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POETAS

D E   C O L O R

POR

FRANCISCO CALCAGNO.

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Plácido. Manzano. Rodriguez. Echemendía. Silveira. Medina.

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HABANA.

IMP. MILITAR DE LA V. DE SOLER Y COMPAÑIA

CALLE DE RIOLA NUM. 40.

1878

POETAS DE COLOR.

PLACIDO.
JUAN FRANCISCO MANZANO.
AGUSTIN BALDOMERO RODRIGUEZ.
ECHEMENDIA.
ANTONIO MEDINA.

PLACIDO[1].

1.

Es una página muy triste, es una historia de lágrimas y duelo la que vamos á presentar al lector: la vida y muerte de Plácido, la mancha más negra de nuestra historia política y literaria, el baldon más ignominioso que puede echarse en cara á las instituciones y á la tiranía de otros tiempos; la vida y muerte del poeta mártir que hasta hoy sepultada en la oscuridad por la presion mortífera del despotismo aguardaba el dia de la libertad para ser revindicada ante los ojos del mundo.

Gran variedad de opiniones y de errores se han emitido acerca del nacimiento de Gabriel de la Concepcion Valdés (a) Plácido, poeta que fué por su vida y penalidades nuestro Tasso, por su muerte nuestro André Cheniér:[2] tiene razon la América Poética de Valparaiso cuando advierte «que fué raro en todo, en su orígen, en su genio, en su muerte.» Alguno le supuso fruto de los amores clandestinos de una señora de alto rango con un negro, su propio esclavo, y esta asercion, repetida por traductores estrangeros, ha sido de las más generalizadas; otros le han querido dar por padres á una blanca de humilde condicion y un africano libre; y un biógrafo que pretende tener datos irrefutables sobre su orígen, dice refiriéndose á su padre que fué «un personage cuyo nombre omitimos en razon del noble y sagrado ministerio que ejercia» y como hijo de madre esclava, le supone tambien esclavo, liberto por la generosidad de varios jóvenes á la manera que lo fueron algo despues Manzano y Echemendia[3]. Pezuela cree á su madre natural de Canarias. Nos consta que era de Búrgos y aun vive el poeta Velez que la conoció, y asegura que sobrevivió muchos años á su hijo: y no hemos aun mencionado otro (Aumont) que le supone poseedor de esclavos.

En medio de los comentarios á que su oscuro orígen da lugar, ocurre pensar que ni siquiera toca al siglo pasado. Preso en Trinidad en 1836, en el proceso que se le formó, el mismo Plácido declara ser hijo de blanca: algo revelaba ya su soneto «Ciega deidad que sin clemencia alguna», pues para una africana ó persona de color nunca hubiera existido aquel férreo muro del honor, interpuesto entre el materno tálamo y la cuna del hijo.

Por nuestra parte podemos dar por sentado que su padre fué un mulato peluquero, Diego Ferrer Matoso, su madre una bailarina española del teatro de esta ciudad; pero él no se llamó ni Matoso, ni Valdés: como Miguel Angel él se dió un nombre al tomar un seudónimo para las letras, y con ese seudónimo la literatura lo trasmite al aplauso de la posteridad: ¿quién se acuerda de los Buonaroti al hablar de Miguel Angel? Tambien convienen todos en que nació en la Habana (Marzo de 1809) siendo bautizado en la R. C. de Maternidad en 6 de Abril del mismo. A los pocos dias le retiró de allí su padre y le guardó á su lado, dándole la imperfecta educacion que estaba á su alcance: asistió á la escuela de Belen, luego á la de Bandaran. Un condiscípulo suyo, hoy portero del Ayuntamiento de esta ciudad, nos asegura que era revoltoso, pero muy inteligente y que á menudo lo empleaban en repasar á los más chicos, en calidad de ayudante. Sin embargo, su infancia fué abandonada; la pasó en un estado próximo á la miseria, y muy temprano tuvo que subvenir á sus necesidades, trabajando en el oficio de peinetero, en la platería de Misa, calle de Dragones: parece que más tarde abandonando aquel oficio, trabajó en oficinas de comercio, donde pudo haber á las manos algunos libros científicos y donde adquirió por la lectura algunos conocimientos, gracias al cuidado de los literatos Velez, Valdés Machuca y Gonzalez del Valle, que le protejieron desde que vislumbraron el genio que en tan ruda corteza se ocultaba; consta tambien que por el año 34 dejó la Habana, y se estableció en Matanzas, donde dió á luz sus primeras poesías y donde (1838) su primera coleccion aquí conocida. Concedióle el aura popular el título de «Bardo del Yumurí,» por lo cual, y por haber residido casi siempre en dicha ciudad, muchos (los estrangeros Cambouliu, Aumont, Jourdan, entre ellos) le han creido matancero.

En la ciudad de los Dos Rios es evidente que se publicó su primera poesía el año 34 y fué La Siempreviva que se insertó en la Aureola Poética, dedicada por Iturrondo á Martinez de la Rosa: su oda del mismo año á la proclamacion de Isabel II no contribuyó ménos á dar á conocer el alcance de su genio y su espíritu liberal. Era entónces costumbre que en el santo de la Reina todos los poetas cantaran á S. M. Plácido, poeta esencialmente cubano, que reproduce en sus cantos clima, costumbres, sucesos y aspiraciones de su pais, se atrevió á decir en tal dia lo que ninguno otro ántes que él: el inmortal Tacon (que no puede morir el nombre de Tacon como no mueren los de Neron y Eróstrato), comprendiendo la oculta intencion de aquellos versos, llenos de amarga reconvencion, que zaherian al gobierno colonial y revelaban entre flores de estilo las penalidades de los cubanos, metió al autor en una cárcel y le marcó con un sello de prevencion que en lo sucesivo fué para él fecundo manantial de penalidades.

En aquel recinto afrentoso (donde siquiera estaba seguro de comer al dia siguiente) allí en la compañía de bandoleros y asesinos, el pobre mulato, como Cervantes en la Argamasilla, meditó una de sus más bellas composiciones que permaneció inédita hasta su muerte. No se corrigió con esto el liberal poeta, mas cambió de táctica, dirijiendo ahora sus cantos A la Grecia, A Polonia, A Guillermo Tell y otros de esta especie, pues su patria no habia ofrecido aun héroes dignos de mencion, ni tal vez se le hubiera permitido nombrarlos.

Debemos recordar que ántes de esta época ya era conocido como poeta repentista, y aun se dice que habia recorrido diversas poblaciones del interior, convidado, como los antiguos trovadores, por su facilidad para improvisar. No podríase, sin embargo, sin hacerle injusticia, echarle en cara, como se ha dicho de Blanchié, que «prostituyó su musa para ganar la subsistencia.» Es verdad que fué muchas veces el trovador pagado de los festines aristocráticos, viviendo con los fugaces raptos de su imaginacion, y disputando «algun hueso al mastin» como tal vez por él dijo Milanés en El poeta envilecido.

¿Pero qué se podia esperar del pobre mulato á quien nuestra mal organizada sociedad habia negado educacion y privado, por el anatema de su color, de la dignidad de hombre? ¿Qué se podia pedir al sér cuyo nacimiento era oprobio de su madre, y qué pertenecia á esa desgraciada clase que, por exigencias de la época, conservamos aun en el oscurantismo y la ignominia? Fijemos un momento la mente en los arranques de elevacion, nobleza y dignidad que abundan en sus poesías, y se comprenderá que no nació tan escelso genio para besar humilde la mano del potentado; pero aquel hombre de talento, aquella joya de la literatura cubana......... era mulato! tenia encima á la sociedad entera, estaba obligado á hablar con el sombrero en la mano al último de los blancos, y ¿con qué derecho podemos pedir un corazon espartano al hombre que dejamos vegetar en el lodo?

Injusto, muy injusto fué Milanés si por él escribió El poeta envilecido, muy injusto Domingo Delmonte en el paralelo entre Plácido y Manzano que copiamos en la biografía de éste[4].

En otra sociedad ó en mejores tiempos habria sido protejido, educado, se habria hecho de él un Alfieri ó un Víctor Hugo, pues como el de estos fué su genio, y hubiera devuelto á la sociedad en honra y gloria los beneficios que de ella recibiera. Triste es pensar que en su patria, gracias á odiosas preocupaciones, y por la sola culpa de su color, fué abandonado, vegetó próximo á la indigencia, cayó sin saberlo evitar en la pocilga de los vicios; triste es recordar que los más de sus admirables sonetos, cuando colaborador de La Aurora, fueron escritos en el mostrador de una bodega; muchas veces almorzó con el precio de un epitalamio ó de un soneto para natalicios. Considérese cuál seria su condicion cuando el desgraciado en la hora de su muerte escribia á su esposa: «no te dejo memorias para ningun amigo porque sé que en el mundo no los hay» y eso que ni aun en aquel momento de suprema amargura habia rencor en su alma cándida y buena; léase esa última carta[5] del mártir, léase ese rasgo de abnegacion y mansedumbre, reproche ominoso contra su época y su pais, y se comprenderá que el alma sencilla y grande de Plácido, se parecia á la de esos genios predestinados que fundan las literaturas.

II.

Como debia suceder, desde los más floridos años del poeta, los periódicos se disputaban el honor de publicar sus poesías, «flores de un genio inculto, como las definia él mismo, semejantes á las de los campos de mi patria, sin perfumes ni colores.» Quizás ningun otro en Cuba, incluso el mismo Heredia, haya obtenido en vida igual popularidad: las composiciones que rechazaba la censura, se multiplicaban por medio de copias manuscritas, y puede decirse que se publicaban sin imprimirse: ¿qué cubano de su época no se sabia de memoria los sonetos A Celia, A la Fatalidad, A Holofernes? Su nombre ha sido despues uno de los pocos que traspasando los límites de Cuba han ido á resonar con honra en el estrangero, gracias á repetidas traducciones; y quizá no ha habido escritor alguno que se haya ocupado de Cuba y sus letras, que no haya destinado una página de honor á Plácido, y no haya consagrado un lamento al triste fin de su sangrienta historia. Salas y Quiroga dice en su obra Viages «es un hombre de genio por cuyas venas corre sangre europea y sangre africana, un hombre humillado que en sus cantos medio salvages tiene los destellos más sublimes y generosos que hombre ninguno puede comprender; al través de su incorreccion, hay chispas que deslumbran y no conozco poeta ninguno americano que le aventaje en ingenio, en inspiracion, en hidalguía y en dignidad.»

Salas y Quiroga, llevado del entusiasmo exageró algo; pero no hay duda que la entonacion homérica de Plácido, la sostenida nobleza de conceptos que no alcanzan á afear las frecuentes incorrecciones del lenguage, la no preparada flexibilidad de su genio, todo se alcanzó á ver desde aquella primera coleccion que en solo veinte y seis piezas ofrece apólogos que La Fontaine hubiera prohijado, sonetos que hubieran satisfecho al descontentadizo Boileau, é idilios que rivalizan en gracia y frescura con los más bellos trozos de Anacreonte.

En el año de 1839 se casó Plácido con la Fela (Rafaela) cantada en sus versos: nunca tuvo hijos. Tres dias ántes de su boda escribe á un amigo una carta que se ha conservado inédita[6] pidiéndole recursos, porque se hallaba sin blanca y no podia convertir los sonetos y décimas en sustancia alimenticia. Mas en el año 44 y cuando tal vez, gracias á su talento, iban á brillar para el pobre mulato dias más serenos, fué preso y traido á juicio por la comision militar. Se le supuso cómplice, y aun gefe, en la conspiracion de los de color que debia estallar el 4 de Abril de aquel año y que se llamó de la Escalera.

¡La conspiracion de la Escalera! Sin duda el lector se ha estremecido de horror al leer ese nombre; quizá creyó que íbamos á detener la mirada en esa nefanda série de dolores ocultos, de quejidos ahogados, de misteriosos crímenes: mas, ¿para qué? La historia de las desgracias instruye, pero las escenas de oprobio y perversidad no pueden sino causar horror. No tratamos de arrojar baldon sobre nadie, sino sobre la época: casi todos los fiscales de la Comision eran antiguos en el pais: estaban habituados á ver el sufrimiento de la raza negra: estaban endurecidos sus corazones. Ensalcemos á la época actual que reprueba aquellos horrores y quiere alzar del polvo al oprimido. Hoy que alhaga nuestros corazones la esperanza de mejores dias, hoy que nos alienta el deseo de reformar, de aniquilar una institucion inícua, causa única de tantos males, olvidemos aquellos dias de infamias, no corramos el tupido velo que cubre ese sangriento cuadro, el más sombrío, el más monstruoso que pueda presentar el pasado despotismo á la execracion de las edades futuras. Pocos de sus episodios han sido escritos, pero esa tragedia es de la actual generacion. Muchos hay que la recuerdan, que se preguntan con espanto ¿fué la ambicion, fué la cobardía, el miedo á fantasmas imaginarias lo que suscitó hombres tan feroces y escenas tan repugnantes?

Reinaba en Cuba el proconsul O’Donnell, hombre de alguna ilustracion, pero que, víctima de las prácticas administrativas de entónces, tiranizó por mandato, fué déspota por órden superior, y dejó en esta Antilla recuerdos tan indelebles como el inmortal Tacon. Aunque hubiera algo cierto en el fondo[7] los trámites de aquel procedimiento inquisitorial fueron abominables; la imaginacion se confunde y duda de la escelencia humana al recordar aquellos caníbales ó fiscales, sedientos de sangre africana, aquellas falsas delaciones arrancadas por el restallante látigo de puntas aceradas, á los que no tenian el ánimo de morir bajo el tormento; aquellas víctimas, quizás porque poseian, acaso por venganzas personales, arrebatadas de sus pacíficos hogares y llevadas inocentes al sacrificio! Dias de ignominia! al mirar ese cuadro la imaginacion del Dante parece deficiente en los horrores de su infierno; Torquemada palidece; Neron se rehabilita.

¿Y qué haciamos los insulares y peninsulares, mientras se desenvolvia á nuestros ojos ese drama cruento que deshonraba á España y escarnecia á Cuba?...... ¡callábamos! El déspota tenia asida á la desgraciada colonia con una mano de hierro y solo papeles de la vecina república, demostró alguno su desaprobacion.

Lo demás todo fué misterios, tinieblas......

Pero sigamos la historia del poeta mártir.

III.

Las pruebas contra Plácido no pasaban de gratuitas delaciones arrancadas por el dolor, ó dictadas tal vez por la envidia que despertaba su talento: mientras su condicion de hombre de color, y aquellas populares décimas que comenzaban: «Ese cometa que veis» no dejaron de considerarse argumento incontrovertible: era demasiado prominente para poder sustraerse, á aquel huracan contra la verdad y la justicia que se desencadenó contra una raza indefensa. No se necesitaba la delacion del inmundo José de la O: la prevencion que ya existia contra él hubiera bastado: habia sido preso por Tacon diez años ántes, se sabia su carácter independiente y liberal, se habia atrevido á cantar á Guillermo Tell y llorar la humillacion de Polonia: ¿quien no tenia copia de su Juramento y de su décima improvisada Habaneros libertad? sus versos, tachados por el lápiz rojo se repetian de boca en boca: cuando oprimido por la venal justicia humana, un epigrama le resarcia, una fábula le vengaba: una de las más bellas que compuso fué en ocasion de una demanda que su solo color le hizo perder: nos convirtió al juez en vívora y así se desquitó ó se consoló. Todo esto era más de lo que se necesitaba para enviar á un ciudadano libre á la Escalera.

Dice la historia, ó más bien la tradicion, pues nada de él se permitió escribir (y ni aun hoy (1867) se ha dejado al Liceo hablar de sus composiciones) que la Comision Militar le probó culpable, y en su consecuencia, fué puesto en capilla el 28 de Junio, para ser con otros 19 de su color, pasado por las armas á las seis de la mañana del dia siguiente.

Allí, despues de oida su sentencia, el sinventura poeta que no tenia á quien volver los ojos para hallar un rostro amigo y protector, se arrojó en brazos de la Religion, y como el cisne moribundo, compuso sus mejores cantos, para oprobio de la sociedad que apagaba estólidamente tan lucida antorcha: allí la Plegaria á Dios, reproducida en varias lenguas; la misma que iba recitando cuando marchaba al patíbulo, con frente serena[8] como de quien sentia venir la historia á justificarle algun dia: allí su Despedida á mi madre; allí su Adiós á mi lira último y lastimero gemido de su agobiada musa.

Pero observemos un momento á Plácido en capilla; arriesguemos una mirada al oscuro calabozo para revelar un misterio que avergüenza á nuestro siglo: indaguemos lo que pasa en la mente del pobre desheredado de los bienes del mundo, á quien el mundo tan despiadadamente oprime.

