The Project Gutenberg eBook of Obras selectas de la celebre monja de Mejico, sor Juana Ines de la Cruz

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Title: Obras selectas de la celebre monja de Mejico, sor Juana Ines de la Cruz

precedidas de su biografia y juicio crítico sobre todas sus producciones

Author: Juana Ines de la Cruz

Contributor: Juan Leon Méra

Release date: July 21, 2024 [eBook #74087]

Language: Spanish

Original publication: Quito: Imprenta Nacional, 1873

Credits: Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images available at The Internet Archive)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS SELECTAS DE LA CELEBRE MONJA DE MEJICO, SOR JUANA INES DE LA CRUZ ***

AL ÍNDICE.

OBRAS SELECTAS
DE LA CELEBRE
MONJA DE MEJICO,
SOR
JUANA INES DE LA CRUZ,
PRECEDIDAS DE SU BIOGRAFIA Y JUICIO
CRÍTICO SOBRE TODAS SUS PRODUCCIONES,


POR
JUAN LEON MERA


QUITO.
IMPRENTA NACIONAL.
1873



A la cara memoria de mi amigo
el distinguido jurisconsulto


Doctor Don Ramon Miño,

consagro respetuoso
mi corto trabajo en este libro
.

J. Leon Mera.

FE DE ERRATAS.

PÁG. LINEA. DICE. LÉASE.
VI1de la Sorde Sor.
XXI20sus plumassu pluma.
XXVIII24en la mismaes la misma
2312quereses;quereres;
3019no me vistas deno me vistas la
413su vistasu vista.
Id.22En enEn el
4621pretendopretende
10614-15venia miavenia mía.
    No lo hagaisNo la hagais
27227estaisesteis

Las demas erratas que se hallaren serán advertidas y corregidas por el {I}buen juicio del lector.

 BIOGRAFIA DE SOR JUANA INES DE LA CRUZ, Poetisa mejicana del siglo XVII, Y JUICIO CRÍTICO DE SUS OBRAS.

I

El sexo llamado débil y mirado con desden, especialmente al considerarle por sus facultades intelectuales, ha venido de siglo en siglo, ántes y despues de la era cristiana, dando pruebas de que ese desden ha sido {II}injusto, y protestando á la faz del mundo contra él.

El hombre que se ha llevado para sí toda fuerza y todo poder en la sociedad, relegando á la mujer á una region inferior, no ha podido en ningun tiempo hacer que se eclipse del todo en el alma femenina el destello de luz que, junto con la existencia, recibiera de la mano de Dios.

¿Afirmaremos esta verdad con hechos históricos? No hay necesidad: ¿quién la niega en nuestros dias? Ya se confiesa francamente que la mujer no es una cosa, que tiene alma, que sabe pensar, elevarse y ennoblecerse, que posee derechos propios y que su destino en la humanidad está nivelado con el del hombre, su compañero, no su señor y dueño.

Prescindamos, pues, de una erudicion intempestiva, y limitémonos á breves reminiscencias cuando vengan ajustadas al agradable tema en que vamos á ocuparnos: la vida de una célebre mujer y las obras con que inmortalizó su nombre y honró á su patria.

II

El siglo que dió á la literatura francesa las Sevigné y las Dacier, dió también á la española las Záyas de Sotomayor en la península y las Sor Juana Ines de la Cruz en{III} América.

¿Quién fué esta religiosa?

Sabíamos que hácia los últimos años del siglo XVII habia florecido en la tierra de Anahuac un notable ingenio poético llamado de aquel nombre. Pero á esto solo se hallaban circunscritas nuestras noticias: conocíamos, pues, un nombre; esto es, no conocíamos nada. ¿Quién puede preciarse de saber el contenido de un libro porque aprendió su título de memoria?

Con todo, un nombre de mujer, y de mujer americana, fué motivo bastante poderoso para dispertar nuestras simpatías por ella, y hacernos desear el conocimiento de sus obras.

Por aquel tiempo leimos la excelente “Historia de la literatura española” por M. Ticknor, y encontramos mentado el nombre de la monja de Méjico precedido del epíteto de célebre. En una nota, al pié de la página, se la llama la Décima Musa y se citan sus poemas dados á la estampa en Zaragoza de 1682 á 1725, en tres tomos en 4º; mas al fin se han puesto estas líneas tomadas del “Semanario pintoresco” del año 1845: “Sor Juana Ines de la Cruz, mas notable como mujer que como poeta, nació en Guipúzcoa[A] en{IV} 1651, y murió en Méjico en 1695.”

Ser célebre y merecer el dictado de décima musa, son cosas incompatibles con el juicio fatal que encierran estas últimas palabras.

Un calificativo honroso en boca de M. Ticknor es tìtulo valioso: difícilmente el concienzudo literato anglo-americano pudo haber concedido celebridad á quien no la tenia. En lo de haber levantado á la monja al coro de las piérides, no teniamos confianza, porque era obra de sus contemporáneos y, sobre todo, de un tiempo en que la hipérbole fué condicion precisa del elogio, y este se habia abaratado por estremo en el mercado de las letras castellanas. Por otra parte, juzgábamos que los autores del “Semanario pintoresco” no se habrian atrevido á echar á volar su parecer acerca de una poetisa que les pertenecia, sino con pleno conocimiento de sus obras, y fiados en muy sano criterio.

Una mujer, una americana habia escrito versos á fines del siglo XVII. Esta rareza llamó acaso la atencion de M. Ticknor, mas que el mérito real de esos versos, y le hizo soltar en su “Historia de la{V} literatura española” una palabra de tanta significacion. El que halló en la misma autora mayor mérito en la mujer que en el poeta, tuvo, pues, acaso mas razon. El sexo sirvió en cierta manera à las letras, no estas al sexo; la hechura, aunque asaz imperfecta, se hizo notable á causa de la deficiencia del instrumento en ella empleado. Ademas, las notas de la obra citada, ¿no son puestas por el mismo M. Ticknor?

A tales reflexiones nos condujo nuestra sindéresis. La simpatía vacilaba, pero era mas ardiente el deseo que abrigábamos de conocer las poesías de Sor Juana Ines. El velo de la ilusion no se habia rasgado del todo, aunque presentíamos que iba á desaparecer una estrella del cielo americano, y esto nos causaba enojo. La ruptura entre nuestro primer pensamiento sobre la autora y nuestro juicio posterior, entre el afecto que habia anidado en el corazon y el rayo de luz que aclaraba el entendimiento, nos parecia inevitable.

Por dicha nuestra, ántes que las obras de la religiosa mejicana, nos vino á las manos otro libro precioso por muchos respectos: “La mujer,” por don Severo Catalina. En una de sus páginas salpicadas de diamantes extraidos de las minas del corazon y de la inteligencia, encontramos unos{VI} versos. ¡Versos de la Sor Juana Ines de la Cruz, llenos de poesía y de verdad, inspirados por un profundo sentimiento de indignacion contra la injusticia del hombre, y de justicia en pro de la mujer!

Entre esos versos hay esta cuarteta:

“Pues ¿para qué os espantais
De la culpa que teneis?
Queredlas cual las haceis,
O hacedlas cual las buscais.”

“Estos versos, esclama el señor Catalina, pueden constituir un tratado importantísimo de filosofía y de moral.”

Cierto; y ellos constituyen, ademas, un valiente reto dirigido á quienes, concupiscentes, matan la virtud de las mujeres, y necios, se lamentan de no hallarlas con las prendas que han destruido con sus propias manos.

La belleza poética y la belleza moral de esos versos nos entusiasmaron, y Sor Juana Ines fué restituida al honroso pedestal de que la habiamos bajado á causa de la cavilacion en que nos pusieron las palabras del “Semanario pintoresco.”—Esa poesía, nos dijimos, no la produce sino un poeta; esa verdad no es hija de una alma vulgar: Sor Juana fué, sin duda, mu{VII}jer de gran talento, y sus obras deben ser dignas de ella.

Este juicio, ya por demas favorable, vino á robustecerse con la honrosa memoria que de la Monja de Méjico hace el insigne historiador moderno, César Cantú, y con las biografías de la misma que consultamos posteriormente. Mas el criterio fundado en el dicho de otros autores, por muy acreditados que sean, es con frecuencia inseguro; ó por lo ménos es indudable que vale mas la luz obtenida por medio de las observaciones propias, aunque sea corta, que la que se recibe por la reflexion de agenas inteligencias. ¡Las obras! veamos las obras de la Monja! Y tanto mayor era el deseo de verlas, cuanto los escritores citados la atildan de gongorista, y queriamos que nos constase este pecado de una poetisa por quien ya ardiamos de entusiasmo.

¡Las obras! las obras de la Décima Musa! ¿Dónde dar con ellas en nuestra tierra en que es tan difícil hallar libros antiguos y en que casi no existen bibliotecas públicas? Sin embargo, las buscaremos; nuestras diligencias no serán infructuosas; leeremos esas obras con el interes que cumple à un americano, y sin duda hallaremos en ellas mucho bueno. Sí, es impo{VIII}sible que Sor Juana Ines no haya producido mucho bueno. El gran ingenio que se estraviò imitando á Góngora en lo malo, ha debido imitarle tambien en lo excelente, ó no es un gran ingenio, y no es la poetisa celebrada por Ticknor y Cantú.

Las perlas sacadas del fondo del mar no son para que yazgan perpetuamente sepultadas en el fondo de un cofre, y, sinembargo, tal es la suerte que á muchas cabe. Así sucede tambien con algunas producciones del talento, y quizás tan mal destino ha cubierto con sus sombras las de la monja mejicana. Celebradas con calor cuando aparecieron, brillaron en la corona de la Nueva España por cortos años. Cambiáronse los tiempos; al exceso de mal gusto del siglo culterano se siguió el rigor de la reaccion literaria, y la sociedad, avara é injusta, encerró esas joyas en el cofre del olvido, confundiéndolas sin discernimiento con las zarandajas y pepitorias ridículas que en verdad abundaron en España y América con lastimosa profusion. Busquémos, pues, los cantos de la arrebatada musa de Nueva España, busquémoslos como otros buscan el oro que la avaricia cubrió de tierra por sustraerle de las miradas de la necesidad.{IX}

III

Grande amor hemos profesado siempre á nuestra América, tan rica y tan hermosa, y á esta pasion ha correspondido nuestro entusiasmo por sus glorias. Cuando tratamos de ellas, Méjico, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, todas las naciones del mismo orígen y que viven de la misma vida intelectual y moral en el Nuevo Continente, constituyen para nosotros una sola patria. Los lazos de la lengua y literatura son poderosos por naturaleza; pero en América han adquirido mayor grado de robustez, especialmente desde su emancipacion política, porque desde entónces los americanos han formado un grupo aparte, diremos así, de ideas íntimas é intereses vitales muy diversos de los de la madre patria.

De este amor americano nacia principalmente nuestro anhelo de conocer las obras de Sor Juana Ines de la Cruz. Ya presentíamos, alumbrados por la muestra que habíamos visto, como acabamos de insinuarlo, que serian dignas de todo elogio, y honrosas para Méjico y toda la América española. Las producciones que brotan en este adorado suelo son frutos de una misma huerta, sazonados por un mis{X}mo sol y destinados al alimento y deleite de una sola familia.

Un dia tuvimos un verdadero gozo: dimos con el tesoro que buscábamos. Nuestro querido amigo el doctor don Ramon Miño, cuya muerte lamentamos todavía, nos lo proporcionó con su generosidad acostumbrada, franqueándonos su selecta y abundante librería.

Para quien no hubiese tenido tantas ganas de hacer la lectura de dichas obras, habria sido repugnante hasta el aspecto de tres tomos forrados en pergamino, maltratados, de malísima impresion en su mayor parte y de ortografía viciada por demas, como lo general en los libros españoles de aquel tiempo;[B] mas nosotros emprendimos gustosos esa tarea, leyendo hoja por hoja, párrafo por párrafo, deteniéndonos en cada estrofa y cada línea, á fin de suplir los defectos tipográficos, errores de ortografía y á veces hasta cambios de palabras, independientes, no cabe duda, de la voluntad de la autora, y penetrando de esta suerte los pensamientos y bellezas poéticas, que no son escasas.

Al mismo tiempo que íbamos buscando y{XI} entresacando de esos tres tornos que encierran las obras completas de la monja, todo cuanto nos parecia digno de recomendacion para formar un conjunto de sus poesías selectas, íbamos tambien tomando datos acerca de su vida, bien de sus propios versos y prosa, bien de lo que de ella han dicho sus panegiristas, para añadirlos á las noticias que ya poseíamos y cumplir nuestro propósito de escribir su biografía junto con el juicio crítico de sus partos literarios.

El P. Diego Calleja, de la Compañía de Jesus, en la aprobacion del último tomo de los escritos de Sor Juana Ines, trae bastantes y curiosos rasgos de su vida; pero son mas interesantes los que la religiosa da de sí misma en una larga y recomendable carta que dirigió á Sor Filotea de la Cruz, monja trinitaria y, al parecer, mejicana tambien. Ademas, la dan á conocer perfectamente el propio carácter y especial movimiento y colorido de sus producciones. Esto lo penetró muy bien uno de los prologuistas de sus obras cuando dijo, hablando en general de los escritores, que “se trasuntan insensiblemente al papel las facciones del alma.” El pensamiento de Buffon, “el estilo es el hombre,” no fué, pues, tan original que digamos.{XII}

Condicion precisa de todo letrado ingenio es trasmitir poca ó mucha parte de su ser interior á sus obras: ellas son el espejo de las pasiones y vida de sus autores. Esto es muy natural, porque es rarísimo el talento de escribir lo que no se siente, sacando del tintero y no del alma cuanto se va espresando con la pluma. Si esto sucede generalmente, los poetas en especial no pueden contradecirse á sí mismos; y si lo hacen, á fe que no dan á sus producciones aquel sentido, aquella vitalidad ó espíritu que se comprende y no se esplica, y que forma la esencia de la poesía. La estética de los hijos del Parnaso es innata; por eso cada uno de sus versos, cada uno de sus pensamientos es hijo legìtimo de su númen, pedazo de su propia naturaleza arrancado por la fuerza de la inspiracion.

¿Percibis en el jardin, á la hora en que la noche comienza á descolgar su velo sobre el mundo, un olor suavísimo y delicioso? Es la fragancia del jazmin sacudido por el céfiro. Así es la poesía del alma sacudida por el estro. La fragancia os da á conocer la flor: la poesía os da á conocer al poeta.

Hemos visto algunas biografías de la ilustre monja; mas, no obstante, juzgamos{XIII} que en la actualidad no se la conoce ni de nombre cual merece serlo. Sus obras están olvidadas; ¿se piensa que apénas son buenas para consultadas por los eruditos? ¡Ah, qué error! tamaño error que ha hecho que los Parnasos y Colecciones carezcan de ellas. Hasta el célebre Quintana ha desterrado de la suya las poesías de Sor Ines. ¿Es posible que no haya hallado entre estas joyas ni una sola digna de seleccion? No puede ser: entre las que forman su Tesoro del Parnaso hay algunas inferiores á varias de las de la musa mejicana, y debemos atribuir la omision mas bien á falta de conocimiento de estas que á falta de buen gusto ó á injusticia.

Nosotros queremos, pues, sacudir el polvo que cubre las producciones de que venimos hablando, escojer las mas bellas y darlas nuevamente á luz para deleite de los amantes de la verdadera poesía. No alcanzamos la razon que algunos tengan para aprovechar de las obras que ostentan mérito actual, por corto que á veces sea, y ver con desprecio las que fueron escritas en otros tiempos y cuyas bellezas, por muy acompañadas que estén de errores y faltas, no dejan de ser bellezas de primer órden, agradables y dignas de encomio. ¿No seria necedad olvidar el oro{XIV} de Góngora á causa de su escoria? Y eso que nadie ignora cuánto mal hizo á la literatura castellana el autor de las Soledades.

IV

A pocas leguas de la ciudad de Méjico, en un pintoresco lugar dominado por dos montes, hallábase la alquería de San Miguel de Nepanthla, propiedad de don Pedro Manuel de Asbaje y doña Isabel Ramírez de Cantillana. Hija legítima de estos honrados colonos y en aquel retiro naciò Juana Ines el 12 de noviembre de 1651. Uno de sus biógrafos hace notar la circunstancia de haberse verificado el nacimiento en una habitacion llamada celda, para que en una celda tambien viviese y muriese cuarenta y tres años y medio mas tarde el célebre personaje que nos ocupa.

Tres años de edad contaba la niña cuando, gracias á su precoz inteligencia, comenzó el aprendizaje de las primeras letras. Apénas cumplido un lustro, sabia leer, escribir, contar y otras menudencias que suelen aprender las niñas en mas adelantados años. A esta sazon despuntó asimismo su amor á la poesía, pues gustaba de aprender y recitar versos españoles, y{XV} con tan asombrosa facilidad la practicaba, que su nombre adquiria creciente fama, y ya no era difícil prever cuan tamaña seria en lo futuro.

La naturaleza señala al parecer el camino que ha de llevar cada criatura en el mundo. A veces esta determinacion irrevocable permanece oculta largos años, y asoma al declinar las primeras fuerzas de la vida: testigos, entre otros, Richardson y Rousseau. Otras veces como que viene cierto poder misterioso á romper el egoismo de la naturaleza, y á manifestar el genio que yacia escondido: testigos Corregio y Ana Cowley. “Yo tambien soy pintor,” esclamó entusiasmado el primero, y fué, en efecto, gran pintor. “Yo tambien soy autora,” dijo con igual inspiracion y fuego la segunda, y fué, como se sabe, célebre dramaturga. Otras veces, en fin, madura el ingenio con demasiada prontitud, y los niños piensan y obran como los viejos que han visto agostarse sus dias entre el polvo de las bibliotecas y las pesadas horas de una constante vigilia. Pero en este caso acontece por lo general que se pierde el equilibrio entre las fuerzas del cuerpo y las del espíritu; este triunfa desde luego, mas el otro se desbarata y cae en la tumba.{XVI} Cuanto mas grande y viva es la llama, tanto mas presto se consume la cera del hacha.

Juana Ines fué uno de estos seres excepcionales, niños en edad y viejos en inteligencia. No habia rayado todavía en su octavo año, cuando llevada por la noble codicia de un libro ofrecido en premio, escribió una loa al Santísimo Sacramento, que llamó la atencion de los entendidos. Se cuenta que doña Gertrúdis Gómez de Avellaneda, gran honra de las letras americanas, escribió tambien en la misma edad de la poetisa mejicana un cuento intitulado “El gigante de cien cabezas.” ¡Cómo ha solido fecundar siempre el sol del Nuevo Mundo las inteligencias femeninas!

Juana Ines, en su vehemente anhelo de saber, temia que algunos manjares influyesen en aminorar su talento y memoria, y se abstenia de ellos. Otras veces se cortaba el cabello en cierta medida, imponiéndose la obligacion de aprender tal ó cual materia durante su crecimiento, y de cortarle nuevamente en via de castigo si salia fallido su propósito; porque “no me parecia razon, dice ella misma, que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que{XVII} era mas apetecible adorno.” En mas de una ocasion rogó con instancia á sus padres que la enviasen, disfrazada en traje de varon, á cursar las ciencias en la Universidad de Méjico; pero como no consiguiese este imposible, se desquitaba leyendo “muchos y varios libros” que poseía su abuelo, “sin que bastasen castigos ni reprehensiones á estorbarlo.”

Al fin, conducida á Méjico á los ocho años, pudo hallar mas vastos elementos de instruccion en nuevos libros, y proteccion y estímulo poderoso; si bien parece que en el seno de su familia halló contradicciones que vencer. Acabamos de ver que ella misma habla de “castigos y reprehensiones,” y en otros pasajes de sus obras pudieran hallarse nuevos testimonios sobre este punto; mas nos contentaremos con citar las siguientes cuartetas de un romance en que habla de la facilidad que tenia para versificar:

“Y mas cuando en esto corre
El discurso tan á priesa,
Que no se tarda la pluma
Mas que pudiera la lengua.
Si es malo, yo no lo sé:
Sé que nací tan poeta,
Que, azotada como Ovidio,
Suenan en metro mis quejas;”
{XVIII}

y tambien este trozo de un escrito en prosa: “Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razon, fué tan vehemente y poderosa la inclinacion á las letras, que ni agenas reprehensiones, que he tenido muchas, ni propias reflexas, que he hecho no pocas, han bastado á que deje este natural impulso que Dios puso en mí.”

Por la misma época en que compuso su primera loa, empezó á estudiar latinidad bajo la direccion de un respetable sacerdote, su tio. Unas pocas lecciones fueron suficientes para ponerla en camino; pues, careciendo luego de maestro, su talento y aplicacion suplieron la falta, y con admirable prontitud la lengua del Lacio le vino á ser familiar.

Careció asimismo de preceptores para las demas artes y ciencias que llegó á poseer; pues algunas veces, cuando ha nacido el alma con cierta superior disposicion para cosas grandes, sus facultades se desenvuelven en la soledad y el silencio, padres de la meditacion, y las páginas de un libro son mas provechosas{XIX} que las palabras de un pedagogo. Y no faltan, por otra parte, ejemplares de haberse maleado la generosa naturaleza con una enseñanza errada. Raros son los maestros que conocen la índole intelectual de sus discípulos y la guian sin extraviarla.

Los marqueses de Mancera, vireyes de Méjico á la sazon, añadieron al timbre de su ilustre cuna y alta suposicion el no ménos distinguido de constituirse Mesénas de Juana Ines. La proteccion que la prestaron fué abierta y sin límites; lleváronla á vivir consigo en palacio, y la vireina cobró tal cariño á la niña, que no podia pasarse sin verla. La regalada vida no fué, sinembargo, como suele suceder especialmente en la infancia, un estorbo para los estudios y la concentracion de aquel númen, cuya condicion le arrebataba irresistible á las regiones de la inteligencia y del espiritualismo. Por el contrario, dado á sus anchas á su ocupacion favorita, aumentaba todos los dias su caudal de saber, y derramaba poesía con profusion en torno suyo.

Habia cumplido los diez y siete años de edad, con la satisfaccion de no haber perdido nunca su tiempo en frivolidades, ni de haberse pagado de su propia belleza y gracias exteriores con menoscabo de las{XX} prendas del alma. El tiempo es dinero, dice una moderna máxima inventada por la codicia; pero las almas nobles parece que siempre han dicho: el tiempo es sabiduría.

Hermosa y atractiva de cuerpo y semblante, de corazon mansísimo, discreta en conceptos y acciones, y amable en el trato con toda clase de personas, cautivaba fácilmente las voluntades; pero su raro saber la atraía tambien el respeto y admiracion de cuantos la comprendian. Solo ella, al parecer, no se conocia bastante, lo cual es dote del buen talento, que lleva en sí joyas preciosas escondidas á sus propios ojos y visibles á los agenos.

En aquella edad, esto es, á los diez y siete años, cuando la vida es para hombres y mujeres un alegre mosaico de ilusiones y el corazon un armonioso instrumento que suena al toque de cualquier afecto, el alma de Juana Ines se hallaba nutrida de variados y sòlidos conocimientos. Era una planta cargada de frutos precoces, mas no por esto ménos bien sazonados que los que produce un árbol crecido y desarrollado en muchos años. Filosofía, escritura santa, teología, historia profana, geografía, matemáticas, lógica, retórica, física, derecho civil y canónico,{XXI} arquitectura, música, y otros ramos de ciencias y artes fueron abarcados por su vasta y poderosa capacidad. A par de claro juicio gozaba de feliz memoria y de facilidad de espresion. Tertuliano y San Gerónimo, San Agustin y Santo Tomas, así como otros muchos padres de la Iglesia eran, fuera del Antiguo y Nuevo Testamento, sus fuentes de erudicion piadosa. En lo profano su caudal de conocimientos fué adquirido en la lectura de los clásicos latinos, poetas y prosistas, y en los autores españoles, reflejos de aquellos en su mayor parte. Los sucesos históricos de Grecia y Roma, cronológicamente estudiados, y la ingeniosa mitología de esas dos naciones, troncos robustos de la civilizacion antigua, se hallaban prestos en sus labios para amenizar la conversacion, ó brotaban de su pluma con tino y gracia seductores.

Un dia el marques de Mancera entró en tentacion de someter á dura prueba la sabiduría de la jóven, y reunió en palacio mas de cuarenta personas de lo mas ilustrado de Méjico para que la examinasen. Juana Ines, que siempre hizo gala de su obediencia y sumision á quienes la protegian, se rindió á los deseos y mandato del virey, y se presentó al acto sin{XXII}gular. Llovian sobre ella de todas partes las proposiciones y argumentos sobre variadas y difíciles materias; mas no era vulgar colegiala quien respondia, sino una maestra que, sobre bien fundados y extensos conocimientos, poseía un admirable talento para comprender y juzgar, y grande viveza de imaginacion para dar vigor y diversos movimientos á su discurso y raciocinio. Su dialéctica era invencible porque no era aprendida, sino obra espontánea de la razon ilustrada. Así, pues, el triunfo que obtuvo en la controversia fué completo. Merecen copiarse las palabras que trae su biógrafo, el P. Calleja, refiriéndose al marques de Mancera: “A la manera, dice, que un galeon real se defendiera de unas pocas chalupas que la envistiesen, así se desembarazaba Juana Ines de las preguntas, argumentos y réplicas que tantos, y cada uno en su clase la propusieron”.

Tan buen éxito, sinembargo, no dejó en el ánimo de la jóven ninguna impresion. ¿Fué modestia? ¿fué orgullo? Acaso no quedó satisfecha de sí misma; talvez no juzgó gran cosa el haberse sobrepuesto á quienes sabian ménos que ella; si bien, como ya dijimos, parece que fué la única que nunca conoció su propio valer. En todo{XXIII} caso, si obró la modestia, digna fué de alabanza, y si el orgullo, harto justificado quedó.

Pudiera creerse con razon que mucha parte de la fama de Juana Ines fué debida al tiempo en que vivió; pero si se examinan sus escritos aunque sea á sobre peine, no es difícil descubrir en ellos, á pesar de sus innegables defectos, hijos ellos sí del tiempo, que aquella jóven poseía prendas naturales y conocimientos de tan genuino mérito, que hoy en dia tanto como entónces nadie podria menospreciar, á no ser algun bárbaro.

Prueba es tambien de su mérito no vulgar el deseo de conocerla personalmente que tuvieron los sujetos mas distinguidos de Nueva España y de toda la América latina, y el eco que hizo su nombre en la Península, no obstante que la condicion de americana debió influir acaso en suscitar algunos celos. Parece que en todo tiempo se ha tenido á la América por mas fecunda en oro y plata que en riqueza de inteligencia; y, sinembargo, la historia prueba que si las arcas reales de España se colmaban con los metales preciosos de las colonias, las letras no dejaron de percibir su tributo, si relativamente corto en verdad, en ningun caso{XXIV} despreciable, ya se atienda á su mérito real, ya al mismo atraso en que por aquellos siglos se bailaba la educacion literaria de nuestro continente.

Juana Ines nació en mala época, no cabe duda, y habria sido milagro que no se contaminase de los vicios literarios dominantes, como lo fuera que un cisne conservara blancas las plumas en una charca de tinta. Pero la fuerza del talento la salvó de la completa perdicion en que tantos de sus contemporáneos se sumieron: ha dejado versos que la recomiendan hoy y que la harán pasar á la posteridad mas remota, y trozos de prosa en que se paladea el puro lenguaje de Santa Teresa. Casi no hay obra suya, aun entre las mas culteranas, que no tenga cierto sello que patentiza una alma no comun, un corazon de oro y una fecundísima imaginacion. Así como entre las nubes tempestuosas se ven intersticios luminosos que dan á conocer que el sol está tras ellas, así tambien en las mas defectuosas de las piezas de nuestra poetisa hay rasgos que revelan su genio. La necedad y la ignorancia nunca tienen lúcidos intérvalos ni pueden producir jamas cosa ni medianamente buena. El verdadero talento nunca se eclipsa del todo, porque tiene algo divino, y por{XXV} tanto superior á las miserias de la tierra. Ademas de todo esto, y aunque la mayor parte de las obras de Juana Ines estuvieran por estremo enfermas del mal gusto de Góngora, las que se libertaron de este achaque, así en verso como en prosa, bastarian para justificar el buen nombre de la autora.

Y ¿no sucede otro tanto con el mismo Góngora? Todo el mundo condena sus funestos delirios que echaron por tierra la literatura española; mas ¿quién no admira sus aciertos? El famoso demoledor del buen gusto de las musas castellanas es mas responsable por este daño causado con su ejemplo, que por haber extraviado su propio talento; pero ¿quién se atreverá á negarle sus insignes dotes de poeta? Atinado anduvo á fe quien le llamó Angel de tinieblas. Sì, se envolvió de tinieblas, mas no dejò de ser àngel; cayó arrastrando consigo multitud de secuaces, mas no se confundió con ninguno de ellos.

V.

Costumbre ó necesidad española fué que los mayores ingenios, tanto en la Península como en América, se encerraran en las claustros ò se arrimaran, en pos de{XXVI} mejor suerte, á las inmunidades del altar. Recórrase la estensa lista de los escritores españoles, prosistas ó poetas, hasta muy avanzada la segunda mitad del último siglo, y se hallará que la mayor parte fueron eclesiásticos, debiendo notarse que muchos tomaron este estado ya entrados en edad y despues que habian adquirido fama literaria en el mundo.

La vida retirada y de contemplacion debe ser muy favorable á las letras, porque en ella se robustece el espíritu y aguza la inteligencia. En efecto, nuestra literatura religiosa debida á Santa Teresa, frai Luis de Leon y otros muchos varones que brillaron en la Iglesia hispánica, muestra cuánto alcanza el talento concentrado en sí mismo y léjos de las distracciones del mundo.

Pero el ascetismo no es para todos; ni siquiera los que á el se consagran pueden, con bien raras escepciones, olvidarse que son compuestos de carne y sangre. La naturaleza visible y palpable que los rodea, el gérmen de las pasiones humanas que nunca se aniquila del todo con los ayunos y las maceraciones, los sacan de tarde en tarde de las mìsticas regiones para que den un respiro en las de la materia y la vida real. El mismo frai Luis{XXVII} de Leon hizo mas de una vez sonar profanamente su lira, y estudió, imitó y tradujo los clásicos latinos; y unos cuantos otros frailes y clérigos ilustres, ó mezclaron las inspiraciones divinas con las reminiscencias de la tierra, ó contentos con honrosos títulos y una conducta arreglada aunque no mística, se dieron á visitar con frecuencia los templos de Apolo y de Minerva: querian á un tiempo asegurar su entrada en la bienaventuranza y figurar con afamado nombre en la sociedad. Si este proceder era evangélico, ó por lo contrario digno de censura, no nos toca examinar; nos basta confesar que creemos hay organizaciones naturalmente inclinadas á la vida monacal, y que los llamados á ella por un secreto y poderoso atractivo hacen muy bien de seguirla. Debe ser cosa agradable y consoladora para quien no tiene apego á los objetos mundanos, volverles las espaldas con noble desden, reducirse á una sociedad de pocos individuos, acortar las necesidades del cuerpo, satisfacer ampliamente las del alma y aspirar en el silencio de las pasiones y el olvido de sí mismo á un bien inmenso que solo se encuentra allá arriba.

Ceguedad de la costumbre ó impulso de la necesidad ó acaso arranque de des{XXVIII}pecho fué lo que llevò tambien á Juana Ines de Asbaje á un monasterio. Hallamos tal contradiccion entre su carácter revelado claramente en sus poesías, y las austeridades del claustro, que hemos meditado mucho por descubrir el verdadero motivo que la indujo á huir de la sociedad mundana y cubrirse con las tocas monjiles. Dícese que la mujer es infiel guardiana del secreto. Créase en hora buena en tal acusacion; mas su propio corazon es un arcano que aunque nos lo quisiera esplicar ella misma, no lo podriamos comprender. Lo único que se nos alcanza es que miéntras mas lucido sea el talento de una mujer, mas fogosas son sus pasiones, y por consiguiente con mayor facilidad se sacrifica en las aras del ídolo, cualquiera que sea, que ha podido seducirla. En la antigüedad las Safos daban el salto de Léucades; en los siglos modernos las Eloisas se sepultan vivas en los claustros. La naturaleza moral de las mujeres es la misma; solo las creencias y las costumbres han cambiado; mas el resultado de sus afectos llevados al ùltimo grado de tirantez, es el mismo tambien: es buscar con ansia febril léjos de mundo, léjos de la vida, léjos del ruido el antídoto contra los celos ó el dolor intenso, la calma{XXIX} de la tempestad que agita el corazon; alguna cosa, en fin, que apague esa especie de electricidad de que está poseido todo su ser y que estalla en forma de llanto, de quejas, de ayes agudos, hasta de gritos frenéticos. La vocacion, á nuestro ver, no se forma: es innata, y Dios la imprime en la naturaleza humana. No es, pues, el hombre quien la adquiere; lo que el hombre hace con frecuencia, es contradecir la voluntad de Dios y labrarse su desgracia. Dudamos que Juana Ines haya tenido inclinacion natural á la vida monástica, y nos atrevemos á creer que, consagrándose á ella, se impuso un sacrificio violento por causas que no es dable penetrar, pero que se traslucen bastante bien. Si fué desgraciada ó venturosa en el convento, tampoco lo podemos asegurar; mas fué virtuosa y es probable que seria feliz cuanto es posible serlo en medio de las contradicciones de una existencia amarrada por fuerza á un yugo estraño y pesado. Ademas, amaba con pasion la lectura y el estudio, que son tambien elementos de consuelo y bienestar.

El Diccionario histórico, y, siguiendo el dicho de este, varios otros escritores, aseguran que la resolucion de nuestra heroina fué ocasionada por la muerte del jó{XXX}ven con quien iba á casarse. Nuestra opinion concuerda bastante con esta. No sabemos cuáles sean las fuentes de donde tal noticia se ha tomado; pero que hubo muerte, ausencia ó pérdida del amante de cualquier modo que sea, es un hecho mas que probable. Sinembargo, aceptando por una parte como evidentes la reparticion que la jóven hizo de sus bienes à los pobres, y el haber esperado que muriesen sus padres para darse definitivamente á la vida monástica, como lo aseveran dichos autores, queremos en todo lo demas atenernos á los contemporáneos de la religiosa y á sus propias obras; aquí, en estas bases mucho mas seguras apoyaremos nuestro criterio. Los últimos son contradictorios de los primeros: Sor Ines misma dice y presenta cosas capaces de hacer vacilar al observador que no tenga el pulso necesario para sujetarlas en la tenaza de la lógica; y no obstante, allí está la verdad; sí, allí está; la estamos viendo: la túnica con que se la ha cubierto es de gasa de Cos.

El P. Calleja, ántes mentado, asegura que Juana Ines nunca pensó en casarse, y para justificar su resolucion de tomar el velo, habla con gracia de lo caduco y fútil de la belleza exterior y de los pe{XXXI}ligros que la rodean, “porque el verdor de los pocos años tiene su misma ternura por amenaza de su duracion; y no hay abril que pase de un mes ni mañana que llegue á un dia;” y porque “la buena cara de la mujer pobre es una pared blanca donde no hay necio que no quiera echar su borron.” El mismo Padre habla en seguida sobre lo incompatible de los estudios á que se habia aplicado la jóven, con las obligaciones de religiosa, obstáculo que, no sabemos cómo, allanó el jesuita Antonio Núñez, sacerdote bien reputado y confesor de los vireyes de Méjico. A este propósito dice la misma Juana Ines estas notables palabras: “Y sabe (su Divina Magestad) que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento, dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo demás sobra (segun algunos) en la mujer, y aun hay quien diga que daña. Sabe tambien su Magestad que, no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificársele solo á quien me le dió, y que no otro motivo me entró en la religion, no obstante que al desembarazo y quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el{xxxii} Señor y lo sabe en el mundo quien solo debió saber, lo que intenté en órden á esconder mi nombre, y que no me lo permitió diciendo que era tentacion; y así seria.” “Éntreme religiosa, dice en otro lugar, porque aunque conocia que tenia el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes á mi genio, con todo, para la total negacion que tenia al matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo mas decente que podia elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvacion; á cuyo primer respecto, como al mas importante, cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.”

Lo que dejamos trascrito pudiera ser buen testimonio de que Juana Ines buscó en los claustros solo la perfeccion de la virtud ascética: queria que se apagase su inteligencia y que su nombre no luciese en el mundo; queria consagrarse toda á Dios; se humillaba, se abatia, se anonadaba. Mas ¿cómo armonizar este procedimiento con su delirante pasion á los{XXXIII} estudios profanos? ¿cómo convenir en que haya llegado aquella austera virtud á ser la reina absoluta de un corazon cuyo fuego, que nada tiene de místico, está todavía y estará vivo y abrasador como el de la musa de Lésbos,[C] en mas de un centenar de versos? “A la verdad, yo nunca he escrito, dice nuestra heroína, sino violentada y forzada, y solo por dar gusto á otros, no solo sin complacencia, sino con positiva repugnancia”... “El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza ajena, que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistes” ¡Qué conflictos los nuestros! Todo esto es verdad sin duda; pero lo es tambien lo que pensamos, y nuestra lógica está fundada en pruebas que nos proporciona la misma poetisa...

Pero no, no es así; corrijamos nuestros conceptos que van errados. La aficion de Juana Ines á los estudios debia producir frutos; pero estos, si provenian de asunto sagrado, eran peligrosos, y “yo no quiero, confiesa ella, ruido con el Santo Oficio, y tiemblo de decir alguna proposicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun lugar.”... “El cual inconveniente no topaba en los asuntos pro{XXXIV}fanos, pues una heregía contra el arte no castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con censura.”

¿Satisface esta razon? Sí que satisface, contestamos. El espíritu religioso de aquellos tiempos que se mezclaba tanto en las menudencias del hogar como en los mas trascendentales enredos de la vida pública, hacia difícil el tratar ciertas materias; y entre lo sagrado que podia abrir al escritor las puertas de una mazmorra para encerrarle por largos años, y esto saliendo bien librado, y lo profano que deleitaba sin peligro, no cabia vacilacion: se elegia lo segundo, por mas que hubiese necesidad de rozarse, y á veces hasta ensuciarse (¡oh fea contradiccion!) con el sensualismo de los paganos, tan opuesto á las puras doctrinas del Evangelio. Juana Ines, que tenia necesidad de dar salida á un gran caudal de pensamientos que bullian represos en su mente, obró muy bien en levantar la compuerta de plata del lado de la tierra, y mirar con respetuoso temor la de oro del lado del cielo. Sí, muy bien obrò, y tanto mas cuanto, á nuestro juicio, lo profano que aceptó por necesidad, no dañó nunca el sentimiento piadoso arraigado en su alma.

Pero Juana Ines asegura que nunca se{XXXV} inclinó al matrimonio, y esos versos de fuego, esos versos que centellean como desprendidos del hierro candente golpeado sobre el yunque, fueron arrancados por la fuerza, casi con violencia; ¿cómo entendemos esto? ¡Ah! ¿os acordáis de Eloisa? Tambien se opuso al matrimonio. ¡Noble espíritu de la décima musa, perdonadnos! vos habeis dejado impreso vuestro ser en unas cuantas estrofas, y sois la causa de que así os juzguemos... La fuerza, la violencia, el poder de una mano que la jóven besaba y bendecia con gratitud, el dulce imperio de una voz para ella mágica é irresistible, la hicieron pulsar el laud y cantar: Juana nunca pudo resistir á los deseos é insinuaciones de su protectora la marquesa de Mancera, y de otras personas que, por el afecto y consideracion que la merecian, habian llegado á adquirir una suerte de imperio sobre ella. Cantó, pues, y aunque lo hizo de la manera que lo dice, no pudo ocultar sus propios afectos, y los trasladó á sus versos. Sea espontáneamente, ó bien por la herida que hace el acero en la corteza, el enebro produce incienso, y no ninguna otra resina. Para ocultar esos afectos era preciso guardar silencio; al cantar, su aparicion era infalible. De lo contrario ha{XXXVI}bria mentido la poetisa: sus cantares fueran falsos, descoloridos, insustanciales, frios como témpanos. Cierto, Juana Ines queria esconder lo que sentia, y le causaba positiva repugnancia aquello que debia hacer traicion á su secreto.

Quedan, pues, en su punto nuestras sospechas. ¡Qué! sospechas, decimos, y decimos mal: á nuestro juicio hay evidencia: Juana abrigaba una pasion de esas vehementes, violentas, consumidoras pasiones que prenden solo en el pecho de las poetisas formadas por el amor y para el amor. La sensibilidad con que nacen constituye su tormento y su gloria. Aman con delirio, padecen sin tregua, se sacrifican con heroismo; la espresion de su cariño, sus quejas, suspiros, gritos de angustia... todos son cantares, todos son melodías; y enbebecidas en los afectos ó en los dolores que las dominan, no advierten que el mundo las escucha; y absortas en su historia íntima actual, no tienden las miradas á lo porvenir donde brilla ya la seductora estrella de su fama. El poeta es un templo vivo consagrado á los afectos y á las ilusiones, y su propio corazon es la víctima del cotidiano sacrificio; mas la poetisa añade tanta ternura, tanto atractivo y misterio á ese culto sublime, que casi{XXXVII} siempre se hace superior, por este respecto, á su hermano de sentimiento y de armonía.

“Deja que nuestras dos almas,
Pues un mismo amor las rige,
Teniendo la union en poco,
Amantes se identifiquen.
Un espíritu amoroso
Nuestras dos vidas anime,
Y Láchises al formarlas
De un solo copo las hile;
Nuestros dos conformes pechos
Con solo un aura respiren,
Un destino nos gobierne
Y una inclinacion nos guie”.

¿Escuchais? Es Juana Ines quien deja escapar esas veces del corazon, esa melodía del amor.

Y estos no son los únicos ni los mas lucidos versos en que muestra su pasion: ¡oh, no! los hemos tomado á la ventura, reservándonos examinar mas adelante las mejores de sus poesías amorosas. Con todo, vienen muy á cuento las siguientes cuartetas para la materia que tratamos:

“Yo me ocuerdo (¡oh nunca fuera!)
Que he querido en otro tiempo,{XXXVIII}
Lo que pasó de locura
Y lo que excedió de extremo.”
“Tan precisa es la apetencia
Que á ser amados tenemos,
Que aun sabiendo que es inútil,
Nunca dejarla sabemos.”
“Si es delito, ya lo digo;
Si es culpa, ya la confieso;
Mas no puedo arrepentirme,
Por mas que hacerlo pretendo.”
“Pero valor, corazon,
Porque tan dulce tormento,
En medio de cualquier suerte,
No dejar de amar protesto.”

He ahí una confesion que ha debido excusarnos de escribir la mitad de cuanto en este capítulo llevamos dicho: ¡Juana Ines amaba! No importa que no sepamos quien fué el dichoso mortal en quien fijó sus ojos esta eminente mujer; contentámonos de saber que fué apasionada en el amor, de entrever que no fué dichosa en él, de recelar que algun desengaño, alguna pérdida, alguna de esas hondas penas propias de las almas elevadas y vehementes, contribuyeron á llevarla al monasterio, asilo frecuente, aun en dias de vivos, de{XXXIX} las desgracias que no tienen remedio en el mundo. Juana halló, queremos suponer, el consuelo que buscaba, y llegó talvez á disfrutar alguna felicidad: fué virtuosa, amaba el estudio; ya lo hemos dicho.

Poco tiempo despues de haberse colmado de gloria sosteniendo el certámen á que fué obligada, y ántes de haber llegado á los diez y ocho años de edad, tomó el velo en el monasterio de San Gerónimo de Méjico. Mas no por esto rompió del todo con el mundo: era una lámpara que Dios habia encendido para que puesta en alto alumbrara á todos los de la casa, y no para que fuese escondida debajo del celemin. La fama de su sabiduría la obligaba á vivir en comunicacion con las personas doctas y de encumbrada gerarquía; era un oráculo consultado por los vireyes, los prelados, los literatos y hombres científicos, nacionales y estranjeros, y por este medio participaba, mal su grado, de la vida social y profana que se agitaba allende los muros de su convento. Su sed de mayor sabiduría iba á par del brillo de su nombre y de la admiracion general de que era objeto, y doblaba el estudio y la meditacion. Sinembargo, no dejaba de cumplir con puntualidad sus deberes de monja, y como “la caridad era{XL} su virtud reina,” buscaba y aprovechaba las ocasiones de ejercerla, ya por medio de oportunos consejos y advertencias, ya con ocultas limosnas, ya sirviendo hasta de enfermera en el monasterio. Lo que rehusó siempre, porque le gustaba ménos que estas santas ocupaciones, ó por juzgarlo como ocasion de malgastar el tiempo, fué tener mando en la comunidad: dos veces fué electa abadesa, y ambas renunció decididamente. Fué quizás tambien obra de humildad; mas sino lo fué, bien se comprende la razon que tendria para rechazar el dominio sobre una reducida grey de mujeres, quien habia llegado á dominar por la fuerza del ingenio sobre toda una sociedad lucida y numerosa.

El tino en la distribucion del tiempo lo dobla y hasta triplica, y como Sor Juana Ines era en todo cuerda y activa, despues de las horas gastadas en sus piadosas atenciones y en entender en los asuntos profanos que como á sabia y literata la encomendaban, las tenia, pues, largas para consagrarse á sus favoritas labores intelectuales y departir á solas con sus cuatro mil amigos que habia logrado reunir en su biblioteca. Metida aquí, con leer y mas leer, estudiar y mas estudiar, como ella misma dice; teniendo por únicos maes{XLI}tros los libros y por condiscípulo el tintero, alcanzó mayor grado de perfeccion en las ciencias y artes que ya sabia, aprendió otras y escribió unas cuantas obras en prosa y verso.

Parece que su organismo hubiera sido hecho exprofeso para la observacion y la meditacion: cuando no tenia el libro en las manos, hallaba motivos de estudio en las personas que veía, en los objetos que la rodeaban, en el suelo que pisaba, en los ángulos de un aposento, en la luz, en el aire, en todo. “Paseábame, dice en una carta, en el testero de un dormitorio nuestro, que es una pieza muy capaz, y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo á nivel, la vista fingia que las líneas se inclinaban una á otra, y que el techo estaba mas bajo en lo distante que en lo próximo; de donde inferia que las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van á formar una figura piramidal. Y discurria si seria esta la razon que obligó á los antiguos á dudar si el mundo era esférico ó no; porque aunque lo parece, podia ser engaño de la vista, &.”

A nuestro juicio, aunque en el convento escribió muchas cosas profanas, las poe{XLII}sías eróticas deben referirse al tiempo anterior; pues si, como pensamos y tenemos por indudable, quiso ahogar en el claustro alguna desgraciada pasion, mal pudo haber atizado su dolencia en vez de remediarla. A lo ménos no era mujer que no pudiese hacer el sacrificio de cubrir en lo posible un sentimiento mundano con una piedad necesaria é imprescindible.

Pero monja era ya cuando se dieron á luz sus obras, y no una sino varias veces. En la tercera edicion del primer tomo se lee: “Corregida y añadida por su autora.” Si añadió y corrigió, no tuvo á bien por otra parte, suprimir los versos harto profanos y amorosos que desdecian de su estado. ¿Les juzgó inocentes, por ventura, en razon de ser hijos de un sentimiento verdadero? ¿Tuvo repugnancia de arrancar de su corona esas rosas brotadas en las huellas del amor? ¿Juzgó innecesario ocultar lo que ya el mundo conocia? Nada podemos contestar. Los editores dedicaron las obras de Sor Juana Ines “á la Soberana Emperatriz del cielo y tierra, María, nuestra Señora,” y esto sí se puede explicar: en aquellos tiempos en que la religiosidad española era nimia, porque era profunda la fe y suma la sencillez del espìritu, cuando gustaba algun{XLIII} libro, por impregnado que estuviese de los miasmas de las pasiones terrenales, se le echaba la dedicatoria á la Virgen ó á un santo, ó cuando ménos se les invocaba, como para neutralizar el escándalo que debia producir la lectura. Esa incoherente muestra de devocion servia de tenaza para agarrar el ascua. ¡Inocentadas de otra edad! Pudo ser tambien esa costumbre precaucion para amortiguar el celo del Santo Oficio, que cierto no culparia de malicioso á quien invocaba un bendito nombre para dar á la estampa los desahogos del corazon ó los desbordes de la fantasía.

La publicacion del primer tomo de sus versos trajo muchos disgustos á Sor Juana. En medio de los elogios aparecieron amargas censuras; pero estas, mas que en los defectos de las obras, se fundaban en el disparatado concepto de que el estudio de las letras era incompatible con la condicion del sexo femenino, y mas todavía con el estado monacal. El númen poético de la jóven religiosa era especialmente objeto de serias contradicciones. “¿Quién no creerá, dice en la carta citada, viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues{XLIV} Dios sabe que no ha sido muy así, porque entre las flores de esas mismas aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones, cuantos no podré contar”... “Pues por la en mí dos veces infeliz habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado? ó ¿cuáles no me han dejado de dar?”

De tan necias acusaciones se defiende Sor Juana citando con oportunidad y gracia varias mujeres célebres por su sabiduría, tanto entre las gentiles como entre las cristianas, así en la antigüedad como en los tiempos modernos. Con no menor destreza y fundado raciocinio combate á los que, aferrados al Mulieres in Ecclesia taccant, querian que dejase y condenase su aficion al estudio. ¡Salvaje pretension de la cual se vengó la sabia monja dando rienda á su ingenio! Llegó hasta privarse voluntariamente, cuanto le fué posible, de la sociedad de sus compañeras de claustro, por consagrarse mas y mejor á la lectura y la meditacion. Esto prefieren las almas grandes á la comunicacion con las almas vulgares.

Pero una de estas llegó a ser superiora de la comunidad, é inducida por alguno de los que se habian propuesto per{XLV}seguir á Sor Juana Ines, la prohibió toda lectura y estudio. Entónces era cuando su ardiente imaginacion buscaba y hallaba hasta en los objetos triviales ocasion de meditar y aprender. “Si Aristóteles hubiera guisado, decia alegremente una vez, mucho mas hubiera escrito.” Sinembargo, su espíritu estaba reducido á una especie de ayuno, y el esfuerzo que hacia para buscarse alimento sin el auxilio de los libros, vino á quebrantar las fuerzas físicas, y la jóven cayó gravemente enferma. “Eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones, refiere ella misma, que consumian mas espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los libros en cuatro dias.” Por fortuna los médicos calaron el motivo de la dolencia. Tras el diagnóstico vino la aplicacion de la medicina, los libros: abriéronle la biblioteca á Sor Juana despues de tres meses de entredicho y se le abrieron las puertas de la vida. Suceso enteramente igual al que se refiere del Petrarca: el Obispo de Cavaillon, su amigo, quiso privarle de la mucha lectura y le encerró sus libros; el poeta cayó malo, y fué menester devolverle las llaves de su biblioteca para restituirle la salud perdida en el ocio forzado á que se le condenó. Mala muestra de{XLVI} sus alcances dan los que piensan que solo de pan vive el hombre. La falta de pan enflaquece y mata la materia, mas no el espíritu. La falta de estudio y de saber mata el espíritu y á veces el cuerpo; este recibe vigor de la influencia de aquel. La naturaleza, aunque no siempre, es verdad, establece de tal manera las relaciones de los dos, que para que la máquina corpórea no se desorganice es precisa mucha actividad en las potencias del alma. “En árbol donde se coje la ciencia, no se coje la vida: vida y ciencia no son frutos de un mismo tronco,” ha dicho un eclesiástico al tratar de la temprana muerte de Sor Juana Ines. Esas palabras encierran una verdad, pero no absoluta: si se han visto gastarse muchas vidas y disolverse al fuego de la ciencia, como la nieve á los rayos del sol, no son pocas las que se han sostenido apoyadas por el trabajo mental de todos los dias, y que se habrian agostado y hecho polvo al sentir la inaccion del espíritu.

Veintitres años de clausura llevaba nuestra poetisa; veintitres años empleados en continuar dando pábulo á su pasion por la sabiduría; pero se habia inclinado acaso mas de lo justo á las ciencias y literatura profanas, con cuyo motivo la aconsejaba{XLVII} su amiga la trinitaria Filotea que, sin dejar la lectura de los filósofos y poetas, se consagrase con preferencia á las letras divinas y á la práctica de la virtud; porque “ciencia que no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica por necedad.” “Lástima es que tan grande entendimiento, añade Sor Filotea, de tal manera se abata á las rateras noticias de la tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el cielo.”

Algun tiempo despues, unos dos años ántes de su fallecimiento, se verificó en la vida de Sor Juana Ines un cambio radical y definitivo; se desprendió de su pasado, si asì podemos decir, rompió todos los lazos que la sujetaban á las profanidades de la tierra, se sobrepuso con voluntad heróica á la necesidad y á la costumbre del contacto con los doctos y grandes del mundo, y se dió completamente á la mística. Entónces, y no desde el principio de su clausura, como algunos han escrito, comenzó nuestra religiosa su vida de austeridad y penitencia. Cuál haya sido la causa de tan súbita y grande mudanza, no es posible decirlo con absoluta certeza. ¿Fué talvez la pérdida de alguna cara ilusion que guardaba en el secreto de su celda? ¿fué por en{XLVIII}tónces arrebatado de la muerte el amante, ya moralmente perdido para ella en la sociedad, pero todavía objeto del silencioso culto que un corazon ardiente no puede á veces dejar de rendir á su ídolo, aunque le vea caido ó sobre otro altar colocado? ¡Ay! de cuántas maneras, ademas de la muerte, se pierde lo que se ama, sin que se apague la pasion!... ¿Fué por ventura el orígen del cambio algun otro desengaño superior al que la obligó á cubrirse con las tocas monjiles, alguna demostracion inesperada de una de esas certidumbres crueles que restregan y allagan el delicado corazon de la mujer hasta matarlo? ¿fué el acìbar que derramaron en sus entrañas la murmuracion y la calumnia, eternas enemigas de la virtud y del saber? ¿fué el efecto que produjo al cabo la constante exhortacion de sus amigos que, como Sor Filotea y aun mas que ella, deseaban se entregase absolutamente á la contemplacion devota y práctica del rigor ascético? Cualquiera cosa que haya sido, la verdad es que se la vió trocada de sabia en santa. Su fervor para el estudio se convirtió en estremado celo por los ejercicios piadosos. Le parecia que hasta entónces habia vivido “no solo sin religion, sino peor que pudiera un pagano.{XLIX}

Vendió su librería, cuyo precio distribuyó entre los pobres, cambió los instrumentos de las ciencias y su amada lira con los cilicios y la disciplina, y llegó su exaltacion en la via del ascetismo hasta firmar con su sangre la protestacion de fe con que dió principio á su santificacion. Siempre son así las almas apasionadas: no conocen la templanza, ó no la juzgan virtud; el fuego en que se encienden las impulsa á volar, á precipitarse, y ó se disparan al cielo ó se hunden al abismo, siempre con la presteza del rayo.

Era imposible que tamaña alteracion no amenguase la salud de la religiosa. Ya sabemos el efecto que la hizo la privacion temporal de sus libros; pues la misma causa y en mayor grado, debió traer funestas consecuencias. Tarde comprendió el confesor el daño que el exceso de penitencia traia á la madre Juana, y trató en vano de moderarla. Nunca fué demasiado robusta, y fácilmente vino á dar en achacosa.

Por el año de 1695 se introdujo en el monasterio de San Gerónimo una fiebre que diezmó terriblemente la comunidad. Buena ocasion se le ofreció á Sor Juana Ines para ejercer la caridad, y la aprovechó; pero su estenuacion y el contacto{L} frecuente con las enfermas no tardaron en hacer que tambien se contagiase. Esta noticia alarmó y afligió á todo Méjico, y miéntras los mejores médicos agotaban su ciencia por salvar la vida de la insigne monja, las iglesias estaban llenas de gente que oraba por ella, se hacian rogativas públicas y las campanas tocaban plegarias. Todo fué inútil: Dios habia dispuesto apagar ese brillante lucero en la tierra para encenderlo en el cielo; el 17 de abril del mismo año no quedaban de la Décima Musa sino el cuerpo inanimado, próximo á convertirse en polvo, y el nombre venerado por sus compatriotas y expuesto, no obstante, á ser presa de la ingratitud y del olvido.

Las exequias que se le hicieron fueron suntuosas, y es grande el número de poesías que en América y España se escribieron en su elogio.

VI

Sor Juana Ines de la Cruz, segun su gran talento, vasta instruccion y rara facilidad de producirse, escribió relativamente poco. Sinembargo, dejó muy considerable número de poesías líricas, unas cuántas loas, género á la moda en su tiempo,{LI} varios autos y dos comedias. Entre las primeras están incluidos muchos villancicos, graciosos juguetes destinados al canto y que bien pudieran llamarse populares.

Sus obras en prosa son cortas en número y extension: un juicio crítico, ó sea crísis sobre un sermon, una carta á Sor Filotea, la descripcion de un arco triunfal, y varias oraciones y ejercicios piadosos.

El todo forma tres tomos en cuarto menor, debiendo advertirse que el ùltimo, que lleva el título de “Fama y obras póstumas del Fénix de Méjico &,” contiene como una tercera parte de prosa y versos de otros autores en alabanza de la poetisa.

Hemos apuntado en otra página que Juana Ines vino por desgracia al mundo en los dias nefastos para la literatura española, como una flor que debió nacer en la primavera y nació en el invierno cuyo cierzo le arrebató buena parte de su fragancia.

El mal gusto que apareció en la Penìnsula y se desenvolvió á la sombra de la fama de Góngora y con el poderoso esfuerzo de su mal empleado ingenio, fué una plaga universal: Italia, Francia é Inglaterra no pudieron librarse de ella; si{LII} bien no fué de tanta magnitud ni tan prolongado el feo achaque en estas naciones como en la desgraciada España, donde, por consiguiente, causó mayores estragos. Fué acaso porque Marini, Ronsard y John Lilly se quedaron muy atras del innovador cordovés en punto á grandeza y vigor de talento.

El trato asiduo de los clásicos latinos era comun á españoles é italianos, ingleses y franceses. Creyeron todos ellos que no era dable hallar ninguna otra fuente de bellezas literarias, y la falta de cordura en los estudios á que se aplicaron les produjo, si se puede hablar así, una indigestion de latinismo. De aquí nacieron, no solamente el prurito de dar al lenguaje un giro y saborete ajenos de su propia índole, sino los ridículos relumbrones del estilo, aquel extraño tejido de extrañas frases, aquel hacinamiento de oscuras imágenes y torcidos conceptos, aquella afectacion y pedantería insoportables en todo y por todas maneras.

Los maestros del clasicismo fueron y son excelentes, y ántes como despues de la invasion del mal gusto que bosquejamos, tuvieron discìpulos que, siguiéndolos paso tras paso, llegaron á alcanzar alta nombradía. Comprendieron muy bien{LIII} que la literatura clásica es esencialmente imitadora, y nunca se atrevieron á partir por otros caminos que por los trazados y conocidos. Pero asomaron ciertos ingenios que dieron en la singular locura de querer mostrarse originales sin dejar de ser copistas. Como tal pretension era imposible de realizar, los esfuerzos de todos ellos produjeron lo que debieron producir: adefesios y tonterías que les dieron, tras un momentáneo aplauso, descrédito perpetuo.

Bien examinada la historia de la literatura española, la escuela culterana tuvo sus principios algun tiempo ántes de la aparicion de Góngora, y siendo este muy jóven todavía, el justamente afamado Herrera presentó, como observa M. Ticknor, algunos gérmenes del dañado gusto que mas tarde habia de ser tan extenso y poderoso. Góngora alcanzó la funesta honra, si honra puede llamarse aunque funesta, de hacer que esos gérmenes se desarrollasen y convirtiesen en el àrbol de hondas raices y tendidas ramas que tomó el nombre de gongorismo.

