The Project Gutenberg eBook of Obras dramáticas de Eurípides (3 de 3)
    
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Title: Obras dramáticas de Eurípides (3 de 3)

Author: Euripides

Translator: Eduardo de Mier

Release date: April 2, 2025 [eBook #75775]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: Librería de los sucesores de Hernando, 1909

Credits: Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Floridablanca / Fondo antiguo de la Universidad de Murcia.)


*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (3 DE 3) ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * También se han modernizado los nombres propios de personas
    y lugares, y los gentilicios.

  * Los nombres de los dioses y héroes no aparecen con la denominación
    latina, utilizada por el traductor, sino con la griega, como hizo el
    autor. Es decir, Venus y Hércules aparecen como Afrodita y Heracles.

  * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final
    del libro.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.




OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES




  BIBLIOTECA CLÁSICA
  TOMO CCXXV

  OBRAS DRAMÁTICAS
  DE
  EURÍPIDES

  VERTIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO AL CASTELLANO
  POR
  EDUARDO MIER Y BARBERY
  Traductor del alemán de las obras dramáticas de Schiller
  de la «Biblioteca Clásica».


  Grajis ingenium, Grajis dedit ore
  rotundo Musa loqui.

  HORAC., _Epist. ad Pis._


  TOMO III


  MADRID
  LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO
  Calle del Arenal, núm. 11.
  —
  1910




ES PROPIEDAD


MADRID. — Imp. de los Suc. de Hernando, Quintana, 33.




ION


ARGUMENTO

Enamorado Apolo de Creúsa, hija de Erecteo, rey de Atenas, logró a la
fuerza la satisfacción de su deseo arrastrándola a la gruta de Macra,
sita en la Acrópolis, en donde después dio a luz el fruto de esta
unión, exponiéndolo allí mismo con ciertas señales para ocultar su
deshonra; Apolo rogó entonces a Hermes que lo llevase a su templo de
Delfos, en donde lo adoptó la Pitia, criándolo como si fuera suyo y
destinandolo más tarde al servicio del dios, cuyos tesoros guardaba.

Creúsa, mientras tanto, se había desposado con Juto, hijo de Helén,
famoso guerrero auxiliar de los atenienses, con quienes venció a los
calcodóntidas de la Eubea, recibiendo, en premio la mano de aquella;
mas como no tuviesen hijos que heredaran su cetro y sus riquezas,
fueron a Delfos a consultar el oráculo y a rogar a Apolo que se los
concediese. El dios respondió a Juto que reconociera como tal al
primero que encontrare al salir del templo; y siendo el primero el
hijo adoptivo de la Pitia, que lo era realmente de Apolo y Creúsa,
Juto lo miró como suyo, y quiso solemnizar tan deseado hallazgo con
banquetes suntuosos, a los cuales fueron invitados todos los amigos del
hijo hallado, llamado Ion por su padre. Creúsa, sin embargo, sabedora
de la respuesta del oráculo, que daba un descendiente a su esposo,
dejándola a ella huérfana, resolvió envenenarlo aconsejada de su
pedagogo, y al efecto encargó a este que sirviese a los convidados, y
que al escanciarles el vino vertiese en la copa de Ion una gota letal
de la sangre de Medusa, que Atenea había dado a uno de sus abuelos.
El pedagogo obedeció sus órdenes, y ya estaba Ion a punto de apurar
la fatal copa, cuando oyó cierto ruido de mal agüero, y la derramó,
ofreciendo su libación a la tierra. Casualmente había penetrado en el
tabernáculo del festín una bandada de palomas, las cuales bebieron del
líquido que habían vertido los convidados, muriendo presa de agudas
convulsiones la que gustó del vino de Ion. Este se apoderó entonces
del pedagogo, que tan oficiosamente le había asistido en el banquete,
y haciéndole confesar su delito, supo la tentativa de envenenamiento
de Creúsa, a quien acusó ante la asamblea de próceres de Delfos, los
cuales la condenaron a ser precipitada desde las rocas de Delfos.
Creúsa, que supo la suerte que le aguardaba, se refugió en el ara de
Apolo, asilo seguro y sacrosanto.

Ion se presentó, no obstante, con satélites armados para prenderla, y
cuando estaban a punto de arrancarla de allí a viva fuerza, acude la
Pitia, que le entrega el cestillo en que lo trajo Hermes, y las prendas
que contenía. Al verlas Creúsa, deja el ara y las reconoce como suyas y
a Ion como a fruto de su unión con Apolo. Grande fue, pues, la alegría
de ambos, y, para colmarla, se aparece Atenea profetizando a Ion las
glorias reservadas a su nombre y a sus hijos.

Desde luego se comprende que esta obra dramática de Eurípides no
es propiamente una tragedia, sino lo que hoy se apellida un drama
entre los críticos modernos, en su acepción más estricta. Fundado,
como tantos otros, en una ἀναγνώρισις, o reconocimiento de un hijo,
es notable en más de un concepto por lo perfecto del plan, por los
caracteres de los personajes, y por las bellezas particulares que
encierra, hijas del buen gusto y del talento dramático del poeta.
Es lástima, sin duda, que Juto sea engañado a un tiempo por Apolo,
por Creúsa, su esposa, y por Ion, cuando, según nuestras ideas, nada
tenga de lisonjero el papel que se le hace representar. Adviértase, no
obstante, que los griegos no pensaban en este particular como nosotros,
y que en más de una ocasión, y en las mismas tragedias de Eurípides
(véase el _Heracles Furioso_), los mortales se muestran muy complacidos
de compartir con un inmortal el lecho en que descansa su esposa. Lo
peor es que el antojo libidinoso de un dios sea causa de la violación
de una doncella, de la separación de la madre y del hijo, y de las
consecuencias que trae. Tampoco parece laudable el propósito de Creúsa
de envenenar a Ion, y el de este de arrancar a su madre del ara, cuando
tan religioso se muestra en todo el poema, y a pesar de las violentas
y poderosas pasiones que mueven a ambos. Así y todo, no puede negarse
que el carácter de este último, su piedad y mansedumbre, sus apacibles
costumbres y santa vida, la resignación con que sufre su suerte, su
deseo de averiguar quiénes fueran sus padres, el sentimiento que le
aqueja cuando se ve obligado a dejar el servicio del dios para heredar
una corona, y su respeto a Juto y a Creúsa cuando los reconoce como a
sus padres, nos interesan en alto grado, revelándonos en sus distintas
fases la pureza de su alma y los dulces afectos que la alientan. Cuando
se queja de la conducta de Apolo, lo hace con dolor y como contra su
voluntad, y cuando duda de la veracidad de su madre, procura siempre
expresar sus recelos y sospechas sin ofenderla. También es raro,
conocidas las tendencias filosóficas y antipoliteístas de Eurípides,
que, encontrando ocasión tan propicia para explanarlas, se contente con
hacer algunas indicaciones o envolverlas en el fondo del argumento. En
general, la poesía de esta composición es fácil, amena y esencialmente
helénica, brillando en algunos cantos del coro con vivísima luz e
imponderable armonía. A nuestro juicio, la escena más bella es la del
reconocimiento de Creúsa e Ion.

En cuanto a la época de su representación, únicamente debemos decir
que nada se sabe de positivo, y que las conjeturas en que se apoyan
para indicarla, así Hermann como Théob. Fix y otros, no dejan de
ser, al menos en nuestro concepto, simples presunciones individuales
que distan mucho de convencernos. En efecto; conocido el amor con
que los atenienses y sus poetas hablan siempre de su ciudad, de sus
fundadores y de los progenitores de su raza; sabido el intolerante
exclusivismo con que miraban a los extranjeros y la tradición popular
en este pueblo, que se tenía por autóctono o indígena, no daremos gran
peso a las alusiones que se han creído percibir a la época en que
la distribución entre las ciudadanos de cierta cantidad de granos,
traídos de la Eubea, produjo alguna recrudescencia contra los que
no disfrutaban de los derechos de ciudadanía, haciendo emigrar a
muchos millares de ellos. ¿Por qué razón apoyarnos en tan frágiles
indicios cuando es poco lo que se dice a favor de la autoctonía de
los atenienses, poco también y a la ligera lo que se increpa a los
extranjeros, nada odioso el papel que Juto representa, y, por último,
cuando en otras tragedias de Eurípides se dice tanto o más contra
ellos? Hacer gala de erudición a costa de la sana lógica no nos parece
razonable. Lo mismo decimos de otra presunción, según la cual debió
representarse hacia la Olimp. 97, 4 (478 años antes de Jesucristo),
porque se ha creído ver otra alusión en las palabras del protagonista
de la tragedia al coro describiéndole los cuadros que adornan el
pórtico del templo de Apolo, y al presente que los atenienses hicieron
a este dios, construyendo a sus expensas un nuevo pórtico, poco después
de la victoria que ganó Formión a los lacedemonios. Lo primero que se
ha de probar es que el pórtico descripto por Ion y el edificado por los
atenienses en la época mencionada son uno mismo, lo cual dista mucho de
ser fácil, y mientras esto no se haga, tal indicación no deja de ser
una de las infinitas visiones de arqueólogos y eruditos, muchas veces
los poetas fantásticos de la Historia.


PERSONAJES

  HERMES.
  ION, _hijo de Apolo y de Creúsa._
  CORO DE ESCLAVAS DE CREÚSA.
  CREÚSA, _reina de Atenas._
  JUTO, _su esposo._
  UN ANCIANO, _pedagogo de Creúsa._
  UNA ESCLAVA DE CREÚSA.
  LA PITIA _o sacerdotisa de Apolo._
  ATENEA.


La acción es en Delfos, ante el templo de Apolo.




  Se ve el vestíbulo del templo, y delante del pórtico las estatuas de
  Febo y Artemisa. En el tímpano del frontón, esculpidas y pintadas,
  las luchas de Heracles y la Hidra y la de Belerofonte y la Quimera, y
  en el muro la batalla de los Gigantes.


HERMES (_saliendo del bosquecillo contiguo_).

Atlas,[1] que sustenta en sus férreos hombros el cielo, antigua mansión
de los inmortales, engendró en una diosa[2] a Maya,[3] mi madre; yo
soy, pues, Hermes, servidor de Zeus, el más poderoso de todos los
dioses. He venido a esta tierra de Delfos, en donde Febo, en el centro
de nuestro globo,[4] anuncia siempre a los hombres lo presente y lo
futuro. Hay una ciudad griega, no innoble, llamada como Palas, la de
la dorada lanza,[5] en donde Febo poseyó por fuerza a Creúsa, la hija
de Erecteo,[6] en el lugar llamado Macra por los soberanos del Ática,
rocas septentrionales situadas bajo la ciudadela. Ignorándolo su padre
(que así plugo al dios), llevó la carga de su vientre y a su tiempo
dio a luz un niño en su palacio, y lo llevó a la misma gruta en donde
fue concebido, exponiéndolo a la muerte en un cestillo redondo, según
costumbre de sus antepasados, y de Erictonio, el hijo de la Tierra;
y la hija de Zeus, para defenderlo, envió allí dos dragones y lo dio
a guardar a las hijas de Aglauro.[7] En recuerdo de este suceso, los
erecteidas crían a sus hijos ceñidos de serpientes doradas.[8] Pero
Creúsa, suponiendo que moriría, lo adornó con sus mismas galas. Mi
hermano Febo me rogó entonces así: «Ve, ¡oh hermano!, a la ínclita
Atenas, en donde habita un pueblo indígena, a la ciudad de Palas,
que tú conoces, y sacando al niño recién nacido de la gruta, en el
mismo cesto que lo contiene y sin tocar a sus envolturas, tráelo a mi
fatídico templo de Delfos, y déjalo a la entrada. Yo cuidaré de lo
demás, porque has de saber que es mi hijo». Y yo, queriendo hacer este
favor a mi hermano Apolo, me apoderé del cesto entretejido, y dejé al
niño a la entrada de este templo, abierto el redondo cestillo, para que
se viese. Y cuando el sol subía dando vueltas, entró la sacerdotisa
y, al mirar al niño, se quedó sorprendida, creyendo que alguna joven
de Delfos había sido bastante osada para exponer en la mansión divina
el fruto de su vientre. Quiso primero arrojarlo de allí; pero se
compadeció de él y no fue tan cruel, porque el dios protegía al niño,
y no consintió que lo echasen. Y adoptándolo lo crio, e ignora que su
padre es Febo, y cuál haya sido su madre, y nada más sabe. Mientras
fue niño vivió de las ofrendas, y vagaba jugando; cuando llegó a ser
hombre, los de Delfos lo hicieron guardián de las riquezas del dios
y su fiel cuestor, y en el templo ha llevado hasta ahora santa vida.
Entonces se casó su madre Creúsa con Juto, a consecuencia de la guerra
que estalló entre los atenienses y los calcodóntidas,[9] habitantes
de la tierra eubeica, que concluyó Juto con la fuerza de las armas,
aunque no indígena, pero que era, sin embargo, oriundo de la Acaya y
descendiente de Eolo, hijo de Zeus. Mucho tiempo llevan de matrimonio,
y hasta ahora no han engendrado hijos, y por esta causa han venido a
consultar el oráculo de Apolo, deseosos de tenerlos. Y Apolo lo ha
dispuesto así, y no a ciegas, según se cree; y cuando entre en el
templo, dará a Juto su hijo, y le dirá que es de él, para que sea
reconocido por Creúsa a su vuelta al hogar materno, y permanezca oculta
su unión con Apolo, y obtenga su hijo la herencia que le corresponde.
Cuidará de que los griegos le llamen Ion, fundador de la región
asiática.[10] Pero entraré en este templo laurífero para saber lo que
hay resuelto acerca del niño. Aquí veo al hijo de Apolo que sale a
limpiar la puerta con ramas de laurel, y yo, el primero de los dioses,
lo llamo Ion desde ahora. (_Ocúltase en el bosquecillo de laurel_).

ION (_que sale del templo_).

Ya el sol pasea por la tierra este carro esplendente de cuatro
caballos, y los astros huyen por el aire de su fuego a refugiarse en el
seno de la sagrada noche; las cumbres inaccesibles del Parnaso brillan
a la vista de los hombres, alumbradas por las ruedas, que traen el
día, y el humo de la seca mirra llena el templo de Febo; la délfica
sacerdotisa se sienta en el santo trípode, cantando a los griegos
los oráculos que Apolo inspira. Id, pues, ministros del delfín Febo,
a las ondas argentadas de Castalia,[11] y, lavándoos en sus puras
aguas, volved al templo y guardad religioso silencio para que vuestra
lengua anuncie favorables presagios a los que vienen a consultar el
oráculo. Nosotros, cumpliendo con el deber que acatamos desde niños,
purificaremos el vestíbulo del templo de Apolo con ramas de laurel
y guirnaldas entretejidas, y humedeceremos el suelo con nuestras
líquidas gotas, y ahuyentaremos con nuestras saetas las bandadas de
aves que ofenden a los sagrados presentes, porque siendo hijo de padres
desconocidos, venero solo a la mansión divina de Febo, en donde me he
criado.

_Estrofa._ — Bellísimo laurel que barres el arca del templo de Febo,
recién cortado de jardines inmortales, en donde bullen aguas sagradas
de perenne corriente, y hojas, también sagradas, de mirto, con que
purifico cada día este santo suelo, así que el sol extiende sus ligeras
y brillantes alas. ¡Oh Peán, Peán bienaventurado,[12] bienaventurado
seas, oh hijo de Leto!

_Antístrofa._ — ¡Oh Febo! Sírvote y cuido de tu morada fatídica;
honroso ministerio es para mí trabajar por los dioses inmortales, no
por los mortales, y no me molesta cumplir tan gloriosos deberes. Febo
es el padre que me engendró; yo lo alabaré por haberme criado, y este
templo, en donde habita y me dispensa sus dones, hará para mí las veces
de padre. ¡Oh Peán, Peán bienaventurado, bienaventurado seas, oh hijo
de Leto!; pero acabaré de barrer con el laurel, y regaré la tierra
con el agua de los dorados vasos que corre de la fuente Castalia,
derramando sus frescas ondas, ya que duermo en casto lecho. ¡Ojalá que
nunca deje el servicio de Febo, o que, si lo abandono, sea con buena
suerte! ¡Ea..., ea!

_Estrofa 2.ª_ — Ya vienen, ya dejan las aves su morada del Parnaso. Os
anuncio que no os acerquéis a las almenas ni a este templo, rico en
oro. Te alcanzarán mis saetas, ¡oh mensajera de Zeus!,[13] que con tu
fuerte y corvo pico vences a las demás aves. He aquí este otro cisne
que se dirige hacia los atrios. ¿No moverás hacia otro lado tus pies
rojos? No te libertará de mis saetas la melodiosa cítara de Febo.[14]
Pasa a todo vuelo; entra en la laguna de Delos; derramaré tu sangre e
interrumpiré tus cantos suaves si no obedeces.

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Hola, hola! ¿Cuál es esta nueva ave que llega?
¿Hará bajo sus almenas el nido de leña y paja para sus hijuelos? La
alejará de aquí el silbido de las flechas. ¿No obedecerás? Vete;
procrea tus hijos en los remolinos del Alfeo, o en la selva istmia,[15]
y no ofendas los presentes y el templo de Febo. Temo, no obstante,
mataros, porque anunciáis a los mortales las órdenes de los dioses;
pero no faltaré a mis deberes ni dejaré de venerar nunca a los que me
criaron. (_El coro de mujeres de Atenas, servidoras de Creúsa, dividido
en dos semicoros, aparece en la escena_).

PRIMER SEMICORO (_ante el pórtico_).

Ni en la divina Atenas hay tan bellas columnatas en templos de los
dioses, ni en el de Apolo Agieo;[16] luz bella y resplandeciente brilla
en ambas fachadas de la morada de Loxias, hijo de Leto.

SEGUNDO SEMICORO (_mirando las pinturas del frontón_).

Mira esta pintura, que representa al hijo de Zeus,[17] dando muerte
con su dorada y corva espada a la hidra Lernea; mírala, amiga, con tus
ojos.

PRIMER SEMICORO

Ya la veo. Y otro, junto a él, levanta la ardiente antorcha.[18]
¿Quién es? ¿Es el escudero Yolao, el representado en mis labores
mujeriles,[19] el que acompañó en sus trabajos al hijo de Zeus?

SEGUNDO SEMICORO

Pero mira al otro cabalgando en caballo alado, que mata a la robusta
fiera de tres cuerpos, que arroja llamas.[20] (_Los dos semicoros
penetran en la columnata del pórtico_).

PRIMER SEMICORO

Hacia todas partes miro y contemplo en los muros de piedra la batalla
de los Gigantes.

SEGUNDO SEMICORO

La admiramos, ¡oh amigas!...

PRIMER SEMICORO

¿Ves a aquella que vuelve su gorgóneo escudo contra Encélado?

SEGUNDO SEMICORO

Veo a Palas, mi diosa.

PRIMER SEMICORO

¿Cómo, pues? ¿Ves el ardiente rayo impetuoso que lanzan las manos de
Zeus, que hieren desde lejos?

EL SEMICORO

Ya lo veo; abrasa con su fuego al horrible Mimas.[21] Y Bromio o
Dioniso, que da muerte a uno de los hijos de la Tierra con sus débiles
férulas,[22] coronadas de yedra. (Júntanse los dos semicoros.)

EL CORO (_a Ion, que está a la puerta del templo_).

A ti digo, que estás a la puerta del templo, ¿pueden mis blancos pies
pisar sus umbrales y entrar?

ION

No es lícito, ¡oh extranjeras!

EL CORO

¿Ni oiré de tu boca palabra alguna?

ION

¿Qué quieres oír?

EL CORO

¿Es verdad que el templo de Febo está en el centro de la Tierra?[23]

ION

Sí, adornado de guirnaldas y cerca las Gorgonas.

EL CORO

Así dice también la fama.

ION

Si delante del templo derramasteis sangre, y deseáis saber algo de
Febo, entrad en los atrios; pero si no habéis sacrificado ovejas, no
penetréis en la nave.

EL CORO

Ya sé lo que debo hacer: no desobedeceremos las órdenes del dios, y se
deleitarán nuestros ojos examinando por el templo.

ION

Observad lo que sea lícito.

EL CORO

Mis señores me dieron licencia para ver esa mansión del dios.

ION

¿A qué familia servís?

EL CORO

En donde Palas habita se criaron mis dueños. (_Llega Creúsa_). Pregunta
a mi señora, que es esta que ves aquí.

ION

Noble eres, en verdad; es dulce tu belleza, sin duda como tus
costumbres, quienquiera que seas, ¡oh mujer! Fácil es decidir con solo
ver a la mayor parte de los hombres, si su prosapia es ilustre. ¿Qué
es eso? Me sorprende que cierres tus ojos y que las lágrimas surquen
tus nobles mejillas, aunque has contemplado el santo oráculo de Apolo.
¿Cuál es la causa de tu tristeza, ¡oh mujer!? Cuando se alegran todos
los que miran el templo del dios, lloran tus ojos.

CREÚSA

No es extraño, ¡oh extranjero!, como dices, que te sorprendan mis
lágrimas; yo, al ver este templo de Apolo, he evocado antiguas
memorias, y mi alma vaga ahora en mi hogar, aunque esté presente mi
cuerpo. (_Aparte_). ¡Oh mujeres desdichadas! ¡Oh injustos dioses! ¿Y
qué hemos de hacer? ¿En dónde buscaremos nuestros soberanos y nuestros
jueces si nos injurian y nos pierden?

ION

¿Por qué te afliges, ¡oh mujer!, por causas que nos está vedado
investigar?

CREÚSA

Por nada; aflojé ya el arco; en cuanto a lo demás, me callo, y te ruego
que no te cuides más de ello.

ION

Pero ¿quién eres?, ¿de dónde has venido?, ¿cuál es tu patria?, ¿cuál el
nombre que he de darte?

CREÚSA

Creúsa es mi nombre, y Erecteo mi padre; mi patria es la ciudad de los
atenienses.

ION

Ilustre, ¡oh mujer!, es la ciudad que habitas, y nobles los padres que
te educaron. Yo te respeto.

CREÚSA

En cuanto a eso, somos felices, ¡oh extranjero!; no en otras cosas.

ION

Por los dioses te ruego; ¿es acaso cierto, como la fama cuenta entre
los hombres...?

CREÚSA

¿Qué preguntas, extranjero? Deseo saberlo bien.

ION

¿Nació acaso de la Tierra el abuelo de tu padre?

CREÚSA

Sí, Erictonio; pero de nada me sirve la alteza de mi linaje.

ION

¿Y se lo llevó Atenea?

CREÚSA

En sus manos virginales, aunque no fuese su madre.[24]

ION

¿Y lo entregó como suele representarlo la pintura?

CREÚSA

A las hijas de Cécrope, para que lo guardasen, no para sanar sus ojos.

ION

Oí decir que las vírgenes abrieron el cofrecillo de la diosa.

CREÚSA

Y por eso murieron, llenando de sangre las piedras.

ION

Vamos, y ¿qué hay de verdad en esto? ¿Ese rumor es cierto o no?

CREÚSA

¿Qué preguntas? No me molesta este descanso.

ION

¿Mató tu padre Erecteo[25] a tus hermanas?

CREÚSA

Siendo vírgenes, osó sacrificarlas por la patria.

ION

¿Y cómo te salvaste tú sola?

CREÚSA

Tenía pocos años, y estaba en los brazos de mi madre.

ION

¿Y es verdad que se abrió la tierra y se tragó a tu padre?

CREÚSA

Perdiéronle las heridas que le hizo el tridente de Poseidón.

ION

¿Y se llama Macra el lugar en donde ocurrió esa catástrofe?

CREÚSA

¿Por qué me interrogas así? ¡Qué recuerdo traes a mi memoria!

ION

Pitio y sus resplandores lo honran.

CREÚSA

Hónralo, y no debía honrarlo; ¡ojalá que nunca lo hubiese visto!

ION

¿Cómo, pues? ¿Lo aborreces tú, siendo tan grato al dios?

CREÚSA

De ninguna manera; tengo noticia de cierta afrenta que se cometió en
esa gruta.

ION

¿Qué ateniense se casó contigo, ¡oh mujer!?

CREÚSA

No fue ciudadano, sino un extranjero advenedizo.

ION

¿Quién? ¿Sin duda algún noble?

CREÚSA

Juto, que desciende de Eolo y de Zeus.[26]

ION

¿Pero cómo logró tu mano siendo extranjero y tú indígena?

CREÚSA

Hay una región, llamada la Eubea, próxima a Atenas.

ION

Y la mar, según dicen, las separa.

CREÚSA

La sometió guerreando con los hijos de Cécrope.

ION

¿Vino como auxiliar, y se casó después contigo?

CREÚSA

Sí; tal fue el premio que ganó en la guerra; tal su bélica dote.

ION

¿Has venido sola a consultar el oráculo, o en compañía de tu esposo?

CREÚSA

Con él; pero fue hace poco a la cueva sagrada de Trofonio.[27]

ION

¿A verla, o a consultar al oráculo?

CREÚSA

Deseoso de oír la misma respuesta de él y de Febo.

ION

¿Vinisteis en demanda de frutos de la tierra, o de hijos?

CREÚSA

No los tenemos, aunque hace mucho tiempo que estamos casados.

ION

¿Y nunca diste a luz a ninguno? ¿Ninguno tienes?

CREÚSA

Febo sabe que soy estéril.

ION

¡Oh desventurada! Aunque feliz en todo, no lo eres en esto.

CREÚSA

Pero ¿quién eres tú? ¡Cómo me place llamar dichosa a tu madre!

ION

Soy y me apellidan siervo del dios, ¡oh mujer!

CREÚSA

¿Ofrenda de alguna ciudad, o comprado para su servicio?[28]

ION

Solo sé que me llaman servidor de Febo.

CREÚSA

Yo también, ¡oh extranjero!, te compadezco ahora.

ION

Ignoro quién me diera a luz, y cuál sea mi padre.

CREÚSA

¿Habitas en este mismo templo, o en tu casa?

ION

Todo el templo del dios es mío, y duermo en donde me sorprende el sueño.

CREÚSA

¿Viniste niño a él, o ya adolescente?

ION

Los que deben saberlo dicen que no hablaba.

CREÚSA

¿Y cuál de las mujeres délficas te alimentó con su leche?

ION

Nunca conocí nodriza; pero a la que me crio...

CREÚSA

¿Cuál fue, ¡oh desventurado!? ¡Cómo, llena de aflicción, encuentro
otros también afligidos!

ION

A la sacerdotisa de Febo la miro como a madre.

CREÚSA

Y cuando llegaste a la edad viril, ¿cómo vivías?

ION

Con las ofrendas de los altares y los dones de los peregrinos, que nos
visitaban con frecuencia.

CREÚSA

¡Madre desdichada, quien quiera que sea!

ION

Acaso he sido fruto de algún amor culpable.

CREÚSA

¿Y cuentas con otros recursos? Buenos son tus vestidos.

ION

Gracias a las ofrendas del dios a quien sirvo.

CREÚSA

¿No has intentado averiguar quiénes pueden ser tus padres?

ION

No tengo el más leve indicio que me guíe, ¡oh mujer!

CREÚSA

¡Ay! Alguna otra madre hay semejante a la tuya.

ION

¿Cuál? Si su infortunio es igual al mío, ambos nos alegraremos.[29]

CREÚSA

Es la que me obliga a adelantarme ahora a mi esposo.

ION

¿Y con qué objeto? Yo la serviré, ¡oh mujer!

CREÚSA

Con deseo de que un oráculo de Febo explique cierto misterio.

ION

Habla; yo cuidaré de lo demás.

CREÚSA

Oye, pues; pero tengo vergüenza.

ION

Entonces nada conseguirás; la vergüenza es deidad negligente.

CREÚSA

Cierta amiga mía dice que la poseyó Febo.

ION

¿Febo a una mortal? No lo digas, ¡oh extranjera!

CREÚSA

Y que del dios tuvo un hijo, ignorándolo el padre de la desdichada.

ION

De ningún modo; se avergüenza de su falta, obra de algún hombre.

CREÚSA

Ella lo niega, y cometió después un delito deplorable.

ION

¿Qué hizo, si se desposó con un dios?

CREÚSA

Expuso al hijo que parió.

ION

¿Y en dónde está ese expósito? ¿Ve acaso la luz?

CREÚSA

Nadie lo sabe; tal es mi consulta al oráculo.

ION

Si, pues, no existe, ¿cómo pereció?

CREÚSA

Créese que las fieras mataron al desventurado.

ION

¿Y en qué se fundan para pensar así?

CREÚSA

Cuando volvió al lugar en que lo expuso, no lo encontró.

ION

¿Había cerca rastro de sangre?

CREÚSA

Lo niega, aunque examinó el suelo con cuidado.

ION

¿Cuánto tiempo hará que desapareció ese niño?

CREÚSA

Tendría tu misma edad si viviera.

ION

Injusto fue con ella el dios. ¡Pobre madre!

CREÚSA

Y después no tuvo más hijos.

ION

¿Lo habrá arrebatado Febo para criarlo?

CREÚSA

No obra justamente si él solo disfruta de un goce que debiera ser común
a ambos.

ION

¡Ay de mí! ¡Parecida es su desgracia a la mía!

CREÚSA

Creo que tú también, ¡oh extranjero!, suspiras por una madre mísera.

ION

No me recuerdes un dolor ya olvidado.

CREÚSA

Me callaré; pero prepárate a responder a mis preguntas.

ION

¿Sabes acaso lo que más debe afligirte de todo eso?

CREÚSA

¿Deja de ser todo igualmente aflictivo?

ION

¿Cómo es posible que el dios revele lo que desea ocultar?

CREÚSA

Sin duda lo hará, si el trípode en que se sienta sirve a toda la Grecia.

ION

Se avergonzará; no se lo preguntes.

CREÚSA

Y mientras tanto sufre la víctima de esa desgracia.

ION

No hay quien te vaticine lo que deseas. Convicto de un crimen
en su mismo templo, con razón castigará al que te declare sus
oráculos. Aléjate, mujer, que no se ha de preguntar al dios lo que
le ofenda.[30] Porque sería el colmo de la demencia obligar a los
inmortales a decir lo que no quieren, ya sacrificando ovejas en sus
aras, ya observando las aves. Vanos son los bienes que logramos, ¡oh
mujer!, cuando a la fuerza y contra su voluntad los arrancamos de los
dioses, y solo nos aprovechan los que voluntariamente nos conceden.

EL CORO

Muchas y diversas son las calamidades humanas, muchos los hombres que
las sufren; casi nunca conseguirán en vida felicidad perpetua.

CREÚSA

¡Oh Febo!, ni antes fuiste justo, ni ahora lo eres con la amiga
ausente, a quien defiendo. Ni salvaste a su hijo cuando debías, ni
siendo adivino responderás a su madre, que por él te pregunta para
que le labre un sepulcro si ya no existe, y si vive para abrazarlo
al fin. Pero es menester dejarlo si el dios me prohíbe saberlo. Yo,
¡oh extranjero!, veo acercarse a mi noble esposo Juto, que viene de
la gruta de Trofonio; cállalo todo en su presencia, no sufra alguna
afrenta por tratar de estos misterios y el vulgo los sepa, no como
nosotros podríamos explicárselos. Amarga es la suerte de la mujer,
y nos odian los hombres sin distinguir las buenas de las malas;[31]
¡tanta es nuestra desventura!

JUTO (_que llega de la gruta de Trofonio_).

Que el dios reciba mi primer saludo, y tú también, ¡oh esposa! ¿Te
inquietaba acaso mi tardanza?

CREÚSA

Nada de eso; has llegado a tiempo para evitarlo: dime el oráculo que
has oído en la gruta de Trofonio y el medio de lograr algún fruto de
nuestra unión.

JUTO

No quiso anticiparse al oráculo del dios; solo dijo que ni tú ni yo
volveríamos a nuestra patria sin hijos, después de consultar a Apolo.

CREÚSA

¡Oh venerable madre de Febo!, que nuestra venida redunde en nuestro
bien y que seamos más afortunados que antes con tu hijo.[32]

JUTO

Así sea. ¿Pero cuál es el profeta del dios?

ION

Yo solo cuido de la parte exterior del templo, y de la interior otros,
que se sientan cerca del trípode, ¡oh extranjero!, notables de Delfos,
elegidos por la suerte.

JUTO

Bien; ya estoy enterado de cuanto deseaba saber. Entraré, porque,
según oigo, ya se sacrificó la víctima que los extranjeros deben
inmolar a la entrada; quiero, en este funesto día, oír los oráculos
del dios. Tú, mujer, toma las ramas de laurel y suplica ante las aras
para que desde aquí, según me han profetizado, lleve a mi patria feliz
prole. (_Entra en el templo_).

CREÚSA

Así sea, así sea. Si al menos quiere ahora Apolo enmendar sus
anteriores yerros, aunque no nos favorezca cuanto puede, acogeré
solícita sus órdenes, que al fin es dios. (_Retírase hacia la ciudad_).

ION

¿Por qué esta extranjera siempre habla a Febo en términos enigmáticos
y parece reconvenirle por lo bajo o por afecto a la que le encarga
consultarlo, o callando algo que le conviene? Pero ¿por qué siento
esta inquietud por la hija de Erecteo, cuando nada me interesa?
Iré con estos vasos de oro, y llenaré de agua los destinados a las
aspersiones. Paréceme, sin embargo, que no es justo Apolo si abandona a
las vírgenes a quienes posee a la fuerza, y deja morir a los hijos que
en ellas engendra. No seas así, sino practica la virtud, ya que eres
nuestro soberano. Si alguno delinque, los dioses le castigan. ¿Cómo,
pues, vosotros, que dais leyes a los mortales, seréis los primeros en
despreciarlas? Y si (lo que no será, aunque mis labios osen proferirlo)
imponéis graves penas a los violadores de mujeres, tú y Poseidón y
Zeus, que reina en el cielo, os veréis obligados a despojar vuestros
templos para pagar los estupros[33] que cometisteis. Injustos sois
abandonándoos a esos goces, sin cuidaros de nada. Ya no se deben expiar
los delitos humanos si imitamos a los dioses, sino solo a nuestros
maestros. (_Vase_).

EL CORO

_Estrofa._ — Yo te invoco, ¡oh Atenea!, mi dueña, que nunca viste
a Ilitía[34] en los dolores del parto, y naciste, por obra del
titán Prometeo, de la cabeza de Zeus,[35] y a ti, ¡oh Victoria[36]
veneranda!, ven al templo Pítico volando desde los dorados tálamos
del Olimpo, adonde, en su mansión divina, situada en el centro de la
tierra, Febo pronuncia oráculos en el trípode tan visitado de coros;
tú y la hija de Leto sois dos diosas, dos vírgenes castas, hermanas de
Febo. Pedid, ¡oh doncellas!, que al antiguo linaje de Erecteo concedan
oráculos explícitos larga, aunque tardía descendencia.

_Antístrofa._ — Firme base de la mayor felicidad es para los mortales
contemplar en el hogar paterno juventud florida y brillante, bellos
hijos que recibirán después de sus padres riquezas hereditarias para
transmitirlas a los suyos. En la adversidad nos protegen y en la
prosperidad nos llenan de alegría, y con sus armas sirven a su patria
y la salvan en sus peligros. Yo prefiero educar buenos hijos a las
riquezas y a los regios palacios. Odio la vida sin ellos, y reprendo a
quienes la desean; con fortuna modesta vivo yo feliz en su compañía.

_Epodo._ — ¡Oh morada de Pan[37] y peñasco vecino a la cavernosa
Macra, en donde, formando coros y en el verde prado, delante del templo
de Palas, danzan las tres hijas de Aglauro al compás, ¡oh Pan!, de tu
melodiosa flauta cuando la haces sonar en tu gruta, en la cual cierta
doncella desventurada dio a luz un hijo de Febo, abandonándolo a la
voracidad de las aves y al sanguinario apetito de las fieras, triste
prenda de amor infausto! Ni vi en tejido alguno, ni la tradición dice
tampoco que fueran afortunados los hijos de los dioses.

ION

Esclavas que cercáis los umbrales de este santo templo aguardando a
vuestro señor, ¿dejó ya Juto el sagrado trípode, sabido el oráculo, o
continúa ansioso de remediar allí su orfandad?

EL CORO

Dentro está, ¡oh extranjero!; aún no ha salido; pero suenan las puertas
como si saliese, y, en efecto, ya lo veo fuera del templo.

JUTO (_transportado de alegría, saluda a Ion al dejar el templo_).

Salve, ¡oh hijo!, que tales deben ser mis primeras palabras.

ION

En salvo estamos; que la sabiduría os ilumine, y así nos irá bien a los
dos.

JUTO

Trae tu mano para que la bese, y tu cuerpo para que lo abrace.

ION

¿Estás, ¡oh extranjero!, en tu juicio, o dios te hace delirar?

JUTO

Bien sé lo que hago deseando besarte y habiéndose realizado mis votos
más fervientes.

ION

Apártate; no ajen tus manos, al tocarme, las coronas del dios.

JUTO

Te abrazaré, y no a la fuerza, que al fin encuentro lo que más anhelo.

ION (_arrancándose de los brazos de Juto_).

¿No te retirarás, si no quieres que mis flechas atraviesen tu pecho?

JUTO

¿Por qué me huyes, cuando encuentras a quien tanto amas?

ION

No me agrada devolver el juicio a extranjeros ineptos e insensatos.

JUTO

Mata y abrasa; asesinarás a tu padre si así lo haces.

ION

¿Cómo has de ser mi padre? ¿No es esto ridículo?

JUTO

De ningún modo; lo que voy a decirte te lo probará.

ION

Pero ¿qué dices?

JUTO

Soy tu padre, y tú mi hijo.

ION

¿Quién lo ha asegurado?

JUTO

Apolo, que te crio siendo tú mío.

ION

Tú solo afirmas, no otro testigo.

JUTO

Solo refiero el oráculo del dios después de conocido.

ION

Te engaña algún enigma.

JUTO

¿No oí acaso bien?

ION

¿Cuáles fueron las palabras de Febo?

JUTO

Que aquel que saliese a mi encuentro...

ION

¿En dónde?

JUTO

Al salir del templo del dios...

ION

¿Qué le ha de suceder?

JUTO

Es mi hijo.

ION

¿Verdaderamente, o solo como don que te hacía?

JUTO

Como don suyo y fruto, además, de mi matrimonio.

ION

¿Y yo he sido el primero que encontraste al paso?

JUTO

No otro, hijo.

ION

Y al cabo, ¿de dónde viene esta dicha?

JUTO

Igual es nuestra sorpresa.

ION

Vamos, ¿cuál fue mi madre?

JUTO

No puedo afirmarlo.

ION

¿Ni tampoco Febo?

JUTO

Gozoso con lo que ya sabes, no le pregunté más.

ION

¿La tierra ha sido, pues, mi madre?

JUTO

No engendra hijos.[38]

ION

¿Y cómo lo sería yo?

JUTO

No lo sé, pero el dios lo dice.

ION

Vaya; hablemos de otra cosa.

JUTO

Mejor es hablar de esto, ¡oh hijo!

ION

¿Te deslizaste acaso en algún lecho ilegítimo?

JUTO

Quizá en la época de mis extravíos juveniles.

ION

¿Antes de casarte con la hija de Erecteo?

JUTO

Nunca después.

ION

¿Me engendrarías acaso entonces?

JUTO

Según parece, debió ser hacia ese tiempo.

ION

Si fue así, ¿cómo vine aquí?

JUTO

Lo ignoro.

ION

¿Andando un trayecto tan largo?

JUTO

Esto me hace también dudar.

ION

¿Has estado antes en la roca Pítica?

JUTO

Sí; para celebrar las orgías de Dioniso.

ION

¿Y quién te dio hospitalidad?

JUTO

El que a las doncellas de Delfos...[39]

ION

¿Te hizo acompañar? ¿Qué dices?

JUTO

Sí, a las Ménades de Dioniso.

ION

¿Sobrio o ebrio?

JUTO

Entregado a los placeres de Dioniso.

ION

¿Entonces, sin duda, lo engendraste?

JUTO

Lo reveló el Destino, ¡oh hijo!

ION

Pero ¿cómo vine a parar a este templo?

JUTO

Quizá exponiéndote esa doncella.

ION

Librémonos de la esclavitud.

JUTO

Abraza ahora a tu padre, ¡oh hijo!

ION

Conviene no desobedecer al dios.

JUTO

Bien piensas.

ION

¿Y que más puedo desear...

JUTO

Ahora discurres como debes.

ION

Que haber nacido del hijo de Zeus?

JUTO

Tal es tu suerte.

ION

¿Abrazaré, pues, al que me engendró?

JUTO

Sí, obedeciendo al dios.

ION (_abrazando a Juto_).

Salve, pues, ¡oh padre!

JUTO

Acepto tan dulce nombre.

ION

Y este día...

JUTO

También me ha hecho feliz.

ION

¡Oh madre amada!, ¿nunca he ver tu faz? Más deseo conocerte ahora
que antes, quienquiera que seas. Pero quizás hayas muerto, y no será
posible.

EL CORO

También participamos nosotros de la dicha de la familia;[40] pero
quisiera que mi señora fuese feliz con sus hijos y todos los
descendientes de Erecteo.

JUTO

Insigne favor del dios ha sido encontrarte, ¡oh hijo!, y consentir
que nos juntáramos, y no menos señalado el que te hizo dándote lo que
más anhelabas, cuando nada sabías. Tu razonable deseo es también el
mío, ¡oh hijo!: que logres ver a tu madre, y yo a la mujer en quien te
engendré. Dejémoslo, pues, al tiempo, que acaso nos lo conceda. Ahora
dejarás la tierra del dios y tu incierta vida, y vendrás a Atenas
dócil a los ruegos de tu padre, en donde te aguardan cetro venturoso y
grandes riquezas; no sufrirás ya dos males a un tiempo, ni te llamarán
villano y miserable, sino noble y opulento. ¿Callas? ¿Por qué fijas en
tierra tus ojos y te abandonas a profundas meditaciones, y renunciando
a tu anterior alegría inspiras a tu padre serios temores?

ION

No es lo mismo contemplar las cosas desde lejos que tocarlas. Pláceme
la fortuna de encontrarte; pero oye lo que pienso: dicen que los
ilustres atenienses son indígenas,[41] y no han venido de otro país,
por cuya razón sufriré dos males, que me miren como hijo bastardo y de
padre extranjero. Y así deshonrado, si valgo poco, me despreciarán,
y si obtengo los cargos más elevados y quiero darme importancia, me
odiará el pueblo; aborrecidos son siempre los poderosos, los buenos y
los prudentes, que no acuden en tropel a tomar parte en el gobierno
de la república; callarán y se reirán de mí, y me tendrán por necio,
reprobando mi inquieta ambición en una ciudad tan tumultuosa; y si me
confieren las mayores dignidades y llego a manejar los negocios de
la república, más maligno me espiará el pueblo. Así suele suceder,
¡oh padre!: los que mandan y desempeñan los primeros puestos tienen
ardentísimos rivales. Y cuando yo, extranjero, penetre en un palacio
que no es el mío, y viva con una mujer que no tiene hijos, heredera de
tu anterior desdicha, y cuyas esperanzas se verán ahora frustradas,
no podrá mirarme con buenos ojos; y ¿cómo, con razón, no ha de
aborrecerme, cuando me siente a tu lado y ella se vea huérfana? Y ¿cómo
no ha de contemplar a tu hijo con dolor? ¿Y si después me desprecias
por ella, o me honras más de lo justo, y siembras en tu palacio la
discordia? ¡Cuánto linaje de muertes y letales venenos no han empleado
las mujeres para librarse de sus maridos! Además, me compadezco de tu
esposa, ¡oh padre!, que envejece sin descendencia, no mereciéndolo,
cuando tanta es su nobleza. En vano me celebras lo que vale reinar,
grato en la apariencia, pero triste en realidad; ¿cómo ha de disfrutar
de ventura, cómo ha de ser feliz el que arrastra la vida siempre
receloso, esperando que le den muerte violenta? Más quisiera vivir
contento como simple ciudadano, que ser el primero y gozar en compañía
de malos amigos, mientras odio a los buenos temiendo que me asesinen.
Acaso digas que el oro triunfa de todo y que es dulce nadar en la
opulencia. No me place oír los vanos rumores del vulgo y atesorar
riquezas, ni sufrir trabajos. Tóqueme en suerte grata medianía para
vivir tranquilo. Oye ahora, ¡oh padre!, los bienes que aquí poseo: el
primero es el descanso, tan amado de los mortales; pocos cuidados me
inquietan; ningún criminal me estorbará el paso, que no es tolerable
cederlo a los que valen menos que nosotros. Pasaba mi vida orando a los
dioses o hablando con los hombres, y servía a los alegres, no a los
llorosos. Cuando despedía a unos extranjeros, otros venían, y amable y
nuevo era yo para ellos, como ellos para mí. El respeto a la ley y mi
índole bondadosa me han conservado justo ante el dios, la mayor dicha
entre los hombres, aunque lo sean sin quererlo. Habiendo reflexionado
en todo esto, ¡oh padre!, prefiero lo que aquí tengo a lo que allí me
espera. Déjame, pues, que viva a mi gusto, que igual es el deleite de
los que nadan en la opulencia y el de los que se contentan con poco.[42]

EL CORO

Bien has dicho, si los que amo aprueban tus palabras y son felices.

JUTO

No hables más así, y no desprecies la ocasión que te ofrece la fortuna.
Ya que te he encontrado, ¡oh hijo!, quiero celebrarlo, y sentados a la
mesa en público banquete y con sacrificios festejaré tu natalicio, ya
que antes no lo he hecho. Y ahora gozaré en el convite como si llevase
algún huésped a mi palacio; en este concepto vendrás conmigo a visitar
el Ática, más bien que como hijo. Ya que soy dichoso, no quiero afligir
a mi esposa, recordándole su esterilidad. Cuando se presente favorable
coyuntura, le rogaré que consienta en que yo te deje el cetro de mi
reino. Y te llamo Ion,[43] nombre adecuado a tu suerte, porque fuiste
el primero que encontré al salir del templo. Convoca, pues, a tus
amigos, e invítalos a este sacrificio y grato banquete, y despídete de
ellos, puesto que abandonarás la ciudad de Delfos. Os ordeno, esclavas,
que nada de esto digáis, que la muerte os aguarda si lo participáis a
mi esposa.

ION

Iré; solo falta a mi ventura que encuentre, ¡oh padre!, a la madre que
me dio a luz, porque de otro modo será triste nuestra vida; y si algo
podemos desear es que sea ateniense, para que pueda hablar libremente.
Porque si algún extranjero llega a una ciudad en que no los hay, aun
cuando sea ciudadano en el nombre, es servil su lengua y no tiene
suficiente libertad para hablar. (_Vanse los dos_).

EL CORO

_Estrofa._ — Presumo que ha de haber lágrimas y luto y lamentos cuando
sepa mi señora que su marido tiene un hijo hermoso, y ella es estéril
y huérfana. ¿Qué oráculo has pronunciado, ¡oh hijo!, profeta de
Leto? ¿De dónde vino este adolescente, criado en tu templo? ¿Cuál fue
su madre? No me satisfacen tus palabras, no encubran algún engaño.
No puedo adivinar cuál será el término de todo esto. Maravilloso es
Apolo, y prodigios son estos, sí, si son propicios. Algún fraude,
algún siniestro artificio[44] creo descubrir en este niño de sangre
extranjera. ¿Quién no pensará como yo?

_Antístrofa._ — ¿Diremos a mi señora, ¡oh amigas!, lo que ha sucedido
aquí, declarándole cuanto ha hecho su marido, en quien confiaba, y de
cuyas esperanzas participó siempre la desdichada? Los males la acabarán
cuando llegare a la cara vejez, mientras él es dichoso; su marido
desprecia a los que la aman, mientras que él, mísero extranjero, fue
admitido en nuestra familia y le sonrió la suerte, y no se contentó
con ella. Muera, muera el que engañó a mi señora, y que la alegre llama
no consuma nunca la libación que ofrezca a los dioses. Sabrá, en cuanto
de mí depende...

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

amiga del reino.

_Epodo._ — Ya el hijo y el padre, de reciente data, vienen al banquete
que se prepara en las cumbres del Parnaso, de encrespados peñascos
que se pierden en el aire, y en donde Dioniso, agitando antorchas
ardientes, danza con ligereza, acompañado de las Bacantes que vagan
durante la noche. Que nunca vaya este niño a mi ciudad; muera en
sus floridos años, y mi patria no gemirá justamente víctima de esta
irrupción extranjera.[45] Bástale Erecteo, nuestro antiguo rey.

CREÚSA (_que vuelve con su anciano pedagogo_).

¡Oh anciano, ayo de Erecteo, mi difunto padre!; anímate a llegarte al
oráculo del dios, para que te regocijes conmigo si el rey Apolo ha
declarado que tendré hijos. Dulce es la felicidad en compañía de los
que amamos; al contrario, si nos sucede algún infortunio (lo que Dios
no permita), es dulce también mirar los ojos de un hombre benévolo.
Yo, aunque reina, te respeto como a un padre, de igual manera que tú
respetaste al mío en otro tiempo.

EL PEDAGOGO

¡Oh hija! Dignas son las costumbres de tus ilustres antepasados, y no
deshonrarás con ellas a tus viejos progenitores, hijos de la tierra.
Llévame, llévame al templo y sírveme de guía; molesto es para mí
llegar hasta el oráculo;[46] ayúdame, y que tú seas quien me asista en
las enfermedades en mi vejez.

CREÚSA (_sosteniéndolo_).

Sígueme, y mira por dónde andas.

EL PEDAGOGO

Vamos; tardos son mis pasos, vivo mi ánimo.

CREÚSA

Cuidado con esa senda; apóyate con firmeza en el báculo.

EL PEDAGOGO

Ciego es también mi báculo, que mi vista de poco sirve ya.

CREÚSA

Bien me parece lo que dices, pero no te dejes dominar del cansancio.

EL PEDAGOGO

No es ese mi deseo; poro no está en mi mano adquirir lo que me falta.

CREÚSA (_al llegar arriba_).

¡Oh mujeres!, fieles esclavas que me ayudáis con vuestras lanzaderas a
tejer mis telas, ¿qué sabe mi marido de nuestros hijos, única causa de
su venida? Hablad, si son alegres vuestras nuevas; no diréis que soy
una dueña ingrata.

EL CORO

¡Ay de mí, oh Fortuna!

EL PEDAGOGO

No es de buen agüero tu exordio.

EL CORO

¡Ay de mí, desventurada!

EL PEDAGOGO

¿Me harán acaso infeliz los oráculos de mis señores?

EL CORO

Paciencia; ¿qué hemos de hacer cuando nos amenacen de muerte?

CREÚSA

¿Qué significa esto? ¿Qué les infunde miedo?

EL CORO

¿Hablaremos, o nos callaremos? ¿Qué hacemos?

CREÚSA

Hablad; sin duda sabéis algo siniestro que me interesa.

EL CORO

Lo diremos, pues, aunque perezcamos dos veces.[47] No tomarás en tus
brazos a tus hijos, ¡oh señora!, ni los alimentarán tus pechos.

CREÚSA (_horrorizada en extremo_).

¡Ay de mí! ¡Que yo muera!

EL PEDAGOGO (_consolándola_).

¡Hija!

CREÚSA

¡Cuán desdichada soy! ¡Grande es mi infortunio, intolerable el dolor
que sufro, oh, amigas!

EL PEDAGOGO

Perecimos, hija mía.

CREÚSA

¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay de mí! ¡Dolor agudo ha penetrado en mi corazón!

EL PEDAGOGO

No solloces todavía...

CREÚSA

Deplorable es nuestra suerte.

EL PEDAGOGO

Hasta no saber...

CREÚSA

¿Qué nueva?

EL PEDAGOGO

Si mi dueño es tan desventurado como tú, o tú sola la infeliz.

EL CORO

Diole Apolo un hijo, ¡oh anciano!; él solo es venturoso.

CREÚSA

Lo que has dicho, lo que has dicho pone el colmo a mi pena y a mi
extrema aflicción.

EL PEDAGOGO

Ese hijo de que has hablado, ¿ha de nacer, o, según el oráculo, ha
nacido ya?

EL CORO

Febo le ha devuelto uno, que vivía, ya en la pubertad; presente estuve
yo.

CREÚSA

¿Que dices? Infausto, infausto, inaudito es lo que me cuentas.

EL PEDAGOGO

Y también para mí. Acábame de decir más claramente el oráculo, y quién
es ese hijo.

EL CORO

El dios declaró que era el primero que encontrase al salir del templo.

CREÚSA (_sollozando_).

¡Ay, ay de mí! ¡Pero yo he de vivir sin hijos, sin hijos he de vivir, y
solitaria y sin ellos habitaré en mi palacio!

EL PEDAGOGO

¿Y a quién aludió el oráculo? ¿Con quién tropezó el marido de esta
desdichada? ¿Cómo, en dónde lo vio?

EL CORO

¿Te acuerdas, ¡oh señora amada!, del joven que cuidaba de este templo?
Ese es su hijo.

CREÚSA

¡Ojalá que yo vuele por el húmedo aire,[48] lejos de la Grecia, hasta
llegar a los luceros vespertinos: que tan grande es mi dolor, ¡ay!, que
tan grande es mi dolor!

EL PEDAGOGO

¿Y qué nombre le puso su padre? ¿Lo sabéis, o también lo ignoráis?

EL CORO

Ion, por ser el primero que encontró.

EL PEDAGOGO

¿Y quién es su madre?

EL CORO

No puedo decírtelo; pero el esposo de esta, sin que ella lo sepa, para
decírtelo todo, ¡oh anciano!, ha ido a sacrificar en acción de gracias,
por el hallazgo de su hijo y por la hospitalidad que le dio, a los
sagrados tabernáculos y a celebrar con él un banquete.

EL PEDAGOGO

Tu esposo nos hace traición, ¡oh señora!, y, como tú, lo deploro.
Estamos llenos de oprobio, y nos arrojarán del palacio de Erecteo; no
me inspira el odio a tu marido, sino el afecto que te profeso, porque
habiéndose casado contigo, aunque solo era en la ciudad un extranjero
intruso, y habitado en tu palacio y poseído todo tu patrimonio,
engendró hijos en otra mujer. Yo te explicaré lo que ha hecho sin tu
consentimiento: cuando supo que eras estéril, no contento ya con que
fuese igual vuestra desgracia, compartió el lecho de alguna esclava, de
quien tuvo a ese niño; lo alejó de ella, dándolo a educar en Delfos, y
sin obstáculo ha crecido ocultamente en el templo del dios. Ya hombre,
te persuadió que vinieras aquí pretextando que no tenías hijos tú; el
dios no te ha engañado; él sí, criando hace tiempo al suyo y tramando
tales engaños; si se averiguaban, los atribuiría a Apolo;[49] si
permanecían ignorados, se aprovecharía de ellos para darle el reino de
Atenas. Tranquilo forjó, pues, el nuevo nombre de Ion, por haber sido
el que encontró al salir del templo. ¡Ay de mí! ¡Cómo he aborrecido
siempre a los malvados que maquinan injusticias o iniquidades y después
las engalanan artificiosamente! Prefiero un amigo sencillo y bueno
a otro más sagaz si es malo. Y sufrirás el colmo de los males si un
hombre oscuro, hijo de madre incierta, de una esclava cualquiera, ha de
mandar en tu palacio. Más tolerable sería que habiendo nacido de noble
ciudadana, te hubiese persuadido, viéndote sin descendencia, que lo
adoptaras, llevándolo a tu palacio; y si te desagradaba, contraer nuevo
himeneo con alguna de las nietas de Eolo. Deber tuyo es, pues, ahora,
acometer alguna hazaña mujeril, o empuñando el acero, o armándole
alguna celada, o matando con veneno a tu marido y a tu hijo antes que
ellos lo hagan contigo. Y si no lo intentas, perderás la vida, que
cuando dos enemigos viven bajo un mismo techo, amenaza grave peligro
al uno o al otro.[50] Yo te ayudaré, y nos presentaremos en el festín,
mataremos juntos a su hijo, y pagaré así a mis dueños cuanto han
gastado en sustentarme, y moriré o viviré con ellos. Solo el nombre
de esclavo es deshonroso, que en todo lo demás, ningún siervo, siendo
bueno, vale menos que los hombres libres.

EL CORO

Y yo, dueña querida, quiero compartir contigo esta desdicha, y morir o
vivir sin oprobio.

CREÚSA (_que de repente sale de un doloroso estupor_).

¡Oh alma mía! ¿Cómo he de callar? Y por otra parte, ¿cómo publicar
mis ignoradas aventuras amorosas desoyendo los consejos del pudor?
Ya, ¿qué obstáculo me lo impide? ¿Con quién rivalizaré en virtud?
¿No es un traidor mi marido? Usúrpanme mi palacio, quédome sin hijos,
y se desvanecieron esperanzas que ya no puedo abrigar, a pesar de
mis deseos, callando mis amores, callando mi deplorable pasado. Pero
no; por el solio estrellado de Zeus, por la diosa que habita en mis
peñascos y por la sagrada orilla de la pantanosa laguna Tritónide,[51]
no ocultaré mi falta, y me consolaré abriendo mi pecho. Lágrimas
destilan mis pupilas, y duélese mi corazón, víctima de las asechanzas
de los dioses y los hombres, cuya ingrata traición a mi lecho probará
mi esfuerzo.

_Proodo o canto preliminar._ — ¡Oh tú!, que acompañas tu canto con la
cítara de siete cuerdas, que en sus rústicos e inanimados cuernos[52]
haces oír los suaves himnos de las Musas; tu crimen, ¡oh hijo de
Leto!, por mí será publicado.

_Estrofa._ — Brillaba tu cabellera y me buscaste cuando yo cogía en mi
falda bellas flores que emulaban el esplendor del sol, y, sujetando mis
blancas manos, sin pudor me llevaste, ¡oh dios enamorado!, a la gruta
que me sirvió de lecho, a pesar de los gritos con que llamaba a mi
madre, cediendo a sus deshonestos deseos.

_Antístrofa._ — Doite a luz un hijo, ¡oh desventurada!, y temerosa de
mi madre arrojelo a tu gruta, en donde en mísero maridaje te uniste
a esta desdichada. ¡Ay de mí, ay de mí!, y ya murió el infortunado,
sirviendo de pasto a las aves y despedazado por ellas, mientras tú,
tañendo la cítara, cantas himnos. ¡Hola! A ti me dirijo, ¡oh hijo de
Leto!, que por suerte pronuncias tus oráculos a todos en dorado asiento
y en el centro de la tierra, y a tus oídos llegarán estas voces.

_Epodo._ — ¡Ay de ti, punible estuprador!, que en tu templo das un hijo
a mi marido, no habiendo recibido antes de él beneficio alguno; mi hijo
y el tuyo, que nada sabe, perece arrebatado por las aves, perdidas las
fajas en que lo envolvió su madre. Delos te odia, y las ramas de laurel
y la palma de suelto follaje, bajo la cual Leto le dio a luz en parto
venerando, fruto de su unión con Zeus.

EL CORO

¡Ay de mí! Gran cúmulo de males nos amenaza, capaz de arrancar lágrimas
a los más indiferentes.

EL PEDAGOGO

¡Oh hija!, no me canso de mirar tu rostro hasta perder el juicio.
Cuando apuraba la amarga copa de estos infortunios, tus palabras,
como nueva ola que me arroja de la popa, otra vez me acomete y trueca
los males presentes en otros más graves. ¿Qué dices? ¿De qué crimen
acusas a Febo? ¿Auguras haber dado vida a un hijo? ¿En qué parte de la
ciudad expusiste ese parto de tu vientre, grato a las fieras? Repítelo,
explícate.

CREÚSA

Respeto me infundes, ¡oh anciano!; pero lo declararé, no obstante.

EL PEDAGOGO

Sí, que honroso es llorar con los amigos.

CREÚSA

Oye, pues: ¿sabes en dónde está la gruta septentrional de la roca de
Cécrope, que llamamos Macra?

EL PEDAGOGO

Sí, allí se ve el templo de Pan, cerca del ara.

CREÚSA

Pues en ese paraje luchamos tan tristemente.

EL PEDAGOGO

¿Cómo? ¡Cuántas lágrimas me haces derramar!

CREÚSA

Contra mi voluntad tuve con Febo infausto ayuntamiento.

EL PEDAGOGO

¡Oh hija! ¿Es esto acaso lo que yo sospechaba?

CREÚSA

Lo ignoro; pero si dices verdad, la confirmaré.

EL PEDAGOGO

¿Cuando ocultamente te quejabas de enfermedad misteriosa?

CREÚSA

Así era; y ahora confieso mi desventura.

EL PEDAGOGO

¿Y cómo ocultaste después tus nupcias con Apolo?

CREÚSA

Di a luz el fruto de nuestro amor; óyeme con paciencia, anciano.

EL PEDAGOGO

¿En dónde? ¿Quién te ayudó en tu parto? ¿Acaso tú sola sufriste sus
dolores?

CREÚSA

Sola en la gruta, en donde celebré mi himeneo.

EL PEDAGOGO

¿Y en dónde está ese niño, para que no vivas sin hijos?

CREÚSA

Murió, ¡oh anciano!, habiendo sido expuesto a las fieras.

EL PEDAGOGO

¿Murió? ¿Y osó Apolo abandonarlo?

CREÚSA

No quiso socorrerlo; críase en el palacio de Hades.

EL PEDAGOGO

¿Y quién lo expuso? ¿No serías tú, sin duda?

CREÚSA

Yo, en una noche oscura, envuelto en sus pañales.

EL PEDAGOGO

¿Y nadie lo supo?

CREÚSA

Tan solo mi desdicha, tan solo el misterio.

EL PEDAGOGO

¿Y cómo osaste dejar a tu hijo en la gruta?

CREÚSA

¿Cómo? Después de exhalar tristes quejas.

EL PEDAGOGO

¡Qué horror! ¡Oh, tú, corazón de hierro, que a tanto te atreviste, y
aún más cruel el dios!

CREÚSA

¡Si hubieses visto al niño extendiendo hacia mí sus manecitas!

EL PEDAGOGO

¿Porque tenía hambre, o para que lo tomases en tus brazos?

CREÚSA

Por gustar la leche de mis pechos, que no lo alimentaron, víctima de mi
injusticia.

EL PEDAGOGO

¿Y cuál fue tu objeto al exponer a tu hijo?

CREÚSA

Creí que el dios lo salvaría por ser también suyo.

EL PEDAGOGO

¡Qué furiosa borrasca azota a tu familia!

CREÚSA

¿Por qué lloras ocultando tu cabeza, ¡oh anciano!?

EL PEDAGOGO

Pensando en tu aflicción y en la que sentirá tu padre.

CREÚSA

Tal es la suerte reservada a los mortales; nada hay constante en ellos.

EL PEDAGOGO

Dejémonos ya de lamentos, ¡oh hija!

CREÚSA

¿Y que haré? Desdicha grande es la irresolución.

EL PEDAGOGO

Véngate del dios, que te injurió primero.

CREÚSA

¿Y cómo yo, simple mortal, venceré a deidades más poderosas?

EL PEDAGOGO

Incendia el venerando templo de Febo.

CREÚSA

Tengo miedo; bastantes males me atormentan.

EL PEDAGOGO

Mata, pues, a tu marido, que esto es posible.

CREÚSA

Me acuerdo de nuestra unión, cuando era bueno.

EL PEDAGOGO

Mata, al menos, al niño, que nació para tu daño.

CREÚSA

¿Cómo? ¡Si pudiera! ¡Cuánto lo anhelo!

EL PEDAGOGO

Arma a tus satélites, que llevan espada.

CREÚSA

Pronta estoy; pero ¿adónde iremos?

EL PEDAGOGO

A los sagrados tabernáculos, en donde celebra el banquete, con sus
amigos.

CREÚSA

Hazaña es asesinar, y los esclavos valen poco.

EL PEDAGOGO

¡Ay de mí! Tu ánimo desfallece. Vamos, decídete.

CREÚSA

Dolorosa y eficaz es la venganza que medito.

EL PEDAGOGO

Lo mismo te serviré.

CREÚSA

Oye, pues: ¿te acuerdas de la batalla de los gigantes?

EL PEDAGOGO

Sí, la trabaron en Flegra[53] con los dioses.

CREÚSA

Allí la tierra dio a luz a la Gorgona,[54] monstruo horrible.

EL PEDAGOGO

¿Para auxiliar a sus hijos y combatir con los dioses?

CREÚSA

Sí, y la mató Palas, hija de Zeus.

EL PEDAGOGO

¿Y cuál era su forma, espantosa sin duda?

CREÚSA

Armado estaba su pecho de víboras entrelazadas.

EL PEDAGOGO

¿No es esta la misma tradición que oí en otro tiempo?

CREÚSA

Atenea ostenta la piel de ella en su seno.

EL PEDAGOGO

¿No la llaman la _Égida_, atributo de Palas?

CREÚSA

Así la nombraron cuando peleó a favor de los dioses.

EL PEDAGOGO

¿Y cómo, ¡oh hija!, ofenderá a tus enemigos?

CREÚSA

Conociste, sin duda, a Erictonio, ¡oh anciano! ¿No es así?

EL PEDAGOGO

¿El primero de tus antepasados que dio a luz la tierra?

CREÚSA

A poco de nacer le concedió Palas...

EL PEDAGOGO

¿Qué? Parece que temes hablar.

CREÚSA

Dos gotas de sangre de la Gorgona.

EL PEDAGOGO

¿Y qué efecto harán en los hombres?

CREÚSA

Una da la muerte, otra cura las enfermedades.

EL PEDAGOGO

¿Y las suspendió del cuerpo del niño?

CREÚSA

Con ligaduras doradas; él las dio a mi padre.

EL PEDAGOGO

¿Y a su muerte las heredaste?

CREÚSA

Así fue, y las traigo ocultas en mi mano.

EL PEDAGOGO

¿Y de dónde proviene este doble presente de la diosa?

CREÚSA

Es la sangre que derramó la vena cava.[55]

EL PEDAGOGO

¿Y para qué sirve? ¿Cuál es su virtud?

CREÚSA

Ahuyenta las enfermedades e infunde nueva vida.

EL PEDAGOGO

¿Y cuál dijiste que era el efecto de la otra?

CREÚSA

Mata, porque es veneno de los dragones de la Gorgona.

EL PEDAGOGO

¿Y están juntas las dos, o separadas?

CREÚSA

Separadas; la buena no se mezcla con la mala.

EL PEDAGOGO

¡Oh hija muy amada!, posees cuanto necesitas.

CREÚSA

Así morirá a tus manos el hijo de Juto.

EL PEDAGOGO

¿En dónde y cómo? Manda tú, y yo obedeceré.

CREÚSA

En Atenas, cuando habite en mi palacio.

EL PEDAGOGO

No has dicho bien; hace poco reprobaste mi consejo.

CREÚSA

¿Cómo? ¿No tienes confianza en mi proyecto?

EL PEDAGOGO

Se creerá que tú misma has envenenado al hijo de Juto, aunque su muerte
no sea obra tuya.

CREÚSA

Bien está; dicen que las madrastras aborrecen a los hijastros.

EL PEDAGOGO

Mátalo, pues, aquí, en donde negarás el crimen.

CREÚSA

De antemano saboreo ya este deleite.

EL PEDAGOGO

Y ocultarás a tu esposo lo que él quiere callarte.[56]

CREÚSA

¿Sabes lo que has de hacer? Después que recibas de mi mano este antiguo
vaso dorado, presente de Palas, irás adonde mi marido sacrifica a
escondidas, y cuando acaben de cenar y vayan a ofrecer libaciones a los
dioses, ocultándolo bajo tu vestido, derrámalo en la copa del joven,
pero solo en la suya, no en todas, para que la beba el futuro señor de
mi palacio, que si llega a humedecer su garanta, nunca irá a la ínclita
Atenas, y se quedará aquí.

EL PEDAGOGO

Vete ahora tú a las habitaciones destinadas a los peregrinos, que yo
haré cuanto me has ordenado. ¡Vamos, pies trémulos, manteneos firmes a
pesar de mis años y encaminaos hacia el enemigo, como ordena mi dueña,
y dadle muerte, y librad el palacio de su presencia! Buena es la piedad
cuando la fortuna se muestra propicia; pero ninguna ley prohíbe que
hagamos daño a nuestros enemigos.[57] (_Retíranse los dos en dirección
opuesta_).

EL CORO

_Estrofa._ — ¡Oh Trivia!,[58] hija de Ceres, que presides a los
crímenes nocturnos; lleva también de día a feliz término el que ha de
perpetrar esta copa mortífera, como desea mi venerable, mi venerable
señora, y que beba estas gotas de la garganta de Medusa, hija de la
Tierra, el que intenta penetrar en el palacio de los hijos de Erecteo;
que ningún otro de distinto linaje domine en mi ciudad, excepto los
nobles Erecteidas.

_Antístrofa._ — Pero si se frustra el asesinato que osa mi dueña y pasa
la ocasión de cometerlo, y se desvanece su esperanza, o herirá su pecho
afilada cuchilla, o ceñirá un lazo su cuello, y acabando sus dolores,
vivirá con otra forma. Mientras exista, no verán sus ojos, brillantes
luceros, que dominen en su morada señores extranjeros, siendo ella de
noble estirpe.

_Estrofa._ — Me avergozaré, por el dios que alaban los cantos, si,
junto a las fuentes de Calícoro, y al celebrarse con antorchas las
Vigésimas,[59] hemos de contemplar a Ion vigilando durante la noche,
cuando los coros conmueven el aire a la luz del cielo estrellado y de
la Luna, y las cincuenta hijas de Nereo danzan en la mar y en el fondo
de los ríos perennes en honor de Perséfone, la de corona de oro, y de
su madre veneranda, si allí quiere reinar un vagabundo, esclavo de
Febo, y disfrutar de riquezas que otros ganaron.

_Antístrofa._ — Vosotros los que satirizáis a las mujeres en vuestros
versos y reveláis en vuestros himnos nuestras faltas conyugales y
nuestros amores adulterinos e impíos, observad cuán superior es nuestra
piedad al desordenado apetito de los hombres. Componed, pues, contra
ellos y mis adulterios vuestras mordaces canciones. Juto, descendiente
de Zeus, ha probado su ingratitud, puesto que participando de la
desgracia de mi dueña y no teniendo hijos de ella, los buscó en otras,
y ha logrado uno espurio.

EL CRIADO

¿En dónde estará, ¡oh mujeres!, mi señora, la ínclita hija de Erecteo?
He corrido toda la ciudad sin poder encontrarla.

EL CORO

¿Qué sucede, ¡oh consiervo!, que te trae tan azorado? ¿Cuál es tu
mensaje?

EL CRIADO

Nos persiguen, y los magistrados de Delfos la precipitarán desde una
roca si la hallan.

EL CORO

¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¿Se ha averiguado acaso que maquinábamos la
muerte de ese joven?

EL CRIADO

Me has entendido, y no serás la última que lo pague.

EL CORO

¿Y cómo se ha descubierto ese crimen misterioso?

EL CRIADO

El dios, no queriendo contaminarse, ha hecho triunfar la justicia.

EL CORO

¿Cómo? Suplicándote te ruego que lo digas; cuando te hayamos oído, si
nos conviene morir, moriremos de mejor grado, o viviremos si preferimos
ver la luz del sol.

