The Project Gutenberg EBook of La voz de España contra todos sus enemigos, by 
José María Avilés

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Title: La voz de España contra todos sus enemigos

Author: José María Avilés

Release Date: August 5, 2012 [EBook #40420]

Language: Spanish

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En esta edición se han mantenido las convenciones ortográficas del original, incluyendo las variadas normas de acentuación presentes en el texto. (nota del transcriptor)

LA

VOZ DE ESPAÑA

CONTRA

TODOS SUS ENEMIGOS

POR

UN PATRIOTA

 


colophon



SEVILLA

Imp. de EL MERCANTIL, San Eloy 16.
1899.

AL ÍNDICE

Á   LA   MARINA

Y   AL   EJÉRCITO   ESPAÑOL:

 

Todas las deficiencias y fraudes, errores y debilidades que pueden acumularse sobre una nación, habían caído sobre España en los últimos lustros, y el conflicto con los Estados-Unidos no ha hecho más que poner de relieve tanta miseria y podredumbre.

Ya hasta los ciegos han visto que en nuestra patria existen muchas instituciones y personalidades inútiles y perniciosas, y otras que es necesario restablecer y dignificar, si hemos de levantarnos de la humillante postración en que nos hallamos.

Por menguados sabios y sectarios de la peor estofa se ha hecho creer á la mayoría del noble pueblo español, que lo pasado era la esclavitud y la ignominia; lo presente la libertad, la honra y la paz, y lo futuro el mayor engrandecimiento y la gloria de España; y cuando al monótono arrullo de esta falsa cantinela política se había dormido la nación española, la despertó de su engañoso sueño el estampido de los cañones enemigos.

¿Dónde están nuestras escuadras? ¿Qué ha sido de nuestras ricas y hermosas colonias? ¿Qué ha hecho el Gobierno de los inmensos tesoros de que ha dispuesto? ¿Cómo ha sacrificado la sangre de nuestra juventud?

Nadie contesta satisfactoriamente á estas dolorosas exclamaciones de tantos españoles afligidos y arruinados.

Los agentes de la Revolución, que por mote especial se llamó la gloriosa, y sus cómplices después, han enmudecido para no confesar sus culpas, é impuesto el silencio á la tribuna y á la prensa para que no les acusen de autores de las pérdidas y de la deshonra que ha sufrido España.

No obstante los bajos deseos de esos políticos sin fe y sin patriotismo, se han publicado ya notables opúsculos y artículos sobre la DEFENSA DE LA MARINA, APUNTES EN DEFENSA DEL HONOR DEL EJÉRCITO, LIJERA CRÍTICA DE NUESTRAS CAMPAÑAS NAVALES, etc.; y en todos ellos se demuestra técnicamente que el Ejército y la Marina han cumplido con su deber hasta de un modo heróico; y que los políticos son los causantes de nuestros desastres é infortunios.

Nosotros, amantes de las glorias españolas y de nuestro Ejército y Marina, las defenderemos también en el curso de este trabajo; pero incompetentes para seguir el mismo método, alegaremos, en primer término, razones del orden moral, histórico y jurídico, á fin de que se conozca mejor el origen de todas nuestras terribles calamidades y el remedio posible y oportuno que nos resta.

Según la práctica del sistema que nos ha conducido á tan espantosa decadencia, no se puede exigir á los Gobiernos responsables más responsabilidad que la de su caida ignominiosa; y es necesario que todos pensemos en lo que ha de sustituir á lo presente.

Los llamados á regenerar á España no han de ser políticos de oficio, ni volterianos en la fe; y como el Ejército y la Marina no pertenecen á ningún partido político, y en ocasiones solemnes han hecho sus jefes y soldados pública manifestación de su fe católica, y por cumplir sus deberes han perdido sus vidas tantos valientes y otros han sacrificado hasta sus prestigios personales; por todo esto es lícito considerarlos como entre los llamados á regenerar á esta nación desventurada.

La disciplina militar, de la que tan brillantes pruebas ha dado el Ejército y la Marina, aplicada en proporción y forma conveniente á la futura política, será importante elemento de restauración social.

Esta esperanza patriótica justifica en cierto modo el honor que tenemos AL DEDICAR AL EJÉRCITO Y Á LA MARINA este humilde trabajo: mas á ella se une un recuerdo de otros tiempos y una convicción de actualidad.

Entre las proezas históricas del Ejército y de la Marina, leímos en nuestra juventud LA VINDICACIÓN DE LA ARMADA ESPAÑOLA en el que llamaron los poetas GLORIOSO DESASTRE DE TRAFALGAR; desde entonces no hemos olvidado los nombres inmortales de Gravina, Churruca, Galiano, Alcedo, Moyúa y Castaños, y nunca se ha extinguido nuestra admiración á esos valientes y el amor á la Marina y al Ejército; por esta causa, al renovarse parecidos desastres é igual heroismo, queremos vindicar á nuestra Marina y al Ejército de injustas acusaciones, y dedicarles el testimonio de nuestra leal consideración.

Cumpliendo este deber de justicia y de patriotismo, nos embarga el temor de que nuestros esfuerzos no correspondan á la grandeza del fin propuesto y á lo que exigen las necesidades actuales; y sentimos con toda ingenuidad que otros más competentes é ilustrados no hayan acometido este laborioso empeño en el orden preciso, para que resultara mejor defendida la causa de la verdad, de la justicia y de la patria, que es la causa de todos los buenos españoles y de lo porvenir de España.

Llenos de confianza, esperamos que el Ejército y la Marina se dignarán aceptar esta dedicatoria respetuosa de un español que desea servir á su patria con la bravura y la fidelidad con que le han defendido y servido tantos mártires de su deber, en la guerra más inícua y torpe que ha presenciado nuestro siglo.

El Autor.

ADVERTENCIA


La mayor parte de los sombríos y dolorosos cuadros que forman este pequeño libro, fueron escritos bajo la impresión de los acontecimientos que en ellos se refieren y comentan.

Habiendo perdido algunos esa novedad que dan á los sucesos los accidentes y las convulsiones de la lucha, cuando todavía se oyen los lamentos de los moribundos y la resonancia de los desastres y de la victoria, dudamos si sería conveniente su publicación, ó aumentar con los originales el legajo de los escritos en que solemos guardar los recuerdos y las observaciones de la experiencia.

En medio de esta duda nos hemos preguntado.

Para determinar el origen y las causas inmediatas de tantos males como aflijen á España, y resolver las graves cuestiones que actualmente la agitan, ¿hace falta nuestro trabajo?

Creemos que no: y si fuera útil un nuevo escrito sobre hechos y problemas tan importantes, no nos consideramos llamados á darlo á luz, ya por nuestra insuficiencia, ya porque no alcanzaría éxito alguno favorable.

Tienen los hombres y las sociedades á la vista la suprema dirección de la Iglesia Católica; tienen los principios de la moral, de la justicia y del derecho; tienen abundantes lecciones en la historia contemporánea y en los sucesos actuales; y si no quieren someterse á las enseñanzas infalibles de la Iglesia, ni poner en práctica las reglas seguras de la moral, aplicadas á la justicia, á el derecho y á la política, ni tomar de lo presente y de lo pasado lecciones para lo porvenir, ¿quién podrá encausar el torrente de las pasiones humanas, desbordado por la Revolución? ¿Y quién someterá á el yugo de la verdad y de las leyes justas á los hombres, que por sistema las rechazan, sin temor á nuevas y tremendas calamidades?

Y si no se quiere oir la voz poderosa y autorizada que viene de las alturas, ¿qué atención se prestará á la débil y privada que se levanta enmedio de la multitud?

Estas consideraciones han pesado tanto en nuestro ánimo, que nos hicieron desistir una vez más de la publicación de estos apuntes.

Ha sido preciso que, observando un día y otro día el rumbo que lleva en nuestra patria la política, viéramos claramente, que no tienen remedio los males de España, sino hay en ella un cambio radical en los principios, en los procedimientos y en la orientación de la política y de los políticos; para demostrar esta verdad con los hechos pasados que nos han traído al estado presente, publicamos nuestros juicios á este fin dirigidos.

Después de nuestros grandes infortunios, es general el deseo que tienen manifestado los españoles de que España sea regenerada: hasta los gobiernos han hecho sus nuevos programas de la regeneración.

Pero es preciso conocer que ni Silvela, ni Sagasta, ni éste ni el otro partido, con sus falsos principios, gastados procedimientos y aspiraciones insensatas, quieren, ni pueden, regenerar á España.

Los causantes de nuestra decadencia manifiestan grande interés en que se olviden sus culpas y las pérdidas que hemos sufrido y no se depuren las responsabilidades; y por lo mismo ha de ser mayor nuestro empeño para presentarlas al público en forma de juicio moral y de defensa de los más sagrados intereses de la nación.

Al hacerlo, sin prejuicios ni odio contra las personas y las instituciones dignas, creemos cumplir un deber de conciencia y de patriotismo, y nos hacemos eco de las desgracias y de las necesidades de nuestra amada España.

I

La voz de España.—Los ideales.—Carácter del pueblo español y su degeneración.—Idem del americano, deducido de su breve historia.—Elogios que se han tributado á los Estados-Unidos.—La venta de Cuba.—La guerra popular y Mac-Kinley conquistador.

OFENDIDA en su honor, menospreciada en su autoridad soberana, en sus derechos atropellada, calumniada en su ejército y hecha el ludibrio de las naciones por las fáciles victorias de sus enemigos y el injusto despojo de sus colonias, la noble y valerosa España, herida, pero no muerta, se levanta de la postración y del cieno en que la han sumergido las faltas de sus hijos y la codicia de sus adversarios y eleva su voz contra todos sus enemigos exteriores é interiores.

Voz de indignación por las provocaciones, calumnias é injurias de los Estados-Unidos, que fingiéndole amistad y respeto á su soberanía en las colonias, se han manifestado después sus mayores enemigos.

Voz de dolor por la guerra injusta que le declararon cuando se estaba desangrando en medio de las insurrecciones parricidas por ellos alentadas; y de mayor dolor por las imprevisiones y torpezas de su Gobierno en defenderla de sus pérfidos enemigos.

Voz de desolación por las inmensas pérdidas que ha sufrido en su honra, en el sacrificio de sus hijos, en sus bienes y en su territorio.

Voz de aflicción por la ingratitud y los crímenes de tantos españoles que han sido desleales y por la falta de energía y de abnegación en sus gobernantes.

Voz de queja por el abandono en que la han dejado las naciones civilizadas y por los auxilios prestados á sus enemigos.

Voz de justicia contra todos los que contribuyeron á su abatimiento moral y á su material ruína.

Voz de esperanza por la que abriga en el amor de sus buenos hijos, deseosos de su regeneración.

Voz de temores por la falta de patriotismo que ve en muchos de sus ciudadanos que, ó no sienten sus tribulaciones, ó sacrifican todos los intereses nacionales para continuar gozando de las ventajas del poder, ó de una falsa libertad.........

¿Quién no oye en medio del silencio que han producido los desastres y las ruínas de la última guerra, estas voces de nuestra afligida patria?

No basta, empero, oirlas: es ahora un deber sagrado de todos los españoles el estudiar estas palabras, tan sentidas como elocuentes, tan dolorosas como llenas de grandes enseñanzas para lo porvenir.


Los filósofos proclaman sus ideales, y los políticos que no son filósofos tienen por un deber aplicar á la sociedad aquellos ideales que consideran más útiles y prácticos: en el ideal de la belleza inspiran sus obras los artistas, y en el de la virtud los que desean ser justos, y todos los hombres persiguen en la vida algún ideal ó con él sueñan.

Lo ideal es la forma de la inteligencia, la aspiración del corazón humano, la vida de la razón, la atmósfera superior que envuelve el universo.

Pero no todos los ideales son verdaderos: unos representan los delirios de las pasiones humanas, otros el espejismo de la felicidad, y no faltan ideales para los más absurdos sistemas. La edad de oro cantada por los poetas ofrece mentidos ideales á los utopistas, y los progresos de la civilización y de las ciencias sin Dios dan atrevidas alas á el pensamiento del hombre y lo elevan hasta las regiones de lo infinito para precipitarlo después en los abismos de la idea hegeliana ó de lo absoluto de Schelling.

El ideal verdadero fué revelado á los hombres desde el principio de los tiempos: se manifiesta en nuestra conciencia, lo conocemos por la tradición y por la fe, lo realizan los justos y tiene su más excelente expresión en las verdades católicas. Fuera de él no hay ideales sublimes, y los que en el mismo no se concentran no pueden ser bellos, ni justos, ni laudables.

Cuando la mente humana contempla ese ideal, sintetizado en el Evangelio, enseñado por la Iglesia y viviente en el espíritu cristiano, reconoce que tiene su origen en Dios, principio de toda verdad y de justicia eterna y fuente de todas las ideas que engrandecen y dignifican á los hombres.

Las leyes de la afinidad unen las partes del mundo físico; las de la gravitación sostienen los globos en el espacio y las del equilibrio impiden que el orden universal sea perturbado; y todas estas leyes son manifestaciones de las ideas creadoras existentes en la mente divina.

Y de un modo semejante, todo lo que hay de necesario, de estable, de hermoso y de sublime en el orden moral, está encadenado y depende de ese ideal supremo que contiene la verdadera religión, la autoridad legítima, sanciona el deber, armoniza la libertad humana con los preceptos divinos y las leyes naturales y positivas, señala el camino á el progreso y perfecciona la civilización: y todas las naciones y gentes que no inspiran en ese admirable ideal su legislación, su derecho y sus costumbres, ni pueden formar un pueblo equilibrado, ni ser justas, ni en verdad, libres, ni humanitarias.


En toda la redondez de la tierra y en todos los siglos no se ha visto una nación como España que se haya inspirado mejor en el ideal de la justicia, del derecho, de la moral y de la religión: por eso sus guerras fueron justas y legítimas sus conquistas; sus caudillos fueron religiosos y caballeros, como sus magnates; y sus reyes se llamaron católicos; y á tanta altura se elevaron las leyes del honor y de la humanidad entre nuestros antepasados, que los plebeyos parecían hidalgos, y éstos como los más nobles caballeros.

Nunca España fué agresora, y cuando fenicios y cartagineses, romanos y sarracenos invadieron sus comarcas, brotaban de su suelo guerreros valerosos como Indibil, Viriato y Sartorio, que por su heroismo en defender sus hogares, infundieron temor á las legiones romanas y emularon las hecatombes de Sagunto y de Numancia.

Los bárbaros del Norte no pudieron dominar en España sino haciéndose españoles; y sepultado su imperio en las funestas aguas del Guadalete, el indómito valor de los iberos levantó en Covadonga el estandarte de la reconquista, que al cabo de ocho siglos llegó triunfante á las almenas de Granada.

Si las armas victoriosas de España llegan hasta el Oriente, entran en Orán, vencen en Pavía y San Quintín y combaten en Flandes, siempre la causa de la religión, de la justicia, del derecho y de la humanidad, es la que las mueve y las guía.

España no ha hecho guerras de conquistas para dominar á los pueblos y enriquecerse con sus tesoros; y sin duda, por la alteza de su espíritu y de su generosidad, la Providencia le señaló nuevos derroteros en los mares y la hizo Señora de dos mundos.

Como apóstoles, más que como guerreros, fueron á América los españoles.

Isabel I no vendió sus alhajas para conquistar un nuevo mundo, ni Colón guió sus carabelas por el Océano tenebroso para avasallar á los indios, sino para descubrir tierras remotas en donde fuera extendido el reinado de Jesucristo.

Si luego Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Vasco-Núñez de Balboa conquistan el imperio de los Incas y de los Astecas, fué principalmente para desterrar de ellos la idolatría y los sacrificios humanos y plantar el árbol de la cruz allí donde se adoraba al sol.

Antes de someter por las armas al emperador de Méjico, procuró Hernán Cortés convertirlo á la verdadera fe y le hablaba de la religión cristiana como un misionero; y lo mismo hicieron todos los grandes capitanes donde entraban con sus estandartes: pero más que á ellos se debió la conquista y la sumisión de América á los religiosos predicadores del Evangelio que, con su celo y caridad para con los pobres indios, hicieron amable la dominación española y la religión que los libraba de su ignorancia y de sus vicios y los protegía y defendía de todos sus enemigos.

No se debe inculpar á España el pandillaje y los desmanes que cometieron en América los aventureros que todo lo explotan en provecho propio: lo que hay que atribuirle es la gloria de haber civilizado al continente americano, llevando á él su religión y sus costumbres y el espíritu de sus sabias leyes, representado en el inmortal Código de las Indias.

La solicitud de los monarcas españoles por el bien de sus nuevos súbditos; las limitaciones puestas á los abusos de sus virreyes y gobernadores mediante los juicios de residencia; los establecimientos de enseñanza y de caridad que por todas partes se fundaban, y la grande influencia que los Obispos y misioneros ejercían por su religión y por sus virtudes entre los indígenas, todo esto contribuyó para que en poco tiempo las colonias y las muchas ciudades fundadas por los españoles se igualaran á la Metrópoli, y en ellas floreciera la cultura y la civilización de España, á la sazón la primera de Europa y del universo.

Se puede afirmar, que así como ninguna nación ha tenido más colonias que España, tampoco ninguna las ha regido y gobernado con más justicia y equidad, llevando á ellas su mismo espíritu, elevación de ideas y sentimientos por el sistema maternal de la asimilación y no por el de la explotación mercantil, como lo hacen otras naciones.


Mucho se ha hablado en estos últimos tiempos de la decadencia de España y de las causas que la han producido hasta llegar á la presente ruína y humillación.

Cada uno juzga acerca de ella según el criterio de la escuela ó de los partidos en que, por desgracia, se encuentra dividida nuestra patria.

Para unos, la decadencia de España se debe á el absolutismo de los reyes, á la expulsión de los judíos y de los moriscos y á la intolerancia y al fanatismo: para otros, las causas fueron las guerras de religión y el empeño en sostener la soberanía en extensos territorios, gastando la nación en las colonias y en la guerra de los Países Bajos las fuerzas y los capitales que debió emplear en la agricultura y en la industria de la península: y para algunos, que se fijan en otras causas más próximas, han sido los indolentes reinados de Felipe IV y de Carlos IV y el poder arbitrario de sus favoritos el conde duque de Olivares y el príncipe de la Paz, juntamente con el atraso intelectual y comercial en que quedó España el siglo pasado y las vacilaciones de Fernando VII al principio del actual y la pérdida de nuestras posesiones en el continente americano.

Los secuaces de estas opiniones parece que olvidan de propósito el infausto reinado de Carlos III y la influencia que en él tuvieron los Grimaldi, Esquilache con el masonizante conde de Aranda, brazo de la expulsión de los jesuítas, que privó á la juventud de sus mejores maestros; y olvidan á los Moñinos y Campomanes, que completaron la obra del famoso Conde, como legulellos enciclopedistas.

Nadie puede negar que con el llamado absolutismo de algunos de nuestros reyes, sin judíos y sin moriscos, con la santa Inquisición y reyes indolentes é ineptos favoritos, sin grande industria, ni comercio, España no dejó de ser una nación de primer orden, importante y respetada, hasta contar con ella las demás naciones para humillar al Coloso de este siglo.

En la guerra de la Independencia dió España todavía á el mundo pruebas de su carácter, de su poder y de lo que es capaz un pueblo unido por los sentimientos de la fe y del patriotismo.

No tenía un gobierno fuerte y prudente al ser abandonada por su rey débil, pero entonces existían todavía las clases sociales y el pueblo español, existían el valor y el carácter nacional y la fe y el patriotismo de nuestros gloriosos tiempos, y salimos victoriosos de tan grande empresa.

Algo nuevo debe haber entrado en España, cuando después de lo que nos había hecho grandes é invencibles, se ha ido perdiendo todo.

Últimamente no nos quedaba más que el patrimonio de nuestra legendaria historia, el valor y el honor proverbiales, que se comprometieron y se han eclipsado en la última guerra.

Adornaban el carácter de la nación española, la hidalguía castellana, la tenacidad de los aragoneses, el ingenio catalán, la constancia valenciana, el entusiasmo andaluz, la audacia extremeña, la caballerosidad manchega, la fidelidad de los gallegos, la lealtad de los asturianos, la nobleza de los vascongados, la fortaleza de los navarros, es decir, todas las virtudes cívicas elevadas por la fe y por el valor de todos al heroísmo que había hecho del pueblo español, un pueblo católico, noble, invencible, porque obedecía á los supremos ideales de la religión, y á las leyes de la justicia y del honor.

Con la invasión de las doctrinas revolucionarias é impías ha perdido España su espíritu nacional; y con la propagación de la secta masónica y de los errores del liberalismo, se han desterrado la mayor parte de las virtudes públicas y privadas, que eran nuestra gloria; y el carácter español ha degenerado tan notablemente en el siglo actual, que ya es completa nuestra decadencia.