Llegó á tal preponderancia el mal, que hubo tiempo en que su cerrazon no dejó traslucir luz ninguna en las regiones de la poesía española. Sor Juana Ines de la{LIV} Cruz floreció noventa años despues de Góngora, y habria sido maravilla no verla contaminada de los vicios dominantes que la rodearon desde el instante en que pisó los campos literarios.

Sinembargo, no fué del todo culterana, sino que participó de la secta conceptista y sutilmente artificiosa anterior á Góngora. El carácter de las locuras de este innovador se ve fielmente trasladado al Sueño que, imitándole, escribió nuestra monja. Cosa no extraña, por cierto, la autora daba preferencia al incomprensible Sueño, largo y asaz enojoso, sobre sus demas producciones, y el mismo aprecio mereció de los entendidos de su tiempo. Uno de estos dice elogiándole:

“Lo enfático á vuestro Sueño
Cedió Góngora, y corrido
Se ocultó en las Soledades,
De los que quieren seguirlo.”

En verdad, la discípula venció al maestro: nos parecen ménos oscuras las Soledades que el Sueño. Otro elogiador desea que tamaña maravilla tenga un hábil intérprete que la desenmarañe, y un tercer apasionado ensalza, por fin, las perífrasis, fantasías y sutilezas “con que hubo{LV} por fuerza de salir profundo (el Sueño,) y por consecuencia difícil de entender para los que pasan las honduras por oscuridad.”

Al saberse que Sor Juana Ines participò de los defectos y vicios de los cultos y conceptistas, fácil es juzgar cuál sea el carácter censurable de sus poesías; pero, ademas, se nota en muchas de ellas una fastidiosa erudicion histórica y mitológica, la aplicacion inoportuna de términos científicos y artísticos, falta de nobleza en varios asuntos, que no tienen otro objeto que dar años á los vireyes y grandes, derramando á manos llenas la adulacion; cansada monotonía en largos trozos; hasta prosaismo, flojedad, carencia de armonía en no pocos versos, y bastantes descuidos en el lenguaje, con ser, por lo general, puro y castizo en la fácil pluma de Sor Juana. No debemos pasar por alto en esta breve censura el mal gusto de introducir trozos burlescos en las piezas mas serias, y hasta puerilidades ridículas. En un villancico á San Pedro Apóstol hay unas coplas que comienzan con esta:

“Válgame el Sancta Sanctorum,
Porque mi temor corrija:{LVI}
Válgame todo el Nebrija,
Con el Thesaurus verborum.
Este sí es gallo gallorum
Que ahora cantar oì,
Qui qui riquí.”

En otros villancicos dedicados á San Pedro Nolasco, se halla un diálogo que empieza:

Hodie Nolascus divinus
In cœlis est collocatus.
Yo no tengo asco del vino,
Que ántes muero por tragarlo.”

Otras veces imita el dialecto de los negros esclavos, ó bien mezcla la lengua española con la mejicana, y en fin, profana á un tiempo su propio talento y el asunto mas digno de veneracion con despropósitos y miserias de la laya, increibles en una escritora como Sor Juana Ines, tan llena de prendas intelectuales y de claro juicio.

Quizás tantos y tan graves defectos hayan dado ocasion á juzgar que ha sido inmerecida la fama de nuestra monja; pero, con venia del lector, comenzaremos la defensa de ella aplicando al caso un verso del célebre Quintana, sin mas{LVII} que el cambio de un nombre: todos esos mortales pecados literarios,

“Crímen fueron del tiempo, no de Juana.”

En todos los escritos de esta, hasta en algunos de los mas defectuosos, se trasluce un talento nada comun. Su corazon de mujer espiritual y de mundo al mismo tiempo, fué ardiente y apasionado, y desde su fondo brotaban centenares de versos llenos de aquel no se qué inexplicable que se comunica á otros corazones, y no pertenece ni á las calidades del ser material ni al vulgo de los poetas: es la poesía hija de una naturaleza superior, y que se manifiesta sin esfuerzo ninguno dominando al arte, no la poesía que necesita del arte para levantarse y dominar. Su pensamiento es profundo, y cuando se muestra desembarazado de los defectos de la forma, agrada generalmente y deja impresion duradera en el ánimo. Su imaginacion rica, flexible é inquieta, bien pudiera compararse con el céfiro, con el colibrí, con la abeja: vuela entre las flores, besándolas, halagándolas, esparciendo á veces sus pétalos por el suelo, y siempre hurtándoles el aroma y la miel. Sinembargo, se distingue con frecuencia cierta gravedad en el fondo de sus poesías, gravedad que proviene de su tendencia{LVIII} congénita á pasar de la superficie al centro de las cosas: del color de las rosas á la esencia; de la armonía á la causa que la produce; de las bellezas del cuerpo á las del espíritu; de las condiciones de la vida material á la filosofía moral. Sor Juana Ines comprendió muy bien que la poesía no era para el deleite pasajero de un sentido externo, sino para seducir y avasallar el alma á fuerza de estimular sus afectos, de hacerlos arder, de hacerlos hervir al sagrado fuego de las musas. Quien no consigue producir tales efectos, no es poeta; quien permanece frio al influjo del poeta, es un desdichado de alma de trapo.

La asombrosa facilidad de versificar llevó á Sor Juana á emplear gran número de metros, cual si á posta hubiese querido jugar con todas sus dificultades; mas de aquí, de esta confianza absoluta en su facultad métrica, vino el que muchas veces obrase con descuido ó negligencia.

El mérito mas bien fundado de la poetisa se halla en sus producciones líricas; y entre estas las mas lucidas son aquellas en que ha espresado afectos amorosos y tiernos, de donde ha nacido que la juzgásemos tocada del fuego de Eloisa, porque nos parece de todo punto imposible que,{LIX} sin sentirla, se pinte bien una pasion. El amor no se finge, y si se finge nunca se le puede pintar como verdadero: al traves de todos los lineamentos y de todos los colores se descubre el esqueleto del engaño que no puede alucinar si no es á quien quiere alucinarse. Quizás algunas veces se poetise obligado por ajena voluntad, como asegura Sor Juana; pero si en la obra no entra el albedrio del escritor, sí entran por cierto su afecto y pensamiento, porque son los materiales de que por fuerza ha de valerse, so pena de producir una obra chavacana que le desconceptúe.

En todas, ó casi en todas las poesías del género de las que nos ocupan, ha esparcido Sor Juana Ines cierto tinte de dulce melancolía que sirve tambien de confirmacion á nuestras sospechas y juicios y de verdadera disculpa á su encierro en el claustro, en tan temprana edad y con manifiesta violencia de su carácter. Podríamos citar muchos versos en testimonio de nuestro aserto. Véase á lo ménos el soneto que comienza con este cuarteto:

“Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
Como en tu rostro y tus acciones via
Que con palabras no te convencia,
Que el corazon me vieses deseaba.”
{LX}

En todo él está pintada la pasion con pinceladas vivas y conmovedoras. Véase tambien el soneto tercero de la coleccion que va en seguida, en el que despues de una dulce y tierna queja, parece que la poetisa alcanza un instante de consuelo y prorrumpe estos bellos versos:

“No sé conqué destino prodigioso
Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido mas dichoso?”

Pero sobre todo, el alma de la jóven está retratada con toda la fuerza del amor concentrado que la abrumaba, en el bellìsimo soneto cuarto, que comienza:

“¡Detente sombra de mi bien esquivo!”

¿Puede espresarse de la manera que lo hace Sor Juana en estos versos quien no se siente penetrado de una vivísima pasion? ¡Oh, no! Si así fuera, tendríamos que convenir con un absurdo, con que el arte que sabe concertar las palabras y producir la armonía, tiene tambien la virtud de arrancar del corazon afectos que no conoce. ¡Oh, no! repetimos; quien pretenda convencernos enséñenos los granos de oro extraidos de una mina de hulla.

Otras veces la poetisa, en aquel estado del alma enamorada en que la sacuden{LXI} al mismo tiempo el deseo y el temor, la desconfianza y la indecision, pinta los afectos de la pasion con desenfado y melancólica gracia, como en las cuartetas que comienzan:

“Este amoroso tormento
Que en mi corazon se ve,
Sé que lo siento, y no sé
La causa por qué lo siento.
“Siento una grave agonìa
Por lograr un devaneo,
Que empieza como deseo
Y acaba en melancolía.”

En las endechas se siente el mismo calor, se percibe el mismo aroma, se oye la misma voz apasionada. En una de ellas dice:

“De tu rostro en el mio
Haz amorosa estampa,
Y mis mejillas frías
De ardiente llanto baña.”
...........
Recibe de mis labios
El que en mortales ansias
El exánime pecho
Ultimo aliento exhala!”
{LXII}

En los “Sentimientos de una ausencia” y la “Satisfaccion á unos celos,” se miran, prescindiendo de algunos de los defectos de que ya hemos hablado, abundantes oleadas de amor y sentimiento que conmueven y arrebatan. Rasgos como los siguientes hay varios en la primera de esas poesías:

“Si ves el cielo claro,
Tal es la sencillez del alma mia;
Y si, de azul avaro,
De tinieblas se emboza el claro dia,
Es con su oscuridad y su inclemencia
Imágen de mi vida en esta ausencia.
Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia!
Mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el dia
Que pongas dulce fin á tanta pena?
¿Cuando veré tus ojos, dulce encanto,
Y de los mios secarás el llanto?

Esta composicion nos trae á la memoria la celebrada cancion de Mira de Améscua, que presenta tantos objetos de la naturaleza como símiles de las diversas faces de su triste suerte.

De igual mérito es la segunda de las piezas citadas. ¡Qué pasion, qué ternura{LXIII} tan inocente, qué vigor de espresion la de este par de estrofas!

“Si otros ojos he visto,
Mátenme, Fabio, tus airados ojos;
Si á otro cariño asisto,
Asìstanme implacables tus enojos;
Y si otro amor del tuyo me divierte,
Tú que me has dado vida, me des muerte.
Si á otro alegre he mirado,
Nunca alegre me mires ni me vea;
Si le hablé con agrado,
Eterno desagrado en tí posea;
Y si otro amor inquieta mi sentido,
Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.”

Lector, pon la mano sobre el corazon, y si no le sientes agitado despues de la lectura de esos versos, confiesa que le tienes de mármol.

En otras composiciones finge la poetisa el dolor de una mujer que ha perdido á su esposo, y da paso franco á un torrente de llanto y llamas que no puede contener en el propio corazon. Comienza con estos muy significativos y valientes versos.

“A estos peñascos rudos,
Mudos testigos del dolor que siento,{LXIV}
Que solo siendo mudos
Pudiera yo fiarles mi tormento,
...........
Quiero contar mis males, &.”

Espresa luego en medio de un dolor delirante que, para mitigarle con la memoria de algun mal, habria querido que el esposo hubiese sido ménos amable y ménos fiel. Exajeracion hay sin duda en el pensamiento, pero mucha verdad en el modo de espresarlo:

“¡Quién tan dichosa fuera
Que de un agravio indigno se quejara!”
¡Quién un desden llorara!
¡Quién un alto imposible pretendiera!
¡Quién llegara de ausencia ó de mudanza
Casi á perder de vista la esperanza!
¡Quién en ajenos brazos
Viera á su dueño, y con dolor rabioso
Se arrancara á pedazos
Del pecho ardiente el corazon celoso!”

¡Qué versos todos! pero especialmente ¡qué versos los cuatro últimos! son brasas desprendidas de la hoguera del corazon. Espronceda nos habia sorprendido con su esclamacion en el “Canto á Teresa:{LXV}

“Huid, si no quereis que llegue un dia,
En que enredado en retorcidos lazos
El corazon, con bárbara porfía
Lucheis por arrancároslo en pedazos.”
...........
“Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazon pedazos hecho;”

pero los quilates de estos versos han rebajado bastante, á nuestro juicio, desde el punto en que hemos dado con los de la vehemente religiosa.

Basta para nuestro propósito lo que dejamos citado. Quien desee mas pruebas, lea las varias poesìas de carácter erótico en la compilacion que hemos formado de lo mas florido de las producciones de Sor Juana Ines. Solo falta que digamos, porque nos cumple decirlo, que en aquellas poesías tan apasionadas, tan fogosas, tan sájicas por el espíritu que las anima, no obstante que desdicen del estado religioso de su autora, no hay desenvoltura repugnante, no hay aquel sensualismo pagano que, por ejemplo, se ha censurado en la monja portuguesa, Violante de Ceo, coetánea de Sor Juana Ines. Si esta poetisó movida por un sentimiento puramente hu{LXVI}mano, nunca consintió que llegasen á su lira los dedos de la inmunda lascivia. Fué monja contra la naturaleza de su genio, y escribió para fuera del convento. Su espíritu se escurrió al mundo por entre las rejas del locutorio; mas el espíritu del mundo no la extravió ni manchó jamas. Sus virtudes de monja, aunque en todo caso virtudes, fueron adquiridas por fuerza; sus virtudes seculares, excelentes para la vida social y activa, fueron espontáneas; en estas tuvo el mérito de la docilidad para seguirlas y de la sinceridad de mostrarlas sin ofender la modestia; en aquellas tuvo el mérito del valor y del sacrificio, pues que tuvo que luchar consigo misma: las poseyó por derecho de conquista. De esta manera se esplica por qué su musa, mal avenida con la toca, prescindió con frecuencia de las virtudes ascéticas y respetó las sociales. Las primeras la obligaban á contradecir, á condenar sus afectos, y esto era imposible; las segundas podian santificar esos afectos quitándoles todo veneno corruptor, y á esa causa las dió preferencia.

No son ménos recomendables las demas poesías líricas de Sor Juana Ines, pues en todas ellas se ve patente su privilegiado ingenio y las dotes de su varonil al par{LXVII} que afectuoso corazon. Inclinada al tono cortesano, la gracia y el donaire le son naturales. La monotonía, la flojedad, el prosaismo, la vulgaridad que atras condenamos, son mucho ménos frecuentes en este género que en el dramático, y son asombrosos la habilidad y el garbo masculino y señoril con que se desembaraza de las mayores dificultades del arte y del pensamiento. Ha escrito buenos romances hasta en el frívolo género de la lisonja en los cumpleaños y otras felicitaciones; en algunos luce el sencillo y fácil lenguaje epistolar manejado con notable maestría. Su tino y delicadeza al espresarse en el seno de la amistad son admirables. Citemos como muestra el soneto en versos agudos que empieza:

“En mi vida, que siempre tuya fué,” y que está dedicado á la marquesa de Mancera. Los dos sonetos á la muerte del duque de Veráguas, por desgracia no de los mejores como artìsticos, en el fondo encierran imágenes bellas y muy delicadas ideas. El cuarteto con que comienza el primero nos parece muy bueno:

“Ves, caminante: en esta triste pira
La potencia de Jove está postrada;
Aquí Marte rindió su fuerte espada,
Aquí Apolo rompió su dulce lira.”
{LXVIII}

Los dos versos con que termina el segundo nos atrevemos á calificarlos de ricas perlas: despues de lamentarse la poetisa derigiéndose á un caminante (¡siempre ha de ser caminante el que lea un epitafio!), se consuela al considerar que vivirá la memoria del noble duque, pues

“En las piedras verás el Aquí yace,
Mas en los corazones, Aquí vive.”

Entre las cualidades que mas llaman la atencion al leer las obras de la musa mejicana, no debemos olvidar tampoco el gran conocimiento que muestra del corazon humano, y la tendencia que de aquì le viene á filosofar, indagando ya la naturaleza de las pasiones, ya sus consecuencias, ó bien examinando y pesando los sucesos de la vida con seso y pulso superiores á su sexo y al tiempo y tierra en que vivió. Como prueba de esta verdad, ahí están sus cuartetas “A los hombres,” en que con estilo severo y lógica percuciente les echa en cara su indigno porte con las mujeres, de cuyas faltas y vicios ellos son responsables ante Dios y la sociedad; ahí están igualmente varios de sus sonetos, como el que comienza:{LXIX}

“Fabio, en el ser de todos adoradas
Son todas las beldades codiciosas,”

el cual encierra una leccion maestra sobre la ambicion de las mujeres en lo tocante al amor. El soneto X,

“Miró Celia una rosa que en el prado &, es otro estudio muy acertado del corazon femenino. No son ménos notables los sonetos históricos “A Lucrecia,” “La esposa de Pompeyo” y “A Porcia.” El temple de alma de estas heroinas de la antigua Roma halló correspondencia en el alma de Sor Juana Ines, que á no haber tenido virtudes cristianas, no le habrían faltado las nobles prendas de aquellas mujeres.

Ahí están, por ùltimo como pruebas de nuestro sentir, unos cuantos trozos en los versos y en la prosa, que puede ir observando el atento lector.

En las poesías religiosas es inferior la monja, mas en ningun caso despreciable. Lo que mas se presta á la censura es el haber empleado en ellas un lenguaje profano, y á veces hasta chocarrero. Las mejores son las que produjo cuando, despues de haber vendido su librería y dado completamente de mano á las cosas del mundo, se entregó fervorosa á las prácti{LXX}cas devotas. Al principio de esta época debe referirse el bello romance que comienza con estas dos fàciles y sentidas cuartetas:

“Miéntras la gracia me excita
Por levantarme á la esfera,
Mas me abate á lo profundo
El peso de mis miserias.
“La virtud y la costumbre
En el corazon pelean,
Y el corazon agoniza
En tanto que lidian ellas.”

En este romance se ve ciertamente que el corazon de la sensible religiosa sirviò de palestra á la lucha de encontrados afectos, y, triunfe cualquiera de ellos, por demas seguro era que el corazon quedaría mal parado.

Un villancico ligero y gracioso al sueño de San José, da principio con un pensamiento semejante al de “La flor de Zurguen” de Meléndez Valdes:

“Quietos, airecillos,
No, no susurreis;
Mirad que descansa
Un rato José.{LXXI}
“No, no os movais,
Oh no, no voleis;
Quedito, pasito,
Que duerme José.”

En el género de poesìa que nos ocupa empleaba algunas veces nuestra monja el metro llamado lira, hoy en desuso, y que en composiciones de corto aliento no deja de ser agradable, porque entónces la repeticion cadenciosa de ciertas palabras no fastidia, como tampoco es fastidioso el compasado martilleo del mismo verso en la letrilla, tan usada por los poetas modernos.

Sor Juana, versada en el latin, no solo tradujo versos de esta lengua, sino que los hizo con soltura y donaire.

La poesía juguetona y burlesca ocupó tambien con frecuencia la lira de la célebre poetisa. Se chancea de las simplezas de un caballero español que la comparó con el ave Fénix, echa unas cuantas pullas á un poeta peruano[D] que le dedicó un ro{LXXII}mance, y burlándose con sorprendente facilidad de los consonantes forzados en varios sonetos, lanza agudas saetas ya contra Teresilla, ya contra los mismos que la ten{LXXIII}taron con la dificultad que acepta y vence; saetas que, en puridad, habria sido mejor que no todas saliesen de su aljaba, porque hieren demasiado... En el “Retrato de una belleza,” imitacion de Jacinto Polo, segun la misma autora, hay algunos rasgos satíricos bastante felices; pero cansa y fatiga su demasiada extension.

Los epigramas son breves y agudos. Los mas recomendables son el primero y el tercero; mas de las ideas que encierran decimos lo que de aquellas saetas, pues no nos parecen dignas de una monja, ni siquiera propias de una dama de la delicadeza y pulcritud de corazon de Juana Ines. Tenemos, por lo mismo, que apreciarlos prescindiendo de la autora, de cuya pluma no quisiéramos ver destilar ni una sola gota de acíbar.

De las comedias, “Amor es mas laberinto,” que pertenece al género heróico, es un embrollo inverosímil y pesado, que no tiene otra cosa recomendable si no es, por lo general, su bella y delicada versificacion. El segundo acto es obra de don Juan de Guevara, y colocado entre el primero y tercero de Sor Juana Ines, hace el efecto de una piedra pómez entre dos trozos de mármol. El lirismo que predomina en todas las poesías de la monja,{LXXIV} se estiende á sus composiciones dramáticas, y es quizá mas notable en la comedia que nos ocupa.

La segunda intitulada “Los empeños de una casa,” y que pertenece á las de capa y espada, vale mucho mas, aunque el artificio de la trama la hace tambien en muchas partes inverosìmil de puro enredado, defecto muy frecuente, á nuestro ver, hasta en varias de las mejores piezas dramáticas españolas de aquel siglo y del siguiente. El exceso de ingenio perjudicaba á sus autores, como perjudica á los árboles la exuberancia de savia.

Es de notar que en la pintura de doña Leonor hecha en la primera jornada de esta pieza, se descubre el intento de la autora de hacer su propio retrato.

En ambas comedias observamos que la poetisa gusta de escenas en la noche y á media luz para facilitar los toques cómicos ó dramáticos, ó el desenlace de algun punto muy complicado; en ambas asimismo hay doncellas y graciosos de tipo muy español, que sirven de confidentes y pajes á los principales protagonistas. En fin, por defectuosas que sean, no se puede desconocer en ellas la escuela á que pertenecen y la hábil mano que las ha trazado.{LXXV}

En punto á caracteres, aunque Sor Juana Ines los ha sostenido bien, no ha pintado ninguno que se distinga por la originalidad; y son, ademas, escasos de vivacidad y movimiento en las pasiones, y bastante pálidos é insustanciales.

Con todo, “Los empeños de una casa” se lee con mucho agrado, á beneficio de la flexibilidad y gracia del estilo, y de la soltura y armonía del verso.

El argumento, desembarazado de sus numerosos incidentes y reducido á su plan fundamental, queda así: don Pedro y don Cárlos son á un tiempo amantes de doña Leonor, quien corresponde al segundo. Doña Ana, hermana del primero, es amada de don Juan; mas se prenda ciegamente de don Cárlos. Este ha robado á Leonor y fuga con ella; pero don Pedro lo ha sabido con anticipacion, y merced á las arterías que emplea, son sorprendidos en la calle por dos embozados. Se cruzan los aceros, don Cárlos hiere á uno de ellos; los amantes son presos por la supuesta justicia, y doña Leonor es entrada y puesta en depósito en casa de don Pedro, como este lo habia dispuesto. Pero, sin saberlo ella, don Cárlos, que ha logrado fugar, cae tambien en la misma casa. Ambos hermanos aprovechan la co{LXXVI}yuntura, y don Pedro requiere á doña Leonor, y doña Ana á don Cárlos, aunque esta con disimulo y maña, procurando al mismo tiempo, por medio de la astuta Celia, su doncella, romper los amores de él con Leonor, quien sencillamente le instruyó de ellos. Despues de un intrincado laberinto de hechos, por obra de las tramas de doña Ana y Celia, y de los recíprocos celos de todos los amantes, incluso don Juan que ya sospecha de aquella, fugan por la noche doña Leonor y don Cárlos, ambos engañados, pues él cree que ella es doña Ana y la otra que él es don Juan. Como don Cárlos diera este paso por salvar de un lance de honor á la hermana de don Pedro, juzga prudente llevarla á casa de don Rodrigo, padre de Leonor, que la supone robada por don Pedro. Entretanto Ana, que no pudo huir, quiere salvar á don Cárlos, y equivocadamente pone á don Juan en un escondite, miéntras don Pedro galantea y requiebra al paje Castaño, que para facilitar su evasion se disfrazó con los vestido de doña Leonor. Don Rodrigo, viejo prudente, quiere salvar la honra de su hija casándola con don Pedro, y la honra de doña Ana, á quien piensa que tiene en su casa, enlazándola con don Cárlos. Vase, pues,{LXXVII} á hacer sus arreglos con don Pedro, que, por supuesto, acepta al instante la proposicion del anciano para él y para su hermana. Esta, que todo lo ha estado oyendo, se presenta de sobresalto y gozosa, sorprendiendo mucho á don Rodrigo, y hace salir del escondite al supuesto don Cárlos; y don Cárlos, que todo lo ha visto tambien, observa lleno de confusion que Ana está presente y que luego asoma por ahí su amada. Lánzase airado en medio de todos para sacarla, y da con su paje disfrazado. Auméntase el asombro, pues todos van conociéndose; don Pedro se enfurece contra Castaño, doña Ana se ve corrida, mohino don Juan, y doña Leonor que aparece á tiempo para que todo se desenrede, confiesa su pasion por don Cárlos, con quien al fin don Rodrigo consiente en casarla. Ana se conforma con sus antiguos amores y acepta á don Juan, y don Pedro se queda con sus galanterías mal empleadas en Castaño, el que se burla del pobre caballero y termina por echar unos piropos á Celia.

Tal es el argumento, ingenioso sin duda, que la autora ha ido desenvolviendo y manejando por medio de unos cuantos resortes que le sugeria su fecunda imaginacion. Hay diálogos animados, y Cas{LXXVIII}taño no deja de tener sal en algunos pasages.

En los autos se ha sujetado nuestra monja con fidelidad á las reglas del género, y los ha escrito como Calderon y Lope de Vega; pero en estos dramas que han caido en total desuso, y en los cuales la fe ayudaba poderosamante á la imaginacion, se presentan mas de bulto los defectos en que solía incurrir Sor Juana Ines, y de los cuales hemos tratado ya, sin que por esto neguemos las bellezas que tan raro ingenio ha esparcido en dichas producciones. Se cita como el mejor el auto intitulado El Divino Narciso; mas creemos que al lado de este esfuerzo de la inventiva de Sor Juana, en que la alegoría es á veces un enigma, pudiera colocarse, quizas con ventaja, el San Hermenegildo mártir.

VI

El verso es para el corazon y la prosa para la cabeza; aquel es el sentimiento, esta la lógica.

No queremos decir que no se puedan espresar los mas vivos afectos tambien en prosa, ni que el metro anda reñido con la gravedad del raciocinio; nada de eso, pues no hacemos sino indicar el me{LXXIX}jor y mas natural empleo relativo de cada una de esas formas.

Sor Juana Ines de la Cruz, como hemos visto, empleó el verso cuando quiso mostrarse poetisa, esto es, cuando quiso hablar con el corazon, dando salida á los afectos que en él hervian. Pero al proponerse escribir con los materiales acumulados en su privilegiada cabeza, manejó la prosa como debia y podia, con desenfado y galanura.

Las frecuentes citas en latin y la pesada forma silogística, así como tambien algunas sutilezas y rebuscadas frases, son los defectos de cuenta que Sor Juana Ines no ha podido evitar en esta clase de escritos. Era bien difícil que hubiera alcanzado á sacudirse del escolasticismo y gusto de la época, y es mucho verla desempeñarse de la manera que lo hace, á fuerza de talento y de saber, de profunda penetracion y delicado sentimiento. La naturaleza se sobrepuso á la escuela, y la lucidez de la inteligencia á las sombras del estragado gusto á la moda. La lengua, salvo tal cual defecto proveniente del mismo descarrío ó amaneramiento de la forma, y del melindre en labrar y redondear las mas sencillas ideas, muestra en el fondo pureza y casticismo dignos{LXXX} de alabanza. Si las producciones de la madre Juana pecan tal cual vez por la innecesaria espresion de muchos conceptos, juzgamos que, por otra parte, no pueden ser tachados de inútil fraseología, defecto capitalísimo en el dia, hasta en algunos de los que han alcanzado fama de grandes escritores en Europa y América.

El escrito en prosa en que nuestra monja quiso hacer mayor alarde de las premisas y consecuencias peripatéticas, y en el que, por lo mismo, es bastante cansada, es la “Crísis sobre un sermon;” pero, en cambio, en él resaltan como en ningun otro la fuerza viril de su inteligencia, su razon despejada y los profundos conocimientos escriturarios que llegó á poseer. El predicador, que fué el afamado padre Vieira, portugues, se empeñó en lucir su pedantesco saber y dió márgen á que la monja le despedazase bajo los golpes de una censura lógica y bien dirigida. El tema del sermon fué proponer la opinion de los santos Agustin, Tomas y Juan Crisóstomo acerca de las finezas de Cristo para con los hombres, y contradecirla luego probando que mayor fineza fué ausentarse que morir. La simple enunciacion de semejante aserto hace comprender cuales serian las sutilezas y fal{LXXXI}sedad de la dialéctica del buen orador.

La sabia religiosa, gastando excesiva urbanidad con él, analiza y escudriña su obra, defiende á los santos, y con argumentos que los escritos de estos mismos y las Santas Escrituras la proporcionan, sostiene la tésis contraria, motejando de paso y con sagaz disimulo la vanidad del predicador que llegó á decir no hallaba quien pudiese contradecirle.

Pongamos como muestra del estilo y manera de raciocinar de la monja el siguiente trozo:

“Pero porque me propuse probar que no es la ausencia mayor dolor que la muerte, y, por consiguiente, ni mayor fineza, sino al contrario, será preciso responder á la prueba de la Magdalena, y así digo: Que de llorar la Magdalena en el sepulcro y no llorar al pié de la cruz, no se infiere sea mayor dolor el de la ausencia que el de la muerte; ántes lo contrario. Pruébolo:

“Cuando se recibe algun grande pesar, acuden todos los espíritus vitales á socorrer la agonía del corazon que desfallece. Y esta retraccion de espíritus ocasiona general embargo y suspension de todas las acciones y movimientos, hasta que moderándose el dolor, cobra el corazon alien{LXXXII}tos para su desahogo, y exhala por el llanto aquellos mismos espíritus que le bruman por confortarle, en señal de que ya no necesita de tanto fomento como al principio. De donde se prueba por razon natural: Que es menos el dolor cuando da lugar al llanto, que cuando no permite que se exhalen los espíritus, porque los necesita para su aliento y confortacion. Pruébase con que este mismo efecto suele ocasionar un gozo: luego no son indicio de muy grave dolor las lágrimas, pues son un signo tan comun, que indiferentemente sirve al pesar y al gusto.”

Esta crítica fué ocasion de que Sor Filotea de la Cruz, religiosa de cuenta por su alcurnia, virtudes é inteligencia, dirigiese á la autora la carta que ántes hemos citado, no despreciable por la manera con que está escrita.[E] En ella elogia la obra de Sor Juana, que mandó imprimir con el título “Carta atenagórica,” y despues de apreciar y aplaudir la aficion de las mujeres á las letras, y especialmente en Sor Juana Ines el cultivo de la poesía, la aconseja que sinembargo modere su amor á las ciencias profanas y emplee en las divinas la mayor parte{LXXXIII} del tiempo.

A Sor Filotea respondió extensamente la poetisa. La naturaleza de este escrito no permitió el movimiento y tono escolásticos. Tiene algunos rasgos calcados sobre el gusto dominante, como tal cual meloso concepto, unas pocas sutilezas y muchas citas en latin, que si bien prueban clásica erudicion, no por eso dejan de ser fastidiosas. En cambio el español está manejado con pulcritud y gallardía, el estilo, si bien no siempre epistolar, es natural y fluido, la erudicion es oportuna y la riqueza y flexibilidad de imaginacion siempre de encumbrada poetisa. La lectura de esta carta es, pues, muy agradable; sus buenas cualidades hacen olvidar sus cortos defectos. Principia agradeciendo á Sor Filotea en palabras casi humildes el haber hecho publicar la “Crísis sobre un sermon;” pasa á darle algunas noticias sobre su propia vida y estudios, y termina defendiéndose de las acusaciones que se le habian hecho á causa de su amor y consagracion á ellos.

El “Neptuno alegórico,” descripcion en verso y prosa de un arco de triunfo erigido en Méjico en honra del conde de Parédes, virey de Nueva España, es lo que ménos vale de lo escrito por Sor Jua{LXXXIV}na Ines. Pero su prosa mística tiene grande mérito, porque ademas de las buenas partes que hemos notado en las piezas que acabamos de examinar, sus oraciones y meditaciones están adornadas de tal sencillez y blandura de afectos, de tal uncion devota y espíritu de profunda verdad, que ojalá estuviesen escritos por ese tenor los centenares de libros de esta clase que andan hoy en manos de la gente piadosa hasta en nuestras mas cortas y pobres aldeas. Los “Ejercicios devotos” para la novena de la Encarnacion son lo mejor que en este género de escritos ha dejado Sor Juana Ines.

{LXXXV}


ADVERTENCIAS.

1ª. Al verificar la seleccion de las obras de Sor Juana Ines de la Cruz, he creido conveniente cambiar ó simplificar los títulos ampulosos y enfáticos de muchas poesías, pues no habia para qué conservar un defecto que era propio del tiempo de la autora, y cuya correccion en nada altera lo sustancial de sus producciones.

2ª. He corregido la ortografía, cuyos vicios maleaban el sentido de mas de un pasage.

3ª. He hecho unas pocas y breves alteraciones en los lugares en que no cabe duda que las faltas ó errores provienen de la imprenta; libertad que me he tomado con tanta mas razon, cuanto las ediciones de los tres tomos que he consultado, son viciadas por demas, y ninguno tiene fe de erratas.

4ª. De varias piezas no he tomado sino fragmentos; pero lo he verificado de manera que, en lo posible, tengan ilacion y sentido cabal; esto es, que para ser entendidos no les haga falta la parte suprimida.{LXXXVI}

En ninguno de los cuatro casos se hallará ni el mas ligero cambio ú omision que pueda desfigurar, en el fondo ó en la forma, las producciones de la insigne religiosa que hoy vuelven á salir á luz; al contrario, ademas de fielmente copiadas van exentas de la mala compañía de otras que las oscurecian, y puestas en el órden conveniente.

J. Leon Mera.
{1}

OBRAS SELECTAS
DE
LA MONJA DE MEJICO.

ROMANCES.

I.

A los condes de Paredes, vireyes de Méjico, con motivo de haber concurrido á una fiesta en el monasterio de San Gerónimo.[F]

Hoy que las luces divinas
De uno y otro luminar
Se avecinan á la tierra
Sin ocultarse en el mar:
Hoy que se muestran benignos,
Depuesto el tono real,
Jove sin vibrar el rayo,
Juno sin la majestad:{2}
Hoy que Vénus de sus cisnes
Desunce el carro triunfal,
Y por América olvida
De Chipre la amenidad:
Hoy que gloriosa Belona
Tremola señas de paz,
Y por el ramo de oliva
Depone el asta fatal:
Hoy que Apolo ardiente deja
El monte de fatigar,
Y dejadas las saetas
Usa la lira no mas:
Hoy que pacífico Marte
Deja el estruendo marcial,
Y en tranquila paz conmuta
El estrépito campal:
Hoy que Alcídes apacible
En dulce tranquilidad
Y con mejor Yole cambia
Lo fuerte por lo galan:
Hoy, en fin, que en esta casa
Humanada la deidad,
Cuanto está mas disfrazada,
Tanto está mas celestial,
Su dueño, que en reverentes
Obsequios quiere mostrar
Que solo paga en deseos
Lo que no puede pagar,
No intenta pedir perdones,
Aunque ve su cortedad,
Pues sabe que en los favores
El primero es perdonar;{3}
Y pedir lo que se ha dado
Fuera querer estrechar
De una peticion al voto
Tanta liberalidad;
Pues sabe que las deidades
No tienen necesidad,
Como obran independientes,
De méritos para obrar;
Porque ántes en el indigno
Hace la grandeza mas:
Que es la estrechez del mendigo
Lisonja del liberal;
Que á no haber necesitados
No hallara objeto capaz,
Y era frustránea potencia
A faltar necesidad.
El bien es comunicable,
Y si llegara á faltar
Con quien, siempre fuera bien,
Mas no fuera utilidad.
Y así gustoso en su esfera,
Otra no quiere envidiar,
Pues merece que tres soles
Le lleguen á iluminar;
Y remitiendo al silencio
Lo que no puede esplicar,
A sí mismo de sus dichas
Los parabienes se da.
{4}

II

Dando el parabien á un doctorado.

Gallardo jóven ilustre,
Que en bien logrados abriles
De sazon temprana ofreces
Frutos que el Otoño envidie.
Tú que en gloriosa palestra
De las literarias lides,
Al alto honor de las ciencias
Nuevo añades sacro timbre;
Cuyo nombre será siempre,
En inscripciones plausibles,
Fatiga honrosa á los bronces,
Dulce afan á los buriles;
Hoy que doctoral insignia
Tu dichosa frente ciñe,
Y que de la amarga siembra
Gustosos frutos percibes,
Goza el laurel, goza el premio
Que tu fama te apercibe,
Puro blason que te adorne,
Cándido honor que te anime;
Gózale honroso, aun que corto
Desigualmente compite
El que tus sienes halaga
Al que tus méritos piden;
Gózale, excepcion del tiempo,
Y porque el mundo te admire,
Vive tanto como sabes,
Goza tanto como vives.
{5}

III

A un caballero español que dirigió á la autora un romance, diciéndola haber hallado en ella el fénix.

Válgate Apolo por hombre
[No acabo de santiguarme
Mas que vieja cuando Jove
Dispara sus triquitraques]
De tan paradoja idea,
De tan remoto dictámen;
Sin duda que este el autor
Es de los estravagantes.
Buscando dice que viene
Aquel pájaro que nadie,
Por mas que lo alaben todos,
Ha sabido á lo que sabe;
Para quien las cetrerias
Se inventaron tan en balde,
Que es un gallina el alcon
Y una mandria el gerifalte,
El azor un avechuelo,
Una marimanta el sacre,
Un cobarde el tagarote
Y un menguado el gavilane;
A quien no se le da un bledo
De que se prevenga el guante,
Pihuelas y capirote,
Con todos los demas trastes,
Que bien mirados son unos
Trampantojos borëales,
Que inventó la golosina
Para alborotar el aire;{6}
De cuyo antojo quedaron,
Por mucho que lo buscasen,
Sardanápalo en ayunas,
Heliogábalo con hambre.
De él el pobre caballero
Dice que viene al alcance,
Revolviendo las provincias
Y trasegando los mares;
Que para hallarlo, de Plinio
Un itinerario trae,
Y un mandamiento de Apolo
Con las señas de rara avis.
¿No echas de ver, peregrino,
Que el fénix sin semejante
Es de Plinio la mentira
Que de sí misma renace?
En fin, hasta aquí es nonada;
Mas nunca falta quien cante
Daca el fénix, toma el fénix,
En cada esquina de calle.
Es lo mejor que es á mí
A quien quiere encenizarme,
O enfenixarme, supuesto
Que allá uno y otro se sale.
Dice que yo soy la fénix
Que, burlando las edades,
Ya se vive, ya se muere
Ya se entierra, ya se nace;
La que hace de cuna y tumba
Diptongo tan admirable,
Que le mece de nacida
La que le guardó cadáver;{7}
La que en fragantes incendios
De las gomas mas suaves,
Es parecer consumirse
Volver á vivificarse;
La mayorazga del sol,
Que, cuando su pompa esparce,
Le engasta Ceilan el pico,
Le enriza Ofir el plumage;
La que mira con záfiros,
La que vuela con diamantes,
La que pica con rubíes
Y respira suavidades;
La que Atrópos y Laquésis
Es de su vital estambre;
Pues es la que corta el hilo
Y la que vuelve á enhebrarle.
Que yo soy, jurado Apolo,
La que vive de portante,
Y en la vida como en venta,
Ya se mete, ya se sale.
Que es Arabia la feliz
Donde sucedió á mi madre
Mala noche y parir hembra,
Segun dicen los refranes.
(Refranes, dije, y es que
Me lo rogó el consonante,
Y porque hay regla que dice;
Pro singulare plurale)
En fin, donde se pasó
La rota de Roncesválles;
Aunque quien nació de nones
no debiera tener pares.{8}
Que yo soy la que andar suele
En símiles elegantes,
Abultando los renglones
Y engalanando romances.
El lo dice, y de manera
Eficaz lo persüade
Que casi estoy por crerlo,
Y de afirmarlo por casi.
¡Qué fuera, que fuera yo
Y no lo supiera ántes!
Pues ¿quién duda que es el fénix
El que ménos de sí sabe?
Por Dios, yo lo quiero ser,
Pésele á quien le pesare;
Pues de que me queme yo
No hay razon que otro se abrase.
Yo no pensaba en tal cosa;
Mas si él gusta graduarme
De fénix, ¿he de echar yo
Aqueste honor á la calle?
¿Qué mucho que yo lo admita?
Pues nadie puede espantarse
De que haya quien se enfenice,
Cuando hay quien se ensalamandre,
Y de esto segundo vemos
Cada dia los amantes,
Al incendio de unos ojos
Consumirse sin quemarse;
Pues luego no será mucho,
Ni cosa para culparme,
Si hay solamandras barbadas
Que haya fénix que no barbe,{9}
Quizá por esto nací
Donde los rayos solares
Me mirasen de hito en hito,
No vizcos, como á otras partes.
Lo que mas gusto me ha dado
Es ver que de aquí adelante
Tengo solamente yo
De ser todo mi linage.
¿Hay cosa como saber
Que no dependo de nadie,
Que he de vivirme y morirme
Cuando á mí se me antojare?
¿Que no soy término ya
De relaciones vulgares,
Ni ha de cansarme el pariente
Ni molestarme el compadre?
¿Que yo soy toda mi especie,
Y que á nadie he de inclinarme,
Pues cualquiera debe solo
Amar á su semejante?
¿Que al médico no he de ver
Hacer juicio de mi achaque,
Pagándole el que me cure
Tanto como el que me mate?
¿Que mi tintero es la hoguera
Donde tengo de quemarme,
Supliendo los algodones
Por aromas orientales?
¿Que las plumas con que escribo
Son las que al viento se baten,
No ménos para vivirme
Que para resucitarme?{10}
¿Que no he de hacer testamento,
Ni cansarme en item mases,
Ni inventario, pues yo misma
He de volver á heredarme?
Gracias á Dios que ya no
He de moler chocolate,
Ni me ha de moler á mí
Quien viniere á visitarme.
Ya con estas buenas nuevas
De hoy mas tengo de estimarme,
Y de etiquetas de fénix
No he de perder un instante.
Ni tengo ya de sufrir
Que en mí los poetas hablen,
Ni ha de verme de sus ojos
El que no me lo pagare.
¿Cómo? Eso se querrian
Tener el fénix de balde:
¿Para qué tengo yo pico
Si no es para despicarme?
¡Qué dieran los saltimbancos
Para poder agarrarme,
Y llevarme como monstruo
Por esos andurrïales
De Italia y Francia, que son
Amigas de novedades!
Y ¡qué pagaran por ver
La cabeza del gigante,
Diciendo: “Quien ver el fénix
Quisiere, dos cuartos pague,
Que lo muestra maese Pedro
En la posada de Jáques!{11}
Aqueso no, no vereis
En este fénix, vergantes,
Que por eso está encerrado
Debajo de treinta llaves.
Y supuesto, caballero,
Que á costa de mil afanes
En la Invencion de la Cruz
Vos la del fénix hallásteis.
Por modo de privilegio
De inventor, quiero que nadie
Pueda, sin vuestra licencia,
A otra cosa compararme.
{12}

IV

A la condesa de Paredes, escusándose de enviarla un cuaderno de música.

Despues de estimar mi amor,
Excelsa, bella María,
El que en la divina vuestra
Conserveis memorias mias;
Despues de haber admirado
Que en vuestra soberanía,
No borrada de mi amor
Se mantenga la noticia;
Paso á daros la razon
Que á no obedecer me obliga
Vuestro precepto, si es que hay
Para esto disculpa digna.
De la música un cuaderno
Pedis, y es cosa precisa
Que me haga á mí disonancia
Que me pidais armonías.
¿A mí, señora, conciertos,
Cuando yo en toda mi vida
No he hecho cosa que pudiera
Sonarme bien á mí misma?
¿Yo arte de composiciones,
Reglas, caracteres, cifras,
Proporciones, cantidades,
Intervalos, puntos, líneas?
Quebrándome la cabeza
Sobre cómo son las sismas,
Si son cabales las comas,
En qué el tono se divisa;{13}
Si el semitono incantable
En número impar estriba,
A Pitágoras sobre esto
Revolviendo las cenizas;
Si el diatesaron ser debe
Por consonancia tenida,
Citando una estravagante
En que el papa Juan lo afirma;
Si el temple de un instrumento
Al hacerlo necesita
De hacer participacion
De una coma que hay perdida;
Si el punto de alteracion
A la segunda se inclina,
Mas porque ayude á la letra,
Que porque á las notas sirva;
Si el modo mayor perfecto
En la máxima consista,
Y si el menor toca al longo,
Cual es altera, cual tripla;
Si la imperfeccion que causa
A una nota otra mas chica,
Es total, ó si es parcial,
Esencial ó advenediza;
Si la voz que, como vemos,
Es cantidad sucesiva,
Valga solo aquel respeto
Con que una voz de otra dista;
Si el diapason y el diapente
En ser perfectos consista
En que ni ménos ni mas
Su composicion admita;{14}
Si la tinta es á las notas
Quien todo el valor les quita,
Siendo así que muchas hay
Que les da valor la tinta;
Lo que el armónico medio
De sus dos estremos dista,
Y del geométrico en que,
Y aritmético, distinga;
Si á dos mesuras es toda
La música reducida,
La una que mida la voz,
Y la otra que el tiempo mida;
Si la que toca á la voz
O ya intensa, ó ya remisa
Subiendo, ó bajando, el canto
Llano solo la ejercita;
Mas la exterior que le toca
Al tiempo en que es preferida,
Mide el compas y á las notas
Varios valores asigna;
Si la proporcion que hay
Del ut al re, no es la misma
Que del re al mi, ni el fa, sol
Lo mismo que el sol, la dista;
Que aunque es cantidad tan tenue,
Que apénas es percibida,
Sexquioctava, ó sexquinona,
Son proporciones distintas;
Si la enarmónica ser
A práctica reducida
Puede, ó si se queda en ser
Cognicion intelectiva;{15}
Si lo cromático el nombre
De los colores reciba
De las teclas, ó lo vario
De las voces añadidas;
Y en fin, andar recogiendo
Las inmensas baratijas
De calderones, guiones,
Chaves, reglas, puntos, cifras,
Pide otra capacidad
Mucho mayor que la mía,
Que aspire en las catedrales
A gobernar las capillas.
Y mas si es porque en él la
Bella doña Petronila
A la música en su voz
Nueva añada melodía.
¡Enseñar música á un ángel!
¿Quién habrá que no se ria
De que la rudeza humana
Las inteligencias rija?
Mas si he de hablar la verdad,
Es lo que yo algunos dias,
Por divertir mis tristezas,
Dí en tener esa manía;
Y empecé á hacer un tratado
Para ver si reducia
A mayor facilidad
Las reglas que andan escritas.
En èl, si mal no me acuerdo,
Me parece que decia,
Que es una línea espiral,
No un círculo, la armonía;{16}
Y por razon de su forma
Revuelta sobre sí misma
La intitulé Caracol,
Porque esa revuelta hacia;
Pero este está tan informe,
Que no solo es cosa indigna
De vuestras manos, mas juzgo
Que aun le desechan las mias.
Por esto no os le remito;
Mas como el Cielo permita
A mi salud mas alientos,
Y algun espacio á mi vida,
Yo procuraré enmendarle,
Porque teniendo la dicha
De ponerle á vuestros pies,
Me cause gloriosa envidia.
De don Pedro y don Martin
No podreis culpar de omisas
Las diligencias, que juzgo
Que aun excedieron de activas.
Y mandadme, que no siempre
Ha de ser tal mi desdicha,
Que queriendo obedeceros,
Con querer, no lo consiga.
Y al gran marques, mi señor,
Le direis de parte mia,
Que aun en tan muertas distancias
Conservo memorias vivas;
Que no olvido de su mano
Las mercedes recibidas;
Pues no son ingratos todos
Los que, al parecer, se olvidan;{17}
Que si no se lo repito,
Es por la razon ya dicha,
De escusar que lo molesta
Ostente lo agradecida;
Que no le escribo, porque
Siendo alhaja tan baldía
La de mis letras, no intento
Que de embarazo le sirva;
Y que ya que mi desgracia
De estar á sus pies me priva,
Le serviré en pedir solo
A Dios la vuestra y su vida.
{18}

V

A la condesa de Galve, en su cumpleaños.

Si el dia en que tú naciste,
Bellísima excelsa Elvira,
Es ventura para todos,
¿Porqué no lo será mia?
¿Nací yo acaso en las yerbas
O criéme en las ortigas?
¿Fué mi ascendiente algun risco
O mi cuna alguna sima?
¿No soy yo gente? ¿No es forma
Racional la que me anima?
¿No desciendo, como todos,
De Adan por muy recta línea?
¿No hay sindéresis en mí
Con que lo mejor elija,
Y ya que bien no lo entienda,
Por lo ménos lo perciba?
Pues ¿porqué no he de ir á verte,
Cuando todos te visitan?
¿Soy ave nocturna para
No poder andar de dia?
Si porque estoy encerrada
Me tienes por impedida,
Para esos impedimentos
Tiene el afecto sus limas.
Para el alma no hay encierro
Ni prisiones que la impidan,
Pues que solo la aprisionan
Las que se forja ella misma.{19}
Sutíl y ágil el deseo,
No hay, cuando sus plumas gira,
Solidez que no penetre
Ni distancia que no mida.
Contento con mi carencia,
Mi respeto sacrifica
Por el culto que te doy
El gusto que se me quita.
Entre el gusto y el decoro
Quiere la razon que elija
Lo que es adoracion tuya,
Antes que la fruicion mia.
Yo me alegro de no verte,
Porque fuera grosería
Que te cueste una indecencia
El que yo logre una dicha.
...........
Allá voy á verte; pero
Perdóname la mentira,
Que mal puede ir á un lugar
El que siempre en él habita.
Yo siempre de tu asistencia
Soy la mental estantigua,
Que te asisto, y no me sientes,
Que te sirvo y no me miras.
Yo envidiosa de la esfera
Dichosa que tu iluminas,
Formo con mis pensamientos
Las alfombras que tu pisas;
Y aunque invisible, allí el alma
Te venera tan rendida,
Que apénas logra el deseo
Desperdicios de tu fimbria.{20}
Mas cierto que del asunto
Estoy mas de cuatro millas,
Que leguas dijera, á no
Ser el asonante en ía;
Revístome de dar años,
Que aunque tan no apetecida
Dádiva en las damas, es
De la que tu necesitas;
Pero es tan breve el espacio
De tu juventud florida,
Que á otras se les darán años,
Mas á tí se te dan dias.
Yo te los doy, y no pienses
Que voy desapercibida
De las alhajas que observa
Hoy la etiqueta precisas;
Pues si de los años es
Una cadena la insignia,
Tengo la de ser tu esclava;
Mira si hay otra mas rica.
Por joyel un corazon,
Que en vez de diamantes brilla
El fondo de mi fineza,
El resplandor de mi dicha.
Góceslos como deseo,
Como mereces los vivas,
Que en lo que quiero y mereces
Dos infinitos se cifran.
No quiero cansarte mas,
Porque de que estés es dia
Hermosa á mas no poder,
Y de adrede desabrida.
{21}

VI

A la misma condesa.

Sobre si era atrevimiento,
Bella Elvira, responderte,
Y sobré si tambien era
Cobardía el no atreverme,
He pasado pensativa
Sobre un libro y un bufete,
Porque vayan otros sobres
Sobre el amor que me debes,
No sé yo qué tantos dias;
Porque como tu en tí tienes
Reloj de sol, no hay quien mida
Lo que vive ó lo que muere.
Y si no lo has por enojo,
Despues que estaba el caletre
Cansado asaz de pensar
Y de revolver papeles,
Resuelta á escribirte ya
En todos los aranceles
De jardines y de luces,
De estrellas y de claveles,
No hallé en luces ni en colores
Comparacion conveniente,
Que con mas de quince palmos
A tu hermosura viniese;
Con ser que no perdoné
Trasto que no revolviese
En la tienda de Timántes
Ni en el obrador de Apéles.{22}
Pues á los poetas ¡cuánto
Les revolví los afeites
Con que hacen que una hermosura
Dure, aunque al tiempo le pese!
En Petrarca hallé una copia
De una Laura ó de una duende,
Pues dicen que ser no tuvo
Mas del que en sus versos tiene.
Cubierta como de polvo,
Del griego una copia breve
Hallé de Helena, de Homero
Olvidada en un retrete.
Pues de Virgilio el coturno
No dejó de entrenerse
Con Elisa en el quam Lae
Ti te genuare parentes.
A Proserpina en Claudiano
Ni aun me diò gana de verle
La su condenada faz
Llena de hollines y peces.
De Lucrecia la romana,
Aquella beldad valiente,
Persuadiendo honor estaba
A las matronas de allende.
Florinda vana decia
A los moros alquiceles:
“Tanto como España valgo,
Pues toda por mí se pierden.”
Lavinia estaba callada,
Dejando que allá se diesen
Turno y el páter Enéas,
Y despues, ¡viva quien vence!{23}
En Josefo Marïamne,
Al ver que sin culpa muere,
Dijo: “Si me mata Heródes,
Claro es que muero inocente.”
Angélica en Arïosto
Andaba de hueste en hueste
Alterando paladines
Y descoronando reyes.
En Ovidio, como es
Poeta de las mujeres,
Hallé que al fin los pintores
Eran como los quereses;
Y hallé á escoger como en peras
Unas bellezas de á veinte,
A lo de qué quereis, pluma,
Que están diciendo, comedme;
En los prados mas que flores,
En el campo mas que nieve,
En las plantas mas que frutos,
En las aguas mas que peces.
A la rubia Galatea
Junto á la cándida Tétis,
A la florida Pomona,
Y á la chamuscada Céres;
A la gentil Aretusa,
Y á la música Canente
A la encantadora Circe
Y á la desdichada Héles;
A la adorada Corónis,
A la infelice Semele,
A la agraciada Calixto
Y á la jagtante Climene;{24}
Y otra gran tropa de ninfas
Acuátiles y silvestres,
Sin las mondongas que á cuestas
Guardaban los adherentes;
A la desdeñosa Dafne,
A la infausta Nictimene,
A la lijera Atalanta,
Y á la celebrada Asterie;
Y en fin la casa del Mundo
Que tantas pinturas tiene
De bellezas vividoras
Que están sin envejecerse,
Cuya dura fama el tiempo,
Que todas las cosas muerde
Con los bocados de siglos,
No les puede entrar el diente,
Revolví, como ya digo,
Sin que entre todas pudiese
Hallar una que siquiera
En el vestido os semeje.
Con que de comparaciones
Desesperada mi mente
Al viste y al así como
Hizo ahorcar en dos cordeles;
Y sin tratar de pintarte,
Sino solo de quererte,
Porque esta aunque culpa, es culpa
Muy fácil de cometerse;
Y esotro imposible, y culpa,
Y mas que culpa, se temen
De Icaro los precipicios
Y de Faeton los vaivenes.{25}
Mira ¡que vulgar ejemplo!
Que hasta los niños de leche
Faetonizan é icarizan
La vez que se les ofrece.
Y en fin, no hallo que decirte,
Sino solo que ofrecerte,
Adorando tus favores,
Las gracias de tus mercedes.
De ellos me conozco indigna;
Mas eres sol y amaneces
Por beneficio comun
Para todos igualmente.
Por ellos, señora mia,
Postrada beso mil veces
La tierra que pisas, y
Los pies, que no sé si tienes.
{26}

VII

Desahogos del corazon.

A fuera, á fuera, ansias mias,
No el respeto os embarace,
Que es lisonja de la pena
Perder el miedo á los males.
Salga el dolor á las voces,
Si quiere mostrar lo grande,
Y acredite lo insufrible
Con no poder ocultarse.
Salgan signos á la boca
De lo que el corazon arde,
Que nadie creerá el incendio
Si el humo no da señales.
No á impedir el grito sea
El miramiento bastante,
Que no es muy valiente el preso
Que no quebranta la cárcel.
El que su cuidado estime
Sus sentimientos no calle,
Que es agravio del motivo
No hacer del dolor alarde.
Mayor es que yo mi pena,
Y esto supuesto, mas fácil
Será que ella á mí me venza,
Que no que yo en ella mande.
{27}

VIII

un caballero que decia tener el pecho de nieve.

Allá va, Julio de Enero,
Ese papel, no á tus manos,
Sino al alma, que si es nieve,
Será de mis tiros blanco.
Arma de loriga el pecho,
Anima aliento bizarro,
Y á puntas de mis desdenes
Preven marmoreos reparos.
Dilata del corazon
Los senos mas reservados,
Y en inútiles defensas
Dobla á mi favor el lauro.
Arma el alma de cordura,
De sufrimiento el cuidado,
De reflexion lo atrevido,
Y de prudencia lo vano;
Que no bastará á librarte
De mi desden irritado
Ni las defensas del pecho,
Ni los esfuerzos del brazo;
Pues llevo para rendirte
Por ministros del estrago
Enojo que brota furias,
Desden que graniza rayos:
Yo que á la deidad montera
Crezco el desdeñoso bando,
A quien en desden excedo,
Si en hermosura no igualo;{28}
Yo que en diamantino pecho
Guardo un corazon de mármol,
Que aun en los tardos latidos
Da escasas señas de humano;
Yo que en la tabla del tiempo
Ejemplos mirando tantos,
Hago resguardo presente
Los infortunios pasados;
Yo á cuyos duros rigores,
A cuyo desden helado
Templa sus ardores Vénus,
Afloja Cupido el arco,
A tí que de mi despego
Pretendes ser el retrato,
Sin advertir lo que dista
Lo vivo de lo pintado,
Quizá porque así pretendes,
Sagazmente temerario,
Hacer á la semejanza
Tercera del agasajo;
Porque talvez en el mundo
Hay caprichos tan extraños,
Que conceden al desprecio
Lo que al amor le negaron.
¡Oh discurso irracional!
¿Que quepa en pechos humanos
Lo que al exámen de un bruto
Sale siempre condenado?
¿Qué fiera la mas furiosa,
Terror del bosque y del campo,
Si la sujeta la fuerza
No la domestica el trato?{29}
Si debí tan mal concepto,
Julio, á tu sentir errado,
A costa de tus desprecios
Comprarás el desengaño.
Lo que es razon no es capricho,
No es delito lo alentado,
No es injusticia lo activo,
Ni es culpa lo que es recato.
Si porque el amor se ofende
Intentas disimularlo,
Será doblada la ofensa
Por amor y por engaño.
Que no es acertada enmienda,
En términos cortesanos,
Indicarse de grosero
Por eximirse de honrado;
Si el amor por sí es plebeyo,
No es medio proporcionado
Querer que parezca noble
Con un disfraz tan villano;
Y mas habiendo delitos
De afectos tan encontrados;
Que aunque es delito el hacerlos
Es pundonor sustentarlos;
Que ya una vez proferidos
Insultos de enamorados,
Mejor que lo arrepentido
Suele quedar lo obstinado.
Demas que si sé tu amor,
¿Qué importa que tus cuidados
Los pronuncies como risa,
Si los oigo como llanto?{30}
Varias denominaciones
A una misma cosa hallamos,
Sin que la sustancia inmute
Lo exterior de los vocablos.
Y así en tu dolor será,
Cuando muestras desenfado,
Mudar el nombre á la queja,
Mas no mejorar el daño.
Si el fin que lleva la industria
Es de conseguir mi agrado,
Malograrás ofendiendo
Lo que no alcanzaste amando.
Deja la imposible empresa,
Si no quieres temerario
Que se rematen castigos
Los que avisos empezaron.
Ya, Julio, te he visto en juego;
Juega limpio y habla claro,
No me vistas de fineza
Con apariencias de agravio;
Que ántes que amor en mi pecho
El cetro empuñe tirano,
Fuente me verá su fuego,
Laurel me hallarán sus rayos;
Que aunque es verdad que castigo
Del desden parece casto,
Vencedor tronco ser quiero,
Mas que vencida ser astro.
{31}

IX

Entre la obligacion y el afecto.