EL CRIADO

Después que se ausentó Juto, el marido de Creúsa, conocido el oráculo
del dios, en compañía de su hijo, para llevarlo al banquete y al
sacrificio que a los dioses preparaba, se dirigió adonde brilla el
fuego dionisíaco[60] para que la sangre de las víctimas regase ambas
cumbres en acción de gracias por tan feliz hallazgo, hablándole así:
«Quédate tú aquí, ¡oh hijo!, para levantar muchos tabernáculos, ayudado
de trabajadores. Cuando yo sacrifique a los dioses que presiden al
nacimiento, invita, si tardo, a los amigos que han de acompañarnos».
Y se alejó llevándose los novillos. El adolescente levantó con cuidado
los pilares del tabernáculo, huyendo de los rayos del sol de mediodía
y de poniente, y midió un espacio rectangular de 100 pies de largo
por cada lado, cuya superficie era de 10.000 pies cuadrados, según
dicen los peritos, para convidar a todo el pueblo de Delfos. Y con los
sagrados tapices del tesoro cerró sus costados, que era una maravilla.
Primero colocó en el techo uno, trofeo de la derrota de las Amazonas,
don que ofreció al dios Heracles, el hijo de Zeus. Tales eran los
asuntos que sus tejidos representaban: el cielo convocando a las
estrellas en los aires; el Sol guiando a sus caballos poco antes de
su ocaso, llevando en pos el brillante lucero vespertino, y la Noche,
de negras vestiduras, rigiendo su carro de dos caballos, rodeada de
espléndidos luminares. Las Pléyades y Orión[61] con su espada hendían
el firmamento, y encima la Osa, envolviéndose en su cola de oro, y
opuesta al polo; más alta, resplandecía la Luna llena, que divide los
meses; las Híades, señal muy conocida de los navegantes, y la rosada
Aurora ahuyentando a los astros. Añadió en los costados otros tapices
de bárbaros dibujos, como de naves enemigas de los griegos, bien
armadas de remos y de hombres semifieras, y de cacerías a caballo,
y de ciervos y feroces leones ya encadenados. Inmediato a la puerta
estaba Cécrope, envolviéndose en espirales, junto a sus hijas,[62]
ofrenda de algún ateniense. Después que trajeron los vasos de oro,
un heraldo, sobre las puntas de los pies, invitó al banquete a todos
los ciudadanos que quisiesen asistir. Llena la copa, se adornaron
de coronas y gustaron deleitosos manjares. A la mitad del festín
se adelantó hasta la mesa un anciano, y excitó gran risa entre los
convidados, sirviéndoles oficiosamente. De las urnas les ofrecía agua
para lavarse, y los perfumaba con mirra,[63] y a todos presentaba
doradas copas, encargándose él solo de este ministerio. Cuando sonaron
las flautas y circuló la copa común, dijo el anciano: «Tiempo es ya de
llevarse las copas pequeñas de vino y traer los vasos grandes,[64] para
que más pronto la alegría penetre en los ánimos de todos». Entonces
trajeron vasos cincelados de oro y plata. Él, tomando uno de los más
bellos, como para congraciarse con su nuevo señor, se lo dio lleno,
echando en el vino un veneno activo que, según dicen, le había dado
su señora para que el nuevo hijo dejase de ver la luz, sin excitar
sospechas; pero cuando este tenía en su mano la libación, como los
demás, uno de los servidores profirió una palabra de mal agüero,[65]
y como criado en el templo y entre sabios adivinos, pudo apreciar
su valor y mandó que le llenasen otra copa, y derramó la primera en
honor de la Tierra, y ordenó a todos que lo imitaran. Reinó entonces
el silencio, y volvimos a verter en los vasos sagrados agua y vino
biblino.[66] Al mismo tiempo penetró en la tienda una bandada de
ligeras palomas, que vivían seguras en el templo de Apolo. Y después
que derramaron el vino...

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

sedientas bebieron de él, y lo tragaron con sus cuellos cubiertos de
pluma. Y las demás apuraron sin peligro la libación divina; pero la
que se posó en la tierra, en el lugar en donde el hijo recién hallado
vertió la suya, y sació allí su sed, comenzó a temblar y a estremecerse
toda, y, como si gimiera, arrulló confusamente; todos los convidados
quedaron maravillados contemplando sus sufrimientos, y murió presa
de convulsiones y se estiraron sus pies purpúreos. Entonces, el hijo
declarado por el oráculo, arrollando su manto y descubriendo sus
hombros y su brazo,[67] exclamó así: «¿Quién ha intentado envenenarme?
Dilo, anciano; tú has sido, y de tu mano recibí la copa». Y cogiéndolo
de sus viejos brazos, comenzó a interrogarle, para que no se le
escapase, siendo tan manifiesto su delito. Descubriose, pues, y a la
fuerza declaró el crimen de Creúsa y su propósito de envenenarlo. El
joven designado por el oráculo salió entonces presuroso al frente de
sus compañeros, y habiendo buscado a los próceres de esta ciudad de
Apolo, Pitia les dijo: «¡Oh santa tierra!, la mujer extranjera, hija de
Erecteo, ha intentado envenenarme». Enterados los notables de Delfos,
decretaron unánimes que mi señora fuese precipitada desde la roca,
por haber osado dar muerte a un varón tan santo y cometer este crimen
en el templo. Todos los ciudadanos persiguen ahora a la que emprendió
anhelosa tan malhadada peregrinación, pues deseando que Febo le
conceda hijos, perderá su vida juntamente con la esperanza de tenerlos.

EL CORO

No hay medio de que yo, infortunada, evite mi suerte; todo se sabe,
todo se sabe por la muerte de la paloma al beber la libación compuesta
del jugo de los racimos de Dioniso, y de las gotas del activo veneno
de las víboras; inevitable es el sacrificio mortífero, la calamidad
que amenaza a mi vida y el suplicio de mi dueña, despeñada desde la
roca. ¿Cómo huiré volando, o me refugiaré en tenebrosas cavernas, para
librarme de las piedras que han de darme la muerte, o llevada por los
ligeros cascos de los caballos uncidos a la cuadriga, o en la popa de
alguna nave? No es posible ocultarme, a no ser que algún dios quiera
salvarnos. ¿Qué sufrimientos, ¡oh desdichada señora!, te esperan? ¿Por
ventura seremos víctimas nosotras del mal que intentamos hacer a otros,
como exige la justicia?

CREÚSA (_que llega azorada_).

Búscanme, ¡oh esclavas!, para darme funesta muerte, condenada por los
sufragios délficos;[68] dispuesta estoy a sufrir el suplicio.

EL CORO

Conocemos tus desdichas, ¡oh infortunada!, y la pena que te aguarda.

CREÚSA

¿Adónde huiré, pues? Con trabajo he podido escaparme del edificio en
que estaba, huyendo de mi ruina, y callada llego aquí burlando a mis
enemigos.

EL CORO

¿Adónde mejor que al ara?

CREÚSA

¿Pero de qué me servirá?

EL CORO

No es lícito matar al suplicante.

CREÚSA

Pero la ley lo manda.

EL CORO

Si hubieses caído en sus manos...

CREÚSA

Ya vienen mis crueles ejecutores con las espadas desenvainadas.

EL CORO

Siéntate, pues, junto al ara. Porque si ahí mueres, tus verdugos
expiarán tu muerte; menester es sufrir resignados nuestro destino.

ION (_con séquito de guerreros_).

¡Oh padre Céfiro de faz taurina![69] ¿Cómo engendraste esta víbora o
dragón, y de cuyos ojos brota letal llama? Todo lo osa, y no es menos
cruel que el veneno de las Gorgonas con que quiso matarme. Apoderaos
de ella para que sus rizos, no humedecidos por las libaciones, sean
desgarrados por los peñascos del Parnaso, desde los cuales será
precipitada. Fortuna tuve antes de llegar a Atenas y caer bajo la
férula de mi madrastra, pues entre mis compañeros he podido conocer
tu malevolencia y el odio que me profesas. Es seguro que al pisar tu
palacio me hubieras lanzado a la morada de Hades. Pero ni el ara ni el
templo de Apolo te salvarán. Yo y mi madre somos más dignos de lástima
que tú, pues aunque no la conozca invoco su nombre con frecuencia.
Contemplad a esta mujer malvada, maestra de engaños, que se sienta
trémula junto al ara del dios, como si no hubiese de expiar su delito.

CREÚSA

Ordénote que no me mates, en mi propio nombre y en el del dios, junto a
cuya ara estamos.

ION

¿Qué tienes tú de común con Febo?

CREÚSA

Consagro a este dios mi cuerpo.

ION

Y, sin embargo, intentabas envenenarme cuando yo era suyo.

CREÚSA

No suyo, sino de tu padre.

ION

Pero me adoptó por hijo y ha sido conmigo un verdadero padre.

CREÚSA

Eras antes servidor de Apolo; ahora yo, y tú no.

ION

Impía es tu consagración, y piadosa fue la mía.

CREÚSA

Pero quise matarte porque eras enemigo de mi familia.

ION

No fui armado a tu país.

CREÚSA

Sí, sin duda alguna; e incendiabas además el palacio de Erecteo.

ION

¿Con qué teas incendiarias, o con qué otro linaje de fuego?

CREÚSA

Arrebatándome mis bienes, habías de poseerlos contra mi voluntad.

ION

Sí, mi padre me cedía el país que ganó con sus armas.

CREÚSA

¿Qué derecho podían tener los descendientes de Eolo a la ciudad de
Palas?

ION

Con sus armas la salvó, no con vanas palabras.

CREÚSA

El auxiliar no es poseedor del país que socorre.

ION

¿Luego querías matarme para no temer nada en adelante?

CREÚSA

Para no morir si tú perecías antes.

ION

Me odias porque mi padre me encontró, y tú no tienes hijos.

CREÚSA

¿Tú usurparás acaso la herencia de los huérfanos de ellos?

ION

¿Pues qué, no había de heredar parte de los de mi padre?

CREÚSA

Solo una lanza y un escudo; he aquí tu patrimonio.

ION

Deja el ara y el templo consagrado al dios.

CREÚSA

Aconseja a tu madre en dondequiera que esté.

ION

¿Pero no serás castigada por haber intentado envenenarme?

CREÚSA

Sí, si te atreves a hacerlo en este templo.

ION

¿Y por qué te agrada morir entre las guirnaldas de Febo?[70]

CREÚSA

Así padecerá alguno que nos hizo sufrir.

ION

¡Válganme los dioses! Lastimoso es que Apolo no estableciese leyes
justas y prudentes para los hombres; los criminales no debían
refugiarse en el ara, sino ser lanzados de ella; ni es honroso
acercarse a los dioses con las manos manchadas, y solo los justos
debían acogerse a los lugares consagrados si se los hacía injusticia, y
nunca consentir que disfrutaran del mismo privilegio el sacrílego y el
delincuente.

LA PITIA (_que sale del templo_).

Detente, hijo mío; yo, la sacerdotisa de Febo, acabo de dejar mi
sagrado asiento, y vengo aquí encargada de la custodia del antiguo
trípode, elegida entre todas las mujeres délficas.

ION

Salve, madre amada, aunque no me dieras a luz.

LA PITIA

Pero llámame madre tuya, que este nombre no me desagrada.

ION

¿Has sabido que esta mujer quería darme muerte con malas artes?

LA PITIA

Sí, y tú pecas también y eres cruel.

ION

¿No debo acaso castigar a mis asesinos?

LA PITIA

Las madrastras odian siempre a sus hijastros.

ION

Y nosotros a nuestras madrastras, cuando intentan ofendernos.

LA PITIA

Déjate de esto; al abandonar el templo para encaminarte a tu patria...

ION

¿Qué he de hacer, obediente a tus consejos?

LA PITIA

Vete puro a Atenas, y con auspicios favorables.

ION

Puro es, sin duda, el que se venga de sus enemigos.

LA PITIA

No lo hagas tú así; oye lo que voy a decirte.

ION

Habla, que tus palabras serán benévolas.

LA PITIA

¿Ves este cestillo que traigo debajo de los brazos?

ION

Veo un viejo cesto, ceñido de larga banda.

LA PITIA

Tal fue tu cuna, que te acogió al nacer.

ION

¿Qué dices? Nuevo es para mí esto.

LA PITIA

Oculto lo tenía; pero ahora lo descubro.

ION

¿Por qué lo has callado tanto tiempo?

LA PITIA

Quiso el dios que le sirvieses en su templo.

ION

¿Y ya no? ¿Cómo puedo saberlo?

LA PITIA

Obra suya es tu reconocimiento por Juto, y señal de que consiente que
abandones este país.

ION

¿Lo guardaste porque te lo ordenó, o por qué motivo?

LA PITIA

Me dio a entender Apolo...

ION

¿Qué? Acaba.

LA PITIA

Que reservase hasta ahora este hallazgo.

ION

¿Y en qué puede servirme o perjudicarme?

LA PITIA

También contiene las fajas que te ceñían.

ION

Quizá me den alguna luz para buscar a mi madre.

LA PITIA

Cuando el dios lo quiere, nunca antes.

ION

¡Oh fausto día!

LA PITIA

Acéptalo, pues, y busca con diligencia a tu madre. Recorre todo el Asia
y los confines de la Europa. Te crié por orden del dios, ¡oh hijo!,
y te devuelvo lo que le plugo confiarme en deposito, sin que ningún
mortal me lo mandase; pero no puedo adivinar el objeto que se propuso.
Nadie sabía que yo lo poseyese, ni en dónde lo guardaba. Y adiós; te
amo como una madre. Así, averigua cuanto antes si alguna mujer de
Delfos, después de darte a luz, te expuso en este templo, o si ha sido
otra griega. Febo y yo, que lo sabíamos, te lo anunciamos. (_Entra en
el templo_).

ION

¡Ay, ay de mí! ¡Cómo derraman mis ojos copiosas lágrimas, pensando en
mi madre, que se casó clandestinamente y me vendió a hurtadillas!
Y no me dio su pecho, antes bien vivía como un esclavo en el templo
del dios. Bueno ha sido él conmigo, y mala mi suerte, que me privó
de los cuidados de una madre amantísima, cuando debí gozar de sus
abrazos, plácido deleite de la vida. ¡Desventurada también la que me
dio el ser, ya que su infortunio fue igual al mío, careciendo de los
goces que ofrecen los hijos! Y ahora, cuando reciba este cesto, me lo
llevaré como presente de Apolo, para buscar vanamente lo que deseo
encontrar. Si me concibió alguna sierva, peor es hallarla. ¡Oh Febo!,
yo lo consagro a tu templo.[71] Pero ¿qué hago? ¿Me rebelaré contra la
voluntad del dios, que me suministra esos indicios para hallar a mi
madre? Abriremos el cestillo y acometeremos la empresa, que nunca podrá
triunfar de mi destino. ¡Oh sagrada banda! ¿Por qué has estado oculta,
y vosotras, fajas que me ceñisteis? Ved cómo este redondo cestillo no
ha sufrido en su cubierta injuria ninguna del tiempo, sin duda por obra
del dios, ni tampoco sus mimbres, y eso que larga es la fecha de tal
tesoro.

CREÚSA

¿Qué inesperado objeto contemplo?

ION

Calla; bien sabes que antes fuiste reservada hasta el exceso.

CREÚSA

No puedo callar ahora; no me lo aconsejes; veo el cesto que sirvió para
exponerte, ¡oh hijo!, en tus más tiernos años, en la gruta de Cécrope
y en las peñascosas bóvedas de Macra. Abandonaré, pues, esta ara,
aunque haya de morir.

ION (_a los de su séquito_).

Prendedla; por decreto de Febo deja precipitadamente el ara en que se
ha refugiado; sujetadla.

CREÚSA (_que se apodera mientras tanto del cesto_).

¿Todavía persistís en matarme? A la fuerza retendré este cesto y a ti y
a cuanto contiene.

ION

¿No es esto intolerable? Fingido es lo que hace.

CREÚSA

No; ya tus amigos encontraron a quien aman.

ION

¿Me amas acaso, y querías ha poco envenenarme?

CREÚSA

Eres mi hijo, prenda la más cara de los padres.

ION

No recurras a tales artificios; fácilmente te los probaré.

CREÚSA

Pruébalo, hijo; ese es mi mayor deseo.

ION

¿Está vacío este cesto, o contiene alguna cosa?

CREÚSA

Los vestidos con que te expuse.

ION

¿Y dirás cuáles son antes de pasar adelante?

CREÚSA

Y si no lo acierto, moriré gustosa.

ION

Dilo, que es algo extraña tu confianza.

CREÚSA

Mirad la tela que tejí en mi juventud.

ION

¿Cuál? Muchas clases de tela tejen las jóvenes.

CREÚSA

No está bien acabada, y se conoce que era inexperta la lanzadera que la
tejió.

ION

¿Y qué representa? Ahora no podrás engañarme.

CREÚSA

A la Gorgona, figurada con el estambre del manto.

ION

¡Oh Zeus, qué destino es el mío!

CREÚSA

Y su cabeza, a modo de égida, está coronada de serpientes.

ION (_que enseña la tela_).

Vedla; esta es la tela y las fajas que hemos encontrado.

CREÚSA (_examinándola_).

¡Oh, paños, antigua obra de mis manos virginales!

ION

¿Hay alguna señal además, o basta lo dicho?

CREÚSA

Dos brillantes dragones de oro macizo, ofrenda a Atenea, destinados a
guardar niños, en recuerdo del viejo Erictonio.

ION

Mas ¿para qué sirven estas alhajas de oro? Dímelo.

CREÚSA

Para adornar el cuello del recién nacido, ¡oh hijo!

ION

Aquí está, en efecto; deseo que me reveles la tercera señal.

CREÚSA

Púsete entonces una corona de olivas, primera que plantó Atenea en la
ciudadela, la cual, si existe, no pierde nunca el verdor de sus hojas,
porque es inmortal.

ION

¡Oh madre muy querida!, contento miro tus ojos gozosos y beso tus
mejillas.

CREÚSA

¡Hijo mío!, luz más grata a una madre que la del sol (con perdón sea
dicho de él); en mis brazos te estrecho encontrándote cuando menos
lo esperaba y cuando creía que habitabas con los manes debajo de la
Tierra, en el reino de Perséfone.

ION

¡Oh madre amada!, en tus brazos me ves; vivo cuando me creías muerto.

CREÚSA

¡Cuán grande es mi alegría! ¿Qué diré, cómo la expresaré, llenando los
espacios del aire resplandeciente? ¿A quién debo este gozo inesperado?
¿A quién esta dicha?

ION

¡Oh madre!, todo lo hubiese pensado, menos que yo era tu hijo.

CREÚSA

Todavía tiemblo de miedo.

ION

Temes acaso perderme, cuando me estrechas en tus brazos.

CREÚSA

Ya no lo esperaba. ¿Cómo, ¡oh mujer! (_a la Pitia_), vino este niño a
tus manos? ¿Quién le trajo al templo de Apolo?

ION

Orden divina; seamos felices desde ahora con los dones de la fortuna,
antes tan adversa.

CREÚSA

¡Oh hijo!, no viniste al mundo sin lágrimas, ni te arrancaron sin
lamentos del pecho de tu madre; pero en este instante disfruta de
dulcísimo deleite respirando cerca de tus mejillas.

ION

Al recordar mi destino, recuerdas también el tuyo.

CREÚSA

Ya no soy huérfana, ya no carezco de hijos; ya mi linaje será
respetado, y mi país tendrá rey, y Erecteo se rejuvenece, y mi estirpe,
hija de la Tierra, no quedará envuelta en oscuras tinieblas y verá otra
vez las antorchas del sol.

ION

¡Oh madre!, que mi padre participe también de este deleite.

CREÚSA

¿Qué palabras pronuncias? ¡Cómo, cómo me reconoces!

ION

¿Qué has dicho?

CREÚSA

¡Otro, otro fue tu padre!

ION

¡Ay de mí! ¿Sin haber contraído himeneo diste la vida a un bastardo?

CREÚSA

Ni antorchas ni danzas celebraron el mío, ¡oh hijo!, cuyo fruto fuiste.

ION

¡Ay, ay de mí! Innoble es mi nacimiento, ¡oh madre! ¿Quién me engendró?

CREÚSA

Sábelo la que dio muerte a la Gorgona...

ION

¿Por qué te expresas así?

CREÚSA

La que habita en mis peñascos y plantó la oliva en la roca.

ION

No te entiendo, no te entiendo; no puedo adivinar el sentido de tus
palabras.

CREÚSA

En el monte frecuentado por ruiseñores con Febo...

ION

¿Qué dices de Febo?

CREÚSA

Me uní en furtivo lecho.

ION

Explícate, que me es grato y placentero.

CREÚSA

Y en la décima revolución del mes te di a luz ocultamente, y fue tu
padre Febo.

ION

¡Cuánto me place lo que dices, si es verdad!

CREÚSA

Mis manos virginales te envolvieron en estas telas, obra de mi
lanzadera. No te acerqué a mi pecho, ni te alimentó mi leche maternal,
ni mis manos te lavaron, sino que te expuse a la muerte en una gruta
desierta, para que te despedazaran las garras de las aves.

ION

¡Oh madre!, cruel fue tu resolución.

CREÚSA

Vencida por el miedo, te entregué a la muerte, ¡oh hijo!, aunque lo
hice contra mi voluntad.

ION

¡Y estuviste a punto de perecer a mis manos impías!

CREÚSA

Deplorable, ¡ay de mí!, fue todo aquello; deplorable también esto;
juguete somos de penas y placeres, y pronto cambió el viento; sea
constante el aura propicia que ahora sopla, después de tantos males,
¡oh hijo!

EL CORO

Ningún mortal, en vista de lo que nos sucede, debe extrañar nada.

ION

¡Oh, Fortuna, que todo lo trastornas, y haces a unos desdichados y a
otros felices!; en mortal peligro estuvimos de matar a nuestra madre
y de sufrir nosotros mismos muerte indigna. ¡Ay de mí! ¿Por ventura
nada nos enseñan cada día las brillantes revoluciones del Sol? Deseado
hallazgo es el tuyo, ¡oh madre!, y no me quejaré de mi linaje; lo demás
debes tú saberlo. Acércate, quiero hablarte al oído, y dejemos eso
envuelto en las tinieblas. Cuida, madre mía, de no achacar al dios tu
falta, como suele suceder a las vírgenes, y guárdate, deseosa por mi
causa de evitar tu deshonra, de afirmar falsamente que fue mi padre
Febo.

CREÚSA

No; por la Victoria que acompañó a Atenea al socorrer en su carro a
Zeus contra los hijos de la Tierra, ningún mortal es tu padre, ¡oh
hijo!, sino el rey Apolo, que te conservó.

ION

¿Cómo, pues, da un hijo a otro, y dice que me engendró Juto?

CREÚSA

No dijo que te engendrara Juto, sino que, siendo suyo, te entregó a
Juto; como amigo le ofrece su hijo, para que él lo herede.

ION

Con razón me inquietas, ¡oh madre!, si será veraz el dios, o si
vaticina erradamente.

CREÚSA

Oye lo que me ocurre, ¡oh hijo!: Apolo, deseoso de protegerte, te hace
miembro de su noble familia; pero si dices que eres su hijo, no serás
nunca su heredero ni llevarás su nombre. ¿Cómo había de ser así, cuando
oculté yo misma ese himeneo y quise matarte en secreto? Él te socorrió
y te da ahora otro padre.[72]

ION

No me satisfacen tus razones; entraré, pues, en el templo y preguntaré
a Febo si he nacido de padre mortal, o de él mismo. (_Cuando va a
entrar en el templo, se aparece Atenea en resplandeciente carro_).
¿Qué es esto? ¿Qué deidad muestra su faz brillante como el sol sobre
el sagrado templo? Huyamos, madre; no miremos a los dioses cuando no
conviene verlos.

ATENEA (_a Ion_).

No huyáis, que no soy vuestra enemiga, sino la que os ama, y también
a Atenas. Yo soy Palas, que me llamo como vuestra ciudad, y vengo
aquí ligera a ruego de Apolo, que no osa presentarse, arrepentido de
su falta. Nos envía para deciros que Creúsa te dio a luz y Apolo fue
tu padre, haciéndote adoptar por los que no te engendraron, para que
pertenezcas a nobilísima familia. Ya que todo se sabe claramente,
disipó la borrasca que te amenazaba, temiendo que murieses a manos
de tu madre, o ella a las tuyas. Deseaba el rey Apolo callarlo y
declarar a Atenas que Creúsa era tu madre, y tú hijo de ambos. Para
que se cumpla el oráculo y terminar mi misión, os diré el motivo que
me obligó a uncir al carro mis caballos; ve, ¡oh Creúsa!, con tu
hijo a la tierra de Cécrope y colócalo en el trono, porque es justo
que reine en mi país el descendiente de Erecteo. Será famoso en la
Grecia; cuatro ramas brotarán de este tronco, que darán tu nombre
al territorio y a las tribus que habitan en mi alcázar.[73] Geleón
será el primero; a esta tribu seguirán las de los Hopletes, Argades y
Egícores, del mismo nombre de mi égida, que formarán la cuarta. Cuando
llegue la época fijada por el destino, sus descendientes fundarán las
ciudades insulares de las Cícladas y colonizarán las orillas de la
mar, principal nervio de un estado, y poblarán los campos de ambos
continentes, así del Asia como de Europa; y perpetuando el nombre de
Ion, serán famosos los jonios.[74] Pero Juto y tú tendréis otros hijos;
a saber: Doro,[75] estirpe de los preclaros dorios, y Aqueo,[76] en el
país de Pélope, que dominará en la costa del mar, cerca de Río,[77] y
será padre de un pueblo insigne, que se llamará como él. (_A Creúsa_).
Muchos beneficios debes a Apolo; primeramente te libró en tu parto de
dolores, para que tus amigos no lo sospecharan, y después que diste
a luz este hijo y lo fajaste, ordenó a Hermes que lo trajese aquí en
sus brazos, y lo educó y le conservó la vida. Calla, pues, ahora, y no
digas que es tu hijo, para que Juto, engañado, se deleite, y tú, mujer,
puedas gozar tranquila de su compañía. Y sed felices, que os prometo
suerte venturosa y alivio en vuestros malos.

ION

¡Oh Palas!, hija de Zeus Máximo, no incrédulo te escucho, que
convencido estoy ya de ser hijo de Apolo y de Creúsa, y aun antes no
era para mí increíble.

CREÚSA

Óyeme ahora: alabo a Febo, aunque no lo hiciera antes, porque me ha
devuelto el hijo que despreció en otro tiempo. Bendigo, pues, ahora las
puertas de este santuario y los oráculos del dios, hasta aquí adversos.
De buen grado oprimirán ya mis manos las argollas de estas puertas, y
las saludaré con amor.

ATENEA

Celebro que honres al dios, variando de parecer; hasta cierto punto
podrá ser tarda la voluntad divina, pero se cumplirá al fin siempre.

CREÚSA

¡Oh hijo!, vamos a nuestra patria.

ATENEA

Andad, y yo os seguiré.

ION

Digna patrona, en verdad, de nuestro viaje.

CREÚSA

Y amante de nuestra ciudad.

ATENEA

Y siéntate en el antiguo trono.

CREÚSA

¡Bien inestimable para mí!

EL CORO

Adiós, Apolo, hijo de Zeus y de Leto; nunca desconfíe el desdichado si
honra a los dioses. Al fin, los buenos obtienen justa recompensa, que
los malos nunca serán felices.




ANDRÓMACA


ARGUMENTO

Andrómaca, viuda de Héctor, esclava concubina de Neoptólemo, hijo de
Aquiles, de cuya unión ha nacido Moloso, de tierna edad al comenzar
la acción de esta tragedia, sufre las consecuencias de su rivalidad
con Hermíone, esposa legítima de Neoptólemo, sin duda originada de
las preferencias de este con Andrómaca y por su desvío o antipatía
a Hermíone, y contenida por la presencia y la autoridad del amante
y marido. Pero ausente este en Delfos en expiación de una injuria a
Apolo, y libre Hermíone del freno que la reprimía, extremó de tal
manera su odio que obligó a Andrómaca, amenazada de muerte con su
hijo Moloso, a huir del palacio de Neoptólemo y demandar protección a
la diosa Tetis, abrazando su estatua y sin separarse de ella. Moloso
estaba oculto, y Menelao, padre de Hermíone y rey de Esparta, había
venido para ayudarla en su abominable proyecto.

Por la fuerza no era lícito entre los griegos, dadas sus ideas
religiosas, violar por ningún pretexto el asilo sagrado de Andrómaca,
y Menelao recurre para lograrlo al engaño, prometiéndole salvar la
vida de Moloso, ya en poder suyo. No cumple, sin embargo, su palabra,
y hubiera sacrificado sin piedad al hijo y a la madre sin la llegada
y la intervención de Peleo, abuelo de Neoptólemo y bisabuelo del
niño, avisado oportunamente por Andrómaca del peligro mortal que la
amenazaba. Menelao renuncia a su cruel empresa y abandona a Hermíone,
y esta intenta suicidarse desesperada por el mal éxito de su plan, y
sobre todo por el miedo que le inspira su marido, librándose al fin
de la suerte que le aguardaba por la aparición de Orestes, hijo de
Agamenón y primo suyo, que la ayuda a huir a su ruego y por vengarse
de Neoptólemo, que se había casado con Hermíone sabiendo que era su
prometida y sin hacer caso alguno de las súplicas y razones que le
expuso. Anuncia también a Hermíone que los habitantes de Delfos, a
instigación suya, se han conjurado para matar a Neoptólemo; y en
efecto, preséntase poco después un mensajero que confirma el asesinato
del hijo de Aquiles. La unidad de tiempo, como se ve, se quebranta
evidentemente. Llega también el cadáver de Neoptólemo, y por último
la misma diosa Tetis en persona, que desata el nudo o resuelve el
conflicto dramático, ordenando que Neoptólemo sea sepultado en
Delfos para recordar a la posteridad el crimen de sus habitantes;
que Andrómaca vaya al país de los molosos para casarse con Héleno y
perpetuar allí a los descendientes de Éaco, que serán sus reyes, y, por
último, anuncia también a Peleo que será inmortal como los dioses y que
vivirá siempre en su palacio y en su compañía.

Racine ha escrito una _Andrómaca_ imitada de esta de Eurípides, y los
franceses, en general, la estiman superior a su modelo. Se comprende
fácilmente que así sea si tenemos en cuenta la ordinaria parcialidad
de sus compatriotas en todo cuanto atañe a su vanidad nacional,
como en parte acontece también a los demás pueblos; pero también se
comprende sin grande esfuerzo que el culto ciego a las tres unidades,
dogma de la mayoría de los literatos y críticos que las han comparado
y juzgado, y la violación manifiesta de dos de ellas por Eurípides,
y la posibilidad de que número no escaso de aquellos, habiéndola
leído solo traducida, hayan tenido también influjo importante en esos
fallos, erróneos en nuestro modesto juicio. La impresión que produce
la obra del poeta griego desenvolviendo una fábula religiosa a la
vez que popular, conforme con las costumbres, ideas y sentimientos
nacionales; con personajes de caracteres naturales y pasiones sencillas
y reales, dentro del círculo de la civilización helénica, y exornado
este cuadro con una poesía sobria, viril y eminentemente dramática,
pierde no poco de sus encantos leyendo en seguida la de Racine, que
extrema las virtudes de Andrómaca hasta convertirla en una reina
cristiana, y a Neoptólemo o Pirro en héroe semibárbaro, a pesar de sus
galanterías francesas, y que ofrece personajes, pasiones y caracteres
antihelénicos, amanerados e insípidos, y todo esto expuesto en una
versificación y una rima tan monótona como insoportable.

ANDRÓMACA es una tragedia griega notable, con todos sus elementos
esenciales, porque el destino, o la voluntad divina, sobreponiéndose
a las humanas, inspirándolas y moviéndolas como dóciles instrumentos,
lleva a cabo sus acuerdos humillando su orgullo y sus pretensiones, y
demostrando la flaqueza o inanidad de los cálculos de los mortales.
Neoptólemo ha ofendido gravemente a Apolo y ha de expiar su pecado,
y de aquí sus amoríos con Andrómaca, su casamiento con Hermíone y
las consecuencias funestas de su predilección por la primera. Obra
de un dios, solo otra diosa, Tetis, y cumplida la expiación, puede y
debe resolver el conflicto suscitado. Pero ni Esquilo ni Sófocles la
hubieran escrito como Eurípides, porque este prefiere, dentro de esa
esfera tradicional, presentar a los hombres como son, no como deben ser
ni superiores a la realidad, como sus dos ilustres predecesores. No
hubieran llamado a Febo _rencoroso como un hombre malvado_, y habrían
también omitido la exposición o prólogo de Andrómaca, y las dos justas
forenses de Hermíone y de Andrómaca, y de Peleo y Menelao, y los
flechazos contra las mujeres, con la agravante de ser ellas mismas las
que las disparan para darlas más fuerza. Filósofo de su época y nada
crédulo, pinta a nuestro linaje como es, desenvuelve la tesis de los
males e inconvenientes de la poligamia, fin moral y político, y observa
también los preceptos de la misma moral dramática, puesto que el
principal culpable respecto a los dioses y a los hombres, o Neoptólemo,
es castigado y premiada Andrómaca como merecía.

En cuanto a la fecha de su representación, basta su simple lectura para
averiguar que debió ser durante la guerra del Peloponeso, porque el
poeta no pierde nunca la ocasión de congraciarse con los espectadores,
ensañándose en los lacedemonios, achaque muy democrático y causa
probable de los largos parlamentos forenses ya citados, gratísimos a
los atenienses, y objeto de las donosas burlas de Aristófanes en _Las
Avispas_. Los eruditos dicen que se representó el año segundo de la
olimpiada 89, 422 antes de Jesucristo.


PERSONAJES

  ANDRÓMACA, _viuda de Héctor y mujer de Neoptólemo._
  UNA ESCLAVA TROYANA.
  EL CORO, _compuesto de mujeres tesalias._
  HERMÍONE, _esposa de Neoptólemo, hija de Menelao._
  MENELAO, _padre de Hermíone._
  MOLOSO, _hijo de Andrómaca y de Neoptólemo._
  ΡELEO, _abuelo de Neoptólemo._
  UNA NODRIZA.
  ORESTES, _hijo de Agamenón y de Clitemnestra._
  UN MENSAJERO.
  TETIS, _diosa del mar y esposa de Peleo._




  El teatro representa el palacio de Neoptólemo, y enfrente el templo
  de Tetis, ante cuyo altar aparece Andrómaca suplicante.


ANDRÓMACA

Ciudad de Tebas,[78] honra del Asia, de donde en otro tiempo vine con
opulenta dote a la regia morada de Príamo para casarme con Héctor y
darle hijos; yo soy Andrómaca, feliz sin duda en los pasados días, y
ahora la mujer más desventurada que hay y habrá jamás, pues presencié
la muerte de mi esposo, Héctor, a manos de Aquiles, y la de Astianacte,
su hijo y el mío, precipitado desde torres empinadas después que los
griegos tomaron a Troya; sufro dura esclavitud, cuando fue libérrima mi
familia, y he venido a la Grecia a manos del insular[79] Neoptólemo,
como trofeo de guerra elegido para él en el botín de Troya. Habito los
campos vecinos a la ciudad de Farsalia y a la Ftía,[80] en donde moraba
con Peleo la marina Tetis, separada del comercio de los hombres y
esquivando su trato, por lo cual el pueblo tesálico llama a este lugar
Tetidio, en conmemoración del himeneo de la diosa con ese mortal.
Aquí el hijo de Aquiles reside en su palacio, y deja a Peleo reinar
en la Farsalia, no queriendo empuñar el cetro mientras ese anciano
viva. Y yo he dado a luz en él un niño, hijo del hijo de Aquiles, mi
señor. Antes, a pesar de las desdichas que me rodeaban, me consolaba la
esperanza de que, viviendo mi hijo, encontraría en él alguna defensa
y como el baluarte contra mis males; pero desde que mi dueño se casó
con la lacedemonia Hermíone,[81] despreciando mi tálamo servil,
atorméntame su esposa con innumerables pesares. Dice que con ocultos
filtros la hago estéril y odiosa a su marido, y que yo sola quiero
mandar en este palacio, arrojándola por fuerza de su lecho cuando lo
acepté en un principio contra mi voluntad, y ahora lo he abandonado.
Bien sabe Zeus Máximo que yo no comparto de buena gana su tálamo. Pero
no puedo convencerla, y quiere matarme, y su padre, Menelao, le ayuda
en su propósito. Ahora está en el palacio, habiendo venido de Esparta.
Yo, aterrada, me he refugiado en este santuario de Tetis, próximo al
palacio, y aquí ruego a esa diosa que me libre de la muerte, puesto
que Peleo y su descendencia lo respetan como monumento de sus nupcias
con Tetis. En cuanto a mi hijo único, lo tengo oculto en otra parte
para salvarle la vida; su padre ni se cuida de mí, ni en nada le sirve;
ausente en Delfos, en donde paga a Apolo la pena impuesta a su furor,
cuando fue en otro tiempo al templo Pitio a pedir al dios que se
obligase a sufrir el castigo que merecía la muerte de su padre, con la
mira de expiar ahora su falta anterior y obtener en lo futuro el favor
de Febo.[82]

LA ESCLAVA

¡Oh señora!, que no temo darte este nombre, habiéndolo pronunciado
tantas veces en tu palacio, cuando residíamos en Troya, y te amaba, y
a tu marido, entonces vivo; ahora te hablo para anunciarte nuevas que
te interesan, con miedo, es verdad, por si lo saben mis señores, pero
compadecida de ti: Menelao y su hija maquinan atroces crueldades, que
debes precaver.

ANDRÓMACA

¡Oh consierva muy amada!, pues consierva eres de una reina, feliz
en otro tiempo, ahora infortunada: ¿qué hacen, qué lazos nuevos me
tienden, queriendo matarme sin compasión por mis desdichas?

LA ESCLAVA

Tratan, ¡oh mujer sin ventura!, de matar a tu hijo, al que alejaste de
tu palacio.

ANDRÓMACA

¡Ay de mí! ¿Ha sabido ella que está oculto mi hijo? ¿Cómo? ¡Oh
desventurada de mí, que voy a perecer!

LA ESCLAVA

No lo sé; pero he averiguado que Menelao ha salido a buscarlo.

ANDRÓMACA

¡Cierta es mi muerte! ¡Oh hijo!, estos dos buitres te arrebatarán y te
sacrificarán inhumanamente. ¡Y el que se llama tu padre, todavía en
Delfos!

LA ESCLAVA

Creo que si él estuviera aquí no sería tanta tu desventura; pero ahora
careces de amigos.

ANDRÓMACA

¿Ni se sabe nada de Peleo, cuya próxima venida se anunciaba?

LA ESCLAVA

Es más viejo de lo necesario para servirte su presencia.

ANDRÓMACA

Y lo he llamado, y no una sola ver.

LA ESCLAVA

¿Piensas acaso que se cuida nadie de tus mensajes?

ANDRÓMACA

¿Cómo pensarlo?[83] ¿Quieres ser tú mi mensajera?

LA ESCLAVA

¿Y qué diré si falto mucho tiempo del palacio?

ANDRÓMACA

Ya encontrarás razones; eres mujer.[84]

LA ESCLAVA

Es peligroso, porque Hermíone nos vigila sin descanso.

ANDRÓMACA

¿Lo ves? Abandonas a tus amigos en la desgracia.

LA ESCLAVA

Nunca podrás reconvenirme por esa falta. Iré, pues, aunque me exponga,
que ni aun envidiable es la vida de una esclava.

ANDRÓMACA

Ve, y yo, como siempre, dirigiré al cielo mis gemidos, mis lamentos
y mis lágrimas, que es ingénito en las mujeres deleitarse con sus
desdichas y tenerlas siempre en los labios. No por un solo motivo,
sino por muchos debo gemir: por mi ciudad patria, por la muerte de
Héctor, por la cruel fortuna, que me agobia condenándome a indigna
servidumbre. Ningún mortal puede llamarse feliz hasta su día postrimero
y su descenso en los infiernos. Paris, en la alta Ilión, al casarse con
Helena y hacerla compañera de su tálamo, no llevó a él a una recién
desposada, sino a alguna Furia. Por su causa, ¡oh Troya!, a hierro y
fuego te devastó el ligero Ares, que de Grecia vino en una nave, y a
Héctor, al marido de esta desventurada, lo arrastró alrededor de las
murallas, rigiendo su carro el hijo de la marina Tetis; yo misma fui
arrancada del tálamo a la orilla del mar, y sujeta a triste esclavitud.
Muchas lágrimas corrieron por mi rostro cuando abandoné la ciudad y el
tálamo, y a mi marido cubierto de polvo. ¡Ay de mí, desventurada! ¿Por
qué había de ver yo más la luz, esclava de Hermíone? Afligida por ella,
suplicante, recurro a la estatua de la diosa, y la abrazo, y me consumo
llorando como la fuente que se desliza por la peña gota a gota.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh mujer!, que por tanto tiempo resides en el templo
y en el suelo consagrado a Tetis, y no lo abandonas; aunque yo sea
ftiota y tú asiática, vengo, sin embargo, en tu ayuda, y a ofrecerte
algún remedio a tus males, que os han convertido a ti y a Hermíone en
rivales odiosas, sin duda porque compartes con ella el lecho del hijo
de Aquiles.

_Antístrofa 1.ª_ — Piensa en tu suerte, reflexiona en el infortunio
que te agobia. Tú, joven troyana, luchas con tus señores, oriundos de
Lacedemonia. Deja el palacio de la diosa del mar, en donde sacrificamos
nuestras ovejas. ¿De qué te sirve macerar tu cuerpo, desfigurado por
las penas, y ser víctima de las violencias de tus dueños? La fuerza te
someterá. ¿A qué sufrir trabajos, no pudiendo?

_Estrofa 2.ª_ — Vete, pues; abandona la espléndida mansión de la
diosa nereida, y no olvides que eres esclava en extranjera tierra, en
peregrina ciudad, en donde no vea ningún amigo, ¡oh infelicísima, oh
esposa digna de lástima!

_Antístrofa 2.ª_ — Porque tú, mujer troyana, viniste a este palacio y
excitaste mi compasión; pero no me atrevo a moverme por miedo a mis
dueños, y sufro con pena tu desdicha, temerosa de que la nieta de Zeus
advierta mi benevolencia.

HERMÍONE

Ni las joyas de oro que ciñen mi cabeza y son su encanto, ni este
vestido y el lujoso manto que cubre mi cuerpo me acompañaron como
primicias nupciales, dones de la casa de Aquiles o Peleo, cuando aquí
vine, sino que mi padre, Menelao, me los trajo de la región espartana,
con rica dote para hablar con libertad; con estas palabras os
respondo.[85] Pero tú, cautiva y esclava, quieres poseer este palacio
expulsándome de él; mi esposo me odia por tus filtros, y por tu causa
mis entrañas no conciben, que es sagaz en tales artes el ingenio de
las mujeres de Asia. Y yo pondré freno a tu maldad y no te servirá
esta mansión de la nereida, ni el ara ni el templo, y habrás de morir.
Si algún dios o algún hombre quiere salvarte, es menester que en vez
de tu anterior orgullo, hijo de tu dicha, te inspire la humildad y
te haga caer a mis rodillas, y barrer mi casa, y derramar con tu mano
el agua del Aqueloo[86] de los vasos de oro, y conocer el país en que
vives; no tienes aquí a Héctor, ni a Príamo, ni riquezas, sino solo una
ciudad griega. A tal extremo ha llegado tu locura, ¡oh desventurada!,
que te atreves a dormir con el hijo del que mató a tu esposo y a dar
descendientes a su asesino. Tales son los bárbaros: el padre se casa
con la hija, el hijo con la madre y la hermana con el hermano; mátase a
los que más se ama, y nada de esto prohíben sus leyes. No introduzcas
esas costumbres entre nosotros, que no es decoroso que un hombre solo
tenga las riendas de dos mujeres, sino un solo amor conyugal, y que,
contento con él, pueda vivir tranquilo en su hogar.

EL CORO

Envidiosa es la mujer, y aborrece más que nada a las compañeras de su
lecho nupcial.

ANDRÓMACA

¡Ay, ay de mí! Fatal, sin duda, es para los mortales la juventud, y
cuando son jóvenes, sentir injustas pasiones. Yo temo que me trates
como a esclava y me impidas hablar, cuando tantas razones me asisten;
y que si venzo reciba también daño. Los arrogantes oyen difícilmente
sólidos argumentos de sus inferiores; sin embargo, nunca podré
decidirme a faltarme a mí misma. Di, ¡oh jovencilla!, ¿qué motivos
justos alegas para oponerte a los deseos legítimos de tu esposo? ¿Será
la ciudad Lacedemonia inferior a la de los frigios, y más envidiable
mi fortuna? ¿Me odias porque me ves libre, o porque te inquieta mi
robustez y juventud,[87] mis grandes riquezas y numerosos amigos, y
mi ambición de poseer el palacio que tú sola poseerías? ¿Quizá porque
tengo hijos esclavos, para colmo de mis desdichas? ¿Acaso porque será
preciso sufrir con resignación que mis hijos sean reyes de la Ftía, si
tú no los tienes? Y en verdad que me aman los griegos porque también
estimaban a Héctor, y soy mujer oscura, no reina de los frigios. No
te aborrece tu esposo por mis filtros, sino porque careces de prendas
amables. Tal es el verdadero filtro: no la hermosura, ¡oh mujer!, sino
las virtudes deleitan a los maridos. Pero tú, si algo te ofende, hablas
con arrogancia de la ciudad Lacedemonia, menosprecias a Esciros,[88]
y entre pobres haces ostentación de tus riquezas; y Menelao es, en tu
concepto, superior a Aquiles. Por esto seguramente te odia tu marido.
Conviene que la mujer, aunque se case con un esposo malo, trate de
agradarle y no de disputar con él, llena de orgullo. Si te hubieses
casado con un rey de la nevada Tracia, en donde un solo lecho sirve
a un hombre y a muchas mujeres, ¿las matarías acaso? Esa mancha
hubiera recaído en todo tu sexo, y lo deshonrarías haciéndolo aparecer
como aquejado de insaciable lujuria; vergonzoso sería, sin duda; y
aunque esta enfermedad nos ataca con más fuerza que a los hombres,
nos refrenamos por propio decoro. ¡Oh cariñoso Héctor! Por ti amaba
yo a las que te inclinaba la astuta Afrodita, y muchas veces, para
agradarte, di mi pecho a tus hijos bastardos.[89] Y al hacerlo así,
mi virtud aumentaba la estimación que me profesaba mi esposo; pero tú,
por miedo, no consientes que una leve gota de celestial rocío toque
siquiera al tuyo. Cuida de no superar a tu madre, ¡oh mujer!, en tu
amor a los hombres,[90] porque los hijos de sano corazón no deben
imitar las costumbres de sus madres cuando son malas.

EL CORO

¡Oh señora!, si puedes hacerlo, transige siquiera con ella.

HERMÍONE

¿Por qué hablas con arrogancia y te atreves a disputar conmigo? ¡Como
si tú sola fueras casta y yo no!

ANDRÓMACA

Si a tus palabras nos atenemos, nada tienen de castas.

HERMÍONE

Que nunca piense yo como tú, ¡oh mujer!

ANDRÓMACA

Eres jovencita y hablas de lo que debiera ruborizarte.

HERMÍONE

Tú no hablas así, en verdad, pero me ofendes cuanto puedes.

ANDRÓMACA

¿No sufrirás, pues, los dolores que da Afrodita?

HERMÍONE

¿Y por qué? ¿No miran sus goces todas las mujeres como el bien supremo?

ANDRÓMACA

Sí, cuando lo hacen con decoro; si no, no son honestas.

HERMÍONE

No gobernamos a nuestros súbditos con las leyes de los bárbaros.

ANDRÓMACA

Lo que es vergonzoso entre ellos es aquí infame.

HERMÍONE

Astuta, astuta eres; pero has de morir.

ANDRÓMACA

¿Ves la estatua de Tetis que te contempla?

HERMÍONE

Y que seguramente aborrece a tu patria por la muerte de Aquiles.

ANDRÓMACA

Tu madre, Helena, lo perdió; no yo.

HERMÍONE

¿Todavía me has de causar más disgustos?

ANDRÓMACA

Callo, pues, y refreno mi lengua.

HERMÍONE

Di, pues, la razón que aquí me trae.

ANDRÓMACA

Digo tan solo que tú no sabes lo que te conviene.

HERMÍONE

¿Dejarás este templo de la diosa del mar?

ANDRÓMACA

Sí, si no muero; pero si no, nunca.

HERMÍONE

Así se ha decretado, y no esperaré a que venga mi esposo.

ANDRÓMACA

Y hasta que no llegue no me pondré en tus manos.

HERMÍONE

Y el fuego te ahuyentará sin cuidarme de ti.

ANDRÓMACA

Enciéndelo, pues; los dioses lo tendrán presente.

HERMÍONE

Y llenaré tu cuerpo de graves y dolorosas heridas.

ANDRÓMACA

Hiéreme; mancha con sangre el ara de la diosa, que ella te castigará.

HERMÍONE

¡Oh tú, bárbara bestia, dura y obstinada, sufrirás la muerte! Yo
te obligaré a que desalojes pronto este lugar, y para lograrlo
emplearé cierto cebo. Pero más vale callar, que no tardará en saberse.
Persiste en tu propósito, que aun rodeándote por todas partes plomo
derretido,[91] te haré huir antes que venga el hijo de Aquiles, en
quien confías.

ANDRÓMACA

Y en él sigo confiando: maravilla es que algún dios hallase remedios
contra las ponzoñosas serpientes y ninguno contra las mujeres, peores
que la víbora y el fuego, y calamidad verdadera para los hombres.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Causa de grandes desdichas fue sin duda la llegada a
los montes ideos del hijo de Zeus y de Maya,[92] guiando el hermoso
carro de las tres diosas, para oír el funesto fallo acerca de su
belleza, encaminándose a los establos del boyero en busca del joven y
solitario pastor y de los lares desiertos de su cabaña.

_Antístrofa 1.ª_ — Cuando las tres llegaron a las umbrosas selvas
de los montes, lavaron sus refulgentes cuerpos en las aguas de las
fuentes y buscaron al hijo de Príamo. Dirigiéronle a porfía palabras
lisonjeras; y Afrodita venció con sus frases insinuantes, gratas al
oído, causa de la deplorable ruina de la ciudad de los frigios y de los
alcázares de la infortunada Troya.

_Estrofa 2.ª_ — Ojalá que alejase tal desdicha de su cabeza[93] la
que dio a luz en otro tiempo al malhadado Paris, antes de enviarlo al
Ida, cuando Casandra[94] clamó junto al laurel sagrado que era preciso
matarlo, porque sería causa de grande estrago para la ciudad de Príamo.
¿A quién no incitó a ello? ¿A qué anciano del pueblo no rogó que matase
al niño?

_Antístrofa 2.ª_ — El yugo de la servidumbre no pesaría sobre Troya,
y tú, mujer, hubieses disfrutado de tu real palacio, y los griegos
no habrían sufrido nuevos trabajos, vagando los jóvenes diez años
alrededor de Troya, víctimas de bélicas fatigas, y ni los lechos
nupciales hubiesen quedado desiertos, ni los ancianos sin hijos.

MENELAO

En mi poder está ya tu hijo, escondido por ti en otra casa, sin que
Hermíone lo supiese. Pensabas que te salvaría la imagen de Tetis, y a
tu hijo el estar oculto; pero sabes menos que Menelao, ¡oh mujer! Y si
no abandonas este lugar, morirá por ti. Decídete, pues, si quieres, a
sacrificarte por él, o al contrario, único medio de expiar las ofensas
que nos has hecho a mí y a mi hija.

ANDRÓMACA

¡Oh fama, fama!, a miles de mortales que nada eran concediste gloriosa
vida. Felices juzgo a los que disfrutan de renombre merecido; pero los
falsamente famosos no los tengo por ilustres, puesto que su reputación
de sabios solo de la casualidad depende. Tú, hombre tan cobarde, ¿tú
mandaste en otro tiempo griegos escogidos y arrebataste a Príamo su
ciudad de Troya? ¿Te han bastado las palabras de tu hija, todavía
niña, para hacer alarde de tu orgullo y descender hasta el extremo de
luchar con una pobre esclava? No eres digno adversario de Troya, ni
Troya de ti. En apariencia brillan tales hombres, pero por dentro son
semejantes a los demás, sin otra diferencia que las de sus riquezas,
de mucho precio en verdad. Dejémonos de hablar, ¡oh Menelao!; tu hija
es causa de mi ruina y de mi muerte; ya no podrá evitar la pena de su
delito, y para el pueblo también tú serás reo, porque tu complicidad
te acusa. Pero si yo conservo la vida, ¿mataréis acaso a mi hijo?
¿Cómo lo llevará su padre con paciencia? Troya no lo llama cobarde; ha
ido adonde debe; y su conducta no es indigna de Peleo ni de su padre
Aquiles; expulsará a tu hija del palacio, y tú, después de darla a
otro en matrimonio, ¿qué le dirás?, ¿que su castidad la ha obligado a
huir de un mal esposo? Pero esto será falso. ¿Y quien se casará con
ella? ¿Le alcanzará viuda la vejez cana, sin marido que la acompañe?
¡Oh varón infortunado!, ¿no te compadeces de los infinitos males que
me persiguen?; ¿cuántos amantes indignos quisieras que deshonrasen a
tu hija antes que sufrir lo que te digo? Por pequeñas causas no se
deben cometer grandes maldades; y si nosotras las mujeres somos una
calamidad funesta, los hombres no deben asemejársenos. Si yo, pues,
doy a tu hija veneno para que aborte, como dice, a ciencia cierta, no
involuntariamente, ni prosternándome ante el ara con ese objeto, me
someteré, sin que nadie me obligue, al juicio a que me sujete tu yerno,
puesto que tiene derecho para condenarme, dejándolo sin hijos. Tal es
mi ruego; pero me infundes no poco temor, recordando que por cuestiones
mujeriles perdiste a la desventurada ciudad de los frigios.

EL CORO

Demasiado has dicho; has hablado con los hombres más de lo justo, y
tu modestia, dejándose llevar del fuego de la pasión, ha agotado sus
dardos.

MENELAO

Todo esto, ¡oh mujer!, es poco importante y no digno de mi cetro, como
dices, ni tampoco de la Grecia. Pero has de saber que cualquiera estima
en más lo que le interese que tomar a Troya; y como para mí es muy
grave que mi hija pierda su esposo, la ayudo, teniendo en cuenta que
todo lo demás que pueda sufrir una mujer vale menos que perder a su
marido, porque entonces pierde la vida. Natural es que Neoptólemo mande
a mis siervos, y los que me tocan de cerca y yo mismo, a los suyos. Los
verdaderamente amigos no tienen nada propio: son comunes sus bienes.
Si, por esperar a los ausentes, no proveo lo mejor, soy descuidado,
no cauto. Anda, pues, y retírate de este templo de la diosa, porque
si tú mueres, este niño no morirá; pero si lo rehúsas, lo mataré; es
necesario que uno de los dos deje de existir.

ANDRÓMACA

¡Ay de mí! Amarga es mi suerte y la mortal opción que me propones,
y ya elija mísera, ya no, siempre seré una desdichada. ¡Oh tú, que
tramas grandes maldades por causas pequeñas!, oye: ¿con qué objeto me
matas?, ¿por qué causa?, ¿qué ciudad he vendido?, ¿a cuál de tus hijos
he dado muerte?, ¿qué población he incendiado? Por fuerza comparto el
lecho de mi señor, y, sin embargo, intentas sacrificarme, no al autor
de todo; pero ¿por qué, prescindiendo del origen de tu ofensa, diriges
tus ímpetus contra sus consecuencias, que es lo último? ¡Cuánta es mi
desventura por estos males! ¡Oh mísera patria mía, qué trato sufro tan
indigno! ¿Qué necesidad había de añadir esta doble carga a la antigua?
Pero ¿a qué me lamento de este mal del momento, y no me acuerdo de
otros? Yo presencié la muerte de Héctor, destrozado por el carro, y
el deplorable incendio de Ilión, y subí esclava a las naves de los
argivos, arrastrada por los cabellos; y después que vine a la Ftía me
casé con los asesinos de Héctor. ¿Qué dulzuras tiene para mí la vida?;
¿qué debo considerar, mi presente o mi pasada desventura? Un solo hijo
me quedaba, querido como las niñas de mis ojos, y solo porque les place
tratan de matarlo. No morirá, de seguro, por salvar yo mi vida infeliz;
él es mi esperanza, y no perecerá; que para mí sería una deshonra no
sacrificarme por mi hijo. Voy, pues, a abandonar el ara; ya me entrego
a las manos que me han de degollar, que me han de matar, que me han de
atar, que me han de ahorcar. ¡Oh hijo mío!, yo, tu madre, iré al Orco
por salvarte; pero si escapas de la muerte, acuérdate de ella y de su
desdicha y sufrimientos; y cuando veas a tu padre, bésalo, llora y
abrázalo y cuéntale mis tormentos. Para todos los hombres, los hijos
son tan amados como el vivir; quienquiera que me critique sin saber lo
que son, sufrirá menos; pero su felicidad no es envidiable.

EL CORO

Compadézcote al oírte; dignas de lástima son las desdichas de todos los
mortales, aunque sean extranjeros. ¡Oh Menelao!, tú y tu hija debíais
reconciliaros con ella y librarla de sus males.

MENELAO

Sujetadla, esclavas, que oirá palabras amargas. Yo te amenacé con la
muerte de tu hijo para que abandonaras el ara de la diosa, y así te
engañé para que cayeras en mis manos, y después matarte. Y esto, por
lo que a ti atañe; por lo que hace a este niño, mi hija decidirá si ha
de morir o no. Pero anda al palacio, para que aprendas, ya que eres
esclava, a no insultar jamás a los que son libres.

ANDRÓMACA

¡Ay de mí! Con fraude obraste: me has engañado.

MENELAO

Publícalo a todos; no lo negamos.

ANDRÓMACA

¿Así pensáis vosotros, los que habitáis las orillas del Eurotas?[95]

MENELAO

Y los que moran en Troya, cuando ofendidos se vengan.

ANDRÓMACA

¿Crees que los dioses no son dioses, y no castigan a los culpables?

MENELAO

Si lo hacen, lo sufriremos; pero te mataré.

ANDRÓMACA

¿Y también a este hijo mío, arrancado de debajo de mis alas?[96]

MENELAO

No, seguramente; lo entregaré a mi hija para que lo mate si quiere.

ANDRÓMACA

¡Ay de mí! ¿Cómo no te he de llorar, ¡oh hijo!?

MENELAO

Ya ves la lisonjera esperanza que debes alimentar acerca de su muerte.

ANDRÓMACA

¡Oh habitantes de Esparta!, mortales muy enemigos de todos los hombres,
conciliábulo engañoso, los primeros en mentir, forjadores de dolosos
males, de torcidos pensamientos y llenos de falsía: sin razón florecéis
en la Grecia. ¿Qué delito no se comete entre vosotros? ¿No se repiten
con frecuencia los asesinatos? ¿No sois ávidos de torpes ganancias?
¿No habéis probado siempre que decís una cosa y sentís otra? ¡Que los
dioses me oigan y perezcáis! No es para mí mal tan grave el morir
como tú piensas. Perdiéronme otras desdichas, perdiome la ruina y el
incendio de la mísera ciudad de los frigios, y mi ilustre marido, que
con su lanza te obligó a probar tu cobardía y a ser soldado de mar, no
de tierra.[97] Ahora me matas, convertido en esforzado guerrero contra
una pobre mujer. Mátame, pues, que seguramente mi lengua no te adulará,
ni a tu hija tampoco; si eres grande en Esparta, yo lo soy en Troya, y
si mi presente fortuna es adversa, no te jactes de la tuya, que de un
momento a otro puedes sufrir la mía.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Nunca alabaré a los mortales que tienen dos lechos
nupciales, ni que engendran hijos de diversas madres, causa de
disensión en las familias y de tristes calamidades. Que mi marido,
cuando me case, se contente con un solo tálamo, y que con ninguna otra
lo comparta.

_Antístrofa 1.ª_ — Ni en las ciudades son más útiles dos gobernantes
que uno solo, y en realidad son dos verdaderas cargas y cuna de
sedición entre los ciudadanos; hasta las Musas siembran la discordia
entre dos que compongan himnos a un tiempo.

_Estrofa 2.ª_ — Y cuando los ligeros vientos se llevan a los marineros,
dos que rijan el timón y gran multitud de sabios valen menos que una
inteligencia inferior que mande sola, y es más útil en casas y ciudades
cuando se quiere gobernar con fruto.

_Antístrofa 2.ª_ — Pruébalo la lacedemonia, hija del capitán Menelao;
furor ardiente la arrastra contra la rival de su tálamo, y trama la
muerte de esa infeliz troyana y de su hijo, dominada por la envidia.
Impío, injusto, odioso es el asesinato. Acaso algún día sienta
laudable arrepentimiento. Pero veo juntos delante del palacio a los
dos desdichados que aguardan la muerte. ¡Mísera mujer, y tú, niño
desventurado, víctima del himeneo de tu madre, sin participar de su
cuerpo, sin haber cometido crimen alguno contra los reyes!

ANDRÓMACA

Ved cómo me llevan debajo de la tierra, y las ligaduras que llenan de
sangre mis manos.

MOLOSO

Madre, madre, bajo tus alas desciendo también al infierno.

ANDRÓMACA

¡Mísera víctima! ¡Oh príncipes de la Ftía!

MOLOSO

¡Oh padre, ven a socorrer a los que te aman!

ANDRÓMACA

Tú, hijo querido, yacerás junto a los pechos de tu madre, muerto bajo
la tierra, con ella, también muerta.

MOLOSO

¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué haré? Desventurado soy sin duda, y tú
también, ¡oh madre!

MENELAO

Andad a los infiernos, que vinisteis de torres enemigas. Los dos habéis
de morir por dos causas inevitables: mi interés te mata, y a este niño
mi hija Hermíone. Es gran imprudencia dejar hijos enemigos de los que
lo han sido nuestros, pudiendo matarlos, y no librar de ese peligro a
las familias.

ANDRÓMACA

¡Oh esposo, esposo, hijo de Príamo, ojalá que mi mano fuese tan robusta
como la tuya y empuñara tu salvadora lanza!

MOLOSO

¡Infeliz de mí! ¿A quién invocaré para evitar la muerte?

ANDRÓMACA

Arrástrate, y besa las rodillas de tu señor, ¡oh hijo!

MOLOSO

¡Oh señor, oh señor,[98] perdóname la vida!

ANDRÓMACA

Riegan las lágrimas mis mejillas; de mis ojos caen poco a poco, como
gota opaca de empinado risco.

MOLOSO

¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué remedio podré hallar a mis males?

MENELAO

¿Por qué imploras mi perdón y me suplicas, cuando soy solo ola o marino
peñasco? Yo solo ayudo a los míos, y nunca podré reconciliarme contigo,
puesto que ya en edad adulta tomé a Troya y cautivé a tu madre; para
que goces de su compañía descenderás a la morada del infernal Hades.

EL CORO

Veo cerca a Peleo, que dirige hacia aquí de prisa sus trémulos pasos.

PELEO

A vosotros pregunto, y a este maestro de asesinos: ¿Qué sucede? ¿Cómo
reina tal desorden en este palacio? ¿Por qué causa? ¿Por qué hacéis
esto, condenando al suplicio sin juzgar antes? Detente, Menelao; no
te precipites sin oír a las partes. (_Al servidor que le acompaña_).
Precédeme tú, apresúrate; según me parece, esto no admite dilación;
que aquí, y no en otra parte, quisiera recobrar mi fuerza juvenil. Y
primero, en verdad, con viento favorable, como bajel de hinchadas
velas, enderezaría hacia este mi rumbo. Di: ¿con qué derecho, atadas
tus manos, se llevan estos a ti y a tu hijo? Como la oveja que defiende
a su cordero, mueres tú en nuestra ausencia y en la de tu señor.

ANDRÓMACA

Como ves, ¡oh anciano!, me llevan a morir con mi hijo. ¿Qué te diré,
habiéndote llamado no una sola, sino mil veces? Acaso tienes noticia
de la cuestión que se ha promovido en este palacio, si has hablado con
la hija de Menelao, autores ambos de mi muerte. Y ahora me arrastran
arrancándome del ara de Tetis, que te dio a luz noble hijo, y a la
que rindes venerable culto, no juzgándome con arreglo a derecho, ni
esperando a los ausentes, sino prevalidos de mi aislamiento y del de
mi hijo, al que quieren matar también, inocente de toda culpa. Pero te
ruego, pues, ¡oh anciano!, cayendo a tus rodillas, ya que mis manos no
puedan tocar tu muy amada barba,[99] que me salves por los dioses; de
otro modo moriremos con vergüenza vuestra, ¡oh anciano!, y miserable
daño nuestro.

PELEO

Os mando desatar sus ligaduras, si no queréis arrepentiros, y soltar
sus manos.

MENELAO

Y yo, no inferior a ti, te lo prohíbo, porque mis derechos señoriales
en esta son superiores a los tuyos.

PELEO

¡Cómo! ¿Acaso, y solo por venir aquí, gobiernas ya mi palacio? ¿No te
basta mandar a los habitantes de Esparta?

MENELAO

Yo me apoderé de esta cautiva troyana.

PELEO

Y diéronla a mi nieto y la aceptó como parte del botín.

MENELAO

¿No es lo mío suyo y lo suyo mío?

PELEO

Para hacer el bien, no el mal, ni para matar tampoco.

MENELAO

Ten entendido que nunca la sacarás de mi poder.

PELEO

Con este cetro llenaré de sangre tu cabeza.

MENELAO

Toca, acércate a mí y sabrás quién soy.

PELEO

Y querrás que te llamen hombre, ¡oh tú, el más malvado e hijo de
malvados![100] ¿Cómo te han de contar entre los hombres? Un frigio robó
tu esposa, que abandonaste en un palacio no cercado y sin siervos que
lo guardasen, como si en él tuvieras una mujer casta, no la peor de
todas. Ni aunque quiera puede ser honesta ninguna doncella espartana,
acostumbrada a salir de su casa y a tomar parte con muslos desnudos
y suelta túnica en las carreras y palestras de los jóvenes; lo cual,
en mi concepto, no debe tolerarse. ¿Y es después sorprendente que no
eduquéis mujeres castas? Convendría preguntarlo a Helena, que procaz
huyó con un joven a tierra extraña, abandonando sus lares conyugales.
Y por ella capitaneaste contra Troya tan grande ejército de griegos,
cuando hubiera sido mejor que la despreciaras y no movieses guerra,
puesto que estabas seguro de su crimen, dejándola allí. Hasta debieras
haberla recompensado y no admitirla en tu palacio. Pero no tuviste
tan feliz inspiración, sino que perecieron muchas vidas preciosas, y
a muchas ancianas privaste de hijos y arrebataste a muchos padres
de blancos cabellos sus nobles descendientes. Yo soy uno de estos
infortunados; mírote como al matador de Aquiles, como a una deidad
malévola; tú solo viniste sin heridas de Troya, y trajiste tus bellas
armas guardadas en ricas vainas, como allá las llevaste. Y yo mismo
intenté persuadir a mi hijo que no se casase ni contrajese contigo
parentesco, ni admitiese en su palacio a la hija de una mujer mala,
teniendo presente que se heredan las faltas maternales. Aprended, ¡oh
enamorados!, la conveniencia de casaros con hijas de buenas madres.
Además, ¡cuánta no fue tu sinrazón con tu hermano, mandando matar
neciamente a su hija![101] ¡Tanto temiste no poseer una mujer adúltera!
Tomada Troya, para seguirte también en este terreno, no mataste a esa
mujer que volvía a tu potestad, sino que al ver su pecho tiraste a un
lado la espada, recibiste sus ósculos y adulaste a una perra traidora
vencido por la lujuria, ¡oh tú, el más villano de los hombres! Y
después vienes al palacio de mis hijos, no respetas su ausencia y matas
con infamia a una pobre mujer y a un niño, cuya muerte os hará llorar a
ti y a tu hija, la que mora en el palacio, aun cuando fuese tres veces
bastardo. Muy a menudo las cosechas de tierras áridas son superiores a
las que nacen en pingües terrenos, y muchos bastardos aventajan a los
hijos legítimos. Pero llévate tu hija. Mejor es para los hombres amar
a un yerno pobre y honrado que a uno criminal y rico, y tú nada vales.

EL CORO

Por causas insignificantes la lengua promueve entre los hombres grandes
disputas, y por esto los prudentes no discuten con sus amigos.

MENELAO

¿Cómo dirás que los ancianos son sabios, y los que por tales tiene
la Grecia? Tú, Peleo, hijo de ilustre padre y unido conmigo por los
lazos de la afinidad, ¿no debieras avergonzarte de hablar así y de
afrentarme por una mujer bárbara, a quien te convendría desterrar
mas allá del Nilo y del Fasis, y excitarme tú mismo a hacerlo, solo
recordando que es oriunda del continente de Asia, en donde yacen muchos
cadáveres de griegos muertos por las lanzas, y manchada con sangre de
tu hijo? Paris, que mató a Aquiles, era hermano de Héctor, y esta,
esposa también de Héctor. Y, sin embargo, a ti y a ella os cobija el
mismo techo y te dignas sentarte con ella a la mesa, y consientes que
dé a luz hijos odiosos a tu linaje; por estas razones, ¡oh anciano!, y
atendiendo a tu interés y al mío, quiero matarla, y tú me la arrancas
de las manos. Pero veamos, pues, si, como creo, no es vergonzoso que
hablemos ahora: si mi hija no tiene descendientes y esta sí, ¿los
harás señores del territorio ftiótico, y, siendo bárbaros, mandarán
a los griegos? ¿No soy, pues, prudente evitando tales iniquidades?
¿Tienes tú razón? Reflexiona también en esto: si casaras a tu hija con
alguno, ¿sufrirías tales injurias en silencio? No lo creo. ¿Por una
mujer extranjera insultas así a tus amigos y parientes? Igual derecho
tiene el marido y la mujer, ya ultraje a esta, ya lo sea él por la
deshonestidad de su cónyuge. El hombre tiene en sus manos medios de
lograrlo; pero la mujer solo puede conseguirlo valiéndose de sus padres
y amigos. ¿No es justo, por tanto, que yo socorra a mis parientes?
Anciano, anciano eres, y cuando hablas de mi campaña más me favoreces
que callando. Helena no sufrió voluntariamente tantas penas sino por
decreto de los dioses, y esa guerra fue muy útil a Grecia, porque, poco
perita antes en las armas y combates, salió aguerrida de esta empresa:
en todo es la experiencia maestra de los mortales. Y si yo, al ver a mi
esposa, me contuve y no la maté, fue por prudencia. ¡Ojalá que tú no
hubieras matado a Foco![102] Tal es mi benévola réplica, no inspirada
por la ira; pero si te encolerizas, tú perderás por tu locuacidad lo
que ganaré por mi previsión.

EL CORO

Lo mejor será que os dejéis de vanas palabras y no incurráis ambos a un
tiempo en la misma falta.

PELEO

¡Ay de mí! ¡Qué depravadas costumbres reinan en Grecia! Cuando el
ejército erige trofeos de sus victorias, no se atribuyen a los soldados
que pelearon, sino a su general, que se lleva toda la gloria, cuando
él maneja la lanza como otros muchos, y sin aventajarles en nada logra
mayor fama.[103] Y en la ciudad se sientan después orgullosos con
los magistrados, y miran a la plebe con desdén, cuando nada valen,
y en cambio los plebeyos suelen ser mucho más sabios si a un tiempo
están dotados de voluntad y osadía. Así tú y tu hermano os habéis
enorgullecido con la toma de Troya y por haber mandado a los griegos,
y os llenan de arrogancia las fatigas y trabajos de los demás. Yo te
probaré, después de esto, que no debes mirar al ideo Paris como a un
enemigo superior a Peleo, si tú y tu hija estéril no os alejáis cuanto
antes enhoramala de este palacio, puesto que mi nieto, agarrándola por
los cabellos, la arrastrará por el suelo, porque es estéril y tiene
envidia a la que no lo es. ¿Acaso porque ella sea infeliz sin hijos no
los hemos de tener nosotros? Dejad a Andrómaca, esclavos; veremos si
alguno me impide desatar sus manos. Levántate, que yo, aunque anciano
trémulo, aflojaré los apretados nudos de estas ligaduras. ¡Así, oh tú,
el peor de los hombres, has lastimado estas manos! ¿Creías atar algún
toro o algún león? ¿Temiste que desenvainando su espada te obligase a
huir? Ven, niño, a mis brazos; desata conmigo a tu madre; yo te educaré
en la Ftía, y serás grande enemigo de estos. Sabed que los espartanos,
sin su bélica gloria y su valor en las batallas, en ninguna otra cosa
serían superiores a los demás.