Cuando teníamos el espíritu, las virtudes y el carácter nacional, nunca nos faltó la fuerza para vencer á nuestros enemigos.

Ahora, un pueblo de mercaderes, inícuo y egoista, nos ha envuelto con su astucia y con su fuerza abrumadora y medios nefandos nos ha vencido.

España no podía sufrir mayor humillación que la de caer á los pies del pueblo americano, ni éste, en su codicioso orgullo, ha podido tener satisfacción más completa que la de despojar á nuestra patria de sus ricas colonias, injuriar sus blasones y marchitar los laureles de su historia.


Para conocer la verdad de estas aseveraciones, conviene tener á la vista un resumen de la pequeña historia de los Estados-Unidos, que nos dará una idea de sus tendencias, de su espíritu y de su carácter nacional.

Los españoles habían ya prodigado por muchos años su sangre, su valor, su ilustración y su caridad en América para convertirla á la religión, civilizarla y someterla á la soberanía de España; cuando llegaron al Norte los primeros emigrantes de Inglaterra que, como los de otras naciones, iban en busca de las riquezas del Nuevo Mundo.

Conocida la fertilidad de aquellos inmensos territorios, Jacobo I, dió en 1606 en cartas patentes á la Compañía de Londres, la parte meridional y la septentrional á la de Plymouth: estas Compañías fueron el plantel de las colonias inglesas, y fué desde el principio la más importante la formada por los Padres Peregrinos de Nueva Inglaterra, célebres puritanos que salieron de su patria en el buque Flor de Mayo.

Bien se ve que, á la formación de dichas colonias, presidió el espíritu de lucro y el de la fanática herejía del puritanismo.

En su creciente desarrollo, después de siglo y medio, se vieron detenidas por las colonias francesas del valle de Misisipí; las combatieron con las armas y se apoderaron de ellas.

Como Inglaterra había ayudado á sus colonias en la guerra contra las de Francia, para resarcirse de los gastos hechos, votó en 1764 la ley del papel sellado, que introducía restricciones en el comercio con las colonias. La de Virginia se negó á pagar un impuesto que no había aprobado. Y desde entonces, secundada por las demás colonias, empezó la lucha con la Metrópoli, ésta por cobrar y las otras por no pagar.

En vano Inglaterra transformó el impuesto poniéndolo sobre el te, el papel, el cristal y otras mercancías, que importaban sus colonias; éstas no quisieron admitir los barcos en sus puertos, ó arrojaban al mar las cajas de te y los demás artículos.

Con este motivo la guerra de la emancipación se declaró formalmente en 1775 con el combate de Lexington, la batalla de Barken-hille y el asedio de Quebec, que tuvieron que levantar los americanos por la muerte de Montgomery.

Entonces Tomás Payne, con su folleto titulado El Buen sentido, reanimó el espíritu de las colonias para sostener la lucha que, con el auxilio de los franceses mandados por Lafayet, les dió la emancipación completa en 1783.

Washington fué el alma principal en los combates y después en la organización federal de las colonias emancipadas, á las que dotó de una Constitución prudente y sólida, que le ha dado más fama que sus victorias y por la cual hace más de un siglo se rigen los Estados-Unidos.

La historia propia de éstos, podemos decir que empieza con la emancipación de las trece colonias inglesas, que se erigieron en otros tantos Estados, á los cuales se han unido ó anexionado después otros treinta, que con los anteriores forman al presente la gran República.

Muchas de estas agregaciones no se han hecho sin violencia y sin notoria injusticia.

Con la guerra de 1813 se extendieron por las posesiones inglesas del Oriente; y si España les cedió la Luisiana, le fué arrebatada gran parte de la Florida, cuando el año 1810 invadieron los americanos las ciudades de San Marcos y Pansacola, quedándose después con toda la península por el tratado de 1819, que los hizo dueños por el Mediodía hasta el mar de las Antillas.

Por el Norte, muchas tribus de los pieles rojas han pagado con su vida el delito de haber nacido en territorio ambicionado por vecinos poderosos.

Y Méjico, ya teniendo que cederles la California, ya sufriendo el despojo de las provincias de Texas, ha contribuído por el Occidente á el engrandecimiento de los Estados-Unidos, que dueños al fin del Alaska y de otros territorios por compras y conquistas, se enseñorean entre los dos océanos y los hielos de la bahía de Hudson y de las templadas brisas del golfo mejicano.

Y no satisfechos con tantas adquisiciones, rapiñas y exterminios de tribus realizados, se propusieron arrojar á España enteramente de América, por ella descubierta y en gran parte civilizada.

Con lo dicho basta para que se comprenda que los Estados-Unidos conservan su carácter de origen y que forman un pueblo de mercaderes y negociantes, sin otras aspiraciones que las del vil interés; y aunque las cubran con la máscara de los sentimientos humanitarios, de la libertad, de la justicia y de la moral, no son más que impulsos del engrandecimiento propio, de una codicia insaciable y de la más desenfrenada ambición.

En los Estados-Unidos todo se mueve por el resorte del interés: la misma célebre guerra de secesión no tuvo otro origen; y vencidos los intereses del Sur por los del Norte con la libertad de los esclavos, el presidente vencedor Abrahan Lincoln fué asesinado una noche al salir del teatro. Sus enemigos no le perdonaron el quebranto que les había hecho sufrir en sus negocios.

Con una historia de ayer, sin literatura nacional, ni ciencia especulativa, ni moral verdadera, los amantes de estos estudios, se dedican á escribir la historia de Europa, como Prescott, de nuestra literatura, como Thignoc, ó á combatir la moral en la religión, como Drapper.

Toda la grandeza de los Estados-Unidos tiene un aspecto material: sus adelantos son mecánicos y sus ciencias favoritas las naturales; y como no se nutren de ideas verdaderas, han comenzado á degenerar en medio de tanta prosperidad, apartándose del espíritu y de la letra de su Constitución y de los límites que la doctrina de la libertad y del respeto á la independencia de los pueblos les tenía prescritos.


El observador atento é imparcial, que se fija en los verdaderos intereses de la justicia y de la humanidad, no ve en la breve historia de los americanos del Norte, hechos notables dignos de alabanza.

¿Por qué, pues, se han hecho y repetido tantos elogios de los Estados-Unidos?

¿Por ventura han descubierto otro Nuevo Mundo, ó traído á la civilización elementos nuevos, que libren á los hombres de las miserias de esta vida y los hagan mejores?

Nada de esto han realizado: y sus inventos, con ser tan prodigiosos, no pueden compararse con los que ya poseía Europa; y por cierto que no se les elogia porque hayan perfeccionado algunos ó hecho más útil aplicación de otros.

Lo diremos en tres palabras: á los Estados-Unidos se les han tributado tantas alabanzas, porque nuestro siglo ama al becerro de oro, acepta con facilidad servil las opiniones corrientes y aborrece la religión positiva.

Como poseen inmensos y fértiles territorios, bosques vírgenes, minas abundantes y rios navegables, no es extraño que con el trabajo, la industria y el comercio, se hayan enriquecido, y sus grandes capitales llaman la atención de los pobres del Viejo Mundo. Muchos aman á los Estados-Unidos por la sola razón de que son riquísimos.

Otros los admiran porque han oído celebrar la amplia libertad de que gozan allí los ciudadanos, no sólo en la emisión de sus opiniones, sino en el ejercicio de su soberanía; y en particular encomian el respeto y la obediencia que todos tienen á las leyes y á la policía.

Antes de que mediara el presente siglo, muy pocos conocían en Europa la vida, las costumbres, la libertad y la legislación de los Estados-Unidos; pero dos emigrados franceses vivieron allí algunos años, y no lo pasarían muy mal, cuando al regresar á Francia escribieron sus obras elogiando al pueblo que habían abandonado.

M. Renato Laboulaye escribió su Historia de los Estados americanos, y M. Enrique de Tocqueville las suyas de la Democracia en América y del Sistema penitenciario de los Estados-Unidos.

Si inspiró estas obras el amor á la verdad, ó el deseo de propagar en Francia la democracia, cuando se avecinaba la Revolución de Julio, no es fácil averiguarlo; lo cierto es que alabaron los franceses á los americanos, y esto bastó para que se extendiera la opinión favorable, y para que nuestros Roque Barcia, Pí y Castelar, pusieran por cima de las nubes á la gran República, queriéndonos hacer á todos federales y felices con la democracia.

Más adelante veremos el valor que tienen esos sistemas practicados por los americanos. Los hechos son más elocuentes que las palabras, y sobre todo, los últimos acontecimientos condenan en los Estados-Unidos lo que hubiera laudable en sus leyes y costumbres.

España ha tenido mejor sistema penitenciario que los norteamericanos; era el preventivo que nunca permitía el lynchamiento que ellos practican.

Y para acabar estas consideraciones, sólo diremos: que con razón alaban los impíos, los masones y muchos liberales á los Estados-Unidos, porque allí, como el Estado no tiene religión, ó se contenta con la natural, se pueden difundir los errores monstruosos y hacer las mayores barbaridades, si se guardan las formas, no teniendo la inflexible censura de la Iglesia, que es la que en todas partes aborrecen hoy los amigos de la conciencia libre.

Después de que expongamos todo lo que es preciso decir en esta ocasión de nuestros enemigos, veremos si queda en España un hombre de buen sentido y de juicio sano, que crea en la justicia de los elogios hechos á los Estados-Unidos.

Completaremos este cuadro con algunos datos históricos relacionados con la guerra que empezó por arrebatarnos la isla de Cuba.


Desde 1822 vienen trabajando los estadistas norteamericanos para conseguir, mediante compra, la anexión de Cuba á los Estados-Unidos. Los presidentes Adams, Clay y Monroe, ya en aquella fecha habían ponderado la conveniencia de esa adquisición.

M. Adams preveía bien la dificultad de la anexión por medios violentos, y no queriendo malquistarse con Inglaterra y Francia, dispuestas ambas á impedir que por la fuerza fuera arrebatada Cuba á España, ofreció á nuestro gobierno un empréstito importante, hipotecando las rentas de la isla; y cuando se llegara al trance de la quiebra, tener ocasión de apoderarse de la hipoteca.

Los cálculos de Adams le salieron fallidos, pero no por esto los políticos yanquis desistieron de su propósito, sino que esperaron la oportunidad para con mayor instancia renovar sus ofrecimientos.

Esta oportunidad la vieron en 1848, cuando la mayor parte de las naciones de Europa sufrían tremendas convulsiones revolucionarias, y el embate del huracán azotaba á España, entonces el ministro norteamericano en Madrid, M. Saunders, recibió el encargo de reiterar las proposiciones de Adams, ofreciendo 100 millones por la isla de Cuba.

M. Saunders, que conocía bien la diferencia que hay entre un yanqui y un español, no se atrevió á cumplir el encargo, y fué preciso que Buchanan le amenazara con la destitución para insinuarse al general Narváez, que era presidente del Consejo.

El duque de Valencia, dice el ilustrado cronista que nos ofrece estos datos, supo reprimir la impetuosidad de su carácter, y á pretexto de que él no entendía de estas cosas, envió á M. Saunders al marqués de Pidal, ministro de Estado.

En la primera entrevista se mostró muy diplomático, pero en la segunda creyó que podía arrojar la careta diplomática y contestó al embajador de los Estados-Unidos:

«No me es permitido oir hablar de este asunto: ¡húndase Cuba en el Océano: cúbranla las olas antes de cederla á otra potencia!»

En 1853 reanudóse la interrumpida gestión por otro ministro del gobierno americano, M. Soulé, que era un francés naturalizado, y aunque de algún talento, le faltaba la prudencia, y por esta causa fué muy desairado en Madrid y advertido por su gobierno, de que no empleara las amenazas contra los altivos españoles.

En 25 de Abril de 1854 recibió plenos poderes del presidente para negociar con el gobierno de S. M. católica la cesión de la isla de Cuba á los Estados-Unidos, ofreciendo hasta doscientos millones de duros.

En momento más intempestivo no podían haberse otorgado semejantes poderes. El desairado embajador creyó llegada la hora de intimidar á España con tremendas amenazas y dijo, escribiendo al ministro de Estado, M. Marcy: que era necesario recurrir á la fuerza para obligar al Gobierno de Madrid á entrar en negociaciones.

Más cautos y conocedores del carácter español, el presidente y el ministro de Estado, insistieron en que sólo por el camino de la moderación y de la prudencia se podría llegar al término apetecido.

Mucho después, el presidente Jonson, en su mensaje del año 1867, dijo: «Convengo con nuestros poderosos hombres de Estado, en que las Indias Occidentales gravitan naturalmente y deben ser absorbidas por los estados del continente, incluso el nuestro; convengo también con ellos en que es prudente dejar ese problema al problema natural de la gravitación política.»

Y Cleveland, en el mensaje del 96, decía: «Se ha sugerido al gobierno la idea de que los Estados-Unidos podrían comprar la isla: ésta sería digna de consideración si se encontrase España dispuesta á discutir este punto.»

El sucesor de Cleveland, Mac-Kinley, no debió ver las cosas y los últimos gobiernos españoles del mismo modo, cuando se volvió á hablar de nuevas tentativas de compra-venta, hasta que por fin debió pensar con los suyos: que era más breve el tomarla de cualquier modo.

Cerca de un siglo han estado los norteamericanos ambicionando la isla de Cuba. De sus costas, y particularmente de Nueva-York, salieron sesenta y tres expediciones filibusteras para fomentar y sostener las insurrecciones, tan ruinosas y mortíferas para la isla, como para España.

Y últimamente, el Sindicato de la misma ciudad, bajo los auspicios de Mac-Kinley, hizo los postreros esfuerzos para asegurar por medio de la guerra sus capitales con la adquisición de la garantía que se les había ofrecido.


España ¿ha sido víctima de una especulación comercial? ¿Era legítima la constante aspiración de los Estados-Unidos por adquirir la isla de Cuba? ¿Cómo se hace popular una guerra injusta en una nación de 75 millones de almas?

Importa mucho estudiar y conocer estos fenómenos de los pueblos libres.

Sin duda, España ha sido víctima de algo más de lo que supone un negocio mercantil.

No ha sabido, ni por último ha podido contrariar la ambición de los Estados-Unidos: tantas eran sus culpas que el honor nacional no podía ya cubrir con su gloriosa bandera.

La guerra llegó á hacerse tan popular en la gran República, que Mac-Kinley, para llegar á la presidencia y sostenerse en ella, tenía que desplegar el pendón de la conquista.

El hombre de negocios, el autor del bill de Aduanas, el pacífico ciudadano, se ha visto en la necesidad de emular las hazañas de Alejandro, de César y de Napoleón, y sin salir de su casa blanca de Washington, contraer méritos suficientes para que le llame la historia: Mac-Kinley el conquistador.

II

Voz de indignación...—Importancia de la guerra para España y para los Estados-Unidos.—Causas de la guerra.—El pueblo español y su gobierno.—Los primeros desaciertos.—Cobardía monumental.—Duelo á primera sangre.—Ellos y nosotros.

LAS afrentas y las calumnias, al par que las injusticias y los atropellos, no causan el mismo efecto cuando se hacen á un pueblo ignorante y bárbaro, que cuando se dirigen á una nación ilustrada y noble, que sabe estimar su honra. Por este motivo fué tan grande la indignación que sintió España al verse insultada y provocada al fin por la incalificable agresión de la gran República americana.


Es preciso recordar algunos antecedentes para conocer en toda su extensión la importancia que tenía este conflicto, tanto para España, como para los Estados-Unidos, y por ampliación para las demás naciones á causa de su aspecto internacional y de la lucha de ideas, sentimientos é intereses que representaba.

La mayor parte de este siglo la han empleado los hombres políticos de España en combatirse, ya con obras, ya con palabras, aceptando unos las teorías modernas y las instituciones liberales, y defendiendo otros las tradiciones, la fe y la verdadera libertad del pueblo español; y cuando los primeros, dueños del gobierno por más de sesenta años, sin haber tenido la suerte de engrandecer á la nación con sus trabajos políticos, ni de pacificarla con sus nuevas Constituciones, habían proclamado el presupuesto de la paz para consagrarse á el fomento de los intereses y á la prosperidad de la nación, se encontraron con insurrecciones nuevas, que todas las reformas liberales si no las provocaron, no pudieron evitarlas.

Al gobierno liberal, autor de los mayores daños que venían arruinando á nuestra patria, y heredero de todas las debilidades y corrupciones de sus antepasados, le quedaba el último recurso á que apelar, y cuando nuevamente pretendió el poder, después de lanzar á los cuatro vientos su nuevo programa, lo puso en práctica, repitiendo: la autonomía es la paz.

Y la autonomía concedida á Cuba y á Puerto Rico, fué la chispa que aumentó el fuego de la insurrección y el deseo de la independencia en la isla de Cuba é hizo más difícil la solución del problema, que tenían en sus manos los Estados-Unidos.

Á la altura en que se encontraba la cuestión cubana, apoyada públicamente por nuestros enemigos, el resolverla por medio de un expediente decoroso, salvando los intereses de España, hubiera sido el mayor triunfo para el Gobierno y la más grande victoria que hubiese hecho olvidar todos sus desaciertos y faltas pasadas.

Con el gobierno liberal quedarían salvados los procedimientos liberales, las intenciones de sus más ilustres representantes y hasta el régimen en lo que no tiene de falso y pernicioso; por esta razón entrañaba tanta importancia la guerra para nosotros: así es, que los gobernantes han perdido en ella el poco prestigio que les quedaba; y juntamente con el territorio acabaron de perder el crédito ficticio de sus doctrinas, dejando por el suelo el sistema que ha traído sobre la nación tantas calamidades.

Era para ellos cuestión de honra y de vida, y la vida y la honra la han perdido deplorablemente.

Para los Estados-Unidos tenía también la guerra una grande importancia.

Desde su emancipación han sido vecinales sus luchas; mas ahora, deseosos de adquirir mayor influencia en el mundo, se propusieron arrebatar á España sus colonias, entrando en desigual batalla con una nación europea, sin consideración á su buena amistad, ni á los títulos legítimos de posesión, ni al derecho internacional.

Los Estados-Unidos querían poner su civilización á la altura de la civilización de Europa en lo tocante al derecho de la fuerza, como el primero de los derechos, según la frase de un célebre estadista: le premier droit le force, y lo han conseguido haciendo sus bárbaras é injustas conquistas con el consentimiento de las primeras potencias del mundo; y así han logrado entrar de lleno en el concierto de la civilización moderna, usando del derecho de la fuerza, contra la fuerza del derecho.

Si por un caso raro de la adversa fortuna hubieran fracasado en sus ambiciosos proyectos, por lo pronto reinaría entre ellos la mayor confusión, y la culta Europa no contaría con el leal concurso de la gran República americana, para las célebres conferencias de la paz en La Haya.

Por la grande preparación que hicieron para la guerra y los medios que emplearon tomando por aliados á los mismos insurrectos, hasta celebrar con ellos convenios oficiales, que por cierto no pensaban cumplir, como el celebrado con Aguinaldo por el consul americano de Singapoore, y después con Dewey, se puede comprender la importancia que daban los Estados-Unidos á la guerra que iban á hacer á España. El gobierno de un pueblo tan grande no llegaría á infamarse ni á recurrir á cierta clase de tratos, sino mediando para él intereses de valor extraordinario.

¿Y cuáles eran estos intereses, que movieron á una nación civilizada á declarar á otra una guerra injusta, inhumana y hasta cruel, por las circunstancias en que la última se hallaba?

El conocimiento de las verdaderas causas de la guerra, nos manifestará la clase de intereses que perseguían los Estados-Unidos.


Es común sentencia de los filósofos, la de que sólo llegan á el conocimiento verdadero de las cosas, los que estudian y conocen bien sus causas.

Vamos, pues, nosotros á exponer las causas de la guerra hispano-americana y así podremos dar razón de sus lamentables resultados.

Á juzgar por los efectos, han debido concurrir motivos poderosos para que se realizaran sucesos tan notables.

Pero juzgando por lo que á nuestra consideración se ha presentado, vemos que no existían esos casus belli, que de ordinario promueven las guerras entre las naciones.

España nada había pedido, ni nada había negado á los Estados-Unidos, y éstos la trataban como nación amiga hasta la víspera de intimarle la evacuación de Cuba.

¿Dónde se encontraban las causas jurídicas de la guerra? En ninguna parte, porque no existían.

Mas como el hecho horroroso se ha verificado, hay que referirlo á otras causas, que son las causas morales.

Los sentimientos humanitarios y de amor á la justicia, á la libertad y á la independencia de los pueblos, que luchan por ser libres, alegados por los yanquis para declararse primero á favor de los cubanos é intervenir después para librarlos del dominio de España, se han visto que no eran más que pretextos y no móviles verdaderos.

