Director literario: V. Blasco Ibáñez
«Bacbac el ciego, por otro nombre el Cacareador hinchado, es mi tercer hermano. Era mendigo de oficio, y uno de los principales de la cofradía de los pordioseros de Bagdad, nuestra ciudad.
Cierto día, la voluntad de Alah y el Destino permitieron que mi hermano llegase á mendigar á la puerta de una casa. Y mi hermano Bacbac, sin prescindir de sus acostumbradas invocaciones para pedir limosna: «¡Oh donador, oh generoso!», dió con el palo en la puerta.
Pero conviene que sepas, ¡oh Comendador de los Creyentes! que mi hermano Bacbac, igual que los más astutos de su cofradía, no contestaba cuando, al llamar á la puerta de una casa, le decían: «¿Quién es?» Y se callaba para obligar á que abriesen la puerta, pues de otro modo, en lugar de abrir, se contentaban con responder desde dentro: «¡Alah te ampare!» Que es el modo de despedir á los mendigos.
De modo que aquel día, por más que desde la casa preguntasen: «¿Quién es?», mi hermano callaba. Y acabó por oir pasos que se acercaban, y que se abría la puerta. Y se presentó un hombre al cual Bacbac, si no hubiera estado ciego, no habría pedido limosna seguramente. Pero aquel era su destino. Y cada hombre lleva su destino atado al cuello.
Y el hombre le preguntó: «¿Qué deseas?» Y mi hermano Bacbac respondió: «Que me des una limosna, por Alah el Altísimo.» El hombre volvió á preguntar: «¿Eres ciego?» Y Bacbac dijo: «Sí, mi amo, y muy pobre.» Y el otro repuso: «En ese caso, dame la mano para que te guíe.» Y le dió la mano, y el hombre lo metió en la casa, y lo hizo subir escalones y más escalones, hasta que lo llevó á la azotea, que estaba muy alta. Y mi hermano, sin aliento, se decía: «Seguramente, me va á dar las sobras de algún festín.»
Y cuando hubieron llegado á la azotea, el hombre volvió á preguntar: «¿Qué quieres, ciego?» Y mi hermano, bastante asombrado, respondió: «Una limosna, por Alah.» Y el otro replicó: «Que Alah te abra el día en otra parte.» Entonces Bacbac le dijo: «¡Oh tú, un tal! ¿no podías haberme contestado así cuando estábamos abajo?» A lo cual replicó el otro: «¡Oh tú, que vales menos que mi trasero! ¿por qué no me contestaste cuando yo preguntaba desde dentro: «¿Quién es? ¿Quién está á la puerta?» ¡Conque lárgate de aquí en seguida, ó te haré rodar como una bola, asqueroso mendigo de mal agüero!» Y Bacbac tuvo que bajar más que de prisa la escalera completamente solo.
Pero cuando le quedaban unos veinte escalones dió un mal paso, y fué rodando hasta la puerta. Y al caer se hizo una gran contusión en la cabeza, y caminaba gimiendo por la calle. Entonces varios de sus compañeros, mendigos y ciegos como él, al oirle gemir le preguntaron la causa, y Bacbac les refirió su desventura. Y después les dijo: «Ahora tendréis que acompañarme á casa para coger dinero con que comprar comida para este día infructuoso y maldito. Y habrá que recurrir á nuestros ahorros, que, como sabéis, son importantes, y cuyo depósito me habéis confiado.»
Pero el hombre de la azotea había bajado detrás de él y le había seguido. Y echó á andar detrás de mi hermano y los otros dos ciegos, sin que nadie se apercibiese, y así llegaron todos á casa de Bacbac. Entraron, y el hombre se deslizó rápidamente antes de que hubiesen cerrado la puerta. Y Bacbac dijo á los dos ciegos: «Ante todo, registremos la habitación, por si hay algún extraño escondido.»
Y aquel hombre, que era todo un ladrón de los más hábiles entre los ladrones, vió una cuerda que pendía del techo, se agarró de ella, y silenciosamente trepó hasta una viga, donde se sentó con la mayor tranquilidad. Y los dos ciegos comenzaron á buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas varias veces, tentando los rincones con los palos. Y hecho esto, se reunieron con mi hermano, que sacó entonces del escondite todo el dinero de que era depositario, y lo contó con sus dos compañeros, resultando que tenían diez mil dracmas juntos. Después, cada cual cogió dos ó tres dracmas, volvieron á meter todo el dinero en los sacos, y los guardaron en el escondite. Y uno de los tres ciegos marchó á comprar provisiones y volvió en seguida, sacando de la alforja tres panes, tres cebollas y algunos dátiles. Y los tres compañeros se sentaron en corro y se pusieron á comer.
Entonces el ladrón se deslizó silenciosamente á lo largo de la cuerda, se acurrucó junto á los tres mendigos y se puso á comer con ellos. Y se había colocado al lado de Bacbac, que tenía un oído excelente. Y Bacbac, oyendo el ruido de sus mandíbulas al comer, exclamó: «¡Hay un extraño entre nosotros!» Y alargó rápidamente la mano hacia donde oía el ruido de las mandíbulas, y su mano cayó precisamente sobre el brazo del ladrón. Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de él, y empezaron á gritar y á golpearle con sus palos, ciegos como estaban, y pedían auxilio á los vecinos, chillando: «¡Oh musulmanes, acudid á socorrernos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo dinero de nuestros ahorros!» Y acudiendo los vecinos, vieron á Bacbac, que, auxiliado por los otros dos mendigos, tenía bien sujeto al ladrón, que intentaba defenderse y escapar. Pero el ladrón, cuando llegaron los vecinos, se fingió también ciego, y cerrando los ojos, exclamó: «¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! Soy ciego y socio de estos otros tres, que me niegan lo que me corresponde de los diez mil dracmas de ahorros que poseemos en comunidad. Os lo juro por Alah el Altísimo, por el sultán, por el emir. Y os pido que me llevéis á presencia del walí, donde se comprobará todo.» Entonces llegaron los guardias del walí, se apoderaron de los cuatro hombres y los llevaron entre las manos del walí. Y el walí preguntó: «¿Quiénes son esos hombres?» Y el ladrón exclamó: «Escucha mis palabras, ¡oh walí justo y perspicaz! y sabrás lo que debes saber. Y si no quisieras creerme, manda que nos den tormento, á mí el primero, para obligarnos á confesar la verdad. Y somete en seguida al mismo tormento á estos hombres para poner en claro este asunto.» Y el walí dispuso: «¡Coged á ese hombre, echadlo en el suelo, y apaleadle hasta que confiese!» Entonces los guardias agarraron al ciego fingido, y uno le sujetaba los pies y los demás principiaron á darle de palos en ellos. A los diez palos, el supuesto ciego empezó á dar gritos y abrió un ojo, pues hasta entonces los había tenido cerrados. Y después de recibir otros cuantos palos, no muchos, abrió ostensiblemente el otro ojo.
Y el walí, enfurecido, le dijo: «¿Qué farsa es esta, miserable embustero?» Y el ladrón contestó: «Que suspendan la paliza y lo explicaré todo.» Y el walí mandó suspender el tormento, y el ladrón dijo: «Somos cuatro ciegos fingidos, que engañamos á la gente para que nos dé limosna. Pero además simulamos nuestra ceguera para poder entrar fácilmente en las casas, ver las mujeres con la cara descubierta, seducirlas, cabalgarlas y al mismo tiempo examinar el interior de las viviendas y preparar los robos sobre seguro. Y como hace bastante tiempo que ejercemos este oficio tan lucrativo, hemos logrado juntar entre todos hasta diez mil dracmas. Y al reclamar mi parte á estos hombres, no sólo se negaron á dármela, sino que me apalearon, y me habrían matado á golpes si los guardias no me hubiesen sacado de entre sus manos. Esta es la verdad, ¡oh walí! Ahora, para que confiesen mis compañeros, tendrás que recurrir al látigo, como hiciste conmigo. Y así hablarán. Pero que les den de firme, porque de lo contrario no confesarán nada. Y hasta verás cómo se obstinan en no abrir los ojos, como yo hice.»
Entonces el walí mandó azotar á mi hermano el primero de todos. Y por más que protestó y dijo que era ciego de nacimiento, le siguieron azotando hasta que se desmayó. Y como al volver en sí tampoco abrió los ojos, mandó el walí que le dieran otros trescientos palos, y luego trescientos más, y lo mismo hizo con los otros dos ciegos, que tampoco los pudieron abrir, á pesar de los golpes y á pesar de los consejos que les dirigía el ciego fingido, su compañero improvisado.
Y en seguida el walí encargó á este ciego fingido que fuese á casa de mi hermano Bacbac y trajese el dinero. Y entonces dió á este ladrón dos mil quinientos dracmas, ó sea la cuarta parte del dinero, y se quedó con lo demás.
En cuanto á mi hermano y los otros dos ciegos, el walí les dijo: «¡Miserables hipócritas! ¿Conque coméis el pan que os concede la gracia de Alah, y luego juráis en su nombre que sois ciegos? Salid de aquí y que no se os vuelva á ver en Bagdad ni un solo día.»