EL CORO

Desenfrenados son los ancianos, y la cólera los arrastra más allá de
los justos límites.

MENELAO

Te dejas llevar demasiado de la propensión a la injuria. Yo, que a la
fuerza he venido a la Ftía, ni haré nada indigno de mí, ni lo sufriré
tampoco. Y ahora, que no tengo tiempo para vagar, vuelvo a mi palacio,
porque hay una ciudad no lejos de Esparta, que antes era amiga y
ahora no; quiero castigarla al frente de mis tropas y reducirla a mi
dominio.[104] Y cuando lo arregle todo a mi placer, volveré. Presente
yo entonces, y también mi yerno, hablaré sin ambages, y oiré sus
razones. Y si Neoptólemo castiga a Andrómaca, y después es prudente,
yo lo seré también; si se enfurece, me enfureceré, y mis acciones
corresponderán en todo a las suyas. No me ofenden tus palabras, porque
eres a modo de sombra que habla, y no sirves más que para esto.

PELEO

Ve delante de mí, ¡oh hijo!, protegido por mi brazo, y tú también, ¡oh
desventurada!, que después de tan recia tempestad, habéis encontrado
seguro puerto.

ANDRÓMACA

Que los dioses, ¡oh anciano!, sean propicios a ti y a los tuyos,
ya que nos has salvado a mí y a mi hijo. Pero ten cuidado, no sea
que estos, ocultos en el camino solitario, me arrebaten a la fuerza
viéndote viejo, y a mí débil y a mi hijo niño; no lo olvides, y evita
el peligro presente, sin exponernos a ser cautivados después.

PELEO

No hables el tímido lenguaje de las mujeres. Anda. ¿Quién osará
tocaros? Llorará, sin duda, el que lo haga; por la gracia de los dioses
mandamos en Ftía, y disponemos de escuadrones de caballería y de muchos
infantes. Todavía conservamos todas nuestras fuerzas, y no nos ha
gastado la vejez, como tú piensas; me bastaría mirar a ese hombre para
vencerlo, aunque sea viejo. Si el anciano es animoso, vale más que
muchos jóvenes; ¿qué aprovecha al cobarde su robusto cuerpo?

EL CORO

_Estrofa._ — O que yo no nazca, o que mis padres sean buenos y me sea
dado disfrutar de la opulencia de ciertas familias. No falta a los
nobles consuelo en sus desdichas, y a las claras prosapias pertenece la
gloria y el honor, que da la fama; nunca borra el tiempo la memoria de
los grandes varones, y la virtud de los muertos brilla también perenne.

_Antístrofa._ — Más vale no ganar deshonrosa victoria que hollar a la
justicia por la envidia y por la fuerza; al pronto agrada esto a los
hombres, pero con el tiempo se hace molesto y redunda en desdoro de su
linaje. Quiero que me alaben, que este sea el bálsamo de mi vida, y que
no haya potestad alguna ilegítima ni en la familia ni en el gobierno.

_Epodo._ — ¡Oh anciano, hijo de Éaco!; creo que con los lapitas
peleaste contra los centauros con lanza celebérrima, y que en la nave
Argos atravesaste el inhospitalario mar de las Simplégades, ilustre
empresa; y cuando en otro tiempo el hijo preclaro de Zeus[105] destruyó
a la ciudad de Ilión, participaste de su gloria y volviste luego a
Europa.

LA NODRIZA

¡Oh mujeres muy amadas!, como el mal nunca viene solo, otro nos amenaza
en este día: Hermíone, la que manda en el palacio, abandonada de su
padre y arrepentida de su atentado, cuando quiso matar a Andrómaca y
a su hijo, desea morir, temiendo que su marido la castigue alejándola
ignominiosamente de su lado, o dándola muerte en represalias de la que
quiso dar a quien no debía. Trabajo cuesta a los servidores que la
celan impedir que se ahorque, como quiere, y arrebatarle de las manos
el acero; y entonces se lamenta amargamente y confiesa su falta. Yo,
amigas, hago cuanto puedo para disuadirla de su propósito suicida;
entrad vosotras en el palacio y evitad su muerte, porque los amigos
recientes persuaden con más facilidad que los antiguos, aunque sean
íntimos.

EL CORO

Oímos, en efecto, los gritos de los servidores, originados, sin duda,
de la causa que anunciaste. Parece que la infortunada desea hacer
público su sentimiento por las atrocidades que antes cometiera. Ahora
sale del palacio, escapándose de las manos de los criados, arrastrada
de suicida anhelo.

HERMÍONE

¡Ay de mí, ay de mí! Yo arrancaré mis cabellos y me desgarraré el pecho
con mis uñas enemigas.

LA NODRIZA

¿Que haces, hija? ¿Afearás así tu belleza?

HERMÍONE

¡Ay, ay, ay, ay de mí! Vuela por los aires, lejos de mis cabellos, ¡oh
velo sutil!

LA NODRIZA

Cubre tu pecho, hija; cúbrelo con tu manto.

HERMÍONE

¿Por qué he de cubrir mi pecho con el manto? Manifiesto y público, no
oculto, ha sido mi atentado contra mi esposo.

LA NODRIZA

¿Deploras tu tentativa de sacrificar a la compañera de tu tálamo?

HERMÍONE

Gimo, sin duda, por mi osadía al cometer ese atentado, haciéndome
execrable, sí, execrable a los hombres.

LA NODRIZA

Tu marido te perdonará.

HERMÍONE

¿Por qué arrancaste la espada de mi mano? Dámela, dámela, ¡oh querida!,
para que con ella me mate; ¿por qué me quitas los lazos que han de
acabar conmigo?

LA NODRIZA

¿Y he de consentir que mueras víctima de tu furor?

HERMÍONE

¡Oh ruina!, ¿en dónde hay fuego que me devore?; ¿desde qué escollo me
precipitaré?; ¿en qué mar, en qué selva solitaria, abandonada de todos,
me salvará la muerte?[106] ¿Cómo me entregaré a los dioses infernales?

LA NODRIZA

¿Por qué te afliges así? Las calamidades divinas aquejan a todos los
hombres, ya en un tiempo, ya en otro.

HERMÍONE

Me has abandonado, me has abandonado, ¡oh padre!, dejándome solitaria
en la orilla, sin remo para navegar. Tú me pierdes, tú me pierdes;
ya no habitaré más este palacio conyugal. ¿A qué estatuas acudiré
suplicante? ¿Caeré como esclava a las rodillas de mi esclava? ¡Ojalá
que me alejase de la Ftía ave de cerúleas alas, o nave de pino, como la
que arribó primero a las costas cianeas![107]

LA NODRIZA

¡Oh hija!, ni aprobé tus excesos contra la troyana, ni tampoco el miedo
que ahora te domina y tanto te acobarda. Tu marido no te rechazará
tan fácilmente, persuadido por los desatinados discursos de una mujer
bárbara. No eres ninguna cautiva de Troya, sino hija de varón ilustre,
y has traído rica dote, y vienes de una ciudad no poco afortunada.
Ni tu padre, ¡oh hija!, te abandonará, como temes, ni consentirá que
te expulsen de este palacio. Entra, pues, y no salgas de él, que te
deshonrarás si te ven de esta manera, ¡oh hija!

EL CORO

Mirad cómo apresura su paso ese huésped extranjero, dirigiéndose hacia
nosotras.

ORESTES

Decidme, ¡oh mujeres!, ¿es este acaso el real palacio en donde habita
el hijo de Aquiles?

EL CORO

Sí; pero ¿quién eres tú, que así me interrogas?

ORESTES

El hijo de Agamenón y de Clitemnestra, y me llamo Orestes; ahora voy
a consultar el oráculo de Zeus que hay en Dodona; pero ya que he
llegado a la Ftía, he querido preguntar si vive mi prima, la espartana
Hermíone, y si está buena; pues aunque habite lejos de aquí la amo
todavía.

HERMÍONE

¡Oh, hijo de Agamenón!, puesto que apareces en medio de la tempestad,
ruégote por estas rodillas, que abrazo, que te apiades de mí, no
dichosa, ya que llegaste a tiempo para ser testigo de mi desventura.
Con mis brazos te oprimo, no con menos fuerza que lo haría a los ramos
de los suplicantes.[108]

ORESTES

¡Cómo! ¿Qué es esto? ¿Me equivoco acaso, o veo claramente a la hija de
Menelao, reina de este palacio?

HERMÍONE

Ciertamente: la sola hija que la tindáride Helena tuvo de mi padre;
nada debo ocultarte.

ORESTES

Ayúdame, Febo, y líbrala de sus males. ¿Qué es esto? Las desdichas que
sufres, ¿son obra de los dioses o de los hombres?

HERMÍONE

En parte, de mí misma; en parte, de mi esposo; en parte, de algún dios;
la muerte me rodea por todos lados.

ORESTES

No teniendo hijos, ¿qué calamidad puede afligir a una mujer, a no ser
alguna que a su amor se oponga?

HERMÍONE

Esa es, en efecto, la causa de mi mal; me has comprendido; sábelo, pues.

ORESTES

¿Tu esposo ama, acaso, a otra?

HERMÍONE

A la que fue esposa de Héctor, hoy cautiva.

ORESTES

No es conveniente, sin duda, que un hombre tenga dos mujeres.

HERMÍONE

Y así es, sin embargo; y además me he vengado de ella.

ORESTES

¿Has maquinado, acaso, contra tu rival alguna asechanza de las que
traman en esos casos las mujeres?

HERMÍONE

He querido matarla, y a su hijo bastardo.

ORESTES

¿Y los mataste, o lo frustró algún accidente?

HERMÍONE

El viejo Peleo, que tomó bajo su protección a los más malos.

ORESTES

¿Hubo alguno que fuese tu cómplice en este delito?

HERMÍONE

Mi padre, que vino de Esparta con ese objeto.

ORESTES

¿Y fue vencido por un anciano?

HERMÍONE

Se avergonzó, sin duda, y se fue, abandonándome.

ORESTES

Ya te he entendido: temes que tu marido castigue tu atentado.

HERMÍONE

Así es; y con razón me perderá. ¿Qué he de decir, pues? Pero te ruego,
invocando a Zeus, tronco de mi linaje,[109] que de aquí me lleves a
algún lugar muy remoto o al palacio de mi padre, porque temo que el
de Neoptólemo, maldiciéndome como si tuviera voz, me expulse, y que
la misma tierra Ftía me odia. Si antes viene mi marido, después de
consultar el oráculo de Febo, me matará en castigo de mis acciones muy
torpes, o serviré a la concubina a quien yo mandaba. Pero ¿cómo has
obrado así?, dirá alguno. Perdiéronme mujeres malvadas llenándome de
orgullo con estas palabras: «¿Sufrirás tú que una vil cautiva, esclava
en tu palacio, sea la compañera de tu lecho? ¡Por la reina te juro[110]
que en mi casa no vería la luz usurpando mis más caros derechos!». Y
yo, oyendo estas pláticas de astutas sirenas seductoras, redomadas y
locuaces, me llené de necia vanidad. ¿Por qué tomarme estos cuidados
por mi marido, cuando nada me faltaba? Muchas eran mis riquezas, y
mandaba en el palacio; yo hubiese dado a luz hijos legítimos, y los de
ella, bastardos, casi hubiesen sido siervos de los míos. Pero nunca,
nunca conviene, y no lo diré una sola vez, que los hombres casados, si
son prudentes, dejen entrar en sus casas a las amigas de sus esposas,
de ordinario sus maestras en maldades. Una, por ganar algo, corrompe
a la casada; otra, que delinque, quiere que ella la imite, y muchas
lo hacen por su natural perversidad, y de aquí los disgustos de las
familias. Guardad bien de ellas las puertas de vuestras casas con
cerraduras y barras, porque estas mujeres de fuera, en vez de hacer
algo bueno, son causa de muchos males.

EL CORO

Demasiado te has ensañado en tu propio sexo; debe perdonársete; pero
bueno es que las mujeres disimulen sus defectos.

ORESTES

Sabio fue, sin duda, el que nos enseñó a oír las razones de los mismos
labios de los interesados. Cuando llegaron a mi noticia las disensiones
de esta familia y tu contienda con la esposa de Héctor, estaba
esperando, o que te decidieras a permanecer aquí, o que aterrada por el
miedo que te infunde esa cautiva querrías alejarte de este palacio. Yo
vengo aquí, no para obedecerte en lo que me ordenes, sino para llevarte
lejos de la Ftía, si, como dijiste hace poco, optas por ese extremo.
Porque, habiendo sido antes mía, vives con Neoptólemo por la deslealtad
de tu padre, que antes de acometer a Troya te desposó conmigo, y
después te prometió a tu actual esposo si la tomaba. Cuando volvió aquí
el hijo de Aquiles, perdoné a tu padre y rogué a aquel que renunciase a
este matrimonio, contándole mis penas y mi reciente desgracia, porque
podría solo casarme con alguna de mi familia y no de otra manera,
desde que desterrado de mi palacio ando vagando tristemente. Él,
entonces, me insultó por la muerte de mi madre; dijo que era justa la
persecución de las terribles diosas de mirada torva. Y yo, agobiado por
mis desdichas domésticas, lo sentí, sí, lo sentí en el alma y sufrí
con paciencia este nuevo infortunio, y sin esperanza de lograr tu mano
me retiré contra mi voluntad. Ahora, pues, que la fortuna te ha vuelto
la espalda, te llevaré de aquí y volverás a poder de tu padre. Mucho
pueden los lazos de parentesco, y en la adversidad nada hay mejor que
un amigo de la familia.

HERMÍONE

Mi padre cuidará de mis nupcias; a mí no me corresponde resolverlo.
Pero llévame cuanto antes de este palacio, no sea que vuelva mi marido
y prevenga mi fuga, o Peleo me persiga a caballo sabiendo que abandono
el palacio de su hijo.

ORESTES

No temas a un anciano ni el daño que pueda hacer el hijo de Aquiles
después de los agravios que me infirió el insolente, que esta mano
ha preparado contra él mortales asechanzas, de las cuales no podrá
escapar, y que no publicaré hasta que se realicen y las sepa el peñasco
délfico. El matricida, si se mantienen firmes mis aliados de la tierra
ftiota, le enseñará a no casarse con ninguna de mis prometidas. Con
daño suyo pedía que el rey Febo fuese castigado por la muerte de su
padre; no le valdrá haber mudado de parecer, que ahora paga al dios lo
que debe, que por su causa y por mi acusación tendrá muerte desastrosa
y se acordará de mi enemistad. El dios trueca la fortuna de los
hombres, que odia y no tolera su arrogancia.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh Febo!, que en Ilión ceñiste de murallas colina
bien defendida,[111] y tú, Poseidón, que hiendes el marino piélago con
tus cerúleos caballos, ¿por qué consentisteis primero en edificar con
vuestras manos cuanto había de ser profanado por Enialio, perito en
lides, y abandonasteis a la mísera Troya?

_Antístrofa 1.ª_ — ¿Y para qué juntasteis muchos carros tirados de
briosos caballos a las orillas del Simois e instituisteis allí luchas
homicidas no premiadas con coronas? Y murieron los reyes de Ilión, y
jamás lucirá el fuego ni subirá el humo del incienso de las aras de los
dioses de Troya.

_Estrofa 2.ª_ — También murió el Atrida a manos de su esposa, y ella
pagó con la vida su delito, asesinada por sus hijos. El decreto
fatídico del dios, sí, del dios, la castigó cuando el hijo de Agamenón
vino de Argos y la mató, asesino de su madre, después de visitar tu
templo. ¡Oh Dios, oh Febo! ¿Cómo he de creerlo?[112]

_Antístrofa 2.ª_ — Muchas esposas troyanas, en el campamento de los
griegos, gemían por la muerte de sus desdichados hijos, y dejaron
sus hogares y cayeron bajo el dominio de otros esposos. No tú sola,
¡oh Hermíone!, ni solo tus amigos sufrieron tristes dolores. Grecia
entera lloró esa calamidad, esa misma calamidad, y el rayo hendió otros
fértiles campos después que los frigios, sembrando la infernal muerte.

PELEO

Mujeres ftiotas, contestadme a lo que os pregunto: ha llegado a mis
oídos vago rumor de que la hija de Menelao, abandonando este palacio,
había huido de aquí. Vengo, pues, con deseo de saber si es verdad,
porque es nuestro deber cuidar de cuanto interese a los amigos y
ausentes.

EL CORO

Cierto es lo que oíste, ¡oh Peleo!; yo no debo ocultar los males que me
afligen; es verdad que la reina ha huido de su palacio.

PELEO

¿Y que temía? Replícame.

EL CORO

Que su marido la desterrase.

PELEO

¿Quizá por haber atentado a la vida de su hijo?

EL CORO

Sí, y por miedo a la cautiva.

PELEO

¿Huyó con su padre o con algún otro?

EL CORO

El hijo de Agamenón se la ha llevado.

PELEO

¿Con qué objeto? ¿Para casarse con ella?

EL CORO

Y maquinando la muerte del hijo de tu hijo.

PELEO

¿Por medio de asechanzas, o peleando con él frente a frente?

EL CORO

En el templo sagrado de Apolo, ayudado de los de Delfos.

PELEO

¡Ay de mí! ¡Horrible trama! ¿No habrá alguno que vaya cuanto antes al
ara pítica, y cuente lo que pasa a nuestros amigos antes que el hijo de
Aquiles muera a manos de sus enemigos?

EL MENSAJERO

¡Ay de mí, ay de mí! ¡Qué calamidades vengo a anunciarte, ¡oh anciano!,
y a los amigos de mi señor!

PELEO

¡Ay, ay de mí! Mi ánimo, tristemente preocupado, espera saber alguna
desdicha.

EL MENSAJERO

Dígote, anciano Peleo, que ya no existe el hijo de tu hijo; mortales
fueron las heridas, y obra de los hombres de Delfos y del huésped de
Micenas.[113]

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¿Qué haces, anciano? ¡No te caigas; levántate!

PELEO

Nada soy, yo muero; mi voz se apaga, mis miembros desfallecen.

EL MENSAJERO

Oye; si quieres vengar a tus amigos, reanímate para informarte de lo
que ha sucedido.

PELEO

¡Oh destino, cómo me has cercado, llenándome de amargura en mi extrema
vejez! ¿Cómo ha muerto el hijo único de mi único hijo? Dilo, que deseo
oírlo, aunque sea intolerable.

EL MENSAJERO

Después que llegamos a la tierra preclara de Febo, saciamos primero
nuestra curiosidad visitando cuanto era digno de verse, mientras el
sol giró tres veces en su órbita brillante. Y esto bastó para infundir
sospechas, y el pueblo, que adora a Apolo, se juntaba en conciliábulos
y corrillos. El hijo de Agamenón, recorriendo toda la ciudad, deslizaba
en todos los oídos frases hostiles: «Mirad a este —decía— que visita
las cavernas del dios llenas de riquezas, tesoros de los hombres;
por segunda vez viene aquí con igual propósito que lo trajo la vez
primera, por robar el templo de Apolo». Circularon, pues, por la
ciudad rumores malvados, y los magistrados cuidaban del tesoro, se
congregaban en las curias, y privadamente pusieron centinelas en el
templo de Febo, rodeado de columnas. Pero nosotros, llevando ovejas
criadas en el frondoso Parnaso, y sin saber nada, lo veneramos, y nos
acercamos a las aras con los que nos hospedaban, y con los adivinos
píticos. Y alguno habló así: «¡Oh joven! ¿Qué pediremos al dios para
ti? ¿Qué motivo te ha traído?». Él respondió: «Queremos expiar nuestro
anterior pecado, cuando yo mismo exigí de él en otro tiempo que expiase
la muerte de mi padre». Entonces hizo su efecto la infame calumnia de
Orestes, de que mi señor mentía, y de que había venido con siniestro
propósito. Entró en el templo para invocar a Febo ante el oráculo,
y comenzó a examinar las víctimas mientras el fuego las consumía.
Muchos hombres, con armas, coronados de laurel, estaban enfrente, y
entre ellos el hijo de Clitemnestra, autor de esta trama. Él, a la
vista de todos, suplicaba al dios que le fuese propicio, cuando los
armados de cortantes espadas acometieron a traición al desprevenido
hijo de Aquiles. Retrocedió, haciéndoles frente, porque sus heridas
no eran mortales, desenvainando la espada arrebatada del pórtico con
otras armas suspendidas de los clavos, y se detuvo junto al ara,
guerrero de terrible aspecto, gritando así e interrogando con sus
voces a los hijos de Delfos: «¿Por qué queréis matarme, cuando solo
he venido aconsejado de mi piedad? ¿Por qué causa muero?». Ninguno,
aunque eran muchos, replicó una palabra, sino le contestaron tirándole
piedras. Agobiado de innumerables dardos se defendía con su armas, y
esquivaba los golpes, presentando a todos el escudo que embrazaba.
Pero de nada le servía; toda clase de armas arrojadizas, saetas,
jabalinas, dardos sueltos, flechas mortales, volaban hacia él y caían
a sus pies. Hubieras de ver entonces los maravillosos saltos que daba
tu hijo para evitarlos; pero cercado y sin refugio, y no dejándole
respirar, abandonó el hogar del ara, que recibía las víctimas, y dando
un salto troyano[114] los acometió de repente; ellos, como palomas
que ven al gavilán, emprendieron la fuga. Muchos cayeron juntos, ya
heridos, ya atropellados en los angostos tramos de las puertas. Clamor
nefando resonó en el templo sagrado y peñascoso; pero como bajo sereno
cielo[115] mi señor se detuvo, resplandeciendo sus brillantes armas,
hasta que del centro del templo se oyó una voz espantosa y terrible,
y la multitud volvió otra vez a la pelea. Entonces cayó el hijo de
Aquiles, herido su costado por la aguda espada de un hombre de Delfos,
que perdió la vida con otros muchos. Después de caer en tierra, ¿quién
no le acometió con espadas y lanzas?, ¿quién no lanzó piedras?, ¿quién
no le aplastó con ellas? Y crueles heridas destrozaron su hermoso
cuerpo. Su cadáver, que yacía junto al altar, fue arrastrado fuera del
templo, rico en víctimas. Nosotros, apoderándonos de él lo más pronto
que nos fue posible, te lo traemos para que lo llores, ¡oh anciano!, y
para que le des honrosa sepultura. El rey que profetiza, el defensor de
la justicia entre los hombres, castigó así al hijo de Aquiles, y como
un mortal malvado guardó su rencor por antiguos ultrajes. ¿Cómo, pues,
ha de ser sabio?[116]

EL CORO

He aquí al rey, que desde Delfos lo traen a su palacio. ¡Oh
desventurado que sufriste tales oprobios!, ¡oh desventurado!, y tú
también, anciano; tú recibes en su palacio al hijo de Aquiles, no como
quisieras: fatal desdicha te hiere; su calamidad es también la tuya.

PELEO

_Estrofa._ — ¡Ay de mí! ¡Qué infortunio contemplo! ¡Cómo lo recibo en
mi propio palacio! ¡Ay de mí, ay de mí, ah, ah! ¡Oh ciudad tesálica,
morimos, perecemos, desapareció ya mi linaje; ya no me sobrevivirán mis
hijos en mi palacio patrimonial! ¡Qué desdichado me hacen estos males!
¿En qué ser amado se recrearán mis ojos? ¡Oh labios y mejillas tan
queridos! ¡Ojalá que el destino te hubiese arrancado la vida junto a
Ilión, a las orillas del Simois!

EL CORO

Y muerto entonces, ¡oh anciano!, lo fuera con más honra, no como ahora,
y más feliz hubieras tú sido.

PELEO

_Antístrofa._ — ¡Oh nupcias, oh nupcias, causa de perdición, causa
de perdición para esta familia y para mi ciudad! ¡Ah, ah, ah, ah! ¡Oh
hijo, ojalá que el linaje de tu esposa, infausto para mí, para mis
hijos y para mi palacio, no te hubiese acarreado la muerte a que te
destinaba Hermíone, ¡oh hijo!, sino que ella pereciese, herida por
el rayo, por haber cometido el sangriento crimen! ¡Ojalá que nunca
acusases a Febo de lanzar contra tu padre mortíferas saetas, tú mortal
y él dios!

EL CORO

¡Ay, ay! Mis lamentos acompañarán los fúnebres cantos que voy a entonar
a los manes de mi señor, muerto.

PELEO

¡Ay, ay de mí! ¡Yo también lloro, anciano mísero y desventurado!

EL CORO

¡Destino del dios, calamidad obra de un dios!

PELEO

¡Oh tú, que dejas desierto tu palacio, abandonando a un anciano sin
hijos!

EL CORO

Tú, viejo Peleo, debías morir, sí; debías morir antes que tus hijos.

PELEO

¿No arrancaré mis cabellos, no golpearé mi cabeza con mis manos al
llorarlo? ¡Oh ciudad!, Febo me arrebató dos hijos.

EL CORO

¡Oh infeliz anciano, que contemplas y sufres estos males, qué triste
será tu existencia!

PELEO

Sin hijos, solitario, sin ver el fin de mis desdichas, pasaré trabajos
hasta la muerte.

EL CORO

De nada te sirvió que los dioses te hicieran feliz en tus nupcias.

PELEO

Todo se desvaneció en los aires, humo fue tan vana pompa.

EL CORO

Solitario discurrirás en tu desierto palacio.

PELEO

Ni ciudad quiero tampoco, ni ciudad; que este cetro vegete en la
tierra; y tú, hija de Nereo, que vives retirada en las cavernas, me
verás postrado sin vida ni movimiento.

EL CORO

¡Hola, hola!, ¿qué sucede?; ¿tiembla el suelo?; ¿qué numen se presenta?
Ved, mirad, doncellas; algún dios, atravesando el blanco éter, penetra
en los campos de la Ftía, fecunda en caballos.

TETIS

Dejando el palacio de Nereo vengo yo, Tetis, acordándome de los
nupciales lazos que antes nos unieron, ¡oh Peleo! Ruégote primero que
no te dejes abatir por tus males, puesto que yo misma, que nunca debí
llorar a mis hijos, perdí a Aquiles, de pies ligeros, príncipe de la
Grecia e hijo tuyo. Pero te diré el motivo que aquí me trae, para
que le conozcas. Sepulta al difunto hijo de Aquiles junto al ara de
Apolo Pítico: eterno oprobio será de Delfos y monumento que recuerde
el sangriento atentado de Orestes. La cautiva Andrómaca debe, ¡oh
anciano!, habitar en la Molosia, unida a Héleno en legítimas nupcias,
y con ella ese niño, el único que queda de la estirpe de Éaco;[117] de
él descenderán los felices reyes de la Molosia, porque no ha de perecer
tu linaje y el mío y el de Troya, que de ella cuidan también los
dioses, aunque la perdiera el odio de Palas. Y para que sepas lo que
vale tu himeneo conmigo, que nací diosa e hija de un dios, te libertaré
de los humanos y te haré inmortal e incorruptible. Y en adelante, ya
dios, vivirás conmigo, también diosa, en el palacio de Nereo; y desde
él, saliendo del mar con los pies secos, verás a Aquiles, hijo tuyo
y mío muy amado, que mora en los palacios de la isla de Leuca, en el
estrecho Euxino. Ve, pues, a la divina ciudad de Delfos, y acompaña a
este muerto; y cuando lo cubra la tierra, vuelve a la lejana caverna de
la antigua roca de Sepia,[118] y detente allí y espérame, que yo iré
a buscarte desde el mar acompañada de un coro de cincuenta nereidas.
Así lo ha dispuesto el destino, así agrada a Zeus. No llores más a los
muertos; todos los hombres están sujetos a este decreto inevitable de
los dioses.

PELEO

¡Oh esposa noble y veneranda, hija de Nereo, salve!; digna de ti y de
tus hijos es tu conducta. Calmaré mi dolor, que tú, diosa, lo mandas,
y sepultado este, iré a las cavernas del Pelión, en donde mis manos
palparán tu hermosísimo cuerpo. ¿No conviene, pues, elegir noble
esposa, de honrada familia, y no es esto lo más sensato, y no anhelar
funestos himeneos, aun cuando la desposada aporte riquísima dote? Jamás
los que así obran temerán el castigo del cielo.

EL CORO

Vario es el destino de los hombres; inesperadas son muchas veces las
órdenes de los dioses, y las que se aguardan no llegan, y en ocasiones
desenlazan lo que parecía inextricable. Así ha acontecido ahora.




LAS SUPLICANTES


ARGUMENTO

Adrasto, rey de Argos, rechazado por Creonte, tirano de Tebas, en su
demanda de sepultar los cadáveres de los cinco jefes que la atacaron,
porque Polinices, hijo de Edipo, había sido inhumado por su hermana
Antígona, y a Anfiarao se lo tragó la tierra, acude para lograr su
objeto a Teseo, rey de Atenas, que al principio se niega a complacerlo
y hasta lo trata con escasa cortesía y miramiento. Pero las madres
ancianas de los insepultos son más afortunadas con Etra, madre de
Teseo, a la sazón en Eleusis para celebrar la fiesta de Deméter.
Imploran su piedad como suplicantes, consiguen que acceda a sus ruegos,
recaba de su hijo lo que no pudo conseguir Adrasto, y los difuntos
son al fin recuperados por la fuerza de las armas y traídos a Atenas.
Evadne, esposa de Capaneo, se precipita en la pira de su marido, y
Atenea aconseja a Teseo que conserve a su disposición para lo sucesivo
testimonio fehaciente del favor dispensado entonces a Argos.

Para nosotros no ofrece esta tragedia grande interés en ningún
concepto, aunque debió inspirarlo extraordinario a los atenienses,
para quienes lo escribió el poeta. Celebrar las glorias de una ciudad,
y más siendo tan pura y tan generosa como esta, siempre agrada a sus
habitantes, averiguado como está ya hasta la saciedad que el amor
propio del linaje humano es también la flaqueza mayor, la más constante
y la más asequible a los encantos de la adulación. Atenas se constituía
además en defensora de la religión helénica, que hasta entre enemigos
exigía el respeto a los muertos contrarios, creencia que servía de base
a esa costumbre tradicional observada en la guerra, y característica
en general en los atenienses, el pueblo más compasivo y tolerante en
tales materias. Recuérdese su conducta con sus rivales los lacedemonios
cuando la guerra de Mesenia, rasgo de magnanimidad inmarcesible,
rarísimo en la Historia. Socorrieron a sus mortales enemigos y los
salvaron de su ruina contra sus propios intereses. Y si, como parece
probable, se escribió y se representó esta tragedia durante la guerra
del Peloponeso, cuando los argivos se aliaron con los lacedemonios e
invadieron el territorio ático, su oportunidad y su interés hubieron de
aumentar sobremanera. Ateniense era el héroe, Teseo, y atenienses los
soldados que combatieron a sus órdenes.

El asunto no podía, pues, ser más trágico; sus personajes pertenecían
al ciclo mitológico heroico, explotado para este linaje de
composiciones, y la traza y disposición de la obra, en su conjunto y
en sus detalles, sin prólogo en esta, con la intervención de Palas al
fin y el suicidio de Evadne cuando menos se esperaba, la distinguen
como obra de Eurípides, sin dar lugar a dudas de ningún género. Lo cual
no obsta, sin embargo, para hacernos sonreír, por lo menos el diálogo
y la disputa del heraldo tebano y de Teseo, que toca en lo cómico, o
sus respectivas disertaciones acerca de las ventajas e inconvenientes
de la monarquía y de la república, propias de escuela o de academia,
o las alabanzas de Adrasto a los muertos, más aplicables a pacíficos
ciudadanos de Atenas del tiempo de Eurípides que a los feroces
guerreros que sucumbieron peleando ante las murallas de Tebas, ni
cuadra tampoco con nuestro gusto y nuestras ideas modernas la aparición
de Evadne en lo alto del peñasco, al terminarse la tragedia, aunque
también es posible que en el auditorio hiciera por lo mismo singular y
grato efecto.

Ateniéndonos a la indicación del autor griego que la encabeza, su
representación se hizo bajo el arconte Antifón el año III de la
olimpiada 90, o el 418 antes de nuestra era.


PERSONAJES

  ETRA, _madre de Teseo y esposa de Egeo._
  CORO DE ANCIANAS, _madres de los siete héroes
    sitiadores de Tebas._
  TESEO, _hijo de Egeo._
  ADRASTO, _rey de Argos._
  UN PREGONERO O HERALDO.
  UN MENSAJERO.
  EVADNE, _esposa de Capaneo e hija de Ifis._
  IFIS, _padre de Evadne._
  NIÑOS, _hijos de los siete jefes._
  ATENEA.


La acción pasa en Eleusis, aldea inmediata a Atenas.




  Se ve en el teatro el templo de Deméter y de Perséfone, y delante de
  él a Adrasto, cubierta la cabeza y acompañado de siete niños, hijos
  de los siete jefes que sitiaron a Tebas. Cerca del ara yace Etra
  rodeada de las siete madres de los jefes, de rodillas y llevando los
  distintivos de las suplicantes. Detrás de ellas hay siete esclavas.


ETRA[119]

¡Oh Deméter!,[120] divina protectora de esta tierra de Eleusis, y
sacerdotes que habitáis en los templos de la diosa; que yo, Etra, sea
feliz y mi hijo Teseo, y la ciudad de Atenas y la tierra de Piteo,[121]
en donde me educó mi padre en opulento palacio y me dio por esposo a
Egeo, el hijo de Pandión,[122] obedeciendo los oráculos de Apolo. Tal
es mi súplica, compadecida de estas ancianas, que han abandonado sus
hogares de Argos, víctimas de grave calamidad, y ciñen sus rodillas con
el ramo de oliva de las suplicantes. Huérfanas han quedado de siete
nobles hijos, muertos junto a las puertas de Cadmo, cuando fueron a
las órdenes de Adrasto,[123] rey de los argivos, a restituir a su
yerno Polinices su parte de la herencia de Edipo. Las madres de estos
héroes, que perecieron en la guerra, quieren sepultar sus cadáveres,
y los poderosos lo prohíben y no acceden a sus ruegos, menospreciando
las leyes divinas. Adrasto, su compañero de infortunio, implora también
mi protección, llenos sus ojos de lágrimas, y yace aquí lamentándose
de esa guerra y expedición muy desdichada que lo sacó de su palacio;
exhórtame a que suplique a mi hijo para que recupere los cadáveres, y
ya por la persuasión, ya por la fuerza de su lanza, que autorice su
sepultura; tal es la única gracia que pide a mi hijo y a la ciudad de
Atenas. Sacrifico ahora por mi patria, antes de ararse la tierra, y con
ese objeto he venido desde mi palacio a este templo, en donde apareció
primero lozana la fructífera espiga. Ceñida, pues, con este lazo de
sagradas hojas que no ciñe,[124] hállome junto a los santos hogares de
las dos diosas Perséfone y Deméter, compadecida, en verdad, de estas
madres de blancos cabellos, huérfanas de sus hijos por respeto a los
venerables ramos, cubiertos de lana.[125] Un heraldo ha ido de mi parte
a la ciudad para llamar a Teseo y librar a esta región de su incómoda
presencia, o dejarme en libertad después de probar a los dioses de
algún modo mis piadosas intenciones. Conviene que en tales casos las
mujeres prudentes se valgan siempre de los hombres.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Ruégote, anciana, con mis viejos labios, y cayendo a
tus pies, que rescates a mis hijos de entre los muertos, que si no
servirán de pasto sus cuerpos a las fieras de los montes, sin fuerza
sus miembros por obra de la muerte.

_Antístrofa 1.ª_ — Mira mis párpados llenos de lágrimas de mis ojos,
que mueven a lástima, y el estrago que en mi rostro y en mis blancos
cabellos han hecho mis arrugadas manos; ¿cómo, pues, demostraré mi
pena, cuando ni he expuesto en mi casa a mis hijos difuntos, ni veo los
túmulos de tierra de sus sepulcros?

_Estrofa 2.ª_ — Tú también, ¡oh mujer venerable!, diste a luz un hijo
hace tiempo, y llenaste a tu esposo de alegría; ponte, ponte, pues, en
mi lugar, y considera cuánto es mi dolor y mi desventura por la pérdida
de los hijos a quienes di la vida; persuade al tuyo, a quien suplicamos
que vaya al Ismeno y que ponga en mis manos desdichadas los cuerpos
insepultos de los jóvenes que han perecido.

_Antístrofa 2.ª_ — No como mandan los ritos, sino impelida por la
necesidad, me he prosternado en tu presencia, viniendo a suplicarte
ante las aras de los dioses que reciben el fuego; justo es nuestro
ruego, y tú, en cierto modo, ya que eres afortunada, puedes inclinar
a tu hijo a que remedie mi desventura. Sufriendo males lamentables,
yo, infeliz suplicante, te pido que pongas a mi hijo en mis manos para
abrazar sus tristes restos.

_Estrofa 3.ª_ — Nueva lucha, nuevo llanto sucede al mío; ya resuenan
las manos de mis esclavas. Id, oh vosotras las que respondéis a mis
lamentos; id, compañeras de dolor a componer el coro que Hades ama;
llenad de sangre vuestras mejillas; desgarrad vuestro cuerpo con
vuestras blancas uñas: los honores que se tributan a los muertos
glorifican a los vivos.

_Antístrofa 3.ª_ — Siento en llorar placer insaciable y molesto;
como gota que cae de elevado y húmedo peñasco es mi perenne llanto;
a raudales brotan las lágrimas de los ojos de las mujeres cuando la
muerte se apodera de sus hijos. ¡Ay, ay de mí! ¡Ojalá que muerta no
sintiese tales dolores!

TESEO

¿Qué sollozos he oído y qué golpes de pechos y lamentaciones fúnebres,
que parecen salir de estos templos? El miedo me deja en suspenso,
temiendo que a mi madre, a quien busco, ausente del palacio hace
tiempo, haya sucedido alguna desgracia. ¿Qué es esto?; todo me anuncia
extraños sucesos. Veo a mi anciana madre sentada junto al ara, y
acompáñanla mujeres extranjeras que dan inequívocas señales de dolor:
de sus ojos venerables derraman lágrimas que mueven a lástima, sus
cabezas están rasuradas y su traje no es el de las sagradas fiestas.
¿Quiénes son estas mujeres, madre?; a ti te toca decirlo; a mí, oírlo;
de seguro será alguna novedad.

ETRA

Hijo, estas mujeres son las madres de los siete capitanes que murieron
junto a las puertas cadmeas; con los ramos de las suplicantes me cercan
y me custodian como ves, ¡oh hijo!

TESEO

¿Y quién es ese que gime tan miserablemente a las puertas del templo?

ETRA

Adrasto, según dicen, rey de los argivos.

TESEO

Y los niños que le rodean, ¿son acaso sus hijos?

ETRA

No, que son hijos de los muertos.

TESEO

¿Por qué nos imploran con sus manos suplicantes?

ETRA

Lo sé; pero a ellos toca decírtelo, ¡oh hijo!

TESEO

A ti me dirijo, que estás envuelto en tu manto: habla, descubre tu
cabeza y deja de llorar; nada podrás conseguir si no te explicas antes.

ADRASTO

¡Oh Teseo!, rey del Ática, ilustre por tus victorias, suplicante vengo
en tu busca y en la de tu ciudad.

TESEO

¿En demanda de qué? ¿Cuál es tu cuita?

ADRASTO

Conoces mi funesta expedición.

TESEO

Sin duda no atravesaste invisible la Grecia.

ADRASTO

Allí perdí a los próceres argivos.

TESEO

Tales son los efectos de una guerra desdichada.

ADRASTO

Fui a pedir esos muertos a la ciudad.

TESEO

¿Confiabas en los heraldos de Hermes para sepultarlos?

ADRASTO

Pero sus matadores no me lo conceden.

TESEO

¿Y qué dicen, siendo justa tu petición?

ADRASTO

¿Qué ha de ser? Como les favoreció la fortuna, no saben contenerse.

TESEO

¿Has venido acaso a consultarme, o con qué objeto?

ADRASTO

Solo ansío, ¡oh Teseo!, que rescates a los hijos de los argivos.

TESEO

¿Qué hizo vuestra Argos? ¿Fue vana su jactancia?

ADRASTO

Frustrado nuestro empeño, recurrimos a ti.

TESEO

¿Tú en particular, o en representación de los ciudadanos?

ADRASTO

Todas las danaides[126] te ruegan suplicantes que entierres a los
muertos.

TESEO

¿Por qué llevaste a Tebas siete carros?

ADRASTO

Cumpliendo este deber en beneficio de mis dos yernos.

TESEO

¿Con qué ciudadanos de Argos casaste a tus hijas?

ADRASTO

Mi familia no ha contraído alianza con ninguno de ellos.

TESEO

¿Pero diste a extranjeros esas doncellas argivas?

ADRASTO

A Tideo y a Polinices, oriundo de Tebas.

TESEO

¿Qué motivo te indujo a emparentar con ellos?

ADRASTO

Los oscuros enigmas de Febo.[127]

TESEO

Pero ¿qué dijo Apolo aludiendo al casamiento de tus hijas?

ADRASTO

Que las casase con el jabalí y el león.

TESEO

¿Y cómo entendiste los oráculos del dios?

ADRASTO

Al venir de noche a mi palacio desterrados...

TESEO

¿Quién y quién?, di: hablaste de dos a un tiempo.

ADRASTO

Tideo y Polinices, que se pelearon entre sí.

TESEO

¿Y les diste tus hijas, como si fuesen fieras?

ADRASTO

Semejante fue su combate al de dos fieras.

TESEO

¿Cómo vinieron, dejando su patria?

ADRASTO

Tideo vino de la suya por haber dado muerte a uno de sus parientes.[128]

TESEO

¿Y cómo vino el hijo de Edipo, abandonando a Tebas?

ADRASTO

A causa de las maldiciones de su padre, para no matar a su hermano.

TESEO

Prudente fue, en verdad, el destierro voluntario de que hablas.

ADRASTO

Pero los que permanecieron en su patria obraron injustamente en su
ausencia.

TESEO

¿Acaso su hermano le usurpó su patrimonio?

ADRASTO

Salí para castigarlo, y así me arruiné.

TESEO

¿Consultaste a los adivinos y examinaste las llamas de las víctimas?

ADRASTO

¡Ay de mí, adivinaste mi mayor pecado!

TESEO

Según parece, no fuiste a la guerra contando con la protección de los
dioses.

ADRASTO

Lo que es peor, fui a ella contra la voluntad de Anfiarao.[129]

TESEO

¿Y cómo hiciste tan poco aprecio de la protección de los dioses?

ADRASTO

Aturdiome el tumulto que promovieron los jóvenes.

TESEO

Hiciste lo que te aconsejaba la audacia, no la prudencia, causa de la
perdición de muchos generales.

ADRASTO

Pero, ¡oh tú, rey de Atenas, el más fuerte de los griegos: aunque
me sonroje, caeré en tierra abrazando con mis manos tus rodillas! Y
aunque me acuerde de mis blancos cabellos y de que fui rey feliz en
otro tiempo, véome obligado a ceder a la desgracia: ruégote, pues, que
me entregues esos muertos; compadécete de mis males y de estas madres
de hijos ya difuntos, también ancianas, huérfanas de canos cabellos.
Tuvieron valor para venir aquí y andar a pie el camino, moviendo a
lástima sus trémulos pasos; triste embajada, no para tomar parte en
las ceremonias de Deméter, sino para sepultar muertos, cuando debieran
haberlo sido por las manos de ellos, y mucho menos celebrar en su honra
prematuros funerales. Prudente es que el rico se acuerde de los pobres
y el pobre de los ricos, para que el amor al lucro lo estimule en vez
de abandonarse, y que los afortunados se apiaden de las miserias, y que
el poeta[130] escriba alegre; a no ser así, a los demás no deleitará,
y sí su alma afligida; lo contrario no sería natural. Acaso dirás:
«¿Por qué no acudes al país de Pélope y echas esta carga sobre los
atenienses?». Yo puedo explicártelo mejor que nadie: Esparta es cruel y
cauta; las demás ciudades pequeñas y débiles. Así, solo tu Atenas puede
ampararme, que suele compadecerse de las desdichas ajenas, y tú la
gobiernas, joven y vigoroso. Por falta de tales gobernantes perecieron
muchos estados.

EL CORO

Y yo, Teseo, uno a los suyos mis ruegos, y te suplico que te
compadezcas de mis calamidades.

TESEO

Ya traté de esto con otros, que me hablaron como tú lo haces ahora.
Alguno ha dicho que los males humanos son más numerosos que los bienes.
Yo, sin embargo, creo lo contrario, y que los bienes aventajan en
número a los males, porque, a no ser así, no existiríamos. Alabo, pues,
al dios, sea el que fuere, que nos hizo de distinta condición que la
confusa y grosera de los brutos, dándonos primero la razón; después,
la palabra para expresar nuestras ideas y comunicárnoslas mutuamente,
y los granos por alimento, y el húmedo rocío, que baja del cielo para
regar los frutos, de suerte que lo que nace de la tierra vuelve a ella
y la fertiliza; y además, abrigo contra el invierno y sombra para
evitar el ardor del sol, y medios de navegar para que el comercio nos
suministre todo aquello con que cuenta cada país. Lo desconocido y lo
que no comprendemos con claridad, examinando las llamas y las entrañas
de las víctimas, lo descubren los adivinos o lo conjeturan de los
augurios. ¿No somos, pues, ingratos, cuando los dioses nos han dado
tales medios de vivir y no nos bastan? Pero nuestra ambición aspira a
superarlos en poder, y llevados de nuestra soberbia, pretendemos ser
más sabios que ellos. Tu ligereza me inclina a pensar que eres de
este número, puesto que diste tus hijas a extranjeros, como si fuesen
dioses, obligado por el oráculo de Febo, y empañaste el lustre de tu
distinguida familia enlazándola con otras de mala fama. El hombre
prudente no debe mezclar a los inocentes con los culpables, sino ganar
amigos opulentos. Los dioses confunden a todos a veces, y con sus
calamidades suelen perder a un tiempo al culpable con el que no lo es
tanto y con el que no pecó en nada. Llevaste a tu empresa a todos los
argivos, aunque los adivinos te decían a gritos los oráculos, y tú los
despreciaste, sin hacer caso de los dioses, y te dejaste arrastrar de
tu violencia, y perdiste a tu ciudad, seducido por jóvenes, los cuales,
como solo ansían honores, apetecen la guerra, y sin razón la fomentan,
y pervierten a sus conciudadanos, uno, para ser general; otro, para
satisfacer su ambición y mandar, y algunos, para adquirir riquezas, sin
acordarse del daño que puede recibir el pueblo. Tres son los partidos
de las ciudades: el primero, de los ricos inútiles, que siempre quieren
más; el segundo, de los pobres, que carecen del sustento, vehementes
en sus deseos, muy dados a la envidia, siempre prontos a herir a los
ricos con sus malignos aguijones y engañados por sus malvados jefes; y
el tercero, el de aquellos que están a igual distancia de ambos, que
conserva los estados y defiende las leyes que la ciudad ha establecido.
En vista de tales razones, ¿te debo yo auxiliar? ¿Cómo podré
defenderme? Vete, pues, y sufre las consecuencias de tu mal consejo, no
sea que tu mala fortuna nos contagie.

EL CORO

Erró Adrasto, pero merece el perdón; arrastráronlo sus fogosos yernos.

ADRASTO

Nunca te elegí para juez de mis males, sino que recurrimos a ti, ¡oh
rey!, para que los remediaras; ni aun admitiendo que yo no obrara
bien, tú no me has de reprender y castigar, sino solo socorrerme. Si
no quieres hacerlo, no me queda otro recurso que obedecerte; ¿qué he
de hacer, pues? Vamos, ancianas, marchaos dejando aquí la verde hoja
de los ramos, ceñida de lana, y poned por testigos a los dioses, a la
Tierra, a Deméter, diosa flamígera,[131] y a la luz del Sol de que han
sido inútiles las súplicas que les hicimos.

EL CORO[132]

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

el cual era hijo de Pélope, y nosotros, que somos de la tierra pelopea,
tenemos la misma sangre en nuestras venas. ¿Qué haces? ¿Renegarás de tu
origen y expulsarás de este territorio a ancianos, desoyendo sus justos
ruegos? De ninguna manera: la fiera busca un refugio en los peñascos;
el esclavo, en las aras de los dioses; y la ciudad, bamboleada por las
tempestades, recurre suplicante a otra ciudad; en las cosas humanas
nada hay perpetuamente feliz.

Vete, ¡oh desventurada!, del suelo sagrado de Perséfone; vete, y
suplica por las rodillas que abraces con tus manos que traiga los
cadáveres de mis hijos muertos, ¡oh desdichada de mí!, a quienes perdí
en la flor de sus años bajo las murallas cadmeas.

¡Ay de mí! Coged mis trémulas manos, levantadme, llevadme, enderezad a
esta desventurada. Suplícote por tu barba, ¡oh tú, muy querido!, ¡oh
tú, el más ilustre de los griegos!, prosternándome a tus rodillas y
delante de tu mano, ¡ay de mí, mísera!, que por mis hijos te apiades
de mis súplicas, ya que como fugitiva doy flébil, flébil lamento, y te
ruego con todas mis veras, ¡oh hijo!, que no dejes insepultos en la
tierra de Cadmo, para servir a las fieras de juguete, a los que son de
tu misma edad.

Mira las lágrimas que cubren mis párpados y cómo caigo a tus rodillas,
para que sepultes a mis hijos.

TESEO

Madre, ¿por qué lloras, cubriendo tus ojos con el sutil manto? ¿Acaso
te compadeces de las lamentables querellas de estas mujeres? A mí
también me han conmovido. Levanta tu blanca cabeza, no derrames
lágrimas, sentada ante los sagrados hogares de Deméter.

ETRA

¡Ay, ay de mí!

TESEO

Tú no debes gemir por estos males.

ETRA

¡Oh mujeres desdichadas!

TESEO

Tú no eres una de ellas.

ETRA

¿Diré algo, ¡oh hijo!, que pueda redundar en tu honor y en el de la
ciudad?

TESEO

Habla, que las mujeres suelen dar muchas veces sabios consejos.

ETRA

Pero las palabras que callo me hacen vacilar.

TESEO

Vergonzoso es que calles lo que conviene a tus amigos.

ETRA

Ciertamente, no callaré si después me he de arrepentir de mi silencio
y calificarlo de vergonzoso; si, por temor de que sean inútiles las
bellas frases de las mujeres, reservara mi honesto consejo. Ordénote,
¡oh hijo!, primeramente, que obedezcas a los dioses y que no los
ofendas despreciándolos, pues podría suceder que no los veneraras
ahora, aunque en lo demás fueras sabio. Nada diría de seguro mi audacia
si no hubiese de favorecer a los que sufren injustamente; pero será
glorioso para ti, ¡oh hijo!, y no vacilaré en aconsejártelo, que con
tu poder obligues a esos hombres desalmados, que se oponen a dar a
los muertos la debida sepultura y a que se les tributen los últimos
honores, a llenar este deber indispensable, y a que por fuerza los
refrenes en castigo del desdén que muestran en la observancia de los
ritos de toda la Grecia. La guarda cuidadosa de las leyes es el sostén
de los estados. Dirá alguno quizás que pudiendo ganar para tu ciudad
una corona de gloria, no la logras por cobardía, y que si has luchado
con un feroz jabalí, sufriendo ese trabajo poco famoso, cuando debías
mostrar tu esfuerzo contra cascos y lanzas en batalla, obrabas como
un villano. De ningún modo lo harás, que yo te di a luz, ¡oh hijo!
¿Acaso no ves cómo tu patria, de cuya imprudencia se burlan, mira con
torvos ojos a los que de ella se mofan? Con los peligros prospera.
Las ciudades ociosas que pasan en la oscuridad su existencia, oscuras
también quedan cuando temen más de lo justo. ¿No socorrerás, ¡oh hijo!,
a muertos y mujeres desdichadas, que necesitan ayuda? Yo nada recelo
contra ti cuando vas a defender la justicia; y al ver al afortunado
pueblo de Cadmo, que no vacila en probar otra vez su suerte, debes
tener confianza, que Dios suele trastornarlo todo.

EL CORO

¡Oh tú, la muy querida, bien has hablado en nuestro favor, y doble es
por esto mi alegría!

TESEO

Las palabras que pronuncié, ¡oh madre!, contra este son razonables,
y ya conoces mi opinión acerca de sus proyectos insensatos; pero yo
convengo también en lo que me adviertes, y que no es conforme a mis
hábitos huir del peligro. Después de ejecutar muchas honrosas hazañas
hasta ahora entre todos los griegos, he acostumbrado siempre castigar
a los malvados. ¿Qué dirán mis enemigos cuando tú, que me engendraste
y que temes por mi vida, eres la primera en encomendarme este trabajo?
Iré, pues, a cumplirlo, y rescataré los cadáveres, y con mis palabras
los persuadiré a que me los entreguen; si no, se decidirá la cuestión
por la fuerza de las armas, si no se oponen los dioses. Deseo que así
lo decrete toda la ciudad, y lo hará queriendo yo; pero si dejo al
pueblo el derecho de deliberar, me será más propicio; yo le he cedido
la soberanía, haciendo libre a esta ciudad y facultándola para emitir
sus sufragios. Adrasto me acompañará para probar con su presencia la
verdad de mis palabras, y con él me presentaré ante la multitud, y
convocada la juventud ateniense, vendré aquí, y ya preparados a la
guerra, enviaré mensajeros a Creonte pidiéndole los muertos. Pero
quitad a mi madre, ¡oh ancianas!, las sagradas coronas,[133] para que
la lleve al palacio de Egeo de su amada mano; que el hijo que no sirve
a sus padres es infeliz. Solo de esta manera recibirá a su vez de los
suyos lo que haya dado a sus padres.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh Argos, abundante en caballos, mi patrio suelo; ya
has oído, ya has oído estas palabras del rey, testimonio de su piedad,
que serán apreciadas en su justo valor en la Argólida y en la gran
región de los pelasgos![134]

_Antístrofa 1.ª_ — ¡Ojalá que poniendo término a mis males, y aun
algo más, me traiga los sangrientos trofeos que llenarán de gozo a
mi corazón maternal, y que contraiga conmigo alianza la tierra de
Ínaco,[135] agradecida a su auxilio!

_Estrofa 2.ª_ — Tan piadoso servicio honra a las ciudades y engendra
perpetua gratitud. Pero, al fin, ¿qué decretará la ciudad en mi favor?
¿Será mi aliada y obtendremos el derecho de sepultar a nuestros hijos?

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Socorre a una madre, socórrela, ciudad de Palas,
que no sean holladas las leyes de los hombres! Tú rindes culto a la
justicia, tú castigas a los injustos y ayudas a todos los afligidos
cuando sufren sin razón.

TESEO (_hablando con un heraldo_).

Publicar los edictos es siempre tu obligación, y así me sirves y a la
ciudad también. Encamínate ahora más allá del Asopo y de las aguas
del Ismeno, y habla así al venerable tirano de los cadmeos: «Teseo
te pide amistosamente los cadáveres que han de sepultarse; habita un
país vecino y lo reputa justo, y desea granjearse el afecto de todos
los hijos de Erecteo». Y si lo conceden, vuelve; si no, añade que
esperen en breve mi escuadrón de jóvenes armados de escudo. Ya el
ejército se apresta al combate, y lo revisto cerca del pozo sagrado de
Calícoro.[136] Y con placer y buena voluntad se encarga la ciudad de
dar cima a este trabajo, conocido mi deseo. ¡Hola! ¿Quién interrumpe
mis palabras? Un heraldo tebano, según parece, aunque no estoy de
ello muy seguro. Espera a ver si te libra de tu pena y con su llegada
previene mis proyectos.

EL HERALDO

¿Quién es el tirano de esta región? ¿A quién he de anunciar la embajada
de Creonte, que impera en la tierra de Cadmo, muerto Etéocles por su
hermano Polinices junto a las siete puertas?

TESEO

Errado vas desde el principio de tu discurso, ¡oh extranjero!, buscando
aquí a un tirano; libre es esta ciudad, y no la rige uno solo; el
pueblo gobierna por medio de sus magistrados anuales, y no da el mando
a los ricos: el pobre disfruta de iguales derechos.

EL HERALDO

Ventaja nos das en esto como en el juego de dados, pues en la ciudad
que me manda, uno solo gobierna, no la muchedumbre, ni hay quien
la llene de orgullo con vanos discursos, atentos solo a su interés
personal, mientras otros la distraen indebidamente, y quien era grato
ha poco y gozaba de mucho favor después la ofenda, y empleando nuevas
calumnias para paliar sus anteriores faltas, evite su castigo. ¿Cómo,
de otra manera, no apreciando bien el pueblo la razón, podrá gobernar
la ciudad? La calma vale más que la precipitación. Pero el pobre
rústico, aunque no sea ignorante, ocupado en su trabajo, no podrá
atender al bien público. Y sin duda perjudicará a los de más valía que
un malvado consiga las primeras dignidades, embaucando al pueblo con
sus discursos, cuando antes no era nada.

TESEO

Ingenioso es este heraldo, y hace gala de su elocuencia cuando la
ocasión se presenta. Pero ya que concluiste tu arenga, oye: tú has
iniciado esta cuestión; nada hay más dañoso para un estado que un
tirano. En primer lugar, no hay leyes comunes; uno solo manda; en sus
manos está la balanza de la justicia, y ya no es igual a los demás.
Pero con legislación escrita, el pobre y el rico tienen iguales
derechos, y es lícito a los indigentes echar en cara sus faltas a
los más poderosos cuando no es buena su fama, y el inferior vence al
superior teniendo razón. He aquí la libertad: «¿Quién quiere proponer
públicamente lo que haya pensado en utilidad de la república?». Y el
que mira por su bien adquiere gloria, y el que no, se calla. ¿Qué
será más provechoso a la ciudad? Y seguramente en donde el pueblo es
soberano se deleita con los ciudadanos esforzados que aparecen; pero el
tirano es su mayor enemigo, y mata a los que lo aventajan en prudencia
por el miedo que lo infunde su propia tiranía. ¿Cómo puede estar segura
una ciudad si alguno, como a espiga en el prado de primavera, arranca
los ciudadanos osados y siega a los jóvenes? ¿De qué sirve adquirir
riquezas y dar a los hijos el sustento para que sea más opulenta la
vida del tirano? ¿A qué educar con cuidado a las hijas vírgenes, grato
deleite para el tirano y lágrimas para sus padres si él las quiere?
Que yo no viva más si mis hijas se han de casar a la fuerza. Y así
contesto a cuanto has dicho. ¿Qué has venido a pedir aquí? A llorar
hubieses venido, ya que tanto hablas de más, si tu sagrado carácter no
te salvase; porque el mensajero, dicho lo que se le encargare, debe
volverse cuanto antes. Advierte a Creonte que en adelante no envíe a
Atenas heraldos tan charlatanes como tú.[137]

EL CORO

¡Ay, ay! Cuando la fortuna favorece a los malvados, ¡cuán insolentes
los hace, como si hubiesen de ser siempre felices!

EL HERALDO

Hablaré ya: de nuestra cuestión puedes creer lo que has dicho, y yo lo
contrario. Yo y todo el pueblo tebano te prohibimos que des asilo a
Adrasto en este país, y si está aquí, que lo expulses antes que el dios
oculte su cabellera, sin hacer caso del religioso respeto que puedan
merecer estos suplicantes, ni te traigas los muertos por fuerza, puesto
que nada te interesa de lo que sucede en Argos. Y si me obedecieres,
gobernarás tu ciudad sin contratiempo; pero si no, tendremos guerra
contigo y tus aliados. Reflexiona, pues, y sin enfurecerte al oír
mis palabras, como gobernante que eres de una ciudad libre, no me
respondas con soberbia, y no habrá necesidad de apelar a la violencia.
La excesiva confianza es el mayor enemigo del hombre, y ha llevado la
desolación a muchas ciudades, llenando de orgullo los ánimos. Cuando se
ha de decidir la guerra por los sufragios, nadie piensa en su muerte,
sino en la de los demás; pero si la tuviesen delante de los ojos al
dar su voto, jamás la Grecia furiosa padecería tales desdichas. Y, sin
embargo, todos los hombres conocemos lo mejor y distinguimos los bienes
de los males, y preferimos la paz a la guerra; porque la primera es muy
agradable a las Musas y enemiga de las lágrimas, y goza con abundante
y alegre descendencia, y disfruta de las riquezas. Y sin hacer caso de
estos beneficios por nuestra maldad, emprendemos la lucha, y al que
puede menos lo reducimos a la servidumbre de otro hombre, y hacemos a
una ciudad esclava de otra. Tú quieres servir a enemigos y a muertos,
sepultándolos y cuidando de ellos cuando su sinrazón los perdió. En tu
concepto, pues, no cayó justamente de las escalas derechas el cuerpo
de Capaneo,[138] abrasado por el rayo al arrimarlas a las puertas,
jurando que arrasaría la ciudad, ya le fuesen propicios los dioses, ya
adversos; ni el abismo se tragó justamente al augur,[139] sepultándolo
en sus simas con su carro de cuatro caballos, ni los demás capitanes
yacen justamente junto a las puertas, aplastados por los peñascos las
junturas de sus huesos. O te jactas de saber más que Zeus, o confiesas
que los dioses pierden a los malos. Conviene que los sabios amen
primero a sus hijos, y después a sus parientes y a la patria, a la cual
se debe favorecer, no dañar. Peligroso es un capitán temerario, y el
que gobierna la nave es sabio si permanece tranquilo cuando la ocasión
lo pide, y tanto más cuanto la prudencia es también la verdadera
fortaleza.

EL CORO

Bastaba que Zeus fuese el vengador de la injusticia; vosotros no
debíais ser insolentes.

ADRASTO

¡Oh, tú, malvado como ninguno!

TESEO

Calla, Adrasto; refrena tu lengua, no hables antes que yo; este heraldo
no viene a buscarte a ti, sino a mí; luego yo debo replicarle. Y
primero responderé a lo que primero dijiste. No reconozco a Creonte
como a mi señor, ni sé que su poder alcance a obligar a Atenas a
hacer lo que desea. ¡Bien andaría la república si él nos mandase! Yo
no soy, no, quien declara la guerra, puesto que no fui con ellos a
la tierra de Cadmo; pero sí creo justo sepultar los cadáveres de los
que en ella murieron, sin ofender por eso a la ciudad, ni trabar con
los hombres mortales combates solo por guardar una ley común a toda
la Grecia. ¿Cuál de estos propósitos no es justo? Si sufristeis males
de los argivos, muertos están; con gloria vuestra y con deshonra suya
castigasteis a vuestros enemigos y os vengasteis plenamente. Dejad,
pues, que la tierra cubra a los muertos; que vuelva a cada parte lo
que vivió, el espíritu al éter, el cuerpo a nuestra madre común; no
lo poseemos en propiedad sino mientras en él reside la vida, y la
tierra que lo alimentó debe después recuperarlo. ¿Crees acaso que Argos
recibirá daño si no dejas sepultarlos? De ninguna manera: toda la
Grecia se encargará de obligaros a ello, como siempre que se defrauda
a los muertos en lo que se les debe, y se les retiene insepultos; si
vuestra ley se aprueba, infundirá cobardía en los fuertes. ¿Has venido
aquí a hacerme atroces amenazas, y teméis a los muertos si los cubre
la tierra? ¿Qué receláis acaso, que los sepultados arruinen a Tebas?
¿Que enterrados engendren hijos de quienes os venga el castigo? Inútil
alarde has hecho de tu lengua, mostrando vano o infundado temor. No os
olvidéis, ¡oh necios!, de la suerte miserable de los hombres; una lucha
es nuestra vida: de los mortales, los unos son ahora afortunados, otros
lo serán después, otros lo han sido antes. Inconstante es la fortuna:
hónrala el desdichado para que se le muestre propicia, y el feliz la
ensalza cuanto puede, temeroso de que su aura le abandone. Conocido
esto, debemos resignarnos si no es grave su injuria, y sufrirla si
no perjudica al estado. ¿Cómo, pues, lo lograremos? Concedednos que
sepultemos a los muertos, que solo la piedad nos guía, o pronto os
arrepentiréis. Decidido estoy a ir allá y sepultarlos a la fuerza.
Jamás dirán los griegos que caen en desuso antiguas leyes de los
dioses, hoy vigentes para mí y para la ciudad de Pandión.

EL CORO

Confía en tu piedad; rinde culto al astro de la Justicia, y evitarás la
reprobación de muchos hombres.

EL HERALDO

¿Quieres que resuma en pocas palabras mi réplica?

TESEO

Hazlo, si gustas; nada tienes de taciturno.

EL HERALDO

Jamás sacarás de nuestros campos a los hijos de los argivos.

TESEO

Y a tu vez, óyeme ahora, si te place.

EL HERALDO

Te oiré; conviene que alternemos.

TESEO

Sepultaré los cadáveres, y antes me los llevaré de la tierra asopia.

EL HERALDO

Has de probar primero la suerte de las armas.

TESEO

Otros muchos trabajos he sufrido ya.

EL HERALDO

¿Te engendró acaso tu padre para resistir a todos?

TESEO

A los malos, sí; a los buenos no los castigamos.

EL HERALDO

Tú y tu ciudad acostumbráis a arriesgaros a menudo sin necesidad.

TESEO

Pero así y todo es también muy feliz.

EL HERALDO

Ven, pues, para que la lanza tebana te cautive junto a la ciudad.

TESEO

¿Y habrá algún guerrero esforzado, hijo del dragón?

EL HERALDO

Lo sabrás con tu daño; eres todavía demasiado fogoso.

TESEO

No podrán encolerizarme tus palabras soberbias. Pero aléjate de aquí,
mensajero de vanas frases; nada conseguimos hablando. Conviene que se
encaminen a la tierra cadmea todos los armígeros infantes, los que
manejan los carros y los sendos caballos enjaezados que destilan espuma
de su boca. Yo mismo me presentaré ante las siete puertas de Cadmo,
llevando en mi mano el afilado acero, y seré también heraldo. Mándote,
¡oh Adrasto!, que no salgas de aquí para que no me contagie tu mala
fortuna, que con la mía capitanearé esforzadas huestes que me llenarán
de gloria. Solo me falta que me ayuden todos los dioses defensores de
la justicia. Solo así ganaré la victoria, que el valor de nada sirve a
los hombres si algún dios no los favorece.

EL SEMICORO A

¡Oh madres desventuradas de infelices capitanes! ¿Cómo el pálido miedo
penetra en mis entrañas?

EL SEMICORO B

¿Qué nueva voz pronuncias?

EL SEMICORO A

¿En dónde se junta el pueblo de Palas?

EL SEMICORO B

¿Has dicho que lo decidirán las armas, o negociaciones pacíficas?

EL SEMICORO A

Mejor sería lo último; pero si las matanzas de Ares, si los combates,
si los golpes y heridas de quienes pelean se repiten otra vez, ¡oh
desventurada!, ¿qué dirán de mí, señalándome como causa de todo?

EL SEMICORO B

¡Y si alguna vuelta de la fortuna derriba al que se ha ilustrado con
gloriosas hazañas! Esta confianza me sostiene.

EL SEMICORO A

Tú dices que los dioses son justos.

EL SEMICORO B

¿Quiénes sino estos deciden de la suerte de los hombres?

EL SEMICORO A

De distinta manera afectan sus decretos a los mortales.

EL SEMICORO B

Mátate tu antiguo miedo: la venganza evoca a la venganza; la sangre,
a la sangre también; los dioses consuelan a los hombres en sus males,
puesto que en sus manos está el éxito de todo.

EL SEMICORO A

¿Cómo llegaremos a los campos de bellas torres, dejando las aguas de la
diosa de Calícoro?

EL SEMICORO B

¡Ojalá que algún dios me diese alas para llegar a la ciudad situada
entre dos ríos! Conocerías, sí, conocerías, sin duda, la fortuna que
aguarda a tus amigos.

EL SEMICORO A

Desconocida es todavía la suerte reservada al valeroso príncipe de esta
tierra.

EL SEMICORO B

Invoquemos otra vez a los dioses que invocamos, que en estos pongo mi
principal esperanza para librarme de mis temores.

EL SEMICORO A

¡Oh Zeus, esposo de nuestra antigua madre, de la tierna hija de Ínaco!
Protege a los atenienses. Favoréceme.

EL SEMICORO B

Dame, dame los que fueron tu gloria, los que destinaste a habitar en la
ciudad y padecen grave injuria para que yo los lleve a la pira.

EL MENSAJERO

Vengo, ¡oh mujeres!, a anunciaros alegres nuevas, habiéndome salvado
(hiciéronme prisionero en la batalla, junto al río Dirceo, en donde
pelearon los escuadrones de los siete capitanes muertos), y a contaros
la victoria ganada por Teseo. No te molestaré con largo discurso: yo
era esclavo de Capaneo, a quien Zeus abrasó con ardiente rayo.

EL CORO

¡Oh tú, el muy querido, grata me es tu vuelta y lo que refieres de
Teseo! Si está en salvo el ejército de los atenienses, me regocijará
cuanto digas.

EL MENSAJERO

En salvo, y todo se ha hecho como Adrasto debió hacerlo con los argivos
que llevó del Ínaco contra la ciudad de los cadmeos.

EL CORO

¿Cómo el hijo de Teseo y sus compañeros de armas erigieron los trofeos
a Zeus? Dilo, que ya que lo presenciaste, alegrarás, refiriéndolo, a
los que no lo vieron.

