The Project Gutenberg eBook of Las paredes oyen

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Title: Las paredes oyen

Author: Juan Ruiz de Alarcón

Release date: December 12, 2025 [eBook #77445]

Language: Spanish

Original publication: Buenos Aires: Editora Internacional, 1924

Credits: Ramón Pajares Box (imágenes procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de España).

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS PAREDES OYEN ***

Índice:   Prólogo, ·  Personas, ·  Acto I, ·  Acto II, ·  Acto III.

Las paredes oyen

Nota de transcripción


Portada del libro

p. 2

Ilustración de frontispicio

p. 3

TEATRO ESPAÑOL


JUAN RUIZ DE ALARCÓN

LAS PAREDES OYEN

Logotipo editorial

EDITORA INTERNACIONAL

MADRID · BERLÍN · BUENOS AIRES



p. 5

PRÓLOGO.

«Las paredes oyen» es la mejor de las comedias de don Juan Ruiz de Alarcón, y se distingue por no encontrarse en ella los defectos que eran comunes a cuantas en aquella época se escribieron.

No tiene escenas enfadosas ni largos recitados, ni se abusa de aquellas conceptuosas retahílas en que para expresar sentimientos de amor se prodigan las metáforas mitológicas; las mutaciones de decoración no son frecuentes; el plan está hecho con una admirable habilidad.

Don Mendo, que es vano y murmurador, pregona sus venturas y corteja a dos damas: doña Ana, a la que ama verdaderamente, y doña Lucrecia, prima de esta; y como por escrito y de palabra habla mal de una y otra, ambas lo llegan a saber y las dos le rechazan, otorgando sus favores respectivamente a dos galanes, que las defendieron de las murmuraciones de don Mendo.

p. 6Unas veces oye doña Ana misma lo que don Mendo murmura de ella para impedir que inspire sentimientos de amor al duque Urbino; otras cae en las manos de doña Lucrecia el papel escrito por él en que la ridiculiza ante su propio rival; otra, censura a sus amigos sin sospechar que le escuchan disfrazados de cocheros, y hasta la criada de la dama de sus pensamientos oye que la llama vieja, y desde aquel momento se convierte en su implacable enemiga.

«Las paredes oyen» y todo cuanto murmura se sabe, y se concitan contra él las antipatías y los odios de quienes le profesaban sentimientos opuestos.

Todo esto sucede con tal naturalidad, y el diálogo es tan justo y adecuado, que se puede decir que en este punto es una comedia modelo.

Además, tiene algunos trozos epigramáticos no inferiores a los del mismo Tirso de Molina, como aquella relación del Beltrán, en el primer acto, en la que explica que todo se reduce en la vida a pedir dinero.

Semeja a «La verdad sospechosa» del mismo autor, en que fustiga en ella el vicio de la murmuración como en la p. 7primera se censura el de mentir; pero la trama, el movimiento de los personajes y hasta el diálogo, superan en esta a aquella.

La murmuración es un defecto tan general como censurable, que, aunque prediquen contra él los moralistas y le fustiguen los literatos, no ha de extirparse, porque se engendra en la propia naturaleza dispuesta a apreciar defectos ajenos y que para juzgarlos ven, como dice el Evangelio, la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

San Francisco de Sales decía que la suprema virtud era la benevolencia para juzgar al prójimo, y aconsejaba que al referir alguna cosa se procurara siempre darle la interpretación más benévola; la Biblia nos habla de Datán, Coré y Abirón, a los que se tragó la tierra por murmuradores; pero en cambio en nuestro tiempo se considera indicio de gracia y de cualidades sociales ridiculizar con ingenio a las personas y sus actos, y en un salón, aquel que no murmura resulta aburrido.

Otras personas, para medrar en política, donde es más útil que hacerse amar hacerse temer, emplean la murmuración, p. 8y algunos murmuran para defenderse, como la célebre condesa de Campo Alange que, señalando con el dedo su lengua, decía: esta es mi guardia civil.

Todo esto quiere decir que «Las paredes oyen», como cuanto se ha escrito contra los murmuradores, ha servido para enriquecer el tesoro literario del país, pero los resultados para la corrección del defecto seguramente no han de corresponder a la importancia del éxito logrado.

Además de las muchas cualidades de don Juan Ruiz de Alarcón, ofrece un motivo a la consideración de los pueblos de América donde se habla el español, y es la de haber nacido en Méjico o en Nueva España, que es el nombre que llevaba entonces aquel virreinato.

Ruiz de Alarcón, que vivió y trabajó en España, y que en su obra retrató costumbres netamente españolas, había nacido en Méjico, como en el siglo xix aconteció con otro ilustre autor dramático que vivió, trabajó y murió en Madrid, y que había nacido en Buenos Aires: don Ventura de la Vega.

Don Juan Ruiz de Alarcón, piadoso como todos los señores de su época, dotó una fundación para religiosos en Madrid, p. 9donde yacían sus restos, y el convento, que no sabemos si existe aún, pero que existía hace pocos años, era denominado de «Don Juan de Alarcón», y lo mismo la iglesia.

Nació en América, vivió en España, llevó las costumbres y los personajes de ella a la escena, murió en el seno del catolicismo y dispuso que sus restos reposasen en una iglesia que él había fundado.

Alarcón era un americano español, como lo era la mayor parte.

Un escritor español de peregrino ingenio, comentaba en una crónica enviada a un periódico madrileño que cuando en tierra extranjera declaraba su nacionalidad española le preguntaban:

Pero ¿es usted español de España?

Esta pregunta no demuestra ignorancia, sino, por el contrario, un concepto exacto de que la condición de español no depende del lugar de nacimiento, sino que la determina la raza y la sangre que corre por nuestras venas, y por eso tan español es el de España como el de América, aunque su nacionalidad sea distinta.

Don Juan Ruiz de Alarcón es un español de América, gloria de la Literatura p. 10española y símbolo, por tanto, de esa unión hispanoamericana, supremo ideal político de los pueblos llamados a formarla y que, como la estrella Polar marca siempre el Norte, en el horizonte político señala el rumbo del renacimiento de la Raza.


p. 11

JUAN RUIZ DE ALARCÓN

LAS PAREDES OYEN


p. 12

PERSONAS.

DON MENDO,   galán.
DON JUAN,   galán.
EL DUQUE,   galán.
EL CONDE,   galán.
LEONARDO,   criado.
BELTRÁN,   gracioso.
DOÑA ANA,   dama viuda.
DOÑA LUCRECIA,   dama.
CELIA,   criada.
ORTIZ,   escudero.
FABIO,   criados del Duque.
MARCELO.

p. 13

ACTO PRIMERO.

Escena primera.

Sala en casa de doña Ana.

Don Juan, vestido llanamente, y Beltrán.

DON JUAN.

Tiéneme desesperado,

Beltrán, la desigualdad,

si no de mi calidad,

de mis partes, y mi estado.

La hermosura de doña Ana,

el cuerpo airoso y gentil,

bella emulación de abril,

dulce envidia de Diana,

¡mira tú cómo podrán,

dar esperanza al deseo

de un hombre tan pobre y feo,

y de mal talle, Beltrán!

BELTRÁN.

A un Narciso, cortesano,

un humano Serafín

resistió un siglo, y al fin

p. 14la halló en brazos de un enano.

Y si las historias creo,

y ejemplos de autores graves

(pues, aunque sirviente, sabes

que a ratos escribo y leo),

me dicen que es ciego amor,

y sin consejo se inclina;

que la emperatriz Faustina

quiso un feo esgrimidor;

que mil injustos deseos,

puestos locamente en ella,

cumplió Hipia noble y bella

de hombres humildes y feos.

DON JUAN.

Beltrán, ¿para qué refieres

comparaciones tan vanas?

¿No ves que eran más livianas

que bellas esas mujeres,

y que en doña Ana es locura

esperar igual error,

en quien excede el honor,

al milagro de hermosura?

BELTRÁN.

¿No eres don Juan de Mendoza?

Pues doña Ana ¿qué perdiera

cuando la mano te diera?

DON JUAN.

Tan alta fortuna goza,

p. 15que nos hace desiguales

la humilde en que yo me veo.

BELTRÁN.

Que diste en el punto, creo,

de que proceden tus males.

Si Fortuna en tu humildad

con un soplo te ayudara,

a fe que te aprovechara

la misma desigualdad.

Fortuna acompaña al dios

que amorosas flechas tira,

que en un templo los de Egira

adoraban a los dos.

Sin riqueza, su hermosura

pudieras lograr tu intento:

siglos de merecimiento

trueco a puntos de ventura.

DON JUAN.

Eso mismo me acobarda:

¡soy desdichado, Beltrán!

BELTRÁN.

Trocar las manos podrán

fortuna y amor; aguarda.

DON JUAN.

Si a don Mendo hace favor,

¿qué esperanza he de tener?

p. 16BELTRÁN.

En ese echarás de ver,

que es todo fortuna amor.

A competencia lo quieren

doña Ana y doña Teodora;

doña Lucrecia lo adora,

todas al fin por él mueren.

Jamás el desdén gustó.

DON JUAN.

Es bello, rico y mancebo.

BELTRÁN.

¡Cuánto mejor era Febo,

y Dafne lo desdeñó!

Y cuando no conociera

otro en perfección igual,

aquesto de decir mal

¿es defecto como quiera?

DON JUAN.

¿Y no es eso murmurar?

BELTRÁN.

Esto es decir lo que siento.

DON JUAN.

Lo que siente el pensamiento

no siempre se ha de explicar.

BELTRÁN.

Decir...

p. 17DON JUAN.

Que calles te digo,

y ten por cosa segura

que tiene aquel que murmura

en su lengua su enemigo.

BELTRÁN.

Entre tus desconfianzas

en su casa entrar te veo;

sin duda que el gran deseo

engaña tus esperanzas.

Vete en desierto lugar,

y no ceses de dar voces,

y aunque tu muerte conoces,

nadas en medio del mar.

DON JUAN.

Lo que en gran tiempo no ha hecho

hace amor en solo un día,

venciendo en fin la porfía.

BELTRÁN.

Que te sucede, sospecho,

lo que al tahúr que, en perdiendo,

solamente con decir:

«¡Que no sepa yo gruñir!»

está sin cesar gruñendo.

Tú dices que desesperas,

y entre el mismo no esperar

nunca dejas de intentar:

¿qué más haces cuando esperas?

p. 18¿Tú piensas que el esperar

es alguna confección

venida ya del Japón?

El esperar es pensar

que puede al fin suceder

aquello que se desea,

y quien hace porque sea

bien piensa que pueda ser.

DON JUAN.

(Saca una carta).

Pues si con esta invención

en su desdén no hay mudanza,

aunque viva mi esperanza,

morirá mi pretensión.

BELTRÁN.

El mercader marinero,

con la codicia avarienta,

cada viaje que intenta

dice que será el postrero.

Así tú, cuando imagino

que desengañado estás,

ya con nuevo intento vas

en la mitad del camino.

Mas dime: ¿qué te ha obligado

a trazar esta invención

para mostrar tu afición,

pudiendo con un criado

p. 19de su casa negociar

lo que tú vienes a hacer?

DON JUAN.

No he de arriesgarme a ofender

a quien pretendo obligar;

que como es tan delicada

la honra, suele perderse

solamente con saberse

que ha sido solicitada.

Y así del murmurador

pretendo que esté segura

mi desdicha o mi ventura,

su flaqueza o su valor.

Que aun a ti mismo callado

estos intentos hubiera,

si en ti, Beltrán, no tuviera

más amigo que criado.

BELTRÁN.

¿Toda esta casa, don Juan,

a una mujer aposenta?

DON JUAN.

Seis mil ducados de renta,

¿qué alcázar no ocuparán?

BELTRÁN.

Celia es esta.

p. 20Escena II.

Dichos y Celia.

CELIA.

¿Qué mandáis,

señor don Juan?

DON JUAN.

Celia mía,

besar las manos quería,

si licencia me alcanzáis,

a mi señora doña Ana.

CELIA.

Que será imposible, entiendo,

porque se está previniendo

para partirse mañana

a una novena a Alcalá.

DON JUAN.

¿De la corte se desvía

cuando el celebrado día

de san Juan tan cerca está?

CELIA.

Para los tristes no hay fiesta.

DON JUAN.

Pues, Celia, verla me importa;

la visita será corta;

solo le quiero dar esta

que le ha venido en un pliego,

p. 21y me dice quien la envía

que solo de mí confía

el darla.

CELIA.

Yo salgo luego.

Escena III.

Don Juan y Beltrán.

BELTRÁN.

No hay pobre con calidad:

si un villano rico fueras,

a fe que nunca tuvieras

en verla dificultad.

DON JUAN.

Si ella está tan de camino,

que es justa la causa creo.

BELTRÁN.

Lo que con los ojos veo...

DON JUAN.

Malicioso desatino.

BELTRÁN.

¿Cuánto va que no la ves?

DON JUAN.

De no alcanzar no se ofende

p. 22quien lo difícil emprende;

mas doña Ana es muy cortés.

BELTRÁN.

Y ahora, ¿qué hemos de hacer,

que ella se parte a Alcalá?

DON JUAN.

En tanto que ausente está,

aguardar y padecer.

BELTRÁN.

Bueno fuera acompañarla.

DON JUAN.

Si, como quien soy, pudiera,

forzoso el hacerlo fuera

si así entendiese obligarla.

Mas ni me ayuda el poder,

ni ella lo agradecería,

por la nota que daría

si se llegase a entender.

BELTRÁN.

Ella sale.

DON JUAN.

Di, Beltrán,

que la aurora bella y clara.

p. 23Escena IV.

Dichos, y doña Ana hablando aparte a Celia.

DOÑA ANA.

¡Ay Celia, y qué mala cara,

y mal talle de don Juan!

DON JUAN.

Aunque me dijo, señora,

Celia vuestra ocupación,

con que fuera más razón

el no estorbaros ahora,

la importancia contenida

(Dale la carta)

en esta carta que os doy,

me disculpa.

DOÑA ANA.

Nunca estoy,

señor don Juan, impedida

para recibir merced

de tan noble caballero.

DON JUAN.

Vuestro soy; repuesta espero.

Si sois servida, leed.

DOÑA ANA.

Ser descortés me mandáis.

DON JUAN.

Leed, que importa una vida,

p. 24que cerca está de perdida

si remedio no le dais.

DOÑA ANA.

Si está su defensa en mí,

la pena y temor dejad.

DON JUAN.

El caso es grave, mandad

que estemos solos aquí,

que tenemos que tratar,

y el secreto es importante.

DOÑA ANA.

Dejadnos solos.

BELTRÁN.

Amante

fue el inventor de engañar.

(Vanse Beltrán y Celia).

Escena V.

Doña Ana y don Juan.

DON JUAN.

Pues contigo solo estoy,

porque mi recato veas

(Va a leer doña Ana, y detiénela),

oye, señora: no leas,

que la carta viva soy.

Que me atreva no te altere,

p. 25pues estoy solo contigo,

y un agravio sin testigo,

al punto que nace muere.