Y yo, ¡oh Emir de los Creyentes! en cuanto supe todo esto salí en busca de mi hermano, lo encontré, lo traje secretamente á Bagdad, lo metí en mi casa, y me encargué de darle de comer y vestirlo mientras viva.
Y tal es la historia de mi tercer hermano, Bacbac el ciego.»
Y al oirla el califa Montasser Billah, dijo: «Que den una gratificación á este barbero y que se vaya en seguida.» Pero yo, ¡oh mis señores! contesté: «¡Por Alah! ¡Oh Príncipe de los Creyentes! No puedo aceptar nada sin referirte lo que les ocurrió á mis otros tres hermanos.» Y concedida la autorización, dije:
Historia de El-Kuz, cuarto hermano del barbero
«Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz El-Assuaní, ó el Botijo irrompible, ejercía en Bagdad el oficio de carnicero. Sobresalía en la venta de carne y picadillo, y nadie le aventajaba en criar y engordar carneros de larga cola. Y sabía á quién vender la carne buena y á quién despachar la mala. Así es que los mercaderes más ricos y los principales de la ciudad sólo se abastecían en su casa y no compraban más carne que la de sus carneros; de modo que en poco tiempo llegó á ser muy rico y propietario de grandes rebaños y hermosas fincas.
Y seguía prosperando mi hermano El-Kuz, cuando cierto día entre los días, que estaba sentado en su establecimiento, entró un jeique de larga barba blanca, que le dió dinero y le dijo: «¡Corta carne buena!» Y mi hermano le dió de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano, que se fué.
Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había entregado el desconocido, y vió que eran nuevas, de una blancura deslumbradora. Y se apresuró á guardarlas aparte en una caja especial, pensando: «He aquí unas monedas que me van á dar buena sombra.»
Y durante cinco meses seguidos el viejo jeique de larga barba blanca fué todos los días á casa de mi hermano, entregándole monedas de plata completamente nuevas á cambio de carne fresca y de buena calidad. Y todos los días mi hermano cuidaba de guardar aparte aquel dinero. Pero un día mi hermano El-Kuz quiso contar la cantidad que había reunido de este modo, á fin de comprar unos hermosos carneros, y especialmente unos cuantos moruecos para enseñarles á luchar unos con otros, ejercicio muy gustado en Bagdad, mi ciudad. Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeique de la barba blanca, vió que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco.
Y entonces empezó á darse puñetazos en la cara y en la cabeza, y á lamentarse á gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de transeuntes, á quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel dinero. Y El-Kuz seguía gritando y diciendo: «¡Haga Alah que vuelva ahora ese maldito jeique, para que le pueda arrancar las barbas y el turbante con mis propias manos!»
Y apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando apareció el jeique. Y el jeique atravesó por entre el gentío, y llegó hasta mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida mi hermano se lanzó contra él, y sujetándole por un brazo, dijo: «¡Oh musulmanes! ¡Acudid en mi socorro! ¡He aquí al infame ladrón!» Pero el jeique no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi hermano le dijo de modo que sólo pudiera oirle él: «¿Qué prefieres, callar ó que te comprometa delante de todos? Y té advierto que tu afrenta ha de ser más terrible que la que quieres causarme.» Pero El-Kuz contestó: «¿Qué afrenta puedes hacerme, maldito viejo de betún? ¿De qué modo me vas á comprometer?» Y el jeique dijo: «Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero.» Y mi hermano repuso: «¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldito!» Y el jeique dijo: «El embustero y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cadáver en vez de un carnero.» Y mi hermano protestó violentamente, y dijo: «¡Perro, hijo de perro! Si pruebas semejante cosa, te entregaré mi sangre y mis bienes.» Y entonces el jeique se volvió hacia la muchedumbre y dijo á voces: «¡Oh vosotros todos, amigos míos! ¿veis á este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando á todos, infringiendo los preceptos de nuestro Libro. Porque en vez de matar carneros degüella cada día á un hijo de Adán y nos vende su carne por carne de carnero. Y para convenceros de que digo la verdad, entrad á registrar la tienda.»
Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tienda de mi hermano El-Kuz, tomándola por asalto. Y á la vista de todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre, desollado, preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero había tres cabezas humanas, desolladas, limpias y cocidas al horno, para la venta.
Y al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermano, gritando: «¡Impío, sacrílego, asesino!» Y la emprendieron con él á palos y á latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeique le dió tan violento puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio. Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron á mi hermano El-Kuz, y todo el mundo, precedido del jeique, se presentó delante del ejecutor de la ley. Y el jeique le dijo: «¡Oh Emir! He aquí que te traemos, para que pague sus crímenes, á este hombre que desde hace mucho tiempo degüella á sus semejantes y vende su carne como si fuese de carnero. No tienes más que dictar sentencia y dar cumplimiento á la justicia de Alah, pues he aquí á todos los testigos.» Y esto fué todo lo que pasó. Porque el jeique de la blanca barba era un brujo que tenía el poder de aparentar cosas que no lo eran realmente.
En cuanto á mi hermano El-Kuz, por más que se defendió, no quiso oirle el juez, y lo sentenció á recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte con ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado á muerte sin remedio. Y además le condenaron á ser desterrado.
Y mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad camino adelante y sin saber adónde dirigirse, hasta que llegó á una ciudad lejana, desconocida para él, y allí se detuvo, decidido á establecerse en aquella ciudad y ejercer el oficio de remendón, que apenas si necesita otro capital que unas manos hábiles.
Fijó, pues, su puesto en un esquinazo de dos calles, y se puso á trabajar para ganarse la vida. Pero un día que estaba poniendo una pieza nueva á una babucha vieja oyó relinchos de caballos y el estrépito de una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y le dijeron: «Es el rey, que sale de caza con galgos, acompañado de toda la corte.» Entonces mi hermano El-Kuz dejó un momento la aguja y el martillo y se levantó para ver cómo pasaba la comitiva regia. Y mientras estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las circunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último de los remendones, pasó el rey al frente de su maravilloso séquito, y dió la casualidad de que la mirada del rey se fijase en el ojo huero de mi hermano El-Kuz. Y al verlo, el rey palideció, y dijo: «¡Guárdeme Alah de las desgracias de este día maldito y de mal agüero!» Y dió vuelta inmediatamente á las bridas de su yegua y desanduvo el camino, acompañado de su séquito y de sus soldados. Pero al mismo tiempo mandó á sus siervos que se apoderaran de mi hermano y le administrasen el consabido castigo. Y los esclavos, precipitándose sobre mi hermano El-Kuz, le dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle. Y cuando se marcharon se levantó El-Kuz y se volvió penosamente á su puesto, debajo del toldo que le resguardaba, y allí se echó completamente molido. Pero entonces pasó un individuo del séquito del rey que venía rezagado. Y mi hermano El-Kuz le rogó que se detuviese, le contó el trato que acababa de sufrir y le pidió que le dijera el motivo. El hombre se echó á reir á carcajadas, y le contestó: «Sabe, hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho. Porque cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me sorprende mucho que todavía estés vivo.»
Mi hermano no quiso oir más. Recogió sus herramientas, y aprovechando las pocas fuerzas que le quedaban, emprendió la fuga y no se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar á otra población muy lejana que no tenía rey ni tirano.
Residió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse; pero un día salió á respirar aire puro y darse un paseo. Y de pronto oyó detrás de él relinchar de caballos, y recordando su última desventura, escapó lo más aprisa que pudo, buscando un rincón en que esconderse, pero no lo encontró. Y delante de él vió una puerta, y empujó la puerta y se encontró en un pasillo largo y oscuro, y allí se escondió. Pero apenas se había ocultado aparecieron dos hombres, que se apoderaron de él, le encadenaron, y dijeron: «¡Loor á Alah, que ha permitido que te atrapásemos, enemigo de Alah y de los hombres! Tres días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho pasar amarguras de muerte.» Pero mi hermano dijo: «¡Oh señores! ¿A quién os referís? ¿De qué órdenes habláis?» Y le contestaron: «¿No te ha bastado con haber reducido á la indigencia á todos tus amigos y al amo de esta casa? ¡Y aún nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amenazabas ayer?»
Y se pusieron á registrarle, encontrándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas. Entonces lo arrojaron al suelo, y le iban á degollar, cuando mi hermano exclamó: «Escuchad, buena gente: no soy ni un ladrón ni un asesino, pero puedo contaros una historia sorprendente, y es mi propia historia. Y ellos, sin hacerle caso, le pisotearon, le golpearon y le destrozaron la ropa. Y al desgarrarle la ropa vieron en su espalda desnuda las cicatrices de los latigazos que había recibido en otro tiempo. Y exclamaron: «¡Oh miserable! He aquí unas cicatrices que prueban todos tus crímenes pasados.» Y en seguida lo llevaron á presencia del walí, y mi hermano, pensando en todas sus desdichas, se decía: «¡Oh cuán grandes serán mis pecados, cuando así los expío siendo inocente de cuanto me achacan! Pero no tengo más esperanza que en Alah el Altísimo.»