Los Estados-Unidos amaban á Cuba, no á los cubanos. En ese deseo de poseer la isla, que dejamos consignado en el párrafo de la venta de Cuba, es en donde tenemos que reconocer la causa principal de la pasada guerra, por parte de los norteamericanos.

En la historia de las guerras hechas por los anglosajones, se conocen unas con el nombre de guerras del te y del algodón; á las que hay que añadir ahora la del azúcar.

Tenemos informes y datos suficientes para hacer esta afirmación.

Los Estados-Unidos no producen más que 900.000 toneladas de azúcar y necesitan 2.000.000 para su consumo. No querían, ya que son tan poderosos, ser por más tiempo tributarios de España por los derechos del azúcar, del tabaco, ni por los del café de Puerto Rico.

Aunque esto es verdad, no debemos admitirlo como causa exclusiva del conflicto. Las causas morales son como los fenómenos meteorológicos, en los cuales entran varios elementos, que se desarrollan y producen funestos resultados cuando en su marcha no hallan obstáculos disolventes.

Si España hubiera podido contrarrestar la acción de los Estados-Unidos, la guerra no estalla.

Pero nos veían cada año más débiles y degenerados, y por esto, ciegos por la ambición y la codicia, se lanzaron como el águila hambrienta sobre el indefenso cordero.

Mucho importa á nuestro propósito y nos será fácil demostrar, que las causas morales de la guerra han sido: nuestra degeneración, la degeneración de los Estados-Unidos y la de Europa; tres degeneraciones que tienen un mismo origen.

Al lector que juzga por lo enunciado más que por la demostración de la verdad, creemos verlo sorprendido ante estas afirmaciones categóricas y generales.

Bien puede asegurarse, dirá, que España se encuentra degenerada; pero decir lo mismo de Europa, y sobre todo, de los Estados-Unidos, si no es un juicio erróneo, tiene mucho de paradógico ó de intención odiosa.

Veamos quien está en lo cierto.

Degenera un hombre, una familia y una nación, cuando se apartan de las leyes y de la conducta que les dieron el ascendiente que tenían, el poder y la prosperidad que gozaban, como se debilitan los organismos vivientes al alimentarse de substancias extrañas.

Á los principios de la libertad y de la independencia, á las leyes del trabajo y de la industria, y á las artes pacíficas é inventos útiles, han debido los norteamericanos su principal crecimiento, el desarrollo de los capitales y la unión legal que disfrutaban viviendo en la abundancia y con las grandes comodidades de una civilización y de un progreso notables, más por lo material que por lo moral y justo.

Ahora, sin que nadie pretendiera estrechar los límites de sus fronteras, ni impedir su comercio, ni turbar la paz interior de sus Estados, construyeron buques, no para su legítima defensa, ni para llevar los productos de su industria y de sus feraces campiñas á otras regiones, sino para extender su poderío por todas partes.

Han querido aumentar sus riquezas monopolizando los productos de otros países, que han robado á su legítimo dueño: al derecho de la libertad unen el de la fuerza y el de la conquista: han dedicado sus buques á la piratería, y sus ciudadanos libres serán en adelante mercenarios del imperialismo.

Este es el principio de la degeneración de un pueblo, que pasaba por modelo de las naciones civilizadas.

No con razones propias ó inventadas confirmaremos nuestros juicios, sino con los testimonios de un honorable norteamericano, publicados en el Atlante Journal.

M. Dupout Guerry, ha juzgado la conducta del gobierno y del pueblo americano, y empieza por calificar la guerra con España como el crímen del siglo.

No disculpa las faltas cometidas por los españoles en las colonias, y dice: «que los Estados-Unidos, con más rápidos y efectivos procedimientos, han llevado á cabo el robo, el asesinato y el incendio, en incomparablemente mayor escala.»

En cuanto á las causas de la guerra, afirma: «que los americanos tenían interés en que el conflicto no acabara por las vías pacíficas. El mágico resorte de tan diabólico invento, no era otro que la sed de lucro y el ansia de dominar. Cuba es rica y fácil presa. Nuestro gobierno que es un fragil mandatario, tenía que proporcionar destino á el ejército de desocupados, á la carne atrasada, á los patrióticos negociantes y derramar beneficios en forma de comisiones y grados á toda la caterva de talentos ignorados, tanto civiles, como militares, que no habiendo podido entrar en el reparto consiguiente á un cambio de administración, hacen casi imprescindible una guerra que les ponga en el caso de ofrecer sus servicios al país y de que el gobierno aproveche sus aptitudes y salve sus compromisos.

»Las causas apuntadas, continúa diciendo M. Guerry, no son las únicas responsables.

»Para desgracia de la paz, hay cierto eclesiasticismo en este país distinto del existente en España y en Cuba. Hoy, como en los tiempos de Adisson, profesamos la religión del odio y no bastante la del amor. La ocasión presentada al protestantismo para atacar al catolicismo en uno de sus baluartes, era ciertamente extraordinaria, sino providencial, y por tanto, no debía desperdiciarse. Tentación era ésta demasiado fuerte para los ministros de las sectas, por lo que unieron sus voces al universal clamoreo por la guerra á todo trance, sin reparar en medios ni pretextos.

»Para tan laudable fin se inauguró una política de difamación contra España, acompañada de las más efusivas expresiones de admiración por los insurrectos de Cuba, y de amenazas de reconocimiento de beligerancia y de intervención por parte de los demagogos de ambas Cámaras y de la prensa jingo, todo lo cual encontraba eco fiel en las columnas de la prensa protestante y en la voz de sus ministros. ¿Qué resultaba de todo esto? Que España se atemorizaba, la insurrección cobraba nuevos vuelos y la guerra civil, con toda su secuela de horrores, se prolongaba de hecho, cuando nó de propósito.

»Sin impedir el filibusterismo, á pesar de la amplitud de nuestros medios, antes bien, bajo la máscara de amistosa visita, el gobierno envía el Maine á la Habana, intimidando así á una parte y animando á la otra. Acaece la destrucción del acorazado y la pérdida de la mayor parte de su dotación, y el partido de la guerra echa toda la responsabilidad de la catástrofe encima (¿cómo no?) de España. La humanidad se estremece á la noticia del suceso.

»En vano España, ansiosa de paz y temerosa de las consecuencias de una ruptura, paralizada de terror por tan malaventurada ocurrencia, propone una investigación mixta, el arbitraje, cualquier cosa, en fin, que el interés de la humanidad y la justicia puede sugerir. Pero en los Estados-Unidos prevalecen otros sentimientos y el partido de la guerra ve con satisfacción el pretexto que buscaba. Á la proposición de arbitraje se responde con el nombramiento de una comisión investigadora, escogida de antemano para que condene, y sin embargo, esa comisión no se atreve á condenar por falta de pruebas. Gran desencanto y no poco embarazo causa tal decisión. Pero se impone la guerra, con causa ó sin ella, y ya que España no se resuelve á declararla, forzoso es que lo hagamos nosotros mismos, pues la misma ausencia de motivo por nuestra parte hace la idea de la paz más intolerable.

»La codicia, la ambición de mando, la hipocresía religiosa, siempre á la altura de las circunstancias, saben colocarse por encima de las naciones en el terreno de la humanidad, de la civilización y del Cristianismo, obligan á una nación á ir contra su voluntad y sin fuerzas para medirse con tan formidable adversario. Nuestro caballeroso y cristiano presidente concede á su débil y temerosa hermana la reina regente, como él cristiana, tres días para evacuar por completo la isla, á pesar de que bien sabía ser cosa imposible de ejecutar, y por el crímen de dar á nuestro representante sus pasaportes antes de que empiecen las hostilidades, para que su retiro de España sea menos peligroso, precipita la guerra antes del período por él designado.

»El único y declarado objeto de la guerra era, por nuestra parte, la pacificación, liberación é independencia de Cuba, «tan cercana á nuestras playas.» Después de todo, este objeto podía haberse alcanzado más fácil y prontamente, con más lógica y menos gastos de sangre y de dinero. El plan era sencillísimo: concentrar en la isla y sus aguas nuestros ejércitos y escuadras. Pero no. El primer golpe en defensa de Cuba, de la humanidad, de la civilización y del Cristianismo, hacía imperiosa la destrucción de la escuadra de Montojo y la matanza de sus hombres, que no estaban en aguas cubanas ni americanas, sino en Manila, en los antípodas respecto de Cuba y del centro de nuestro gobierno. Después de Dewey toca el turno á Sampson, quien, no hallando flotas que combatir, bombardea á San Juan de Puerto Rico, pues el «entusiasmo por la humanidad es irresistible». Viene luego la gloriosa conquista de Guam, cuya guarnición y habitantes no saben que hay guerra en existencia, y tomando el bombardeo por saludo amistoso, se excusan de no poder contestar por falta de pólvora.

»No quedando escuadras que destruir, y en nuestro poder Cuba, Puerto Rico, Guam, etc., nos disponemos á atacar á España en su terreno. Y gracias á que pidió la paz, no sin haber nosotros suspendido operaciones en Cuba para dirigirnos á Puerto Rico á toda prisa, pues no había tiempo que perder.

»Y nos glorificamos y damos gracia á la Providencia por haber vencido á una nación pequeña, pobre en comparación nuestra, cargada ya de pesadísima deuda; sus ejércitos mal equipados y dispersos, sus buques á propósito para servir de blanco á los grandes acorazados de la época, sola y sin amigos en el momento supremo.

»Mejor haríamos en entregarnos al ayuno y abrir nuestros corazones á la penitencia, por los espantosos crímenes cometidos y que estamos aún cometiendo contra Dios y la humanidad.

»Si Bob Fitzsimons, en un acceso de furiosa embriaguez, descargase su brazo contra el primer vecino pacífico que encontrase al paso y después de derribarle le limpiase los bolsillos, tanta ocasión tendría como nosotros de ponderar su valentía y dar gracias á Dios por haber escapado milagrosamente del peligro.»

No hemos querido extractar esta segunda parte del escrito de M. Guerry, por ser elocuentísimo y dar idea exacta del espíritu de los Estados-Unidos y de los intereses que han buscado por medio de la más injusta de las guerras; y aunque la cita resulta extensa, nos ahorra consideraciones importantes para declarar toda la indignación que debemos sentir los españoles contra un pueblo tan poderoso como miserable, tan inhumano como hipócrita.

Y ya que un ciudadano protestante llama á sus compatriotas asesinos, incendiarios y ladrones, bien podemos nosotros, católicos y españoles, lamentar los excesos de la civilización moderna y sentir que nuestro riquísimo imperio colonial haya caído, por culpa de nuestros gobiernos liberales, en las manos groseras de esos vándalos del siglo XIX y por medio del mayor de los crímenes.

No cabe, pues, la menor duda, que por parte de los Estados-Unidos, la única y principal causa de la guerra ha sido la más vulgar, bárbara y desapoderada ambición; y por nuestra parte, el abatimiento en que nos hallábamos y la negligencia de los gobiernos.

España no quería la guerra con la gran República americana, porque estaba cansada de luchar consigo misma, y sólo deseaba se sofocasen las insurrecciones coloniales para reponer sus fuerzas y descansar de las fatigas que le habían proporcionado tantas convulsiones políticas y contiendas civiles.

Pero no pueden gobernar bien una nación, ni librarla con sus prudentes determinaciones de los peligros que la amenazan, aquellos hombres que se han elevado á las esferas del poder por medio de los pronunciamientos, de las intrigas políticas y de sus propias ambiciones.

Es el gobierno del Estado una función de conciencia muy noble y ardua para que la puedan desempeñar debidamente esos hombres, en los cuales, la sed de mandar sólo es igual á su audacia, y ésta es superior á sus talentos por grandes que sean.

El sistema liberal y el régimen de la opinión, que es su engendro propio, no considera estas verdades, y así sobre el pavés de todas las conveniencias y de los intereses sagrados de la patria, de la justicia, de la moral y hasta de la religión, confiere el poder á los hombres que serían buenos en sus profesiones, pero que como gobernantes no pueden ser más calamitosos para los pueblos que tienen que sufrirlos.

Ni el señor Cánovas del Castillo con sus energías personales, ni con sus despreocupaciones el señor Sagasta, han hecho otra cosa que debilitar la nación, hacerla víctima del caciquismo y de la inmoralidad, y exponerla, primero á las injurias del Norte de América y después á su ambiciosa rapacidad.

Esos hombres que nos han empequeñecido, esos estadistas que nos han arruinado, esos políticos que no han sabido gobernar á España, ni conducir la nave del Estado por entre los escollos para librarla de un inminente naufragio, ignoraban, sin duda, aquellas consideraciones políticas del conde de Mirabeau: decía este revolucionario del siglo pasado, que constando á un gobierno los malos propósitos de otro, sin más motivos, lo debía tener como enemigo y como si la guerra se hubiese declarado.

Este pensamiento no tiene novedad alguna; es la antigua sentencia que dice: si vis pacen, para bellum.

Nuestros imprevisores y falsos gobernantes han venido haciendo todo lo contrario.

Como si hubieran conquistado al mundo y puesto en paz toda la tierra, y ceñido sus frentes con el laurel de victorias inmortales, no cuidaban más que de las cosas de la paz, de dar y de conceder todo lo que no alterase la paz, como si no tuviéramos enemigos antiguos y ejemplos recientes de sus malos propósitos; como si todos los hombres se hubieran convertido en corderos en la península y en las colonias; como si las malas doctrinas y sectas perversas no fomentaran las insurrecciones, y como si los Estados-Unidos hubieran desistido de querer la posesión de Cuba; así no venían pensando nuestros gobiernos en otra cosa sino en vivir pacíficamente y en hacer la felicidad de España con el turno pacífico en el poder; con estos mansos propósitos, ordenó el señor Cánovas allá por el año de 1878, se hiciera el convenio de Zanjón, para acabar con la insurrección de Cuba, ya casi vencida; pero por dicho convenio no se extinguieron los gérmenes de las futuras, que quedaron alentados con el precio y la forma de la pacificación y con los honores dispensados á los principales jefes.

Con idénticos propósitos concedió por aquella fecha á los Estados-Unidos todas las ventajas comerciales, y algunas políticas que le pidieron en Cuba, y pagó todas las indemnizaciones exigidas.

Con el mismo fin de conseguir la paz, otorga muchos años después, el propio señor Cánovas, las reformas que había considerado inconvenientes para la isla y paga la célebre indemnización Mora: y ya durante la última insurrección parece que no se propone otra cosa más que evitar rozamientos con los norteamericanos y no darles el menor pretexto para una declaración de guerra: por este motivo se siguen atendiendo todas las reclamaciones que hacen, y á gusto de ellas se resuelven las cuestiones de la Alliance, del Competitor y del Laureada: y aunque el gobierno español sabía que continuaban saliendo de los puertos americanos nuevas expediciones para Cuba, no presenta reclamación alguna al gobierno amigo, que las consentía, si no las autorizaba; y en cambio da severas órdenes á los comandantes de los buques de guerra para que sean muy prudentes y no se repita el caso del crucero Conde de Venadito.

Mientras que esto sucede en Cuba, tenemos la suerte de que un valeroso caudillo apague en Filipinas la hoguera de la insurrección que dejó encendida el general Blanco; pero como habían de venir para España todas las desgracias juntas, el afortunado vencedor de los tagalos fué sustituído por Primo de Rivera, que en vez de acabar de extinguir el incendio y de aventar las cenizas, las cubrió con el pacto de Biagnabató, para que los traidores, reconocidos en él como jefe, pudieran en adelante, con más prestigio, encender otra hoguera más espantosa.

La paz de Filipinas se celebró oficialmente, sin regocijo público.

La nación no podía alegrarse con la paz comprada por ir perdiendo toda la confianza en los gobiernos que no le daban la paz verdadera.

Por entonces se oyó en Zaragoza una voz anunciando que la autonomía era la paz.

El asesinato cometido en Santa Agueda da á esa voz el poder de conceder la autonomía á Cuba y de proporcionar la paz deseada; y allí se mandó al general Blanco, y la paz ni se encontraba en la manigua, ni aparecía en las cumbres de las montañas, ni nadie la veía por los horizontes del mar.

Pero, al par de todo, nada había que temer: el marqués de Peña Plata estaba ya en la Habana; Primo de Rivera en Manila; Sagasta en Madrid, presidiendo el Consejo de Ministros y Moret era ministro de Ultramar; el partido liberal manda, la masonería impera, la nación calla, y la prensa, que había censurado acerbamente al general Blanco, nada dice.

Es verdad que no teníamos formidables escuadras cuando se van á necesitar, porque los presupuestos extraordinarios destinados para ellas, los gastó en parte Beranger en compañía de otros ministros y con aprobación de Cánovas, y el resto lo hechó al agua.

Después de todo, estábamos mejor sin acorazados, sin fortificar los puertos, sin artillar nuestras plazas de guerra y sin preparación alguna.

La paz no había de alterarse: así lo decía Moret, lo declara oficialmente el Gobierno, lo creen los ministros, como Bermejo, aunque todos los españoles, que no habían perdido el sentido común ni el decoro nacional, entienden, ven, temen y esperan otra cosa.

Nos hallábamos en el período más crítico y veíamos que los gobiernos de España cuidaban mucho de no dar pretexto alguno á los Estados-Unidos; y contra todo lo que era de esperar del carácter español y de nuestra historia, sufríamos toda clase de injurias, humillaciones y exigencias fuera del derecho, de la justicia y de las leyes del honor, llegando hasta consentir una especie de intervención á favor de los reconcentrados; y apesar de todo, el gobierno no puede evitar la guerra.

¿Fué ésta un fenómeno sin causa proporcionada?

No: que como hemos visto, existían las causas morales de la misma: la ambición creciente de los norteamericanos por poseer á Cuba y nuestra debilidad, mayor cada día para poderla defender.

Entre los Estados-Unidos y España estaba Cuba: los primeros se iban cansando de no hallar ocasión oportuna para apoderarse de ella; la segunda la venía defendiendo con tenacidad é inmensos sacrificios; porque sobre ella era su soberanía legítima y representaba á la vez las glorias pasadas. Si bajo la bandera española prospera la autonomía y termina la insurrección, ya se les quitaba á los Estados-Unidos el pretexto para intervenir y se les hacía más remota la esperanza de apoderarse de la isla.

Mas se iban á eclipsar las glorias de España y á derrumbar su imperio colonial, y sólo restaba una esperanza á los que temían estos grandes males: la diplomacia podía impedir la injusta agresión que los Estados-Unidos tenían ya anunciada y dispuesta contra España.

Tratándose de evitar una cruenta lucha y un robo internacional, nada más justo y conveniente que la intervención de las grandes potencias por medio de sus diplomáticos, representantes del derecho, del poder y de la justicia de las naciones civilizadas.

En efecto: los diplomáticos se mueven, toman en consideración la gravedad del asunto, reciben instrucciones de su gobierno y se reunen en Washington los representantes de las grandes naciones de Europa; y recibidos con las formalidades republicanas por Mac-Kinley en su gabinete de la Casa Blanca, todos juntos, como buenos amigos, exponen sus pareceres y al fin acuerdan:

Que verían con satisfacción que los Estados-Unidos desistieran de mandar á España su ultimatum, porque no hallaban las razones de justicia ni de derecho internacional, ni aun de conveniencia, por las cuales se pudiera despojar á una nación de parte de su territorio, sobre el cual era legítima su soberanía y que podía conservar en paz, si en el mismo no se fomentaran las insurrecciones.

No conformándose con este parecer el representante de la Gran Bretaña, todos retiraron sus notas y alegatos, manifestando que sus gobiernos se declararían neutrales y dejaban en libertad al de Washington para que ejecutara la redención de Cuba, según la resolución conjunta del Congreso federal.

¡Qué decepción tan amarga debieron sufrir todos los que habían puesto alguna esperanza en la diplomacia europea!

Hace más de dos siglos que ésta no es lo que fué en los pasados; amiga del derecho, defensora de la justicia y amparo de los débiles contra las arbitrariedades de los fuertes.

La diplomacia actual no es lo que fué cuando la Europa formaba la cristiandad bajo la influencia y la dirección suprema del Romano Pontífice: ahora no es más que el órgano de los intereses materiales y de las arbitrarias é injustas aspiraciones de las grandes potencias; en sus congresos no se respeta la moral, la justicia no se conoce y el derecho se mide por la fuerza que representa cada nación y por los intereses que pueden contrariar ó favorecer.

Ante el imperio de la fuerza, en este siglo de la libertad, del progreso y de la civilización, los débiles han sido condenados á muerte ignominiosa; el derecho de conquista reclama sus fueros y la guerra dará la paz á el mundo cuando las grandes potencias se hayan destrozado ó se informen del espíritu católico, que ciegamente rechazaron.

Aunque muy desventurada, hoy más que ayer, es España una nación noble y generosa; la falta de sus hijos le han causado enormes daños; pero sus enemigos nada tenían que temer de ella ni ha ofendido á sus adversarios; y no obstante, es abandonada por las potencias en el más grave conflicto.