Su imaginación de poeta se exalta, mas no puede por eso exagerar los horrores de su situacion: no hay más allá: sin duda en momento de angustioso delirio, se levanta, y se pasea convulso, y esclama con infinita amargura:

—¿En qué pais estamos?....... ¿en qué desgraciados tiempos me tocó vivir?....... ¡Dios mio! ¡la sociedad me niega educacion, me deshecha, mata mi fé; me escluye á todos los derechos de hombre, y ahora me pide estrecha cuenta de mis acciones! ¡y me llevan á un suplicio! ¡y no hay una ley que me proteja, no hay un ángel que me salve á mí de la muerte, á mi patria de una mancha!

Quizá en otro momento veia aparecer en la húmeda mazmorra, al soberano de su nacion que benévolo y sonriente, le dice:

—«Te van á matar por conspirador y la voz pública te declara inocente. Yo quiero suponer que eres culpable; pero escucha, desgraciado: no hay delito que echarte en cara; una institucion sacrílega que yo voy á destruir, te disculpa; la misma sociedad en que vives te escusa: ella te habia colocado tan bajo que fueras un miserable si fueras inocente. Te perdono...... no, tú no aceptarias mi perdon, que no tiene derecho á perdonar quien no lo tiene para castigar. Yo te pido perdon, á nombre de la Sociedad, por lo que has sufrido: ella lavará ese delito que hemos heredado de nuestros padres. Ven, poeta, yo te llevaré á la madre patria que amorosa te abre sus brazos; allí serás igual á todos por tus derechos y superior á todos por tu talento; ven, que tú en pago darás á la patria lustre y gloria con tus cantos inmortales.»

Pero ¡ay! el infeliz mulato deliraba si pensaba así: semejante cosa era un imposible, porque el soberano de su patria estaba.... muy lejos, y su representante en Cuba, era el inexorable O’Donnell, para quien no habia más poesía que el estricto cumplimiento de lo que creia su deber.

Mas si no eran tales los pensamientos de Plácido, sin duda ocupaban su alma generosa sentimientos de paz y mansedumbre en los momentos en que debia rebosar en hiel y rencor. Nuestros lectores conocen sin duda aquella sublime carta, modelo de resignacion cristiana en que recomienda á su esposa como único llanto á su memoria que perdone á sus enemigos, que socorra á los pobres «y mi sombra estará risueña contemplándote digna de ser esposa de Plácido!»

Sócrates murió perdonando, Jesucristo murió perdonando; pero Sócrates era un filósofo, Jesucristo era un Dios; el pobre Plácido no era siquiera un hombre, era un mulato peinetero en un pais esclavista! Y esa carta que salida de las manos del humilde se ha paseado por todos los idiomas cultos, no es un reproche solo á su pais, lo es á su época: es un castigo inflijido á esa institucion que hoy empezamos á mirar como un enjendro de la barbarie de los siglos pasados.

Llegó en tanto el dia de la sentencia, el nefasto 29 de Junio! no horrorizarémos al lector con el cuadro de la ejecucion: treinta y cinco años han pasado y todavía derramamos lágrimas al recordar aquellos dos versos, quizá casuales, que ya herido pronunció ántes de espirar[9].

Más bien y para distraer un momento de cuadro tan tétrico su imaginacion le recitarémos un bello soneto del «bardo del Yumurí.»

EL JURAMENTO.
A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle á la salida
Hay una fuente que á beber convida
De su líquido puro y argentado
. . . . . . . . . .
Allí fuí yo por mi deber llamado
Y haciendo altar la tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Estendidas las manos he jurado:[10]
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . .

Se dice que las ilustradas matanceras convinieron en un luto secreto de nueve dias, los periódicos del extranjero y algunos de la Península[11] lloraron su muerte, ya que á nosotros no nos era dado espresar nuestro dolor; y la inquisicion de la Escalera continuó impasible su marcha siniestra y tortuosa como la de la serpiente.

Aquí concluye el tenebroso drama de la vida de Plácido, pero nada habrémos hecho en nuestra calidad de biógrafos si no damos una idea de su carácter y de la índole y tendencia de sus poesías.

IV.

Un escritor de nuestros dias clasifica á Plácido en las siguientes palabras:

«Fué un mulato pendenciero, borrachon y disoluto en todos los terrenos donde se le presentaba la ocasion.»

No hay que admirarse de esas palabras: ni hacen ningun daño á la memoria de Plácido porque son del mismo que pretendió infamar la del venerable Padre Las Casas, llamándole frailucho inmundo y embustero.

Bien sabido es que fué, al contrario, de carácter dulce, afable y complaciente: á primera insinuacion improvisaba ó con voz campanuda y enfático gesto comenzaba á declamar la pieza que se le pedia. No nos ha quedado retrato suyo: en el grupo de literatos cubanos formado en esta ciudad en 1861 por «Cuba Literaria» en el lugar que le corresponde se colocó una corona de laurel: pero hé aquí un retrato á la pluma que le reproduce con exactitud: «Era de buena estatura y conformacion de miembros, de rostro no muy claro, sombreado por una ligera barba, frente espaciosa y ojos negros, espresivos; su aspecto taciturno y reflexivo cuando estaba solo, y abierto y animado en compañía de sus amigos; era de un natural afable, alegre y cariñoso, su andar pausado sin afectacion y vestia con decencia; amaba la religion sin fanatismo, y practicaba la mejor de las virtudes con tal devocion que á veces pidió prestado lo que difícilmente podia pagar para socorrer á los necesitados, y cuando álguien lo censuraba por tanto desprendimiento, decia, «que querria poseer inagotables riquezas para no oir las quejas de la humanidad sin aliviarlas.» Tenia una memoria prodigiosa, leia con una entonacion y gusto sorprendentes y hemos oido á algunos que lo trataron con intimidad que poseía el don de la improvisacion de una manera maravillosa.»

Tal era en efecto Plácido: examinando su Plegaria un filósofo aleman opina que no podia ménos de ser inocente porque, como dice el mismo poeta «entre Dios y la tumba no se miente.» Nosotros dudamos de esa inocencia y en honor al recuerdo de Plácido la rechazamos si por ella ha de entenderse no participacion en algun plan revolucionario: preferimos hallarlo delincuente[12] aunque nunca digno de castigo; porque esa delincuencia no era más que noble aspiracion. Si lo habíamos colocado en el último escalon social ¿no era perdonable que aspirara á subir? Lo repetimos, es más grande culpable que inocente, y suponemos que en su Plegaria su pretendida inocencia encerraba una significacion más digna de la que se le atribuye. Pretendió luchar; pero tenia razon para emprender la lucha: esa es su inocencia.

Tampoco creemos como la mayoría que su martirio, asesinato judicial como lo llama Thales Bernard (Revue des races latines) haya contribuido en nada para su popularidad: esta precedió al drama final y descansa en el verdadero mérito de sus obras: hemos recorrido las diversas opiniones emitidas sobre ese mérito. Nosotros sin incurrir en las exageraciones de Mathurin M. Ballou[13] y otros que quieren hacerlo superior á Heredia, tampoco estarémos con los que afirman que su renombre procede de sus condiciones especiales. Creemos con Villaverde, que ha sido «el poeta de más estro de Cuba» y que de haberle igualado la instruccion nadie hubiera alcanzado más alto. Hay en sus obras un romance Jicotencal,[14] que, como dice Suarez Romero en el prólogo á las obras de Palma puede sostener el paralelo con los mejores escritos hasta ahora en la lengua castellana» y junto á esta obra maestra no tenemos reparo en colocar su soneto Jesucristo en la cruz que por la sublimidad de imágenes y el sombrío terror que infunde no palideceria al lado de los mejores de su clase.

Plácido cultivó diversos géneros sobresaliendo en el romance, en la oda y en la sátira. Poseedor en grado eminente de la facultad poética, estro, pocos tuvieron como él facilidad para enaltecer las cosas más triviales, depurándolas de las miserias que las deslucieran, y amoldando su pensamiento á todas las formas, escepto el drama y la epopeya, á no ser que su leyenda El hijo maldito[15] se considere de este último género[16]. Decia, y así lo espresó en un ingenioso soneto, que tenia horror á los versos impuestos ú obligados; sin embargo, su triste situacion le hacia ahogar la espontaneidad y prodigar elogios y felicitaciones, raras veces dictadas por la admiracion, muchas por la gratitud y no pocas por la necesidad. Cuéntanse entre las primeras La Siempreviva á Martinez de la Rosa, Las flores del sepulcro á una dama de alto rango que le favorecia, y su oda A la Condesa de Merlin: entre los segundos la oda ya citada á Isabel II.

Cultivó también la fábula, para narrar sus propias desventuras, de modo que ese género volvió con él á su primitivo destino: por ellas principalmente se ha dicho que la vida de Plácido son sus poesías: no habia leido ciertamente su apólogo La Palma y la malva, cierto crítico que pretende que los versos de Plácido «respiran libertad sin tinte de democracia.» Es verdad que, segun el mismo escritor, la conspiracion fué descubierta por una esclava del poeta.

Tambien el amor suele ser objeto de los poemas de Plácido ¿quién lo cantó como él, y quién ménos apto que el ser entregado al amor sensual que mata al platónico?

En cuanto al lenguage no cabe duda que contiene gravísimos lunares, no podia ser de otro modo, pero parece increible, como ya observó un crítico cubano (Piñeyro) que sea Plácido más puro y correcto que Milanés, cuando aquel era un ignorante y este poseía una regular instruccion literaria. Y es que habia en el primero más estro, más espontaneidad en la inspiracion, en el segundo más preparacion y arte; aquel cantaba lo que sentia, su corazon era un arpa eólica que resonaba á las menores impresiones que lo hirieran; por eso su forma era más adecuada aunque alguna vez ménos pulida: Milanés se ocupaba ántes de la leccion de moral que de la inspiracion; la poesía era para él un medio de amonestar; de aquí la falta de espontaneidad.

Mr. Cambouliu en Magasin de la Librairie lo compara con acierto á Heredia y la Avellaneda; «pero estos dice se desarrollaron bajo otras influencias: la llama del amor patrio vive constante en sus corazones y se revela en sus estrofas, pero vivieron bajo otros climas, se interesaron por otros hombres y otros sucesos, en medio de sus triunfos uno y otro perdieron de vista el cielo de las Antillas, el talento de ambos tiene algo de más cosmopolita. No así respecto á Plácido que jamás salió de Cuba: su corazon palpitó con todos los temores, con todas las esperanzas de sus compatriotas y jamás el aspecto de estrañas tierras vino á entibiar en él las impresiones del suelo natal. Así, con qué brillo no retrata su poesía ese esplendor de los trópicos; aquí la vegetacion fogosa, allí las salvages montañas, ora las noches espléndidas, ora la brisa perfumada, los inviernos sin nieves ni brumas, el huracan furioso desvastando los bosques de naranjos, y las demás maravillas que le rodean! Con la lectura de su tomo puede uno reconstruirlo todo, el pais, los hombres, vida, costumbres, todo, como si la imaginacion nos trasportara á los lugares donde canta el poeta.»

No concluirémos sin tomar algo del prólogo de Mr. Jourdan, filósofo en sus apreciaciones aunque lleno de inexactitudes por lo que respecta á datos biográficos. «La limpidez del estilo, dice, la propiedad de la espresion, sus giros sencillos y originales, la riqueza de imágenes caracterizan y enaltecen las composiciones de Plácido: para él la concepcion y la creacion son simultáneas: como comprendió todas las ideas amoldó su lira á todos los metros y géneros: trozos pudiéramos citar de él que parecen de Shakspeare ó de autores alemanes: la facilidad cómica corre parejas con los transportes de la fantasía, y maneja la sátira tan hábilmente como la oda...... como Quevedo el poeta cubano satiriza, riendo...... saludemos á ese génio que á la vez fué un gran mártir.»

Nada estraño pues que por medio de repetidas ediciones la posteridad haya dado á Plácido el lugar que le corresponde. La primera aquí conocida es la de Matanzas 1838: pocos saben que con gran anterioridad se hizo una muy incompleta en Palma de Mayorca, por Feliú Perelló, que despues de conocer al autor en la Habana se habia retirado á su ciudad llevando los primeros versos del poeta: no está allí la Siempreviva que aun no se habia escrito. Despues de la edicion de Matanzas que hasta hace poco tuvimos por primera y que contenia solo 26 piezas, se hizo otra en la misma ciudad en 1842, Poesias escogidas de Plácido, y en el propio año otra en Méjico, donde ya el autor era popular: la edicion de Veracruz de 1845 y la de Nueva Orleans de 1847 se suponen tambien hechas en Matanzas: en el 54 se hizo la de Barcelona que nada agregó á las anteriores; con posterioridad tres en Nueva York, por Vingut, la primera en 1854 ha sido la que más rodó, otra en el 56 y la tercera bastante completa en el 57: en el mismo 56 se dió otra en Méjico por Mellado y Contreras, tomo en 12.º con 387 páginas: finalmente en Nueva York, con prólogo y biografia, la edicion de 1860 que todos conocemos.

«No será esta la última, observa un eminente crítico francés, porque la reputacion de Plácido se formó sola y no puede sino aumentar con los tiempos.»

V.

Despues de conocer la vida de Plácido tratemos de saber la popularidad que alcanzó en el estrangero y las traducciones que de sus versos se han hecho. Para este trabajo ameno y que alhaga nuestro amor propio, no tenemos más que estractar la parte que á él se refiere de nuestro opúsculo Cuba literaria en el extranjero (inédito).

Quizás ninguno, inclusos los dos que acabamos de analizar (Heredia y Avellaneda) haya logrado más voga que Plácido, fuera de la tierra natal. Su Plegaria, difícil será hallar idioma culto moderno en que no se haya reproducido[17] y hubiera pasado á los antiguos si aun hubiera quien necesitara leerla en aquellas lenguas. Plácido es de todos nuestros poetas el más apto para hacer conocer á los de afuera la índole de nuestro suelo y tendencia de nuestra amena literatura; es esencialmente cubano, más aún que el Cucalambé y Poveda que le son inmensamente inferiores: no canta sino á Cuba y si alguna vez su fantasía sale de ella es para cubanizar, por decirlo así, todo lo que pinta.

Y cosa que debe llamar la atencion es lo poco conocidas que son esas traducciones en Cuba: es verdad que poseyendo el original no hemos de ir á saborear nuestros poetas por las copias siempre inferiores; pero nada ensalza tanto á una obra ó á una literatura como el que se la crea digna de ser conocida universalmente, y si á fuer de cubanos nos envanece la multitud de versiones que de nuestras obras se han hecho, tambien nos duele que la mayoría de ellas solo sean conocidas de los bibliófilos. ¿En cuál de nuestras bibliotecas se encuentran Kennedy, Maddens, y otros que nos han honrado difundiendo en otras rejiones los pensamientos madurados al calor de nuestro clima? No fué tan severo La Luz cuando dijo que entre nosotros son muchos los que estudian de los idiomas lo suficiente para pedantear: solo son aquí populares las mal escojidas traducciones de Mr. Aveline y las de Mr. Vingut contenidas en la obra Gems of spanish poetry, impresa por 1854.

Tenemos delante en este momento la traduccion de Mr. Fontaine (Poesies complétes de Placido, G. de la C. Valdés, Paris 1863) y es la que vamos á analizar por ser de las más conocidas. Mr. Fontaine, gran apreciador de nuestra literatura, residió en Cuba en los años corridos del 39 al 48 y se hallaba por lo tanto aquí cuando ocurrieron las repugnantes escenas de la Escalera.

No puede decirse que sea un mal traductor: es un verdadero poeta francés, y comprendió muy bien al genio que traducia; sin embargo, cuan diferente es el Plácido cubano del Plácido que Mr. Fontaine presenta á su patria: Treinta y cinco son las piezas que tradujo en verso, entre ellas El hijo maldito que no es de las peor traducidas, y vertió las otras en elegante prosa: son sin duda las mejor interpretadas La sombra de Pelayo, La Siempreviva, La flor de la cera, La Sombra de Padilla, Al Yumurí, hermoso ramillete que justamente constituye la mejor corona del autor cubano; pero el romance Jicotencal, que es su obra más completa, no nos parece que dé una idea en la traduccion de la magnífica obra española: es verdad que es intraductible, y el traductor hubiera acertado, colocándolo entre las que trasladó en prosa, con tanta más razon cuanto que la forma del romance y el artificio del asonante son esclusivamente de la literatura española: nos bastará comparar algun pasage, y será el siguiente:

Es que ya del caracol
que por los montes retumba
á los prisioneros muerte
el eco sonante anuncia.
Suspende á lo lejos hórrida
la hoguera su llama fúlgida
de humanas víctimas ávida
que bajan sus frentes mústias.
Il reconnait le son de la conque guerrière
Pour les tristes captifs c’est un signal de mort,
Et l’incendie au loin projetant sa lumière
Ajoute ses terreurs à l’horreur de leur sort.