Y cuando estuvo en presencia del walí, el walí lo miró airadísimo y le dijo: «Miserable desvergonzado, los latigazos con que marcaron tu cuerpo son una prueba sobrada de todas tus anteriores y presentes fechorías.» Y dispuso que le dieran cien palos. Y después lo subieron y ataron á un camello y le pasearon por toda la ciudad, mientras el pregonero gritaba: «He aquí el castigo de quien se mete en casa ajena con intenciones criminales.»
Pero entonces supe todas estas desventuras de mi desgraciado hermano. Me dirigí en seguida en su busca, y lo encontré precisamente cuando lo bajaban desmayado del camello. Y entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! cumplí mi deber de traérmelo secretamente á Bagdad, y le he señalado una pensión para que coma y beba tranquilamente hasta el fin de sus días.
Tal es la historia del desdichado El-Kuz: En cuanto á mi quinto hermano, su aventura es aún más extraordinaria, y te probará ¡oh Príncipe de los Creyentes! que soy el más cuerdo y el más prudente de mis hermanos.»
«Este hermano mío, ¡oh Emir de los Creyentes! fué precisamente aquel á quien cortaron la nariz y las orejas. Le llaman El-Aschar porque ostenta un vientre voluminoso como una camella preñada, y también por su semejanza con un caldero grande. Y es muy perezoso durante el día, pero de noche desempeña cualquier comisión, procurándose dinero por toda suerte de medios ilícitos y extraños.
Al morir nuestro padre heredamos cien dracmas de plata cada uno. El-Aschar cogió los cien dracmas que le correspondían, pero no sabía en qué emplearlos. Y se decidió por último á comprar cristalería para venderla al por menor, prefiriendo este oficio á cualquier otro porque no le obligaba á moverse mucho. Se convirtió, pues, en vendedor de cristalería, para lo cual compró un canasto grande, en el que puso sus géneros, buscó una esquina frecuentada y se instaló tranquilamente en ella, apoyada la espalda contra la pared y delante el canasto, pregonando su mercadería de esta suerte:
¡Oh cristal! ¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo endurecido de las vírgenes! ¡Oh cristal, oh cristal!
Pero más tiempo se lo pasaba callado. Y entonces, apoyando con mayor firmeza la espalda contra la pared, empezaba á soñar despierto. Y he aquí lo que soñaba un viernes, en el momento de la oración:
«Acabo de emplear todo mi capital, ó sean cien dracmas, en la compra de cristalería. Es seguro que lograré venderla en doscientos dracmas. Con estos doscientos dracmas compraré otra vez cristalería y la venderé en cuatrocientos dracmas. Y seguiré vendiendo y comprando hasta que me vea dueño de un gran capital. Entonces compraré toda clase de mercancías, drogas y perfumes, y no dejaré de vender hasta que haya hecho grandísimas ganancias. Y así podré adquirir un gran palacio y tener esclavos, y tener caballos con sillas y gualdrapas de brocado y de oro. Y comeré y beberé soberbiamente, y no habrá cantora en la ciudad á la que no invite á cantar en mi casa. Y luego me concertaré con las casamenteras más expertas de Bagdad, para que me busquen novia que sea hija de un rey ó de un visir. Y no transcurrirá mucho tiempo sin que me case, ya que no con otra, con la hija del gran visir, porque es una joven hermosísima y llena de perfecciones. De modo que le señalaré una dote de mil dinares de oro. Y no es de esperar que su padre el gran visir vaya á oponerse á esta boda; pero si no la consintiese, le arrebataría á su hija y me la llevaría á mi palacio. Y compraré diez pajecillos para mi servicio particular. Y me mandaré hacer ropa regia, como la que llevan los sultanes y los emires, y encargaré al joyero más hábil que me haga una silla de montar toda de oro, con incrustaciones de perlas y pedrería. Y montado en el corcel más hermoso de los corceles, que compraré á los beduinos del desierto ó mandaré traer de la tribu de Anezi, me pasearé por la ciudad precedido de numerosos esclavos y otros detrás y alrededor de mí; y de este modo llegaré al palacio del gran visir. Y el gran visir cuando me vea se levantará en honor mío, y me cederá su sitio, quedándose de pie algo más abajo que yo, y se tendrá por muy honrado con ser mi suegro. Y conmigo irán dos esclavos, cada uno con una gran bolsa. Y en cada bolsa habrá mil dinares. Una de las bolsas se la daré al gran visir como dote de su hija, y la otra se la regalaré como muestra de mi generosidad y munificencia y para que vea también cuán por encima estoy de todo lo de este mundo. Y volveré solemnemente á mi casa, y cuando mi novia me envíe á una persona con algún recado, llenaré de oro á esa persona y le regalaré telas preciosas y trajes magníficos. Y si el visir llega á mandarme algún regalo de boda, no lo aceptaré y se lo devolveré, aunque sea un regalo de gran valor, y todo esto para demostrarle que tengo gran altura de espíritu y soy incapaz de la menor falta de delicadeza. Y señalaré después el día de mi boda y todos los pormenores, disponiendo que nada se escatime en cuanto al banquete ni respecto al número y calidad de músicos, cantoras y danzarinas. Y prepararé mi palacio tendiendo alfombras por todas partes, cubriré el suelo de flores desde la entrada hasta la sala del festín, y mandaré regar el pavimento con esencias y agua de rosas.
»La noche de bodas me pondré el traje más lujoso, me sentaré en un trono colocado en un magnífico estrado, tapizado de seda con bordados de flores y pájaros. Y mientras mi mujer se pasee por el salón con todas sus preseas, más resplandeciente que la luna llena del mes del Ramadán, yo permaneceré muy serio, sin mirarla siquiera ni volver la cabeza á ningún lado, probando con todo esto la entereza de mi carácter y mi cordura. Y cuando me presenten á mi esposa, deliciosamente perfumada y con toda la frescura de su belleza, yo no me moveré tampoco. Y seguiré impasible, hasta que todas las damas se me acerquen y digan: «¡Oh señor, corona de nuestra cabeza! aquí tienes á tu esposa, que se pone respetuosamente entre tus manos y aguarda que la favorezcas con una mirada. Y he aquí que, habiéndose fatigado al estar de pie tanto tiempo, sólo espera tus órdenes para sentarse.» Y yo no diré tampoco ni una palabra, haciendo desear más mi respuesta. Y entonces todas las damas y todos los invitados se prosternarán y besarán la tierra muchas veces ante mi grandeza. Y hasta entonces no consentiré en bajar la vista para dirigir una mirada á mi mujer, pero sólo una mirada, porque volveré en seguida á levantar los ojos y recobraré mi aspecto lleno de dignidad. Y las doncellas se llevarán á mi mujer, y yo me levantaré para cambiar de ropa y ponerme otra mucho más rica. Y volverán á llevarme por segunda vez á la recién casada con otros trajes y otros adornos, bajo el hacinamiento de las alhajas, el oro y la pedrería perfumada con nuevos perfumes más gratos todavía. Y cuando me hayan rogado muchas veces, volveré á mirar á mi mujer, pero en seguida levantaré los ojos para no verla más. Y guardaré esta prodigiosa compostura hasta que terminen por completo todas las ceremonias.
Pero en este momento de su relato, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, no quiso abusar más aquella noche del permiso otorgado.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 32.ª NOCHE
Siguió contando la historia al rey Schahriar:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió así la aventura de su quinto hermano El-Aschar:
»...hasta que terminen por completo todas las ceremonias. Entonces mandaré á algunos de mis esclavos que cojan un bolsillo con quinientos dinares en moneda menuda, y la tiren á puñados por el salón, y repartan otro tanto entre músicos y cantoras y otro tanto á las doncellas de mi mujer. Y luego las doncellas llevarán á mi esposa á su aposento. Y yo me haré esperar mucho. Y cuando entre en la habitación atravesaré por entre las dos filas de doncellas. Y al pasar cerca de mi esposa le pisaré el pie de un modo ostensible para demostrar mi superioridad como varón. Y pediré una copa de agua azucarada, y después de haber dado gracias á Alah, la beberé tranquilamente.
»Y seguiré no haciendo caso á mi mujer, que estará en la cama dispuesta á recibirme, y á fin de humillarla y demostrarle de nuevo mi superioridad y el poco caso que hago de ella, no le dirigiré ni una vez la palabra, y así aprenderá cómo pienso conducirme en lo sucesivo, pues no de otro modo se logra que las mujeres sean dóciles, dulces y tiernas. Y en efecto, no tardará en presentarse mi suegra, que me besará la frente y las manos, y dirá: «¡Oh mi señor! dígnate mirar á mi hija, que es tu esclava y desea ardientemente que la acompañes y le hagas la limosna de una sola palabra tuya.» Pero yo, á pesar de las súplicas de mi suegra, que no se habrá atrevido á llamarme yerno por temor de demostrar familiaridad, no le contestaré nada. Entonces me seguirá rogando, y estoy seguro de que acabará por echarse á mis pies y los besará, así como la orla de mi ropón. Y me dirá entonces: «¡Oh mi señor! ¡Te juro por Alah que mi hija es virgen! ¡Te juro por Alah que ningún hombre la vió descubierta ni conoce el color de sus ojos! No la afrentes ni la humilles tanto. Mira cuán sumisa la tienes. Sólo aguarda una seña tuya para satisfacerte en cuanto quieras.»