Y ciertamente, la nación de la fe y del honor ¿qué podía esperar de la pérfida Albión, del luterano imperio de Alemania, de la cismática Rusia, de la judaizante Austria, de la Francia masónica y del sacrílego reino de Italia?

Á las causas de la guerra que hemos reconocido, hay, por consiguiente, que agregar la de la culpable indiferencia ó complicidad de Europa; así, pues, la guerra más inícua de este siglo se ha verificado por la codicia insaciable de los Estados-Unidos, que no conocen la justicia; por la degeneración de España, que se ha apartado de las vías de la justicia; y por el absurdo egoismo de la culta Europa, que la mueve á obrar contra la justicia.


Si un gobierno no es la suma de todas las inteligencias de la nación, y de todos los sentimientos patrióticos y de todos los intereses legítimos, y no es moralmente superior á todos los súbditos, entonces es una autoridad nominal y el mayor enemigo del Estado; porque ocupa un lugar preeminente que no corresponde á la ignorancia, ni al egoismo, ni á la ambición, y mucho menos á la impiedad y á las pasiones, que jamás se encumbran en un pueblo sin atraer sobre él todo género de perturbaciones y de infortunios.

Es evidente que el pueblo español tiene más espíritu de sacrificio, más virtudes y más inteligencia que sus gobernantes; por esta causa es más honda cada día la separación que existe entre el gobierno y los gobernados. Éstos conocen el engaño de que son víctimas y dejan vacíos los comicios. No sienten la derrota de un Ministerio porque saben que será peor el siguiente. Vieron venir sobre España toda clase de adversidades y clamaron por el remedio que no se ponía; y cuando se le han pedido sus bienes y sus hijos los han dado generosamente á la patria, mientras que á los gobiernos les importa poco que sucumba todo por continuar en el poder.

Y no se diga que cada nación tiene el gobierno que se merece; porque España, ni es digna de los gobiernos liberales que la han pervertido y arruinado, ni los viene sufriendo, sino como una calamidad impuesta, que cada año se hace más insoportable.

Mucho ha degenerado la nación española, pero en gran manera se equivocan los que la juzgan por sus gobiernos, sus cómplices y amigos políticos.


Los peritos en una materia nunca deben equivocarse; y los arquitectos que han trazado el plano de un edificio, si después no saben darle la solidez necesaria, dejan á otros la dirección de la obra; lo mismo debió hacer el gobierno sagastino cuando se equivocó en el asunto tan importante, como fué el de la paz, y no pudiendo consolidarla, debió al momento entregar el poder en manos más acertadas.

No estando preparado para la guerra, jamás debió emprenderla; pues gobierno desprevenido es siempre vencido: y si la pretensión de los americanos hizo necesaria la guerra, á la fuerza debió, por lo menos, oponerse un Ministerio de fuerza, ya que no la dictadura, como las circunstancias lo exijían: y este fué el segundo desacierto que se cometió por los políticos, ya fracasados en lo de la autonomía cubana, dada sin oportunidad y sin necesidad verdadera.

El tercer desacierto, más graves que los anteriores, fué el aceptar la guerra, no con ánimo de vencer, pero ni siquiera con el de la defensa necesaria, sino que como después se ha visto claro, el gobierno fué á la guerra para llegar á la paz por cualquier camino. En este sentido, España fué entregada al poder de sus enemigos implacables, y no pudo hacerse la paz contando siquiera con alguna condición favorable, como la de la resistencia posible que hubiera quebrantado las fuerzas del enemigo.


Los que atraviesan los mares llevando sus mercancías á países lejanos, fian sus vidas y sus intereses á la pericia y desvelo de los pilotos; y éstos, al emprender la navegación, tienen á la vista no sólo las rutas generales y las cartas marítimas, sino también las predicciones que desde sus observatorios hacen los sabios naturalistas: y de igual modo confían los pueblos sus intereses y su seguridad á los gobiernos que dirigen la nave del Estado: y los gobernantes han de ser tan prácticos y entendidos en el arte de la política y han de tener tan presente los dictámenes de la ciencia y las enseñanzas de la historia y de los hechos, que puedan con seguridad evitar y salvar los escollos que en la marcha de los negocios públicos se presenten.

No haciéndolo así, ó son gobernantes torpes, que no han debido aceptar nunca la responsabilidad del poder, ó son unos vulgares ambiciosos, que no tienen valor de declarar sus equivocaciones y de sacrificarlo todo al bien y á la salvación de la patria.

La nación española, más por las necesidades del momento, que por expontánea voluntad, tuvo que poner su confianza en el gobierno que le prometía la paz, evitando la guerra, al resolver el problema de Cuba.

Mermadas sus fuerzas, consumidos sus capitales y muriendo sus soldados en lucha insidiosa y fratricida, el pueblo español anhelaba el término de los sacrificios que estaba haciendo por el honor y la integridad de la patria, y no quería la guerra con los Estados-Unidos, sino en cuanto fuera la conclusión de todos los males que venía sufriendo.

El gobierno, no obstante las injurias, las notas y los mensajes de la República norteamericana, seguía creyendo en su buena amistad; y entonces fué cuando de improviso se presentó la guerra como una tempestad formada por las densas nubes que se veían en los horizontes, y que impelidas por los vientos huracanados llevan la desolación y la muerte á las comarcas que invaden.

No estaba España colocada bajo los pararayos de las alianzas políticas, ni tenía de su parte la diplomacia europea, ni se hallaba protegida por los diques de poderosas fortificaciones, ni dispuesta para luchar con éxito favorable contra un enemigo temible y alteramente preparado para asegurar sus triunfos: en tan grave situación, un gobierno, por poco prudente y patriótico que fuera, nunca debió dejarse sorprender, como fué el nuestro sorprendido, ni aceptar una guerra que él sólo sabía los grandes desastres que iba á traer sobre nuestra patria.

En la memoria de todos los españoles quedarán impresos los tristes recuerdos del más grande de los desastres que ha sufrido nuestra patria, y la historia imparcial consignará, que muchos de ellos se originaron por el miedo monumental con que fué á la guerra el Gabinete de la paz, presidido por el H.·. Paz.

Tuvo miedo por lo grave del conflicto: temía, como mal padre, á sus hijos los españoles, y le faltó valor para abandonar el poder: no faltó al Ministerio más que el miedo suficiente para morirse de vergüenza.


Cuando se forme un verdadero juicio de los actos de nuestros últimos gobiernos, entonces admirarán y espantarán los desaciertos por ellos cometidos, los tesoros dilapidados, las vidas inútilmente sacrificadas; entonces se pondrán de manifiesto las previsiones del almirante Cervera, que en tiempo oportuno advirtió al gobierno las deficiencias que había en los buques, la necesidad de estar preparados y de llevar un plan si habían de salir para las Antillas y no exponerse á un desastre inevitable; entonces se verá cuán grande fué la disciplina de nuestros marinos y el valor de los Comandantes de los buques, que conociendo que iban á hacer un sacrificio inútil y á dejar indefensa la península, cuando se les dió la orden, allá fueron á morir heróicamente; entonces se ha de conocer mejor lo que dijo el señor Silvela: que por parte del gobierno la guerra no fué guerra, sino un duelo á primera sangre, para salir del paso y salvar la vida de las instituciones; entonces se verá cumplida la horrible sentencia de los liberales, que decían: sálvense los principios, aunque se pierdan las colonias.

En efecto: las colonias se han perdido, pero los principios no se han salvado; porque el fracaso del liberalismo y de los gobiernos liberales ha sido completo al dejar á España desmembrada y arruinada.


Cuando los americanos limpiaban los fondos de sus cruceros y acorazados y tenían estacionada en Hong-Kong una fuerte escuadra, y disponían numerosa flota auxiliar de trasatlánticos y trasportes de todas clases; cuando alistaban sus regimientos de voluntarios y formaban sus campamentos cerca de nuestras colonias; cuando tenían bien abastecido sus depósitos de municiones de guerra y llenos de provisiones de boca sus almacenes; cuando por medio de sus cónsules y emisarios se habían informado de todos nuestros escasos medios de defensa y del abandono en que se hallaban las fortificaciones de nuestras plazas más importantes; y cuando no sólo de Cuba y de Puerto Rico, sino también de Filipinas conocían el estado de sus puertos y las débiles escuadras con que podíamos defenderlos, entonces el seducido y confiado pueblo español se entregó por espacio de algunos días á los entusiasmos bélicos, y paseando nuestra bandera al compás de la Marcha de Cádiz y haciendo gala de sus colores, asistía á las corridas de toros y á toda clase de espectáculos, que se convirtieron en patrióticos; entonces con esos derroches de patriotismo liberal y con llamar puercos á los americanos y extender por todas partes las caricaturas del tío Sam, y con criticar y burlarse de la organización militar de los Estados-Unidos y de que sus voluntarios hacían con palos el ejercicio por no tener fusiles; con todos estos recursos y dosis de buen humor y aventurados juicios, que hacían hasta los periódicos más serios y de mayor circulación, creyeron muchos ilusos y algunos cuerdos que íbamos á defendernos de los yanquis y á darles una tremenda zurra.

Preparados y decididos ellos, como hemos visto, y nosotros como estábamos, con un gobierno tan pacífico y que va á la guerra como el más cobarde de los reclutas, ¿quién no había de prever interminables desgracias? Y en verdad, no hubo cordura en parte del pueblo, ni razón, ni buen sentido, ni energía en el gobierno para elevarse á la altura de las circunstancias y calcular: que un enemigo tan poderoso y bien preparado, á pesar de todo lo que se decía para disculpar nuestra imprevisión y vana confianza, no se puede rechazar ni vencer con música y pergaminos, ni con barcos de madera, ni con una administración corrompida, ni con generales masones, ni con ministros inhábiles é imprudentes.

España podía haber rechazado á los americanos, si se hubiera dispuesto para la defensa, levantando fuertes donde era conveniente y construyendo en tiempo oportuno los buques de combate necesarios; si hubiera ahorcado á Sagasta cuando fué por sus delitos sentenciado á esta pena; si hubiera puesto en presidio á Cánovas cuando publicó el manifiesto de Manzanares, que produjo la sublevación de Vicálvaro; si hubiera procesado á Moret y á todos sus cómplices en las malas artes de la política; si hubiera residenciado á los generales, que con sus negligencias y mala administración dejaron en peligro el orden en las colonias; si hubiera fusilado en sus días á todos los jefes y oficiales del ejército que se pronunciaron; si hubiera proscrito la memoria de Riego y demás traidores, en vez de permitir que se venga celebrando con un himno que ha sido heraldo de todos los trastornos sociales; por último, España se hubiera defendido de los yanquis y conservado su imperio colonial, habiendo ella permanecido fiel á su espíritu religioso, á sus leyes y á su carácter tradicional, y no habiendo fomentado en su seno las libertades de perdición, el espíritu liberal y el traidor masonismo, que por medio de los gobiernos degenerados é impíos y de sus cómplices venales y ambiciosos políticos, la tenían privada de todas sus grandezas, de sus nobles energías y de su poder, hasta ponerla en el peligro de los desastres y de las pérdidas más espantosas.

III

Voz de dolor... La guerra y la democracia.—Los bárbaros del Occidente y sus ideales.—Anarquía gubernamental.—El éxodo de la escuadra.—Invocación: primeras víctimas.—Ansiedades.—Preparando la catástrofe.—Santiago... y abajo España.

SI existiera en el mundo un pueblo que por el olvido de su historia, desprecio de su religión, divisiones intestinas, dilapidaciones de sus tesoros públicos, conculcación de la justicia y desapoderadas ambiciones, fuera esclavo de todas las concupiscencias y juguete de los más cínicos y audaces ciudadanos, ese pueblo merecería que sobre él cayeran toda clase de males, infortunios, guerras y desolaciones, hasta la más grande humillación, para que recuperara el buen sentido y reconociera sus culpables extravíos, antes de llegar á ser despreciado de sus hijos y de las demás naciones, y objeto de la indignación divina.

Nos causa tristeza reconocer esta verdad; pero ese pueblo existe, y es el pueblo español, que acaba de ser víctima de las más tremendas desgracias y de las mayores expiaciones.

Sólo en parábolas es posible dar á conocer bien las fuentes del dolor que inundan de amargura el corazón de España.

Los bandidos de la comarca de Estatopolis, tenían deliberados propósitos de apoderarse de los bienes que en aquellos lugares poseía un rico noble llamado D. León Castilla. Mientras éste tuvo amigos poderosos y fieles servidores, no se atrevieron los ladrones á penetrar en la hacienda de su vecino; mas cuando por las desgracias de familia fué el gran propietario perdiendo sus amigos y la fidelidad de sus criados, entonces, envalentonados los bandidos, se apoderaron de las ricas propiedades y maltratando al vecino y amigo le arrojaron de ellas como se despide á un huésped intruso y molesto. No es posible ponderar el dolor que sufrió el noble propietario al verse desposeído de sus bienes y tratado de un modo tan inhumano, pues sólo conservó la vida no resistiendo á los depredadores de sus bienes.

La democracia, que según sus apóstoles ha venido al mundo para acabar con la tiranía de los reyes y de sus ambiciones personales y dar la paz á todos los hombres, reconociéndolos como hermanos, iguales y libres, esa democracia es la que proclama injustamente la guerra, y su protagonista ha sido la nación más demócrata del universo: la República federal del norteamérica.

Es evidente que un pueblo sin religión y sin moral verdadera no puede amar á los hombres, ni practicar la justicia, ni respetar la libertad, ni sentir la igualdad: por esta causa, en ninguna nación son más desiguales las fortunas, ni hay más esclavos del trabajo, ni menos caridad cristiana que en los Estados-Unidos.


Para anunciar sus misteriosos designios sobre el mundo, envió el Señor los profetas, y los apóstoles para predicar á los hombres las verdades del Evangelio: para edificar á los pueblos con el ejemplo de las virtudes forma los santos, y para castigar las naciones que prevarican, permite que enemigos poderosos las combatan y humillen.

Esto vemos en la historia y es la ley de la providencia, con la cual Dios gobierna á los hombres y á las sociedades.

La guerra de los Estados-Unidos tiene para nosotros los caracteres de un gran castigo; se ha presentado como inevitable, desgraciada en todos sus accidentes y terrible en sus consecuencias.

El gigante de la América del Norte, armado para la guerra, se levanta, avanza y extiende sus poderosos brazos, uno por el Pacífico, por el Atlántico el otro, para ahogar entre ellos los dominios de España en aquellos mares.

No va como nuestro inmortal Quijote á enderezar entuertos ni á desfacer agravios; sus ideales no son los del Caballero de la triste figura.


Entretanto todo es apresuramiento y confusión en las esferas gubernamentales de España. Quieren los Ministros hacer en veinte y cuatro horas lo que no habían hecho en los veinte años transcurridos desde la paz del Zanjón.

Hacen venir del extranjero trenes de municiones, y gastan muchos millones en comprar barcos para la guerra, y que no podían ir al combate.

En vano los bautizan con los nombres de Patriota, de Rápido y de Meteoro; porque ni sirven para defender á la patria, ni son rápidos en la navegación, aunque sean meteoro en las manos de los agentes de negocios.

Al fin se hacía algo, y se improvisaban las defensas como los ministros, y éstos daban señales de actividad, formando nuevas escuadras que habían de pasar y repasar el canal de Suez, como principio de una repatriación anticipada.

Como si la anarquía hubiera tomado asiento al lado del gobierno para aconsejarle lo que era más pernicioso á la patria, así no se daban órdenes prudentes ni salvadoras, y todo se dirige por el patrón de las primeras disposiciones dadas á los marinos del Atlántico.


Damos un nombre bíblico á la salida de la escuadra de las islas de Cabo Verde, porque nos recuerda otra catástrofe en el mar.

Si el gobierno fué, según las apariencias, sorprendido por la guerra, lo fué mucho más nuestra marina en su estado de preparación, no en el ánimo de sus jefes.

Faltas gravísimas, que aquí no debemos mencionar, habían impedido á la escuadra su preparación, el abastecimiento y el encontrarse en lugar oportuno para defenderse, sin muy graves inconvenientes, de las poderosas escuadras de los Estados-Unidos.

Además de esta circunstancia tan desfavorables, tenía nuestra marina la mayor de todas; cual era su gran inferioridad en el número de buques y en el poder ofensivo y defensivo de los mismos; y no obstante los informes, representaciones y telegramas dirigidos al gobierno, éste, tan mal asesorado como peor influído, sin concierto ni plan, ordena la salida de la escuadra para el mar de las Antillas, donde ya la esperaban las enemigas.

Creemos que en la historia de los ejércitos y de la marina, no se ha ofrecido otra ocasión en la que se pudiera justificar de algún modo la desobediencia, ó un pronunciamiento.

El que hizo la marina en Cádiz en Septiembre de 1868, y que dió origen á la Revolución, nunca se ha justificado; pero el regreso de la escuadra de Cabo Verde y su desobediencia á las órdenes del gobierno para salvar los intereses generales que éste comprometía, mandándola á sufrir una derrota inevitable, hubiera tenido su razón y justificación debida: primero entre las personas conocedoras del arte de la guerra, y después ante la nación, cuando los resultados correspondieran á los motivos que se habían tenido presentes, como los dejó expuestos el inteligente y prudente general Cervera: mas la marina, por medio de su digno jefe y de los comandantes de los buques, había prometido obedecer en todo, y cumplió su palabra, evitando una confusión y un ejemplo funesto para el porvenir de nuestra patria.

Si al fin del siglo, tanto el ejército como la marina, hubieran desobedecido al gobierno, se podría decir ahora, que habíamos acabado de perder nuestra soberanía en América por la falta de los llamados á defenderla; y entonces el régimen liberal y la turba de los políticos habrían quedado impunes y en cierto modo libres de las tremendas acusaciones, que actualmente pesan sobre ellos, y por las cuales han de ser sentenciados á perpétuo ostracismo.

Habiendo, pues, la marina cumplido con exceso sus deberes, toda la responsabilidad de los desastres y de las pérdidas consiguientes, quedan á cargo de los que ordenaron tan imprudente salida.


Mientras que á la ventura sale nuestra escuadra, singla desde Hong-Kong la que tenían allí estacionada los americanos, para bombardear á Manila....

Sombras inmortales de Magallanes, de Legazpi y de Simón de Anda, ¿por qué no salís de vuestros sepulcros á detener esos buques enemigos? ¿No veis que van á destruir vuestra obra civilizadora?

Llevan en sus bodegas cajas de fusiles y ametralladoras para renovar la insurrección fratricida; y sobre las cubiertas, la formidable artillería que destrozara nuestros barcos y la ciudad de Manila, por vosotros fundada y recuperada.

Sus tripulantes son hijos de la América del Norte, donde la perfidia tiene su asiento, y su trono la ambición y la soberbia; ellos no van á ese Archipiélago como vosotros fuísteis, para libertar de la idolatría y de la barbarie á sus habitantes y someterlos á la obediencia de un rey católico; van á llevar la discordia, la guerra y la libertad del error; van á establecer el imperio de la masonería y de la indiferencia religiosa; van á robar á España sus derechos y á explotar las riquezas del país en beneficio propio.

Como las aves de rapiña que se preparan para caer de improviso sobre sus presas, así ellos vienen presurosos desde las costas de la China, donde estaban esperando el día fatal de una guerra insidiosa y contra todo derecho premeditada....

Y tú, sombra de Monroe, que en este siglo has proclamado desde el Capitolio de Washington, que Europa no tenía derecho para intervenir en los negocios de las naciones americanas, ¿por qué permites que tus ciudadanos intervengan en los de la Occeanía?

Si tu colega Mac-Kinley y su Congreso ordenan esta invasión contraria á tu doctrina, vuela, ve y diles: que si América ha de ser para los americanos y la Occeanía para los occeánicos, que los yanquees Shoes, ó los de los zapatos de madera con clavos, regresen á su país de orígen y dejen á los pobres indios, que viven y á los pieles rojas, que no han exterminado, y no se entrometan más en querer á su vandálico modo dominar al mundo.

Si así no lo haces y no te obedecen, quedará tu doctrina deslucida y tu pueblo á la altura de los bandidos....

No hay obra de iniquidad, ni infamia increíble, ni sangriento crímen que no se haya cometido en el mundo por la ambición humana.

Ella llevó á Alejandro al Asia, hizo pasar al César el Rubicón, puso el alfange en las manos de Mahoma, trastornó la Europa por medio de Bonaparte y conduce á las Antillas y á Filipinas las flotas americanas.

La ambición pone el ridículo mandil en el pecho de los hombres, la mentira en sus bocas y el odio en sus corazones; la ambición fomenta las insurrecciones de los mambises y de los tagalos, la codicia de los sindicatos de Nueva York, y el vehemente deseo de riquezas y honores en los soberbios; y en tanto que exalta por un lado las pasiones infernales, por el otro hace que se les sacrifiquen todos los deberes.