Supuesto, discurso mio,
Que gozais en todo el orbe
Entre aplausos de entendido
De agudo veneraciones,
Mostradlo en el duro empeño
En que mis ansias os ponen,
Dando salida á mis ansias,
Dando aliento á mis temores.
Empeño vuestro es el mio;
Mirad que será desórden
Ser en causa ajena agudo
Y en la propia vuestra torpe;
Ved que es querer que las causas
Con efectos desconformes
Nieves el fuego congele,
Que la nieve llamas brote.
Manda la razon de estado
Que, atendiendo á obligaciones,
Las partes de Fabio olvide,
Las prendas de Silvio adore;
O que al ménos, si no puedo
Vencer tan fuertes pasiones,
Cenizas de disimulo
Cubran amantes ardores;
Que vano disfraz las juzgo,
Pues harán cuando mas obren
Que no se mire la llama,
No, que el ardor no se note.{32}
¿Cómo podré yo mostrarme,
Entre estas contradicciones,
A quien no quiero, de cera,
A quien adoro, de bronce?
¿Cómo el corazon podrá,
Cómo sabrá el labio torpe
Fingir halago, olvidando,
Mentir, amando, rigores?
¿Cómo sufrir abatido
Entre tan bajas acciones
Que lo desmienta la boca
Podrá un corazon tan noble?
¿Cómo la boca podrá,
Cuando el corazon se enoje,
Fingir cariños, faltando
Quien le ministre razones?
¿Podrá mi noble altivez
Consentir que mis acciones
De nieve y de fuego sirvan
A ser fábula del orbe?
Y yo doy que tanta dicha
Tenga, que todos lo ignoren;
Para pasar la vergüenza,
¿No basta que á mí me conste?
Que aquesto es razon me dicen
Los que la razon conocen;
Pues ¿cómo la razon puede
Forjarse de sinrazones?
¿Qué te costaba, hado impio,
Dar, al repartir tus dones,
O los méritos á Fabio,
O á Silvio las perfecciones?{33}
Dicha y desdicha de entrambos,
La suerte les descompone,
Con que el uno su desdicha
Y el otro su dicha ignore.
¿Quién ha visto que tan varia
La fortuna se equivoque,
Y que el dichoso padezca
Porque el infelice goce?
No me conviene el ejemplo
Que en el Mongibelo ponen,
Que en él es natural gala,
Y en mí violencia disforme;
Y resistir el combate
De tan encontrados golpes
No cabe en lo sensitivo,
Y puede sufrirlo un monte.
¡Oh vil arte, cuyas reglas
Tanto á la razon se oponen;
Que para que se ejecuten
Es menester que se ignoren!
¿Qué hace en adorarme Silvio?
Cuando mas fino blasone
Quererme, ¿es mas que seguir
De su inclinacion el norte?
Gustoso vive en su empleo
Sin que disgustos le estorben:
Pues ¿qué vence, si no vence
Por mí sus inclinaciones?
¿Qué víctimas sacrifica,
Qué incienso en mis aras pone,
Si cambia sus rendimientos
Al precio de mis favores?{34}
Mas hago yo, pues no hay duda
Que hace finezas mayores
Que el que voluntario ruega,
Quien violenta corresponde;
Porque aquel sigue obediente
De su estrella el curso dócil,
Y esta contra la corriente
De su destino se opone.
El es libre para amarme
Aunque otra su amor provoque,
Y ¿no tendré yo la misma
Libertad en mis acciones?
Si él restituirse no puede,
Su incendio mi incendio abone;
Violencia que á él le sujeta,
¡Qué mucho que á mí me postre!
¿No es rigor, no es tiranía,
Siendo iguales las pasiones,
o poder él reportarse
Y querer que me reporte?
Quererle porque él me quiere,
No es justo que amor se nombre:
Que no ama quien para amar
El ser amado supone.
No es amor correspondencia,
Causas tiene superiores
Que las concilian los astros,
O lo engendran perfecciones.
Quien ama porque es querida,
Sin otro impulso mas noble,
Desprecia al amante, y ama
Sus propias adoraciones.{35}
Del humo del sacrificio
Quiere los vanos honores,
Sin mirar si el oferente
Ha méritos que le adornen.
Ser potencia y ser objeto
A toda razon se opone,
Porque es ejercer en sí
Sus propias operaciones.
Aparte rey se distingue
El objeto que conoce,
Y lo amable, no lo amante,
Es blanco de los harpones.
Amor no busca la paga
De voluntades conformes;
Que tan bajo interes fuera
Indigna usara en los dioses.
No hay cualidad que en él pueda
Imprimir alteraciones
Del hielo de los desdenes,
Del fuego de los favores.
Su ser es inaccesible
Al discurso de los hombres,
Que aunque el efecto se sienta,
La esencia no se conoce.
Y en fin cuando en mi favor
No hubiera tantas razones,
Mi voluntad es de Fabio,
Silvio, y el mundo perdone.
{36}

X

En que cultamente espresa ménos aversion de la que afectaba un enojo.

Si el desamor ó el enojo
Satisfacciones admite,
Y si talvez los rigores
De urbanidades se visten,
Escucha, Fabio, mis males,
Cuyo dolor, si se mide,
Aun el mismo padecerlo
No lo sabrá hacer creible;
Mira mi altivez postrada,
Porque son incompatibles
Un pundonor que se ostente,
Con un amor que se humille;
Escucha de mis afectos
Las tiernas voces humildes
Que en enfáticas razones
Dicen mas de lo que dicen;
Que si despues de escucharme
Rigor en tu pecho asiste,
Informaciones de bronce
Te acrediten de insensible.
No amarte tuve propuesto;
Mas proponer ¿de qué sirve
Si á persuacion de Sirenas
No hay propósitos de Ulíses?
Pues es, aunque se prevenga,
En las amorosas lides
El griego ménos prudente,
Y mas engañosa Circe.{37}
Ni ¿qué importa que en un pecho
Donde la pasion reside
Se resista la razon,
Si la voluntad se rinde?
En fin, me rendí ¿Qué mucho
Si mis errores conciben
La esclavitud como gloria,
Y como pension lo libre?
Aun en mitad de mi enojo
Estuvo mi amor tan firme,
Que, á pesar de mis alientos,
Aunque no quise, te quise.
Pensé desatar el lazo
Que mi libertad oprime,
Y fué apretar la lazada
El intentar desasirme.
Si de tus méritos nace
Esta pasion que me aflije,
¿Cómo el efecto podrá
Cesar si la causa existe?
¿Quién no admira que el olvido
Tan poco del amor diste,
Que quien camina al primero
Al segundo se avecine?
No, pues, permitas, mi Fabio,
Que en ti el mismo afecto vive,
Que un leve enojo blasone
Contra un amor invencible.
No hagas que un amor dichoso
Se vuelva en afecto triste,
Ni que las aras de Antéros
A Cupido se dediquen.{38}
Deja que nuestras dos almas,
Pues un mismo amor las rige,
Teniendo la union en poco,
Amantes se identifiquen;
Un espíritu amoroso
Nuestras dos vidas anime,
Y Láchesis al formarlas
De un solo copo las hile.
Nuestros dos conformes pechos
Con solo un aura respiren;
Un destino nos gobierne,
Y una inclinación nos guie.
Y en fin, á pesar del tiempo
Pase nuestro amor felice
De las puertas de las Parcas,
Unidad indivisible,
Donde siempre, amantes sombras,
Nuestro eterno amor envidien
Los Leandros y las Heros,
Los Píramos y las Tisbes.
{39}

XI

Preludios del dolor de una ausencia.

Ya que para despedirme,
Dulce idolatrado dueño,
Ni me da licencia el llanto,
Ni me da lugar el tiempo,
Háblente los tristes rasgos,
Entre lastimosos ecos,
De mi triste pluma, nunca
Con mas justa causa negros.
Y aun esta te hablará torpe
Con las lágrimas que vierto,
Porque va borrando el agua
Lo que va dictando el fuego.
Hablar me impiden los ojos,
Y es que se anticipan ellos,
Viendo lo que he de decirte,
A decírtelo primero.
Oye la elocuencia muda
Que hay en mi dolor, sirviendo
Los suspiros de palabras,
Las lágrimas de conceptos;
Mira la fiera borrasca
Que pasa en el mar del pecho,
Donde zozobran turbados
Mis confusos pensamientos;
Mira cómo ya el vivir
Me sirve de afan grosero,
Que se averguenza la vida
De durarme tanto tiempo;{40}
Mira la muerte que esquiva
Huye porque la deseo,
Que aun la muerte, si es buscada,
Se quiere subir de precio;
Mira como el cuerpo amante
Rendido á tanto tormento,
Siendo en lo demás cadáver,
Solo en el sentir es cuerpo;
Mira como el alma misma
Aun teme, en su ser esento,
Que quiera el dolor violar
La inmunidad de lo eterno.
En lágrimas y suspiros
Alma y corazon á un tiempo,
Este se convierte en agua,
La otra se resuelve en viento.
Ya no me sirve la vida,
Esta vida que poseo,
Sino de condicion sola
Necesaria al sentimiento.
Mas ¿porqué gasto razones
En contar mi pena, y dejo
De decir lo que es preciso,
Por decir lo que estás viendo?
En fin, te vas. ¡Ai de mí!
Dudosamente lo pienso;
Pues si es verdad, no estoy viva,
Y si viva, no lo creo.
¿Posible es que ha de haber dia
Tan infausto, tan funesto,
En que sin ver yo las tuyas
Esparza sus luces Febo?{41}
¿Posible es que ha de llegar
El rigor á tan severo,
Que no ha de darle su vista
A mis pesares aliento?
¿Que no he de ver tu semblante?
¿Que no he de escuchar tus ecos?
¿Que no he de gozar tus brazos
Ni me ha de animar tu aliento?
¡Ai mi bien! ¡aí prenda mia!
¡Dulce fin de mis deseos!
¿Porqué me llevas el alma
Dejándome el sentimiento?
Mira que es contradiccion
Que no acabe en un sujeto
Tanta muerte en una vida,
Tanto dolor en un muerto.
Mas ya que es preciso ¡aí triste!
En mi infelice suceso,
Ni vivir con la esperanza,
Ni morir con el tormento,
Dame algun consuelo tú
En en dolor que padezco,
Y quien en el suyo muere,
Viva siquiera en tu pecho.
No te olvides que te adoro,
Y sírvante de recuerdo
Las finezas que me debes,
Si no las prendas que tengo.
Acuérdate que mi amor
Haciendo gala del riesgo,
Solo por atropellarlo
Se alegraba de tenerlo.{42}
Y si mi amor no es bastante,
El tuyo mismo te acuerdo,
Que no es poco empeño haber
Empezado ya en empeño.
Acuérdate, señor mio,
De tus nobles juramentos,
Y lo que juró tu boca
No lo desmientan tus hechos;
Y perdona si en temer
Mi agravio, mi bien, te ofendo,
Que no es dolor el dolor
Que se contiene en lo atento.
Y á Dios, que con el ahogo
Que me embarga los alientos,
Ni sé ya lo que te digo.
Ni lo que te escribo leo.
{43}

XII

Los celos prueban amor.

(FRAGMENTOS.)

...........
Son ellos de que hay amor
El signo mas manifiesto,
Como la humedad del agua
Y como el humo del fuego.
No son, que dicen, de amor
Bastardos hijos groseros,
Sino legítimos, claros
Sucesores de su imperio.
Son crédito y prueba suya,
Pues solo pueden dar ellos
Auténticos testimonios
De que es amor verdadero;
Porque la fineza, que es
De ordinario el tesorero
A quien remite las pagas
Amor de sus libramientos,
¿Cuántas veces motivada
De otros impulsos diversos
Ejecuta por de amor
Decretos de galanteo?
El cariño ¿cuántas veces,
Por dulce entretenimiento
Fingiendo quilates, crece
La mitad del justo precio?{44}
¿Y cuántas mas el discurso,
Por ostentarse discreto,
Acredita por de amor
Partos del entendimiento?
¿Cuántas veces hemos visto
Con disfraz de rendimientos
A la propia conveniencia,
O á la tema, ó al empeño?
Solo los celos ignoran
Fábricas de fingimientos,
Que como son locos tienen
Propiedad de verdaderos.
...........
Del frenético que fuera
De su natural acuerdo
Se despedaza, no hay quien
Juzgue que finge el estremo.
En prueba de esta verdad
Mírense cuantos ejemplos
En biblioteca de siglos
Guarda el archivo del tiempo.
A Dido fingió el troyano,
Mintió á Ariadna Teseo,
Ofendió á Mínos Pasífae,
Y engañaba á Marte Vénus;
Semíramis mató á Nino,
Elena deshonró al griego,
Jasson deshonró á Medea,
Y dejó á Olimpia Vireno;
Bersabé engañaba á Urias,
Dálila al caudillo hebreo,
Jael á Sisara horrible,
Judit á Holoférnes fiero.{45}
Estos y otros que mostraban
Tener amor, sin tenerlo,
Todos fingieron amor,
Mas ninguno fingió celos;
Porque aquel puede fingirse
Con otro color; mas estos
Son la prueba del amor
Y la prueba de sí mesmos.
...........
Ellos solos se han con él
Como la causa y efecto:
¿Hay celos? luego hay amor.
¿Hay amor? luego habrá celos.
De la fiebre ardiente suya
Son el delirio mas cierto,
Que como están sin sentido
Publican lo mas secreto.
...........
Para tener celos basta
Solo el temor de tenerlos,
Que ya está sintiendo el daño
Quien está sintiendo el riesgo.
...........
Decir que este no es cuidado
Que llega á desasosiego,
Podrá decirlo la boca,
Mas no comprobarlo el pecho.
...........
Y aunque ellos en sí no pasen
El término de lo cuerdo,
¿Quién lo podrá persuadir
A quien los mira con miedo?{46}
Aplaudir lo que yo estimo
Bien puede ser sin intento
Segundo; mas ¿quién podrá
Tener mis temores quedos?
Quien tiene enemigos, suele
Decirse, no tenga sueño;
Pues ¿como ha de sosegarse
El que los tiene tan ciertos?
Quien en frontera enemiga
Descuidado ocupa el lecho,
Solo parece que quiere
Ser del contrario trofeo.
Aunque inaccesible sea
El blanco, si los flecheros
Son muchos, ¿quién me asegura
Que alguno no tenga acierto?
Quien se alienta á competirme
Aun en menores empeños,
Es un dogal que compone
Mis ahogos con su aliento;
Pues ¿qué será el que pretende
Excederme en los afectos,
Mejorarme en las finezas
Y aventajarme en deseos?
¿Quién quiere usurpar mis dichas?
¿Quién quiere ganarme el premio?
Y ¿quién en galas del alma
Quiere quedar mas bien puesto?
¿Quién para su exaltación
Procura mi abatimiento,
Y quiere comprar sus glorias
A costa de mis desprecios?{47}
¿Quién pretende con los suyos
Deslucir mis sentimientos,
Que en los deleites del alma
Es el mas sensible duelo?
...........
La confianza ha de ser
Con proporcionado medio;
Que deje de ser modestia
Sin pasar á ser despego.
El que es discreto, á quien ama
Le ha de mostrar que el recelo
Lo tiene en la voluntad
Y no en el entendimiento.
Un desconfiar de mí,
Y un estar siempre temiendo
Que pueda exceder al mio
Cualquiera mérito ageno;
Un temor que la fortuna
Pueda con airado ceño
Despojarme, por indigno,
Del favor que no merezco;
No solo no ofende, y ántes
Es el esmalte mas bello
Que á las joyas de lo fino
Les puede dar lo discreto.
Y aunque algo exceda la queja,
Nunca queda mal, supuesto
Que es gala de lo sentido
Exceder de lo modesto.
Lo atrevido de un celoso
Irracional, y lo terco,
Prueba es de que amor la beca
Ha menester de un colegio.{48}
Y aunque muestre que se ofende,
Yo sé que por allá dentro
No le pesa á la mas alta
De mirar tales estremos.
La mas airada deidad
Al celoso mas grosero
Le está aceptando servicios
Los que riñe atrevimientos.
La que se queja oprimida
Del natural mas estrecho,
Hace ostentacion de amada
El que parece lamento.
De la triunfante hermosura
Tiran el carro soberbio
El desdichado con quejas,
El celoso con despechos.
...........
...........
{49}

XIII

Al marques de la Laguna.

(FRAGMENTOS.)

...........
Vivid, y vivid discreto,
Que es solo vivir felice;
Pues dura y no vive quien
No sabe apreciar que vive.
Si no sabe lo que tiene
Ni goza lo que recibe,
En vano blasona el jaspe
El don de lo incorruptible.
No en lo diuturno del tiempo
La larga vida consiste:
Talvez del seso las canas
Honran años juveniles.
...........
Las canas se han de buscar
Antes que el tiempo las pinte,
Que al que las pretende, alegran,
Y al que las espera, afligen.
Quien para ser viejo espera
Que los años se deslicen,
Ni conserva lo que tiene,
Ni lo que espera consigue;
Con lo cual casi al no ser
Viene el necio á reducirse,
Pues ni la vejez le llega,
Ni la juventud le asiste.{50}
Quien vive por vivir solo,
Sin buscar mas altos fines,
De lo viviente se precia,
De lo racional se exime.
Y ni aun de la vida goza,
Pues si bien llega á advertirse,
El que vive lo que sabe
Solo sabe lo que vive.
Quien llega necio á pisar
De la vejez los confines,
Vergüenza peina y no canas,
No años, afrentas repite.
...........

{51}

XIV

La ciencia inútil.

Finjamos que soy feliz,
Triste pensamiento, un rato;
Quizá podreis persuadirme,
Aunque yo sé lo contrario.
Que, pues solo en la aprension
Dicen que estriban los daños,
Si os imaginais dichoso
No sereis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento
Alguna vez de descanso,
Y no siempre esté el ingenio
Con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
Y pareceres tan varios,
Que lo que los unos negro,
Los otros prueban que es blanco.
A unos sirve de atractivo
Lo que otros conciben malo,
Y lo que este por alivio
Aquel tiene por trabajo.
El que está triste censura
Al alegre de liviano,
Y el que está alegre se enoja
De ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos
Bien esta verdad probaron,
Pues lo que en el uno risa
Causaba en el otro llanto.{52}
Célebre su oposicion
Ha sido por siglos tantos,
Sin que cual acertó este
Hasta agora averiguado;
Antes en sus dos banderas
El mundo todo alistado,
Conforme el humor le dicta
Sigue cada cual su bando.
Uno dice que de risa
Solo es digno el mundo vario,
Y otro que sus infortunios
Solo son para llorados.
Para todo se halla prueba
Y razon en qué fundarlo,
Y no hay razon para nada,
De haber razon para tanto.
Todos son iguales jueces,
Y siendo iguales y varios,
No hay quien pueda decidir
Cuál es lo mas acertado.
Pues si no hay quien lo sentencie,
¿Porqué pensais vos errado
Que os cometió Dios á vos
La decision de los casos?
O ¿porqué contra vos mismo
Severamente inhumano,
Entre lo amargo y lo dulce
Quereis elegir lo amargo?
Si es mio el entendimiento,
¿Porqué siempre he de encontrarlo
Tan torpe para el alivio,
Tan agudo para el daño?{53}
El discurso es un acero
Que sirve por ambos cabos:
Para dar muerte la punta,
El pomo para resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro,
Quereis por la punta usarlo,
¿Qué culpa tiene el acero
Del mal uso de la mano?
No es saber, saber formar
Discursos sutiles, vanos,
Que el saber consiste solo
En elegir lo mas sano.
Especular las desdichas
Y examinar los presagios,
Solo sirve de que el mal
Crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros
La atencion sutilizando,
Mas formidable que el riesgo
Suele fingir el amago.
¡Qué feliz es la ignorancia
Del que indoctamente sabio
Halla de lo que padece
En lo que ignora sagrado!
También es vicio el saber;
Que si no se va atajando,
Cuando ménos se conoce
Es mas nocivo el estrago;
Y si el vuelo no le abaten,
En sutilezas cebado,
Por cuidar de lo curioso
Olvida lo necesario.{54}
Si culta mano no impide
Crecer al árbol copada,
Quita la sustancia al fruto
La locura de los ramos.
Si andar á nave ligera
No estorba lastre pesado,
El vuelo sirve á que sea
El precipicio mas alto.
En amenidad inútil,
¿Qué importa al florido campo,
Si no halla fruto el otoño,
Que ostente flores el mayo?
¿De qué le sirve al ingenio
El producir muchos partos,
Si á la multitud se sigue
El malogro de abortarlos?
Y á esta desdicha, por fuerza,
Ha de seguirse el fracaso
De quedar el que produce,
Si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego,
Que con la materia ingrato
Tanto la consume mas
Cuanto se ostenta mas claro.
Es de su propio señor
Tan revelado vasallo,
Que convierte en sus ofensas
Las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio,
Este duro afan pesado,
A los hijos de los hombres
Dios dió para ejercitarlos.{55}
¿Qué loca ambicion nos lleva
De nosotros olvidados?
Si es para vivir tan poco,
¿De qué sirve saber tanto?
¡Oh! si como hay de saber
Hubiera algun seminario
O escuela donde á ignorar
Se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera
El que flojamente cauto
Burlara las amenazas
Del influjo de los astros!
Aprendamos á ignorar,
Pensamiento, pues hallamos
Que cuanto añado al discurso,
Tanto le usurpo á los años.

{56}

XV.

Dando las pascuas á la condesa de Paredes.

(FRAGMENTO.)

Allá van para que pases
Gustosas pascuas, señora,
Con aquestos bobos versos
Aquesas gallinas coplas.
Como quien soy te regalo,
Como quien eres perdona,
Y ambas habremos cumplido
Con todo lo que nos toca.
Tú eres reina, yo tu hechura;
Tú deidad, yo quien te adora;
Tú eres dueño, yo tu esclava;
Tú eres mi luz, yo tu sombra.
Yo no tengo que ofrecerte,
Pues de mi misma persona,
Por mas antiguo derecho
Es tu hermosura acreedora.
Y si ahora quiero darme
En retorno de tus honras,
Será cometer un robo
Por hacer una lisonja.
Y querer satisfacer
La deuda á su propia costa,
No es cumplir con la conciencia,
Sino con la ceremonia.{57}
Pero quien á las deidades
Pone víctimas devotas,
De los mismos beneficios
Los beneficios retorna.
¿No es de las deidades todo?
¿A su influjo no se adornan
De vida y sentido el bruto,
Las plantas de frutas y hojas?
Con su beneficio el campo
Doradas espigas brota,
Pace el cordero y las plantas
Destilan fragantes gomas.
Y no obstante vemos que
Sobre sus aras se corta
A aquel el cuello, y que el ámbar
Es exhalado en aromas.
Pues así yo nuevamente
A tus plantas generosas
Mi esclavitud ratifico
Con reiteradas memorias.
Recibe, divina Lisi,
De una alma que se te postra
El deseo de ser muchas,
Porque de muchas dispongas.
...........

{58}

XVI.

Con ocasion de haberse sacado por suerte, en una diversion de año nuevo, un galan para cada dama.

(FRAGMENTO.)

...........
Empezó á sacar la suerte
Con tal ajuste y destreza,
Que hizo entónces el acaso
Mas que la eleccion pudiera.
A don Juan salió Matilde,
Cuyas dulces niñas bellas
Son acreedoras de amor
De las mas doradas flechas;
A don Miguel, Amarílis,
Beldad en cuyas cadenas
En dulce esclavitud gimen
Tantas libertades presas;
A don Cárlos salió Julia,
Para que en mejor esfera
Sepa nueva astrologia,
Que se incluye en dos estrella;
Silvia á Guevara, con cuya
Belleza, donaire y prendas
Es un desairado garbo
La discrecion de una necia;
A don Luis le cupo Lisi,
A don Adolfo, Marcela,
A don Teobaldo, Felicha,
Y á don Manuel salió Celia.{59}
A vos, por sor mas galan,
(Dicho en paz de todos sea,
Pues no es bien llegue á los hombres
La mujeril competencia)
Os cupo, claro se estaba,
Lo peor, que es cosa cierta
Que no se aviene Fortuna
Jamas con naturaleza;
Antes enemiga siempre
Y á su dictámen opuesta,
Lo que ella desdeña, ampara,
Lo que ella ampara, desdeña.
Yo juzgo que lo hace adrede
Y no acaso, como piensan,
Y que tiene en hacer mal
Su poquito de advertencia;
Pues, al uso de las lindas,
Anda forjando soberbia
De méritos ultrajados
Los triunfos de su grandeza.
Ella es Fálaris de gustos,
Ella es Nerona de haciendas,
Y hace de abrasadas Romas
Luminarias en sus fiestas.
Mas no quiero murmurarla,
Que no es razon que se entienda
Que á quien debo un beneficio
Le pago con una ofensa.
En la suerte, en fin, señor,
Ella, como siempre ciega,
Por serme á mí favorable,
Anduvo con vos adversa:{60}
Saliéronnos parecidas
Las suertes, de esta manera,
La vuestra como mi cara,
La mia como la vuestra.
No os ofendió en esto nada,
Pues ántes dispuso cuerda
Que á vista de un mal empleo
Resalten mas vuestras prendas:
No fuera el sol tan lucido
Si á su dorada madeja
Talvez por negras lazadas
No adornaran nubes densas;
No ostentara el monte altivo
Su robusta corpulencia,
Si la bajeza del valle
No exaltara su grandeza;
No saliera tan hermosa
La aurora vertiendo perlas,
Si no avivaran sus luces
Los lejos de las tinieblas;
No campara de florida
Lozana la Primavera,
Si no viniera el Estio
Pisando sus verdes huellas;
No presumiera en el prado
De cándida la azucena,
Si no la hiciera lucir
Lo oscuro de la violeta.
...........

{61}

XVII

A doña María de Guadalupe Alencastre.

(FRAGMENTOS.)

...........
Desde la América enciendo
Aromas á vuestra imágen,
...........
...........
Desinteresada os busco,
Que el afecto que os oplaude,
Es aplauso á lo entendido
Y no lisonja á lo grande;
Porque ¿para qué, señora,
En distancia tan notable
Habrán vuestras altiveces
Menester mis humildades?
Y no he menester de vos
Que vuestro favor me alcance
Favores en el consejo,
Amparo en los tribunales;
Ni que acomodeis mis deudos,
Ni que ampareis mi linage,
Ni que mi alimento sean
Vuestras liberalidades:
Que yo, señora, nací
En la América abundante,
Compatrïota del oro,
Paisana de otros metales;{62}
A donde el comun sustento
Se da casi tan de balde,
Que en ninguna parte mas
Se ostenta la tierra madre.
De la comun maldicion
Libres parece que nacen
Sus hijos, segun el pan
No cuesta sudor y afanes.
Europa mejor lo diga,
Pues há tanto que insaciable
De sus abundantes venas
Desangra los minerales.
Y cuantos el dulce lotos
De sus riquezas les hace
Olvidar los propios nidos,
Despreciar los patrios lares;
Pues entre cuantos la han visto
Se vé con claras señales
Voluntad en los que quedan
Y violencia en los que parten.
Demas de que en el estado
Que Dios fué servido darme,
Las riquezas solamente
Sirven para despreciarse:
Que para volar segura
De la religion la nave,
Ha de ser la carga poca
Y muy crecido el velamen;
Porque si algun contrapeso
Pide para asegurarse,
De humildad, no de riqueza,
Ha menester hacer lastre.{63}
Pues ¿de qué cargar sirviera
De riquezas temporales,
Si en llegando la tormenta
Era preciso alijarse?
Con que por cualquiera de estas
Razones, pues es bastante
Cualquiera, estoy de pediros
Inhibida por dos partes.
...........

{64}

XVIII

A Fílis.

(FRAGMENTOS.)

...........
Pues alentar esperanzas,
Alegar merecimientos,
Solicitar posesiones,
Sentir sospechas y celos,
Es de bellezas vulgares
Indigno bajo trofeo,
Que en pretender ser vencidas
Quieren fundar vencimientos;
Mal se acreditan deidades
Con la paga, pues es cierto
Que á quien el servicio paga
No se debió el rendimiento;
Que distinta adoracion
Se te debe á tí, pues siendo
Indignos aun del castigo,
Mal aspirarán al premio.
Yo, pues, mi adorada Fílis,
Que tu deidad reverencio,
Que tu desden idolatro
Y que tu rigor venero:
Bien así cual mariposa
Amante, que en tornos ciegos
Es despojo de la llama,
Por tocar su lucimiento:{65}
Como el niño que inocente
Aplica incauto los dedos,
A la cuchilla, engañado
Del resplandor del acero,
Y herida la tierna mano,
Aun sin conocer su yerro,
Mas que el dolor de la herida,
Siente apartarse del reo.
...........
Pero ¿para qué es cansarse?
Como á ti, Fílis, te quiero,
Que en lo que mereces, este
Es solo encarecimiento.
Ser mujer ni estar ausente
No es de amante impedimento,
Pues sabes tú que las almas
Distancia ignoran y sexo.
...........
¡Oh! quién pudiera rendirte,
No las riquezas de Creso,
Que materiales tesoros
Son indignos de tal dueño,
Sino cuantas almas libres,
Cuantos arrogantes pechos,
En fe de no conocerte
Viven de tu yugo exentos!
...........
Si crédito no me das,
Dalo á tus merecimientos,
Que es, si registras la causa,
Preciso hallar el efecto.{66}
¿Puedo yo dejar de amarte,
Si tan divina te advierto?
¿Hay causa que no produzca?
¿Hay potencia sin objeto?
Vuelve á ti misma los ojos,
Y hallarás en ti y en ellos,
No solo el amor posible,
Mas preciso el rendimiento.
...........

{67}

XIX.

autora á su Mecénas, enviándole unos versos.

Ilustre Mecénas mio,
Cuya nobleza é ingenio
Es de ascendientes tan claros
Una igualdad, otro exceso;
Vos en quien de los Alfonsos
Se triplica lo perfecto,
Pues se hallan en vuestras partes
El Casto, el Sabio y el Bueno;
Vos á quien naturaleza
En tan alto nacimiento
Hizo agravio, mas que halago,
En haceros caballero:
Pues fué por impedir solo
El que, naciendo plebeyo,
Lo que os negaba la sangre
Consiguiese vuestro esfuerzo;
Vos que sobre tanta gala
Teneis tanto entendimiento,
Que anda siempre lo galan
Vencido de lo discreto;
En cuya mesura admira
Quien oye vuestros conceptos
Que le deje lo ingenioso
Tanto lugar á lo cuerdo;
Vos en cuya autoridad
Se aviene tan bien lo atento,
Que ni es vulgar lo apacible,
Ni cansado lo severo,{68}
Recibid aquestos rasgos,
Que en mi rústico talento
Fueron de tristeza y ocio
Incultos divertimientos.
Esos que en ratos perdidos
Formó el discurso travieso,
Porque no tomase el juicio
La residencia del tiempo;
Y porque no pareciese
Que era en culpable sosiego
Cesar de lo operativo,
Descansar de la molesto,
Pasen por descuidos mios,
Pues jamas pensé ponerlos
Al exámen de los doctos
Ni á la censura del pueblo;
Ni el que pasasen jamas
Cupiera en mi pensamiento
De la bajeza de mios
A la elevacion de vuestros.
Mas, pues vos lo pedis, juzgo
Que no es el dároslos yerro,
Pues no es don muy corto el que
Os tiene de costa el ruego.
Si el ir á vuestra censura
Pareciere atrevimiento,
Lo que peco en lo que exhibo
Subsano en lo que obedezco.
Recibid, pues, de mi pluma
Este tan debido obsequio,
Que no doy lo que remito,
Si remito lo que debo.
{69}

XX.

Responde á un caballero peruano que la habia elogiado, y revela su nombre.

Allá va, aunque no debiera,
Incógnito señor mio,
La respuesta de portante
A los versos de camino.
No debiera, porque cuando
Se oculta el nombre, es indicio
Que no habeis querido ser
Hombre de nombre conmigo;
Por lo cual fallamos que
Fuera muy justo castigo,
Sin perdonaros por pobre,
Dejaros por escondido.
Pero el diablo del romance
Tiene en su oculto artificio
En cada copla una fuerza,
Y en cada verso un hechizo;
Tiene un agrado tirano,
Que en lo blando del estilo
El que suena como ruego
Apremia como dominio;
Tiene una virtud, de quien
El vigor penetrativo
Se introduce en las potencias
Sin pasar por los sentidos;
Tiene una altiva humildad
Que con estruendo sumiso
Se rinde para triunfar
Con las galas de rendido;{70}
Tiene qué sé yo que yerbas,
Qué conjuros, qué exorcismos,
Que ni los supo Medea,
Ni Tesalia los ha visto;
Tiene unos ciertos sonsaques,
Instrumentos atractivos,
Garfios del entendimiento,
Y del ingenio gatillos,
Que el raigon mas encarnado
Del dictámen mas bien fijo
Que haya de callar, harán
Salir la muela y el grito;
Por esto como forzada,
Sin saber lo que me digo,
Os respondo como quien
Escribe sin albedrio.
Vi vuestro romance, y
Una vez y otras mil visto,
Por mi fe jurada, que
Juzgo que no habla conmigo.
Porque yo bien me conozco,
Y no soy por quien se dijo
Aquello de haber juntado
Milagros y basiliscos.
Verdad es que acá á mis solas,
En unos ratos perdidos,
A algunas vueltas de cartas
Borradas las sobrescribo;
Y para probar las plumas,
Instrumentos de mi oficio,
Hice versos, como quien
Hace lo que hacer no quiso.{71}
Pero esto no pasó de
Consultar acá conmigo,
Si podré entrar por fregona
De las madamas del Pindo,
Y si beber merecia
De los cristales nativos
Castalios, que con ser agua
Tienen efecto de vino,
Pues luego al punto levantan
Unos flatos tan nocivos,
Que dando al seso vaivenes
Hacen columpiar el juicio;
De donde se ocasionaron
Los traspieses que dió Ovidio,
Los tropezones de Homero,
Los vaguidos de Virgilio,
Y de todos los demas
Que, fúnebres ó festivos,
Conforme los tomó el Númen,
Se han mostrado en sus escritos,
Entre cuyos jarros yo
Busqué, por modo de vicio,
Si les sobraba algun trago
Del sabroso bebedizo;
Y, si no me engaño, hallé
En el asiento de un vidrio,
De una mal hecha infusion
Los polvos mal desleidos.
No sé sobras de quien fueron;
Pero, segun imagino,
Fueron de un bribon aguado,
Pues hace efectos tan frios.{72}
Versifico desde entónces,
Y desde entónces poetizo,
Ya en Demòcritas risadas,
Ya en Eráclitos gemidos.
Consulté á las nueve hermanas,
Que con sus flautas y pitos
Andan de una en otra edad
Alborotando los siglos;
Híceles mi invocacion,
Tal cual fué Apolo servido,
Con necesitadas plagas
Y con clamores mendigos.
Y ellas con piedad, de verme
Tan hambrienta de ejercicios,
Tan sedienta de conceptos,
Y tan desnuda de estilos,
Ejercitaron las obras
(Que nos manda el catecismo)
De misericordia, viendo
Que tanto las necesito.
Dióme la madama Euterpe
Un retazo de Virgilio,
Que cercenó desvelado,
Porque lo escribió dormido;
Talía me dió unas nesgas
Que sobraron de un corpiño
De una tabernaria Escena
Cuando la ajustó el vestido;
Melpómene una bayeta
De una elegía que hizo
Séneca, y que á Héctor sirvió
De funesto frontispicio;{73}
Urania, musa estrellera,
Un astrolabio en que vido
Las maulas de los planetas
Y las tretas de los signos;
Y así todas las demas,
Que con pecho compasivo
Vestir al soldado pobre
Quisieron jugar conmigo.
Ya os he dicho lo que soy,
Ya he contado lo que he sido;
No hay mas que lo dicho, si
En algo vale mi dicho.
Con que se sigue que no
Puedo ser objeto digno
De los tan mal empleados
Versos, cuanto bien escritos.
Y esto no es humildad, porque
No es mi genio tan bendito
Que no tenga mas filaucia
Que cuatrocientos Narcisos.
Mas no es tan desbaratado,
Aunque es tan desvanecido,
Que presuma que merece
Lo que nadie ha merecido.
De vuestra alabanza objeto
No encuentro, en cuantos he visto,
Quien pueda serlo, si ya
No se celebrare él mismo.
Si Dios os hiciera humilde
Como tan discreto os hizo,
Y os ostentáseis de claro
Como campais de entendido,{74}
Yo en mi lógica vulgar
Os pusiera un silogismo,
Que os hiciera confesar
Que este fué solo el motivo;
Y que cuando en mí empleais
Vuestro ingenio peregrino,
Es manifestar el vuestro
Mas que celebrar el mio.
Conque quedándose en vos
Lo que es solo de vos digno,
Es una accion inmanente,
Como verbo intransitivo;
Así yo no os agradezco,
Pues solo quedo al oiros
Deudora de lo enseñado,
Pero no de lo aplaudido.
Y así sabed que no estorba
El curioso laberinto
En que, Dédalo escribano,
Vuestro nombre ocultar quiso;
Aunque se quedó encerrado,
Tiene tan claros indicios,
Que si no es el Mino-Tauro,
Se conoce el Paulo-minus.
Pues si la combinatoria,
En que á veces kirkerizo,
En el cálculo no engaña,
Y se yerra en el guarismo.
Uno de los anagramas
Que salen con mas sentido
De su volumosa suma
Que ocupara muchos libros,{75}
Dice... Lo diré? Mas temo
Que os enojaréis conmigo,
Si del título os descubro
La fe, como del bautismo.
Mas ¿cómo podré callarlo,
Si he comenzado á decirlo,
Y un secreto ya revuelto
Puede dar un tabardillo?
Así, para no tenerle,
Diré lo que dice, y digo
Que es el Conde de la Granja.
Laus Deo. Lo dicho, dicho.

{76}

XXI.

En reconocimiento á los autores europeos que elogiaron los versos de la poetisa.

(Fragmentos.)

...........
¿De dónde á mí tanto elogio?
¿De dónde á mí encomio tanto?
¿Tanto pudo la distancia
Añadir á mi retrato?
¿De qué estatura me haceis?
¿Qué coloso habéis labrado,
Que desconoce la altura
Del original lo bajo?
No soy yo la que pensais,
Sino es que allá me habeis dado
Otro ser en vuestras plumas,
Y otro aliento en vuestros labios;
Y diversa de mí misma
Entre vuestras plumas ando,
No como soy, sino como
Quisísteis imaginarlo.
A regiros por informes,
No me hiciera asombro tanto,
Que ya sé cuanto el afecto
Sabe agrandar los tamaños;
Pero si de mis borrones
Vísteis los humildes rasgos,
Que del tiempo mas perdido
Fueron ocios descuidados,{77}
¿Qué os pudo mover á aquellos
Mal merecidos aplausos?
¿Así puede á la verdad
Arrastrar lo cortesano?
A una ignorante mujer,
Cuyo estudio no ha pasado
De ratos á la precisa
Ocupación mal hurtados,
...........
...........
¿Se dirigen los elogios
De los ingenios mas claros
Que en púlpitos y en escuelas
El mundo venera sabios?
¿Cuál fué la ascendiente estrella
Que, dominando los astros,
A mí os ha inclinado, haciendo
Lo violento voluntario?
¿Qué mágicas infusiones
De los indios herbolarios
De mi patria, entre mis letras
El hechizo derramaron?
¿Qué proporcion de distancia
El sonido modulando
De mis versos, hacer pudo
Cónsono lo destemplado?
¿Qué siniestras perspectivas
Dieron aparente ornato
Al cuerpo compuesto solo
De unos mal distintos trazos?{78}
¡Oh cuántas veces, oh cuántas,
Entre las ondas de tantos
No merecidos loores,
Elogios mal empleados!
¡Oh cuántas encandilada
En tanto golfo de rayos,
O hubiera muerto Faetonte,
O Narciso, peligrado,
A no tener en mí misma
Remedio tan á la mano,
Como el conocerme, siendo
Lo que los pies para el pavo!
Vergüenza me ocasionais
Con haberme celebrado,
Porque sacan vuestras luces
Mis faltas á lo mas claro.
Vosotros me concebísteis
A vuestro modo, y no estraño
Lo grande, que esos conceptos
Por fuerza han de ser milagros.
La imágen de vuestra idea
Es la que habeis alabado,
Y siendo vuestra es bien digna
De vuestros mismos aplausos.
¡Celebrad ese de vuestra
Propia aprension simulacro,
Para que en vosotros mismos
Se vuelva á quedar el lauro!
...........

{79}

XXII.

(FRAGMENTOS.)

...........
Si es lícito y aun debido
Este cariño que tengo,
¿Por qué me han de dar castigo
Porque pago lo que debo?
¡Oh cuánta fineza! oh cuántos
Cariños he visto tiernos!
Que amor que se tiene en Dios
Es calidad sin opuestos.
De lo lícito no puede
Hacer contrarios conceptos,
Porque es amor que al olvido
No puede vivir espuesto.
Yo me acuerdo (oh nunca fuera!)
Que he querido en otro tiempo,
Lo que paso de locura
Y lo que excedió de estremo.
Mas como era amor bastardo
Y de contrarios compuesto,
Fué fácil desvanecerse
De achaque de su ser mesmo;
Mas ahora ¡ay de mí! está
Tan en su natural centro,
Que la virtud; razón
Son quien aviva su incendio.
...........
¡Oh humana flaqueza nuestra
A donde el mas puro afecto
Aun no sabe desnudarse
Del natural sentimiento!{80}
Tan precisa es la apetencia
Que á ser amados tenemos,
Que aun sabiendo que es inútil
Nunca dejarla sabemos.
Que corresponda á mi amor
Nada añade; mas no puedo,
Por mas que lo solicito,
Dejar yo de apetecerlo.
Si es delito, ya lo digo;
Si es culpa, ya la confieso;
Mas no puedo arrepentirme
Por mas que hacerlo pretendo.
Bien ha visto quien penetra
Lo interior de mis secretos,
Que yo misma estoy forjando
Los dolores que padezco;
Bien sabe que soy yo misma
Verdugo de mis deseos,
Pues muertos entre mis ansias
Tienen sepulcro en mi pecho.
Muero ¡quién creyera! á manos
Del objeto que mas quiero,
Y el motivo de matarme
Es el amor que le tengo.
Así alimentando triste
La vida con el veneno,
La misma muerte que vivo
Es la vida con que muero,
Pero valor, corazon,
Porque á tan dulce tormento,
En medio de cualquier suerte
No dejar de amar protesto!
{81}

XXIII

Fragmento del auto historial “El cetro de Josef”. La mujer de Putifar á Josef.

Espera, galan hebreo,
Y si á obligarte no bastan
Las prendas de mi belleza,
Los adornos de mi gracia;
Si en los rizos de mi pelo
Los tesoros de la Arabia
No te aprisionan, porque
Son en fin cadenas blandas;
Si de mis ojos los rayos,
Si de mi frente la plata,
Si en mi boca los rubíes,
Si en mis mejillas el nácar
No te mueven ni te incitan,
Ni á que me enamores bastan,
Porque son prendas caducas
Que pagan al tiempo parias,
Muévate una alma rendida,
Que los tesoros del alma
No pagan pension al tiempo
Ni tributo á las mudanzas.
No huyas, Josef, espera,
Vuelve siquiera la cara;
Mírame, que con la vista
Tu fidelidad no manchas.
Vuelve los ojos. Josef.—No quiero,
Que quien la vista no guarda,
No guardará el corazon,
Pues abre su puerta franca.
{82}
Lo que no le es al deseo
Lícito, no es bien que haga
Lícito á mis ojos yo;
Que aunque el precepto no caiga
Sobre el ver, como la vista
Ministra especies al alma
Que despierten el deseo
Y que susciten su llama,
Si yo una vez las recibo,
Será imposible borrarlas
Y difícil resistirlas;
Y es muy necia confianza
Que yo mismo á mi enemiga
Admita dentro de casa.
Muj. Pues ingrato, vive el cielo,
Que supuesto que no bastan
La terneza, ni el cariño
A tu condicion ingrata,
La ha de vencer la violencia,
Y así de esta suerte...Josef.—Aparta!
Suéltame! Mujer.—Cómo soltarte?
Primero...Josef.—El cielo me valga!
Profecía. Ya te vale, porque el cielo
Nunca á quien le invoca falta.
Huye, Josef; porque Dios
Solo á quien se guarda, guarda.
Muj. Huyó el ingrato! y dejóme
Solo en las manos la capa.
Qué nuevo furor me incita?
Ya todo el amor es rabia!
...........
{83}

XXIV.

Lucha entre la virtud y la costumbre.

Miéntras la gracia me excita
Por elevarme á la esfera,
Mas me abate á lo profundo
El peso de mis miserias.
La virtud y la costumbre
En el corazon pelean,
Y el corazon agoniza
En tanto que lidian ellas.
Y aunque es la virtud tan fuerte,
Temo que talvez la venza,
Que es muy grande la costumbre,
Y está la virtud muy tierna.
Oscurécese el discurso
En tan confusas tinieblas;
Pues ¿quién podrá darme luz,
Si está la razon á ciegas?
De mí mesma soy verdugo
Y soy cárcel de mí mesma:
¿Quién vió que pena y penante
Una propia cosa sean?
Causo disgusto á lo mismo
Que mas agradar quisiera,
Y del disgusto que doy
En mí resulta la pena.
Amo á Dios y siento en Dios,
Y hace mi voluntad mesma
De lo que es alivio, cruz,
Del mismo puerto, tormenta.{84}
Padezca, pues Dios lo manda;
Mas de tal manera sea,
Que si son las penas culpas,
No sean culpas las penas.

{85}

XXV.

Elogio de María en el misterio de la Encarnacion.

Que hoy bajó Dios á la tierra,
Es cierto: pero mas cierto
Es que bajando á María
Bajó Dios á mejor cielo.
Por obediencia del Padre
Se vistió de carne el Verbo;
Mas tal que le pudo hacer
Comodidad el precepto.
Conveniencia fué de todos
Este divino misterio,
Pues el hombre de fortuna
Mejoró, y Dios de asiento.
Su sangre le dió María
A logro, porque á su tiempo
La que recibe encarnando
Restituya redimiendo.
Un arcángel á pedir
Bajó su consentimiento,
Guardándole en ser rogada
De reina los privilegios.
¡Oh grandeza de María!
Que cuando usa el Padre Eterno
De dominio con su Hijo,
Use con ella de ruego!
{86}

XXVI.

Ave Regina cælorum.

¡Salve, Reina de los cielos,
Y de los ángeles reina!
¡Salve de Jesé raiz
Y de la luz clara puerta!
Gózate, Vírgen gloriosa,
Sobre todas las mas bella;
Vive la mas exaltada,
Y por nos á Cristo ruega.
Para cantarte alabanzas
Da dignidad á mi lengua,
Y contra tus enemigos
Dame tu virtud y fuerza.
Y tú, Señor poderoso,
Concedédle por defensa
El presidio de tu Madre
A la fragilidad nuestra,
Para que con el auxilio
De su maternal clemencia
De nuestras iniquidades
Levantemos la cabeza.
{87}

XXVII.

A Cristo sacramentado, en el dia de la comunion.

Amante dulce del alma,
Bien soberano á que aspiro,
Tú que sabes las ofensas
Castigar á beneficios;
Divino iman en que adoro,
Hoy que propicio te miro,
Que me influyes la osadía
De poder llamarte mio;
Hoy que en union amorosa
Imaginó tu cariño
Que si no estabas en mí,
Era poco estar conmigo;
Hoy que para examinar
El amor con que te sirvo,
Al corazon en persona
Has penetrado tú mismo:
Pregunto ¿es amor ó celos
Tan cuidadoso escrutinio?
Que quien lo registra todo,
Da de sospechar indicios.
Mas ¡ay bárbara ignorante!
Y ¡qué de errores he dicho,
Como si el estorbo humano
Obstara al Lince divino!
Para ver los corazones
No has menester asistirlos,
Que para tí son patentes
Las entrañas del abismo.{88}
Con una intuicion presente
Tienes en vuestro registro
El infinito pasado
Hasta el presente finito;
Luego no necesitabas
Para ver el pecho mio,
Si lo estás mirando sabio,
Entrar á mirarlo fino.
{89}

XXVIII

A San Pedro.

Del descuido de una culpa
Un gallo, Pedro, os avisa;
Que un irracional reprende
A quien la razon olvida.
¡Qué poco la Providencia
De instrumentos necesita,
Pues á un apóstol convierte
Con lo que un ave predica!
Exámen fué vuestra culpa
Para vuestra prelacía,
Que peligra de muy recto
Quien de frágil no peligra.
Tímido mueve el impulso
De la mano compasiva
Quien en su castigo propio
Tiene del dolor noticia.
En las agenas flaquezas
Siempre la vuestra se os pinta,
Y el estruendo del que cae
Os recuerda la caida.
Así templan vuestros ojos
Con la piedad la justicia,
Cuando lloran como reos
Lo que como jueces miran.
{90}

XXIX

A Santa Catarina mártir.

(FRAGMENTOS.)

Un áspid al blanco pecho
Aplicó amante Cleopatra:
¡Oh que escusado era el áspid
A donde el amor estaba!
...........
El pecho ofrece al veneno
La valerosa gitana.
Que no siente herir el cuerpo
La que tiene herida el alma.
Amor y valor imita,
Pero mejora la causa
Catarina, porque sea
La imitación con ventaja:
Porque no triunfase Augusto
De la beldad soberana
Se mata Cleopatra, y precia
Mas que la vida la fama.
Así Catarina heróica
Tiende la ebúrnea garganta
Al filo, porque el infierno
No triunfe de su constancia.
Infamia en Cleopatra ó muerte
La dulce vida amenazan;
Pero ella elige por ménos
Mal la muerte que la infamia.
Así mejor Catarina
A las cortantes navajas
Ofrece los miembros bellos,
Y al triunfo aspira gallarda.
{91}

En la profesion de una religiosa.

¿Qué puede escribir la pluma
De asunto tan soberano,
Si por mas que se remonte
Siempre se le va por alto?
Vosotros siempre felices,
Celestiales cortesanos,
Que de tan glorioso triunfo
Gozais el eterno lauro,
La piedad de vuestro Rey
Celebrad con dulce canto,
Que de unirse á una criatura
Amoroso se ha dignado.
Y vos, poderoso Rey,
Que en vuestro tálamo sacro,
La que esclava rescatásteis
Esposa habeis coronado;
Pues tanto os preciais de amante
Y ostentais de tan bizarro,
Que haceis gala lo rendido
Y primor lo enamorado,
Conservadla en tal grandeza,
Sin que los viles humanos
Bajos vapores se atrevan
A empañar candores tantos.
{92}

DECIMAS.

I.

A una rosa.

(ALEGORIA.)

Cuida tu candor, que apura
Al alba el primer albor;
Pues tanto el riesgo es mayor,
Cuanto es mayor la hermosura.
No vivas de ella segura,
Que si consientes errada
Que te corte mano osada
Por gozar beldad y olor,
En perdiéndose el color
Tambien serás desdichada.{93}
¿Ves á aquel que mas indicia
De seguro en su fineza?
Pues no estima la belleza
Mas de en cuanto la codicia.
Huye su astuta caricia,
Que si necia y confiada
Te aseguras en lo amada,
Te hallarás despues corrida;
Que en llegando á poseida
Tambien serás desdichada.
A ninguno tu beldad
Entregues, que es sinrazon
Que sirva tu perfeccion
De triunfo á su vanidad;
Goza la celebridad
Comun, sin verte empleada
En quien, despues de lograda,
No te acierte á venerar;
Que en siendo particular,
Tambien serás desdichada.
{94}

II.

Presto celos llorarás.

En vano tu canto suena;
No adviertes en tu desdicha
Que será el fin de tu dicha
El principio de tu pena.
El loco orgullo refrena
De que tan ufano estás,
Sin advertir, cuando das
Cuenta al aire de tus bienes,
Que si ahora dichas tienes,
Presto celos llorarás.
En lo dulce de tu canto
El justo temor te avisa,
Que en un amante no hay risa
Que no se alterne con llanto;
No te desvanezca tanto
El favor, pues te hallarás
Burlado, y conocerás
Cuanto es necio un confiado,
Que si hoy blasonas de amado,
Presto celos llorarás.{95}
Advierte que el mismo estado
Que al amante fervoroso
Le constituye dichoso,
Le amenaza desdichado;
Pues le da tan alto grado
Por derribarle, no mas;
Y así tú que ahora estás
En tal altura, no ignores
Que si hoy ostentas favores,
Presto celos llorarás.
La gloria mas elevada
Que amor á tu dicha ordena,
Contémplala como agena,
Y tenla como prestada;
No tu ambicion engañada
Piense que eterno serás
En las dichas, pues verás
Que hay áspid entre las flores,
Y que si hoy cantas favores,
Presto celos llorarás.
{96}

III.

El alma rendida por el amor.

(ALEGORIA.)

Cogióme sin prevencion
Amor astuto y tirano;
Con capa de cortesano
Se me entró en el corazon:
Descuidada la razon
Y sin armas los sentidos,
Dieron puerta inadvertidos,
Y él por lograr sus antojos,
Miéntras suspendió los ojos,
Me saltëó los oidos.
Disfrazado entró y mañoso;
Mas ya que dentro se vió,
Del Paladion se salió
Sin el disfraz engañoso;
Pues con ánimo furioso
Tomando las armas luego
Se descubrió astuto griego,
Que iras brotando y furores,
Matando á los defensores,
Puso á toda el alma fuego.{97}
Y buscando en sus violencias
En ella á Príamo fuerte,
Dió al entendimiento muerte,
Que era rey de las potencias;
Y sin hacer diferencias
De real ó plebeya grey,
Haciendo general ley
Murieron á sus puñales
Los discursos racionales,
Porque eran hijos del rey.
A Casandra su fiereza
Buscó, y con modos tiranos
Ató á la razon las manos,
Que era del alma princesa:
En prisiones su belleza,
De soldados atrevidos
Lamenta los no creidos
Desastres, que adivinó;
Pues por mas voces que dió
No la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado
Se ve y todo destruido;
Deífobo allí mal herido
Aquí Páris maltratado;
Prende tambien su cuidado
La modestia en Policena;
Y en medio de tanta pena,
Tanta muerte y confusion,
A la ilícita aficion
Solo reserva en Elena.{98}
Y la ciudad, que vecina
Fué al cielo, con tanto arder
Solo guarda de su ser
Los vestigios en la ruina.
Todo el amor lo extermina,
Y con ardiente furor
Solo se oye entre el rumor
Con que su crueldad apoya:
“Aquí yace un alma Troya
Vencida por el amor.”
{99}

IV.

Con motivo de un presente.

Esta grandeza que usa
Conmigo vuestra grandeza,
Le está bien á mi pobreza,
Pero muy mal á mi musa.
Perdonádme si, confusa
O sospechosa, me inquieta
El juzgar que ha sido treta
La que vuestro juicio trata,
Pues quién me da tanta plata
No me quiere ver poeta.

V.

El error de una disculpa.

Tenazmente porfiado
Intentas, Silvio, y molesto,
Porque erraste lo compuesto,
Componer lo que has errado.
Yerro cometes doblado,
Pues cuando mil tretas usas
Con que confesar rehusas
Y en que no hay culpa te cierras,
Por escusar lo que yerras,
Yerras todo lo que escusas.
{100}

VI.

A una dama que temia el aojo.

Amarílis celestial,
No el aojo te amedrente,
Que tus ojos solamente
Tienen poder de hacer mal:
Pues si es alguna señal
La con que dañan airados
O matan envenenados
Cuando indignados están,
Los tuyos solo serán,
Que son los mas señalados.

VII.

Retrato de una belleza.

Tersa frente, oro el cabello,
Cejas arcos, zafir ojos,
Bruñida tez, labios rojos,
Nariz recta, ebúrneo cuello,
Talle airoso, cuerpo bello,
Cándidas manos en que
El cetro de amor se ve,
Tiene Fili; en oro engasta
Pié tan breve, que no gasta
Ni un pié.
{101}

VIII.

La razon contra el amor.

Dime, vencedor rapaz,
Vencido de mi constancia,
¿Qué ha sacado tu arrogancia
De alterar mi firme paz?
Que aunque de vencer capaz
Es la punta de tu arpon
El mas duro corazon,
¿Qué importa el tiro violento,
Si á pesar del vencimiento
Queda viva la razon?
Tienes grande señorío,
Pero tu jurisdiccion
Domina la inclinacion,
Mas no pasa al albedrío;
Así librarme confio
De tu loco atrevimiento,
Pues aunque rendida siento
Y presa la libertad,
Se rinde la voluntad,
Pero no el consentimiento.
En dos partes dividida
Tengo el alma en confusion,
Una esclava á la pasion,
Y otra á la razon medida.
Guerra civil encendida
Aflige el pecho importuna;
Quiere vencer cada üna,
Y entre fortunas tan varias
Morirán ambas contrarias,
Mas no vencerá ninguna.{102}
Cuando fuera, Amor, te via
No merecí de ti palma,
Y hoy que estás dentro del alma
Es resistir valentía;
Córrase, pues, tu porfía
De los triunfos que te gano,
Pues cuando ocupas tirano
El alma sin resistillo,
Tienes vencido el castillo,
E invencible al castellano.
Invicta razon alienta
Armas contra tu vil saña,
Y el pecho es corta campaña
A batalla tan sangrienta.
Y así, Amor, en vano intenta
Tu loco esfuerzo ofenderme,
Pues podré decir al verme
Espirar sin entregarme,
Que conseguiste matarme,
Mas no pudiste vencerme.
{103}

IX.

Enviando su imágen á una persona.

A tus manos me traslada
La que mi original es,
Que aunque copiada la ves,
No la verás retractada:
En mí toda trasformada
Te da de su amor la palma;
Y no te admire la calma
Y el silencio que hay en mí,
Pues mi original por tí
Pienso que está mas sin alma.
De mi venida envidiosa
Queda, en mi fortuna viendo
Que ella es infeliz sintiendo
Y yo sin sentir dichosa.
En señal mas venturosa
Estrella mas oportuna
Me asiste, sin duda alguna,
Pues que de un pincel nacida
Tuve sér con ménos vida,
Pero con mejor fortuna.
Mas si por caso trocada
Mi suerte, tú me ofendieres,
Por no ver que no me quieres
Quiero estar inanimada:
Que eso de ser desamada
Será lance tan violento,
Que la fuerza del tormento
Llegue aun pintada á sentir;
Que el dolor sabe infundir
Almas para el sentimiento.{104}
Y si te es faltarme aquí
El alma cosa importuna,
Me puedes infundir una
De tantas como hay en tí:
Que como el alma te dí
Y tuyo mi ser se nombra,
Aunque mirarme te asombra
En tan insensible calma,
De este cuerpo eres el alma,
Y eres cuerpo de esta sombra.
{105}

X.

Escusándose de dar licencia á uno que se la pedia para ausentarse.

Licencia para apartaros
Pedis, y podeis creer
Que solo eso pudo ser
En mí difícil el daros:
Y así estimad que rogaros
Que lo dilateis no quiera;
Aunque si se considera,
Poco teneis que estimar,
Pues á poderla negar
Presumo que no os la diera.
Es que aunque en darla ejecuto
De posesion algun viso,
Donde es conceder preciso
Falta dominio absoluto.
Apariencias de tributo
Son las que llegais á dar,
Y así me puedo quejar
De vuestra fe cautelosa,
Pues me dais dominio en cosa
En que no puedo mandar.{106}
Pero con no darla yo
Quedaré mejor aquí;
Porque hay casos en que el sí
Es mas esquivo que el no:
Ya vuestra atencion cumplió
Con pedirla; y yo, industriosa,
Quedo, con no darla, airosa;
Pues para que hagais ausencia,
Es negaros la licencia
Esquivez muy cariñosa.
Con paliada tiranía
Usurpárosme intentais,
Y como cortés buscais
Cómplice en la venia mia
No lo hagais vana porfía;
Pues en aquesta ocasion
Negaros la peticion
De partida tan penosa,
Sobre avaricia forzosa,
Es cortés desatencion.
Sin dar parte yo quisiera
Que dispusiérais el ir,
Que en vos no es culpa el partir,
Y en mí el permitir lo fuera;
Y querer que interviniera
Yo en cosa á vos necesaria,
Es querer que haga, contraria
A lo que el discurso avisa,
La que es pena en vos precisa,
En mí culpa voluntaria.{107}
Partid, en fin, confiado
En mi voluntad constante
De que aunque esteis muy distante,
Nunca estareis apartado;
Que pues con igual agrado
Correspondo al que en vos veo,
Aunque os aparteis, yo creo
Que de veros con el ansia
Abreviará la distancia
La brújula del deseo.
{108}

XI.