»Y mi suegra se levantará para llenar una copa de un vino exquisito, dará la copa á su hija, que en seguida vendrá á ofrecérmela, toda temblorosa. Y yo, arrellanado en los cojines de terciopelo bordados en oro, dejaré que se me acerque, sin mirarla, y gustaré de ver de pie á la hija del gran visir delante del ex vendedor de cristalería, que pregonaba en una esquina:
¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo endurecido de las vírgenes! ¡Oh cristal! ¡Ombligo de niño! ¡Cristal! ¡Miel coloreada! ¡Cristal!
»Y ella, al ver en mi tanta grandeza, habrá de tomarme por el hijo de algún sultán ilustre cuya gloria llene el mundo. Y entonces insistirá para que tome la copa de vino, y la acercará gentilmente á mis labios. Y furioso al ver esta familiaridad, le dirigiré una mirada terrible, le daré una gran bofetada y un puntapié en el vientre, de esta manera...»
Y mi hermano hizo ademán de dar el puntapié á su soñada esposa y se lo dió de lleno al canasto que encerraba la cristalería. Y el cesto salió rodando con su contenido. Y se hizo añicos todo lo que constituía la fortuna de aquel loco.
Ante aquel irreparable destrozo, El-Aschar empezó á darse puñetazos en la cara y á desgarrarse la ropa y á llorar. Y entonces, como era precisamente viernes é iba á empezar la plegaria, las personas que salían de sus casas vieron á mi hermano, y unos se paraban movidos de lástima, y otros siguieron su camino creyéndole loco.
Y mientras estaba deplorando la pérdida de su capital y de sus intereses, he aquí que pasó por allí, camino de la mezquita, una gran señora. Un intenso perfume de almizcle se desprendía de toda ella. Iba montada en una mula enjaezada con terciopelo y brocado de oro, y la acompañaba considerable número de esclavos y sirvientes.
Al ver todo aquel cristal roto y á mi hermano llorando, preguntó la causa de tal desesperación. Y le dijeron que aquel hombre no tenía más capital que el canasto de cristalería, cuya venta le daba de comer, y que nada le quedaba después del accidente. Entonces la dama llamó á uno de los criados y le dijo: «Da á ese pobre hombre todo el dinero que lleves encima.» Y el criado se despojó de una gran bolsa que llevaba sujeta al cuello con un cordón, y se la entregó á mi hermano. Y El-Aschar la cogió, la abrió, y encontró después de contarlos quinientos dinares de oro. Y estuvo á punto de morirse de emoción y alegría, y empezó á invocar todas las gracias y bendiciones de Alah en favor de su bienhechora.
Y enriquecido en un momento, se fué á su casa para guardar aquella fortuna. Y se disponía á salir para alquilar una buena morada en que pudiese vivir á gusto, cuando oyó que llamaban á la puerta. Fué á abrir, y vió á una vieja desconocida que le dijo: «¡Oh hijo mío! sabe que casi ha transcurrido la hora de la plegaria en este santo día de viernes, y aún no he podido hacer mis abluciones. Y te ruego que me permitas entrar para hacerlas, resguardada de los importunos.» Y mi hermano dijo: «Escucho y obedezco.» Y abrió la puerta de par en par y la llevó á la cocina, donde la dejó sola.
Y á los pocos instantes fué á buscarle la vieja, y sobre el miserable pedazo de estera que servía de tapiz terminó su plegaria, haciendo votos en favor de mi hermano, llenos de compunción. Y mi hermano le dió las gracias más expresivas, y sacando del cinturón dos dinares de oro se los alargó generosamente. Pero la vieja los rechazó con dignidad, y dijo: «¡Oh hijo mío, alabado sea Alah, que te hizo tan magnánimo! No me asombra que inspires simpatías á las personas apenas te vean. Y en cuanto á ese dinero que me ofreces, vuelva á tu cinturón, pues á juzgar por tu aspecto debes ser un pobre saaluk, y te debe hacer más falta que á mí, que no lo necesito. Y si en realidad no te hace falta, puedes devolvérselo á la noble señora que te lo dió por habérsete roto la cristalería.» Y mi hermano dijo: «¡Cómo! Buena madre, ¿conoces á esa dama? En ese caso, te ruego que indiques dónde la podré ver.» Y la vieja contestó: «Hijo mío, esa hermosa joven sólo te ha demostrado su generosidad para expresar la inclinación que le inspira tu juventud, tu vigor y tu gallardía. Pues su marido es impotente y nunca logrará satisfacerla, porque Alah le ha castigado con unos compañones tan fríos, que dan lástima. Levántate, pues, guarda en tu cinturón todo el dinero para que no te lo roben en esta casa tan poco segura, y ven conmigo. Pues has de saber que sirvo á esa señora hace mucho tiempo y me confía todas sus comisiones secretas. Y en cuanto estés con ella, no te encojas para nada, pues debes hacer con ella todo aquello de que eres capaz. Y cuanto más hagas, más te querrá. Y por su parte, se esforzará en proporcionarte todos los placeres y todas las alegrías, y serás dueño absoluto de su hermosura y sus tesoros.»
Cuando mi hermano oyó estas palabras de la vieja, se levantó, hizo lo que le había dicho, y siguió á la anciana, que había echado á andar. Y mi hermano marchó detrás de ella hasta que llegaron ambos á un gran portal, en el que la vieja llamó á su modo. Y mi hermano se hallaba en el límite de la emoción y de la dicha.
Y á aquel llamamiento salió á abrir una esclava griega, muy bonita, que les deseó la paz y sonrió á mi hermano de una manera muy insinuante. Y le introdujo en una magnífica sala con grandes cortinajes de seda y oro fino y magníficos tapices. Y mi hermano, al verse solo, se sentó en un diván, se quitó el turbante, se lo puso en las rodillas y se secó la frente. Y apenas se hubo sentado se abrieron las cortinas y apareció una joven incomparable, como no la vieron las miradas más maravilladas de los hombres. Y mi hermano El-Aschar se puso de pie sobre sus dos pies.
Y la joven le sonrió con los ojos y se apresuró á cerrar la puerta, que se había quedado abierta. Y se acercó á El-Aschar, le cogió de la mano y lo llevó consigo al diván de terciopelo. Y como antes de ejercer de cabalgador quisiera hablar, la joven, con una mano en la boca, le indicó que callase, mientras que con la otra le invitaba á que no perdiese el tiempo con más dilaciones. Y en el mismo instante mi hermano hizo á la joven cuanto sabía hacer en punto á copulaciones, abrazos, besos, mordiscos, caricias, contorsiones y variaciones, una, dos, tres veces, y así durante algunas horas del tiempo.
Después de aquellos transportes, la joven se levantó y le dijo á mi hermano: «¡Ojo de mi vida! no te muevas de aquí hasta que yo vuelva.» Después salió rápidamente y desapareció.
Pero de pronto se abrió violentamente la puerta y apareció un negro horrible, gigantesco, que llevaba en la mano un alfanje desnudo. Y gritó al aterrorizado El-Aschar: «¡Oh grandísimo miserable! ¿Cómo te atreviste á llegar hasta aquí, ¡oh tú, producto mixto de los compañones corrompidos de todos los criminales!?» Y mi hermano no supo qué contestar á lenguaje tan violento, se le paralizó la lengua, se le aflojaron los músculos y se puso muy pálido. Entonces el negro le cogió, lo desnudó completamente y se puso á darle de plano con el alfanje más de ochenta golpes, hasta que mi hermano se cayó al suelo y el negro lo creyó cadáver. Llamó entonces con voz terrible, y acudió una negra con un plato lleno de sal. Lo puso en el suelo y empezó á llenar de sal las heridas de mi hermano, que á pesar de padecer horriblemente, no se atrevía á gritar por temor de que le remataran. Y la negra se marchó después que hubo cubierto completamente de sal todas las heridas.
Entonces el negro dió otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que, ayudada por el negro, después de robar todo el dinero á mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un subterráneo, en el que acostumbraba á precipitar los cadáveres de todos aquellos á quienes con sus artificios había atraído á la casa para que sirviesen de cabalgadores á su joven señora.
El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado á mi hermano El-Aschar era muy grande y oscurísimo, y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El-Aschar dos días enteros, imposibilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (¡alabado y glorificado sea!) quiso que mi hermano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse á lo largo del subterráneo, guiado por una escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz de donde descendía aquella claridad, y una vez allí salir á la calle, fuera del subterráneo.