EL MENSAJERO

Brillante rayo del sol, presagio favorable, alumbraba a la tierra; yo
lo observaba todo junto a la puerta Electra desde una torre elevada
que dominaba a la llanura. Vi las tres filas de los tres cuerpos de
ejército, y la multitud de guerreros de pesadas armas que se extendía
por las alturas próximas al Ismeno, como se había dicho, y al mismo
rey, al ínclito hijo de Egeo, y a los habitantes de la antigua
Cecropia,[140] que lo acompañaban en el ala derecha; en la izquierda
los paralios[141] armados de lanza, junto a la misma fuente de Ares,
y el escuadrón de caballería a los flancos del ejército, distribuido
en partes iguales, y los carros más allá del sepulcro sagrado de
Anfión. El pueblo de Cadmo se extendía delante de las murallas, y
a su retaguardia yacían los cadáveres, causa de la batalla, y la
caballería tebana enfrente de la ateniense, y los carros enfrente de
los carros de cuatro corceles. Entonces el heraldo de Teseo habló
así: «Callad, pueblos; callad, tropas tebanas, y oíd: venimos a pedir
los cadáveres para sepultarlos, como manda una ley que se observa
en toda la Grecia, y sin ánimo de derramar sangre». Y Creonte nada
respondió, permaneciendo armado en silencio; pero los que guiaban los
carros de cuatro caballos comenzaron después la pelea, y en su primer
ímpetu rompieron las filas de los carros enemigos, mientras desde
estos peleaban los soldados esgrimiendo el acero, y dando lugar a que
retrocedieran los caballos para combatir otra vez con los armados
de lanzas. Viendo Forbas, capitán de la caballería ateniense, la
confusión que habían producido los carros, el ataque de la caballería
cadmea tomó parte en el combate con sus tropas, que alternativamente
vencían y eran vencidas. Yo, que lo he visto con estos ojos, y no
oído de otros (en el mismo lugar en donde peleaban los carros, y los
soldados que en ellos iban), y los infinitos horrores que se sucedían,
no sé por dónde empezar, si por el polvo tan espeso que llegaba al
cielo, o por los que eran arrastrados en todos sentidos, envueltos
en las riendas, mientras la sangre corría, ya cayendo los unos, ya
precipitados con violencia los otros de cabeza cuando los carros se
rompían, y expirando entre sus destrozados restos. Al observar Creonte
que la caballería ateniense venía, se adelantó embrazando el clípeo
antes que se desanimaran sus soldados. Ni Teseo anduvo tampoco ocioso,
saliéndole al encuentro con sus brillantes soldados; trabaron, pues,
la batalla, y los enemigos mataban mezclados con sus adversarios,
y morían a sus manos, y se animaban con grandes clamores. «Herid,
resistid a los hijos de Erecteo con vuestra fuerte lanza». El ejército
de los descendientes del dragón peleaba con valor, y cejaba nuestra
ala izquierda; pero al mismo tiempo vencía la derecha a la contraria,
y era igual la batalla. Teseo, mientras tanto, ganaba nuevos lauros,
y no solo estuvo en donde los suyos derrotaron a sus enemigos, sino
que acudió al socorro del ala que cedía. Dio un grito espantoso, que
repitieron los ecos: «¡Oh hijos!, si no resistís con vuestros pechos a
la enhiesta lanza de estos espartos,[142] perece la ciudad de Palas».
Y así inspiró nuevo aliento a los hijos de Cránao.[143] Y empuñó la
clava formidable de Epidauro,[144] y la esgrimió a una y otra parte;
separaba los cuellos de los troncos y aplastaba las cabezas cubiertas
de cascos, derrotándolos al fin. Yo grité también entonces, salté de
gozo y aplaudí mientras se dirigían hacia las puertas. En la ciudad se
oían clamores y alaridos de jóvenes y ancianos, y el terror llenaba
los templos. Teseo, que hubiera podido entrar en ella, contuvo a su
gente, asegurando que no venía a asaltarla, sino solo a pedir los
cadáveres. Así debe ser el capitán que vaya al frente de las tropas:
valiente en el peligro y poco amigo de dejarse llevar de la insolencia
del populacho, porque este, intentando subir las últimas gradas de la
escala, cuando la fortuna le favorece, suele perder la felicidad, de
que en otro caso disfrutaría.

EL CORO

Yo, ahora, que veo este día inesperado, creo en los dioses, y siento
menos mis desdichas al recordar el castigo que han sufrido.

ADRASTO

¡Oh Zeus! ¿Por qué se llaman sabios los míseros mortales? De tu
voluntad dependemos, y cumplirla es nuestro destino. Estrechos nos
encontrábamos en Argos, y éramos muchos jóvenes y de robusto brazo; y
cuando Etéocles quiso transigir, no aceptamos, y después perecimos.
Él, afortunado entonces, como el pobre que se ve rico de repente, se
llenó de orgullo para que no quedase impune el necio pueblo de Cadmo,
y perdió la batalla. ¡Oh vanos mortales, que, como el que tiende el
arco más de lo justo, sufrís con razón tristes males y no hacéis caso
de los que os aman, sino solo de la fortuna, y vosotras, ciudades,
que pudiendo evitar pacíficamente vuestra ruina resolvéis vuestras
cuestiones derramando ríos de sangre! Pero ¿a qué viene esto? Quiero
saber ahora cómo te has salvado; después preguntaré lo restante.

EL MENSAJERO

Cuando el tumulto que ocasionó la batalla alborotó a la ciudad, me
escapé por la puerta por donde entraba el ejército.

ADRASTO

¿Recuperasteis acaso los cadáveres causa del combate?

EL MENSAJERO

Sí; los de los capitanes de las siete ínclitas cohortes.

ADRASTO

¿Qué dices? ¿Y los demás muertos?

EL MENSAJERO

Han sido enterrados en los valles del Citerón.

ADRASTO

¿Del lado allá o del lado acá? ¿Quién los enterró?

EL MENSAJERO

Teseo, junto al umbroso peñasco de Eleuterís.[145]

ADRASTO

¿Y en dónde ha dejado los muertos no enterrados?

EL MENSAJERO

Cerca; que cerca está cuanto se hace con actividad.

ADRASTO

Sin duda indignos esclavos los han sacado de entre los muertos.

EL MENSAJERO

Ningún esclavo tomó parte en este trabajo.

ADRASTO

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...[146]

EL MENSAJERO

Así habrías hablado si hubieras sido testigo de los cuidados que Teseo
prodigó a los muertos.

ADRASTO

¿Él mismo lavó los cadáveres de esos desventurados llenos de sangre?

EL MENSAJERO

Y preparó los lechos mortuorios y cubrió sus cuerpos.

ADRASTO

Importante era este deber y no exento de humillación.

EL MENSAJERO

¿Qué humillación cabe en los males humanos comunes a todos?

ADRASTO

¡Ay de mí! ¡Cuánto mejor hubiese querido morir con ellos!

EL MENSAJERO

En vano lloras y haces derramar lágrimas a estas desventuradas.

ADRASTO

Ellas son, al contrario, las que me enseñan a hacerlo. Pero vamos,
levantaré mis manos, saliendo al encuentro de los muertos, y cantaré a
sus manes triste canción invocando a mis amigos, privado de los cuales
vegeto en triste soledad; daño irreparable para los mortales es perder
la vida, que recobrar lo demás es posible.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Nuevas alegres en parte, en parte tristes; los honores
de la victoria duplican la fama de la ciudad y de sus capitanes; amargo
será para mi ver a mis hijos muertos, y sin embargo, grato espectáculo
alcanzar este día venturoso, aunque sufra al mismo tiempo el mayor de
los dolores.

_Antístrofa 1.ª_ — ¡Ojalá que el viejo padre de los días[147] me
hubiese conservado perpetuamente libre de los conyugales lazos! ¿Qué
necesidad tenía yo de hijos? Si no me hubiese casado, nunca podría
esperar tan horrible calamidad; ahora soy víctima de manifiesta
desdicha sin mis hijos muy amados. Pero he aquí sus cuerpos sin vida.
¡Cuánta es mi desventura! ¡Ojalá que con ellos muera, bajando a la
común morada de Hades!

ADRASTO

_Estrofa 2.ª_ — Gemid, ¡oh madres!, por los muertos que han de ir
debajo de la tierra; responded a mis lamentos.

EL CORO

¡Oh hijos! ¡Oh amargo nombre de madre, yo te hablo, y muerto no me oyes!

ADRASTO

¡Ay, ay de mí!

EL CORO

¡Ay de mis males!

ADRASTO

¡Ah, ah!

EL CORO

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

ADRASTO

¡Ay de mí! ¡Cuánto hemos sufrido!

EL CORO

Las más espantosas calamidades.

ADRASTO

¡Oh ciudad argiva! ¿No te apiadas de mi destino?

EL CORO

¡Mírame también huérfana de mis hijos!

ADRASTO

Acercad los cuerpos llenos de sangre de estos desventurados, que ni
merecían la muerte ni han perecido a manos de dignos adversarios en
medio del combate.

EL CORO

Dádmelos, que yo los estreche y en mis brazos los sustente.

ADRASTO

Ya los tienes, ya los tienes en tus brazos.

EL CORO

¡Carga bastante pesada es la de mis dolores!

ADRASTO

¡Ay, ay de mí!

EL CORO

Pero hablas con madres.

ADRASTO

Vosotras me oís.

EL CORO

Gimes por nuestros males comunes.

ADRASTO

¡Ojalá que las tropas tebanas me hubiesen dado muerte entre el polvo!

EL CORO

¡Ojalá que nunca hubiese dormido al lado de mi esposo!

ADRASTO

¡Contemplad este piélago de desdichas, madres desventuradas que habéis
perdido vuestros hijos!

EL CORO

¡Con las uñas nos hemos lacerado, y sobre nuestras cabezas hemos
derramado las cenizas!

ADRASTO

¡Ay, ay de mí, ay de mí! ¡Que a mí solo me trague la tierra, que la
tempestad me despedace, que el rayo de Zeus me hiera!

EL CORO

Asististe a tristes nupcias,[148] y funesto fue el oráculo de Apolo; el
genio maléfico de Edipo, abandonando su palacio, ha venido a hacerte la
guerra sembrando lágrimas.

TESEO

Deseaba interrogaros cuando os lamentabais delante del ejército;
pero dejémoslo ahora, aunque os interese, y preguntemos a Adrasto.
Dime, ¿por qué estos mortales se hacen ilustres por su fortaleza?
Responde tú, más sabio que estos jóvenes y hombre de experiencia. He
admirado sus hazañas, superiores a toda expresión, en virtud de las
cuales esperaban apoderarse de la ciudad. Nada diré para no excitar
la risa,[149] ni para averiguar con cuál ha peleado cada uno en el
campo de batalla, ni la lanza enemiga que los ha herido. Vanas son las
palabras de los que escuchan y del que cuenta, si después de asistir
a la pelea y de contemplar espeso bosque de lanzas se quiere referir
quién ha sido valiente. Ni yo lo preguntaría, ni daría crédito a los
que se atreviesen a narrarlo, porque estando enfrente del enemigo
apenas se puede ver lo que más nos interesa.[150]

ADRASTO

Óyeme, pues; no contraríes mi voluntad permitiéndome alabar a amigos
de quienes solo diré lo que sea justo y verdadero. ¿No ves a aquel
a quien atravesó el instantáneo dardo de Zeus? Ese es Capaneo, que
disfrutaba de opulentas riquezas, aunque sin insolencia ni más orgullo
que un pobre, y huía de los que se jactan de sentarse a mesa abundante
y desprecian la frugalidad; en su concepto, la virtud no era la
glotonería, sino contentarse con el sustento necesario. Amigo leal de
sus amigos, presentes y ausentes (cuyo linaje de hombres no es, en
verdad, numeroso), de costumbres sencillas, afable lenguaje y fiel a
sus promesas, ya las hiciese a siervos, ya a ciudadanos. El segundo es
Etéocles,[151] también bondadoso como pocos, joven, con escasa fortuna,
y, sin embargo, obtuvo en Argos muchos honores. A menudo le ofrecieron
oro sus amigos, y no lo aceptó para no esclavizarse por dinero. Odiaba
a los malos, no a la república, porque no debe culparse a esta si no
tiene buena fama porque no es bueno quien la gobierna. El tercero
fue Hipomedonte, que no se consagró desde niño a los placeres de las
Musas ni a vivir muellemente; habitaba en el campo, y agradábanlo
los ejercicios corporales y las empresas arriesgadas, la caza, los
caballos, tirar el arco, y deseaba servir a su patria con su esfuerzo.
El otro el niño Partenopeo, hijo de la cazadora Atalanta, de bellísima
forma, nacido en la Arcadia, aun cuando después vino a las orillas
del Ínaco y se educó como extranjero en Argos; a nadie molestaba ni
excitó la envidia de los ciudadanos, ni le gustaban las disputas,
defecto intolerable así en el ciudadano como en el extranjero; formaba
humildemente en las filas como si fuese argivo, defendía su territorio
cuando era menester; si la ciudad prosperaba era grande su alegría, y
grande su tristeza si recibía daño; y aunque tuvo muchas amantes y no
pocas que se enamoraron de él, nunca faltó en nada. En pocas palabras
haré la mayor alabanza de Tideo: no era claro en su lenguaje, sino
esforzado sofista en las armas y muy perito en bélicas estratagemas.
Inferior en prudencia a su hermano Meleagro, alcanzó igual renombre en
el arte de la guerra y mucha pericia militar: ánimo ávido de gloria,
ingenio fecundo en obras, no así en el decir. No te admires, pues,
¡oh Teseo!, recordando mis palabras, que osaran arrostrar la muerte
delante de las torres. La buena educación es madre del pundonor, y el
hombre que acostumbra a bien obrar se sonroja de aparecer malo. La
fortaleza puede enseñarse si desde niño se aprende a decir y a oír lo
que no se conoce, y lo que se ha aprendido se conserva hasta la vejez.
Así, educad bien a vuestros hijos.

EL CORO

¡Oh hijo!, te crié desventurado, y te llevé en mis entrañas, y sufrí
por ti los dolores del parto; y ahora se lleva Hades el fruto de mis
míseros cuidados; yo, desdichada, no tendré en mi vejez hijo que me
sustente.

TESEO

Al noble hijo de Oicleo,[152] arrebatado en vida por los dioses a los
ocultos senos de la tierra con su cuadriga, lo han colmado de claras
alabanzas; y si alabamos al hijo de Edipo, a Polinices, no mentiremos;
me dio hospitalidad antes de dejar la ciudad de Cadmo, y dejome pasar
a Argos en destierro voluntario. Pero ¿sabes lo que desearía hacer de
estos?

ADRASTO

No lo sé; pero obedeceré tus órdenes.

TESEO

A Capaneo, herido por el rayo de Zeus...

ADRASTO

¿Quieres quemarlo aparte como cadáver sagrado?

TESEO

Seguramente, y a todos los demás en una misma pira.

ADRASTO

¿Y en dónde edificarás en su honor un monumento separado de los otros?

TESEO

Cerca de este palacio se levantará su sepulcro.

ADRASTO

De esto cuidarán los siervos.

TESEO

Y nosotros de los demás; vayan delante los que llevan los cadáveres.

ADRASTO

Id cerca de vuestros hijos, madres desdichadas.

TESEO

De ningún modo, ¡oh Adrasto!, debe hacerse lo que dices.

ADRASTO

¿Por qué no ha de ser conveniente que las madres toquen a sus hijos?

TESEO

Morirán si los ven desfigurados; horrible espectáculo ofrecen los
cadáveres a poco de expirar. ¿A qué, pues, os ruego, queréis aumentar
su dolor?

ADRASTO

Ya me convences. Es menester que os quedéis aquí; tiene razón Teseo.
Después que los hayamos puesto en la pira, acompañaréis sus restos.
¡Oh, míseros mortales!, ¿a qué aprestáis las lanzas para ruina vuestra?
Deteneos; descansad de vuestros trabajos, y tranquilos conservad
vuestras ciudades en compañía de otros también pacíficos. Breve es la
vida, y debemos pasarla lo más agradablemente que se pueda, no con
penas.

EL CORO

_Estrofa._ — Ya no feliz con mis hijos, ya no dichosa con mi prole, ni
puedo participar de la ventura de las madres argivas, ni nos saludará
Artemisa, que asiste a las que sufren los dolores del parto, huérfanas
de los nuestros. Miserable es mi vida; como a vaga nube, impéleme
airado viento.

_Antístrofa._ — Nosotras, siete madres desdichadas, dimos a luz siete
hijos, los más ilustres de los argivos, y ahora, sin ellos, envejezco
víctima de tristísima suerte, y ni me cuentan entre los muertos ni
entre los vivos, sufriendo en la orfandad una acerba fortuna.

_Epodo._ — Lágrimas solo quedan para mí, desventurada: yacen en mi
casa, como recuerdos de mi hijo, lúgubres cabellos cortados, tristes
coronas y las libaciones que se hacen a los muertos; cantos que no
agradan a Apolo, de dorada cabellera, y al rayar el día lloraré mi
infortunio, y mis lágrimas humedecerán el manto que cubre mi pecho.
Pero ya veo el último lecho de Capaneo y el sagrado túmulo, y fuera de
los atrios las ofrendas que Teseo consagra a los muertos, y a Evadne,
que se acerca, ínclita esposa del que pereció herido por el rayo, e
hija del rey Ifis. Pero ¿por qué se detiene en ese peñasco elevado que
domina a este palacio después de andar esta senda?

EVADNE

¿Qué luz, qué resplandor derramó el sol con su carro cual la luna por
el cielo, precedida en las tinieblas de ligeras ninfas que llevaban
antorchas, cuando en mis suntuosas nupcias la ciudad argiva cantó mi
epitalamio deseándome la dicha, y a mi esposo, el guerrero Capaneo?
Desolada, vengo de mi palacio buscando las llamas y su sepulcro, para
acabar en el palacio de Hades mi trabajosa vida y mis eternos dolores.
Dulcísima es la muerte, y perecer con los que amamos si Dios lo decreta.

EL CORO

Tú ves esta pira, tesoro de Zeus,[153] cerca de la cual estás, en donde
yace tu marido herido por el rayo.

EVADNE

Ya veo el término de mi carrera; en él estoy ahora; la fortuna dirige
mis pasos. Me precipitaré desde aquí para probar mi honesta fama
saltando en el fuego desde esta roca; y confundiendo en la ardiente
llama mi amado cuerpo con el de mi esposo, mis miembros yacerán junto
a los suyos, y descenderé al tálamo de Perséfone; fiel te seré también
bajo la tierra, ya que has muerto. Adiós, luz; adiós, bodas. ¡Ojalá que
mis hijos contraigan en Argos legítimo himeneo, y que casto compañero
acompañe en su lecho a mi noble hija!

EL CORO

Mira a tu padre, el anciano Ifis, que se acerca a saber tristes
nuevas; dolor sentirá al escucharlas; y más le valiera no oírlas.

IFIS[154]

¡Oh desventurada, y yo también, mísero anciano! Vengo llorando dos
desgracias de mi familia: la muerte de mi hijo Etéocles por la lanza
tebana, que volverá a su patria sin vida, y la desaparición de mi
hija, la esposa de Capaneo, que salió precipitadamente de su palacio,
anhelando morir con su esposo, Guardábala antes en él; pero aprovechose
de un leve descuido, hijo de los malos presentes, y pudo escaparse.
Presumí que estuviera aquí: decídmelo vosotras si lo sabéis.

EVADNE

¿Por qué interrogas a estas? Mírame en este peñasco, como un ave, ¡oh
padre!, sobre la pira de Capaneo, pronta a levantar mi triste vuelo.

IFIS

¿Qué viento te trajo? ¿Qué senda? ¿Por qué después que huiste del
palacio te viniste aquí?

EVADNE

Ira sentirás si conoces mi propósito; pero no quiero que lo oigas, ¡oh
padre!

IFIS

¿Por qué, pues, no es justo que tu padre lo sepa?

EVADNE

Serías juez mío no imparcial.

IFIS

¿Por qué te has vestido de esta manera?

EVADNE

Algo nuevo indican estas galas, ¡oh padre!

IFIS

No es tu aspecto de quien llora a su marido.

EVADNE

Preparada estoy a osar inaudita empresa.

IFIS

¿Y por qué te has puesto tan cerca del sepulcro y de la pira?

EVADNE

He venido aquí a ganar preclara palma.

IFIS

¿Qué palma ganarás? Deseo saberlo.

EVADNE

Seré superior a todas las mujeres que el sol alumbra.

IFIS

¿En las labores de Atenea o en prudencia?

EVADNE

En fortaleza; muerta yaceré al lado de mi marido.

IFIS

¿Qué dices? ¿Qué das a entender con tan necio enigma?

EVADNE

Me precipitaré en esa pira de Capaneo.

IFIS

¡Oh hija!, no profieras tales palabras delante del vulgo.

EVADNE

Justamente deseo que lo sepan todos los argivos.

IFIS

Pero yo no lo consentiré.

EVADNE

Lo mismo da, no pudiendo impedirlo. Ya me precipito, aunque no te
sea grato; pero lo será para mí y para el esposo que se ha de quemar
conmigo.[155]

EL CORO

Atroz hazaña, ¡oh mujer!, has ejecutado.

IFIS

Yo, desventurado, muero, ¡oh mujeres argivas!

EL CORO

¡Ay, ay! Horrible, ¡oh desdichado!, es tu suplicio; has presenciado un
acto inaudito de osadía.

IFIS

No encontraréis otro más infortunado que yo.

EL CORO

¡Oh infeliz! Hasta cierto punto, ¡oh anciano!, tú y tu mísera ciudad
habéis participado de la muerte de Edipo.

IFIS

¡Ay de mí! ¿Por qué no es lícito a los hombres ser dos veces jóvenes
y otras tantas viejos? Si en nuestro palacio hay algo que no nos
parezca bien, podemos corregirlo, no así en la vida. Si fuésemos dos
veces jóvenes y ancianos y faltásemos, dotados de dos vidas podríamos
enmendarnos. Al ver yo a otros con hijos también los deseaba, y
atormentábame ese deseo; pero si hubiera experimentado lo que es su
pérdida para un padre, jamás sufriera el infortunio que ahora me aqueja
por haber contraído himeneo y dado vida a un fortísimo joven, que me
han arrancado después. Pero así es. ¿Qué debo hacer en mi desventura?
¿Iré a mi palacio? ¿Veré allí la espantosa soledad que en él reina,
desesperación de mi vida? ¿Me encaminaré a la morada de Capaneo? Mucho
gozaba antes en ella cuando mi hija vivía, pero ya no existe: ella
besaba siempre mis mejillas, y con sus manos sustentaba mi cabeza. Nada
es más sabroso para un padre anciano que una hija, pues aunque sean
más nobles los varones son menos cariñosos. ¿No me llevaréis cuanto
antes a mi palacio, y me sepultaréis en las tinieblas, para que el
hambre acabe al fin con mi viejo cuerpo? ¿De qué me servirá tocar las
cenizas de mi hija? ¡Oh vejez incontrastable, cómo te aborrezco! Odio a
cuantos quieren alargar la vida y previenen la muerte con determinados
alimentos, con abrigos y artes mágicas, cuando lo que convenía, ya que
de nada sirven, es que dejaran de existir y cedieran su puesto a los
más jóvenes.

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¡Ved cómo traen los restos de nuestros hijos,
consumidos por el fuego! Tomadlos, esclavas de ancianas débiles (que
las lágrimas que por ellos hemos derramado nos han dejado exánimes) que
han vivido largo tiempo y se desvanecen agobiadas por las desdichas.
¿Qué desventura hay mayor para el hombre que contemplar las cenizas de
sus hijos?

UN NIÑO

_Estrofa 1.ª_ — Traigo, traigo de la pira, ¡oh mísera madre!, los
restos de mi padre, peso no leve por los dolores que causa, y reducido
cuanto me es caro a breve espacio.

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¿A qué traes lágrimas a la madre amada de estos muertos,
y un puñado de cenizas, en vez de los cuerpos de aquellos que en otro
tiempo fueron ilustres en Micenas?

EL NIÑO

_Antístrofa 1.ª_ — ¡Oh dolor, oh dolor! Desventurado huérfano de mi
mísero padre, viviré en desierto palacio, no en los brazos del que me
engendró.

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¿Qué se hizo mi dolor al dar a luz mis hijos? ¿Qué mis
desvelos y mi educación maternal, y los insomnios que sufrí por ellos y
mis tiernos besos?

ADRASTO

_Estrofa 2.ª_ — Desaparecieron, ya no existen para ti, ¡oh madre!, ya
no viven tus hijos; volverán al éter reducidos a cenizas por el fuego,
y después de visitar veloces el palacio de Hades.

EL NIÑO

Padre, ¿oyes tú también los gemidos de tus hijos? ¿No vengaré algún día
tu muerte con las armas?

EL CORO

¡Ojalá, hijo, que así sea!

EL NIÑO

_Antístrofa 2.ª_ — Alguna vez, con ayuda de los dioses, vengaré a mi
padre; aún no duerme en el olvido esta desgracia.

EL CORO

¡Ah, ah! ¡Bastante he llorado mi desdicha; bastantes dolores sufro!

EL NIÑO

¿No me verán las corrientes del Asopo capitaneando huestes argivas
armadas de bronce para vengar la muerte de mi difunto padre?

EL NIÑO

_Estrofa 3.ª_ — Paréceme, ¡oh padre!, que todavía te miran mis ojos...

EL CORO

... dando un dulce beso en tus mejillas.

EL NIÑO

Que te oigo hablar.

EL CORO

Y que sus palabras se han desvanecido en el aire.

EL NIÑO

Para dos dejó llantos y también para una madre.

EL CORO

_Antístrofa 3.ª_ — Y nunca te abandonará la amarga memoria de tu padre.
Tan grave es el peso que me agobia, que me ha perdido. Vamos, en el
pecho guardaré las cenizas.

EL NIÑO

Me lamento al oír esta tristísima palabra; llegome al corazón.

EL CORO

¡Desapareciste, ¡oh hijo!; no te veré ya más, imagen querida de una
madre que te amaba!

TESEO

¡Oh Adrasto y mujeres argivas! ¿Veis a estos niños, que en sus manos
llevan los restos de sus esforzadísimos padres, rescatados por mí? A mí
y a la ciudad los debéis. Conservadlos, acordándoos de este favor que
de mí habéis recibido. Lo mismo digo a estos niños: honrad a Atenas, y
que los hijos de vuestros hijos no lo olviden nunca. Testigo es Zeus y
los dioses del cielo del beneficio que os hago al ausentaros.

ADRASTO

Conocemos bien, ¡oh Teseo!, todo lo que has hecho en pro del territorio
argivo cuando más necesitaba de bienhechores, y nuestro agradecimiento
será eterno; porque si tu servicio ha sido señalado, nuestra gratitud
debe ser lo mismo.

TESEO

¿En qué otra cosa puedo mostraros mi afecto?

ADRASTO

Libre estás: digno eres de tu ciudad y ella de ti.

TESEO

Así sea; que la dicha también te acompañe.

ATENEA

Oye, Teseo, las palabras de Atenea, para que sepas lo que has de hacer
en provecho de Atenas. No des estos restos mortales a los niños que
han de llevarlos al campo argivo, ni los dejes ir tan fácilmente sin
exigirles que presten juramento, en justa reciprocidad de tus servicios
y de los de tu ciudad: conviene que jure Adrasto por toda la tierra de
las danaides que, como rey, tiene autoridad. Ha de obligarse a impedir
que los argivos pisen nunca el territorio ateniense con ejército
enemigo, y que si vienen otros, los rechazará con las armas, y si
violando su solemne promesa acomete a esta ciudad, ruega a los dioses
que perezca. Yo te señalaré el lugar en donde has de sacrificar las
víctimas. En tu palacio tienes un trípode de pies de bronce que te dio
en otro tiempo Heracles para el ara pítica, derribadas las murallas de
Ilión y presuroso de dar cima a otro trabajo suyo. En él cortarás los
cuellos de tres ovejas e inscribirás el juramento en su cavidad, y lo
darás después a guardar al dios que cuida de Delfos, como monumento de
tu alianza y testimonio irrecusable para la Grecia. La afilada cuchilla
con que abrirás las víctimas y las matarás, será escondida por ti en la
tierra, junto a las piras de los siete muertos; que bastará mostrarla
para inspirarles miedo si alguna vez vinieren contra esta ciudad, y
les deparará vuelta funesta. Hecho esto, saca de aquí las cenizas,
y que junto a la misma encrucijada istmia sea en adelante un bosque
consagrado a Apolo el lugar en donde sus cuerpos han sido purificados
por el fuego. Esto para ti; a los hijos de los argivos anuncio que
conquistarán la ciudad que besa el Ismeno, y vengarán a sus padres.
Tú, Egialeo,[156] joven capitán, mandarás en lugar del tuyo, y el hijo
de Tideo, que vendrá de la Etolia, a quien el suyo llamó Diomedes. Que
la barba cubra cuanto antes vuestras mejillas para que al frente del
ejército bien armado de los danaides vengáis contra las siete torres de
los cadmeos; cuando seáis hombres, las acometeréis con terrible ímpetu
como leoncillos que las han de conquistar. No sucederá de otra manera:
vosotros, con el nombre de epígonos, daréis en toda la Grecia a la
posteridad abundante materia para la poesía: a tales tropas mandaréis,
y Dios os será propicio.

TESEO

Atenea, mi señora, obedeceré tus órdenes (que tú me diriges para que
no yerre) y me obligaré a ello con juramento: llévame tú tan solo por
el camino derecho, porque si tú eres propicia a la ciudad, siempre
viviremos seguros.

EL CORO

Vamos, Adrasto, prestemos ese juramento a este héroe y a Atenas: bien
merece lo que han sufrido antes que nosotros que les demos esta prueba
de gratitud.




LAS BACANTES


ARGUMENTO

La institución del culto de Dioniso, expuesta dramáticamente, es el
asunto de esta tragedia y el fin del poeta que la compuso. Acudió
para lograrlo a las tradiciones mitológicas existentes, numerosas y
difundidas entre los gentiles, como lo demuestra la relación detallada
que de la vida y hechos de este dios nos ha conservado Diodoro,
historiador harto prolijo sin duda en este linaje de narraciones.
Penteo, rey de Tebas, y la familia de Cadmo, fundador de esta ciudad,
unos en más y otros en menos, son las víctimas de las iras del nuevo
numen, por haberse opuesto a la admisión y establecimiento del culto
del hijo, no adorado antes, de Zeus y de Sémele. Penteo, juguete
miserable de Dioniso, que lo humilla y se burla de él sin piedad,
perece al fin desgarrado por las bacantes, y entre ellas por su propia
madre y sus tías, y los demás individuos de la familia cadmea son
condenados unos a perpetuo destierro de Tebas, y otros, como Cadmo y su
esposa Harmonía, hija de Ares, a ser metamorfoseados en dragones y a
un destierro de siglos entre los bárbaros. Harmonía es rescatada de su
pena por Ares.

De su autenticidad, como obra de Eurípides, responden unánimes
autoridades críticas competentes, no solo por los datos y noticias que
han llegado hasta nosotros, sino también, y quizás más principalmente,
por atestiguarlo así la misma obra en su plan, peripecias y personajes,
por el espíritu que la anima y por otros innumerables rasgos y signos
elocuentes de la factura peculiar de este poeta. En cuanto a su
mérito literario, reina gran disparidad de opiniones, no faltando
algunos, como La Harpe, nada justos ni benévolos con ella. Ocasión y
lugar es este oportuno para advertir que la manera de leer y estudiar
fuera del teatro las obras dramáticas influye poderosamente en los
juicios que después se emiten. Tal es el origen más frecuente de los
errores, engaños y desengaños de los autores de estas obras, y de la
contradicción, tantas veces repetida, de los juicios que acerca de
ellas forman sus censores o jueces, que solo las leen, y el público,
que no las lee, sino que asiste a su representación. Para fallar con
acierto sería necesario verlas en el teatro: pero como esto no es
posible, y mucho menos tratándose de tragedias griegas, es muy útil
siempre leerlas representándolas imaginariamente el lector, nunca como
se lee otro escrito cualquiera.

No nos sorprende, por tanto, que la impresión sentida por quien lee
LAS BACANTES, como indicamos, no le haya sido favorable. Ni el objeto
que se propone Eurípides, ni su plan o la invención de los medios
elegidos para realizarlo, ni sus personajes divinos ni humanos, ni
sus caracteres, ni sus pasiones, ni su principio, medio, ni fin nos
satisfacen. Pero cuando se leen como apuntamos y reconstituimos el
teatro griego, nos identificamos con su religión, y en cuanto se puede
nos transformamos en atenienses de los tiempos en que se escribió y
representó esta tragedia; truécase esta en un drama trágico, soberbio,
de espectáculo, de los más notables, vivos y característicos del
mundo helénico. Su fábula está admirablemente concebida, trabada y
desenvuelta; sus personajes, sus caracteres, sus pasiones y actos son
como debieran ser, y en su conjunto y representación escénica hubo
de distinguirse en muchos conceptos por su novedad, por su aparato
escénico y por la admiración y la curiosidad y el interés que debió
excitar en los espectadores.

Menester es que nos despojemos de nuestra idea cristiana y filosófica
de Dios, como ser justo y bueno, y atribuyamos a esta palabra la
significación que tenía en la casi totalidad de los espectadores, ni
siquiera la que le daban Anaxágoras, Sócrates y los filósofos griegos
con el mismo Eurípides. Dioniso era para ellos un ser humano en sus
ideas, sentimientos y pasiones, aunque inmortal y de poder superior.
Debía pensar, sentir y obrar como lo hace. Los bienes aportados por
la invención del vino y su uso entre los mortales merecían de sobra
ser recordados, ensalzados y recompensados con fiestas y signos
exteriores sensibles, análogos en su apariencia exterior a los efectos
más ordinarios y salientes del nuevo licor inventado, y establecidos
además por su inventor. ¿Qué importancia podía tener el sacrificio de
algunas víctimas, como Penteo y la familia de Cadmo, si se comparaba
con la suma inmensa de placeres y alegrías que había el nuevo dios de
dispensar al linaje humano? Al contrario, la pena que sufren sirve
a los demás de escarmiento, y afirma y perpetúa su futura expansión
por el mundo. Además, nada hay tan trágico ni tan humillante para la
soberbia y el orgullo humanos; mala hierba tenaz, que asoma sin cesar
en los sembrados todos de los hombres, como la flaqueza y la impotencia
de los mortales más poderosos en pugna con los justos decretos, con
los caprichos y hasta con las injusticias de los dioses. Esa caridad y
conmiseración a que nos mueven sus desdichas y la razón de su oposición
al nuevo culto, y su conducta, que aprobamos y justificamos, apenas si
la sentía el público, y desde luego no la apreciaba como nosotros, sino
como ceguera y obstinación imperdonable. Todo lo cual no quiere decir
que no estemos nosotros, como cristianos, en terreno firme, y ellos,
como paganos, en terreno falso.

Por lo demás, Eurípides nos sale aquí al encuentro de cuerpo entero.
Empieza Dioniso descerrajándonos el consabido prólogo, y termina el
drama apareciéndose en toda su gloria y resolviendo con su intercesión
el conflicto suscitado. La deidad que figura aquí o interviene, como
es uso suyo y costumbre, se conduce de tal modo que resulta inferior
y más injusta que un mortal mediano. Sémele es la esposa de Zeus y la
madre gloriosa de Dioniso; pero se ha pensado y dicho por alguno que
pudo _muy bien deslizarse con algún simple mortal, y aconsejada por su
padre, y por salvar su honra, atribuir la hazaña al rey del Olimpo_.
El Universo está sujeto a las leyes divinas, y por consiguiente, el
legislador es lógicamente un dios, _sea el que fuere_. Dioniso, numen
egoísta, como la mayoría de los hombres de aquel tiempo y de los
posteriores, es _pro dominatione_ capaz de todo, y se cuida poco de
proporcionar a las mujeres en sus orgías y bacanales ocasión propicia
para abandonarse a Afrodita, por la sencilla y espeluznante razón de
que la luz del día no las evita tampoco, o lo que viene a ser lo mismo,
que él añadirá a los excesos diurnos, inevitables, los nuevos nocturnos
que serán la consecuencia del nuevo culto. Y esta saeta va contra
lo divino y lo femenino humano. Ni se olvida de lisonjear al rey de
Macedonia, que lo protege, y en general al pueblo helénico extremando
el valor de sus creencias populares, superior al de los sabios
pensadores. Y, sin embargo, en esta obra como en casi todas las suyas,
se encuentra también una situación o escena eminentemente trágica,
como la de Ágave al recobrar la razón y darse cuenta del horror de
su desdicha, y su buen gusto y su aticismo se revela en la manera de
presentarla, sobria, interesante y conmovedora, sin esbozarla tan solo,
porque su efecto dramático sería escaso, ni apurándola y alargándola
con exceso, porque debilitaría y anularía la impresión que ha de nacer
en los espectadores, como suele suceder comúnmente.

En cuanto o la fecha probable de su representación, y teniendo en
cuenta la noticia del escoliasta de Aristófanes al verso 67 de _Las
Ranas_, a la estancia de Eurípides en Macedonia, en la corte del rey
Arquelao, en los últimos años de su vida, a lo escrito por Diodoro en
el capítulo XVI de su libro VIII de los juegos públicos instituidos por
ese rey en Díon, en honor del dios del vino, y hasta la métrica usada
en LAS BACANTES, parece lo más sensato fijar su representación en el
año 3 de la olimpiada 93, lo más pronto en seguida de su muerte, o el
405 antes de Jesucristo, o con mayor seguridad poco después, sabiéndose
que se puso en escena después de su muerte por su hijo del mismo
nombre, juntamente con _Alcmeón_ o _Ifigenia en Áulide_, las otras dos
partes de la trilogía.


PERSONAJES

  DIONISO.
  CORO DE BACANTES.
  TIRESIAS, _adivino._
  CADMO, _fundador de Tebas._
  PENTEO, _rey de Tebas, hijo de Ágave._
  UN CRIADO.
  UN MENSAJERO.
  OTRO MENSAJERO.
  ÁGAVE, _hija de Cadmo, madre de Penteo._


La acción pasa en Tebas.




  Se ve en el teatro el palacio de Penteo, y a un lado ruinas, de las
  cuales sale humo de tiempo en tiempo. Cércalas una empalizada, y
  entretejida en ella una vid frondosa.


DIONISO

A esta tierra tebana he venido yo, Dioniso, hijo de Zeus, a quien
Sémele, hija de Cadmo,[157] dio a luz en otro tiempo, ayudándola en su
parto el rayo del cielo; de dios hecho hombre, hállome ahora junto a
la fuente de Dirce y las aguas del Ismeno.[158] Y veo inmediato a este
palacio el sepulcro de mi madre, herida por el rayo, y las ruinas de
su regia morada, cuyo humo anuncia la llama viva del divino fuego y el
odio perpetuo de Hera. Pero alabo a Cadmo, que ha hecho inaccesible
este lugar sagrado, convirtiéndolo en santuario de su hija, y yo le
doy sombra por todas partes con los frondosos racimos de la vid. Y
dejando los campos de los lidios,[159] ricos en oro, las abrigadas
llanuras de los frigios[160] y los persas,[161] las ciudades de los
bactrianos,[162] y después de recorrer el país de los medos,[163] de
áspero cielo, la Arabia feliz y toda el Asia que yace junto al mar
salado en donde se ven ciudades populosas y bien defendidas por torres,
habitadas a un tiempo por griegos y bárbaros, me he acercado primero a
esta ciudad griega, después de establecer allí mi culto y mis fiestas,
para que los hombres me adoren. Tebas es la primera ciudad griega que
ha acudido a mi llamamiento, dando alaridos, cubiertos sus habitantes
con una piel de ciervo y llevando en sus manos el tirso,[164] dardo
adornado de hiedra, porque las hermanas de mi madre, por su interés
particular, negaban que yo, Dioniso, fuese hijo de Zeus, y afirmaban
que Sémele me había concebido de algún mortal, atribuyendo a Zeus la
falta a instigación de Cadmo, y que por eso repetían que el rey de
los dioses le había dado muerte, alegando falsamente que la amase.
Así es que yo, inspirándoles mis furores, las he obligado a abandonar
su residencia, y delirantes habitan en el monte, adornadas con mis
sagradas insignias; a todas las mujeres de los cadmeos, ya adultas,
víctimas de mis furores, he arrebatado de sus casas, y mezcladas con
las hijas de Cadmo, se hallan a la intemperie en las alturas bajo
los verdes abetos. Conviene que esta ciudad, aunque no quiera,[165]
reconozca que ignora mis misterios, que defiendo a mi madre Sémele, y
que, como dios, me he aparecido a los mortales después de engendrarme
Zeus. Cadmo hizo heredero de su dignidad y de su imperio a Penteo,
hijo de su hija, que rechaza mi culto y me niega las libaciones, y no
se acuerda de mí en sus preces. Yo le probaré, pues, y a todos los
tebanos, que soy dios. A otra región, fundado aquí mi culto, pasaré
después, en donde haré lo mismo. Y si la ciudad de los tebanos,
enfurecida, quiere obligar a las bacantes a abandonar el monte, daré
la batalla al frente de las ménades.[166] Con este objeto he trocado
en humana mi divina naturaleza, revistiendo la forma mortal. Así,
¡oh mujeres!, mis amigas, que dejasteis el Tmolo,[167] baluarte de
la Lidia, y desde las naciones bárbaras habéis sido mis compañeras
y auxiliares en tan larga peregrinación, levantad los tímpanos
usados entre los frigios, invención mía y de la madre Rea,[168] y
encaminándoos al regio palacio de Penteo, tocad a vista y presencia de
la ciudad de Cadmo. Yo danzaré también en los coros de las bacantes,
dirigiéndome ahora a las alturas del Citerón,[169] en donde se hallan.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Desde el Asia, abandonando el sagrado Tmolo, sufro por
Bromio[170] grato trabajo y dulce fatiga, alabando al dios Dioniso.

_Antístrofa 1.ª_ — ¿Quién está en el camino? ¿Quién está en el camino?
¿Quién en su casa? ¡Apártese de aquí!, y que todos, con labios
piadosos, guarden silencio, porque como esta solemnidad exige, cantaré
las glorias de Dioniso.

_Estrofa 2.ª_ — Feliz el bienaventurado que conociendo los divinos
misterios purifica su alma, y les consagra su existencia errante en
los montes, en expiación sagrada; y celebrando, según los ritos, las
orgías de la madre Cibeles, agita el tirso, y adora a Dioniso, coronado
de hiedra. Andad, bacantes; andad, bacantes, que desde los montes
frigios acompañáis a Dioniso Bromio, a Dioniso Bromio, dios, hijo de
dios, a las ricas ciudades de la Grecia.

_Antístrofa 2.ª_ — Cuando en otro tiempo lo llevaba Sémele en sus
entrañas, al sentir los dolores del parto cayó un rayo de Zeus, y la
madre lo lanzó de su vientre, dejando también la vida, herida por
el fuego sagrado. Zeus Cronida lo recogió del tálamo de su madre,
y guardándolo en su muslo lo encerró en él con broches de oro,
ocultándolo de la vista de Hera, y dio a luz al dios cornígero[171]
cuando lo acabaron las Parcas, y lo coronó con guirnaldas de dragones,
y de aquí que las ménades, armadas de tirsos, entrelazaron con ellos su
cabellera.

_Estrofa 3.ª_ — ¡Oh Tebas!, en donde se crio Sémele, corónate de
hiedra; florece, florece, con la verde férula[172] de bellos racimos,
y adórnate, según los ritos de Dioniso, con hojas de encina o de abeto
y con vestidos manchados de pieles de ciervas, mezclándolos con blanca
lana; muestra tu piedad cogiendo las férulas lujuriosas, que luego toda
la tierra celebrará con danzas a Bromio, que lleva sus tropas al monte,
al monte, en donde se halla femenil muchedumbre furiosa por obra de
Dioniso, y olvidada de sus lanzaderas y sus telas.

_Antístrofa 3.ª_ — ¡Oh templo de los curetes[173] y santuarios
divinos de Creta!, en donde Zeus celebra su natalicio, y en donde los
coribantes, llevando en las cavernas su casco de triplicado cuero,
inventaron en honor mío este círculo, cubierto de estirada piel, y
mezclaron sus clamores báquicos con el dulce sonido de las flautas
frigias, y lo entregaron a la madre Rea, formando coro con los alaridos
de las bacantes; y los sátiros furiosos lo obtuvieron de la madre diosa
y lo llevaron a los coros de las trietérides, con los cuales se deleita
Dioniso.

_Epodo._ — Y se alegra cuando en los montes, dejando los ágiles coros,
se recuesta en tierra, llevando el vestido sagrado del cervatillo, o
persigue a los ciervos y goza en agrestes festines, recorriendo las
cumbres de la Lidia y de la Frigia, y Bromio es el primero que cantó
_Evohé_.[174] Mana leche la tierra, mana vino, mana néctar de abejas, y
parece perfumado el aire con el incienso sirio. El mismo Dioniso, con
el rostro alumbrado por la negra antorcha de la férula, precipita su
carrera, alienta a los coros errantes, y excitándolos con sus clamores,
esparce al aire sus bellísimos cabellos. Al mismo tiempo, y con
grandes alaridos, dice así: «Andad, bacantes; andad bacantes, delicias
del Tmolo,[175] que arrastra el oro, cantad a Dioniso, celebrad al
dios con los tambores sonoros, gritando _Evohé_ con gritos y clamores
frigios, cuando la flauta de dulce sonido toca las sagradas danzas que
celebran corriendo en el monte, en el monte». Gozosa la bacante, como
el potrillo que pace la hierba con su madre, mueve en las danzas su pie
ligero.

TIRESIAS[176]

¿Quién llamará a la puerta de esta casa a Cadmo, hijo de Agénor,
que, dejando a Sidón, edificó la ciudad de Tebas? Que vaya alguno a
anunciarle que Tiresias lo busca. Él sabe el motivo que me trae y el
pacto que yo, anciano, he celebrado con quien lo es más, para que
empuñe los tirsos y lleve las pieles de ciervo y corone su cabeza con
hojas de hiedra.

CADMO

¡Oh, tú, muy querido, que al oírte conocí tu voz desde allá dentro, voz
sabia de sabio varón! Preparado vengo con este distintivo del dios.
Conviene que yo tribute grandes honores a Dioniso en cuanto pueda, ya
que nació de mi hija y como dios ha aparecido a los hombres. ¿Adónde
llevamos los coros? ¿En dónde nos detenemos y agitamos nuestros blancos
cabellos? Tú, anciano Tiresias, guía a otro anciano, que eres sabio.
No me cansaré de noche ni de día de herir con el tirso la tierra, que
placentero me olvido de mis años.

TIRESIAS

Lo mismo sentimos ambos: yo me remozo y asistiré a los coros.

CADMO

¿Iremos, pues, al monte en el carro?

TIRESIAS

No se honrará al dios como se debe.

CADMO

Yo, anciano, te llevaré a ti, también anciano, como si fueras un niño.

TIRESIAS

El mismo dios nos llevará allá sin trabajo.

CADMO

¿Y de todos los ciudadanos solo nosotros formaremos coros en honor de
Dioniso?

TIRESIAS

Nosotros solos somos sensatos; los demás deliran.

CADMO

Mucho tardaremos; coge tú mi mano.

TIRESIAS

Hela aquí, enlázala, y júntala con la tuya.

CADMO

No soy yo, simple mortal, quien desprecia a los dioses.

TIRESIAS

Tratándose de ellos, dejémonos de sutilezas. Respetamos las tradiciones
de nuestros padres, sean cuales fueren, y no habrá razón que las
destruya, aunque sean parto del más agudo ingenio. Quizá dirá alguno
que no sienta bien a mis años danzar coronado de hiedra. El dios no
ha establecido si ha de ser joven o viejo el que guíe los coros; solo
quiere que todos le tributen comunes honores, y no fija que sean tantos
o cuantos los que han de adorarle.

CADMO

Ya que tú, ¡oh Tiresias!, no ves esta luz, yo seré para ti el adivino
que ha de explicarte lo que suceda. Penteo, hijo de Equión,[177] a
quien di el cetro de Tebas, se acerca precipitadamente a este palacio.
¡Qué sorprendido parece! ¿Qué dirá de nuevo?

PENTEO

Ausente estaba, y supe que en esta ciudad habían ocurrido extraños
males; que nuestras mujeres habían abandonado sus casas por engañosas
bacanales, y andan errantes en los umbrosos montes adorando con sus
danzas a Dioniso, nuevo dios, o a un impostor cualquiera; que en sus
conciliábulos circulan copas llenas, y que, huyendo unas de otras, se
dejan abrazar de los hombres, pretextando, es verdad, que son ménades
que celebran sagradas fiestas, pero, en rigor, honrando a Afrodita
más que a Dioniso. En la cárcel guardan mis servidores a cuantas he
atrapado, atadas las manos; también vendrán las que faltan cuando las
prendan en el monte; esto es, Ino, Ágave, que me concibió de Equión,
y Autónoe,[178] la madre de Acteón, y les pondré férreas cadenas,
y las apartaré de esta bacanal malvada. Dicen, no obstante, que ha
llegado de la Lidia cierto farsante extranjero, cierto encantador
de blondos rizos y perfumado cabello, de negros y agraciados ojos,
que no las deja de día ni de noche, con achaque de celebrar con las
doncellas sagradas bacanales. Si le llego a cautivar, cesarán de una
vez sus gesticulaciones acompañadas del tirso, separándole la cabeza
del cuerpo. Él dice que es el dios Dioniso; él, que en otro tiempo
estuvo encerrado en el muslo de Zeus, y que el rayo lo abrasó con su
madre, dando a entender falsamente que se había casado con el rey de
los dioses. ¿No merece muerte infame la petulante conducta de ese
extranjero, quienquiera que sea? Pero he aquí otro milagro: mirad
al adivino Tiresias con pieles de cervatillo manchadas, y al padre
de mi madre, ridícula pareja, que como bacantes agitan la férula.
Me avergüenzo, padre, viéndote chochear tan viejo. ¿No tirarás la
hiedra? ¿No soltarás el tirso, padre de mi madre? ¿Tú lo has seducido,
Tiresias? ¿Quieres, acaso, difundiendo entre los hombres el culto de
ese nuevo dios, observar el vuelo de las aves y enriquecerte examinando
el fuego? Si no fuese por tu cana vejez, atado te había de ver en medio
de las bacantes, ya que favoreces este culto dañoso. Cuando en los
banquetes prueban las mujeres el zumo de la uva, se acabó ya el orden
en las orgías.

EL CORO

¿No respetas a la piedad venerable, ¡oh extranjero!, ni a Cadmo, el
que sembró los hijos de la Tierra?[179] ¿Cómo siendo tú hijo de Equión
deshonras así tu linaje?

TIRESIAS

Cuando el sabio encuentra ocasión oportuna, no es difícil que hable
bien. Voluble es tu lengua como de hombre sagaz, pero insensatas
tus palabras. El atrevido, como sea poderoso y elocuente, perjudica
más que aprovecha si le falta el juicio. Este dios nuevo, de quien
tú te burlas, ha de ser tan grande en la Grecia, que yo no puedo
expresarlo. Dos dioses, ¡oh joven!, son los principales entre los
hombres: Deméter (la Tierra es, llámala como quieras), que les da
alimentos secos, y en segundo lugar, y distinto de ella, el hijo de
Sémele, que inventó el llamado licor de la uva y quiere divulgarlo
entre los mortales, librándolos de dolores en sus infinitas miserias
cuando de él se hartan, y entregándolos al sueño, olvido de los males
cotidianos. Ningún otro filtro es tan poderoso para desterrar sus
cuidados. Con este mismo dios se hacen libaciones a los demás, para
que, intercediendo él, seamos dichosos. ¿Te ríes de que Zeus lo haya
guardado en su muslo? Te lo explicaré de la mejor manera. Después
que lo libró del fuego fulmíneo y llevó al Olimpo al recién nacido,
quiso Hera expulsarlo del cielo; pero Zeus se valió de cierta astucia,
digna de un dios. Cortando parte del aire que rodea a la tierra, lo
transformó en Dioniso y lo dio en rehenes a Hera para evitar disputas,
y después dijeron los hombres que acabó de formarse criado en el muslo
de Zeus, alterando la palabra por el motivo indicado, y fingieron
esa fábula. Es dios adivino, porque el mismo desorden y la locura
que produce ayudan a profetizar. Cuando se apodera de nosotros nos
obliga a predecir lo futuro, haciéndonos perder la razón. También se
asemeja a Ares, que aterra a los ejércitos armados puestos en orden
de batalla, antes de acometer con la lanza; también este furor es
obra de Dioniso. Algún día le veréis en las rocas de Delfos danzando
con antorchas en su peñasco de dos puntas, y vibrando y sacudiendo
el báquico ramo. No dudes que será grande en la Grecia. Obedéceme,
pues, Penteo; no creas que el mandar vale algo entre los hombres,
ni, si lo crees (vana es tu opinión), te tengas por sabio; acoge al
dios en tus dominios, y ofrécele libaciones, y celebra bacanales, y
corona tu cabeza. Dioniso no incita a las mujeres a ser deshonestas,
al contrario, según la naturaleza de cada uno, enseña siempre en todo
la continencia. Considera que, aun en las bacanales, la que es casta
no se pervierte. ¿Ves? Tú gozas cuando vienen muchos a tus pnertas
y ensalza la ciudad el nombre de Penteo, y él, a mi parecer, gozará
también cuando le tributan honores. Así, yo y Cadmo, a pesar de tus
burlas, nos coronaremos de hiedra y danzaremos, ancianos los dos y de
cabellos blancos, y por mi parte no resistiré al dios arrastrado por
tus consejos. Deliras de la manera más desdichada y no hay remedio que
pueda sanarte, y si no empleas los indicados, cierta es tu ruina.

EL CORO

¡Oh anciano, tus palabras no deshonran a Febo, y eres prudente adorando
a Bromio, dios grande!

CADMO

Buenos, ¡oh hijo!, son los consejos de Tiresias; imítanos y no
desprecies las nuevas leyes. Tu entendimiento se ha extraviado y tu
razón es sinrazón. Aun cuando no sea dios, como dices, afírmalo, sin
embargo, y miente en honra suya, y se creerá que Sémele le dio a luz, y
no padecerá nuestro linaje. ¿No recuerdas la mísera muerte de Acteón?
Devoráronlo en las selvas rabiosos perros que crio, por sostener que
era mejor cazador que Artemisa. Para que no te suceda esto, ven y
coronaré de hiedra tu cabeza; alaba con nosotros al dios.

PENTEO

No me toques siquiera; vete a celebrar tus bacanales y no me hagas
partícipe de tu necedad. Castigaré a este maestro tuyo en tales
delirios. Que alguno, sin perder tiempo, se encamine a la casa de
Tiresias, en donde examina los auspicios, y fuerce las puertas y las
derribe, y lo revuelva todo, y entregue las coronas a los vientos y a
las borrascas, que así será grande su tormento. Recorred vosotros toda
la ciudad en busca de ese afeminado extranjero que intenta pervertir
aún más a las mujeres y desunir los matrimonios; y si os apoderáis de
él, traedlo aquí atado, y que muera a pedradas, ya que ha promovido en
Tebas acerbas bacanales.

TIRESIAS

¡Oh desventurado! ¡Cómo ignoras las consecuencias de tus órdenes! Ya
estás furioso, cuando hace poco eras solo insensato. Vámonos nosotros,
Cadmo, y roguemos al dios por él, a pesar de su crueldad, y por Tebas,
y que nos libre de mal. Pero sígueme con tu báculo de hiedra, para que
me sostengas como puedas y yo a ti. Es vergonzoso que caigan en tierra
dos ancianos; pero, en fin, suceda lo que quiera. Es preciso servir a
Dioniso, hijo de Zeus. ¡Ojalá que Penteo, ¡oh Cadmo!, no lleve el luto
a tu palacio!; y no mires esto como una profecía, sino como el efecto
natural de lo que intenta; su necedad le hace decir sandeces.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh santidad, diosa venerable! ¡Oh santidad, que
recorres el orbe con tus alas de oro! ¿Oyes las palabras de Penteo?
¿Oyes sus impías injurias contra Bromio, hijo de Sémele, entre
los inmortales el primero, cuando las alegres coronas adornan los
banquetes? Suyo es guiar en las fiestas a los coros, infundir la
alegría al son de las flautas y disminuir los cuidados cuando el licor
de la uva circula en la mesa de los dioses, o cuando la copa invita
al sueño a los mortales en los festines en que abunda la floreciente
hiedra.

_Antístrofa 1.ª_ — Fin infortunado tienen la lengua desenfrenada y
la demencia que desprecia las leyes; al contrario, la vida práctica
y la moderación permanecen inalterables y conservan las familias,
pues aunque los dioses habiten lejos el éter, no descuidan las cosas
humanas. La sabiduría demasiado sutil no es sabiduría, ni el ambicionar
lo que no está al alcance del hombre. Breve es la vida, y el que
acomete grandes empresas no goza de los bienes presentes. Inclinaciones
son estas, en mi juicio, de insensatos y necios.

_Estrofa 2.ª_ — Que yo vaya a Chipre,[180] isla de Afrodita, en donde
moran los amores que difunden dulce deleite entre los mortales,[181]
hacia donde las cien bocas del Nilo, río bárbaro, fecundan la tierra
sin las lluvias del cielo; que vaya a la bellísima morada de las
Piérides,[182] colina sagrada del Olimpo. Llévame allá, Bromio; Bromio,
dios que las bacantes adoran: allí están las gracias, allí el amor,
allí es lícito celebrar báquicas orgías.

_Antístrofa 2.ª_ — Este dios, hijo de Zeus, goza con los alegres
banquetes y ama la Paz, madre de las riquezas, diosa que alimenta a los
jóvenes y distribuye por igual entre el rico y el pobre los placeres
del vino, que destierran la tristeza; aborrece a quien no se cuida de
sus bienes, y nos da grata vida de día y de noche. Lejos de ti el sutil
ingenio y los pensamientos de los muy sabios; lo que el humilde vulgo
sigue y aprueba será también mi divisa.

UN CRIADO

Aquí nos tienes, Penteo, con la presa que anhelabas, que tus órdenes
no han sido vanas. Dulce fue con nosotros esta fiera, y no huyó,
entregándose a nosotros sin repugnancia, y risueña nos mandó que la
trajésemos aquí atada, y se estuvo quieta, facilitando nuestro trabajo.
Yo le dije con respeto: «¡Oh extranjero, no te llevo por mi voluntad,
sino por mandato de Penteo, que me envió!». Pero las bacantes que
habías encerrado, apoderándote a la fuerza de ellas y maniatándolas
en la cárcel pública, se han escapado y danzan en los bosques lejanos
invocando al dios Bromio. Sus grillos se abrieron por sí mismos, y las
prisiones las dejaron atravesar sus puertas sin intervenir la mano del
hombre. Muchos milagros acompañan en Tebas a este varón. A ti te toca
cuidar de lo demás.

PENTEO

Desata las manos de este prisionero, que, ya en mis redes, no es tan
ligero que pueda escapárseme. Y seguramente, ¡oh peregrino!, no es
deforme tu cuerpo para seducir a las mujeres, motivo que te trajo a
Tebas; larga es tu cabellera, no para la lucha, y oculta parte de tus
mejillas excitando al deleite, y blanco y bello tu color, hijo de la
sombra, no de los rayos del sol, que fascina por su belleza. Dime
primero cuál es tu linaje.

DIONISO

No seré jactancioso; fácil es decirlo. Acaso hayas oído hablar del
florido Tmolo.

PENTEO

Sí, el que rodea por todas partes a la ciudad de Sardes.

DIONISO

De allí soy, y la Lidia es mi patria.

PENTEO

¿De dónde importas este culto en la Grecia?

DIONISO

Dioniso nos inició, hijo de Zeus.

PENTEO

¿Y hay allí, en efecto, algún Zeus que engendra nuevos dioses?

DIONISO

No; es el mismo que se casó aquí con Sémele.

PENTEO

¿Quizá de noche en sueños, o se te apareció despierto excitándote a
celebrar su culto?

DIONISO

Yo lo vi y él me veía, y me inició en sus misterios.

PENTEO

¿Pero qué significan esas orgías?

DIONISO

Está prohibido que lo sepan los hombres no iniciados en los misterios
de Dioniso.

PENTEO

¿Y para qué sirven?

DIONISO

Tú no puedes oírlo, pero importa conocerlos.

PENTEO

Sagazmente lo encubres, cuando quiero saberlo.

DIONISO

Los misterios del dios no son para los impíos.

PENTEO

Si dices que viste al dios claramente, ¿cómo era?

DIONISO

Como quiso; yo nada le mandaba.

PENTEO

Esquivas deliberadamente mi pregunta para no replicar nada.

DIONISO

El que habla a un necio, aunque sea prudente parecerá también necio.

PENTEO

¿Fuiste tú el primero que vino aquí adorando ese nuevo dios?

DIONISO

Todos los bárbaros con danzas celebran tales orgías.

PENTEO

En prudencia son muy inferiores a los griegos.

DIONISO

En esto, al menos, son superiores, no obstante la diversidad de sus
costumbres.

PENTEO

Y su culto, ¿se celebra de noche o de día?

DIONISO

Generalmente de noche: hay en las tinieblas yo no sé qué de santo.

PENTEO

Peligroso es para las mujeres y expuesto a graves males.

DIONISO

Quienquiera encontrará torpezas a la luz del día.

PENTEO

Castigo merecen tus perjudiciales sofismas.

DIONISO

Y tu estolidez y tu impiedad.

PENTEO

¡Osado es este sectario de Dioniso, y, a la verdad, no imperito en el
decir!

DIONISO

Dime... la pena que me aguarda: ¿qué castigo piensas darme?

PENTEO

En primer lugar, cortaré tus delicados rizos.

DIONISO

Son sagrados: los dejo crecer en honor del dios.

PENTEO

Dame ahora el tirso que llevas en la mano.

DIONISO

Quítamelo tú; el mismo Dioniso me lo dio.

PENTEO

Y seguras cadenas te guardarán.

DIONISO

Me libertará cuando yo quiera el mismo dios.

PENTEO

Cuando puedas invocarlo en medio de las bacantes.

DIONISO

Y ahora, junto a mí, ve lo que sufro.

PENTEO

¿En dónde está? Yo no lo veo.

DIONISO

Conmigo; tú no lo ves porque eres impío.

PENTEO

A él, servidores: se burla de mí y de Tebas.

DIONISO

Yo, en mi sano juicio, mando a insensatos que no me aten.

PENTEO

Y yo, que mando más que tú, ordeno que te sujeten.

DIONISO

Ni conoces tu destino, ni lo que haces, ni quien eres.

PENTEO

Soy Penteo, hijo de Ágave, y Equión es mi padre.

DIONISO

Bien indica tu nombre la desgracia que te aguarda.[183]

PENTEO

Vete; atadlo junto al pesebre, y que lo rodeen oscuras tinieblas. Baila
allí: en cuanto a las que te acompañan, cómplices de tus crímenes, o
las venderemos o acabaremos con su alboroto y sus tambores, y serán mis
esclavas y tejerán mis telas.

DIONISO

Voime: lo que no está decretado, no debe sufrirse; pero no dudes
que Dioniso, a quien niegas, te castigará por tus ultrajes, porque
ofendiéndome, lo llevas también a la prisión.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ..., hija del Aqueloo, venerable y noble virgen Dirce,
que en otro tiempo recibiste en tus ondas al hijo de Zeus, cuando su
padre lo libró del fuego inmortal y encerrándole en su muslo exclamó:
«Andad, Ditirambo,[184] sufre un nuevo y varonil útero: con este
nombre te mostraré, ¡oh Dioniso!, y así te llamará Tebas». Y tú, ¡oh
bienaventurada Dirce!, ¿tú me rechazas, cuando te traigo coronada
muchedumbre? ¿Por qué me desprecias?¿Por qué huyes? En verdad te digo
que en adelante, sí, por los racimos de la vid, delicias de Dioniso,
que en adelante cuidarás de Bromio.

_Antístrofa 1.ª_ — Mira, mira cuán cruel es el linaje de Penteo, hijo
de la Tierra, que nació del dragón, hijo de Equión, parto de la Tierra,
monstruo cruel, no hombre mortal, sino como sanguinario gigante enemigo
de los dioses, que en un momento ató mis manos, siendo sacerdotisa de
Dioniso, y en el palacio guarda en cárcel tenebrosa a mi compañero en
los coros. ¿Lo ves tú, ¡oh Dioniso!, hijo de Zeus, ves a tu sacerdote
en peligro? Ven, ¡oh rey!, atravesando el Olimpo, agita tu tirso
florido de color de oro, y refrena la osadía de este hombre impío.

_Epodo._ — ¿En dónde, pues, ¡oh Dioniso!, presides con tu tirso en los
coros? ¿En Nisa,[185] madre de fieras, o en la cima del Coricio?[186]
¿Quizá en las cavernas frondosas del Olimpo, en donde Orfeo tocaba
la cítara en otro tiempo, arrastrando con su canto a los árboles y a
las fieras de los montes? ¡Oh Pieria, tierra desventurada! Evios te
adora, y vendrá con sus coros y sus bacantes, y, pasando solamente las
corrientes del Axio,[187] guiará a las ménades danzando y atravesará el
Lidias, que derrama la dicha y riega con sus aguas, según he oído, esa
fértil región de muchos y buenos caballos.

DIONISO

¡Alerta, bacantes; alerta bacantes! ¡Oíd, oíd mi voz!

EL CORO

¿De quién es esta voz?, ¿de quién? ¿Desde dónde me llama Dioniso?

DIONISO

Venid, venid, que por segunda vez os llamo, yo, hijo de Sémele y de
Zeus.

EL CORO

¡Vítor, vítor; dueño mío, dueño mío! Ven a nosotras, que juntas te
aguardamos, ¡oh Bromio, oh Bromio! ¡Temblor sagrado de la tierra!
¡Ah, ah! ¡No tardará el palacio de Penteo en convertirse en ruinas!
En él está Dioniso. ¡Adoradlo! Nosotros te adoramos, ¡oh Dioniso! Ved
cómo saltan las piedras que se apoyan en las columnas.[188] Bromio da
triunfales clamores bajo su techo.

DIONISO

Enciende la tea, ardiente como el rayo. Incendia, incendia el palacio
de Penteo.

UN SEMICORO

¡Ah, ah! ¿No ves el fuego, ni el sagrado sepulcro de Sémele, y la llama
que en otro tiempo se desprendió del rayo de Zeus, hiriéndole?

EL OTRO SEMICORO

Prosternaos en tierra, prosternad vuestros trémulos cuerpos, ménades:
el rey, hijo de Zeus, se acerca, arruinando este palacio.

DIONISO

Mujeres bárbaras, ¿tanto es vuestro pavor que habéis caído en tierra?
Según parece, sentisteis a Dioniso que sacude el palacio de Penteo.
Pero levantaos y recobrad ánimo, no tembléis.

EL CORO

¡Oh astro el más resplandeciente de las báquicas fiestas, cuánto ha
sido mi placer al verte, antes solitaria!

DIONISO

¿Os desesperasteis acaso cuando me llevaban, creyendo que habían de
encerrarme en la negra cárcel de Penteo?

EL CORO

¿Cómo no? ¿Quién me defendería si eras víctima de alguna desdicha?
¿Pero cómo te has salvado, luchando con ese impío?

DIONISO

Yo mismo, sin ajeno auxilio, me salvé fácilmente.

EL CORO

¿Y no puso esposas en tus manos?

DIONISO

También me burlé de él, porque creyendo sujetarme, ni me tocó ni me
prendió, y fue vana su esperanza. Encontrando un toro en la cuadra
adonde nos llevó para encerrarnos, lo enlazó por las rodillas y los
pies, respirando cólera, sudando y mordiéndose los labios, y yo,
tranquilo, comtemplaba su faena sentado. Entonces vino Dioniso, e hizo
temblar el edificio, y encendió el fuego del sepulcro de su madre, y
así que Penteo lo vio, creyendo que ardía su palacio, corrió a uno
y otro lado pidiendo agua a sus servidores, y todos le ayudaron en
este inútil trabajo. Receloso de que yo me escapara, se precipita en
el palacio, desenvainando su negra espada. Después Bromio, según me
pareció, salvo error, evocó un fantasma en el palacio, al cual acometió
Penteo, dando sendas cuchilladas al brillante éter, como si tratara
de degollarme. Dioniso le suscitó además nuevos males: hizo que el
regio alcázar cayera en tierra, lo redujo a polvo mientras examinaba
mis dolorosas ligaduras; y soltando fatigado la espada, descansaba sin
aliento. Siendo mortal, osó pelear contra un dios. Yo salí tranquilo
del palacio y he venido a buscaros sin cuidarme de Penteo. Pero, según
creo, se oyen pasos solitarios, y no tardará en llegar al vestíbulo.
¿Qué dirá después de todo esto? Lo sufriré sin indisponerme, aunque lo
exalte furiosa ira, ya que es propio del sabio ser afable y tolerante.

PENTEO

¡Extraño es lo que me pasa! Se me escapó el extranjero cargado hace
poco de cadenas, ¡Hola, hola! Aquel es. ¿Qué es esto? ¿Cómo desde el
vestíbulo contemplas mi palacio, libre de tu prisión?

DIONISO

Detente y reprime tu cólera.

PENTEO

¿Cómo sacudiendo tus cadenas te has escapado?

DIONISO

¿No te he dicho, o no lo has oído, que alguno me libertaría?

PENTEO

¿Quién? Siempre dices cosas nuevas.

DIONISO

El que crea la vid, provechosa a los hombres.

PENTEO

A Dioniso atribuyes, pues, tan rico presente.

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

PENTEO

Que se cierren todas las torres vecinas.[189]

DIONISO

¿Y para qué? ¿No atraviesan los dioses las murallas?

PENTEO

Sabio, sabio eres, excepto en lo que más te interesa.

DIONISO

Sabio soy, sin duda, en lo que es más necesario. Pero entérate primero
de lo que quiere decirte ese mensajero que viene del monte a anunciarte
alguna novedad, que nosotros nos estaremos quietos y no huiremos.

EL MENSAJERO

¡Oh Penteo, rey de esta tierra de Tebas! Vengo del Citerón, en donde
siempre hay blanca nieve, de resplandeciente brillo.

PENTEO

¿Y qué vienes a anunciarme?

EL MENSAJERO

Habiendo visto a las furiosas bacantes que de aquí, agitadas del divino
estro, huyeron con sus blancos pies, he venido deseando anunciarte,
¡oh rey!, y también a la ciudad, los milagros portentosos y superiores
a todo encarecimiento que hacen. Pero desearía saber si puedo hablarte
libremente, o si he de hacerlo con las consideraciones debidas. Temo,
¡oh rey!, tus ímpetus y tu cólera, y tus hábitos tiránicos.

PENTEO

Habla: por mi parte estás libre de toda pena, que cuando hay razón
nunca me enfurezco. Cuanto más grave sea lo que tienes que decirme de
las bacantes, tanto mayor será el castigo de este que ha enseñado a las
mujeres tan malas artes.

