los últimos, porque la impresión era más viva, como más reciente.

[541] Esta enumeración de manjares constituye en el original un enorme vocablo de setenta y cuatro sílabas, que puede dar una idea de la maravillosa flexibilidad del griego para formar palabras compuestas. Voss lo tradujo al alemán en otro de setenta y nueve, cuya pronunciabilidad, si así puede decirse, nos parece dudosa. Por lo demás, el pasaje de Aristófanes es una parodia del Banquete de Filóxeno de Citera, poeta lírico de alguna fama por aquel entonces.

[542] Los que volvían, como Carión, de consultar el oráculo de Apolo en Delfos traían una corona de laurel que les daba una especie de inviolabilidad.

[543] Contraste chistoso.

[544] Sicofantas. Sobre el origen de este nombre, que según su etimología quiere decir denunciadores de higos (συκῆ, higo, φαίνω, denunciar), se dan distintas explicaciones. Plutarco (Vida de Solón), supone que una antigua ley prohibía la exportación de higos, y a los que delataban a los contraventores se les llamaba sicofantas, habiéndose después generalizado esta denominación a cualquier denunciador. El Escoliasta de Aristófanes (Pluto, 31) dice que en tiempo de hambre esta obligó a algunos a robar el fruto de las higueras consagradas a los dioses, concitándose la ira de estos y siendo denunciados los sacrílegos. Ya hemos visto en otra ocasión que muchas gentes no vivían en Atenas de otra cosa que del producto de sus denuncias contra malos e inocentes.

[545] Dios de las riquezas.

[546] Αὐτότατος, lo mismo que Plauto ipsissimus (Trinummus, IV, 2, 146).

[547] Ateniense muy rico, pero tan miserable que la frase «más avaro que Patroclo» se hizo proverbial. Para evitar gastos imitaba a los lacedemonios, comiendo muy frugalmente, dejándose crecer barba y cabellos, y absteniéndose de bañarse.

[548] Los atenienses se lavaban muy a menudo las manos y todo el cuerpo.

[549] Las cortesanas de Corinto eran célebres por su belleza y por lo caros que vendían sus favores, de donde vino el proverbio: Non cuivis homini contigit adire Corinthum.

[550] Clunes ex templo eas huic obvertere.

[551] Sobre el castigo de los adúlteros, que tenía más de ridículo e infamante que de doloroso, véase la nota correspondiente en Las Nubes.

[552] Llamábase así al de Persia, dueño de inmensos tesoros.

[553] Para cobrar el trióbolo.

[554] Este encargo se daba a los ciudadanos más ricos nombrándoles trierarcas. La república solo les proporcionaba el armazón de la nave.

[555] Hicimos mención en Las Junteras de la alianza entre atenienses, beocios, argivos y corintios. Para socorrer a estos últimos, Atenas había enviado una guardia de algunos miles de soldados mercenarios.

[556] Usurero famoso; o, según creen otros, demagogo que habiendo defraudado al Erario fue desterrado, confiscándosele sus bienes.

[557] Parásito de Pánfilo, o cómplice de sus concusiones.

[558] Rico insolente.

[559] Se ganaba la vida refiriendo cuentos en las calles. Se parecía en esto algo a los ciegos que cantan y recitan romances y espeluznantes historias en nuestras plazuelas.

[560] Se tiene por probable que el poeta aluda aquí al socorro de doscientos navíos que los atenienses enviaron a los egipcios cuando estos se sublevaron contra Persia proclamando rey a Inaro. (V. Tucídides, I, 104-112, y el Escoliasta.)

[561] Célebre cortesana siciliana establecida en Corinto.

[562] Rico imbécil.

[563] Ostentoso edificio construido por Timoteo, hijo de Conón. Era un general hábil y afortunado, y muy joven al representarse el Pluto.

[564] El talento valía 5560 pesetas.

[565] Veía a través de los cuerpos opacos, y distinguía hasta lo que pasaba en los infiernos. Fue uno de los argonautas. Se le atribuye el descubrimiento de los metales.

[566] Parte de la víctima que Cremilo había sacrificado a Apolo. Era costumbre obsequiar con ella a los parientes y amigos.

[567] Los griegos despreciaban a los pueblos que practicaban la circuncisión.

[568] Plauto (Mercator, III, esc. IV, V) dice también: Non hominem mihi, sed thesaurum nescio quem memoras mali.

[569] Vimos en Las Junteras que se sorteaban por medio de letras los ciudadanos que debían de formar parte de los tribunales cada año. Carión quiere decir que en vez de pensar en castigarle, el coro debía de pensar en arreglar sus cosas para bien morir.