Pidiendo á la Vireina la libertad para un inglés.

Hoy que á vuestras plantas llego,
Con el debido decoro,
Como á deidad os adoro,
Y como á deidad os ruego:
No direis que el culto os niego
Pretendiendo el beneficio
De vuestro amparo propicio;
Pues á la deidad mayor
Le es invocar su favor
El mas grato sacrificio.
Samuel á vuestra piedad
Recurre por varios modos,
Pues donde la pierden todos
Quiere hallar la libertad:
Su esclavitud rescatad,
Señora, que los motivos
Son justos y compasivos
De tan adversa fortuna,
Y haced libres vez alguna
De tantas que haceis cautivos.{109}
Dos cosas pretende aquí
Contraria mi voluntad:
Para el inglés libertad
Y esclavitud para mí;
Pues aunque indigna nací
De que este nombre me deis,
En vano resistireis
De mi esclavitud la muestra,
Que yo tengo de ser vuestra,
Aunque vos no me acepteis.
Contraria es la peticion
De uno y otro, si se apura,
Que él la libertad procura,
Y yo busco la prision;
Pero vuestra discrecion,
A quien nunca duda impide,
Podrá, si los fines mide,
Hacernos dichosos hoy,
Con admitir lo que os doy
Y conceder lo que él pide.
{110}

REDONDILLAS.

I.

A los hombres.

Hombres necios, que acusais
A la mujer, sin razon,
Sin ver que sois la ocasion
De lo mismo que culpais;
Si con ansia sin igual
Solicitais su desden,
¿Porqué quereis que obren bien
Si las incitais al mal?
Combatis su resistencia,
Y luego con gravedad
Decis que fué liviandad
Lo que hizo la diligencia.{111}
Parecer quiere el denuedo
De vuestro parecer loco
Al niño que pone el coco,
Y luego le tiene miedo.
Quereis con presuncion necia
Hallar á la que buscais
Para pretendida, Thais,
Y en la posesion, Lucrecia.
¿Qué humor puede haber mas raro
Que el que falto de consejo,
El mismo empañe el espejo
Y sienta que no esté claro?
Con el favor y el desden
Teneis condicion igual,
Quejandoos si os tratan mal,
Burlandoos si os quieren bien.
Opinion ninguna gana,
Pues la que mas se recata,
Si no os admite, es ingrata,
Y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andais,
Que con desigual nivel
A una culpais por cruel,
Y á otra por fácil culpais.
Pues ¿cómo ha de estar templada
La que vuestro amor pretende,
Si la que es ingrata ofende,
Y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena
Que vuestro gusto refiere,
Bien haya la que no os quiere,
Y quejaos en hora buena.{112}
Dan vuestras amantes penas
A sus libertades alas,
Y despues de hacerlas malas
Las quereis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
En una pasion errada,
La que cae de rogada,
O el que ruega de caido?
O ¿cuál es mas de culpar,
Aunque cualquiera mal haga,
La que peca por la paga,
O el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantais
De la culpa que teneis?
Queredlas cual las haceis,
O hacedlas cual las buscais.
Dejad de solicitar,
Y despues con mas razon
Acusareis la aficion
De la que os fuere á rogar.
Bien con muchas armas fundo
Que lidia vuestra arrogancia,
Pues en promesa é instancia
Juntais diablo, carne y mundo.
{113}

II.

Gratitud.

Señora, si la belleza
Que en vos llego á contemplar
Es bastante á conquistar
La mas inculta dureza,
¿Por qué haceis que el sacrificio
Que debo á vuestra luz pura,
Debiéndose á la hermosura,
Se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante
De ser vos quien me ha rendido,
¿Quereis que lo agradecido
Se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena
A otra especie de desdicha,
Pues me quitais con la dicha
El mérito de la pena;
Si no es que dais á entender
Que favor tan singular,
Aunque se puede lograr,
No se puede merecer.
Con razon, pues, la hermosura,
Aun llegada á poseerse,
Si llegara á merecerse
Dejara de ser ventura;
Que estar un digno cuidado
Con razon correspondido,
Es premio de lo servido
Y no dicha de lo amado;{114}
Pues dicha se ha de llamar
Solo la que, á mi entender,
Ni se puede merecer,
Ni se pretende alcanzar.
Y aqueste favor excede
Tanto á todos, al lograrse,
Que no solo no pagarse,
Mas ni agradecer se puede;
Pues desde el dichoso dia
Que vuestra belleza ví,
Tan del todo me rendí
Que no me quedó accion mia.
Con lo cual, señora, muestro,
Y á decir mi amor se atreve,
Que nadie pagaros debe
Que vos honreis lo que es vuestro.
Bien sé que es atrevimiento,
Pero el amor es testigo,
Que no sé lo que me digo
Por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios,
Señora, que os hable así,
Que si yo estuviera en mí
No estuvierais en mí vos.
Solo quiero suplicaros
Que de mí recibais hoy,
No solo el alma que os doy,
Mas las que quisiera daros.
{115}

III.

Un justo medio.

Dos dudas en qué escoger
Tengo, y no sé cual prefiera,
Pues vos sentis que no quiera,
Y yo sintiera querer.
Con que si á cualquiera lado
Quiero inclinarme, es forzoso,
Quedando el uno gustoso,
Quede el otro disgustado.
Si daros gusto me ordena
La obligacion, es injusto
Que, por daros á vos gusto,
Haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien
Apruebe sentencia tal,
Como que me trate mal
Por trataros á vos bien.
Mas por otra parte siento
Que es tambien mucho rigor
Que lo que os debo en amor
Pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece
Este rigor, pues se infiere,
Si aborrezco á quien me quiere,
¿Qué haré con quien me aborrece?
No sé cómo despacharos,
Pues hallo al determinarme
Que amaros es disgustarme,
Y no amaros, disgustaros.{116}
Pero dar un medio justo
En estas dudas pretendo:
Pues no queriendo, os ofendo,
Y queriendoos, me disgusto,
Esta sea la sentencia
Porque no os podais quejar:
Que entre aborrecer y amar
Se parta la diferencia;
De modo que entre el rigor
Y el llegar á querer bien,
Ni vos encontreis desden,
Ni yo pueda hallar amor.
Esto el discurso aconseja,
Pues con esta conveniencia,
Ni yo quedo con violencia,
Ni vos os partis con queja.
Y que estaremos infiero
Gustosos con lo que ofrezco,
Vos de ver que no aborrezco,
Yo de saber que no quiero.
Solo este medio es bastante
A ajustamos, si os contenta,
Que vos me logreis atenta
Sin que yo pase á lo amante.
Y así quedo, á mi entender,
Esta vez bien con los dos,
Con agradecer con vos,
Conmigo con no querer.
Que aunque á nadie llega á darse
En esto gusto cumplido,
Ver que es igual el partido
Servirá de resignarse.
{117}

IV.

Respuesta á un caballero que dijo se ponía hermosa la mujer con solo amar.

Silvio, tu opinion va errada,
Que en lo comun, si se apura,
No admiten por hermosura
Hermosura enamorada.
Pues si hacen de la estrañeza
El atractivo mas grato,
Es el agrio de lo ingrato
La sazon de la belleza;
Porque gozando exenciones
De perfeccion mas que humana,
La acredita soberana
Lo libre de las pasiones.
Que no se conserva bien
Ni tiene seguridad
La rosa de la beldad
Sin la espina del desden.
Mas, si el amor hace hermosas,
Pudiera escusar ufana,
Con merecer la manzana,
La contienda de las diosas.
Belleza llego á tener
De mano tan generosa,
Pues dices que seré hermosa
Solamente con querer;
Y así en la lid contenciosa
Fuera siempre la triunfante;
Que, pues nadie tan amante,
Luego nadie tan hermosa.{118}
Mas si de amor el primor
La belleza me asegura,
Te deberé la hermosura,
Pues me causas el amor.
Del amor tuyo confío
La beldad que me atribuyo,
Porque siendo obsequio tuyo
Resulta en obsequio mio;
Pero todo satisfago
Con ofrecerte de nuevo
La hermosura que te debo
Y el amor con que te pago.
{119}

V.

Efectos del amor.

Este amoroso tormento
Que en mi corazon se ve,
Sé que lo siento, y no sé
La causa por qué lo siento.
Siento una grave agonía
Por lograr un devaneo
Que empieza como deseo
Y pára en melancolía.
Y cuando con mas terneza
Mi infeliz estado lloro,
Sé que estoy triste, é ignoro
La causa de mi tristeza.
Siento un anhelo tirano
Por la ocasion á que aspiro,
Y cuando cerca la miro
Yo misma aparto la mano;
Porque si acaso se ofrece,
Despues de tanto desvelo,
La desazona el recelo
O el susto la desvanece.
Y si alguna vez sin susto
Consigo tal posesion,
Cualquiera leve ocasion
Me malogra todo el gusto.
Siento mal del mismo bien
Con receloso temor,
Y me obliga el mismo amor
Talvez á mostrar desden.{120}
Cualquier leve ocasion labra
En mi pecho de manera,
Que el que imposibles venciera
Se irrita de una palabra.
Con corta causa ofendida
Suelo, en mitad de mi amor,
Negar un leve favor
A quien le diera la vida.
Ya sufrida, ya irritada,
Con contrarias penas lucho,
Que por él sufriré mucho,
Y con él sufriré nada.
No sé en qué lógica cabe
El que tal cuestion se pruebe,
Que por él lo grave es leve,
Y con él lo leve es grave.
Sin bastantes fundamentos
Forman mis tristes cuidados
De conceptos engañados
Un monte de sentimientos.
Y en aquel fiero conjunto
Hallo, cuando se derriba,
Que aquella máquina altiva
Solo estribaba en un punto.
Talvez el dolor me engaña,
Y presumo con razon
Que no habrá satisfaccion
Que pueda templar mi saña.
Y cuando á averiguar llego
El agravio porque riño,
Es como espanto de niño
Que pára en burlas y juego.{121}
Y aunque el desengaño toco,
Con la misma pena lucho,
De ver que padezco mucho
Padeciendo por tan poco.
A vengarse se avalanza
Talvez el alma ofendida,
Y despues arrepentida
Toma de mí otra venganza.
Y si al desden satisfago,
Es con tan ambiguo error,
Que yo pienso que es rigor
Y se remata en halago.
Hasta el labio desatento
Suele equívoco talvez,
Por usar de la altivez,
Encontrar el rendimiento.
Cuando por soñada culpa
Con mas enojo me incito,
Yo le acrimino el delito
Y le busco la disculpa.
No huyo el mal ni busco el bien,
Porque en mi confuso error,
Ni me asegura el amor,
Ni me despecha el desden.
En mi ciego devaneo,
Bien hallada con mi engaño,
Solicito el desengaño
Y no encontrarlo deseo.
Si alguno mis quejas oye,
Mas á decirlas me obliga
Porque me las contradiga,
Que no porque las apoye.{122}
Porque si con la pasion
Algo contra mi amor digo,
Es mi mayor enemigo
Quien me concede razon.
Y si acaso en mi provecho
Hallo la razon propicia,
Me embaraza la justicia,
Y ando cediendo el derecho.
Nunca hallo gusto cumplido,
Porque entre alivio y dolor,
Hallo culpa en el amor
Y disculpa en el olvido.
Esto de mi pena dura
Es algo del dolor fiero,
Y mucho mas no refiero
Porque pasa de locura.
Si acaso me contradigo
En este confuso error,
Aquel que tuviere amor
Entenderá lo que digo.
{123}

VI.

Pidiendo versos á un caballero que se escusaba de hacerlos.

Mis quejas pretendo dar
En estilo tosco y llano,
Que el hablar muy cortesano
No es término de cobrar.
Y es bien que el ardid deshaga
De quien con tanta malicia
Me concede la justicia
Para negarme la paga.
Pues con intencion doblada,
Solo por hacerme mal,
Con tan notorio caudal
Me dice no tiene nada.
Que la mitad me ha entregado,
Dice con malicia y arte,
Que no tengo ni aun la parte,
Pues no me dan el traslado:
Y á tanta malicia llega,
Malicia tan conocida,
Que me niega la partida
Y la venida me niega.
¡Oh cuánta justicia fuera
Si se viera á buena luz,
Si ántes le daba la cruz,
Que ahora se la pusiera!{124}
Mas porque de mí no infiera
Que á negar tambien me atrevo,
Ahí va el romance que debo,
Y dóilo, aunque no debiera.
Que es fácil de discurrir,
Cuando lo llegue á entregar,
Pues, no me queda qué dar,
Que me queda qué pedir.
{125}

VII.

Escusándose de un silencio.

Pedirte, señora, quiero
De mi silencio perdon,
Si lo que ha sido atencion
Le hace parecer grosero.
Y no me podrás culpar
Si hasta aquí mi proceder,
Por ocuparse en querer,
Se ha olvidado de esplicar;
Que en mi amorosa pasion
No fué descuido ni mengua
Quitar el uso á la lengua
Por dárselo al corazon.
Ni de explicarme dejaba,
Que como la pasion mia
Acá en el alma te via,
Acá en el alma te hablaba;
Y en esta idea notable
Dichosamente vivia,
Porque en mi mano tenia
El fingirte favorable.
Con traza tan peregrina
Vivió mi esperanza vana,
Pues te pudo hacer humana
Concibiéndote divina.{126}
¡Oh cuán loca llegué á verme
En tus dichosos amores!
Que aun fingidos tus favores
Pudieron enloquecerme.
¡Oh còmo en tu sol hermoso
Mi ardiente afecto encendido,
Por cebarse en lo lucido,
Olvidó lo peligroso!
Perdona si atrevimiento
Fué acercarme á tu ardor puro,
Que no hay sagrado seguro
De culpas de pensamiento.
De esta manera engañaba
La loca esperanza mia,
Y dentro de mí tenia
Todo el bien que deseaba.
Mas ya tu precepto grave
Rompe mi silencio mudo;
Que él solamente ser pudo
De mi respeto la llave.
Y aunque el amar tu belleza
Sea delito sin disculpa,
Castígueseme la culpa
Primero que la tibieza.
No quieras pues rigurosa,
Que estando ya declarada,
Sea devéras desdichada
Quien fué de burlas dichosa.{127}
Si culpas mi desacato,
Culpa tambien tu licencia,
Que si es mala mi obediencia,
No fué justo tu mandato.
Y si es culpable mi intento,
Será mi afecto precito,
Porque es amarte un delito
De que nunca me arrepiento.
Esto en mis afectos hallo,
Y más que esplicar no sé;
Mas tú de lo que callé
Inferirás lo que callo.
{128}

VIII.

Del retrato de una bella.

(FRAGMENTOS.)

Accion, Lisi, fué acertada
El permitir retratarte,
Pues ¿quién pudiera mirarte
Si no es estando pintada?
Como de Febo el reflejo
Es tu hermoso rosicler,
Que para poderlo ver
Lo miran en un espejo.
...........
Pues la fuerza superior
Que se emplea en un rendido,
Es disculpa del vencido
Y afrenta del vencedor.
No es la malla ni el escudo
Señal de valor subido,
Porque un pecho bien vestido
Muestra un corazon desnudo;
Y del muy armado infiero
Que con recelo y temor
Se desnuda del valor
Cuando se viste de acero;
Así era hacer injusticia
A tu decoro y grandeza,
Si triunfara tu belleza
Donde basta tu noticia.{129}
Amor hecho tierno Apéles,
En tan divina pintura,
Para pintar tu hermosura
Hizo las flechas pinceles.
...........
Y no fué de Amor locura
Cuando te intentó copiar,
Pues quererte eternizar
No fué agraviar tu hermosura.
...........
Pues es rigor, si se advierte,
Que en tu copia singular
Estes capaz de matar
E incapaz de condolerte.
...........
¡Oh tú, bella copia dura
Que ostentas tanta crueldad!
Concédete á la piedad,
O niégate á la hermosura.
¿Cómo, divino imposible,
Siempre te muestras airada,
Para dar muerte, animada,
Para dar vida, insensible?
¿Porqué, hermosa pesadumbre
De una humilde voluntad,
Ni dejas la libertad,
Ni aceptas la servidumbre?
Pues porque en mi pena entiendas
Que no es amarte servicio,
Violentas el sacrificio
Y no agradeces la ofrenda.{130}
Desprecia siquiera, dado
Que aun eso tendré por gloria,
Porque el desden ya es memoria,
Y el desprecio ya es cuidado.
Mas ¿cómo piedad espero,
Si descubro en tus rigores
Que con un velo de flores
Cubres un alma de acero?
De Lisi imitas las raras
Facciones, y en el desden
¿Quién pensara que tambien
Su condicion imitaras?
¡Oh Lisi! de tu belleza
Contempla la copia dura,
Mucho mas que en la hermosura
Parecida en la dureza!
...........
{131}

IX.

En la profesion de una religiosa.

Hoy una niña, que abrasa
Un amoroso volcan,
Sin mirar el qué dirán,
Por el vicario se casa.
Su recato comedido
Paró en empeño amoroso,
Porque dice que su esposo
Entre puertas la ha cogido.
Hoy logra su fino intento,
Que ha sido tan deseado,
Pues un año há que le ha dado
Palabra de casamiento.
No digo yo que esta es cosa
Con que su virtud se impida,
Que ántes pasará una vida
Como de una religiosa;
Porque es el con quien se casa
Da condicion tan precisa,
Que ni aun para que oiga misa
La deja salir de casa.
Pero causa novedad,
Aunque es tan santo el intento,
Ver que pare en casamiento
Su voto de castidad.
De su esposo los primores
Su corazon abrasaron,
Y por mas que la encerraron,
Se nos casa por amores.
{132}

X.

Sobre ti Santísimo Sacramento.

En el Sacramento ve
A Dios mi fe sin antojos,
Porque no hacen fe los ojos,
Pero se hace ojos la fe.
En esta divina ofrenda
Fué del amor mas victoria
Dar la prenda de la gloria
Con la gloria de la prenda.
Del alma es solo alimento,
Y así guia mi fervor
El sustento del amor,
Y no el amor del sustento.
Aquí crece la aficion,
Y es, si en posesion la veo,
La posesion del deseo
Deseo de posesion.
Pues tal delito á dar viene
Que por mas que la posea,
Quien tiene lo que desea
Desea aquello que tiene.
Llegad, pues en su favor
Todos los bienes se ven;
Que el amor del Sumo Bien
Es sumo bien del amor.
Llegó el hombre á la grandeza
Que no alcanza el serafin,
Y en la fineza del fin
Vido el fin de la fineza.
{133}

ORACION

DEL PAPA URBANO VIII, TRADUCIDA DEL LATIN.

Ante tus ojos benditos
Las culpas manifestamos,
Y las heridas mostramos
Que hicieron nuestros delitos.
Si el mal que hemos cometido
Viene á ser considerado,
Menor es lo tolerado,
Mayor es lo merecido.
La conciencia nos condena
No hallando en ella disculpa,
Que respecto de la culpa
Es muy liviana la pena.
Del pecado el duro azar
Sentimos que padecemos,
Y nunca enmendar queremos
La costumbre del pecar.
Cuando en tus azotes suda
Sangre la naturaleza,
Se rinde nuestra flaqueza
Y la maldad no se muda.
Cuando el pecado amancilla
Con fiera herida la mente,
Padece el alma doliente
Y la cerviz no se humilla.
La vida, suelta la rienda
En su acostumbrado error,
Suspira con el dolor
Y en el obrar no se enmienda.{134}
Pues entre los dos estremos,
En cualquiera peligramos:
Si esperas, no la enmendamos;
Si te vengas, nos perdemos.
De la afliccion el quebranto
Nos obliga á contricion,
Y en pasando la afliccion
Se olvida tambien el llanto.
Cuando tu castigo empieza,
Promete el temor humano;
Y en suspendiendo la mano,
No se cumple la promesa.
Cuando nos hieres, clamamos
Que el perdon nos des que puedes;
Y así que nos lo concedes,
Otra vez te provocamos.
Tienes á la humana gente
Convicta en su confesion,
Que si no la das perdon,
La acabarás justamente.
Concede el humilde ruego
Sin mérito á quien criaste,
Tú que de nada formaste
A quien te rogara luego.
{135}

GLOSAS.

I.

Luego que te ví te amé,
Porque amarte y ver tu cielo,
Bien pudieran ser dos cosas,
Pero ninguna primero.
De mi vida la conquista
Tuvo término en quererte,
Y porque jamas resista,
Celia, hasta llegar á verte
Solamente tuve vista;
Pero aunque luego te amé,
Como para que te amara
Necesario el verte fué,
Porque vista no faltara,
Luego que te ví te amé.
Pero viendo mi ardimiento,
Señora, tu tiranía
Quiso con rigor sangriento
Castigar como asadía
Lo que en mí fué rendimiento.{136}
Ofendióte mi desvelo,
Mas no porque mi destino
Incitado de mi anhelo
Ofenderte quiso, sino
Por amarte y ver tu cielo.
Y el no querer estimar
Fué por no dar á entender
Que yo te pude obligar,
Como si el agradecer
Fuera lo mismo que amar;
Que el mostrarse las hermosas.
En ocasion oportuna
Ya obligadas, ya amorosas,
Aunque casi siempre es una,
Bien pudieran ser dos cosas.
Mas con razon estás dura,
Pues para tenerme atado
En mi amorosa locura,
Era superfluo tu agrado,
Sobrándome tu hermosura;
Y así justamente espero
En tu servicio finezas,
Pues que tiene el mundo infiero
Despues de ti mil bellezas,
Pero ninguna primero.
{137}

II.

Si de mis mayores gustos
Mis disgustos han nacido,
Gustos al cielo le pido,
Aunque me cuesten disgustos.
¡Oh qué mal, Fabio, resiste
Mi amor mi suerte penosa!
Pues la estrella que me asiste,
De una causa muy gustosa
Produce un efecto triste:
Porque los pesados sustos
Que padezco desiguales
En mis pesares injustos,
No nacieron de mis males,
Sí de mis mayores gustos.
Y de manera me ordena
Los sucesos mi desdicha,
Que, segun los encadena,
Lo futuro de una dicha
Es posesion de una pena.
Todo lo debo á Cupido;
Pues de un favor que me dá,
Que es siempre de prometido,
Aun no está engendrado, y ya
Mis disgustos han nacido.{138}
Y aun han hecho efectos tales
De mi estrella los desdenes
Con efectos desiguales,
Que aborrezco ya los bienes
Como á causas de mis males.
Y así no llora el sentido
El ver que carezco aquí
De las dichas que he tenido,
Porque solo para tí
Gustos al cielo le pido.
Pues te quiero de manera
Y el bien amí me limito,
Que al cielo le agradeciera,
Si el gusto que à mí me quito
A tí, Fabio, te le diera.
Estimo tanto tus gustos,
Que sin mirar mi pesar,
O sean justos, ò injustos,
Tus gustos he de comprar
Aunque me cuesten disgustos.
{139}

QUINTILLAS.

A San Pedro.

Cual sumulista pretendo
Iros, Pedro, replicando;
Y pues vos, á lo que entiendo,
Hicisteis juicio negando,
Yo haré discurso infiriendo.
¿Quién os trajo á tanto mal,
Que al mismo que ántes altivo
Con ánimo sin igual
Confesasteis por Dios vivo,
Negais por hombre mortal?
Dejadme, pues, que me asombre
Que al Hijo del hombre allí
Le deis de Dios el renombre,
Y al Hijo de Dios aquí
Le negueis conocer hombre.
Mirad que en otra ocasion,
Como es Dios-hombre compuesto
Por ipostática union,
Para negar el supuesto
No os vale la distincion.
Mal lógico, Pedro, estais,
Pues cuando á Dios conoceis
Y por tal le confesais,
Antes se lo concedeis
Y ahora se lo negais.{140}
Dicen que las señas son
Las que os hacen mas patente,
Y, sin mirar la ilacion,
Dejando el antecedente,
Le negais la conclusion.
Si de una muger la ciencia
Tiene razones precisas,
Mirad, Pedro, que es violencia,
Concedidas las premisas,
Negarle la consecuencia.
¿Quién de vos, Pedro, dijera
Siendo de ciencia un abismo,
Que el argumento temiera,
Pues el Evangelio mismo
Dice qué os hicisteis fuera?
Mejor las razones hila
Vuestro acero, sin misterio,
Pues cuando su corte afila
Contra Malco, arguye en ferio
Y en cœlarem con la ancilla.
Vuestros brios arrogantes
Negaron con juramento
El que le servísteis ántes;
Pues, Pedro, no hay argumento
Contra principia negantes.
Mas ya veo que advertido,
Viendo el caso sin remedio,
Llorais como arrepentido;
Que es el arte de hallar medio
De no quedar concluido.
{141}

SONETOS.

I.

Satisfaccion cumplida.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
Como en tu rostro y tus acciones via
Que con palabras no te convencia,
Que el corazon me vieses deseaba;
Y amor, que mis intentos ayudaba,
Venció lo que imposible parecía,
Pues entre el llanto que el dolor vertia
El corazon deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
No te atormenten mas celos tiranos,
Ni vil sospecha tu quietud contraste
Con sombras necias, son indicios vanos,
Pues ya en líquido humor viste y tocaste
Mi corazon deshecho entre tus manos.
{142}

II.

En el dia de dias de un hermano de la poetisa.

¡Oh quien, amado Anfriso, te ciñera
Del mundo las coronas poderosas!
Que á coronar tus prendas generosas
El círculo del orbe corto fuera.
¡Quién para eternizarte hacer supiera
Mágicas confecciones poderosas,
O tuviera las yerbas milagrosas
Que feliz gustó Glauco en la ribera!
Mas aunque no halla medio mi cuidado
Para que goces de inmortal la palma,
Otro mas propio mi cariño ha hallado
Que el curso de tu vida tenga en calma:
Pues juzgo que es el mas proporcionado
De alargarte la vida, darte mi alma.
{143}

III.

Con el dolor de la mortal herida
De un agravio de amor me lamentaba,
Y por ver si la muerte se llegaba
Procuraba que fuese mas crecida.
Toda en el mal el alma divertida
Pena por pena su dolor sumaba,
Y en cada circunstancia ponderaba
Que sobraban mil muertes á una vida.
Y cuando al golpe de uno y otro tiro
Pendido el corazon daba penoso
Señas de dar el último suspiro,
No sé con qué destino prodigioso
Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido mas dichoso?
{144}

IV.

¡Detente, sombra de mi bien esquivo!
¡Imágen del hechizo que mas quiero!
¡Bella ilusion por quien alegre muero!
¡Dulce ficcion por quien penosa vivo!
Si al iman de tus gracias atractivo
Sirve mi pecho de obediente acero,
¿Para qué me enamoras lisongero,
Si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
De que triunfa de mí tu tirania;
Que aunque dejas burlado el lazo estrecho
Que tu forma fantástica ceñia,
Poco importa burlar brazos y pecho
Si te labra prision mi fantasía.
{145}

V.

Yo no puedo tenerte ni dejarte,
Ni sé por qué al dejarte ó al tenerte
Se encuentra un no sé qué para quererte,
Y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,
Yo templaré mi corazon de suerte
Que la mitad se incline á aborrecerte,
Aunque la otra mitad se incline á amarte.
Si ello es fuerza querernos, haya modo,
Que es morir el estar siempre riñendo:
No se hable mas de celo ni sospecha,
Y quien da la mitad no quiera todo;
Y cuando me la estás allá haciendo,
Sabe que estoy haciendo la deshecha.
{146}

VI.

Yo adoro á Lisi, pero no pretendo
Que Lisi corresponda á mi fineza,
Pues si juzgo posible su belleza,
A su decoro y mi aprehension ofendo.
No emprender solamente es lo que emprendo,
Pues sé que á merecer tanta grandeza
Ningun mérito basta, y es simpleza
Obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada
Su beldad, que no quiere mi osadía
A la esperanza dar ni aun leve entrada;
Que, cediendo á la suya mi alegria,
Por no llegarla á ver mal empleada
Aun pienso que sintiera verla mia.
{147}

VII.

Al que ingrato me deja, busco amante;
Al que amante me sigue, dejo ingrata;
Constante adoro á quien mi amor maltrata;
Maltrato á quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
Y soy diamante al que de amor me trata;
Triunfante quiero ver al que me mata,
Y mato á quien me quiere ver triunfante.
Si á este pago, padece mi deseo;
Si ruego á aquel mi pundonor enojo:
De entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo por mejor partido escojo,
De quien no quiero ser violento empleo,
Que de quien no me quiere vil despojo.
{148}

VIII.

Feliciano me adora, y le aborrezco;
Lisardo me aborrece, y yo le adoro;
Por quien no me apetece, ingrato, lloro;
Y al que tierno me llora, no apetezco.
A quien mas me desdora el alma ofrezco.
A quien me ofrece víctimas, desdoro;
Desprecio al que enriquece mi decoro,
Y al que le hace desprecios, enriquezco.
Si con mi ofensa al uno reconvengo,
Me reconviene el otro á mí ofendido,
Y á padecer de entrambos modos vengo;
Pues ambos atormentan mi sentido,
Aquese con pedir lo que no tengo,
Y aqueste en no tener lo que le pido.
{149}

IX

Fabio, en el ser de todos adoradas
Son todas las beldades ambiciosas,
Porque tienen sus aras por ociosas
Si no las ven de víctimas colmadas;
Y así, si de uno solo son amadas,
Viven de la fortuna querellosas,
Porque piensan que mas que ser hermosas
Constituye deidad el ser rogadas.
Mas yo soy en aquesto tan medida,
Que en viendo á muchos mi atencion zozobra,
Y solo quiero ser correspondida
De aquel que de mi amor reditos cobra;
Porque es la sal del gusto ser querida,
Y daña lo que falta y lo que sobra.
{150}

X.

Miró Celia una rosa que en el prado
Ostentaba feliz su pompa vana,
Y con afeites de carmin y grana
Bañaba alegre el rostro delicado;
Y dijo: Goza sin temor del hado
El curso breve de tu edad lozana;
Pues no podrá la muerte de mañana
Quitarte lo que hubieres hoy gozado.
Y aunque llega la muerte presurosa
Y tu fragante vida se te aleja,
No sientas el morir tan bella y moza;
Mira que la esperiencia te aconseja
Que es fortuna morirte siendo hermosa,
Y no ver el ultraje de ser vieja.
{151}

XI.

A Lucrecia.

¡Oh famosa Lucrecia! gentil dama
De cuyo desgarrado noble pecho
Salió la sangre que extinguió, á despecho
Del rey injusto, la lasciva llama!
¡Oh con cuánta razon el mundo aclama
Tu virtud! pues por premio de tal hecho
Aun es para tus sienes cerco estrecho
La amplísima corona de tu fama.
Pero si el modo de tu fin violento
Puedes borrar del tiempo y sus anales,
Quita la punta del puñal sangriento
Con que pusiste fin á tantos males,
Que es mengua de tu honrado sentimiento
Decir que te valiste de puñales.
{152}

XII.

A la misma.

Intenta de Tarquino el artificio
A tu pecho, Lucrecia, dar batalla:
Ya amante llora, ya modesto calla,
Ya ofrece toda el alma en sacrificio.
Y cuando piensa ya que mas propicio
Tu pecho á tanto imperio se avasalla,
El premio, como Sísifo, que halla
Es empezar de nuevo el ejercicio.
Arde furioso y la amorosa tema
Crece en la resistencia de tu honra,
Con tanta privacion mas obstinada.
¡Oh providencia de deidad suprema!
Tu honestidad motiva tu deshonra,
Y tu deshonra te eterniza honrada.
{153}

XIII.

La esposa de Pompeyo.

La esposa heroica de Pompeyo altiva,
Al ver su vestidura en sangre roja,
Con generosa cólera se enoja
De sospecharlo muerto y estar viva.
Rinde la vida en que el sosiego estriva
De esposo y padre, y con mortal congoja
La concebida sucesion arroja,
Y de la paz con ella á Roma priva.
Si el infeliz concepto que escondia
En sus entrañas Julia, no abortara,
La muerte de Pompeyo escusaria.
¡Oh tirana fortuna! quién pensara
Que con el mismo amor que le tenia,
Con ese mismo amor se la causara!
{154}

XIV.

A Porcia.

¿Qué pasion, Porcia, que dolor tan ciego
Te obliga á ser de tí fiera homicida?
O ¿en qué te ofende tu inocente vida
Que así le das batalla á sangre y fuego?
Si la fortuna airada, al justo ruego
De tu esposo se muestra endurecida,
Bástele el mal de ver su accion perdida,
No acabes con tu muerte su sosiego.
Deja las brasas, Porcia, que mortales
Impaciente tu amor elegir quiere;
No al fuego de tu amor el fuego iguales;
Porque, si bien de tu pasion se infiere,
Mal morirá en las brasas materiales
Quien en las llamas del amor no muere.
{155}

XV.

¿Vesme, Alcino, que atada á la cadena
De amor, sufro en sus hierros aherrojada
Mísera esclavitud, desesperada
De libertad, y de consuelo ajena?
¿Ves de dolor y angustia mi alma llena,
De tan fieros tormentos lastimada,
Y entre las vivas llamas abrasada,
Juzgarse por indigna de su pena?
¿Vesme seguir, sin alma, un desatino
Que yo misma condeno por estraño?
¿Vesme derramar sangre en el camino,
Siguiendo los vestigios de un engaño?
¿Muy admirado estás? Pues mira, Alcino,
Mas merece la causa de mi daño.
{156}

XVI.

Despues de una enfermedad de la autora. A la vireina, marquesa de Mancera.

En mi vida, que siempre tuya fué,
Laura divina, y siempre lo será,
La parca fiera, que en seguirme da,
Quiso asentar por triunfo el duro pié.
Yo de su atrevimiento me admiré,
Que si debajo de tu imperio está,
Tener fuero no puede en ella ya,
Pues del suyo contigo me libré.
Para cortar el hilo, que no hiló,
La tijera mortal abierta ví:
“¡Ay parca fiera! dije entonces yo,
Mira que Laura sola manda aquí.”
Ella corrida al punto se apartó,
Y dejóme morir solo por ti.
{157}

XVII.

(CONSONANTES FORZADOS.)

Aunque eres, Teresilla, tan muchacha,
Le das qué hacer al pobre de Camacho,
Porque dará tu disimulo un cacho
A aquel que se pintare mas sin tacha.
De los empleos que tu amor despacha
Anda el triste cargado como un macho,
Y tiene tan crecido su penacho,
Que ya no puede entrar, si no se agacha.
Estás á hacerle burlas ya tan ducha,
Y á salir de ellas bien estás tan hecha,
Que de lo que tu vientre desembucha.
Sabes darle á entender, cuando sospecha,
Que has hecho, por hacer su hacienda mucha,
De ajena siembra suya la cosecha.
{158}

XVIII.

(CONSONANTES FORZADOS.)

Ines, yo con tu amor me refocilo,
Y viéndome querer me regodeo;
En mirar tu hermosura me recreo,
Y cuando estás celosa me reguilo.
Si á otros miras, de celos me aniquilo,
Y tiemblo de tu gracia y tu meneo,
Porque sé, Ines, que tu con un boleo
No dejarás humor ni para quilo.
Cuando estás enojada, no resuello;
Cuando me das picones, me refino;
Cuando sales de casa, no reposo;
Y espero, Ines, que entre esto y entre aquello
Tu amor, acompañado de mi vino,
Dé conmigo en la cama ó en el coso.
{159}

XIX.

A la esperanza.

Diurna enfermedad de la esperanza,
Que así entretienes mis cansados años,
Y en el fiel de los bienes los daños
Tienes en equilibrio la balanza,
Que siempre suspendida, en la tardanza
De inclinarse, no dejan tus engaños
Que lleguen á exceder en los tamaños
La desesperacion ó la confianza;
¿Quién te ha quitado el nombre de homicida?
Pues lo eres mas severa, si se advierte,
Que suspendes el alma entretenida;
Y entre la infausta ó la felice suerte
No lo haces tú por conservar la vida,
Sino por dar mas dilatada muerte.
{160}

XX.

¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
Se deja así vencer de un mal celoso,
Haciendo con estremos de furioso
Demostraciones más que de locura?
¿En qué te ofendió Celia, si se apura?
O al amor ¿por qué culpas de engañoso,
Si no aseguró nunca poderoso
La eterna posesion de su hermosura?
La posesion de cosas temporales,
Temporal es, Alcino, y es abuso
El querer conservarlas siempre iguales.
Conque, tu error ò tu ignorancia acuso;
Pues fortuna y amor de cosas tales
La propiedad no han dado, sino el uso.
{161}

XXI.

Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno
El que estés de esta suerte en mi sentido,
Que infama el hierro el escorpion herido,
Y mancha, á quien lo huella, inmundo el cieno.
Eres como el mortífero veneno
Que daña á quien lo vierte inadvertido;
Y, en fin, eres tan malo y fementido
Que aun para aborrecido no eres bueno.
Tu aspecto vil á mi memoria ofrezco,
Aunque con susto me lo contradice,
Por darme yo la pena que merezco;
Pues cuando considero lo que hice,
No solo á ti, corrida, te aborrezco,
Pero á mí, por el tiempo que te quise.
{162}

XXII.

Dices que yo te olvido, Celio, y mientes
En decir que me acuerdo de olvidarte,
Pues no hay en mi memoria alguna parte
En que, aun como olvidado, te presentes.
Mis pensamientos son tan diferentes
Y en todo tan ajenos de tratarte,
Que ni saben si pueden olvidarte,
Ni si te olvidan saben si lo sientes.
Si tù fueras capaz de ser querido,
Fueras capaz de olvido, y ya era gloria
Al ménos la potencia de haber sido;
Mas tan léjos estás de esa victoria,
Que aqueste no acordarme, no es olvido,
Sino una negacion de la memoria.
{163}

XXIII.

Al rey de España, con ocasión de un acto piadoso para con el Santísimo Sacramento.

Altísimo señor, monarca hispano,
Que á Dios entre accidentes escondido
Cuando quereis mostraros mas rendido
Es cuando os ostentais mas soberano.
Aquesta accion, señor, que al luterano
Asombró en Cárlos quinto esclarecido,
Y esa por quien el gran Rodulfo vido
Del mundo el cetro en su piadosa mano,
Aunque aplaudida en el hispano suelo
Ha sido con católica alegria,
No causa admiracion á mi desvelo:
Quede admirado aquel que desconfia,
Y de vuestra piedad, virtud y celo
Esa y mas religion no suponía.
{164}

XXIV.

Firma Pilato la que juzga agena
Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
¿Quién creerá que firmando ajena muerte
El mismo juez en ella se condena?
La ambición de tal modo le enagena,
Que con el vil temor, ciego, no advierte
Que carga sobre sí la infausta suerte
Quien al justo sentencia á injusta pena.
Jueces del inundo, detened la mano,
Aun no firmeis: mirad si son violencias,
Las que os pueden mover, de odio inhumano;
Examinad primero las conciencias,
Mirad no haga el Juez recto y soberano
Que en la ajena firmeis vuestras sentencias.
{165}

XXV.

A la muerte del duque de Veráguas.[G]

Ves, caminante: en esta triste pira
La potencia de Jove está postrada;
Aquí Marte rindió la fuerte espada,
Aquí Apolo rompió la dulce lira;
Aquí Minerva triste se retira,
Y la luz de los astros eclipsada
Toda está en la ceniza venerada
Del excelso Colon, que aquí se mira.
Tanto pudo la fama encarecerlo,
Y tanto las noticias sublimarlo,
Que sin haber llegado á conocerlo,
Llegó con tanto estremo el reino á amarlo,
Que muchos ojos no pudieron verlo,
Mas ningunos pudieron no llorarlo.
{166}

XXVI.

Al mismo asunto.

Deten el paso, caminante: advierte
Que aun esta losa guarda enternecida,
Con triunfos de su diestra no vencida,
Al capitan mas valeroso y fuerte;
Al duque de Veráguas, ¡triste suerte!
Que nos dió en su noticia esclarecida,
En relacion los bienes de su vida,
Y en posesion los males de su muerte.
No es muerto el duque, aunque su cuerpo abrace
La losa que apiadada le recibe:
Pues porque á su vivir el curso enlace,
Aunque el mármol su muerte sobrescribe,
En las piedras verás el aquí yace,
Mas en los corazones, aquí vive.
{167}

XXVII.

En la muerte de la marquesa de Mancera.

Mueran contigo, Laura, pues moriste,
Los afectos que en vano te desean,
Los ojos á quien privas de que vean
La hermosa luz que un tiempo concediste.
Muera mi lira infausta en que influiste
Ecos, que hoy lamentables te vocean;
Y hasta estos rasgos mal formados sean
Lágrimas negras de mi pluma triste.
Muévase á compasión la misma muerte
Que precisa no pudo perdonarte,
Y lamente el amor su amarga suerte;
Pues si ántes ambicioso de gozarte
Deseó tener ojos para verte,
Ya le sirvieran solo de llorarte.
{168}

XXVIII.

Quejas de la autora por los aplausos de que era objeto.

¿Tan grande ¡ay hado! mi delito ha sido,
Que, por castigo de él ó por tormento,
No basta el que adelanta el pensamiento,
Sino el que le previenes al oido?
Tan severo en mi contra has procedido,
Que me persuado de tu duro intento,
A que solo me diste entendimiento
Porque fuese mi daño mas crecido.
Me diste aplausos para mas baldones,
Subir me hiciste para penas tales;
Y aun pienso que me dieron tus traiciones
Glorias á mi desdicha desiguales,
Porque viéndome rica de tus dones
Nadie tuviese lástima á mis males.
{169}

XXIX.

Píramo y Tisbe.

De un funesto moral la negra sombra
De horrores mil y confusiones llena,
En cuyo hueco tronco aun hoy resuena
El eco que doliente á Tisbe nombra,
Cubrió la verde matizada alfombra
En que Píramo amante abrió la vena
Del corazon, y Tisbe de su pena
Dió la señal, que aun hoy al mundo asombra.
Mas viendo del amor tanto despecho
La muerte, entonces de ellos lastimada,
Sus dos pechos juntó con lazo estrecho.
Pero ¡ay de la infeliz y desdichada
Que á su Píramo dar no puede el pecho
Ni aun por los duros filos de una espada!
{170}

XXX.

Desahogos de un celoso.

Yo no dudo, Lizarda, que te quiero,
Aunque sé que me tienes agraviado;
Mas estoy tan amante y tan airado,
Que afectos que distingo no prefiero.
De ver que odio y amor te tengo, infiero
Que ninguno estar puede en sumo grado;
Pues no me puede el odio haber ganado,
Sin haberme perdido amor primero.
Y si piensas que el alma que te quiso
Ha de estar siempre á tu aficion ligada,
De tu satisfaccion vana te aviso;
Pues si el amor al odio ha dado entrada
El que bajó de sumo á ser remiso,
De lo remiso pasará á ser nada.
{171}

CANCIONES.

I.

Sentimientos de una ausencia.

Amado dueño mio,
Escucha un rato mis cansadas quejas,
Pues del viento las fio
Que breve las conduzca á tus orejas,
Si no se desvanece el triste acento,
Como mis esperanzas, en el viento.
Oyeme con los ojos,
Ya que están tan distantes los oidos,
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos;
Y ya que á ti no llega mi voz ruda,
Oyeme sordo, pues me quejo muda.{172}
Si del campo te agradas,
Goza de sus frescuras venturosas,
Sin que aquestas cansadas
Lágrimas te detengan enfadosas;
Que en él verás, si atento te detienes,
Ejemplos de mis males y mis bienes.
Si el arroyo parlero
Ves galan de las flores en el prado,
Que amante y lisonjero
A cuantas mira intima su cuidado,
En su corriente mi dolor te avisa
Que á costa de mi llanto tiene risa.
Si ves que triste llora
Su esperanza marchita en ramo verde
Tórtola gemidora,
En él y en ella mi dolor te acuerde
Que imitan con verdor y con lamento
El mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada,
Si la peña que altiva no consiente
Del tiempo ser hollada,
Ambas me imitan, aunque variamente,
Ya con fragilidad, ya con dureza,
Mi dicha aquella y esta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido
Que por el monte baja acelerado,
Buscando dolorido
Alivio al mal en un arroyo helado,
Y sediento al cristal se precipita,
No en el alivio, en el dolor me imita.{173}
Si la liebre encogida
Huye medrosa de los galgos fieros,
Y por salvar la vida
No deja estampa de los pies ligeros,
Tal mi esperanza en dudas y recelos
Se ve acosada de villanos celos.
Si ves el cielo claro,
Tal es la sencillez del alma mia;
Y si, de azul avaro,
De tinieblas se emboza el claro dia,
Es con su oscuridad y su inclemencia
Imágen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado,
Saber puedes mis males sin costarte
La noticia cuidado,
Pues puedes de los campos informarte;
Y, pues yo á todo mi dolor ajusto,
Sabe mi pena sin dejar tu gusto.
Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia!
Mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el dia
Que pongas dulce fin á tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
Y de los mios secarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora
Herirá mis oidos delicada,
Y el alma que te adora,
De inundacion de gozos anegada,
A recibirte con amante prisa
Saldrá á los ojos desatada en risa?{174}
¿Cuándo tu luz hermosa
Revestirá de gloria mis sentidos?
Y ¿cuándo yo dichosa
Mis suspiros daré por bien perdidos,
Teniendo en poco el precio de mi llanto?
¡Que tanto ha de penar quien goza tanto!
¿Cuándo de tu apacible
Rostro alegre veré el semblante afable,
Y aquel bien indecible
A toda humana pluma inesplicable?
Que mal se ceñirá á lo definido
Lo que no cabe en todo lo sentido.
Ven, pues, mi prenda amada,
Que ya fallece mi cansada vida
De esta ausencia pesada;
Ven, pues, que mientras tarda tu venida
Aunque me cueste tu verdor enojos
Regaré mi esperanza con mis ojos.
{175}

II.

Satisfaccion á unos celos.

Pues estoy, condenada,
Fabio, á la muerte por decreto tuyo,
Y la sentencia airada
Ni la apelo, resisto, ni la huyo,
Oyeme, que no hay reo tan culpado
A quien el confesar le sea negado.
Porque te han informado,
Dices, de que mi pecho te ha ofendido,
Me has fiero condenado;
Y ¿pueden en tu pecho endurecido
Mas la noticia incierta, que no es ciencia,
Que de tantas verdades la esperiencia?
Si á otros crédito has dado,
Fabio, ¿por qué á tus ojos se lo niegas,
Y el sentido trocado
De la ley, al cordel mi cuello entregas?
Pues liberal me amplías los rigores,
Y avaro me restringes los favores.
Si otros ojos he visto,
Mátenme, Fabio, tus airados ojos;
Si á otro cariño asisto,
Asístanme implacables tus enojos;
Y si otro amor del tuyo me divierte,
Tu que me has dado vida me des muerte.{176}
Si á otro alegre he mirado,
Nunca alegre me mires ni me vea;
Si le hablé con agrado,
Eterno desagrado en tí posea;
Y si otro amor inquieta mi sentido,
Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.
Mas supuesto que muero
Sin resistir á mi infelice suerte,
Que me des solo quiero
Licencia de que escoja yo mi muerte:
Deja la muerte á mi eleccion medida,
Pues en la tuya pongo yo mi vida.
No muera de rigores,
Fabio, cuando morir de amores puedo;
Pues con morir de amores,
Tú acreditado y yo bien puesta quedo;
Que morir por amor, no de culpada,
No es menos muerte, pero es mas honrada.
Perdon, en fin, te pido
De las muchas ofensas que te he hecho
En haberte querido;
Ofensas son, pues son á tu despecho,
Y con razon te ofendes de mi trato,
Pues que yo con quererte te hago ingrato.
{177}

III.

Sentimientos de una esposa en la muerte de su esposo.

A estos peñascos rudos,
Mudos testigos del dolor que siento,
Que solo siendo mudos
Pudiera yo fiarles mi tormento,
Si acaso de mis penas lo terrible
No infunde voz y lengua en lo insensible,
Quiero contar mis males,
Si es que yo sé los males de que muero;
Pues son mis penas tales
Que si contarlas por alivio quiero,
Les son, una con otra atropellada,
Dogal á la garganta, al pecho espada.
Ni envidio dicha ajena,
Que el mal eterno que en mi pecho lidia
Hace incapaz mi pena
De que pueda tener tan alta envidia;
Es tan mísero estado el en que peno,
Que como dicha envidio el mal ajeno.
No pienso yo que hay gloria,
Porque estoy de pensarlo tan distante,
Que aun la dulce memoria
De mi pasado bien, tan ignorante
La mira de mi mal el desengaño,
Que ignoro si fue bien, y sé que es daño.{178}
Esténse allá en su esfera
Los dichosos, que es cosa en mi sentido
Tan remota, tan fuera
De mi imaginacion, que solo mido,
Entre lo que padecen los mortales,
Lo que distan sus males de mis males.
¡Quién tan dichosa fuera
Que de un agravio indigno se quejara!
¡Quién un desden llorara!
¡Quién un alto imposible pretendiera!
¡Quién llegara, de ausencia ó de mudanza,
Casi á perder de vista la esperanza!
¡Quién en ajenos brazos
Viera á su dueño, y con dolor rabioso
Se arrancara á pedazos
Del pecho ardiente el corazon celoso!
Pues fuera menos mal que mis desvelos
El infierno terrible de los celos.
¡Pues todos estos males
Tienen consuelo ó tienen esperanza,
Y los mas sus iguales
Solicitan ó animan la venganza;
Y solo de mi fiero mal se aleja
Esperanza y venganza, alivio y queja!
Porque ¿á quién si no al cielo
Que me robó mi dulce prenda amada,
Podrá mi desconsuelo
Dar sacrílega queja destemplada?
¡Y él con sordas rectísimas orejas
A cuenta de blasfemias pondrá quejas!{179}
Ni Fabio fué grosero,
Ni ingrato ni traidor; ántes amante,
Con pecho verdadero,
Nadie fué mas leal ni mas constante;
Nadie mas fino supo en sus acciones
Finezas añadir á obligaciones.
Solo el cielo envidioso
Mi esposo me quitó; la parca dura
Con ceño temeroso
Fué solo autor de tanta desventura.
¡Oh cielo rigoroso! oh triste suerte,
Que tantas muertes das con una muerte!
¡Ay dulce esposo amado!
¿Para qué te ví yo? ¿por qué te quise?
Y ¿por qué tu cuidado
Me hizo con las venturas infelice?
¡Oh dicha fementida y lisonjera,
Quién tus amargos fines conociera!
¿Qué vida es esta mia
Que rebelde resiste á dolor tanto?
¿Por qué, necia, porfía,
Y en las amargas fuentes de mi llanto
Anegada no acaba de extinguirse,
Si no puede en mi fuego consumirse?
{180}

IV.

Al mismo objeto que la anterior.

Agora que conmigo
Sola en este retrete,
Por pena ó por alivio,
Permite amor que quede;
Agora, pues, que hurtada
Estoy un rato breve
De la atencion de tantos
Ojos impertinentes,
Salgan del pecho, salgan
En lágrimas ardientes
Las represadas penas
Y las ansias crueles.
¡A fuera ceremonias
De atenciones corteses,
Alivios afectados,
Consuelos aparentes!
Salga el dolor de madre
Y rompa vuestras puentes
Del raudal de mi llanto
El rápido torrente.
En exhalados ayes
Salgan confusamente
Suspiros que me abrasen,
Lágrimas que me aneguen.
Corran de sangre pura
Que mi corazon vierte,
De mis dolientes ojos
Las perenales fuentes.{181}
Publique con los gritos
Que ya sufrir no puede
Del tormento inhumano
Las cuerdas inclementes.
Ceda al amor el juicio,
Y él con estremos muestre
Que es solo de mi pecho
El duro presidente.
¡En fin, muriò mi esposo!
Pues ¿cómo indiferente
Yo la suya pronuncio
Sin pronunciar mi muerte?
El sin vida, ¿y yo animo
Este compuesto débil?
Yo con voz ¿y él difunto?
¿No muero cuando el muere?
¡No es posible! Sin duda
Que, con mi amor aleves,
O la pena me engaña,
O la vida me miente.
Si él era mi alma y vida,
¿Cómo podrá creerse
Que sin alma me anime,
Que sin vida me aliente?
¿Quién conserva mi vida?
O ¿de dónde le viene
Aire con que respire,
Calor que la fomente?
Sin duda que es mi amor
El que en mi pecho enciende
Estas señas que en mí
Parecen de viviente.{182}
Y como en un madero
Que abrasa el fuego ardiente
Nos parece que luce
Lo mismo que padece;
Y cuando el vegetable
Humor en él perece
Parécenos que vive,
Y no es sino que muere:
Así yo en las mortales
Ansias que el alma siente
Me animo con las mismas
Congojas de la muerte.
¡Oh! de una vez acabe,
Y no cobardemente
Por resistirme á una
Perezca tantas veces!
¡Oh! caiga sobre mí
La esfera trasparente,
Desplomados del polo
Los diamantinos ejes!
¡Oh! el centro en sus cabernas
Me preste oscuro albergue,
Cubriendo mis desdichas
La máquina terrestre!
¡Oh! el mar en sus entrañas
Sepultada me entregue
Por mísero alimento
A sus voraces peces!
¡Niegue el sol á mis ojos
Sus rayos refulgentes,
Y el aire á mis suspiros
El necesario ambiente!{183}
¡Cúbrame eterna noche
Y el siempre oscuro Lete
Borre mi nombre infausto
Del pecho de las gentes!
Mas ¡ay de mí! que todas
Las criaturas crueles
Solicitan que viva,
Porque gustan que pene!
Pues ¿qué espero? mis propias
Penas de mí me venguen,
Y á mi garganta sirvan
De funestos cordeles,
Diciendo con mi ejemplo
A quien mis penas viere:
Aquí acabó una vida
Porque un amor viviese!
{184}

V.

Divino dueño mio,
Si al tiempo de apartarme
Tiene mi amante pecho
Alientos de quejarse,
Oye mis penas, mira mis males.
Aliéntese el dolor,
Si puede lamentarse,
Y á punto de perderte
Mi corazon exhale
Llanto á la tierra, quejas al aire.
Apénas de tus ojos
Quise al sol elevarme,
Cuando mi precipicio
Da en sentidas señales
Venganza al fuego, nombre á los mares.[H]
Apénas tus favores
Quisieron coronarme,
Dichosa mas que todos,
Felice como nadie,
Cuando los gustos fueron pesares.
Sin duda el ser dichosa
Es la culpa mas grave,
Pues mi fortuna adversa
Dispone que la pague
Con que á mis ojos tus luces falten.
¡Ay, dura ley de ausencia!
Quién podrá derogarte,
Si á donde yo no quiero
Me llevas, sin llevarme,
Con alma, muerta, vivo cadáver.{185}
Será de tus favores
Solo el corazon cárcel,
Por ser aun el silencio,
Si quiero que los guarde,
Custodio indigno, sigilo frágil.
Y puesto que me ausento,
Por el último vale
Te prometo rendida
Mi amor y fe constante,
Siempre quererte, nunca olvidarte.
{186}

VI.

Prolija memoria,
Permíteme quiera
Que por un instante
Sosieguen mis penas.
Afloja el cordel,
Que, segun aprietas,
Temo me revientes
Si das otra vuelta.
Mira que si acabas
Con mi vida, cesa
De tus tiranías
La triste materia.
No piedad te pido
En aquestas treguas
Sino que otra especie
De tormento sea.
Ni de mí presumas
Que soy tan grosera,
Que la vida solo
Para vivir quiera.
Bien sabes tú, como
Quien está tan cerca,
Que solo la estimo
Por sentir con ella,
Y porque perdida,
Perder era fuerza
Un amor que pide
Duracion eterna.
Por esto te pido
Que tengas clemencia:
No porque yo viva,
Sí porque él no muera.{187}
¿No bastan cuán vivas
Se me representan
De mi ausente cielo
Las divinas prendas?
¿No basta acordarme
Sus caricias tiernas,
Sus dulces palabras,
Sus nobles finezas?
Y ¿no basta que
Industriosa crezcas
Con pasadas glorias
Mis presentes penas,
Sino que (¡ay de mí!
Mi bien, quién pudiera
No hacerte este agravio
De temer mi ofensa!)
Sino que villana
Persuadirme intentas
Que mi agravio es
Posible que sea?
Y para formarlo
Con necia agudeza,
Con cuerdas palabras
Acciones contestas.
Sus proposiciones
Me las interpretas,
Y lo que en paz digo
Me sirve de guerra.
¿Para qué examinas
Si habrá quien merezca
De sus bellos ojos
Atenciones tiernas?{188}
¿Si de otra hermosura
Acaso le llevan
Méritos mas altos,
Mas dulces ternezas?
¿Si de obligaciones
La carga molesta
Le obliga en mi agravio
A pagar la deuda?
¿Para qué ventilas
La cuestion superflua
De si es la mudanza
Hija de la ausencia?
Ya yo sé que es frágil
La naturaleza,
Y que su constancia
Solo es no tenerla;
Sé que la mudanza
Por puntos en ella
Es, de su ser propio,
Caduca dolencia.
Pero tambien sé
Que ha habido firmeza,
Que ha habido escepciones
De la comun regla.
Pues ¿por qué la suya,
Quieres tú que sea,
Siendo ambas posibles,
De aquella y no de esta?
Mas ¡ay! que ya escucho,
Que das por respuesta,
Que son mas seguras
Las cosas adversas.{189}
Con estos temores
En confusa guerra,
Entre muerte y vida
Me tienes suspensa.
Ven á algún partido
De una vez, y acepta
Permitir que viva
O dejar que muera.
{190}

VII.

(FRAGMENTOS.)

Sabrás, querido Fabio,
Si ignoras que te quiero,
Que ignorar lo dichoso
Es muy de lo discreto;
Que apénas fuiste blanco
En que el rapaz archero
Del tiro indefectible
Logró el mejor acierto,
Cuando en mi pecho amante
Brotaron al incendio
De recíprocas llamas
Conformes ardimientos.
¿No has visto, Fabio mio,
Cuando el señor de Délos
Hiere con armas de oro
La luna de un espejo,
Que haciendo en el cristal
Reflejo el rayo bello,
Hiere repercusivo
El mas cercano objeto?
Pues así del amor
Las flechas, que en mi pecho
Tu resistente nieve
Les diò mayor esfuerzo,
Vueltas á mí las puntas,
Dispuso amor soberbio,
Solo con un impulso
Dos alcanzar trofeos.{191}
Díganlo las ruinas
De mi valor deshecho,
...........
Las cercenadas voces
Que en balbucientes ecos,
Si el amor las impele,
Las retiene el respeto;
Las niñas de mis ojos
Que con mirar travieso
Sinceramente parlan
Del alma los secretos;
El turbado semblante
Y el impedido aliento,
En cuya muda calma
Da voces el afecto;
Aquel decirte mas
Cuando me esplico ménos,
Queriendo en negaciones
Espresar los conceptos;
Y en fin, dígaslo tú
Que de mis pensamientos,
Lince sutíl, penetras
Los mas ocultos senos.
...........
{192}

VIII.

(FRAGMENTOS.)