Desde que la vez primera

vi la luz de tu arrebol,

dos veces la ha dado el sol

a los signos de su esfera;

como al que el rayo tocó

de Júpiter vengativo,

por gran tiempo muerto, vivo

en un instante quedó;

como aquel, que la cabeza

de la Górgona miraba,

por un peñasco trocaba

la humana naturaleza;

tal en viéndote, me veo,

tan absorto y admirado,

que en admirarme ocupado,

no doy lugar al deseo;

que esos divinos despojos

tanta gloria me mostraron,

que al punto me arrebataron

toda el alma por los ojos.

DOÑA ANA.

Tened, don Juan, ¿esto para

todo en que amor me tenéis?

DON JUAN.

No, porque ya lo sabéis,

y en vano el tiempo gastara.

p. 26DOÑA ANA.

¿En que os morís?

DON JUAN.

No, señora;

pues ni en morir parará,

que en el alma vivirá

el amor que os tengo ahora.

DOÑA ANA.

¿Para en pedirme que os quiera?

DON JUAN.

Ni llega, señora, ahí,

que no hay méritos en mí

para que a tal me atreviera.

DOÑA ANA.

Pues decid lo que queréis.

DON JUAN.

Quiero... Solo sé que os quiero,

y que remedio no espero,

viendo lo que merecéis.

Como el mísero doliente

que en el lecho fatigado,

a cualquier parte inclinado,

los mismos dolores siente;

y por huir del tormento,

que en cada lado es mayor,

busca alivio a su dolor

en el mismo movimiento;

p. 27así yo con mi cuidado

vengo a vos, dueño querido,

no de esperanza inducido,

sino de dolor forzado;

por no morir con callarlo,

no por sanar con decirlo,

pues es imposible el sufrirlo

como lo es el remediarlo.

Y así no os ha de ofender

que me atreva a declarar,

pues va junto el confesar,

que no os puedo merecer.

DOÑA ANA.

¿Queréis más?

DON JUAN.

¿Qué más que vos?

Si entender queréis mi estado,

en que os quiero está cifrado.

DOÑA ANA.

Pues, señor don Juan, adiós.

DON JUAN.

Tened, ¿no me respondéis?,

¿de esta suerte me dejáis?

DOÑA ANA.

¿No habéis dicho que me amáis?

DON JUAN.

Yo lo he dicho, y vos lo veis.

p. 28DOÑA ANA.

¿No decís que vuestro intento

no es pedirme que yo os quiera,

porque atrevimiento fuera?

DON JUAN.

Así lo he dicho y lo siento.

DOÑA ANA.

¿No decís que no tenéis

esperanzas de ablandarme?

DON JUAN.

Yo lo he dicho.

DOÑA ANA.

¿Y que igualarme

en méritos no podéis,

vuestra lengua no afirmó?

DON JUAN.

Yo lo he dicho de este modo.

DOÑA ANA.

Pues si vos lo decís todo,

¿qué queréis que os diga yo?

(Vase).

Escena VI.

Don Juan.

DON JUAN.

¡Oh venga la muerte, acabe

con vida tan desdichada,

p. 29que solo puede su espada

remediar pena tan grave!

¿Qué delito cometí

en quererte, ingrata fiera?

Quiera Dios... pero no quiera,

que te quiero más que a mí.

Escena VII.

Don Juan, Celia y Beltrán.

CELIA.

¡Ah desdichado don Juan!

BELTRÁN.

Ayúdale.

CELIA.

A Dios pluguiera

que mi voluntad valiera.

(Vase).

Escena VIII.

Don Juan y Beltrán.

BELTRÁN.

¿Pues qué tenemos?

DON JUAN.

Beltrán:

La verdad huye, a la esperanza pido

p. 30Engaños que alimenten mi deseo

eternos contra mí imposibles veo,

nado en un golfo, ni de un leño asido;

con el vuelo de amor más atrevido

no subo un paso, y aunque más peleo,

al fin vencido soy de lo que creo,

vencedor solo en lo que soy vencido.

Así desesperado victorioso

niego al deseo engaños, y a la gloria

más vivo anhelo, si su muerte sigo.

¡Triste donde es el no esperar forzoso,

donde el desesperar es la victoria,

donde el vencer da fuerza al enemigo!

BELTRÁN.

¡Triste donde es forzoso andar contigo,

donde hallar que comer es gran victoria,

donde el cenar es siempre de memoria!

Escena IX.

Sala en casa de don Mendo.

El Conde, don Mendo y Ortiz.

CONDE.

A mi señora Lucrecia

dad, Ortiz, ese papel.

(Dale un papel).

ORTIZ.

Guárdeos Dios.

(Vase).

p. 31DON MENDO.

Cosa cruel

Conde, es una mujer necia.

CONDE.

¿Cómo?

DON MENDO.

Con celos y amor

sale Lucrecia de sí.

CONDE.

¿Con causa, don Mendo?

DON MENDO.

Sí;

mas tanto el yerro es mayor.

Si por doña Ana estoy ciego,

ella ¿qué ha de remediar

con reñir, y con celar,

sino añadir fuerza al fuego?

CONDE.

(Aparte).

(¡Quieran, Lucrecia, los cielos,

que te mude esta mudanza,

y a mi perdida esperanza

abran la puerta tus celos!)

Y vos, ¿qué le respondéis?

DON MENDO.

Nunca el negar hizo daño.

p. 32CONDE.

Mejor fuera el desengaño

si en otra parte queréis.

DON MENDO.

Dañarme, Conde, podría,

que su amor causó en mi pecho

terrible incendio, y sospecho

que hay centellas todavía.

Y quien antiguo cuidado

arraigado al alma tiene,

ha de obligar el que viene,

sin despedir el pasado;

que mil veces se agradó

de la novedad Cupido,

y vuelve a buscar rendido

lo que arrogante dejó.

CONDE.

Avariento sois de amor.

DON MENDO.

Más el de doña Ana estimo.

CONDE.

¿Y ella os quiere?

DON MENDO.

Pienso, primo,

que merezco su favor.

CONDE.

¿Qué hay de Teodora?

p. 33DON MENDO.

Quería

que yo fuese su marido,

como si hubieran nacido

mis abuelos en Turquía.

CONDE.

Sin ser loca, yo no creo

que ninguna mujer pida

la esclavitud de una vida

por la muerte de un deseo.

DON MENDO.

Pues ya después que mi amor

sacó pies amedrentado,

en ello crece el cuidado,

y al paso de él, mi rigor.

Ya sin esa condición

estimara mis favores.

CONDE.

Dichoso sois en amores.

DON MENDO.

En el signo del León

Marte y Venus concurrieron

de mi nacimiento el día,

y si hay cierta astrología,

ellos amable me hicieron...

Mas adiós, primo, que es tarde,

y a doña Ana quiero ver,

p. 34que hoy su sol se va a poner

en Alcalá.

CONDE.

Dios os guarde.

(Vase el Conde).

Escena X.

Don Mendo y Leonardo.

LEONARDO.

El coche a la puerta está;

que ya se para imagino.

DON MENDO.

Tenme el coche de camino

a la puerta de Alcalá.

Parta al punto el repostero,

y encárgales, por mi vida,

que esté a punto la comida

en la venta de Vivero.

Haz cómo doña Ana vea

en mi prevención mi amor.

LEONARDO.

Toda tu gente, señor,

su vida en tu gusto emplea.

(Vanse).

p. 35Escena XI.

Sala en casa de doña Ana.

Doña Ana, de camino, y Celia.

DOÑA ANA.

¿De qué vas triste? ¿De qué

lo van todas mis doncellas?

Habla, dime sus querellas.

CELIA.

Señora, verdad diré,

pues obligación me pones:

tienen tus criadas todas

en la esperanza sus bodas

y en la corte sus pasiones;

y como de aquí a seis días

es la noche de san Juan,

cuando los amantes dan

indicios de sus porfías,

sienten el ver que esa noche

en la corte no han de estar.

DOÑA ANA.

Pues pierdan, Celia, el pesar,

que por la posta en un coche

conmigo entonces vendrán;

porque se alegre mi gente,

gozaré secretamente

de la noche de San Juan,

p. 36y volvereme a la aurora

a proseguir mis novenas.

CELIA.

Alivie el cielo tus penas;

mas ¿no era mejor, señora,

dilatar esta partida?

DOÑA ANA.

Si sabes que estoy muriendo

por dar la mano a don Mendo,

y no hay cosa que lo impida

sino el cumplir las novenas,

que a san Diego prometí,

¿dilataré, estando así,

el remedio de mis penas?

Con esta traza que doy

ninguna queda quejosa.

CELIA.

Hágate el cielo dichosa;

a darles la nueva voy.

DOÑA ANA.

Encárgales por mi vida

el secreto.

CELIA.

Así lo haré.

Don Mendo viene.

p. 37DOÑA ANA.

Tendré

buen agüero en la partida.

Escena XII.

Doña Ana y don Mendo.

DON MENDO.

Los campos de Alcalá, bella señora,

desdeñan los favores del verano,

y de la fértil flora

no solicitan ya la diestra mano,

después que primavera les reparte

la dichosa esperanza de mirarte.

Los arroyos, que esperan ser espejos,

en quien de esos dos soles celestiales,

se miran los reflejos,

transforman sus corrientes en cristales;

y el agua en cambio de besarlos, grata

hace a tus blancos pies, puente de plata.

Al nuevo sol que nace, agradecidas

en verdes ramos las cantoras aves

a coros divididas,

dando a los vientos músicas süaves,

para explicar la gloria de este día

articular intentan su armonía.

p. 38Parte, oh feliz, que el céfiro süave

lisonjear pretende codicioso

la voladora nave,

de nueva Europa, Júpiter dichoso

por quien en Indias vuelto, Manzanares,

España de sus glorias hace a Henares.

Parte, oh primero móvil adorado,

de quien siguiendo voy el movimiento,

si bien arrebatado,

pues tras mi centro corro no violento;

que yo, si lo merezco, gloria mía,

voy a ser el lucero de este día.

DOÑA ANA.

Los campos de esperanza matizados,

la consonancia dulce de las aves,

los cristales cuajados,

las lisonjas del céfiro süaves,

en nada estimo, y estimara solo

llevar por mi lucero al mismo Apolo.

Mas cuando el corazón lo solicita

forzosa acción de amor correspondiente,

ni el honor acredita,

ni el estado que tengo lo consiente.

DON MENDO.

Es imán de mis ojos tu presencia.

DOÑA ANA.

Justo efecto de amor es la obediencia.

p. 39DON MENDO.

¿Sin ti queréis dejarme?

DOÑA ANA.

Yo, don Mendo,

parto sin ti.

DON MENDO.

¿Qué mucho? Vas helada

cuando yo quedo ardiendo.

DOÑA ANA.

Segura fuese yo, como abrasada.

DON MENDO.

No me apartes de ti si desconfías.

DOÑA ANA.

Vive el recato entre las ansias mías.

DON MENDO.

¿No me llamas tu dueño?

DOÑA ANA.

Y de mis ojos,

cierta lengua del alma, lo has sabido.

DON MENDO.

¿De quién temes enojos,

cuando te adoro yo, de ti querido?

DOÑA ANA.

Hasta el sí conyugal temo mudanza,

que no hay dentro del mar cierta bonanza.

p. 40En tanto que a mis deudos comunico

la dichosa elección de vuestra mano,

y devota suplico

en Alcalá a su dueño soberano,

que lleve a fin feliz mi intento nuevo,

y las novenas pago, que le debo,

puede mudarse vuestro amor ardiente,

y quedar mi opinión en opiniones

del vulgo maldiciente,

que a lo peor aplica las acciones.

DON MENDO.

¿Mudarme yo?

DOÑA ANA.

Temores son de amante.

DON MENDO.

Más parece cautelas de inconstante.

Si ya nuevo cuidado te fatiga,

el fingido recato, ¿qué pretende?

Declárate, enemiga,

no el desengaño la mudanza ofende;

vete segura, ocúpate entre tanto,

el alma en celos, y la vida en llanto.

DOÑA ANA.

Ofendes mi lealtad, si desconfías;

mas porque de tu error te desengañes,

pon secretas espías,

prueba mi fe, como mi honor no dañes.

p. 41DON MENDO.

Confianza tendré, mas no paciencia,

contra el rigor, señora, de tu ausencia.

Escena XIII.

Dichos y Celia.

CELIA.

Doña Lucrecia, señora,

viene a visitarte.

DOÑA ANA.

¿Quién?

CELIA.

Tu prima.

DON MENDO.

(Aparte).

A impedir mi bien

la trae mi desdicha ahora.

Escena XIV.

Dichos, doña Lucrecia con manto, y Ortiz.

DOÑA LUCRECIA.

No quise, prima, dejar

de verte en esta partida.

DOÑA ANA.

Ni yo, Lucrecia querida,

p. 42me partiera sin pasar

por tu casa, porque el ver

al pasar tu rostro hermoso,

fuese presagio dichoso

del viaje que he de hacer.

DOÑA LUCRECIA.

(Aparte a don Mendo).

Niégame ahora, traidor,

las verdades que estoy viendo.

DOÑA ANA.

¿Qué le dices a don Mendo?

DOÑA LUCRECIA.

Del vestido de color

le pregunto la ocasión;

porque de irte a acompañar

lo indica el tiempo y lugar,

y fuera galante acción.

DOÑA ANA.

Tan alto merecimiento

con mi humildad no conviene

y más que lisonja, tiene

malicia ese pensamiento.

Mas si conmigo partiera,

de parecer, prima, soy,

que pues yo de negro voy,

de color no se vistiera.

p. 43CELIA.

Ya bien te puedes partir,

que los coches han venido.

DOÑA ANA.

Que no me olvides, te pido.

DOÑA LUCRECIA.

Por puntos te he escribir.

DOÑA ANA.

Adiós, don Mendo.

DON MENDO.

Señora,

en el coche os dejaré.

DOÑA ANA.

Si alguno en la calle os ve,

sospechará lo que ahora

ha sospechado mi prima.

Quedaos y salid después.

(Vase).

DON MENDO.

Yo obedezco...

(Aparte de Lucrecia).

y vuestros pies

sigue el alma que os estima.

p. 44Escena XV.

Doña Lucrecia, don Mendo y Ortiz.

DOÑA LUCRECIA.

(Saca un papel, y muéstralo a don Mendo).

¿Conoces este papel?

DON MENDO.

Yo, Lucrecia, lo escribí.

DOÑA LUCRECIA.

Junta lo que has hecho aquí

con lo que dices en él.

Traidor, fingido, embustero,

engañoso, ¿a ti te dan

apellido de Guzmán

y nombre de caballero?

¿Qué sangre puede tener

quien tiene pecho traidor?

¿Es hazaña de valor

engañar una mujer?

DON MENDO.

Oye, señora...

DOÑA LUCRECIA.

No muevas

esos fementidos labios,

que intentas nuevos agravios

con satisfacciones nuevas.

p. 45DON MENDO.

Pues ¿qué quieres?, ¿condenarme,

sin oír satisfacción

por solo una presunción?

DOÑA LUCRECIA.

¿Qué disculpa puedes darme?

¿Presunción llamas, traidor,

esta tan clara probanza

de mi agravio y tu mudanza?

DON MENDO.

En lo que fundas mi error,

fundo la satisfacción:

¿no te dijo de mi parte

tu escudero, que de hablarte

deseaba una ocasión,

donde el descargo sabrías

del recelo que te abrasa?