EL MENSAJERO

Al llevar los rebaños de bueyes a la cumbre del monte, cuando el sol,
calentando a la tierra, le enviaba sus rayos, vi tres coros de mujeres,
presididos el uno por Autónoe, el otro por tu madre Ágave y por Ino
el tercero. Todas dormían descuidadas, descansando unas en hojas de
abeto, otras en hojas de encina, apoyando humildemente sus cabezas
en el suelo, y en distintas actitudes, no, como tú dices, ebrias
por las libaciones y por el sonido de las flautas para entregarse a
Afrodita en las solitarias selvas. Tu madre, que yacía en medio de
las bacantes, las despertó al oír el mugido de los cornígeros bueyes.
Ellas, entonces, sacudiendo el profundo sueño que cerraba sus ojos, se
levantaron con maravillosa modestia, tanto las más jóvenes como las
de más edad y las vírgenes no casadas. Primero desataron sus cabellos
y cubrieron sus hombros, y se pusieron las pieles de ciervo, sin lazo
alguno, ciñéndolas después con serpientes que les besaban las mejillas.
Otras tenían en sus brazos cabritillos o fieros lobeznos, y les daban
blanca leche, sin duda recién paridas que habían abandonado sus hijos,
según era de presumir de sus hinchados pechos, y se pusieron coronas
de hiedra y de encina y de florida férula. Una de ellas tomó su tirso
e hirió una piedra, de la cual brotó clara corriente; otra dejó caer
la férula y el dios hizo salir una fuente de vino, y las que apetecían
leche entreabrían la tierra con los dedos de sus pies y la tenían
abundante, y de los tirsos de hiedra corría dulce miel, de tal suerte
que si la hubieses visto, con tus ardientes votos habrías llamado
al dios que ahora rechazas. Todos los boyeros y pastores de ovejas
resolvimos juntarnos para hablar y discutir lo que conviniese en vista
de tantos milagros, y uno que se explica bien, y que va con frecuencia
a la ciudad, dijo a los demás: «¿Queréis, vosotros los que habitáis
las sagradas cimas de estos montes, que cautivemos a Ágave, madre de
Penteo, que se halla entre las bacantes, que esto agradará al rey?».
Parecionos prudente su consejo, y nos pusimos en acecho, ocultándonos
entre las hojas de los árboles. Ellas, a la hora acostumbrada,
aprestaban ya sus tirsos para celebrar las bacanales invocando a
un tiempo a Yaco,[190] hijo de Zeus, y a Bromio, y el monte entero
comenzó a bailar entonces, arrastrando en su curso a fieras y a cuanto
contenía. Casualmente danzaba Ágave no lejos de mí y di un salto para
apresarla, saliendo del arbusto que me ocultaba. Pero ella exclamó:
«¡Oh perros míos ágiles, que estos hombres nos cautivan; seguidme,
seguidme, armados de tirsos!». Nosotros huimos al oírla y evitamos así
que nos despedazaran las bacantes, y ellas entonces acometieron inermes
a los novillos que pastaban. Te hubieras maravillado de ver a una que
tenía en sus manos una vaquilla de hinchada ubre, partida por medio y
mugiendo todavía, mientras las otras desgarraban a las restantes, y
hubieras contemplado sus costillas o sus pezuñas hendidas diseminadas
aquí y allí, y los pedazos de sus carnes palpitantes, que en los
abetos manaban sangre. Los toros feroces, que furiosos embestían antes
con sus cuernos, yacían tendidos en tierra por mano de innumerables
doncellas, y las pieles que los cubrían, hechas pedazos en un abrir
y cerrar de ojos. Después, cual bandada de aves que levantan por los
aires su vuelo, se extendieron por la ancha llanura que a orillas del
Asopo da a Tebas abundantes cosechas, y atacando como enemigos a Hisias
y Eritras,[191] a la falda del Citerón, todo lo destruyen y saquean:
arrebatan a los niños de sus casas, y cuanto cargan en sus hombros sin
ataduras, ya fuese de bronce, ya de hierro, ni se mueve ni se cae en
el oscuro suelo: luego radiaban sus cabellos y, sin embargo, no los
abrasaba. Los atacados, furiosos, tomaron las armas al verse despojados
por las bacantes. Admirable era aquel espectáculo, ¡oh rey! El dardo de
acerada punta no las hería, y ellas, lanzando los tirsos, destrozaban
a sus enemigos, y siendo mujeres, ponían en fuga a los hombres, no
sin ayuda de algún dios. Otra vez volvieron a las mismas fuentes que
hizo brotar el dios, de donde habían salido, y se lavaron la sangre, y
las serpientes con su lengua limpiaban las gotas que de las mejillas
corrían por su cuerpo. Adora, pues, a este dios, ¡oh soberano de
Tebas!, quienquiera que sea, porque en las demás ciudades es muy
venerado, y dicen de él, según he oído, que da a los mortales la vid,
que destierra los cuidados. Si el vino desaparece, se acabó Afrodita y
escasos serán los goces de los hombres.

EL CORO

Temo hablar al rey con demasiada libertad; pero lo haré, sin embargo:
Dioniso no es inferior a ningún dios.

PENTEO

Ved cómo se acerca ya a nosotros hasta tocarnos, semejante al fuego,
la vituperable osadía de las bacantes, deshonra de la Grecia. No hay,
pues, que vacilar; ve a la puerta Electra y manda que se preparen todos
los armados de escudos, los que montan ligeros caballos, cuantos vibran
las peltas y tienden los nervios de los arcos, para hacer la guerra a
las bacantes. Cansado estoy ya de sufrir las locuras de estas mujeres.

DIONISO

No haces caso alguno de lo que te digo, ¡oh Penteo!; pero aunque
me maltrates te aconsejaré que no hagas la guerra al dios, sino al
contrario, que te sosiegues. Bromio no sufrirá que lances a las
bacantes de los montes evios.

PENTEO

Déjate de corregirme, que si tuviste la fortuna de escaparte cargado de
cadenas, aprovéchate de ella, pues de otro modo te expones todavía a
sufrir el condigno castigo.

DIONISO

Yo, simple mortal, preferiría rendirle culto a rechazarle obstinado,
siendo un dios.

PENTEO

Haré sacrificios en su honor matando a muchas mujeres, como merecen, en
la cima del Citerón.

DIONISO

Todos huiréis; es vergonzoso que os pongan en fuga los tirsos de
Dioniso, armados vosotros con sendos escudos de bronce.

PENTEO

Intratable es el extranjero con quien nos las habernos, y no callará,
ya sufra, ya obre.

DIONISO

¡Oh amigo!, todavía puede arreglarse todo.

PENTEO

¿Cómo? ¿Me haré esclavo de mis esclavos?

DIONISO

Yo traeré aquí a las mujeres, desarmadas.

PENTEO

¡Ay de mí! Ya preparas en daño mío indignos artificios.

DIONISO

¿Cómo así, si yo solo deseo salvarte con ellos?

PENTEO

¿Os habéis convenido todos en celebrar perpetuas bacanales?

DIONISO

Es cierto, y no dudes que he hecho ese pacto con el dios.

PENTEO

Vengan mis armas; calla tú ahora.

DIONISO

¡Ah! ¿Quieres verlas juntas en los montes?

PENTEO

Sí, sin duda, y aun daré por lograrlo mucho oro.

DIONISO

¿Y por qué es tan vehemente tu deseo?

PENTEO

Por observarlas agobiadas por el vicio, con gran pesar suyo.

DIONISO

¿Y presenciarás de buen grado lo que te será fatal?

PENTEO

No lo dudes, y me estaré callado bajo los abetos.

DIONISO

Pero te descubrirán, aunque vayas con cautela.

PENTEO

Iré sin ocultarme; has dicho bien.

DIONISO

¿Vendrás, pues, sirviéndote yo de guía?

PENTEO

Anda cuanto antes; te doy todo el tiempo que sea necesario.

DIONISO

Ponte, pues, un vestido de lino.

PENTEO

¿Y para qué, siendo hombre, he de disfrazarme de mujer?

DIONISO

Para que no te maten si ven allí a un hombre.

PENTEO

Has dicho bien, y se conoce que la experiencia te ha hecho maestro.

DIONISO

Así nos lo enseñó Dioniso.

PENTEO

¿Y cómo llevaremos a cabo lo que me aconsejas?

DIONISO

Yo me encargo de tu persona si entramos en el palacio.

PENTEO

¿Cómo?, ¿con traje de mujer? Me da vergüenza.

DIONISO

No muestras ya tanto deseo de ver a las ménades.

PENTEO

¿Cómo dices que vas a vestirme?

DIONISO

Una larga cabellera caerá de tu cabeza.

PENTEO

¿Y qué más?

DIONISO

Manto talar y una mitra.

PENTEO

¿Y qué más?

DIONISO

Un tirso en las manos y una piel de manchado cervatillo.

PENTEO

No puedo yo vestirme traje mujeril.

DIONISO

Entonces te acarrearás la muerte peleando con las bacantes.

PENTEO

Está bien; exploraremos primero el campo.

DIONISO

Preferible es a emplear otros medios violentos, fecundos en males.

PENTEO

¿Y cómo atravesaré la ciudad sin ser visto de los tebanos?

DIONISO

Iremos por calles excusadas; yo seré tu guía.

PENTEO

Cualquier medio es bueno, siempre que las bacantes no se burlen de mí.

DIONISO

Cuando entremos en el palacio resolveremos lo más acertado.

PENTEO

No me opongo a ello; a todo estoy dispuesto. Voy a entrar y marcharé
allá, acompañado de soldados, o seguiré tus consejos. (_Penteo entra en
el palacio_).

DIONISO

Mujeres, este hombre ha caído en la red, y buscará a las bacantes, y
morirá allí como merece. Manos, pues, a la obra, ¡oh Dioniso!, que no
estás lejos; venguémonos de él. Perturba primero su mente inspirándole
leve furor, porque mientras conserve sano el juicio no querrá
vestirse traje mujeril. Al contrario, si su imaginación se extravía,
no vacilará en hacerlo. Quiero que se burlen de él los tebanos,
llevándolo en ese traje ridículo por toda la ciudad, que recordará sus
anteriores amenazas, tan terribles en apariencia. Pero voy a vestirlo
y componerlo; irá a los infiernos después de que muera a manos de
su madre. Al fin conocerá a Dioniso, hijo de Zeus, dios de los más
sensibles, y al mismo tiempo muy benévolo con los mortales.

EL CORO

_Estrofa._ — Luego, en los nocturnos coros moveré, como bacante, mi
blanco pie, agitando mi cuello en el húmedo aire, como el cervatillo
que juega en los verdes prados, sus delicias, libre ya de los crueles
cazadores, y se escapa de sus emboscadas y atraviesa las redes bien
tejidas, mientras el cazador, dando voces, alienta a sus ágiles perros;
y con trabajo, como rápido torbellino, salta por la llanura que riega
el río, y goza, lejos de los hombres, en las umbrías y espesas selvas.
¿Qué don más útil, cuál más precioso han concedido los dioses a los
mortales que tener sus manos vencedoras pendientes sobre la cabeza de
sus enemigos?

_Antístrofa._ — Tarde llega, pero cierta es la divina providencia, y
castiga a los hombres que rinden culto a la iniquidad, e insensatos
desprecian a los dioses. Astutos son, y ocultos acechan los tardos
pasos del tiempo, y persiguen al impío. Nunca debemos pensar, jamás
proyectar nada contrario a las leyes. Poco cuesta creer que son
poderosos los dioses, sean quienes fueron, como lo ha consagrado
siempre un largo tiempo y como nos enseña la misma naturaleza.

_Epodo._ — ¿Qué don más útil, cuál más precioso han concedido los
dioses a los mortales que tener sus manos vencedoras pendientes sobre
la cabeza de sus enemigos? Lo que es bello es siempre grato. Dichoso
aquel que se escapa de las olas del mar, y arriba al puerto; dichoso
también el que sale triunfante de sus trabajos. En otro sentido,
algunos superan a los demás en felicidad y en poder. Innumerables son
las esperanzas humanas: las hay que terminan en la opulencia, al paso
que otras se desvanecen; pero yo tengo por feliz al que vive siempre
tranquilo.

DIONISO

Yo te llamo, ¡oh Penteo!, que anhelas ver lo que no debes, y acometer
lo que no debe intentarse; sal del palacio, veámoste adornado como una
ménade para servir de expiación a tu madre y a la tropa de que forma
parte; te asemejas a una hija de Cadmo.

PENTEO

Paréceme ver dos soles y dos Tebas de siete puertas; que tú,
convertido en toro, me precedes, y que en tu cabeza han nacido dos
cuernos. ¿Eres acaso fiera? Ahora tienes figura de toro.

DIONISO

Con nosotros va el dios, antes adverso y ya nuestro aliado. Ya verás lo
que te interesa ver.

PENTEO

¿Qué parezco yo? ¿Ino o mi madre Ágave?

DIONISO

Imagino que al mirarte miro a ella. Pero no está bien este rizo, como
yo te lo puse, debajo de la mitra.

PENTEO

Tales movimientos hice allá dentro en todos sentidos, como una bacante,
que descompuso mi peinado.

DIONISO

Pero nosotros, que nos hemos encargado de tu aliño, volveremos a
arreglártelo. Levanta la cabeza.

PENTEO

Anda, pues; a tu disposición estamos...

DIONISO

Flojo está el cinturón, y los pliegues de tu vestido no caen con
elegancia.

PENTEO

Así me parece por este lado izquierdo; mas por el otro creo que el
manto cae bien.

DIONISO

Seguramente seré tu mejor amigo, cuando, contra tu opinión, observes la
modestia de las bacantes.

PENTEO

¿Cómo me asemejaré más a una bacante, llevando el tirso en la mano
derecha o en la izquierda?

DIONISO

Es menester levantarlo con la derecha y con el pie del mismo lado;
alabo tu cambio de opinión.

PENTEO

¿No puedo llevar en mis hombros con las bacantes la cima del Citerón?

DIONISO

Podrás, si quieres; antes no estabas en tu sano juicio; ahora piensas
como debes.

PENTEO

¿Llevaremos palancas, o lo arrancaré con mis manos y llevaré su cumbre
sobre mis hombros o en mis brazos?

DIONISO

No trastornes los lugares en donde residen las ninfas o Pan, y en los
cuales suele tocar la flauta.

PENTEO

Has dicho bien: por la fuerza no se vence a las mujeres; así me
ocultaré entre los abetos.

DIONISO

Te esconderás como debes, ya que vas engañado a servir de expiación a
las ménades.

PENTEO

Y espero cautivarlas, como si fueran aves, en las muy dulces redes de
sus lechos.

DIONISO

Todo tu afán es presenciar ese espectáculo; quizá las cautives, si no
te cautivan antes.

PENTEO

Llévame ahora por medio de la sierra tebana, que soy el único habitante
de esta ciudad que osa acometer tal empresa.

DIONISO

Tú solo te ufanas en provecho de Tebas, tú solo; así te aguardan luchas
que han de darte gloria. Sígueme, que yo seré el guía que te salve; de
allí te traerá otro.

PENTEO

Sin duda mi madre.

DIONISO

Es claro.

PENTEO

Allá voy.

DIONISO

De allí te traerán.

PENTEO

¿Aludes a mi molicie?

DIONISO

En brazos de tu madre.

PENTEO

Y me obligas a consagrarme al deleite.

DIONISO

Tales son los que para ti prevengo.

PENTEO

Digna de mí es la empresa que acometo.

DIONISO

Temible eres, temible eres, y vas a presenciar espantosa matanza
para alcanzar la gloria que en el cielo te aguarda. (_Vase Penteo_).
Extiende tu mano, ¡oh Ágave!, y vosotras, hermanas, hijas de Cadmo;
llevo a este joven a sufrir terrible lucha; yo y Bromio seremos
vencedores; lo que después suceda os enseñará lo demás.

EL CORO

_Estrofa._ — Andad, andad al monte, ágiles perros del Furor, en donde
las hijas de Cadmo celebran las bacanales; excitadlas contra este espía
rabioso de las ménades revestido de adornos mujeriles. Su madre le
verá primero acechando detrás de pulida piedra, o en algún árbol, y
gritará a las bacantes: «¿Quién, ¡oh bacantes!, es este explorador de
los cadmeos, que ha llegado con felicidad al monte? ¿Quién lo engendró?
No ha nacido de sangre de mujer, sino de alguna leona o del linaje de
las Gorgonas líbicas». Preséntese la justicia armada de su cuchilla y
húndala en el cuello de este impío, de este malvado, de este engendro
de la tierra, hijo de Equión, violador del derecho.

_Antístrofa._ — Con inicua atención y criminal furor viene, ¡oh
Dioniso!, a tus orgías y a las de tu madre, lleno de furia, y delirante
como si fuera a vencer a tu deidad invicta. El hombre modesto, pronto
a tributar a los dioses los honores que les deben los mortales, y de
humanos sentimientos, vive sin dolor. Con placer sería sabio, sin
excitar su envidia; honor grande e ilustre es también vivir de día y
de noche honradamente, ser piadoso y adorar a los dioses, rechazando
cuanto se opone a las leyes establecidas. Preséntese la justicia armada
de su cuchilla y húndala en el cuello del impío, del malvado engendro
de la tierra, hijo de Equión, que viola el derecho.

_Epodo._ — Aparécete, toro o dragón de muchas cabezas, o león rojo como
el fuego. Ea, Dioniso, echa tu lazo fatal con semblante risueño al que
viene en busca de las bacantes, que caerá en medio de las ménades.

EL MENSAJERO

¡Oh linaje del anciano sidonio, que florecías en otro tiempo en la
Grecia y sembraste la semilla serpentina del dragón, hijo de la tierra!
¡Cómo deploro tu suerte, aunque esclavo, ya que el esclavo leal
comparte también las desdichas de sus dueños!

EL CORO

¿Qué hay? ¿Anuncias algo nuevo relativo a las bacantes?

EL MENSAJERO

Murió Penteo, hijo de Equión.

EL CORO

¡Oh rey Bromio! ¡Has probado cuán grande, cuán grande eres!

EL MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Por qué hablas así? ¿Te alegran acaso, ¡oh mujer!, los
males de mis señores?

EL CORO

Extranjera soy, y prorrumpo en versos bárbaros, acompañados de báquicos
clamores, que ya no me hacen temblar las cadenas.

EL MENSAJERO

¿Crees tú acaso que Tebas es tan cobarde?...

EL CORO

Dioniso, Dioniso es mi soberano, no Tebas.

EL MENSAJERO

Digna eres de perdón; pero no es honesto, ¡oh mujeres!, alegrarse de
los males ajenos.

EL CORO

Dime, cuéntame cómo ha muerto ese hombre, fautor de injusticias.

EL MENSAJERO

Después de pasar más allá de Terapnas[192] la tebana y de las aguas
del Asopo, comenzamos a subir la pendiente del Citerón Penteo, yo,
su fiel servidor, y el extranjero que nos guiaba para enseñarnos las
bacantes. Primero hicimos alto en un valle lleno de hierba, andando con
cuidado y en silencio para que viésemos sin ser vistos. Estaba cercado
de peñascos por ambas partes, con arroyos que lo regaban, y lleno
de umbrosos pinos, y en él yacían las ménades, ocupadas en gratos
trabajos. Unas coronaban otra vez de hiedra sus tirsos, ya despojados
de ella; otras, como los potrillos que dejan sus pintorescos pastos,
se respondían cantando báquicos versos. El desdichado Penteo, no
viéndolas, no obstante su número, dijo: «¡Oh extranjero!, no veo aquí
a las ménades por más que miro; quizá si me subo a alguna eminencia o
en algún elevado abeto presenciaré claramente sus torpezas». Entonces
fui yo testigo de un milagro que hizo el extranjero; agarró la rama más
alta de un abeto, la dobló hasta el oscuro suelo, encorvola como un
arco o cual rueda cuando gira moviéndose alrededor de su eje, y de este
modo, atrayéndolas, él las doblaba hasta tocar la tierra, haciendo lo
que no hubiera hecho ningún hombre. Colocado Penteo en las ramas del
abeto, las soltó otra vez con cuidado, de modo que no lo dejase caer
si se enderezaba de pronto. El abeto, ya derecho, elevaba al cielo su
cima, y en ella aparecía sentado mi dueño. Viéronlo las ménades antes
que él las viese, apenas llegó a lo alto, desapareciendo el extranjero
y oyéndose cierta voz, al parecer de Dioniso, que exclamó desde los
aires: «¡Oh tiernas jóvenes!, os traigo al que se burla de vosotras,
de mí y de mis orgías; castigadlo, pues». Y mientras esto decía
relampagueaba el fuego sagrado en la tierra y en el cielo. El aire
quedó mudo, callaron las hojas del umbrío bosque, y ni se percibían
los aullidos de las fieras. Ellas, al escuchar confusamente la voz, se
levantaron y miraban a todas partes. Volvió entonces él a exhortarlas.
Cuando las hijas de Cadmo conocieron distintamente la báquica trompeta,
se precipitaron en veloz carrera, no más tardas que palomas, Ágave,
su madre, sus hermanas y todas las bacantes, y recorrían las rocas y
el valle dividido por el torrente, agitadas del estro furioso del
dios. Cuando vieron a mi señor en el abeto, primero le tiraron piedras
con gran fuerza, subiéndose a un peñasco como si fuera una torre;
después ramas; otras lanzaron al aire sus tirsos contra Penteo, blanco
desdichado, pero nada conseguían. El infeliz, a una altura a la cual
no podían llegar las bacantes a pesar de sus esfuerzos, no se movía,
sin saber qué hacer. Al fin rompieron ramas de encina, y con tales
palancas intentaban arrancar de raíz al abeto; pero cansadas de sus
inútiles tentativas, dijo así Ágave: «Andad, ménades, cercad el árbol
para apoderarnos de la fiera que se ha subido en él, y evitaremos que
publique las danzas misteriosas del dios». Todas ellas sacudieron
juntas el abeto y lo arrancaron de la tierra, y Penteo, sentado en lo
más alto, cayó desde allí al suelo dando un gran gemido, presintiendo
sin duda la desdicha que le amenazaba. Su madre, la primera, comenzó
como sacerdotisa el sacrificio, y le acometió; él se quitó la mitra
de la cabeza para que la mísera Ágave, conociéndolo, no lo matase, y
dijo tocando sus mejillas: «Yo, madre, soy tu hijo Penteo, que diste
a luz en el palacio de Equión; compadécete de mí, ¡oh madre!, y, por
sus pecados, no mates a tu hijo». Mas ella, echando espuma por la boca
y revolviendo sus ojos extraviados, sin sentir compasión y poseída de
Dioniso, no se apiadó de él. Cogió con sus dos manos la izquierda de
Penteo, y apoyando su pie en el cuerpo del desventurado, le arrancó el
brazo no a impulso de su fuerza, sino ayudada del dios. Ino acababa
la obra, por otra parte, desgarrando sus carnes, y Autónoe y toda la
muchedumbre de las bacantes le amenazaba también. Oíanse clamores de
toda especie, y él gemía mientras respiraba, y ellas aullaban a un
tiempo. Y una le arrancaba el otro brazo, otra un pie con su calzado
y desgarraba sus entrañas, y otras, llenas de sangre las manos,
rasgaban sus carnes. Yace, pues, su cuerpo hecho pedazos, parte bajo
ásperos peñascos, parte en las espesas ramas de la selva, y no es fácil
encontrarlos; y la cabeza, de que se apoderó su madre, clavada está en
un tirso como la de un león, y la pasean por el Citerón mientras danzan
sus hermanas en el coro de las ménades. Y envanecida con tan triste
trofeo regresa a estas murallas invocando a Dioniso, su compañero y
victorioso auxiliar en la conquista de este botín, fuente para ella de
lágrimas, no de placer. Yo me alejaré de este teatro de calamidades
antes que Ágave llegue al palacio. Someterse a las leyes divinas y
obedecerlas es para mí lo mejor y lo más prudente, y dignos de alabanza
los mortales que así lo hacen. (_Vase._)

EL CORO

Celebremos con danzas a Dioniso, cantemos la desdicha de Penteo,
descendiente del dragón, que, al vestirse el traje mujeril y empuñar la
férula, recibió segura muerte, coronado de bellas hojas, arrastrándolo
un toro al abismo. Bacantes, descendientes de Cadmo, en luto y lágrimas
trocasteis vuestro egregio canto de victoria. Grata lucha la de
despedazar un hijo con manos que gotean sangre. Pero veo a Ágave, madre
de Penteo, que viene apresurada a su palacio con los ojos extraviados.
Acoged a las compañeras del dios Evio.

ÁGAVE

¡Bacantes asiáticas!

EL CORO

¿Para qué me llamáis?

ÁGAVE

Traemos de los montes al palacio hiedra recién cortada y rica presa.

EL CORO

Ya la veo: bienvenida seas, ¡oh compañera de mis danzas!

ÁGAVE

Cogí sin lazos... este león nuevo, como puedes verlo.

EL CORO

¿En qué desierto?

ÁGAVE

En el Citerón.

EL CORO

¿Qué hizo el Citerón?

ÁGAVE

Lo mató.

EL CORO

¿Cuál fue la primera que lo hirió?

ÁGAVE

Mío es este honor. Yo, la bienaventurada Ágave, seré inmortal en las
asambleas báquicas.

EL CORO

¿Y cuál después?

ÁGAVE

Los descendientes...

EL CORO

¿Qué descendientes?

ÁGAVE

Los de Cadmo; pero después que yo, después que yo se acercaron a esta
fiera.

EL CORO

¡Felices vosotras, que os apoderasteis de tal presa!

ÁGAVE

Ya participarás del banquete.

EL CORO

¿De qué banquete, desventurada?

ÁGAVE

Este novillo, tierno aún, tiene en sus mejillas vello reciente, y
suaves cabellos adornan su cabeza.

EL CORO

Notable es su melena; como de salvaje alimaña.

ÁGAVE

Dioniso, prudente cazador, excitó sabiamente a las ménades a cazarlo.

EL CORO

Este rey es el que preside a la caza.

ÁGAVE

¿Lo apruebas?

EL CORO

¿Cómo no? Lo apruebo.

ÁGAVE

Y después también los cadmeos...

EL CORO

Y Penteo también a su madre...

ÁGAVE

Alabará por haber apresado a este león.

EL CORO

Hermoso, en verdad.

ÁGAVE

Hermoso, en efecto.

EL CORO

¿Te alegras?

ÁGAVE

Me alegro por las grandes, por las grandes hazañas que se han ejecutado
en esta región.

EL CORO

Enseña, pues, ¡oh desventurada!, enseña a los ciudadanos el trofeo que
traes de tu victoria.

ÁGAVE

¡Oh vosotros!, que habitáis la ciudad bien fortificada de este campo
tebano, venid y veréis esta presa, esta fiera que apresamos nosotras
las hijas de Cadmo, no valiéndonos de los aguzados dardos tesalios, no
de redes, sino de los dedos de nuestras blancas manos. ¡Vanagloriaos,
pues, ahora, y preparad, fabricando lanzas, inútiles armas! Nosotras
con esta mano nos apoderamos de él y en diversos trozos portamos sus
miembros. ¿En dónde está mi anciano padre? Que se acerque. Y mi hijo
Penteo, ¿en dónde está? Que traiga escalas de compactos peldaños,
y clave en los esculpidos artesonados esta cabeza de león que os
presento.

CADMO

Seguidme, cargados con el cadáver del mísero Penteo; seguidme, siervos,
al palacio: con mucho trabajo encontré su pecho despedazado en las
gargantas del Citerón, no en donde lo inmolaron, sino en lo más
áspero de la selva, en lugar oculto y de difícil acceso. Contáronme
las maldades que han cometido mis hijas al atravesar las murallas
y penetrar en la ciudad, acompañado de Tiresias a mi vuelta de las
bacanales; y regresando otra vez al monte traigo aquí a mi hijo, muerto
a manos de las ménades. Y vi a Ino y a Autónoe, que de Aristeo dio a
luz en otro tiempo a Acteón, danzando todavía furiosas, y alguno me
dijo que Ágave se dirigía aquí con pie báquico, y no fue falso, en
verdad, que la veo, y al mismo tiempo un espectáculo nada grato.

ÁGAVE

Mucho, ¡oh padre!, puedes vanagloriarte por haber engendrado dos hijas
de las más ilustres; todas ellas lo son y yo principalmente, que,
dejando la tela en la lanzadera, acometo más altas empresas, apresando
en persona a las fieras. Ves en mis brazos la recompensa que ha tenido
mi valor, para que puedas clavarla en tu palacio. Acéptala, ¡oh padre!,
y gozoso con el fruto de mi caza, convida a tus amigos: bienaventurado,
bienaventurado eres por haber dado el ser a hijas capaces de tales
hazañas.

CADMO

¡Oh asesinato funesto, fuente de inagotable llanto! ¡Y tú lo has
perpetrado con tus manos desventuradas! Inspirada por los dioses
celebraste este sacrificio y me invitas al festín y también a Tebas.
¡Ay de mí! ¡Qué desdicha para ti y para mí también! Justamente, aunque
con rigor, nos perdió el dios, el rey Bromio, a pesar de su parentesco
con nosotros.

ÁGAVE

¡Cuán molesta es para los hombres la vejez, y cuán triste su aspecto!
¡Ojalá que mi hijo sea afortunado en la caza, y tan ingenioso como
su madre, cuando persiga a las fieras con los jóvenes tebanos! Pero
solo sabe resistir a los dioses. Tú, ¡oh padre!, y yo también debemos
aconsejarle que no se complazca siguiendo las lecciones de malhadados
maestros. ¿En dónde está? ¿Quién lo llamará para que venga a verme tan
gozosa?

CADMO

¡Ay, ay de mí! Grave dolor ha de causarte tu acción, cuando recobres
el juicio; si siempre permanecieras así, aunque no fuerais felices, no
conoceríais, sin embargo, toda la extensión de vuestro infortunio.

ÁGAVE

¿Pero hay en todo esto algo que no te parece bien o es causa de pena?

CADMO

Primeramente mira el aire con tus ojos.

ÁGAVE

Así lo hago. ¿Por qué me lo mandas?

CADMO

¿Es para ti el mismo, o crees que ha variado?

ÁGAVE

Figúraseme más transparente y que brilla más que antes.

CADMO

¿Sientes todavía en tu alma la misma perturbación?

ÁGAVE

No entiendo lo que dices, pero poco a poco recobro mi juicio y vuelvo a
mi estado natural.

CADMO

¿Oirás lo que te diga? ¿Me responderás con claridad?

ÁGAVE

Como que ya no me acuerdo de lo que acabo de decir, ¡oh padre!

CADMO

¿A que palacio viniste después de celebrar tu himeneo?

ÁGAVE

Me casaste con Equión, hijo, según dicen, de los dientes del dragón,
que se sembraron.

CADMO

¿Qué hijo nació en ese palacio, de tu marido y tuyo?

ÁGAVE

Penteo, fruto de nuestra unión.

CADMO

¿Y cúya es la cabeza que sostienes con tus brazos?

ÁGAVE

De un león, según dijeron las cazadoras.

CADMO

Mírala con cuidado; poco cuesta observarla.

ÁGAVE

¡Ay de mí! ¿Qué veo? ¿Qué es esto que traigo en mis manos?

CADMO

Contémplalo y examínalo atenta.

ÁGAVE

¡Desventurada de mí! ¡Contemplo la mayor desventura!

CADMO

¿Te parece ahora semejante a un león?

ÁGAVE

No. ¡Qué infortunada! Tengo en mis manos la cabeza de Penteo.

CADMO

Llorado antes de ser reconocido.

ÁGAVE

¿Quién lo mató? ¿Cómo ha venido a mi poder?

CADMO

¡Mísera realidad, cuán intempestiva eres!

ÁGAVE

Habla, porque tiemblo al pensar en lo que vas a decir.

CADMO

Tú y tus hermanas lo matasteis.

ÁGAVE

¿En dónde pereció? ¿En el palacio, o en qué lugar?

CADMO

En donde tus perros despedazaron antes a Acteón.

ÁGAVE

¿Y por qué fue al monte este desdichado?

CADMO

Fue a burlarse del dios y de tus bacanales.

ÁGAVE

¿Pero cómo nosotras nos acercamos a él?

CADMO

Estabais furiosas, y toda la ciudad corría al mismo tiempo agitada por
el ardor báquico.

ÁGAVE

Dioniso nos perdió; al fin lo entiendo.

CADMO

Lo injuriabais no adorándolo.

ÁGAVE

¿Pero en dónde está el cuerpo de mi hijo muy querido, ¡oh padre!?

CADMO

Aquí, habiéndolo encontrado con no poco trabajo.

ÁGAVE

¿Pero no ha sufrido mutilación alguna?

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

ÁGAVE

¿Y qué relación hay entre Penteo y mi locura?

CADMO

Os imitó no adorando al dios. Sin duda por esto padecisteis igual
daño así él como vosotras, y arruinasteis a esta familia y a mí,
que, no teniendo hijos varones, veo, ¡oh desventurada!, muerto torpe
y tristemente a este fruto de tu vientre; que en ti, ¡oh hijo!,
cifrábamos todos nuestra esperanza, y tú eras nuestro báculo, hijo
de mi hija, venerado de los ciudadanos; ninguno, solo al mirarte, se
atrevía a ofenderme en mi vejez, que pronto le hubiese alcanzado justo
castigo. Despreciado ahora, me echarán de este palacio, a mí, aquel
famoso Cadmo que sembró el linaje de los tebanos y segué óptima mies
lisonjera. ¡Oh hijo!, el más amado de los hombres, aunque no existas,
siempre serás el más querido, ya que no tocaré más esta barba con mi
mano ni abrazarás más al padre de tu madre, diciéndole: «¿Quién te
injuria, anciano? ¿Quién te desprecia? ¿Quién aflige tu corazón? ¿Quién
te ofende?, dímelo que yo castigaré al que tal haga, ¡oh padre!». Ahora
soy desdichado, y tú también, y tu madre y tus infelices hermanas
dignas de lástima. Así, si alguno no venera a los dioses, acuérdese de
la muerte de Penteo y crea en ellos.

EL CORO

Duéleme tu suerte, ¡oh Cadmo!; tu nieto ha recibido el castigo que
merecía, aunque te llene de amargura.

ÁGAVE

¡Oh padre!, ya ves cuánto he cambiado... si no cometiese este crimen
que debo expiar.[193]

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

DIONISO

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

dragón serás, cambiando de forma, y tu esposa Harmonía, hija de
Ares, con la que te casaste, siendo tú mortal, será convertida en
fiera serpiente. Con tu esposa guiarás una yunta de novillos, como
dice el oráculo de Zeus, y reinarás entre los bárbaros. Y con tropas
innumerables derribarás muchas ciudades; pero cuando devastaren el
oráculo de Apolo será infeliz su vuelta.[194] Ares, sin embargo, te
salvará, y también a Harmonía, y te llevará a vivir al país de los
bienaventurados. Yo, Dioniso, lo digo, no nacido de padre mortal, sino
de Zeus. Si hubieseis sido prudentes, cuando no queríais, os hubiese
ayudado el hijo de Zeus, y sería feliz vuestra suerte.

ÁGAVE

¡Oh Dioniso!, nosotros te suplicamos que nos perdones nuestros pecados.

DIONISO

Tarde lo conocéis, no cuando debíais.

ÁGAVE

Así lo confesamos; pero es cruel tu venganza.

DIONISO

Vosotros, siendo yo dios, me injuriabais.

ÁGAVE

Los dioses no han de imitar a las mortales.

DIONISO

Zeus, mi padre, lo había decretado largo tiempo hacía.

ÁGAVE

¡Ay, ay de mí! Condenados estamos, ¡oh Cadmo!, a mísero destierro;

DIONISO

¿Por qué, pues, vaciláis en cumplir vuestro destino?

CADMO

¡Oh hija, qué deplorable es nuestra suerte, y tú qué desdichada, y
cuánto tus hermanas! Yo, mísero anciano, pediré hospitalidad en tierra
extranjera, y obediente al triste hado, traeré a la Grecia mis tropas
de bárbaros, y a la hija de Ares, a Harmonía, mi esposa, convertida en
dragón espantoso, como yo, al frente de mi ejército, a devastar los
altares y sepulcros griegos, y será tanta mi desdicha, que nunca me
veré libre de males, ni tranquilo pasaré el Aqueronte en la navecilla.

ÁGAVE

¡Oh padre!, y yo, separada de ti, seré también desterrada.

CADMO

¿Por qué me abrazas, ¡oh hija desdichada!, como si fuese un cisne,
blanca ave agobiada por los años?

ÁGAVE

¿Adónde iré, expulsada de mi patria?

CADMO

No lo sé, hija; de poco puede servirte tu padre.

ÁGAVE

¡Adiós, palacio, adiós, ciudad en que nací; mísera desterrada de mi
hogar, te dejo presa de amarga pena!

CADMO

Busca, ¡oh hija!, a Aristeo...

ÁGAVE

¡Por ti lloro, padre!

CADMO

¡Y yo por ti, hija, y por tus hermanas!

ÁGAVE

Cruel es el castigo que el rey Dioniso da a tu familia por la injuria
que le hicisteis.

CADMO

Atroz fue también el agravio no honrándose en Tebas su nombre.

CADMO

¡Adiós, hija desdichada! Difícilmente recobrarás tu alegría.

ÁGAVE

Guiadme, ¡oh amigas!, en busca de mis hermanas, que me acompañarán en
el destierro. Lejos iré del abominable Citerón, en donde no lo vean mis
ojos, ni sepan lo que es tirso. De él cuidarán otras bacantes.

EL CORO

Bajo múltiples formas se muestra el hado, y muchas cosas que no se
esperan hacen los dioses y lo que se aguardaba no viene, y el cielo les
da fin inopinado. Así ha sucedido ahora.




LOS HERÁCLIDAS


ARGUMENTO

El objeto de LOS HERÁCLIDAS, como el de _Las Suplicantes_, es alabar a
Atenas por sus leyes y sentimientos humanitarios favoreciendo al débil
y al desdichado. Los descendientes de Heracles, con Hilo, hijo del
héroe y de Deyanira, con Yolao, sobrino y escudero del hijo de Zeus y
de Alcmena, y con esta, se han refugiado como suplicantes en el ara de
Zeus, en Maratón, aldea de Ática, huyendo de la persecución constante
de Euristeo, que no los deja tranquilos en toda la Grecia. En Atenas
reinaban entonces Demofonte y Acamante, hijos de Teseo. Preséntase,
en efecto, en seguida un heraldo argivo en nombre de Euristeo, que
no puede arrancarlos de su asilo ni con amenazas ni con razones de
conveniencia para Atenas y sus autoridades, concluyendo en declarar la
guerra a los atenienses en nombre de Euristeo. Pelean después los dos
ejércitos enemigos: el argivo, mandado por Euristeo en persona, y el de
los atenienses y los heráclidas, por Hilo, Yolao y los reyes de Atenas,
siendo vencidos los invasores y hecho prisionero Euristeo. El oráculo
había declarado que para alcanzar la victoria contra los argivos
los atenienses y los heráclidas, era necesario el sacrificio previo
de una víctima humana, y Macaria, hermana de Hilo, entonces ofrece
espontáneamente su vida, y se logra el triunfo deseado.

En la traza y desarrollo del plan de esta tragedia se observa, desde
luego, mejor gusto que en otras más famosas de nuestro poeta, como
si se hubiese escrito en una época más clásica y atildada, así en el
ajuste y distribución de sus partes, como en la sobriedad que en
toda ella reina, en la extensión menor de los coros, en la relación
más estrecha y constante con el asunto que guardan, y en la falta o
parsimonia de las digresiones del poeta, cuando se ofrece la ocasión de
entremezclar disputas o alegatos jurídicos, o sostener opiniones más o
menos inoportunas sobre política, religión o filosofía. No por esto se
abstiene Eurípides, al hablar de Heracles, de decir que fue un héroe,
_esté donde estuviere_, ni de afirmar de Euristeo que sus maldades no
son tanto obra suya como de Hera, ni, por último, de asegurar rotunda y
categóricamente, sin paliativos de ningún género, que esa misma diosa
Hera lo ha engañado y vendido. El personaje de Alcmena, como el de
Hécuba en la tragedia de este nombre, atrabiliario, desvergonzado e
insolente, iracundo y cruel, como vaciados en el mismo molde, sírvenos
además para confirmar el odio del poeta al bello sexo, comparando estos
tipos de ancianas con sus semejantes del sexo masculino. Néstor es la
personificación homérica del anciano griego, trazado magistralmente con
sus largas y viejas narraciones, sus alabanzas exageradas a las cosas y
a los hombres que fueron, y con sus arranques extemporáneos juveniles,
pero experimentado, prudente y hábil en los consejos. Cuando Eurípides
nos presenta ancianos, como el Yolao de esta tragedia o el Peleo de
_Andrómaca_, no se nota en él antipatía, odio ni ensañamiento; no así
cuando introduce en sus dramas mujeres ancianas, como las dos citadas,
en cuyo trazado brilla siempre la benevolencia por su ausencia.

Esta tragedia y _Las Suplicantes_, fijándonos en su objeto y en la
manera de conseguirlo, nos revelan ya, sin ulteriores disquisiciones,
la decadencia sufrida en corto tiempo por la primitiva y verdadera
tragedia griega. El espíritu, profunda y exclusivamente religioso,
que anima desde el principio hasta el fin a las obras de Esquilo y de
Sófocles, ha desaparecido casi por completo; porque lo que de él queda
aparece casi siempre empequeñecido y degenerado, e injustos y malvados
los dioses, inferiores a los hombres, ya sean Zeus o Hera, Artemisa o
Apolo. La influencia del destino se nombra y señala solo por cumplir
con la tradición, pero se ve con claridad que el poeta obedece a una
fórmula, no a su convicción plena y sincera. Solo Atenea, la patrona
de Atenas, sin duda por serlo, disfruta del privilegio de intervenir
para hacer el bien de los atenienses, anunciándoles dichas y bienes
futuros. El arte drámatico baja desde el cielo a la tierra, y se
convierte en instrumento de adulación popular, como la elocuencia de
sus oradores y demagogos, y llega en esta parte adonde no llegaron
Tucídides, Jenofonte ni aun Heródoto, ni siquiera Demóstenes, que,
cuando hay necesidad, no se muerde la lengua y dice al pueblo que
lo oye amargas y saludables verdades. Llámanos también la atención
la pobreza de inventiva que ambas obras ostentan, signo evidente de
decadencia, puesto que son los mismos los motivos dramáticos, igual
el enredo y la misma también su resolución. Todas las épocas de
decadencia artística o literaria se distinguen generalmente por este
fenómeno: porque parece que artistas y literatos pierden la inventiva y
carecen del vigor, de la originalidad y de la energía de sus ilustres
predecesores.

No hay dato o indicación alguna cierta para señalar, con apariencias
siquiera de exactitud, la fecha de su representación, y por tanto, no
queda otro recurso que atenernos a simples conjeturas, más o menos
aceptables. La diferencia, entre las dos que se admiten, es nada menos
que de veintitrés años, porque la fijada por Böckh en sus _Tragicis
graecis_ es la del año 3 de la olimpiada 90, o 418 años antes de
Jesucristo, o el año 13 de la guerra del Peloponeso, y otros piensan
que ha debido escribirse hacia la olimpiada 84, más de diez años antes
de dicha guerra. Su factura más parece de esta última fecha.


PERSONAJES

  YOLAO, _escudero de Heracles._
  UN HERALDO DE EURISTEO, _rey de Argos._
  CORO DE CIUDADANOS DE MARATÓN.
  DEMOFONTE, _hijo y sucesor de Teseo en Atenas._
  MACARIA, _hija de Heracles._
  UN CRIADO, _escudero de Hilo, hijo de Heracles._
  ALCMENA, _madre de Heracles._
  UN MENSAJERO ATENIENSE.
  EURISTEO, _rey de Argos y de Atenas, pariente de Alcmena y de
    Heracles._


La acción pasa en Maratón.




  Se ve en el teatro el templo de Zeus, y en torno del ara varios
  jóvenes, hijos de Heracles, con los distintivos de los suplicantes, y
  Yolao entre ellos, el escudero de Heracles.


YOLAO[195]

Por cierto tengo hace tiempo que el hombre honrado ha nacido para
bien de los demás, y que el codicioso es inútil a la república y
molesto en el trato social, por fructuoso que sea para sí. Así me
lo ha enseñado la experiencia. Yo, por pundonor, fiel a los deberes
que me imponía mi parentesco, he participado solo de los infinitos
trabajos de Heracles mientras estuvo a mi lado, pudiendo vivir en Argos
tranquilo; ahora, desde que habita en el cielo, solo cuido de proteger
a sus hijos, cuando yo soy, en verdad, el que necesita de protección
para salvarse. Después que su padre abandonó la tierra, quiso Euristeo
matarnos; pero evitamos la muerte, y aun cuando perdimos la patria,
conservamos la vida. Vagamos, pues, desterrados, emigrando de una en
otra región. Además de otros males con que nos aflige Euristeo, envía
también heraldos a las ciudades en donde nos fijamos, y nos reclama
y nos expulsa de ellas, haciendo amenazador alarde del poder de
Argos, temible como amigo o enemigo, de sus propias fuerzas y de los
favores que le dispensa la Fortuna. Y ellos, cuando ven mis escasos
recursos y contemplan a estos niños, de tierna edad y sin padre,
obedecen a los más poderosos y nos destierran. Yo huyo entonces con mis
hijos, y con los afligidos me aflijo, temeroso de hacerles traición
y de que exclame alguno: «Ved cómo Yolao, desde que no tienen padre
estos niños, no los socorre, y eso que es su pariente». Y rechazados
por toda la Grecia, desde que hemos llegado a Maratón[196] yacemos
suplicantes junto a las aras de los dioses, pidiéndoles que no nos
abandonen; dicen que en estas llanuras habitan dos hijos de Teseo, que
las rigen alternativamente, del linaje de Pandión y parientes de los
heráclidas,[197] y por esta causa hemos venido a los confines de la
ínclita Atenas. Dos ancianos los protegen en su triste destierro; yo
defiendo a estos niños, y Alcmena,[198] a las hijas de su hijo, dentro
del templo, temerosa de que tan tiernas vírgenes se confundiesen con la
multitud que rodea a las aras. Hilo[199] y sus hermanos, de más edad,
buscan algún alcázar donde refugiarnos, si nos echan de aquí a la
fuerza. ¡Oh hijos, hijos míos!, acercaos y agarrad mis vestidos; ya veo
al heraldo de Euristeo,[200] que viene hacia nosotros a perseguirnos,
y a hacernos vagar por todo el orbe. ¡Hombre odioso, que perezcas tú y
quien te envía! ¡Cuántos males anunciaron también tus labios al noble
padre de estos desdichados!

EL HERALDO COPREO

Equivocadamente crees ya, sin duda, que has encontrado la tranquila
residencia que buscabas llegando a una ciudad aliada. Nadie preferirá
tu débil poder al de Euristeo. Vete. ¿Por qué te afanas? En derechura
debías ir a Argos, en donde morirás apedreado.

YOLAO

De ninguna manera; el ara del dios y la tierra libre en que estamos no
me abandonarán así.

COPREO

¿Quieres hacer más penoso mi trabajo?

YOLAO

Nunca me arrastrarás por la fuerza, ni tampoco a estos.

COPREO

Ya veremos; que, a mi juicio, también ahora te equivocas.

YOLAO

No será mientras yo viva.

COPREO

Apártate; me los llevaré contra tu voluntad, autorizado por Euristeo,
cuyos súbditos son.

YOLAO

¡Oh vosotros los que habitáis en Atenas desde los pasados tiempos!:
socorrednos, que suplicantes de Zeus Agoreo[201] nos hacen violencia,
y los ramos envueltos en lana se manchan con desdoro de la ciudad y
ofensa de los dioses.

EL CORO

¡Hola, hola! ¿Qué significa este clamor que se levanta junto al ara?
¿Anunciará, acaso, alguna calamidad?

YOLAO

Mirad a este débil anciano tendido en tierra; ¡ay de mí, desdichado!

EL CORO

¿Qué desgracia te ha postrado?

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

YOLAO

Este, ¡oh extranjeros! en cuya tierra busco hospitalidad, despreciando
vuestros dioses, me arrastra con violencia desde el vestíbulo del ara
de Zeus.

EL CORO

¿De dónde, ¡oh anciano!, has venido a esta tetrápolis[202] y en busca
de sus habitantes? ¿Acaso de la región opuesta os ha traído el marino
remo, dejando las costas de la Eubea?

YOLAO

No vivo en ninguna isla, ¡oh extranjeros!; desde Micenas hemos venido a
este país.

EL CORO

¿Qué nombre, ¡oh anciano!, te daba el pueblo de Micenas?

YOLAO

Quizá hayáis oído hablar de Yolao, el escudero de Heracles; no es
oscuro su nombre.

EL CORO

En efecto, lo he oído antes; mas di cúyos son los hijos impúberes que
te acompañan.

YOLAO

Son hijos de Heracles, ¡oh extranjeros!, que recurren suplicantes a ti
y a tu ciudad.

EL CORO

¿De qué necesitan, dime? ¿Impetran algo de esta ciudad?

YOLAO

Que no los entregue ni los arranquen a la fuerza de tus templos para
llevarlos a Argos.

COPREO

Pero ninguna de tus razones satisfará a tus dueños, a quienes debes
obediencia en dondequiera que te encuentren.

EL CORO

Preciso es, ¡oh extranjero!, respetar a los suplicantes, y no
obligarles a abandonar a la fuerza la mansión de los dioses; no lo
sufrirá la Justicia venerable.

COPREO

Expulsa, pues, de aquí a estos súbditos de Euristeo y no apelaré a
medios violentos.

EL CORO

¡Impía es la ciudad que desprecia a extranjeros suplicantes!

COPREO

Pero sensato no entrometerse en asuntos que no interesan, y más útil es
seguir los consejos de la prudencia.

EL CORO

Después que lo sepa nuestro rey podrás hacerlo, no como intentas,
arrancando a los extranjeros de los templos sin respetar este país
libre.

COPREO

¿Quién es vuestro rey y el de esta ciudad?

EL CORO

Demofonte, hijo del ínclito Teseo.

COPREO

Pues con él trataré primero de este asunto; nada valga cuanto he dicho.

EL CORO

Helo aquí, que viene apresurado con su hermano Acamante. Ambos te oirán.

DEMOFONTE

Ya que tú, más anciano, nos precediste acudiendo a este ara de Zeus,
di: ¿qué causa ha traído aquí a tanta gente?

EL CORO

Esos suplicantes que, como ves, coronan con ramas el ara, son, ¡oh
rey!, los hijos de Heracles, y Yolao, fiel compañero de su padre.

DEMOFONTE

¿Y por qué daban tales clamores?

EL CORO

Porque este heraldo intentaba arrancarlos del ara a la fuerza; dio esos
gritos el anciano y dobló sus rodillas, obligándome a derramar lágrimas
de compasión.

DEMOFONTE

Y, sin embargo, griegos son su traje, sus galas, aunque no lo sean sus
hechos. Ahora puedes hablarme sin demora y decirme de dónde vienes.

COPREO

Soy argivo, ya que quieres saberlo. Te diré, además, el motivo que me
trae y quién me envía. Euristeo, rey de Micenas, me manda aquí para
llevarme a estos fugitivos, y mi misión, ¡oh extranjeros!, y cuanto
expondré en su apoyo, será arreglada a justicia. Yo, argivo, me llevo
estos argivos que han huido de su patria, condenados a muerte por las
leyes, que nos autorizan, como sucede en tales casos, a llevar a
ejecución nuestros fallos. Y cuando se han refugiado en los altares
de otros estados, empleamos los mismos medios, y ninguno osa atraerse
desdichas merecidas. Han venido aquí, o para aprovecharse de tu
imprudente condescendencia si con ellos la tienes, o desesperados,
temiendo el peligro que corrían, ya se haga lo que desean, ya no. No
esperan seguramente que tú, mientras conserves sana la razón, y solo
entre todos los soberanos de la Grecia cuyos dominios recorrieron, te
compadezcas de su triste situación. ¿Calcularás, pues, lo que puedes
ganar si dejas que nos los llevemos? Cuenta desde luego con todo el
numeroso ejército argivo y con el poder de Euristeo, que serán aliados
de esta república. Pero si después de oírlos te apiadas de ellos y tu
corazón se ablanda, se decidirá la cuestión por la fuerza de las armas,
para que no creas que cederemos sin apelar al hierro. ¿Qué contestarás?
¿Te han despojado los tirintios[203] y argivos de parte de tus dominios
para declararles la guerra? ¿Será, acaso, por socorrer a tus amigos?
¿Cómo podrás dar justa sepultura a los que mueran en la guerra? Mala
fama tendrás entre los atenienses si por un anciano al borde del
sepulcro, si por una sombra, por decirlo así, y por estos niños te
precipitas en tal abismo. Dirás quizá, lo cual es muy especioso, que
lo haces mirando a lo que podrá suceder más adelante. Sin embargo, es
preferible lo que te propongo; mal pelearán contra los argivos estos
niños armados cuando lleguen a la pubertad, suponiendo que así lo
esperes, y mientras tanto ha de transcurrir largo tiempo y te expones
a morir. Sigue, pues, mi consejo; sin dar tú nada, deja que me lleve lo
que me pertenece, y contrae amistad con Micenas, para que no te suceda
lo que a tus conciudadanos, que pudiendo tener aliados poderosos eligen
los más débiles.[204]

EL CORO

¿Quién fallará bien tal contienda y conocerá a fondo este litigio sin
oír a las dos partes?

YOLAO

¡Oh rey!, confesaré que soy deudor a tu patria de no leve beneficio,
pudiendo hablar y oír a mis enemigos sin correr el riesgo de ser
arrojado antes de aquí como en otras partes. No hay lazo alguno legal
entre este y nosotros; en nada dependemos de Argos, habiéndose cumplido
el decreto que de allí nos desterraba; ¿cómo podrá reclamarnos en
justicia como argivos, cuando nos han expulsado de nuestra ciudad?
Ahora somos extranjeros; ¿creéis justo lanzar de los confines de la
Grecia, para que padezcan la pena del destierro, a todos los que
lo han sido de Argos? No, seguramente, de Atenas, que por miedo a
los argivos no será tan inhumana con los hijos de Heracles, ni como
Traquinia, o la pequeña plaza aquea, de donde tú, sin derecho alguno,
exagerando el poder de Argos como ahora, nos expulsaste cuando nos
refugiamos en ellas suplicantes dentro de los altares. Si logras tu
deseo y los atenienses lo aprueban, no diré jamás que Atenas es una
ciudad libre. Conozco bien cómo piensan y sienten estos ciudadanos;
preferirán morir si el honor, en los hombres dignos, vale más que la
vida. Pero no hablemos de esto; odioso es alabar sin tasa, y así me
parecía cuando me ensalzaban demasiado. Quiero ahora demostrarte que
debes proteger a estos suplicantes como rey de Atenas. Piteo es hijo
de Pélope; de Piteo nació Etra, y de Etra tu padre Teseo. Veamos ahora
cuál es el linaje de los heráclidas. Heracles era hijo de Zeus y de
Alcmena, y Alcmena de Pélope. Así, eran primos tu padre y el de estos
niños. El parentesco te une, pues, a ellos, ¡oh Demofonte! Pero además
de los deberes que te impone, te indicaré otros que debes cumplir;
aludo ahora a la navegación que su padre hizo con Teseo cuando era
yo su escudero, en demanda de cierto tahalí,[205] origen de muchas
desgracias, y el servicio que te prestó sacándolo de las oscuras
mansiones del infierno,[206] como toda la Grecia puede atestiguarlo.
Por cuyos beneficios a su vez te piden que no los entregues a sus
enemigos ni consientas que los arranquen a viva fuerza de tus templos y
los expulsen de aquí. Sería para ti vergonzoso y una desdicha para tu
ciudad que tus parientes, cuando imploran el favor de Zeus, desterrados
y errantes (¡ay de mí, ay de mis males; míralos, míralos!), fuesen
víctimas de la violencia. Ruégote, pues, tocándote con este ramo, que
no abandones a los hijos de Heracles, que demandan tu ayuda, sino que
vean en ti un pariente, un amigo, un padre, un hermano, su señor; todo
esto es preferible a caer otra vez en manos de los argivos.

EL CORO

Al oírlo muévenme a lástima sus males, ¡oh rey! Ahora me he convencido
como nunca de que la fortuna vence a la nobleza, pues estos, hijos del
mejor de los padres, son infelices sin merecerlo.

DEMOFONTE

Tres razones, ¡oh Yolao!, me inducen a no rechazaros: la primera y
principal es Zeus, en cuya ara te has refugiado, protegiendo a estos
tiernos hijuelos; después, el parentesco y la deuda antigua que tengo
con ellos de hacerlos el bien, agradecido a su padre; y por último,
la torpe fama que de lo contrario ganaría, lo cual debo evitar a todo
trance. Si consiento que un extranjero se los lleve del ara a la
fuerza, nadie creerá que este país es libre, sino que he vendido a unos
suplicantes por miedo a los argivos, infamia digna de la horca. ¡Ojalá
que tu llegada hubiese sido más feliz!; pero así y todo no tiembles,
que nadie te arrebatará de aquí con violencia, ni a esos niños
tampoco. Y tú vuelve a Argos, y dilo así a Euristeo: si acusa a estos
extranjeros de algún delito, se le hará justicia; pero llevártelos,
nunca.

EL HERALDO

¿Y si mi pretensión es fundada y te convence?

DEMOFONTE

¿Cómo ha de serlo nunca arrancar a un suplicante de los altares?

COPREO

Luego para mí solo es la vergüenza, sin daño tuyo.

DEMOFONTE

Seguramente lo sería para mí, si consiento que te los lleves.

COPREO

Relégalos, pues, de tu territorio, y entonces nos los llevaremos.

DEMOFONTE

Necio eres, si piensas saber más que los dioses.

COPREO

Según parece, este es el refugio de todos los malos.

DEMOFONTE

Asilo de todos es el templo de los dioses.

COPREO

No pensarán así los de Micenas, por ventura.

DEMOFONTE

¿No soy yo aquí soberano?

COPREO

Siempre que no los ofendas, si presumes de prudente.

DEMOFONTE

Pero me importa, si no soy sacrílego.

COPREO

No deseo que te muevan guerra los argivos.

DEMOFONTE

Y, sin embargo, tales son mis sentimientos; no los abandonaré.

COPREO

No obstante, me apoderaré de ellos, y me los llevaré.

DEMOFONTE

No será fácil tu vuelta a Argos.

COPREO

Pronto lo sabré, haciendo la prueba.

DEMOFONTE

Guárdate de tocarles, si no quieres llorar también pronto.

EL CORO

No, por los dioses; no osarás maltratar a un heraldo.

DEMOFONTE

Sin duda, si no aprende a conducirse con humildad.

EL CORO

Vete. Tú, ¡oh rey!, no le toques.

COPREO

Voyme. Poco vale uno solo en la pelea; pero vendré con numeroso
ejército de argivos, cubiertos de bronce, que me esperan infinitos,
armados de clípeos, y el mismo rey Euristeo, que se pondrá a su frente,
y que me aguarda en los últimos límites de Alcátoo,[207] preparado a
todo evento. Cuando conozca la injuria que le haces, terrible será para
ti y para los ciudadanos, y para esta tierra y estos árboles; inútiles
serían tantos jóvenes como hay en Argos si no te castigáramos.

DEMOFONTE

Vete enhoramala; que no me infunde miedo tu ciudad de Argos. Nunca de
aquí, llenándome de ignominia, arrancarás a estos a la fuerza: que
gobierno una ciudad libre, no sujeta a los argivos.

EL CORO

Tiempo tienes de reflexiones, antes que el ejército argivo se acerque
a nuestro territorio; esforzados en la guerra son los de Micenas, y en
vista de lo ocurrido lo serán mucho más; y como es costumbre de los
heraldos exagerarlo todo, es probable que diga al rey, entre otras
cosas, que ha sufrido bárbaros tratamientos, y quizá que ha estado a
punto de perder la vida.

YOLAO

Nada es tan honroso para los hijos como haber nacido de un padre bueno
y valiente, y casarse con mujeres que pertenezcan a familias honradas.
El que, dominado por pasión libidinosa, se junta con los malos, no
oirá mis alabanzas, ya que por disfrutar de vituperable deleite deja
sin honra a sus hijos. Más preserva del infortunio la nobleza de la
estirpe que la oscuridad del nacimiento. Nosotros, víctimas de males
extremos, hemos hallado amigos y parientes que solos nos defienden en
toda la Grecia, a pesar de ser tan grande y tan ensalzada. Dadles, ¡oh
niños!, vuestra diestra; dádselas, y vosotros a ellos, y andad juntos.
¡Oh hijos!, nos han probado su amistad; si algún día tenéis la dicha
de volver a vuestra patria y habitar vuestros palacios, y alcanzáis
los honores de que disfrutaron vuestros padres, acordaos siempre de
que fueron bondadosos y os salvaron, y no empuñad contra su país lanza
hostil, teniendo presentes tales beneficios, sino amadlos más que a
nadie. Dignos son de vuestra estimación, ya que nos han librado del
pueblo pelásgico y de su inmenso poder, concitando su odio, y que, al
veros miserables y sin hogar, no os entregaron a vuestros enemigos ni
os expulsaron de su suelo. Yo, por mi parte, ahora que vivo y cuando
muera, ¡oh amigo!, te alabaré en presencia de Teseo; lo llenaré de
alegría refiriéndole todo lo ocurrido, ya que nos acogiste humano y
has socorrido a los hijos de Heracles, y porque, generoso, conservas
en la Grecia la gloria de tu padre, y, nacido de claro linaje, no
lo deshonras. Quizás, entre muchos, solo encuentres uno que no sea
inferior a tu padre.

EL CORO

Siempre este país ayuda a los débiles; los protege la justicia. Así
ha sufrido por sus aliados innumerables trabajos, y ahora veo ya otra
lucha que amenaza.

DEMOFONTE

Y tú has dicho bien, anciano, y espero que cumplirán los deberes a que
has aludido. Yo, por mi parte, convocaré la asamblea de los ciudadanos
todos, y tendré preparado, para oponer al ejército de Micenas,
numerosas tropas. Enviaré primero espías para que no me encuentren
desprevenido, ya que los de Argos son ágiles guerreros, y celebraré los
sacrificios, congregados los adivinos. Entra tú en el palacio con los
niños y deja el ara de Zeus, que no faltará quien te ampare, aunque yo
me ausente. Anda, pues, al palacio, anciano.

YOLAO

No abandonaré el ara; como suplicantes permanecemos aquí, para que tu
ciudad consiga la victoria; iremos adonde deseas cuando deis glorioso
término a esta lucha; los dioses que nos auxilian, ¡oh rey!, no son
inferiores a los de los argivos; y si entre ellos la primera es Hera,
esposa de Zeus, tenemos de nuestra parte a Atenea. Yo aseguro que para
obtener buen éxito en esta empresa es muy importante invocar a los
dioses más poderosos, porque Palas no consentirá que se le humille.

EL CORO[208]

_Estrofa._ — Si te llena de orgullo tu poder, a otros es indiferente,
¡oh extranjero de Micenas!; no temas que tus palabras jactanciosas me
aterren. Nunca lograrás amedrentar a la famosa Atenas, la de bellos
coros. Y tú eres un insensato, y el hijo de Esténelo, el tirano de
Argos.

_Antístrofa._ — Que has llegado a una ciudad en nada inferior a la
tuya, para arrancar con violencia a desterrados que suplican a mis
dioses y se refugian en mi país, siendo tú también extranjero, y no
obedeces a nuestros reyes ni es justo lo que reclamas. ¿Cómo podrán
nunca aprobarlo los hombres prudentes?

_Epodo._ Pláceme la paz; pero te digo, ¡oh necio rey!, que si vienes a
buscarnos no quedará impune tu osadía. Tú solo no estás armado de lanza
y de clípeo cubierto de bronce. Sin embargo, no me agrada la guerra.
No molestes a mi ciudad, floreciente con los dones de las Gracias, sino
modérate, como debes.

YOLAO

¡Oh hijos!, ¿por qué venís, mostrando tanta ansiedad en vuestros ojos?
¿Me anunciaréis algo nuevo de los enemigos? ¿Se pondrán en marcha?
¿Están aquí ya? ¿Qué sabéis? No serán vanas las amenazas del heraldo;
su general, favorecido antes de la fortuna, vendrá, lo sé bien, y no
con pocas pretensiones, a hacer a Atenas la guerra. Pero Zeus castiga a
los soberbios.

DEMOFONTE

Han llegado el ejército argivo y su rey Euristeo; yo los he visto.
Conviene que el buen general, si sabe su deber, no observe a sus
enemigos con ojos ajenos. Aún no acampan sus tropas en estas llanuras,
sino en la pendiente de un collado, y espía (según presumo) la ocasión
oportuna para traer aquí su ejército y situarse en lugar seguro. Por mí
parte, bien prevenido me halla: armados estamos, prontas las víctimas
que se han de inmolar a los dioses, y ya los adivinos purifican
la ciudad para ahuyentar a los enemigos y salvarla. Y aun cuando
sean diversos los oráculos, todos claramente convienen en mandarme
sacrificar a Perséfone, hija de Deméter, una virgen de noble estirpe.
Decidido, como ves, estoy a defenderte; pero ni mataré a mi hija, ni
obligaré a ningún ciudadano a hacerlo contra su voluntad: ¿quién, en
efecto, pierde la razón hasta el punto de entregar a la muerte a los
hijos, que tanto se aman? Y ahora podrías observar agitadas asambleas,
sosteniendo unos que es justo socorrer a los extranjeros, y otros que
me acusan de imprudente; si realizo, pues, lo que deseo, sobrevendrá
una guerra civil. Considera todo esto, y pensemos ambos en los medios
de salvarte, así como a esta región, sin exponerme a las reconvenciones
de los ciudadanos. No soy tirano, como sucede entre los bárbaros; si es
justo lo que hago, justos serán conmigo.

EL CORO

¿Se oponen acaso los dioses a que esta ciudad, a pesar de sus deseos,
socorra pronto a los extranjeros?

YOLAO

¡Oh hijos!, parecemos navegantes que habiendo escapado de tempestad
violenta, tocan la tierra con sus manos, y los vientos y la mar los
rechazan. Tal es nuestra triste suerte después que, ya en salvo,
pisamos la ribera. ¡Ay de mí! ¿A qué me lisonjeaste, ¡oh mísera
esperanza!, si no habías de ser nunca realidad? Perdón merece Demofonte
si no quiere sacrificar a las hijas de los ciudadanos; alabo su bondad
y la de sus conciudadanos; y si mi desgracia es obra de los dioses,
no por eso será menor mi agradecimiento. ¡Oh hijos, no sé qué hacer
por vosotros! ¿Adónde nos dirigiremos? ¿Qué dioses no hemos coronado?
¿A qué ciudad bien guardada no recurrimos? Moriremos, ¡oh hijos!; nos
entregarán sin duda. Poco me cuido de mi suerte, si debo morir, a no
ser por el gozo que sentirán mis enemigos; pero deploro la vuestra y os
compadezco, ¡oh hijos!, y a la vieja Alcmena, madre de vuestro padre.
¡Oh infortunada por tu larga vida, e infortunado yo también, que tanto
he sufrido inútilmente! Oblíganos, sí, oblíganos el destino a caer
en manos de nuestro enemigo, y a morir miserable y torpemente. ¿Pero
sabes tú un remedio a nuestros males, ya que todavía no he perdido
por completo la esperanza de salvarlos? Entrégame a los argivos; por
ellos, ¡oh rey!, no te expongas al peligro, y que mis hijos se libren
de la muerte; yo no debo amar la vida; piérdola, pues. Mucho anhela
Euristeo, hombre sin entrañas, apoderarse de mí e injuriarme, por haber
sido compañero de Heracles. El sabio prefiere enemistarse con el sabio,
no con el necio, porque hasta el más despreciable encuentra en aquel
protección.[209]

EL CORO

¡Oh anciano!, no acuses a esta ciudad, que si pudiera sernos útil
vender a los que imploran nuestra ayuda, nos cubriría de infamia.

DEMOFONTE

Generoso es lo que has dicho, pero imposible. Ese rey no ha traído aquí
su ejército para cautivarte. ¿Qué ganaría Euristeo dando muerte a un
anciano? Solo quiere matar a los heráclidas. Tremenda amenaza es para
los enemigos la existencia de hijos esforzados y nobles que no olvidan
las injurias de su padre, y así lo habrá pensado Euristeo. Quizás se te
ocurra algún otro remedio, porque no sé qué hacer, conociendo ya los
oráculos, y me embarga el miedo. (_Vase_).

MACARIA[210]

Extranjeros, no atribuid a audacia mi venida; es mi primer ruego, pues
la mayor gloria de una mujer es el silencio y la modestia y vivir
tranquila en su casa. Pero he salido al oír tus lamentos, ¡oh Yolao!,
aunque mi linaje no me impusiese ese deber. Sin embargo, en cierto modo
soy a propósito para cumplirlo, porque he puesto todo mi cariño en mis
hermanos, y quiero saber también por mí misma si te atormenta algún
nuevo mal, además de los antiguos.

YOLAO

¡Oh hija!, con mayor razón debo alabarte que a los demás hijos de
Heracles. Cuando creíamos que la suerte favorecía a nuestra familia,
le amenaza de nuevo peligro inevitable. Según afirma Demofonte, los
adivinos han dicho que no se ha de sacrificar toro ni novillo, sino
una virgen hija de noble padre, si todos hemos de salvarnos. Tal es
nuestra angustia, resistiéndose él a matar a sus hijas o a las de los
demás ciudadanos. Y aunque no me lo haya dicho claramente, me ha dado
a entender que si no encontramos algún medio de evitar esas desdichas,
nos encaminemos a otro territorio, que él no quiere comprometer la paz
de Atenas.

MACARIA

¿Nada debemos temer si se cumple esa condición?

YOLAO

Basta esa sola, la única que se opone a nuestra dicha.

MACARIA

Que no te espante ya el enemigo ejército de los argivos; dispuesta
estoy, ¡oh anciano!, antes que me lo manden, a morir y entregar mi
cuello al dios. ¿Qué diremos si la ciudad quiere exponerse por nosotros
a grandes peligros y nos infunde pavor la muerte, nuestro solo
recurso? ¿Qué, cuando somos causa de ajenos trabajos? No, sin duda; que
sería ridículo estar aquí gimiendo y suplicando, cuando nos engendró
tal padre, y aparecer como cobardes. ¿Quién lo creería decoroso?
Más vale, pues, hacerlo que exponer a esta ciudad (¡ojalá que nunca
suceda!) a caer en manos de sus enemigos, y perecer yo misma al fin,
después de sufrir ultrajes indignos de la hija de tan noble padre. ¿Me
desterrarán y andaré errante? Que el rubor nunca tiña mis mejillas,
si ha de decir alguno: «¿A qué vinisteis con ramos de suplicantes
si tanta afición mostráis a la vida? Alejaos, que no auxiliaremos a
pusilánimes». Y ni aunque mis hermanos muriesen y yo no, espero ser
feliz, aunque muchos, con esa esperanza, vendieron a sus amigos. ¿Quién
querría casarse con una doncella abandonada y tener hijos de ella?
Mejor es perecer que exponerme a tan indignos peligros. A algún otro
que no fuese noble, como yo, convendría esto acaso. Llevadme, pues,
adonde han de inmolarme, y coronadme, y comenzad los auspicios si os
parece, pero venced a los enemigos; pronta está mi existencia, de buen
grado, no forzada; protesto que muero por mis hermanos y por mí. Tal es
el honroso medio que he encontrado, yo que no amo la vida, para dejarla
con gloria.

EL CORO

¡Hola, hola! ¿Qué diré al oír las palabras de esta doncella valerosa,
que quiere sacrificarse por sus hermanos? ¿Quién hablará más
noblemente? ¿Qué hombre haría otro tanto?

YOLAO

¡Oh hija!, tus divinos pensamientos demuestran bien a las claras
que eres hija de Heracles, no de otro alguno. No me hacen sonrojar
tus palabras, aunque me aflija la desgracia; pero te diré cómo, en
justicia, puede hacerse esto: convoca aquí a todas tus hermanas, y que
muera por ellos la que designe la suerte, que no es razonable que tú
sola seas la víctima, sin correr las demás ese riesgo.

MACARIA

Nunca moriré por obra de la casualidad, pues no habría que agradecerlo;
no te cuides de ello, ¡oh anciano! Pero si aceptas mi ofrecimiento y
pronto queréis utilizarlo, de buen grado doy por ellos mi vida, lo cual
no haría obligada.

YOLAO

¡Ah dioses! Más generosas que antes son tus palabras de ahora, y eran,
no obstante, las mejores; pero superas en fortaleza a lo más fuerte y
eres más buena que la bondad misma. No te mando, ni prohíbo tampoco,
¡oh hija!, que te sacrifiques, pues así salvas a tus hermanos.

MACARIA

Prudente es tu resolución; no temas contaminarte llevándome al
sacrificio, que moriré por mi voluntad. Pero sígueme, que deseo morir
en tus manos y que cubras con tus vestidos mi cuerpo, que yo arrostraré
el horror de esta fúnebre ceremonia, ya que he nacido de un padre que
es todo mi orgullo.

YOLAO

Yo no podré presenciar tu muerte.

MACARIA

Ruega a estos, al menos, que no lance mi último suspiro en manos de
hombres, sino de mujeres.

EL CORO

Se cumplirá tu deseo, ¡oh virgen desdichada!, porque sería vergonzoso
para mí no cuidar de tu decoro corporal por muchas razones, por la
grandeza de tu ánimo y por ser contigo justo; que mis ojos te han
admirado y eres valerosa como ninguna. Pero si quieres despedirte de
tus hermanos y de este anciano, apresúrate a darles el último adiós.