Si acaso, Fabio mio,
Despues de penas tantas
Quedan para las quejas
Alientos en el alma;
Si acaso en las cenizas
De mi muerta esperanza
Se libró por pequeña
Alguna débil rama,
En donde entretenerse
Con fuerza limitada,
El rato que me escuchas,
Pueda la vital aura,
Oye en tristes endechas
Las tiernas consonancias
Qué al moribundo cisne
Sirven de exequias blandas.
...........
Dame el postrer abrazo
Cuyas tiernas lazadas,
Siendo union de los cuerpos,
Ydentifican almas.
Oiga tus dulces ecos,
Y en cadencias turbadas
No permita el ahogo
Enteras las palabras.
De tu rostro en el mio
Haz amorosa estampa
Y mis mejillas frías
De ardiente llanto baña.
...........
{193} Recibe de mis labios
El que en mortales ansias
El exánime pecho
Ultimo aliento exhala;
Y el espíritu ardiente
...........
Recibe, y de tu pecho
En la dulce morada
Padron eterno sea
De mi fineza rara.
Y á Dios, Fabio querido,
Que ya el aliento falta,
Y de vivir se aleja
La que de tí se aparta.
{194}

ODAS, LIRAS Y LETRILLAS.

I.

En la profesion de una religiosa.

Celebrad, criaturas,
Las dichas que logro,
Aunque á mis venturas
Todo viene corto.
Sabed que mis bienes
Llegan á tal colmo,
Que aun á la esperanza
Exceden mis gozos.
Del Señor un ángel
Me asiste animoso,
Y con nimio celo
Guarda mi decoro.
Soy esclava humilde
Del Señor que adoro,
Y por eso ostento
Serviles despojos.
Con su santo sello
Señaló mi rostro,
Para que no admita
Mas que su amor solo.{195}
Del que ángeles sirven
Esposa me nombro,
A quien sol y luna
Admiran hermoso.
Desprecia por Cristo
Mi pecho amoroso
El reino del mundo
Con su fausto todo.
Ahora que sigo
Con paso amoroso
Al que ha deseado
Mi corazon todo,
¡Ay! no me confundas,
Señor, con tu enojo,
Sino obra conmigo
Cual siempre piadoso!
Dióme en fe su anillo
De su desposorio,
Y de ricas joyas
Compuso mi adorno.
Vistióme con ropas
Tejidas con oro,
Y con su corona
Me honró como esposo.
Lo que he deseado
Ya lo ven mis ojos,
Y lo que esperaba
Ya felice gozo.
{196}

II.

A la Asuncion.

A la que triunfante
Bella emperatriz
Huella de los aires
La region feliz;
A la que ilumina
Su vago confin
De arreboles de oro,
Nácar y carmin;
A cuyo pié hermoso
Espera servir
El trono estrellado
En campo turquí;
A la que confiesan
Cien mil veces mil
Por Señora el ángel,
Reina el serafin;
Cuyo pelo airoso
Desprende sutíl
En garzotas de oro
Bandera de Ofir;
De quién aprendió
El sol á lucir,
La estrella á brillar,
La aurora á reir,
Cantemos la gloria
Diciendo al subir:
Pues vivió sin mancha,
¡Que viva sin fin!
{197}

III.

Al mismo asunto.

De tu ligera planta
El curso, Fénix rara,
Pára, pára;
Mira que se adelanta
En tan ligero ensayo
A la nave, á la cierva, al ave, al rayo.
¿Por qué surcas ligera
El viento trasparente?
Tente, tente;
Consuélanos siquiera,
No nos lleves contigo
El consuelo, el amparo, el bien y abrigo.
Todos los elementos
Lamentan tu partida;
Mida, mida
Tu piedad sus lamentos:
Oye el humilde ruego
A la tierra, á la mar, al aire, al fuego.
Las criaturas sensibles
Y las que vida ignoran,
Lloran, lloran
Con llantos indecibles,
Invocando tu nombre
El peñasco, la planta, el bruto, el hombre.
A llantos repetidos
Entre los troncos secos,
Ecos, ecos
Dan á nuestros gemidos
Por llorosa respuesta
El monte, el llano, el bosque, la floresta.{198}
Si las lumbres atenta
Hácia el suelo volvieras,
Vieras, vieras
Cuán triste se lamenta
Con ansia lastimosa
El pájaro, el reptil, el pez, la rosa.
Mas con ardor divino
Ya rompiendo las nubes
Subes, subes,
Y en solio cristalino
Besan tus plantas bellas
El cielo, el sol, la luna, las estrellas.
Ya espíritus dichosos
Que el Olimpo componen
Ponen, ponen
A tus pies, generosos,
Con ardientes deseos
Coronas, cetros, palmas y trofeos.
No olvides, pues, gloriosa,
Al que triste suspira;
Mira, mira
Que ofreciste piadosa
Ser de clemencia armada
Ausilio, amparo, madre y abogada.
{199}

IV.

A San Pedro.

¡Oh Pastor que has perdido
Al que tu pecho adora!
Llora, llora,
Y deja dolorido
En lágrimas deshecho
El rostro, el corazon, el alma, el pecho.
Si el arrepentimiento
Tu corazon oprime,
Gime, gime;
Lastime tu lamento
Y doloroso anhelo
A la tierra, á la mar, al aire, al cielo.
Si de suerte mejoras,
Las lágrimas te valgan:
Salgan, salgan
Todas las que atesoras;
Aneguen tus pesares
Los rios, los arroyos, fuentes, mares,
Y pues tu pena rara
Lágrimas solo borran,
Corran, corran,
Y dejen en tu cara
Y en todas tus facciones
Señales, rayas, surcos, impresiones.{200}
Y si á dar tiernas voces
El duro mal te excita,
Grita, grita,
Y tus penas atroces
Oigan, y tus querellas,
Los luceros, el sol, luna y estrellas.
El curso ya empezado
Tus lágrimas no acaben:
Laven, laven
La mancha del pecado,
Hasta que estés glorioso
Limpio, resplandeciente, puro, hermoso.
{201}

V.

De Santa Catarina Mártir.

Sosiega, Nilo undoso,
Tu líquida corriente;
Tente, tente,
Párate á ver gozoso
La que fecundas bella
De la tierra, del cielo, rosa, estrella.
Tu corriente oportuna
Que piadoso moviste
Viste, viste
Que de Moises fué cuna,
Siendo arrullo á su oido
La onda, la espuma, el tumbo y el sonido.
Mas venturoso ahora
De abundancia de bienes
Tienes, tienes
La que tu márgen dora
Belleza mas lozana
Que Abigail, Ester, Raquel, Susana:
La hermosa Catarina
Que la gloria gitana
Vana, vana
Elevó á ser divina,
Y en las virtudes trueca
De Débora, Jael, Judit, Rebeca.{202}
No en frágil hermosura
Que aprecia el loco abuso
Puso, puso
Esperanza segura,
Bien que excedió su cara
La de Ruth, Bersabé, Thamar y Sara.
A esta, Nilo sagrado,
Tu corriente sonante
Cante, cante,
Y en concierto acordado
Tus ondas sean veloces
Sílabas, lenguas, nùmeros y voces.
{203}

VI.

Al mismo asunto.

(LETRILLA.)

Erase una niña
Como digo á usté,
Cuyos años eran
Ocho sobre diez.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Esta (qué sé yo
Cómo pudo ser?)
Dizque supo mucho,
Aunque era mujer.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Porque como dizque
Dice no sé quien,
Ellas solo saben
Hilar y coser.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Pues esta á hombres grandes
Pudo convencer;
Que á un chico, cualquiera
Lo puede envolver.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Y aun una santita
Dizque era tambien,
Sin que la estorbase
Para eso el saber.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.{204}
Mas como Patillas
No duerme, al saber
Que era santa y docta
Se hizo un Lucifer.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Porque teme el diablo
Esto de saber
Que hay mujer que sepa
Mas que supo él.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Pues con esto ¿qué hace?
Viene y tienta á un rey
Que á ella la tentara
A dejar su ley.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
Tentóle de recio;
Mas ella, par diez,
Se dejó matar
Antes que vencer.
Esperen, aguarden,
Que yó lo diré.
No pescudan mas,
Porque mas no sé,
De que es Catarina
Para siempre, amen.
Esperen, aguarden,
Que yo lo diré.
{205}

VII.

En la dedicacion de un templo.

Aunque ningun lugar es
Lugar de ofender á Dios,
Pues para alabarle en todos
Su Magestad los crió,
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.
Como nuestra gran flaqueza
Su Magestad conoció,
Separó algunos lugares
Para nuestra devocion.
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.
Con especial asistencia
En ellos determinó
Habitar, para que en ellos
Le demos adoracion.
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.
Pues ¿qué disculpa tendrá
De atreverse nuestro error
Al determinado sitio
Que para sí destinó?
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.{206}
Los que al templo venis, sea
Solo á dar gracias á Dios;
No hagais la casa del Padre
Casa de negociacion.
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.
Plazas y lonjas teneis
Si buscais conversacion,
Que el templo Dios solamente
A su culto reservò.
Atencion, atencion,
Que aquesta es casa solo de oracion.
{207}

VIII.

Juguetillo á María.

Como entre espinas la rosa,
Como entre nubes la luna,
Unica y como ninguna
Luce la divina Esposa.
Toda pura y toda hermosa,
Púrpura y viso vestida,
Ciudad de Dios defendida,
Arca de su testamento,
De la Trinidad asiento,
Iris hermoso de paz,
Y trescientas cosas mas.
Como lirio descollado
En el márgen cristalino;
Como vaso de oro fino
De mil piedras adornado;
Como bálsamo quemado,
Como fuego reluciente,
Como Apolo refulgente.
Como poma de olor llena,
A quien no tocó la pena
Que tuvieron los demas,
Y trescientas cosas mas.{208}
Como varita olorosa
Que asciende desde el desierto;
Como bien ballado huerto
De la fruta mas sabrosa;
Como palma victoriosa,
Como escuadron ordenado,
Como paso bien sellado,
Como pacífica oliva
Que fué del mundo la paz,
Y trescientas cosas mas.
Trono de Dios soberano,
Archivo de todo bien,
Gloria de Jerusalen
Y alegria del crístiano;
Ester que al género humano
De la miseria libró;
La muger que en Pátmos vió
Juan, triunfante del dragon;
El trono de Salomon
Y la señal dada á Acaz,
Y trescientas cosas mas.
{209}

IX.

Villancicos en la fiesta de San José.

Quedito, airecillos,
No, no susurreis;
Mirad que descansa
Un rato José.
No, no os movais,
Oh no, no voleis;
Quedito, pasito,
Que duerme José.
Para no ver el preñado,
José, que le daba enojos,
De María, los dos ojos
Ha cerrado.
Centra su vista severo
Dijo airado, porque vía
Testigos contra María,
“No los quiero.
Si dicen que en el empleo
De mi esposa falta fe,
Nunca estoy mas ciego que
Cuando veo.
Y á que en llanto no se aneguen
Porque á tanto se atrevieron,
Ojos que contra ella fueron
Luego cieguen.”
Viendo Dios que eran despojos
Sus ojos de su sentir,
Hízole dormido abrir
Tantos ojos.{210}
Hablóle un ángel glorioso,
Porque solo él pudo ser
Bastante á satisfacer
A un celoso.
Ay qué prodigio!
Ay qué portento!
Vengan á verlo todos,
Vengan á verlo!
Que si á todos los celos
Quitan el sueño,
A mi Josef el sueño
Quita los celos.
Celos con sueño,
Sueño con celos,
En Josef solamente
No son opuestos.
Vengan á verlo todos
Vengan á verlo!
{211}

SILVA.

Retrato de una belleza.

POESIA BURLESCA, IMITADA DE JACINTO POLO.

El pintar de Lizarda la belleza
En que á sí se excedió naturaleza,
Con un estilo llano,
Se me viene á la pluma y á la mano.
Y cierto que es locura
El querer retratar yo su hermosura,
Sin haber en mi vida dibujado,
Ni saber qué es azul ó colorado,
Qué es regla, qué es pincel, oscuro ó claro,
Aparejo, retoque ni reparo.
El diablo me ha metido en ser pintora!
Dejémoslo, mi Musa, por ahora
A quien sepa el oficio...
Mas esta tentacion me quita el juicio!
Y sin dejarme pizca,
Ya no solo me tienta, me pellizca,{212}
Me casca, me hormiguea,
Me punza, me rempuja, me aporrea.
Y tengo de pintar dé donde diere,
Salga como saliere;
Aunque saque un retrato
Tal que despues le ponga, aqueste es gato.
Pues no soy la primera
Que con hurtos de sol y primavera
Echo, con mil primores,
Una mujer en infusion de flores;
Y despues que muy bien alambicada
Resulta una belleza destilada,
Cuando el hervor se entibia,
Si rosa la creyeron, sale endibia.
Mas no pienso robar yo sus colores:
Descansen por aquesta vez las flores;
Que no quiere mi Musa ni se mete
En hacer su hermosura ramillete,
Mas ¿con qué he de pintar si ya la vena
No se tiene por buena,
Si no forma, hortelana en sus colores,
Un gran cuadro de flores?
¡Oh siglo desdichado y desvalido,
En que todo lo hallamos ya servido!
Pues que no hay voz, equívoco ni frase
Que por comun no pase,
Y digan los censores:
“¿Eso? ya lo pensaron los mayores.”
¡Dichosos los antiguos que tuvieron
Paño de qué cortar, y así vistieron
Sus conceptos de albores,
De luces, de reflejos y de flores!
Que entónces era el sol nuevo y flamante,
Y andaba tan valido lo brillante{213}
Que el decir que el cabello era un tesoro,
Valia otro tanto oro;
Y las estrellas con sus rayos rojos
Que aun no estaban cansadas de ser ojos,
Cuando eran celebradas
¡Oh dulces luces por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios queria!,
Ya no las puede usar la Musa mia
Sin que diga severo algun letrado
Que Garcilaso está muy maltratado
Y en lugar indecente.
Mas si no es á su Musa competente
Y le ha de dar enojo semejante,
Quite aquellos dos versos, y ¡adelante!
Digo, pues, que el coral, entre los sabios,
Se andaba con la grana aun en los labios,
Y las perlas de nítidos orientes
Andaban enseñándose á ser dientes,
Y alegaba la concha, no muy loca,
Que si ellas dientes son, ella es la boca;
Desde entónces, no hay duda,
Empezó la belleza á ser conchuda.
Pues ¿las piedras? ¡ay Dios! y qué riqueza!
Era una platería una belleza,
Que llevaba por dote en sus facciones
Mas de treinta millones.
Eso sí era hacer versos descansado,
Y no en aqueste siglo desdichado
Y de tal desventura,
Que está ya tan cansada la hermosura
De verse en los planteles
De azucenas, de rosas y claveles,
Ya del tiempo marchitos,
Recojiendo humedades y mosquitos,{214}
Que con enfado estraño
Quisiera mas un saco de hermitaño.
Y así andan los poetas desvalidos
Achicando antiguallas de vestidos,
Y talvez sin mancilla
lo que es jubon ajustan á ropilla,
O hacen de unos centones
De remiendos diversos los calzones,
Y nos quieren vender por estremada
Una belleza rota y remendada.
Pues ¿qué es ver las metáforas cansadas
En que han dado las Musas alcanzadas?
No hay ciencia, arte ni oficio
Que con estraño vicio
Los poetas, con vana sutileza,
No anden acomodando á la belleza,
Y pensando que pintan de los cielos
Hacen unos retablos de sus duelos.
Pero diránme ahora
Que ¿quién á mí me mete á ser censora?
Pues de lo que no entiendo es grave exceso;
Pero yo les respondo, que por eso:
Pues siempre el que censura y contradice,
Es quién ménos entiende lo que dice.
Mas si alguno se irrita,
Murmúreme tambien; ¿quién se lo quita?
No haya miedo que en eso me fatigue,
Ni que á ninguno obligue
A que encargue su alma:
Téngasela en su palma
Y haga lo que quisiere,
Pues su sudor le cuesta al que leyere;
Y si ha de disgustarse con leello,
Vénguese del trabajo con mordello,{215}
Y allí me las dén todas,
Pues yo no me he de hallar en esas bodas.
Miren, esto de bodas es constante
Que lo dije por solo el consonante;
Si alguno halla otra voz que mas espresa,
Yo le doy mi poder, y quíteme esa.
Mas volviendo á mi arenga comenzada,
Válgame por Lizarda retratada,
Y ¡qué difícil eres!
No es mala propiedad de las mujeres.
Mas ya lo prometí, cumplirlo es fuerza,
Aunque las manos tuerza:
A acabarlo me obligo
Pues tomo bien la pluma, y Dios conmigo.
Vaya, pues, de retrato!
Denme un Dios que socorra de barato.
¡Ay¡ con toda la trampa,
Que una musa de la ampa,
A quien ayuda tan propicio Apolo,
Se haya rozado con Jacinto Polo
En aquel conceptillo desdichado!
¡Y pensarán que es robo muy pensado!
Es, pues, Lizarda... es pues... ¡Ay Dios, qué aprieto
No sé quién es Lizarda, les prometo;
Que mi atencion sencilla
Pintarla prometió, no definilla.
Digo, pues... ¡oh que pueses tan soeces!
¿Todo el papel he de llenar de pueses?
¡Jesus! qué mal empiezo!....
Principio iba á decir, ya lo confieso,
Y acordéme al instante
Que principio no tiene consonante.
Perdonen, que esta mengua
Es porque no me ayuda bien la lengua.{216}
¡Jesus! y ¡qué cansados
Estarán de esperar desesperados
Los tales mis oyentes;
Mas si esperar no gustan, impacientes,
Y juzgaren que es largo y que es pesado,
Vayan con Dios, que ya esto se ha acabado;
Pues quedándome sola y retirada
Mi borrador haré mas descansada.
Por el cabello empiezo, estense quedos,
Que hay aquí que pintar muchos enredos;
No hallo comparacion que bien le cuadre;
Qué para poco me parió mi madre!
¿Rayos de sol? Ya aqueso se ha pasado;
La pragmática nueva lo ha quitado.
¿Cuerdas de arco de amor en dulce trance?
Eso es llamarlo cerda en buen romance.
¡Qué linda cosa fuera
El tomar la ocasion por la mollera!
Pero aquesta ocasion ya se ha pasado,
Y calva está de haberla repelado.
Y así en su calva lisa
La cabellera irá tambien postiza,
Y el que llegue á cogerla
Se queda con el pelo y no con ella,
Y, en fin, despues de tanto dar en ello,
¿Qué tenemos, mi Musa, de cabello?
El de Absalon viniera aquí nacido,
Por tener mi discurso suspendido;
Mas no quiero meterme yo en honduras
Mostrándome entendida en Escrituras.
En ser cabello de Lizarda quede.
Que es lo que mas encarecerse puede,
Y bájese á la frente mi reparo:
¡Gracias á Dios que salgo hácia lo claro!{217}
Que me pude perder en la espesura
Sino saliera por la comisura.
Tendrá, pues, la tal frente
Una caballería largamente,
Segun está de limpia y despejada;
Y si temen por esto verla arada,
Pierdan este recelo,
Que estas caballerías son del cielo.
¿Qué apostamos que ahora piensan todos
Que he perdido los modos
Del estilo burlesco,
Pues que ya por los cielos me encarezco?
Pues no fué este mi intento,
Que yo no me acordé del firmamento,
Porque mi estilo llano
Se tiene acá otros cielos mas á mano;
Que á ninguna belleza se le veda
El que tener dos cielos juntos pueda;
Y ¿cómo? Uno en la boca, otro en la frente.
¡Por Dios, que lo he enmendado lindamente!
Las cejas son agora, ¿diré arcos?
No, que su consonante es luego zarcos,
Y si yo pinto zarca su hermosura,
Dará Lizarda al diablo la pintura,
Y me dirá que solo algun demonio
Levantara tan falso testimonio.
Pues yo lo he de decir, y en esto ahora
Conozco que devéras soy pintora,
Que mentir de un retrato en los primores
Es el último exámen de pintores.
En fin, ya con ser arcos se han salido;
Pero ¿piensan que son los de Cupido?
¿O que son paz del dia?
Pues no son sino de una cañería{218}
Por donde encaña el agua á sus enojos,
Por mas señas, que tiene allí dos ojos.
Esto ¿quién lo ha pensado?
¿Me dirán que esto es viejo y es trillado?
Mas ya que los nombré, fuerza es pintallos,
Aunque no tope verso en qué colgallos.
¡Nunca yo los mentara!
Que quizas al lector se le olvidara.
Empiezo á pintar, pues: nadie se ria
De ver que titubea mi Talia;
Que no es hacer buñuelos,
Pues tienen su pimienta los ojuelos,
Y no hallo en mi conciencia
Comparacion que tenga conveniencia
Con tantos arreboles...
¡Jesus! no estuve un tris de decir soles!
¡Qué grande barbarismo!
Apolo me defienda de sí mismo;
Que á los que son de luces sus pecados,
Los veo condenar de alucinados,
Y temerosa yo, viendo su enojo,
Trato de echar mis luces en remojo.
Tentacion solariega en mí es estraña...
Que se vaya á tentar á la montaña.
En fin, yo no hallo símil competente
Por mas que doy palmadas en mi frente,
Y las uñas me como.
¿Dónde el viste estará y el así como,
Que siempre tan activos
Se andan á principiar comparativos?
Mas ¡ay! que donde vistes hubo antaño,
No hay así como ogaño;
Pues váyanse sin ellos muy serenos,
Que no por eso dejan de ser buenos,{219}
Ni de ser manantial de perfecciones,
Que no todo ha de ser comparaciones;
Y ojos de una beldad tan peregrina
Razon es ya que salgan de madrina,
Pues á sus niñas fuera hacer ultrage
Quererlas tener siempre en pupilage.
En fin, nada les cuadra, que es locura
Al círculo buscar la cuadratura.
Síguese la nariz, y es tan seguida
Que ya quedó con esto definida;
Y nariz torticera tan tremenda
No hay geómetra alguno que la entienda.
Pásame á las mejillas;
Y aunque es su consonante maravillas,
No las quiero yo hacer predicadores
Que digan: Aprended de mí, á las flores.
Mas si he de confesarles mi pecado,
Algo el carmin y grana me han tentado.
Mas agora ponérselos no quiero:
Si ella lo quiere, gaste su dinero;
Que es grande bobería
El quererla afeitar á costa mia.
Ellas, en fin, aunque parecen rosa,
Lo cierto es que son carne, y no otra cosa.
¡Válgame Dios! lo que se sigue ahora.
Haciéndome está cocos el aurora
Por ver si la comparo con su boca;
Y el oriente con perlas me provoca;
Pero no hay que admirarme,
Que ni una sed de oriente ha de costarme.
Es, en efecto, de color tan fina
Que parece bocado de cecina;
Y no he dicho muy mal, pues de salada
Dicen que se le ha puesto colorada.{220}
Miren cómo sé hacer comparaciones
Muy propias en algunas ocasiones.
Y es que donde no piensa el que es mas vivo,
Falta el comparativo;
Y si alguno dijere que es grosera
Una comparacion de esta manera,
Respóndame la Musa mas ufana,
¿Es mejor el gusano que la grana?
¿O el clavel, que si el gusto los apura
Hará echar las entrañas su amargura?
Con todo, númen mio,
Aquesto de la boca va muy frio;
Yo digo mi pecado,
Ya está el pincel cansado;
Pero, pues tengo ya frialdad tanta,
Gastemos esta nieve en la garganta,
Que la tiene tan blanca y tan helada
Que le sale la voz garapiñada.
Mas por sus pasos, yendo á paso llano,
Se me vienen las manos á la mano.
Aquí habrá menester grande cuidado,
Pues ya toda la nieve se ha gastado,
Y para la blancura que atesora
No me ha quedado ni una cantimplora;
Y fué la causa de esto
Que, como iba sin sal, se gastó presto.
Mas puesto que pintarla solicito,
Por la Vírgen, que esperen un tantito,
Miéntras la pluma tajo
Y me alivio un poquito del trabajo,
Y, por decir verdad, miéntras suspensa
Mi imaginacion piensa
Algun concepto que á sus manos venga.
¡Oh! si Lizarda se llamara Menga!{221}
Qué equívoco tan lindo me ocurría,
Que solo por el nombre se me enfría!
Ello fuí desgraciada
En estar ya Lizarda bautizada.
Acabemos, que el tiempo nunca sobra:
A las manos, y manos á la obra.
Empiezo por la diestra,
Que aunque no es ménos bella la siniestra,
A la pintura es llano
Que se le ha de asentar la primer mano.
Es, pues, blanca y hermosa con exceso,
Porque es de carne y hueso,
No de marfil ni plata, que es quimera
Y á una estatua servir solo pudiera;
Y con esto, aunque es bella,
Sabe su dueño bien servirse de ella,
Y la estima bizarra,
Mas que no porque luce, porque agarra.
Pues no le queda en zaga la siniestra,
Porque aunque no es tan diestra,
Y es algo ménos en la lijereza,
No tiene un dedo ménos de belleza.
Aquí viene rodada
Una comparacion acomodada:
Porque, no hay duda, es llano
Que es la una mano como la otra mano.
Y si alguno dijere que es friolera
El querer comparar de esta manera,
Respondo á su censura,
Que el tal no sabe lo que se murmura,
Pues pudiera muy bien naturaleza
Haber sacado manca esta belleza;
Que yo he visto bellezas muy ramplonas
Que, si mancas no son, son macarronas.{222}
Ora falta á mi Musa la estrechura
De pintar la cintura.
En ella he de gastar poco capricho,
Pues con decirla breve, se está dicho;
Porque ella es tan delgada,
Que en una línea queda ya pintada.
El pié yo no lo he visto, y fuera engaño
Retratar el tamaño,
Ni mi Musa sus puntos considera,
Porque no es zapatera;
Pero segun airoso el cuerpo mueve,
Debe el pié de ser breve,
Porque es, nadie ha ignorado,
El pié de arte mayor largo y pesado.
Y si en cuenta ha de entrar la vestidura,
Que ya es el traje parte en la hermosura,
El hasta aquí del garbo y de la gala
A la suya no iguala,
De fiesta ò de revuelta,
Porque está bien prendida, y mas bien suelta.
Un adorno garboso y no afectado,
Que parece descuido y es cuidado;
Un aire con que arrastra la tal niña
Con aseado desprecio la basquiña,
En que se van pegando
Las almas entre el polvo que va hollando;
Un arrojar el pelo por un lado,
Como que la acongoja por copado;
Y al arrojar el pelo,
Descubrir un... Por poco digo cielo,
Quebrantando la ley; mas ¿qué importara
Que yo la quebrantara?
A nadie cause escándalo ni espanto,
Pues no es la ley de Dios la que quebranto;{223}
Y con todo, si á ustedes les parece,
Será razon que ya el retrato cese,
Que no quiero cansarme,
Pues ni aun el coste de él han de pagarme.
Veinte años de cumplir en mayo acaba.
Juana Ines de la Cruz la retrataba.

EPIGRAMAS.

I.

Que te dan en la hermosura
La palma, dices, Leonor;
La de vírgen es mejor
Que tu cara te asegura.
No te precies con descoco
Que á todos robas el alma,
Pues si te han dado la palma
Es, Leonor, porque eres coco.

II.

Porque tu sangre se sepa
Cuentas á todos, Alfeo,
Que eres de reyes; yo creo
Que eres de muy buena zepa;
Y que, pues á cuantos topas
Con esos reyes enfadas,
Que mas que reyes de espadas,
Debieron de ser de copas.
{224}

III.

El no ser de padre honrado
Fuera defecto, á mi ver,
Si como recibí el ser
De él, se lo hubiera yo dado.
Mas piadosa fué tu madre
Que hizo que á muchos sucedas,
Para que entre tantos puedas
Tomar el que mas te cuadre.

IV.

Capitan es ya don Juan;
Mas quisiera mi cuidado
Hallarle lo reformado
Antes de lo capitan;
Porque cierto que me inquieta
En accion tan atrevida,
Ver que no sepa la brida
Y se atreva á la gineta.
{225}

LOS SILBOS.

DIALOGO.

(Tomado del final de un sainete.)

Muñoz.—Silbadito del alma,
No te me ahorques,
Que los silbos se hicieron
Para los hombres.
Acebedo.—Silbadores del diablo,
Morir dispongo,
Que los silbos se hicieron
Para los toros.
Comp. 1º.—Pues que ahorcar te quieres,
Toma la soga,
Que aqueste cordelejo
No es otra cosa.
Acebedo.—No me silveis, demonios,
Que mi cabeza
No recibe los silvos,
Aunque está hueca.
Arias.—Vaya de silbos, vaya!
¡Silbad, amigos!
Que en lo hueco resuenan
Muy bien los silbos.
Acebedo.—Gachupines parecen
Recien venidos,
Porque todo el teatro
Se hunde á silbos.{226}
Muñoz.—Vaya de silbos, vaya!...
Comp. 2º.—Y los malos poetas
Tengan sabido,
Que si vítores quieren,
Este es el vítor.
Todos cant.—Vaya de silbos, vaya!...
Acebedo.—Baste ya, por Dios, baste;
No me den soga,
Que ya les doy palabra
De no hacer otra.
Muñoz.—No es aquesto bastante,
Que es el delito
Descomunal, y pide
Mayor castigo.
Todos cant.—Vaya de silbos, vaya!...
Acebedo.—Pues si aquesto no basta,
¿Qué me disponen?
Que como no sean silbos,
Dénme garrote.
Arias.—Pues de pena te sirva,
Que lo has pedido,
El que otra vez traslades
Lo que has escrito.
Acebedo.—Eso no, que es aquese
Tan gran castigo,
Que mas quiero atronado
Morir á silbos.
Muñoz.—Pues lo has pedido, vaya!
¡Silbad, amigos,!
Que en lo hueco resuenan
Muy bien los silbos.
{227}

LOS EMPEÑOS DE UNA CASA.

COMEDIA FAMOSA.

Interlocutores.

Don Cárlos.
Don Juan.
Don Pedro.
Don Rodrigo.
Doña Leonor.
Doña Ana.
Celia.
Hernando.
Castaño.
Dos embozados.
Dos coros de música.
{228}

JORNADA PRIMERA.

Salen doña Ana y Celia.

Doña Ana.—Hasta que venga mi hermano,
Celia, le hemos de esperar.
Celia.—Pues eso será velar,
Porque él juzga que es temprano
La una, las dos; y á mi ver,
Aunque es grande ociosidad,
Viene á decir la verdad,
Pues viene al amanecer.
Mas por ahora ¿qué te dió
Esta gana de esperar,
Si te entras siempre á acostar
Tú, y le espero solo yo?
Doña Ana.—Has de saber, Celia mia,
Que aquesta noche ha fiado
De mí todo su cuidado;
Tanto de mi afecto fia.
Bien sabes tú que él salió
De Madrid dos años há,
Y á Toledo, donde está,
A una cobranza llegó,
Pensando luego volver;
Y así en Madrid me dejó,
Donde estando sola yo
Y poder ser vista y ver,{229}
Me vió don Juan y le ví,
Y me solicitó amante,
A cuyo pecho constante
Atenta correspondí;
Cuando, ó por no ser tan llano
El pleito como juzgó,
O, lo cierto, porque no
Queria irse mi hermano;
Porque vive aquí una dama
De perfecciones tan sumas,
Que dicen que faltan plumas
Para alabarla á la fama,
De la cual enamorado,
Aunque no correspondido,
Por conseguirla, perdido,
En Toledo se ha quedado;
Y porque yo no estuviese
Sola en la corte sin él,
O porque á su amor cruel
De algun alivio le fuese,
Dispuso el que venga aquí
A vivir yo, y al instante
Dí cuenta á don Juan, que amante
Vino á Toledo tras mí;
Fineza á que agradecida
Toda el alma estar debiera,
Si ya (¡ay de mí!) no estuviera
Del empeño arrepentida;
Porque el amor, que es villano
En el trato y la bajeza,
Se ofende de la fineza...
Pero, volviendo á mi hermano,
Sábete que él ha inquirido,
Con obstinada porfía,{230}
Qué motivo haber podia
Para no ser admitido,
Y ha hallado que es otro amor,
(Aunque yo no sé de quien,)
Sintiendo, mas que el desden,
Que otro gozase el favor:
Que como este fiero engaño
Es envidioso veneno,
Se siente el provecho ajeno
Mucho mas que el propio daño.
Sobornando (¡Oh vil costumbre
Que así la razon estraga,
Que es tan ciego amor, que paga
Porque le den pesadumbre!)
Una criada que era
De quien ella se fiaba,
En el estado que estaba
Su amor, con el fin que espera
Y con lo demas que pasa,
Supo de la infiel criada
Que estaba determinada
A salirse de su casa
Esta noche con su amante;
De que mi hermano furioso,
Como á quien está celoso
No hay peligro que le espante,
Con unos hombres trató
Que fingiéndose justicia
(¡Mira que astuta malicia!)
Prendan al que la robó,
Y que al pasar por aquí
Al galan y dama bella,
Como en depósito á ella
Me la entregasen á mí;{231}
Y que luego al apartarse,
Como que acaso ellos van
Descuidados del galan,
Den lugar para escaparse;
Con lo cual claro se arguye
Que él se valdrá de los pies
Huyendo, pues piensa que es
La justicia de quien huye;
Y mi hermano, con la traza
Que su amor ha discurrido,
Sin riesgo habrá conseguido
Traer la dama á su casa;
Y en ella es bien fácil cosa
Galantearla abrasado,
Sin que él parezca culpado,
Ni ella pueda estar quejosa;
Porque si tanto despecho
Ella llegase á entender,
Visto es que ha de aborrecer
A quien tal daño le ha hecho,
Aquesto que te he contado,
Celia, tengo que esperar;
Mira ¿cómo puedo entrar
A acostarme sin cuidado?
Celia.—Señora, nada me admira,
Que en amor no es novedad
Que se vista la verdad
Del color de la mentira;
Ni ¿quién habrá que se espante,
Si lo que es llega á entender
Temeridad de mujer
Ni resolucion de amante,
Ni de traidoras criadas,
Que eso en todo el mundo pasa,{232}
Y quizá dentro de casa
Hay algunas calderadas?
Solo admirado me han,
Por las acciones que han hecho,
Los indicios que tu pecho
Da de olvidar á don Juan.
Y no sé porqué el cuidado
Das en trocar en olvido,
Cuando ni causa has tenido
Tú, ni don Juan te la ha dado.
Doña Ana.—Que él no me la da, es verdad;
Que no la tengo, es mentira.
Celia.—¿De qué modo?
Doña Ana.—¿Qué te admira?
Es ciega la voluntad.
Tras mí, como sabes, vino
Amante y fino don Juan,
Quitándose de galan
Lo que se añade de fino,
Sin dejar á qué aspirar
A la ley del albedrio;
Porque si él es ya tan mio,
¿Qué tengo que desear?
Pero no es aquesta sola
La causa de mi despego,
Sino porque ya otro fuego
En mi pecho se acrisola.
Suelo en esta calle ver
Pasar á un galan mancebo,
Que si no es el mismo Febo,
Yo no sé qué pueda ser.
A este, ¡ay de mí! Celia mia,
No sé si es gusto ó capricho,
Y... pero ya te lo he dicho,{233}
Sin saber lo que decia.
Celia.—¿Lloras?
Dª. Ana.—Pues ¿no he de llorar,
¡Ay de mí infelice! cuando
Conozco que estoy errando
Y no me puedo enmendar?
Celia.—[Ap.] ¡Qué buenas nuevas me dan
Con esto que ahora he oido,
Para tener yo escondido
En su cuarto al tal don Juan!
Que habiendo notado el modo
Con que le trata enfadada,
Quiere hacer la tarquinada
Y dar al traste con todo.
Y ¿quién, señora, ha logrado
Tu amor?
Dª. Ana.—Solo decir puedo
Que es un don Cárlos de Olmedo
El galan... Mas han llamado;
Mira quién es, que despues
Te hablaré, Celia.
Celia.—¿Quién llama?
[Dent.]—La justicia.
Dª. Ana.—Esta es la dama;
Abre, Celia.
Celia.—Entre quien es.

(Entran los embozados y doña Leonor.)

Emb.—Señora, aunque yo no ignoro
El decoro de esta casa,
Pienso que el entrar en ella
Ha sido mas venerarla
Que ofenderla, y así os ruego{234}
Que me tengais esta dama
Depositada, hasta tanto
Que se averigue la causa
Por qué le dió muerte á un hombre
Otro que la acompañaba;
Y perdonad, que á hacer vuelvo
Diligencias no escusadas
En tal caso [Vánse].
Dª. Ana.—¿Qué es aquesto?
Celia, á aquesos hombres llama,
Que lleven esta mujer,
Que no estoy acostumbrada
A oir tales liviandades.
Celia.—[Ap.] Bien la deshecha mi ama
Hace de querer tenerla.
Dª. Leo.—Señora, en la boca el alma
Tengo ¡ay de mí! Si piedad
Mis tiernas lágrimas causan
En tu pecho [hablar no acierto]
Te suplico arrodillada,
Que ya que no de mi vida,
Tengas piedad de mi fama,
Sin permitir, puesto que
Ya una vez entré en tu casa,
Que á otra me lleven, á donde
Corra mayores borrascas
Mi opinion; que á ser mujer,
Como imaginas, liviana,
Ni á tí te hiciera este ruego,
Ni yo tuviera estas ansias.
Dª. Ana.—A lástima me ha movido
Tu belleza y tu desgracia.
[Ap.]—Bien dice mi hermano, Celia.
Cel. [Ap.]—Es belleza sobrehumana,{235}
Y si está así en la tormenta,
¿Cómo estará en la bonanza?
Dª. Ana.—Alzad del suelo, señora,
Y perdonad si turbada
Del repentino suceso,
Poco atenta y cortesana
Me he mostrado, que ignorar
Quien sois pudo dar la causa
A la estrañeza; mas ya
Vuestra persona gallarda
Informa en vuestro favor
De suerte que toda el alma
Ofrezco para serviros.
Dª. Leo.—Déjame besar tus plantas,
Bella deidad, cuyo templo,
Cuyo culto, cuyas aras
De mi deshecha fortuna
Son el asilo.
Dª. Ana.—Levanta,
Y cuéntame qué sucesos
A tal desdicha te arrastran;
Aunque si eres tan hermosa,
No es mucho ser desdichada.
Cel. [ap.]—De la envidia que le tiene
No le arriendo la ganancia.
Dª. Leo.—Señora, aunque la vergüenza
Me pudiera ser mordaza
Para callar mis desdichas
La que, como yo, se halla
En tan infeliz estado,
No tiene porqué callarlas;
Antes pienso que me abona
El hacer lo que me mandas,
Pues son tales los indicios{236}
Que tengo de estar culpada,
Que por culpables que sean,
Son mas decentes sus causas;
Y así escúchame.
Dª. Ana.—El silencio
Te responda.
Celia.—[Ap.] ¡Cosa brava!
Relacion á media noche
Y con vela? ¡que no valga!
Dª. Leo.—Si de mis sucesos quieres
Escuchar los tristes casos,
Con que ostentan mis desdichas
Lo poderoso y lo vario,
Escucha, por sí consigo
Que divirtiendo tu agrado,
Lo que fué trabajo propio
Sirva de ajeno descanso,
O porque en el desahogo
Hallen mis tristes cuidados
A la pena de sentirles
El alivio de contarlos.
Yo nací noble, este fué
De mi mal el primer paso,
Que no es pequeña desdicha
Nacer noble un desdichado;
Que aunque la nobleza sea
Joya de precio tan alto,
Es alhaja que en un triste
Solo sirve de embarazo;
Porque estando en un sujeto,
Repugnan como contrarios
Entre plebeyas desdichas
Haber respetos honrados.
Decirte que nací hermosa{237}
Presumo que es escusado,
Pues lo atestiguan tus ojos,
Y lo prueban mis trabajos.
Solo diré... Aquí quisiera
No ser yo quien lo relato,
Pues en callarlo ó decirlo
Dos inconvenientes hallo:
Porque si digo que fuí
Celebrada por milagro
De discrecion, me desmiente
La necedad de contarlo;
Y si lo callo, no informo
De mí, y en un mismo caso
Me desmiento si lo afirmo,
Y lo ignoras si lo callo.
Pero es preciso al informe
Que de mis sucesos hago
[Aunque pase la modestia
La vergüenza de contarlo]
Para que entiendas la historia,
Presuponer asentado
Que mi discrecion la causa
Fué principal de mi daño.
Inclinéme á los estudios
Desde mis primeros años,
Con tan ardientes desvelos,
Con tan ansiosos cuidados,
Que reduje á tiempo breve
Fatigas de mucho espacio.
Conmuté el tiempo industriosa
A lo intenso del trabajo,
De modo que en breve tiempo
Era el admirable blanco
De todas las atenciones,{238}
De tal modo que llegaron
A venerar como infuso
Lo que fué adquirido lauro.
Era de mi patria toda
El objeto venerado
De aquellas adoraciones
Que forma el comun aplauso;
Y como lo que decia
[Fuese bueno ó fuese malo]
Ni el rostro lo deslucia
Ni lo desairaba el garbo,
Llegó la supersticion
Popular á empeño tanto,
Que ya adoraban deidad
El ídolo que formaron.
Voló la fama parlera,
Discurrió reinos estraños,
Y en la distancia segura
Acreditó informes fallos.
La pasion se puso anteojos
De tan engañosos grados,
Que á mis moderadas prendas
Agrandaban los tamaños.
Víctima en mis aras eran,
Devotamente postrados,
Los corazones de todos
Con tan comprehensivo lazo,
Que habiendo sido el principio
Aquel culto voluntario,
Llegó despues la costumbre
Favorecida de tantos
A hacer como obligatorio
El festejo cortesano,
Y si alguno disentia{239}
Paradojo ó avisado,
No se atrevia á proferirlo,
Temiendo que por estraño
Su dictámen no incurriese,
Siendo de todos contrario,
En la nota de grosero,
O en la censura de vano.
Entre estos aplausos yo,
Con la atencion zozobrando
Entre tanta muchedumbre,
Sin hallar seguro blanco,
No acertaba á amar á alguno
Viéndome amada de tantos.
Sin temor en los concursos
Defendia mi recato,
Con peligros del peligro
Y con el daño del daño.
Con una afable modestia
Igualando el agasajo,
Quitaba lo general
Lo sospechoso al agrado.
Mis padres en mi mesura
Vanamente asegurados,
Se descuidaron conmigo;
¡Qué dictámen tan errado!
Pues fué quitar por defuera
Las guardas y los candados
A una fuerza que en sí propia
Encierra tantos contrarios.
Y como tan neciamente
Conmigo se descuidaron,
Fué preciso hallarme el riesgo
Donde me perdió el cuidado.
Sucedió, pues, que entre muchos{240}
Que de mi fama incitados
Contestar con mi persona
Intentaban mis aplausos,
Llegó acaso á verme, (¡ay cielos!
¿Cómo permitis tiranos
Que un afecto tan preciso
Se forjase de un acaso?)
Don Cárlos de Olmedo, un jóven
Forastero, mas tan claro
Por su orígen, que en cualquiera
Lugar que llegue á hospedarlo
Podrá no ser conocido,
Pero no ser ignorado.
Aquí que me des te pido
Licencia para pintarlo,
Por disculpar mis errores
O divertir mis cuidados,
O porque al ver de mi amor
Los extremos temerarios,
No te admire, que el que fué
Tanto, mereciere tanto.
Era su rostro un enigma
Compuesto de dos contrarios,
Que eran valor y hermosura,
Tan felizmente hermanados,
Que faltándole á lo hermoso
La parte de afeminado,
Hallaba lo mas perfecto
En lo que estaba mas falto;
Porque ajando las facciones
Con un varonil desgano
No consintió á la hermosura
Tener imperio asentado;
Tan remoto á la noticia,{241}
Tan ageno del reparo,
Que aun no le debió lo bello
La atencion de despreciarlo:
Que como en mi nombre está
Lo hermoso como sobrado,
Es bueno para tenerlo
Y malo para ostentarlo.
Era el talle como suyo,
Que aquel talle y aquel garbo,
Aunque la naturaleza
A otro dispusiera darlo,
Solo le asentara bien
Al espíritu de Cárlos;
Que fué de su providencia
Esmero bien acertado
Dar un cuerpo tan gentil
A espíritu tan gallardo.
Gozaba un entendimiento
Tan sutíl, tan elevado,
Que la edad de lo entendido
Era un mentis de sus años.
Alma de estas perfecciones
Era el gentil desenfado
De un despejo tan airoso,
Un gusto tan cortesano,
Un recato tan amable,
Un tan atractivo agrado,
Que en el mas bajo descuido
Se hallaba el primor mas alto;
Tan humilde en los afectos,
Tan tierno en los agasajos,
Tan fino en las persuaciones,
Tan apacible en el trato,
Y en todo, en fin, tan perfecto,{242}
Que ostentaba cortesano
Despojos de lo rendido
Por galas de lo alentado.
En los desdenes sufrido,
En los favores callado,
En los peligros resuelto
Y prudente en los acasos.
Mira si con estas prendas,
Con otras mas que te callo,
Quedaría en la mas cuerda
Defensa para el recato.
En fin, yo le amé; no quiero
Cansar tu atencion, contando
De mi temerario empeño
La historia caso por caso;
Pues tu discrecion no ignora
De empeños enamorados,
Que es su ordinario principio
Desasosiego y cuidado,
Su medio, lances y riesgos,
Su fin, tragedias ó agravios.
Creció el amor en los dos
Recíproco, y deseando
Que nuestra feliz union
Lograda en tálamo casto
Confirmase de himeneo
El indisoluble lazo;
Y por acaso mi padre,
Que ya para darme estado
Andaba entre mis amantes
Los méritos regulando,
Atento á otras conveniencias
No nos fuese un embarazo,
Dispusimos esta noche{243}
La fuga, y atropellando
El cariño de mi padre
Y de mi honor el recato,
Salí á la calle, y apénas
Daba los primeros pasos,
Entre cobardes recelos
De mi desdicha, fiando
La una mano á las basquiñas
Y á mi manto la otra mano,
Cuando á nosotros resueltos
Llegaron dos embozados.
“¿Qué gente?” dicen, y yo
Con el aliento turbado,
Sin reparar lo que hacia
[Porque suele en tales casos
Hacer publicar secretos
El cuidado de guardarlos]
¡Ay Cárlos! perdidos somos,
Dije, y apénas tocaron
Mis voces á sus oidos,
Cuando los dos arrancando
Los aceros, dijo el uno:
“¡Matadlo, don Juan, matadlo!
Que esa tirana que lleva
Es doña Leonor de Castro
Mi prima.” Sacó mi amante
El acero, y alentado,
Apénas la aguda punta
Llegó al pecho del contrario,
Cuando diciendo: ¡Ay de mí!
Dió en tierra; y viendo el fracaso
Dió voces el compañero,
A cuyo estruendo llegaron
Algunos; y aunque pudiera{244}
La fuga salvar á Cárlos,
Por no dejarme en el riesgo
Se detuvo temerario,
De modo que la justicia,
Que acaso andaba rondando,
Llegó á nosotros; y aunque
Segunda vez obstinado
Intentaba defenderse,
Persuadido de mi llanto
Rindió la espada á mi ruego,
Mucho mas que á sus contrarios.
Prendiéronle, en fin, y á mí,
Como á ocasion del estrago,
Viendo que el que queda muerto
Era don Diego de Castro,
Mi primo, en tu noble casa,
Señora, depositaron
Mi persona y mis desdichas,
Donde en un punto me hallo
Sin crédito, sin honor,
Sin consuelo, sin descanso,
Sin aliento, sin alivio,
Y finalmente esperando
La ejecucion de mi muerte
En la sentencia de Cárlos.
Dª. Ana.—[Ap.] ¡Cielos! que es esto que escucho!
Al mismo que yo idolatro
Es al que quiere Leonor.
¡Oh! que presto que ha vengado
Amor á don Juan! ay triste!
Señora, vuestros cuidados
Siento, como es justo. Celia,
Lleva esta dama á mi cuarto,
Miéntras yo á mi hermano espero.{245}
Cel. á Leo.—Venid, señora.
Dª. Leo.—Tus pasos
Sigo (¡ay de mí!) pues es fuerza
Obedecer á los hados.

(Vánse Celia y doña Leonor.)

Dª. Ana.—Si de Cárlos la gala y bizarría
Pudo por sí mover á mi cuidado,
¿Cómo parecerá, siendo envidiado,
Lo que solo por sí bien parecia?
Si sin triunfo rendirle pretendia,
Sabiendo ya que vive enamorado,
¿Qué victoria será verle apartado
De quien ántes por suyo le tenia?
Pues perdone don Juan, que aunque yo quiera
Pagar su amor, que á olvido ya condeno,
¿Cómo podré, si ya en mi pena fiera
Introducen los celos su veneno?
Que es Cárlos, mas galan, y aunque no fuera,
Tiene de mas galan el ser ageno.

(Salen don Cárlos con la espada desnuda y Castaño.)

D. Cár.—Señora, si en vuestro amparo
Hallan piedad las desdichas,
Lograd el triunfo mayor
Siendo amparo de las mias.
Siguiendo viene mis pasos
No ménos que la justicia,
Y como huir de ella es
Generosa cobardía,
Al asilo de esos pies{246}
Mi acosado aliento aspira,
Aunque si ya perdí el alma
Poco me importa la vida.
Cast.—A mí sí me importa mucho,
Y así, señora, os suplica
Mi miedo que me escondais
Debajo de las basquiñas.
D. Cár.—Calla, necio!
Cast.—Pues ¿será
La primer vez, si lo miras,
Esta que los sacristanes
A los delincuentes libran?
Dª. Ana.—(Ap.) Cárlos es, válgame el cielo!
La ocasion á la medida
Del deseo se me viene
De obligar con bizarrías
Su amor, sin hacer ultrage
A mi presuncion altiva;
Pues amparándole aquí
Con generosas caricias,
Cubriré lo enamorada
Con visos de compasiva;
Y sin dejar la altivez
Que en mi decoro es precisa,
Podré, sin rendirme yo,
Obligarle á que se rinda;
Que aunque sé que ama á Leonor,
¿Qué voluntad hay tan fina
En los hombres, que si ven
Que otra ocasion los convida,
La dejen por la que quieren?
Pues alto, amor, ¿qué vacilas,
Si de que puede mudarse
Tengo el ejemplo en mi misma?{247}
Caballero, las desgracias
Suelen del valor ser hijas
Y cebo de las piedades,
Y así, si las vuestras libran
En mí su alivio, cobrad
La respiracion perdida,
Y en esta cuadra que cae
A un jardin entrad á prisa,
Antes que venga un hermano
Que tengo, y con la malicia
De veros conmigo solo,
Otro riesgo os aperciba.
D. Cár.—No quisiera yo, señora,
Que el amparo de mi vida
A vos os costara un susto.
Cast.—¿Ahora en aquesto miras?
¡Cuerpo de quien me parió!
Dª. Ana.—Nada á mí me desanima;
Venid, que aquí hay una pieza
Que nunca mi hermano pisa,
Por ser en la que se guardan
Alhajas que en las visitas
De cumplimiento me sirven,
Como son alfombras, sillas
Y otras cosas; y ademas
De aquesto, tiene salida
A un jardin, por sí algo hubiere;
Y porque nada os aflija,
Venid y os lo mostraré;
Pero ántes será precisa
Diligencia el que yo cierre
La puerta, porque advertida
Salga en llamando mi hermano.
Cast.—Señor qué cosa tan rica,{248}
Y qué dama tan bizarra;
¿No hubieras (pese á mis tripas,
Que claro es que ha de pesarlas,
Pues se han de quedar vacias)
Enamorado tú á aquesta,
Y no á aquella pobrecita
De Leonor, cuyo caudal
Son cuatro bachillerías?
D. Cár.—Vive Dios, villano!...
Dª. Ana.—Vamos.
(Ap.) Amor, pues que tú me brindas
Con la dicha, no le niegues
Despues el logro á la dicha.

(Vánse. Salen don Rodrigo y Hernando.)

D. Rod.—¿Qué me dices, Hernando?
Her.—Lo que pasa,
Que mi señora se salió de casa.
D. Rod.—¿Y con quién no has sabido?
Her.—¿Cómo puedo
Si, como sabes tú, todo Toledo,
Y cuantos á él llegaban
Su belleza é ingenio celebraban?
Con lo cual conocerse no podia
Cual festejo era amor, cual cortesía,
En que no sé si tú culpado has sido,
Pues festejarla tanto has permitido,
Sin advertir que aunque era recatada,
Es fuerte la ocasion y el verse amada,
Y que es fácil que amante é importuno
Entre los otros le agradase alguno.
D. Rod.—Hernando, no me apures la paciencia,
Que aqueste ya no es tiempo de advertencia.
¡Oh fiera! ¿quién diria{249}
De aquella mesurada hipocresía,
De aquel punto y recato que mostraba
Que liviandad tan grande se encerraba
En su pecho alevoso?
¡Oh mujeres! ¡Oh monstruo venenoso!
Quién en vosotras fia,
Si con igual locura y osadía,
Con la misma medida
Se pierde la ignorante y la entendida!
Pensaba yo, hija vil, que tu belleza,
Por la incomodidad de mi pobreza,
Con tu ingenio seria
Lo que mas alto dote te daria,
Y ahora en lo que has hecho
Conozco que es mas daño que provecho;
Pues el ser conocida y celebrada
Y por nuevo milagro festejada,
Me sirve, hecha la cuenta,
Solo de que se sepa mas tu afrenta.
Pero ¿cómo á la queja se abalanza
Primero mi valor, que á la venganza?
Pero ¿cómo (ay de mí!) si en lo que lloro
La afrenta sé y el agresor ignoro?
Y así ofendido, sin saber me quedo
Ni cómo ni de quién vengarme puedo.
Her.—Señor, aunque no sé con evidencia
Quien pudo de Leonor causar la ausencia,
Por el rumor que habia
De los muchos festejos que le hacia,
Tengo por caso llano
Que la llevó don Pedro de Arellano.
D. Rod.—Pues si don Pedro fuera,
Dí ¿qué dificultad hallar pudiera
En que yo por mujer se la entregara,{250}
Sin que tan grande afrenta me causara?
Her.—Señor, como eran tantos los que amaban
A Leonor y su mano deseaban,
Y á tí te la han pedido,
Temeria no ser el elegido;
Que todo enamorado es temeroso
Y nunca juzga que será el dichoso;
Y aunque usando tal medio
Le alabo yo el temor y no el remedio,
Sin duda por quitar la contingencia
Se quiso asegurar con el ausencia;
Y así, señor, si tomas mi consejo,
Tú estás cansado y viejo,
Don Pedro es mozo, rico y alentado,
Y, sobre todo, el mal ya está causado,
Pórtate con él cuerdo, cual conviene,
Y ofrécele lo mismo que él se tiene.
Díle que vuelva á casa á Leonor bella,
Y luego al punto cásale con ella;
Él vendrá en ello, pues no habrá quien huya
Lo que ha de resultar en honra suya;
Y con lo que te ordeno
Vendrás á hacer antídoto el veneno.
D. Rod.—Oh Hernando! qué tesoro es tan preciado
Un fiel amigo ó un leal criado!
Buscar á mi ofensor al punto elijo,
Por convertirlo de enemigo en hijo.
Her.—Si, señor, el remedio es bien se aplique,
Antes que el mal, que pasa, se publique.
{251}

Vánse. Sale doña Leonor retirándose de don Juan.

D. Juan.—Espera, hermosa homicida;
¿De quién huyes? ¿quién te agravia?
¿Qué harás de quien te aborrece,
Si así á quien te adora tratas?
Mira que ultrajas huyendo
Los mismos triunfos que alcanzas;
Pues siendo el vencido yo,
Tú me vuelves las espaldas,
Y que haces que se ejerciten
Dos acciones encontradas,
Tú huyendo de quien te quiere,
Yo siguiendo á quien me mata.
Dª. Leo.—Caballero, ó lo que sois,
Si apénas en esta casa
(Que aun su dueño ignoro) acabo
De poner la infeliz planta,
¿Cómo quereis que yo pueda
Escuchar vuestras palabras,
Si de ellas entiendo solo
El asombro que me causan?
Y así si, como sospecho,
Me juzgais otra, os engaña
Vuestra pasion; deteneos,
Y conoced, mas cobrada
La atencion, que no soy yo
La que vos buscais.
D. Juan.—¡Oh ingrata!
Solo eso falta, que finjas,
Para no escuchar mis ansias,
Como que mi amor tuviera
Condicion tan poco hidalga,{252}
Que en escuchar mis lamentos
Tu decoro peligrara;
Pues bien para asegurarte
Las esperiencias pasadas
Bastaban de nuestro amor,
En que viste veces tantas
Que las olas de mi llanto,
Cuando mas crespas llegaban
A querer con los deseos.
De amor anegar las playas,
Era márgen tu respeto
Al mar de mis esperanzas.
Dª. Leo.—Ya he dicho que no soy yo,
Caballero, y esto basta.
Idos ó yo llamaré
A quien oyendo esas ansias,
Las premie por verdaderas,
O las castigue por falsas.
D. Juan.—Escucha.
Dª. Leo.—No tengo qué.
D. Juan.—Pues, vive el cielo, tirana,
Que forzada me has de oir,
Si no quieres voluntaria,
Y ha de escucharme grosero
Quien de lo atento se cansa.

(Cógela el brazo)

Dª. Leo.—¿Qué es esto? ¡Cielos, valedme!
D. Juan.—En vano á los cielos llamas,
Que mal puede hallar piedad
Quien siempre piedad le falta.
Dª. Leo.—¡Ay de mí! ¿no hay quién socorra
Mi inocencia?....

(Salen Cárlos y doña Ana deteniéndole).

Dª. Ana.—Tente, aguarda; (á don Cárlos){253}
Que yo veré lo que ha sido
Sin que tú al peligro salgas,
Si es que mi hermano ha venido.
D. Car.—Señora, esa voz el alma
Me a atravesado, perdona....
Dª. Ana.—La puerta tengo cerrada,
Y así de no ser mi hermano
Segura estoy; mas me causa
Inquietud el que no sea,
(Ap.)—Y Cárlos halle á su dama.
Pero si ella está en mi cuarto
Y Celia fué á acompañarla,
¿Qué ruido puede ser este?
Y á oscuras toda la cuadra
Está....¿Quien vá?
D. Cár.—Yo, señora;
¿Qué me preguntas?
D. Juan.—Doña Ana,
Mi bien, señora, ¿por qué
Con tanto rigor me tratas?
¿Estas eran las promesas?
¿Estas eran las palabras
Que me distes en Madrid
Para alentar mi esperanza?
¿Si obediente á tus preceptos,
De tus rayos salamandra,
Girasol de tu semblante,
Clicie de tus luces claras,
Dejé solo por servirte
El regalo de mi casa,
El respeto de mi padre,
Y el cariño de mi patria?
Si tú, sino de amorosa,
De atenta y de cortesana,{254}
Diste con tácito agrado
A entender lo que bastaba
Para que supiese yo
Que era ofrenda mi esperanza
Admitida en el sagrado
Sacrificio de tus aras,
¿Cómo ahora tan esquiva
Con tanto rigor me tratas?
Dª. Ana.—¿Qué es esto que escucho, cielos?
¿No es este don Juan de Várgas
Que mi ingratitud condena
Y sus finezas ensalza?
Pues ¿quién aquí le ha traido?
D. Cár.—Señora, escucha....
Dª. Leo.—[Desconociéndole] Hombre, aparta,
Yo te he dicho que me dejes.
D. Cár.—Escucha, hermosa doña Ana,
Mira que don Cárlos soy
A quien tu piedad ampara.
Dª. Leo.—Don Cárlos ha dicho, ¡cielos!
Y hasta en el habla jurara
Que es don Cárlos, y es que como
Tengo á Cárlos en el alma,
Todos Cárlos me parecen,
Cuando él (¡ay prenda adorada!)
En la prision estará.
D. Cár.—Señora....
Dª. Leo. Apartad, que basta
Deciros que me dejeis.
D. Cár.—Si acaso estais enojada,
Porque hasta aquí os he seguido,
Perdonad, pues fué la causa
Solamente el evitar
Si algun daño os amenaza.{255}
Dª. Leo.—¡Válgame Dios! lo que á Cárlos
Se parece!
D. Juan.—En fin, ingrata
¿Con tal rigor me desprecias?