Se apresuró entonces á regresar á su casa, á la cual fuí á buscarle, y le cuidé con los remedios que sé extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya completamente, mi hermano resolvió vengarse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso á buscar á la vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio á que solía acudir diariamente para atraer á los jóvenes que habían de satisfacer á su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de persa, se ciñó un cinto muy abultado, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fué á esperar la llegada de la vieja, que no tardó en aparecer. En seguida se aproximó á ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma, remedó el lenguaje bárbaro de los persas. Dijo: «¡Oh buena madre! soy forastero, y quisiera saber dónde podría pesar y reconocer unos novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas mercaderías que traje de mi tierra.» Y la maldita vieja de mal agüero le respondió: «¡Oh, no podías haber llegado más á tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré á su casa.» Y él contestó: «Pues ve delante.» Y ella fué delante y él detrás, hasta que llegaron á la casa consabida. Y les abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, á la cual dijo la vieja en voz baja: «Esta vez le traigo á la señora músculos sólidos y un zib bien á punto.»
Y la esclava cogió á El-Aschar de la mano y le llevó á la sala de las sedas, y estuvo con él entreteniéndole algunos momentos; después avisó á su ama, que llegó é hizo con mi hermano lo mismo que la primera vez. Pero sería ocioso repetirlo. Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y gritó á mi hermano que se levantara y lo siguiese. Y entonces mi hermano, que iba detrás del negro, sacó de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.
Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al primer sablazo quedó también descabezada. Inmediatamente le tocó á la vieja, que llegó corriendo para echar mano al botín. Y al ver á mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó espantada en tierra, y El-Aschar la agarró del pelo y le dijo: «¿No me conoces, vieja zorra, podrida entre las podridas?» Y respondió la vieja: «¡Oh mi señor, no te conozco!» Pero mi hermano dijo: «Pues sabe, ¡oh alcahueta! que soy aquel en cuya casa fuiste á hacer las abluciones, trasero de mono viejo.» Y al decir esto, mi hermano partió en dos mitades á la vieja de un solo sablazo. Después fué á buscar á la joven que había copulado con él dos veces.
No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la joven le vió cubierto de sangre, dió un grito de terror y se arrojó á sus pies, rogándole que le perdonase la vida. Y mi hermano, recordando los placeres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y le preguntó: «¿Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible á quien he matado con mis manos?» La joven respondió: «¡Oh dueño mío! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era yo propiedad de un rico mercader de la población, y esta vieja solía venir á verme y nos manifestaba mucha amistad. Un día entre los días fué á su casa y me dijo: «Me han invitado á una gran boda, pues no habrá en el mundo otra parecida. Y vengo á llevarte conmigo.» Yo le contesté: «Escucho y obedezco.» Me puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos á esta casa, en la cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que después de arrebatarme la virginidad, me sujetó aquí á la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, á costa de la vida de los jóvenes que la vieja le proporcionaba. Y así he pasado tres años entre las manos de esa vieja maldita.» Entonces mi hermano dijo: «Pero llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado riquezas.» Y ella contestó: «Hay tantas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven á verlo tú mismo.»
Y se llevó á mi hermano, y le enseñó grandes cofres llenos de monedas de todos los países y de bolsillos de todas las formas. Y mi hermano se quedó deslumbrado y atónito. Ella entonces le dijo: «No es así como podrás llevarte este oro. Ve á buscar unos mandaderos y tráelos para que carguen con él. Mientras tanto, yo prepararé los fardos.»
Apresuróse El-Aschar á buscar á los mozos, y al poco tiempo volvió con diez hombres que llevaban cada uno una gran banasta vacía.
Pero al llegar á la casa vió el portal abierto de par en par. Y la joven había desaparecido con todos los cofres. Y comprendió entonces que se había burlado de él para poderse llevar las principales riquezas. Pero se consoló al ver las muchas cosas preciosas que quedaban en la casa y los valores encerrados en los armarios, con todo lo cual podía considerarse rico para toda su vida. Y resolvió llevárselo al día siguiente; pero como estaba muy fatigado, se tendió en el magnífico lecho y se quedó dormido.
Al despertar al día siguiente, llegó hasta el límite del terror al verse rodeado por veinte guardias del walí, que le dijeron: «Levántate á escape y vente con nosotros.» Y se lo llevaron, cerraron y sellaron las puertas, y lo pusieron entre las manos del walí, que le dijo: «He averiguado tu historia, los asesinatos que has cometido y el robo que ibas á perpetrar.» Entonces mi hermano exclamó: «¡Oh walí! Dame la señal de la seguridad, y te contaré lo ocurrido.» Y el walí entonces le dió un velo, símbolo de la seguridad, y El-Aschar le contó toda la historia desde el principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla. Después mi hermano añadió: «Ahora, ¡oh walí lleno de ideas justas y rectas! consentiré, si quieres, en compartir contigo lo que queda en aquella casa.» Pero el walí replicó: «¿Cómo te atreves á hablar de reparto? ¡Por Alah! No tendrás nada, pues debo cogerlo todo. Y date por muy contento al conservar la vida. Además, vas á salir inmediatamente de la ciudad y no vuelvas por aquí, bajo pena del mayor castigo.» Y el walí desterró á mi hermano, por temor á que el califa se enterase de la historia de aquel robo. Y mi hermano tuvo que huir muy lejos.
Pero para que se cumpliese por completo el Destino, apenas había salido de las puertas de la ciudad le asaltaron unos bandoleros, y al no hallarle nada encima, le quitaron la ropa, dejándole en cueros, le apalearon y le cortaron las orejas y la nariz.
Y supe entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! las desventuras del pobre El-Aschar. Salí en su busca, y no descansé hasta encontrarlo. Lo traje á mi casa, donde le curé, y ahora le doy para que coma y beba durante el resto de sus días.
¡Tal es la historia de El-Aschar!
Pero la historia de mi sexto y último hermano, ¡oh Emir de los Creyentes! merece que la escuches antes de que me decida á descansar.»
«Se llama Schakalik ó el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y á este hermano mío le cortaron los labios, y no sólo los labios, sino también el zib. Pero le cortaron los labios y el zib á consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas.
Porque Schakalik, mi sexto hermano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaderamente pobre. Y no hablo de los cien dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.
No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente, que lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.
Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una magnífica casa, á la cual daba acceso un gran pórtico con varios peldaños. Y en estos peldaños y á la entrada había un número considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros. Y mi hermano Schakalik se aproximó á los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso edificio. Y le contestaron: «Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de los reyes.»
Después se acercó á los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les pidió limosna en el nombre de Alah. Y le respondieron: «¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes más que presentarte á nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?» Entonces mi hermano entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso y un jardín poblado de árboles hermosísimos y de aves cantoras. Lo rodeaba una galería calada, con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura durante las horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmullo. Una maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy á gusto un hermoso jeique de larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y dijo al anciano de la hermosa barba: «¡Sea la paz contigo!» Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: «¡Y contigo la paz y la misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh tú!?» Y mi hermano respondió: «¡Oh mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones.»
Y al oir estas palabras, exclamó el viejo jeique: «¡Por Alah! ¿Es posible que estando yo en esta ciudad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo tolerar con paciencia!» Y mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: «¡Alah te otorgue su bendición! ¡Benditos sean tus generadores!» Y el jeique repuso: «Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa, para compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa.» Y mi hermano dijo: «Gracias te doy, ¡oh mi señor y dueño! Pues no podría estar más tiempo en ayunas, como no me muriese de hambre.» Entonces el viejo dió dos palmadas y ordenó á un esclavo que se presentó inmediatamente: «¡Trae en seguida el jarro y la palangana de plata, para que nos lavemos las manos!» Y dijo á mi hermano Schakalik: «¡Oh huésped! Acércate y lávate las manos.»
Y al decir esto, el jeique se levantó, y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse agua en las manos con un jarro invisible y restregárselas como si tal agua cayese.
Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se acercase á su vez, supuso que era una broma, y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de lavarse las manos lo mismo que el jeique. Entonces el anciano dijo: «¡Oh vosotros! poned el mantel y traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre.»
Y en seguida acudieron numerosos servidores, que empezaron á ir y venir como si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik, aunque muy hambriento, pensó que los pobres deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia alguna. Entonces el jeique le dijo: «¡Oh huésped! siéntate á mi lado, y apresúrate á hacer honor á mi mesa.» Y mi hermano se sentó á su lado, junto al mantel imaginario, y el viejo empezó á fingir que tocaba los platos y que se llevaba bocados á la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente mascase algo. Y le decía á mi hermano: «¡Oh huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no tengas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan, cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo encuentras este pan?» Schakalik contestó: «Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro que se le parezca.» El anciano dijo: «¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré en quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped! prueba de esta fuente en que ves esa admirable pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al horno. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien machacada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre hambriento! y dime qué te parecen su sabor y su perfume.» Y mi hermano respondió: «Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho. Cuanto á la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor.» Y hablando así, Schakalik empezó á mover las quijadas, á mascar y á tragar como si lo hiciera realmente. Y el anciano dijo: «Así me gusta, ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, porque entonces, ¿qué dirás de ese plato que está á tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de alfónsigos, almendras, arroz, pasas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el humillo?» Mi hermano exclamó: «¡Alah, Alah! ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué relleno tan admirable!» Y el anciano dijo: «En verdad eres muy indulgente y muy cortés para mi cocina. Y con mis propios dedos quiero darte á probar ese plato incomparable.» Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo á los labios á Schakalik, le dijo: «Ten y prueba este bocado, ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa.» Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: «¡Por Alah! ¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma.» El anciano dijo: «Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato.» Schakalik contestó: «Fácil ha de serme el hacerlo, pues están más sabrosas que el pezón de mi nodriza y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vírgenes.» Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra, haciendo como si las comiese, y meneando de gusto la cabeza y dando con la lengua grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un poco de pan seco de habas ó de maíz. Pero se guardó de decirlo.