MACARIA

Adiós, adiós, ¡oh anciano!; enseña a estos niños a ser tan sabios
como tú; nada más tengo que decirte de ellos. Mira por su vida y no
apetezcas la muerte; hijos tuyos somos, a tus manos nos hemos criado.
Ya ves cómo en edad núbil muero por salvarlos. Vosotros, mis hermanos,
sed felices y que os favorezca la suerte dándoos todo aquello que me
mueve a perder la existencia. Y honrad a este anciano y a Alcmena,
madre de mi padre, que se halla en el palacio, y a los que nos ofrecen
asilo hospitalario. Y si os conceden los dioses que os veáis libres
de tantos males, y que volváis a vuestra patria, recordad que debéis
sepultar a vuestra salvadora, sin duda con magnificencia, porque no os
ha faltado, sino al contrario, ha muerto por vuestro linaje. Vosotros,
en vez de hijos, seréis mis más gloriosos monumentos; vosotros la palma
de mi virginidad, si algo se siente bajo la tierra, y ¡ojalá que así no
sea! Si allí hemos de sufrir también trabajos, no sé adónde dirigirme,
que la muerte se mira como el mayor remedio de todos nuestros males.

YOLAO

Sabe, ¡oh tú la más animosa y magnánima de todas las mujeres!, que
serás muy honrada por nosotros mientras vivas y después de muerta.
Y, adiós, temo que mis palabras ofendan a la diosa, hija de Deméter,
a quien se ha consagrado tu cuerpo. ¡Oh hijos!, llegó nuestra última
hora; el dolor hiela nuestra sangre; venid a mi lado y dejadme en
un asiento cubriéndome con este vestido, ¡oh hijos!, porque este
sacrificio no me agrada, y sin embargo, no podremos vivir si no se
cumple el oráculo, y aun nos expondríamos a mayor peligro, lo cual en
esta situación sería una verdadera calamidad.

EL CORO

_Estrofa._ — Yo digo que ningún hombre es feliz ni desdichado sino por
obra de los dioses, y que no hay familia siempre dichosa; uno a otro
se suceden los golpes del destino, que humilla al afortunado y eleva
al hombre oscuro. Inevitables son sus decretos; la sabiduría no puede
resistirlos, y vano es el trabajo de quien lo intente, que su desastre
no es menos seguro.

_Antístrofa._ — Pero no te postres en tierra para sufrir el rigor del
hado, ni atormentes tu alma con el más acerbo dolor; gloriosa es la
muerte de esta desventurada por sus hermanos y por Atenas, y su fama
brillará siempre entre los hombres. El sendero de la virtud es el de
los trabajos. Digno es el hijo de su padre, digno también de su noble
linaje.

UN CRIADO

¡Oh hijos, yo os saludo! ¿En dónde están Yolao y la madre de vuestro
padre?

YOLAO

Mírame cómo debo estar ahora.

EL CRIADO

¿Por qué yaces en tierra y está triste tu semblante?

YOLAO

Atormentábame cierto disgusto doméstico que acabo de experimentar.

EL CRIADO

Levántate; endereza la cabeza.

YOLAO

Viejo soy y no tengo fuerza alguna.

EL CRIADO

Vengo, sin embargo, a comunicarte gratísima nueva.

YOLAO

Pero ¿quién eres? ¿En dónde te he visto? No lo recuerdo ahora.

EL CRIADO

Soy un servidor de Hilo; ¿no me has conocido?

YOLAO

¡Oh tú el más amado! ¿Vienes, pues, a aliviar nuestras penas?

EL CRIADO

Sí; y desde este instante puedes disfrutar de tales bienes.

YOLAO

¡Oh madre de esforzado hijo!, ¡oh Alcmena!, sal y oye tan dulcísimo
mensaje, que, angustiada hace tiempo por las desdichas de los que aquí
vinieron, te consumías esperando a tus demás hijos.

ALCMENA

¿Qué significan tan desusados clamores en este recinto? ¡Oh Yolao! ¿Ha
vuelto otro heraldo de Argos? Débiles, en verdad, son mis fuerzas,
pero ten entendido, ¡oh extranjero!, que nunca mientras yo viva podrás
llevarte a mis hijos, si me han de llamar madre de Heracles; si a tanto
te atreves, no lucharás con gloria con dos ancianos.

YOLAO

Alégrate, anciana, no temas; no viene ningún heraldo de Argos a traer
nuevas hostiles.

ALCMENA

¿Por qué levantaste la voz como si tuvieras miedo?

YOLAO

Para llamarte; para que te acerques a mí y a este templo.

ALCMENA

Nada sabía. ¿Quién es este?

YOLAO

Anuncia la llegada del hijo de tu hijo.

ALCMENA

¡Salve, pues, por este mensaje! Pero si al fin vino, ¿en dónde está?
¿Qué causa le impide acompañarte y llenarme de ventura?

EL CRIADO

Dispone y ordena el ejército que manda.

ALCMENA

Sabido esto, ya nada me interesa.

YOLAO

Sí; pero yo debo informarme de todo.

EL CRIADO

¿Qué deseas saber?

YOLAO

¿Cuántos son sus auxiliares?

EL CRIADO

Muchos; no puedo decir su número.

YOLAO

¿Lo sabrán, sin duda, los generales atenienses?

EL CRIADO

Lo saben; ya ocupan su puesto en el ala izquierda.

YOLAO

¿Está el ejército preparado a la pelea?

EL CRIADO

Lejos de las filas se han llevado a las víctimas.

YOLAO

¿A qué distancia se hallan los argivos?

EL CRIADO

Se distingue claramente a su general.

YOLAO

¿Y qué hace? ¿Ordena, acaso, las tropas enemigas?

EL CRIADO

Así lo presenciamos, aunque no lo hayamos oído. Pero iré allá; líbrenme
los dioses, en cuanto pueda, de que mis señores den la batalla en mi
ausencia.

YOLAO

También yo iré contigo; los dos pensamos, sin duda, ayudar a nuestros
amigos.

EL CRIADO

No debías decir tal necedad.

YOLAO

¿Por qué no he de tomar parte con mis amigos en lo más recio de la
pelea?

EL CRIADO

La vista sola no hiere, si la mano está quieta.

YOLAO

¿Cómo, pues? ¿No heriré yo también si asisto a la batalla?

EL CRIADO

No digo que no, pero podrías caer antes.

YOLAO

No habrá enemigo que me resista.

EL CRIADO

No tienes ya la fuerza de otros tiempos.

YOLAO

Pelearé, no obstante, con igual número que en otras épocas.

EL CRIADO

De poco servirás a tus compañeros.

YOLAO

No me detengas cuando estoy dispuesto a hacer algo por ellos.

EL CRIADO

Acaso, aunque quieras, será inútil tu ayuda.

YOLAO

Puedes decir cuanto te plazca, pero no me harás desistir de mi
propósito.

EL CRIADO

¿Cómo te has de oponer, inerme, a hombres armados?

YOLAO

En este palacio hay armas, botín de guerra, que manejaremos y las
volveremos a traer si sobrevivimos; que si muero, los dioses no
las reclamarán. Pero entra, y descolgándolas de los clavos que las
sustentan, vísteme cuanto antes los militares arreos; vergonzosa es
nuestra tardanza mientras pelean unos y otros se esconden de miedo.

EL CORO

El tiempo no quebranta tu ánimo, tan esforzado como antes; pero nada
vale tu cuerpo. ¿Por qué intentas valiente lo que ha de perjudicarte
y aprovechar poco a Atenas? Debes reconocer tu debilidad, hija de tus
años, y no acometer imposibles. Aunque lo desees ardientemente, no
podrás ser dos veces joven.

ALCMENA

¿Cómo, pues, insensato, quieres dejarme aquí abandonada con estos niños?

YOLAO

La pelea es para los hombres; a ti te toca cuidar de ellos.

ALCMENA

Pero si mueres, ¿cómo me salvaré?

YOLAO

Los hijos de tu hijo que sobrevivan velarán por ti.

ALCMENA

¿Y si (¡lo que no suceda!) son víctimas de nuevas desdichas?

YOLAO

Estos extranjeros nunca faltarán; nada temas.

ALCMENA

Solo en ellos confío; no en otro alguno.

YOLAO

Y Zeus, estoy seguro de ello, se conduele también de sus trabajos.

ALCMENA

¡Bah! Nada que le desagrade oirá de mí; pero bien sabe si es justo o no
conmigo.

EL CRIADO

Ya tienes aquí las armas necesarias para que te las pongas cuanto
antes; se acerca el momento de dar la batalla, y Ares odia a los
tardos; pero si temes su peso, déjalas ahora y en las filas podrás
armarte. Yo las llevaré.

YOLAO

Bien has dicho; encárgate, pues, de su custodia hasta que yo te las
pida; dame la lanza y sostén mi brazo izquierdo para dirigir mis pasos.

EL CRIADO

¿Cuándo se ha visto a un soldado a quien guían como a un niño?

YOLAO

Marchemos sin tropezar, que es señal de buen agüero.

EL CRIADO

¡Ojalá que tu vigor igualase a tu buen deseo!

YOLAO

Date prisa; sentiré mucho no asistir a la batalla.

EL CRIADO

Vacilas tú, sin duda, y no yo, aunque creas lo contrario.

YOLAO

¿Pero no ves con qué vigor ando?

EL CRIADO

Veo que tu imaginación va mucho más allá de la realidad.

YOLAO

No dirás eso cuando lleguemos.

EL CRIADO

¿Qué has de hacer? Quisiera, sin duda, que salieras con felicidad de
este trance.

YOLAO

Hiriendo a algún enemigo en la lucha.

EL CRIADO

Si llegamos allí alguna vez, temo que no.

YOLAO

¡Ay de mí! ¡Ojalá, ¡oh brazo mío!, que seas tan buen compañero como
allá en mi pubertad, cuando domaste a Troya con Heracles! ¡Ojalá que
ponga en fuga a Euristeo!: es cobarde, y no resistirá al empuje de la
lanza. No es cierta la fama de esforzados que tienen los poderosos,
creyéndose falsamente que el hombre feliz lo sabe todo bien.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh Tierra, y Luna, que luces toda la noche, y
espléndida cabellera del dios, que alumbras a los mortales!; sed hoy
mis mensajeros, y llevad al cielo mi voz, y al regio solio, y a Atenea
de ojos azules. Por mi patria, por mi hogar, por haber protegido a
suplicantes, canto el peligro que conjuraré con mi espada.

_Antístrofa 1.ª_ — Formidable es una ciudad como la de Micenas,
afortunada y célebre por sus bélicas hazañas, que arde en ira contra
mi patria; pero sería vergonzoso, ¡oh Atenas!, que entregásemos,
obedientes a los argivos, a los que suplicantes nos piden hospitalidad.
Zeus es mi aliado en esta guerra, y nada temo. Zeus, con justicia,
aprecia la rectitud de nuestras intenciones. Nunca mis dioses más
reverenciados serán inferiores a los mortales.

_Estrofa 2.ª_ — Tuyo es este suelo, ¡oh virgen veneranda!, tuyo es, y
esta ciudad, de quien eres madre, y dueña y protectora; aleja de ella
al que trajo aquí de Argos ejército enemigo, y no castigues mi piedad
consintiendo en que me expulse del hogar en que nací.

_Antístrofa 2.ª_ — Numerosos sacrificios se hacen aquí en tu honra, y
nunca nos olvidamos del día que cierra el mes, y con vasos sagrados y
coros de jóvenes celebramos tus fiestas, y en la colina que azota el
viento[211] resuenan nuestros vítores al compás nocturno de los pies
de las vírgenes.

EL CRIADO

¡Oh señora!, tráigote una nueva que oirás en un instante, la más grata
para mí: vencimos a los enemigos, y ya se erigen trofeos de todas las
armas que han caído en nuestro poder.

ALCMENA

¡Oh tú el más querido!; por la nueva que me traes, recobrarás tu
libertad. Pero aún no has disipado mi inquietud, pues no sé si viven
aquellos cuya vida me es cara.

EL CRIADO

Viven, y han ganado en el ejército gloria incomparable.

ALCMENA

Y el anciano Yolao, ¿ha sobrevivido?

EL CRIADO

Sí, y con ayuda de los dioses ha hecho brillantes hazañas.

ALCMENA

¿Cómo, pues? ¿Se ha distinguido en la batalla?

EL CRIADO

Joven se ha vuelto, siendo viejo.

ALCMENA

Me sorprenden tus palabras: pero deseo que me describas primero la
acción en que vencieron nuestros amigos.

EL CRIADO

De una vez te lo referiré todo. Después que ordenamos nuestras huestes
enfrente de los enemigos, Hilo bajó de su carro de cuatro caballos, y
colocándose a igual distancia de ambos ejércitos, ya preparados a la
pelea, habló así: «¡Oh capitán que has venido de Argos!, ¿por qué hemos
de causar daño en esta región? Ni aun perjudicarás en nada a Micenas
si la privas de un solo hombre. Yo te desafío a singular combate:
si me matas, te llevas a los hijos de Heracles, y si tú mueres, me
devolverás mi palacio y disfrutaré de los honores debidos a mi padre».
El ejército aprobó su resolución, ya por la grandeza de ánimo que
revelaba, ya mirándola como el fin de tantos males. Pero Euristeo
ni mostró su deferencia a tan justo y universal deseo, ni, siendo
general, se atrevió por cobardía a combatir con la lanza, y se condujo
indignamente. Y, sin embargo, vino a reducir a esclavitud a los hijos
de Heracles. Hilo, en virtud de su negativa, volvió a incorporarse a
las filas. Los adivinos, sabedores de que no se obtendría la paz en
singular combate, se apresuraron a sacrificar a Macaria y derramaron
sangre salutífera de humana garganta. Unos subían en los carros, otros
resguardaban sus cuerpos con los clípeos, y el rey de los atenienses,
varón esforzado, animaba así a su ejército: «¡Oh ciudadanos!: necesario
es que todos, según vuestras fuerzas, ayudéis a la patria que os
engendró y alimentó». El otro, por su parte, rogaba a sus aliados que
no deshonrasen a Argos y a Micenas. Cuando la trompeta tirrénica dio
claramente la señal y trabaron la batalla, ¡cuánto choque de escudos,
cuántas voces, cuántos gemidos! En la primera acometida, el ejército
argivo nos puso en desorden, pero después retrocedió. Pie con pie
luego, y cuerpo a cuerpo, resistían con denuedo, y caían muchos. Dos
exhortaciones se oían a un tiempo: «Vosotros los que habitáis en
Atenas; vosotros los que sembráis los campos de Argos, ¿no libraréis
de oprobio a vuestra patria?». Con trabajo y esforzándonos cuanto
nos era dable, derrotamos al ejército argivo. Entonces el viejo
Yolao, viendo a Hilo que, ansioso de pelear, se salió de las filas,
extendiendo su diestra le rogó que lo subiese en su carro, y tomando
en su manos las riendas, lo dirigió contra los caballos de Euristeo.
Lo que sucedió después lo sé por haberlo oído, no así lo demás, que yo
mismo presencié. Al atravesar la aldea de Palene,[212] consagrada a la
diosa Atenea, vio el carro de Euristeo, e hizo un voto a Hebe y a Zeus
si le devolvían el vigor de sus juveniles años y lo vengaban de sus
enemigos. Ahora sabrás el milagro: dos dioses se aparecieron en el yugo
de los caballos y envolvieron su carro en oscura nube; los más sabios
aseguran que eran tu hijo y Hebe. En efecto; el ínclito Yolao recobró
la fuerza de su brazo, alcanzando la cuadriga de Euristeo cerca de
los peñascos escironios,[213] y, atado de manos y gozoso con tan rica
presa, trajo al general enemigo, antes el hijo de la dicha. Tan feliz
casualidad anuncia a los mortales que aprendan a no llamar afortunado
al que por tal celebran antes de que muera, porque la fortuna cambia a
cada instante.

EL CORO

¡Oh Zeus!, a quien debemos estos trofeos; ya puedo, libre de espantoso
miedo, mirar el día.

ALCMENA

¡Oh Zeus!, aunque tarde, te apiadaste de mis males; agradezco tu
beneficio. Ahora me convenzo de que mi hijo vive en el cielo, lo cual
no creía antes. ¡Oh hijos!, al fin, ya libres de trabajos, no debéis
temer a Euristeo, que recibirá muerte desastrosa, y veréis la ciudad de
vuestro padre, y poseeréis su herencia, y sacrificaréis a los dioses
patrios, ya que hasta ahora no habéis podido hacerlo viviendo errantes
mísera vida. Pero decidme la oculta causa que ha movido a Yolao a
perdonar la vida a Euristeo; en mi juicio, no es prudente cautivar a su
enemigo y no castigarlo como merece.

EL CRIADO

Por honrarte y para que lo contemplasen tus ojos sujeto a tu poder, y
pendiente de tu voluntad. Lo trajo a la fuerza, no de buen grado, pues
no quería venir vivo a tu presencia y sufrir justo castigo. Alégrate,
pues, ¡oh anciana!, y acuérdate de lo que dijiste antes: dame la
libertad, porque en ocasiones como esta deben ser veraces los labios de
los ingenuos.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Grata es para mí la danza cuando suena la flauta en el
festín; grata es también Afrodita, y dulcísimo ver dichosos a nuestros
amigos, humillados antes. Poderosa entre los hombres es la Parca, que
decreta nuestra muerte, y el Tiempo, hijo de Cronos.

_Antístrofa 1.ª_ — Con razón, ¡oh ciudad! (esto nunca debe aplazarse),
adorarás a los dioses; insensato es el que se oponga a ello mediante
tales pruebas, y cuando con gloria nuestra el dios nos exhorta a
hacerlo, quebrantando para siempre la soberbia de los malvados.

_Estrofa 2.ª_ — En el cielo vive tu hijo, ¡oh anciana! (nunca pienses
que ha bajado a la morada de Hades, cuando llama ardiente consumió su
cuerpo), y Hebe[214] es la amada compañera de su lecho en el palacio de
oro. ¡Oh Himeneo!, tú has llenado de gloria a dos hijos de Zeus.

_Antístrofa 2.ª_ — Igual es la suerte de muchos mortales; si dicen que
Palas protegió a Heracles, su ciudad y su pueblo salvaron a sus hijos
castigando la insolencia de un hombre que, dominado de furor violento,
llegó a hollar la Justicia. Que nunca sean insaciables mi espíritu ni
mi corazón.

EL MENSAJERO

¡Oh señora!, aunque ya lo veas, te diré, sin embargo, que te traemos
a Euristeo cuando menos lo esperabas y él también. Jamás creyera caer
en tus manos cuando salió de Micenas al frente de sufrido ejército,
arrastrado por su orgullo, no por su sed de justicia, para derribar
a Atenas; pero el cielo lo dispuso de otro modo, retirándole su
protección. Hilo y el valiente Yolao han consagrado a Zeus vencedor
triunfal estatua, y me ordenaron que te presentase el prisionero para
complacerte. Dulcísimo es contemplar desdichado a un enemigo, antes
feliz.

ALCMENA

¡Hombre odioso, ya estás aquí; al fin caíste en poder de la Justicia;
vuelve primero hacia mí tu rostro, y ten valor bastante para mirar
cara a cara a tus enemigos; en nuestros manos estás, no nosotros en
las tuyas! ¿Eres, acaso, aquel (pues quiero saberlo) que osó, ¡oh
malvado!, afrentar a mi hijo, esté en donde estuviere? ¿Qué tormento no
le hiciste sufrir? ¿No lo mandaste en vida a los infiernos, y a matar
hidras y leones? Omito por brevedad otros males que le causaste. Y no
contento con esto nos rechazaste de toda la Grecia a mí y a mis hijos
cuando éramos suplicantes, ancianos los unos, de tierna edad los otros.
Pero tropezaste con una ciudad y con unos hombres libres, que no te
temieron. Debes morir miserablemente y siempre ganarás, que no debías
perecer una sola vez, siendo tantos tus crímenes.

EL MENSAJERO

Tú no puedes decretar su muerte.

ALCMENA

Inútil ha sido entonces qué lo cautivemos. ¿Qué ley prohíbe inmolarlo?

EL MENSAJERO

La voluntad de los principales de este país.

ALCMENA

¿Por qué, pues? ¿Reputan acaso torpe matar a los enemigos?

EL MENSAJERO

Así lo creen, tratándose de un prisionero de guerra.

ALCMENA

¿Hilo lo consiente?

EL MENSAJERO

Debe respetar las costumbres de esta ciudad.

ALCMENA

Lo cierto es que no debía vivir ni ver más la luz.

EL MENSAJERO

En un principio no se le hizo justicia, conservándole la vida.

ALCMENA

Luego conviene imponerle la pena que merece.

EL MENSAJERO

No hay quien lo mate.

ALCMENA

Yo misma; por lo menos me cuento en el número de los vivos.

EL MENSAJERO

Te expondrías a oír duras reconvenciones si lo hicieras..

ALCMENA

Amo a esta ciudad, y en ninguna otra cosa me opondré a sus decretos;
pero no hay mortal que lo arranque de mi poder, ya que en él ha caído.
Diga, pues, quienquiera que soy audaz y orgullosa más de lo justo; a
pesar de todo lo haré.

EL CORO

Confieso, en verdad, que es grande y disculpable, ¡oh mujer!, el odio
que profesas a este hombre.

EURISTEO

Te advierto, Alcmena, que no he de adularte, ni por salvar mi vida
incurrir en la nota de cobardía. No por mi voluntad me empeñé en esta
contienda (yo sabía que Demofonte era sobrino tuyo y pariente de tu
hijo); pero quisiera o no, Hera, que es diosa, me inspiró ese odio
tenaz contra Heracles; cuando rompí con él y conocí la lucha que me
amenazaba, maquiné muchos males en su daño, siempre fraguándolos en
el silencio de la noche, para que, vencidos y muertos mis enemigos,
pudiese vivir tranquilo en adelante, aun sabiendo que tu hijo no era un
hombre vulgar, sino un varón esforzado. Aunque haya sido mi enemigo,
nunca ofenderán mis labios a un héroe tan verdadero. Muerto él, ¿debía
yo, detestado de estos herederos de su odio, descansar un momento hasta
desterrarlos y matarlos, acumulando sobre ellos todo linaje de males?
Solo así podía salvarme. Tú misma, si te pones en mi lugar, ¿no serías
el perpetuo azote de los hijuelos de ese león odioso? ¿Los dejarías
vivir tranquilos en Argos? Nadie lo creerá. Ahora, pues (ya que no
me mataron antes cuando estaba dispuesto a morir, como acostumbran
los griegos), si me sacrifican no será piadoso mi verdugo, y los
ciudadanos, obrando con prudencia, me han concedido la libertad, más
atentos a honrar a los dioses que a dejarse llevar de su odio. Ya has
oído mi réplica, por la cual comprenderás que debes mirarme como a
valeroso suplicante. Tal es la disposición de mi ánimo, que si no deseo
la muerte, tampoco sentiré perder la vida.

EL CORO

De buen grado te aconsejaría, ¡oh Alcmena!, que dieses libertad a este
hombre, mostrando tu deferencia a los ciudadanos.

ALCMENA

¿Y si hay medio de que muera y al mismo tiempo de complacerlos?

EL CORO

Sería lo mejor; pero ¿cómo puede ser eso?

ALCMENA

Fácilmente te convenceré: después que yo lo mate entregaré el cadáver a
sus amigos, que han de reclamarlo; de esta manera, por lo que hace a su
cuerpo exánime, respetaré las costumbres de este país, y dándole muerte
me pagará lo que me debe.

EURISTEO

Mátame, que no te rogaré lo contrario; pero ya que los ciudadanos
me han restituido la libertad, y llenos de respeto no han querido
inmolarme, les descubriré un oráculo antiguo de Apolo, que acaso
más adelante pueda aprovecharles. Me sepultaréis, cuando muera, en
el lugar señalado por el destino, delante del templo de la divina
virgen palénide.[215] Y a los atenienses seré siempre propicio, y en
mi sepulcro bajo tierra les serviré, y perseguiré cruelmente a los
descendientes de los heráclidas cuando vinieren aquí con numeroso
ejército, sin acordarse de este beneficio. ¡Tales son los extranjeros
a quienes protegéis! ¿Cómo, pues, sabiendo lo que había de suceder, he
venido aquí sin respetar el oráculo? Pensaba que Hera sería superior a
él y no me vendería. Pero no consientas que me hagan libaciones, ni
que en mi túmulo se derrame sangre; yo haré que quien me desobedezca
sea desdichado a su vuelta en castigo de su inhumanidad, y conmigo
ganaréis en dos sentidos cuando muera; a saber: protegiéndoos y
haciendo daño a estos.

ALCMENA

¿Por qué, pues, vaciláis si sabéis de sus labios que matándolo decreta
el destino que salve a vuestra ciudad y a vuestros descendientes?
Segurísima es la senda que os traza; ahora vuestro enemigo será, al
morir, vuestro amigo. Lleváoslo, pues, servidores, y cuando expire
echadlo a los perros. No volverás ya en vida a desterrarme de mi patria.

EL CORO

Paréceme bien. Andad, servidores; absteniéndonos nosotros, nuestros
reyes estarán libres de esa mancha.[216]




RESO


ARGUMENTO

La fábula o acción de esta tragedia está tomada del canto o libro X
de _La Ilíada_, y expone dramáticamente las dos muertes de Dolón y de
Reso, troyano el primero, que se propone robar el carro y los caballos
de Aquiles, y rey tracio el segundo, que llega en la misma noche al
campamento de Héctor. Los dos mueren a manos de Odiseo y de Diomedes,
que habían penetrado a favor de las tinieblas en el campamento troyano,
y el último principalmente por consejo y a instigación de Atenea, que
se aparece a los dos griegos y los salva. Reso, hijo de una de las
Musas y del río Estrimón, es la verdadera víctima trágica del destino,
porque sabiendo su madre la suerte que le esperaba en Troya, y habiendo
intentado vanamente disuadirlo de su propósito, no lo consigue, y
parece como que estaba decretada su muerte. Rey Reso, y rey poderoso,
y además de origen divino por sus padres, el poder fatal del destino,
que se burla del orgullo humano y lo humilla o anonada, muéstrase
aquí conforme con la índole característica de este linaje de obras
dramáticas.

La trama o el tejido de la acción es sencillo y sobrio, sin notables ni
numerosas peripecias, ni sobresale tampoco por sus pasajes patéticos,
en que más descuella Eurípides, si se exceptúa la intervención final
de la Musa, madre de Reso, ante el cadáver de su hijo, bien trazada
y expuesta, digna de su autor, y calculada hábilmente para dejar en
los espectadores la impresión dolorosa propia de tales composiciones
poéticas. Sin embargo, ninguno de los dos personajes más conspicuos
del drama, ni Héctor ni Reso, logran inspirarnos interés ni simpatía,
ni se ajustan tampoco a la idea que teníamos de ellos, y en particular
el primero, que en nada se asemeja al Héctor del poema inmortal de
Homero. El ingenio y el arte incomparables de este poeta brillan sin
rival en la creación y diversidad infinita de sus héroes, ninguno de
ellos abstracción sensible, seca, vaga ni confusa, sino individuos
reales, distintos unos de otros, y de personalidad tan característica,
casi tan palpable, que se nos figura conocerlos todos como si los
hubiéramos visto y tratado. El Héctor de _La Ilíada_, valeroso, modesto
y bueno, nos es más simpático que el mismo Aquiles, y en esta tragedia,
ambos monarcas, orgullosos, fanfarrones e hinchados con su poder y con
su grandeza, más mueven en nosotros la antipatía que la admiración o la
benevolencia. Como carácter dramático, parécenos mejor el del cochero
de Reso, muy natural y muy propio de su situación y de su clase.

Mucho se ha discutido también, e inútilmente, a nuestro juicio,
acerca de la autenticidad de esta tragedia de Eurípides, negándole
algunos críticos y eruditos sus títulos legítimos de paternidad por su
demérito, comparada con otras composiciones del mismo autor.

Desde luego se comprende que su inferioridad respectiva no es ni puede
ser por sí sola argumento suficiente para demostrar tal aserto, porque
la juventud y la consiguiente inexperiencia de literatos, de poetas y
de artistas puede influir sobremanera en el valor de sus obras, como
influye también evidentemente en las de su vejez, y como lo confirman
numerosos ejemplos. Aun en igual edad de la vida coexisten muchas
causas que alteran y pueden alterar notablemente las facultades del
hombre en general y diferenciar sensiblemente sus creaciones, en más
o en menos, sin dejar por eso de ser suyas. Y las hay, en efecto, tan
desemejantes que algunas, a no constar fijamente que lo son, serían
unánimamente rechazadas si no lo asegurasen pruebas fidedignas.

Pero cuando la duda o la disputa versa sobre obras muy antiguas,
como esta, no hay otro recurso que atenerse a la opinión de su
autenticidad, afirmada constantemente por testimonios autorizados
desde los coetáneos, o más próximos, hasta nuestros días. En _Las
Didascalias_, o escritos diversos griegos conservados y relativos al
arte escénico, y empezando por Aristóteles, de peso enorme en esta
cuestión en todos conceptos, siempre se ha atribuido este drama a
Eurípides sin contradicción ninguna seria y atendible, puesto que no
merece ese dictado la de ningún escoliasta, sea el que fuere. Propio
y característico de Eurípides es la intervención de los dioses en la
acción en ocasión apurada, y en forma poco respetuosa y reverente,
como la de Atenea; sus alardes democráticos contra los monarcas; sus
lisonjas a los atenienses, como las de la Musa, madre de Reso, en su
plegaria; el conjunto y el corte, por decirlo así, de la ostentación
de sus conocimientos astronómicos; el diálogo irónico y eminentemente
dramático de Palas y de Paris, y hasta el pensamiento y las palabras de
la Musa al hablar de los padres que no tienen hijos iguales a los de
Andrómaca. Y si carece, por último, de prólogo, siéndonos desconocida
la causa de su existencia y de la fecha del primero que escribiera,
no hay fundamento bastante para conceder a tan liviano razonamiento
exagerada importancia.

El año de la representación de esta obra dramática es desconocido, y
por tanto, solo puede sensatamente suponerse que hubo de ser en la
primera juventud del poeta, puesto que si se supiera de cierto, dejaría
de ser una presunción y se convertiría en rotundo aserto.


PERSONAJES

  CORO DE CENTINELAS TROYANOS.
  HÉCTOR, _hijo de Príamo._
  ENEAS, _hijo de Anquises y de Afrodita, yerno de Príamo._
  DOLÓN, _troyano._
  UN MENSAJERO.
  RESO, _hijo del Estrimón, río tracio, y de una Musa._
  ODISEO, _rey de Ítaca._
  DIOMEDES, _hijo de Tideo._
  ATENEA.
  PARIS, _hijo de Príamo._
  EL COCHERO DE RESO.
  UNA MUSA, _madre de Reso._


La acción pasa en el campamento troyano, cerca de Troya.




  Es de noche, y se ve en el teatro la tienda de Héctor.


EL CORO[217]

Que algún vigilante del rey que no duerma entre en la tienda de Héctor
y le pregunte si quiere oír un mensaje de los soldados que velan por
todo el ejército en la cuarta vigilia de la noche. Levanta la cabeza,
apóyate en el codo, abre tus ojos feroces; abandona, ¡oh Héctor!, tu
lecho de hojas extendido en el suelo, que es tiempo de oírme.

HÉCTOR

¿Quién es?; ¿por ventura una voz amiga? ¿Quién es este hombre? Di la
seña; sepamos quiénes son los que en las tinieblas se acercan a nuestro
lecho.

EL CORO

Los vigilantes del ejército.

HÉCTOR

¿Por qué mueves tal tumulto?

EL CORO

Ten confianza.

HÉCTOR

La tengo. ¿Se temen acaso asechanzas nocturnas?

EL CORO

Aún no.

HÉCTOR

¿Y por qué razón, abandonando tu puesto, turbas el ejército si no
tienes que comunicarme nueva alguna? ¿Ignoras que nuestros soldados,
inmediatos a los griegos, pasan la noche sobre las armas?

EL CORO

Cíñete tu espada, Héctor; ve a las tiendas de tus aliados; exhórtales
a que empuñen la lanza, despiértalos, envía a tus amigos para que
vengan a reunirse a tu cohorte; poned los frenos a los caballos. ¿Quién
irá en busca del hijo de Pántoo,[218] o del de Europa,[219] capitán
de los guerreros licios?[220] ¿En dónde están los que inspeccionan
las víctimas? ¿En dónde los que mandan las tropas ligeras? Vosotros,
flecheros frigios, atad los nervios a los arcos de cuerno.

HÉCTOR

En parte amedrentas a quienes te oyen, en parte nos animas; pero no te
explicas con claridad. ¿Te ha herido el trémulo látigo del crónida
Pan,[221] y alborotas al ejército, abandonando tu nocturno puesto? ¿Qué
hablas? ¿Qué novedad anuncias? Aunque no has dicho poco, no se entiende
lo que deseas.

EL CORO

Todas las noches, ¡oh Héctor!, brillan los fuegos en el campamento
griego, y las antorchas alumbran las estaciones navales. Y todo el
ejército se acerca con tumulto a la tienda de Agamenón, ansioso de oír
alguna nueva orden. Nunca antes ha habido en la armada tal algazara.
Yo, pues, temiendo algún ataque, he venido a anunciártelo, para que no
acuses mi negligencia.

HÉCTOR

A tiempo has llegado, a pesar de tus nuevas, que espantan; sin duda
esos guerreros quieren huir de aquí navegando a favor de las tinieblas,
y se aprestan a emprender la fuga ocultándose de mi vista; alégranme
las antorchas nocturnas. ¡Oh deidad que me arrebatas la victoria, como
a león su presa, antes de aniquilar con esta lanza todo el ejército
griego! Si no me lo hubiesen impedido los brillantes rayos del sol, no
hubiera dejado mi lanza vencedora sin incendiar sus naves y recorrer
sus tiendas, matando a mis enemigos con esta mano mortífera. Pronto
estaba a pelear de noche y aprovecharme de mi fortuna, a no detenerme
los sabios y los adivinos que conocen las voluntades de los dioses,
persuadiéndome que esperase la luz del día, para no dejar aquí griego
alguno. Ellos no aguardan el cumplimiento de los pronósticos de mis
arúspices, que la oscuridad es preciosa para los fugitivos. Conviene
formar cuanto antes al ejército; que los soldados tomen las armas y se
abstengan del sueño, para que los sitiadores, saltando en las naves,
heridos por la espalda, manchen las escalas con su sangre, y para que
otros, cautivos cargados de cadenas, aprendan a labrar los campos de
los frigios.

EL CORO

Te precipitas, Héctor, antes de saber con certeza lo que sucede; aún no
estamos seguros de la huida de los griegos.

HÉCTOR

¿Por qué, pues, brillaron en su campamento esos fuegos?

EL CORO

No lo sé; pero me infunden sospechas.

HÉCTOR

Todo lo temerás, si temes esto.

EL CORO

Nunca nuestros enemigos encendieron antes tantas hogueras.

HÉCTOR

Ni tampoco antes, con vergüenza suya, fueron derrotados como ahora.

EL CORO

Obra tuya fue cuidar, pues, de acabarla.

HÉCTOR

Sencilla es mi arenga contra los enemigos: «Tomar las armas».

EL CORO

He aquí a Eneas,[222] que viene con ligero paso para anunciar a sus
amigos alguna nueva.

ENEAS

¿Por qué los vigilantes nocturnos, ¡oh Héctor!, atravesaron aterrados
el ejército, dirigiéndose a tu tienda, e interrumpen con sus murmullos
el silencio de la noche, y todo lo alborotan?

HÉCTOR

Ármate, Eneas.

ENEAS

Pero ¿qué hay? ¿Se dice, acaso, que los enemigos preparan algún ataque
nocturno?

HÉCTOR

Huyen y suben a las naves.

ENEAS

¿En qué señal cierta te fundas?

HÉCTOR

Toda la noche están encendidas sus hogueras, y paréceme que no
aguardarán a mañana, sino que validos de ellas huirán desde aquí a su
patria en sus naves, bien provistas de remos.

ENEAS

¿Y qué piensas hacer armado contra ellos?

HÉCTOR

Detendré con mi lanza a los fugitivos y a los que se refugien en las
naves, y seré su azote; es vergonzoso para nosotros, y perjudicial
además de vergonzoso, que cuando Dios lo permite dejemos escapar sin
combatir a los enemigos que tantos males nos han causado.

ENEAS

¡Ojalá que fueses tan prudente como esforzado!; pero la Naturaleza no
concede a todos iguales dones, que a cada cual da el suyo, y así como
a ti te concedió el de pelear, a otros el de obrar con cordura. Tú,
oyendo hablar de las hogueras, diste ya por cierto que emprendían la
fuga los griegos, y quieres sacar al campo el ejército y atravesar
los fosos en medio de la noche. Y si lo consigues, a pesar de su
profundidad, y no encuentras a tus enemigos fugitivos sino esperando
el empuje de tu lanza, ¿no volverás aquí vencido? ¿Y cómo, en verdad,
pasarás las empalizadas si eres derrotado? ¿Y cómo atravesarán los
puentes los de los carros sin que se rompan los radios de las ruedas?
Y aunque venzas, vendrá a su socorro el hijo de Peleo, que te impedirá
incendiar las naves y exterminar a los griegos como presumes, que es
fogoso guerrero y está orgulloso con su fuerza. Dejemos, pues, dormir
tranquilo al ejército junto a las armas, descansando de sus bélicas
fatigas; yo creo que debe enviarse un explorador al campamento enemigo,
sea el que quiera, y si huyen, en efecto, que les sigamos y ataquemos
a los argivos; y si estas hogueras encubren algún engaño, resolveremos
lo que ha de hacerse después que el explorador lo averigüe. Tal es mi
parecer, ¡oh rey!

EL CORO

Apruébalo y varía de opinión. No me agradan las órdenes de capitanes
temerarios. ¿Qué mejor precaución que acercarse a las naves ligero
explorador, para saber la causa de esos fuegos que arden en la estación
naval?

HÉCTOR

Vosotros vencéis; hágase, pues, lo que agrada a todos. Vete y
distribuye los aliados; quizás el ejército se alborote si tiene
noticias de estas asambleas nocturnas. Yo enviaré un explorador al
campo enemigo, y si llegamos a descubrir alguna asechanza te la
participaré, y asistirás al consejo; pero si se desbandan y emprenden
la huida, prepárate al oír el sonido de la trompeta, porque yo no me
detendré, sino que, al contrario, me dirigiré esta misma noche a la
estación naval a atacar a los argivos.

ENEAS

Envíalo cuanto antes; ahora piensas con prudencia. A tu lado me verás,
peleando con esfuerzo, cuando fuere necesario.

HÉCTOR

¿Hay algún troyano de los que toman parte en este diálogo que quiera ir
de explorador a las naves de los griegos? ¿Quién prestará ese servicio
a su patria? ¿Quién se obliga a ello? Yo solo no puedo hacerlo todo,
mandando a un tiempo a los troyanos y sus aliados.

DOLÓN

Yo, exponiéndome al peligro por la salud de la patria, quiero espiar
las naves de los griegos, y volveré después que conozca sus proyectos;
con estas condiciones afrontaré la muerte.

HÉCTOR

Tienes, ¡oh Dolón!, un nombre[223] que conviene a tu empresa, y eres
amante de tu patria, y duplicas la nobleza de tu paterno linaje, ya
noble.

DOLÓN

Debo, pues, acometer esta hazaña, pero el que trabaja ha de obtener
proporcionada recompensa. Cuando esperamos ganar lucro, doble es
nuestro deleite.

HÉCTOR

Seguramente, y es justo, y no digo lo contrario. Fija, pues, tú el
premio, excepto mi mando.

DOLÓN

No apetezco tu mando, lleno de cuidados.

HÉCTOR

Pero contraerás himeneo con una hija de Príamo y serás su yerno.

DOLÓN

No quiero esposa de alcurnia más elevada que la mía.

HÉCTOR

Hay también oro si lo deseas.

DOLÓN

Tengo en mi casa; no me aflige la pobreza.

HÉCTOR

¿Qué deseas, pues, de lo que guarda Troya?

DOLÓN

Si vences a los griegos, prométeme alguna parte del botín.

HÉCTOR

La tendrás; pide la que quieras, excepto los capitanes de las naves.

DOLÓN

Mátalos; no me opondré a que dejes caer tu mano sobre Menelao.

HÉCTOR

¿No quieres el hijo de Oileo?

DOLÓN

Las manos acostumbradas al regalo son perezosas para labrar la tierra.

HÉCTOR

¿Acaso el precio del rescate de algún griego vivo?

DOLÓN

Ya te he dicho antes que tengo oro en mi casa.

HÉCTOR

Tú mismo elegirás los despojos que quieras.

DOLÓN

Cuélgalos en los templos de los dioses.

HÉCTOR

¿Anhelas más rico don?

DOLÓN

Los caballos de Aquiles: el que expone su vida a los azares de la
suerte, debe obtener digna recompensa.

HÉCTOR

Me disputas estos caballos, que yo también deseo: inmortales e hijos de
inmortales, llevan al belicoso hijo de Tetis. Dicese que Poseidón, rey
de los mares, después de domarlos, los dio a su padre Peleo. Pero ya
que te sonríe esa esperanza, no la verás frustrada. Te daré, pues, como
deseas, el más bello adorno de tu casa, el carro de Aquiles.[224]

DOLÓN

Bien; si lo consigo, diré que entre todos los frigios he recibido el
más rico presente en premio de mi valor. No debes tenerme envidia; tú
poseerás otros muchos presentes que te han de deleitar, ya que eres el
más esforzado de los troyanos.

EL CORO

Grande es el peligro; grande la recompensa. Feliz serás cuando
disfrutares de ella, y gloriosa tu hazaña. Y honor insigne es también
casarse con la hija de príncipes. Por lo que hace a los dioses, que te
proteja la Justicia; de mano de los hombres obtendrás la más preciosa
recompensa.

DOLÓN

Iré; pero voy antes a mi casa, a mis lares, y me vestiré como conviene,
y desde allí enderezaré mis pasos a las naves de los argivos.

EL CORO

Dime si tu vestido será distinto del que ahora llevas.

DOLÓN

Adecuado a esta empresa y a mi furtiva peregrinación.

EL CORO

Bueno es conocer hasta dónde llega tu astucia; di, ¿cuál será tu traje?

DOLÓN

Cubrirá mis espaldas una piel de lobo; la abertura de su boca caerá
sobre mi cabeza, sus garras delanteras vendrán a mis manos, y a mis
pies las traseras, e imitaré su paso; así será difícil que me sientan
los enemigos, y me acercaré al foso y a las trincheras de las naves.
Al penetrar en algún lugar desierto andaré en dos pies; tal es mi
estratagema.

EL CORO

Que Hermes, el hijo de Maya, te lleve y te traiga con felicidad, que él
es rey de los ladrones. Bien lo has pensado; solo falta que la fortuna
te favorezca.

DOLÓN

Así me escaparé de la muerte, mataré a Odiseo y verás su cabeza.
Seguro podrás decir entonces que Dolón estuvo junto a las naves de los
griegos. Quizá muera el hijo de Tideo;[225] no volveré a mi casa sin
llenar de sangre mis manos, antes que la luz alumbre de nuevo a la
tierra.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh Apolo Delio, que moras en tu templo de Timbrea y de
Licia!;[226] ¡oh numen divino!, ven armado de tu arco, ven y sirve de
guía salvador en esta peregrinación nocturna; ven y socorre a los hijos
de Dárdano,[227] que eres todopoderoso y el fundador de las antiguas
murallas de Troya.[228]

_Antístrofa 1.ª_ — Que el espía llegue a las naves, y se salve, después
de observar al ejército griego, y vuelva otra vez a los lares de Troya,
su patria, y que suba en el carro tirado de yeguas ftiotas,[229]
presente que el dios de la mar hizo a Peleo, el hijo de Éaco, cuando
Héctor, nuestro dueño, derrotare al Ares griego.

_Estrofa 2.ª_ — Él solo, por sus lares y su patria, osa explorar las
estaciones navales de los griegos. Yo admiro su valor, pocos son en
verdad los hombres esforzados, cuando las tinieblas envuelven la mar y
la ciudad se estremece.[230] Algún frigio, sí, alguno hay animoso; hay
una lanza bastante osada para atacar a los que desprecian mi alianza
con los misios.[231]

_Antístrofa 2.ª_ — ¿A cuál de los aqueos herirá en sus tiendas este
guerrero que camina a pie imitando el paso de una fiera? ¡Perezca
Menelao, y traiga la cabeza de Agamenón, para aliviar el llanto que
derrama la infortunada Helena, y entréguesele en castigo de haber
venido contra la patria y contra Troya al frente de mil naves!

EL MENSAJERO

¡Oh rey!, que siempre anuncie yo a mis soberanos nuevas como las que
sabrás en breve.

HÉCTOR

Necios son de ordinario los rústicos; tú, sin duda, creerás participar
a tus dueños noticias importantes si les hablas de la fecundidad de sus
rebaños en ocasión inoportuna. ¿No sabes a mi palacio o al de mi padre,
adonde debías dirigirte si la fortuna sonríe a tus rebaños?

EL MENSAJERO

Necios somos los pastores, no lo niego; pero, sin embargo, es fausto mi
mensaje.

HÉCTOR

No me hables de dichas pastoriles, que ahora solo nos preocupan las
batallas y los combates.

EL MENSAJERO

De lo mismo vengo a hablarte: un capitán, al frente de numeroso
ejército, se acerca a tus tiendas para ayudarte en la guerra como amigo
y aliado.

HÉCTOR

¿Y cuál es la patria que ha abandonado por socorrerme?

EL MENSAJERO

La Tracia;[232] él se llama el hijo del Estrimón.[233]

HÉCTOR

¿Dices que Reso pisa el suelo troyano?

EL MENSAJERO

Así es, y me ahorras las molestias de un largo discurso.

HÉCTOR

¿Y cómo camina por los bosques del Ida, alejándose de los caminos
llanos y trillados?

EL MENSAJERO

No lo sé de cierto, pero no es difícil conjeturarlo. Peligroso es
mover de noche un ejército, sabiendo que la llanura está cubierta de
tropas enemigas. Gran terror ha infundido en los rústicos pastores
que habitamos en el monte Ida, primer hogar de este pueblo,[234]
penetrando de noche en selvas llenas de fieras. El ejército tracio
marchaba con gran ruido, como la mar, y nosotros, consternados y
atónitos, nos llevamos los rebaños a los montes más altos, temiendo
que los griegos nos atacaran y robasen tus ganados, hasta que nuestros
oídos percibieron voces amigas y perdimos el miedo. Salí yo entonces
a su encuentro, y pregunté en lenguaje tracio a los exploradores
que enviaba su general, y de ellos supe el nombre y el linaje del
guerrero que venía a socorrer a la ciudad de Príamo. Y después que
oí cuanto deseaba, me detuve y vi a Reso, que, como un dios, regía
un carro tracio. El yugo, de oro, sujetaba el cuello de caballos más
blancos que la nieve. En los hombros traía una pelta de bronce,[235]
de dorados relieves, y las frentes de los caballos relucían como la
Gorgona de la diosa,[236] sembrando el terror al agitar sus numerosas
campanillas. No hubieras podido contar sus tropas. ¡Tanta era su
numerosa caballería, las multiplicadas filas de los armados de peltas,
los infinitos flecheros y la multitud de los armados a la ligera que
vestían el traje tracio! Formidable aliado se presenta; ya huya, ya le
aguarde[237] para combatir, el hijo de Peleo no podrá escapársele.

EL CORO

Cuando los hombres aplacan sumisos la cólera de los dioses, la fortuna
siempre los favorece.

HÉCTOR

Encontraré muchos amigos, ya que vence mi lanza con ayuda de Zeus. Pero
no necesitamos de los que no compartieron antes nuestros trabajos,
cuando encarnizada guerra rasgaba con violencia las velas de esta
nave. La llegada de Reso en estos momentos prueba bien a las claras la
clase de amistad que profesa a Troya; viene a disfrutar del festín, no
habiendo acompañado a los cazadores que se apoderaron de la presa, ni
manejado con ellos sus armas.

EL CORO

Con razón desprecias y acusas a esos amigos; disimula, no obstante, tu
enojo, y no rechaces a los que vienen en ayuda de la ciudad.

HÉCTOR

Bastamos nosotros, que la hemos defendido largo tiempo.

EL CORO

¿Crees ya haber vencido a tus enemigos?

HÉCTOR

Sí; lo probarán los rayos del sol de mañana.

EL CORO

Ignoramos lo futuro; recuerda los cambios que decretan los dioses.

HÉCTOR

Odio a los que socorren tarde a sus amigos.

EL MENSAJERO

Rechazar a los aliados es peligroso. Bastará su presencia para aterrar
a los argivos.

EL CORO

Que el que llega ahora no se siente como aliado a nuestra mesa, sino
como simple huésped; no son para él los favores de los hijos de Príamo.

HÉCTOR

Bien me aconsejas (_Al coro_), y oportuna es tu advertencia; ese
Reso, de brillantes y doradas armas, según anuncia el mensajero, será
recibido como aliado nuestro.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Que Adrastea,[238] hija de Zeus, ahuyente la envidia
que puedan excitar mis palabras; diré ya lo que me agrada. Viniste, ¡oh
hijo!, de un río; viniste, te acercaste a la tienda frigia y salgo a
saludarte, ya que te envió al fin tu madre, una de las Piérides,[239] y
el Estrimón, de bellos puentes.

_Antístrofa 1.ª_ — Este te engendró en otro tiempo, revolviendo sus
ondas por el inmaculado seno de la cantora Musa. Tú has venido a
buscarme como Zeus esplendente arrastrado por veloces caballos. Ahora,
¡oh patria!, ¡oh Frigia!, si Dios nos es propicio, podrás entonar
cánticos en alabanza de Zeus salvador.

_Estrofa 2.ª_ — ¿Celebrará otra vez ahora la antigua Troya,
durante todo el día, estas fiestas acompañadas de cantos amorosos,
embriagándose con las copas que circulan alternadamente por la huida
a Esparta de los Atridas, que atravesarán el mar desde las troyanas
costas? ¡Oh rey amado, ojalá que después de darles muerte con tu mano y
con tu lanza vuelvas a tu patria!

_Antístrofa 2.ª_ — Ven, comparece, muestra a los ojos del hijo de
Peleo tu pelta de brillante oro, levantándola oblicuamente junto a la
abertura circular de tu carro, mientras animas a los caballos y vibras
el dardo de dos puntas. Ninguno podrá resistirte; ninguno volverá jamás
a danzar en el templo de la argiva Hera; que esta tierra soportará esa
carga muy deseada después que muera a manos de un tracio. (_Reso se
acerca_). ¡Viva, viva! ¡Oh gran rey!, ¡oh Tracia! Criaste un hijo de
noble aspecto, hoy tu soberano. Mira las armas de oro que lo defienden;
oye el ruido de las campanillas de la embrazadura de su escudo. Un
dios, ¡oh Troya!, un dios, el mismo Ares es este hijo del Estrimón y de
la Musa cantora, que viene a socorrerte.

RESO

¡Salve, Héctor, buen hijo de buen padre, señor de esta región! Al fin
te hallo después de tanto tiempo. Alégrome que venzas, y que sities las
torres de tus enemigos; yo también vengo a derribar las trincheras de
los griegos y a incendiar sus naves.

HÉCTOR

Hijo de madre cantora, una de las Musas, y del Estrimón, río tracio,
agrádame decir siempre la verdad, porque no soy hombre artificioso.
Mucho tiempo ha, sí, mucho tiempo ha que debías haber venido a nuestro
socorro, y no consentir, en cuanto pudieras, que los argivos sitiasen
armados a Troya. No dirás que no te llamaron tus amigos, y que por
eso no viniste a auxiliarnos ni te has cuidado de nosotros. ¿Cuántos
heraldos o embajadas de los frigios, llegando hasta tu palacio, no
te han rogado que socorrieses a nuestra ciudad? ¿Qué presentes no te
han llevado de nuestra parte? Tú, pariente nuestro y también bárbaro,
nos has abandonado a merced de los griegos. Y yo, con esta diestra,
cuando era reducido tu imperio, te di el cetro de la vasta Tracia,
cerca del monte Pangeo y de las llanuras peonias,[240] acometiendo a
los más valerosos tracios, y destrocé sus escudos y sometí este pueblo.
Olvidaste tan grandes beneficios, y tarde socorres a tus amigos que
padecen. Algunos, que por cierto no son nuestros parientes, habiendo
venido hace mucho tiempo, yacen muertos en apiñados túmulos, en
prueba de su lealtad; otros, armados y cerca de sus ecuestres carros,
continúan arrostrando esforzadamente los vientos helados, y el fuego
del dios que engendra sed, no como tú, haciendo frecuentes libaciones
en los lechos del festín. Tales son los cargos que te hago; tales mis
recomendaciones, para que conozcas la franqueza de Héctor.

RESO

Igual al tuyo es mi carácter: de los que buscan en sus palabras el
camino más corto; no falaz ni artificioso. Mayor que la tuya era mi
indignación y el dolor que roía mis entrañas al verme lejos de ti, pero
los escitas,[241] mis vecinos, me hicieron la guerra cuando pensaba
venir a Troya, y me dirigí a las costas del mar Euxino,[242] al frente
de mi ejército. Allí la sangre escita, al par que la tracia, derramada
por la lanza, ha empapado la tierra. Tal ha sido la causa que me
detenía, impidiéndome venir a esta guerra como aliado tuyo. Después
que los derroté y que me dieron en rehenes a sus hijos, obligándose
a pagar un tributo anual, emprendí mi marcha, pasando en naves las
gargantas del Ponto, y recorriendo otros países, no, como tú dices en
mi oprobio, bebiendo en grandes copas ni descansando bajo artesonados
de oro, sino azotado por los vientos que combaten el mar de Tracia y
por las brisas heladas de la Peonia, sin dormir, y arrostrándolas con
estos vestidos. Pero aunque tarde, todavía llego a tiempo; diez años ha
que peleas y nada consigues, sino que pasa un día y otro día sufriendo
los inconstantes azares de la guerra; uno solo me bastará a mí para
asaetear sus torres, acometer las estaciones navales y destruirlos, y
al siguiente tornaré a mi patria desde Ilión, dando breve fin a tus
trabajos. Que ninguno de vosotros levante con sus manos el clípeo;[243]
yo, aunque haya venido tarde, refrenaré a los aqueos, orgullosos con
sus lanzas.

EL CORO

¡Viva, viva! Gratas son tus palabras; amigo eres de Zeus...; pero
que Zeus Máximo aleje la invencible envidia que pueden excitar tus
palabras. Ni ahora ni antes trajo la armada de Argos varón más ilustre
que tú. ¿Cómo Aquiles, cómo Áyax podrán resistir tu empuje? ¡Ojalá, oh
rey, que yo vea el día en que los castigues con tu lanza, llenando de
sangre tus manos!

RESO

Disculparás mi larga ausencia cuando te deje gozar de esos deleites;
dígote, pues, con perdón de Adrastea, que después de librar a Troya de
sus enemigos, y cuando apartes los despojos que has de consagrar a los
dioses, iremos juntos a la tierra argiva y devastaré con mis armas a
toda la Grecia, para que a su vez sufran tan aflictivos males.

HÉCTOR

Sí; libre del que ahora nos aqueja, habitaré en Troya, segura como en
otro tiempo, y daré eternas gracias a los dioses. Por lo que toca a
Argos y a la Grecia, no es tan fácil devastarla como aseguras.

RESO

¿No dicen que los sitiadores son los más esforzados de los griegos?

HÉCTOR

No, en verdad; rebajamos su valor; bástanos rechazarlos siempre.

RESO

Muertos, pues, estos, lo demás será fácil empresa.

HÉCTOR

No pienses ahora en lo más remoto, olvidándote de lo que tienes más a
la mano.

RESO

¿Y te contentas con sufrir, no con curar males?

HÉCTOR

Vasto es mi imperio, aun sin salir de aquí; llévate, pues, los armados
de peltas, y acampa tu ejército, ya en el ala izquierda, ya en la
derecha, ya en el centro de los aliados.

RESO

Mi único deseo es pelear con los enemigos, ¡oh Héctor! Así, si no
te avergüenzas de no incendiar conmigo las popas de las naves, ya
que tantas han sido tus bélicas fatigas, déjame acampar frente a las
huestes de Aquiles.

HÉCTOR

Es imposible que le ataques con irresistible lanza.

RESO

Se dijo que había navegado también contra Troya.

HÉCTOR

Navegó y vino, en efecto; pero airado con los generales, dejó ociosa su
mano.

RESO

Después de él, ¿cuál se distingue más?

HÉCTOR

En mi concepto, no le son inferiores Áyax y el hijo de Tideo; Odiseo es
también elocuentísimo hablador, bastante animoso, y fautor de muchos
males que afligen a Troya. Penetró de noche en el templo de Atenea,
robó el Paladión[244] y lo llevó a las naves de los argivos. Merodeando
otra vez, disfrazado de mendigo, atravesó las murallas y pedía a los
dioses que enviasen a los argivos muchas desdichas, y vino de espía a
Ilión, y se escapó, después de matar a los centinelas y capitanes de
las puertas; siempre está armando asechanzas cerca de la ciudad, junto
al altar Timbreo,[245] y sostenemos con él frecuentes luchas, hijas de
su sagacidad maléfica.

RESO

Ningún varón esforzado quiere matar a su enemigo a traición, sino
atacándolo frente a frente. A mis manos vendrá vivo el que tú dices
que trama dolorosas asechanzas y espía ocasión oportuna para ejecutar
sus insidiosos intentos, y lo clavaré por la espalda a la salida de
las puertas, y será pasto de los buitres y demás aves; que si es un
salteador y despoja los templos de los dioses, debe sufrir este género
de muerte.

HÉCTOR

Ahora ocupad vuestro puesto en los reales, que es de noche. Yo te
enseñaré el lugar en donde pernoctará tu ejército, separado de las
filas. No olvides, por si fuera menester, que la seña es «Febo», y
anuncíalo a los tracios. Adelantaos vosotros (_A los vigilantes_) un
poco y vigilad con cuidado, y aguardad a Dolón, que ha ido a explorar
las naves, que, si se salva, no tardará en volver al campamento
troyano.[246]

EL CORO

¿A quién toca hacer la guardia? ¿Quién me releva? Ya se ocultan las
primeras estrellas y se ven las siete Pléyades, y el águila vuela
en los aires. Despertad. ¿Por qué vaciláis? Levantaos del lecho;
despertad, que la vigilia os aguarda. ¿No veis la luz de la luna? Ya se
acerca, ya se acerca la aurora, precedida del matutino lucero.

EL SEMICORO

¿A quién toca la primera guardia?

EL OTRO SEMICORO

Dicen que a Corebo, el hijo de Migdón.

EL SEMICORO

¿Y a quién después?

EL OTRO SEMICORO

El ejército peonio relevó a los cilicios, y nosotros a los misios.

EL SEMICORO

Tiempo es ya, según ha dispuesto la suerte, de que nosotros llamemos a
los licios para la cuarta vigilia.

EL CORO

Ya oigo al ruiseñor de artificioso canto, asesino de sus hijos,[247]
que a las orillas ensangrentadas del Simois canta sus penas; ya los
rebaños pastan en el Ida, ya se percibe el sonido de la flauta, que
interrumpe el silencio de la noche; el sueño solicita dulcemente mis
ojos, y al despuntar la aurora, se desliza suavísimo en mis párpados.

EL SEMICORO

¿Por qué no vendrá el espía que envió Héctor a explorar las naves?

EL OTRO SEMICORO

Algo temo; mucho dura su ausencia.

EL SEMICORO

¿Habrá perecido víctima de ocultas asechanzas? Casi estoy por creerlo.

EL OTRO SEMICORO

Llamemos a los licios, a quienes la suerte ha designado para montar la
quinta vigilia.[248]

ODISEO

¿Oíste, Diomedes? ¿Son vanos ruidos que se deslizan hasta mí? ¿Es
estrépito de armas?

DIOMEDES

No; son las cadenas de hierro de los carros ecuestres; el miedo me
sobrecogió también antes de asegurarme que era el crujir de las cadenas
de los caballos.

ODISEO

Cuida no tropieces con los centinelas nocturnos.

DIOMEDES

Mío es ese cuidado, aunque nos oculten las tinieblas.

ODISEO

Si despierta alguno, ¿te acordarás de la seña del ejército troyano?

DIOMEDES

«Febo» es la seña, según dijo Dolón.

ODISEO

Vamos; abandonadas están estas tiendas.

DIOMEDES

Mas Dolón dijo que era la tienda de Héctor, contra cuyo pecho viene
esta lanza.

ODISEO

¿Qué será, pues? ¿Se habrá ido a otra parte su cohorte?

DIOMEDES

Quizá a armarnos alguna asechanza.

ODISEO

Audaz es Héctor; audaz porque ahora vence.

DIOMEDES

¿Qué hacemos, Odiseo? No encontramos a nuestro hombre en la tienda, y
vano ha sido nuestro empeño.

ODISEO

Vayamos cuanto antes a la estación naval. Sálvalo algún dios que lo
favorece; no debemos pelear contra la fortuna.

DIOMEDES

Busquemos, pues, a Eneas, o a Paris, el más odioso de los frigios, y
cortemos en castigo su cabeza.

ODISEO

Pero ¿cómo podrás encontrarlos de noche, en medio de un ejército
enemigo, y matarlos sin peligro?

DIOMEDES

Es vergonzoso volver a las naves de los argivos sin ejecutar ninguna
hazaña que humille a los troyanos.

ODISEO

¿Cómo que no? ¿No matamos a Dolón, espía de nuestras naves, y guardamos
sus despojos? ¿Crees que tú solo acabarás con todo el ejército?
Obedéceme y volvámonos. ¡Que la fortuna nos favorezca!

ATENEA

¿Adónde, pues, os volvéis desde el campamento troyano, agobiado vuestro
corazón por la tristeza, porque los dioses no os conceden matar a
Héctor ni a Paris? ¿No sabéis que ha venido Reso, aliado de Troya, con
pomposo aparato? Si mañana viene, ni la lanza de Aquiles ni la de Áyax
le impedirán destruir el campamento griego, arruinar las trincheras y
abrirse con su esfuerzo ancha puerta dentro de ellas. Si lo matas, todo
es tuyo. Deja la tienda de Héctor, y no pienses en cortarle la cabeza,
que otra mano ha de matarlo.

ODISEO

Hiriome, ¡oh Atenea soberana!, el eco conocido de tu voz; tú siempre me
socorres en el peligro; dinos en dónde yace ese guerrero y en qué parte
del ejército bárbaro tiene su puesto.

ATENEA

Aquí cerca, separado de sus compañeros, fuera de las filas, por orden
de Héctor, hasta que suceda a la noche la luz del día. Caballos
blancos, visibles en la noche, están próximos, atados a sus carros
tracios; brillan como el plumaje del cisne de los ríos. Robadlos, pues,
que son riquísimo botín, después de matar a sus dueños; en todo el orbe
no se encontrará un carro semejante.

ODISEO

O mata tú, Diomedes, a los tracios, o déjame a mí que lo haga y tú
robarás los caballos.

DIOMEDES

Yo mataré y tú sujetarás los caballos. Mucha es tu experiencia en
tales hazañas y grande tu sagacidad. Es menester que se utilicen los
servicios de cada uno según sus facultades.

ATENEA

Alejandro[249] se acerca a nosotros, sin duda porque algún centinela
le habrá comunicado sus vagas sospechas acerca de la llegada de los
enemigos.

DIOMEDES

¿Solo o acompañado?

ATENEA

Solo; según parece, viene a la tienda de Héctor a participarle que
espías griegos rondan el campamento.

DIOMEDES

¿Muere este primero?

ATENEA

Tú no podrás más que el destino, el cual no consiente que perezca a tus
manos. Pero aproxímate cuanto antes a Reso, a quien has de dar muerte
fatal; yo me apareceré a Paris como si fuese Afrodita que le socorre
en sus peligros, y me burlaré a mansalva de mi enemigo. Y esto solo
vosotros lo sabéis, que quien debe padecer, ni lo conoce ni lo oye,
aunque esté inmediato.

PARIS

¿Duermes, Héctor, mi capitán y hermano? ¿No debías velar? Enemigos se
acercan a nuestro ejército, ya sean ladrones, ya espías.

ATENEA

Nada temas; yo, Afrodita,[250] que te estimo, cuido de ti. Yo también
me intereso en esta guerra, y no me olvido de la palma que me diste, y
agradecida te favorezco. Y ahora vengo a salvar al ejército troyano y
te traigo un guerrero esforzado, amigo tuyo, hijo tracio de la divina
Musa que canta,[251] y a cuyo padre llaman Estrimón.

PARIS

Siempre eres benévola conmigo y con mi patria; gran tesoro aseguré en
favor de Troya dándote la palma. He venido, no por saber claramente lo
que pasaba, sino guiado por cierto rumor vago. Los centinelas dicen que
se han acercado espías griegos; y el que no los ha visto lo afirma, y
el que los vio no puede indicar el camino que han tomado. He aquí el
motivo que me trajo a la tienda de Héctor.

ATENEA

Nada temas; no amenaza al ejército peligro alguno. Tu hermano, ausente,
da sus órdenes para que acampe el ejército tracio.

PARIS

Tus palabras me persuaden, y dándoles la fe que merecen, voy, libre de
temor, a conservar el orden en el campo.

ATENEA

Vete; no te olvides que velo por cuanto te interesa, y que nada me
satisface tanto como contemplar felices a mis amigos. Algún día sabrás
hasta dónde llega mi benevolencia. (_Vase Paris_). A ti digo, ¡oh hijo
de Laertes!, que te dejas arrastrar de tu ánimo, fogoso en demasía, y
que ocultes sin tardanza tu afilado acero. Por tierra yace el capitán
tracio, y vuestros son sus caballos; pero los enemigos, sabedores de lo
que sucede, vienen a buscaros. Huid, pues, cuanto antes a la estación
naval. ¿Por qué vaciláis? Salvad vuestra vida, que llega un tropel de
troyanos.

EL CORO[252]

¡Ea, ea; hiere, hiere, hiere, hiere: mata, mata! ¿Quién es este hombre?
Helo aquí; este digo. Ladrones son que de noche perturban el ejército.
Que venga, que venga por aquí alguno. Aquí están, ya son míos. ¿Que
dices? ¿De dónde has venido? ¿Cuál es tu patria?

ODISEO

No te interesa saberlo; hoy morirás si me haces algún mal.

PRIMER SEMICORO

¿No dirás la seña antes que te atraviese el pecho con mi lanza?

ODISEO

Detente; nada receles.

SEGUNDO SEMICORO

Acércate más. (_A uno de los soldados que le acompañan_). Hiere,
quienquiera que sea.

PRIMER SEMICORO

¿Fuiste tú, acaso, el que mataste a Reso?

ODISEO

No; el que había de matarlo.

SEGUNDO SEMICORO

Quietos todos.

PRIMER SEMICORO

De ninguna manera.

SEGUNDO SEMICORO

Cuidado, no mates a algún amigo.

PRIMER SEMICORO

Pero ¿cuál es la seña?

ODISEO

Febo.

SEGUNDO SEMICORO

Ya entiendo. Que nadie mueva su lanza.

PRIMER SEMICORO

¿Sabes, acaso, hacia dónde se dirigieron esos guerreros?

SEGUNDO SEMICORO

Por esta senda los vimos.

PRIMER SEMICORO

Que alguno siga sus huellas. ¿Se da la voz de alarma?

SEGUNDO SEMICORO

No es conveniente alborotar a los aliados durante la noche, madre de
terroríficos fantasmas.

EL CORO

_Estrofa._ — ¿Qué guerrero es el que ha venido aquí? ¿Quién, haciendo
alarde de su audacia, se jactará de escaparse de mis manos? ¿En dónde
lo alcanzaré? ¿A quién lo compararé? ¿Ha venido, intrépido, durante la
noche, atravesando las cohortes y los vigilantes? ¿Es acaso tesalio,
o habitante de la ciudad marítima de los locrenses?[253] ¿Se crio
en alguna de las Espóradas?[254] ¿Quién era? ¿De qué gente? ¿De qué
patria? ¿A qué dios venera?

PRIMER SEMICORO

¿Será esa hazaña obra de Odiseo? ¿Quién será este héroe?

SEGUNDO SEMICORO

¿Por qué no, si así nos lo hace presumir lo que ha sucedido hasta ahora?

PRIMER SEMICORO

¿Lo crees, acaso?

SEGUNDO SEMICORO

¿Por qué no?

PRIMER SEMICORO

Osado es, sin duda, en daño nuestro.

SEGUNDO SEMICORO

¿Quién? ¿A quién alabas por su valor?

PRIMER SEMICORO

A Odiseo.

SEGUNDO SEMICORO

No celebres a un guerrero que solo se distingue hurtando.

EL CORO

_Antístrofa._ — También vino antes a la ciudad y era su apariencia de
imbécil, y estaba cubierto de harapos, y bajo ellos llevaba escondida
su espada. Mendigando el sustento iba como siervo fugitivo, con sus
cabellos desaliñados y sucios; muchas imprecaciones lanzó contra
el linaje de los Atridas como si fuese enemigo. ¡Ojalá que hubiese
perecido, que hubiese perecido en rigurosa justicia antes de pisar la
tierra de los frigios!

EL SEMICORO

Ya haya sido Odiseo, ya otro cualquiera, el miedo me sobrecoge.

PRIMER SEMICORO

Héctor se enfurecerá contra nosotros, que estábamos de centinela.

SEGUNDO SEMICORO

¿Y cómo nos ha de reconvenir?

PRIMER SEMICORO

Lo llevará a mal.

SEGUNDO SEMICORO

Pero ¿en qué faltamos? ¿Qué temes?

PRIMER SEMICORO

Que entre nosotros pasaran...

SEGUNDO SEMICORO

¿Quiénes?

PRIMER SEMICORO

Los que han venido esta noche al campamento frigio.

EL COCHERO

¡Ay, ay! ¡Grave golpe de la fortuna! ¡Ay, ay!

EL CORO

Pist..., callad todos; estaos quietos; alguno caerá, acaso, en la red.

EL COCHERO

¡Ay, ay de mí! ¡Cuán funesta es la desdicha que sufren los aliados
tracios!

EL CORO

¿Quién gime?

EL COCHERO

¡Ay, ay de mí! ¡Desventurado soy, y tú también, rey de los tracios!
¡Oh, en mal hora viniste en ayuda de la funestísima Troya! ¡Cuál ha
sido el término de tu vida!

EL CORO

¿Quién eres, en fin, de nuestros aliados? Las tinieblas de la noche no
me dejan ver ni conocerte claramente.

EL COCHERO

¿En dónde encontraré a algún príncipe troyano? ¿En dónde duerme Héctor,
resguardado con su escudo? ¿A cuál de los capitanes del ejército
contaré, ¡ah, ah, ah, ah!, los males que hemos sufrido, la desgracia de
que hemos sido víctimas, obra de un desconocido, pródigo en desdichas
deplorables para los tracios?

EL CORO

Algún infortunio ha sobrevenido al ejército de Reso, según parecen
indicar las palabras de este.

EL COCHERO

¡Pereció el ejército, cayó el rey, víctima de pérfida mano! ¡Dolor
mortal me causa la herida que me consume! ¡Que yo muera! ¡Ah, ah, ah,
ah! Reso y yo debíamos perecer miserablemente por socorrer a Troya.

EL CORO

No hay duda que estos lamentos indican alguna calamidad; claramente dan
a entender que han perecido los aliados.