(Sale Celia con luz.)

Celia.—A ver si está aquí mi Ama;
Para sacar á don Juan
Que oculto dejé en su cuadra
Vengo; mas ¿qué es lo que veo?
Dª. Leo.—¿Qué es esto? ¡el cielo me valga!
¿Cárlos no es este que miro?
D. Cár.—Esta es Leonor, ó me engaña
La aprension....
Dª. Ana.—¿Don Juan aquí?
¡Aliento y vida me faltan!
D. Juan—¿Aquí don Cárlos de Olmedo?
Sin duda que de doña Ana
Es amante, y que por él,
Aleve, inconstante y falsa
Me trata á mí con desden.
Dª. Leo.—¡Cielos! en aquesta casa
Cárlos, cuando amante yo
En la prision le lloraba!
En una cuadra escondido,
Y á mí, pensando que hablaba
Con otra, decirme amores!
Sin duda que de esta dama
Es amante; pero ¿cómo
(Si es ilusion lo que pasa
Por mí) si á él llevaron preso,
Y quedé depositada?
Yo toda soy un abismo
De penas.{256}
Don Juan á doña Ana.—¡Fácil, liviana!
¿Estos eran los desdenes,
Tener dentro de tu casa
Oculto un hombre? (¡Ay de mí!)
¿Por esto me desdeñabas?
Pues ¡vive el cielo, traidora!
Que pues no puede mi saña
Vengar en tí mi desprecio,
Porque aquella ley tirana
Del respeto á las mujeres
De mis rigores te salva,
Me he de vengar en tu amante.
Dª. Ana.—Detente, don Juan, aguarda.
D. Cár.—Son tantas las confusiones
En que mi pecho batalla,
Que en su varia confusion
El discurso se embaraza,
Y por discurrirlo todo,
No acierto á discurrir nada.
¿Aquí Leonor? ¡cielos! ¿cómo?
Dª. Ana.—¡Detente!
D. Juan.—¡Aparta, tirana!
Que á tu amante he de dar muerte.
Celia.—Señora, mi señor llama.
Dª. Ana.—¿Qué dices, Celia? ¡Ay de mi!
Caballeros si mi fama
Os mueve, debaos aquí
El ver que no soy culpada
Aquí en la entrada de alguno
A esconderos, que palabra
Os doy de daros lugar
De que averigüeis mañana
La causa de vuestras dudas;
Pues si aquí mi hermano os halla{257}
Mi vida y mi honor peligran.
D. Cár.—En mí bien asegurada
Está la obediencia, puesto
Que debo estar á tus plantas,
Como á amparo de mi vida.
D. Juan.—Y en mí que no quiero, ingrata,
Aunque ofendido me tienes,
Cuando eres tú quien lo mandas,
Que á otro, porque te obedece,
Le quedes mas obligada.
Dª. Ana.—Yo os estimo la atencion.
Celia, tú en distintas cuadras
Oculta á los dos, supuesto
Que no es posible que salga
Hasta la mañana alguno.
Celia.—Ya poco término falta.
Don Juan, conmigo venid.
Tú, señora, á esa fantasma
Entrala donde quisieres.

(Vánse Celia y don Juan)

Dª. Ana.—Caballero, en esta cuadra
Os entrad.
D. Cár.—Ya os obedezco.
¡Oh quiera el cielo que salga
De tan grande confusión! (Váse)
Dª. Ana.—Leonor, tambien retirada
Puedes estar.
Dª. Leo.—Yo, señora,
Aunque no me lo mandaras,
Me ocultara mi vergüenza. [Váse]
Dª. Ana.—¿Quién vío confusiones tantas
Como en tan breve discurso
De tan pocas horas pasan?{258}
¡Apénas estoy en mí!

(Sale Celia.)

Celia.—Señora, ya en mi posada
Está, ¿qué quieres ahora?
Dª. Ana.—A abrir á mi hermano baja,
Que es lo que ahora importa, Celia.
Celia.—Ella está tan asustada,
Que se olvida de saber
Cómo entró don Juan en casa;
Mas ya pasado el aprieto
No faltará una patraña
Que decir, y echar la culpa
A alguna de las criadas;
Que es cierto que donde hay muchas
Se peca de confianza;
Pues unas á otras se culpan
Y unas por otras se salvan. (Váse.)
Dª. Ana.—¡Cielos! en qué empeño estoy!
De Cárlos enamorada,
Perseguida de don Juan,
Con mi enemiga en mi casa,
Con criadas que me venden
Y mi hermano que me aguarda.
Pero él llega; disimulo.

(Sale don Pedro.)

D. Pedro.—Señora, querida hermana,
Qué bien tu amor se conoce,
Y qué bien mi afecto pagas,
Pues te halló despierta el sol
Y te ve vestida el alba.
¿Dónde tienes á Leonor?
Dª. Ana.—En mi cuadra retirada{259}
Mande que estuviese, en tanto,
Hermano, que tu llegabas.
Mas ¿cómo tan tarde vienes?
D. Pedro.—Porque al salir de su casa
La conoció un deudo suyo,
A quien con una estocada
Dejó Cárlos casi muerto,
Y yo viendo alborotada
La calle, aunque no sabian
Quien era y quien la llevaba,
Para que aquel alboroto
No declarara la causa,
Hice que de los criados
Dos al herido cargaran,
Como de piedad movidos,
Hasta llevarle á su casa,
Miéntras otros á Leonor
Y á Cárlos presos llevaban,
Para entregártela á tí,
Y hasta dejar sosegada
La calle venir no quise.
Dª. Ana.—Fue atencion muy bien lograda,
Pues escusaste mil riesgos
Solo con esta tardanza.
D. Pedro—Eres en todo discreta;
Y pues Leonor sosegada
Está, si á tí te parece,
No será bien inquietarla,
Que para que oiga mis penas
Teniéndola yo en mi casa
Sobrado tiempo me queda;
Que no es amante el que trata
Primero de sus alivios,
Que no del bien de su dama;{260}
Y tambien para que tú
Te recojas, que ya basta
Por aliviar mis desvelos
La mala vida que pasas.
Dª. Ana.—Hermano, yo por servirte
Muchos mas riesgos pasara,
Pues somos los dos tan uno,
Y como tan propias trata
Tus penas el alma, que
Imagino al contemplarlas
Que tu desvelo y el mio
Nacen de una misma causa.
D. Pedro.—De tu fineza lo creo.
Dª. Ana.—[Ap.] ¡Si entendieras mis palabras!
D. Pedro.—Vámonos á recoger,
Si es que quien ama descansa.
Dª. Ana.—Voy á sosegarme un poco,
Si es que sosiega quien ama.
D. Pedro.—[Ap.] Amor, si industrias alientas,
Anima mis esperanzas.
Dª. Ana.—[Ap.] Amor, si tu eres cautelas.
A mis cautelas ampara. (Vánse.)
{261}

JORNADA SEGUNDA.

(Salen don Cárlos y Castaño.)

D. Cár.—Castaño, yo estoy sin mí.
Cast.—Y yo, que en todo te sigo,
Tan solo he estado conmigo
Aquel rato que dormí.
D. Cár.—¿Sabes lo que me ha pasado?
Mas juzgo que sueño fué.
Cast.—Si es sueño, muy bien lo sé,
Y yo tambien he soñado
Y dormido como dama;
Pues los vestidos, señor,
Que me dió al salir Leonor
Son quien me sirvió de cama.
D. Cár.—¿Galas suyas á llevarlas
Anoche Leonor te dió?
Cast.—Sí, señor, y las lió;
¿No era preciso liarlas?
D. Cár.—¿Dónde las tienes?
Cast.—Allí,
Y en cama quiero rompellas,
Que pues las cargué á ellas,
Ellas me carguen á mí.
D. Cár.—Yo he visto (pierdo el sentido)
En esta casa á Leonor.
Cast.—Aqueso será señor,{262}
Que quien bueyes ha perdido...
Y así tù que en tus amores
Te desvanece el furor,
Como has perdido á Leonor,
Se te aparecen Leonores.
Mas dime ¿qué te pasò
Con aquella dama bella?
Que así Dios se duela de ella
Como de mí se dolió;
Porque viendo que contigo
Empezaba á discurrir,
Me traté yo de dormir
Por escusar un testigo.
D. Cár.—Castaño, aquella es malicia;
Pero lo que pasó fué
Que, como sabes, entré
Huyendo de la justicia;
Que ella atenta y cortesana
Ampararme prometió,
Y en esta cuadra me entró,
Y me dijo que era hermana
De don Pedro de Arellano,
Y que aquí oculto estaria;
Porque si acaso venia,
No me encontrara su hermano;
Y con tanta bizarría
Me hizo una y otra promesa,
Que con ser tal su belleza,
Es mayor su cortesía.
Y discreta y lisonjera
Alabándome, añadió
Cosas que á ser vano yo
A otro afecto atribuyera;
Pero son quimeras vanas{263}
De jóvenes, y altiveces,
Que en viendo damas corteses
Luego las juzgan livianas;
Y sus malicias erradas
En su mismo mal contentas,
Si no las ven desatentas,
No las tienen por honradas.
Y a un pensar tan desigual,
Y a un no indigno del desden,
Nunca ellas obran mas bien
Que cuando las tratan mal;
Pues al que se desvanece
Con cualquiera presuncion
Le hace daño la atencion,
Y es porque no la merece.
Pero, volvieondo al suceso
De lo que á mí me pasó,
Ella me favoreció,
Castaño, con grande exceso.
Yo mi historia le conté,
Y ella con discreto modo
Quedó de ajustado todo,
Con tal que yo aquí me esté,
Diciendo que no me diese
Cuidado, que ella lo hacia
Por el riesgo que tenia,
Si yo en público saliese.
Condicion para mí que
Imposible hubiera sido,
A no haberme sucedido
Lo que ahora te diré.
Estando de esta manera
Oímos, al parecer,
Dar voces una mujer{264}
En otra cuadra de afuera;
Y aunque doña Ana impedir
Que yo saliese quería,
Venciéndola mi porfía
Por fuerza hube de salir.
Sacó una luz al rumor
Una criada, y con ella
Conocer á Leonor bella
Pude.
Cast.—¿A quién?
D. Cár.—A mi Leonor.
Castaño. ¿A Leonor?—¿Háslo soñado?
Hay tan grande bobería!
Yo por loco te tenia,
Pero no tan rematado.
De oirlo solo me espanto;
Señor, vete poco á poco;
Mira, muy bueno es ser loco,
Mas no es bueno serlo tanto.
La locura es conveniente
Por las entradas de mes,
Con la luna, un si es no es,
Cuando ayude á ser valiente;
Mas no, señor, de manera
Que oyendo esos desatinos
Te me atizben los vecinos
Porque saben la tontera.
D. Cár.—¡Pícaro! si no estuviera
Donde estoy...
Cast.—Tente, señor,
Que yo tambien vi á Leonor.
D. Cár.—¿A dónde?
Cast.—En tu faltriquera,
Pintada con mil primores,{265}
Y que era viva entendí,
Porque luego que la ví
Le salieron los colores;
Y aunque de razon escasa
No me resolvió la duda,
Yo pensé, viéndola muda,
Que estaba puesta la pasa.
D. Cár.—¡Qué friolera!
Cast.—¿Qué? ¿te enfadas?
Si viva me pareció,
Algunas he visto yo
Que están vivas y pintadas.
D. Cár.—Si en belleza es sol Leonor,
¿Para qué afeites queria?
Cast.—Pues si es sol, ¿cómo podia
Estar sin el resplandor?
Mas si á Leonor viste, dí,
¿Qué determinas hacer?
D. Cár.—Quiero esperar hasta ver
Qué causa la trajo aquí.
Pues si piadosa mi estrella
Aquí la dejó venir,
¿A dónde tengo de ir
Si aquí me la dejo á ella?
Y así es mejor esperar
De todo resolucion,
Para ver si hay ocasion
De volvérmela á llevar.
Cast.—Bien dices; mas hácia acá,
Señor, viene enderezada
Una, al parecer, criada
De esta casa.
D. Cár.—¿Qué querrá?
{266}

(Sale Celia)

Cel.—Caballero, mi señora
Os ordena que al jardin
Os retireis luego, á fin
De que ha de salir ahora
A esta cuadra mi señor,
Y no será bien que os vea.
[Ap.]—Aquesto es porque no sea
Que él de aquí vea á Leonor.
D. Cár.—Decidle que mi obediencia
Le responde.
Cel.—Vuelvo á irme.
Cast.—Oye vuesté, y ¿querrá oirme?
Celia.—¿Qué he de oir?
Cast.—De penitencia.
Cel.—Por cierto, lindos cuidados
Se tiene el muy socarron.
Cast.—Pues digo, ¿no es confesion
El decirte mis pecados?
Cel.—No á mi afecto se abalance,
Que son lances escusados.
Cast.—Si nos tienes encerrados,
¿No te he de querer de lance?
Cel.—Ya he dicho que no me quiera.
Cast.—Pues ¿que quiere tu rigor?
Si de mi encierro y tu amor
No me puedo hacer afuera.
Mas ¿siendo criada te engreis?
Cel.—¿Criada á mí el muy estropajo?
Cast.—Calla, que aqueste agasajo
Es porque no te descries.
Cel.—Yo me voy, que es fuerza, y luego
Si no es juego, volveré.{267}
Cast.—Juego es; mas bien sabe usté
Que tiene vueltas el juego.

(Salen doña Leonor y doña Ana.)

Dª. Ana.—¿Cómo la noche has pasado,
Leonor?
Dª. Leo.—Decirte, señora,
Que no me lo preguntaras
Quisiera.
Dª. Ana.—¿Por qué? (Ap.) ¡Ah! penosa
Atencion, que me precisas
A agradar á quien me enoja!
Dª. Leo.—Porque si me lo preguntas
Es fuerza que te responda
Que la pasé bien ó mal,
Y en cualquiera de estas cosas
Encuentro un inconveniente;
Pues mis penas y tus honras
Están tan mal avenidas,
Que si te respondo ahora
Que mal, será grosería,
Y que bien, será lisonja.
Dª. Ana.—Leonor, tu ingenio y tu cara
El uno á otro se malogran,
Que quien es tan entendida
Es lástima que sea hermosa.
Dª. Leo.—Como tú estás tan segura
De que aventajas á todas
Las hermosuras, te muestras
Fácilmente cariñosa
En alabarlas; porque
Quien no compite no estorba.
Dª. Ana.—Leonor, y de tus cuidados
¿Cómo estás?{268}
Dª. Leo.—Como quien toca,
Náufrago entre la borrasca
De las olas procelosas,
Ya con la quilla el abismo,
Y va el cielo con la popa.
[Ap.] ¿Cómo le preguntaré,
Pues está el alma medrosa,
A qué vino anoche Cárlos?
Mas ¿qué temo, si me ahoga,
Despues de tantos tormentos,
De los celos la ponzoña?
Dª. Ana.—Leonor, ¿en qué te suspendes?
Dª. Leo.—Quisiera saber... perdona,
Que, pues, ya mi amor te dije,
Fuera cautela notoria
Querer no mostrar cuidado
De aquello que tu no ignoras
Que es preciso que le tenga;
Y así pregunto, señora,
Pues sabes ya que yo quiero
A Cárlos, y que su esposa
Soy, ¿cómo entró anoche aquí?
Dª. Ana.—Deja que no te responda
A esa pregunta tan presto.
Dª. Leo.—¿Por qué?
Dª. Ana.—Porque quiero ahora.
Que te diviertas oyendo
Cantar.
Dª. Leo.—Mejor mis congojas
Se divirtieran sabiendo
Esto que es lo que me importa
Y así...
Dª. Ana.—Con decirte que
Fué una contingencia sola{269}
Te respondo. Mas mi hermano
Viene.
Dª. Leo.—Pues que yo me esconda
Será preciso.
Dª. Ana.—Antes no,
Que ya yo de tu persona
Le dí cuenta, porque pueda
Aliviarte en tus congojas;
Que al fin los hombres mejor
Diligencian estas cosas,
Que nosotras.
Dª. Leo.—Dices bien;
Mas no sé qué me alborota.

(Sale don Pedro)

Mas ¡cielos! ¿qué es lo que miro?
¿Este es tu hermano, señora?
D. Ped.—Yo soy, hermosa Leonor;
¿Qué os admira?
Dª. Leo.—¡Ay de mí! toda
Soy de mármol... ¡Ah fortuna!
Que así mis males dispongas,
Que á la casa de don Pedro
Me traigas!
D. Ped.—Leonor hermosa,
Segura estais en mi casa,
Porque aunque sea á la costa
De mil vidas, de mil almas,
Sabré librar vuestra honra
Del riesgo que la amenaza.
Dª. Leo.—Vuestra atencion generosa
Estimo, señor don Pedro.
D. Ped.—Señora, ya que las olas
De vuestra airada fortuna{270}
En esta playa os arrojan,
No habeis de decir que en ella
Os falta quien os socorra.
Yo, señora, he sido vuestro,
Y aunque siempre desdeñosa
Me habeis tratado, el desden
Mas mi fineza acrisola,
Que es muy garboso donaire
El ser fino á toda costa.
Ya en mi casa estais, y así
Solo tratamos ahora
De agradaros y serviros,
Pues sois dueño de ella toda.
Divierte á Leonor, hermana.
Dª. Ana.—Celia.
Celia.—¿Qué mandais, señora?
Dª. Ana.—Di á Clori y Laura que canten.
[Ap. á Celia.]—Y tú, pues ya será hora
De lo que tengo dispuesto,
Porque mi industria engañosa
Se logre, saca á don Cárlos
A aquesa reja, de forma
Que nos mire, y que no todo
Lo que conferimos oiga.
De este modo lograré
El que la pasion celosa
Empiece á entrar en su pecho;
Que aunque los celos blasonan
De que avivan el amor,
Es su operacion muy otra
En quien se ve como dama,
O se mira como esposa;
Pues en la esposa despecha
Lo que en la dama enamora.{271}
¿No vas á decir que canten?
Cel.—Voy á decir ambas cosas.
D. Ped.—Mas con todo, Leonor bella,
Dadme licencia que rompa
Las leyes de mi silencio
Con mis quejas amorosas:
Que no siente los cordeles
Quien el dolor no pregona.
¿Qué defecto en mi amor visteis
Que siempre tan desdeñosa
Me tratásteis? ¿Era ofensa
Mi adoracion decorosa?
Y si amaros fué delito,
¿Cómo otro la dicha goza,
E igualándonos la culpa
La pena no nos conforma?
¿Cómo, si es ley el denden
En vuestra beldad, forzosa
En mí la ley se ejecuta,
Y en el otro se deroga?
¿Qué tuvo para con vos
Su pasion de mas airosa,
De mas bien vista su pena,
Que siendo una misma cosa
En mí os pareció culpable,
Y en el otro meritoria?
Si él os pareció mas digno,
¿No supliera en mi persona
Lo que de galan me falta,
Lo que de amante me sobra?
Mas sin duda mi fineza
Es quien el premio me estorba,
Que es quien la merece ménos
Quien siempre la dicha logra;{272}
Mas yo os he de adorar
Eternamente; ¿qué importa
Que vos me negueis el premio?
Pues es fuerza que conozca
Que me concedeis por fino
Lo que os negais de piadosa.
Dª. Leo.—Permitid, señor don Pedro,
Ya que me haceis tantas honras,
Que os suplique por quien sois
Me hagais la mayor de todas,
Y sea que ya que veis
Que la fortuna me postra,
No apureis mas mi dolor,
Pues me basta á mí por soga
El cordel de mi vergüenza
Y el peso de mis congojas.
Y puesto que en el estado
Que veis que tienen mis cosas,
Tratarme de vuestro amor
Es una accion tan impropia,
Que ni es bien decirlo vos,
Ni justo que yo lo oiga,
Os suplico que callais;
Y si es venganza que toma
Vuestro amor de mi desden,
Elegidla de otra forma,
Que para que estais vengado
Hay en mis penas de sobra.

(Salen á una reja don Cárlos, Celia y Castaño, y hablan aparte.)

Celia.—Hasta aquí podeis salir,
Que aunque mandó mi señora
Que os retiraseis, yo quiero{273}
Haceros esta lisonja,
De que desde aquesta reja
Oigais una primorosa
Música, que á cierta dama,
Aquien mi señor adora,
Ha dispuesto. Aquí os quedad.
Cast.—Oiga usted.
Celia.—No puedo ahora.

(Váse y sale por el otro lado)

Cast.—Fuése y cerrónos la puerta,
Y dejónos como monjas
En reja, solo nos falta
Una escucha que nos oiga.

(Llega y mira)

Pero, señor, vive Dios,
Que es cosa muy pegajosa
Tu locura, pues á mí
Se me ha pegado.
D. Cár.—¿En qué forma?
Cast.—En que escucho los cencerros,
Y aun los cuernos se me antoja
De los bueyes que perdimos.

(Llega don Cárlos)

D. Cár.—¡Qué miro! ¡amor me socorra!
Leonor, doña Ana y don Pedro
Son; ¿ves como no era cosa
De ilusion el que aquí estaba?
Cast.—Y de que esté ¿no te enojas?
D. Cár.—No, hasta saber cómo vino;
Que si yo en la casa propia
Estoy, sin estar culpado,
¿Cómo quieres que suponga{274}
Culpa en Leonor? ántes juzgo
Que la fortuna piadosa
La condujo á donde estoy.
Cast.—Muy reposado enamoras,
Pues no sueles ser tan cuerdo;
Mas si hallando golpe en bola,
La ocasion el tal don Pedro
La cogiese por la cola,
¡Estariamos muy buenos!
D. Cár.—¡Calla, Castaño, la boca!
Que es muy bajo quien sin causa
De la dama á quien adora
Se da á entender que la ofende,
Pues en su aprension celosa,
¿Qué mucho que ella le agravie,
Cuando él así se deshonra?
Mas escucha que ya templan.
Dª. Ana.—Cantad, pues.
Celia.—Vaya de solfa.
Coro 1º.—¿Cuál es la pena mas grave
Que en las penas de amor cabe?
Voz 1ª.—El carecer de favor
Será la pena mayor,
Puesto que es el mayor mal.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 1ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Pues ¿cuál es?
Voz 2ª.—Son los desvelos
A que ocasionan los celos,
Que es un dolor sin igual.
Coro 2º.—No es tal.
Voz 2ª.—Si es tal.
Coro 1º.—Pues ¿cuál es?
Voz 3ª.—Es la impaciencia{275}
A que ocasiona la ausencia,
Que es un letargo mortal.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 3ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Pues ¿cuál es?
Voz 4ª.—Es el cuidado
Con que se goza lo amado,
Que nunca es dicha cabal.
Coro 2º.—No es tal.
Voz 4ª.—Si es tal.
Coro 1º.—Pues ¿cuál es?
Voz 5ª.—Mayor se infiere
No gozar á quien me quiere,
Cuando es el amor igual.
Coro 1º.—No es tal.
Voz 1ª.—Si es tal.
Coro 2º.—Tú que ahora has respondido,
Conozco que solo has sido
Quien las penas de amor sabe.
Coro 1º.—¿Cuál es la pena mas grave
Que en las penas de amor cabe?
D. Ped.—Leonor, la razon primera
De las que han cantado aquí
Es mas fuerte para mí;
Pues si bien se considera
Es la pena mas severa
Que puede dar el amor
La carencia del favor,
Que es su término fatal.
Dª. Leo.—No es tal.
D. Ped.—Si es tal.
Dª. Ana.—Yo, hermano, de otra opinion
Soy, que si se llega á ver,
El mayor mal viene á ser{276}
Una celosa pasion;
Pues fuera de la razon
De que del bien se carece,
Con la envidia se padece
Otra pena mas mortal.
Dª. Leo.—No es tal.
Dª. Ana.—Si es tal.
Dª. Leo.—Aunque se halla mi sentido
Para nada, he imaginado
Que el carecer de lo amado
No es amor correspondido;
Pues con juzgarse querido,
Cuando del bien se carece,
El ansia de gozar crece,
Y con ella crece el mal.
Dª. Ana.—No es tal.
Dª. Leo.—Si es tal.
D. Cár.—¡Ay Castaño! yo dijera
Que de amor en los desvelos
Son el mayor mal los celos,
Si á tanerlos me atreviera;
Mas, pues quiere amor que muera,
Muera de solo temerlos,
Sin llegar á padecerlos,
Pues este es sobrado mal.
Cast.—No es tal.
D. Cár.—Si es tal.
Cast.—Señor, el mayor pesar
Conque el amor nos baldona,
Es querer una fregona
Y no tener qué la dar;
Pues si llego á enamorar,
Corrido y confuso quedo,
Que conseguirlo no puedo{277}
Por la falta de caudal.
Música.—No es tal.
Cel.—Si es tal.
El dolor mas importuno
Que da amor en sus ensayos,
Es tener doce lacayos
Sin regalarme ninguno,
Y tener perpetuo ayuno
Cuando estar harta debiera,
Esperando costurera
Los alivios del dedal.
Música.—No es tal.
Cel.—Si es tal.
Dª. Ana.—Leonor, si no te divierte
La música, al jardin vamos,
Quizá tu fatiga en él
Se aliviará.
Dª. Leo.—¿Qué descanso
Puede tener la que solo
Tiene por alivio el llanto?
D. Ped.—Vamos, divino imposible.
Dª. Ana.—Haz, Celia, lo que he mandado,
Que yo te mando un vestido,
Si se nos logra el engaño.

(Vánse doña Ana, doña Leonor y don Pedro.)

Cel.—Eso sí es mandar con modo,
Aunque esto de: Yo te mando,
Cuando los amos lo dicen,
No viene á hacer mucho al caso;
Pues están siempre tan hechos,
Que si acaso mandan algo,
Para dar luego se escusan,
Y dicen á los criados{278}
Que lo que mandaron, no
Fué manda, sino mandato.
Pero vaya de tramoya:
Yo llego á la puerta y abro,
Supuesto que ya don Juan,
Que era mi mayor cuidado,
Con la llave que le dí
Estuvo tan avisado
Que, sin que yo lo calase,
Se salió paso entre paso
Por la puerta del jardin,
Y mi señora ha tragado
Que fué otra de las criadas
Quien le dió entrada en su cuarto.
Gracias á mi hipocresía
Y á unos juramentos falsos
Que sobre el caso me eché
Con tanto desembarazo,
Ella quedó tan segura,
Que ahora me ha encomendado
Lo que allá dirá el enredo;
Yo llego... Señor don Cárlos.
D. Cár.—¿Qué quieres, Celia? ¡Ay de mí!...
Celia.—A ver si habeis escuchado
La música vine.
D. Cár.—Sí,
Y te estimo el agasajo.
Mas, dime, Celia, ¿á qué vino
Aquella dama que ha estado
Con doña Ana y con don Pedro?
Cel. [Ap.]—Ya picó el pez: largo el trapo.
Aquella dama, señor...
Mas yo no puedo contarlo,
Si primero no me dais{279}
La palabra de callarlo.
D. Cár.—Yo te la doy... ¿A qué vino?
Celia.—Temo, señor, que es pecado
Descubrir vidas ajenas.
Mas supuesto que tú has dado
En que lo quieres saber,
Y yo en que no he de contarlo,
Vaya; mas sin que lo sepas...
Y sabe que aquel milagro
De belleza es una dama
A quien adora mi amo,
Y anoche, yo no sé cómo
Ni cómo no, entró en su cuarto.
El la enamora y regala;
Con qué fin, yo no lo alcanzo,
Ni yo en conciencia pudiera
Afirmarte, que ello es malo,
Que puede ser que la quiera
Para ser fraile descalzo.
Y perdona, que no puedo
Decir lo que has preguntado,
Que estas cosas mejor es
Que las sepas de otros labios.

(Váse Celia.)

D. Cár.—Castaño, ¿no has oido aquesto?
Cierta es mi muerte y mi agravio.
Cast.—Pues si ella no nos lo ha dicho,
¿Cómo puedo yo afirmarlo?
D. Cár.—¡Cielos! ¿qué es esto que escucho?
¿Es ilusion, es encanto
Lo que ha pasado por mí?
¿Quién soy? ¿en dónde me hallo?
¿No soy yo quien de Leonor{280}
La beldad idolatrando
La solicité tan fino,
La serví tan recatado,
Que en premio de mis finezas
Conseguí favores tantos?
Y por ùltimo, seguro
De alcanzar su blanca mano,
Y de ser solo el dichoso
Entre tantos desdichados,
¿No salió anoche conmigo,
Su casa y padre dejando,
Reduciendo á mí la dicha
Que solicitaban tantos?
¿No la llevó la justicia?
Pues ¿cómo ¡ay de mí! la hallo
Tan sosegada en la casa
De don Pedro de Arellano,
Que amante la solicita?
Y yo... Mas ¿cómo no abraso
Antes estos labios, que
Pronunciar yo mis agravios?
Mas ¡cielos! ¿Leonor no pudo
Venir por algun acaso
A esta casa, sin tener
Culpa de lo que ha pasado,
Pues prevenirlo no pudo?
Y que don Pedro, llevado
De la ocasion de tener
En su poder el milagro
De la perfeccion, pretenda,
Como mozo y alentado,
Lograr la ocasion felice
Que la fortuna le ha dado,
Sin que Leonor corresponda{281}
A sus intentos osados?
Bien puede ser que así sea;
Mas ¿cumplo yo con lo honrado,
Consintiendo que á mi dama
La festeje mi contrario,
Y que con tanto lugar
Como tenerla á su lado
La enamore y solicite,
Y que haya de ser tan bajo
Yo, que lo mire y lo sepa
Y no intente remediarlo?
Eso no, ¡viven los cielos!
Sígueme, vamos, Castaño,
Y saquemos á Leonor
A pesar de todos cuantos
La quisieren defender.
Cast.—Señor ¿estás dado al diablo?
¿No ves que hay en esta casa
Una tropa de lacayos,
Que sin que nadie lo sepa
Nos darán un sepan cuantos,
Y andarán descomedidos
Por andar muy bien criados?
D. Cár.—Cobarde! ¿aqueso me dices?
Aunque vibre el cielo rayos,
Y aunque iras el cielo esgrima,
Y el abismo aborte espantos,
Me la tengo de llevar.
Cast.—Ahora ¡sus! si ha de ser, vamos;
Y luego de aquí á la horca,
Que será el segundo paso.

(Salen don Rodrigo y don Juan)

D. Rod.—Don Juan, pues vos sois su amigo,{282}
Reducidle á la razon,
Pues por aquesta ocasion
Os quise traer conmigo;
Que pues vos sois el testigo
Del daño que me causó
Cuando á Leonor me llevó,
Podreis con desembarazo
Hablar en aqueste caso
Con mas llaneza que yo.
Ya de todo os he informado,
Y en un caso tan severo
Siempre lo trata el tercero
Mejor que no el agraviado;
Que al que es noble y nació honrado,
La afrenta, por mas que sienta,
Le impide, aunque ese es el medio,
La vergüenza del remedio,
El remedio de la afrenta.
D. Juan.-Señor don Rodrigo, yo,
Por la ley de caballero,
Os prometo reducir
A vuestro gusto á don Pedro,
A que él juzgó que está llano,
Porque tampoco no quiero
Vender por fineza mia
A lo que es mérito vuestro.
Y pues, porque no se niegue
No le avisamos, entremos
A la sala. Mas ¿qué miro?
¿Aquí don Cárlos de Olmedo
Con quien anoche reñí?
¡Ah ingrata doña Ana! ¡ah fiero
Basilisco!
{283}

(Sale Celia)

Celia.—¡Jesucristo!
Don Juan de Várgas y un viejo,
Señor, y te han visto ya.
D. Cár.—No importa, que nada temo.
D. Rod.—Aquí don Cárlos está,
Y para lo que traemos
Que tratar, grande embarazo
Será.
Cast.—(A don Cár.) Señor, reza el credo
Porque estos pienso que vienen
Para darnos pan de perro;
Pues sin duda que ya saben
Que fuistes quien á don Diego
Hirió, y se llevó á Leonor.
D. Cár.—No importa, ya estoy resuelto
A cuanto me sucediere.
D. Rod.—Don Cárlos, don Juan y yo
Cierto negocio traemos,
Que precisamente ahora
Se ha de tratar con don Pedro,
Y así, si no es embarazo
A lo que venis, os ruego
Nos deis lugar, perdonando
El estorbo, que los viejos
Con los mozos, y mas cuando
Son tan bizarros y atentos
Como vos, esta licencia
Nos tomamos.
D. Cár. (Ap.)—Vive el cielo,
Que aun ignora don Rodrigo
Que sor de su agravio el dueño.
D. Juan. (Ap.)—No sé, vive el cielo, como{284}
Viendo á don Cárlos contengo
La cólera que me incita.
Celia.—Don Cárlos, pues el empeño
Mirais en que está mi ama
Si llega su hermano á veros,
Que os escondais os suplico.
D. Cár.—Tienes razón, vive el cielo,
Que si aquí me ve su hermano,
La honra de doña Ana arriesgo;
Y habiéndome ella amparado,
Es infamia; mas ¿qué puedo
Hacer yo en aqueste caso?
Ello no hay otro remedio;
Ocúltome, que el honor
De doña Ana es lo primero;
Y despues saldré á vengar
Mis agravios y mis celos.
Celia.—Señor, por Dios, que te escondas
Antes que salga don Pedro.
D. Cár.—Señor don Rodrigo, yo
Estoy (perdonad si os tengo
Vergüenza, que vuestras canas
Dignas son de este respeto)
Sin que don Pedro lo sepa,
En su casa, y así os ruego
Que me dejéis ocultar
Antes que él salga, que el riesgo
Que un honor puede correr
Me obliga...
D. Juan.—¡Qué esto consiento!
¿Qué mas claro ha de decir?
Que aquel basilisco fiero
Do doña Ana aquí le trae.
¡Oh, pese á mi sufrimiento,{285}
Que no le quito la vida!
Pero ajustar el empeño
Es ántes de don Rodrigo,
Pues le di palabra de ello;
Que despues yo volveré,
Puesto que la llave tengo
Del jardin, y tomaré
La venganza que deseo.
D. Rod.—Don Cárlos, nada me admira:
Mozo he sido, aunque estoy viejo;
Vos sois mozo, y es preciso
Que deis sus frutos al tiempo;
Y supuesto que decis
Que os es preciso esconderos,
Haced vos lo que convenga,
Que yo la causa no inquiero
De cosas que no me tocan.
D. Cár.—Pues á Dios.
D. Rod.—Guardeos el cielo.
Celia.—Vamos á prisa. A Dios gracias,
Que se ha excusado este aprieto;
Y vos, señor, esperad
Miéntras aviso á mi dueño.
D. Cár.—Un Etna llevo en el alma.
D. Juan.—Un volcan queda en mi pecho.

(Vánse don Carlos, Celia y Castaño)

D. Rod.—Veis aquí cómo es el mundo:
A mí me agravia don Pedro,
Don Cárlos le agravia á él,
Y no faltará un tercero
Tambien que agravie á don Cárlos;
Y es que lo permite el cielo
En castigo de las culpas,{286}
Y dispone que paguemos
Con males que recibimos
Los males que habemos hecho.
D. Juan.—Estoy tan fuera de mí
De haber visto manifiesto
Mi agravio, que no sé cómo
He de sosegar el pecho
Para hablar en el negocio
De que he de ser medianero,
Que quien ignora los suyos,
Mal hablará en los ajenos.

(Sale don Cárlos á la reja.)

D. Cár.—Ya que fué fuerza ocultarme
Por el debido respeto
De doña Ana, como á quien
El amparo y vida debo,
Desde aquí quiero escuchar,
Pues sin ser yo visto puedo,
A qué vino don Rodrigo,
Que entre mil dudas el pecho,
Astrólogo de mis males,
Me pronostica los riesgos.

(Sale don Pedro.)

D. Ped.—Señor don Rodrigo, ¿vos
En mi casa? Mucho debo
A la ocasion que aquí os trae,
Pues que por ella merezco
Que vos me hagais tantas honras.
D. Rod.—Yo las recibo, don Pedro,
De vos, y ved si es verdad,
Pues á vuestra casa vengo
Por la honra que me falta.{287}
D. Ped.—Don Juan, amigo, no es nuevo
El que vos honreis mi casa.
Tomad entambos asiento,
Y decid ¿cómo venis?
D. Juan.—Yo vengo al servicio vuestro;
Y pues á lo que venimos
Dilacion no admite, empiezo:
Don Pedro, vos no ignorais,
Como tan gran caballero,
Las muchas obligaciones
Que teneis de parecerlo.
Esto supuesto, el señor
Don Rodrigo tiene un duelo
Con voz.
D. Pedro.—¿Conmigo, don Juan?
Holgárame de saberlo.
[Ap.]—¡Válgame Dios, qué será!
D. Rod.—Don Pedro, ved que no es tiempo
Este de haceros de nuevas;
Y si acaso decis eso
Por la cortes atencion
Que debeis á mi respeto,
Yo estimo la cortesía
Y la atencion os dispenso.
Vos amante de Leonor
La solicitásteis ciego,
Pudiendo haberos valido
De mí, y con indignos medios
La sacasteis de mi casa,
Cosa que....Pero no quiero
Reñir ahora el delito,
Que ya no tiene remedio,
Pues cuando os busco piadoso
No es bien reñiros severo;{288}
Y como lo mas se enmiende
Yo os perdonaré lo menos.
Supuesto esto, ja sabeis
Vos que no hay sangre en Toledo
Que pueda exceder la mia;
Y siendo esto todo cierto,
¿Qué dificultad podeis
Hallar para ser mi yerno?
Y si es falta el estar pobre
Y vos rico, fuera bueno
Responder eso, si yo
Os tratara el casamiento
Con Leonor; mas pues vos fuísteis
El que la eligió primero,
Y os pusísteis en estado
Que ha de ser preciso hacerlo,
No he tenido yo la culpa
De lo que fué arrojo vuestro.
Yo sé que está en vuestra casa,
Y sabiéndolo no puedo
Sufrir que esté en ella sin que
Le deis de esposo al momento
La mano.
D. Ped. [Ap.]—¡Válgame Dios!
¿Qué puedo en tan grande empeño
Responder á don Rodrigo?
Pues si que la tengo niego,
Es fácil que él lo averigüe,
Y asi la verdad confieso
De que la sacó don Cárlos,
Se la dará á él, y yo pierdo,
Si pierdo á Leonor, la vida;
Y si el casarme concedo
Puede ser que me desaire{289}
Leonor; ¡quién hallara un medio
Conque poder dilatarlo!
D. Juan.—¿De qué, amigo, estáis suspenso?
¿Cuando la proposicion
Resulta en decoro vuestro?
¿Cuando el señor don Rodrigo,
Tan reportado y tan cuerdo
Os convida con la dicha
De haceros felice dueño
De la beldad de Leonor?
D. Ped.—Lo primero que protesto,
Señor don Rodrigo, es que
Tanto la beldad venero
De Leonor, que puesto que
Sabeis ya mis galanteos,
Quiero que esteis persuadido
Que nunca pudo mi pecho
Mirarla con otros ojos
Ni hablarla con otro intento,
Que el de ser feliz con ser
Su esposo. Y esto supuesto,
Sabed que Leonor anoche
Supo [aun fingir no acierto]
Que estaba mala mi hermana
A quien con cariño tierno
Estima, y vino á mi casa
A verla sola, creyendo
Que vos tardariais mas
Con la diversion del juego;
Hízole algo tarde, y como
Temió que hubieseis ya vuelto,
Como sin licencia vino,
Despachamos á saberlo
Un criado de los mios,{290}
Y aqueste volviò diciendo
Que ya estabais vos en casa,
Y que habiais echando ménos
A Leonor, por cuya causa
Haciendo justos estremos
La buscabais ofendido;
Ella temerosa, oyendo
Aquesto, volver no quiso.
Este es en suma el suceso,
Que ni yo saqué á Leonor,
Ni pudiera, pretendiendo
Para esposa su beldad,
Proceder tan desatento
Que para mirarme en él
Manchara ántes el espejo.
Y para que no juzgueis
Que esta es escusa que invento
Por no venir á casarme,
Mi fe ó palabra os empeño
De ser su esposo al instante,
Como Leonor venga en ello;
Y en esto conocereis
Que no tengo impedimento
Para llegar á ser suyo,
Mas de que no la merezco.
D. Cár.—¿No escuchas esto, Castaño?
La vida y el juicio pierdo!
Cast.—La vida es la novedad,
Que lo del juicio no es nuevo.
D. Rod.—Don Pedro, á lo que habeis dicho
Hacer réplica no quiero,
Sobre si pudo ó no ser
Como decis el suceso;
Pero siéndole ya á todos{291}
Notorios vuestros festejos,
Sabiendo que Leonor falta
Y no la busco, y sabiendo
La he hallado en vuestra casa,
Nunca queda satisfecho
Mi honor, si vos os no casais;
Y en lo que me habeis propuesto
De si Leonor querrá ó no,
Eso no es impedimento,
Pues ella tener no puede
Mas gusto que mi precepto:
Y así llamadla y vereis
Cuan presto lo gusta.
D. Ped.—Temo,
Señor, que Leonor se asuste,
Y así os suplico deis tiempo
De que ántes se lo proponga
Mi hermana, porque supuesto
Que yo estoy llano á casarme
Y que por dicha lo tengo,
¿Qué importa que se difiera
De aquí á mañana, que es tiempo
En que les puedo avisar
A mis amigos y deudos,
A que asistan á mis bodas,
Y tambien porque llevemos
A Leonor á vuestra casa,
Donde se haga el casamiento?
D. Rod.—Bien decis; pero sabed
Que ya quedamos en eso,
Y que es Leonor vuestra esposa.
D. Ped.—Dicha mia es el saberlo.
D. Rod.—Pues, hijo, á Dios, que tambien
Hacer de mi parte quiero{292}
Las prevenciones.
D. Ped.—Señor,
Vamos os iré sirviendo.
D. Rod.—No ha de ser, y así quedaos,
Que habeis menester el tiempo.
D. Ped.—Yo tengo de acompañaros.
D. Rod.—No hareis tal.
D. Ped.—Ya os obedezco.
D. Juan.—Don Pedro, quedad con Dios.
D. Ped.—Id con Dios, don Juan. Yo quedo
Tan confuso que no sé
Si es pesar ó si es contento,
Si es fortuna ó es desaire
Lo que me está sucediendo.
Don Rodrigo con Leonor
Me ruega, yo á Leonor tengo;
El caso está en tal estado
Que yo escusarme no puedo
De casarme, solamente
Es á Leonor á quien temo,
No sea que lo resista;
Mas puede ser que ella viendo
El estado de las cosas
Y de su padre el precepto,
Venga en ser mia... Yo voy.
Amor, ablanda su pecho. [Váse]

(Salen don Cárlos y Castaño)

D. Cár.—No debo de estar en mí,
Castaño, pues estoy muerto.
Don Rodrigo ¡ay de mí! juzga
Que á Leonor sacó don Pedro
Y se le viene á ofrecer,
Y él muy falso y placentero{293}
Viene en casarse con ella,
Sin ver el impedimento
De que se salió con otro.
Cast.—¿Qué quieres? El tal sugeto
Es marido convenible
Y no repara en pucheros.
El vió volando esta garza
Y quiso matarla al vuelo;
Con que si él ya la cazó.
Ya para tí volaverunt.
D. Cár.—Yo estoy tan sin mí, Castaño,
Que aun á discurrir no acierto
Lo que hará en aqueste caso.
Cast.—Yo te daré un buen remedio
Para que quedes vengado:
Doña Ana es rica, y yo pienso
Que revienta por ser novia;
Enamórala, y con eso
Te vengas de cuatro y ocho,
Y dejas aqueste necio
Mucho peor que endiablado,
Encuñadado in æternum.
D. Cár.—Por cierto ¡gentil venganza!
Cast.—¿Mal te parece el consejo?
Tú no debes de saber
Lo que es un cuñado, un suegro,
Una madrastra, una tia,
Un escribano, un ventero,
Una mula de alquiler
Ni un albacea, que pienso
Que del infierno el mejor
Y mas bien cobrado censo
No llega ni á su zapato.
D. Cár.—¡Ay de mí infeliz! ¿qué puedo{294}
Hacer en aqueste caso?
¡Ay Leonor! si yo te pierdo,
Pierdo la vida tambien.
Cast.—No pierdas ni aun un cabello:
Sino vamos á buscarla,
Que en el tribunal supremo
De su gusto quizá se
Revocará este decreto.
D. Cár.—¿Y si la fuerza su padre?
Cast.—¿Qué es forzarla? pues el viejo
¿Está ya para Tarquino?
Vamos á buscarla luego,
Que como ella diga nones,
No hará pares con don Pedro.
D. Cár.—Bien dices, Castaño; vamos.
Cast.—Vamos, y deja lamentos,
Que se alarga la jornada,
Si aquí mas nos detemos.
{295}

JORNADA TERCERA.

(Salen Celia y Leonor.)

Dª. Leo.—Celia, yo me he de matar
Si tú salir no me dejas
De esta casa ò de este encanto.
Cel.—Repórtate, Leonor bella,
Y mira por tu opinion.
Dª. Leo.—¿Qué opinion quieres que tenga,
Celia, quien de oir acaba
Unas tan infaustas nuevas,
Como que quiere mi padre,
Porque con engaño piensa
Que don Pedro me sacó,
Que yo ¡ay Dios! su esposa sea?
Y esto cae sobre haber
Antes díchome tú mesma
Que Cárlos (¡ah falso amante!)
A doña Ana galantea,
Y que con ella pretende
Casarse, que es quien pudiera,
Como mi esposo, librarme
Del rigor de esta violencia.
Con que estando en este estado
No les quedan á mis penas
Ni asilo que las socorra,
Ni amparo que las defienda.{296}
Cel. [Ap]—Verdad es que se lo dije,
Y á don Cárlos con la mesma
Tramoya tengo confuso;
Porque mi ama me ordena
Que yo despeche á Leonor,
Para que á su hermano quiera,
Y ella se quede con Cárlos;
Y yo, viéndola resuelta,
Por la manda del vestido
Ando haciendo estas quimeras.
(A Leo).—Pues, señora, si conoces
Que ingrato Cárlos te deja
Y mi señor te idolatra,
Y que tu padre desea
Hacerte su esposa, y que
Está el caso de manera
Que si dejas de casarte,
Pierdes honra y conveniencia;
¿No es mejor pensarlo bien
Y resolverte discreta
A lograr aquesta boda,
Que es lástima que se pierda?
Y hallarás, si lo ejecutas,
Mas de tres mil congruencias;
Pues sueldas con esto solo
De tu crédito la quiebra,
Obedeces á tu padre,
Das gusto á tu parentela,
Premias á quien te idolatra
Y de Don Cárlos te vengas.
Dª. Leo.—¿Qué dices, Celia? Primero
Que yo de don Pedro sea,
Verás de su eterno alcázar
Fugitivas las estrellas;{297}
Primero romperá el mar
La no violada obediencia
Que á sus desvocadas olas
Impone freno de arena;
Primero aquese fogoso
Corazon de las esferas,
Turbará el órden con que
El cuerpo del orbe alienta;
Primero trocado el órden
Que guarda naturaleza,
Congelará el fuego copos,
Brotará el yelo centellas;
Primero que yo de Cárlos,
Aunque ingrato me desprecia,
Deje, de ser, de mi vida
Seré verdugo yo mesma;
Primero que yo de amarle
Deje...
Cel.—Los primeros deja,
Y vamos á lo segundo,
Que pues estás tan resuelta,
No te quiero aconsejar,
Sino saber lo que intentas.
Dª. Leo.—Intento, amiga, que tú,
Pues te he fiado mis penas,
Me des lugar para irme.
De aquí, porque cuando vuelva
Mi padre aquí no me halle
Y me haga casar por fuerza;
Que yo me iré desde aquí
A buscar en una celda
Un rincon que me sepulte,
Donde llorar mis tragedias
Y donde sentir mis males.{298}
Lo que de mi vida resta;
Que quizás allí escondida
No sabrá de mí mi estrella.
Cel.—Sí, pero sabrá de mí
La mia, y por darte puertas,
Vendrá á estrellarse conmigo
Mi señor, cuando lo sepa,
Y seré yo la estrellada,
Por no ser tú la estrellera.
Dª. Leo.—Amiga, haz esto por mí,
Y seré tu esclava eterna,
Por ser la primera cosa
Que te pido.
Cel.—Aunque lo sea,
Que á la primera que haga
Pagaré con las setenas.
Dª. Leo.—Pues, vive el cielo! enemiga,
Que si salir no me dejas,
He de matarme y matarte.
Cel. (Ap.)—Chispas! y qué rayos echa!
Mas ¿qué fuera, Jesus mio,
Si aquí conmigo envistiera?
¿Qué haré? Pues si no la dejo
Ir, y á ser señora llega
De casa, ¿quién duda que
Le tengo de pagar esta?
Y si la dejo salir,
Con mi amo habrà la mesma
Dificultad. Hora bien,
Mejor es entretenerla
Y avisar á mi señor
De lo que su dama intenta,
Que sabiéndolo, es preciso
Que salga él á defenderla,{299}
Y yo quedo bien con ambos;
Pues con esta estratagema
Ella no queda ofendida,
Y él obligado me queda.
(A Leo.)—Señora, si has dado en eso
Y en hacerlo tan resuelta
Estás, ve á ponerte el manto,
Que yo guardaré la puerta.
Dª. Leo.—La vida, Celia, me has dado.
Cel.—Soy de corazon muy tierna,
Y no puedo ver llorar
Sin hacerme una manteca.
Dª. Leo.—A ponerme el manto voy.

(Váse Leonor.)

Cel.—Anda, pues, y vuelve á priesa,
Que te espero. No haré tal,
Sino cerraré la puerta
E iré á avisar á Marsilio
Que se le va Melisendra. (Váse.)

(Sale don Juan.)

D. Juan.—Con la llave del jardin
Que dejó en mi poder Celia,
Para ir á lograr mis dichas
Quiero averiguar mis penas.
¡Qué mal dije averiguar,
Pues á lo que es evidencia
No se puede llamar duda!
Pluguiera á Dios estuvieran
Mis celos y mis agravios
En estado de sospecha!
Mas ¿cómo me atrevo, cuando
Es contra mi honor mi ofensa,{300}
Sin ser cierta mi venganza,
Hacer mi deshonra cierta?
Si solo basta á ofenderme
La presuncion, ¿cómo piensa
Mi honor que puede en mi agravio
La duda ser evidencia,
Cuando la evidencia misma
Del agravio en la nobleza,
Siendo certidumbre falsa,
Se hace duda verdadera?
Que como al honor le agravia
Solamente la suspecha,
Hará cierta su deshonra
Quien la verdad juzga incierta
Pues si es así, ¿cómo yo
Imagino que hay quien pueda
Ofenderme, si aun en duda
No consiento que me ofenda?
Aquí oculto esperaré
A que mi contrario venga,
Que quien del estado en que
Está su correspondencia
Duda, que vendrá de noche
Quien de dia sale y entra.
Yo quiero entrar á esperarlo;
Honor, mi venganza alienta. (Váse.)

[Salen don Cárlos y Castaño con un envoltorio.]

D. Cár.—Por mas que he andado la casa,
No he podido dar con ella,
Y vengo desesperado.
Cast.—Pues, señor, ¿de ver no echas
Que están las puertas cerradas
Que á esotro cuarto atraviesan,{301}
Por el temor de doña Ana,
De que su hermano te vea,
O porque á Leonor no atisbes?
Y para haceros por fuerza
Casar, doña Ana y su hermano
Nos han cerrado entre puertas?
D. Cár.—Castaño, yo estoy resuelto
A que don Rodrigo sepa
Que soy quien sacó á su hija,
Y quien ser su esposo espera;
Que pues por pensar que fué
Don Pedro, dársela intenta,
Tambien me la dará á mí
Cuando la verdad entienda
De que fuí quien la robó.
Cast.—Famosamente lo piensas;
Pero ¿cómo has de salir,
Si doña Ana es centinela
Que no se duerme en las pajas?
D. Cár.—Fácil, Castaño, me fuera
El salir contra su gusto,
Que no estoy yo de manera
Que tengan lugar de ser
Tan comedidas mis penas.
Solo lo que me embaraza
Y mi valor desalienta
Es el irme de su casa
Dejando á Leonor en ella,
Donde á cualquier novedad
Puede importar mi presencia;
Y así he pensado que tú
Salgas, pues aunque te vean
No hará ninguno el reparo
En tí que en mí hacer pudiera;{302}
Y este papel que ya escrito
Traigo, con que le doy cuenta
A don Rodrigo de todo,
Le llevas.
Cast.—¡Ay santa Tecla!
Pues ¿cómo quieres que vaya?
Y ves aquí que me pesca
En la calle la justicia
Por cómplice en la tormenta
De la herida de don Diego,
Y aunque tú el agresor seas,
Porque te ayudé en el ruido,
Pague in solidum la ofensa.
D. Cár.—Este es mi gusto, Castaño.
Cast.—Sí, mas no es mi conveniencia.
D. Cár.—Vive el cielo, que has de ir.
Cast.—Señor, ¿y es muy buena cuenta,
Por cumplir el juramento
De que el viva, que yo muera?
D. Cár.—¿Ahora burlas, Castaño?
Cast.—Antes ahora son veras.
D. Cár.—¿Qué es esto, infame? ¿tú tratas
De apurarme la paciencia?
Vive Dios, que has de ir ó aquí
Te he de matar!
Cast.—Señor, suelta,
Que eso es muy ejecutivo,
Y en esotro hay contingencia;
Dame el papel que yo iré.
D. Cár.—Tómalo y mira que vuelvas
A priesa, por el cuidado
En que estoy.
Cast.—Dame licencia,
Señor, de contarte un cuento,{303}
Que viene aquí como piedra
En el ojo de un vicario,
Que debe de ser cantera.
Salió un hombre á torear,
Y á otro un caballo pidió,
El cual, aunque lo sintió,
No se lo pudo negar.
Salió, y el dueño al mirallo,
No pudiéndolo sufrir,
Le enviò un recaudo á decir
Que le cuidase el caballo,
Porque valia un tesoro;
Y el otro muy sosegado
Respondió: Aquese recado
No viene á mí, sino al toro.
Tú eres así ahora que
Me remites á un paseo,
De donde, aunque lo deseo,
No sé yo si volveré.
Y lo que me causa risa,
Aun estando tan penoso,
Es que siendo tan dudoso,
Me mandas que venga á prisa;
Y asì ahora te digo
Como el otro toreador,
Que ese recado, señor,
Le envies á don Rodrigo.

(Sale Celia.)

Cel.—Señor don Cárlos, mi ama
Os suplica vais á verla
Al jardin luego al instante,
Que tiene cierta materia
Que tratar con vos, que importa,{304}
D. Cár.—Decid que ya á obedecerla
Voy. (A Cast.)—Has tù lo que he mandado.

(Vánse don Cárlos y Celia)

Cast.—Yo bien no hacerlo quisiera,
Si me valiera contigo
El hacer yo la deshecha.
¡Válgame Dios! ¿Con qué traza
Yo á don Rodrigo le diera
Aqueste papel sin que él
Ni alguno me conociera?
Quien fuera aquí Garatusa,
De quien en las Indias cuentan
Que hacía muchos prodigios;
Que yo, como nací en ellas
Le he sido siempre devoto
Como á santo de mi tierra.
¡Oh tú, cualquier que hayas sido!
¡Oh tú, cualquiera que seas!
Bien esgrimas abanico
O bien arrastres contera,
Inspírame alguna traza
Que de Calderon parezca,
Con qué salir de este empeño.
Pero ¡tate! en mi conciencia,
Que ya he topado el enredo.
Leonor me dió unas polleras
Y unas joyas que trajese,
Cuando quiso ser Elena
De este Páris boquirubio,
Y las tengo aquí bien cerca,
Que me han servido de cama;
Pues si yo me visto de ellas
¿Habrá en Toledo tapada{305}
Que á mí en garbo se parezca?
Pues hora bien, yo las saco;
Vayan estos trapos fuera.

(Quítase capa, espada y sombrero.)

Lo primero aprisionar
Me conviene la melena,
Porque quitará mil vidas
Si le doy tantica suelta.
Con este paño pretendo
Abrigarme la mollera;
Si como quiero la pongo,
Será gloria ver mi pena.
Ahora entran las basquiñas.
¡Jesus! y qué rica tela!
No hay duda que me está bien,
Porque como soy morena
Me está del cielo lo azul.
Y esto ¿qué es? Joyas son estas;
No me las quiero poner,
Que ahora voy de revuelta.
Un serenero he topado
En aquesta faltriquera;
Tambien me le he de plantar:
Cúbrame esta pechuguera.
El soliman me hace falta,
Pluguiese á Dios y le hubiera,
Que una manica de gato
Sin duda me la pusiera;
Pero no, que es un ingrato,
Y luego en cara me diera.
¿La color? No me hace al caso,
Que en este empeño de fuerza
Me han de salir mil colores,{306}
Por ser dama de vergüenza.
¿Qué les parece, señoras,
Este encaje de Valencia?
Ni puesta con sacristanes
Pudiera estar mas bien puesta.
Es cierto que estoy hermosa;
¡Dios me guarde, que estoy bella!
Cualquier cosa me está bien,
Porque el molde es rara pieza.
Quiero acabar de aliñarme,
Que aun no estoy dama perfecta:
Los guantes, aquesto sí,
Porque las manos no vean,
Que han de ser las de Jacob,
Con que á Esaú me parezca.
El manto lo vale todo;
Échomele en la cabeza.
¡Válgame Dios! cuánto encubre
Esta telilla de seda,
Que ni hay foso que así guarde,
Ni muro que así defienda,
Ni ladron que tanto encubra,
Ni paje que tanto mienta,
Ni gitano que así engañe,
Ni logrero que así venda.
Un trasunto el abanillo
Es de mi garbo y belleza;
Pero si me da tanto aire,
¿Qué mucho á mí se parezca?
Dama habrá en el auditorio
Que diga á su compañera:
Mariquita, aqueste bobo
Al tapado representa.
Pues atencion, mis señoras,{307}
Que es paso de la comedia,
No piensen que son embustes
Fraguados acá en mi idea,
Que yo no quiero engañarlas,
Ni ménos á Vue Excelencia.
Ya estoy armado, y ¿quién duda
Que en el punto que me vean
Me sigan cuatro mil lindos,
De aquesos que galantean
A salga lo que saliere,
Y que á bulto se amartelan,
No de la belleza que es,
Sino de la que ellos piensan?
Vaya, pues, de damería,
Menudo el paso, derecha
La estatura, airoso de brio,
Inclinada la cabeza
Un si es no es al un lado,
La mano en el manto envuelta,
Con el un ojo recluso
Y con el otro de fuera;
Y vamos ya, que encerrada
Se malogra mi belleza.
Temor llevo de que alguno
Me enamore.

(Va á salir y encuentra á don Pedro.)