Y el anciano repuso: «¡Oh huésped! tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en compañía de los reyes y de los grandes. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión.» Y mi hermano dijo: «Creo que ya he comido bastante de estas cosas.» Entonces el viejo volvió á palmotear, y dispuso: «¡Quitad este mantel y poned el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la repostería y las frutas más escogidas!» Y los esclavos empezaron otra vez á ir y venir, y á mover las manos, y á levantar los brazos por encima de la cabeza, y á cambiar un mantel por otro. Y después, á una seña del viejo, se retiraron. Y el anciano dijo á Schakalik: «Llegó, ¡oh huésped! el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno ó dos, para convencerte. ¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin hartarse; pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelado. Mira cuán hábil es mi repostero, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate á comerla antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas, salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar. ¡Come, huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!» Y el viejo daba ejemplo á mi hermano, y se llevaba la mano á la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano le imitaba admirablemente, á pesar de que el hambre le hacía la boca agua.
El anciano continuó: «¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto á los dulces, ¡oh huésped! sólo lucharás con la dificultad de escoger. Delante de ti tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te dediques á los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy gratos. Mira esa transparente y rutilante confitura seca de albaricoque tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de cidras con azúcar cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas sonrosadas, de pétalos de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo, me va á costar la vida un día! Resérvate, resérvate, que has de probar ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es del Cairo, pues en Bagdad no lo saben hacer así. Por eso he encargado á un amigo de Egipto que me mande cien tarros llenos de esta delicia. Pero no comas tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que me des tu parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces perfumado con almizcle.» Y Schakalik dijo: «¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus delicias mi paladar! Pero se me figura que tiene demasiado almizcle.» El anciano replicó: «¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea excesivo, pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis cocineros y reposteros lo echan á chorros en todos mis pasteles y dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes de mi corazón.»
Y el viejo prosiguió: «Pero no olvides estas frutas, pues supongo que habrás dejado sitio para ellas. Ahí tienes limones, plátanos, higos, dátiles frescos, manzanas, membrillos, y muchas más. También hay nueces y almendras frescas y avellanas. Come, ¡oh huésped! que Alah es misericordioso.»
Pero mi hermano, que á fuerza de mascar en balde ya no podía mover las mandíbulas, y cuyo estómago estaba cada vez más excitado por el incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo: «¡Oh señor! He de confesar que estoy ahito, y que ni un bocado me podría entrar por la garganta.» El anciano replicó: «¡Es admirable que te hayas hartado tan pronto! Pero ahora vamos á beber, que aún no hemos bebido.»
Entonces el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y los ropones cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y poner después en el mantel dos copas y frascos, alcarrazas y tarros magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió una copa imaginaria y se la presentó á mi hermano, que la aceptó con gratitud, y después de llevársela á la boca, dijo: «¡Por Alah! ¡Qué vino tan delicioso!» E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago. Y el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo delicadamente en la copa, que mi hermano se bebió de nuevo. Y siguieron haciendo lo mismo, hasta que mi hermano hizo como si se viera dominado por los vapores del vino, y empezó á menear la cabeza y á decir palabras atrevidas. Y pensaba: «Llegó la hora de que pague este viejo todos los suplicios que me ha hecho pasar.»
Y como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y descargó tan violento golpe en el cogote del anciano, que resonó en toda la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dió el segundo golpe, más recio todavía. Entonces el anciano exclamó: «¿Qué haces, ¡oh tú el más vil entre los hombres!?» Mi hermano Schakalik respondió: «¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza! soy tu esclavo sumiso, aquel á quien has colmado de dones, acogiéndole en tu mansión y alimentándole en tu mesa con los manjares más exquisitos, como no los probaron ni los reyes. Soy aquel á quien has endulzado con las confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su sed con los vinos más deliciosos. Pero bebí tanto, que he perdido el seso. ¡Disculpa, pues, á tu esclavo, que levantó la mano contra su bienhechor! ¡Discúlpame, ya que tu alma es más elevada que la mía, y perdona mi locura!»
Entonces el anciano, lejos de encolerizarse, se echó á reir á carcajadas, y acabó por decir: «Mucho tiempo he estado buscando por todo el mundo, entre las personas con más fama de bromistas y divertidas, un hombre de tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar tanto partido como tú de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el único que ha sabido amoldarse á mi humor y á mis caprichos, conllevando la broma y correspondiendo con ingenio á ella. De modo que no sólo te perdono este final, sino que quiero que me acompañes á la mesa, que estará realmente cubierta de los manjares, dulces y frutas enumerados. Y en adelante, ya no me separaré jamás de ti.»
Y dió orden á sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó puntualmente.
Después que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó á Schakalik á pasar con él al segundo comedor, reservado especialmente á las bebidas. Y al entrar fueron recibidos al son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.
Pero el jeique tomó tal afecto á mi hermano, que fué su amigo íntimo y su compañero inseparable, demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer, beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.
Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, é inmediatamente el walí mandó embargar todos sus bienes, confiscándolos en provecho propio, pues el jeique carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado á escaparse por la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.
Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse á la Meca y santificarse. Pero cierto día, la caravana á la cual se había unido fué atacada por los nómadas, salteadores de caminos, malos musulmanes que no practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) Y los viajeros fueron despojados y reducidos á esclavitud, y á Schakalik le tocó el más feroz de aquellos bandidos beduínos, que lo llevó á su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: «Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un buen rescate, acabarás por morir á mis propias manos.» Y mi hermano, llorando, exclamaba: «¡Por Alah! Nada poseo, ¡oh jefe de los árabes! pues desconozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras.»
Pero el beduíno tenía por esposa á una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de noche. Y era ardiente en la copulación. Por eso, cada vez que el beduíno se alejaba de la tienda, esta criatura del desierto iba á buscar á mi hermano para ofrecerle su cuerpo. Y Schakalik, que se diferencia de todos nosotros en no ser gran cabalgador, no podía satisfacer plenamente á la ardorosa beduína, que se insinuaba y ponía en juego todos sus recursos, jugando las caderas, los pechos y el ombligo. Pero un día que estaban á punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los sorprendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía rebanar la cabeza de un camello, de una á otra yugular. Y agarró á mi hermano, empezó por cortarle los dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: «¡Miserable! ¿Cómo te atreviste á seducir á mi esposa?» Y empuñando el zib de mi hermano se lo cortó de un golpe y luego los compañones. En seguida, arrastrándolo por los pies, lo echó sobre un camello, lo llevó á lo alto de una montaña, lo tiró al suelo, y se marchó para seguir su camino.
Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron á Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que tanto los había hecho reir, vinieron á avisarme, después de haberle dado de comer y beber.
Y fuí en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché á cuestas, lo traje á Bagdad, y luego de curarle, le he dado con qué mantenerse mientras viva.
He aquí en pocas palabras, ¡oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo apellidado El-Samet.
Y el califa Montasser Billah se echó á reir á carcajadas y me dijo: «Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de Bagdad y te vayas á otra parte. Y sobre todo, date prisa.» Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin explicarme la causa de aquel castigo.
Entonces, ¡oh mis señores! empecé á viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el fallecimiento de Montasser Billah y el reinado de su sucesor el califa El-Mostasem. Volví á Bagdad en seguida, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó á su casa para que le afeitase la cabeza. Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y á no ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción, charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡oh vosotros cuantos aquí estáis!»
Tal es, ¡oh rey afortunado!—prosiguió Schahrazada—, la historia en siete partes que el sastre de la China refirió al rey. Y después añadió:
«Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oir más para convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indiscreto de toda la tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable indiscreción. Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos apoderamos de él, á pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos retiramos, y yo fuí en busca de mi esposa.
Pero al llegar á mi casa encontré á mi mujer de mal humor, y me dijo: «¿Te parece bien dejarme sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas en seguida á paseo, me presentaré al walí para entablar la demanda de divorcio.»
Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y á pesar del cansancio salí á paseo con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.
Y cuando regresamos á casa encontramos por casualidad á ese jorobeta que se hallaba á tu servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo! Y el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes á cuantos le rodeaban, y recitó estos versos:
¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada ó el vino sutil y purpurino!
¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y transparente!
Y se interrumpía para embromar á los transeuntes ó para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi mujer supusimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos á comer con nosotros. Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.
Entonces fué cuando á mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobeta y meterle en la boca la comida que lo ahogó.
Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico judío que está presente. Y á su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable al corredor copto.
Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado.»
Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: «He de confesar que es muy interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta. Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oirle antes de adoptar mi decisión respecto á vosotros cuatro. Después enterraremos á nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oir la historia del joven cojo, la del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias.»
Y dicho esto, el rey mandó á sus chambelanes que se fuesen con el sastre á buscar al barbero. Y una hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido á sacar al barbero del cuarto oscuro, lo trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.