Tuve aviso de tu casa

que a ver tu prima salías,

y vine a esperarte aquí,

y adelanteme en llegar,

por no dar que sospechar,

viéndome venir tras ti.

¡Mira por qué me condenas!

DOÑA LUCRECIA.

¿De modo que te disculpas

multiplicando tus culpas

y acrecentando mis penas?

p. 46Causa doña Ana mi daño,

¿y con hallarte con ella

das remedio a mi querella?

DON MENDO.

Porque fuese el desengaño

en su presencia más fuerte.

DOÑA LUCRECIA.

¿Qué desengaño me diste?

DON MENDO.

Como tu pena encubriste,

no quise hablando ofenderte;

mas ten cierta confianza,

para asegurar tus celos,

que en el orden de los cielos,

antes que en mí, habrá mudanza.

Tuyo soy.

DOÑA LUCRECIA.

Las obras creo.

DON MENDO.

Presto, con la voluntad

de tu padre, su verdad

te mostrará mi deseo.

Escena XVI.

Dichos y el Conde.

CONDE.

(Aparte).

(¿Dónde hay con celos cordura?)

Lucrecia hermosa, don Mendo.

p. 47DON MENDO.

Conde, que venís entiendo

traído de mi ventura.

Que Lucrecia ha de saber

de vos, lo que hablamos hoy

de su amor.

CONDE.

Testigo soy.

DON MENDO.

Eso a solas ha de ser,

que pensará que os obligo

con mi presencia a abonarme.

(Vase).

Escena XVII.

Dichos menos don Mendo.

DOÑA LUCRECIA.

(Aparte).

(¡Tú dejas para informarme

en tu favor buen testigo!)

CONDE.

¿He de decir la verdad?

DOÑA LUCRECIA.

Para eso quedas aquí.

CONDE.

Pues escúchala de mí,

pagues, o no, mi lealtad;

p. 48y por prevenir el daño,

si acaso no me creyeres,

ten secreto lo que oyeres,

y averigua si es engaño;

que pues me dijo don Mendo

que cuente lo que pasó,

cumpliendo lo que él mandó,

nadie dirá que le ofendo;

que aunque si intento haya sido

que use contigo de engaño,

no debo para mi daño

darme yo por entendido.

Dando hoy para ti un papel

don Mendo a Ortiz, tu criado,

desdeñoso y enfadado

me dijo: «¡Cosa cruel,

Conde, es una mujer necia!

Después que a doña Ana di

en servir, sale de sí

de amor y celos Lucrecia».

Yo le dije: «¿No es mejor

no engañarla?» Y respondió:

«Mil veces lo que dejó

volvió a desear amor;

y este caso previniendo,

nada pierdo en conservalla».

DOÑA LUCRECIA.

¿Que enredos inventas? Calla;

p. 49¿tal pudo decir don Mendo?

Que tu afición agradezca

quieres así disponer;

¿piensas que te he de querer

aunque a don Mendo aborrezca?

CONDE.

Oye.

DOÑA LUCRECIA.

No me digas nada.

CONDE.

Averígualo advertida,

y dame pena ofendida,

o premio desengañada.

Y si por amarte yo,

duda en mi verdad has puesto,

sírvate de indicio aquesto,

ya que de probanza no.

Él va tras ella a Alcalá,

y no es este mal testigo

del desengaño que digo;

despacha tú quien allá

con cuidado y sin pasión

secretamente lo siga,

y si mi verdad te obliga,

premia un leal corazón;

que será culpable error

que prefiera en tu cuidado,

p. 50un engaño averiguado

a un averiguado amor.

DOÑA LUCRECIA.

La verdad diciendo estás;

que si negándola estoy,

no es que crédito no doy,

sino que pena me das.

¡Ah falso! ¡Ah, mal caballero!

¡Plegue a Dios, que en igual grado

amante y desengañado

pruebes el mal de que muero!

Pluguiera a Dios, Conde mío,

pudiera en esta ocasión

mudarse la inclinación

al paso que el albedrío;

mas vive cierto, señor,

que si me has dicho verdad,

te dará mi voluntad,

lo que te niega mi amor.

CONDE.

Yo lo estimo de esa suerte.

DOÑA LUCRECIA.

Tanto más me deberás

cuanto me forzare más,

Conde, por corresponderte.

p. 51Escena XVIII.

Decoración de calle.

Don Juan y Beltrán, de noche.

BELTRÁN.

El duque Urbino esta noche

bien pudiera perdonarte.

DON JUAN.

¿Qué puede querer?

BELTRÁN.

Llevarte

querrá consigo en el coche

amarrado al duro banco

sin poderte entretener,

cuando el decir y el hacer

anda por las calles franco;

que, noche de san Juan, hallo,

si un peón sabe embestir,

que suele solo rendir

más que treinta de a caballo;

que hay mujer, que en el engaño

que en esta noche previene,

librados los gustos tiene

de los deseos de un año;

cuál llega al poblado coche

de angélica jerarquía,

y siendo paje de día,

pasa por marqués de noche;

p. 52cuál si a pensar se acomoda

con la viuda disfrazada,

que entre galas de casada

hurta los gustos de boda;

cuál encuentra y desbarata

una sarta de doncellas,

de quien son las manos bellas

engarzadoras de plata;

cuál se llega a las que van

brindando los retozones

y trueca a mil refregones

un pellizco que le dan.

DON JUAN.

Quien los encuentros enseña,

encuentra con un azar.

BELTRÁN.

¿Es el azar encontrar

una mujer pedigüeña?

Si eso temes, en tu vida

en poblado vivirás;

porque ¿dónde encontrarás

hombre o mujer que no pida?

Cuando dar gritos oyeres

diciendo: «Lienzo», a un lencero,

te dice: «dame dinero

si de mi lienzo quisieres».

El mercader claramente

p. 53diciendo está, sin hablar:

«dame dinero, y llevar

podrás lo que te contente».

Todos, según imagino,

piden, que para vivir

es fuerza dar y pedir

cada uno por su camino:

con la cruz el sacristán,

con los responsos el cura,

el monstruo con su figura,

con su cuerpo el ganapán,

el alguacil con la vara,

con la pluma el escribano,

el oficial con la mano,

y la mujer con la cara;

y esta, que a todos excede,

con más razón pedirá,

pues que más por todos da,

y menos que todos puede;

y el miserable que el dar

tuviere por pesadumbre,

ellas piden por costumbre,

haga costumbre el negar;

que tanto, desde que nacen,

el pedir usado está,

que pienso que piden ya

sin saber lo que se hacen.

Y así es fácil el negar,

porque se puede inferir,

p. 54que quien pide sin sentir

no sentirá no alcanzar.

DON JUAN.

Aunque más razones halles

no has de quitarme el temor,

Beltrán, que el azar mayor

es el no tener que dalles;

y más si la que he adorado,

se dignase de mis dones.

BELTRÁN.

¿Aún te duran tus pasiones?

DON JUAN.

Ardo más, más desdeñado.

BELTRÁN.

Este es el Duque.

Escena XIX.

Dichos, el Duque y don Mendo, de noche.

DUQUE.

¿Don Juan?

DON JUAN.

Deme los pies vuecelencia.

DUQUE.

Ya acusaba vuestra ausencia.

DON JUAN.

Si don Mendo de Guzmán,

p. 55Apolo de discreción,

acompañándoos está,

señor, ¿qué falta os hará

el que en su comparación

luz de una estrella no envía?

DON MENDO.

Merced recibo de vos.

DUQUE.

La amistad de entre los dos

extraña la cortesía.

DON JUAN.

Decidme, pues, el intento

con que hemos sido llamados.

DON MENDO.

Aquí tenéis dos criados.

DUQUE.

Dadme, pues, oído atento.

Hombre que a la corte viene

recién heredado y mozo,

pájaro que estrena el viento,

nave que se arroja al golfo,

que a los ojos de su rey

y a los populares ojos,

ni debe mostrar flaqueza,

ni puede esconder el rostro;

ha de regir sus acciones

por los expertos pilotos,

p. 56obligados, por parientes,

por amigos, cuidadosos.

Con esta ley os obligo

y con esta fe os escojo,

capitanes veteranos

de este soldado bisoño.

Acompañadme los dos,

advertirme lo que ignoro,

decidme el nombre, el estado,

y la calidad de todos;

y en lo de las cortesías

principal cuidado os pongo,

advirtiendo que con nadie,

pretendo pecar de corto;

que el señor siempre es señor,

como Apolo siempre Apolo,

aunque en lugares indignos

entren sus rayos hermosos.

Lengua honrosa, noble pecho,

fácil gorra, humano rostro

son voluntarios Argeles

de la libertad de todos.

Enseñadme los bajíos

en que tocar suelen otros,

cuál es Acates fiel,

y cuál Sinón cauteloso;

ya del dulce lisonjero

el veneno en vaso de oro,

ya la canora sirena,

p. 57porque me defienda sordo.

Al fin, los dos sois el hilo,

la corte el cretense monstruo,

por mí corren mis aciertos,

y mis yerros por vosotros.

DON MENDO.

Yo confieso que es muy débil,

para ese cielo este polo;

mas suplirán mis deseos

el defecto de mis hombros.

DON JUAN.

De no ser un Quinto Fabio

hoy con mi suerte me enojo;

mas el que soy, obediente

a serviros me dispongo.

DUQUE.

Con eso, en nombre de Dios,

seguro a la mar me arrojo;

vamos andando las calles,

mientras pregunto y me informo.

DON MENDO.

Esta es la calle Mayor.

DON JUAN.

Las Indias de nuestro polo.

DON MENDO.

Si hay Indias de empobrecer

yo también Indias la nombro.

p. 58DON JUAN.

Es gran tercera de gustos.

DON MENDO.

Y gran corsaria de tontos.

DON JUAN.

Aquí compran las mujeres.

DON MENDO.

Y nos venden a nosotros.

DUQUE.

¿Quién habita en estas casas?

DON JUAN.

Don Lope de Lara, un mozo

muy rico, pero más noble.

DON MENDO.

Y menos noble que tonto.

(Hacen dentro ruido de baile).

DUQUE.

Tened, que bailan allí.

DON JUAN.

San Juan es fiesta de todos.

DON MENDO.

Yo aseguro que van estos

más alegres que devotos.

p. 59DUQUE.

¿Quién vive aquí?

DON JUAN.

Una viuda

muy honrada, de buen rostro.

DON MENDO.

Casta es la que no es rogada;

alegres tiene los ojos.

BELTRÁN.

(Aparte).

¡Bien haya tan buena lengua!

¡Vive Cristo que es un Momo!

DON JUAN.

Esta imagen puso aquí

un extranjero devoto.

DON MENDO.

Y entre aquestas devociones

no le sabe mal un logro.

DON JUAN.

Un regidor de esta villa

hizo este hospital famoso.

DON MENDO.

Y primero hizo los pobres.

BELTRÁN.

(Aparte).

Por Dios que lo arrasa todo.

p. 60Escena XX.

Dichos, doña Ana y Celia a la ventana.

DOÑA ANA.

Hoy hace, Celia, tres años

que mi esposo, con sus días,

dio fin a mis alegrías,

y dio principio a mis daños.

CELIA.

Si de Alcalá te viniste,

solo a gozar la alegría

que Madrid hace este día,

¿por qué quieres estar triste?

¿Por que con esta memoria

tan injusta guerra mueves

contra el contento que debes

a noche de tanta gloria?

Ya que tu luto funesto

te impide salir de casa

hoy, que los límites pasa

el estado más honesto,

y estar quieres encerrada

noche que el uso permite

que los altares visite

la doncella más honrada,

con quien pasa, tus enojos

divierte, señora mía,

y niegue esta celosía

p. 61lo que conceden tus ojos.

Las doce han dado, señora;

oye del segundo esposo

el pronóstico dichoso.

DOÑA ANA.

A don Mendo el alma adora.

DON MENDO.

Don Juan de Mendoza...

DOÑA ANA.

¡Ay, Dios!

¿Don Mendo no es el que habló?

CELIA.

Sí, mas a don Juan nombró.

DOÑA ANA.

¿Quien duda que de los dos

es don Mendo de Guzmán

pronóstico para mí,

pues antes su voz oí,

que no el nombre de don Juan?

CELIA.

Mas ¡qué fuera que ordenara

el destino soberano

que tu blanca hermosa mano

para don Juan se guardara!

DOÑA ANA.

Calla, necia, ¿quién pensó

tan notable desatino?

p. 62¿Qué importará que el destino

quiera, si no quiero yo?

Del cielo es la inclinación,

el sí o el no todo es mío;

que el hado en el albedrío

no tiene jurisdicción.

¿Cómo puedo yo querer

hombre cuya cara y talle

me enfada solo en miralle?

CELIA.

El amor lo puede hacer.

DOÑA ANA.

Solo quitará el morirme,

Celia, a don Mendo mi mano;

que está el plazo muy cercano,

y mi voluntad muy firme.

DUQUE.

¿Cúyos son estos balcones?

DON JUAN.

De doña Ana de Contreras;

el sol por sus vidrieras

suele abrasar corazones.

DOÑA ANA.

Escucha, que hablan de mí.

DUQUE.

¿Es la viuda de Siqueo?

p. 63DON JUAN.

La misma.

DUQUE.

Verla deseo.

DON MENDO.

Pues ahora no está aquí.

(Aparte).

(Ni yo en mí, que estoy sin ella.)

DUQUE.

¿Dónde fue?

DON MENDO.

Velando está

a san Diego, en Alcalá.

DUQUE.

La fama dice que es bella.

DON JUAN.

Pues por imposible siento

que en algo la haya igualado

el dibujo que ha formado

la fama en tu pensamiento;

que en belleza y bizarría,

en virtud y discreción

vence a la imaginación,

si vence a la noche el día.

DON MENDO.

(Aparte).

(¡Plegue a Dios que esta alabanza

no engendre en el Duque amor,

p. 64que con tal competidor

mal vivirá mi esperanza!

Yo quiero decir mal de ella,

por quitar la fuerza al fuego.)

Ciego sois, o soy ciego,

o la viuda no es tan bella;

ella tiene el cerca feo,

si el lejos os ha agradado,

que yo estoy desengañado

porque en su casa la veo.

DUQUE.

¿Visitáisla?

DON MENDO.

Por pariente

alguna vez la visito,

que si no, fuera delito,

según es de impertinente.

DOÑA ANA.

¡Ah traidor!

DON MENDO.

Si el labio mueve

su mediano entendimiento,

helado queda su aliento

entre palabras de nieve.

BELTRÁN.

(Aparte con don Juan).

¡Ya escampa!

p. 65DON JUAN.

(Aparte a Beltrán).

¿Que trate así

un caballero a quien ama?

BELTRÁN.

Esto dice de su dama,

¡mira que dirá de ti!

DON MENDO.

Pues la edad no sufre engaños,

aunque la tez resplandece.

DOÑA ANA.

¡Ah falso! ¿Qué te parece?

Aun no perdona mis años.

DON MENDO.

Mil botes son el Jordán

con que se remoza y lava.

DUQUE.

(Aparte los dos).

Pues ¿cómo don Juan la alaba?

DON MENDO.

Para entre los dos, don Juan

es un buen hombre; y si digo

que tiene poco de sabio,

puedo, sin hacerle agravio;

vuestro deudo es, y mi amigo.