Por la ambición de mando se creen los políticos estadistas eminentes, y por no dejar el poder cuando lo han alcanzado, persisten en sus errores, y á su ambición sacrifican la conciencia, la dignidad, y el patriotismo. Por la ambición de algunos españoles se halla España á los burdos pies de los yanquis.

Desventurada patria mía, que tienes por gobernantes á hombres imperitos ó sin conciencia: mira como entregan á tus hijos á las crueles manos de tus enemigos; la obra de tres siglos se ha derrumbado en cuatro horas, al sepultarse ardiendo tus débiles barcos en la bahía de Manila.

Las primeras víctimas han muerto heróicamente, pero sus sacrificios no salvarán tu soberanía en aquellos mares; porque la inmoralidad, la corrupción, la discordia de las sectas y el mal ejemplo de tus representantes, habían ya debilitado tu poder y tus derechos soberanos.


Después del gran desastre de Cavite, eran extraordinarias las ansiedades del pueblo español por saber la suerte que esperaba á la escuadra de Cervera, refugiada en la bahía de Santiago de Cuba, cuya plaza, bloqueada por mar, empezaba á ser hostilizada por tierra.

En vano en sentidos y enérgicos telegramas había pedido refuerzos el general Linares: la escuadra estaba segura en la bahía, y sus tripulantes ayudaban á defender por tierra la ciudad.

Los rusos se vieron en Sebastopol en un trance parecido, y aunque tenían en el puerto ciento dos buques de guerra con más de dos mil cañones, no intentaron romper el bloqueo: pero las autoridades españolas no ven siquiera la ayuda que les presta la fiebre amarilla diezmando cada día el ejército de Sthafer: todo parece que va dirigido á preparar la catástrofe más horrenda.

«Cuando se piensa en la situación insostenible del ejército yanqui ante Santiago de Cuba; cuando se palpa que los infames invasores iban á sufrir un terrible descalabro, y luego se ve que en los momentos decisivos llegó la orden de que saliera la escuadra y á esto siguió la capitulación, etc. etc., no hay más remedio que confesar, que chorrea sangre todo lo ocurrido y que en ello hay algún misterio, sólo conocido por determinados personajes.

No somos nosotros solos los que lo decimos.

He aquí otra opinión autorizada.

El capitán de fragata ruso Livene, que estuvo como agregado naval en la flota americana durante la última guerra contra España, ha dado recientemente una conferencia en el Círculo de los Ejércitos de mar y tierra en San Petersburgo, sobre el desembarco efectuado cerca de Santiago de Cuba por los norteamericanos, á la cual han asistido el general Kouropatkine, ministro de la Guerra, bastantes generales y más de cuatrocientos oficiales de la guarnición.

Lo más saliente de dicha conferencia fué lo que sigue:

Siendo siempre un desembarco muy peligroso cuando el enemigo tiene elementos en el mar, aunque sean poco considerables, los americanos tomaron con razón, como primer objetivo de la campaña, la destrucción de la flota del almirante Cervera, que se había refugiado en la bahía de Santiago de Cuba. Pero no pudiendo franquear el estrecho paso de la entrada, bien defendido por torpedos, ni destruír las baterías españolas, colocadas demasiado elevadas sobre el nivel del mar para ser alcanzadas eficazmente por los proyectiles de la flota, tuvieron lógicamente que recurrir á la acción combinada del ejército de tierra y de la escuadra.

Al principio, según el plan propuesto, la acción debía ser convergente, pero como consecuencia de lo débil de la disciplina, de la carencia de organización, y, sobre todo, de la falta de unidad en el mando y dirección, se prescindió del plan primitivo y se vino á esas acciones divergentes que estuvieron á punto de hacer fracasar lo concebido y comenzado con tanta fortuna. Las circunstancias se hicieron de tal modo difíciles para los americanos, que la cuestión de una retirada honrosa fué planteada.

Les era imposible penetrar en la bahía, no podían apoderarse de las posiciones españolas del E. de Santiago, y el ejército se hallaba aislado de la flota, que era su base de operaciones, careciendo de los objetos de primera necesidad y aniquilándose rápidamente á consecuencia de las enfermedades. En el momento de la rendición de Santiago existían 11.750 enfermos, de los 16.000 hombres que contaba el ejército americano.

En tal momento fué cuando el almirante Cervera, obedeciendo órdenes categóricas venidas de la Habana, salió de la bahía é intentó abrirse paso á través del bloqueo enemigo.»

Cuando un testigo imparcial de los hechos emite juicios tan severos contra las autoridades de Cuba, bien podemos nosotros sentir todas las consecuencias de tales desaciertos; pero al sentirlas debemos expresarlas en la forma propia.

Sea, pues, el resumen de este párrafo la siguiente:

TRAGICOMEDIA

Acto I.—Las escenas se suceden con una rapidez asombrosa en el tiempo y en los distintos lugares.

En Filipinas, se hallan en Subic los cañones á la altura del gobierno español, por el suelo: la bahía de Manila y la isla del Corregidor están casi tan fortificadas como Subic; pero en cambio el almirante Montojo sale con su escuadra á tomar posiciones y á impedir, como un espartano, la entrada en la bahía al desequilibrado Dewey, como le llamó El Imparcial.

Hay por todas partes gran expectación.

En Madrid, el primer actor, nada teme: ha mandado.... de paseo á Woodfford y descansa en su poltrona tranquilamente.

El público se impacienta porque no adivina el argumento de la tragicomedia.

Allá en lontananza, hacia el Oriente, se ven unos barcos pesados y de poco andar que entran en la gran bahía de Manila y se dirigen á Cavite. La escena, contra todas las reglas del arte, queda desierta.

Las sombras de la noche impiden que se vea lo que pasa en el escenario.

Suenan primero unos cañonazos, y después todo queda en silencio....

Cuando con sus arpadas lenguas y alegres trinos empiezan los cantores pajaritos á saludar la alborada del primer día de Mayo, se oyen terribles descargas de gruesa artillería, y los rayos del sol, que despuntan por el Oriente, iluminan una espantosa catástrofe. La escuadra de Dewey destroza é incendia á mansalva la del contraalmirante Montojo, que para salvar á lo menos el honor, hunde en el fondo del mar sus ardientes barcos.

Los espectadores quedan aterrorizados porque ya han visto el principio del fin, y oyen los lamentos de los moribundos.

Acto II.—El escenario representa los horizontes brumosos del Occéano Atlántico.

Todos los asistentes miran y remiran, con extraordinaria fijeza para descubrir el rumbo de una escuadra que salió de Cabo Verde.

Ni los del viejo, ni los del nuevo mundo, ven por donde va, ni por consiguiente á dónde se dirige: unos creen que la han visto hacia el Oriente por el Cabo de Buena Esperanza; otros la suponen en las costas meridionales de los Estados-Unidos, y como pasan días sin que nadie la divise, la llaman la escuadra fantasma.

Entre tanto, aparece en la nueva escena un personaje semigigante y declara oficialmente: que la escuadra de Cervera ha entrado en la bahía de Santiago de Cuba.

Notable sorpresa causa la noticia en todo el público.

Al momento, aparecen á gran distancia muchos buques americanos que se dirijen hacia el Oriente de la Isla de Cuba.

Los espectadores de la derecha comienzan á impacientarse, porque temen que se reproduzca la escena de Cavite.

Romero Robledo grita, Moret se esconde, Sagasta se rasca la barba y atusa el tupé y Blanco se pasea en la Habana tranquilamente; la gran expectación se generaliza y el temor embarga los ánimos.

Á lo lejos se oyen estampidos de los cañones y por intervalos, nutridas descargas de fusilería.

Va á terminar la jornada: Blanco manda que salga la escuadra de la bahía de Santiago á todo evento: la marina obedece y las nubes del humo de la artillería impiden que se vea lo que sucede: cae el telón y el público sabe después que la escuadra de Cervera ha sido totalmente destruída.

Acto III.—En el fondo del escenario se ven las lomas de Santiago y el horizonte cubierto de nebulosidades. Toral se fija en ellas y no puede explicarse este fenómeno.

Una parte de los espectadores empieza á retirarse conmovida y cansada de ver que la trama de la acción resulta siempre contraria á los españoles.

Los yanquis avanzan por tierra para sitiar y tomar la plaza de Santiago.

El coronel Escario no llega en su auxilio: las tropas de Guantánamo no se mueven: el general Pareja espera órdenes superiores: el general Pando ha ido á Méjico y no sale desde la Habana al Oriente con los 30.000 hombres de que hablaron los telegramas.

Linares cae herido, y Toral ve que las nebulosidades aumentan á su alrededor.

El H.·. Paz, tan compasivo y amante de la humanidad, siente desde Madrid la sangre que se ha derramado en Caney y en las lomas de San Juan: lo mismo siente la de los españoles que la de los yanquis, y ve á éstos caer enfermos á millares y que se hallan en una situación apuradísima; y entonces, ó porque llega al extremo su compasión, ó porque ha llegado la hora del desenlace, reune á los ministros y piden la paz á todo trance.

Aunque se había anunciado, no se presenta Mac-Kinley en las aguas de Cuba con el pendón presidencial que le estaban bordando; pero en cambio, aparece en la última escena con el imbroglio del protocolo en la mano, y como lo tiene bien estudiado, lo pasa sin demora á M. Cambon para que se lo envíe á Sagasta.

Todos los personajes se ocultan en una traslogia: el telón se rompe y los espectadores de acá, indignados y llenos de pavor, condenan la tragicomedia.

IV

Voz de desolación...—Las ruinas de un imperio.—La decadencia de una nación.—La fatalidad y el progreso. No hay efecto sin causa.—El fin de la guerra.—Consummatum est.

¿Qué resta de mi ayer? No más que el llanto.
Á mi a afligido espíritu conviene.

Así, en nombre de España, y á la vista de los estragos que había sufrido en la guerra de la Independencia, hablaba un poeta nuestro en una célebre elegía.

Si hoy viviera, es seguro, que no tomaría en sus manos la triste lira para entonar endechas con motivo de la mayor desolación que ha visto nuestra patria.

Es tan luctuosa, que más que el llanto le conviene el silencio.


Más de una vez, no hallando al presente nuestro amor patrio nada que pueda satisfacerlo, hemos abierto antiguos mapas para ver siquiera en las cartulinas la grandeza que tuvo el imperio español.

Los Países Bajos, el Franco Condado, Nápoles, Milán, Sicilia, Portugal, etc., en Europa; en Africa, Orán y otras plazas fuertes; parte de Borneo, Filipinas y otros archipiélagos en la Occeanía; y en América fueron tan extensos nuestros dominios, cual correspondía á la afortunada nación, que la sacara del fondo de los mares.

De tan grande imperio, como de un hermoso palacio arrasado por un ciclón, no quedan ya para España más que las ruínas.


Siempre son sensibles para los hombres las pérdidas materiales, pero las sienten más cuando por sus faltas se ven privados de sus bienes; porque entonces reconocen su ignorancia ó negligencia para la buena gestión de sus asuntos; lo cual es signo de decadencia moral.

Un noble, que ha sido privado de la mayor parte de su patrimonio por un latrocinio irresistible, no es un degenerado; pero si no hizo la defensa necesaria, ó sus mayordomos le dilapidaron sus bienes por su incuria, ó los malgastó en orgías con sus amigos, entonces no sólo es completa su decadencia, sino que además quedan manchados sus blasones por la falta de valor, de inteligencia y de sentido moral que manifiesta.

España es una imagen de ese noble; ella, por los crímenes de los extraños, por las faltas de sus gobiernos y las de sus hijos, acaba de perder cuantiosos bienes, y lo que era más estimable, los timbres de su nobleza y la honrosa fama de su gloriosa historia: por esto yace sumergida en la más profunda desolación.


Para muchos, las vicisitudes por las cuales atraviesan las naciones y que se ven lo mismo en las familias, hoy opulentas y que mañana vivirán en la miseria, son inevitables; porque cierta fatalidad acompaña á las cosas humanas en el mundo.

Para nosotros no existe la fatalidad, ni entre los turcos, los cuales si la admiten como consecuencia de su falso sistema religioso, la rechazan en la práctica, y lo mismo en Constantinopla que en Teheran luchan por evitar la completa decadencia del imperio otomano.

Es muy digno de notarse, que los mismos que en las desgracias apelan á la fatalidad, para considerarlas necesarias y sentirlas menos, son los que más creen en las leyes del progreso moderno.

¿Pero qué es? ¿En qué consiste? ¿Cómo no alcanzan todas las naciones que lo desean ese decantado progreso?

Nuestra patria, por entrar en las vías de los adelantos del siglo, se declaró enemiga de sus tradiciones, y al presente, ni posee la grandeza moral é intelectual de sus antepasados, ni ha conseguido la vida exuberante que en lo político y en lo material tienen otras naciones.

Excepcionales é injustas deben ser las leyes del progreso, cuando los pueblos que gozan de él son moralmente bárbaros é inhumanos; y aquellos otros que no han obtenido sus privilegios, se hallan, cual moribundos próximos á la muerte, y expuestos á ver, como España, su ruína y el engrandecimiento de sus enemigos.


Es necesario apelar á los principios de la filosofía y de la razón para conocer con claridad lo que los hombres confunden por sus pasiones é intereses.

No pocos atribuyen la pérdida de nuestras colonias á los frailes y á no haberles dado en tiempo oportuno todas las reformas políticas que reclamaban.

Como no hay efectos sin causas proporcionadas, veamos si esas han sido ó nó las verdaderas.

Hablando de Filipinas nuestro patricio, señor Escosura, que estuvo allí muchos años y conocía bien á los naturales, dice: ese vasto archipiélago, cuya importancia es inmensa, sólo lo enlaza, une y asegura á la Metrópoli el lazo, la fuerza y el vínculo de los frailes.

Ayala, siendo ministro de Ultramar, en 1871, dijo:

«Si por imprevisión é imprudencia y por el culto exajerado que en épocas dadas alcanzan ciertas ideas, nos trajesen á tanta desventura, que España amaneciese un día desposeída de sus provincias de Ultramar, veríais inmediatamente y casi anulada nuestra marina, tristes y desiertas nuestras costas, sin expansión ni esperanza nuestro comercio, amenguada nuestra importancia en el mundo, y la nación entera bajo el peso del abatimiento.»

«¿Y quién duda, que todos los principios, que todos los derechos políticos, cuya conquista en la Metrópoli hubiera coincidido con esta inmensa tragedia, quedarían para siempre marcados con el sello del infortunio ignominioso

Notable fué esta predicción, que por desgracia se ha cumplido, y cada año se notarán más los efectos.

En este particular, está dicha la última palabra por hombres tan competentes: los que cortaron el lazo, la fuerza y el vínculo de los frailes, que enlazaba, unía y aseguraba á la Metrópoli el Archipiélago, esos son los causantes de su pérdida, como los demás que han aplicado los principios y los derechos políticos que ahora y para siempre quedan marcados con el sello del infortunio ignominioso.


¿Qué diría el mismo Ayala, que aunque liberal, conservaba no poco del carácter español, si hubiera visto que además de los principios y de los derechos políticos, iban á quedar marcados con el sello de la ignominia todos sus colegas?

Como todo tiene término en este mundo, había también de tener su fin la guerra, que nos hacían los americanos, y, para nuestra mayor desventura, él fué el que agravó nuestros males.

El gobierno de Sagasta pidió la paz, sin tener ninguna garantía de la magnanimidad de los Estados-Unidos, y firma un Protocolo que resultó un lazo echado al cuello.

Si por el art. 1.º debía renunciar España á su soberanía en Cuba, por el art. 2.º cede Puerto Rico á los Estados-Unidos por gastos de guerra; y por el 3.º sólo se estipula la cesión de una de las islas Marianas y la ocupación temporal de Manila con el famoso controle sobre el Archipiélago.

Las conferencias de París, demostraron la terrible ambición de los norteamericanos y la degeneración de los delegados españoles, que nunca, contra el parecer de la nación y de toda Europa, debieron consentir el injusto despojo, contrario al derecho y á la sinceridad de los tratados.

Convenir en que los Estados-Unidos adquieran las Filipinas por una compensación de 20 millones de dollars, fué el colmo de la debilidad, que los españoles de otros tiempos jamás hubieran tenido.

Ante la felonía de nuestros enemigos, no quedaba otro recurso que el de la protesta, interrumpiendo las negociaciones, y que Europa hubiera sido el árbitro de nuestra causa: todo antes que la deshonra.

Pero el gobierno lo entendió de otro modo; y como no supo defender el territorio, tampoco tuvo valor para salvar la honra de España, y dió ocasión para que le atribuyeran todos los crímenes que se pueden imputar á los hombres sin abnegación y sin carácter.


Los Estados-Unidos no han sido los autores, pero sí han proclamado en París el moderno derecho internacional: el vae victis de los antiguos.

Bien merecía el cerebro de Europa presenciar esta afrenta hecha á la civilización cristiana.

El crímen de este siglo, que empezó por el acto humanitario de la liberación de Cuba (que no se verá libre del dominio de los yanquis) había de ocasionar á España desgracias imponderables, el sacrificio de miles de millones, y lo que es más sensible, la muerte de tantos españoles y el cautiverio infelicísimo de millares de soldados que por otra guerra criminal, sufren en Filipinas privaciones indecibles: debiéndose agregar á todo esto el desprestigio y la humillación en que ha quedado España; cargada, por último, con una deuda espantosa, impuesta en parte por sus enemigos.

Al ponerse el sello á esta obra de grande iniquidad, exclamó el Sr. Montero Rios, según dijeron los telegramas: consummatum est; y en efecto, llegaron á su colmo las desventuras de nuestra patria; se ven arruinados innumerables españoles, otros que vuelven como esqueletos, y el mar queda cubierto de cadáveres, y no hay familia que no tenga que sentir dolor: ya por la desolación, ya por la muerte.

Lloremos duelo tanto:
¿Quién calmará ¡oh España! tus pesares?
¿Quién secará tu llanto?

V

Voz de aflicción...—Males sin remedio.—Culpas de antaño, remordimientos de ogaño y notabilidades obscurecidas.—Continuamos lo mismo.—Todo ha fracasado.—El árbol maldito.—Una esperanza.

TAN aflictivas habían de ser para nuestra patria las consecuencias de la guerra, como fueron sus procedimientos y sus principios.

Después de una paz leonina, nos hemos quedado sin las Antillas y sin las mil quinientas islas del Archipiélago magallánico, y al presente, no sólo estamos conformes con nuestras inmensas desgracias, sino que casi casi nos alegramos de ellas, aunque nunca imaginamos que serían tan grandes.

Nosotros, que hemos amado siempre desde el primer horizonte que al nacer vimos en nuestra patria, hasta la última isla del remoto Océano, en que flotaba la bandera española, como fiel testigo de la grandiosa herencia que nos dejaron nuestros antepasados; y hemos sentido la destrucción de las escuadras y los reveses del ejército, ahora estamos, si nó alegres, á lo menos insensibles ante la desmembración y la deshonra de la patria.

¿Cómo se ha obrado en nosotros tan notable cambio?

Se ha realizado, porque nos hemos convencido de que el imperio que se dió á la lealtad y á la fe, no le podían conservar la incredulidad y la rebeldía, ni ser patrimonio de la indiferencia, lo que fué rico premio de la constancia: y hemos visto también, que la pesada mole de un edificio, creada sobre las espaldas robustas de hombres gigantes, no podía ser sostenida por miserables pigmeos; y en fin, porque es cierto, que el honor y la gloria que acompañan á la soberanía legítima sobre las naciones y los pueblos arrancados á la ignorancia y á la barbarie, y civilizados por la religión y las leyes justas, no debían brillar en la frente de los gobernantes que se han degradado por sus bastardas ambiciones y están manchados por sus delitos.

El que es Soberano del universo, quita á los servidores inútiles los talentos que les había dado y los entrega á otros para que negocien con ellos; y del mismo modo traslada los reinos de la tierra de unos á otros pueblos; y el reino, nación ó poder que no le sirva, PERECERÁ.


Ahora sienten muchos que hayamos tenido colonias, porque por ellas nos han venido tantas calamidades. ¡Como si pudieran quejarse los hijos de la rica y noble herencia que les dejaron sus padres, porque no han sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra!

Por más de tres siglos hemos poseído pacíficamente nuestras colonias, y con más prosperidad y adelantos que las de otras naciones; si las acabamos de perder con tantos daños de vidas y haciendas y hasta del honor patrio, no se atribuyan estas desdichas al haber sido España una nación colonial, sino al régimen funesto que se entronizó en ella en el segundo tercio de este siglo, y á los gobiernos sectarios é inmorales que han venido corrompiendo y arruinando la peninsula, á la vez que por sus representantes llevaban los gérmenes de las divisiones, sectas impías y malos ejemplos á las colonias, donde siendo, como es natural, más débiles los vínculos del patriotismo y de la autoridad, se habían de romper de un modo cruento al violentarlos nuestros enemigos.