No se traspira ahí la sombría magestad del castellano; no se nota esa lobreguez que, resaltando hasta en el sonido de las palabras, hacen esos versos intraducibles para cualquier idioma: esos dos cuartetos constituyen en mi concepto el rasgo más brillante que ha producido la musa cubana hasta el presente.

El siguiente hermoso cuarteto de la misma composicion está traducido en esos dos versos.

Y que si los puentes corta
porque no vaya en su busca
con cráneos de sus guerreros
calzada haré en la laguna
Il me verra combler la profonde lacune
Avec les crânes seuls de ses nombreux guerriers.

¡Cuánta viveza en la intencion, cuánta energia en el cuarteto español! y cuánta platitude en el dístico francés! el original habla al alma, el dístico solo al buen sentido.

En cuanto á la Plegaria no se puede negar el mérito de la francesa; pero no es la española: pudiera decirse que el traductor hizo una plegaria escrita sobre motivos de Plácido: son más exactas aunque de ménos mérito las en prosa de Thales Bernard y Villemain.

Tampoco se han traducido, aunque aparezcan en versos franceses, aquellos populares sonetos que reflejan en un modo tan melancólico toda la vida del autor, y que se hallan en su mayor parte más impresos en nuestra memoria que en los libros. Veamos uno, y sea A la Fatalidad, cuyos dos primeros cuartetos rinde de esta manera. No copiamos el original: ¿acaso hay cubano que se atreva á no saberlo?

Aveugle deité que sans nulle clemence
D’épines m’entouras au debut de mes ans
Comme les sombres bords du ruisseau d’où s’élance
Ou la ronce vivace ou le magueys piquants.
Toi qui fis de l’honneur une barrière inmense
Entre la pauvre mère et ses tristes enfans
Et qui jusqu’aux cieux ne m’élevas par chance
Que pour me faire choir sous des coups plus puisants.

En primer lugar debemos recordar que Plácido fué unigénito; y en segundo lugar ¿pudo llamar á su madre desgraciada? ¡Con qué sagacidad y con que nobleza, evita aplicarle ningun epíteto diciendo el materno tálamo! Denostar á la suerte, á la preocupacion, era un modo muy astuto de lamentarse sin hacer reproches á nadie. Además ¿dónde está ahí ese misterio doloroso de la vida del autor encerrado en ese lamento del hijo abandonado? En otro lugar el traductor dice tendre mère: tierna madre! no tuvo facultad para serlo aunque hubiera deseado: en la relajacion de nuestras costumbres, ya se ha hecho hasta cierto punto tolerable, la union ilícita de blanco y africana; pero una blanca dando vida á un semiblanco ¡qué horror!...... Tampoco se divisa en la traduccion la fuente silvestre rodeada de espinas, bellísima imágen que tan poéticamente retrata á Cuba. Fuera de esto la version es buena y aun podemos añadir que en los versos 7.º y 8.º ha correjido el original[18].

Muy feliz estuvo Mr. Fontaine en La Siempreviva: lástima que en algunas estrofas quisiera ceñirse demasiado al original: se ha dicho con razon que la poesía no se traduce sino se imita: así tradujo Jáuregui al Tasso, así nuestro Mendive á Thomas Moore. El soneto A orillas del mar no es tampoco el español, aunque es un bello soneto francés: el traductor no podia trasladar el oportuno juego de palabras que es la esencia de la composicion: nada, hombre, nada que los curiosos entienden del verbo nadar, y que tiene que vertirse por rien. En cambio el soneto á la Muerte de Jesus, está traducido de mano maestra: bellísima tambien, Al Yumurí; ésta, si no iguala al original, es una de las mejores de la obra.

Veamos para concluir el inimitable Despedida.

ADIEU À MA MÈRE.
Si le destin fatal qui me voue au malheur
Si la cruelle fin de ma sanglante histoire
Quand je m’en vais quitter ce monde transitoire
En ton cour maternel fait naître la douleur.
Ton âme peut encore se livrer au bonheur
Ma mère calme-toi car je meurs plein de gloire
Et des bords du tombeau c’est un chant de victoire
Que songe à t’adresser mon luth consolateur.
Les acents en sont doux, divïns et salutaires
Innocents, spontanées, purs, glorieux, austères
Tel que le premier cri de mon sein exhalé:
Mais je me sens poussé vers la tombe qui s’ouvre
De la Religion le saint manteau me couvre......
Adieu, ma mère, adieu: je signe: L’Exilé.

Es, sin duda, una buena traduccion; pero no todos, aun entre cubanos, son capaces de interpretar el valor de esa joya literaria: la traduccion íntima de ese soneto la percibe el corazon, la siente el alma, pero no la espresan las palabras. Reparad que empieza por la conjuncion si: espantosa conjuncion, que es aquí un anatema. Es un hijo que dice á au madre:

—¡Escucha! para mí no hay deberes filiales, pero eres mi madre y te hablaré siempre con deferencia: una falta me dió nacimiento: no te has ocupado para nada de tu hijo: nada te debo...... sin embargo, si acaso mi triste fin te hace desgraciada, consuélate; yo muero contento y te dedico mi último gemido.»

Plácido era el único hijo que en su postrer momento podia poner en duda el dolor de su madre: el único que podia encabezar su despedida con esa horrible conjuncion que, implicando una duda cruel, reasume toda la amargura con que sin duda fué escrita. ¿Y á quién habia de dirigirse en tan supremo instante la víctima para quien no habia proteccion ni amigos? Su corazon cristiano primero se eleva á Dios, hé ahí La Plegaria, luego piensa en su Lira, única amiga y consoladora en sus infortunios: después...... recuerda que existia por el mundo una muger que le habia abandonado, pero que tal vez en aquel momento lloraba, y, grande y generoso en su adversidad, hace más que perdonar, toma la pluma para dirijirle un consuelo: ¡Con cuánta nobleza y dignidad lo hace, sin llamarla tendre mère como quiere Mr. Fontaine, sin suponerla grief-smitten como añade Longfellow[19]. Es que ni Longfellow ni Bryant ni otros traductores estudiaron esos antecedentes y era preciso conocerlos para interpretar en su verdadero valor el original; para comprender la melancolía que impregna muchas de sus composiciones, el amargo sarcasmo con que escribió otras, y sobre todo la verdad dolorosa que encierra esa tristísima despedida que más que despedida parece un perdon.

Es en nuestro concepto el rasgo más sublime de Plácido y sin duda uno de los más grandes que haya producido jamás poeta alguno. ¡Rasgo digno de aquel hombre que al salir de un mundo en que no habia encontrado sino agravios escribe á su esposa que ejercite la caridad y que perdone á sus enemigos!

¡Ay! se necesitaron todas las circunstancias adversas que se acumularon en la vida de aquel desgraciado, para tener derecho á escribir ese soneto que la posteridad leerá vertiendo sobre él las piadosas lágrimas que ahora derramamos á la memoria de su autor.

JUAN FRANCISCO MANZANO.

El lector mil veces habrá oido nombrar á Juan Francisco Manzano, habrá quizá leido algunas de las producciones de su inculto genio; pero ¿conoce su vida? ¿se detuvo alguna vez á escuchar los lamentos de aquel pobre-desheredado de todos los bienes del mundo? Quizás no; por lo mismo le invitamos ahora á derramar algunas lágrimas á su memoria: lea su lamentable historia y por empedernido que se halle su corazon se unirá á nosotros para tributarle ese tardío tristísimo homenage.

Víctima de una malhadada institucion que si aun existe es porque responde todavía á ciertas ya moribundas exigencias de los tiempos, la historia de aquel esclavo es una prolongada nota de agonía, un poema de dolor y lágrimas. Nunca llegó á la altura popular de Plácido; pero la relacion de su vida no es ménos interesante: es, sí, más dolorosa; Plácido es una súbita ráfaga de muerte, un drama de sangre; Manzano es una larga série de padecimientos ocultos, de sollozos ahogados en misterioso silencio. La historia de Plácido conmueve é indigna, la de Manzano enternece y hace llorar.

Desde luego no puede ménos de admirar el hecho de un esclavo oscuro, para cuyo talento no fué rémora la más miserable de las condiciones, y que gracias á su solo ingenio hace sonar su nombre en lenguas y naciones extranjeras. ¿Qué habria sido se pregunta uno naturalmente, si hubiera nacido libre y con proporciones?

—Nada ó muy poco, contestará quizá alguno, porque la pólvora necesita la presion para estallar, y solo el lamentarse de su suerte presenta á un esclavo fecundo y no esplotado campo de poesía elegiaca. Pero he ahí justamente en lo que erraría el que así pensara, porque Manzano nunca empleó su musa en llorar su condicion; es verdad que todas sus poesías están impregnadas en mística melancolía, es verdad que en cada verso parece oirse el ay desgarrador del siervo indefenso; pero jamás una imprecacion, jamás un arranque de ira en quien tenia más que otro alguno derecho á maldecir.

Para considerar en su justo valor la situacion de Manzano, es preciso trasladarse á su época, en la cual, aunque precedente inmediata de la nuestra, eran mucho mayores las preocupaciones y mucho menor la conmiseracion hácia esa raza: el hombre de color aun libre no podia hablar al blanco más humilde sino con el sombrero en la mano y con tratamiento de su merced: no existia esa luz que solo de hace poco ilumina nuestra conciencia en ese oscurísimo punto que hemos dado en llamar institucion social.

Trasladado uno á esos primeros dias de nuestro protagonista, se pregunta con asombro ¿cómo pudo ilustrarse? ¿cómo aprendió siquiera á leer? Hé aquí lo que van á revelarnos sus Apuntes autobiográficos, modelo de sencillez en el estilo narrativo que vamos á dar á conocer. Consérvanse estos en manuscrito autógrafo en la biblioteca del Sr. Delmonte, y aunque traducidos al inglés por Richard Maddens (Lóndres 1840)[20] el original castellano ha permanecido inédito. Nosotros hemos leido sin poder contener el llanto esas páginas de amargura, hemos devorado con el corazon oprimido de angustia ese poema de ignorados dolores. Su publicacion seria el mayor de los anatemas lanzados contra una institucion social, pero abominable, admitida aunque inadmisible. No ha llegado empero la hora de su publicacion; aparte la ofensa que se infiriera á ciertas susceptibilidades (que acaso deploran culpas de sus abuelos) debemos recordar que la libertad concedida á la prensa esceptúa lo relativo á la esclavitud. Comprendemos los motivos de esa exclusion, sabemos lo inconveniente que seria ventilar hoy con libertad cuestion de tal trascendencia que ha de resolverse con mesura y precauciones; mas deseando dar á conocer en todas sus faces la vida de nuestro poeta, tomarémos de sus Apuntes lo necesario para nuestra biografía.

Manzano no nació, como dice Cuba Poética, «en las haciendas de sus señores» ni fué libertado «por varios matanceros»[21]: con mejores datos aseguramos que vió la luz en la Habana, Agosto de 1804, casa contigua á la Machina, de los marqueses Juztiz de Santa Ana, de quienes nació esclavo (esto es D. Juan Manzano y Doña Beatriz Juztiz de Santa Ana.) Fué su madre la negra María del Pilar Manzano, que traida del ingenio llegó á ser una de las criadas de distincion de la dicha marquesa; y su padre Toribio Castro, mulato, quedando al nacido, como es costumbre el apellido de los amos. «Saliendo yo á luz el año de......... dice la Autobiografía, y aunque no da fecha, la hemos deducido por advertir más adelante que, con diferencia de dias, fué contemporáneo de D. Nicolás de Cárdenas y Manzano, uno de sus señores.

Los primeros años del poeta fueron felices; apacible aurora que precedió á un dia de tinieblas; su madre era la criada favorita de la dicha marquesa, quien llamaba al reciennacido el niño de su vejez, y éste á su vez la llamaba mamá. Cuenta la Autobiografía que en el mismo faldellin de la señora Doña Beatriz fué envuelto para su bautismo, del cual recuerda...... «que se celebró[22] con arpa que tocaba mi padre por música, con clarinete y flauta, y que mi señora quiso marcar este dia con uno de sus rasgos de generosidad, coartando á mis padres en trescientos pesos. Yo debí ser más feliz, pero......»

Es preciso notar aquí con cuánto agradecimiento, con qué candorosa sinceridad habla el autobiográfico de estos primeros años, refiriendo los menores detalles relativos á sus amos, y á la educacion cariñosa, aunque no por eso mejor dirijida, que se le dió; es verdad que no se pensaba en formar un poeta, ni nadie habia adivinado al genio: siendo esclavo raro es que se le permitiera aprender á leer.

«A los seis años, dice, por demasiado vivo me mandaron á la escuela en casa de mi madrina de bautismo Trinidad de Zayas; á las doce y por la tarde me traian para que la señora me viera. De diez años daba de memoria los más largos sermones de Fray Luis de Granada, sabia tambien todo el Catecismo, y cuanto puede enseñar de religion una mujer, é infinidad de relaciones, loas, entremeses; cosia regular y conocia la colocacion de las piezas: de esa edad me pusieron á pupilo, con mis padrinos, llevando ya las primeras lecciones de sastre por mi padre.»

Entónces viajaba la señora Marquesa con frecuencia á su hacienda El Molino situada en tierras de Matanzas; en uno de estos viajes enfermó y murió en la dicha finca, y esto fué para el poeta, entónces de once años el crepúsculo nebuloso que anunció la série de sinsabores apuradas durante el resto de su vida; pero no podemos ménos de copiar la hermosa pincelada con que describe la muerte de la buena marquesa, su protectora.

«Esta época por lo remota no está bien fija en mi memoria: solo me acuerdo de que mi madre y la señora Doña Joaquina[23] el padre y yo estuvimos en fila en su cuarto mortuorio, que ella me tenia puesta la mano en mi hombro, que mi madre y la señora Doña Joaquina lloraban, de lo que hablaban no sé, que salimos de allí y yo me fuí á jugar: que á la mañana siguiente la ví tendida en una gran cama; que grité y me llevaron al fondo de la casa, donde estaban los demás criados enlutados, que por la noche toda la negrada sollozando rezó el rosario, que yo lloraba á mares, y que me separaron entregándome á mi padre.»

Y continua despues de algunos renglones que omitimos:

«Transcurrido algun tiempo pasamos á la Habana, donde de nuevo fuí á casa de mi madrina; corrieron algunos años sin ver á mis padres; creo no equivocarme si digo que fueron seis........ hacia el oficio de paje........»

«Habia compuesto ya á los doce años muchas décimas de memoria, causa porque mis padrinos no querian que aprendiese á escribir; pero yo los dictaba á escondidas á una jóven morena llamada Serafina»......

«Pero la verdadera historia de mi vida empieza desde los catorce años de edad en que la fortuna se desplegó contra mí hasta el grado de mayor encarnizamiento, como veremos. Por la más leve maldad propia de un muchacho me encerraban por más de veinte y cuatro horas en una carbonera; era yo en estremo miedoso y me gustaba comer: mi cárcel, como puede verse todavía, era tan oscuro que en lo más claro del medio dia se necesitaba vela para distinguir en ella los objetos. Allí, despues de llevar récios azotes, me ponian con órden, so pena de gran castigo, al que me diese una gota de agua; lo que sufria aquejado del hambre y de la sed, atormentado del miedo en lugar tan soturno como apartado de la casa, en el traspatio, junto á la caballeriza, á un espantoso y evaporante basurero, y á un lugar comun infecto, húmedo y siempre pestífero, que solo estaba separado por sus paredes, todas agujereadas, guarida de diformes ratas que sin cesar me pasaban por encima...... tenia la cabeza llena de los cuentos de cosa-mala de otros tiempos, de las almas aparecidas en este mundo y de los encantamientos, y por eso cuando aparecia un tropel de ratas haciendo ruido, me parecia ver aquel sótano cundido de fantasmas, y daba tantos gritos pidiendo misericordia, que entónces me sacaban de allí y me crucificaban á zaetazos...... luego me encerraban otra vez, guardando la llave en el cuarto mismo de la señora.»