D. Ped.—Leonor bella,
¿Vos con manto y á estas horas?
Oh! qué bien me dijo Celia
De que irse á un convento quiere!
¿A dónde vais con tal priesa?
Cast.—[Ap.] ¡Vive Dios! que por Leonor
Me tiene; yo la he hecho buena{308}
Si él me quiere descubrir.
D. Ped.—¿De qué estais, Leonor, suspensa?
¿A dónde vas Leonor mia?
Cast.—(Ap.) ¿Oigan lo que Leonores?
Mas, pues por Leonor me traga,
Yo quiero fingir ser ella,
Que quizá atiplando el habla,
No me entenderá la letra.
D. Ped.—¿Por qué no me hablais, señora?
¿Aun no os merece respuesta
Mi amor? ¿Por qué de mi casa
Os quereis ir? ¿Es ofensa
El adoraros tan fino,
El amaros tan devéras,
Que sabiendo que á otro amais,
Está mi atencion tan cierta
De vuestras obligaciones,
Vuestro honor y vuestras prendas,
Que casarme determino,
Sin que ningun riesgo tema?
Que en vuestra capacidad
Bien sé que tendrá mas fuerza,
Para mirar por vos misma,
La obligacion que la estrella.
¿Es posible que no os mueve
Mi afecto ni mi nobleza,
Mi hacienda ni mi persona
A verme ménos severa?
¿Tan indigno soy, señora,
Y doy caso que lo sea,
No me darán algun garbo
La gala de mis finezas?
¿No es mejor para marido,
Si lo consideras cuerda,{309}
Quien no galan os adora,
Que quien galan os desprecia?
Cast.—(Ap.) ¡Gran cosa es el ser rogada!
Ya no me admira que sean
Tan soberbias las mujeres;
Porque no hay que ensoberbezca
Cosa como el ser rogadas.
Ahora bien, de vuelta y media
He de poner á este tonto.
(A d. Ped.)—Don Pedro, negar quisiera
La causa por qué me voy,
Pero ya decirla es fuerza:
Yo me voy porque me mata
De hambre aquí vuestra miseria;
Porque vos sois un cuitado,
Vuestra hermana es una suegra,
Las criadas unas tías,
Los criados unos bestias;
Y yo de aquesto enfadada
En casa una pastelera
A merendar garapiñas
Voy.
D. Pedro.—(Ap.) ¡Qué palabras son estas!
Y qué estilo tan ageno
Del ingenio y la belleza
De doña Leonor. Señora,
Mucho estraña mi fineza
Oiros dar de mi familia
Unas tan indignas quejas;
Que si quereis deslucirme
Bien podeis de otra manera,
Y no con tales palabras,
Que á vos misma mal os dejan.
Cast.—Digo que me matan de hambre;{310}
¿Es aquesto lengua griega?
D. Ped.—No es griega, señora, pero
No entiendo en vos esa lengua.
Cast.—Pues si no entendeis así,
Entended de esta manera.

(Quiere irse.)

D. Ped.—Tened, que no habeis de iros,
Ni es bien que yo lo consienta,
Porque á vuestro padre he dicho
Que estais aquí, y así es fuerza
En cualquiera tiempo darle
De vuestra persona cuenta.
Que cuando vos no querais
Casaros, haciendo entrega
De vos quedaré bien puesto,
Viendo que la resistencia
De casarse, de mi parte
No está, sino de la vuestra.
Cast.—Don Pedro, vos sois un necio,
Y esta es ya mucha licencia
De querer vos impedir
A una mujer de mis prendas
Que salga á matar su hambre.
D. Ped.—[Ap.] ¡Posible es, cielos, que aquestas
Son palabras de Leonor!
Vive Dios, que pienso que ella
Se finge necia, por ver
Si con esto me despecha,
Y me dejo de casar.
¡Cielos! que así me aborrezca!
Y que conociendo aquesto
¿Esté mi pasion tan ciega
Que no pueda reducirse?{311}
Bella Leonor, ¿qué aprovecha
El fingiros necia, cuando
Sé yo que sois tan discreta?
Pues ántes á enamorarme
Sirve mas la diligencia,
Viendo el primor y cordura
De saber fingiros necia.
Cast.—(Ap.) ¡Notable aprieto, por Dios!
Yo pienso que aquí mi fuerza....
Mejor es mudar de estilo
Para ver si así me deja.
Don Pedro, yo soy mujer
Que sé bien dónde me aprieta
El zapato, y pues he visto
Que dura vuestra fineza
A pesar de mis desaires,
Yo quiero dar una vuelta
Y mudarme al otro lado,
Siendo aquesta noche mesma
Vuestra esposa.
D. Ped.—¿Qué decis,
Señora?
Cast.—Que seré vuestra
Como dos y dos son cuatro.
D. Ped.—No lo digais tan á priesa,
No me mate la alegría,
Ya que no pudo la pena.
Cast.—Pues no, señor, no os murais
Por amor de Dios, siquiera
Hasta dejarme un muchacho
Para que herede la hacienda.
D. Ped.—¿Pues eso mirais, señora?
No sabeis que toda es vuestra?
Cast.—¡Válgame Dios! yo me entiendo:{312}
Bueno será tener prendas.
D. Ped.—Esa será dicha mia.
Mas, señora, ¿hablais de véras
O me entreteneis la vida?
Cast.—Pues ¿soy yo farandulera?
Palabra os doy de casarme,
Si ya no es que por vos queda.
D. Ped.—¿Por mí? ¿tal decis, señora?
Cast.—¿Qué apostamos que si llega
El caso queda por vos?
D. Ped.—No así agravieis mi fineza!
Cast.—Pues dadme palabra aquí
De que si os haceis afuera
No me habeis de hacer á mí
Algun daño.
D. Ped.—Que os lo ofrezca
¿Qué importa, supuesto que
Es imposible que pueda
Desistirse mi cariño?
Mas permitid que merezca
De que quereis ser mi esposa
Vuestra hermosa mano en prendas.
Cast.—(Ap.) Llegó el caso de Jacob.
(A d. Ped.)—Catad aquí toda entera.
D. Ped.—Pues ¿con guante me la dais?
Cast.—Sí, porque la tengo enferma.
D. Ped.—Pues ¿qué teneis en las manos?
Cast.—Hiciéronme mal en ellas
En una visita un dia,
Y ni han bastado recetas
De hieles ni jaboncillos
Para que á su albura vuelvan.
{313}

(Dentro don Juan.)

D. Juan.—¡Muere á mis manos, traidor!
D. Ped.—Oye! ¿qué voz es aquella?

(Dentro don Cárlos.)

D. Cár.—Tú morirás á las mias,
Pues buscas tu muerte en ellas!
D. Ped.—¡Vive Dios, que es en mi casa!

(Salen riñendo don Cárlos y don Juan, y doña Ana deteniéndolos.)

Dª. Ana—Caballeros, deteneos;
Mas mi hermano... ¡yo estoy muerta!
Cast.—Mas ¿si por mí se acuchillan
Los que mi beldad festejan?
D. Ped.—¿En mi casa y á estas horas
Con tan grande desvergüenza
Acuchillarse dos hombres?
Mas yo vengaré esta ofensa
Dándoles muerte, y mas cuando
Es don Cárlos quien pelea.
Dª. Ana—¿Quién pensara (¡ay infelice!)
Que aquí mi hermano estuviera?
D. Cár.—Don Pedro está aquí, y por él
A mí nada se me diera;
Pero se arriesga doña Ana,
Que es solo por quien me pesa.
Cast.—[Ap.] Aquí ha sido la de Orán;
Mas yo apagaré la vela,
Quizá con esto tendré
Lugar de tomar la puerta,
Que es solo lo que me importa.
{314}

(Apaga Castaño la vela y riñen todos.)

D. Ped.—Aunque hayais muerto la vela
Por libraros de mis iras,
Poco importa, que aunque sea
A oscuras sabré mataros.
D. Cár.—Famosa ocasion es esta
De que yo libre á doña Ana;
Pues por ampararme atenta
Está arriesgada su vida.

(Sale Leonor con manto.)

Dª. Leo.—¡Ay Dios! aquí dejé á Celia,
Y ahora solo escucho espadas,
Y voy pisando tinieblas.
¿Qué será? ¡Válgame Dios!
Pero lo que fuere sea,
Pues á mí solo me importa
Ver si topo con la puerta.

(Topa á don Cárlos.)

D. Cár.—Esta es sin duda doña Ana.
Señora, venid á priesa
Y os sacaré de este riesgo.
Dª. Leo.—¿Qué esto? un hombre me lleva;
Mas como de aquí me saque,
Con cualquiera voy contenta,
Que si él me tiene por otra,
Cuando en la calle me vea
Podrá dejarme ir á mí
Y volver á socorrerla.
Dª. Ana.—No tengo cuidado yo
De que sepa la pendencia
Mi hermano, y mas cuando ha visto{315}
Que es don Cárlos quien pelea,
Y diré que es por Leonor;
Solamente me atormenta
El que se arriesgue don Cárlos.
¡Oh quién toparlo pudiera
Para volverlo á esconder!
D. Ped.—¡Quien mi honor agravia, muera!
Cast.—¡Que haya yo perdido el tino
Y no tope con la puerta!
Mas aquí juzgo que está.
¡Jesus! ¿qué es esto? Alacena
En que me he dado de hocicos
Y quebrado dos docenas
De vidrios y de redomas,
Que envidiando mi belleza
Me han pegado redomazo.
Dª. Ana.—Ruido he sentido en la puerta,
Sin duda alguna se va
Don Juan porque no lo vean
Ni lo conozca mi hermano,
Y ya dos solos pelean.
¿Cuál de ellos será don Cárlos?

(Llega doña Ana á don Juan)

D. Cár.—La puerta sin duda es esta,
Vamos, señora, de aquí.

[Váse don Cárlos con Leonor]

D. Ped.—Morirás á mi violencia.
Dª. Ana.—Mi hermano es aquel, y aqueste
Sin duda es Cárlos. Apriesa,
Señor, yo os ocultaré.
D. Juan.—Esta es doña Ana, é intenta
Ocultarme de su hermano;
Preciso es obedecerla.
{316}

[Váse doña Ana con don Juan.]

D. Ped.—¿Dónde os ocultais, traidores,
Que mi espada no os encuentra?
¡Hola! traed una luz.

(Sale Celia con luz.)

Cel.—Señor ¿qué voces son estas?
D. Ped.—¿Qué ha de ser? Pero ¡qué miro!
Hallando abierta la puerta
Se fueron; mas si Leonor
(Que sin duda entró por ella
Aquí don Cárlos) está
En casa, ¿qué me da pena?
Mas bien será averiguar
Cómo entró. Tú, Leonor, entra
A recogerte, que voy
A que aquí tu padre venga,
Porque quiero que esta noche
Queden nuestras bodas hechas.
Cast.—[Ap.] Tener hechas las narices
Es lo que ahora quisiera.

[Váse Castaño y cierra don Pedro la puerta.]

D. Ped.—Encerrar quiero á Leonor
Por si acaso fué cautela
Haberme favorecido.
Yo la encierro por de fuera,
Porque si acaso lo finge
Se haga la burla ella mesma.
Yo me voy á averiguar
Quien fuese el que por mis puertas
Le dió entrada á mi enemigo,
Y por qué era la pendencia{317}
Con Cárlos y el embozado.
Y pues ántes que los viera,
Los vió mi hermana y salió
Con ellos, saber es fuerza
Cuándo á reñir empezaron
Dónde ó cómo estaba ella.

(Váse don Pedro y sale don Rodrigo con Hernando)

D. Rod.—Esto, Hernando, he sabido,
Que don Diego está herido,
Y que lo hirió quien á Leonor llevaba,
Cuando en la calle estaba;
Por él la conoció y quitarla quiso,
Con que le fué preciso
Reñir, y la pendencia ya trabada,
El que á Leonor llevaba, una estocada
Le dió de que quedó casi difunto
Y luego al mismo punto
Cargado hasta su casa le llevaron,
Donde luego que entraron,
En sí volvió don Diego;
Pero advirtiendo luego
En los que le llevaron apiadados,
Conoció de don Pedro ser criados;
Porque sin duda, Hernando, fué el llevalle
Por escusar el ruido de la calle.
Mira qué bien viene esto que ha pasado,
Con lo que esta mañana me ha afirmado,
De que Leonor fué solo á ver su hermana,
Y que yo me detenga hasta mañana
Para ver si Leonor casarse quiere,
De donde bien se infiere{318}
Que de no hacerlo trata,
Y que con estas largas lo dilata.
Mas yo vengo resuelto,
Que á esto á su casa he vuelto,
A apretarle de suerte
Que ha de casarse, ó le he de dar la muerte.
Her.—Harás muy bien, señor, que la dolencia
De honor se ha de curar con diligencia;
Porque el que lo dilata neciamente
Viene á quedarse enfermo eternamente.

(Sale don Cárlos con Leonor tapada)

D. Cár.—No teneis ya que temer,
Doña Ana hermosa, el peligro.
Dª. Leo. [Ap.]—¡Cielos! que me traiga Cárlos
Pensando [ah fiero enemigo!]
Que soy doña Ana? ¿Qué mas
Claros busco los indicios
De que la quiere?
D. Cár. (Ap.)—¿En qué empeño
Me he puesto, cielos divinos!
Que por librar á doña Ana
Dejo á Leonor en peligro.
¿A dónde podré llevarla
Para que pueda mi brio
Volver luego por Leonor?
Pero hácia aquí un hombre miro.
¿Quién va?
D. Rod.—¿Es don Cárlos?
D. Cár.—Yo soy.
(Ap.) ¡Válgame Dios! don Rodrigo
Es, ¿á quién podré mejor
Encomendar el asilo{319}
Y el amparo de doña Ana?
Que con su edad y su juicio
La compondrá con su hermano
Con decencia, y yo me quito
De aqueste embarazo, y vuelvo
A ver si puedo atrevido
Sacar mi dama. Señor
Don Rodrigo, en un conflicto
Estoy, y vos podeis solo
Sacarme de él.
D. Rod.—¿En qué os sirvo,
Don Cárlos?
D. Cár.—Aquesta dama
Que traigo, señor, conmigo
Es la hermana de don Pedro,
Y en un lance fué preciso
El salirse de su casa,
Por correr su honor peligro.
Yo ya veis que no es decente
Tenerla, y así os suplico
La tengais en vuestra casa,
Miéntras yo á otro empeño asisto.
D. Rod.—Don Cárlos, yo la tendré;
Claro está que no es bien visto
Tenerla vos, y á su hermano
Hablaré, si sois servido.
D. Cár.—Hareisme mucho favor,
Y así yo me voy. (Váse)
D. Leo.—[Ap.] ¿Qué miro?
¡A mi padre me ha entregado!
D. Rod.—Hernando, yo he discurrido
Y voy á ver á don Pedro,
Pues Cárlos hizo lo mismo,
Que él sacándole á su hermana,{320}
Que ya por otros indicios
Sabia yo que la amaba,
Valerme de este motivo,
Tratando de que la case,
Porque ya como de hijo
Debo mirar por su honor,
Y él quizá mas reducido,
Viendo en peligro su honor,
Querrà remediar el mio.
Her.—Bien has dicho, y me parece
Buen modo de constreñirlo
El no entregarle á su hermana,
Hasta que él haya cumplido
Con lo que te premetió.
D. Rod.—Pues yo entro; venid conmigo,
Señora, y nada temais
De riesgo, que yo me obligo
A sacaros bien de todo.
Dª. Leo.—[Ap.] A casa de mi enemigo
Me vuelve á meter mi padre,
Y ya es preciso seguirlo,
Pues descubrirme no puedo.
D. Rod.—Pero allí á don Pedro miro.
Vos, señora, con Hernando
Os quedad en este sitio,
Miéntras hablo á vuestro hermano.
Dª. Leo.—(Ap.) ¡Cielos! vuestro influjo impio
Mudad, ó dadme la muerte;
Pues me será mas benigno
Un fin breve, aunque es atroz,
Que un prolongado martirio.
D. Rod.—Pues yo me quiero llegar.
{321}

(Sale don Pedro.)

D. Ped.—Que saber no haya podido
Mi enojo quien en mi casa
Le dió entrada á mi enemigo,
Ni haya encontrado á mi hermana,
Mas buscarla determino
Hácia el jardin, que quizá
Temerosa del ruïdo
Se vino hácia aquesta cuadra.
Yo voy; pero don Rodrigo
Está aquí; á buen tiempo viene,
Pues que ya Leonor me ha dicho
Que gusta de ser mi esposa.
Seais, señor, bien venido,
Que á no haber venido vos,
En aqueste instante mismo
Habia yo de buscaros.
D. Rod.—La diligencia os estimo.
Sentémonos, que tenemos
Mucho que hablar.
D. Ped.—(Ap.) Ya colijo,
Que á lo que podrá venir
Resultará en gusto mio.
D. Rod.—Bien habreis congeturado
Que lo que puede, don Pedro,
A vuestra casa traerme
Es el honor, pues le tengo
Fiado á vuestra palabra;
Que aunque sois tan caballero,
Miéntras no os casais está
A peligro siempre expuesto;
Y bien veis que no es alhaja
Que puede en un noble pecho{322}
Permitir la contingencia,
Porque es un cristal tan terso
Que sino le quiebra el golpe,
Le empeña solo el aliento.
Esto habreis pensado vos,
Y hareis bien en pensar esto;
Pues tambien esto me trae...
Mas no es esto á lo que vengo
Principalmente, porque
Quiero con vos tan atento
Proceder, que conozcais
Que teniendo de por medio
El cuidado de mi hija
Y de mi honor el empeño,
Con tanta cortesania
Procedo con vos, que puedo
Hacer mi honor accesorio
Por poner primero el vuestro,
Ved si puedo hacer por vos
Mas, aunque tambien concedo
Que esta es conveniencia mia;
Que habiendo de ser mi yerno,
El quereros ver honrado
Resultará en mi provecho.
Ved vos cuán celoso soy
De mi honor, y con qué estremo
Sabré celar mi opinion,
Cuando así la vuestro celo.
Supuesto esto, ya sabeis
Vos que don Cárlos de Olmedo,
De mas del lustre heredado
De su noble nacimiento...
D. Ped.—(Ap.) A don Cárlos me ha nombrado;
¿Dónde irá á parar aquesto?{323}
Y el no hablar de que me case...
Sin duda sabe el suceso
De que la sacó don Cárlos.
¡Hoy la vida y honra pierdo!
D. Rod.—El color habeis perdido,
Y no me admiro, que oyendo
Cosas tocantes á honor,
No fuerais noble ni cuerdo
Ni honrado, sino mostráreis
Ese noble sentimiento.
Mas pues de lances de amor
Teneis en vos el ejemplo,
Y que vuestra propia culpa
Honesta el delito ageno,
No teneis de qué admiraros
De lo mismo que habeis hecho.

(Sale doña Ana al paño.)

Dª. Ana.—Don Rodrigo con mi hermano
Está; desde aquí pretendo
Escuchar á lo que vino,
Que como á don Cárlos tengo
Oculto, y lo vió mi hermano,
Todo lo dudo y lo temo.
D. Rod.—Digo, pues que aunque ya vos
Enterado estareis de esto,
Don Cárlos á vuestra hermana
Hizo lícitos festejos,
Correspondióle doña Ana;
No fué mucho, pues lo mesmo
Sucedió á Leonor con vos.
D. Ped.—(Ap.) ¿Qué es esto? [¡válgame el cielo!]
¿Don Cárlos quiere á mi hermana?{324}
Dª. Ana.—¿Cómo llegar á saberlo
Ha podido don Rodrigo?
D. Rod.—Digo, por no deteneros
Con lo mismo que sabeis,
Que viéndose en el aprieto
De haberlo ya visto vos
Y de estar con él riñendo,
La sacó de vuestra casa.
D. Ped.—¿Qué es lo que decis?
D. Rod.—Lo mesmo
Que vos sabeis y lo propio
Que hicísteis vos; pues es bueno
Que me hicierais vos á mí
La misma ofensa, yo cuerdo
Venga á tratarlo, y que vos
(Sin ver que permita el cielo
Que veamos por nosotros
La ofensa que á otros hacemos)
Os mostrais tan alterado.
Tomad, hijo, mi consejo,
Que en las dolencias de honor
No todas veces son buenos,
Ni bastan solo süaves,
Los medicamentos recios,
Que ántes suelen hacer daño;
Pues cuando está malo un miembro,
El experto cirujano
No luego le aplica el hierro
Y corta lo dolorido,
Sino que aplica primero
Los remedios lenitivos;
Que acudir á los cauterios
Es cuando se reconoce{325}
Que ya no hay otro remedio.
Hagamos lo mismo acá:
Don Cárlos me ha hablado de ello.
Doña Ana se fué con él,
Y yo en mi poder la tengo.
Ellos lo han de hacer sin vos,
Pues ¿no es mejor, si han de hacerlo,
Que sea con vuestro gusto,
Haciendo cuerdo y atento
Voluntario lo preciso?
Que es industria del ingenio
Vestir la necesidad
De los visos del afecto.
Aqueste es mi parecer,
Ahora consultad cuerdo
A vuestro honor, y vereis
Si os está bien el hacerlo.
Y en cuanto á lo que á mí toca,
Sabed que vengo resuelto
A que os caseis esta noche;
Pues no hay por qué deteneros.
Cuando vengo de saber
Que á mi sobrino don Diego
Dejásteis herido anoche,
Porque llegó à conoceros,
Y á Leonor quiso quitaros.
Ved vos cuan mal viene aquesto
De que vos no la sacasteis.
Y en suma, este es largo cuento,
Pues solo con que os caseis
Queda todo satisfecho.
Dª. Ana.-Temblando estoy qué responde
Mi hermano; mas yo no encuentro{326}
Qué razon pueda mover
A fingir estos enredos
A don Rodrigo.
D. Ped.—Señor,
Digo, en cuanto á lo primero,
Que el decir que no saqué
A Leonor, fué fingimiento,
Que me debió decoroso
Mi honor y vuestro respeto,
Y pues solo con casarme
Dices que quedo bien puesto,
A la beldad de Leonor
Oculta aquel aposento,
Y ahora en vuestra presencia
Le daré de esposo y dueño
La mano; pero sabed
Que me habeis de dar primero
A doña Ana, para que
Siguiendo vuestro consejo
La despose con don Cárlos
Al instante. [Ap.] Pues con esto
Seguro de este enemigo
De todas maneras quedo.
D. Rod.—¡Oh, qué bien que se conoce
Vuestra nobleza y talento!
Voy á que entre vuestra hermana,
Y os doy las gracias por ello.

(Sale doña Ana)

Dª. Ana.—No hay para que, don Rodrigo,
Pues para dar las que os debo
Estoy yo muy prevenida.
Y á tí, hermano, aunque merezco{327}
Tu indignacion, te suplico
Que examines por tu pecho
Las violencias del amor,
Y perdonarás con esto
Mis yerros, si es que lo son
Siendo tan dorados yerros.
D. Ped.—Alza del suelo, doña Ana,
Que hacerse tu casamiento
Con mas decencia pudiera,
Y no poniendo unos medios
Tan indecentes.
D. Ped.—Dejad
Aqueso, que ya no es tiempo
De reprension, enviad
Un criado de los vuestros
Que á buscar vaya á don Cárlos.
Dª. Ana.—No hay que enviarlo, supuesto
Que como á mi esposo, oculto
Dentro mi cuarto le tengo.
D. Ped.—Pues sácale luego al punto.
Dª. Ana.—¡Con qué gusto te obedezco!
Que al fin mi amante porfia
Ha logrado sus deseos! [Váse]
D. Ped.—Celia.

[Sale esta.]

Cel.—¿Qué me mandas?
D. Ped.—Toma
La llave de ese aposento
Y avisa á Leonor que salga.
¡Oh amor! que al fin de mi anhelo
Has dejado que se logren
Mis amorosos intentos!{328}
Dª. Leo.—Pues me tienen por doña Ana,
Entrarme quiero allá dentro
Y librarme de mi padre,
Que es el mas próximo riesgo;
Que despues para librarme
De la instancia de don Pedro,
No faltarán otros modos.
Mas subir á un hombre veo
La escalera. ¿Quién será?

[Salen don Cárlos]

D. Cár.—A todo trance resuelto
Vengo á sacar á Leonor
De este indigno cautiverio;
Que supuesto que doña Ana,
Está ya libre de riesgo,
No hay por qué esconder la cara
Mi valor, y ¡vive el cielo!
Que la tengo de llevar,
O he de salir de aquí muerto.

[Pasa don Cárlos junto á Leonor]

Dª. Leo.—Cárlos es [válgame Dios!]
Y de cólera tan ciego
Va que no reparó en mí;
Pues ¿á qué vendrá, supuesto
Que me llevó á mí, pensando
Que era yo doña Ana? ¡Ah cielos!
¡Que me hayais puesto en aquesto!
¡Que estos ultrages consiento!
Mas si acaso conoció
Que dejaba en el empeño
A su dama y á librarla{329}
Viene ahora.... Yo me acerco
Para escuchar lo que dice.
D. Cár.—Don Pedro, cuando yo entro
En casa de mi enemigo,
Mal puedo usar de lo atento.
Vos me teneis....Mas ¿qué miro?
¿Don Rodrigo aquí?
D. Rod.—Teneos,
Don Cárlos, y sosegaos,
Porque ya todo el empeño
Está ajustado, ya viene
En vuestro gusto don Pedro;
Y pues á él se lo debeis,
Desde el agradecimiento,
Que yo el parabien os dé
De veros felice dueño
De la beldad que adorais,
Que goceis siglos eternos.
D. Cár.—[Ap.] ¿qué es esto? Sin duda ya
Se sabe todo el suceso,
Porque Castaño el papel
Debió de dar ya, y sabiendo
Don Rodrigo que fui yo
Quién la sacó, quiere cuerdo
Portarse y darme á Leonor;
Y sin duda ya don Pedro,
Viendo tanto desengaño,
Se desiste del empeño.
[A don Rod.]—Señor, palabras me faltan
Para poder responderos;
Mas válgame lo dichoso
Para disculpar lo necio;
Que en tan no esperada dicha,{330}
Como la que yo merezco,
Si no me volviera loco,
Estuviera poco cuerdo.
D. Rod.—Mirad, si os lo dije yo...
Quiérela con grande estremo.
D. Leo.—¡Qué es esto, cielos! ¡qué escucho!
¡Qué parabienes son estos,
Ni qué dichas de don Cárlos!
D. Ped.—Aunque debierais atento
Averos de mí valido,
Supuesto que gusta de ello
Don Rodrigo, cuyas canas
Como de padre venero,
Yo me tengo por dichoso
En que tan gran caballero
Se sirva de honrar mi casa.
Dª. Leo.—Ya no tengo sufrimiento;
No ha de casarse el traidor.

(Sale doña Leonor con manto.)

D. Rod.—Señora, á muy lindo tiempo
Venis; mas ¿por qué os habeis
Otra vez el manto puesto?
Aquí está ya vuestro esposo.
Don Cárlos, los cumplimientos
Basten ya: dadle la mano
A doña Ana.
D. Cár.—¿A quién? ¿qué es esto?
D. Rod.—A doña Ana vuestra esposa.
¿De qué os turbais?
D. Cár.—¡Vive el cielo!
Que este es engaño y traicion.
¿Yo á doña, Ana?{331}
Dª. Leo.—(Ap.) ¡Albricias, cielos!
Que ya desprecia á doña Ana!
D. Ped.—Don Rodrigo ¿qué es aquesto?
¿Vos de parte de don Cárlos
No venisteis al concierto
De mi hermana?
D. Rod.—Claro está,
Y fué porque Cárlos mesmo
Me entregó á mí vuestra hermana
Que la llevaba, diciendo
Que la sacaba, porque
Corria su vida riesgo.
Señora, ¿no fué esto así?
Dª. Leo—Sí, señor, y yo confieso
Que soy esposa de Cárlos,
Como vos vengais en ello.
D. Cár.—Muy mal, señora doña Ana,
Habeis hecho en exponeros
A tan público desaire,
Como por fuerza he de haceros;
Pero pues vos me obligais
A que os hable poco atento,
Quien me busca exasperado,
Me quiere sufrir grosero,
Si mejor á vos que á alguno
Os consta que yo no puedo
Dejar de ser de Leonor.
D. Rod.—¿De Leonor? ¿qué? ¿cómo es esto?
¿Qué Leonor?
D. Cár.—De vuestra hija.
D. Rod.—¿De mi hija? Bien por cierto,
Cuando es de don Pedro esposa.
D. Cár.—Antes que logre el intento{332}
Le quitaré yo la vida.
D. Ped.—Ya es mucho mi sufrimiento,
Pues en mi presencia os sufro
Que atrevido y desatento
A mi hermana desaireis,
Y pretendais á quien quiero.

(Empuñan las espadas, y sale doña Ana con don Juan de la mano, y por la otra puerta Celia y Castaño de dama.)

Dª. Ana.—A tus pies mi esposo y yo,
Hermano... pero ¿qué veo?
A don Juan es á quien traigo!
Que, en el rostro el ferreruelo,
No le habia conocido.
D. Ped.—Doña Ana, pues ¿cómo es esto?
Cel.—Señor, aquí está Leonor.
D. Ped.—¡Oh hermoso divino dueño!
Cast.—Allá vereis la belleza;
Mas yo no puedo de miedo
Moverme; pero mi amo
Está aquí, ya nada temo,
Porque él me defenderá.
D. Rod.—Yo dudo lo que estoy viendo.
Don Cárlos, pues ¿no es doña Ana
Esta dama que vos mesmo
Me entregasteis, y con quien
Os casais?
D. Cár.—Es manifiesto
Engaño, que yo á Leonor
Solamente es á quien quiero.
Dª. Ana.—Acabe este desengaño
Con mi pertinaz intento;{333}
Y pues el ser de don Juan
Es ya preciso, yo esfuerzo
Cuanto puedo que le estimo,
Que en efecto es ya mi dueño.
Don Rodrigo, ¿qué decis?
¿Qué Cárlos? Que no lo entiendo,
Y solo sé que don Juan,
Desde Madrid, en mi pecho
Tuvo el dominio absoluto
De todos mis pensamientos.
D. Juan.—Don Pedro, yo á vuestros pies
Estoy.
D. Ped.—Yo soy el que debo
Alegrarme, pues con vos
Uno la amistad al deudo,
Y así porque nuestras bodas
Se hagan en un mismo tiempo,
Dadle la mano á doña Ana,
Que yo á Leonor se la ofrezco.

[Llégase á Castaño]

D. Cár.—Antes os daré mil muertes!
Cast.—Miren aquí si soy bello,
Pues por mí quieren matarse!
D. Ped.—Dame, soberano objeto
De mi rendido albedrío,
La mano.
Cast.—Sí, que os la tengo,
Para dárosla mas blanca,
Un año en guantes de perro.

(Descúbrese Leonor)

Dª. Leo.—Tente, Cárlos, que yo quedo{334}
Demas, y seré tu esposa;
Que aunque me hiciste desprecios,
Soy yo de tal condicion,
Que mas te estimo por ellos.
D. Cár.—¡Mi bien, Leonor! ¡que tú eras!
D. Ped.—¿Qué es esto? ¿por dicha sueño?
Leonor está aquí y allí.
Cast.—No sino, que viene á cuento
Lo de: Nos sois vos Leonor.
D. Ped.—Pues ¿quién eres tú, portento,
Que por Leonor te he tenido?

(Descúbrese Castaño)

Cast.—No soy sino el perro muerto
De quien se hicieron los guantes.
Cel.—La risa tener no puedo
Del embuste de Castaño.
D. Ped.—Mataréte: ¡vive el cielo!
Cast.—¿Por qué? si cuando te dí
Palabra de casamiento,
Que ahora estoy llano á cumplirte,
Quedamos en un concierto,
De que si por tí quedaba,
No me harias mal; y puesto
Que ahora queda por tí,
Y que yo estoy llano á hacerlo,
No faltes tú, pues que yo
No falto á lo que prometo.
D. Cár.—¿Cómo estas así, Castaño,
Y en tal traje?
Cast.—Este es el cuento,
Que por llevar el papel,
Que aun aquí guardado tengo,{335}
En que á don Rodrigo dabas
Cuenta de todo el enredo,
Y de que á Leonor llevaste,
Para llevarlo sin riesgo
De encontrar á la justicia,
Me puse estos faldamentos;
Y don Pedro enamorado
De mi talle y de mi aseo,
De mi gracia y de mi garbo,
Me encerró en este aposento.
D. Cár.—Mirad, señor don Rodrigo,
Si es verdad que soy el dueño
De la beldad de Leonor,
Y si ser su esposa debo.
D. Rod.—Como se case Leonor
Y quede mi honor sin riesgo,
Lo demas no importa nada;
Y así, don Cárlos, me alegro
De haber ganado tal hijo.
D. Ped.—Tan corrido, vive el cielo,
De lo que me ha sucedido
Estoy, que ni hablar acierto;
Mas disimular importa,
Que ya no tiene remedio
El caso. Yo doy por bien
La burla que se me ha hecho,
Porque se case mi hermana
Con don Juan.
Dª. Ana.—La mano ofrezco
Y tambien con ella el alma.
D. Juan.—Y yo, señora, la acepto,
Porque vivo muy seguro
De pagaros con lo mesmo{336}
D. Cár.—Tú, Leonor mia, la mano
Me da.
Dª. Leo.—En mí, Cárlos, no es nuevo,
Porque siempre ha sido tuya.
Cast.—Dime, Celia, algun requiebro,
Y mira si á mano tienes
Una mano.
Cel.—No la tengo,
Que la dejé en la cocina;
Pero ¿bastaráte un dedo?
Cast.—Daca, que es el dedo malo,
Pues es él con quien encuentro.
Y aquí, altísimos señores,
Aquí, senado discreto
“Los empeños de una casa”
Dan fin. Perdonad sus yerros.

FIN DE LA COMEDIA.

{337}

Carta de la muy ilustre señora Sor Filotea de la Cruz, que se imprimió con licencia del Ilmo. y Exmo. señor don Manuel Fernández de Santa Cruz, dignísimo obispo de los Angeles en la Puebla, año de 1690, en que aplaude á la poetisa la honesta é hidalga habilidad de hacer versos, mandándole dar á la estampa la Crísis sobre un sermon, con el título de “Carta atenagórica.”


Señora mia:

He visto la carta de V. md. en que impugna las Finezas que de Cristo discurrió el R. P. Antonio de Vieira en el sermon del Mandato, con tanta sutileza que á los mas eruditos ha parecido que como otra águila de Ezequiel habia remontado á este singular talento sobre sí mismo, siguiendo la planta que formó ántes el Ilmo. César Menéses, ingenio de los primeros de Portugal; pero á mi juicio, quien leyere su Apología de V. md. no podrá negar que cortó la pluma mas delgada que ambos, y que pudieran gloriarse de verse impugnados por una mujer, que es honra de su sexo. Yo á lo ménos he admirado la viveza de los conceptos, la discrecion de sus pruebas y la enérgica claridad con que convence el asunto, compañera inseparable de la sabiduría: que por eso la primera voz que pronunció la Divina fué luz, porque sin claridad no hay voz de sabiduría. Aun la de Cristo, cuando hablaba altísimos misterios entre los velos de las pa{338}rábolas, no se tuvo por admirable en el mundo; solo cuando habló claro mereció la aclamacion de saberlo todo. Este es uno de los muchos beneficios que debe V. md. á Dios, porque la claridad no se adquiere con el trabajo é industria; es don que se infunde con el alma.

Para que V. md. se vea en este papel de mejor letra, le he impreso, y para que reconozca los tesoros que Dios depositó en su alma y le sea, como mas entendida, mas agradecida; que la gratitud y el entendimiento nacieron siempre de un mismo parto. Y si, como V. md. dice en su carta, quien mas ha recibido de Dios está mas obligado á la correspondencia, temo se halle V. md. alcanzada en la cuenta; pues pocas criaturas deben á su Magestad mayores talentos en lo natural con que ejecuta el agradecimiento, para que si hasta aquí los ha empleado bien [que así lo debe creer de quien profesa tal religion] en adelante sea mejor.

No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos, en que V. md. se ha visto tan celebrada, despues que Santa Teresa, el Nacianceno y otros santos canonizaron con los suyos esta habilidad; pero deseara que los imitara así como en el metro tambien en la eleccion de los asuntos. No apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las mujeres el uso de las letras, pues tantas se aplicaron á este estudio, no sin alabanza de San Gerónimo. Es verdad que dice San Pablo que las mujeres no enseñen; pero no man{339}da que las mujeres no estudien para saber; porque solo quiso prevenir el riesgo de la elacion en nuestro sexo, propenso siempre á la vanidad.

A Sarai le quitó una letra la Sabiduria divina, y puso una mas al nombre de Abrahan, no porque el varon ha de tener mas letras que la mujer, como sienten muchos, sino porque la i añadida al nombre de Sara, esplicaba temor y dominacion. Señora mia se interpreta Sarai, y no convenia que fuese en la casa de Abrahan señora, la que tenia empleo de súbdita. Letras que engendran elacion, no las quiere Dios en la mujer; pero no las reprueba el Apóstol, cuando no sacan á la mujer del estado de obediente. Notorio es á todos que el estudio y saber han contenido á V. md. en el estado de súbdita, y la han servido de perfeccionar primores de obediente, pues si las demas religiosas por la obediencia sacrifican la voluntad, V. md. cautiva el entendimiento, que es el mas arduo y agradable holocausto que puede ofrecerse en las aras de la religion.

No pretendo segun este dictámen, que V. md. mude el genio, renunciando los libros, sino que le mejore leyendo alguna vez el de Jesucristo. Ninguno de los Evangelistas llamó libro á la genealogía de Cristo, sino es San Mateo, porque en su conversion no quiso este Señor mudarle de inclinacion sino mejorarla, para que si ántes, cuando publicano, se ocupaba en libros de sus tratos é intereses, cuan{340}do apóstol mejorase el genio, mudando los libros de su ruina en el libro de Jesucristo. Mucho tiempo ha gastado V. md. en el estudio de filósofos y poetas; ya será razon que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros. ¿Qué pueblo hubo mas erudito que el egipcio? En él empezaron las primeras letras del mundo, y se admiraron los geroglíficos. Por grande ponderacion de la sabiduría de Josef le llama la Santa Escritura consumado en la erudicion de los egipcios; y con todo esto, el Espíritu Santo dice abiertamente que el pueblo de los egipcios es bárbaro, porque toda su sabiduría, cuando mas, penetraba los movimientos de las estrellas y cielos; pero no servia para enfrenar los desórdenes de las pasiones. Toda su ciencia tenia por empleo perfeccionar al hombre en la vida política, mas no ilustraba para conseguir la eterna; y ciencia que no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica por necedad. Así lo sintió Justo Lipsio, pasmo de la erudicion, [estando vecino á la muerte, y á la cuenta, cuando el entendimiento está ilustrado] que consolándole sus amigos con los muchos libros que habia escrito de erudicion, dijo, señalando un Santo Cristo: Ciencia que no es del Crucificado, es necedad y solo vanidad.

No repruebo por esto la leccion de estos autores; pero digo á V. md. lo que aconsejaba Gerson: préstese V. md. no se venda ni se deje robar de estos estudios; esclavas son las letras humanas, y suelen aprovechar á las divinas; pero deben reprobarse cuando roban la{341} posesion del entendimiento humano á la Sabiduría divina, haciéndose señoras las que se destinaron á la servidumbre. Comendables son cuando el motivo de la curiosidad, que es vicio, se pasa á la estudiosidad, que es verdad. A San Jerónimo le azotaron los ángeles, porque leia en Ciceron, arrastrado y casi no libre, prefiriendo el deleite de su elocuencia á la solidez de la Sagrada Escritura; pero loablemente se aprovechó este santo doctor de sus noticias y de la erudicion profana que adquirió en semejantes autores.

No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas; pase ya como el gran Boecio á las provechosas, juntando á las sutilezas de la natural la utilidad de una filosofía moral. Lástima es que un tan grande entendimiento de tal manera se abata á las rateras noticias de la tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el cielo; y ya que se humilla al suelo, que no baje mas abajo considerando lo que pasa en el infierno; y si gustare algunas veces de inteligencias dulces y tiernas, aplíquese su entendimiento al monte Calvario, donde viendo finezas del Redentor é ingratitudes del redimido, hallará gran campo para ponderar excesos de un amor infinito, y para formar apologías, no sin lágrimas, contra la ingratitud que llegó á lo sumo. ¡Oh qué útilmente otras veces se engolfará este rico galeon de su ingenio en la alta mar de las perfecciones divinas! No dudo que le sucedería á V. md. lo que á Apéles, que copian{342}do el retrato de Campaspe, cuantas líneas corría con el pincel en el lienzo, tantas heridas hacía en su corazon la saeta del amor, quedando al mismo tiempo perfeccionado el retrato y herido mortalmente de amor del original el corazon del pintor.

Estoy muy cierta y segura que si Vmd. con los discursos vivos de su entendimiento formase y pintase una idea de las perfecciones divinas [cual se permite entre las tinieblas de la fe] al mismo tiempo se veria ilustrada de luces su alma, y abrasada su voluntad, y dulcemente herida del amor de su Dios, para que este Señor, que ha llovido tan abundantemente beneficios positivos en lo natural sobre Vmd. no se vea obligado á concederla beneficios solamente negativos en lo sobrenatural, que por mas que la discrecion de Vmd. los llame finezas, yo los tengo por castigos; porque solo es beneficio el que Dios hace al corazon humano, previniéndole con su gracia, para que le corresponda agradecido, disponiéndole con su beneficio reconocido, para que no represada la liberalidad divina, se los haga mayores. Esto desea á Vmd. quien desde que la besó, muchos dias ha, la mano, vive enamorada de su alma, sin que se haya entibiado este amor por la distancia ni el tiempo, porque el amor espiritual no padece achaques de mudanzas, ni le reconoce el que es puro sino es hácia el crecimiento. Su Majestad oiga mis sùplicas y haga á Vmd. muy santa, y me la{343} guarde en toda prosperidad. Deste convento de la Santísima Trinidad de la Puebla de los Angeles, y noviembre 25 de 1690.

B. L. M. de Vmd. su afecta servidora.
Filotea de la Cruz.

Respuesta de la poetisa
á la muy ilustre
Sor Filotea de la Cruz.


Muy ilustre señora, mi señora:

No mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos dias mi respuesta. ¿Qué mucho si al primer paso encontraba para tropezar mi torpe pluma dos imposibles? El primero [y para mí el mas rigoroso] es saber responder á vuestra doctísima, discretísima, santísima y amoresíma carta. Y si veo que si preguntado el Angel de las escuelas Santo Tomas de su silencio con Alberto Magno, su maestro, respondió: Que callaba, porque nada sabia decir digno de Alberto; ¿Con cuanta mayor razon callaría yo, no como el Santo, de humildad, sino que en realidad es no saber algo digno de vos? El segundo imposible es saber agradeceros tan excesivo como no esperado favor de dar á las prensas mis borrones; merced tan sin medida, que aun se le pasara por alto á la esperanza más ambiciosa y al{344} deseo más fantástico, y que ni aun, como ente de razon, pudiera caber en mis pensamientos, y en fin, de tal magnitud que no solo no se puede estrechar á lo limitado de las voces, pero excede á la capacidad del agradecimiento, tanto por grande como por no esperado, que es lo que dijo Quintiliano: Minorem spei, majorem benefacti gloriam per eunt. Y tal que enmudecen al beneficio.

Cuando la felizmente estéril para ser milagrosamente fecunda madre del Bautista, vió en su casa tan desproporcionada visita, como la Madre de el Verbo, se le entorpeció el entendimiento y se le suspendió el discurso, y así, en vez de los agradecimientos, prorrumpió en dudas y preguntas: Et unde hoc mihi? ¿De dónde á mí viene tal cosa? Lo mismo sucedió á Saul cuando se viò electo y ungido rey de Israel: Numquid non filius ego sum de minima Tribu Israel &. cognatio mea inter omnes de Tribu Benjamin? Quare igitur locutus es mihi sermonem istum? Así yo diré: ¿De dónde, venerable señora, de dónde á mí tanto favor? ¿Por ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra atencion? Pues Quare locutus es mihi sermonem istum? Et unde hoc mihi? Ni al primer imposible tengo más que responder, que no ser nada digno de vuestros ojos, ni al segundo más que admiraciones en vez de gracias, diciendo que no soy capaz de agradeceros la más mínima parte de lo que os debo. No es afec{345}tada modestia, señora, sino ingenua verdad de toda mi alma, que al llegar á mis manos impresa la carta, que vuestra propiedad llamó Atenagórica, prorumpí [con no ser esto en mí muy fácil] en lágrimas de confusion, porque me pareció que vuestro favor no era más que una reconvencion que Dios hace á lo mal que le correspondo, y que como á otros corrige con castigos, á mí me quiere reducir á fuerza de beneficios, especial favor de que conozco ser su deudora, como de otros infinitos de su inmensa bondad; pero tambien especial modo de avergonzarme y confundirme, que es más primoroso medio de castigar, hacer que yo mesma, con mi conocimiento, sea el juez que me sentencie y condene mi ingratitud. Y así, cuando esto considero, acá á mis salos suelo decir: Bendito seais vos, Señor, que no solo no quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que ni aun en la mia lo pusisteis, sino que le reservasteis á la vuestra, y me librásteis á mí de mí y de la sentencia que yo misma me daria; que forzada de mi propio conocimiento, no pudiera ser ménos que de condenacion, y vos la reservásteis á vuestra misericordia porgue me amais más de lo que yo me puedo amar.

Perdonad, señora mia, la digresion, que me arrebató la fuerza de la verdad; y si la he de confesar toda, tambien es buscar efugios para huir la dificultad de responder, y cuasi me he determinado á dejarlo al silencio; pero como este es cosa negativa, aunque es{346}plica mucho con el énfasis de no esplicar, es necesario ponerle algun breve rótulo para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga; y si no, dirá nada el silencio, porque este es su propio oficio, decir nada. Fué arrebatado el Sagrado Vaso de Eleccion al tercer cielo, y habiendo visto los arcanos secretos de Dios, dice: Audivi arcana Dei, quæ non licet homini loqui. No dice lo que vió; pero dice que no lo puede decir; de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber que decir, sino es no caber en las voces lo mucho que hay que decir. Dice San Juan (Cap. 21 v. 25) que si hubiera de escribir todas las maravillas que obró nuestro Señor Jesucristo, no cupieran en todo el mundo los libros; y dice Vieira sobre este lugar que en solo esta cláusula dijo mas el Evangelista, que en todo cuanto escribiò; y dice muy bien el Fénix lucitano (pero cuándo no dice bien, aun cuando no dice bien?), porque aquí dice San Juan todo lo que dejó de decir, y expresó lo que dejó de expresar. Así yo, señora mia, solo responderé que no sé responder, solo agradeceré diciendo que no sé agradeceros, y diré [por breve rótulo de lo que dejo al silencio] que solo con la confianza de favorecida y con los valimientos de honrada me puedo atrever á hablar con vuestra grandeza. Si fuere necedad, perdonadla; pues es alhaja de la dicha, y en ella ministraré yo mas ma{347}teria á vuestra benignidad, y vos dareis mayor forma á mi reconocimiento.

No se hallaba digno Moises, por balbuciente, para hablar con Faraon, y despues el verse tan favorecido de Dios le infunde tales alientos, que no solo habla con el mismo Dios, sino que se atreve á pedirle imposibles: Ostende mihi faciem tuam (Exod. Cap. 33. v. 13.) Pues así yo, señora mia, ya no me parecen imposibles los que puse al principio, á vista de lo que me favoreceis; porque quien hizo imprimir la carta tan sin noticia mia, quien la intituló, quien la costeó, quien la honró tanto, siendo del todo indigna por sí y por su autora, ¿qué no hará? ¿qué no perdonará? ¿qué dejará de hacer, y qué dejará de perdonar? Y así debajo del supuesto de que hablo con el salvoconducto de vuestros favores, y debajo del seguro de vuestra benignidad, y de que me habeis, como otro Asuero, dado á besar la punta del cetro de oro de vuestro cariño, en señal de concederme benévola licencia para hablar y proponer en vuestra venerable presencia; digo que recibo en mi alma vuestra santísima amonestacion de aplicar el estudio á libros sagrados, que aunque viene en trage de consejo, tendrá para mí sustancia de precepto, con no pequeño consuelo de que aun ántes parece que prevenia mi obediencia vuestra pastoral insinuacion, como á vuestra direccion, inferido en el asunto y pruebas de la misma carta. Bien conozco que no cae sobre ella vuestra cuerdísima advertencia, sino sobre{348} lo mucho que habreis visto, de asuntos humanos que he escrito; y así lo que he dicho no es mas que satisfaceros con ella á la falta de aplicacion que habreis inferido [con mucha razon] de otros escritos mios; y hablando con mas especialidad, os confieso con la ingenuidad que ante vos es debida, y con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre, que el no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desaficion, ni de aplicacion la falta, sino sobra de temor, y reverencia debida á aquellas Sagradas Letras, para cuya inteligencia yo me conozco tan incapaz, y para cuyo manejo soy tan indigna; resonándome siempre en los oidos, con no pequeño horror, aquella amenaza y prohibicion del Señor á los pecadores como yo: Quare tu enarras justitias meas, &. assumis testamentum meum per os tuum? [Ps. 49. v. 16.]

Esta pregunta y el ver que aun á los varones doctos se prohibia el leer los Cantares hasta que pasaban de treinta años, y aun el Génesis, este por la obscuridad, y aquellos porque de la dulzura de aquellos epitalamios no tomase ocasion la imprudente juventud de mudar el sentido en carnales afectos, compruébalo mi gran padre San Gerónimo mandando que sea esto lo último que se estudie, por la misma razon: Ad ultimun fine periculo discat Canticum Canticorum, ne si in exordio legerit sub carnabilus verbis spiritualium nuptiarum Epithalamium, non intelligens, vulneretur. (S. Hic. Ep. ad Let. ante finem.) Y Sé{349}neca dice: Feneris in annis haut clara est fides. (Sen. de Benefic.) Pues ¿cómo me atrevería yo á tomarlo en mis indignas manos, repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano, y ha hecho retroceder los asuntos hácia el mesmo entendimiento de quien querian brotar; el cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una heregía contra el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con censura; y esta, justa, vel injusta, timenda nos est, pues deja comulgar y oir misa, por lo cual me da poco ó ningun cuidado, porque segun la mesma decision de los que lo calumnian, ni tengo obligacion de saber, ni aptitud para acertar: luego si lo yerro, ni es culpa ni es descrédito, pues no tengo posibilidad de acertar y ad impossibilia nemo tenetur. Y á la verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada, y solo por dar gusto á otros, no solo sin complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de mi que tenga el caudal de letras é ingenio que pide la obligacion de quien escribe, y así es la ordinaria respuesta á los que me instan (y mas si es asunto sagrado): ¿Qué entendimiento tengo yo? ¿qué estudio? ¿qué materiales? ¿ni qué noticias para eso, sino cuatro bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido con el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de decir alguna pro{350}posicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun lugar. Yo no estudio para escribir ni ménos para enseñar, que fuera en mí desmedida soberbia, sino solo por ver si con estudiar ignoro ménos. Así lo respondo, y así lo siento.

El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza agena, que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad, que no negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la verdad) que desde que me rayó la luz de la razon, fué tan vehemente y poderosa la inclinacion á las letras, que ni agenas reprehensiones (que he tenido muchas) ni propias reflexas (que he tenido no pocas) han bastado á que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí; su Majestad sabe porqué y para qué, y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento, dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo demas sobra (segun algunos) en una mujer; y aun hay quien diga que daña. Sabe tambien su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificarle solo á quien me le dió, y que no otro motivo me entró en religion, no obstante que al desembarazo y quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el Señor, y lo sabe en el mundo quien solo lo debió sa{351}ber, lo que intenté en órden de esconder mi nombre, y que no me lo permitió, diciendo que era tentacion; y así seria. Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo, señora mia, creo que solo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salir. Pero quiero que con haberos franqueado de par en par las puertas de mi corazon, haciéndoos patentes sus mas sellados secretos, conozcais que no desdice mi confianza lo que debo á vuestra venerable persona y excesivos favores.

Prosiguiendo en la narracion de mi inclinacion (de que os quiero dar entera noticia) digo que no habia cumplido los tres años de mi edad, cuando enviando mi madre á una hermana mia, mayor que yo, á que se le enseñase á leer en una de las que llaman Amigas, me llevó á mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban leccion, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, á mi parecer, á la maestra le dije: Que mi madre ordenaba me diese leccion. Ella no lo creyó, porque no era creible; pero por complacer al donaire me la dió. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañò la esperiencia, y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabia, cuando lo supo mi madre, á quien la maestra lo ocultó por darle el gusto por entero y recibir el galardon por junta; y yo lo callé creyendo que me azotarian por haberlo hecho sin órden. Aun vive la que me enseñó,{352} Dios la guarde, y puede testificarlo. Acuérdome que en estos tiempos, siendo mi golocina la que es ordinaria en aquella edad, me abstenia de comer queso, porque oi decir que hacia rudos, y podia conmigo mas el deseo de saber que el de comer, siendo este tan poderoso en los niños. Teniendo yo despues como seis años ó siete, y sabiendo ya leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras que deprenden las mujeres, oi decir que habia Universidad y escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apénas lo oi cuando empecé á matar á mi madre con instantes é importunos ruegos sobre que, mudándome el trage, me enviase á Méjico, en casa de unos deudos que tenia para estudiar y cursar la Universidad. Ella no lo quiso hacer (é hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenia mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones á estorbarlo; de manera que cuando vine á Méjico se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenia, en edad que parecia que apénas habia tenido tiempo para aprender á hablar. Empecé á deprender gramática, en que creo no llegaron á veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres (y más en tan florida juventud) es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro y seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba ántes, é imponiéndome ley de que si cuando volviese á crecer hasta allí no sabia tal ó tal{353} cosa, que me habia propuesto deprender en tanto que crecia, me lo habia de volver á cortar, en pena de rudeza. Sucedia así que él crecia y yo no sabia lo propuesto, porque el pelo crecia á priesa y yo aprendia de espacio, y con efecto le cortaba en pena de la rudeza; que no me parecia razon que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era mas apetecible adorno. Entréme religiosa, porque aunque conocia que tenia el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas de las repugnantes á mi genio, con todo, para la total negacion que tenia al matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo más decente que podia elegir, en materia de la seguridad que deseaba de mi salvacion; á cuyo primer respecto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinacion, hasta que alumbrándome personas doctas de que era tentacion, la vencí con el favor Divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huia de mi misma; pero ¡miserable de mí! trájeme á mí conmigo, y traje mi mayor enemigo en esta inclinacion que no sé determinar si por prenda ó castigo me dió el Cielo, pues de apagarse ó embarazarse con tanto ejercicio que{354} la religion tiene, reventaba como pólvora, y se verificaba en mí el privatio es causa appetitus.

Volví (mal dije, pues nunca cesé), proseguí, digo, en la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban á mi obligacion) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin mas maestro que los mismos libros. Ya se ve cuan duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y esplicacion del maestro; pues todo este trabajo sufria yo muy gustosa por amor á las letras; si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo, cuanto podia, y dirigirlo á su servicio, porque el fin á que aspiraba era á estudiar Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo catòlica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios, y que siendo monja y no seglar debia, por el estado eclesiástico, profesar letras; y mas siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la hija. Esto me proponia yo de mi misma, y me parecia razon; si no es que era (y esto es lo más cierto) lisonjear y aplaudir mi propia inclinacion, proponiéndola como obligatorio su propio gusto; con esto proseguí dirigiendo siempre, como he dicho, los pasos de mi estudio á la cumbre de la sagrada teología; pareciéndome preciso, para llegar á ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas, porque ¿cómo entenderá el estilo de la reina{355} de las ciencias, quien aun no sabe el de las ancillas?

¿Cómo sin lógica sabria yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin retórica entenderia sus figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin física tantas cuestiones naturales de las naturalezas de los animales, de los sacrificios, donde se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? ¿Cómo si el sanar Saul al sonido del arpa de David fué virtud y fuerza natural de la música, ó sobrenatural que Dios quiso poner en David? ¿Cómo sin aritmética se podrán entender tantos cómputos de años, de dias, de meses, de horas, de hebdómadas tan misteriosas como las de Daniel, y otras para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas, concordancias y propiedades de los números? ¿Cómo sin geometría se podrá medir el Arca Santa del Testamento y la ciudad de Jerusalen, cuyas misteriosas mensuras hacen un cubo con todas sus dimensiones, y aquel repartimiento proporcional de todas sus partes, tan maravilloso? ¿Cómo sin arquitectura el gran templo de Salomon, donde fué el mismo Dios el artífice que dió la disposicion y la traza, y el sabio rey solo fué sobrestante que la ejecutó, donde no habia basa sin misterio, columna sin símbolo, cornisa sin alusion, arquitrave sin significado; y así de otras sus partes, sin que el mas mínimo filete estuviese solo por el servicio y complemento el arte, sino simbolizando cosas mayores? ¿Có{356}mo sin grande conocimiento de reglas y partes de que consta la historia se entenderán los libros historiales? ¿Aquellas recapitulaciones en que muchas veces se pospone en la narracion lo que en el hecho sucedió primero? ¿Cómo sin grande noticia de ambos derechos podrán entenderse los libros legales? ¿Cómo sin grande erudicion tantas cosas de historias profanas de que hace mencion la Sagrada historia? ¿Tantas costumbres de gentiles? tantos ritos? tantas maneras de hablar? ¿Cómo sin muchas reglas y lecciones de Santos Padres se podrá entender la oscura locucion de los profetas? Pues sin ser perito en la música ¿cómo se entenderán aquellas proporciones musicales y sus primores que hay en tantos lugares, especialmente en aquellas peticiones que hizo á Dios Abrahan por las ciudades, de que si perdonaria habiendo cincuenta justos? y de este número bajó á cuarenta y cinco que es sesquinona, y es de mi á re; de aquí á cuarenta, es sesquioctava, y es como de re á mi; de aquí á treinta, que es sesquitercia, que es la del diatessaron; de aquí á veinte, que es la proporcion sesquialtera, que es la del diapente; de aquí á diez que es la dupla, que es el diapason; y como no hay mas proporciones armónicas, no pasó de ahí. Pues ¿cómo se podia entender esto sin la música? Allá en el libro de Job le dice Dios: Nunquid conjungere valebis micantes stellas pleyades, aut gyrum Areturi poteris dissipare? Nunquid producis Luciferum in tempore suo, &. Vesperum su{357}per filios Terce consurgere facis? Cuyos términos, sin noticia de astrología, será imposible entender. Y no solo estas nobles ciencias, pero no hay arte mecánica que no se mencione. Y en fin, como el libro que comprende tonos los libros, y la ciencia en que se incluyen todas las ciencias, para cuya inteligencia todas sirven; y despues de saberlas todas (que ya se ve que no es fácil, ni aun posible) pide otra circunstancia mas que todo lo dicho, que es una continua oracion y pureza de vida, para impetrar de Dios aquella purgacion de ánimo é ilustracion de mente que es menester para la inteligencia de cosas tan altas; y si esto falta, de nada sirve lo demas.