¡Qué grandes responsabilidades han contraído ante Dios y ante la patria, los que por sus culpas y desaciertos perdieron nuestras colonias!

¡Qué delito de lesa nación han venido cometiendo las autoridades y los españoles que llevaron á las colonias la masonería y fomentado en ellas la inmoralidad y el desprecio de la España católica!

Si es cierto, como es notorio que algunos generales y gobernadores se condujeron como masones en Ultramar, y allí, por sí ó por otros, han favorecido las logias de donde brotaron las insurrecciones ¿qué tormentos no sufrirán al presente?

Debieron saber esos infelices, que el fuego de la discordia abrasa más que el de un horno ardiendo, pues éste no quema sino lo que en él se arroja, y el otro se extiende hasta consumir los más grandes imperios.

Á la vergüenza y al dolor presentes, se unirán los anatemas de la historia para todos los culpables.

Y por mucho que se esfuercen en acallar los remordimientos de la conciencia disculpando sus faltas pasadas con las especiosas razones de los males inevitables, nunca podrán impedir que la historia diga á las futuras generaciones: que en el siglo del liberalismo llegó España á la mayor postración y á perder sin verdaderos combates casi la mitad de su territorio; y que tuvo que repatriar un ejército de 200.000 hombres; y que sucumbió su marina, puesta al alcance de los enemigos, como la presa destinada á saciar el hambre de las fieras; y que gastó muchos miles de millones sin fruto y sin haber siquiera alimentado bien á los que la defendían; y que todo esto sucedió cuando un gran masón y liberal cínico era presidente del gobierno de la católica España....

Y añadirá: que en esta obra de la desmembración y de la deshonra de España, le ayudaron otros masones y conspícuos liberales que le precedieron y acompañaron en la gobernación del Estado.

Esos hombres funestos para España, fueron, entre otros, Moret y Beranger, Blanco y Primo de Rivera, Romero Robledo y Montero Ríos, Castelar y Silvela, Martínez Campos y Cánovas del Castillo; éste restaurador civil y el otro militar de la dinastía, que presencia el despojo y la ruína de la nación: y que formaban el ministerio que fué á la guerra y que pidió la paz á todo trance; hombres tan notables como Gamazo y Correa, Romero Girón y Groizard, Puigcerver y el duque de Almodóvar, Capdepón y Auñón: y que estas notabilidades consumaron la obra antipatriótica que había venido preparando el liberalismo auxiliado de la masonería.

Así como á los hombres que fundan un imperio, engrandecen su nación ó con su heroísmo la libran de sus enemigos, se han levantado en todos los tiempos, trofeos, erigido estátuas ó escrito sus nombres en letras de oro sobre los mármoles y los bronces, la historia no tendrá más que páginas amargas y negra tinta para escribir los nombres de aquellos que, salvando los buenos propósitos de algunos, han contribuído á la ruína de la rica, noble y fiel España.

Los nombres de todos los que, durante este siglo han faltado á sus juramentos de fidelidad, hecho traición á la patria, entregándola indefensa al poder de sus enemigos, se podrán escribir como epitafio en el sepulcro de las grandezas españolas.

¡Cuán triste es la realidad!

La mayoría de los españoles siguen viviendo como si nada hubiera pasado, como si la patria no se hallase en la crisis más espantosa, como si muchos de ellos no resultaran culpables de los tremendos castigos que hemos experimentado y de la expiación terrible que sobre nosotros pesa.

Algunos creen que las causas de tantos males sólo tienen ya un interés histórico; y no falta buen número, que por el estado de perversión y falta de sentido moral, no se conmueven por las públicas desgracias; aunque éstas se presentaran á su vista, formando por su magnitud y variedad una montaña tan elevada como los picos del Himalaya.

Aquí, ó no se preveían los peligros, ó no existía el patriotismo suficiente para evitarlos; antes como ahora, no se cuidan los gobernantes y los que aspiran á serlo, más que de las intrigas y de los pugilatos para seguir la obra funestísima de la política de los partidos.

Por el contrario, no considerando moralmente el proceder de nuestros enemigos, es preciso reconocer, que han hecho una barbaridad; pero que la han realizado con admirable astucia y prudencia consumada, según el espíritu del mundo; así es, que antes de la guerra, durante la misma, y después, se ha visto España como el león, cogido en un fuerte lazo, del que no ha podido librarse sino perdiendo hasta su natural fiereza.


Dejando aparte la intervención que la masonería haya tenido en nuestras innumerables desgracias, hay motivos suficientes para atribuir grandes responsabilidades á los gobiernos, á los políticos, á la prensa, á muchos particulares y principalmente al régimen parlamentario.

Á los gobiernos, por sus imprevisiones culpables y notorios desaciertos, y por venir sacrificando la justicia y los intereses de la nación á sus miras personales y al favor de sus amigos y partidarios.

Con frecuencia se venían cometiendo desfalcos é irregularidades en la administración pública y en los servicios del Estado, y no han puesto remedio alguno, ni se ha visto el castigo de los prevaricadores.

Los políticos españoles no han hecho más que parlamentar y enmendarse unos á otros la plana, sin llegar ninguno á escribirla bien: y lo mismo ha hecho la prensa de grande y de pequeña circulación; pues si alguna vez ha clamado contra las inmoralidades y pedido el juicio de residencia para algunos gobernadores de Ultramar, cesaba en sus campañas patrióticas, cuando no le producían beneficios ó veía encumbrados á los personajes que antes consideraba dignos de graves censuras y de penas graves.

Mientras que los particulares gozaban de los favores de la política y del caciquismo, no han visto con malos ojos lo que había de redundar en daño para la nación; y por esto resultan culpables de complicidad en el régimen, que ha originado tantos males y ruínas como se revelan en el estado presente.

Se puede, por lo tanto, asegurar: que en nuestra patria han fracasado todos los gobiernos liberales, los políticos y su política, la prensa callejera y la de los gabinetes, los particulares que defraudan á la Hacienda, queriendo vivir de ella; y ha fracasado también el régimen de la opinión y el sistema parlamentario, productores de tanta corrupción y del abatimiento nacional: aquí ha fracasado todo, menos el espíritu de España.


Por la falta de patriotismo y de amor al bien común, no se ha querido, ni aún se quiere comprender, que la raíz de todos los males que sufre España, se encuentra en el abominable empeño de regirla y gobernarla con los principios y las doctrinas por la Iglesia condenados.

¿Qué frutos puede dar un árbol maldito?

El liberalismo, que ha penetrado hasta en las costumbres del pueblo español, es ese árbol cuyos frutos de perdición nos parecen ahora tan amargos.

Hallábase Napoleón I en el apogeo de sus glorias militares, y cuando puso sus manos conquistadoras en los Estados de la Iglesia, fué excomulgado por el romano Pontífice; y despreciando la excomunión prosigue su obra; mas después llegó á conocer que su mayor falta había sido la de no respetar al Pontífice romano.

Entre las muchas faltas cometidas por la Nación española, ha sido la más grave, la de dejarse dominar por los errores del liberalismo, que la han privado de todas sus grandezas, de sus energías y de sus virtudes cívicas y religiosas; por esta causa no ha tenido ahora valor más que para sufrir sus derrotas y le han faltado alientos para sentirlas y llorarlas.


Los que miran las cosas presentes como hijas de lo pasado y creen en la fecundidad del mal y en la eficacia de la virtud, deben reconocer con nosotros: que en el estado en que se hallaba España, y dada su marcha política, (que por desgracia aún no ha variado) no convenía para nuestro mejor porvenir el triunfo en la pasada guerra.

Al fijarse en lo que acabamos de aseverar, algunos, sin razón, nos tacharán de pesimistas ó faltos de patriotismo.

El primer efecto de la victoria, hubiera sido el consolidar las instituciones liberales y el hacer perpétuo el turno de los partidos con todas las consecuencias de la mayor centralización, del despotismo é imposición de nuevos errores.

El segundo, el aumento de las ambiciones y de la corrupción que siguen á la prosperidad en el mal, y entonces era ya inevitable la total ruína de España; porque el triunfo no nos hubiera dado las fuerzas de los bárbaros, ni las virtudes históricas, que ya no existen en la generalidad; en tanto que ahora, abatidos y humillados podremos levantarnos de nuestra postración, trabajar y hacernos dignos de nuestro pasado y de la misión que tiene España entre las naciones civilizadas.

En apoyo de nuestro parecer, vemos lo que ha dicho The Pall Mall Gaccettee: «que si España tiene valor para mirar el porvenir con calma, su último infortunio será un beneficio en realidad.»

Y The Globe añade: «que si España deja de existir como potencia colonial, no por eso ha quedado destruída como potencia europea. Posee cuantiosos recursos, y si sabe aprovecharse de ellos, sus desdichas podrán ser un beneficio á pesar de las apariencias.»


¿Pero de qué modo podrá salir nuestra patria de la presente crisis y volver en lo posible á su pasada grandeza?

Esto es lo que muchos preguntarán, teniendo á la vista las anteriores consideraciones: y nosotros contestamos diciendo: España puede levantarse de su actual postración y adquirir el puesto que le corresponde, empezando á ser lo que siempre debía haber sido.

Hay hombres que parecen destinados para el trabajo y la esclavitud, y otros que llevan en sus frentes el sello de la inteligencia y del poderío; y lo mismo sucede con los pueblos; pero estas cualidades no son permanentes, y cambian ó se modifican con las costumbres y las ideas, que informan la vida de las naciones: por esta causa, un pueblo esclavo puede llegar á ser libre, y otro libre, puede caer en la esclavitud y sufrir la más cruel de las tiranías.

Las cualidades propias de nuestra raza, se avaloraron con el espíritu cristiano que las ennobleció y elevó á su mayor grado de virtud y de perfección.

La España católica no ha tenido que envidiar á ningún pueblo del Universo el valor de sus hijos, la hidalguía de sus sentimientos, su fidelidad á las leyes del honor, el talento de sus gobernantes, el ingenio de sus letrados, la ciencia de sus sabios y las virtudes públicas y privadas de sus ciudadanos.

Tampoco ha podido envidiar el imperio del mundo y las grandezas de la tierra, porque sus hijos le dieron uno tan dilatado, y las otras tan extraordinarias, que las hazañas de los navegantes y de los guerreros españoles y sus conquistas, parecerían fabulosas, si no estuvieran escritas en la historia.

Toda la política de nuestros gobernantes, se ha debido cifrar en la conservación y en la defensa del espíritu, de la religión y el carácter de nuestra patria, y así hubiera sido permanente la grandeza y el dominio español y su influencia enmedio de las grandes vicisitudes porque ha atravesado Europa y pasa el mundo.

¿Quién hubiera resistido á España, unida en la fe, llena de gloriosas tradiciones y ejemplos heróicos, con extensos dominios y fortalecida con todos los adelantos modernos en su marina y en sus ejércitos?

Si á la unión de los espíritus que teníamos, se hubiera agregado la fuerza material, siempre necesaria para la defensa de grandes territorios, del derecho y de la justicia, es seguro que España sería al presente una de las primeras potencias del Universo.

Mas en una hora fatal, empezaron á removerse los cimientos de la nacionalidad española, y desde entonces, los gobernantes, malos católicos y pésimos políticos, no han cesado en su obra demoledora, importando todos los errores y novedades de otros pueblos, que han venido á precipitar nuestra decadencia.

Y para mayor desgracia, no se ha levantado un hombre superior que desterrara esa política exótica, y devolviera á la Corona sus prerrogativas, y al pueblo sus libertades, fueros y franquicias verdaderas.

Comprendemos las inmensas dificultades que existen y que se han de presentar para la regeneración de España; pero también sabemos lo que puede hacer un hombre extraordinario en un pueblo donde el mal y la corrupción están sólo en una clase, y no se han extendido á las otras, sino parcialmente.

Acábese primero con los políticos de oficio, ahóguese después el espíritu de la revolución en sus instituciones, renazca la libertad verdadera y foméntense los intereses generales, y entonces el Jorge Monk español, podrá dar principio á la restauración nacional.

VI

Voz de queja...—La Europa salvaje.—El orígen de la revolución.—Aumento de los ejércitos.—El anarquismo.—Los ciegos en Roma, guiando á los ciegos.—Nuestro abandono.—El poder que nos resta.

HACE pocos años, que con un realismo verdadero se publicó una obra titulada La Europa salvaje.

Para justificar el título se fijaba su autor en el espectáculo de la corrupción y de los crímenes que ofrecen las ciudades populosas, y en el abandono en que se hallan en todas partes las clases menesterosas, los trabajadores de las fábricas, el pueblo; y en la explotación que se hace en los talleres de las jovenes y de los niños, sujetos á un trabajo superior á veces á sus fuerzas y sin educación moral, ni instrucción religiosa no pueden menos de caer en la más abyecta inmoralidad.

Si á esos cuadros horrorosos se unen los que presentan el agiotaje en los negocios, el soborno de los magistrados y la farsa de las costumbres políticas, tendremos un fiel retrato de las sociedades cultas que, por el refinamiento de los vicios, la sed del oro, el olvido de la religión, de la moral y de la justicia, tienen bastante semejanza con las tribus salvajes entre las cuales se ven los más brutales egoismos.

Pero esas tribus, enmedio de sus instintos salvajes, no abandonan á sus amigas cuando por las contrarias son acometidas; lo cual prueba, que existe entre ellas algún respeto á lo que pudiéramos llamar su derecho de gentes.

La etnografía de la diplomacia europea nos da á conocer que ella misma se ha colocado detrás de los pueblos más bárbaros, y en este sentido, podemos decir que es ultra-salvaje.

Europa, en el estado en que se halla, dirán algunos, no podía obrar de otro modo, ni impedir la cruel agresión de los Estados-Unidos.

Es verdad, y esto es lo que vamos á demostrar para que se conozca el valor que tienen las quejas de España.


Cuando al amparo de la Iglesia se formaron las naciones europeas, éstas se inspiraban en los preceptos de la justicia y de la equidad universal; y entonces nació ese admirable derecho de gentes que rigió á toda la Cristiandad, y del cual era árbitro y Juez supremo el soberano Pontífice, que hablando á los reyes y á los pueblos en nombre de Dios, de la obediencia y de la fidelidad debidas, llevaba la justicia y la paz á los tronos de los más poderosos monarcas y á los humildes hogares de las aldeas; pero llegó una época luctuosa en la historia de las naciones de Europa, y en ella se negó la obediencia al Pontífice, se secularizó la política, y se habló á los pueblos en nombre de la libertad y del progreso; y entonces se formaron en el seno de la Europa cristiana esas tempestades sociales y religiosas que llamamos las revoluciones; fenómeno singular y nuevo en la historia de la civilización, y contra el cual es impotente la diplomacia.

En Grecia se sublevan los ilotas, los plebeyos de Roma se retiran al Aventino, los Circunceliones en los primeros siglos de nuestra Era y los pobres de Lyón después, recorren las comarcas y devastan los pueblos; pero todos esos movimientos sociales no son la Revolución, sino la lucha del espíritu de rebeldía y de las pasiones que dominan á los hombres: la revolución es la negación y el desprecio de toda autoridad legítima ordenada por Dios.

En la revolución entran como partes principales, la herejía, la injusticia, la ambición y el egoismo humano.

Antes del protestantismo, las herejías tuvieron carácter particular, negando unas un dogma, otras otro; pero el libre examen de la reforma se opuso en primer término á la autoridad de la Iglesia, fundamento de todos los dogmas; y por esta razón, cuando el libre examen se aplicó á la sociedad, nacieron esas luchas de los pueblos contra los soberanos, y de éstos contra sus pueblos; luchas inspiradas por las nuevas doctrinas y sostenidas por el derecho que cada parte se atribuía para que prevalecieran sus ideas y el sistema de gobierno que se proponían; y esto es lo que forma el espíritu de la revolución y sus obras perturbadoras.

En Alemania, donde primero se separaron los pueblos de la Iglesia, no tuvo la Revolución un carácter general por los distintos principados en que estaba dividida; mas en Inglaterra, el movimiento revolucionario se generaliza, y se encuentra con un rey y lo decapita; lo mismo hace después en Francia, donde halla un trono trece veces secular y lo hecha por tierra, llevando á la guillotina al infortunado Luis XVI; como en España destierra á Isabel II, rompe la unidad católica y concede la libertad de blasfemar de Dios.

En presencia del espíritu revolucionario, los reyes sintieron vacilar sus tronos, y no teniendo base firme en que apoyarse, transigen con la Revolución, aceptando algunos de sus principios y pactando con sus súbditos la clase de libertades que habían de gozar; y entonces se formaron las constituciones más ó menos liberales y revolucionarias; pero como ni los reyes separados de la fuente de la justicia podían ser justos, ni los pueblos leales, continúa la lucha de los reyes contra la exigencia y rebeldía de los pueblos, y la de éstos contra las injusticias y el despotismo de los reyes; entonces todos los gobiernos, para defenderse, empezaron á aumentar sus ejércitos.

Con la paz armada, no se pueden contentar los hombres; porque por un lado es insostenible á causa de los gastos que origina, y por el otro, no sirve para acabar con las ambiciones de los hombres, ni tampoco hace más justos y benéficos á los gobiernos.


Los gritos de la revolución, se han venido acallando con la fuerza y las concesiones por algún tiempo, pero ya los verdaderos amigos de la revolución se han cansado de esperar su triunfo completo en todos los órdenes y para todos los ciudadanos, y no quieren libertades á medias, ni que unos se sienten á la mesa opípara del presupuesto y otros no tengan ni migajas que comer; ni tampoco quieren que unos trabajen hasta ser víctimas de su desgraciada suerte, y otros no tengan más que pensar en nuevas comodidades y en placeres nuevos; y como no ven en lo humano razón alguna para esta espantosa desigualdad, y no han aprendido la resignación cristiana, en el paroxismo de su despecho y amargura han declarado la guerra á los ricos y á los burgueses, á los gobiernos y á la sociedad, y levantan, llenos de envidia y de furor, la negra bandera de la Anarquía.

Siendo el anarquismo un desarrollo procaz de la Revolución, no se puede combatir con éxito, sino acabando con ella, es decir, dejando de ser revolucionarios los gobiernos, para que en los pueblos desaparezca la Revolución.


Los representantes de los gobiernos europeos se reunieron en Roma para tomar acuerdos radicales contra los anarquistas.

Nos parece bien que se castigue con rigor á todos los criminales de cualquier clase y condición que sean: pero ¿por qué no se han castigado antes los delitos políticos y las usurpaciones realizadas en nombre del derecho nuevo y de la unidad de las naciones?

Por esta razón, y porque nunca han sido buenos jueces los delincuentes y usurpadores, no había que esperar de esa asamblea ningún buen resultado.

La primera grave falta cometida por los gobiernos, fué la de elegir á Roma para el mencionado congreso.

Cualquiera otra capital hubiera ofrecido menos inconvenientes; pero la capital del orbe católico, donde se halla el romano Pontífice despojado de su poder temporal contra toda justicia, derecho y conveniencia, no es apropósito para que se condenaran allí los crímenes de los hijos de la Revolución, en presencia de su víctima soberana.

Los gobiernos, movidos sólo por el interés de su propia conservación y por la necesidad de defender á las sociedades del nuevo enemigo, hicieron todos los esfuerzos imaginables, que no pueden menos de resultar insuficientes, porque desconocen la raíz del mal y el remedio oportuno.

Sin duda, en la ciudad del Lacio, para designar el lugar de la reunión y su objeto, pondrían este rótulo:

Adversum anarquistas conventus.

Y también pudo suceder, que otro moderno y atrevido Pasquín, conociendo á los congresistas y lo que había de resultar de sus acuerdos, lo rectificara con este otro:

Cœci cumt, et duces cœcorum.

Nosotros, desde lo bajo de nuestra pequeñez é ignorancia, nos hubiéramos atrevido á decir á esas majestades, altezas y señorías representadas en Roma; que si en verdad querían matar el anarquismo, sin exterminar á los anarquistas, practicaran este nuestro consejo:

Czares, Emperadores, Reyes, Presidentes de las Repúblicas, Príncipes y Duques, mandad á vuestros representantes que abandonen el lugar del Congreso, y presididos por el más anciano y respetable de ellos, se dirijan todos juntos al Vaticano, donde está depositada la luz del Cielo, y allí, ante el trono más augusto de la tierra, postrados á los piés del Soberano Pontífice, diga el que preside:

SANTÍSIMO PADRE: Los soberanos de Europa, á quienes hemos venido á representar en las conferencias contra el anarquismo, nos han ordenado oficialmente que nos presentemos á vuestra Santidad declarando:

Que al fin han comprendido la inutilidad de todos los esfuerzos que hagan contra los anarquistas sin la guía y cooperación de la Iglesia Católica, única que en nombre de Dios puede dar la paz á los hombres y á las Naciones.