Mas esto no es murmurar.

p. 66DON JUAN.

¡Que queráis poner defeto

en tan hermoso sujeto!

DON MENDO.

En la rosa suele estar

oculta la aguda espina.

DON JUAN.

Ellos son gustos, y al mío,

o del todo desvarío,

o esta mujer es divina.

DON MENDO.

Poco sabéis de mujeres.

DON JUAN.

Veréisla, Duque, algún día,

y acabará esta porfía

de encontrados pareceres.

DON MENDO.

(Aparte).

Don Juan me quiere matar,

y aquello mismo que he hecho

para sosegar el pecho

del Duque, me ha de dañar.

CELIA.

¿Qué te parece?

DOÑA ANA.

Estoy loca.

p. 67CELIA.

¿A este hombre tienes amor?

DOÑA ANA.

¡El pecho abrasa el furor!

¡Fuego arrojo por la boca!

¿Posible es que tal oí?

¡Vil!, ¿a quien te quiere infamas?

¿Así tratas a quien amas?

CELIA.

No ama, quien habla así;

él te engaña.

DOÑA ANA.

Claro está;

di que me traigan un coche;

volvamos, Celia, esta noche

a amanecer a Alcalá,

que lo que ahora escuché

castigo del cielo ha sido,

por haber interrumpido

las novenas que empecé.

CELIA.

Antes este desengaño

le debes a esta venida.

DOÑA ANA.

Si con él pierdo la vida,

mejor me estaba el engaño.

(Vanse).

p. 68Escena XXI.

Dichos, menos doña Ana y Celia.

DON MENDO.

(Hacen dentro ruido de cuchilladas).

Allí suenan cuchilladas.

DUQUE.

Estas damas, de mi voto

sigamos.

(Vase).

DON MENDO.

(Aparte con don Juan).

Es más devoto

de mujeres que de espadas.

(Vase).

DON JUAN.

Y así el más amigo abona,

para que advertido estés.

BELTRÁN.

Su lengua en efecto es

la que a nadie no perdona.

(Vanse).


p. 69

ACTO SEGUNDO.

Escena primera.

Sala en casa del Duque.

El Duque, don Juan y Beltrán, todos de color.

DUQUE.

¿Cómo los toros dejáis?

DON JUAN.

Viéndome sin vos en ellos,

estaba de los cabellos.

Del juego ¿cómo quedáis?

Que era robado el partido.

DUQUE.

Cogiéronme de picado;

he perdido, y me he cansado.

DON JUAN.

Mil cosas habéis perdido;

el descanso y el dinero,

y los toros.

BELTRÁN.

¿Que haya juicio

p. 70que del cansancio haga vicio,

y tras un hinchado cuero,

que el mundo llama pelota,

corra ansioso y afanado?

¡Cuánto mejor es, sentado,

buscar los pies a una sota

que moler piernas y brazos!

Si el cuero fuera de vino,

aun no fuera desatino

sacarle el alma a porrazos.

Pero ¿perder el aliento

con una y otra mudanza,

y alcanzar, cuando se alcanza,

un cuero lleno de viento;

y cuando, una pierna rota,

brama un pobre jugador,

ver al compás del dolor

ir brincando la pelota?

DON JUAN.

El brazo queda gustoso

si bien la pelota dio.

BELTRÁN.

Séneca la comparó

al vano presuntuoso,

y esa semejanza ha dado

sin duda al juego sabor;

porque no hay gusto mayor

que apalear a un hinchado.

p. 71Mas si miras el contento

de un jugador de pelota,

y un cazador que alborota

con halcón la cuerva al viento,

por dicha, ¿tendrás la risa,

viendo que a presa tan corta,

que vencida nada importa,

corre un hombre tan deprisa

que apenas tocan la yerba

los caballos voladores?

Válgaos Dios por cazadores;

¿qué os hizo esa pobre cuerva?

DUQUE.

De la guerra has de pensar

que es la caza semejanza,

y así el ardid, la asechanza,

el seguir y el alcanzar

es gustoso pasatiempo.

BELTRÁN.

¿Mil contra una cuerva? Sí,

bien dices que son así

las pendencias de este tiempo.

DON JUAN.

¡Beltrán, satírico estás!

BELTRÁN.

¿En qué discreto, señor,

no predomina ese humor?

p. 72DON JUAN.

Como matas morirás.

BELTRÁN.

En Madrid estuve yo

en corro de tal tijera,

que la pegaba cualquiera

al padre que la engendró;

y si alguno se partía

del corro, los que quedaban

mucho peor de él hablaban

que él de otros hablado había.

Yo, que conocí sus modos,

a sus lenguas tuve miedo,

y ¿qué hago?, estoyme quedo

hasta que se fueron todos.

Pero no me valió el arte,

que, ausentándose de allí,

solo a murmurar de mí

hicieron un corro aparte.

Sí el maldiciente mirara

este solo inconveniente,

¿hallárase un maldiciente

por un ojo de la cara?

DON JUAN.

¿Fuera por eso peor?

BELTRÁN.

Espántome que eso ignores;

más que cíen predicadores

p. 73importa un murmurador.

Yo sé quién ni con sermones,

ni cuaresmas, ni consejos

de amigos sabios y viejos,

puso freno a sus pasiones;

ni sus costumbres redujo

en gran tiempo, y solamente

de temor de un maldiciente,

vive ya como un cartujo.

DUQUE.

Digo que tenéis, don Juan,

entretenido criado.

DON JUAN.

Es agudo, y ha estudiado

algunos años Beltrán.

DUQUE.

¿Qué hay de doña Ana?

DON JUAN.

Esta noche

parte sin duda a Madrid.

DUQUE.

Nuestra invención prevenid.

DON JUAN.

Ella, Duque, va en su coche,

su gente en uno alquilado.

DUQUE.

Bien nos viene.

p. 74DON JUAN.

Así lo espero.

DUQUE.

¿Apercibiose el cochero?

DON JUAN.

Ya, señor, lo he concertado.

DUQUE.

¿Y está en los toros doña Ana?

DON JUAN.

No la he visto; pero sé

que cuando en ellos esté,

ni en andamio ni en ventana

de suerte estará que pueda

ser de nadie conocida;

que no por fiestas olvida

obligaciones que hereda.

DUQUE.

¿Cuántos toros viste?

DON JUAN.

Tres,

y entró don Mendo al tercero,

despreciando en un overo

al amor y al interés.

Salió con verde librea,

robando así corazones,

que aun el toro a sus rejones

con su muerte lisonjea.

p. 75DUQUE.

¿Tan bueno anduvo el Guzmán?

DON JUAN.

En todo es hombre excelente

don Mendo.

DUQUE.

(Aparte).

(¡Cuán diferente

suele hablar él de don Juan!)

Cansado estoy.

DON JUAN.

Reposar

podéis, señor, entre tanto

que da Tetis con su manto

a nuestra invención lugar.

DUQUE.

Que a su tiempo me despiertes

te encargo.

(Vase).

DON JUAN.

Tendré cuidado.

Escena II.

Don Juan y Beltrán.

BELTRÁN.

¿Por qué, señor, no has pintado

caballos, toros y suertes?

p. 76que con eso, y con tratar

mal a los calvos, hicieras

comedias con que pudieras

tu pobreza remediar.

A que te cuenten, me obligo,

seiscientos por cada una.

DON JUAN.

Pues supongamos que en una

eso que me adviertes digo,

en otra ¿qué he de decir?,

que a un poeta le está mal

no variar, que el caudal

se muestra en no repetir.

BELTRÁN.

Para dar desconocidos

estos platos duplicados,

dar aquí calvos asados,

y acullá calvos cocidos.

Pero, señor, a las veras

vuelva la conversación:

¿no me dirás la intención

que llevan estas quimeras?

¿Para qué se han prevenido

los dos capotes groseros?

¿Qué es esto de los cocheros?

DON JUAN.

Escucha, irás advertido.

p. 77Desde aquella alegre noche,

que al gran Precursor el suelo

celebra por alba hermosa

del sol de justicia eterno,

de la encontrada porfía

en que me puso don Mendo

a mil gracias que conté

de doña Ana, mil defetos;

en el corazón del Duque

nació un curioso deseo

de someter a sus ojos

la definición del pleito.

A don Mendo le explicó

el Duque este pensamiento,

y para ver a doña Ana

quiso que él fuese el tercero.

Él se excusó, procurando

divertirlo de este intento,

o temiendo mi victoria

o anticipando sus celos.

Creció en el mancebo Duque

el apetito con esto,

que sospechando su amor,

hizo tema del deseo.

Declarome su intención,

y yo en su ayuda me ofrezco,

dándome esperanza a mí

lo que temor a don Mendo;

y como doña Ana estaba

p. 78aquí velando a san Diego,

vinimos hoy a los toros

más por verla que por verlos.

Y sabiendo que esta noche

se parte mi dulce dueño,

por quien ya comienza Henares

el lloroso sentimiento;

por poder gozar mejor

de su cara y de su ingenio,

porque las gracias del alma

son alma de las del cuerpo,

trazamos acompañarla,

sirviéndole de cocheros,

nuevos faetones del sol,

si atrevidos, no soberbios.

Con los cocheros ha sido

para este fin el concierto,

para esto la prevención

de los capotes groseros;

que a tales trazas obliga

en ella el recato honesto,

en el Duque sus antojos,

y en mí, Beltrán, mis deseos.

BELTRÁN.

Todo lo demás alcanzo,

y eso postrero no entiendo.

¿Cómo en el amor del Duque

funda el tuyo su remedio?

p. 79DON JUAN.

Mientras sin contrario fuerte

ame a doña Ana don Mendo,

ella está en su amor muy firme;

a mudarla no me atrevo.

Y como el Duque es persona,

a cuyas fuerzas y ruegos

puede mudarse doña Ana,

que la conquiste pretendo,

para que andando mudable

entre los fuertes opuestos,

no estando firme en su amor,

esté flaca a mi deseo.

BELTRÁN.

Esa es cautela que enseña

el diestro don Luis Pacheco,

que dice que está la espada

más flaca en el movimiento.

DON JUAN.

Mejor se sujeta entonces:

de esa lección me aprovecho.

BELTRÁN.

Y dime, por vida tuya,

¿ahora sales con esto?

¿No eres tú quien me dijiste:

«Si de esta vez no la muevo,

morirá mi pretensión,

aunque vivan mis deseos»?

p. 80DON JUAN.

Imita mi amor al hijo

de la tierra, aquel Anteo,

que derribado cobraba

nueva fuerza y valor nuevo.

BELTRÁN.

Pensé que desesperado

lo curabas como a muerto,

que aunque la traza es aguda,

pongo gran duda en su efecto;

que el Duque es muy poderoso;

llevarala.

DON JUAN.

Por lo menos,

si vence, alivio será,

que por un duque la pierdo;

y si no, consolarame

ver que lo que yo no puedo

tampoco ha podido un duque.

BELTRÁN.

En fe de aquesos consuelos

has cortado la cabeza

totalmente a tus intentos,

y estando tu mal dudoso

has querido hacerlo cierto.

Quieres que el Duque la lleve

por quitársela a don Mendo,

y del daño el daño mismo

p. 81has tomado por remedio.

El epigrama que a Fanio

hizo Marcial, viene a pelo.

DON JUAN.

¿Cómo dice?

BELTRÁN.

Traducido,

dice así en lenguaje nuestro.

«Queriendo Fanio huir

sus contrarios, se mató».

¿No es furor, pregunto yo,

para no morir, morir?

DON JUAN.

El epigrama es agudo,

mas la aplicación te niego,

que no es, como tú imaginas,

que venza el Duque tan cierto;

que si él es grande de España,

es el querido don Mendo,

y esto es ser grande también

en la presencia de Venus.

BELTRÁN.

Grandes son los dos contrarios,

y tú, señor, muy pequeño;

mas si fortuna te ayuda,

juzgo posible tu intento.

Dos valientes salteadores

p. 82por un hurto que habían hecho,

riñeron, que cada cual,

lo quiso llevar entero;

y mientras ellos reñían,

un ladroncillo ratero

cogió la presa.

DON JUAN.

Dios quiera

que me suceda lo mesmo.

(Vanse).

Escena III.

Habitación de doña Ana.

Doña Ana y doña Lucrecia, de camino.

DOÑA ANA.

¿Cómo en los toros te ha ido?

DOÑA LUCRECIA.

Jamás hicieron provecho

en las dolencias del pecho

los remedios del sentido.

Que en un rabioso cuidado,

tanto con el alma asisto,

que aunque los toros he visto,

prima, no los he mirado.

DOÑA ANA.

Yo apostaré que hay amor.

p. 83DOÑA LUCRECIA.

Forzoso es ya que te cuente,

porque el daño no se aumente,

la causa de mi dolor.

Doce veces ha vestido

Febo la luz a su hermana,

después, hermosa doña Ana,

que me sujetó Cupido;

mas no fácil en mi amor

llevó el que adoro la palma,

que al postrer precio del alma

le rendí el primer favor.

Hasta aquí te lo he callado,

porque muestra liviandad

la que sin necesidad

manifiesta su cuidado.

Mas ya que teme el amor,

si callo, un agravio injusto,

viendo que se anega el gusto,

se arroja a nado el honor.

Don Mendo es pues el sujeto,

por quien quiso amor que muera,

que menos causa no hiciera

en mí tan tirano efeto.

Supe que daba en mirar

tu belleza soberana,

que solo por ti, doña Ana,

me pudiera a mí olvidar.

A mi celosa querella

p. 84satisfacer intentó,

mas aunque el fuego aplacó,

quedó viva la centella.

Supe que a Henares venía

hoy en galas y librea;

¿por quién quieres tú que sea,

si a mí en Madrid me tenía?

Pedí a mi padre licencia

para venir a Alcalá

y porque estabas tú acá

me ha permitido esta ausencia;

no vine a los toros, no,

mas a impedir nuestro daño,

con que sepas tú tu engaño

y mi desengaño yo.

Y porque probar pretendo

mi verdad, este papel

mira, y confirma con él

las traiciones de don Mendo;

a los celos satisface

de que yo cargo le hice;

mira de ti lo que dice,

y contigo lo que hace.

(Da un papel a doña Ana).

DOÑA ANA.

(Leyendo).

«Tu sentimiento encareces,

sin escuchar mis disculpas,

cuanto sin razón me culpas,

p. 85tanto con razón padeces.

Si miras lo que mereces,

verás como la pasión

te obliga a que sin razón

agravies en tu locura,

con las dudas, la hermosura,

con los celos, la elección.

Lucrecia, de ti a doña Ana

ventaja hay más conocida

que de la muerte a la vida,

de la noche a la mañana;

¿quién a la hermosa Diana

trocará por una estrella?

Deja la injusta querella,

desengaña tus enojos,

que tengo un alma y dos ojos

para escoger la más bella».

DOÑA LUCRECIA.

¿Qué dices de ese papel?

DOÑA ANA.

Si estás viendo, prima, aquí,

lo que él ha dicho de mí,

¿qué quieres que diga de él?

Pierde el cuidado crüel

que te obliga a recelar

cuando así me ves tratar,

si es cosa cierta el nacer

la injuria de aborrecer,

p. 86y la alabanza de amar.