[570] La insignia del juez era un bastón o vara (σκῆπτρον) que devolvían al Pritáneo al finalizar cada sesión, recibiendo entonces el trióbolo.

[571] Y resistiendo sin duda a la tentación de arrancar algunas cabezas.

[572] Conocida es la fábula que de Midas se refiere. Era este un rey que devolvió a Baco su ayo y pedagogo Sileno; en recompensa de cuyo favor el dios le concedió la merced que le pedía, que era convertir en oro cuanto tocase. Midas hubiera muerto de hambre si Baco no hubiera revocado el funesto don. En otra ocasión, habiendo dicho que la flauta de Pan era más armoniosa que la lira de Apolo, este le castigó haciéndole salir dos soberbias orejas de asno. De suerte que Midas era el prototipo de los avaros y de los pseudo-dilettanti mitológicos.

[573] Palabra onomatopéyica para imitar el sonido de la lira.

[574] Alusión, según el Escoliasta, al Cíclope de Filóxeno, en el cual Polifemo apacentaba sus rebaños al son de la lira. Se conserva un drama satírico de Eurípides con igual título. — Carión se finge el pastor del Etna, y considera al coro como su rebaño.

[575] Arrectis veretris, hircorum instar lascivitate.

[576]Alusión a la aventura de Ulises y Polifemo. (Véase Odisea, IX, y Eurípides, el Cíclope.)

[577] Alusión a las orgías de Lais y Filónides, y a las sucias complacencias de este con aquella cortesana de Corinto, comparada a Circe la hechicera. (V. Homero, Odisea, y Lope de Vega, La Circe.)

[578] Ulises.

[579] Es decir, de Carión.

[580] A testiculis. Castigo dado por Ulises a Melantio, uno de los procos o pretendientes de Penélope. (Odisea, XXII.)

[581] Bardaje del jaez de Arífrades. (V. Los Caballeros.)

[582] Eran el punto de reunión de los desocupados.

[583] A Cremilo.

[584] Célebre pintor, maestro de Apeles. Fundó una escuela de pintura en Sición, donde se hacía pagar honorarios crecidísimos, pues no admitía menos de diez talentos (56.600 pesetas). En un cuadro expuesto en el Pecilo había representado a los Heráclidas acudiendo en demanda de auxilio contra Euristeo a los atenienses.

[585] Los médicos estaban mal pagados en Atenas, y los de notable ciencia se iban a ejercerla a otros países.

[586] Muchos enfermos eran llevados al templo de Esculapio, donde pasaban la noche, suponiendo que el dios les visitaba en la oscuridad y les ponía en el estado de recobrar la salud.

[587] Como las que aparecieron en Las Euménides de Esquilo llenando de terror a los espectadores, entre los cuales hubo un «sálvese el que pueda» general.

[588] Precipicio al cual eran arrojados los criminales.

[589] En el invierno se permitía a los pobres entrar a los baños para calentarse. A veces se acercaban tanto al hornillo que se quemaban, como indica el texto.

[590] Es decir, las cosas más opuestas. Dionisio era tirano de Siracusa, y Trasíbulo libertador de Atenas.

[591] Como decimos nosotros: «Mucho gritas, poca razón tienes.»

[592] Lit.: «porque tiene a Pluto.»

[593] Esto es: «viejos chochos.»

[594] En las encrucijadas de tres calles colocaban los griegos estatuas de Hécate, a causa de la triple advocación de Febea, Diana y Hécate bajo la cual era adorada. Los ricos ofrecían a la diosa cada novilunio el sacrificio de una comida, compuesta generalmente de huevos y queso, que era dejada al pie de sus imágenes. Los pobres se la comían, colgándole el milagro a la diosa.

[595] Verso del Télefo de Eurípides.

[596] Pintor pobrísimo, cuya miseria se había hecho proverbial.

[597] Los manjares para obsequiar al dios a su regreso del templo.

[598]Se celebraban el 8 de cada mes, en memoria de haber reunido a los habitantes dispersos por el campo en la ciudad. En la comida que en ellas se daba, la mesa de los ancianos de que habla Carión estaba muy mal servida a causa de su pobreza, y se veían obligados, faltos de cucharas y escudillas, a comer la salsa del plato común en pedazos de pan.

[599] Juego de palabras: ἐς τὴν κεφαλήν era una especie de maldición.

[600] Es decir, barullos, confusiones.

[601] Para purificarle.

[602] Los griegos tenían sin duda la misma idea, vulgar entre nosotros, de no ser conveniente los baños a los viejos. «De cincuenta para arriba, no te mojes la barriga», dice un refrán.

[603] Orador concusionario y sicofanta, antes citado, y en Las Junteras, 255.