Y el rey examinó al barbero, y vió que era un anciano jeique lo menos de noventa años, de cara muy negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa longitud y aspecto lleno de presunción y altanería. Al verlo, el rey de la China se echó á reir ruidosamente, y le dijo: «¡Oh Silencioso! Me han dicho que sabes contar historias admirables y llenas de maravillas. Quisiera oirte algunas de las que sabes referir tan bien.» El barbero contestó: «¡Oh rey del tiempo! no te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí, reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo. ¿De dónde procede esta extraña reunión?» Y el rey de la China se rió mucho, y replicó: «¿Y por qué me interrogas respecto á la gente que te es desconocida?» El barbero dijo: «Pregunto solamente para demostrar á mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de Silencioso, pues el poeta dijo:
¡Cuando tus ojos vean á una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien, siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre!»
Entonces dijo el rey: «Mucho me agrada este barbero. Voy á contarle la historia del jorobado, y luego las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre.» Y el rey refirió al barbero todas las historias, sin omitir una particularidad. Pero no es necesario repetirlas.
Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó á menear gravemente la cabeza, y exclamó: «¡Por Alah! ¡Cosa extraordinaria es esa y me sorprende grandemente! Á ver, levantad el velo que cubre el cadáver, que yo le vea.»
Y cuando se descubrió el cadáver, el barbero se sentó en el suelo, puso la cabeza del jorobado en sus rodillas y le miró atentamente á la cara. Y de pronto soltó tal carcajada, que la fuerza de la risa le hizo caer de trasero. Y exclamó: «En verdad, toda muerte tiene una causa entre las causas. Y la causa de la muerte de este jorobado es la cosa más sorprendente de las cosas sorprendentes. Porque merece ser escrita con hermosas letras de oro en los registros del reino, para enseñanza de los hombres futuros.»
Y el rey, pasmado al oir las palabras del barbero, le dijo: «¡Oh barbero, oh Silencioso! explícanos el sentido de tus palabras.» Y el barbero replicó: «¡Oh rey! te juro por tu gracia y tus beneficios que tu barbero tiene el alma en el cuerpo. Y lo vas á ver.» Y en seguida sacó de su cinturón un frasquito con un ungüento, empapó con él el pescuezo del jorobado y le vendó el cuello con un paño de lana. Después aguardó que transcurriese una hora. Sacó entonces del mismo cinturón unas largas tenazas de hierro, las introdujo en el garguero del jorobado, manipuló en varios sentidos y las sacó al fin, llevando en ellas el pedazo de pescado y la espina, causa de lo ocurrido al jorobeta. Y éste estornudó estrepitosamente, abrió los ojos, volvió en sí, se palpó la cara con las manos, dió un brinco, se puso de pie y exclamó: «¡La ilah ile Alah! ¡Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Sean con él la plegaria y la salvación de Alah!»
Y todos los circunstantes quedaron estupefactos y llenos de admiración hacia el barbero. Y después, al reponerse de su emoción, el rey y todos los presentes empezaron á reir á carcajadas al ver la cara del jorobeta. Y el rey dijo: «¡Por Alah! ¡Qué aventura tan prodigiosa! ¡En mi vida he visto nada más sorprendente y extraordinario!» Y añadió: «¡Oh vosotros aquí presentes! ¿Ha visto alguno que así se muera un hombre para resucitar después? Si, gracias á Alah, no hubiese estado aquí este barbero, nuestro jeique Samet, el día de hoy habría sido el último de la vida del jorobado. Y sólo por la ciencia y el mérito de este barbero admirable y lleno de capacidad hemos podido salvar su vida». Y todos los presentes dijeron: «Verdad es, ¡oh rey! Pues esta aventura es el prodigio de los prodigios y el milagro de los milagros.»
Entonces el rey de la China, lleno de júbilo, mandó que inmediatamente se escribieran con letras de oro la historia del jorobado y la del barbero, y que se conservasen en los archivos del reino. Y así se ejecutó puntualmente. En seguida regaló un magnífico traje de honor á cada uno de los acusados, al médico judío, al corredor nazareno, al intendente y al sastre, y los agregó al servicio de su persona y del palacio, y les mandó hacer las paces con el jorobeta. Y á éste le hizo maravillosos regalos, le colmó de riquezas, le nombró para altos cargos y lo eligió como compañero de mesa y bebida.
Pero aún tuvo más extraordinarias atenciones con el barbero; le hizo vestir un suntuoso traje de honor, mandó que le construyesen un astrolabio todo de oro, otros instrumentos de oro, tijeras y navajas con perlas y pedrería; le nombró barbero y peluquero de su persona, y del reino, y también le tomó por compañero íntimo.
Y siguieron viviendo la vida más próspera y más dichosa, hasta que puso término á su felicidad la Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la Sepultadora, la Invencible, la Inevitable.
Y Schahrazada dijo al rey Schahriar, sultán de las islas de la India y de la China: «No creas que esta historia sea más admirable que la de la hermosa Dulce-Amiga.» Y el sultán Schahriar preguntó: «¿Qué Dulce-Amiga?» Entonces Schahrazada dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el trono de Bassra fué ocupado por un sultán tributario de su soberano el califa Harún Al-Rachid, que se llamaba el rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní. Amparaba á los pobres y á los necesitados, se compadecía de sus súbditos desgraciados y repartía su fortuna entre los que creían en nuestro Profeta Mohamed (¡con él sean la plegaria y la paz de Alah!) Era, pues, verdaderamente digno de este elogio del poeta:
¡Transformó en su pluma la punta de la lanza, el corazón de los enemigos en una hoja donde escribir, y en tinta su sangre!
Tenía dos visires, llamados respectivamente El-Mohin ben-Sauí y El-Faldl ben-Khacan. Pero hay que saber que El-Faldl era el hombre más generoso de su tiempo, dotado de buen carácter, admirables costumbres y excelentes cualidades, que le granjearon el cariño de todos los corazones y la estimación de los hombres prudentes y sabios, quienes le consultaban y pedían su parecer en los asuntos más difíciles. Y todos los habitantes del reino, sin ninguna excepción, le deseaban larga vida y muchas prosperidades, porque hacía todo el bien posible y odiaba la injusticia. En cuanto al otro visir, llamado El-Mohin, era muy diferente: tenía horror al bien y cultivaba el mal, hasta tal punto, que un poeta dijo:
¡Le vi! Y en seguida me dispuse á huir ante la mancilla de su aproximación, y me levanté la orla del ropón para evitar su torpe contacto! ¡Y confié mi salvación á la ligereza de mi corcel para que me llevase lejos de aquel elemento tan impuro!
De modo que á cada uno de estos dos visires, tan distintos entre sí, se les puede aplicar cada uno de estos versos de otro poeta:
¡Goza la deliciosa compañía del hombre noble, de alma noble, hijo de noble, pues siempre observarás que el hombre noble ha nacido noble y de padre noble!
¡Pero aléjate del contacto del hombre vil, de alma vil, de extracción vil, porque siempre verás que el hombre vil ha nacido de padre vil!
La gente sentía, pues, tanto odio y repulsión hacia el visir El-Mohin, como amor le inspiraba el visir El-Faldl. Así es que El-Mohin tenía una gran enemistad hacia su compañero, y no desperdiciaba ninguna ocasión de perjudicarle ante el sultán.
Un día entre los días, Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní estaba sentado en el trono de su reino, en la sala de justicia, rodeado de todos los emires y de todos los notables y grandes de su corte. Y ese día había llegado al mercado un lote de esclavas de todos los países. El rey se dirigió á su visir El-Faldl, y le dijo: «Quiero que me busques una esclava que no tenga igual en el mundo. Que además de su perfección y su belleza, tenga una admirable dulzura de carácter.»
Al oir estas palabras del rey dirigidas á su visir El-Faldl Fadleddín, el visir El-Mohin, lleno de envidia porque el rey depositaba toda su confianza en su rival, quiso desalentar al soberano, y exclamó: «¡Pero si se pudiese encontrar á esa mujer, habría que pagarla lo menos en diez mil dinares de oro!» Entonces el rey, más obstinado por tal dificultad, llamó inmediatamente á su tesorero, y le dijo: «Toma en seguida diez mil dinares de oro y llévalos á casa de mi visir El-Faldl.» Y el tesorero se apresuró á ejecutar la orden.
El visir se dirigió en seguida al zoco de los esclavos, pero nada encontró que ni de cerca ni de lejos se ajustase á las condiciones requeridas para la compra. Reunió entonces á todos los corredores que se ocupaban de la compra y de la venta de esclavas blancas y negras, y les encargó que buscasen una esclava como la quería el rey. Y les dijo: «Cuando una esclava alcance el precio de mil dinares de oro avisadme en seguida, y ya veré si conviene.»
Y desde entonces no pasaba día sin que dos ó tres corredores propusiesen una linda esclava al visir, que siempre despedía al corredor y á la esclava sin ultimar la compra. Y vió durante un mes más de mil muchachas, á cual más hermosa y capaces de infundir virilidad á mil viejos impotentes. Pero no podía decidirse por ninguna de ellas.