Reconocen también que una Encíclica de vuestra Santidad, aceptada benévola y fielmente por los gobiernos y los pueblos, puede producir por las luces de la verdad y el bálsamo de la caridad que brotan de la mente y del corazón del mejor de los padres, mayores bienes y más felices resultados que todos los decretos de los reyes más poderosos y respetables.

SANTÍSIMO PADRE: Los gobiernos que representamos, me ordenan que haga confesión de sus culpas ante el sucesor de San Pedro: ellos se arrepienten de todas las iniquidades que han cometido y de los despojos inícuos é inmensos latrocinios que han sancionado; y conocen ya claramente, que toda hostilidad que se hace á la Iglesia de Dios y toda oposición á sus enseñanzas infalibles, se convierten en guerras entre los hombres y llenan de tinieblas al mundo.

La última orden secreta que hemos recibido, la acabamos de cumplir, intimando en nombre de la Europa cristiana al usurpador de Roma, al rey excomulgado Humberto I de Saboya, que en breve plazo abandone esta ciudad y elija otra capital, entre las muchas de Italia, porque nuestros gobiernos se han persuadido hasta la evidencia, de que mientras el Hijo de Victor Manuel esté en Roma, el anarquismo estará en todas las naciones....


¡Pobre y desventurada España! Tú que habías puesto el mayor empeño en asemejarte á esa Europa en la libertad, en el progreso y en la civilización, ya conoces, por lamentable experiencia, lo que puedes esperar de ella en tanto no realice ese acto de reparación y de justicia que hemos imaginado.

Después de la gran iniquidad y del robo sacrílego, triunfante y subsistente, cometido contra el Principado civil y la libertad del Romano Pontífice, ¿no había en toda la redondez de la tierra otros Estados que pudieran ser objeto de un nuevo latrocinio, más que nuestra infeliz España?

¿No hay otras naciones débiles, con ricas posesiones codiciadas por los fuertes?

¿No existen imperios infieles, bárbaros y tiránicos que conquistar y civilizar?

¿Por qué el humanitarismo de los Estados-Unidos y su poder colosal, representante del progreso moderno, se ha levantado contra España para despojarla de sus ricas colonias y hundirla en el mayor abatimiento?

No busquemos la contestación á estas preguntas en los cálculos humanos, ni en los secretos de los gabinetes diplomáticos, ni siquiera en los antros de la masonería cosmopolita.

Todos los poderes del infierno y todas las potestades de la tierra y todas las cábalas de la ambición, no hubieran podido arrebatar á España un islote, ni domeñar por un instante la bravura del león castellano, si España no se hubiera hecho digna de que Dios la abandonara.

Antes que ella, otra nación, que también tuvo reyes santos, fué destrozada por sus enemigos; y España es más culpable que lo fué Polonia, porque ha recibido mayores beneficios y fué más fuerte que Cartago, más grande que Roma, más fiel que la Francia de Carlos-Magno, y fué vencedora de Napoleón; pero ha sido más ingrata y desleal que Inglaterra y que la misma Italia, porque había salvado su unidad religiosa de todos los peligros y la sacrificó al imperio de la Revolución, después de reconocer el sacrílego reino italiano.

Si el más obligado por los títulos de la justicia, de la piedad y del honor á defender al inocente le abandona, es más culpable que todos; y esto ha hecho España, y con razón podemos decir, que por su aquiescencia ha triunfado en el mundo la Revolución, cuando se entronizó en Roma.

Ahora España lamenta sus culpas tardíamente al tocar el abandono en que Europa la ha dejado, semejante al abandono en que ella dejó al Romano Pontífice.


Nadie duda de que es grande el poder de los hombres; ellos perforan las montañas, allanan los valles, cruzan los mares con la velocidad de los vientos, encadenan los rayos de las tempestades y hacen que la luz estampe en las cartulinas las maravillas de la creación; pero no pueden suspender ni variar las leyes naturales, que son superiores al poder de todos.

En el orden moral, los límites del poder humano son más extensos: pueden los hombres despreciar la religión, conculcar la justicia, desconocer el derecho, interrumpir la paz, y en el santuario de las leyes proclamar el imperio de la fuerza bruta, del ateismo y de la Revolución: pero también tienen potestad para venerar la religión, restablecer la justicia, constituir el derecho, determinar las leyes, enaltecer la fuerza moral, vencer la Revolución y condenar el absurdo ateismo; haciendo que reine en el universo la fraternidad cristiana, la igualdad y la libertad verdaderas, heraldos de la civilización y de la gloria del Salvador de los hombres.

VII

Voz de justicia...—Causas principales.—Su naturaleza y sus combates.—Luchas nuevas y problemas antiguos.—El progreso y la civilización desnudos.—Los sentimientos humanitarios desenmascarados.—La justicia salvadora.

SEGÚN las ideas en que se inspiran, las aspiraciones que tienen, los hechos que realizan, y por ende, los méritos que contraen, reciben las sociedades, daños ó beneficios, según el orden de la justicia que reina sobre todos los seres morales.

Como las naciones no tienen más que la vida presente, en ésta son premiadas con bienes temporales, ó castigadas, ya cayendo ante la injusticia de los hombres, ya siendo azotadas por la justicia divina, como ha sucedido á nuestra patria, por haberse apartado de los senderos del bien.

En todo el mundo no existen más que dos causas principales, la causa de Dios y la causa de los hombres: la primera está representada y defendida por la Iglesia y por los fieles que le están sumisos, la segunda no tiene institución propia y la representan los hombres libres con las asociaciones que forman y la propagan con las fuerzas de su ingenio y de su efímero poder.

La primera es inmortal, y transitoria la segunda: pero si la causa de Dios no puede faltar en el mundo, se debe tener presente que no se halla vinculada á una ú otra región, á esta ó aquella raza, es la causa de todo el género humano y puede acabarse en unos pueblos y propagarse en otros.

Hasta el presente, por ejemplo, la causa de Dios ha tenido su vida y su representación propia en nuestras colonias: de aquí en adelante podrá vivir en ellas la Iglesia católica, pero no como vive la madre entre sus hijos.

¿Por qué se ha obrado este cambio, sino porque allí ha triunfado la causa de los hombres?

Dios permite el triunfo de la injusticia para castigar á los pueblos que han dejado de sostener dignamente su causa; y la Iglesia, al sufrir las consecuencias del poder humano, se prepara para conseguir nuevas victorias, mientras que la nación culpable es realmente castigada.

Ya la bandera de España, enarbolada por el genio de Colón, no existe en el Nuevo Mundo, y los laureles que tremolándola alcanzaron tantos insignes capitanes, se han marchitado; ya las hermosas bahías de la Habana, de Puerto Rico y de Manila no reflejan los colores del pabellón español izado sobre sus fortalezas; ya en los días de los patronos de España no será saludado con el estampido de los cañones en aquellos mares; ya la armoniosa lengua de Castilla no dictará leyes á ambos mundos; ya se han desprendido las mejores perlas de la rica corona de los reyes católicos, ya la soberanía de España no existe en América ni en la Occeanía.


La indiferencia con que verá el mundo ese cambio de soberanía, no podemos tenerla nosotros, que vemos interrumpido el destino de España, vemos las luchas de las razas y el triunfo de la fuerza contra el derecho, que señala rumbos peligrosos á la civilización.

Había la cristiandad quitado á las guerras la ferocidad y la barbarie, y no pudiendo evitarlas enteramente (porque habrá guerras mientras haya hombres ambiciosos y enemigos de la paz) las había reducido á las justas y á las de legítima defensa; y para librar á los guerreros de sus deseos de venganza y del latrocinio, hizo de la milicia una profesión noble y hasta religiosa. Las órdenes militares fueron en los siglos cristianos el modelo de los ejércitos civilizados, que servían á la causa de la justicia.

Pero ni los hombres ni los pueblos en general, quieren ya servir la causa de Dios, y tremenda y llena de problemas difíciles se presenta la causa de humanidad, emancipada de la Iglesia.

¿Quién obtendrá en el mundo la hegemonía?

¿Será la raza anglo-sajona, arrebatando á la latina su antigua preeminencia?

¿Quién dominará al envejecido Oriente?

¿Cuál será el porvenir de la raza amarilla y de los pueblos infieles?

¿En el siglo XX, será el mundo católico ó presa del anarquismo?

En lo humano, todo lo que haya de suceder parece que está sujeto á la potencia de los acorazados y al poder de los cañones y de los fusiles de tiro rápido: pero éstos se pueden caer de las manos de los mercenarios, los otros derrumbar las murallas de la iniquidad, y aquéllos hundirse en los mares; y sobre las ruínas del poder de los hombres, irá adelante la nave de la Iglesia conduciendo todo lo que se salve de la catástrofe de la iniquidad.

Un día se oyó en el mundo una palabra que no había salido de las academias de Grecia, ni de los liceos de Roma, ni de las Sinagogas de los judíos, ni era el oráculo de los templos paganos, ni la voz de la ciencia antigua; y esa palabra que oyeron los habitantes de Jerusalem, los del Ponto y la Galacia, los de Siria y la Bitinia, los que habitaban la Mesopotamia, los persas, griegos y latinos, hizo que todos los hombres se reconocieran como hermanos, porque era la palabra de Dios: y después de diez y nueve siglos, aquellos que se tienen por humanitarios y civilizados, destruyen en lo posible los efectos de esa palabra divina y renuevan las guerras de razas y la lucha de los fuertes contra los débiles.

En los pueblos antiguos, muchos de los problemas modernos estaban resueltos por la ignorancia, la esclavitud y la tiranía: pero las sociedades cristianas no pueden soportar por mucho tiempo el dominio de la fuerza, ni vivir como esclavas, ni tolerar los absurdos de la impiedad: por esta causa, en unas latente, en otras manifiesta, existe en todas las naciones esa lucha de la verdad contra el error, de la justicia contra la iniquidad, del derecho contra la fuerza, ya proceda ésta de los reyes, ó de los pueblos por medio de los presidentes de las Repúblicas.


Si los principios y las doctrinas de la civilización moderna fueran verdaderos, buenos y conformes á la naturaleza y al fin de las sociedades, es indudable que serían mejores y más perfectas aquellas en las cuales, su aplicación é imperio no tuvieran límites, ni hallaran obstáculo alguno: y si son falsos, perjudiciales y opuestos al bien general, es evidente que llevarán mayor ó menor perturbación y daños á las sociedades en que sean admitidos y practicados con más ó menos extensión y sentido lógico.

No cabe duda de que la corrupción de las costumbres, la iniquidad triunfante, la fuerza en lugar del derecho, la indiferencia religiosa en unos hombres, la impiedad sistemática en otros, la oposición de los gobiernos á la autoridad de la Iglesia, la audacia de los herejes y de los sectarios, fomentada por la licencia más absurda, las intrigas de la masonería y todas las pasiones sin freno, son frutos propios de esos principios deletéreos y de esas falsas doctrinas, que han penetrado en el espíritu y en la vida de los pueblos separados de Dios.

Los Estados-Unidos ofrecen un ejemplo notable.

Constituídos conforme á las doctrinas de la independencia y de la indiferencia religiosa, de la secularización social y de la libertad en todas sus manifestaciones, habían de verse allí los efectos naturales del sistema.

Allí se han realizado los sueños de la democracia, los deseos de los republicanos, las aspiraciones de los hombres que no quieren religión del Estado, ni mandamientos divinos en la vida pública: allí el pensamiento es libre y la prensa libérrima y los ciudadanos no tienen más restricciones en sus actos públicos que la de sus faltas y la vara del polizonte; allí el pueblo manda, la masonería impera y gobierna la opinión pública; allí el último aventurero que llega, puede después de algunos años, presidir á setenta y cinco millones de hombres; y halagando sus pasiones y favoreciendo sus intereses, arrastrarlos á las empresas más inícuas y descabelladas: allí, donde las riquezas son tan caudalosas como sus ríos, y son fabulosos sus inventos y sus ciudades soberbias como Babilonia, allí debían presentarse desnudos el progreso y la civilización y desenmascarados los sentimientos humanitarios y todas las mentiras del siglo presente; porque superior á todo lo ingenioso, útil y naturalmente bueno que tengan los Estados-Unidos, es la injusticia, el atropello y la barbarie que han cometido con España y están cometiendo con Filipinas.


Siendo Dios tan justo y bueno, no podía permitir sin altísimos fines los males que vemos y tocamos.

Entregado el mundo á las locuras de las invenciones humanas, necesitaba en este fin de siglo una lección ejemplar para que aprendiera, que ni los hombres, ni los pueblos, pueden ser justos sin la justicia divina.

Nuestra patria se iba apartando de ella, y los Estados-Unidos han querido ser algo más que el azote de Dios, y poseídos de loca ambición y de codicia insaciable, emprenden otra guerra de conquista al imponer su soberanía á las islas Filipinas, contra la voluntad de sus naturales.

Se ha dicho que nunca fueron buenas las segundas partes, y así resulta patente la iniquidad y la traición de los norteamericanos en esa guerra en que un pueblo libre quiere privar á otro de su independencia.

Emancipados de España por el triunfo de la insurrección que ellos favorecieron, tienen los filipinos derecho á su independencia natural; y toda conquista que se haga por los americanos es injusta y contraria al derecho de gentes: pero empeñándose los Estados-Unidos en proseguir su falta, la agravarán cometiendo el crímen de exterminar un pueblo para dominarlo, y las grandes naciones civilizadas que presencian ese horrible espectáculo y no lo impiden, se hacen cómplices de la injusticia y de la inhumanidad de los Estados-Unidos, que demuestran con los hechos cuán bárbaro es el progreso moderno y qué horrible es la civilización, que emplea sus fuerzas poderosas en el latrocinio y en el asesinato.

Si nuestra patria hubiera expiado todas sus faltas, ninguna ocasión como la presente para conocer que no puede hallar justicia en las naciones civilizadas con la civilización moderna; y que el hambre y sed de justicia que siente para reparar sus desastres y regenerar su vida, sólo sus hijos pueden satisfacerla, buscando esa justicia salvadora que eleva á los pueblos, librándolos de las miserias del pecado.

VIII

Voz de esperanza...—La gran crísis.—Palabras de moda. Todos conformes.—Programa de regeneración.—Los temores de Silvela.—El pueblo español, el gobierno y la Iglesia católica.

Por la espaciosa esfera de este mundo
En alas de la dulce libertad
Un pueblo á la ventura caminaba.
Hasta que llegó á dar en el profundo
Abismo de su loca veleidad,
Que le impide la marcha que llevaba:
Y por temor á la cercana muerte
Párase al fin á deplorar su suerte.

COMO expresan una verdad notable y se acomodan á nuestro propósito, tomamos de un poeta mediocre estos pensamientos.

Es evidente que nuestra patria venía caminando sin rumbos fijos, arrebatada por el torbellino de insensatas aspiraciones y de falsos ideales, que la han traído á una crísis espantosa.

¿Se agravará más la enfermedad que padece, ó empezará España á mejorarse hasta recobrar enteramente la salud?

Esto es lo que ahora hemos de considerar.


Hay palabras afortunadas como algunas personas y cosas, que llegan á estar de moda, cual los últimos figurines venidos de París.

En el siglo presente, la palabra libertad no ha reconocido fronteras: en todos los pueblos se ha aclamado y en algunos llegó á la apoteosis.

Desde el siglo XVI, la palabra Reforma viene resonando por todas partes: la Iglesia consideró necesaria la Reforma y comenzó á hacerla, pero sus enemigos tomaron la bandera y por ellos se hizo la falsa Reforma.

Y desde entonces todo se ha querido reformar en el mundo: las ciencias y las artes, el derecho y las leyes, las costumbres y la sociedad, y todo se ha trastornado, como lo fué la religión en las naciones en que triunfó el protestantismo: los hombres no pueden tocar los principios sagrados de la religión, de la sociedad y de la familia, sin profanarlos y destruírlos.

España, la nación más libre del universo con la libertad de los hijos de Dios, quiso también, mal aconsejada, tener su libertad liberal y sus reformas políticas, y desde esa fecha su decadencia se precipitó, como la bola puesta en un plano inclinado.

La catástrofe que nos aflije, ha hecho olvidar á muchos las palabras reforma y libertad, para recordar á todos la palabra REGENERACIÓN.

Ésta es la que se oye por todas partes, la que escriben los periodistas, la que proclaman las asambleas del comercio, la que invocan los políticos fracasados y la que sirve de bandera á los que ambicionan el poder.

Quiera Dios que ya que tan cara nos ha costado la libertad, y tan mal nos han salido todas las reformas, que no caigamos en más hondo abismo al emprender el camino de la regeneración de la patria.


Pocas veces se manifiestan en una nación unánimes los pareceres, como ahora entre nosotros.

Todos los españoles, ya inocentes, ya culpables, ora blancos, ora rojos, estamos conformes en dos cosas: en que nuestra patria se halla necesitada de una urgente y completa regeneración, y en que todos los políticos son culpables de su actual abatimiento: lo primero es verdad de sentido común, y lo segundo lo han declarado los mismos interesados, desde Montero Ríos con su cuento de Meco, hasta Canalejas que sigue siendo político por expiación.

Tan grandes son las calamidades que sobre nosotros pesan, tan terribles las decepciones que hemos sufrido, tan notorias las faltas y desaciertos de los políticos, y, por último, tan tremendos los castigos á que Dios nos ha sometido, que han abierto los ojos á los que no querían ver y á los insensibles les han dado exquisita sensibilidad; por este motivo y excepcionalmente es ahora general y verdadera la opinión de los españoles.

Mas por desgracia nuestra y porque España tiene, sin duda, que pasar todavía por muchas amarguras, esta conformidad desaparece apenas se trata de lo que ha de constituir la regeneración.


Se han dado ya á luz muchos programas regeneradores: con uno bueno y bien practicado nos contentaríamos todos los que queremos se haga el milagro, sea éste ó aquél santo el salvador de España.

Quieren unos, que la regeneración sea ó empiece por el orden económico; otros por el político social, y algunos creen que ha de ser moral y religiosa.

Los primeros no piensan más que en el aumento de las riquezas por medio de la explotación de sus fuentes y del desarrollo de la industria y del comercio.

Los segundos, piden reformas políticas y sociales para que las libertades públicas y las iniciativas de cada uno produzcan todos los frutos que han impedido los vicios del sistema y las faltas de los gobiernos.

Y los que piden la regeneración moral y religiosa desean que se comience por negar al error, á las sectas y á la impiedad los derechos que no tienen, y se proclame el respeto y la obediencia á las leyes divinas antes que á las humanas.

Los políticos que han pedido y alcanzado el poder después de los grandes desastres, no podían menos de llevar al gobierno sus programas de regeneración, que, como es natural, se habían de refundir en el del presidente del consejo de Ministros.

Ya nadie se acuerda del programa de Polavieja, ni de las tendencias regionales de otros Ministros, y para la regeneración de España sólo nos queda oficialmente el programa de Silvela: mas como este señor, desde que quiso presidir el gobierno de la nación, ha dado tantos programas, tenemos que reducirlos á su común esencia, esto es, á la selección, á la liquidación y á la moralización.

Selección entre las personas, liquidación de las colonias, moralidad en la administración.

Ya hemos visto como ha cumplido el Sr. Silvela la primera parte, recusándose para que entraran en el Congreso los masones y los traidores de la patria.

La segunda la ha realizado sin dificultad, firmando la venta á Alemania de los tres archipiélagos que nos quedaban en la Occeanía; y la última queda aplazada hasta que el Sr. Villaverde reuna nuevos fondos públicos que puedan ser bien administrados.

Estas son las partes positivas del programa regenerador, que á nadie satisface, ni á los mismos que de él están viviendo políticamente.

Ahora debemos ocuparnos en la parte negativa, que es, sin duda alguna, la más interesante.


Todos los que conocen al Sr. Silvela ó se fijan en sus declaraciones, saben muy bien que tiene dos grandes temores: teme á la reacción y á la dictadura; y como no le falta talento, sus razones tendrá para manifestar estos temores.

Nosotros sólo podemos juzgar de que iría del brazo del mismo Morayta, porque no le tengan por reaccionario; y respecto de la dictadura, como él no puede ejercerla y ella le privaría del poder, por esta causa la teme.

Pero estas son razones extrínsecas, y nosotros vamos en busca de las fundamentales.

Temen todos los políticos liberales la reacción y la dictadura, porque ellas solas pueden regenerar á España, y ellos, si quieren, no pueden.

Por la cabecera de un ilustre enfermo han pasado todas las notabilidades médicas de la nación; y ya en juntas consultivas, ya particularmente imponiendo su parecer el médico de cámara, han ensayado con el paciente toda clase de métodos curativos, agotando la farmacopea y no olvidando los modernos específicos: en lo que más se han manifestado conformes es en que el enfermo necesitaba mucha libertad y nada de reposo, ni de molestas ligaduras, ni cáusticos.