Dos ó tres veces se distinguió la piedad del señor D. Nicolás[24] y sus hermanos introduciéndome, por la noche, algun poco de pan bizcochado por una rendija de la puerta y dándome agua con una cafetera de pico largo. Esta penitencia era tan frecuente que no pasaba semana sin que la sufriera dos ó tres veces, y en el campo tenia igual martirio siempre. Yo he atribuido la pequeñez de mi estatura y la debilidad de mi naturaleza á la amargosa vida que desde trece ó catorce años he traido: siempre flaco y estenuado, llevaba en mi semblante la palidez de un convaleciente con tamañas ojeras...... no es de estrañar que de contínuo hambriento me comiese cuanto hallaba por lo que se me miraba como el más gloton; no teniendo hora marcada comia á dos carrillos, tragándome las cosas medio enteras, de donde me provenian frecuentes indigestiones, y yendo á menudos á ciertas necesidades, me hacia acreedor á otros castigos; mis delitos comunes eran no oir á la primera vez que me llamaban, si al tiempo de dárseme un recado dejaba alguna palabra por escuchar. Como llevaba una vida tan angustiada, sufriendo casi diariamente rompeduras tras rompeduras de narices, lo mismo era llamárseme que me entraba un temblor tan grande que apénas podia tenerme sobre mis piernas; pero suponiéndose esto fingimiento no pocas ocasiones recibí por manos de un negro rigurosos azotes...... Desde la edad de trece ó catorce años la alegría y viveza de mi genio, lo parlero de mis labios, llamados pico de oro, todo se trocó en cierta melancolía que se me hizo con el tiempo característica; la música me embelesaba; sin saber por qué lloraba y gustaba de ese consuelo, en hallando ocasion de llorar, que siempre buscaba la soledad para dar rienda suelta á mis pesares, adquiriendo mi corazon cierto estado de abatimiento incurable hasta el dia». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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«Quince ó diez y seis años tenia cuando fuí llevado á Matanzas otra vez; abracé á mis padres y á mis hermanos y conocí á los que nacieron despues de mí...... Cinco años pasamos en Matanzas donde era mi oficio barrer y limpiar cuando podia...... desde el amanecer, ántes que nadie se levantase»......

Desde este punto toda la autobiografía es un continuado lamento, un quejido de angustia: jamás hemos visto la desventura ensañarse con mayor terquedad en la persona del humilde y del indefenso. Sin duda aquel venerable sacerdote á quien se atribuye la idea de traer africanos[25] para aliviar á los indios sus protejidos, no se representó el cuadro horrible del talento encadenado y al arbitrio de un amo desapiadado é insensible: él sin duda solo consideró al africano devorado en su tierra por las guerras, desnudo y hambriento, sin pan para sus hijos, sin religion, sin familia; no pensó en la sórdida avaricia, en el látigo acerado, en las hijas separadas de sus madres, en las madres castigadas en presencia de los hijos; no adivinó que andando el tiempo de esa raza negra habia de nacer un Plácido cuya vida y muerte seria padron de deshonra para su siglo, y un Manzano cuyos ahogados lamentos habian de sonar como el grito de la conciencia humana, revelándose á un tiempo en el corazon de todos los hombres rectos.

Continuemos copiando: por estos dias su señora se mudó á su hacienda de El Molino, y venia todas las noches á Matanzas, donde jugaba al tresillo hasta las doce, obligado el page («como un falderillo») á estar de pié detrás de su sillon para servirla en lo que se ofreciera.

«Si durante la tertulia me dormia, si al ir detrás de la volanta se me apagaba el farol, aunque fuése por casualidad, como sucedia en los carrilones de las carretas, que llenándose de agua, al caer la rueda, saltaba aquella y se entraba por las labores del farol de hoja de lata, luego que llegábamos se despertaba al mayoral ó administrador, y yo iba á dormir al cepo y al amanecer ejercia aquel en mí una de sus funciones[26] pero no como en un muchacho...... nadie me valia...... A mi pobre madre y á mi hermano más de dos veces les amaneció esperándome, interin encerrado aguardaba yo un doloroso amanecer.

«Aquella vivia tan recelosa ya que cuando yo no llegaba á la hora poco más ó menos, bajaba de su bohío y acercándose á la puerta de la enfermería, donde estaba el cepo, hácia la izquierda por ver si me hallaba allí, me llamaba...... ¡Juan!...... y yo le contestaba gimiendo, y ella decia desde afuera...... ¡ay, hijo!...... Entónces era el llamar de la sepultura á su marido porque cuando esto ya mi padre se habia muerto: tres ocasiones recuerdo haber visto repetirse esta escena, pero otras veces me encontraba mi madre en el camino cuando me llevaban de la casa de vivienda al cepo.

«Una vez más que todas para mí memorable me sucedió lo siguiente: nos retirábamos del pueblo[27] y como era ya demasiado tarde y la volanta andaba despacio, y yo venia sentado como siempre, asido con una mano á un barrote, y en la otra el farol, me dormí de tal modo que solté aquel, pero tan bien que cayó parado á unos veinte pasos: abrí de pronto los ojos, me hallo sin él, veo la luz en donde estaba, tírome abajo, corro á cojerle, doy ántes de llegar dos caidas con los terrones, tropezando al fin lo alcanzo, quiero volar en pos de la volante que ya me sacaba una ventaja considerable; pero cuál fué mi sorpresa al ver que el carruaje apretó marcha, y por más que procuré alcanzarlo se me desapareció. Sabia lo que me iba á suceder, llorando seguí á pié, pero cuando llegué cerca de la casa de vivienda, me hallé cojido por D. Silvestre, que era el nombre del mayoral, quien ya venia en mi busca. Al conducirme para el cepo nos encontramos con mi madre, que siguiendo los impulsos de su corazon, vino á acabar de colmar mis infortunios. En habiéndome visto quiso preguntarme qué habia hecho, mas el mayoral imponiéndole silencio, se lo trató de estorbar, sin atender á ruegos ni lágrimas. Irritado porque lo habian hecho levantar á aquella hora, alzó la mano y le dió á mi madre con el manatí: este golpe lo sentí en el corazon. Dar un grito y convertirme de un manso cordero en un leon, todo fué uno: me le zafé con un fuerte tiron del brazo por donde me llevaba y me le tiré encima con dientes y manos; es de considerarse cuantos manatiazos, puntapiés y otros golpes llevaria; mi madre y yo fuimos conducidos y puestos en un mismo lugar. Los dos gemíamos á una allí, miéntras mis hermanos Filomeno y Fernando lloraban en el bohío. El primero tendria seis años, y el segundo, que hoy sirve al médico señor D. Tomás Pintado, cinco. Apénas amaneció dos contramayorales y el mayoral nos sacaron llevando cada uno de los negros su presa al lugar del sacrificio. Yo sufrí más de lo mandado por guapito; pero las sagradas leyes de la naturaleza obran en las madres efectos maravillosos. La culpa de la mia fué que viendo que me tiraban á matar, se tiró encima del mayoral para hacerse atender, mas llegando los negros del tendal nos echaron mano. Al contemplar á mi madre por primera vez en su vida en el lugar del sacrificio, suspenso, sin poder ni llorar, ni discurrir, ni huir, temblando, interin sin pudor los cuatro negros se apoderaron de ella y la arrojaron por tierra para azotarla...... no hacia más que pedir por Dios, todo lo resistia por ella; pero al oir estallar el primer foetazo, enfurecido como un tigre ó como la fiera más animosa, estuve á pique de perder la vida á manos del citado D. Silvestre...... pasemos, pasemos en silencio el resto de esta escena dolorosa......

.........«No, que no puedo enumerar los increibles trabajos de mi vida, toda ella está regada de lágrimas...... Mi pobre corazon se enfermó á fuerza de tanto sufrir, por lo que todo me asustaba». . . . . . . .

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Endulzóse un momento la suerte del infeliz esclavo cuando pasando segunda vez á la Habana, fué entregado para el servicio de D. Nicolás de Cárdenas y Manzano, su amito; pero ¡ay! estos cortos dias de ventura no son más que un oasis en el dilatado desierto de su existencia. Veamos con qué palabras describe el carácter de aquel señor.

«Solo me privaba de la calle, de la cocina y del roce con personas de malas costumbres, porque este señor como que desde bien jóven las tuvo irreprensibles, queria que todo el que tuviera á su lado fuera lo mismo.»

El lector sin duda sabe quien fué Cárdenas y Manzano, á quien todos convienen en reconocer un hombre probo, un digno ciudadano que prestó valiosos servicios en la causa de la instruccion pública; pero el elogio sincero del humilde poeta esclavo, ese certificado irrecusable de la bondad de Cárdenas, le realza más en nuestro concepto que los que le otorgaron las aulas y corporaciones de que fue ilustre miembro. ¿Por qué la suerte que hizo esclavo á Manzano al ménos no lo hizo siempre esclavo de Cárdenas? No hubiera sufrido el horrible tratamiento de que se lamentaba con tanta humildad como razon, quizás no leeríamos hoy esta autobiografía escrita con hiel, quizás hubiéramos tenido un poeta de más alcance; porque quien lea sus versos pronto descubre que á aquella fantasía solo faltó el elemento de la instruccion para elevarse á la region de Heredia y la Avellaneda.

Continuemos estractando:

«Me fuí de tal modo identificando con sus costumbres, que empecé tambien á darme á ellos (á los libros). Tomaba sus libros de Retórica, me ponia mi leccion de memoria, la aprendia como un papagayo, y ya creia yo saber algo; pero el poco fruto que de ello sacaba, lo conocia en que nunca habia ocasion de aplicar mis conocimientos. Entónces determiné darme á otro estudio más fácil que fué el de aprender á escribir.»

Pinta aquí con tanta sencillez como galanura los apuros que pasó porque «no hallaba cómo empezar.» No sabia, dice, cómo cortar las plumas y me guardaria de tocar ninguna de las de mi señor. Sin embargo, ¿qué hice? compré un tajaplumas, plumas y papel muy fino y metia entre llanas algun pedazo de los que mi señor botaba escritos, con el fin de acostumbrar el pulso á formar letras, ó iba siguiendo la forma de los que tenia debajo, con cuya invencion ántes de un mes, ya hacia renglones, logrando la forma de letra de mi amo; por lo que hay tanta identidad entre la suya y la mia»......

«Prohibióseme la escritura, pero en vano, porque todos se habian de acostar, y entónces yo encendia mi cabito de vela, y me desquitaba á mi gusto, copiando las más bonitas letrillas de Arriaza, á quien imitaba siempre, figurándome que con parecerme á él ya era poeta. Pilláronme una vez algunos papelillos de décimas, y el señor Dr. Coronado fué el primero que pronosticó que yo seria poeta, aunque se opusiera todo el mundo.»

Hé aquí una noticia desconsoladora: la melancolía que enjendra la lectura de ese escrito se convierte ahora en indignacion. ¡Con que ya se habia revelado el genio! ¡Con que ya hubo quien leyera al poeta á traves de la tosca envoltura del esclavo! ¡Con que ya no era el caso un poco ménos acerbo del africano embrutecido, de cerebro imperfecto, en quien tal vez no hay más sufrimiento que el físico, porque no tiene idea de la dignidad, que carece de amor propio, que creyó ser nacido para ello! Es preciso siempre trasladarse á la época para no hacer inculpaciones injustas: nadie duda que Cárdenas Manzano fué recto, benévolo, magnánimo; como tal aparece en nuestro Diccionario ¿por qué volvió el sinventura poeta á la hacienda del Molino despues de la revelacion de Coronado?[28]

«Entretanto (habla Manzano) estaba mi señor en vísperas de casarse con la señorita Doña Teresa Herrera; y yo era el Mercurio que llevaba y traia; distinguido lugar que me daba mucho, pues tenia doblones sin pedirlos. No sabia qué hacer del dinero y despues de comprar gran provision de papel, plumas y buena tinta, y haber comprado un tintero, lo demás se lo enviaba á mi madre en efectivo.»

«Cosa fué de tres años ó poco más esta felicidad cuando viniendo mi señora de Matanzas, oyó la fama de mi servicio en todo, y sin saber yo por qué determinó llevarme otra vez consigo.»

La azarosa vida del poeta vuelve aquí á nublarse y ahora por un espacio más dilatado: con su vuelta á Matanzas se renovaron las angustiosas visitas al Molino. Habla aquí de los padrinos que á menudo tenia que buscar para sustraerse á un vejaminoso castigo; D. Tomás Gener, el Conde de Jibacoa &.ª y esclama en un arranque de justísima indignacion «¡Vergüenza me daban estos padrinazgos.» Y hé aquí toda la imprecacion que pronuncian los labios del manso cordero en los momentos en que el infortunio fulminaba sobre él sus rayos más tremendos! Por eso, lo repetimos, quien quiera aborrecer y execrar esa institucion ó mejor dicho ese crímen social en cuanto se merece, lea esa epopeya de lágrimas en que no se ha escrito la palabra maldicion. Es justamente su estilo cuasibíblico, bien semejante al de Silvio Pellico, es esa misma simplicidad, es la verdad tristísima que se traspira en ella, lo que hace que esa dolorosa relacion, bella en su desórden, sublime en su desaliño, sin adorno de estilo como no escrita para lucir erudicion, acongoje el alma hasta arrancarle lágrimas de enternecimiento y de indignacion.

El espectáculo contínuo del sufrimiento de otros, la tolerancia general respecto de un error intolerable, sin endurecer acaso las almas ha llegado á rodearnos de una atmósfera deletérea, á crear un pernicioso hábito, una ceguedad de que nadie podria darse cuenta. Es que todo se degrada y se envilece allí donde hay hasta sacerdotes poseedores de esclavos y verdaderos amos feudales de séres que conviene sostener en el embrutecimiento y en la ignominia. ¿Cuál era el instrumento, cuál era la fiera elegida por el acaso para atormentar á aquella víctima desventurada? ¡Era una mujer!

Pero doblemos unas cuantas hojas, y copiemos algun otro de sus dolientes episodios: no será estraño que nos estendamos demasiado en estos estractos, porque esta autobiografía no ha sido publicada y pocos cubanos[29] la conocen.

«Ya he dicho que era el falderillo de mi señora, y así puede decirse, porque tenia por obligacion seguirla siempre, á ménos que fuese á sus cuartos, que entónces me quedaba á las puertas, impidiendo la entrada á todos, ó llamando á quien ella llamase, ó haciendo silencio si consideraba que dormia. Pues una tarde salimos al jardin; largo tiempo hacia que ayudaba á mi señora á cojer flores y á trasplantar algunas maticas como en género de diversion, miéntras el jardinero andaba por todo lo ancho del jardin cumpliendo su deber; cuando al retirarnos, sin saber materialmente lo que hacia, cojí una hojita no más de geranio donato. Esta malva sumamente olorosa, iba en mis manos, mas yo no sabia lo que llevaba, distraido con mis versos: seguia á mi señora á distancia de dos ó tres pasos, tan ageno de mí que iba haciendo añicos la hoja, de la que resultaba mayor fragancia. Al entrar en una antesala, no sé con qué motivo retrocedió, hícela paso, pero al enfrentar conmigo llamóle la atencion el olor: colérica de pronto, con una voz vivísima y alterada me preguntó ¿Qué traes en las manos? Yo me quedé muerto; el cuerpo se me heló de improviso, y sin poder tenerme del temblor que me dió en ambas piernas, dejé caer en el suelo una porcion de pedacitos que fueron un monton, una mata, un atrevimiento de marca. Me rompieron las narices y en seguida vino D. Luis Rodriguez, emigrado de Santo Domingo, empleado en la finca, á quien se me entregó. Serian las seis de la tarde en el rigor del invierno; la volante estaba puesta para partir al pueblo y yo debia ir detrás, pero ¡Cuán frágil es la suerte del que está sugeto á contínuas vicisitudes, como yo que nunca tenia hora segura! Lleváronme al cepo: en este lugar ántes enfermería de hombres, cabrán, si existe, cincuenta camas en cada lado,[30] pues en ella se recibian los enfermos de la Hacienda y á más los del ingenio San Miguel; pero entónces estaba vacío y no se le daba ningun empleo; tenian allí el cepo y solo se depositaba algun cadáver hasta la hora de llevarlo al pueblo á darle sepultura. Metiéronme en aquel los dos piés con un frio que helaba, sin ninguna cubierta, y despues me encerraron. ¡Qué noche no pasaria allí, solo en el alma! Parecíame que los muertos se levantaban y bajaban por todo lo largo del salon, y que se colgaban por una ventana medio derrumbada que caia al rio[31] cerca de un despeñadero de agua cuyo perenne golpeo se me figuraba una legion de duendes. No bien habia empezado á aclarar cuando sentí correr el cerrojo: entra un contramayoral seguido del administrador envuelto en su capote; me sacan á una tabla parada contra un horcon que sostenia el colgadizo y veo al pié de aquella un mazo de cincuenta cujes. El administrador por debajo del pañuelo que le tapaba la boca gritó con una voz ronca: «amarren». Me atan las manos como las de Jesucristo; me cargan y me meten los piés en las dos aberturas que tenia la tabla........ ¡Oh, Dios! ¡corramos un velo sobre esta escena tan triste!...... ¡ay! mi sangre se derramó y yo perdí el sentido. Cuando volví en mí me hallé á las puertas del oratorio, en los brazos de mi madre anegada en lágrimas, que á instancias del padre don Jaime Florid, se retiró de allí desistiendo del intento que tenia de ponérsele delante á mi señora, qué sé yo con qué pretension. A las nueve poco más ó ménos se levantó aquella; su primer diligencia fue imponerse de si me habian tratado bien: el administrador que la esperaba me llamó y me la presentó: ella entónces me preguntó: «Si queria otra vez tomar hojas de su geranio:» como no quisiese responder por poco me sucede otro tanto, y tuve á bien decir que no. Como á las nueve me entró crecimiento, y mé pusieron en un cuarto; tres dias sin intermision estuve en este estado, dándome baños y unturas. Mi madre no venia allí sino por la noche, cuando consideraba que mi señora estuviese en el pueblo. Al sesto dia andaba ya solo y se contaba con mi vida: á eso de las doce me encontré con ella que atravesaba por el tendal, y me dijo: «Juan, aquí llevo el dinero de tu libertad, ya tú ves que tu padre se ha muerto, y tú vas á ser el padre de tus hermanos; ya no te volverán á castigar más, Juan, cuidadito, ¡eh!...... Un torrente de lágrimas fué mi única respuesta. Ella siguió y yo fuí á mi mandado, mas el resultado de esto fué que mi madre salió sin dinero, y yo quedé de esperar qué sé yo cuanto tiempo que nunca llegó»[32].