Mas cansada te imagino,

entra a reposar un rato,

que para hablar de tu ingrato

será tercero el camino.

DOÑA LUCRECIA.

Mi celoso desatino

el sueño me ha de impedir.

DOÑA ANA.

A las doce es el partir

forzoso.

DOÑA LUCRECIA.

Y tú, ¿no reposas?

DOÑA ANA.

No, Lucrecia, que mil cosas

me faltan por prevenir.

DOÑA LUCRECIA.

¿Puedo ayudarte?

DOÑA ANA.

Ayudarme,

dejarme sola será.

DOÑA LUCRECIA.

El obedecerte es ya

forzoso.

(Vase).

DOÑA ANA.

(Aparte).

(Como el matarme.)

p. 87Celia, ven, ven a ayudarme

a lamentar mi tormento,

presta tu voz a mi aliento,

que en desventura tan grave,

por una boca no cabe

a salir el sentimiento.

Escena IV.

Doña Ana y Celia.

CELIA.

¿Qué ha sido?

DOÑA ANA.

Nuevos agravios

del vil don Mendo, que en suma

firma también con la pluma

lo que afirmó con los labios.

CELIA.

Mudar consejo es de sabios;

hasta aquí nada has perdido;

tu misma vista y oído

te han avisado tu daño;

agradece el desengaño

que a tan buen tiempo ha venido.

Quien así te injuria ausente

y presente lisonjea,

o engañoso te desea,

p. 88o deseoso te miente;

y cuando cumplir intente

lo que ofrece, y ser tu esposo,

si ordinario, y aun forzoso,

es el cansarse un marido,

¿cómo hablará arrepentido,

quien habla así deseoso?

DOÑA ANA.

No es, Celia, mi corazón

ángel en el aprehender,

que nunca pueda perder

la primera aprehensión;

no es bronce mi corazón

en quien viven inmortales

las esculpidas señales;

mudarse puede mi amor;

si puede, ¿cuándo mejor,

que con ocasiones tales?

No pienses que está ya en mí

tan poderoso y entero

el gigante amor primero

a quien tanto me rendí;

desde la noche que oí

mis agravios, la memoria

en tan afrentosa historia

tan rabiosamente piensa

que entre el amor y la ofensa

dudaba ya la victoria.

p. 89Pero con tan gran pujanza

la nueva injuria ha venido

que del todo se ha rendido

el amor a la venganza.

CELIA.

¿Serás firme en la mudanza?

DOÑA ANA.

O el cielo mi mal aumente.

CELIA.

Tus venturas acreciente

como contento me ha dado

tu pensamiento mudado

de un hombre tan maldiciente.

Que desde que estando un día

viéndote por una reja,

la cerré, y me llamó vieja,

sin pensar que yo lo oía,

tal cual soy, no lo querría

si él fuese del mundo Adán.

DOÑA ANA.

Que eran botes mi Jordán,

dijo de mí; ¿qué te altera,

que a tus años se atreviera?

CELIA.

¡Cuán diferente es don Juan!

Ofendido y despreciado

p. 90es honrar su condición

cuanto el lengua de escorpión

ofende, siendo estimado.

Una vez desesperado,

don Juan se quejaba así:

«¿Qué delito cometí

en quererte, ingrata fiera?

¡Quiera Dios!... pero no quiera,

que te quiero más que a mí».

¡Si vieras la cortesía

y humildad con que me habló

cuando licencia pidió

para verte el otro día!

¡Si vieras lo que decía

en mi defensa a un criado

que porfiaba arrojado

que si yo dificultaba

la visita, lo causaba

ser él pobre y desdichado!

¡Si vieras!... pero ¿qué vieras

que igualase a lo que viste,

cuando del traidor le oíste

defenderte tan de veras?

Ya te ablandaras, si fueras

formada de pedernal.

DOÑA ANA.

¿Qué te obliga a que tan mal

te parezca mi desdén?

p. 91CELIA.

Tener a quien habla bien

inclinación natural;

y sin ella me obligara

la razón a que lo hiciera.

DOÑA ANA.

Celia, ¡si don Juan tuviera

mejor talle, y mejor cara!...

CELIA.

Pues ¡cómo! ¿En eso repara

una tan cuerda mujer?

En el hombre no has de ver

la hermosura o gentileza:

su hermosura es la nobleza,

su gentileza el saber;

lo visible es el tesoro

de mozas faltas de seso,

y las más veces por eso

topan con un asno de oro;

por eso no tiene el moro

ventanas, y es cosa clara

que, aunque al principio repara

la vista, con la costumbre

pierde el gusto o pesadumbre

de la buena o mala cara.

DOÑA ANA.

No niego que desde el día,

que defenderme le oí,

p. 92tiene ya don Juan en mí

mejor lugar que solía;

porque el beneficio cría

obligación natural

y pues el rigor mortal

aplacó ya mi desdén,

principio es de querer bien,

el dejar de querer mal.

Pero no fácil se olvida

amor que costumbre ha hecho;

por más que se valga el pecho

de la ofensa recibida,

y una forma corrompida

y otra forma hace lugar,

mas bien puedes confiar,

que el tiempo irá introduciendo

a don Juan, pues a don Mendo

he comenzado a olvidar.

CELIA.

¿Podré yo ver el papel?

DOÑA ANA.

Pide luces, que la oscura

noche impedirte procura

ver mis agravios en él.

CELIA.

Ya están las luces aquí.

DOÑA ANA.

(Dale el papel a Celia).

Ten el papel.

p. 93Escena V.

Dichos y un Escudero.

ESCUDERO.

Dos cocheros

piden licencia de veros.

DOÑA ANA.

Entren.

ESCUDERO.

Entrad.

Escena VI.

Dichos, el Duque y don Juan, de cocheros.

DON JUAN.

Pues a ti

nunca te ha visto, seguro

habla de ser conocido,

mientras yo callo, escondido

en manto de sombra oscuro.

DUQUE.

El cielo os guarde, señora.

DOÑA ANA.

Bien venido.

DUQUE.

Acá me envía

p. 94el cochero que os servía,

y no puede hacerlo ahora,

rendido a un dolor crüel.

¿A qué hora habéis de partir?,

que os tengo yo de servir

esta jornada por él.

DOÑA ANA.

¿Tanto es su mal?

DON JUAN.

Por lo menos

no podrá serviros hoy.

DOÑA ANA.

Pésame.

DUQUE.

Persona soy

con quien no lo echaréis menos.

DOÑA ANA.

A media noche esté el coche

prevenido a la carrera.

DUQUE.

Y será la vez primera

que el sol sale a media noche.

DOÑA ANA.

¿Cómo es eso?

DUQUE.

¿Cómo es eso?

p. 95DOÑA ANA.

¿Tierno sois?

DUQUE.

¿Es contra ley?

Alma, tengo, como el rey,

aunque este oficio profeso.

No huyo del amor los males,

que si por ellos no fuera,

yo os juro que no estuviera

cubierto de estos sayales.

DOÑA ANA.

¡Pues qué! ¿Son disfraz de amor

por infanta pretendida?

DUQUE.

Puede ser.

DOÑA ANA.

Bien por mi vida.

El cochero tiene humor.

CELIA.

Don Mendo viene.

DOÑA ANA.

Id con Dios

y a media noche os espero.

DUQUE.

Tengo por mi compañero

también que tratar con vos;

p. 96que es suyo el coche en que va

vuestra gente, y esta noche

ya veis cuanto vale un coche,

y concertado no está.

La visita recibid,

que los dos esperaremos.

DOÑA ANA.

Por eso no reñiremos,

si con bien llego a Madrid.

DUQUE.

Señora, entre padres e hijos

parece bien el concierto.

(Se aparta el Duque).

Escena VII.

Dichos, don Mendo y Leonardo.

DON MENDO.

¡Gloria a Dios que llego al puerto

de combates tan prolijos!

DUQUE.

Escuchar pretendo así,

si a don Mendo favorece

doña Ana.

DON JUAN.

Pues ¿qué os parece?

DUQUE.

Que por mi daño la vi.

p. 97Escena VIII.

Dichos, doña Lucrecia y Ortiz, al paño.

DOÑA LUCRECIA.

¡Don Mendo con ella, cielos!

ORTIZ.

¿Si sabe que estás acá?

DOÑA LUCRECIA.

(Pónese a escuchar).

Cerca el desengaño está.

ORTIZ.

Hoy averiguas tus celos.

DON MENDO.

¿Qué es esto, doña Ana hermosa?

¿No me respondes? ¿Qué es esto?

¿Quién ha mudado tan presto

mi fortuna venturosa?

¿Tú, señora, estás así

grave y callada conmigo?

¿Quién me ha puesto mal contigo?

¿Quién te ha dicho mal de mí?

Habla, dime tu querella.

DOÑA ANA.

¿Tú puedes causarme enojos,

teniendo una alma y dos ojos

para escoger la más bella?

p. 98DON MENDO.

(Aparte).

(Palabras son que escribí

a la engañada Lucrecia.)

Esperado habrá la necia

Lucrecia tener de mí

favor con hacerme daño;

mas no pienso que le importe;

vamos, señora, a la corte,

verás si la desengaño.

DOÑA LUCRECIA.

(Aparte).

¡Ah falso!

DON MENDO.

Que su favor

no estimo, porque concluya,

lo que una palabra tuya

aunque la engendre el rigor.

DOÑA ANA.

¿Cómo, pues si el labio mueve

mi mediano entendimiento,

helado queda mi aliento

entre palabras de nieve?

DON MENDO.

(Aparte).

(Don Juan le debió de dar

cuenta de nuestra porfía;

mas aquí la industria mía

las suertes ha de trocar;

que si la verdad confieso,

p. 99y que el amor y el poder

temí del Duque, es mujer,

y despertará con eso.)

Vuelve ese rostro en que veo

cifrado el cielo de amor.

DOÑA ANA.

Don Mendo, así está mejor,

quien tiene el cerca tan feo.

DON MENDO.

Ya colijo que don Juan

de Mendoza, mal mirado,

la contienda te ha contado

de la noche de san Juan;

que conozco esas razones

que el necio dijo de ti,

porque yo le defendí

tus divinas perfecciones.

DON JUAN.

(Aparte al Duque).

¡Ah traidor!

DUQUE.

(Aparte a don Juan).

Disimulad.

DON MENDO.

Pero don Juan bien podía

callar, pues que yo quería

perdonar su necedad.

Mas ya que estás de esa suerte

de mí, señora, ofendida,

p. 100porque le dejé la vida

a quien se atrevió a ofenderte,

no me culpes, que el estar

el duque Urbino presente,

pudo de mi furia ardiente

el ímpetu refrenar.

CELIA.

¡Qué embustero!

DOÑA ANA.

¡Qué engañoso!

CELIA.

Mira con quien te casabas.

DON MENDO.

Si por eso me privabas

de ver ese cielo hermoso,

vuelve, que presto por mí

cortada verás la lengua

que en tus gracias puso mengua.

DOÑA ANA.

Pues guárdate tú de ti.

DON MENDO.

¡Yo de mí! ¿Luego yo he sido

quien te ofendió?

DOÑA ANA.

Claro está.

¿Quien sino tú?

p. 101DON MENDO.

¿Cuánto va

que ese falso fementido,

lisonjero universal,

con capa de bien hablado,

por adularte ha contado

que él dijo bien y yo mal?

Mas brevemente verán

esos ojos, dueño hermoso,

castigado al malicioso.

DOÑA ANA.

Para entre los dos, don Juan

es un buen hombre, y si digo

que tiene poco de sabio,

puedo, sin hacerle agravio;

vuestro deudo es, y mi amigo;

mas esto no es murmurar.

DON MENDO.

Eso dije a solas yo

al Duque; que se admiró

de verle vituperar

lo que yo tanto alabé.

DOÑA ANA.

Dilo al revés.

DON MENDO.

Según esto,

quien contigo mal me ha puesto

p. 102el Duque sin duda fue.

¡Aún no ha llegado a la corte,

y ya en enredos se emplea!

¿O piensa que está en su aldea,

para que nada le importe

su grandeza o calidad

al necio rapaz conmigo,

para no darle el castigo?

DUQUE.

(Aparte a don Juan).

¡Ah traidor!

DON JUAN.

(Aparte al Duque).

Dismulad.

DOÑA ANA.

¿Qué sirven falsas excusas,

qué quimeras, qué invenciones,

donde la misma verdad

acusa tu lengua torpe?

¿Hablas tú tan mal de mí

sin que contigo te enojes,

y enójaste con quien pudo

contarme tus sinrazones?

Quien te daña es la verdad

de las culpas que te ponen;

si pecaste, y yo lo supe,

¿qué importa saber de dónde?

Pues nadie me ha referido

lo que hablaste aquella noche;

verdad te digo, o la muerte

p. 103en agraz mis años corte.

Y siendo así, sabes tú

que son las mismas razones

las que aquí me has escuchado,

que las que dijiste entonces.

Y pues las sé, bien te puedes

despedir de mis favores,

y a toda ley hablar bien,

porque las paredes oyen.

(Vase).

Escena IX.

Dichos, menos doña Ana, y después los demás.

DON MENDO.

Vuelve, escucha, dueño hermoso,

lo que mi fe te responde,

y pues oyen las paredes,

oye tú mis tristes voces.

DOÑA LUCRECIA.

Mas que de tristeza mueras.

(Vase).

CELIA.

Mas que eternamente llores.

DUQUE.

¿De dónde pudo doña Ana

saber lo que aquella noche

hablamos?

p. 104DON JUAN.

Yo no lo he dicho.

DUQUE.

Ni yo.

DON JUAN.

Las paredes oyen.

(Vanse).

DON MENDO.

Óyeme tú, Celia, así

tus floridos años logres.

CELIA.

Las que ya llamaste canas,

¿cómo ahora llamas flores?

DON MENDO.

¿Quien te ha dicho tal de mí,

Celia?

CELIA.

Las paredes oyen.

(Vase).

Escena X.

Decoración de calle.

Don Mendo y Leonardo.

DON MENDO.

¿Qué es esto, suerte enemiga?

¡Por tan falsas ocasiones,

tan verdadera mudanza

p. 105en voluntad tan conforme!

¡Que pueda ser quien me ha dado

los más estrechos favores,

a mi acusación de cera,

y a mi descargo de bronce!

¿A mis contrarios escuchas?

¿A malos terceros oyes?

¿A mí el oído me niegas?

¿A mí la cara me escondes?

LEONARDO.

Con la pasión no discurres;

¿posible es que no conoces

que tan extraños efetos

a mayor causa responden?

No por las culpas que dice,

hay mudanza en sus amores;

antes por haber mudanza

aquestas culpas te pone.

Que si el enojo que ves

causaran tus sinrazones,

no tan resuelta negara

los oídos a tus voces;

que a quien obligan ofensas

de quien ama que se enoje,

las satisfacción desea

cuando la culpa propone.

Doña Ana no quiso oírte,

y así me espanta que ignores

p. 106que culpas ha menester,

pues huye satisfacciones;

y el que anda a caza de culpas

intención resuelta esconde,

y pretende dar color

de castigo a sus errores.

DON MENDO.

Bien imaginas.

LEONARDO.

Señor,

ciego estás, pues no conoces

su desamor en su ausencia,

su engaño en sus dilaciones.