Y después de muchos años, el enfermo no consigue el menor alivio y va perdiendo las fuerzas hasta el extremo de que algunos doctores han declarado, que no sienten ya el pulso indicador de la vida.

Pero es lo cierto, que todos convienen en que la enfermedad no es mortal, que el ilustre enfermo puede aliviarse y recobrar la salud perdida: luego si no mejora, es por la deficiencia de las medicinas ó por culpa de los médicos, que ignoran las más eficaces ó tienen interés en que continúe la enfermedad para cobrar sus honorarios.

¿Quién no ve en ese ilustre enfermo al pueblo español, que no han podido vigorizar ni engrandecer todos los políticos que con el sistema liberal se propusieron hacerlo feliz y poderoso?

Algunos de la familia quieren que se llamen á los curas á ver si con sus exhortaciones y consejos consiguen mejorarlo.

Nunca está demás un sacerdote á la cabecera de un enfermo; pero la misión de la ciencia hay que dejarla á la ciencia misma; y en este caso con mayor motivo.

España no se puede reconstituir sin la política y sin los políticos; la una y los otros son necesarios para gobernar á los hombres en sociedad: así lo ha ordenado. Él mismo que dispuso fuera su Iglesia dirigida y gobernada por sus ministros.

Si una mala política y unos políticos peores han degradado y corrompido á España, otra política y otros hombres podrán regenerarla.

Y no hay que juzgar las doctrinas por los hombres, sino á éstos por sus doctrinas; y como los liberales están ya por ellas juzgados y condenados hasta en su propio juicio, no es posible que ninguno de ellos, ni sus partidos puedan regenerar á España.

Los buenos médicos procuran una reacción en sus enfermos cuando es necesaria; ¿por qué los políticos, como Silvela, temen á la reacción, si es indispensable para salvar á nuestra patria de la presente crísis? ¿Y si esa reacción no puede verificarse más que por una especie de dictadura, venga mil veces la dictadura franca, antes que una sola vez la mayor postración de España?

Hagamos, por lo tanto, los sacrificios necesarios para librar á nuestra amada patria de todos sus enemigos interiores y después de los exteriores.


Engañan al pueblo y lo seducen criminalmente, todos los que dicen que es soberano, y luego se burlan de su ignorancia, lo explotan y dominan, constituyéndose en sus maestros y representantes.

El pueblo nunca ha sido, ni es, ni será soberano en el sentido que le dan los liberales: el pueblo debe ser objeto de la solicitud y del amor del soberano; para el pueblo, Dios ha constituído los poderes públicos; la Iglesia y el Estado existen para servir, dirigir, enseñar y salvar á los hijos del pueblo.

Siempre menor, no tiene el pueblo la inteligencia de las clases elevadas; pero tiene el sentido común y razón suficiente para conocer á los gobernantes que se interesan por su bien y le hacen justicia, y entonces los ama y muere por defenderlos; pero cuando son egoistas ó injustos, como los gobiernos liberales y no está el pueblo del todo sugestionado, entonces desprecia á esos gobernantes, no los ama y sólo quiere el remedio de sus males.

Sin poder directo para el gobierno de los pueblos en lo temporal, Dios ha puesto á su Iglesia entre los gobernantes y los gobernados, para hacer á éstos dóciles con sus doctrinas y preceptos saludables, y á los otros, justos y benéficos.

Cuando á título de una independencia mal entendida y de una libertad falsa se prescinde de la Iglesia, entonces los gobiernos se ven privados en el cumplimiento de sus deberes de las luces superiores, y los pueblos no tienen quien los proteja y libre de la ambición de los hombres y del despotismo de los imperantes; si las potestades públicas yerran y no son justas y buenas algunas veces, ahí está la Iglesia, que es infalible y santa, instituída por Dios en el mundo para dirigirlas y salvarlas.

IX

Voz de temores...—El exceso del mal.—Los odios.—Los políticos de oficio y la Revolución de arriba.—Nuestra dedicatoria.—El todo por el todo.

MUY fundados son los temores de España ante el gran problema que tienen que resolver sus hijos con la mayor urgencia.

Muchos, con infantil candidez, han venido creyendo, que cuando llegaran las cosas públicas al exceso del mal, entonces vendría el remedio impuesto por la dura ley de la necesidad.

Ahora conocerán, que de los males sólo Dios puede tomar ocasión para superarlos con la abundancia de bienes: el mal, por su naturaleza, produce el mal, como la corrupción insectos inmundos.

Mal, muy mal llegó España á encontrarse al principio del siglo; peor después cuando perdió sus grandes colonias en América, y en la península adquiere ardor bélico la división de los españoles; y acabadas las primeras guerras civiles, confiaron muchos en que la paz nos daría alguna bienandanza; pero una revolución insensata abrió las puertas del abismo para derramar sobre España innumerables plagas, que han sido, como los gérmenes de las que ahora lamentamos, sin consuelo ni alivio.

Todavía, nadie lo dude, podemos estar peor y llegar á ser fácil presa de nuestros implacables enemigos, si al torrente de las calamidades que nos arrastra, no oponemos el remedio que está á nuestro arbitrio, cegando con valor las fuentes del mal con el bien en pro de la nación.


Hay males más terribles para un pueblo que la pérdida de sus bienes y de una parte de su territorio y la muerte de millares de sus hijos, y esos males son los odios de unos ciudadanos contra otros por las diversas ideas y sentimientos que dominan en los ánimos y que se manifiestan en las grandes crísis.

Hemos visto con inmenso dolor á algunos españoles, formar sectas y asociaciones que han hecho traición á nuestra patria, y cuando sus corifeos principales debían, por lo menos, estar avergonzados y retirados de la vida pública llorando sus crímenes, se presentan audaces á provocar á las víctimas de su iniquidad, excitando los odios contra los inocentes.

Nadie podía creer que los Moraytas y Blasco Ibáñez, pidieran los decretos de la Revolución en los tiempos de la Regeneración.

¿Cómo no ha de temer España que el odio enconado de sus hijos sea un impedimento gravísimo para restañar sus heridas?


Llamamos políticos de oficio, á todos los que por ambición, deseo de lucro ó de aura popular, se dedican á la política: éstos son enemigos de la autoridad que ellos no ejercen, del pueblo que avasallan para dominarlo, y tienen por contrarios á todos los de su oficio que no los favorecen ó no reconocen su jefatura ó partido.

Son, por lo general, excépticos, presuntuosos y tan audaces como lo requiere la profesión. Para salvar las apariencias, proponen algo y prometen más, y como todos no pueden á la vez explotar á la nación, han inventado el turno de los partidos y ese convencionalismo político, que es la mentira menos dañosa de sus falsos principios y procedimientos corruptores.

¿Y creen algunos que esta clase de hombres podrán hacer un cambio radical en el régimen del Estado, ó una revolución desde arriba?

Sueñan despiertos todos los que esperan algún eficaz remedio á nuestras desgracias, procurado por semejantes políticos.

«El Sr. Silvela, ha dicho un escritor, ve claramente la necesidad de una revolución, pero no la siente, ni en todo caso acierta á encontrarle la embocadura.»

Si esto puede decirse, con verdad, del prohombre de la selección y regeneración ¿qué se puede esperar de los demás?

Los liberales jamás echarán por tierra su obra: ellos no confesarán sus errores, ni renunciarán á la centralización, ni suprimirán esos organismos, que, como las diputaciones provinciales no sirven más que para el fraude; ellos continuarán con el sufragio, sabiendo que es mentira y tendrán caciques, aunque sea una barbaridad.


Algunos de nuestros lectores, amigos de la claridad y enemigos de la confusión, dirían al empezar este libro: ¿por qué lo dedicará su autor á la Marina y al Ejército?

¿No es nuestra Marina la que ha perdido tantos buques sin causar apenas daño á los enemigos?

Nuestro ejército ¿ha conseguido algunas victorias?

¿Cómo á una Marina que sumergió sus barcos, y á un Ejército que ha entregado virgen la plaza más fuerte del Nuevo Mundo, se les hacen laudables dedicatorias?

Además, el conde de las Almenas ha dicho: que había que subir al cuello muchas fajas; y los tribunales de honor han expulsado á algunos como indignos de llevar el uniforme militar, y sin duda quedan otros que faltaron á sus deberes, descuidando á los soldados y no defendiendo sus puestos con la diligencia y el valor necesarios.

¿Por qué, pues, se dedican obras á los que tan mal parados se hallan, y no han hecho todo lo posible para salvar á la patria?

Nosotros no hemos dedicado nuestro trabajo á los culpables, que son una excepción, sino á la Marina y al Ejército que se han sacrificado en el cumplimiento de sus deberes y que han sido víctimas de la pésima dirección de los políticos y de las malas artes de la política.

Dedicamos nuestro trabajo al Ejército y á la Marina, porque cuando debieron sublevarse, han dado el ejemplo de la mayor disciplina, con el cual, y con la expiación sufrida, han reparado las faltas de otros tiempos; y como clases sujetas á una ley rigurosa, podrán, siendo fieles á ella y á los intereses de España, contribuir poderosamente á su regeneración.

Apesar de todas las teorías de libertad, de progreso y de civilización, ó más bien por las mismas, la fuerza pública es hoy un elemento importante en las sociedades, porque ella, bien dirigida y empleada, tiene el objeto inmediato de conservar el orden y de hacer entrar al mundo en razón, ya que de la razón prescinde.

Lo diremos sin rodeos: España no puede regenerarse sin que el Ejército y la Marina deshagan la obra que con su ayuda se levantó; pues los políticos de oficio, ni se arrepienten, ni se enmiendan, ni tienen valor, ni fuerza moral para regenerarnos.


Las naciones más civilizadas conservan su preponderancia, no abandonando sus tradiciones y apoyándose en la fuerza: tienen del pasado el espíritu nacional, y del presente los adelantos del siglo.

No se censura á Rusia porque siga en el cisma, ni á Turquía por que no haya abolido la falsa leyenda del Alcorán, ni Alemania porque siga el luteranismo, y sus sectas Inglaterra, y á España se le ha hecho por su fe la guerra más despiadada por propios y extraños.

Todos los que han combatido nuestra fe con el pretexto de la libertad y del progreso han sido los primeros enemigos de España, y hoy pueden ver el fruto de su obra nefanda, y la necesidad que tiene nuestra patria de salvarse, cueste lo que cueste.

X

RESUMEN Y CONCLUSIÓN

La luz brilla con un esplendor meridiano y todos los objetos se perciben con facilidad: el movimiento que las auras imprimen á las plantas y á las flores, anima de tal suerte la naturaleza, que forma un admirable concierto con el canto de los pájaros y el murmullo de las fuentes: el pintor que ante un paisaje semejante no hiciera un hermoso cuadro de perspectiva, bien puede guardar sus pinceles y borrar de su paleta los variados colores.

Guardaremos nuestra tosca pluma, sin emborronar en adelante más papel, si á juicio de nuestros compatriotas no hemos logrado siquiera imprimir en las páginas de este librito, algo de lo que todos vemos en la atmósfera, en las nubes, y en el cielo que envuelven como un sudario el dolor de España por sus muchas desventuras.

Hemos querido también consignar lo que la misma siente, y lo que desean los españoles, y todo lo que hay, palpita y vive en este gran pueblo español, digno de otra fortuna.

Por esta causa, en las voces de España hemos expresado todo lo que por ella sentimos; y en las reflexiones damos á conocer toda la indignación que abriga nuestro pecho contra sus bárbaros enemigos y los malos españoles que la han puesto en el presente marasmo.

Si los cuadros en que hemos dividido nuestro trabajo no resultan tan interesantes, dolorosos é instructivos como el asunto, es por nuestra falta de habilidad y de suficiencia, que nunca deploramos más que ahora, cuando tan grande es el amor patrio que debemos tener y manifestar.

Que los desaciertos y graves faltas de muchos españoles han traído sobre España las actuales desgracias, es una verdad tan evidente, que los mismos culpables lo confiesan: pero de las culpas de los españoles no son jueces sus enemigos, que pueden ser, como son en realidad, más culpables que nosotros; y como no sólo se han constituído en jueces, sino en verdugos nuestros, debemos reconocer que Dios ha permitido tan grande iniquidad para nuestro castigo; y para que se manifestase en un gran pueblo toda la hipocresía, mentira y barbarie que encubren con su espléndido ropaje el progreso y la civilización moderna.

Sabemos que á estas verdades y á los altos fines de la Providencia divina, no se dan por muchos la importancia que tienen; pero el mundo nunca se ha regido ni gobernado en lo que es transcendental, por el parecer de los hombres, sino por las leyes del orden superior.

La España oficial, en gran parte, había olvidado estas leyes y quería ser poderosa y prosperar con los errores y las invenciones humanas; así ha caído en tan grande abismo.

¿Reconocerá al presente el orígen de sus desgracias, y se levantará humilde procurando su remedio?

Mucho lo dudamos, porque no parece dispuesta á romper los ídolos que se ha fabricado; y si no interviene la Providencia, todo lo podemos considerar perdido.

No negamos que en el fondo del pueblo español hay todavía alientos para empresas mayores que la de la regeneración de España; pero por una parte no hay quien los excite y los dirija con éxito, para llegar al fin necesario; y por la otra se hallan sojuzgados tantos españoles por los bastardos intereses, por la ambición y las preocupaciones erróneas del sistema liberal, que se puede desconfiar de su buena voluntad y del espíritu de sacrificio que se necesita para salvar á España.

Los hombres y los principios que han arruinado á nuestra nación, no pueden ciertamente regenerarla.

Pueden cambiar los hombres, pero no los principios, que son por su naturaleza inmutables: y con doctrinas erróneas y un sistema corruptor, y por lo tanto, desacreditado, como el liberal parlamentario, no es posible que los hombres más hábiles, enérgicos y aun sabios, puedan reconstituir una nación que lleva en sus entrañas el tósigo mortal.

La experiencia proclama esta verdad: que un pueblo no se regenera si no vuelve á los principios y á las leyes que les diera el ser y la vida.

Hay, por lo tanto, imperiosa necesidad de abandonar mentirosos ideales, doctrinas y procedimientos falsos y opuestos al carácter de nuestro pueblo.

Todos los que hablan de regeneración y la quieren, y no tienen valor para renunciar al falso sistema que nos ha dividido y desolado, ó padecen una aberración ó no aman á España.

La obra es grande; todos los españoles estamos llamados á tomar parte en ella, poniéndonos debajo de la bandera de aquéllos ó de aquél que estén elegidos para sacar á nuestra patria del abismo en que se halla.

Contra el supremo interés de la nación, que no se levanten otros intereses: estemos todos dispuestos á sacrificarlo todo por la patria.

Nos parece que desde el fondo de su atribulado espíritu nos dirige este llamamiento para que la salvemos de los peligros que aún la rodean y amenazan.

La voz de España es la que nos llama á la concordia y á la acción generosa; ella conjura á todos los españoles para que acudamos presurosos en su auxilio; ella ruega, suplica y pide á sus hijos que se acuerden de sus grandezas pasadas y de sus males presentes: ella nos conmina para que entendamos que Dios no ha permitido la gran crísis en que se encuentra, sino para excitar el amor de sus hijos y levantarlos de su postración, para que libres de los errores, podamos librarnos de nuestros enemigos; y recobrando las perdidas energías, el valor legendario y el heroismo, mostremos á las naciones que España no muere, que si Dios nos ha castigado, ha sido para salvarnos; y que en tanto que nuestros soberbios enemigos serán humillados, se levantará el león español para volver con sus rugidos á llenar al mundo de espanto y de admiración.

FIN

INDICE

Capítulos. Páginas
 

Dedicatoria.

iii
 

Advertencia.

vii

I

La voz de España.—Los ideales.—Carácter del
pueblo español y su degeneración.—Idem del
americano, deducido de su breve historia.—Elogios
que se han tributado á los Estados-Unidos.—La
venta de Cuba.—La guerra popular
y Mac-Kinley conquistador.

9

II

Voz de indignación...—Importancia de la guerra
para España y los Estados-Unidos.—Causas
de la guerra.—El pueblo español y su gobierno.—Los
primeros desaciertos.—Cobardía monumental.—Duelo
á primera sangre.—Ellos
y nosotros.

27

III

Voz de dolor...—La guerra y la democracia.—Los
bárbaros del Occidente y sus ideales.—Anarquía
gubernamental.—El éxodo de la escuadra.—Invocación:
primeras víctimas.—Ansiedades.—Preparando
la catástrofe.—Santiago...
y abajo España.

51

IV

Voz de desolación...—Las ruínas de un imperio.—La
decadencia de una nación.—La fatalidad
y el progreso.—No hay efecto sin causa.—El
fin de la guerra.—Consummatum est.

64

V

Voz de aflicción...—Males sin remedio.—Culpas
de antaño, remordimientos de ogaño y notabilidades
oscurecidas.—Continuamos lo mismo.—Todo
ha fracasado.—El árbol maldito.—Una
esperanza.

70

VI

Voz de queja...—La Europa salvaje.—El origen
de la Revolución.—Aumento de los Ejércitos.—El
anarquismo.—Los ciegos en Roma
guiando á los ciegos.—Nuestro abandono.—El
poder que nos resta.

80

VII

Voz de justicia...—Causas principales.—Su naturaleza
y sus combates.—Luchas nuevas y
problemas antiguos.—El progreso y la civilización
desnudos.—Los sentimientos humanitarios
desenmascarados.—La justicia salvadora.

89

VIII

Voz de esperanza...—La gran crísis.—Palabras de
moda.—Todos conformes.—Programa de regeneración.—Los
temores de Silvela.—El
pueblo español, el gobierno y la Iglesia católica.

96

IX

Voz de temores...—El exceso del mal.—Los ódios.—Los
políticos de oficio y la Revolución de
arriba.—Nuestra dedicatoria.—El todo por el
todo.

103

X

Resumen y conclusión.

107

PRECIO: 50 CÉNTIMOS
Se vende en la Librería de San José, Francos nº 8—SEVILLA.

Errores corregidos
Todas las deficencias y fraudes=> Todas las deficiencias y fraudes {pág iii}
cuando al monotono arrullo=> cuando al monótono arrullo {pág iii}
leimos en nuestra juventud=> leímos en nuestra juventud {pág v}
hecha el ludribio de las naciones=> hecha el ludibrio de las naciones{pág 9}
Voz de aflixión=> Voz de aflicción {pág 10}
juntamente son el atraso intelectual=> juntamente son el atraso intelectual {pág 15}
Ahora un, pueblo de mercaderes=> Ahora, un pueblo de mercaderes {pág 16}
el poder y las prosperidad=> el poder y la prosperidad {pág 32}
M. Adams prevía bien la dificultad de la anexión=> M. Adams preveía bien la dificultad de la anexión {pág 23}
le primeire droit le force=>le premier droit le force {pág 29}
los fenómenos metereológicos=> los fenómenos meteorológicos {pág 31}
del progreso y de la civilizacion=> del progreso y de la civilización {pág 43}
En la memoria de todos los españoles quedaran impresos=> En la memoria de todos los españoles quedarán impresos {pág 47}
sálvense los princios=> sálvense los principios {pág 48}
España desmembrada y arruínada=> España desmembrada y arruinada {pág 48}
había de preveer interminables desgracias=> había de prever interminables desgracias {pág 49}
fuera esclava de todas las concupiscencia=> fuera esclavo de todas las concupiscencias {pág 51}
el día fatal de una guerra incidiosa=> el día fatal de una guerra insidiosa {pág 56}
la hora del descenlace=> la hora del desenlace {pág 63}
éste restaurador civi=> éste restaurador civil {pág 73}
hombres sin agnegación y sin carácter=> hombres sin abnegación y sin carácter {pág 69}
porque no han sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra=> porque no han sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra! {pág 71}
la dejarse dominar=> la de dejarse dominar {pág 79}
Más en una hora fatal=> Mas en una hora fatal {pág 79}
un hombre superir=> un hombre superior {pág 79}
la regeración de España=> la regeneración de España {pág 79}
recorren las comarcas y desvantan los pueblos=> recorren las comarcas y devastan los pueblos {pág 82}
Voz de juzticia=> Voz de justicia {pág 90}
es evidente que llevaran mayor=> es evidente que llevarán mayor {pág 92}
con las errores=> con los errores {pág 109}
primeras victimas=> primeras víctimas {pág 111}






End of the Project Gutenberg EBook of La voz de España contra todos sus
enemigos, by José María Avilés

*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA VOZ DE ESPAÑA ***

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Volunteers and financial support to provide volunteers with the
assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
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To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.


Section 3.  Information about the Project Gutenberg Literary Archive
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state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
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number is 64-6221541.  Its 501(c)(3) letter is posted at
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Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
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business@pglaf.org.  Email contact links and up to date contact
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