«Después de este pasage me aconteció el siguiente. Una tarde trajeron del ingenio unos cuantos pollos y capones, y á mi me tocó como siempre estaba de centinela para el que llegaba, recibirlos por desgracia. Entré la papeleta dejando las aves en el pasadizo, debajo de la glorieta que se hallaba á la entrada; leyóse el papel y me mandaron llevarlos al otro lado para entregarlos á D. Juan Malo que era mayordomo ó celador de aquella otra parte; tomélo todo despidiendo al arriero, é iba contento, pues en este intérvalo respiraba; entregué lo que recibí y me acuerde que eran tres capones y dos pollos. Pasadas unas dos semanas me llamaron para que diese cuenta de un capon que faltaba; al momento dije que los que vinieron fueron tres y dos pollos, y que esos mismos habia entregado. Quedóse esto así, mas á la mañana siguiente ví venir al mayoral del ingenio, que habló largo rato con mi señora y se fué. Servimos el almuerzo, y cuando iba á meterme el primer bocado, aprovechando el momento porque pasado este...... (no puede leerse en el manuscrito el RESTO de esta frase)....... me llamó mi ama, y me mandó que fuese en casa del mayoral y le dijese qué sé yo qué cosa: aquello me dió mal ajo, oprimiéndoseme el corazon, y fuí temblando, como que estaba acostumbrado á irme á entregar yo mismo. Llego á la puerta y veo dentro á los dos, el del Molino y el del Ingenio; dóile al primero el recado y haciéndose sordo me dice «Entra, hombre,» y como me hallaba en el caso de estar bien con estas gentes, porque cada rato caia entre sus manos, le obedecí. Iba á repetir el recado; pero el señor Dominguez, que así era el apellido del mayoral del ingenio, me cojió por un brazo diciendo «A mí es á quien busca.» Sacó una cuerda de cáñamo delgada, me amarró como á un facineroso, montó á caballo, y echándome por delante, me mandó á correr, y nos alejamos prontamente por aquellos contornos: el fin era que mi madre, ni mi segundo hermano, ni los niños y niñas me viesen, porque todos al momento se echarian á llorar, y la casa seria un lugar de duelo y me apadrinarian.»

«Nos habiamos alejado como un cuarto de legua cuando fatigado de correr delante del caballo, dí un traspié y caí; apénas dí en tierra dos perros ó dos fieras que nos seguian se me echaron encima».........

No quisiéramos continuar copiando este pasage: es demasiado repugnante, y la misma sencillez del narrador lo hace más monstruoso: el esclavo fué llevado al ingenio, donde ya varias veces habia ido á estacion semejante, y despues de varios dias consecutivos de bárbaro castigo,[33] tras el cual se le preguntaba por el capon, cuando ya su enfermo cuerpo estaba á punto de sucumbir al rigor del desalmado Dominguez, se descubrió...... ¡que era inocente! ¡el capon no habia sido enviado! ¡Oh, cuántas veces monstruosidad idéntica habrá tenido lugar en nuestros campos de Cuba!

Triste es pensar que en este siglo de ilustracion, en que tanto se preconizan los sacrosantos dogmas de igualdad y justicia, no tengamos que remontarnos hasta los tiempos de Fedro para ver el cuadro de la inteligencia aherrojada y víctima de la abyeccion social, y es más triste pensar, cuántos como él, genios que pudieran haber sido honra de la patria, habrán desaparecido ahogados en la ignominia, sin tener ocasion de patentizar que se ocultaba en ellos dignidad de hombre y alma de poeta!

Hé aquí por qué nos hemos conmovido en lo más íntimo del alma, cuando despues de leer algunas otras de las dolorosas escenas de su vida, encontramos lo que ya esperábamos, que comienza á quebrantarse su fé, y á evaporarse su esperanza, «esa antorcha providencial que nunca se apaga del todo» y que es el único consuelo de los desamparados: hé aquí por qué no contenemos nuestras lágrimas cuando la inofensiva víctima «á quien nadie valia,» «que comia poco y casi siempre llorando» sin proteccion ni amigos, oprimido por la sociedad, considerado como un animal doméstico, en un arranque de infinita angustia esclama:

—«¡Mi corazon no era bueno! ¡y la Habana juntamente con los felices dias estaban impresos en mi alma, y yo solo deseaba volverme á ella!».....

Es decir que el angustiado siervo todo lo que deseaba, todo lo que pedia á su destino, era ir á la Habana á servir á otro sin remuneracion, pero libre de los frecuentes castigos de la finca[34]. En verdad nos temíamos algo más grave, temíamos que lo que deseara fuera vengarse ó morir maldiciendo: nos alegramos empero que no fuera así; es más grande en su resignacion aunque sea así su historia más afrentosa para todos nosotros.

Y cuando se esfuerza en hacer versos esclama con no ménos abatimiento. «Pero yo criado en la oscuridad y en la ignorancia ¿qué podia saber?

Veámosle ahora recojiendo por los suelos el alimento intelectual como recoje un perro el sustento material.

«Por esta época escribia muchos cuadernos de décimas que vendia (están en Matanzas) y Arriaza á quien tenia en la memoria era mi guía...... La poesía quiere un objeto á que dedicarse: el amor regularmente nos inspira; pero yo era demasiado ignorante, y todavía no amaba, por lo tanto mis versos eran frias imitaciones; y si no me salian algunos muy malos es menester atribuirlos á la estremada aficion que tuve desde bien chico á leer cuanto topaba leible en mi idioma, aunque fuera por las calles; y así en yendo por aquellas, donde veia un pedacito de papel impreso lo alzaba, y como estuviese en verso no paraba hasta sabermelo todo de memoria.»

Y poco más adelante dice:

«Por lo cual tenia en la uña la vida de los santos más milagrosos y los versos de sus rezos, los de la novena de San Antonio, los del Trisajio y en fin todos los de los Santos, únicos casi que alcanzaba; fuera de los que en la mesa de mi señora, en los dias de comida, que eran todos por lo regular, le improvisaban para coronarla cuatro ó cinco poetas, quienes me dejaban bastantes, pues yo tenia mi cáscara de huevo (tintero) y mi pluma, y apénas acababa uno, inter otros aplaudian y los demás rebosaban las copas, yo detrás de alguna puerta escribia los trozos que se me quedaban en la memoria.»

Esto enternece tanto más si se considera que esa fué la única escuela de Literatura que tuvo el autor de la Zafira; y el lector sabe sin duda á qué atenerse respecto al mérito literario de aquellas improvisaciones que se usaron de sobremesa, y que hicieron bien en pasar á desuso: lo mismo decimos de los versos de rezos.

Pero este pasage encierra otra leccion que no debemos pasar en silencio, y es que al admirable ejemplo de mansedumbre y resignacion, se une otro no ménos grande de perseverancia; ejemplo que viene á llenar de confusion al mimado alumno que rodeado de todos los medios para ilustrarse ni los aprecia, ni los aprovecha, ni sabe agradecerlos. Estudiad la historia de Manzano, niños que desestimais los desvelos de vuestro padres; vosotros los que teneis libros y maestros, los que el cariñoso afan de una madre rodeó de todos los elementos para formar un porvenir de luz y felicidad, poneos un momento en el lugar de aquel infeliz sin proteccion ni recursos y que no sabia á donde volver los ojos para encontrar un rostro amigo. Se os figurará una planta de generosa condicion, pero nacida entre piedras, en atmósfera viciada, sin abono y sin riego...... por fuerza solo de su propia bondad germina, lucha, rompe el valladar que coarta su crecimiento, brota al fin para dar una flor que no puede ser sino pálida, y esparce una fragancia que no puede ser sino raquítica.

Reproducirémos un pasage más para concluir. Despues de hablarnos de la muerte de su madre, de su proyecto de fugarse á la Habana; nos refiere el siguiente:

«Al cabo de tres meses ó cuatro de mi último acaecimiento, se armó viage á Madruga, donde debia mi señora tomar baños. Con los achaques tornóle el malhumor antiguo...... de contínuo me amenazaba con el Molino y D. Saturnino, (ya en páginas anteriores nos ha dicho quien es don Saturnino, verdadero mayoral de nuestros campos, cruel é irracional, en cuyas manos habia sufrido Manzano diversos castigos.) «Las últimas espresiones de éste las tenia grabadas en mi corazon, y no tenia la menor gana de volver á verme con él. Pregunté cuantas leguas distaba de allí la Habana, y supe que doce, y ví que no las podria vencer en una noche de camino á pié, y desistí de pensar más en verme en la ciudad, esperando que en yendo se decidiria mi suerte, siempre con la idea de que era libre. Un dia, este dia de resignacion, principio de cuantos bienes y males el mundo me ha dado á probar, me sucedió lo que sigue: Era sábado y debia ántes del almuerzo, según teníamos de costumbre, asearme, pues vestia dos veces á la semana. Para ello me fuí al baño de la Paila, que distaba al frente de la casa, en un declive, como treinta pasos: estando bañándome me llamaron por órden de la señora, y ya se puede considerar cómo saldria: me recibió preguntándome. ¿Qué hacias en el baño? le contesté que me aseaba para vestirme. ¿Con qué licencia lo has hecho? respondió. Con ninguna, respondí. ¿Y por qué fuiste? tornó á decir. Para asearme, volví á contestar. Esta escena fué en el colgadizo y puerta de la calle: allí mismo me rompieron las narices, y fuí para dentro echando las venas de sangre; lo cual me abochornó y apesadumbró en estremo, porque á la otra puerta vivia una mulatica de mi edad, primera que me inspiró amor, cosa que yo no conocia, ó más bien una inclinacion angelical como si fuera mi hermana, que no pasaba de regalarle santos de maravillas de diversos colores, que ella recibia dándome algun dulce seco ó fruta. Habíale dicho que yo era libre, y que mi madre habia muerto poco hacia. No bastante lo ya dicho como á las diez me hizo mi ama quitar los zapatos y me pelaron[35]; esto era muy frecuente, pero esta vez me sirvió de la mayor mortificacion: púsome despues á cargar agua para la casa, con un barril á la cabeza. El arroyo distaba del punto de aquella unos treinta pasos, haciendo una bajadita; cuando llené mi barril me hallé en la necesidad, no solo de vaciarle la mitad, sino tambien de suplicar á uno que pasaba, que me ayudase á echarlo al hombro, y yendo á subir la lomita que habia hasta la casa, con el peso del barril y mis fuerzas nada ejercitadas, faltóme un pié, caí dando en tierra con una rodilla; el barril cayó algo más adelante; rodando me dió en el pecho, y los dos fuímos á parar al arroyo, inutilizándose aquel. La señora me amenazó con el Molino y D. Saturnino, porque suponia aquella contingencia como de premeditada intencion, y la amenaza era grave. No llegué á la noche sin desgarrar muchos esputos de sangre. Este tratamiento me cojió de nuevo en cuanto á los errados cálculos que habia formado de mi suerte. Desengañado de que todo era un sueño, me acometió otra vez el deseo que tenia de volver á la Habana. Al dia siguiente que era domingo, cuando la gente estaba en misa, me llamó un criado libre de la casa, y estando con él á solas me dijo: «Hombre, qué tú no tienes vergüenza, para estar pasando tantos trabajos; cualquiera negro bozal está mejor que tú; un mulatico fino, con tantas habilidades como tú al momento hallará quien lo compre.» Por este estilo me habló mucho rato, concluyendo por decirme que llegado al tribunal del Capitan General, y haciendo un puntual relato de todo lo que me pasaba, podia salir libre: me indicó el camino de la Habana, y me dijo por último que no fuera bobo, que aprovechara la primera oportunidad. Con lo que me obligó muchísimo, pues sin el menor aviso tenia más de lo regular, á lo cual tambien contribuian las terribles insinuaciones que me hizo...... A las once de la mañana del lunes ví llegar á D. Saturnino; apeóse y le tomaron el caballo. Desde el momento que este señor entró se me acibaró toda la vida; latíame el corazon con violencia y mi sangre se puso en un estado de efervescencia que no me dejaba sosegar. El lugar comun era regularmente mi cuarto de meditacion, inter estaba en él pensaba con alguna serenidad; así fué que estando en él como á las cuatro oí que hablaban dos, una criada de mano y un criado, á quien habiéndole preguntado aquella que á qué vendria el administrador, respondió: «¿A qué ha de venir? á llevarse á Juan Francisco.» Enterado así de mi mala suerte, no me es dado pintar mi situacion amarguísima en este instante: un temblor general se apoderó de todo mi cuerpo, y me atacó un dolor de cabeza que no me podia valer: ya me veia atravesando el pueblo de Madruga como un facineroso atado, pelado y vestido de cañomazo, como me ví en Matanzas[36] sacado de la cárcel pública para ser conducido al Molino, sin padres ni aun parientes...... Todo esto se presentó á mi imaginacion y en aquel instante determiné mi fuga. El moreno que me habia insinuado el camino que debia tomar como favorable, á eso de las cinco de la tarde, me dijo: «Hombre, saca ese caballo de ahí y ponlo al fresco que ahí estará haciendo ruido y despertarán los amos, cuando lo vayas á cojer para D. Saturnino, y diciéndome esto me entregó las espuelas, agregando: «Allí está la silla sin pistoleras, tu sabrás donde está todo, para cuando se necesite.» Con una mirada que me convenció de que me hablaba así para que aprovechara el tiempo. Este tal fué siempre muy bien llevado con mi padre, y trataba á mi madre con algun respeto aun despues viuda. No estaba yo con todo resuelto todavía, considerando que dejaba á mis hermanos en el Molino, y que tenia que andar toda una noche solo, por caminos desconocidos, y espuesto á caer en manos de algun comisionado (policía). Pero cuál fué mi sorpresa cuando en habiendo acabado todos de cenar y estando yo sentado á solas sobre un trozo, meditando si me determinaria ó no, ví llegarse á mí á don Saturnino que me preguntó donde dormia. Le señalé sobre una barbacoa, pero aquella pregunta acabó de resolverme; bien pudo haber sido hecha con todo, y que todo fuese habladurias de criados, que todo variase á la misma hora como en otras ocasiones; mas yo no pude recibirla sino de muy mal anuncio, en vista de lo que estaba ya en mi conocimiento. Se me representó la mala suerte de un tío mio, que habiendo tomado igual resolucion por irse á donde el señor D. Nicolás, señor D. Manuel y señor Marqués, fué traído como todo cimarron; pero sin embargo estaba resuelto á echar una suerte y padecer con motivo. Velé hasta más de las doce; aquella noche se recojieron todos temprano por ser de invierno y lluviosa: ensillé el caballo por primera vez en mi vida, y púsele el freno, mas con tal temblor que no atinaba á derechas con lo que hacia; acabada esta diligencia me puse de rodillas, me encomendé á los santos de mi devocion, me puse el sombrero y monté á caballo. Cuando iba á andar para alejarme, oí una voz que me dijo: «¡Dios te lleve con bien, arrea duro!» Yo creí que nadie me veia y todos me observaban como supe despues, pero ninguno se me opuso...... Mas lo que me ha sucedido luego lo veremos en la segunda parte de esta historia.»

Al pié del manuscrito hay una nota que dice así: «Esta segunda parte no llegó á escribirse.» Sabemos sin embargo que sí se escribió y que entregada por Anselmo Suarez al poeta Ramon de Palma para ponerla en limpio y arreglar la ortografía, se estravió en manos de éste[37].