Dilató por las novenas

el matrimonio: engañote;

que no hay mujer que al amor

prefiera las devociones.

Con secreto caminaba

a otro fin su trato doble,

y por si no lo alcanzase

entretuvo tus amores.

Ya lo alcanzó, y te despide

sin que en descargo le informes,

que ha menester que tus culpas

su injusta mudanza abonen.

DON MENDO.

Agudamente discurres;

mas por los celestes orbes

p. 107juro que me he de vengar

de su rigor esta noche.

LEONARDO.

Poderoso eres, señor.

DON MENDO.

De allá han salido dos hombres.

LEONARDO.

Cocheros son de doña Ana.

DON MENDO.

La fortuna me socorre.

Escena XI.

Dichos, el Duque y don Juan.

DUQUE.

Ni vi hermosura mayor,

ni tal discreción oí.

DON JUAN.

¿Luego a don Mendo vencí?

DUQUE.

Pregúntaselo a mi amor.

Vive el cielo que estoy loco.

DON JUAN.

(Aparte).

Mi invención es ya dichosa.

p. 108DUQUE.

Será mi esposa.

DON JUAN.

¡Tu esposa!

DUQUE.

Sí.

DON JUAN.

(Aparte).

Ni tanto ni tan poco.

DON MENDO.

Dios os guarde, buena gente.

DUQUE.

¿Quién va allá?

DON MENDO.

Don Mendo soy

de Guzmán.

DUQUE.

(Aparte).

Por darle estoy

el castigo aquí.

DON JUAN.

Detente,

que es de doña Ana esta puerta.

DUQUE.

¿Qué mandáis?

DON MENDO.

Que me digáis,

pues a doña Ana lleváis,

p. 109¿a qué hora se concierta

la partida?

DUQUE.

A media noche.

DON MENDO.

Una cosa habéis de hacer,

que me obligo a agradecer.

DUQUE.

Decidla.

DON MENDO.

Apartar el coche

en que fuere vuestro dueño,

de camino un trecho largo,

haciendo del yerro cargo

a la oscuridad o al sueño.

DUQUE.

¿Para qué fin?

DON MENDO.

Solamente

hablarla pretendo, amigos,

con espacio y sin testigos.

DUQUE.

¿Cosa que algún hecho intente

que nos cueste...?

DON MENDO.

No os dé pena,

p. 110cuando yo os amparo, el miedo;

la obligación en que os quedo

publique aquesta cadena,

que podéis los dos partir.

DUQUE.

No, señor.

DON MENDO.

Esto ha de ser.

(Dale una cadena, y tómala el Duque).

DUQUE.

Una cosa habéis de hacer,

si os habemos de servir.

DON MENDO.

Hablad pues.

DUQUE.

Que a la ocasión

no vais más de dos amigos;

porque cuantos son testigos,

tantos enemigos son.

DON MENDO.

Solos iremos los dos;

de esto la palabra os doy.

DUQUE.

Con eso a serviros voy.

DON MENDO.

Y yo a seguiros.

p. 111DUQUE.

Adiós,

que es hora ya de partir.

DON JUAN.

¿Dónde con tu intento vas?

DUQUE.

Presto, don Juan, lo verás.

(Vanse los dos).

Escena XII.

Don Mendo y Leonardo.

DON MENDO.

Manda luego apercibir,

Leonardo, los dos rocines

de campo, para alcanzar

esta fiera. Hoy he de dar

a esta caza dulces fines.

LEONARDO.

No lo dudes, pues está

tan de tu parte el cochero.

DON MENDO.

Como eso puede el dinero.

LEONARDO.

Contra su dueño será,

si de su favor te ayudas.

p. 112DON MENDO.

El primer cochero ahora

no será que a su señora

haya servido de Judas.

(Vanse).

Escena XIII.

Decoración de campo.

(Cantan dentro:)

UN ARRIERO.

Venta de Viveros,

¡dichoso sitio,

si el ventero es cristiano

y es moro el vino!

¡Sitio dichoso,

si el ventero es cristiano

y el vino es moro!

OTRO.

Con mi albarda y mi burro

no envidio nada,

que son coches de pobres

burros y albardas.

UNA MUJER.

Tan gustosa yo vengo

de ver los toros,

que nunca se me quitan

de entre los ojos.

p. 113TERCERO.

Unos ojos que adoro,

llevo a las ancas;

¿quién ha visto los ojos

a las espaldas?

UN ARRIERO.

(Dentro).

¿Gruñes, o gritas, o cantas?

CUARTO.

Mis males espanto así.

ARRIERO.

¿Somos tus males aquí?,

porque también nos espantas.

CUARTO.

Calla y toma mi consejo,

que no es la miel para ti.

ARRIERO.

¿Fuiste a ver los toros?

CUARTO.

Sí.

ARRIERO.

¿Pues no hay en tu casa espejo?

ARRIERO SEGUNDO.

¡Ah del coche! ¿Dónde bueno?

Del camino se han salido.

p. 114PRIMERO.

O el cochero se ha dormido,

o han de hacer noche al sereno.

SEGUNDO.

¡Ah Faetón de los cocheros,

que te pierdes! Por acá.

PRIMERO.

Por esos trigos se va.

SEGUNDO.

Y tras él dos caballeros.

PRIMERO.

De malas lenguas se quita

quien va al desierto a morar.

SEGUNDO.

No van ellos a rezar,

que por allí no hay ermita.

PRIMERO.

Arre, mula de Mahoma,

ella hace burla de mí;

dale, Francisco.

SEGUNDO.

Echa aquí.

PRIMERO.

Arre, ¿qué diablo te toma?

(Vanse).

DON MENDO.

(Dentro).

Para, cochero.

p. 115DOÑA ANA.

¿Quién es?

DON MENDO.

Don Mendo soy.

DOÑA ANA.

¡Anda!

DON MENDO.

¡Para!

Escena XIV.

Don Mendo, doña Ana, doña Lucrecia y Leonardo.

DOÑA ANA.

¿Quien sino tú se mostrara

conmigo tan descortés?

DON MENDO.

Mi exceso y atrevimiento

disculpo con tu mudanza.

DOÑA ANA.

Llámala justa venganza,

y cuerdo arrepentimiento.

DON MENDO.

¿Quien lo causó?

DOÑA ANA.

Tus traiciones.

p. 116DON MENDO.

¡Ah falsa! ¿Engañarme piensas?

¿Acreditas mis ofensas

por abonar tus acciones?

Pues no lograrás tu intento.

DOÑA ANA.

¿Qué es esto?

(Llega don Mendo a pelear con doña Ana, doña Lucrecia a ayudarla, y Leonardo a tener a doña Lucrecia).

DON MENDO.

Justo castigo

de tu mudanza.

DOÑA ANA.

¿Conmigo

tan grosero atrevimiento?

DOÑA LUCRECIA.

¡Justicia de Dios!

LEONARDO.

¡Teneos!

DOÑA ANA.

¿Hay excesos más extraños?

DON MENDO.

A pesar de tus engaños

he de lograr mis deseos.

p. 117Escena XV.

Dichos, el Duque y don Juan, de cocheros,
que sacan las espadas y dan sobre ellos.

DUQUE.

La venganza nos convida.

DOÑA ANA.

¿Dónde están mis escuderos?

Vendido me han los cocheros.

DUQUE.

Por vos, señora, la vida

vuestros cocheros darán.

DON MENDO.

¿A don Mendo os atrevéis,

viles?

LEONARDO.

Cocheros, ¿qué hacéis?,

que es don Mendo de Guzmán.

A vuestro coche os volved.

DON MENDO.

Furias del infierno son.

DOÑA LUCRECIA.

¡Qué pena!

DOÑA ANA.

¡Qué confusión!

(Retíranse don Mendo y Leonardo, y el Duque y don Juan van tras ellos).

Cocheros, tened, tened.

(Vase).


p. 119

ACTO TERCERO.

Escena primera.

Sala en casa de doña Ana.

Doña Ana, Celia, el Duque y don Juan. (Todos como acabaron el segundo acto).

DOÑA ANA.

¿No advertís lo que habéis hecho?

¿Cómo tan despacio estáis?

DUQUE.

Por nosotros no temáis,

quitad el hermoso pecho;

pues con probar la violencia

que intentó aquel caballero;

en nuestro favor espero,

que tendremos la sentencia.

Y por su reputación

le estará más bien callar;

no penséis que ha de tratar

de tomar satisfacción

por justicia un caballero.

¿No veis lo mal que sonara,

p. 120que herido se confesara

del brazo vil de un cochero

un tan ilustre señor,

dueño de tantos vasallos?

De estos casos el callallos

es el remedio mejor.

DOÑA ANA.

Siéntome tan obligada

de vuestro valor extraño,

que el temor de vuestro daño

toda me tiene turbada.

DUQUE.

No temáis.

DOÑA ANA.

El pecho fiel

el daño está previniendo.

DUQUE.

Quien pudo herir a don Mendo,

podrá defenderse de él.

CELIA.

(A doña Ana al oído).

En hablar tan cortesanos,

tan valientes en obrar,

mucho dan que sospechar

estos cocheros.

DOÑA ANA.

(A Celia al oído).

Las manos

p. 121les mira, que la verdad

nos dirán.

CELIA.

Es gran razón

pagarles la obligación

que tienes a su lealtad,

(Toma las manos al Duque y vuélvese a hablar aparte a doña Ana).

pues por otras manos queda

tu honestidad defendida.

(Aparte las dos).

¡Ay, señora de mi vida!

Blandas son como una seda,

y en llegando cerca, son

sus olores soberanos.

DOÑA ANA.

¿Buen olor y buenas manos?

Clara está la información.

Disimula.

(Don Juan se está escondiendo detrás del Duque).

CELIA.

El otro está

siempre cubierto y callado.

(Va Celia por detrás de todos a coger de cara a don Juan).

Cogerelo descuidado,

pues la aurora alumbra ya,

lo que basta a conocerlo.

p. 122DOÑA ANA.

Amigos, puesto que así

os arriesgasteis por mí,

sin obligación de hacerlo,

de esta casa y de mi hacienda

os valed.

DUQUE.

Los pies os beso,

mas yo no paso por eso,

que no es razón que se entienda

que fue sin obligación

el serviros; pues de un modo

se le pone al mundo todo

vuestra rara perfección.

Porque a quien os llega a ver

dais gloria tan sin medida,

que aunque os pague con la vida,

os queda mucho a deber.

CELIA.

(Aparte a don Juan).

Y vos, ¿sois mudo, cochero?

¿De qué estáis triste? Volved;

alzar el rostro, aprended

ánimo del compañero.

¿El que riñó sin temer,

teme sin reñir ahora?

p. 123DUQUE.

En vano os cansáis, señora,

que es mudo.

CELIA.

Bien puede ser.

(Aparte).

(Mas yo don Juan de Mendoza

pienso que es... Él es, ¿qué dudo?

El triste se finge mudo

por no perder lo que goza

mientras encubierto está.)

¿Quien dirá, señora, que es

el callado?

DOÑA ANA.

Dilo pues.

CELIA.

¿Quién piensas tú que será?

DOÑA ANA.

No lo sé.

CELIA.

¿Quién puede ser

quien, siendo gran caballero,

quisiese ser tu cochero,

solo por poderte ver?

¿Quién el que con tal valor,

en un lance tan estrecho,

pusiese a la espada el pecho

por asegurar tu honor?

p. 124¿Quién, el que en pensar se goza

por tu amor y tu desdén,

sigue enamorado? ¿Quién,

sino don Juan de Mendoza?

DOÑA ANA.

Bien dices, solo él haría

finezas tan extremadas.

CELIA.

Bien merecen ser premiadas.

DOÑA ANA.

Que no las pierde, confía.

DUQUE.

El sol sale, porque vos,

que sol al mundo habéis sido

en tanto que él ha dormido,

reposéis ahora; adiós.

Y así los cielos, que os dan

belleza, os den larga vida,

que no os inquiete la herida

de don Mendo de Guzmán.

(Vase).

Escena II.

Dichos, menos el Duque.

DOÑA ANA.

Tras la ofensa que ha intentado,

no hay por qué inquietarme pueda,

p. 125que ni aun la ceniza queda

en mí del amor pasado.

Detén a don Juan, que quiero

hablarle.

CELIA.

A servirte voy.

DOÑA ANA.

Y mientras con él estoy,

entretén al compañero.

CELIA.

Señor cochero fingido,

mi dueño os llama, esperad.

DON JUAN.

Hum...

CELIA.

No hay «Hum», volved y hablad,

que ya os hemos conocido.

(Vase).

Escena III.

Doña Ana y don Juan.

DON JUAN.

¡Eso debo a mi ventura!

DOÑA ANA.

¿Qué es esto, don Juan?

p. 126DON JUAN.

Amor.

DOÑA ANA.

Locura, dirás mejor.

DON JUAN.

¿Cuándo amor no fue locura?

DOÑA ANA.

Sí; mas los fines ignoro

de estos disfraces que veo.

DON JUAN.

Así miro a quien deseo,

así sirvo a quien adoro.

DOÑA ANA.

No; traidoras intenciones

encubren estos disfraces.

DON JUAN.

Falsas conjeturas haces,

por negar obligaciones.

DOÑA ANA.

El probarte lo que digo

no es difícil.

DON JUAN.

Ya lo espero.

DOÑA ANA.

¿Quién es ese caballero

p. 127y a qué fin viene contigo?

Traer quien me diga amores,

y escucharlos escondido,

¿podrás decir que no ha sido

con pensamientos traidores?

DON JUAN.

¡Cuán lejos del blanco das,

pues si traidores los llamas,

la mayor fineza infamas

que ha hecho el amor jamás!

DOÑA ANA.

Dila pues, que a agradecella,

si no a pagalla, me obligo.

DON JUAN.

Por obedecer la digo,

no por obligar con ella.

Como mi mucha afición

y poco merecimiento

engendró en mi pensamiento

justa desesperación,

vino amor a dar un medio

en desventura tan fiera,

que a mi mal consuelo fuera,

ya que no fuera remedio:

y fue que te alcance quien

te merezca; tu bien quiero,

que el efecto verdadero

es este de querer bien.

A este fin, tus partes bellas

p. 128al duque Urbino conté,

si contar posible fue

en el cielo las estrellas;

él, de tu fama movido,

de tu recato obligado,

este disfraz ha ordenado

con que te ha visto y oído.

Y ojalá que conociendo

tu sujeto soberano,

dé, con pretender tu mano,

efecto a lo que pretendo;

que yo, con verte en estado

igual al merecimiento,

al fin quedaré contento,

ya que no quede pagado.

Esta ha sido mi intención,

y si escuchaba escondido,

fue porque el ser conocido

no estorbase la invención.

Que juzgues ahora quiero,

si he merecido o pecado,

pues de puro enamorado

vengo a servir de tercero.

DOÑA ANA.

Tu voluntad agradezco,

pero condeno tu engaño,

que presumes por mi daño

más de mí que yo merezco.

p. 129Porque no es a la excelencia

del Duque igual mi valor;

que no engaña el propio amor

donde hay tanta diferencia.

Fue mi padre un caballero

ilustre, mas yo imagino

que pensara honrarle Urbino

si lo hiciera su escudero.