[604] Serpiente no venenosa, consagrada a Esculapio. Había muchas en el templo de este dios.

[605] Hija de Esculapio, diosa de la curación. Yaso viene de ἰᾶσθαι, curarse.

[606] Otra hija de Esculapio. Su nombre está compuesto de πᾶν, todo, y ἀκεῖσθαι, curar.

[607] Merdivorum. Alusión a la inspección de los excrementos que hacían los médicos para enterarse del estado de los enfermos en ciertas dolencias.

[608] Una de las Cícladas. Probablemente sus ajos serían muy cáusticos.

[609] Demo del Ática. El vinagre que en él se fabricaba era sumamente fuerte.

[610] Habla de los ojos de Pluto como si fuesen un esclavo recién comprado que viniese por primera vez a su casa. Entonces era costumbre esparcir en torno del hogar nueces, higos, pasas, etc., emblemas de la abundancia.

[611] Ya censuró esta misma costumbre en Las Avispas, 58; y en La Paz, 962-965.

[612] Hombre sumamente pobre y glotón.

[613] Brunck propone que se lea ἶπος, ratonera, en el texto, en vez de ἰπνός, lección seguida por Dindorf, Bergck, Boissonade y otros. Este ἰπνός se traduce generalmente lámpara o linterna; pero la interpretación que le damos es más cómica. (V. La Paz, 841, y el escolio al verso 813 del Pluto.)

[614] Nates.

[615] Era costumbre consagrar a los dioses, después de haberlos usado, los vestidos que se llevaban al ser iniciado en los misterios de Eleusis. Muchos no los ofrecían hasta que no podían gastarlos ya de puro viejos.

[616] Hechicero que vendía anillos mágicos, especie de amuletos que se creía preservaban de la mordedura de animales venenosos.

[617] Cuando le convenía para librarse de ciertos gravámenes de que los comerciantes estaban exentos. En estas exenciones era la más importante la del servicio militar.

[618] El derecho de acusar era público en asuntos de interés general.

[619] Quiere decir, «la cosa más preciosa.» El silfio era sumamente apreciado y se pagaba a peso de oro. Bato fue el fundador de Cirene, que comerciaba mucho en silfio.

[620] Era costumbre colgar las ofrendas de los árboles que había en los lucus o bosques sagrados.

[621] Σύκινον. Menciona esta madera por su poca consistencia y por tener su nombre la misma raíz que el de sicofanta o delator.

[622] Llama así a su manto y sus zapatos.

[623] Véase la nota al verso 535 de esta comedia.

[624] Prehensum testiculis.

[625] Piropo irónico.

[626] Este verso es atribuido por uno de los Escoliastas a Anacreonte, aunque no se sabe si en boca de este poeta era también cita de un oráculo dado a Polícrates, tirano de Samos. Al aplicárselo a la vieja el joven, le da a entender que su belleza había ya caducado.

[627] Proverbio que se aplicaba a los enriquecidos de repente.

[628] Las mujeres ricas iban en carruaje a Eleusis.

[629] Tan delgada se supone.

[630] Lit.: lavarme la cabeza.

[631] Satis multo tempore eam sublevi.

[632] Se imponían frecuentes mullas a los taberneros por falla en la medida o por mala calidad del vino.

[633] Que estaba consagrado a Mercurio.

[634] Juego usado en las fiestas de Baco. El que lograba mantenerse en pie sobre el odre ganaba el premio. Tenía cierta analogía con algunas de nuestras cucañas.

[635] Hæc dicens, pedit.

[636] Cuando los atenienses, mandados por Trasíbulo, se apoderaron de File, fortaleza que estaba en la frontera del Ática, juraron no acordarse del mal y proclamar una amnistía general (V. Jenofonte, Helénicas, II, 4.). La frase μνησικακεῖν se hizo proverbial.

[637] Verso tomado de alguna tragedia perdida.

[638] Mercurio va mencionando los diferentes cargos que se le atribuían.

[639] Δόλιον astuto.

[640] Como hacían los ciudadanos ricos.

[641] Fraude muy generalizado para cobrar salario doble o triple.

[642] Detrás del templo de Júpiter Poliade había en la Acrópolis un edificio donde se guardaba el tesoro público. Pluto, o sea la riqueza, había dejado de habitarle, porque ge había agotado con los enormes gastos de la guerra.

[643] Era costumbre ofrecer ollas de legumbres cocidas en la inauguración de la estatua de una divinidad.

[644] Vestido usado en las festividades. La vieja se había adornado con otro objeto.

[645] La palabra γραῦς significa vieja, y esa tez rugosa que se forma sobre la leche y otros comestibles sometidos a la cocción.