Del Angélico Doctor Santo Tomas dice la Iglesia estas palabras: In difficultatibus locorum Sacrae Scripturœ ad orationem jejunium adhibebat. Quin etiam sodali suo Fratri Reginaldo dicere solebat, quidquid sciret, non tam studio, aut labore suo peperisse, quam divinitus traditum accepisse. Pues yo tan distante de la virtud y las letras ¿cómo habia de tener ánimo para escribir? Y así por tener algunos principios grangeados, estudiaba continuamente diversas cosas, sin tener para alguna particular inclinacion, sino para todas en general; por lo cual el haber estudiado en unas mas que en otras, no ha sido en mi eleccion, sino que el acaso de haber topado mas á mano libros de aquellas facultades, les ha dado (sin arbitrio mio) la preferencia; y como no tenia interes que me moviese, ni límite de{358} tiempo que me estrechase el continuado estudio de una cosa, por la necesidad de los grados, casi á un tiempo estudiaba diversas cosas, ó dejaba unas por otras; bien que en eso observaba órden, porque á unas llamaba estudio y á otras diversion; y en estas descansaba de las otras; de donde se sigue que he estudiado muchas cosas y nada sé, porque las unas han embarazado á las otras. Es verdad que esto digo de la parte práctica en las que la tienen, porque claro está que miéntras se mueve la pluma, descansa el compas, y miéntras se toca el arpa sosiega el órgano, &. sic de cœteris: porque como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede lo contrario, y quisiera yo persuadir á todos con mi esperiencia, á que no solo no estorban, pero se ayudan, dando luz y abriendo camino las unas para las otras, por variados y ocultos engaces que para esta cadena universal les puso la sabiduría de su Autor; de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazon y concierto. Es la cadena que siguieron los antiguos, que salia de la boca de Júpiter, de donde pendian todas las cosas eslabonadas unas con otras. Así lo demuestra el R. P. Atanasio Quirquerio en su curioso libro de Magnete. Todas las cosas salen de Dios, que es el centro á un tiempo y la circunferencia de donde salen y donde paran todas las líneas criadas.{359}

Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante; y esos propios, al esplicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes; como cuando dicen los lógicos que el medio se ha con los términos, como se ha una medida con dos cuerpos distantes, para conferir si son iguales ó no; y que la oracion del lógico anda como la línea recta por el camino mas breve, y la del retórico se mueve como la curva por el mas largo, pero van á un mismo punto los dos. Y cuando dicen que los expositores son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado; y así no es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas, pues estas ántes se ayudan; sino que el no haber aprovechado ha sido ineptitud mia y debilidad de mi entendimiento, no culpa de la variedad; lo que si pudiera ser descargo mio, es el sumo trabajo, no en carecer de maestros, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo estudiado, teniendo solo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible; y en vez de explicacion y ejercicio, muchos estorbos, no solo los de mis religiosas obligaciones (que estas ya se sabe cuan útil y provechosamente gastan el tiempo) sino de aquellas cosas accesorias de una comunidad, como estar yo leyendo, y antojárseles en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando, y pelear dos criadas y venirme á constituir juez de su pendencia; estar yo escribiendo,{360} y venir una amiga á visitarme, haciéndome muy mala obra con muy buena voluntad; de donde es preciso no solo admitir el embarazo, pero quedar agradecida del perjuicio; y esto es continuamente, porque como los ratos que destino á mi estudio son los que sobran de lo regular de la comunidad, esos mismos les sobran á las otras para venirme á estorbar; y solo saben cuanta verdad es esta los que tienen esperiencia de la vida comun, donde solo la fuerza de la vocacion puede hacer que mi natural esté gustoso, y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas hermanas, que como el amor es union, no hay para él estremos distantes.

En esto sí confieso que ha sido inesplicable mi trabajo, y así no puedo decir lo que con envidia oigo á otros, que no les ha costado afan el saber: ¡dichosos ellos! A mí no el saber (que aun no sé) solo el desear saber, me le ha costado tan grande que pudiera decir con mi padre San Gerónimo (aunque no con su aprovechamiento:) Quid ibi laboris insumserim: quid sustinuerim difficultatis: quoties desperaverim: quotiesque cessaverim, &. contentione dicendi rursus incœperim; testis est conscientia tan mea, qui passus sum, quam corum, qui mecum duxerunt vitam. Ménos los compañeros y testigos (que aun de ese alivio he carecido), lo demas bien puedo asegurar con verdad. Y ¡qué haya sido tal esta mi negra inclinacion, que todo lo haya vencido!

Solia sucederme que como, entre otros be{361}neficios, debo á Dios un natural tan blando y tan afable, y las religiosas me aman mucho por él (sin reparar, como buenas, en mis faltas) y con esto gustan mucho de mi compañía; conociendo esto y movida del grande amor que las tengo, con mayor motivo que ellas á mi, gusto mas de la suya; así me solia ir, los ratos que á unas y á otras nos sobraban á consolarlas y recrearme con su conversacion. Reparé que este tiempo hacia falta á mi estudio, y hacia voto de no entrar en celda alguna, si no me obligase á ello la obediencia ó la caridad; porque sin este freno tan duro, al de solo propósito le rompiera el amor; y este voto (conociendo mi fragilidad) le hacia por un mes ó por quince dias; y dando, cuando se cumplia, un dia ó dos de treguas, lo volvia á renovar, sirviendo este dia no tanto á mi descanso (pues nunca lo ha sido para mí el no estudiar) cuanto á que no me tuviesen por áspera, retirada é ingrata al no merecido cariño de mis carísimas hermanas.

Bien se deja en esto conocer cual es la fuerza de mi inclinacion. Bendito sea Dios, que quiso fuese hácia las letras, y no hácia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable; y bien se infiere tambien cuan contra la corriente han navegado (ó por mejor decir, han naufragado) mis pobres estudios. Pues aun falta por referir lo mas arduo de las dificultades, que las de hasta aquí solo han sido estorbos obligatorios y casuales, que indirectamente lo son; y faltan los positivos que directamente{362} han tirado á estorbar y prohibir el ejercicio. ¿Quién no creerá, viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues Dios sabe que no ha sido muy así; porque entre las flores de esas mismas aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuantas no podré contar; y los que mas nocivos y sensibles me han sido, no son aquellos que con declarado odio y malevolencia me han perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien (y por ventura mereciendo mucho con Dios por la buena intencion) me han mortificado y atormentado más que los otros con aquel: No conviene á la santa ignorancia, que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura con su mesma perspicacia y agudeza. ¿Qué me habrá costado resistir esto? ¡Rara especie de martirio, donde yo era el mártir y me era el verdugo! Pues por la (en mi dos veces infeliz) habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado? O ¿cuáles no me han dejado de dar? Cierto, señora mia, que algunas veces me pongo á considerar, que el que se señala, ó le señala Dios, que es quien solo lo puede hacer, es recibido como enemigo comun, porque parece á algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen ó que hace estanque de las admiraciones á que aspiraban, y así le persiguen. Aquella ley políticamente bárbara de{363} Aténas, por la cual salia desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes, porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura, todavía se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de los atenienses; pero hay otro no ménos eficaz, aunque no tan bien fundado, pues parece máxima del impío Maquiavelo, que es, aborrecer al que se señala, porque desluce á otros. Así sucede, y así sucedió siempre.

Y si no ¿cuál fué la causa de aquel rabioso odio de los Fariseos contra Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si miramos su presencia, ¿cuál prenda mas amable que aquella divina hermosura? ¿cuál mas poderosa para arrebatar los corazones? Si cualquiera belleza humana tiene jurisdiccion sobre los albedríos, y con blanda y apetecida violencia los sabe sugetar, ¿qué haria aquella con tantas prerogativas y dotes soberanos? ¿Qué haria? ¿qué moveria? Y ¿qué no moveria aquello incomprensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso cristal, se estaban trasparentando los rayos de la Divinidad? ¿Qué no moveria aquel semblante, que sobre incomparables perfecciones en lo humano, señalaba iluminaciones de divino? Si el de Moises, de solo la conversacion con Dios, era intolerable á la flaqueza de la vista humana, ¿qué seria el del mismo Dios humanado? Pues si vamos á las demas prendas, ¿cuál mas amable que aquella celestial modestia, que aquella suavidad y blandura derramando miseri{364}cordias en todos sus movimientos? ¿Aquella profunda humildad y mansedumbre? ¿Aquellas palabras de vida eterna y eterna sabiduría? Pues ¿cómo es posible que esto no les arrebatara las almas, que no fuesen enamorados y elevados tras él? Dice la Santa Madre, y madre mia Teresa, que despues que vió la hermosura de Cristo, quedó libre de poderse inclinar á criatura alguna, porque ninguna cosa veia que no fuese fealdad, comparada con aquella hermosura. Pues ¿Cómo en los hombres hizo tan contrario efecto? Y ya que como toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimacion de sus perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus propias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacia, sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados? Pues ¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo le aborrecian! Así lo testificaron ellos mismos.

Júntanse en su concilio y dicen: Quid facimus, quia hic homo multa signa facit? (Juan. cap. 11. v. 47.) ¿Hay tal causa? Si dijeran: Este es un malhechor, un transgresor de la ley, un alborotador, que con engaños alborota al pueblo, mintieran, como mintieron cuando lo decian; pero eran causales mas congruentes á lo que solicitaban, que era quitarle la vida; mas dar por causal que hace cosas señaladas, no parece de hombres doctos, cuales eran los Fariseos. Pues así es que cuando se apasionan los hombres doctos prorumpen en semejantes inconsecuencias. En verdad, que{365} solo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿porqué es esa tan cruel determinacion? No responden más, sino que multa signa facit. ¡Válgame Dios! que el hacer cosas señaladas ¿es causa para que uno muera? Haciendo reclamo, á este: multa signa facit; á aquel: O radix lesse, qui stas in signum populorum; y al otro: In signum cui contradicetur. (Isai. Cap. 11. v. 10. Luc. Cap. 2. v. 43.) ¿Por signo? Pues muera. ¿Señalado? Pues padezca, que ese es el premio de quien se señala. Suelen en la eminencia de los templos colocarse por adorno unas figuras de los vientos y de la fama, y por defenderlas de las aves, las llenan todas de puas; defensa parece, y no es sino propiedad forzada: no puede estar sin puas que la puncen quien está en alto: allí está la ojeriza del ave, allí el rigor de los elementos, allí despican la cólera los rayos, allí es el blanco de las piedras y flechas: ¡Oh infeliz altura, espuesta á tantos riesgos! ¡Oh signo que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicion! Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza, ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pension; pero la que con mas rigor experimenta es la del entendimiento, lo primero porque es el mas indefenso, pues la riqúeza y el poder castigan á quien se les atreve, y el entendimiento no, pues miéntras mayor es, es mas modesto y sufrido, y se defiende menos. Lo segundo es porque, como lo{366} dijo doctamente Gracian, las ventajas del entendimiento, lo son en el ser. No por otra razon es el ángel mas que el hombre, que porque entiende mas; no es otro el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende mas, porque es consecuencia del ser mas. Sufrirá uno y confesará que otro es mas noble que él, que es mas rico, que es mas hermoso, y aun que es mas docto; pero que es mas entendido, apénas habrá quien lo confiese: Rarus est, qui velit cedere ingenio. Por eso es tan eficaz la batería contra esta prenda.

Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversion de nuestro Señor Jecristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la caña y la pùrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿por qué solo la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demas insignias, fuese de escarnio é ignomia, pues ese era el fin? No, porque la sagrada cabeza de Cristo, y aquel divino cerebro, eran depósito de sabiduría; y cerebro sabio en el mundo, no basta que esté escarnecido, ha de estar tambien lastimado y maltratado; cabeza que es erario de sabiduría, no espere otra corona que de espinas. ¿Cuál guirnalda espera la sabiduría humana, si ve la que obtuvo la divina? Coronaba la soberbia Roma las diversas hazañas de sus capitanes tambien con diversas coronas: ya con la cívica{367} al que defendia al ciudadano, ya con la castrense al que entraba en los reales enemigos, ya con la mural al que escalaba el muro, ya con la obsidional al que libraba la ciudad cercada ó el ejército sitiado, ó el campo en los reales, ya con la naval, ya con la oval, ya con la triunfal otras hazañas, segun refieren Plinio y Aulo Gelio; mas viendo yo tantas diferencias de coronas, dudaba de cual especie seria la de Cristo; y me parece que fué la obsidional, que (como sabeis, señora), era la más honrosa, y se llamaba obsidional, de obsidio, que quiere decir cerco; la cual no se hacia de oro ni plata sino de la misma grama ó yerba que cria el campo en que se hacia la empresa; y como la hazaña de Cristo fué hacer levantar el cerco al príncipe de las tinieblas, el cual tenia sitiada toda la tierra, como lo dice en el libro de Job: Circuivi terram, & ambulavi per eam (Job. cap. 1. v. 7.) Y de él dice San Pedro: Circuit quœrens, quem devoret; (Ep. Petri, Cap. 5. v. 8), y vino nuestro caudillo y le hizo levantar el cerco: Nunc Princeps huius mundi ejicietur foras: así los soldados le coronaron, no con oro ni plata, sino con el fruto natural que producia el mundo, que fué el campo de la lid; el cual despues de la maldicion, spinas, & tribulos germinavit tibi, (Joan Cap. 12, v. 30. Gen. Cap. 3, v. 18.) no producia otra cosa que espinas; y así fué propísima corona de ellas, en el valeroso y sabio vencedor, con que le coronó su madre la Sinagoga. Saliendo á ver el doloroso triunfo,{368} como al del otro Salomon festivas, á este llorosas las hijas de Sion, porque es triunfo de sabio obtenido con dolor y celebrado con llanto, que es el modo de triunfar la sabiduría; siendo Cristo, como rey de ella, quien estrenó la corona, porque santificada en sus sienes se quite el horror á los otros sabios y entiendan que no han de aspirar á otro honor.

Quiso la misma vida ir á dar la vida á Lázaro difunto; ignoraban los discípulos el intento y le replicaron: Rabbi, nune quærebant te Judæi lapidare: & iterum vadis illuc? (Joan, Cap. 1, v. 8.) Satisfizo el Redentor el temor: Nonne duodecim sunt horæ diei? Hasta aquí parece que temian, porque tenian el antecedente de quererle apedrear, porque les habia reprendido, llamándoles ladrones y no pastores de las ovejas. Y así temian que si iba á lo mesmo [como las reprensiones, aunque sean justas, suelen ser mal reconocidas] corriese peligro su vida; pero ya desengañados, y enterados de que va á dar vida á Lázaro, ¿cuál es la razon que pudo mover á Tomas para que tomando aquí los alientos, que en el Huerto Pedro: (Eamus & nos ut moriamur cum eo?) ¿Qué dices, Apóstol santo? á morir no va el Señor ¿de qué es el recelo? Porque á lo que Cristo va, no es á reprender, sino á hacer una obra de piedad, y por esto no le pueden hacer mal. Los mismos judios os podian haber asegurado, pues cuando los reconvino, queriéndole apedrear: Multa bona opera ostendi robis ese Patre meo, propter quod{369} eorum opus me lapidastis? le respondieron: De bono opere non lapidamus te, sed de blasphemia (Joan c. 10, v. 32. 33.) Pues si ellos dicen que no le quieren apedrear por las buenas obras, y ahora va á hacer una tan buena, como dar vida á Lázaro, ¿de qué es el recelo? ó por qué? ¿No fuera mejor decir: Vamos á gozar el fruto del agradecimiento de la buena obra que va á hacer nuestro Maestro? ¿á verle aplaudir y rendir gracias al beneficio? ¿á ver las admiraciones que hacen del milagro? Y no decir, al parecer, una cosa tan fuera del caso, como es: Eamus cum eo. Mas ¡ay! que el Santo temió como discreto y habló como apóstol. ¿No va Cristo á hacer un milagro? Pues ¿qué mayor peligro? Ménos intolerable es para la soberbia oir las reprensiones, que para la envidia ver los milagros. En todo lo dicho, venerable señora, no quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido amor á la sabiduría y á las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro.

Hallábase el Príncipe de los apóstoles en un tiempo tan distante de la sabiduría, como pondera aquel enfático Petrus vero sequebatur eum á longe. Tan léjos de los aplausos de docto, quien tenia el título de indiscreto: Nesciens quid diceret. Y aun examinado del conocimiento de la sabiduría, dijo él mesmo que no habia alcanzado la menor noticia: Mulier nescio quid dicis: mulier, non novi illum. Y ¿qué les sucede? Que teniendo estos créditos de{370} ignorante, no tuvo la fortuna, si las aflicciones de sabio. ¿Por qué? No se dió otra causal sino: Et hic cum illo erat. Era afecto á la sabiduría, llevábale el corazon, andábase tras ella, preciábase de seguidor y amoroso de la sabiduría; y aunque era tan longé que no le comprendia ni alcanzaba, bastó para incurrir en sus tormentos. Ni faltó soldado de fuera que no le afligiese, ni mujer doméstica que no le aquejase. Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he dejado seguir, aunque á longé; pero todo ha sido acercarme mas al fuego de la perfeccion, al crisol del tormento; y ha sido con tal estremo, que han llegado á solicitar que se me prohiba el estudio.

Una vez lo consiguieron con una prelada muy santa y muy cándida, que creyó que el estudio era cosa de inquisicion, y me mandó que no estudiase. Yo la obedecí [unos tres meses que duró el poder ella mandar] en cuanto á no tomar libro, que en cuanto á no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda la máquina universal. Nada veia sin reflexa, nada oia sin consideracion, aun en las cosas mas menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se debe. Así yo [vuelvo{371} á decir] las miraba y admiraba todas; de tal manera que de las mismas personas con quienes hablaba, y de lo que me decian, me estaban resultando mil consideraciones: ¿de dónde emanaria aquella variedad de genios é ingenios, siendo todos de una especie? ¿Cuáles serian los temperamentos y ocultas cualidades que lo ocasionaban? Si veia una figura, estaba combinando la proporcion de sus líneas, y midiéndola con el entendimiento, y reduciéndola á otras diferentes. Paseábame algunas veces en el testero de un dormitorio nuestro [que es una pieza muy capaz] y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo á nivel, la vista fingia que sus líneas se inclinaban una á otra, y que su techo estaba mas bajo en lo distante que en lo próximo; de donde inferia que las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van á formar una figura piramidal. Y discurria ¿si seria esta la razon que obligò á los antiguos á dudar si el mundo era esférico ó no? Porque aunque lo parece, podia ser engaño de la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas.

Este modo de reparos en todo me sucedia y sucede siempre, sin tener yo arbitrio en ello, que ántes me suelo enfadar, porque me cansa la cabeza; y yo creia que á todos les sucedia esto mismo, y el hacer versos, hasta que la esperiencia me ha mostrado lo contrario; y es de tal manera esta naturaleza ó costumbre, que nada veo sin segunda considera{372}cion. Estaban en mi presencia dos niñas jugando con un trompo, y apénas yo ví el movimiento y la figura, cuando empecé con esta mi locura á considerar el fácil motu de la forma esférica; y como duraba el impulso, ya impreso é independiente de su causa, pues distante la mano de la niña, que era la causa motiva, bailaba el trompillo; y no contenta con esto hice traer harina y cernerla, para que en bailando el trompo encima se conociese si eran círculos perfectos ó no los que describia con su movimiento; y hallé que no eran sino unas líneas espirales que iban perdiendo lo circular cuando se iba remitiendo el impulso. Jugaban otras los alfileres [que es el mas frívolo juego que usa la puerilidad] y yo me llegaba á contemplar las figuras que formaban; y viendo que acaso se ponian tres en triángulo, me ponia á enlazar uno en otro, acordándome de que aquella era la figura que dicen tenia el misterioso anillo de Salomon, en que habia unas lejanas luces y representaciones de la Santísima Trinidad, en virtud de lo cual obraba tantos prodigios y maravillas; y la misma que dicen tuvo el arpa de David, y que por eso sanaba Saul á su sonido; y casi la misma conservan las arpas en nuestros tiempos.

Pues ¿qué os pudiera contar, señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Ver que un huevo se une y frie en la manteca ó aceite; y por contrario se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluido, basta echarle un{373} muy mínima parte de agua, en que haya estado membrillo ú otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí, y juntas no. Por no cansaros con tales frialdades, que solo refiero por daros entera noticia de mi natural, y creo que os causarán risa... Pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres, sino filosofías de cocina? Bien dijo Supercio Leonardo: Que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir, viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho mas hubiera escrito. Y prosiguiendo en mi modo de cogitaciones, digo, que esto es tan continuo en mí, que no necesito de libros; y en una ocasion que por un grave accidente de estómago me prohibieron los médicos el estudio, pasé así algunos dias; y luego les propuse que era ménos dañoso el concedérmelos, porque eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones, que consumian mas espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los libros en cuatro dias; y así se redujeron á concederme que leyese; y mas, señora mia, que ni aun el sueño se libró de este continuo movimiento de mi imaginativa, ántes suele obrar en él mas libre y desembarazada, confiriendo con mayor claridad y sosiego las especies que ha conservado del dia; arguyendo, haciendo versos, de que os pudiera hacer un catálogo muy grande, y de algunas razones y delgadezas que he alcanzado dormida mejor que despierta; y las dejo por{374} no cansaros, pues basta lo dicho para que vuestra discrecion y trascendencia penetre y se entere perfectamente en toda mi natural, y del principio, medios y estado de mis estudios.

Si estos, señora, fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obra necesariamente; si son culpa, por la misma razon creo que no la he tenido; mas con todo, vivo siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fio de mi juicio; y así remito la decision á ese soberano talento, somefiéndome luego á lo que sentenciare, sin contradiccion ni repugnancia, pues este no ha sido mas de una simple narracion de mi inclinacion á las letras. Confieso tambien que con ser esto verdad tal, que (como he dicho) no necesitaba de ejemplares, con todo, no me han dejado de ayudar los muchos que he leido, así en divinas como en humanas letras. Porque veo á una Débora dando leyes, así en lo militar como en lo político, y gobernando el pueblo donde habia tantos varones doctos. Veo una sapientísima reina de Sabá, tan docta que se atreve á tentar con enigmas la sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida; ántes por ello será juez de los incrédulos. Veo tantas y tan insignes mujeres; unas adornadas del don de profecía, como una Abigail; otras de persuacion, como Ester; otras de piedad, como Raab; otras de perseverancia, como Ana, madre de Samuel, y otras infinitas en otras especies de prendas y virtudes.{375}

Si revuelvo á los gentiles, lo primero que encuentro es con las Sibilas, elegidas de Dios para profetizar los principales misterios de nuestra fe, y en tan doctos y elegantes versos, que suspenden la admiracion. Veo adorar por diosa de las ciencias á una mujer como Minerva, hija del primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Aténas. Veo una Bola Argentaria que ayudó á Lucano, su marido, á escribir la gran batalla de Farsalia. Veo á la hija del divino Tiresias mas docta que su padre. Veo á una Cenobia, reina de los palmirenos, tan sabia como valerosa; á un Agete, hija de Arístipo, doctísima; á Nicóstrata, inventora de las letras latinas y eruditísima en las griegas; á una Aspasia Milesia que enseñó filosofía y retórica, y fué maestra del filósofo Perícles; á una Hipasía que enseñó astrología, y leyó mucho tiempo en Alejandría; á una Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le convenció; á una Jucia, á una Corina, á una Cornelia; y en fin, á toda la gran turba de las que merecieron nombre ya de griegos, ya de musas, ya de pitonisas; pues todas no fueron mas que mujeres doctas, tenidas y celebradas, y tambien veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras infinitas de que están los libros llenos, pues veo aquella egipciaca Catarina, leyendo y convenciendo todas las sabidurías de los sabios de Egipto; veo una Gertrúdis leer, escribir y enseñar; y para no buscar ejemplos fuera de casa, veo una santísima madre mia Paula, docta en las{376} lenguas hebrea, griega y latina, y aptísima para interpretar las Escrituras. Y ¿qué mas? que siendo su coronista un máximo Gerónimo, apénas se hallaba el Santo digno de serlo, pues con aquella viva ponderacion y enérgica eficacia con que sabe esplicarse dice: Si todos los miembros de mi cuerpo fuesen lenguas, no bastarian á publicar la sabiduría y virtud de Paula. Las mesmas alabanzas le mereció Blesilla, viuda, y las mismas la esclarecida vírgen Eustoquia, hijas ambas de la misma Santa; y la segunda tal, que por su ciencia era llamada Prodigio del mundo. Faviola, romana, fué tambien doctísima en la Sagrada Escritura. Proba Falconia, mujer romana, escribiò un elegante libro con centones de Virgilio, de los misterios de nuestra Santa fe. Nuestra reina doña Isabel, mujer del décimo Alfonso, es corriente que escribió de astrología. Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han dicho (que es vicio que siempre he abominado), pues en nuestros tiempos está floreciendo la gran Cristina Alejandra, reina de Suecia, tan docta como valerosa y magnánima, y las Exmas. señoras duquesa de Abeiro y condesa de Villa-umbrosa.

El venerable doctor Arce (digno profesor de Escritura por su virtud y letras) en su estudio Bibliorum excita esta cuestion: An liceat fœminis sacrorum Bibliorum studio incumbere? eaque interpretari? Y trae por la parte contraria muchas sentencias de Santos en especial aquello del Apóstol: Mulieres in Eclesijs ta{377}ceant, non enim permittitur eis loqui, &. (1. ad Cor, cap. 14. v. 344, cap. 2. v. 3. ad Titum.) Trae despues otras sentencias, y del mismo Apóstol aquel lugar ad Titum: Anus similiter in habitu sancto bené docentes, con interpretaciones de los Santos Padres; y al fin resuelve con su prudencia, y el leer publicamente en las cátedras y predicar en los púlpitos, no es lícito en las mujeres; pero que el estudiar, escribir y enseñar privadamente, no solo les es lícito, pero muy provechoso y útil: claro está que esto no se debe entender con todas, sino con aquellas á quienes hubiere Dios dotado de especial virtud y prudencia, y que fueren muy provectas y eruditas, y tuvieren el talento y requisitos necesarios para tan sagrado empleo; y esto es tan justo, que no solo á las mujeres (que por tan ineptas están tenidas) sino á los hombres (que con solo serlo piensan que son sabios) se habia de prohibir la interpretacion de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctas y virtuosas, y de ingenios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario, creo yo, que han salido tantos sectarios, y que ha sido la raiz de tantas heregías; porque hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la ley (que es quien las rehusa); y así, hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una heregía, no están contentos. De estos dice el Espíritu Santo; In malevolam animan non introibit sapientia. A estos{378} mas daño les hace el saber, que les hiciera el ignorar. Dijo un discreto: Que no es necio entero el que no sabe, latin; pero el que lo sabe, está calificado. Y añado yo, que le perfecciona (si es perfeccion la necedad) el haber estudiado su poco de filosofía y teología, y el tener alguna noticia de lenguas, que con eso es necio en muchas ciencias y lenguas; porque un necio grande no cabe en solo la lengua materna.

A estos vuelvo á decir, hace daño el estudiar, porque es poner espada en manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la defensa, en sus manos es muerte suya y de muchos. Tales fueron las divinas letras en poder del malvado Pelagio y del protervo Arrio, del malvado Lutero y de los demas heresiarcas, como lo fué nuestro doctor (nunca fué nuestro ni doctor) Cazalla; á los cuales hizo daño la sabiduría, porque aunque es el mejor alimento y vida del alma, á la manera que en el estómago mal acomplexionado y de viciado calor, miéntras mejores son los alimentos que recibe, más áridos, fermentados y perversos son los humores que cria; así estos malévolos, miéntras mas estudian peores opiniones engendran; obstrúyeseles el entendimiento con lo mismo que habia de alimentarle, y es que estudian mucho y digieren poco, sin proporcionarse al vaso limitado de sus entendimientos. A esto dice el Apóstol: Dico enim per gratiam, quæ data est mihi, omnibus, qui sunt inter vos: Non plus sapere, quam oportet sapere, sed{379} sapere ad sobrietatem, unicuique sicut Deus divisit mensuram fidei. (Ad Rom. Cap. 12, v. 3). Y en verdad, no lo dijo el Apóstol á las mujeres sino á los hombres; y que no es solo para ellos el taceant, sino es para todos los que no fueren muy aptos. Querer yo saber tanto ó mas que Aristóteles ó que San Agustin, si no tengo la aptitud de San Agustin ó de Aristóteles (aunque estudie mas que los dos), no solo no lo conseguiré sino que debilitaré y entorpeceré la operacion de mi flaco entendimiento, con la desproporcion del objeto.

¡Oh, si todos (y yo la primera, que soy una ignorante) nos tomásemos la medida del talento ántes de estudiar [y lo peor es, de escribir] con ambiciosa codicia de igualar, y aun de exceder á otros, qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos escusáramos, y cuántas torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mias en primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera; y protesto que solo lo hago por obedeceros, con tanto recelo, que me debeis mas en tomar la pluma con este temor, que me debiérades si os remitiera mas perfectas obras. Pero bien que va á vuestra correccion: borradlo, rompedlo y reprendedme, que eso apreciaré yo mas que todo cuanto vano aplauso me pueden otros dar: Corripiet me justus in misericordia, & increpabit: oleum autem peccatoris non impinguet caput meum. (Ps. 140, v. 5.)

Y volviendo á nuestro Arce, digo que trae,{380} en confirmacion de su sentir, aquellas palabras de mi padre San Gerónimo, ad Lætam de institutione filiæ, donde dice: Adhut tenera lingua Psalmis dulcibus imbuatur. Ipsa nomina per quæ consuescit paulatim verba contexere, non sint fortuita, sed certa, & conservata de industria, Prophetarum videlicet, atque Apostulorum, & omnis ab Adam Patriarcharum series, de Mathæo, Lucaque descendat, ut dum aliud agit, futuræ memoriæ præparetur. Reddat tibi pensum quotidie de Scripturorum floribus carptum. (Ep. 7.) Pues si así queria el Santo que se educase una niña que apénas empezaba á hablar, ¿Qué querrá en sus monjas y en sus hijas espirituales? Bien se conoce en las referidas Eustoquia y Fabiola y en Marcela, su hermana, Pacátula y otras, á quienes el Santo honra en sus Epístolas exhortándolas á este sagrado ejercicio; como se conoce en la citada epístola donde noté yo aquel Reddat tibi pensum, que es reclamo y concordante del Bené docentes de San Pablo; pues el Reddat tibi de mi gran padre da á entender, que la maestra de la niña ha de ser la misma Leta su madre.

¡Oh cuántòs daños se escusaran en nuestra república, si las ancianas fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y mi padre San Gerónimo! Y no que por defecto de esto y la suma flojedad en que han dado en dejar á las pobres mujeres, si algunos padres desean doctrinar mas de lo ordinario á sus hijas, les fuerza la ne{381}cesidad y falta de ancianas sabias á llevar maestros hombres á enseñar á leer, escribir y contar, á tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimentan cada dia en lastimosos ejemplos de desiguales consorcios; porque con la inmediacion del trato y la comunicacion del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser posible. Por lo cual muchos quieren mas dejar bárbaras é incultas á sus hijas, que no exponerlas á tan notorio peligro, como la familiaridad con los hombres, lo cual se escusara si hubiera ancianas doctas, como quiere San Pablo, y de unas en otras fuese subcediendo el magisterio, como sucede en el de hacer labores, y lo demas que es costumbre. Porque ¿qué inconveniente tiene que una mujer anciana, docta en letras y de santa conversacion y costumbres tuviese á su cargo la educacion de las doncellas? Y no que estas, ó se pierden por falta de doctrina, ó por querérsela aplicar por tan peligrosos medios, cuales son los maestros hombres, que cuando no hubiera mas riesgo que la indecencia de sentarse al lado de una mujer verecunda (que aun se sonrosea de que la mire á la cara su propio padre) un hombre tan estraño, á tratarla con casera familiaridad, y á tratarla con magistral llaneza; el pudor del trato con los hombres y de su conversacion, basta para que no se permitiese. Y no hallo yo que este modo de enseñar de hombres á mujeres pueda ser sin peligro, si no es en el severo tribunal de un confesonario, ó en{382} la distante decencia de los púlpitos, ó en el remoto conocimiento de los libros; pero no en el manoseo de la inmediacion. Y todos conocen que esto es verdad, y con todo, se permite solo por el defecto de no haber ancianas sabias; luego es grande daño el no haberlas. Esto debian considerar las que atados al Mulieres in Ecclesia taceant, blasfeman de que las mujeres sepan y enseñen, como que no fuera el mismo Apóstol el que dijo: Bené docentes. Demas de que aquella prohibicion cayó sobre lo historial que refiere Eusebio, y es que en la Iglesia primitiva se ponian las mujeres á enseñar las doctrinas unas á otras en los templos, y este rumor confundia cuando predicaban los apóstoles; y por eso no se les mandó callar, como ahora sucede, que miéntras predica el predicador no se reza en alta voz.

No hay duda de que para la inteligencia de muchos lugares, es menester mucha historia, costumbres, ceremonias, proverbios y aun maneras de hablar de aquellos tiempos en que se escribieron, para saber qué caen y á qué aluden algunas locuciones de las divinas Letras: Seindite corda vestra, & non vestimenta vestra. (Joel, Cap. 2, v. 13.) ¿No es alusion á la ceremonia que tenian los hebreos de rasgar los vestidos en señal de dolor, como lo hizo el mal pontífice cuando dijo que Cristo habia blasfemado? Muchos lugares del Apóstol sobre el socorro da las viudas, ¿no miraban tambien á las costumbres de aquellos tiempos? Aquel lugar de la mujer fuerte: Nobilis im{383}partis vir eius. (Prov. Cap. 31, v. 23) ¿no alude á la costumbre de estar los tribunales de los jueces en las puertas de las ciudades? El Dare terram Deo, ¿no significaba hacer algun voto? ¿Hyemantes, no se llamaban los pecadores públicos, porque hacian penitencia á cielo abierto, á diferencia de los otros que la hacian en un portal? Aquella queja de Cristo al fariseo, de la falta del ósculo y lavatorio de pies, ¿no se fundó en la costumbre que de hacer estas cosas tenian los judíos? Y otros infinitos lugares, no solo de las Letras Divinas, sino tambien de las humanas, que se topan á cada paso, como el adoratem purpuram, que significa obedecer al rey, el Manumittee eum, que significa dar libertad, aludiendo á la costumbre y ceremonia de dar una bofetada al esclavo para darle libertad? Aquel Intonui Cœlum de Virgilio, que alude al agüero de tronar hácia Occidente, que se tenia por bueno? Aquel Tu nunquam leporem edisti de Marcial, que no solo tiene el donaire del equívoco en el Leporem, sino la alusion á la propiedad que decian, tener la libertad? Aquel proverbio, Maleam legens, quæ sunt domi obliviscere, que alude al gran promontorio de Laconia? Aquella respuesta de la casta matrona al pretensor molesto, de por mi no se untarán los quicios ni arderán las teas, para decir que no queria casarse, aludiendo á la ceremonia de untar las puertas con manteca y encender las teas nupciales en los matrimonios, como si ahora dijéramos: Por mí no se gas{384}tarán las arras ni echará bendiciones el cura. Y así hay tanto comento de Virgilio y Homero, y de todos los poetas y oradores. Pues fuera de esto, ¿qué dificultades no se hallan en los lugares sagrados, aun en lo gramatical de ponerse el plural por singular, de pasar de segunda á tercera persona, como aquello de los Cantares: Osculetur me osculo oris sui: quia meliora sunt ubera tua vino? (Cant. 1, Cap. 7, v. 1.) Aquel poner los adjetivos en genitivo, en vez de acusativo, como, Calicem salutaris accipiam? Aquel poner el femenino por masculino; y al contrario, ¿llamar adulterio á cualquier pecado?

Todo esto pide mas leccion de lo que piensan algunos, que de meros gramáticos; ó cuando mucho con cuatro términos de súmulas quieren interpretar las Escrituras, y se aferran del Mulieres in Ecclesia taceant, sin saber cómo se ha de entender. Y de otro lugar, Mulieres in silentio discat. Siendo este lugar mas en favor que en contra de las mujeres, pues manda que aprendan; y miéntras aprenden, claro está que es necesario que callen. Y tambien está escrito: Audi Israel, & tace. Donde se habla con toda la coleccion de los hombres y mujeres, y á todos se manda callar; porque quien oye y aprende es mucha razon que atienda y calle. Y si no yo quisiera que estos intérpretes y expositores de San Pablo me explicaran cómo entienden aquel lugar, Mulieres in Ecclesia taceant; porque ó lo han de entender de lo material de los púlpitos y cátedras,{385} ó de lo formal de la universalidad de los fieles, que es la Iglesia: si lo entienden de lo primero, que es (en mi sentir) su verdadero sentido, pues vemos que, con efecto, no se permite en la Iglesia que las mujeres lean pùblicamente ni prediquen, ¿por qué reprenden á las que privadamente estudian? Y si lo entienden de lo segundo y quieren que la prohibicion del Apóstol sea trascendentalmente, que ni en lo secreto se permita escribir ni estudiar á las mujeres, ¿cómo vemos que la Iglesia ha permitido que escriba una Gertrúdis, una Teresa, una Brígida, la monja Agreda y otras muchas? Y si me dicen que estas eran santas, es verdad; pero no obsta á mi argumento: lo primero, porque la proposicion de San Pablo es absoluta y comprende á todas las mujeres sin excepcion de santas; pues tambien en su tiempo lo eran Marta y María, Marcela, María madre de Jacob, y Salomé y otras muchas que habia en el fervor de la primitiva Iglesia, y no las exceptúa; y ahora vemos que la Iglesia permite escribir á las mujeres santas y no santas, pues la Agreda y María de la Antigua no están canonizadas, y corren sus escritos; y ni cuando Santa Teresa y las demas escribieron, lo estaban. Luego la prohibicion de San Pablo solo miró á la publicidad de los púlpitos, pues si el Apóstol prohibiera el escribir, no lo permitiera la Iglesia. Pues ahora yo no me atrevo á enseñar, que fuera en mí muy desmedida presuncion, y el escribir mayor talento que el mio requiere, y muy gran{386}de consideracion. Así lo dice San Cipriano: Gravi consideratione indigent, quæ scribimus. Lo que solo he deseado es estudiar para ignorar ménos que (segun San Agustin) unas cosas se aprenden para hacer y otras para solo saber: Discimus quædam, ut sciamus; quædam, ut faciamus. Pues ¿en qué ha estado el delito, si aun lo que es lícito á las mujeres, que es enseñar escribiendo, no hago yo, porque conozco que no tengo caudal para ello? Siguiendo el consejo de Quintiliano: Noseat quisque, & non tantum ex alienis præceptis, sed ex natura sua capiat consilium. Si el crímen está en la Carta Atenagórica, ¿fué aquella mas que referir sencillamente mi sentir, con todas las venias que debo á nuestra Santa Madre Iglesia? Pues si ella con su santísima autoridad no me lo prohibe, ¿por qué me lo han de prohibir los otros? Llevar una opinion contraria á la de Vieyra ¿fué en mí atrevimiento, y no lo que fué en su paternidad llevarla contra los tres Santos Padres de la Iglesia? Mi entendimiento tal cual, ¿no es tan libre como el suyo, pues viene de un solaz? ¿Es alguno de los principios de la Santa Fe revelados su opinion, para que la hayamos de creer á ojos cerrados? Demas que yo ni falté al decoro que á tanto varon se debe, como acá ha faltado su defensor, olvidando la sentencia de Tito Lucio: Artes committatur decor. Ni toqué á la sagrada compañía el pelo de la ropa, ni escribí mas que para el juicio de quien me insinuó; y segun Plinio. Non similis est conditio publican{387}tis, & nominatim dicentis. Que si creyera se habia de publicar, no fuera con tanto desaliño como fué. Si es (como dice el censor) heretica, ¿por qué no la delata? y con eso él quedará vengado y yo contenta, que aprecio (como debo) mas el nombre de católica y obediente hija de mi Santa Madre Iglesia, que todos los aplausos de docta. Si está bárbara (que en eso dice bien) ríase, aunque sea con la risa que dicen del conejo; que yo no le digo que me aplauda, pues como yo fuí libre para disentir de Vieyra, lo será cualquiera para disentir de mi dictámen.

Pero ¿dónde voy, señora mia? que esto no es de aquí ni para vuestros oidos, sino que como voy tratando de mis impugnadores, me acordé de las cláusulas de uno que ha salido ahora, é insensiblemente se deslizó la pluma á quererle responder en particular, siendo mi intento hablar en general. Y así volviendo á nuestro Arce, dice que conoció en esta ciudad dos monjas, la una en el convento de Regina, que tenia el breviario de tal manera en la memoria, que aplicaba con grandísima prontitud y propiedad sus versos, salmos y sentencias de homilías de santos en las conversaciones. La otra en el convento de la Concepcion, tan acostumbrada a leer las Epístolas de mi padre San Gerónimo y locuciones del Santo de tal manera, que dice Arce: Hieronymum ipsum Hispané loquentem audire me existimarem. Y de esta dice que supo, despues de su muerte, habia traducido dichas Epístolas en{388} romance; y se duele de que tales talentos no se hubieran empleado en mayores estudios, con principios científicos, sin decir los nombres de la una ni de la otra, aunque las trae para confirmacion de su sentencia; que es que no solo es lícito, pero utilísimo y necesario á las mujeres el estudio de las sagradas letras; y mucho mas á las monjas, que es lo mismo á que vuestra discrecion me exhorta, y á que concurren tantas razones.

Pues si vuelvo los ojos á la tan perseguida habilidad de hacer versos, que en mí es tan natural que aun me violento para que esta carta no lo sea, y pudiera decir aquello de Quidquid conabar dicere versus erat; viéndola condenar á tantos tanto y acriminar, he buscado muy de propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado; ántes sí los veo aplaudidos en las bocas de las Sibilas, santificados en las plumas de los profetas, especialmente de David, de quien dice el gran espositor y amado padre mio (dando razon de las mensuras de sus metros): In more Hac, & Pindarum, nunc iambo currit, nunc calico personat, nunc saphicorum, & nunc semipede ingreditur. Los mas de los Libros Sagrados están en metro, como el Cántico de Moises; y los de Job (dice San Isidoro en sus etimologías) que están en verso heróico. En los Epitalamios los escribió Salomon, en los Threnos Jeremías. Y así dice Casiodoro: Omnis Poetica locutio á Divinis Scripturis sumpsit exordium. Pues nuestra Iglesia católica, no so{389}lo no los desdeña, mas los usa en sus himnos, y recita los de San Ambrosio, Santo Tomas San Isidoro y otros. San Buenaventura les tuvo tal afecto, que apénas hay plana suya sin versos. San Pablo bien se ve que los habia estudiado, pues los cita, y traduce el de Arato: In ipso enim vivimus, & sumus. Y alega el otro de Parménides Cretenses semper mendaces, malæ bestiæ, pigri. San Gregorio Nacianceno disputa en alegantes versos las cuestiones del matrimonio y la de la virginidad. Y ¿qué me causó? La Reina de la sabiduría y Señora nuestra, con sagrados labios entonó el Cántico del Magnificat; y habiéndola traido por ejemplar, agravio fuera traer ejemplos profanos, aunque sean de varones gravísimos y doctísimos, pues esto sobra para prueba y el ver que aunque como la elegancia hebrea no se pudo estrechar á la mensura latina, á cuya causa el traductor sagrado, mas atento á lo importante del sentido, omitió el verso; con todo, retienen los Psalmos el nombre y divisiones de versos; pues ¿cuál es el daño que pueden tener ellos en sí? Porque el mal uso, no es culpa del arte, sino del mal profesor que los vicia, haciendo bellos lazos del demonio; y esto en todas las facultades y ciencias sucede. Pues si está el mal en que los use una mujer, ya se ve cuantas los han usado loablemente; pues ¿en qué está el hacerlo yo? Confieso desde luego mi ruindad y vileza; pero no juzgo que se habrá visto una copla mia indecente. Demas que yo nunca he escrito co{390}sa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos; de tal manera que no me acuerdo haber escrito por mi gusto sino un papelillo que llaman Sueño. Esa carta que vos, señora mia, honrasteis tanto, la escribí con mas repugnancia que otra cosa; y así porque era de cosas sagradas, á quienes (como he dicho) tengo reverente temor, como porque parecia querer impugnar, cosa á que tengo aversion natural; y creo que si pudiera haber prevenido el dichoso destino á que nacia, pues como á otro Moises la arrojé expósito á las aguas del Nilo del silencio, donde la halló y acarició una princesa como vos; creo (vuelvo á decir) que si yo tal pensara, la ahogara ántes entre las mismas manos en que nacia, de miedo de que pareciesen á la luz de vuestro saber los torpes borrones de mi ignorancia; de donde se conoce la grandeza de vuestra bondad, pues está aplaudiendo vuestra voluntad lo que precisamente ha de estar repugnando vuestro clarísimo entendimiento. Pero ya que su ventura la arrojó á vuestras puertas, tan expósita y huérfana que hasta el nombre le pusisteis vos, pésame que entre mis deformidades llevase tambien los defectos de la prisa; porque así por la poca salud que continuamente tengo, como por la sobra de ocupaciones en que me pone la obediencia, y carecer de quien me ayude á escribir, y estar necesitada á que todo sea de mi mano; y porque como iba contra mi genio y no queria mas que cumplir con la palabra á quien no podia desobedecer, no{391} veia la hora de acabar; y así dejé de poner discursos enteros y muchas pruebas que se me ofrecian, y las dejé por no escribir mas; que á saber que se habia de imprimir, no las hubiera dejado, siquiera por dejar satisfechas algunas objeciones que se han excitado y pudiera remitir. Pero no seré tan desatenta que ponga tan indecentes objetos á la pureza de vuestros ojos; pues basta que los ofenda con mis ignorancias sin que los ofenda ajenos atrevimientos. Si ellos por sí volaren por allá (que son tan livianas que si harán) me ordenareis lo que debo hacer, que si no es interviniendo vuestros preceptos, lo que es por mi defensa nunca tomaré la pluma, porque me parece que no necesita de que otro le responda, quien en lo mismo que se oculta conoce su error; pues (como dice mi padre San Gerónimo) Bonus sermo secreta non quaerit. Y San Ambrosio: Latere criminosae est conscientiae.

Ni yo me tengo por impugnada, pues dice una regla del derecho: Accusatio non tenetur, si non curat de persona, quae produxerit illam. Lo que si es de ponderar es, el trabajo que le ha costado el andar haciendo traslados; ¡rara demencia! cansarse mas en quitarse el crédito, que pudiera en grangearlo.

Yo (señora mia) no he querido responder, aunque otros lo han hecho (sin saberlo yo) hasta que he visto algunos papeles, y entre ellos uno que por docto os remito, y porque el leer os desquite parte del tiempo que os he malgastado en lo que yo escribo. Si señora, vos,{392} gustáredes de que yo haga lo contrario de lo que tenia propuesto á vuestro juicio y sentir, al menor movimiento de vuestro gusto cederá (como es razon) mi dictámen, que, como os he dicho, era de callar, porque aunque dice San Juan Crisóstomo, Calumniatores convincere oportet, interrogatores docere; veo que tambien dice San Gregorio: Victoria non minor est, hostes tolerare, quám hostes vincere; y que la paciencia vence tolerando y triunfa sufriendo. Y si entre los gentiles romanos era costumbre en la mas alta cumbre de la gloria de sus capitanes, cuando entraban triunfando en las naciones, vestidos de púrpura y coronados de laurel, tirando el carro en vez de brutos coronadas frentes de vencidos reyes, acompañados de los despojos de las riquezas de todo el mundo, y adornada la milicia vencedora de las insignias de sus hazañas, oyendo los aplausos populares en tan honrosos títulos y renombres, como llamarlos padres de la patria, columnas del imperio, muros de Roma, amparos de la república, y otros nombren gloriosos; que en este supremo auge de la gloria y felicidad humana fuese un soldado en voz alta diciendo al vencedor (como consentimiento suyo y órden del Senado): “Mira que eres mortal; mira que tienes tal y tal defecto;” sin perdonar los mas vergonzosos, como sucedió en el triunfo de César, que voceaban los mas viles soldados á sus oidos: Cavete Romani, adducimus vobis adulterum, calvum; lo cual se hacia porque en medio de tanta honra, no se{393} desvaneciese el vencedor, y porque el lastre de estas afrentas hiciese contrapeso á las velas de tantos aplausos, para que no peligrase la nave del juicio entre los vientos de las aclamaciones: si esto, digo, hacian unos gentiles con sola la luz de la ley natural, nosotros católicos, con un precepto de amor á los enemigos, ¿qué mucho haremos en tolerarlos?

Yo de mi puedo asegurar que las calumnias algunas veces me han mortificado; pero nunca me han hecho daño, porque yo tengo por muy necio al que, teniendo ocasion de merecer, pasa el trabajo y pierde el mérito; que es como los que no quieren confesarse al morir, y al fin mueren, sin servir su resistencia de escusar la muerte, sino de quitarles el mérito de la conformidad, y de hacer mala muerte, la muerte que podia ser bien. Y así (señora mia) estas cosas creo que aprovechan mas que dañan; y tengo por mayor el riesgo de los aplausos en la flaqueza humana, que suelen apropiarse lo que no es suyo; y es menester estar con mucho cuidado, y tener escritas en el corazon aquellas palabras del Apóstol: Quid autem habes, quod non accepisti? Si autem accepisti, quid gloriaris quasi non accepisti? para que sirvan de escudo que resista las puntas de las alabanzas, que son lanzas; que en no atribuyéndose á Dios, cuyas son, nos quitan la vida y nos hacen ser ladrones de la honra de Dios y usurpadores de los talentos que nos entregó y de los dones que nos prestó, y de que hemos de dar estrechísima cuenta.{394} Y así (señora) yo temo mas esto que aquello; porque aquello, con solo un acto sencillo de paciencia, está convertido en provecho; y esto, son menester muchos actos reflexos de humildad y propio conocimiento, para que no sea daño. Y así de mí lo conozco y reconozco, que es especial favor de Dios el conocerlo para saberme portar en uno y en otro con aquella sentencia de San Agustin: Amico laudanti credendum non est sicut nec inimico detrahenti. Aunque yo soy tal que las mas veces lo debo de echar á perder, ò mezclarlo con tales defectos é inperfecciones, que vicio lo que de suyo fuera bueno; y así en lo poco que se ha impreso mio, no solo mi nombre, pero ni el consentimiento para la impresion ha sido dictámen propio, sino libertad ajena, que no cae debajo de mi dominio, como lo fué la impresion de la Carta atenagórica; de suerte que solamente unos Ejercicios de la Encarnacion, y unos ofrecimientos de los Dolores se imprimieron con gusto mio, por la pública devocion, pero sin mí nombre; de los cuales remito algunas copias, porque (si os parece) las repartais entre nuestras hermanas las religiosas de esa santa comunidad, y demas de esa ciudad. De los Dolores va solo uno, porque se han consumido ya y no pude hallar mas. Hícelos solo por la devocion de mis hermanas, años ha, y despues se divulgaron; cuyos asuntos son tan improporcionados á mi tibieza como á mi ignorancia, y solo me ayudò en ellos ser cosas de nuestra gran Reina; que no{395} sé qué se tiene, el que en tratando de María Santísima, se enciende el corazon mas helado. Yo quisiera (venerable señora mia) remitiros obras dignas de vuestra virtud y sabiduría, pero como dijo el Poeta:

Ut desint vires, tamen est laudanda voluntas:
Hac ego contentus, auguror esse Deos.

Si algunas otras cosillas escribiere, siempre irán á buscar el sagrado de vuestras plantas y el seguro de vuestra correccion, pues no tengo otra alhaja con que pagaros; y en sentir de Séneca el que empezó á hacer beneficios, se obligó á continuarlos; y así os pagará á vos vuestra propia liberalidad, que solo así puedo yo quedar dignamente desempeñada, sin que caiga en mí aquello del mismo Séneca: Turpe est beneficijs vinci; que es bizarría del acreedor generoso dar al deudor pobre con qué pueda satisfacer la deuda. Así lo hizo Dios con el mundo imposibilitado de pagar: dióle á su hijo propio para que se le ofreciese por digna satisfaccion. Si el estilo de esta carta (venerable señora mia) no hubiere sido como á vos es debido, os pido perdon de la casera familiaridad, ó ménos autoridad de que tratándoos como á una religiosa de velo hermana mia se me ha olvidado la distancia de vuestra ilustrísima persona, que á veros yo sin velo, no sucediera así; pero vos con vuestra cordura y benignidad suplireis ó enmendareis los términos; y si os pareciere incongruo el vos de que yo he usado, por parecerme que para la reverencia que os debo es muy poca{396} reverencia la Reverencia, mudadlo en el que os pareciere decente á lo que vos mereceis, que yo no me he atrevido á exceder de los límites de vuestro estilo ni romper el márgen de vuestra modestia. Y mantenedme en vuestra gracia para impetrarme la Divina, de que os conceda el Señor muchos aumentos, y os guarde, como le suplico y he menester. De este convento de N. Padre San Gerónimo de Méjico, á primero dia del mes de Marzo de mil seiscientos y noventa y un años.

B. V. M. vuestra mas favorecida,

Juana Ines de la Cruz.

FIN.

{397}


INDICE.

Dedicatoria
PÁG.
Biografía de Sor Juana Ines de la Cruz, poetisa mejicana del siglo XVII, y juicio crítico de sus obras I
Advertencias LXXXV
ROMANCES.
I A los condes de Parédes, vireyes de Méjico, con motivo de haber concurrido á una fiesta en el monasterio de San Jerónimo1
II Dando el parabien á un doctorado4
III A un caballero español que dirigió á la autora un romance, diciéndola haber hallado en ella el fénix5
IV A la condesa de Parédes, escusándose de enviarla un cuaderno de música12
V A la condesa de Galve en su cumpleaños18
VI A la misma condesa21
VII Desahogos del corazon26
VIII A un caballero que decia tener el {398}pecho de nieve27
IX Entre la obligacion y el afecto31
X En que ocultamente espresa ménos aversion de la que afectaba un enojo36
XI Preludios del dolor de una ausencia39
XII Los celos prueban amor (fragmentos)43
XIII Al marques de la Laguna (fragmentos)49
XIV La ciencia inútil51
XV Dando las pascuas á la condesa de Parédes56
XVI Con ocasion de haberse sacado por suerte, en una diversion de año nuevo, un galan para cada dama (fragmentos)58
XVII A doña María de Guadalupe Alencastre (fragmentos)61
XVIII A Fílis (fragmentos)64
XIX La autora de su Mecenas, enviándole unos versos67
XX Responde á un caballero peruano que la habia elogiado, y revela su nombre69
XXI En reconocimiento á los autores europeos que elogiaron los versos de la poetisa (fragmentos)76
XXII (Fragmentos)79
XXIII Fragmentos del auto historial “El cetro de Josef. La mujer de Putifar á Josef”81
XXIV Lucha entre la virtud y la costumbre83
XXV Elogio de María en el misterio de la Encarnacion85
XXVI Ave Regina coelorum86
XXVII A Cristo sacramentado, en el dia {399}de la comunion87
XXVIII A San Pedro89
XXIX A Santa Catalina mártir (fragmentos)90
XXX En la profesion de una religiosa91
DÉCIMAS.
I Á una rosa (alegoría)92
II Presto celos llorarás94
III El alma rendida por el amor (alegoría)96
IV Con motivo de un presente99
V El error de una disculpaId.
VI A una dama que temia el aojo100
VII Retrato de una belleza Id.
VIII La razon contra el amor101
IX Enviando su imágen á una persona103
X Excusándose de dar licencia á uno que se la pedia para ausentarse105
XI Pidiendo á la vireina la libertad para un ingles108
REDONDILLAS.
I A los hombres110
II Gratitud113
III Un justo medio115
IV Respuesta á un caballero que dijo se ponia hermosa la mujer con solo amar117
V Efectos del amor119
VI Pidiendo versos á un caballero que se escusaba de hacerlos123
VII Escusándose de un silencio125
VIII Del retrato de una belleza (fragmentos)128 {400}
IX En la profesion de una religiosa131
X Sobre el Santísimo Sacramento132
Oracion del Papa Urbano VIII, traducida del latin133
GLOSAS.
I Luego que te ví te amé135
II Si de mis mayores gustos137
QUINTILLAS.
A San Pedro139
SONETOS.
I Satisfaccion cumplida141
II En el dia de dias de un hermano da la poetisa142
III Con el dolor de la mortal herida143
IV Detente, sombra de mi bien esquivo144
V Yo no puedo tenerte ni dejarte145
VI Yo adoro al Lisi, pero no pretendo146
VII Al que ingrato me deja, busco amante;147
VIII Feliciano me adora y le aborrezco;148
IX Fabio, en el ser de todos adoradas149
X Miró Celia una rosa que en el prado150
XI A Lucrecia151
XII A la misma152
XIII La esposa de Pompeyo153
XIV A Porcia154
XV Vesme, Alcino, que atada á la cadena155 {401}
XVI Despues de la enfermedad de la autora. A la vireina, marquesa de Mancera156
XVII Consonantes forzados157
XVIII Id. Id.158
XIX A la esperanza159
XX ¿Que es lo que Alcino? ¿Como tu cordura?160
XXI Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno161
XXII Dices que yo te olvido, Celia, y mientes162
XXIII Al rey de España, con ocasion de un acto piadoso para con el Santísimo Sacramento163
XXIV Firma Pilato la que juzgo agena164
XXV A la muerte del duque de Veráguas165
XXVI Al mismo asunto166
XXVII En la muerte de la marquesa de Mancera167
XXVIII Quejas de la autora por los aplausos de que era objeto168
XXIX Píramo y Tisbe169
XXX Desahogos de un celoso170
CANCIONES.
I Sentimientos de una ausencia171
II Satisfaccion á unos celos175
III Sentimientos de una esposa en la muerte de su esposo177
IV Al mismo objeto que el anterior180
V Divino dueño mio184
VI Prolija memoria186
VII Fragmentos190 {402}
VIII Id.122
ODAS, LIRAS Y LETRILLAS.
I En la profesion de una religiosa193
II A la asuncion196
III Al mismo asunto197
IV A San Pedro199
V De Santa Catalina mártir201
VI Al mismo asunto (letrilla)203
VII En la dedicacion de un templo205
VIII Juguetillo á María207
IX Villancicos en la fiesta de San José209
SILVA.
Retrato de una belleza, poesía burlesca imitada de Jacinto Polo211
EPIGRAMAS.
Que te dan en la hermosura223
Los silbos (diálogo)225
Los empeños de una casa (comedia famosa)227
Carta de la muy ilustre Señora Sor Filotea de la Cruz en que aplaude á la poetisa la honesta é hidalga habilidad de hacer versos; mandándole dar á la estampa la Crísis sobre un sermon, con el título de “Carta atenagórica”337
Respuesta de la poetisa343

NOTAS:

[A] Esta es sin duda equivocacion con el padre de la poetisa que fué guipuzcoano, pues ella nació cerca de Méjico, como se verá despues. En cuanto á las fechas del nacimiento y muerte, son exactas, en tanto que en algunos apuntes biográficos que hemos visto, está errada la primera.

[B] De los tres tomos que tenemos á la vista, el 1.º es de una tercera edicion hecha en Valencia en 1709; el 2.º, reimpresion tambien, se ha hecho en Madrid en 1715, y el 3.º en la misma corte en 1714.

[C] Vivuntque commissi calores Æoliæ fidibus puellæ [Horatii. IV 9.]

[D] Nuestro malogrado amigo el estimable escritor colombiano don José María Vergara y Vergara, en su “Historia de la literatura en Nueva Granada,” página 176, asegura que fué don Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla quien dirigió á Sor Juana Ines los dos romances que corren entre las obras de esta como producciones de un caballero peruano; porque segun añade el señor Vergara, “En aquellos tiempos era Perú todo lo que no era Méjico y Antillas.” Juzgamos que el literato colombiano padeció equivocacion, pues no cabe suponer que la sabia monja hubiese cometido el error de confundir á la Nueva Granada con el Perú; error creible solo en gente no instruida. Ademas, en la contestacion de Sor Juana al primero de los citados romances se ve claramente que su autor tenia por apellido Navarrete; y en la respuesta al segundo se descubre que quien le escribió fué el Conde de la Granja.

Las endechas que ha copiado el señor Vergara en su obra, no corren en ninguno de los tres tomos de las de Sor Juana, sin que por esto digamos que no son auténticas; lo único que talvez pudiera suponerse es que esos versos no llegaron á manos de la religiosa, á causa de lo tardio y difícil que entónces era la correspondencia tanto entre Europa y América, como entre las mismas colonias americanas.

El señor Vergara cita igualmente una carta de Álvarez de Velasco á la monja; pero está datada en 1698, esto es, tres años despues de la muerte de esta, que acaeció en 1695. O tamaña equivocacion viene de algun error de pluma, ó bien debemos creer que las mismas dificultades opuestas á las relaciones de pueblo á pueblo hicieron que el autor de la carta ignorase por tan largo tiempo el fallecimiento de la ilustre poetisa.

[E] No nos ha parecido fuera de propósito el incluirla en esta coleccion, antes de la carta de nuestra autora.

[F] Este romance está entresacado de otras piezas escritas con igual motivo.

[G] Murió ántes de llegar á Méjico y de muerte súbita.

[H] Alusion al suceso de Icaro.