Y así, a tan locos intentos

tus lisonjas no me incitan,

que afrentosos precipitan

los soberbios pensamientos.

DON JUAN.

Mucho, señora, te ofendes,

porque sin tu calidad,

digna es por sí tu beldad

de más bien que en esto emprendes.

No te merece gozar

el Duque, ni el Rey, ni...

DOÑA ANA.

Tente;

la fiebre de amor ardiente

te obliga a desatinar.

Tu amoroso pensamiento

encarece mi valor;

diérasle al Duque tu amor,

que yo le diera tu intento.

p. 130DON JUAN.

¿Quien podrá quererte menos,

en viendo tu perfección?

DOÑA ANA.

Al fin, por tu corazón

quieres juzgar los ajenos;

y es engaño conocido,

que si el tuyo por mí muere,

no con una flecha hiere

todos los pechos Cupido;

y aunque el Duque tenga amor,

galán querrá ser, don Juan,

y honra más que un rey galán,

un marido labrador;

y aunque en el Duque es forzosa

la ventaja que le doy,

grande para dama soy

si pequeña para esposa.

DON JUAN.

Nadie con tal pensamiento

ofende tu calidad.

DOÑA ANA.

De mi consejo, dejad

de terciar en ese intento;

porque mayor esperanza

puede al fin tener de mí,

quien pretende para sí,

que quien para otro alcanza.

(Vase).

p. 131Escena IV.

Don Juan, y después Beltrán.

DON JUAN.

¿Posible es que tal favor

merecieron mis oídos?

¡Dichosos males sufridos!

¡Dulces victorias de amor!

Que tendrá más esperanza,

dijo, si bien lo entendí,

quien pretende para sí,

que quien para otro alcanza.

Que la pretenda mi amor

me aconseja claramente,

y la mujer que consiente

ser amada, hace favor.

BELTRÁN.

Mira que el Duque te espera,

y no el padre de Faetón,

que a publicar tu intención,

apresura su carrera.

DON JUAN.

En cas de mi amada bella

son los años puntos breves.

BELTRÁN.

En la taberna no bebes,

pero te huelgas en ella.

p. 132DON JUAN.

Bien lo entiendes.

BELTRÁN.

Alegría

vierten tus ojos, señor.

DON JUAN.

Hacen fiestas a un favor.

BELTRÁN.

Mucho alcanza la porfía.

Escena V.

Dichos y Celia.

DON JUAN.

Celia, amiga, Dios te guarde.

CELIA.

Y te dé el bien que deseas.

DON JUAN.

Como de mi parte seas,

no hay ventura que no aguarde.

CELIA.

Si en mi mano hubiera sido,

tu dicha fuera la mía;

mas, don Juan, sirve y porfía,

que no va tu amor perdido.

(Vase don Juan).

p. 133Escena VI.

Celia y Beltrán.

BELTRÁN.

¿Y a mí me aprovecharía

el servir como a mi amo?

CELIA.

¿Pues amas también?

BELTRÁN.

Yo amo

por solo hacer compañía.

Escena VII.

Dichos y doña Ana.

DOÑA ANA.

Celia está con el criado

de don Juan, y no sosiego

hasta hablarle; ya está el fuego

en mi pecho declarado.

CELIA.

Mi señora.

BELTRÁN.

Voyme.

p. 134DOÑA ANA.

Hidalgo,

volved. ¿Quién sois?

BELTRÁN.

Soy Beltrán,

un criado de don Juan

de Mendoza.

DOÑA ANA.

¿Queréis algo?

BELTRÁN.

Servirte solo quisiera;

aquí a Celia le decía

que amo por compañía.

DOÑA ANA.

No es conclusión verdadera.

¿Satirizas?

BELTRÁN.

No conviene,

que eso puede solo hacer,

quien no tiene que perder,

o que le digan no tiene.

Pero yo, ¿cómo querías

que predique, sin ser santo?

¿Qué faltas diré, si hay tanto

que remediar en las mías?

DOÑA ANA.

Tu gusto desacreditas

p. 135con esa cuerda intención,

porque a la conversación

la mejor salsa le quitas.

BELTRÁN.

Si ella es salsa, es muy costosa,

señora; que bien mirado,

ni hay más inútil pecado,

ni salsa más peligrosa.

Después que uno ha dicho mal,

¿saca de hacerlo algún bien?

Los que le escuchan más bien,

esos lo quieren más mal;

que cada cual entre sí

dice, oyendo al maldiciente:

«Este, cuando yo me ausente,

lo mismo dirá de mí».

Pues si aquel de quien murmura

lo sabe, que es fácil cosa,

¿qué mesa tiene gustosa?,

¿qué cama tiene segura?

Viciosos hay de mil modos,

que no aborrecen la gente,

y solo del maldiciente

huyen con cuidado todos.

Del malo más pertinaz

lastima la desventura,

solamente al que murmura

lleva el diablo en haz y en paz.

p. 136En la corte hay un señor,

que muchas veces oí

(Aparte),

(esto encaja bien aquí

para quitarle el amor),

que está malquisto de modo,

por vicioso en murmurar,

que si lo vieran quemar

diera leña el pueblo todo.

¿No conoces a don Mendo

de Guzmán?

DOÑA ANA.

Beltrán, detente.

El vicio del maldiciente

has estado maldiciendo,

¿y con tal desenvoltura

de don Mendo has murmurado?

BELTRÁN.

Pienso que es exceptuado

murmurar del que murmura;

dicen que el que hurta al ladrón

gana perdones, señora.

DOÑA ANA.

Dicen mal. Vete en buen hora.

BELTRÁN.

Da a mi ignorancia perdón,

si acaso te he disgustado.

(Aparte).

(Mal disimula quien ama.)

(Vase).

p. 137Escena VIII.

Doña Ana y Celia.

CELIA.

Apagado se ha la llama,

mas mucha brasa ha quedado

pues su ofensa te ofendió.

Sin duda que en tu memoria

ha borrado amor la historia

que esta noche te pasó.

DOÑA ANA.

Celia, ten; cierra los labios,

mira que mi honor ofendes,

cuando de mi pecho entiendes

que olvida así sus agravios.

No los males he olvidado,

que ha dicho de mí don Mendo;

la infame hazaña estoy viendo

que hoy en el campo ha intentado,

en que claramente veo,

pues tan poco me estimaba,

que engañoso procuraba

solo cumplir su deseo.

Conque ya en mi pensamiento

no solo el fuego apagué,

pero cuanto el amor fue

es el aborrecimiento.

Mas esto no da licencia

p. 138para que un bajo criado

de hombre tan calificado

hable mal en mi presencia;

que no por la enemistad

que entre dos nobles empieza,

pierden ellos la nobleza,

ni el villano la humildad.

Esto, Celia, me ha obligado

a indignarme con Beltrán,

que no porque ya don Juan

no esté solo en mi cuidado.

CELIA.

¿Al fin su fe te ha vencido?

DOÑA ANA.

Con lo que anoche pasó,

cuanto don Mendo bajó,

él en mi rueda ha subido.

CELIA.

¿Declarástele tu amor?

DOÑA ANA.

¿Tan liviana me has hallado?

¿No basta haberle mostrado

resplandores de favor?

CELIA.

¡Liviana dices, después

de dos años que por ti

ha andado fuera de sí!

p. 139Bien parece que no ves

lo que en las comedias hacen

las infantas de León.

DOÑA ANA.

¿Cómo?

CELIA.

Con tal condición

o con tal desdicha nacen,

que en viendo un hombre, al momento

le ruegan, y mudan traje,

y sirviéndole de paje,

van con las piernas al viento.

Pues tú, que obligada estás

de tanto tiempo y fe tanta,

si bien señora, no infanta,

honestamente podrás

decirle tu voluntad

con prevenciones discretas,

sin temer que a los poetas

les parezca impropiedad.

DOÑA ANA.

¿Poco a poco no es mejor?

CELIA.

¿Tú quiéreslo?

DOÑA ANA.

Celia, sí.

p. 140CELIA.

¿Sabes que él muere por ti?

DOÑA ANA.

Bien cierta estoy de su amor.

CELIA.

Pues cuando de esa verdad

hay certidumbre, yo hallo

más crueldad con dilatallo,

que en decillo liviandad;

que el tiempo sirve de dar

del amor información,

y es necia la dilación,

si no queda que probar.

DOÑA ANA.

El sujetarme es forzoso,

Celia, a tu agudeza extraña.

CELIA.

Es verdad que es poca hazaña

persuadir a un deseoso.

(Vanse).

Escena IX.

Sala en casa de don Mendo.

Don Mendo con banda, sin espada, y el Conde.

DON MENDO.

Mis cocheros me han vendido,

dijo mi enemiga apenas,

p. 141cuando en espadas y dagas

truecan azotes y riendas,

y como animosos, mudos,

indicio de su fiereza,

que da el valor a los pechos

lo que les quita las lenguas,

embistieron dos a dos

con tal ímpetu y violencia,

que pensé, viendo el exceso

de su valor y sus fuerzas,

que transformado en cochero,

Jove, por mi ingrata bella

vibraba rayos ardientes

para vengar sus ofensas;

porque sus valientes golpes

eran tantos, que no suenan

en la fragua de Vulcano

los martillos tan apriesa.

Al fin, primo, (que a vos solo

puedo confesar mi afrenta),

la espada de un hombre humilde

pudo herirme en la cabeza;

y tanta sangre corría,

con ser la herida pequeña,

que cegándome los ojos

puso fin a la pendencia.

Volví a curarme a Alcalá,

que estaba a cuarto de legua,

más con rabia de la causa,

p. 142que del efecto con pena.

Esto ha podido en doña Ana

una mal fundada queja,

y este es el premio que traigo

de celebrarla en las fiestas.

CONDE.

¡Hay suceso más extraño!

¿Y habéis sabido quién eran

cocheros tan valerosos?

DON MENDO.

Como se va con cautela

procurando, por mi honor,

que el suceso no se sepa,

no es averiguarlo fácil;

mas yo tengo una sospecha,

que siempre estas viudas mozas,

hipócritas y santeras,

tienen galanes humildes,

para que nadie lo entienda.

Tal valor en un cochero

los celos no más lo engendran,

que nunca así por leales

los hombres bajos se arriesgan.

Esto se viene rodado,

que si no, no lo dijera,

que ya sabéis que no suelo

meterme en vidas ajenas.

p. 143CONDE.

(Aparte).

(¡Así tengas la salud!)

No vengo en esa sospecha.

El enojo os precipita

contra tan honradas prendas;

y no es justo hablar así

de quien puede ser que sea

vuestra esposa.

DON MENDO.

Ya he perdido

la esperanza y la paciencia.

CONDE.

¿Tan presto?

DON MENDO.

Volverme quiero

a mi constante Lucrecia.

CONDE.

(Aparte).

(¡Malas nuevas te dé Dios!)

Indicios dais de flaqueza.

Si doña Ana está engañada,

procurad satisfacerla.

DON MENDO.

Niega a mi voz los oídos.

CONDE.

Entrad y habladle por fuerza,

porque quien el dueño ha sido,

siempre tiene esa licencia

p. 144mientras no se satisface

de que es la mudanza cierta.

Quizá enojada os castiga,

y no os despide resuelta;

o decid vuestras disculpas

en un papel.

DON MENDO.

Yo lo hiciera

si hubiera de recibirlo.

CONDE.

Yo me obligo a que lo lea.

DON MENDO.

¿Cómo?

CONDE.

Dádmelo, que yo

lo pondré en sus manos mesmas.

DON MENDO.

Al punto voy a escribirlo.

(Vase).

Escena X.

El Conde.

CONDE.

(Aparte).

Y yo a pedir a Lucrecia

que me cumpla su palabra,

pues ha visto sus ofensas;

que pues con doña Ana vino

p. 145de Alcalá en un coche, es fuerza

que viera lo que ha contado,

y su desengaño viera;

y este papel ha de ver,

para que negar no pueda;

que modo habrá de excusarme,

cuando don Mendo lo sepa

y consiga yo mi intento,

suceda lo que suceda;

que no mira inconvenientes

el que ciega amor de veras.

(Vase).

Escena XI.

Don Juan y Beltrán.

BELTRÁN.

¿Qué, llegó el tiempo?

DON JUAN.

Llegó

el fin de las ansias mías.

BELTRÁN.

¡Gracias a Dios, que en mis días

un milagro sucedió!

¿Que a doña Ana le das pena?

¿Que olvida al Guzmán Narciso?

p. 146Este es el tiempo que quiso

ver el Marqués de Villena.

Es verdad que de cada año

lo mismo decir he oído;

pero viene aquí nacido

con suceso tan extraño.

¿Que te quiere bien?

DON JUAN.

Sin duda.

Ya lo dijo claramente,

y un ángel, Beltrán, no miente.

BELTRÁN.

Todo, en efecto, se muda,

pues algún tiempo averiguo,

que fue ya la calva hermosa:

jamás el tiempo reposa.

¿No dice un romance antiguo:

«Por mayo era por mayo,

cuando los grandes calores,

cuando los enamorados

a sus damas llevan flores?».

Pues ves aquí se ha pasado

a septiembre ya el calor;

pero sospecho, señor,

que tú también te has mudado.

¿De qué tal melancolía

te ha cargado en un instante?

Tahúr parece el amante,

p. 147pues no dura su alegría.

Pero advierte que es flaqueza.

DON JUAN.

Déjame con mi aflicción.

BELTRÁN.

¿Ello importa a la invención,

señor? Pues va de tristeza.

DON JUAN.

Beltrán, la mudanza mía,

en mudarse todo está,

que también se mudará

la causa de mi alegría.

Que adora así su beldad

el duque Urbino, que creo

que, por lograr su deseo,

perderá la libertad.

BELTRÁN.

¿Que se case temes?

DON JUAN.

Sí.

BELTRÁN.

Pues si tu querida alcanza

de vista aquesa esperanza,

bien pueden doblar por ti;

que por llamarse excelencia,

¿qué no hará una mujer?

p. 148DON JUAN.

Eso me obliga a perder

la esperanza y la paciencia.

BELTRÁN.

Pues el remedio, señor.

DON JUAN.

Dilo tú, si alguno ves.

BELTRÁN.

Si él ama así, no lo es

el declararle tu amor.

Mas pues que tu amada bella

contigo está declarada,

antes que él la persuada,

cásate, señor, con ella.

DON JUAN.

¿Cómo la podré obligar

tan brevemente?

BELTRÁN.

Fingiendo

que la herida de don Mendo

se ha sabido en el lugar,

y con esto el vulgo toca

en la opinión de doña Ana,

que tengo por cosa llana,

que por taparle la boca,

si se ha de determinar

p. 149tarde, que quiera temprano

darte de esposa la mano;

con esto puedes mostrar

un desconfiado pecho

con recelos de su fe,

porque la mano te dé

para verte satisfecho.

Que pues dice claramente

que te quiere, y tú la quieres,

o ha de hacer lo que quisieres,

o ha de confesar que miente.

DON JUAN.

Al jardín irá esta tarde,

allí la tengo de ver,

y seguir tu parecer.

BELTRÁN.

Nunca ha vencido el cobarde.

El Duque es este.

Escena XII.

Dichos, el Duque y Fabio.

DON JUAN.

¿Señor?

DUQUE.