Hasta aquí, pues, Manzano: el lector no esperaba ciertamente que esa cosa que llamamos esclavo, pudiera escribir su historia en ese lenguage en el que, cuando más se ve alguna sombra de amarguísimo sarcasmo, de ligerísima reconvencion: si esperaba tal vez una série de reproches y maldiciones; y téngase siempre presente que lo que más angustia el corazon, es el pensar que en toda esa tristísima relacion no hay siquiera ponderacion: es la verdad en toda su repugnante desnudez; verdad que en otra parte pareciera inverosímil, pero que en Cuba no será por cierto la historia de un solo individuo: el tormento de Manzano lo han sufrido muchos, y lo sufren muchos hoy mismo á despecho de las benignas instituciones que tienden á suavizar la condicion de nuestros esclavos. ¿Y podria el poeta, podria el novelista, en el libre campo de la fantasía, idear obra abolicionista que hiciera más efecto en el ánimo del lector que Manzano con la sencilla y no comentada enumeracion de sus dolores?

Durante su lectura quizás alguno se ha preguntado ¿Por qué ensañarse contra aquel desgraciado acaso más que contra otro ninguno? ¿Era de espíritu altanero y contumaz?...... No, la modestia y humildad de Manzano, bien lo revelan sus escritos, era inconcebible. Es fama que D. Domingo Delmonte, promotor de los donativos para su manumision, jamás pudo hacerle tomar asiento en su presencia[38]. Se le perseguia más porque sabia más, porque osó tener alma y ver en la oscuridad, porque hacia versos!......... para ciertas inteligencias malo es ser esclavo, pero es mil veces peor ser esclavo despierto: un esclavo que piensa es una protesta viva, es un juez mudo y terrible que está estudiando el crímen social: no le tememos, porque lo conservamos bien desarmado, pero nos avergonzamos ante él......... y luego, sentándonos un momento en el pedestal de la eterna justicia, nos encontramos tan inferiores! ¿cómo hemos de amar nosotros los amos al débil que nos empequeñece?

Pero hemos concluido la historia del esclavo, sigamos la del poeta. Sabemos que salió al fin de las garras de su primera ama[39], que se le dió licencia para ganar jornales y sirvió á varios amos entre otros á D. Tello de Mantilla cuya benignidad elogia[40], y por último, que casó en 1835 y que pertenecia á D.ª Mª. de la L. de Z. cuando la filantropía de varios admiradores compró su libertad en 500 pesos, precio mayor que podia alcanzar un esclavo en aquella época. Se habia leido su magnífico soneto, más bien su gemido, titulado Mis treinta años, 1836, que ha sido despues traducido á cuatro idiomas, y pasa por uno de los modelos de su género[41] y sus Cantos á Lesbia, en los que si no campea la correccion de lenguaje, sí un verdadero sentimiento de poeta[42].

Es lástima grande que se haya perdido la segunda parte de su manuscrito: la ráfaga de muerte que en el año 44 azotó despiadada á la raza de color, deshonrando á la blanca, tambien escribió un episodio de sangre en la vida de nuestro protagonista, que tenia como tantos otros el delito de su color. En nuestra historia de Plácido hemos dado ya una idea de aquellos funestos cuadros; pero cuán interesante seria la relacion de tales escenas en el estilo inculto, pero sencillo y pintoresco de aquel siervo que valia más que sus señores, de aquel esclavo que mereció ser hombre.

Una vez liberto se dedicó al poco lucrativo oficio de cocinero y arrastró una vida si no tan azarosa, sí oscura y miserable hasta el año de 1854 en que acaeció su muerte. No llegó á la ancianidad; ¡ay! ni podia ser de otro modo. ¿Cómo habia de vivir mucho la mansísima víctima á quien nadie valia, que no podia enumerar los increibles trabajos de su vida, cuyo corazon estaba enfermo á fuerza de tanto sufrir, y cuyos gemidos ningun amigo oia, ninguna madre consolaba? Como lo habia predicho, el mal trato abrevió los dias de su miserable existencia.

Por 1837 colaboró en El Album de Caso y Sola, que ya pertenecia á Palma, en El Aguinaldo habanero, en La Moda ó Recreo de las Damas[43] y algun otro literario; hay una poesía suya en la Corona fúnebre al Presbítero D. Manuel de Lara, 1842. Sus obras constan principalmente de composiciones líricas entre las que despuntan el citado soneto, El cocuyo, Ilusiones, su oda A la Luna que dedicó al señor Bachiller y Morales, El Reloj adelantado, A Matanzas, tras larga ausencia, Un sueño, á mi segundo hermano, con las cuales y otras se formó una coleccion en 1841; un drama, Zafira, en cinco actos, en verso, á la aparicion del cual saludaron al autor en sentidos versos los poetas Velez Herrera, Matamoros, Valdés, &.ª[44], además sus Apuntes autobiográficos[45] de que hemos estractado, sin olvidar sus candorosas cartas á Delmonte 1834 y 35 que lo mismo que aquellos pueden considerarse como pintura fiel de la servidumbre.

Cosa rara é inesplicable es para muchos que sus mejores poesías las escribió miéntras gemia bajo el ominoso yugo de la esclavitud, y que al respirar el aire de la libertad, contra lo que debia suceder, pareció oscurecerse su talento. Despues de esa obra maestra Mis treinta años, hecha cuando esclavo lo mismo que El Cocuyo, nada escribió que le igualara y esto naturalmente amenguó el entusiasmo con que se leyeron sus primeros cantos en los círculos literarios, como que no podian considerarse sino chispas del genio en un hombre de condiciones tan desfavorables, desposeido de medios, sin libros, sin maestros, sin estimulo, sin porvenir en fin. Mas para nosotros esto nada tiene de estraño. Manzano esclavo, tenia quien lo mantuviera, y, aunque en el oprobio, no tenia que ocuparse de la subsistencia: como trabajaba para otro debia hacerlo con desgana, cercenando de sus ocupaciones todos los ratos que podia para dedicarlos á las letras: la suscricion filantrópica que lo manumitió no le dió una posicion social, teniendo entónces que trabajar para sostenerse y alimentar á su familia. Entónces y con 31 años y enfermo y decaido, de golpe se abre el ancho mundo ante sus ojos y conoce que aparte su infelicidad, todo lo ignoraba. ¿No era sobrado motivo para desmayar?

Otro tanto sucedió con el poeta Echemendia, de Cienfuegos, que nacido esclavo, corrió igual suerte que Manzano: nos congratulamos empero que Cuba, ya que no ha podido hasta ahora resolver el más complicado de sus problemas sociales, se haya apresurado al menos á redimir á las inteligencias que nacieron en la raza desgraciada. Haga lo mismo con todos los que despunten, que es muy doloroso el cuadro del talento encadenado; y si, como en Manzano y en Echemendia, el liberto no pareciere corresponder al sacrificio, enhorabuena perdamos un poeta á trueque de hacer un hombre de quien lo merece.

MIS TREINTA AÑOS.
Cuando miro el espacio que he corrido
Desde la cuna hasta el presente dia
Tiemblo y saludo á la fortuna mia
Más de terror que de atencion movido
Sorpréndeme la lucha que he podido
Sostener contra suerte tan impía,
Si tal llamarse puede la porfía
De mi infelice sér al mal nacido
Treinta años ha que conocí la tierra,
Treinta años ha que en gemidor estado
Triste infortunio por do quier me asalta,
Mas nada es para mí la cruda guerra
Que en vano suspirar he soportado
Si la comparo ¡oh Dios! con lo que falta.

PARALELO ENTRE PLACIDO Y MANZANO

Por D. Domingo Delmonte.

 

Plácido nunca fué esclavo; nació libre: era hijo de blanca y de mulato, y por supuesto su color era casi blanco. No tuvo por lo mismo que luchar en su vida, como Manzano que era casi negro, como hijo de negra y de mulato, y esclavo de nacimiento, con los obstáculos insuperables de su condicion y su color, para desarrollar las dotes naturales de su imaginacion, que era realmente poética. Logró más instruccion literaria que Manzano, y en sus versos, por lo comun rotundos y armoniosos, no se encuentran las incorrecciones gramaticales y las faltas de prosodia que en las muy sentidas y melancólicas del pobre esclavo. Plácido se complacia en cantar las pompas y los triunfos de los grandes de la tierra con una magnilocuencia digna de los poetas clásicos de España: Manzano no sabe repetir en su lira otro tema que el de las angustias de una vida azarosa y llena de peripecias terribles; pero yo prefiero los cantos tristes del esclavo á los del mulato libre, porque noto más profundo sentimiento de humanidad en los primeros, porque brillan por su frescura y originalidad nativas, porque los principios de mi estética y de mi filosofía se avienen más con el lamento arrancado del corazon del oprimido que con el concierto estrepitoso de un poeta, de quien con razon decia nuestro estóico y malogrado Milanés en 1838:

Y ¿qué es mirar á este vate
Ser escabel del magnate
Cuando el festin,
Cantar sin rubor ni seso
Y disputar algun hueso
Con el mastin?

Delmonte. Paris 1845.

AGUSTIN BALDOMERO RODRIGUEZ.

En nuestro Diccionario Biográfico este individuo aparece con la siguiente nota:—«Natural de Villaclara, pardo ingénuo de alguna instruccion y aficionado al cultivo de la poesía en la que, sin duda, hubiera descollado, á no ser por la falta de principios sólidos, y sobre todo por la abyecta ignorancia de sus acendientes.»

Era Baldomero Rodriguez, hijo de un zapatero pobre, que lo destinaba á su oficio y le prohibía severamente leer y sobre todo escribir versos: éste último delito ocasionaba tal enojo en el obtuso padre, que á menudo el chico tuvo que escapar y acogerse á los vecinos para que lo apadrinasen. Algo semejante se dice que pasó á Ovidio, en época disculpable por lo remota, pero ni Ovidio dejó por eso de ser un gran poeta, ni Rodriguez dejára de serlo á no haber otros inconvenientes coadyuvado con los que oponia su familia.

Principió á darse á conocer como repentista y á menudo preparó versos que luego se dieron por improvisados en alguna sobremesa, y pudo al fin publicar un tomo que tituló Pucha silvestre. Al leer algunas de las poesías insertas en esa rústica coleccion, el alma se contrista y deplora que el autor naciera en medio de elementos tan contraproducentes: allí hay una imaginacion que aspira, allí hay un génio que lucha, allí hay un númen que quiere levantarse y que se ahoga en la atmósfera mefítica que se le hace respirar. ¿Qué puede dar el génio en esos desgraciados en lucha perpétua contra el torrente de las preocupaciones? Plácido fué peinetero é hijo de un peluquero; más felíz en ésto que Rodriguez, su padre se ocupó poco ó nada de él, y pudo á su satisfaccion versar y lanzarse al campo de pobreza y disgustos que las musas suelen preparar en Cuba para sus adeptos que no posean ingenio.

La citada Pucha silvestre, pasó tras efímera existencia, y ya nadie se ocupa de ella: empolvado y carcomido en ignoto anaquel yacerá algun ejemplar, como sorda acusacion que el autor lega contra la sinrazon de sus coetáneos. Se nos asegura tambien que dejó un saco de heniquen, lleno de manuscritos inéditos, algunos de ellos en papel de estraza; mas la familia, arrojó el saco sin abrirlo á las llamas, en razon del producto que habia dado la Pucha.

Vicente Silveira, pardo, poeta, natural de Guanajay, publicó en la Habana, en 1873, un tomo de versos titulado Flores y Espinas, 102 páginas con prólogo, por Rodriguez Ayala.

José del Carmen, Diaz, moreno esclavo, natural de Güines, á quien tambien las musas se empeñaron en...... perseguir, porque en ciertas situaciones el genio es mas bien una calamidad, que un don celestial. Se nos asegura que por órden de la autoridad fué preso y luego enviado al campo porque leía periódicos y los repetía á sus compañeros, ¡Insensato! queria que disfrutaran algo del pan intelectual, los que eran sus hermanos en la religion de Cristo, y en esa otra religion de las lágrimas y los dolores! podia darse mayor delito...... en aquella época?

José del C. Diaz, carece de instruccion y ha escrito poco, colaborando en periódicos de aquella localidad. Aquí terminaríamos los apuntes acerca de él si la necesidad histórica no nos obligara á consignar una triste verdad. Empezó á escribir por 1867 y...... ¡todavía es esclavo!

ECHEMENDIA.

Despues de las tristísimas historias de Plácido y Manzano, la vida de Ambrosio Echemendía necesariamente ha de aparecer lánguida y descolorida: no hay en ella ningun suceso trágico, ninguna escena conmovedora, y su escaso interés viene á constituir en esta obra una falta de órden lógico, acarreada por la necesidad de seguir el cronológico que nos propusimos al comenzarla.

Echemendía ha sido un ejemplar más de esa imaginacion ardiente y decidida de los que aspiran sin base, de los que por un error de la naturaleza no nacieron para la situacion en que aquella los colocó. Nadie ha tratado de negar la felíz disposicion que para las bellas artes y la literatura ha tenido en todas circunstancias el etiope criollo, y particularmente el tipo medio que llamamos mulato. Ulpiano, White y Brindis han sido con su violin honra de su raza y tambien de su patria. No ha habido pintores, pero no es culpa de ellos; para poetas les podia bastar la inspiracion; la pintura requeria práctica y maestros, y las puertas de San Alejandro, bien diferentes de las de Belen,[46] estuvieron siempre cerradas para ellos.

El poeta de que ahora nos ocupamos nació en la villa de Trinidad, residió en Cienfuegos donde hizo sus primeros versos, y su apellido lo debe al de su amo, que pidió mil pesos oro por su manumision. Una suscricion popular á la que nos envanecemos de haber contribuido con pluma y bolsa, produjo 500 pesos: los otros 500 se reunieron en el festin dado á don Eduardo Asquerino en el año de 1865 cuando vino a solicitar suscriciones y apoyo para el periódico Revista Hispano-americana, fundado en Madrid para defender los derechos de Ultramar. "Viva felíz el bardo de Cienfuegos, dijo poco despues ese periódico, hoy emancipado merced al patriotismo de nuestros conciudadanos, y que sean sus cantos para nosotros el bálsamo que calme nuestro dolor al recordarnos el malogrado Plácido."

Echemendía casó en 1869 con la inteligente parda Dolores Susanne.

En una poesía dá las gracias á su amo por su generosa conducta hácia él. Notamos que és de las de ménos mérito que escribió? Por qué le faltó allí inspiracion? ¿Por qué el sentimiento parece muerto y la palabra brota fría y desencantada? No lo sabemos: sin embargo, nos alegramos de haberla leido. Al ménos, por ella, el recuerdo de la esclavitud de Echemendía no nos agobia y avergüenza como la de Manzano.

ANTONIO MEDINA.

Si quereis en alguna de las bellas mañanas de Cuba dar un paseo agradable y que os dejará gratísimo recuerdo, venid conmigo por la calle de Chacon. Es estrecha, mal empedrada y nada cómoda para pedestres: continuemos, sin embargo, que harto renumerados quedaréis por la molestia. Sobre la puerta de una casa baja y de pobre aspecto, n.º 16, vereis un letrero (Nra. Sra. de los Desamparados) que anuncia una escuela de gente de color. Entrad.

Un pardo que frisa en los 50, vestido con sencilla decencia, calvo y de aspecto simpático y respetable, os vendrá á recibir y os saludará con refinada cortesía. No os tenderá la mano: recuerda que está en Cuba, aunque en su casa; pero si vos la tendeis primero, si haceis el mas leve inicio para ello, él os la estrechará con efusion y casi diriamos con...... agradecimiento. No es que crea recibir una limosna de un apreton de manos, pero se alegra encontrar un blanco no dominado por injustas prevenciones.

Luego os llevará á su cuarto de recibo, tan pobre, pero tan limpio y decente como lo demás; irá á imponer silencio á la multitud de párvulos que en el salon inmediato estudia, y que le obedece con recojimiento: su mujer, una mulata tan bien parecida como bien educada, ó su hija mayor, irán á encargarse de vigilar por el órden, miéntras él viene á ponerse atentamente á vuestras órdenes.

Conversad un momento con él: contestará con franqueza y soltura á vuestras preguntas: os hablará con despejo y discernimiento de literatura Cubana, Española y Francesa, os regalará un ejemplar de sus versos y otro de su drama, os leerá ó recitará alguna inédita. No vayais á ofender su dignidad, sacando alguna moneda de oro para ofrecérsela; llamad más bien á uno de los chiquitines que juguetean en el comedor, y al entregársela con cualquier pretexto, reparad la noble sonrisa de gratitud que resplandece en el rostro del padre; no precisamente por el regalo sino por que lo disimulais evitando toda humillacion. Tiene nueve hijos que alimenta con su trabajo y que educa en su escuela.