EL COCHERO

Calamidad grave y afrentosa, doblemente intolerable, nos ha herido.
El morir con gloria, si al fin se ha de morir, paréceme amargo al que
lo sufre; ¿cómo no? La nobleza y el lustre de las familias es goce de
los vivos; nosotros, al contrario, perecemos temeraria y torpemente.
Después que Héctor nos señaló nuestro puesto en los reales, y nos
comunicó la seña, dormíamos recostados en la tierra, vencidos del
cansancio, y no velaban por el ejército nocturnos centinelas, ni
estaban a mano las armas ni guardados los yugos de los caballos,
confiando el rey en que vosotros erais vencedores y amenazabais a las
popas de las naves; descuidados nos entregábamos todos al reposo. Yo,
solícito, desperté de mi sueño y di abundante pienso a los caballos,
creyendo que mañana pelearíamos con ellos. Vi entonces a dos hombres
que, en la oscuridad de la noche, rondaban nuestro campamento, y que
al moverme se deslizaron y huyeron; les di voces para espantarlos,
pensando que fuesen ladrones que venían a robarnos. Pero nada
replicaron; yo no sé mas; volví a mi tienda y me dormí. Y en sueños
se me apareció cierto fantasma; en sueños, según creía, vi dos lobos
que se cebaban en los lomos de los caballos que yo crie y a los cuales
regía, unidos al carro de Reso, y que azotándolos con sus colas[255]
los aguijoneaban, dando ellos resoplidos de ira y resistiéndose de
miedo. Despierto entonces pugnando por ahuyentar a esas fieras de los
caballos, y agitado de nocturnos terrores. Al levantar la cabeza oigo
gemidos de moribundo. Un río de sangre juvenil caliente me inunda al
acercarme a mi señor, víctima de triste muerte. Sobresalteme, sin tener
a mano la lanza, y al buscar y requerir mi espada, hiriome un robusto
brazo en el costado; sentí el golpe que abrió en mi cuerpo profundo
surco. Caí en tierra, y ellos, dueños del yugo ecuestre, aceleran en su
huida el paso de los caballos. ¡Ay, ay de mí! ¡El dolor me atormenta,
y ya, desventurado, no puedo sostenerme! Y aunque he presenciado esta
desgracia, no puedo decir quiénes han sido sus autores, ni cómo la han
causado. Presumo, sin embargo, que deben ser amigos.[256]

EL CORO

Cochero del mísero tracio, no sospeches que no son enemigos los que han
perpetrado ese crimen. Pero Héctor, sabedor de él, se acerca; como es
justo, se conduele de tus males.

HÉCTOR

¿Por qué, ¡oh fautores de gravísimos males!, se os escaparon
vergonzosamente los espías griegos que han asesinado a vuestros
compañeros, y no los rechazasteis ni al entrar ni al salir del
campamento? ¿Quién expiará esta falta? Tú, que guardabas nuestro
ejército. Ilesos huyeron, burlándose del descuido de los frigios y de
mí, que soy vuestro capitán. Tened, pues, por cierto, y os lo juro por
el poder de Zeus, que, en castigo, serás azotado o muerto. Creed, si no
lo hago, que Héctor es un cobarde y para nada sirve.

EL CORO

¡Ay, ay! ¡A mí grande, grande...![257] ¡Oh general, defensor de la
ciudad!; sin duda penetraron cuando vine a anunciarte que se veían
luces junto a las naves del ejército argivo; ni mis ojos vigilantes
se cerraron esta noche, ni un momento durmieron, no, por las fuentes
del Simois; no te encolerices conmigo, ¡oh rey!; yo no he faltado a
mi deber. Y si después llega a tu noticia algún hecho o dicho mío
intempestivo, entiérrame vivo, que no pediré perdón.

EL COCHERO

¿A qué tales amenazas? ¿Por qué, siendo tú también bárbaro, intentas
engañarme con artificiosos discursos? Obra tuya es todo; ningún otro
fue autor de la muerte de Reso ni de la herida que he recibido; larga
y sagaz oración necesitas, sin duda, para persuadirme de que no has
asesinado a tus amigos. Tu deseo de poseer los caballos te arrastró
a matar a tus aliados. Recuerdo bien las protestas que hiciste. Los
desdichados llegaron y murieron. Menos criminal fue Paris violando
el derecho de la hospitalidad que tú, que asesinaste a los que te
socorren. No digas que algún argivo, acercándose a nosotros, ha sido
el delincuente. ¿Quién, en verdad, atravesando las cohortes troyanas,
podría llegar oculto a nuestros reales? Tú y el ejército argivo
estabais aquí antes. ¿Cuál otro fue herido, cuál de tus aliados ha
muerto, si vinieron los griegos, como dices? Las víctimas que han
derramado su sangre nosotros somos y lo que es más sensible, nuestros
son también los que ya no ven la luz. En suma: no acusamos a ningún
griego. ¿Quién podría encontrar la tienda de Reso en las tinieblas de
la noche, a no decirlo algún dios? Ni aun sabían que hubiese llegado;
luego tú eres el verdadero criminal.

HÉCTOR

En tantos años como han transcurrido desde que nos ayudan nuestros
aliados y el pueblo aqueo sitia a Troya, nadie me ha reconvenido por
ningún delito; tú eres el primero que lo hace. Por grande que fuese mi
afición a esos caballos, nunca me hubiese arrastrado a dar muerte a mis
amigos. Obra es de Odiseo. ¿Qué otro argivo podría haber concebido ese
proyecto? ¿Cuál realizarlo? Le temo, y me aflige que hayan encontrado
a Dolón y perecido a sus manos; hace ya largo tiempo que se ausentó, y
por ninguna parte parece.

EL COCHERO

Nada sé de ese Odiseo a que aludes; pero estoy seguro de que ningún
enemigo nos ha herido.

HÉCTOR

Piensa tú lo que quieras, si tal es tu placer.

EL COCHERO

¡Oh tierra patria, ojalá que muriese en tu seno!

HÉCTOR

No morirás; bastantes han muerto ya.

EL COCHERO

¿Adónde volveré mis ojos, no existiendo mis dueños?

HÉCTOR

Mi palacio te acogerá y te cuidará.

EL COCHERO

¿Y cómo me han de curar las manos de mis asesinos?

HÉCTOR

No dejarás de repetir siempre lo mismo.

EL COCHERO

Muera el que lo hizo; no te maldigo, como piensas; pero la Justicia lo
sabe mejor que yo.

HÉCTOR

Lleváoslo a mi palacio, y cuidad de que no sufra; y vosotros encaminaos
a la ciudad, y decid al Senado que mande sepultar los muertos en las
encrucijadas de los caminos.[258]

EL CORO

¿Qué objeto se propone el numen adverso, que, después de tanta ventura,
llena otra vez a Troya de lágrimas? Pero ¿qué es esto, ¡oh, oh!? ¿Qué
diosa, ¡oh rey!, lleva en sus brazos por el aire el cuerpo de Reso?
Estupefacto quedo al contemplar este portento.

MUSA

Podéis mirar, troyanos; yo, Musa adorada de los sabios, una de las
nueve hermanas, me presento a vosotros; vengo por este hijo mío,
asesinado miserablemente por sus enemigos. El pérfido Odiseo, que lo
mató, pagará algún día su crimen. Con lágrimas míseras, ¡oh hijo!, te
lloro, con dolor de madre. Funesta ha sido tu venida a Troya, funesta
tu obstinación, sin haber celebrado los auspicios, prohibiéndotelo yo y
desoyendo los ruegos de tu padre. ¡Ay de mí, mísera! ¡Oh hijo amado!,
¡oh hijo amado! ¡Ay de mí!

EL CORO

En cuanto debo, no uniéndome contigo lazo alguno de parentesco, deploro
la triste suerte de tu hijo.

LA MUSA

¡Perezca el nieto[259] de Eneo; perezca también el de Laertes, que me
han arrebatado el mío nobilísimo, y Helena, que abandonó su palacio,
navegando, robada, al tálamo frigio y perdiéndote miserablemente
junto a Ilión, ¡oh tú, el muy querido!, arrancando de innumerables
ciudades esforzadísimos varones! Mucho, ¡oh hijo de Filamón!,[260] ya
mientras viviste, ya al descender al Orco, atormentaste mi corazón; tu
arrogancia, que te perdió, y tu lucha con las Musas, fueron causa de
que yo diese a luz este hijo desdichado. Atravesando las ondas del río,
llegué al lecho en que te engendró el Estrimón, cuando nosotras las
Musas fuimos al monte Pangeo, rico en oro terrenal, a celebrar cantando
famoso certamen con el ilustre tracio, y cegamos a Tamiris, que había
lanzado contra nuestro arte muchas injurias. Y después que te di la
vida, por respeto a mis vírgenes hermanas, te deposité en los remolinos
de tu caudaloso padre; pero Estrimón, para criarte, no te confió a
manos mortales, sino a las ninfas de las fuentes. Allí, bien educado
por ellas, llegaste a ser el más famoso, ¡oh hijo!, y el soberano de
la Tracia. No temía que murieses en tu patrio suelo, cuando ordenabas
las huestes ávidas de sangre; sabedora de tu destino, te prohibía que
auxiliases a Troya. Las embajadas de Héctor y los frecuentes mensajes
del Senado te indujeron a venir al socorro de tus amigos. No creas que
ignoro que a Atenea se debe esta desdicha; nada hizo Odiseo ni el hijo
de Tideo, aunque lo parezca. Y sin embargo, nosotras las Musas adoramos
todas a Atenas, ciudad de esa diosa, y con ella tenemos frecuente
trato, y Orfeo,[261] primo de Reso, a quien tú mataste, reveló en ella
secretos misterios, y a Museo,[262] tu santo ciudadano, y uno de los
que más se distinguieron en el arte, enseñamos nosotras las nueve
hermanas y el mismo Febo, y en premio de esto lloro ahora a mi hijo,
llevándolo en mis brazos. No tengo necesidad de acudir a nadie que me
explique esta desgracia.

EL CORO

Temerariamente, ¡oh Héctor!, nos calumnió el cochero tracio diciendo
que habíamos maquinado ese crimen.

HÉCTOR

Ya lo sabía; no necesitaba oír a ningún adivino para asegurar que
había perecido por obra del astuto Odiseo. Pero al ver que el ejército
griego sitiaba a mi patria, ¿por qué no había de enviar mensajeros a
mis amigos para que viniesen a socorrer a Troya? Los envié, pues; como
debía, vino a ayudarme en esta guerra. No me alegro, en verdad, de su
muerte. Y ahora estoy pronto a erigirle un sepulcro y a quemar en la
pira muchos y ricos vestidos; vino como aliado, aunque haya muerto
miserablemente.

LA MUSA

No lo cubrirá el negro manto de la tierra; yo pediré a la esposa de
Hades, a la hija de Ceres, diosa frugífera,[263] que me lo entregue;
débeme este favor, agradecida a mis esfuerzos en hacer creer que honra
a los amigos de Orfeo. Y para mí será en adelante como un muerto y
como quien no ve la luz; nunca me acompañará ni verá a su madre; oculto
en las cavernas de la tierra argentífera,[264] de hombre convertido en
dios, vivirá, sacerdote de Dioniso, en la roca Pangea, en donde habita
el dios, a quien adoran los iniciados en sus divinos misterios. Yo lo
lloraré con moderación, imitando a la diosa marina, cuyo hijo ha de
morir también fatalmente. Nosotras, las nueve hermanas, entonaremos
en su honor fúnebres cánticos, y después celebraremos a Aquiles, hijo
de Tetis, que llorará también. Palas, que te mató, no podrá librarlo
de la muerte; que en el carcaj de Apolo se guarda la flecha que ha
de quitarle la vida. ¡Cuántos cuidados dan los hijos! ¡Cuántas penas
afligen a los mortales! Alejad de vosotras pensamientos temerarios
y pasad sin ellos la vida,[265] y no os veréis en el duro trance de
sepultarlos.

EL CORO

La madre de Reso cuidará de sus funerales; si tú, Héctor, meditas algún
proyecto, ocasión es de realizarlo, que dentro de poco nos inundará la
luz del día.

HÉCTOR

Andad, y que los aliados tomen al punto las armas y ajusten el yugo
al cuello de los caballos. Conviene, no obstante, que, provistos de
antorchas, aguarden la señal de la trompeta tirrena.[266] Espero
derrotar el ejército, asaltar las trincheras de los aqueos e incendiar
sus naves, y que los rayos del sol, que se acerca, solemnicen con su
esplendor el día de nuestra libertad.

EL CORO

Obedece al rey; cúbrannos nuestras armas, y hagamos saber a los aliados
las órdenes de Héctor; y que el dios que nos protege nos conceda la
victoria.




EL CÍCLOPE


ARGUMENTO

El famoso Odiseo, rey de Ítaca, no voluntariamente, sino arrastrado por
vientos contrarios, arriba a la costa de Sicilia, en donde habitaba
Polifemo, el Cíclope, consagrado en absoluto, a pesar de su origen
divino, a satisfacer sus apetitos bestiales. Como gigante, necesitaba
una cantidad de alimento proporcionada a su estatura, y aunque
constituían su más suculenta comida ordinaria los animales domésticos,
regalábase también, cuando la ocasión se presentaba, con la carne de
los desventurados náufragos o extraviados que aportaban a sus dominios.
Los esclavos que a la sazón le servían para atender a su ganadería y a
su labranza eran Sileno y los sátiros hijos de este, que habían caído
en sus manos cuando buscaban a Dioniso, su señor, en poder de unos
piratas tirrenios enviados por Hera, su enemiga.

Odiseo pide a Sileno víveres y agua, estando ausente el Cíclope, y
pagándole su precio; y cuando el viejo exayo del hijo de Sémele se
dispone a complacerlo, por el vino del comprador y con la piadosa
intención de guardarse el precio de la venta, aparece el Cíclope, que
desbarata tan seductores proyectos, desoye las súplicas y exhortaciones
de Odiseo, y lo destina a ser asado o cocido con sus compañeros. Y,
en efecto, mata y se come a dos de ellos, accediendo solo por pura
benevolencia y cortesía ciclópea, agradecido al deleite que ha recibido
de su prisionero escanciándole el licor de Dioniso, a reservarlo para
el último de su antropófago banquete. No queda, pues, otro recurso al
héroe de Homero que matar a Polifemo, y así lo hace, embriagándolo
primero e introduciendo después en su único ojo frontal un enorme tizón
puntiagudo ardiendo.

Esta obra dramática de Eurípides es preciosa para nosotros, por ser
la única de su especie que se conserva, por su mérito literario
intrínseco, y porque nos ofrece al eminente trágico cómico consumado,
y justamente en la época más brillante de su vida y en la flor de su
talento. Contaba entonces el año 57 de su edad, y la representación de
esta obra tuvo lugar en la olimpiada 85, y en su tercer año, 438 antes
de Jesucristo.

El drama satírico, según la opinión más admitida por los eruditos
dedicados a estos estudios, fue inventado como homenaje o expiación
en favor de Dioniso, de cuyas fiestas habían nacido la tragedia y
la comedia, aunque ni la una ni la otra conservaban de su primitivo
origen sino la tradición del hecho, desfigurado y casi olvidado,
hasta el extremo de afirmar los mismos atenienses que en ninguna de
ellas se veía rastro o huella de su origen, aparte de la formación
de las palabras que expresaban el nombre de la tragedia de τράγος,
_macho cabrío_, animal consagrado a Dioniso, y de la época de su
representación en las fiestas dionisíacas. La prueba evidente y al
alcance de todos de esta verdad la hallamos en seguida en los lectores
vulgares de esas composiciones, ignorantes por completo de esa relación
entre el dios coronado de hiedra y las obras dramáticas griegas,
si antes no han llegado a su noticia las indicaciones expuestas.
Se exigió, pues, en desagravio del dios, que a las obras trágicas
acompañase un drama satírico, cuyo asunto había de desenvolver una
fábula o acción relativa a Dioniso, directa o indirectamente, con
un coro compuesto de sátiros, de donde le vino su nombre, y sujeto,
además, a ciertos límites previamente trazados en su exposición y
desarrollo, a sus danzas peculiares y hasta a sus ritmos. Solamente en
la mitología o en la edad heroica, a diferencia de la tragedia y de la
comedia, habían de fundarse sus argumentos, y fueron entre los griegos
lo que las farsas _atelanas_ de los romanos y los entremeses entre
los españoles: lo bufo y lo alegre después de lo serio y lo triste.
Los escribieron y perfeccionaron todos los grandes poetas, Esquilo,
Sófocles, Eurípides, Pratinas, Hegemón y otros muchos.

Pero prescindiendo de su rareza, recomienda especialmente al CÍCLOPE
su valor literario intrínseco, extraordinario a nuestro juicio. Su
acción, elegida, trazada y desenvuelta con naturalidad, sencillez y
sobriedad dramática, tan hábil como práctica en su conjunto y en sus
más ínfimos detalles; la gracia, la claridad y la aparente ligereza
de sus distintas peripecias, y la variedad, la novedad y el interés
escénico de las situaciones burlescas de sus distintos personajes;
la mezcla de serio y de ridículo de un gusto depurado y ático que
resplandece en todas sus estrofas; la diversidad de los caracteres
de sus personajes, maravillosamente diseñados y sostenidos, y, por
último, la poesía verdadera derramada a manos llenas en toda ella,
y en particular en los cantos de los coros, obligan por necesidad a
cuantos lean este drama, si poseen sentido natural para la percepción
de la belleza literaria, y han aprovechado la educación consiguiente
para perfeccionarla, a admirar a su autor como merece, y a confesar
con justicia que su capacidad poética en lo trágico no es inferior,
sino más bien al contrario, en el drama satírico titulado EL CÍCLOPE.
Hasta en las groserías o indecencias que contiene, se muestra hasta
cierto punto moderado, porque, comparadas con las de los poetas cómicos
contemporáneos, resultan, así respecto a su número como a su calidad,
pálidos y vagos reflejos del cinismo, de la desvergüenza y de la osada
procacidad de esos antiguos predecesores helenos de algunos novelistas,
periódicos y autores dramáticos modernos.


PERSONAJES

  SILENO, _exayo de Dioniso._
  CORO DE SÁTIROS, _hijos de Sileno._
  ODISEO, _príncipe de Ítaca._
  EL CÍCLOPE, _Polifemo._


La acción pasa en Sicilia, delante de la caverna del Cíclope.




  Se ve en el teatro una caverna y su entrada, y próximo a ella un
  verde prado.


SILENO

¡Oh Dioniso!, por ti soporto ahora innumerables trabajos, semejantes a
los de mi florida juventud. Primero envió Hera contra mí a las Furias
para que me atormentaran en tu ausencia, después que dejaste a las
ninfas de los montes que te criaron; luego fui tu auxiliar, y a tu
lado combatí en la lucha contra los gigantes y di muerte a Encélado,
rompiendo con mi lanza el centro de su escudo. Pero, poco a poco, ¿no
he soñado todo esto? No, por Zeus, que presenté a Dioniso los bélicos
despojos. Pero nada de esto es comparable a mi última desdicha, cuando
Hera suscitó contra ti a los piratas tirrenios para que te vendiesen
en lejanas tierras, y yo lo supe y con mis hijos navegué en busca
tuya, y yo mismo, empuñando el timón en la popa de la nave, al compás
de los remos y sentados mis hijos en los bancos, azotamos la blanca
espuma del azulado mar, ansiosos de encontrarte, ¡oh rey! Y ya cerca
de Malea,[267] un viento que soplaba del oriente combatió nuestro
bajel y nos arrojó contra estos escollos del Etna, en donde habitaban
los cíclopes[268] homicidas, hijos de un solo ojo del dios marino.
Esclavos somos de uno de ellos, que nos apresó; Polifemo se llama
nuestro dueño, y en vez de celebrar danzas báquicas, apacentamos los
rebaños del impío Cíclope. Mis hijos, muchachos ya crecidos, apacientan
las ovejas en las últimas colinas; yo lleno los abrevaderos y limpio la
casa, y en ella resido, y sirvo al impío Cíclope en sus nefandas cenas.
Y ahora, obediente a sus órdenes, barreré la gruta con estos rastrillos
de hierro, para que esté limpia a la vuelta del Cíclope, mi señor,
y de las ovejas. Pero ya veo a mis hijos que se acercan apacentando
los ganados. ¿Qué es esto? ¿Acaso os entregáis a vuestras ruidosas
danzas,[269] como en otro tiempo, cuando erais fieles compañeros de
Dioniso en la casa de Altea[270] y os deleitabais al son de las liras y
del canto?

EL CORO

¿Adónde caminas, ¡oh hijo de padre noble y de noble madre!? ¿Por qué
vas hacia los escollos? ¿Por ventura no tienes aquí suave aura y alegre
césped, y agua clara de los ríos que reposa en los abrevaderos junto
a la gruta en donde balan tus corderillos? ¡Ay de ti! ¿No pacerás
aquí; no pacerás aquí? ¿No en la colina llena de húmedo rocío? ¡Hola!
Pronto te lanzaré una piedra. Apártate; apártate, ¡oh carnero!, vete al
establo del pastor, del rústico Cíclope.

Déjame, oveja, tus tetas turgentes; entrega tus pezones a los
corderillos que yacen en los lechos. Los balidos de tus hijuelos, que
duermen durante el día, te llaman. ¿No volverás al fin a tu establo,
abandonando los pastos herbosos bajo las rocas del Etna? Aquí no está
Dioniso, aquí no hay coros ni bacantes armadas de tirsos, ni estrépito
de tímpanos junto a las fuentes de agua cristalina, ni frescas gotas de
vino, ni Nisa[271] con sus ninfas.

Báquicos, báquicos versos me hace cantar Afrodita, a la cual perseguía
yo ligero con las bacantes de pies blancos. ¡Oh Dioniso, oh Dioniso
querido! ¿En dónde yaces solitario sacudiendo tu blonda cabellera? Yo,
mientras tanto, tu servidor, soy ahora esclavo del Cíclope de un solo
ojo, siervo errante cubierto con esta piel miserable de macho cabrío,
lejos de ti, a quien amo.

SILENO

Callad, ¡oh hijos!, y ordenad a los criados que traigan los rebaños a
la cóncava gruta que forman estos peñascos.

EL CORO

Andad; pero ¿a que tanta precipitación, ¡oh padre!?

SILENO

Veo a la orilla del mar el casco de una nave griega, y a los remeros
con su capitán que vienen hacia aquí y traen colgados de su cuello
vasos vacíos, sin duda en busca de alimento, y las urnas del agua. ¡Oh
extranjeros desdichados! ¿Quiénes son? No sabrán quién es Polifemo,
nuestro señor, cuando se dirigen hacia este techo inhospitalario,
arrastrados por su triste destino para servir de pasto al Cíclope que
devora a los hombres. Pero callaos, y les preguntaremos de dónde vienen
a las sículas rocas del Etna.

ODISEO

¿Me diréis, ¡oh extranjeros!, en dónde encontraremos algún río para
apagar nuestra sed, y alguno que quiera vender víveres a navegantes
hambrientos? ¿Qué es esto? Parece que hemos arribado a la tierra de
Dioniso, porque veo junto a esa gruta multitud de sátiros. Saludo al
más anciano.

SILENO

Salve, ¡oh extranjero!; di quién eres y cuál es tu patria.

ODISEO

Odiseo, de Ítaca, rey de los cefalonios.

SILENO

He oído hablar de cierto Odiseo, hombre locuaz, del astuto linaje de
Sísifo.[272]

ODISEO

Yo soy, pero no me insultes.

SILENO

¿Desde dónde venís por mar a Sicilia?

ODISEO

Desde Troya, después de haber sufrido en ella muchos trabajos.

SILENO

¿Cómo, pues? ¿No sabías navegar hacia tu patria?

ODISEO

Las tempestades y los vientos me han traído aquí a la fuerza.

SILENO

¡Hola! Tu fortuna es igual a la mía.

ODISEO

¿Contra tu voluntad estás aquí también?

SILENO

Por seguir a los piratas que robaron a Dioniso.

ODISEO

Pero ¿qué país es este y quienes lo habitan?

SILENO

El monte Etna, el más alto de Sicilia.

ODISEO

¿Y las murallas y las torres de la ciudad?

SILENO

No hay; en estas cumbres no habitan hombres, ¡oh extranjero!

ODISEO

¿A quién pertenece esta región? ¿A las fieras, acaso?

SILENO

A los cíclopes, que moran en cavernas, no en casas.

ODISEO

¿A quién obedecen? ¿Gobierna el pueblo?

SILENO

Son pastores nómadas; ninguno obedece a otro.

ODISEO

¿Siembran las espigas de Deméter, o de qué viven?

SILENO

De leche y de queso, y de la carne de sus ganados.

ODISEO

¿Y saborean el licor de Dioniso, el suave jugo de la viña?

SILENO

De ninguna manera; en este país son desconocidas las danzas.

ODISEO

¿Son hospitalarios y benévolos con los extranjeros?

SILENO

Dicen que no hay manjar tan exquisito como su carne.

ODISEO

¿Qué dices? ¿Celebran deleitosos banquetes y devoran los hombres
después de matarlos?

SILENO

Ninguno se ha escapado hasta ahora.

ODISEO

Y el Cíclope, ¿está en la gruta?

SILENO

Fue al Etna a cazar fieras con sus perros.

ODISEO

¿Podrás ayudarnos a huir de aquí?

SILENO

No me es posible; pero pídeme otra cosa.

ODISEO

Véndenos víveres, que no tenemos.

SILENO

Ya te he dicho que solo hay carne.

ODISEO

¡Dulce alivio de nuestra hambre!

SILENO

Y queso y leche de vaca.

ODISEO

Traedlo todo, pues, que la luz es necesaria en estos tratos.

SILENO

Dime tú ahora: ¿cuánto piensas darme en cambio?

ODISEO

No traigo dinero, sino néctar de Dioniso.

SILENO

¡Dulcísima nueva! ¡Largo tiempo hace que no lo probamos!

ODISEO

Regalo es de Marón, hijo del dios.

SILENO

¿El que tuve en otro tiempo en mis brazos?

ODISEO

El hijo de Dioniso, para que me entiendas mejor.

SILENO

¿Y lo guardas en la nave, o lo traes allí?

ODISEO

En este odre, ¡oh anciano!

SILENO

Ni para un trago tengo.

ODISEO

Traeremos dos veces otro tanto.

SILENO

¡Deleitosa, gratísima fuente!

ODISEO

¿Quieres probarlo, que es puro?

SILENO

Así debe ser; la prueba atrae compradores.

ODISEO

Con el odre viene también una copa.

SILENO

Llénala, pues, y recordaré haber bebido en otro tiempo.

ODISEO

Hela aquí.

SILENO

¡Oh placer! ¡Qué aroma despide!

ODISEO

¿Lo viste acaso?

SILENO

No, por Zeus, pero lo percibo.

ODISEO

Pruébalo, pues, y serán fondadas tus alabanzas.

SILENO

¡Oh gozo! Dioniso me excita a bailar. ¡Ah, ah, ah!

ODISEO

¿Qué tal sonaba al atravesar tu garganta?

SILENO

Hasta los tuétanos ha penetrado.

ODISEO

Te daré además dinero.

SILENO

Bástame el odre; déjate ahora de dinero.

ODISEO

Vengan ya los quesos o los corderillos.

SILENO

Los traeré, sin cuidarme de mi amo; por beber una copa daría todos
los rebaños de los cíclopes, y me precipitaría, por embriagarme y
desarrugar mi ceño, en la mar desde la roca Léucade. El que no goza
bebiendo es un insensato; así puedes disfrutar de todos los variados y
dulces goces del amor,[273] y bailar, y olvidar tus penas. ¿Y no besaré
tan suave licor sin hacer caso de las necias lágrimas del Cíclope, y
del único ojo que brilla en medio de su frente? (_Sileno entra en la
caverna_).

EL CORO

Oye, Odiseo, quisiéramos hablarte.

ODISEO

Amigos sois; acercaos al que lo es vuestro.

EL CORO

¿Tomasteis Troya y recobrasteis a la cautiva Helena?

ODISEO

Y también cautivamos a toda la familia de Príamo.

EL CORO

Y después que recobrasteis a esa tierna joven, ¿no la disfrutasteis
todos, por su orden, ya que tanto le plugo casarse con distintos
maridos? De la traidora hablo, que, al contemplar los calzones de
variados colores y el collar de oro que adornaba la garganta de Paris,
perdió el juicio y abandonó a Menelao, el mejor de los hombrecillos.
Ojalá que nunca hubiese nacido mujer alguna..., a no ser para mí solo.

SILENO

Aquí tienes, ¡oh rey Odiseo!, nuestras rústicas riquezas, corderillos
que balan, y no pocos quesos de cuajada leche. Lleváoslos, pues;
alejaos cuanto antes de estas cavernas, y dadme en cambio este dulce
néctar de los báquicos racimos. ¡Ay de mí! El Cíclope viene; ¿qué
hacemos?

ODISEO

Perdidos somos, anciano. ¿Adónde huimos?

SILENO

Entrad en las cavernas; quizá logréis esconderos.

ODISEO

Peligroso es tu consejo, pues nosotros mismos nos precipitaremos en las
redes.

SILENO

No lo es; hay dentro ciertos rincones en donde podéis refugiaros.

ODISEO

No será así; Troya se quejaría bastante si huyésemos de un solo hombre,
cuando yo resistí muchas veces con mi escudo numeroso escuadrón de
frigios. Si hemos de morir, será con gloria; y si vivimos, que sea
después de defendernos con valor, cual cumple a nuestra antigua fama.

EL CÍCLOPE

Detente; trae la luz. ¿Qué es esto? ¿Jugáis acaso? ¿Qué significan esas
bacanales? No está aquí Dioniso, ni suenan las trompetas ni se oyen los
tambores. ¿Y los corderillos recién nacidos? ¿Maman todavía y corren
alrededor de sus madres? ¿Echasteis ya en las cestillas de junco la
leche para los quesos? ¿Qué decís? ¿Qué respondéis? Este palo os hará
llorar en breve; mirad hacia arriba, no al contrario.

EL CORO

Observa tú cómo levantamos al cielo los ojos; veo a las estrellas y a
Orión.[274]

EL CÍCLOPE

¿Preparasteis la comida?

EL CORO

Sí; apresta también tus fauces.

EL CÍCLOPE

¿Llenasteis los vasos de leche?

EL CORO

Si quieres, puedes beberte una cuba entera.

EL CÍCLOPE

¿Es de oveja, de vaca, o mezclada?

EL CORO

La que más te agrade, siempre que no me tragues.

EL CÍCLOPE

De ninguna manera, porque bailando en medio de mi vientre, me mataríais
con vuestros saltos. ¡Hola! ¿Qué gente es esa que veo junto al establo?
¿Son piratas, o ladrones que han arribado? Sí, sin duda alguna; observo
también corderillos de mis rebaños atados con mimbres, y entre ellos,
castillos con quesos, e hinchada la frente calva de este viejo, efecto
de los golpes que ha sufrido.

SILENO

¡Ay de mí! Tales fueron, que estoy calenturiento.

EL CÍCLOPE

¿Quién fue el agresor? ¿Quién, ¡oh anciano!, esgrimió sus puños en tu
cabeza?

SILENO

Esos, ¡oh Cíclope!, porque me opuse a que se llevaran tus bienes.

EL CÍCLOPE

¿No sabían que yo era dios e hijo de dioses?

SILENO

Así les dije, y sin embargo se llevaban tus corderos y comieron queso,
a pesar de mi resistencia, y se disponían a apropiarse los corderos;
aseguraban que te habían de atar a un madero de tres codos, y te
sacarían las entrañas por el ombligo y azotarían soberbiamente tus
espaldas, y después, bien sujeto, te llevarían a la nave y te venderían
para mover piedras con palancas o a trabajar en un molino.

EL CÍCLOPE

¿Conque así hablaron? ¿No cortarás pronto estacas puntiagudas y
encenderás bastante leña? No tardaré en matarlos, y llenarán mi
estómago, y sin ayuda de trinchante los comeré, los unos calientes,
recién sacados de las ascuas, y otros bien cocidos en el puchero,
cansado ya de carne montés; bastantes ciervos y leones he tragado, y
hace mucho tiempo que no como carne humana.

SILENO

Nada hay más sabroso, ¡oh señor!, que alternar con nuevos manjares los
ordinarios; mucho ha que no vienen extranjeros a tu caverna.

ODISEO

Atiende también a estos. Nosotros, deseosos de comprar víveres, vinimos
a tu caverna desde nuestra nave; este nos ha vendido y entregado los
corderos por una copa de vino, que apuró, reinando entre todos la mejor
armonía y sin apelar a la fuerza. Nada tiene de extraño que este viejo
no haya dicho palabra de verdad, porque lo has cogido _in fraganti_
vendiendo lo tuyo.

SILENO

¡Yo! ¡Mala muerte te lleve!

ODISEO

Sí, si miento.

SILENO

No, por Poseidón que te engendró, ¡oh Cíclope!; no, por Tritón el
magno[275] y por Nereo;[276] no, por sus hijas y por Calipso,[277] por
las sagradas olas y por todos los peces te juro, ¡oh Cíclope bellísimo,
oh dueñecito mío!, que nada tuyo vendí a los extranjeros; si así no
fuere, que tengan mala muerte estos hijos míos que tanto amo.

EL CORO

Oye tú; seguro estoy de haberte visto vendiendo a los extranjeros, y si
es falso, que se muera mi padre; pero no seas injusto con ellos.[278]

EL CÍCLOPE

Mentís; más confianza me inspira Sileno que Radamanto,[279] y declaro
que es más imparcial. Pero voy a interrogaros. ¿De dónde venís? ¿Cuál
es vuestra patria? ¿En qué ciudad nacisteis?

ODISEO

Nacimos en Ítaca, y después de derribar a Ilión, vientos marinos, ¡oh
Cíclope!, nos han arrojado a tus dominios.

EL CÍCLOPE

¿Sois, acaso, de los que fueron a la ciudad de Ilión, próxima al
Escamandro,[280] a vengar el rapto de la malvada Helena?

ODISEO

Somos, en efecto, los que sufrieron tan intolerables trabajos.

EL CÍCLOPE

Vergonzosa empresa, en verdad, navegar a la Frigia por una mujer.

ODISEO

Obra fue de una deidad, y así, no acuses a los mortales. Nosotros,
¡oh noble hijo del dios marino!, te suplicamos y te pedimos, a fuer
de hombres libres, que no mates a tus amigos que han llegado a esta
caverna, convirtiéndolos en manjar impío de tu boca, porque nosotros,
¡oh rey!, dimos a tu padre posesión de varios templos en distintos
lugares de la Grecia, e inviolados continúan el santo puerto del Ténaro
y las alturas inaccesibles de Malea, y el promontorio Sunio, abundante
en plata, consagrado a la diosa Atenea, y los asilos Gerésteos,[281]
y no perdonamos a los frigios los graves insultos con que deshonraron
a la Grecia, de cuya gloria tú también participas, puesto que griego
es este rincón apartado[282] que habitas bajo las rocas volcánicas
del Etna. Ley es entre los mortales, si no te convencen mis palabras,
acoger benévolos a los suplicantes que se pierden en la mar y
ofrecerles presentes hospitalarios y vestidos, no clavarlos en largos
asadores para llenar tu vientre y ejercitar tus mandíbulas. Bastantes
griegos perecieron en la tierra de Príamo, que bebió la sangre de
muchos muertos al empuje de la lanza, y muchas esposas quedaron sin
maridos, y sin hijos ancianos y ancianas de blancos cabellos. Si
devoras en tus crueles banquetes a algunos de mis compañeros, asándolos
antes, ¿adónde nos dirigiremos? Sigue, pues, mi consejo, ¡oh Cíclope!;
refrena tu voraz gula, y piadoso, no impío, recuerda que ilícitas
ganancias son de ordinario gravosas.

SILENO

Si te atienes a mi dictamen apurarás la carne de este, y si comes su
lengua, ¡oh Cíclope!, serás charlatán elocuentísimo.

EL CÍCLOPE

Las riquezas, ¡oh hombrecillo!, son la única deidad de los prudentes;
todo lo demás, sonoras y vanas palabras. No me cuido de los marinos
alcázares consagrados a mi padre, e inútilmente los ensalzaste en
tu discurso. Tampoco temo el rayo de Zeus, ¡oh extranjero!, ni creo
que sea un dios más poderoso que yo. Este rey del Olimpo, por las
razones que te diré, me inquieta muy poco; cuando difunde la lluvia
desde el cielo, me refugio en esta caverna en donde no penetra el
agua, y saboreo una ternera asada o algún otro animal bien rollizo, y
descanso en cómoda postura[283] después de beberme una ánfora de leche,
resonando mi manto con un ruido émulo de los truenos de Zeus. Cuando
el tracio Bóreas arrastra nieve, me envuelvo en pieles de fieras,
enciendo fuego y no me curo de nada. Necesariamente la tierra, ya
quiera o no, produce hierba que engorda a mis rebaños; yo no mato para
ofrecer víctimas a los dioses, sino solo para mí y para mi vientre, el
principal de todos; beber y comer y satisfacer la necesidad de cada día
es el Zeus de los sabios, y no afligirme por nada; me compadezco de los
que establecieron leyes para civilizar al humano linaje, y no dejaré
de regalarme absteniéndome de comerte. Y para que no me reconvengas,
recibirás, en presente hospitalario, fuego, agua y esta caldera que
contendrá tu carne hecha pedazos y la cocerá de lo lindo. Pero entrad y
os acercaréis al ara del dios de la caverna, y celebraré con vosotros
opíparo banquete. (_Entra el Cíclope en la caverna_).

ODISEO

¡Ay, ay de mí! Ileso salí de los peligros de Troya y de la mar, y
tropiezo ahora con este ser impío, de corazón inexorable. ¡Oh Palas, oh
señora, hija de Zeus, socórreme, socórreme! Aguárdanme trabajos más
graves que los de Troya, y más temibles riesgos. Y tú, Zeus, protector
de la hospitalidad, que habitas entre los astros brillantes, mira todo
esto, que si no me atiendes serás un Zeus inútil, un dios que para nada
sirve. (_Sigue al Cíclope_).

EL CORO

Abre, ¡oh Cíclope!, los labios de tu inmensa boca, que ya están
prontos tus cocidos y asados; limpielos después de apartarlos del
fuego, para que tragues y tritures con tus dientes los miembros de los
extranjeros, recostado en la erizada piel de macho cabrío. Ruégote que
para mí nada dejes; disfruta tú solo y llena tu vasto vientre. ¡Ojalá
que yo no vea más esta caverna, ni presencie el impío sacrificio de
víctimas que celebra el Cíclope del Etna, ávido de devorar las carnes
de los navegantes! Cruel es el miserable que degüella a los viajeros
suplicantes que se acercan a sus lares y los despedaza y traga, ya
comiéndolos cocidos con sus abominables dientes, ya asando carne humana
y devorándola caliente cuando la aparta del fuego.

ODISEO

¡Oh Zeus! ¿Qué diré, testigo en esta caverna de tales horrores,
increíbles y más fabulosos que reales?

EL CORO

¿Qué hay, Odiseo? ¿Por ventura el impío Cíclope saboreó ya a tus amados
compañeros?

ODISEO

Sí; a dos que examinó y pesó con cuidado, muy rollizos por cierto.

EL CORO

¿Quieres contarme esa desdicha, ¡oh desventurado!?

ODISEO

Después que entramos en esta peñascosa caverna encendió fuego,
arrojando al vasto hogar troncos de robusta encina, en cantidad
suficiente para cargar tres carros. Preparó luego su lecho junto a él
con hojas de abeto que extendió en el suelo; llenó de blanca leche de
vaca, ordeñada por su mano, un vaso que contendría unas diez ánforas,
y puso a su alcance una copa de hiedra de tres brazas de ancho y cuya
profundidad parecía de cuatro. Arrimó al fuego una caldera de bronce
llena de agua y endureció en él la punta de los asadores de espino
blanco, puliendo con la hoz lo restante, y pidió vasos del Etna, para
que al filo del hacha...

  ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Hechos estos preparativos por el odioso cocinero de Hades, se apoderó
de dos compañeros míos y los mató, guardando cierto orden; arrojó
al uno a la caldera de bronce, y cogiendo al otro por los pies, lo
machacó contra el filo de una piedra que sobresalía en la roca, le
hizo saltar los sesos, y, cortando sus carnes con cruel cuchillo, asó
parte al fuego, y echó la restante en la caldera, para guisarla. Yo,
desventurado, derramaba abundantes lágrimas y servía al Cíclope, sin
separarme de su lado. Los demás, como aves asustadas, se refugiaban,
temblando, en las hendiduras de la caverna, helada su sangre de
terror. Harto ya, después de haber devorado a mis compañeros, se
abandonó al descanso, exhalando de sus fauces hediondo aliento.
Ocurrióseme entonces, por inspiración divina, ofrecerle una copa de
este vino Marón, para que lo gustase, diciéndole así: «¡Oh Cíclope,
hijo del dios marino!, mira el néctar suave que te ofrezco, licor de
Dioniso, extraído de las viñas de la Grecia». Aceptolo; se llenó de
manjar abominable, y la apuró y la alabó de este modo, levantando la
mano: «¡Oh tú el más amable de los huéspedes!; grata copa es esta
para coronar mi banquete». Conocí que le había gustado y le di otra,
previendo que el vino sería su mayor enemigo y el mejor medio para
que expiase su delito. Empezó a cantar, bebiendo a mi ruego copa tras
copa, difundiéndose el calor por sus entrañas. En este momento entona
desaliñadas canciones, mientras lloran mis compañeros de navegación
y repite sus lamentos la caverna. He salido, pues, con cuidado, y si
quieres, nos salvaremos todos. Decid, pues, si deseáis abandonar a este
monstruo inhospitalario y habitar el palacio de Dioniso en compañía de
vírgenes náyades.[284] Apruébalo tu padre, que está dentro; pero como
es débil y ha percibido el aroma del vino, vacila como el ave presa
con liga, pegadas sus alas a la copa; pero tú, que eres joven, sálvate
conmigo y busca a Dioniso, tu antiguo amigo, bien distinto del Cíclope.

EL CORO

¡Oh tú el más querido, ojalá que veamos este día venturoso, y huyamos
del impío Cíclope! Mi larga y forzosa continencia es ya intolerable.

ODISEO

Oye ahora cómo nos vengaremos de esa bestia feroz y nos libraremos de
su servidumbre.

EL CORO

Habla, pues; que más placer ha de infundirnos la muerte del Cíclope que
si oyésemos el sonido de la cítara asiática.[285]

ODISEO

Trastornado su juicio con el licor báquico, quiere visitar a los
cíclopes, sus hermanos, para comer con ellos.

EL CORO

Ya comprendo: proyectas matarlo cuando atraviese solo las selvas o
acaso precipitarlo desde las rocas.

ODISEO

No es eso; astuto es mi proyecto.

EL CORO

¿Cómo, pues? Ya antes de ahora celebró la Fama tu astucia.

ODISEO

Quiero disuadirlo de ese banquete diciéndole que no debe compartir el
vino con los cíclopes, sino regalarse solo, y cuando se duerma, vencido
por el licor, cogeré cierta estaca de olivo que hay en la caverna, y
afilando su extremo con mi espada, lo pondré al fuego, y cuando se
encienda, lo introduciré por la frente del Cíclope y abrasaré su único
ojo. Como el que traba la tablazón de una nave y mueve el taladro
con las dos correas, así haré girar el tizón en el ojo brillante del
Cíclope y quemaré su pupila.

EL CORO

¡Viva, viva! Nos llena de alegría, locos nos vuelve tu invención.

ODISEO

Y después que te embarque con tus amigos y con ese anciano en el
cóncavo casco de la negra nave, con duplicados remos os alejaréis de
esta tierra.

EL CORO

¿Y no consentirás que yo lo ciegue también con el tizón, a guisa de
purificación divina? Quisiera ayudarte en este atentado.

ODISEO

Me ayudaréis, sin duda; el tizón es grande, y todos vosotros podréis
manejarlo.

EL CORO

Con gusto soportaría la carga de cien carros, siempre que vaciase el
ojo del Cíclope cual nido de avispas, y le diese mala muerte.

ODISEO

Callad ahora; ya conocéis mi proyecto. Y cuando yo lo mande, obedeced
a los arquitectos, que no huiré solo abandonando a los amigos que hay
dentro de la caverna. Aunque podría escaparme y ya estoy fuera de la
cueva, no es justo que, siendo mis compañeros, me salve solo. (_Entra
de nuevo en la caverna_).

PRIMER SEMICORO

Vamos. ¿Quién será el primero? ¿Quién empuñará el segundo el tizón, e
introduciéndolo por los párpados del Cíclope, perforará su ojo claro?

SEGUNDO SEMICORO

Calla, calla. Ebrio ya el cantor discordante, y entonando una canción
desapacible que aullará después, se adelanta desde su peñascosa
caverna. Vamos; enseñemos a este ignorante lo que debe hacer en los
banquetes. Pronto quedará completamente ciego.

EL CORO

Bienaventurado el que se embriaga con el grato licor de la uva, tan
dulce en los festines, estrechando en sus brazos a su joven amigo y
guardando en su lecho bella y tierna amiga, mientras sus cabellos
brillan perfumados, y canta: «¿Quién me abrirá la puerta?».

EL CÍCLOPE

¡Hola, hola, hola! Anegado en vino, regocíjanme los banquetes, y mi
vientre, como nave de carga, relleno está hasta los bordes. El risueño
césped me invita a comer, en este hermoso tiempo de primavera, con mis
hermanos los cíclopes. Vaya, huésped, dame, dame el odre.

EL CORO

Bellos son sus ojos y bello todo él, ahora que sale de su morada.
Ámanos él, y nosotros le correspondemos. Las antorchas te aguardan
y tierna ninfa te espera en la gruta, llena de húmedo rocío. Pronto
llevarás en tu cabeza corona de varios colores.

ODISEO

Escúchame, Cíclope, que yo conozco perfectamente ese Dioniso que te di
a beber.

EL CÍCLOPE

¿Y qué dice la fama de ese dios Dioniso?

ODISEO

Que ninguno como él alegra la vida humana.

EL CÍCLOPE

Por eso yo le eructo tan suavemente.

ODISEO

Tan bondadoso es; a nadie daña.

EL CÍCLOPE

¿Y cómo, siendo dios, se complace encerrado en un odre?

ODISEO

En todas partes contento.

EL CÍCLOPE

Pero no parece regular que un dios se envuelva en pieles.

ODISEO

¿Y qué, si te deleita? ¿Te ofende la piel, acaso?

EL CÍCLOPE

Detesto el odre, pero me gusta la bebida.

ODISEO

No te vayas, pues; bebe y alégrate, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE

¿Pero no debo compartirla con mis hermanos?

ODISEO

Mayor será tu dicha si solo la disfrutas.

EL CÍCLOPE

Pero convidando a mis amigos, me lo agradecerán.

ODISEO

Propensos son los banquetes a disputas y reyertas escandalosas.

EL CÍCLOPE

Nos embriagaremos, y nadie osará tocarme.

ODISEO

¡Oh amigo!, conserva ese licor en tu gruta.

EL CÍCLOPE

Necio es el que, bien bebido, no ama los banquetes.

ODISEO

El que, ebrio, no sale de su casa, es prudente.

EL CÍCLOPE

¿Qué hacemos, Sileno? ¿Me aconsejas quedarme?

SILENO

Sí. ¿Qué necesidad tienes de compañeros para beber, ¡oh Cíclope!?

EL CÍCLOPE

Y en verdad que florido césped cubre la tierra.

SILENO

Y grato es beber al sol. Recuéstate, pues, y descansa junto a mí.

EL CÍCLOPE

Aquí me tienes ya; pero ¿por qué pones la copa detrás de mí?

SILENO

No se la lleve alguno que pase.

EL CÍCLOPE

Lo que tú quieres es empinarla a hurtadillas; ponla en medio de los
dos. Tú, ¡oh huésped!, dime cómo he de llamarte.

ODISEO

_Ninguno_. Pero ¿qué gracia me dispensarás para que yo te alabe?

EL CÍCLOPE

Serás el último que devore.

ODISEO

Egregio favor para tu huésped, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE

¡Hola!, ¿qué haces? ¿Te bebes el vino a escondidas?

SILENO

No; Dioniso me ha dado un ósculo, enamorado de mi gracia.

EL CÍCLOPE

Lágrimas ha de costarte tu afición al vino, que no te ama.

SILENO

No, por Zeus; dice que adora mi belleza.

EL CÍCLOPE

Viértelo, y llena la copa para mí solo.

SILENO

¿Qué tal? Veamos si está bien hecha la mezcla.

EL CÍCLOPE

Tú me desesperas; dámela así.

SILENO

No, por Zeus; antes veré la corona en tu cabeza, y lo probaré.

EL CÍCLOPE

¡Copero bribón!

SILENO

No, por Zeus; que el vinillo es exquisito. Límpiate bien las narices
antes de beberlo.

EL CÍCLOPE

Mira; limpios están mis labios y mi barba.

SILENO

Apoya el codo con gracia; bebe después como me ves beber... y como ya
no me ves.

EL CÍCLOPE

¡Ah, ah! ¿Qué haces?

SILENO

Suavemente me la bebí de un trago.

EL CÍCLOPE

Tómala tú, huésped, y serás mi copero.

ODISEO

Ya conoce mi mano la viña.

EL CÍCLOPE

Vamos; llénala ya.

ODISEO

Eso hago; calla ahora.

EL CÍCLOPE

Difícil será, después de beber mucho.

ODISEO

Aquí la tienes; no dejes una sola gota, que, apurada la copa, lo mejor
es morirse.

EL CÍCLOPE

¡Hola! Precioso don es la vid.

ODISEO

Seguro es que si después de comer mucho bebes mucho y humedeces tu
vientre, aun sin sed, sentirás sueño; pero si dejas algo, Dioniso
secará tus fauces.

EL CÍCLOPE

¡Viva, viva! ¡Casi nado! ¡Puro es este goce! Paréceme que el cielo y
la tierra se mueven confundidos, y que veo el trono de Zeus y toda la
corte celestial. No los besaré; las Gracias me provocan; pero contento
con este Ganimedes,[286] descansaré por las Gracias muy gustoso. Hasta
cierto punto me gustan más los jóvenes que las mujeres.

SILENO

Pero ¿soy acaso el Ganimedes de Zeus, Cíclope?

EL CÍCLOPE

Sí, por Zeus, que yo lo arrebato del palacio de Dárdano.[287]

SILENO

Yo muero, ¡oh hijos! Voy a ser víctima de una desgracia indigna.

EL CÍCLOPE

¿Rechazas a tu amante ebrio y con tanto desdén me tratas?

SILENO

¡Ay de mí! Amargo, en verdad, será pronto para mí el vino que he
bebido. (_El Cíclope arrastra a Sileno a la caverna_).

ODISEO

Vamos ahora, hijos de Dioniso, mancebos generosos; ya entró en la
gruta; rendido por el sueño, no tardarán sus horribles fauces en
devolver la carnaza. El tizón humea ya dentro; todo está preparado, y
solo nos resta abrasar el ojo del Cíclope; prueba ahora tu valor.

EL CORO

Duros seremos como la piedra y el hierro. Entra, sin embargo, antes que
mi padre sea deshonrado; aquí todos te obedecemos.

ODISEO

¡Oh Vulcano, rey del Etna!, protégeme, y que al primer golpe abrase el
ojo de tu mal vecino; y tú, Sueño, hijo de la negra Noche, socórreme
con todo tu poder contra esta bestia enemiga de los dioses; después de
pasar en Troya tan honrosos trabajos, no entreguéis a la muerte a estos
navegantes y al mismo Odiseo por un hombre que desprecia a un tiempo al
cielo y a la tierra. ¿Creeremos que es diosa la Fortuna, y superior a
los demás dioses? (_Entra en la caverna_).

EL CORO

Fuertes tenazas oprimirán el cuello del comedor de extranjeros, y el
fuego abrasará después su brillante pupila, porque ya cubre la ceniza
esta robusta rama. Venga, pues, Marón, y trastornándole el juicio con
su fuego, hágale pagar su pena, y destruya el párpado del Cíclope, ya
que lo ha bebido en su daño. Y yo, dejando este desierto, quiero ver al
afable Dioniso, amante de la hiedra. ¿Lo conseguiré algún día?

ODISEO

Callad, por los dioses, ¡oh fieras!; estaos quietas y no despegad los
labios; ni respirar os permito, ni guiñaros los ojos, ni aun escupir
siquiera; no despierte este calamitoso Cíclope antes que el fuego acabe
con su ojo.

EL CORO

Callemos, y que solo el aire atraviese nuestras fauces.

ODISEO

Entrad ya, y coged el tizón encendido en punto.

PRIMER SEMICORO

¿No señalarás tú por su orden los que primero han de quemar el ojo del
Cíclope con esta palanca inflamada, para que todos contribuyamos al
buen éxito de esta empresa?

SEGUNDO SEMICORO

Nosotros estamos a la puerta, algo lejos, en verdad, para abrasarlo.

PRIMER SEMICORO

Nosotros cojeamos hace poco.

SEGUNDO SEMICORO

Algo parecido me pasa, porque en pie y todo, me acomete una convulsión,
cuya causa ignoro.

PRIMER SEMICORO

¿Y cómo, estando en pie, padecéis convulsiones?

SEGUNDO SEMICORO

Y nuestros ojos están llenos de polvo, o de ceniza, o de otra cualquier
cosa.

ODISEO

Cobardes auxiliares son estos, y para nada sirven.

EL CORO

¿Es cobardía acaso cuidar de nuestro pellejo y de nuestras espaldas, y
oponernos a perder los dientes a fuerza de azotes? Conozco un encanto
excelente de Orfeo, cuya virtud es tal, que el tizón encendido se
introducirá por sí mismo en el cráneo del hijo de la Tierra que ve con
un ojo solo.

ODISEO

Aunque ya sabía hasta dónde llega tu valor, ahora no tengo la menor
duda. Más vale que mis amigos me ayuden en la obra. Si nada has de
hacer, aliéntanos siquiera con tus palabras.

EL CORO

Así lo haré. En los carios[288] confiamos. Que nuestras exhortaciones
contribuyan a abrasar al Cíclope. (_Odiseo entra en la caverna_).
¡Ánimo, ánimo! Blandid el tizón con esfuerzo; daos prisa; quemad las
cejas de la bestia que traga a los huéspedes. Devorad con el fuego,
¡oh!, abrasad al pastor de las ovejas del Etna. Taládralo; déjalo ya,
no te maltrate, atormentado por el dolor.

EL CÍCLOPE

¡Ay de mí! ¡Apagan la luz de mi ojo!

EL CORO

¡Suave himno!; cántalo, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE

¡Ay de mí, otra vez! ¡Cómo me ultrajan! ¡Cómo me asesinan! Pero nunca
os escaparéis contentos de esta cueva, hombres que nada valéis; yo
cerraré la puerta, y mis manos os atraparán.

EL CORO

¿Qué significan esos clamores, ¡oh Cíclope!?

EL CÍCLOPE

¡Muerto soy!

EL CORO

Deplorable es tu estado.

EL CÍCLOPE

Y bien mísero, además.

EL CORO

¿Caíste ebrio en medio del fuego?

EL CÍCLOPE

_Ninguno_ me perdió.

EL CORO

Luego ninguno te ha ofendido.

EL CÍCLOPE

_Ninguno_ cegó mi ojo.

EL CORO

¿Luego no estás ciego?

EL CÍCLOPE

Así lo estés tú.

EL CORO

Pero ¿cómo no te ha cegado ninguno?

EL CÍCLOPE

¿Te ríes? ¿En donde está _Ninguno_?

EL CORO

En ninguna parte, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE

Me perdió el huésped odioso que trastornó con su vino mi juicio; ¿lo
entiendes ya?

EL CORO

Grande es el poder del vino, y se domina con trabajo.

EL CÍCLOPE

Por los dioses, ¿se escaparon, o están todavía en la caverna?

EL CORO

Escondiéronse callados bajo el oscuro peñasco.

EL CÍCLOPE

¿Hacia qué parte?

EL CORO

A tu derecha.

EL CÍCLOPE

¿En dónde?

EL CORO

Junto a la misma roca. ¿Los encontraste ya?

EL CÍCLOPE

¡Desdicha sobre desdicha! Al tropezar me he roto el cráneo.

EL CORO

Y se escapan.

EL CÍCLOPE

No estaban, pues, hacia aquí, como dijiste.

EL CORO

No digo que ahí.

EL CÍCLOPE

Pues ¿en dónde?

EL CORO

Dan vueltas a tu alrededor por la izquierda.

EL CÍCLOPE

¡Ay de mí! ¡Cómo se burlan! Os reís de mis males.

EL CORO

Ya no; ahora está delante de ti.

EL CÍCLOPE

¡Oh infame! Al fin, ¿dónde estás?

ODISEO

Lejos de ti se halla Odiseo, bien defendido.

EL CÍCLOPE

¿Qué dices? ¿Cambiaste de nombre? ¿No es este nuevo?

ODISEO

Llámome Odiseo, como me puso el padre que me engendró. Justo era que
expiases tus banquetes impíos; poco glorioso sería para mí haber
incendiado a Troya y que no vengara en ti la muerte de mis compañeros.

EL CÍCLOPE

¡Ay, ay de mí! Cúmplese un oráculo según el cual tú habías de cegarme
al volver de Troya. Pero también predijo que serías castigado vagando
largo tiempo por la mar.

ODISEO

Llora tú ahora, que yo logré mi deseo. Me dirigiré a la ribera, y
navegaré hacia el mar Sículo y hacia mi patria.

EL CÍCLOPE

No será así; que este peñasco que he arrancado alcanzará y aplastara a
ti y a tus compañeros de navegación. Subiré, pues, la colina, ciego y
todo, atravesando esta caverna de dos bocas.

EL CORO

Y nosotros navegaremos con Odiseo, y en adelante serviremos a Dioniso.


FIN DEL TERCERO Y ÚLTIMO TOMO




ÍNDICE

                  Páginas.

  Ion                    5

  Andrómaca             99

  Las Suplicantes      155

  Las Bacantes         211

  Los Heráclidas       275

  Reso                 323

  El Cíclope           373




NOTAS


  [1] «Atlas —dice Hesíodo— sostiene en sus hombros el cielo en los
  confines de la tierra, allá en el país de las Hespérides». Era
  hijo de Jápeto y de Clímene, hija del Océano y hermana de Menecio,
  Prometeo y Epimeteo.

  [2] Esta diosa fue Pléyone, madre de las siete Pléyades, hijas suyas
  y de Atlas.

  [3] Maya, una de las Pléyades.

  [4] Delfos, famosa ciudad de la antigua Grecia, junto al Parnaso y
  las riberas del golfo Criseo. Creían los griegos que era el centro de
  la tierra.

  [5] Atenas.

  [6] Erecteo o Erictonio, cuarto rey de Atenas, era hijo de la Tierra
  y de Hefesto, y reinó en aquella ciudad hacia el año 1489. Dicese que
  Atenea, al verlo cojo y contrahecho, como su padre, lo encerró en un
  cesto y lo dio a guardar a Aglauro, prohibiéndole mirarlo; pero esta
  no la obedeció, y encontró en el cesto un niño, cuyas piernas eran
  dos serpientes.

  [7] Aglauro, hija de Cécrope, que, según unos, fue atormentada por
  las Furias por haber desobedecido la orden de Atenea de no mirar
  el cestillo en que le dio a guardar a Erictonio; según otros, fue
  convertida en roca por Hermes, por entrometerse indiscretamente en
  los amores de este dios y de su hermana Herse, y, por último, según
  otros, se sacrificó voluntariamente por su patria en una guerra.

  [8] Collares de esta forma.

  [9] De Calcodonte, rey de la Eubea, padre de Elefénor, uno de los
  héroes griegos del sitio de Troya. Calcodonte murió en una batalla
  que le dio Anfitrión y los tebanos. (V. el _Heracles Furioso_).

  [10] De la Jonia, región del Asia Menor, separada de la Eolia por el
  río Hermo, y regada por el Meandro y el Caistro.

  [11] Castalia, fuente de la Fócida, entre Delfos y el Parnaso,
  muy celebrada de los poetas, así llamada de la virgen Castalia
  que, huyendo de Apolo, fue convertida en fuente. Virgilio, en sus
  _Geórgicas_, dice así: _Castaliam molli divertitur orbita clivo_.

  [12] Peán, himno religioso, especialmente el que se cantaba a Apolo.
  Virgilio, en su _Eneida_, VI. 657, dice así: _laetumque choro paeana
  canentis_; y Claud., in Ruf., praef. n. 11, _Omnis, io paean, regio
  sonat_.

  [13] El águila, que, como se sabe, era mensajera de Zeus, consagrada
  a él por ser la reina de las aves, como él era rey del cielo.

  [14] La voz del cisne.

  [15] En el istmo de Corinto.

  [16] Advocación de Apolo como guardián de las calles. (V. nuestra
  nota a _Las Fenicias_).

  [17] Heracles.

  [18] Vanagloriábanse las mujeres griegas de su habilidad en esta
  clase de labores, especialmente las atenienses, que las ofrecían
  primorosas a Atenea en la fiesta de las Panateneas.

  [19] Yolao, su escudero, que cauteriza las heridas de la hidra.

  [20] Belerofonte, que montado en el caballo Pegaso dio muerte a la
  Quimera.

  [21] Famoso gigante, de quien Horacio (III, od. IV) dice:

        _Sed quid Typhoeus et validus Mimas,_
      _Aut quid minaci Porphyrion statu,_
      _Quid Rhoetus evulsisque truncis_
      _Enceladus, jaculator audax,_
      _Contra sonantem Palladis aegida_
      _Possent ruentes?_

  Y nuestro divino Herrera, en su oda a don Juan de Austria:

        —¡Oh duro y no cansado pecho!
      Por quien cayó vencido,
      Y en peligroso estrecho
      Mimante pavoroso fue deshecho.

  [22] Especie de junco con que hacían los tirsos.

  [23] Según dice Estrabón (IX, pág. 420), en el centro de la Tierra
  había dos palomas que, por orden de Zeus, vinieron a él de los
  extremos de la Tierra. Eurípides, como se ve en la réplica de Ion,
  dice que eran las gorgonas quizá para asustar a las mujeres, o para
  expresar el terror con que los mortales debían visitarlo.

  [24] Nació, como hemos dicho, de la Tierra y de Hefesto, esto es, _ex
  Vulcani semine, Minervam appetentis_. (Véanse las notas que van al
  principio de esta tragedia).

  [25] Eurípides alude aquí a la guerra de Erecteo con Eumolpo, rey
  tracio que con numeroso ejército vino a devastar el Ática. Consultado
  entonces el oráculo, ordenó que fuesen sacrificadas las hijas de
  Erecteo. Este las atrajo a su campamento e inmoló a Ctonia, una de
  ellas, y las demás se precipitaron desde unos peñascos, por haber
  jurado antes que si moría una, las demás la seguirían. Erecteo venció
  a Eumolpo, hijo de Poseidón, y su padre, por vengarlo, lo hirió con
  su tridente.

  [26] Los mitólogos no dicen que Eolo fuese padre de Juto, sino Helén.
  Apolod. Bibliot., lib. I, cap. 7. dice así: Ἕλληνος δὲ καὶ Νύμφης
  Ὀρσηΐδος, Δῶρος, Ξοῦθος, Αἴολος. De Helén y de la ninfa Orseida
  fueron hijos Doro, Juto y Eolo. Doro fue el tronco de los dorios;
  Juto, de los aqueos; Eolo, de los eolios, e Ion, el protagonista
  de esta tragedia, de los jonios, los cuales pasaron al Asia Menor
  y fundaron Éfeso, Mileto, Miunte, Lébedos, Colofón, Priene, Teos,
  Eritras, Focea, Clazomene, Quíos y Samos. Así lo contaba la
  tradición, aunque la historia diga que todo esto sucedió dos siglos
  antes, cuando los heráclidas invadieron el Peloponeso y arrojaron de
  allí a los aqueos, los cuales expulsaron a su vez a los jonios, que
  fundaron las doce colonias mencionadas.

  [27] Trofonio y Agamedes fueron dos hermanos, famosos arquitectos que
  edificaron el templo de Apolo en Delfos. Hirieo, rey de Orcómeno, los
  llamó para que construyesen su tesoro. Así lo hicieron, en efecto,
  aunque con tanta malicia que, de noche, por una puerta secreta,
  entraban en él y robaban a Hirieo. Súpolo este, que los cogió en un
  lazo, y Trofonio, para que su hermano no le descubriese, le cortó
  la cabeza y pudo huir con tan sangriento despojo, muriendo a poco
  en una caverna cerca de Lebadea (Beocia). Apolo, agradecido porque
  le había edificado su templo, le concedió el don de profetizar lo
  futuro. Pausanias cuenta (Beot., IX, 39) que cuando alguno quería
  consultarlo debía pasar muchos días purificándose en el templete o
  capilla de la Buena Dicha (δαίμονος ἀγαθοῦ καὶ τύχης). Bañábase en
  el arroyo llamado Hercina y solo comía carne consagrada de la que
  se sacrificaba a unos seis dioses, probada por un sacerdote para
  declarar si Trofonio lo recibiría benévola o agriamente. El ánimo y
  más solemne sacrificio era el de un carnero, que se inmolaba en un
  hoyo llamado Agamedes. Si los augurios eran favorables, llevábanlo a
  las aguas de Hercina, en donde dos muchachos de trece a catorce años
  lo ungían y lavaban; de allí lo llevaban los sacerdotes al nacimiento
  de dicho arroyo, en donde bebía nuevamente el agua del olvido y el
  de la memoria; después le enseñaban la estatua de Trofonio, obra de
  Dédalo, y la adoraba. Poníanle un saco de lino y le daban su calzado.
  El oráculo estaba en una montaña, y la caverna no era natural, sino
  obra de los hombres y regular su figura. Para bajar a ella tenía
  que valerse de una estrecha escalera y había de llevar en cada mano
  una torta hecha con miel. En esta caverna había un hoyo de una
  braza de alto y dos de ancho en donde se colocaba el curioso para
  conocer las respuestas de Trofonio, que consistían en visiones o
  en voces articuladas e inteligibles. Las tortas estaban destinadas
  a las culebras que se criaban allí. Recibíanlo los sacerdotes a la
  salida, que tardaba más o menos tiempo, y lo sentaban en la silla
  del recuerdo, preguntándole lo que había visto u oído. Entregábanlo
  luego al cuidado de sus servidores, los cuales le transportaban a la
  capilla de la Buena Dicha, en donde volvía en sí al cabo de algún
  tiempo.

  [28] Como el oráculo de Delfos era tan célebre en toda Grecia,
  de aquí también que se le hiciesen ricas ofrendas y presentes de
  todo género, como esclavos, vasos sagrados, obras de arte, etc. El
  respeto y la veneración que le profesaban todos los griegos hizo que
  depositasen en él sus tesoros, cuya posesión más tarde, cuando las
  creencias religiosas no eran tan vivas, produjeron la guerra sagrada
  (355 a 345 antes de Jesucristo) y la invasión de los galos, mandados
  por Breno (278 antes de Jesucristo).

  [29] Nosotros decimos, al contrario, que mal de muchos es consuelo de
  tontos. Pensando cristianamente, no debemos nunca regocijarnos de las
  desdichas ajenas, aunque sean semejantes a las nuestras, pero como no
  todos piensan así, lo más común es sentir y expresar lo contrario, ya
  porque la soledad de los males nos horroriza, ya porque así creemos
  que de este modo apreciarán los demás en su justo valor nuestros
  sufrimientos, experimentándolos en propia cabeza. Tal parece ser el
  sentido de estas palabras de Ion.

  [30] Este principio desenvuelve el poeta en _La Andrómaca_, pues
  Neoptólemo, el hijo de Aquiles, muere en Delfos por haber osado
  acusar a Febo como autor del asesinato de su padre.

  [31] Rasgo de benevolencia hacia el bello sexo, rarísimo en
  Eurípides, pues ya dice que hay mujeres buenas, lo cual para él es
  mucho decir.

  [32] Esto es, con Apolo, porque la invocación es a Leto. Estas
  palabras envuelven dos sentidos: el uno se refiere al anterior
  agravio que Creúsa recibió de Febo y a la esperanza de que lo repare,
  y el otro es el de significar un vago deseo, cuyo fundamento no
  pueden penetrar los demás interlocutores.

  [33] Sin duda la pena del estuprador era una multa pecuniaria, y por
  esto dice Ion que estos dioses, para pagarlas, tendrían necesidad de
  desprenderse de las riquezas acumuladas en sus templos.

  [34] Ilitía, _genialis tori custos_, como le llama Séneca, diosa que
  presidía a los partos. Según unos, era advocación de Artemisa o Hera,
  y según otros, una deidad, distinta de ellas, hija de esta última.

  [35] Según algunos mitólogos, Atenea salió armada de la cabeza de
  Zeus, con la cooperación de Hefesto; según otros, del titán Prometeo.

  [36] Νίκη, Victoria, sobrenombre de Atenea, bajo cuya advocación
  tenía un santuario en la ciudadela de Atenas.

  [37] «Cuando se baja de la ciudadela (dice Pausanias, cap. I, 28,
  4), antes de llegar a la ciudad que yace a su falda, en dirección
  de los Propileos, se encuentra una fuente, y, junto a la eminencia,
  un santuario consagrado a Pan y Apolo. En él, según se dice, se
  unieron Apolo y Creúsa, la hija de Erecteo». Esta capilla o santuario
  (Herod., VI, 105) se edificó después de la batalla de Maratón, cuando
  el dios llamó al correo Fidípides, encargado de pedir socorro a los
  espartanos, al monte Partenio, y reprendió a los atenienses porque
  descuidaban su culto, prometiéndoles ayudarle en la guerra. Desde
  entonces se le honró allí con sacrificios cotidianos y con antorchas.
  Así es que su culto y el de las hijas de Aglauro se celebraba al
  mismo tiempo, ya en razón al lugar en donde estaban sus templos, ya
  porque estas otras divinidades locales protegían, como Pléyades, los
  campos y ganados. Sus capillas estaban, sin duda, hacia el mismo
  paraje de la ciudadela, en su parte más elevada, y como a la mitad
  de ella (Herod., VIII, 53). Su fiesta (según Hesiquio) se denominaba
  πλυντήρια, pues se confundían con las Pléyades, como hemos dicho, y
  sus nombres Ἕρση y Πάνδροσος, aludían al rocío; de aquí que su culto
  se trueque con el de Atenea, pues en el templo de esta, en lo alto
  del alcázar, se hallaba la oliva sagrada, apellidada (Apolod., III,
  14, 1-2) πανδρόσιον. Las hijas de Aglauro formaban una especie de
  trinidad, como las Gracias; y así como estas bailaban con las Musas
  y las Ninfas (Horac., 88, I, 4, 6) y las Nereidas en la mar, y las
  Sílfides del norte al claro de la luna, y Dioniso con las Ménades
  todas las noches en el Parnaso, así también estas tres hermanas
  bailaban con Pan, que las acompañaba tocando la flauta, como Apolo
  acompañaba a las Musas con la lira.

  [38] El texto dice οὐ πέδον τίκτει τέκνα, la tierra no engendra
  hijos, negación de muchas fábulas que aseguran lo contrario, y que
  contradice las creencias de algunos pueblos que se miraban como
  autóctonos, contándose entre ellos los atenienses. Eurípides ha dicho
  antes también que Erecteo era hijo de la Tierra.

  [39] Esto mismo viene a decir Aristófanes en _Las Nubes_, 603, cuando
  exclama: Παρνασσίαν θ᾽ ὃς κατέχων πέτραν σὺν πεύκαις σελαγεῖ Βάκχαις
  Δελφίσιν ἐμπρέπων, κωμαστὴς Διόνυσος.

  [40] Recuérdese que el coro está compuesto de esclavas de Creúsa.

  [41] Sabido es que los pueblos gentílicos se enorgullecían mucho de
  esta cualidad, y que los atenienses no eran de los menos vanos en
  esta parte. Tal empeño provenía en parte del deseo que han mostrado
  casi todos los pueblos de hacer creer a los demás en su antigua
  existencia, causa de infinitos errores, así cronológicos como
  históricos, en el natural anhelo de alegar un título más legítimo
  de posesión y dominio que los venidos después al mismo lugar, y por
  último, en el carácter egoísta y exclusivo de esos antiguos estados.
  La historia y las sagradas letras a un tiempo niegan terminantemente
  la verdad de tales asertos.