Don Juan, amigo, yo muero.

p. 150DON JUAN.

¿Cómo?

DUQUE.

En un combate fiero

de celos, desdén y amor.

Al ingrato como bello

ángel que adoro, escribí

hoy un papel.

DON JUAN.

(Aparte).

¡Ay de mí!

DUQUE.

Y no ha querido leello.

DON JUAN.

(Aparte).

(El alma al cuerpo me ha vuelto.)

¿Pues cómo tanto rigor?

DUQUE.

Nacido es de ajeno amor

un disfavor tan resuelto.

DON JUAN.

Yo a ser amada atribuyo

el mostrarse tan ingrata.

DUQUE.

Cuando el efecto me mata,

p. 151sobre la causa no arguyo.

Lo que es cierto, es que yo muero;

vos, don Juan, me aconsejad.

DON JUAN.

De tan resuelta crueldad

la mudanza desespero.

Dejarlo es mi parecer,

antes que crezca el amor.

DUQUE.

Ya no puede ser mayor.

DON JUAN.

Pues amad y padeced.

Escena XIII.

Dichos y Marcelo, criado del Duque.

MARCELO.

¿Puedo hablarte?

DUQUE.

Sí, Marcelo.

MARCELO.

Dame albricias.

p. 152DUQUE.

Tu tardanza

me mata.

MARCELO.

Ya tu esperanza

ha hallado puerta en tu cielo.

Hoy va tu dueño crüel

al jardín, y un escudero

(que esto ha podido el dinero)

quiere darte entrada en él.

DUQUE.

Abrázame.

BELTRÁN.

¡Qué doblones!

DUQUE.

¿No iréis conmigo, don Juan?

DON JUAN.

Señor, los que solos van

gozan bien las ocasiones.

DUQUE.

Bien decís; vedme después

que se esconda el sol dorado,

sabréis lo que me ha pasado.

(Vase).

p. 153DON JUAN.

¡Mal haya el vil interés,

por quién ni honor ni opinión

podemos asegurar!

BELTRÁN.

Lo que importa es madrugar

y hurtarle la bendición.

(Vanse).

Escena XIV.

Decoración de jardín.

El Conde y doña Lucrecia.

CONDE.

¿Negarás, señora mía,

la palabra que me diste?

DOÑA LUCRECIA.

Yo no la niego.

CONDE.

¿Y que viste,

cuando doña Ana venía

de Alcalá, tu desengaño?

DOÑA LUCRECIA.

Eso tampoco te niego;

p. 154mas aunque se apagó el fuego

quedan reliquias del daño.

CONDE.

Pues porque arrojes del pecho

las cenizas que han quedado,

mira el papel que me ha dado

don Mendo, de amor deshecho,

para aplacar el rigor

de doña Ana de Contreras.

Si más agravios esperas,

será bajeza y no amor.

(Dale un papel y lee Lucrecia).

DOÑA LUCRECIA.

«El que sin oír condena,

oyendo ha de condenar;

y esto me obliga a pensar

que es sin remedio mi pena.

Ya que el cielo así lo ordena,

dadme solo un rato oído,

que si culpado lo pido,

para más pena ha de ser,

si no que os dañe saber

que jamás os he ofendido».

CONDE.

¿Conoces la letra?

p. 155DOÑA LUCRECIA.

Sí.

CONDE.

¿Ves tu engaño?

DOÑA LUCRECIA.

Ya lo veo,

Conde, y pagarte deseo

lo que padeces por mí;

que demás de que premiarte

es justo tan firme fe,

gusto a mi padre daré,

que es en esto de tu parte.

Hazme gusto de esconderte

por el jardín, no te vea

mi prima.

CONDE.

El alma desea

por gloria el obedecerte.

(Vase).

Escena XV.

Doña Lucrecia, doña Ana y Celia.

CELIA.

¿Que de esa manera estás?

p. 156DOÑA ANA.

Después que estoy declarada,

cuanto más resistí helada,

tanto voy ardiendo más.

¡Quién detrás de este arrayán

súbitamente lo hallara!

CELIA.

¡Ay, Celia, y qué mala cara,

y mal talle de don Juan!

¿Ves lo que en un hombre vale

el buen trato y condición?

DOÑA ANA.

Tanto, que ya en mi opinión

no hay Narciso que le iguale.

Prima, ¿qué es eso que lees?

DOÑA LUCRECIA.

Un billete de don Mendo,

y mostrártelo pretendo,

por si sus promesas crees.

DOÑA ANA.

Ni le escucho, ni le creo,

bien puedes vivir segura.

DOÑA LUCRECIA.

(Da el papel a doña Ana, y ella se pone a leerlo).

¡No le dé Dios más ventura,

p. 157de la que yo le deseo!

Solo pretendo que dél

entiendas lo que te quiere.

(Aparte).

Harele el mal que pudiere

pues da ocasión el papel.

Escena XVI.

Dichos y don Juan.

CELIA.

Llega atrevido y dichoso.

(Don Juan que se llega por un lado a doña Ana).

DON JUAN.

(Aparte).

(Un papel está leyendo,

y la letra es de don Mendo.)

¿Tendrá licencia un celoso,

a quien tu dueño has llamado

para ver ese papel?

DOÑA ANA.

Don Juan, si ha nacido dél

ese celoso cuidado,

pide licencia primero

a mi prima, y lo verás.

DON JUAN.

¿Luego licencia me das

de decirle que te quiero?

p. 158DOÑA ANA.

Sí, que este es lance forzoso,

puesto que el alma te adora.

DON JUAN.

Dadme licencia, señora,

por amante, o por celoso,

para ver este papel.

DOÑA LUCRECIA.

Mi gusto en doña Ana vive.

DOÑA ANA.

Ahora sabe que escribe

don Mendo a Lucrecia en él.

DON JUAN.

¿Don Mendo a Lucrecia?

DOÑA ANA.

Sí;

decirlo puede mi prima.

DON JUAN.

Si tanto tu gusto estima,

más que eso dirá por ti.

Pero aquí el mismo papel

es bien que el testigo sea.

p. 159DOÑA LUCRECIA.

Satisfacerme desea,

y audiencia me pide en él.

(Toma don Juan el papel y lee).

DON JUAN.

«El que sin oír condena,

oyendo ha de condenar,

y esto me obliga a pensar,

que es sin remedio mi pena:

ya que el cielo así lo ordena

dadme solo un rato oído,

que si culpado lo pido,

para más pena ha de ser,

sino que os dañe saber

que jamás os he ofendido».

(Prosigue don Juan).

Doña Ana, ¿qué te ha obligado

a pretenderme a engañar?

¿Qué te puedo yo importar

no querido y engañado?

A ti vienen dirigidas

las razones que he leído,

que sobre lo sucedido

son palabras conocidas.

DOÑA ANA.

Cuando a mí venga el papel,

¿da gracia de algún favor,

o quejas de mi rigor?

Luego te obligo con él.

p. 160DON JUAN.

Mejor modo de obligar

fuera no haberlo leído,

que quien escucha ofendido,

no huye de perdonar.

¿Ajeno papel recibes

cuando mía te has nombrado?

O poco me has estimado,

o livianamente vives.

De donde he ya conocido

que vivir me está más bien

desdichado en tu desdén

que en tu favor ofendido.

Yo me iré, donde jamás

pueda otra vez engañarme

tu favor.

DOÑA ANA.

¿Quieres matarme,

señor?

DON JUAN.

Suelta.

DOÑA ANA.

No te irás

sin oírme. Prima mía,

ayúdamele a tener.

DON JUAN.

Soltad.

p. 161DOÑA LUCRECIA.

Ya es esto perder

la debida cortesía.

CELIA.

Don Mendo está en el jardín.

DOÑA ANA.

¿Don Mendo?

CELIA.

Por fuerza ha entrado.

DOÑA ANA.

A coyuntura ha llegado

que daré a tus celos fin.

Los dos tras ese arrayán

os entrad, donde escondidos

los ojos y los oídos

satisfacción os darán.

DON JUAN.

Sola tu mano ha de ser

quien me tenga satisfecho.

DOÑA ANA.

Señor eres ya del pecho;

poco te queda que hacer.

(Escóndense don Juan y doña Lucrecia).

p. 162Escena XVII.

Dichos y don Mendo.

DON MENDO.

Ni quiero que me perdones,

ni volver quiero a tu gracia,

y si tal pidiere, cierra

el oído a mis palabras.

Mis descargos solamente

quiero que escuches, doña Ana,

por volver por mi opinión,

no por culpar tu mudanza.

Si al duque Urbino de ti

dije una noche mil faltas,

fue temor de que en su pecho

engendrase amor tu fama;

porque don Juan de Mendoza

contaba tus alabanzas,

y a la pólvora de un mozo

la menor centella basta.

A tu prima le escribí

mil agravios por tu causa,

desengañando su amor

y encareciendo tus gracias.

Si ella te ha dicho otra cosa,

presto verás que te engaña,

que el traslado traigo aquí;

oye sus mismas palabras:

p. 163(Lee):

«Tu sentimiento encareces

sin escuchar mis disculpas:

cuanto sin razón me culpas,

tanto con razón padeces.

Verás cómo la pasión

si miras lo que mereces,

te obliga a que sin razón

agravies en tu locura,

con las dudas, la hermosura,

con los celos, la elección.

Lucrecia, de ti a doña Ana

ventaja hay más conocida

que de la muerte a la vida,

de la noche a la mañana.

¿Quién a la hermosa Diana

trocará por una estrella?

Deja la injusta querella,

desengaña tus enojos,

que tengo una alma y dos ojos

para escoger la más bella».

(Prosigue).

Mira si más claramente,

pude yo desengañarla;

si ella lo entendió al revés,

en mí no estuvo la falta.

Que quise en el campo usar

de fuerza, dirás. ¡Ah, ingrata!

Como a esposa lo intenté,

si te ofendí como a extraña;

y delinquir en el campo

p. 164no fue mucho, si llevaba

anticipado el castigo

con mil flechas en el alma.

Tus quejas y mis disculpas

estas son, la furia amansa,

huya de tu hermoso cielo

la nube de mi desgracia;

que el cielo, el aire, la tierra

son testigos de mis ansias;

no hay quien dude mis verdades

sino tú, que eres la causa.

Esta es mi mano de esposo,

y con disculpa tan clara,

o no niegues mi firmeza,

o confiesa tu mudanza.

DOÑA LUCRECIA.

Aquí se casan sin duda.

DON JUAN.

Aquí sin duda se casan.

¿Saldré, Celia?

CELIA.

No la enojes,

cuando te importa obligalla.

p. 165Escena XVIII.

Dichos, el Duque con un escudero, y quédanse al paño.

ESCUDERO.

De aquí podéis aguardar

a que don Mendo se vaya.

DOÑA ANA.

Don Mendo, yo te confieso

que tu descargo es muy llano,

y que con darme la mano,

puede cerrarse el proceso;

pero tu intento no tiene

remedio: ya me has perdido,

y resuelto el ofendido,

tarde la disculpa viene.

Digo que fue la intención

con que hablaste mal de mí

al Duque, querer así

librarme de su afición;

mas fue público el hablar,

la intención oculta fue,

si por lo escrito juzgué,

no te me puedes quejar;

y ahora te desengaña

de cuán malo es hablar mal,

pues con ser la causa tal,

y el fin tan bueno, te daña.

p. 166Por el mal medio condeno

el buen fin; todo lo igualo,

en que verás que lo malo

aun para buen fin no es bueno.

Tu lengua te condenó

sin remedio a mi desdén;

a toda ley, hablar bien,

que a nadie jamás dañó.

Con esto si eres discreto,

mudar intento podrás.

DON MENDO.

¿Resuelta, en efecto, estás?

DOÑA ANA.

Resuelta estoy en efeto.

DON MENDO.

Mira lo que dices.

DOÑA ANA.

Digo

que es vana tu presunción,

porque esta, resolución

es, don Mendo, no castigo.

DON MENDO.

Ya lo que dice de ti

la fama creer es justo,

que informa de tu mal gusto

p. 167el aborrecerme a mí.

Del cochero que me hirió

se habla mal, y mal sospecho,

que tal brío en bajo pecho

de tus favores nació.

DOÑA ANA.

Tente, no me digas más,

yo estorbaré mis afrentas:

por donde obligarme intentas

del todo me perderás.

El cochero que te hirió,

don Mendo, mostrarte quiero.

Bien podéis salir, cochero.

(Salen al teatro, y empuñan todos las espadas).

DON JUAN.

Yo soy el cochero.

DUQUE.

Y yo.

DOÑA ANA.

Caballeros, deteneos,

que a mí ese daño me hacéis.

DUQUE.

Basta que vos lo mandéis.

DON JUAN.

Serviros son mis deseos.

p. 168DOÑA ANA.

Estos los cocheros son,

por quien mi opinión se infama;

y por quitar a la fama

de mi afrenta la ocasión,

le doy la mano de esposa

a don Juan.

(Danse las manos).

DON JUAN.

Y yo os la doy.

CELIA.

¡Buena pascua!

BELTRÁN.

¡Loco estoy!

DUQUE.

Vuestra amistad engañosa

castigaré.

(Empuña el Duque contra don Juan).

DON JUAN.

Deteneos,

que yo nunca os engañé;

recato y no engaño fue

encubriros mis deseos;

que si os queréis acordar,

solo os tercié para verla,

p. 169y en empezando a quererla,

os dejé de acompañar.

DOÑA ANA.

Y en fin, si bien lo miráis,

el dueño fui de mi mano,

y sobre mi gusto en vano

sin mi gusto disputáis.

A don Juan la mano di,

porque me obligó diciendo

bien de mí, lo que don Mendo

perdió, hablando mal de mí.

Este es mi gusto, si bien

misterio del cielo ha sido,

con que mostrar ha querido

cuanto vale el hablar bien.

DON MENDO.

Antes sospecho que fue

pena del loco rigor,

con que por ti el firme amor

de tu prima desprecié;

mas con llorar mi mudanza

y gozar su mano bella

estorbaré su querella,

y mi engaño, y tu venganza.

DOÑA LUCRECIA.

¿Quién os dijo que sustenta

p. 170hasta ahora el alma mía

vuestra memoria?

BELTRÁN.

Él hacía

sin la huéspeda la cuenta.

DOÑA LUCRECIA.

Vos hablasteis, pretendiendo

a doña Ana, mal de mí.

DON MENDO.

¡Yo a doña Ana mal de ti!

DOÑA LUCRECIA.

Las paredes oyen, Mendo.

Mas puesto que en vos es tal

la imprudencia, que queréis

ser mi esposo, cuando habéis

hablado de mí tan mal,

yo no pienso ser tan necia,

que esposa pretenda ser,

de quien quiere por mujer

a la misma que desprecia;

y porque con la esperanza

el castigo no aliviéis,

lo que por falso perdéis,

el Conde por firme alcanza.

Vuestra soy.

(Da la mano al Conde).

p. 171DON MENDO.

¡Todo lo pierdo!

¿Para qué quiero la vida?

CONDE.

Júzgala también perdida,

si en hablar no eres más cuerdo.

BELTRÁN.

Y pues este ejemplo ven,

suplico a vuesas mercedes

miren que OYEN LAS PAREDES;

y a toda ley, hablar bien.

F I N.