Si le pedís datos de su vida, con no fingida modestia os dirá que nació, libre, en la Habana, en 1829, que atravesó grandes dificultades en su niñez, que de nueve años perdió á su padre y empezó á ganar el sustento, que á los quince ya sostenia á su madre con su trabajo, mientras estudiando sin maestros mejoraba su educacion, muy imperfecta al principio, que una vocacion indomable le hacia escribir versos, que imprimió en 1849 un drama de asunto polaco, Lodoiska, en cinco actos y en verso, en 1851 un tomo de versos, el que os acaba de regalar, del cual hablaron favorablemente Mendive y Zambrana, copiando su soneto La Pobreza; más tarde, en 1854, una zarzuela de costumbres cubanas, D. Canuto Ceibamocha ó el Guajiro generoso,[47] tambien os contará que solo y sin maestros ha aprendido de inglés y francés lo suficiente para saborear las buenas obras de estos idiomas y aún traducir una poesía de Victor Hugo y el Suicidio, prosa, de J. J. Rousseau, que conoció á Manzano y oyó de él las pobres lecciones que aquel podia dar, por último, que desde 1862 (hace ya 17 años) dirige esa escuela de color en que educa á sus hijos y gana honradamente su vida y la de 18 personas que sobre él han gravitado.

Tocad entonces ligeramente, muy ligeramente, el tenebroso drama del 44: dirigid alguna palabra de conmiseracion al recuerdo tristísimo de Plàcido y de Manzano. Vereis una nube de melancolía pasar por la frente de vuestro interlocutor: vereis una lágrima surcar sus mejillas...

¡Oh! entonces, lector, si no te levantas arrebatado y estrechas con fervor aquella mano generosa, si no admiras aquel corazon sencillo y noble, si no te declaras amigo de ese hombre... te digo que no mereces serlo y que ese hombre vale mas que tú.

Pero has concluido la visita: estás contento del empleo de tu mañana, más al menos que si la hubieras dormido, lo que siempre, y más en paises cálidos, es antihigiénico. Te retiras satisfecho de haber adquirido un digno amigo más, de haber conocido un hombre de honor, si no como el que buscaba Diógenes, sí acreedor al aprecio de todo hombre honrado: al despedirte estoy seguro que no ya por mera fórmula de deferencia, no ya pensando hacer con ello un favor, sino con espontánea sinceridad, saludarás aquella amable familia y te irás guardando siempre un recuerdo grato del ilustrado poeta pardo Antonio Medina.

Vuelve á leer, al salir, el letrero sobre la puerta que dice el nombre del instituto:

Ntra. Sra. de los Desamparados.

de los desamparados! Eso no fué epigrama, eso no se intentó sarcasmo: fué nombre elegido al acaso como cualquiera otro.

Ya en nuestra casa nos detendremos á examinar el drama Lodoiska, y el libro de versos que se nos ha regalado. Quizás el lector convendrá conmigo en que el drama no es una obra maestra, que el autor adoptó plan demasiado vasto para sus fuerzas, y quedó agobiado por la propia magnitud de su objeto; quizás preferirá leer los artículos El calesero de alquiler, La vejez del sastre y otros folletines de costumbre con los cuales colaboró en El Faro y en El Avisador Comercial; pero se deleitará sin duda leyendo algunas de las hermosas endechas que contiene el libro de versos. Notará cuánto el autor se muestra místico y profundo en Una visita al cementerio, le encontrará filósofo en A mi lira, admirará su tierno sentimentalismo en Recuerdos de la infancia, y acaso se aprenderá de memoria el soneto La cena, al par de esa bella cancion El suspiro de amor que, puesta en música, ha sido tan celebrada en estos últimos dias.

En algunas se traspira un fondo de melancolía que angustia el corazon, porque se adivina la inícua causa. Siempre el sordo sufrir en esa raza de los desamparados! Hemos llevado un desengaño: creimos un momento haber encontrado lo que en Cuba parecia imposible, la felicidad en una familia de color. Nos engañábamos. Allí tambien germina sordamente la funesta semilla del desencanto y del dolor.


ERRATAS.

Página 11 línea 13 dice papeles léase en papeles.

    »     37    »   14   » no era bueno léase no era ya bueno.


DICCIONARIO

BIOGRAFICO   CUBANO

POR

FRANCISCO CALCAGNO.

Dentro de breves dias se hallará de venta en los puntos siguientes:

Contiene biografias de todos los cubanos distinguidos, reseñas biográficas de los peninsulares y extranjeros notables en esta provincia, noticia de las causas célebres, historia de edificios públicos y grandes fundaciones, incluida en las respectivas biografías, bibliografía general de Cuba, &, &.


FOOTNOTES:

[1] NOTA.—Estos dos primeros capítulos se publicaron en el periódico La Revolucion de Isaac Carrillo y O’Farril. Febrero 1869, Habana, lo demás inédito.

[2] André Cheniér poeta francés que Lamartine llama «moderno Tirteo de la moderacion y del buen sentido» nació en Constantinopla en 1763. Militar y diplomático, simpatizó con la revolucion, pero la combatió cuando esta se entregó á excesos: preso por sospechoso en 1794, su cabeza rodó bajo la guillotina con las de otros 38 de su partido.

[3] Tambien Salvador Constanzo al insertar en sus Opúsculos Literarios La Plegaria y el Jicotencal, incurre en el error de decir que varios jóvenes de la Habana compraron su libertad. Charles de Mazade, literato francés (Revue des deux mondes 13 Diciembre 1851) dice que fué hijo de un negro, que nació en Matanzas, y que fué delatado por una esclava suya: no es el solo que cae en tal error.

[4] Véase al final el Paralelo que no es por cierto de lo mejor que escribió Delmonte. El Sr. Suarez Romero, gran conocedor de nuestra literatura reconoció que habia exagerado los elogios que hizo de Manzano en el prólogo á las obras de R. de Palma, atribuyéndole cierta superioridad sobre Plácido de quien dijo que era de inspiracion ménos sostenida, y ménos pura y ménos ingenua y ménos ideal que la de aquel. Cedió involuntariamente á la amargura que siempre esperimentó leyendo varias composiciones suyas dedicadas más á la lisonja que inspiradas por el sentimiento de la belleza. En otro lugar (Prospecto para la Biblioteca de autores cubanos) dijo de Plácido «Sus inspiraciones se parecen á los relámpagos que en medio de una borrasca hienden las lóbregas nubes y aunque incorrecto por lo comun en sus obras, quizás en la lengua castellana no habrá ningun romance que supere á uno de los suyos, ni hay corazon tampoco que no se contriste al repetir las supremas palabras por él murmuradas en momentos terribles.» Con no menor entusiasmo habló de Plácido el literato colombiano Torres Caicedo en Ensayos biográficos de escritores hispano-americanos.

[5] En el North American Review, Boston 1849, se compara esta carta á la que Juan Padilla escribió á su esposa en idénticas circunstancias, pero es más conmovedora la de Plácido porque son más tristes sus circunstancias.

[6] Posteriormente la hemos visto impresa en el Mundo Nuevo de Nueva York, en una bella biografía de Plácido por E. Guiteras: tambien inserta el autor nota de su entrada en la Casa Cuna.

[7] Muchos han negado que existiera el más leve indicio de conspiracion y han temido que la vindicta divina viniera á pedir cuenta de ese crímen social: entre estos, La Luz, á quien tocó de cerca, siempre sostuvo que en la conspiracion de la Escalera no hubo negros criminales sino negros poseedores, ó amos que tendrian que rescatarlos. Dos delaciones, siempre arrancadas por el tormento, bastaban para caer en las garras de la despiadada Comision, y numerosos fueron los casos de personas libres que al saberse solicitadas, se suicidaron ántes que entregarse: sabian que la inocencia no los garantizaba y que una vez en manos del horrible tribunal, serian llevados á la escalera donde el látigo funcionaria hasta arrancarles algunos nombres. En Güines se dió el tristísimo caso de un hijo, forzado por el dolor, delatando á su padre, sastre honrado y director de orquesta, que murió bajo el tormento sin hablar palabra: todavía se recuerda allí con dolor al Maestro Pepé. En Matanzas, una muger que á parte de ser mulata cubana era señorita, delató, inducida por el terror, á sus dos hermanos; fué despues concubina de uno de los fiscales y murió demente en San Dionisio, mucho ántes de la traslacion del hospicio á Mazorra; algun dia con más datos escribirá alguno la triste historia de Hortensia Lopez la Matancera. Cuenta un autor peninsular que cuando la prision de Plácido ya se habian dictado 3000 sentencias sin pruebas: necesitaríamos un volúmen para narrar los tenebrosos episodios que no han sido escritos. Jamás en Inglaterra contra católicos, ni en Francia contra hugonotes, ni en España contra moros ó judíos se desplegó una saña tan friamente cruel como la que esterminó á esa raza indefensa. «Más de mil negros, dice la Revista de Boston. (North American Review, tomo 68, 1849) murieron bajo el látigo.» El comisionado británico Kennedy testigo presencial, dice que pasaron de tres mil, á más de centenares muertos por las balas ó de hambre en los bosques en que se escondieron. La confiscacion de bienes era consecuencia inmediata de la prision, y las hijas en la miseria, se vieron como Hortensia la Matancera, forzadas á la prostitucion.» Otro autor peninsular cuya moderacion es notoria dice: «De que no hubo la legalidad é imparcialidad que exige un pueblo culto son pruebas manifiestas los castigos que tuvo que dictar la primera autoridad contra muchos fiscales por su venalidad y sus escesos; el suicidio de dos de ellos y la fuga de otro al ver descubiertas sus infamias.» El lector sabe además, pues es voz comun en Cuba, que el fiscal de Plácido, murió arrepentido gritando en su postrera agonía. «Plácido, perdóname.» El mismo Salazar, delator gratuito de La Luz, de Delmonte y tambien de Martinez Serrano y de José Noy que murieron en bartolina, fué condenado á presidio y conducido al de Ceuta, de donde le sacó el mismo La Luz, como se verá en la biografía de éste señor. Las personas que Plácido citó ante el tribunal divino se dice que fueron Francisco H. M. y Ramon Gonzalez. Se le comparaba con el mulato Ogé, primera víctima de las turbulencias en Haity, de los de color contra blancos «pero la criminalidad de aquel agrega alguno fué manifiesta, y la de Plácido aparece solamente en una sentencia de fundamentos no esplicados.» Nosotros añadirémos que Ogé fué un hombre erudito y murió en el tormento de la rueda sin denunciar á nadie. Su muerte, culpa de la época más que de los hombres responde á la de Plácido, como el suplicio de la princesa Anacaona por Ovando responde al de Atuey por Velazquez.

[8] Pero no «con el aire de un conquistador» como dijo la Revista Norte Americana de Boston 1849: Plácido murió con el aire de un justo: como morian sin duda los mártires del cristianismo.

[9] Puesto que aquí nada se ha escrito sobre el caso irémos á buscar al estrangero quien nos cuente la muerte de nuestro poeta: Mr. Jourdan, Paris 1863, la refiere del modo siguiente...... «dióse entónces la señal, espesa nube salió de las bocas de fuego y envolvió á las víctimas, la sangre corria y dos ó tres agonizantes se retorcian en las convulsiones de la agonía, los soldados iban ya á romper filas, cuando del grupo de los ajusticiados un hombre se alza y clama con voz moribunda. Mundo, adios, no hay piedad para mí; soldados, aquí! Aquel desgraciado habia sido herido por una sola bala en la clavícula, una segunda descarga le dejó muerto. Era Plácido! y así pereció asesinado judicialmente el primer poeta de la raza hispano-americana. Por horrible que parezca esta historia es cierta, es justamente como lo contaba el pueblo: el episodio aunque no escrito era sobradamente conocido entre nosotros.

[10] Improvisado en una romería: existe el árbol, que es un mango frondoso, y la fuente, á la entrada del valle del Yumurí.

[11] Entre estos El Laberinto, de Madrid, número 20, tomo 1º fué de los primeros que publicaron sus últimos cantos. El Dr. Wurderman of Columbia South Carolina en sus «Notes on Cuba» hizo una coleccion y traduccion de Plácido, sobre la cual se escribió un juicio en London Quarterly Review for January 1848, este no se publicó y quedó inédito en la biblioteca de Howard College: al año siguiente tradujo sus versos el citado North American Review, Boston 1849, tomo 68. Además su muerte ha dado lugar á la novela El mulato Plácido ó el poeta mártir, y al cuadro dramático La muerte de Plácido por D. V. Tejera, representado en Nueva York en 1876.

[12] Leido este manuscrito por algunos inteligentes amigos nos han hecho sobre este pasage observaciones que modificando nuestro dictámen, nos harian cambiar su redaccion, si no prefiriéramos presentar aquellas á la consideracion del lector: hé aquí algunos estractos de cartas que hemos recibido:

«Es mejor dar por sentado que no fué más que poeta, y nunca conspirador en ningun sentido: su culpabilidad, por grandes razones que tuviera para conspirar, puede no ser aceptable para muchos y escusar el hecho de su muerte como triste necesidad: me parece que lo más acertado es guardar silencio sobre ese punto. En todo lo demás de su obra estamos acordes.» (F. Valdés Aguirre, Habana 1868.) «Debe distinguirse la clase de inocencia de Plácido: él no aspiró al dominio de la clase de color sobre la blanca, que fué el crímen que le achacaron y aparece que fué aquel porque le mataron. Todas sus simpatias y relaciones eran con los blancos; él, como todos los criollos cubanos, sin distincion de razas, deseaba la revolucion que debia sacarle de la sugecion en que se veia aherrojado. De la culpa porque le mataron le creo pues inocente.» (C. Villaverde, Nueva York, carta al autor 1871.)

«No debe usted afirmar un hecho que el mismo poeta negaba al esclamar en el Adios á su lira Soy inocente. La posteridad conmovida ante el sublime canto del poeta al borde del sepulcro lo cree inocente, y es manchar su memoria afirmar que fué culpable cualquiera que sea el colorido que se pretenda dar al hecho á cuyo fin se sostiene que contribuyó poderosamente.» (Vidal Morales, carta, Habana 1876.)

«............ Usted ha interpretado dignamente á Plácido, respecto al carácter de sus versos; pero es preciso deslindar bien ese punto de la culpabilidad honorífica que le supone: creo que el erudito aleman tuvo razon en dar fé á su propia declaracion de inocencia.» (Suarez Romero, 1875.)

«............ Mis noticias conducen á dar por sentado que la muerte de Plácido fué un asesinato jurídico, si jurídico se puede llamar lo que hace una comision militar, aunque sea asesinato. A esa conclusion llegamos porque nos parece que la tal conspiracion no fué histórica, sino un fantasma creado (sobre una pequeña base cierta) por el miedo y el remordimiento, y exagerado por la maldad y toda la caterva de malas pasiones que se anidan en el corazon del hombre, y salen á causar estragos cuando se las deja sin freno. Además de eso Plácido, ni en lo que hubo de cierto tomó jamás la menor parte, sin que el soneto El Juramento y otras composiciones signifiquen nada para probar lo contrario........ Nuestros datos son que Plácido murió inocente como dice el escritor francés que usted cita é impugna. Y en llamarle inocente de esto, además de tributar homenage á la verdad histórica, creo que se ensalza á la víctima............ La muerte de Plácido es un delito sobre la conciencia de los que la causaron. (J. I. Rodriguez, Washington, Nov. 1878.)

[13] Gan-Eden or Pictures of Cuba, Boston, 1854. Tambien el Salas y Quiroga ya citado. Nuestro escritor, presbítero camagüeyano Fuentes y Betancourt en una luminosa tésis escrita, 1877, para incorporarse en la Universidad de Lima dice que quizás Plácido aventaje en inspiracion, espontaneidad y sonoridad métrica al mismo Heredia. Concepto semejante hallamos en una corta biografía que en 1873 publicó El Abolicionista, de Madrid.

[14] Thales Bernard llama el Adios á mi lira la obra maestra de Plácido: es sin duda muy bella, y las circunstancias en que la escribió la hacen más apreciable, pero le superan en mérito literario el Jicotencal, Al Yamurí, los sonetos á Guillermo Tell, la Muerte de Gessler.

[15] No debe llamársele poema bíblico, como lo hizo La Aurora: el asunto es puramente fantástico. Se publicó por separado en Matanzas 1843, Imprenta del Gobierno (El hijo de Maldicion) despues se insertó en sus posteriores ediciones.