  [42] Este discurso de Ion es notable en más de un concepto, así por
  la dulce serenidad que todo él respira, cuanto por lo apropiado a su
  situación y a su carácter. Diríase que ha sido la fuente en donde
  bebió el maestro León el aromático néctar que perfuma a algunas de
  sus más celebradas odas, si no supiéramos que en ellas se advierte
  ese descontento de todo lo mundano, esa eterna e inextinguible
  aspiración a algo más elevado que no se puede encontrar en la tierra,
  diferencia capital y característica entre la poesía gentílica y la
  cristiana.

  [43] En griego, Ἰών, participio de _aor_. 2, del verbo εἶμι, _voy_.

  [44] El texto griego vulgar dice así: Ἔχει δόλον τύχαν θ᾽ ὁ παῖς,
  cuya traducción literal es esta: _habet dolum fortunamque hic puer_.
  Tyrwhitt vierte así la frase: _fortunam dolo et astutia comparatam_;
  Theobaldo Fix, _dolum et sinistri aliquid_; pero el primero supone
  que el texto no escribe δόλον, sino δόλιον, lo cual no es cierto,
  y el segundo no justifica su versión, puesto que la de su texto es
  la que nosotros damos más arriba. En esta duda apelamos, como de
  ordinario, al sentido y a los antecedentes y consiguientes del verso,
  que pueden explicárnoslo, y no vacilamos en adoptar la corrección
  de Hartung y, por grande que sea el respeto que el texto deba
  merecernos, el cual, a nuestro juicio, debe posponerse cuando no sea
  inteligible, como ahora sucede. El coro, llevado de ese espíritu de
  exclusivismo que distingue a los ciudadanos de los antiguos estados,
  habla una y otra vez de extranjeros, y parece temer que, además de
  Juto, entre algún otro en la real familia, que mañana pueda ser su
  soberano. A nuestro parecer, este verso alude a ese temor, y en su
  consecuencia aceptamos la sustitución de κρύφιον por τύχαν.

  [45] Porque Juto era también extranjero, según antes hemos visto,
  cuya circunstancia concurre también en Ion.

  [46] Según dice Estrabón (IX, 3, pág. 288, 17, _El Parnaso_), en su
  parte meridional forma con sus peñascos una especie de anfiteatro; en
  una de sus cimas estaba el oráculo y la ciudad, abrazando el espacio
  de una media legua. Allí yacía también Licorea, en cuyo lugar se
  edificó después Delfos y el templo de Apolo. Cerca estaba la fuente
  Castalia.

  [47] Como las mujeres no son de ordinario fieles guardadoras
  de secretos, y Eurípides tenía formada de ellas idea bien poco
  favorable, no es extraño que revelen el misterio a su dueña, no
  obstante las amenazas de Juto. Adviértase además que para ellas
  es extranjero, y Creúsa ateniense y del linaje de Erecteo, y, por
  último, que de ordinario la mejor manera de difundir un secreto es
  encargar que se guarde.

  [48] Ya antes de ahora hemos visto repetidas veces que los personajes
  de Eurípides expresan este deseo en situaciones análogas. Suelen
  añadir que anhelan hundirse en las entrañas de la tierra, o
  precipitarse desde empinada roca. Así lo leemos en _Hécuba, Orestes,
  Las Fenicias, Heracles furioso_ y en _Helena_.

  [49] Alude aquí Eurípides, en boca del Pedagogo, a la frecuencia con
  que los mortales cohonestaban sus maldades invocando la intervención
  de los dioses. Ya hemos visto en _Orestes_ que Helena atribuye
  a Afrodita toda la culpa de sus escándalos, y que los dioses,
  especialmente Zeus, sirvieron no poco a muchas mujeres griegas para
  santificar sus adulterios y liviandades.

  [50] En _Las Fenicias_, versos 363 y 364, dice también Polinices,
  hablando con Yocasta:

      ὡς δεινὸν ἔχθρα, μῆτερ, οἰκείων φίλων,
      καὶ δυσλύτους ἔχουσα τὰς διαλλαγάς.

  [51] Esta laguna Tritónide se halla en el África propiamente dicha
  (hoy llamada Farooun o El Laudeah) hacia el sur, y en comunicación
  con otro lago denominado Palus Lybica. Heródoto dice que en la laguna
  Tritónide desagua el caudaloso río Tritón. Píndaro apellida Tritón a
  un golfo desconocido; en la Beocia había un arroyuelo de este mismo
  nombre; y Apolonio, en sus _Argonautas_, llama así al Nilo. Esta voz
  Τρíτων parece derivada de τρέω, _tremo_, y a Atenea se le daba el
  nombre de Τριτογένεια, según cierto mito, acaso de origen egipcio,
  que la hacía hija de Poseidón y de la ninfa Tritónide. Lucano, en su
  _Fars._, IX, 350-4, se expresa de este modo:

        _Hanc et Pallas amat, patrio quae vertice nata_
      _Terrarum primam Libyen... tetigit, stagnique quieta_
      _Vultus vidit aqua, posuitque in margine plantas,_
      _Et se dilecta Tritonida dixit ab unda._

  [52] Alude aquí Eurípides a la lira primitiva, compuesta de dos
  cuernos unidos por la base y sujetos a cierta distancia por la
  extremidad, desde la cual hasta la primera bajaban cuatro, seis o
  siete cuerdas, de donde el nombre de tetracordon o hexacordon con que
  se le distingue. Tal es la forma con que se representa la lira en
  algunas urnas funerarias.

  [53] Llamose Flegra cierto paraje de Palene, península de la
  Macedonia, en donde se suponía que pelearon dioses y gigantes, y otro
  cerca de Bayas y de Cumas, en Italia.

  [54] El adjetivo γοργὸς, ὴ, ὸν, _terrible, vivo, activo, ardiente,
  violento, rápido_, parece derivatio de ὀργὴ, ῆς, pasión, orgullo,
  crueldad, sed de venganza. Todos saben que Γοργώ era un atributo
  esencial de Atenea, cuyo escudo αἰγίς (de ἀΐσσω) hace temblar el
  orbe. Hesiquio dice que γοργόνις y αἰγίδες significan lo mismo.
  Γοργωπός indica una mirada ceñuda, como el _torvus_ o _trux_ latino.
  Ahora bien: si γοργίδες equivale a ἰοκεανίδες, y γοργάδες a ἁλιάδης
  (Hesiquio), indudablemente aluden a cierta propiedad de la mar, a su
  cólera y violentas tempestades. Adviértase que Forcis, el padre de
  las Gorgonas, habitaba en la extremidad de la tierra, en el profundo
  mar, y que Ceto, su madre, era una de las nereidas.

  [55] Se da en Anatomía el nombre de vena cava (de _cavus_, cóncavo),
  sin duda a causa de su diámetro considerable, a dos venas por las
  cuales vuelve al corazón la sangre del cuerpo; una es la vena cava
  torácica, llamada también superior o descendente, y otra la vena cava
  abdominal, inferior o ascendente.

  [56] El hallazgo del hijo, que para Juto no es de Creúsa, y a quien
  le conviene ocultárselo.

  [57] Estas máximas son inmorales en alto grado, porque si solo hemos
  de ser piadosos mientras nos favorezca la fortuna, debemos ser impíos
  cuando nos aflija, esto es, casi siempre. Tampoco se puede asentar de
  una manera tan absoluta que podemos hacer daño a nuestros enemigos.
  Nuestra religión no solo lo prohíbe terminantemente, sino que nos
  manda amarlos; y entre los gentiles no eran lícitos todos los medios
  de ofensa, ni en todos los casos.

  [58] Esta es la Hécate, invocada por los mágicos y por los
  criminales, de quien hablamos ya en _Las Fenicias_, al verso 108.

  [59] El 20 del mes βοηδρομιών (septiembre y octubre) salía de Atenas
  una procesión hacia Eleusis llevando la estatua de Dioniso, y en la
  fuente Calícoro las mujeres de Eleusis danzaban en coros y alababan
  al dios con sus cantos. Plut. Phoc., c. 28, pág. 754; Pausan., I, 38,
  6, página 93. El escol. a las Ran. de Aristófanes, v. 323. Llamábanse
  las Vigésimas porque se celebraban el 20 de dicho mes, y, según
  indica el coro, los extranjeros no podían tomar parte en ellas.

  [60] Ya hemos dicho que el Parnaso tenía dos cumbres, y que en una de
  ellas brillaban de noche las antorchas que alumbraban a los devotos
  de Dioniso.

  [61] Orión, hijo de Hirieo, nació de la piel de un buey, con cuya
  carne obsequió aquel a Zeus, Poseidón y Hermes en una de sus
  correrías, por cuya razón los dioses le premiaron concediéndole un
  hijo en su vejez. Astuto e infatigable cazador, desafió a Artemisa,
  o según otros, desdeñó su amor. Ella se vengó suscitándole un
  escorpión, que lo mordió, de cuyas resultas falleció. A sus ruegos,
  sin embargo, debió después ser trasladado al cielo, en donde forma
  una constelación de las más brillantes.

  [62] Se le adoraba bajo la figura de una serpiente.

  [63] El árbol de la mirra es descrito por Plinio, XII, 15, 16, Sect.
  33-35. Crecía en la Arabia y en las islas, ya espontáneamente, ya
  merced al cultivo humano, y llegaba hasta la altura de cinco varas.
  Dos veces al año se le hacía una hendidura a lo largo del tronco,
  y de ella manaba el perfume. Plinio afirma que la mejor manaba
  naturalmente del árbol.

  [64] Tal era la costumbre de los griegos, según dice Dióg. Laerc.
  Anach. (1, 8, 5, 104): καὶ θαυμάζειν φησὶ, πῶς Ἕλληνες ἀρχόμενοι μὲν
  ἐν μικροῖς πίνουσι, πλησθέντες δὲ ἐν μεγάλοις.

  [65] Cualquier ruido que se oyese al celebrar un sacrificio, como
  el de escupir, toser, quejarse, respirar, etcétera, se miraba como
  de mal agüero. Por esto se imponía silencio antes de comenzar, y si
  involuntariamente se rompía, los romanos le llamaban _dirae_, y los
  griegos, βλασφημίαι. Teofrasto, al trazar el carácter del imprudente,
  dice que cuando su madre quiere consultar las aves, las interrumpe
  con sonidos de mal agüero: εἰς ὀρνιθοσκόπον τῆς μητρὸς ἐξελθούσης,
  βλασφημῆσαι.

  [66] Había dos ciudades con el nombre de Biblos, una en Fenicia,
  a la orilla del mar, entre Trípoli y Beirut, célebre por el culto
  que se tributaba en ella a Tammuz (el Adonis griego); y la otra en
  el bajo Egipto, a igual distancia de los brazos de mar Artabequico
  y Termatiaco. Es probable, sin embargo, que el poeta aluda aquí a
  cierto paraje de la Tracia llamado βιβλίνη, celebrado por sus vinos,
  Aten. I. 31. B., o a un arroyuelo de Naxos citado por Delio en Steph.
  Byz., y Simo en Etym. M., pág. 197.

  [67] El texto griego dice así: γυμνὰ δ᾽ ἐκ πέπλων μέλη ὑπὲρ τραπέζης
  ἧχ᾽ ὁ μαντευτὸς γόνος, cuya traducción latina es la siguiente: _nuda
  tum ex pallio membra supra mensam proyecit vaticinio declaratus
  filius_. Musgrave, sin asustarse de lo ridículo que parece su
  versión, asegura que Ion se sube desnudo sobre la mesa y habla
  después con los convidados. M. Artaud se expresa de esta manera:
  _Alors le fils désigné par l’oracle dechire ses vêtements, il se
  roule sur la table, et s’écrie_. Nosotros, aunque desconfiamos del
  acierto, nos limitamos a decir que, descubriendo su pecho, arengó
  a los convidados, omitiendo su ascensión a la mesa, por parecernos
  ridículo, innecesario y no autorizado por el texto, que, usando de
  la palabra μέλη, no dice que desnudo se subiera en la mesa, sino que
  solo ciertas partes del cuerpo, esto es, sus brazos al hablar.

  [68] Recuérdese que Creúsa había ido a la hospedería del templo de
  Delfos.

  [69] Apolod., III, 15, 1, dice así: Γήμας δὲ Ἐρεχθεὺς Πραξιθέαν τὴν
  Φρασίμου καὶ Διογενείας τῆς Κηφισοῦ, ἔσχε παῖδας Κέκροπα, Πάνδωρον,
  Μητίονα, θυγατέρας δὲ, Πρόκριν, Κρέουσαν, Χθονίαν, Ὠρείθυιαν, ἣν
  ἥρπασε Βορέας. «Erecteo se casó con Praxitea, hija de Fráximo y
  de Diogenía, la hija del Cefiso, y engendró a Cécrope, Pandoro y
  Metión, varones, y a Procris, Creúsa, Ctonia y Oritía, a la cual
  robó Bóreas». Sabido es que el Cefiso es un riachuelo que nacía
  en el monte Parnés, bañaba los muros de Atenas, y atravesando el
  Pireo, desembocaba en el golfo Sarónico. Ion lo llama padre, como de
  ordinario se hace siempre con los ríos.

  [70] Las aras y altares consagrados a los dioses solían estar
  adornados de guirnaldas del árbol especial que cada uno amaba. Así es
  probable que estas fuesen de laurel. A veces el mismo escultor las
  representaba en la piedra. Ovid., Trist., V. eleg. 5, v. 9, dice:

      _Araque gramineo viridis de caespite fiat,_
      _Et velet tepidos nexa corona focos._

  [71] El cestillo y las envolturas.

  [72] Esta ἀναγνώρισις, o reconocimiento, está perfectamente trazada
  y desenvuelta, y bastaría para dar a Eurípides preciada palma de
  poeta dramático. No hemos querido interrumpir la lectura con notas
  impertinentes, ya por ser innecesarias, ya para dejar libre al lector
  de saborear sus clásicas bellezas. Todo camina naturalmente, sin
  afectación ni violencia, y al mismo tiempo que recrea nuestro ánimo
  y nos interesa, pinta dulcísimos afectos perdurables y eternos para
  el hombre. La ansiedad de Creúsa, viéndose amenazada de muerte; la
  ira su hijo, la esperanza que agita a aquella al ver el cestillo, su
  resolución de dejar el ara, sin acordarse ya del peligro; la sorpresa
  de Ion, los tiernos abrazos de ambos al reconocerse, el deseo
  legítimo del hijo de que su padre participe también de su dicha, el
  dolor de la madre, obligada a revelar su falta a su propio hijo;
  las dudas de este y la delicadeza con que las expone, sin faltar al
  respeto de su madre, todo esto es bello en sumo grado y digno de
  nuestro estudio.

  [73] Heródoto, lib. V, c. 66, dice así: μετὰ δὲ (Κλεισθένης),
  τετραφύλους ἐόντας Ἀθηναίους δεκαφύλους ἐποίησε, τῶν Ἴωνος παίδων
  Γελέοντος καὶ Αἰγικόρεος καὶ Ἀργάδεω καὶ Ὅπλητος ἀπαλλάξας τὰς
  ἐπωνυμίας, ἐξευρὼν δὲ ἑτέρων ἡρώων ἐπωνυμίας ἐπιχωρίων...; pero
  después Clístenes dividió en diez las cuatro tribus atenienses,
  mudando sus nombres, que eran los de los hijos de Ion, Geleón,
  Egícoro, Argadeo y Hoples, e inventó otros en su lugar alusivos a
  héroes indígenas.

  [74] Hacia el año 1440 los jonios invadieron la Ogigia occidental y
  la Egialea, y dieron a estos dos países su nombre (después el Ática
  y la Acaya). Cuando los dorios penetraron en el Peloponeso (1190),
  los jonios de la Egialea, expulsados por los aqueos, se refugiaron en
  el país de sus hermanos del Ática; pero como esta hallábase ya muy
  poblada de eolios, corintios y epidauros, se dirigieron, al mando
  de Neleo y de otros hijos de Codro, a las Cícladas y a la costa
  occidental del Asia Menor y a las islas vecinas, y fundaron las doce
  ciudades de la Jonia. Fue un pueblo muy civilizado, y dejó su nombre
  a un dialecto, a un modo de la música, y a un orden arquitectónico.

  [75] Los dorios habitaban primero al pie del Eta; apoderáronse
  después de la Histiótide; y cuando los arrojaron de ella los
  cadmeos, se fijaron a la falda del Pindo y se llamaron macedones.
  Unidos después con los melieos de Traquinia, se posesionaron de
  la Driópide, que tomó el nombre de Dórida. Subyugaron luego la
  Hemonia, abandonándola en seguida, y atacando dos veces vanamente el
  Peloponeso, del cual se apoderaron al fin, unidos con los Heráclidas
  y los eolios. Conquistaron también a Mégara y la isla de Creta, y
  fundaron diversas colonias, como Rodas, Bizancio, Siracusa, etc.

  [76] La Acaya fue una región del Peloponeso habitada desde 1184 por
  los aqueos ftióticos, que le dieron su nombre, expulsando de ella a
  los jonios. Formaban una federación de doce ciudades.

  [77] Río, promontorio de la Acaya, a la entrada del golfo de Corinto.

  [78] Esta Tebas asiática, distinta de la griega de Epaminondas,
  arrasada por Alejandro, y de la egipcia, famosísima todavía por sus
  ruinas, no se encuentra siquiera mencionada en los diccionarios
  geográficos.

  [79] Llama insular a Neoptólemo por haber nacido en Esciros, isla
  próxima a Tesalia.

  [80] Ambas ciudades formaban parte de la Tesalia meridional, aunque
  pertenecían a regiones diversas, porque Ftía correspondía a la
  Ftiótide, y Farsalia a la Histecoide.

  [81] Hermíone, hija de Helena y Menelao, hermano de Agamenón.

  [82] La última parte del soliloquio de Andrómaca declara cuál
  es el fundamento religioso y tradicional de esta tragedia, como
  indicamos en el Argumento. El uso de los prólogos de nuestro poeta,
  como signo para muchos de su falta de capacidad dramática para
  intercalarlos en la acción, en la forma ordinaria, no satisface a
  nadie. Los inteligentes teóricos y prácticos en tales asuntos saben
  todos perfectamente que es una de las tareas más fáciles del autor
  dramático. Suponer, por tanto, que Eurípides no pudiera hacerlo, es
  con toda evidencia tan absurdo como inverosímil. Su origen o su causa
  verdadera nos es desconocida.

  [83] Hay aquí dos palabras griegas, parte de una frase elíptica,
  πόθεν, _de dónde, de qué_, que se ha traducido de distintas maneras.
  Naturalmente, preferimos la nuestra, más conforme, a nuestro parecer,
  con el texto y con el buen sentido.

  [84] Empieza el poeta a emprenderla con el bello sexo, y continúa
  poco después en las palabras de Andrómaca.

  [85] Hermíone no puede responder al coro sin haber oído antes
  preguntas, acusaciones o alusiones que lo justifique; y como ni
  consta así por el texto, ni se indica tampoco en las palabras del
  coro nada que exprese sorpresa alguna por este de la posibilidad
  siquiera de haber sido escuchado, hay que suponer, o que faltan
  algunos versos perdidos para nosotros, o que oyera Hermíone,
  ignorándolo en absoluto el mismo coro, algo que le molestara y que le
  arrancara su respuesta, de otro modo inexplicable.

  [86] Nombre de varios ríos de la antigua Grecia. El texto dice:
  δρóσον, _rocío_.

  [87] Andrómaca, según costumbre de Eurípides, censurada por
  Aristófanes en _Los Acarnienses_, debía aparecer en la escena
  macilenta, flaca y mal vestida, y así se desprende de sus frases
  rebosando amarga ironía.

  [88] Lugar del nacimiento de Neoptólemo, que tuvo por padres a
  Aquiles y Deidamía.

  [89] La abnegación de Andrómaca antójasenos excesiva.

  [90] Terrible insulto para una hija, como lo era Hermíone de Helena,
  pero rasgo feliz del poeta, que nos ofrece a su rival conteniéndose a
  duras penas en su discurso, y que al fin deja desbordar su odio.

  [91] Con plomo derretido afirmábanse las estatuas a su pedestal.

  [92] Hermes, mensajero y cochero de los dioses, y también de los
  mortales, por orden divina, puesto que desempeña este último oficio
  en Homero guiando al carro que lleva a Príamo a la tienda de Aquiles
  para pedirle el cuerpo de Héctor y sepultarlo.

  [93] El texto dice ὑπὲρ κεφαλὰν ἔβαλεν, que lo arrojara por encima
  de su cabeza, como solía hacerse con los objetos nefandos dignos del
  infierno.

  [94] Casandra, hija de Príamo y de Hécuba, profetisa por don de
  Apolo, pero condenada a no ser nunca creída por haberle engañado no
  accediendo después de recibir el don profético a los deseos de su
  interesado favorecedor.

  [95] El Eurotas es un río de la Laconia que bañaba a la ciudad de
  Esparta y desembocaba en el golfo Lacónico. Hoy se llama Iri o
  Vasili Potamo, de su antiguo nombre dórico, porque los espartanos
  lo denominaban así, el río Rey. Estas palabras injuriosas de
  Andrómaca, y las que pronuncia después, que lo son más, naturales
  en su sexo, inclinado por la pasión a abusar de su lengua, debían
  ser muy agradables a los atenienses, y nos indican, como decimos
  en el Argumento, la fecha de la representación de esta tragedia.
  Vemos que la corrupción dominaba ya en los espartanos, consecuencia
  inevitable de su régimen político, dirigido principalmente a formar
  soldados valerosos, como lo fueron en realidad superiores a los
  demás griegos; pero su vida y sus costumbres ascéticas habían de
  tropezar necesariamente con obstáculos invencibles, no previstos por
  su legislador Licurgo, desde el momento en que hubieron de tomar
  parte en guerras extranjeras, y aspiraron a la hegemonía helénica.
  Los romanos conservaron sus virtudes privadas y cívicas más tiempo
  porque su constitución política era más perfecta, y por la materia
  y el tamaño y peso de su moneda, como dice Polibio, porque no sé
  vieron obligados a servirse de las extranjeras en sus gastos fuera
  de su territorio y a apreciar el valor del oro, como sucedió a los
  espartanos.

  [96] Símil sacado de ciertas aves, como las gallináceas, que cobijan
  y protegen así a sus polluelos, ocultándolos a las miradas de las
  rapaces.

  [97] Alude el poeta a la huida y derrota de los griegos por Héctor,
  cuando los forzó a refugiarse en las naves.

  [98] El texto griego dice ὦ φίλος, _amigo_, expresión impropia de un
  niño horrorizado, como lo es también su frase inmediatamente anterior
  en el texto, porque solo dice que no sabe qué verso o conjuro
  invocará para evitar la muerte. Conste así para que los lectores
  elijan y queden en salvo nuestros escrúpulos como traductores.

  [99] Esta acción de tocar la barba, como Hécuba intenta hacerlo con
  Odiseo, que lo evita, en la tragedia del mismo título de Eurípides,
  obligaba al tocado a acceder al ruego del suplicante, o indicaba
  por lo menos aquiescencia del suplicado a los deseos de quien lo
  imploraba, y se consideraba como respuesta tácita favorable.

  [100] Esta familia se distinguió por su maldad desde Pélope, su
  fundador, que reinó en el Peloponeso, y le dio su nombre. Tántalo,
  padre de Pélope, lo mató y lo sirvió a los dioses en un banquete,
  siendo condenado al suplicio que todos conocen. Pélope, resucitado
  después de servido, engendró a Atreo, Tiestes y otros dos llamados
  los Pelópidas. Tiestes sedujo a Aérope, mujer de Atreo, rey de Argos
  y de Micenas, y Atreo se vengó matando a los dos hijos adulterinos,
  fruto de estos amores ilícitos, y los hizo comer a su hermano.
  Egisto, hijo de Tiestes y sobrino de Atreo, mató a este. Agamenón,
  nieto de Pélope, sucumbió a manos de su esposa, Clitemnestra, y de
  su amante adúltero, Egisto, a su vuelta de Troya, y Clitemnestra
  y Egisto fueron asesinados por Orestes, hijo de Agamenón y de
  Clitemnestra, el personaje de esta tragedia que roba a Hermíone y
  mata a Neoptólemo.

  [101] Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra, sacrificada en
  Áulide por su padre y su tío Menelao para aplacar a los dioses y
  para que soplasen vientos favorables a la navegación de los griegos,
  detenidos en ese puerto. Este episodio de la expedición a Troya
  constituye la fábula de una tragedia de nuestro poeta.

  [102] Peleo mató a Foco por equivocación.

  [103] Este aserto es evidentemente falso, de adulación populachera
  y de origen idéntico a las lisonjas de igual índole, ya tácitas, ya
  expresas, que muchos periódicos propinan por interés y cálculo a sus
  lectores, extraviando así su corazón y pervirtiendo su inteligencia.
  Las batallas no se ganan si no son valerosos los soldados; pero la
  valentía de estos es inútil si su general no es hábil. Y esta última
  parte es la principal y la más importante, y por esta razón, desde
  que comienza la historia de la humanidad hasta la fecha, se atribuye
  la gloria de los triunfos a los generales, sin defraudar a los
  soldados de la que conquistan, y todos reconocen en las armas y en
  otras empresas análogas que no ha de confundirse ni equipararse a la
  cabeza que manda y dirige con los miembros que la obedecen. Plutarco
  y Quinto Curcio dicen que estos versos de Eurípides, recitados por
  Clito ante Alejandro, fueron la causa de su muerte.

  [104] En virtud de una interpretación algo forzada de este pasaje,
  se ha querido variar la fecha de la representación de esta tragedia;
  pero datos más numerosos y fehacientes lo rechazan sin dejar lugar a
  dudas.

  [105] Heracles.

  [106] El texto solo dice «en las selvas de los montes», pero resulta
  oscuro, y para facilitar su inteligencia nos hemos tomado la licencia
  de aclararlo.

  [107] Las Cianeas o Simplégades eran unos escollos en el estrecho
  de Constantinopla que, en opinión de los antiguos, se juntaban o se
  separaban para dejar o no el paso a los navegantes.

  [108] Era esta costumbre de llevar ramas los suplicantes antiquísima,
  porque en _La Odisea_ Odiseo nos ofrece un ejemplo memorable al
  presentarse con ellas después de su naufragio a la princesa de los
  feacios.

  [109] Leda, mujer de Tindáreo, rey de Esparta, fue seducida por Zeus
  transformado en cisne. Según la mitología helénica, del primero de
  los huevos que puso salieron Pólux y Helena, hijos de Zeus, y del
  segundo Cástor y Clitemnestra, de Tindáreo. Hermíone fue hija de
  Menelao y de Helena.

  [110] Una de las dos diosas, Artemisa o Hera, defensoras de la
  fidelidad conyugal.

  [111] Poseidón y Apolo, que juntos conspiraron para derribar a Zeus,
  fueron expulsados del cielo y condenados durante un año a vivir
  despojados de su divinidad. Entonces contrataron con Laomedonte, rey
  de Troya, la construcción de sus murallas.

  [112] Esta incredulidad del poeta, muy racional por otra parte,
  confirma sus estudios filosóficos con Anaxágoras, señalado en Atenas
  por su impiedad, y su huida a la corte de Arquelao, rey de Macedonia.
  Al mismo tiempo es útil para caracterizar bajo este aspecto a
  Sófocles y a Eurípides, porque en ninguna de las obras del primero se
  lee palabra o frase alguna semejante. En esta misma tragedia, como
  observaremos después, remacha aún más el clavo, y contra el mismo
  dios Apolo.

  [113] En donde se había refugiado Orestes después de matar a su
  madre, Clitemnestra, y a su amante adúltero, Egisto.

  [114] Este salto troyano es semejante al que dio Aquiles desde su
  navío a la ribera de Troya.

  [115] Así lo dice el texto, para indicar que estaba tranquilo, sin
  apresuramiento ni miedo.

  [116] Blasfemia verdadera contra Apolo, y osada o temeraria hasta el
  extremo, si recordamos las persecuciones y los males que sufrieron
  en Atenas cuantos se atrevieron a pronunciarlas análogas. Aquí
  lo agravante y lo más inexplicable es que la tragedia se hubiera
  leído antes por los encargados de examinarla y aprobarla para ser
  representada, y que tales palabras se declamaran en el teatro ό a la
  faz del pueblo.

  [117] Éaco, hijo de Zeus y de la ninfa Egina, reinó en la isla
  Enopea, a la cual llamó Egina como su madre, sobresaliendo de tal
  modo en sabiduría y en prudencia, que Zeus, a su muerte, le nombró
  juez de los infiernos. Fue padre de Telamón y de Peleo.

  [118] Promontorio de Tesalia consagrado a Tetis.

  [119] Etra, hija de Piteo, rey de Trecén, fue seducida por Egeo, rey
  de Atenas, de quien tuvo a Teseo. Después, con su hijo, a quien hizo
  reconocer por su padre, vivió en Atenas.

  [120] Deméter, hija de Cronos y de Cibeles, y madre de Perséfone,
  que concibió de Zeus. Era la diosa de la agricultura, muy venerada
  en Ática y en Sicilia. Su hija Perséfone fue robada por Hades, dios
  de las infiernos. En Eleusis, población distante unos 17 kilómetros
  de Atenas, en el golfo Sarónico, entre el Pireo y Mégara, tenía un
  magnífico templo en donde se celebraban los famosos misterios de
  Eleusis. Esos misterios, amalgama del culto cabírico, importado
  por los fenicios, del culto pelásgico y del helénico o griego,
  eran sacratísimos, estando encargada la familia ateniense de los
  Eumólpidas de cuanto se refería a este culto.

  [121] Piteo, hijo de Pélope y de Hipodamía, reinó en Trecén, ciudad
  de la Argólida, hoy Damala, en la costa oriental. Fue grande su
  sabiduría, y educó a su nieto Teseo y a su biznieto Hipólito, hijo de
  Teseo.

  [122] Pandión, hijo y sucesor de Erictonio, rey de Atenas, fue padre
  de Erecteo, de Progne y de Filomela. Hubo después otro Pandión, padre
  de Egeo, que fue expulsado por los Metiónidas, descendientes de
  Erecteo.

  [123] Adrasto, rey de Argos, que casó a su hija con Polinices, hijo
  de Edipo, y emprendió dos expediciones militares contra Tebas: la de
  los siete jefes, y la de los Epígonos, sus hijos.

  [124] Al decir Etra que está ceñida de un lazo que no ciñe, da a
  entender que no sujeta materialmente, y que su verdadera fuerza
  estriba en el deber religioso y espiritual que significa.

  [125] Así los llevaban las suplicantes.

  [126] Descendientes de Dánao, egipcio que emigró a Argos y fue su rey.

  [127] En este lugar, como siempre que la ocasión se presenta,
  Eurípides lanza sus anatemas, claros o encubiertos, contra los dioses
  del gentilismo. Esto no obsta para que otras veces, hablando del
  mismo oráculo de Apolo, diga lo contrario. Es también probable que su
  filosofía, su escepticismo y su incredulidad manifiesta contribuyeran
  en no pequeña parte a la antipatía que le profesó Aristófanes,
  celoso admirador y defensor de las creencias y costumbres antiguas.
  Nótese que sus sátiras contra nuestro poeta indican, más que odio,
  animadversión y desprecio, y de aquí sus burlas contra los harapos
  de sus personajes para excitar la compasión de los espectadores.
  Contra Sócrates, en _Las Nubes_, lo hace con mayor saña, virulencia
  y peor intención, revelando los efectos de sus doctrinas, dirigidas,
  en su opinión, a confundir y anular la verdad y la justicia y a
  demoler la religión en sus fundamentos, acusaciones mucho más graves
  y peligrosas, como lo demostró después la condenación y muerte de
  Sócrates.

  [128] Tideo mató involuntariamente a su hermano Menalipo.

  [129] Anfiarao, famoso adivino griego, hijo de Ecles y de
  Hipermnestra, competidor de Adrasto para ocupar el trono de Argos,
  se avino al fin a compartir con él el mando, casándose con Erífile,
  hermana de Adrasto. Sabiendo que moriría en el sitio de Tebas, se
  ocultó, y fue descubierto por su mujer, sobornada por un collar de
  diamantes que le ofreció Polinices. Y, efectivamente, la tierra se lo
  tragó en ese asedio.

  [130] Esta salida acerca del poeta parece inoportuna y extraña, y
  más tratándose de un poeta trágico que, para hacer llorar, como dice
  Horacio, _si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi_.

  [131] Porque se representaba a Deméter con una antorcha en la mano
  buscando a su hija Perséfone.

  [132] Hay aquí una laguna en el texto que se ha llenado por el
  crítico Hermann añadiéndole dos versos y partiendo del supuesto,
  sin duda razonable, de que hubieron de pertenecer al coro. «Ya que
  la conmiseración, natural a todos los hombres —dicen—, no te mueve
  a socorrernos, quizás lo consigan los vínculos que nos unen de
  parentesco, porque tu madre es hija de Piteo, el cual era hijo de
  Pélope...».

  [133] Las ramas de las suplicantes, el lazo que materialmente no ata,
  pero sí religiosa y moralmente.

  [134] Las alusiones frecuentes que se hacen a les pelasgos, sobre
  todo cuando se habla del Peloponeso, y particularmente de Argos y de
  Micenas, se fundan en la creencia general en Grecia de que dominaron
  mucho tiempo en esta región de Europa y dejaron en ella testimonios
  durables de esta verdad. Al fin fueron vencidos, exterminados o
  esclavizados por los griegos, principalmente por los dorios. Los
  desdichados ilotas, según la opinión más común, eran pelasgos.

  [135] Ínaco, fenicio, fundador de Argos.

  [136] En Eleusis, dice Pausanias, hay un templo de Triptólemo, otro
  de Artemisa y otro de Poseidón, y más allá el pozo llamado Calícoro,
  porque allí se reunían las mujeres de Eleusis para celebrar a la
  diosa con sus cantos y sus coros (Pausanias, I, 38, 6).

  [137] Esta disquisición pesada, larga e impropia de la ocasión en que
  se hace, es curiosa, sin embargo, por instruirnos acerca de las ideas
  políticas del poeta y de sus coetáneos. Obsérvese que se extiende
  más censurando a los gobiernos de los tiranos por ser ateniense y
  dirigirse a ellos; pero a pesar de su prudencia y parsimonia respecto
  a las instituciones democráticas de su patria, señala con exactitud
  y acierto su principal peligro y su constante amenaza: la del
  predominio en ventaja de sus intereses personales de los demagogos
  arrastrando al pueblo a su capricho y conveniencia, ya se llamen
  Pericles, Cleón o Esquines, ya lo hagan hablando o escribiendo, con
  la lengua solo en los días de Eurípides, y con la lengua y más con la
  pluma ahora.

  [138] Capaneo, uno de los siete jefes que sitiaron Tebas con
  Polinices.

  [139] Anfiarao.

  [140] Cecropia, de Cécrope, fundador de Atenas. Era originario de
  Sais, en Egipto, e instituyó el Areópago, difundió el culto de
  Atenea y de Zeus, enseñó la agricultura a los habitantes del Ática e
  introdujo entre ellos los casamientos y las sepulturas.

  [141] Los paralios son los habitantes de las costas del Ática, junto
  a los cuales estaba formada la caballería. La fuente de Ares es la de
  Dirce, y el sepulcro de Anfión se hallaba a la izquierda y más allá
  de la puerta Proítica. Anfión fue notable poeta y rey de Tebas.

  [142] Espartos, que nacieron de los dientes del dragón, sembrados por
  Cadmo, de σπείρω, siembro.

  [143] Cránao, rey de Atenas, sucesor de Cécrope I.

  [144] Esta maza, según dice Plutarco, era de Perifetes de Epidauro,
  de quien la conquistó Teseo.

  [145] Eleuteria o Eleuterís, ciudad próxima al Citerón, en donde
  había un altar consagrado a Zeus Eleuteros o _libertador_.

  [146] Faltan estas palabras que debía decir Adrasto.

  [147] El Tiempo.

  [148] El casamiento de sus dos hijas con Tideo y Polinices.

  [149] Esta alusión satírica de Eurípides a _Los siete jefes contra
  Tebas_, de Esquilo, en que se dan minuciosos detalles de esas luchas
  personales, no lo honran demasiado ni como poeta trágico ni como
  entendido y justo en sus juicios. En las obras de Esquilo, el drama y
  la epopeya estaban todavía más unidas y dependientes una de otra que
  en tiempo de Eurípides, y si Eurípides hubiera escrito cuando lo hizo
  su predecesor, lo hubiera hecho como él. Los celos de gloria se han
  sobrepuesto a otras consideraciones más atendibles.

  [150] Esto es, a la propia defensa, no a mirar lo que hacen los demás.

  [151] Este Etéocles no es el hijo de Edipo y el hermano de Polinices,
  sino otro Etéocles, argivo, hijo de Ifis.

  [152] Faltaba el cuerpo de este, de Anfiarao, por habérselo tragado
  la tierra, y el de Polinices, porque su hermana Antígona lo había
  sepultado contra las órdenes de Creonte.

  [153] Llámale tesoro de Zeus por haber sido Capaneo herido por el
  rayo y quedar ya consagrado a Zeus.

  [154] Ifis, uno de los grandes de Argos, era hijo de Aléctor y tío de
  Esténelo.

  [155] La llegada de Evadne y de Ifis, que supone el conocimiento
  por ambos de la victoria ganada por Teseo, es uno de tantos otros
  ejemplos en que la regla de las tres unidades es evidentemente
  violada por los mismos a quienes se considera como a sus más fieles
  guardadores.

  [156] Egialeo era hijo de Adrasto, el cual, con Diomedes el de
  Tideo, y Tersandro de Polinices, Esténelo de Capaneo, Estratolao de
  Partenopeo, Polidoro de Hipomedonte, Alcmeón y Anfíloco de Anfiarao,
  y Melón de Etéocles, hijos de los siete jefes, fueron los epígonos
  que a su tiempo renovaron la guerra contra Tebas.

  [157] Cadmo, personaje fenicio, fundador de Tebas, padre de Sémele,
  y por tanto abuelo materno de Dioniso. Harmonía fue la madre de
  Sémele. Los celos de Hera, esposa de Zeus, la indujeron a aconsejar a
  Sémele que pidiera a su amante una gracia, obligándose él a cumplirla
  cualquiera que fuese. Era esta gracia presentarse a su amada en toda
  su gloria, esto es, con sus rayos mortales. Sémele logró su propósito
  estando encinta de Dioniso; pero abrasada por su celestial amante,
  dio a luz prematuramente al fruto de sus amores, que fue recogido por
  Zeus y guardado en uno de sus muslos hasta cumplir todo el tiempo de
  su formación total.

  [158] El Ismeno era un río de la Beocia que nacía al norte de Tebas,
  y Dirce una fuente cerca de la misma ciudad.

  [159] La Lidia era una región de Asia, parte occidental de la
  Anatolia, en el Asia Menor, entre la Misia y la Caria, cuya capital
  era Sardes, en donde reinó Creso. En las costas de Lidia estaban
  situadas todas las ciudades griegas que componían la Confederación
  jónica.

  [160] La Frigia primitiva era una región del Asia Menor que se
  extendía a lo largo del mar, desde la embocadura del Meandro hasta la
  del Partenio, y bañada, por consiguiente, por el Egeo, la Propóntide
  y el Ponto Euxino. Entre los pueblos que la habitaron, estaban los
  dárdanos o troyanos.

  [161] Esta Persia o Pérside primitiva era una región reducida de
  Asia, cuya capital era Persépolis, y cuyos límites eran: al N la
  Media, al S el golfo Pérsico, al O la Babilonia y la Susiana, y al E
  la Carmania.

  [162] La Bactriana era una antigua región de Asia, cuyos límites
  eran: al S los montes Paropamisos y la India, al N la Sogdiana, y al
  E la Escitia.

  [163] La Media era una región asiática, entre la Asiria al O, los
  montes que rodean al mar Caspio al N, la Susiana al S, y la Hircania
  y la Partia al E. La capital era Ecbatana.

  [164] El tirso era una especie de lanza envuelta en pámpanos y hiedra
  que llevaban las bacantes en las fiestas de Dioniso, y el cetro de
  este mismo dios, según los poetas.

  [165] Porque cree saberlo bien y no es así hasta que el mismo Dioniso
  los enseñe.

  [166] Estas ménades son las mujeres que Dioniso ha traído de Asia,
  y componen su séquito o ejército y el coro, a diferencia de las
  bacantes, que son aquí las mujeres de Tebas de que habla.

  [167] El Tmolo es un monte de la Lidia, célebre por sus vinos, su
  azafrán y su aire salubre. Llámase hoy Tomolitzi.

  [168] Rea o Cibeles, esposa de Cronos y madre de Zeus, adorada
  principalmente en Frigia y en Creta. Sus sacerdotes celebraban sus
  fiestas con bailes y contorsiones extrañas, y al son de instrumentos
  músicos estrepitosos.

  [169] El Citerón, montaña de la Beocia que se extendía hasta el
  Parnaso al O y hasta la Megáride al E. El Helicón forma parte de él y
  en sus selvas fue expuesto Edipo.

  [170] Bromio, invocación de Dioniso, que significa resonante o
  estrepitoso, por serlo su culto.

  [171] Representábase a Dioniso con cuernos de toro, símbolo de
  robustez y de fuerza.

  [172] La férula o cañaheja tiene una médula que cuando se enciende
  arde poco a poco sin consumir el receptáculo que la contiene.
  _Lujuriosa_, por la abundancia y lozanía de sus flores.

  [173] Para comprender bien este párrafo, conviene tener presente que
  Zeus fue salvado de la muerte por su madre Rea, dando a su padre
  Cronos una piedra en vez del niño recién nacido, que devoró Cronos,
  dios seguramente de quijadas leoninas y de paladar de avestruz.
  Ocultó al recién nacido en Creta, en donde lo amamantó la cabra
  Amaltea, y lo cuidaron los curetes o coribantes, sacerdotes de Rea
  o Cibeles, inventores también del tambor, para que no se oyesen los
  llantos del niño. Las trietérides eran las fiestas de Dioniso, que se
  celebraban de tres en tres años.

  [174] Evohé, grito peculiar de las bacantes y de las fiestas de
  Dioniso, que equivale a ¡viva, vítor!

  [175] En el Tmolo nace el río Pactolo, de arenas de oro.

  [176] Tiresias, adivino célebre tebano, hijo de Everes y de la ninfa
  Cariclo, que vivió en tiempo de Edipo y fue condenado a perder la
  vista por ofensas a Atenea o a Hera, concediéndosele en compensación
  larga vida y el don profético. Fue padre de la famosa profetisa Manto.

  [177] Equión, rey de Tebas por su casamiento con Ágave, hija de Cadmo.

  [178] Autónoe, otra hija de Cadmo, esposa de Aristeo y madre de
  Acteón, célebre cazador que fue convertido en ciervo y devorado por
  los perros de Artemisa por haberse alabado de ser superior a esta
  diosa.

  [179] Equión fue llamado hijo de la Tierra por haber nacido de los
  dientes de un dragón que guardaba la fuente de Ares, cerca de Tebas,
  al fundarla Cadmo. Se proponía este sacrificar una vaca a Atenea, y
  envió por agua a esa fuente a algunos de sus compañeros, que murieron
  devorados por el dragón. Cadmo mató al monstruo, sembrando sus
  dientes por orden divina y naciendo de ellos hombres que se mataron
  unos a otros, excepto muy pocos, entre los cuales se contaba este
  Equión, padre de Penteo.

  [180] Chipre, isla hoy de la Turquía de Europa, en el Mediterráneo,
  entre el Asia Menor y la Siria, cuya capital es Nicosia. Sus ciudades
  principales eran Amatunte, Pafos e Idalion.

  [181] Cuanto dice en este pasaje el texto griego, en su forma actual,
  es un desatino manifiesto, a no ser que supongamos que Eurípides
  comete un crasísimo error geográfico, porque ni Chipre pertenece a
  Egipto, ni le es aplicable en ningún concepto el riego del Nilo. Y
  no hemos de suponer que el poeta ignoraba lo que decimos, porque
  los atenienses conocían bien a Chipre y a Egipto por su comercio
  con esta última región africana, y no parece verosímil que el autor
  osara cometer error tan garrafal respecto al público y a sus rivales.
  Lo más extraño es que traducciones muy acreditadas, que se han
  reimpreso, hayan traducido el supuesto original sin advertencia,
  corrección ni enmienda alguna a tamaños dislates. Nuestra versión,
  por tanto, sin pretender la infalibilidad, nos parece más sensata.

  [182] La Pieria, región inmediata a la Macedonia, en donde reinaba
  Arquelao, en cuya corte se había refugiado Eurípides al fin de su
  vida, y en donde se cree que escribió LAS BACANTES.

  [183] Penteo, de πενθεῖν, estar de duelo, sufrir.

  [184] Ditirambo, de la palabra griega δίθυρος, alusiva al nacimiento
  de Dioniso.

  [185] Nisa, residencia preferida de Dioniso, de naturaleza y
  situación incierta.

  [186] Monte de Cilicia, al noroeste del cabo Sarpedón, en el Asia
  Menor.

  [187] El Axio y el Lidias son dos ríos de Macedonia, no distantes uno
  de otro, que forman un lago, denominándose hoy Vardar el primero,
  que desemboca en el golfo de Salónica. Pela, antigua capital de este
  reino, estaba edificada en el delta de estos ríos.

  [188] Los arquitrabes o parte superior del edificio.

  [189] Las de las murallas, en donde estaban las puertas.

  [190] Yaco, invocación de Dioniso.

  [191] Antiguas ciudades de esta región.

  [192] Porque había otras Terapnas además de la tebana.

  [193] El texto griego ofrece aquí una laguna, que comprende las
  lamentaciones perdidas de Ágave y el principio de la profecía
  de Dioniso. Se supone que esta falta, común a todos los códices
  existentes, proviene de la hoja del primer original, ya hubiera sido
  causada por rotura casual de la misma o por otro cualquier accidente.
  Toda la diligencia y las investigaciones de los helenistas y eruditos
  que se han propuesto llenar este hueco, se han estrellado en la
  imposibilidad material de lograrlo cumplida y seguramente, habiéndose
  por necesidad reducido a cazar indicaciones de su contenido, como la
  de Apsines, retórico griego, en la _Colección de retóricos griegos_,
  de Walz, tomo IX, pág. 587, o en el escoliasta de Aristófanes
  acerca del verso 908 del _Plutus_. Se conjetura, con mayor o menor
  probabilidad de acierto, que al recobrar Ágave su razón y sentir
  su enorme desdicha, cuyo autor es ella misma, ha de abstenerse del
  desahogo de las maldiciones contra su causante, y que, al contrario,
  ansía extremar su dolor contemplando los estragos, que fueron su
  obra, al descubrir los restos de su hijo, y que, al quejarse y
  recordar lo sucedido, Dioniso se aparece ya en toda su gloria y como
  _Deus ex machina_.

  [194] Alusión a la llegada de los persas y a su castigo por los
  destrozos que hicieron en los templos.

  [195] Yolao, sobrino de Heracles, hijo de Ificles, hermano uterino de
  Heracles; fue rejuvenecido por Zeus después de la muerte de su tío, y
  defendió a los heráclidas, o descendientes del héroe, contra Euristeo.

  [196] Maratón, aldea del Ática, a 31 kilómetros al NE de Atenas.
  Milcíades, en la primera guerra médica, venció allí a los persas en
  el año 490 antes de Jesucristo. El toro de Maratón, que hacía grandes
  estragos en el país, murió a manos de Teseo.

  [197] Unos y otros descendían de Pélope, tronco común.

  [198] Alcmena, hija de Electrión, prócer argivo, y mujer de
  Anfitrión, rey de Tirinto. Zeus la engañó y sedujo apareciéndosele
  con los rasgos de su esposo, engendrando en ella a Heracles.

  [199] Hilo, hijo de Heracles y de Deyanira, estuvo al frente de
  los heráclidas, siendo expulsado del Peloponeso por Euristeo, y
  refugiándose en Atenas. Después venció y mató a Euristeo, pero no
  pudo penetrar en sus estados, pereciendo en un combate singular con
  un rey de los tegeatas.

  [200] Euristeo era rey de Micenas, superior a Heracles porque era su
  primogénito en una hora, y fue el que le impuso la ejecución de sus
  doce trabajos.

  [201] Protector de la ἀγορά o plaza pública.

  [202] Tetrápolis, nombre dado por los antiguos a ciertas regiones en
  donde existían cuatro ciudades notables. Las hubo en Siria, en la
  Lócride doria, en África y en otras partes. Esta ática, según dice
  Pausanias, fue fundada por Juto, que se casó con una hija de Erecteo,
  rey de Atenas, y comprendía a Énoe, Maratón, Probalinto y Tricorinto.

  [203] Tirinto era una ciudad de la Argólida, a poca distancia
  del golfo, al NE de Nauplia, fundada por Tirinto, hijo de Argos.
  Anfitrión reinaba en ella, y su hijo Heracles residió allí.

  [204] Porque elegían al partido popular.

  [205] El tahalí de Hipólita, reina de las amazonas, que murió a manos
  de Heracles, que dio Antíope, hija de Hipólita, a Teseo.

  [206] Cuando entró con Pirítoo en los infiernos para robar a
  Perséfone.

  [207] Alcátoo o Mégara, porque reinó en ella Alcátoo, hijo de Pélope.
  Estaba situada entre Atenas y Corinto, a alguna distancia del golfo
  de este nombre; Mégara era doria, y sus habitantes y los atenienses
  se odiaban cordialmente.

  [208] El coro se dirige contra el heraldo, que está presente.

  [209] Porque el arreglo o la reconciliación son más fáciles con el
  sabio que con el ignorante.

  [210] Ni este nombre de Macaria ni el de Copreo, del heraldo,
  existen en la tragedia, y han sido obra de los gramáticos, para la
  mejor inteligencia de ella. Los hemos copiado porque aclaran sin
  perjudicar. Macaria era hija de Heracles y de Deyanira.

  [211] La Acrópolis.

  [212] Palene, aldea del Ática, de la tribu Antióquide, situada entre
  Atenas y Maratón.

  [213] Estos peñascos yacían entre Mégara y Corinto.

  [214] Hebe era hija de Zeus y de Hera, y copera de los dioses. Cayose
  una vez desempeñando esta obligación, y fue tanta su vergüenza
  que no quiso servir de hazmerreír a la celestial asamblea. Zeus
  robó entonces a Ganimedes, que sustituyó a Hebe; Hebe significa la
  juventud.

  [215] El traductor francés M. Artaud cita, para ilustrar el texto en
  este lugar, lo que dice Estrabón acerca del sepulcro de Euristeo:
  «Euristeo, habiendo atacado en Maratón a los hijos de Heracles y a
  Yolao, auxiliados por los atenienses, pereció en el combate, según
  cuentan. Su cuerpo fue sepultado en Gargeto, y su cabeza, aparte,
  en la aldea de Tricorinto, no lejos del camino real. Este paraje se
  llama la Cabeza de Euristeo». Palénide, de Palene, aldea ática.

  [216] La conclusión de esta tragedia, leída por ver primera por quien
  ignore las dudas y opiniones sostenidas por críticos y eruditos, no
  sorprende ni causa extrañeza alguna, y ni hay necesidad de atribuir
  al poeta descuidos y omisiones inadmisibles, ni ver contradicciones
  chocantes o inexplicables en la conducta de los personajes y en el
  giro de la acción.

  Se ha llegado hasta el extremo de suponer que Eurípides sublimó tanto
  su abandono y su negligencia, que habiendo incurrido al escribirla
  en contradicciones tan absurdas como estúpidas, las dejó después sin
  corregirlas ni enmendarlas. Si se tratara de un articulo de periódico
  de nuestro tiempo, escrito, impreso y publicado de prisa, quizá
  pudiera pasar, no como regla general, sino como excepción, porque
  así y todo se corrigen con frecuencia no una sola vez; pero de una
  obra dramática del fuste de estas de Eurípides, no ya el pensarlo, el
  decirlo solo nos parece archimayúsculo desatino. Nadie ha escrito más
  a la ligera que nuestro Lope de Vega, y, sin embargo, subsiste y en
  manos de todos se halla el manuscrito de _El Bastardo Mudarra_, lleno
  de correcciones y mudanzas. Suponer ni por un instante que habiendo
  de escribir los trágicos griegos para un certamen público en el cual
  habían de encontrar temibles rivales; que sus obras habían de ser
  leídas y examinadas por jueces competentes; que después habían de ser
  revisadas y releídas por su autor, encargado de ponerlas en escena, y
  que el público, al fin, había de escucharlas; y que después de todo
  esto sea razonable sospechar siquiera tan incomprensible negligencia,
  se nos antoja el colmo de la credulidad.

  En toda la escena entre Alcmena y Euristeo no hay contradicción
  alguna imputable al poeta, sino a los personajes, efecto natural de
  las diversas y contradictorias pasiones que los mueven, advirtiéndose
  que son justamente esos efectos los que debían sentir, y en esa forma
  contradictoria.

  Alcmena, al contemplar en su presencia a Euristeo vencido y
  prisionero, ciega de ira, de sed de venganza y de rencor por tantos
  años acumulado, solo piensa en matarlo; cuando se entera de las leyes
  y costumbres humanas de Atenas, se contenta con matarlo sin privarlo
  de la sepultura; pero cuando después oye de los mismos labios de su
  aborrecido enemigo que desde su sepulcro perseguirá y dañará a los
  heráclidas, se deja arrebatar de nuevo de su ira y manda que lo maten
  y que echen a los perros su cadáver. Téngase en cuenta que Alcmena es
  de regio abolengo, y ha sido esposa de Zeus y madre de Heracles, y
  es abuela de los heráclidas; anciana harta de sufrir persecuciones,
  afrentas y males de Euristeo, y que cuanto hace, dice, siente y manda
  es lo más natural, humano y verdadero en su situación, antecedentes y
  circunstancias. Alguna cristiana en su lugar, acaso no perdonaría a
  sus deudores, como dice el Padrenuestro, y nunca una pagana.

  [217] El corifeo con el coro; parte de los que vigilan llegan a la
  tienda de Héctor, y primero habla con los circunstantes, y después
  con el mismo Héctor. La vigilia comprendía doce horas, divididas
  en cuatro partes de tres, y por consiguiente, la cuarta era la más
  próxima al alba.

  [218] Euforbo, el primero que hirió a Patroclo, y murió a manos de
  Menelao.

  [219] Sarpedón, hijo de Zeus y de Europa, y hermano de Minos, a quien
  disputó el trono de Creta, siendo vencido, y fundando en la Licia un
  pequeño reino. Murió peleando con Patroclo.

  [220] Aliados de los troyanos, mandados por Sarpedón.

  [221] Pan, dios que presidía a los ganados y pastos, hijo de
  Zeus, según algunos mitógrafos, y de Hermes, según otros. Llámalo
  crónida el poeta, porque de Cronos descendía, ya fuese su nieto o
  su biznieto. Aparecíase a las gentes cuando menos lo esperaban, con
  sus cuernos, su medio cuerpo velludo, como el de un macho cabrío, y
  con su cortejo semejante a él, y de aquí el miedo o terror pánico,
  locución que dura todavía.

  [222] Eneas, hijo de Afrodita y de Anquises, y esposo de Creúsa, hija
  de Príamo; se distinguió en el sitio de Troya y por su amor filial, y
  arribó a Italia, en donde llegó a ser rey. Es, como se sabe, el héroe
  de _La Eneida_, de Virgilio.

  [223] De la palabra griega δόλος, que significa lo que la castellana
  _dolo_.

  [224] Se entiende, con los caballos.

  [225] Tideo era hijo de Eneo, rey de Calidón, y padre de Diomedes,
  uno de los grandes héroes de _La Ilíada_. Huyó de su patria por haber
  matado involuntariamente a su hermano Menalipo, y se casó con la hija
  de un rey de Argos. Fue, con Polinices, uno de los siete sitiadores
  de Tebas.

  [226] Timbrea, ciudad de la Tróade, en donde había un templo célebre
  de Apolo, y un oráculo del mismo dios en Licia.

  [227] Dárdano, natural de la Etruria, de donde se expatrió, pasando
  al Asia, y casándose con una hija de Teucro, rey de Teucria. Se le
  mira como a fundador de Troya. La Tróade se denominó Dardania hasta
  Tros, uno de sus reyes posteriores, que le impuso el suyo, como Ilo,
  otro de estos soberanos, llamó con su nombre a la capital del reino.

  [228] Porque Apolo construyó con Poseidón las murallas de Troya.

  [229] Los caballos ftiotas, de la Ftiótide, eran muy ligeros.

  [230] Esta palabra ciudad, πόλις, significaba para los griegos lo
  que para nosotros nación o estado, como lo fue también Roma para los
  romanos y Cartago para los cartagineses.

  [231] Porque tenían fama de cobardes.

  [232] La Tracia, hoy parte NE de la Rumelia, era en estas edades
  remotas una vasta región de Europa, limitada al N por el Hemo, al S
  por el mar Egeo y la Propóntide, al E por el Ponto-Euxino, y al O por
  la Macedonia. En su litoral había muchas ciudades griegas; su suelo
  era montañoso y frío y abundante en excelentes caballos. Hubo de ser
  civilizada, porque de ella fueron Lino, Orfeo, Tamiris y otros, y de
  Tracia provenían los misterios sagrados de los griegos. Zamolxis fue
  su gran legislador.

  [233] El Estrimón era un río de Tracia y de Macedonia, llamado hoy
  Struma o Karasu, que desembocaba en el mar Egeo, un poco mas abajo de
  Anfípolis.

  [234] Ida, hoy Kas-dag, cadena pequeña de montañas del Asia Menor,
  en Misia, que se extendía de sur a norte, desde el golfo de Adramita
  hasta cerca de la Propóntide. Troya estaba a su pie.

  [235] Escudo pequeño, tracio, ligero, y escotado o sesgado.

  [236] Las Gorgonas eran tres, Esteno, Euríale y Medusa, mujeres
  monstruosas, hijas de Ceto y de Forcis, que solo tenían un ojo para
  las tres, y convertían en piedra a quienes miraban. Perseo, ayudado
  por Atenea, cortó a Medusa la cabeza, fijándola la diosa en su escudo.

  [237] Aquiles.

  [238] Adrastea o Némesis, hija de Zeus y de la Necesidad, o
  del Océano y de la Noche, era la diosa de la venganza y de las
  represalias. Castigaba los delitos y la prosperidad insolente.

  [239] Las Piérides eran hijas de Piero, rey de Macedonia, y fueron
  vencidas por las Musas y transformadas en urracas, por haber osado
  disputarles el premio del canto. Pero las mismas Musas se apellidaban
  también Piérides, por estarles consagrado el monte Piero, o por su
  victoria contra las Piérides.

  [240] El Pangeo es una pequeña cadena montuosa de Tracia que une al
  Ródope y al Hemo. La Peonia era una región limitada de Grecia, que
  comprendía en una de sus mitades el territorio de Macedonia en su
  parto NO y en la otra a Tracia en su parte SE.

  [241] La Escitia era una dilatada región indefinida, que se extendía
  por el norte y el oriente de los pueblos entonces civilizados de
  Europa y de Asia, occidental y de Europa, u oriental y de Asia.
  La primera estaba situada entre los dos grandes ríos Borístenes y
  Tanais, y la de Asia comenzaba al oriente del Tanais, dividiéndose
  en Escitia allende el Imao y aquende el Imao, al sur y próxima a
  la India. Los escitas eran un pueblo nómada, y se distinguían unos
  de otros, contándose entre ellos los getas, yacigios, roxolanos,
  agatirsos, hérulos, etc., regidos por distintas formas de gobierno,
  generalmente monárquicas. Desde el Araxes llegaron a penetrar con
  sus armas o invasiones hasta Egipto. Ni Ciro, ni Darío, ni Alejandro
  pudieron someterlos, y de ellos salieron después los godos y los
  hunos, europeos los primeros y asiáticos los segundos. La invasión
  de estos en los dominios de aquellos fue la causa principal de la de
  los bárbaros a fines del siglo IV y principios del V. Figuraban entre
  ellos etchudos, uralios o fineses turcos, tártaros y otros muchos.

  [242] El mar Negro de nuestros días.

  [243] Escudo redondo, ἀσπίς en griego.

  [244] El Paladión era una estatua de Palas o Atenea que se decía
  caída del cielo, y el ídolo más venerado de Troya, por creerse que
  esta ciudad no sería tomada nunca mientras lo conservase dentro de su
  recinto. Odiseo y Diomedes lo robaron, y entonces cayó Troya en poder
  de los griegos.

  [245] Consagrado a Apolo.

  [246] Vase Héctor con Reso.

  [247] Filomela, hija de Pandión, rey de Atenas, ultrajada por su
  cuñado Tereo, rey de Tracia, casado con su hermana Procne, pudo
  escaparse de la prisión en que la guardaba Tereo, pero con la lengua
  cortada por su violador, para que no lo descubriese. Consiguió
  después matar a Itis, hijo de Tereo, y lo sirvió e hizo comer a su
  padre. Filomela fue transformada en ruiseñor; Procne, madre de Itis,
  en golondrina, e Itis, en faisán.

  [248] Esta quinta vigilia es una de las incoherencias de la tragedia,
  contraria a las opiniones y datos que existen acerca de esta materia.
  La vigilia nocturna de la milicia, que, según las estaciones, había
  de durar más o menos tiempo, se dividía en Homero en tres partes
  de cuatro horas cada una. Después se dividió en cuatro partes de
  tres horas, y así continuó entre los griegos y después entre los
  romanos, según atestigua Vegecio. Aquí aparece dividida en cinco
  partes, divisor inexacto de doce, sin alegarse causa ni pretexto que
  justifique o excuse tal innovación. Algunos eruditos y traductores
  han corregido el texto griego, suprimiéndola. Nosotros la dejamos
  ateniéndonos a la creencia más admitida, y nos abstenemos de aburrir
  a la casi totalidad de los lectores con cuestiones que no les
  interesan demasiado, y renunciamos gustosos a explotar este filón
  de lucimiento del traductor a expensas de la paciencia del lector.
  El coro debía retirarse, porque de otro modo no podían presentarse
  Odiseo y Diomedes y hablar en voz alta. Ni se puede tampoco suponer
  que cuantos lo componían se quedasen dormidos de repente, por
  convenir a la ficción poética; ni que ninguno despertase después, ni
  que los dos nuevos interlocutores osaran hablar como lo hacen.

  [249] Alejandro o Paris son la misma persona.

  [250] La intervención de Atenea y sus palabras, cruelmente irónicas
  para el espectador, no para su interlocutor, tan significativas y
  características de la mujer y de la diosa, es de lo mejor de Reso.
  Hay que suponer que el coro se va antes de presentarse Odiseo y
  Diomedes, y que estos desaparecen a su vez para matar a Reso antes de
  la llegada de Paris. Atenea queda siempre invisible, y solo se oye su
  voz.

  [251] Observen los lectores que no se puede saber cuál de las Musas
  es la madre de Reso, ni ahora ni después. Como los distintos géneros
  poéticos estaban repartidos entre ellas, y fueron todos religiosos
  en sus albores, y cantados, por tanto, no hay razón pata afirmar que
  fuese Polimnia, la que presidía a la poesía lírica. A nuestro juicio,
  no se nombra porque siendo todas vírgenes y no la madre de Reso, el
  poeta no se ha atrevido a decir cuál de ellas no lo era, y sale de su
  empeño calumniando a varias, y a su parecer con menor riesgo.

  [252] El coro se presenta persiguiendo a los dos griegos, que han
  matado a Reso mientras Atenea hablaba con Paris, y después, al
  retirarse este, con Odiseo, que trae su espada llena de sangre en la
  mano. Diomedes ha escapado con los caballos.

  [253] No se fija aquí de cuál de las Lócridas se habla, pero es de
  suponer que se aluda a Naupacto, hoy Lepanto, porque las capitales
  de las otras dos no eran puertos. Las Lócridas eran tres: la
  epicnemidia, la opuntia y la ozolia, a la cual pertenecía Naupacto.

  [254] Las Espóradas o _Dispersas_ son unas islas del archipiélago al
  este de las Cícladas y a lo largo de la costa sur del Asia Menor,
  entre Samos y Rodas.

  [255] Nunca han hecho los lobos tan extrañas maniobras, y por tanto
  debemos recordar que se trata de un sueño, en cuyo caso ya es otra
  cosa.

  [256] El cochero juzga imposible que ningún enemigo ose penetrar en
  un campamento tan bien guardado, vencedor, y sobre todo siendo Reso,
  su señor, tan fuerte y tan poderoso.

  [257] Falta aquí parte del texto, aunque es fácil de suponer, por su
  simple lectura, a primera vista, que el coro se lamenta de la pena o
  del castigo que le amenaza.

  [258] La costumbre de griegos y romanos de sepultar sus muertos
  en los caminos, a que aluden tragedias y comedias griegas e
  historiadores y polígrafos de ambas naciones, se fundaba en dos
  verdades muy útiles, higiénica la una, y moral la otra; la primera,
  hoy aceptada y practicada por los pueblos cultos, consistía y
  consiste en alejar la putrefacción y sus consecuencias de la
  residencia de los vivos, por miedo a las enfermedades que origina; y
  la segunda es, como dice Tito Livio: _Quo praetereuntes admoneant et
  se fuisse et illos esse mortales_.

  [259] Eneo, padre de Tideo, padre de Diomedes.

  [260] Tamiris, antiguo poeta griego, hijo de Filamón y de Arsínoe,
  tracio edonio, obtuvo el premio de la lira en los juegos píticos;
  pero fue vencido por las Musas, a quienes desafió. Perdió también la
  vista por su atrevimiento, y se le creía inventor del modo musical
  dorio y de muchos poemas perdidos.

  [261] Orfeo, célebre cantor y poeta griego, tracio también de origen,
  e hijo del rey Eagro y de la musa Calíope, o de Apolo y de Clío; tomó
  parte en la expedición de los Argonautas y estuvo en Egipto, en donde
  murió su mujer, Eurídice, mordida por un áspid. La perdió después
  de sacarla de los infiernos, por mirarla antes de salir de él. Los
  animales feroces lo seguían, y los árboles llevaban el compás con sus
  ramas. Fue, además, astrónomo, moralista y excelente cantor y poeta.

  [262] Museo, antiguo poeta griego, ateniense, y discípulo o hijo
  de Orfeo y padre de Eumolpo, vivió en el siglo XIII o XIV antes de
  Jesucristo. No se conserva de él obra alguna, y son apócrifas las que
  se le atribuyen.

  [263] Perséfone, esposa de Hades. Llama frugífera a _la que trae los
  granos ό cereales_, a Deméter, diosa de la agricultura.

  [264] Había minas de plata en el monte Pangeo, y por esto le llama
  tierra argentífera.

  [265] Sin hijos.

  [266] Los tirrenios pasan por haber sido los inventores de la
  trompeta guerrera.

  [267] Malea, promontorio y cabo del Peloponeso, de navegación
  peligrosa, entre los golfos Lacónico y Argólico. Sicilia queda, pues,
  al occidente, y, por tanto, el viento Levante impulsa a los buques
  hacia ella.

  [268] Los cíclopes eran hijos del Cielo y de la Tierra, gigantes con
  un solo ojo en medio de la frente. Habitaban en Sicilia o Lemnos, y
  se les atribuye las construcciones denominadas ciclópeas, de enormes
  peñascos sin labrar, que se encuentran en Italia y Grecia.

  [269] Danza peculiar de los sátiros, de los dramas satíricos,
  llamadas así de su inventor Sicinnis.

  [270] Altea era hija de Testio, mujer de Eneo, rey de Calidón, y
  madre de Meleagro. En premio de su tolerancia con los amores de su
  esposa y de Dioniso, enseñó ese dios al marido complaciente el arte
  de cultivar la viña y de elaborar el vino.

  [271] Nisa, famoso lugar mitológico, residencia favorita de Dioniso,
  ya monte, ya ciudad, ya isla en Etiopía, en Arabia o en la India, y
  nombre también de dos ciudades, una en la India y otra en Lidia.

  [272] Sísifo, rey de Corinto, el condenado en los infiernos a subir a
  lo alto de un cerro un peñasco enorme, que al llegar a la cumbre se
  precipita de nuevo; tuvo relaciones amorosas con Anticlea, madre de
  Odiseo, y como se llamaba hijo de Laertes, de ahí su natural enfado
  contra Sileno.

  [273] Las frases indecentes de este viejo verde son tales, que su
  traducción es imposible. Uno de sus traductores latinos, T. Fix, dice:

      _... ut hocce in erectum excites,_
      _mammasque contrectes, et obumbratum_
      _manibus tangam hortum..._

  [274] Orión, cazador famoso qué despreció a Artemisa y fue trasladado
  después al cielo, formando una constelación notable.

  [275] Tritón, dios marino, hijo de Poseidón y de Anfitrite, que
  precedía en los mares al carro de su padre, tocando en vez de
  trompeta un caracol.

  [276] Nereo, deidad marina, hijo del Océano y de Tetis, esposo de
  Doris y padre de las Nereidas, habitaba en el mar Egeo, y como
  Proteo, variaba de forma y predecía lo futuro.

  [277] Calipso, hija de Atlas o del Océano, que habitaba en la isla
  Ogigia, en donde fue visitada por Odiseo, su amante por espacio de
  siete años.

  [278] El coro, compuesto de sátiros, hijos de Sileno, acusa,
  sin embargo, a su padre, consecuente con el papel de juez y de
  personificación de la moral, o cede tan cobardemente al miedo que le
  infunde el Cíclope, que llega hasta a renegar de su padre.

  [279] Radamanto, cretense, hijo de Zeus y de Europa, uno de los
  jueces del infierno.

  [280] Escamandro, río célebre de Troya.

  [281] En todos estos lugares, cabos y promontorios de Ática o de
  Laconia, había templos o santuarios consagrados a Poseidón.

  [282] Es sabido que los griegos fundaron en Sicilia numerosas y
  florecientes ciudades griegas, aunque no en los tiempos de Odiseo
  y de los cíclopes. Las obras dramáticas de todos los pueblos están
  llenas de anacronismos de toda especie, no solo porque, como dice
  Horacio, _Pictoribus atque poetis quidlibet audendi semper fuit aequa
  potestas_, sino también porque la casi totalidad de sus auditores
  eran en esta materia tan ignorantes como los autores de las obras
  representadas, y además porque atribuían tanta importancia a la
  verdadera poesía dramática, cuanta negaban a esas pequeñeces, más
  fielmente guardadas por quienes más que a lo principal suelen atender
  a lo accesorio.

  [283] Alude a ciertos ruidos del vientre; pero tengamos en cuenta,
  sin excusar tales groserías, que EL CÍCLOPE es una obra burlesca,
  que la acción a que se refieren esas palabras sirve de hazmerreír
  constantemente a la humanidad entera, y que son solo hombres quienes
  habían de oírlas. En Aristófanes forman legión, y aun más sucias,
  esas alusiones.

  [284] Náyades, ninfas de los ríos y de las fuentes.

  [285] Cítara con que se acompañaba el canto lidio, muelle y afeminado.

  [286] El Ganimedes del Cíclope, copero y favorito de Zeus, como es
  harto sabido, es el viejo Sileno, cuya honestidad se ve en un trance
  supremo.

  [287] Dárdano, fundador de Troya.

  [288] Creíase que los carios habían sido los primeros mercenarios, y
  por tanto, lo que dice el coro es que de sí mismo nada espera.






*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (3 DE 3) ***


    

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