[16] Un biógrafo, Nueva York 1875, nos dice que principió un poema La toma de la Habana por los ingleses, que se estravió sin concluirse; tambien se perdió su poesía El eco de la gruta, 1834, que dedicó á Heredia entónces accidentalmente en Cuba; sin contar sus numerosas improvisaciones ya solo, ya en certámen con el popular José del Ocio, certámenes en que improvisaban alternativamente empezando cada cual su décima por el último verso de la de su competidor. ¡Y así divertian en banquetes y reuniones! Plácido desde su aurora tuvo renombre de repentista: se le solia dar pié forzados, á veces conteniendo un contrasentido para disolver ó una impropiedad que debia salvarse: de aqui sus décimas que concluyen Besar la cruz es pecado, La campanilla, de qué, La Virgen fué gran........» (La Guirnalda, Diciembre 30, 1872) Siempre salia airoso de estos esfuerzos intelectuales, por lo comun del género jocoso á que se prestaba su carácter jovial. ¡Cuán melancólica, sin embargo, cuán sentida, amarga y profunda, aquella improvisacion en el Festin Campestre de Iturrondo, 1834, es un arranque de dolor y de reconvencion contra la injusticia que lo humillaba: no la hemos leido: hemos oido hablar de ella al Sr. Bachiller que estuvo allí y que por entonces tambien escribia versos.

[17] Solo en francés hemos visto cinco versiones de las cuales tres en verso: de estas la mejor es la de Mr. Fontaine, de aquellas la de Villemain. Las dos citadas son anteriores á la traduccion completa de Plácido que hizo al aleman Duzanna de Ochoa, Hannover. La plegaria fué tambien muy bien interpretada por Longfellow, traduccion que apareció en North American Review, Boston, tomo 68, página 129 y siguientes en un opúsculo sobre poetas cubanos, vidas y caractéres, segun datos que creemos su ministró el Sr. Guiteras de Matanzas. D. Narciso Campillo y Correa, catedrático de Retórica y Poética en el Instituto del Noviciado de Madrid, inserta en una obra suya la Plegaria á Dios á la que llama «un modelo de deprecacion.»

[18] Porque en el original sin duda la fuerza del consonante hizo que esos dos versos salieran inconexos.

Y acaso hasta las nubes me subiste
Por verme descender desde la luna

Si subió á las nubes no podia vérsele descender de la luna. Plácido hubiera hecho mejor en decir

Para eclipsar despues tanta fortuna
Para hacer más amarga mi fortuna

O cualquiera otro semejante. Este soneto lo tradujo tambien Mr. Mazade, Revue des deux mondes 1851, el cual inserta tambien el Canto al Pan de Matanzas, concluyendo que el mérito de sus poesías está en su inspiracion y originalidad. No se inserta en la Trad. Poesies completes de Plácido Valdés, 1867, 2.e edition. Denné Schmitz, Paris.

[19] Tradujeron tambien ese soneto los poetas norte-americanos Longfellow y Bryant: la version del segundo aparece en un interesante articulo sobre literatura cubana, inserto, 1849, en la citada North American Review. Tomo 68, página 129, número 162. Enero.

Héla aquí.

The appointed lot has come upon me mother,
The mournfull ending of my years of strife
This changing world I leave and to another
In blood and terror goes my spirit’s life.
But thou grief-smitten, cease thy mortal weeping
And let thy soul her wanted peace regain
I fall for right, and thoughts of thee are sweeping
Across my lire to wake its dying strains.
A strain of joy and gladness, free, unfailing
All glorious and holy, pure, divine
And innocent, unconscious as the wailing.
I uttered on my birth; and I resign
Even now, my life; even now descending slowly
Faith’s mantle folds me to my slumbers holy
Mother farewell! God keep thee........ and for ever!

Es la despedida comun, y por cierto bastante sentimental, que da á su madre un hijo que va á morir; pero no es la despedida especial de Plácido, de aquel hombre que en todo salia de lo comun. El defecto principal consiste en haberse omitido la conjuncion condicional con que empieza y que es la esencia de la composicion. Es preciso tener presente que Plácido se despide con melancolía, con nobleza, con respeto, con todo lo que se quiera; pero no con cariño, ni podia: quizás escribió adios, señora, adios y borró para poner Adios, mi madre, adios. Debia emitir más dignidad que ternura, y por eso es que el grief-smitten y el mortal-weeping, adicionados por el traductor, alteran el carácter, y por tanto echan á perder el soneto.

[20] El único ejemplar que hemos podido examinar de esta traduccion se halla en poder de D. José A. Echeverría. Poems by a slave in the Island of Cuba recently liberated, translated from the spanish, by R. R. Maddens, M. D. wish the history of the early life of the negro poet, written by himself, to which are prefixed two pieces descriptive of cuban slavery, and the slave traffic by R. R. M. London. Thomas Ward and Co. 27 Paternoster Row: and may be had at the office of the British and Foreign antislavery Society 27 New-Broad street. 1840.


(J. I. Rodriguez, Washington, carta á V. Morales. Habana, 1877.)

[21] Sin duda tomando ese dato de las Memorias de un matancero, por Pedro A. Alfonso, Matanzas 1854.

[22] Las frases de entre comillas son tomadas de los Apuntes Autobiográficos, y los puntos suspensivos indicarán los trozos que saltamos.

[23] Gutierrez de Zayas.

[24] De Cárdenas y Manzano.

[25] Véanse en nuestro Diccionario-Biográfica-Cubano los artículos Saco y Las Casas.

[26] En el original estas palabras están con letra comun: las subrayamos para llamar la atencion sobre ellas. ¡Qué sublime sencillez, qué mansedumbre! Quintana hallando innoble la palabra vaca usó de este circunloquio «La mansa esposa del celoso toro.» Y el pobre esclavo se vale de esa ingénua perífrasis para no decir la inmunda, la asquerosa palabra bocabajo.

[27] Matanzas.

[28] En 1821 se publicaron sus Cantos á Lesbia poesías de Juan Francisco Manzano, un tomo de más de 15 fojas, bajo garantía, pues no podian los esclavos publicar nada: se libertó en 1837 durante diez y seis años fué por lo tanto poeta y esclavo.

[29] En nuestro círculo literario casi todos la conocen ó de oidas ó por haberla leido: tanto que cuando se dice la autobiografía, ya por antonomasia se entiende que se habla de la de Manzano.

[30] Existia cuando Manzano escribió esto, pero no existe hoy.

[31] San Juan.

[32] Este pasage nos parece oscuro y no comprendemos qué aplicacion se diera al dinero ó en qué sentido se recibiera, pues no podemos creer que dolosamente y contra su derecho lo guardara la señora. Los que hayan leido la autobiografía recordarán que Manzano se consideraba con derecho á su libertad, que en cierta ocasion habiéndole dado su ama una bofetada que le hizo sangre, le dijo arrebatada de furia: «Te he de matar ántes que llegues á la edad» palabras que el esclavo no se podia esplicar. Despues de la muerte de María del Pilar, á insinuaciones de una tia libre, el esclavo dirije á su ama algunas tímidas palabras sobre el asunto, y ésta contesta: «Tan apurado estás por tu herencia, no sabes que soy heredera de mis esclavos? A pesar de estos y otros cabos nos negamos á creer que se defraudará al esclavo y preferimos confesar que no comprendemos el pasage.

[33] Nuestros lectores saben lo que es un novenario, y nos alegramos no tener que esplicarlo: á los cinco dias, descubierta su inocencia se suspendió el castigo, y...... ¡nada más! El esclavo cuenta con una resignacion que horroriza hasta los disparates con que durante el castigo contestaba al interrogatorio inquisitorial que se le hacia.

[34] Y cuando esto ya sus versos se habian leido en Europa.

[35] Pelar ó cortar el cabello era un castigo que se consideraba ignominioso, pero ¡ay! no escluia el látigo; no era más que un suplemento.

[36] Alude á otro paso que no hemos estractado. Por el presente se va notando que no era el valor cualidad que resplandeciera en Manzano: el terror y sobresalto contínuos en que habia pasado su desvalida niñez habia engendrado sin duda la pusilanimidad de su corazon. Delmonte en su breve paralelo, Paris 1845, sobre el cual hemos dado nuestra opinion en Plácido representa á éste altivo sin dignidad, á Manzano tímido y humilde, simpatiza con los versos del segundo admirando más los del primero. Nosotros hubiéramos dicho más brevemente que Plácido amó y bebió la inspiracion en los ojos de su amada. ¡Manzano no pudo odiar y lloró; y por lo mismo que no lloró más que su propia infelicidad, sus lágrimas, como la muerte de Plácido, son una mancha de su época y el recuerdo más triste que nos legará esa institucion que hoy felizmente se trata de abolir.

[37] En eso concuerdan tambien José A. Echevarría y el traductor Maddens. Este en el prólogo de su traduccion dice: «the work was written in two parts: the second one fell into the hands of persons conected with the former master, and I fear it is not likely to be restored to the person to whom I am indebted for the first portion of this manuscript.» Las poesías que traduce Maddens, como apéndice á la autobiografía, son: A la muerte, A la calumnia, una oda titulada La Religion, el soneto Mis treinta años, El cocuyo, El Reloj que adelanta, El Sueño, A Cuba, todo lo que ocupa 22 páginas de la obra, y la autobiografía 40.

[38] Manzano era devoto, con aquella devocion mezclada de fanatismo de las personas ignorantes de su época. En una ocasion lo apadrinó un eclesiástico á quien el ama dijo: «Mire usted que ese va á ser más malo que Rousseau y Voltaire, acuérdese que yo lo digo.» Y continúa Manzano: «Estas palabras me hacian andar averiguando quienes eran esos demonios. Cuando supe que eran unos enemigos de Dios, me tranquilicé porque desde mi infancia mis directores me enseñaron á amarlo y temerlo; porque hasta tal punto llegaba mi confianza en él, que pidiendo al cielo suavizase mis trabajos, me pasaba casi todo el tiempo de la prima noche, rezando padrenuestros y avemarías á todos los santos, y si al dia siguiente me acontecía alguno de mis comunes y dolorosos apremios, lo atribuia á mi falta de devocion y á enojo de algun santo que habia echado en olvido.» ¿Seria de carácter rebelde quien así discurria y así obraba? No era más que un ignorante manso. Por otra parte la observacion de su señora nos hace ver que se adivinaba su talento.

[39] Con lo que mejoró su suerte, sin ser feliz. En carta á Delmonte Octubre 16 de 1835 dice: «Mi actual situacion es capaz de postrar al corazon más firme: la sensibilidad y el pundonor luchan en mi corazon, y el silencio de mis pesares es el mejor partido que me queda inter recurro á la bondad con que me he visto favorecido de su merced.

[40] 1837 Escribió un epitafio que reprodujo D. Manuel Gonzalez del Valle en su Diccionario de las Musas.

[41] La idea de este soneto se asemeja á una del poeta italiano Ricchardi, pero no es imitacion: el pobre esclavo no habia leido hasta entónces más que rezos. Era ya conocido en manuscrito cuando se publicó, 1837, en El Aguinaldo con nota laudatoria de J. A. Echevarría.

[42] Despues de su coleccion Cantos á Lesbia, 1821, citada por Bachiller, pero poco conocida (la única que hemos visto se halla en la coleccion de Vidal Morales) se publicó en La Moda ó Recreo semanal del bello sexo, 1829, su primera composicion «En el feliz nacimiento de la Sma. Infanta D.ª María Isabel Luisa de Borbon» con una nota que decia: «El autor de esta poesía es un pardo jóven esclavo, del que no es la primera vez que el público ha visto composiciones.» &.ª

[43] En El Album dió, 1838, Ilusiones tambien con una nota de la Redaccion llamando la atencion sobre la destituida condicion del autor. En El Aguinaldo Habanero se publicó Una hora de tristeza, El Reloj adelantado, La Cucuyera y A Matanzas, tras una larga ausencia.

[44] Sin embargo, estamos con Suarez que llama á Manzano «mal dramático y excelente lírico.» No debia ser de otro modo, porque para la lírica podia bastarle su estro y lo poco que habia leido; mientras que para la dramática necesitaba el estudio, requeria una escuela de que el infeliz nunca pudo disfrutar: porque como advierte en su libro inédito el mismo crítico, en Cuba un hombre de color liberto es casi lo mismo, en cuanto á medios de instruirse y remontar el vuelo, que un hombre de color esclavo. Mucho tiempo se les prohibió escribir y si algo imprimian era clandestinamente y por anónimo. El drama se imprimió en 1842 en la imprenta de Mier y Terou. Habana.

[45] Escribió dichos Apuntes autobiográficos á vivas y repetidas instancias del propio Delmonte, á quien asimismo debemos el que se hayan conservado. Se guardan aun varias de sus ingenuas cartas en que contestaba desde la Habana á las de aquel insigne humanista, residente entonces en Matanzas: todas concluyen: «A los piés de Su Merced, su humilde siervo Juan Francisco Manzano.» En una de ellas dice: «Me he preparado para hacer á Su Merced una parte de la historia de mi vida, reservando los más interesantes sucesos de ella para si algun dia me hallo sentado en un rincon de mi patria tranquilo, asegurada mi suerte y subsistencia, escribir una novela propiamente cubana»......... «Mañana empezaré á hurtar á la noche algunas horas para el efecto.» (Manzano Habana carta á Delmonte, Matanzas, Junio 4, 1835)......... «He estado más de cuatro ocasiones por no seguirla: un cuadro de tantas calamidades no parece sino un exagerado protocolo de embusterías, y más cuando desde tan tierna edad los crueles azotes me hacian conocer mi humilde condicion»...... «Me abochorna el contarlo, y no sé como demostrar los hechos dejando la parte más terrible en el tintero, y ojalá tuviera otros con qué llenar la relacion de mi vida, sin recordar el escesivo rigor con que me ha tratado mi antigua ama, poniéndome en la forzosa necesidad de apelar á una arriesgada fuga para aliviar mi triste cuerpo de las contínuas mortificaciones que no podia ya sufrir más.» (25 Junio 1835.)

En otra de igual fecha y tambien contestando á las insinuaciones para que escribiera su historia, dice: «Idos preparando á ver á una débil criatura, rodando en los más graves padecimientos, entregada á diversos mayorales, siendo sin la menor ponderacion el blanco de los infortunios. Temo desmerecer de su aprecio un ciento por ciento, pero acuérdese Su Merced cuando lea, que yo soy un esclavo y que el esclavo es un ser muerto ante su señor; y no pierda en su aprecio lo que he ganado. Considéreme un mártir, y hallará su merced que los infinitos azotes que han mutilado mis carnes aún no formadas, jamás envilecieron á su afectísimo siervo; que fiado en la prudencia que lo caracteriza á su merced, se atreve á emitir una palabra sobre esta materia, y más cuando vive aún quien me ha dado tan largos ratos que gemir.» (carta Junio 1835). Nadie negará que á través de sus incorrecciones esas cartas resplandecen en la sublime resignacion de los mártires cristianos.

[46] En la escuela de Belen, fundada en el siglo pasado, 1712, por D. Juan Francisco Carballo, se admitían indistintamente blancos y negros: la academia de dibujo de San Alejandro, fué fundada en 1817 por el Intendente D. Alejandro Ramirez. Hasta ahora no ha dado ningun alumno digno de mencion.

[47] Tambien conserva fragmentos inéditos de un drama caballeresco de asunto Italiano Rogerio el bandido. De pequeño asistió á una escuelita de su barrio: para suministrarse libros se asoció á dos compañeros de su clase á quienes indujo al estudio, uno de ellos Luis Heredia que tambien cultivó y pronto abandonó las musas. Entre los tres, uniendo sus fondos, lograron comprar la primer Retórica que disfrutaban alternativamente 15 dias cada uno: despues por medio de otra asociacion de los mismos se hicieron de un texto de Lógica; un tercer triunvirato les dió para una Gramática Francesa y un Diccionario que aún guarda nuestro protagonista con cariño. Es verdaderamente conmovedora la sencillez con que cuenta estas primeras dificultades de su carrera, ese honrado maestro que por su perseverancia se hizo, por decirlo así, La Luz de los de su clase. Más tarde logró tomar algunas lecciones de Mr. Duplesis, á quien pagó religiosamente. El soneto La Cena que citamos más adelante, dice así:

De sus fieles discípulos rodeado
De la divina gracia circuido
Un banquete celebra conmovido
El que es señor de todo lo creado.
Lleno de santo amor y con agrado
Aun sabiendo que hay uno fementido,
En pan les dá su cuerpo convertido
Y su sangre que en vino ha trasformado.
Sublime institucion, cambio grandioso
Que á la par que sencillo al mundo asombre
Por la gran majestad de un Dios bondoso.
No hay en la historia semejante ejemplo
Feliz transformacion que hace del hombre
De la divinidad sagrado templo.

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