Un día entre los días iba á montar á caballo para visitar al rey y rogarle que aguardara algún tiempo, cuando se le acercó un corredor á quien conocía, y que, teniéndole el estribo, lo saludó respetuosamente y recitó en honor suyo estas dos estancias:
¡Oh tú, que das mayor realce á la gloria del reinado y restauras el añoso edificio de los antepasados! ¡Oh tú, siempre victorioso gran visir!
¡Das nueva vida á los míseros y á los moribundos con tu generosidad y tus beneficios! ¡Y todas tus acciones son siempre gratas al Recompensador y las ponemos sobre nuestra frente!
Y recitados los versos, dijo el corredor al visir: «¡Oh noble El-Faldl! te anuncio que ha parecido la esclava que tuviste la bondad de encargarme que buscara, y está á tu disposición.» Y el visir dijo: «Tráela para que yo la vea.» Y regresó á su palacio, adonde una hora después llegaba el corredor con la esclava. Únicamente diré para describirla que era de una esbeltez deliciosa, de pechos rectos y gloriosos, párpados oscuros, ojos de noche, mejillas redondas, fina barbilla adornada con un hoyuelo, caderas poderosas y sólidas, cintura de abeja y nalgas soberanas. Iba vestida de telas raras y escogidas. Pero olvidaba decirte, ¡oh rey! que su boca era una flor, su saliva jarabe, sus labios nuez moscada y su cuerpo fino y flexible como una tierna rama de sauce. Su voz, canto de la brisa, era más agradable que el céfiro que se perfuma al pasar entre las flores de los jardines. Y era digna de estos versos del poeta:
¡Su piel es más suave que la seda, su voz canta como el agua, con las ondulaciones del agua, y como ella también reposada y pura!
¡Y sus ojos! Alah dijo: «¡Sed!» y fueron hechos. ¡Son la obra de un Dios! ¡Y su mirada turba á los humanos más que el vino y su fermento!
¡Pensando en ella en las horas nocturnas, mi alma se turba y mi cuerpo arde! ¡Y al pensar en su crencha, negra como la noche, y en su frente de aurora, iluminadora de la mañana, me siento morir!
Y á causa de sus gracias y de su dulzura, la llamaron desde la pubertad Dulce-Amiga.
Por eso cuando la vió el visir quedó completamente maravillado, y preguntó al corredor: «¿Qué precio tiene esta esclava?» Y el otro contestó: «Su amo pide diez mil dinares, y en eso hemos quedado, porque me parece justo. Pero él jura que pierde al venderla en ese precio por una porción de cosas que yo quisiera que oyeses de sus mismos labios.» Entonces el visir dijo: «Pues que venga en seguida.»
El corredor salió en busca del amo de la esclava y lo llevó ante el visir. Y el visir vió que el amo de la maravillosa joven era un persa viejísimo, aniquilado por la edad, que lo había reducido á huesos y pellejo. Como dice el poeta:
¡El Tiempo y el Destino me envejecieron; mi cabeza tiembla y mi cuerpo se viene abajo! ¿Quién es capaz de resistir á la fuerza y la violencia del Tiempo?
¡Hace muchos años me tenía derecho y erguido y andaba hacia el sol! ¡Ahora, caído de aquella altura, mi compañía es la enfermedad, y la inmovilidad mi amada!
Y el amo de la esclava deseó la paz al visir. Y el visir le dijo: «¿Estás conforme en venderme esta esclava en diez mil dinares? Has de saber que no es para mí, sino para el rey.» El anciano contestó: «Siendo para el rey, prefiero ofrecérsela como un presente, sin aceptar precio alguno. Pero ¡oh visir magnánimo! ya que me interrogas, mi deber es contestarte. Sabe que esos diez mil dinares apenas me indemnizan del importe de los pollos con que la alimenté desde su infancia, de los magníficos vestidos con que siempre la adorné y de los gastos que he hecho para instruirla. Porque ha tenido varios maestros y aprendió á escribir con muy buena letra; conoce también las reglas de la lengua árabe y de la lengua persa, la gramática y la sintaxis, los comentarios del Libro, las reglas de derecho divino y sus orígenes, la jurisprudencia, la moral, la filosofía, la medicina, la geometría y el catastro. Pero sobresale especialmente en el arte de versificar, en tañer los más variados instrumentos, en el canto y en el baile; y por último, ha leído todos los libros de los poetas é historiadores. Y todo ello ha contribuído á hacer más admirables su ingenio y su carácter; por eso la he llamado Dulce-Amiga.» El visir dijo: «Verdaderamente tienes razón, pero sólo puedo dar diez mil dinares. Además, los haré pesar y comprobar inmediatamente.»
Y en efecto, el visir mandó pesar inmediatamente los diez mil dinares de oro en presencia del anciano persa, que los tomó. Pero antes de marcharse, el viejo mercader de esclavos se acercó al visir y le dijo: «Quisiera, ¡oh mi señor! que me permitieses un consejo.» Y el visir repuso: «Di lo que quieras.» Y prosiguió el anciano: «Aconsejo á mi señor el visir que no lleve inmediatamente al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní á mi esclava Dulce-Amiga, porque mi esclava ha llegado hoy de viaje, y el cambio de clima y de aguas la ha fatigado mucho. Por eso lo mejor para ti y para ella es que la conserves en tu casa diez días, y así reposará y ganará en hermosura y tomará un baño en el hammam y se cambiará de vestidos. Y entonces la podrás presentar al rey, y con esto tu gestión parecerá más honrosa y meritoria á los ojos de nuestro sultán.» Y el visir comprendió que el viejo persa era buen consejero y le hizo caso. Y retuvo en su palacio á Dulce-Amiga, mandando que preparasen un aposento reservado para que descansase.
Pero el visir El-Faldl tenía un hijo de admirable hermosura, como la luna cuando sale. Su cara era de una blancura maravillosa, sus mejillas sonrosadas, y en una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar gris, según dice el poeta:
¡Las rosas de sus mejillas! ¡Más deliciosas que los dátiles rojos en sus racimos!
¡Si su cuerpo es tierno y dulce, su corazón es duro é inexorable! ¿Por qué no poseerá su corazón algunas de las cualidades de su cuerpo?
¡Porque si su cuerpo, tan tierno y tan dulce, influyera algo en su corazón, no sería tan injusto ni tan duro para mi amor!
¡Y tú, amigo, que me reconvienes por el amor que me domina, cree que tengo disculpa, pues no soy ya dueño de mí, y mi cuerpo y todas mis fuerzas se encuentran bajo el poder de esa pasión dominadora!
¡Y sabe que el único culpable no es él ni soy yo, sino mi corazón! ¡Y no me verías languidecer si mi joven tirano fuese más compasivo!
Pero el hijo del visir, que se llamaba Alí-Nur, nada sabía de la compra de la esclava. Y además, el visir había empezado por encargar á Dulce-Amiga que no olvidase los consejos que tenía que darle. Y le dijo: «Sabe ¡oh hija mía! que te he comprado por cuenta de nuestro amo el rey, para que seas la preferida entre sus favoritas. De modo que debes tener mucho cuidado en evitar todas las ocasiones de comprometerte y comprometerme. Así es que he de advertirte que tengo un hijo algo mala cabeza, pero guapo mozo. No hay en este barrio ninguna doncella que no se haya entregado á él y de cuya flor no haya gozado. Por tanto, evita su encuentro; que no oiga tu voz ni vea tu rostro, pues de otra suerte te perderías sin remedio.» Y Dulce-Amiga dijo: «Escucho y obedezco.» Y el visir, tranquilizado sobre este punto, se alejó para seguir su camino.
Pero por voluntad escrita de Alah, las cosas llevaron un rumbo muy diferente. Porque algunos días después, Dulce-Amiga fué al hammam del palacio del visir, y las esclavas emplearon toda su habilidad en darle un baño que fuera el mejor de su vida. Después de haberle lavado los miembros y el cabello, le dieron masaje. Y la depilaron esmeradamente, frotaron con almizcle su cabellera, le tiñeron con alheña las uñas de los pies y de las manos, le alargaron con kohl las cejas y las pestañas, y quemaron junto á ella pebeteros de incienso macho y ámbar gris, perfumándole de este modo toda la piel. Después la envolvieron con una sábana embalsamada con azahar y rosas, le sujetaron la cabellera con un paño caliente, y la sacaron del hammam para llevarla al aposento donde la aguardaba la mujer del visir, madre del hermoso Alí-Nur. Dulce-Amiga, al ver á la mujer del visir, corrió á su encuentro y le besó la mano, y la esposa del visir la besó en las dos mejillas, y le dijo: «¡Oh Dulce-Amiga! ¡ojalá te dé ese baño todo el bienestar y todas las delicias! ¡Oh Dulce-Amiga, cuán hermosa estás, cuán limpia y perfumada! Iluminas nuestro palacio, que no necesita más luz que la tuya.» Y Dulce-Amiga, muy emocionada, se llevó la mano al corazón, á los labios y á la frente, é inclinando la cabeza, respondió: «Gracias, ¡oh madre y señora! ¡Proporciónete Alah todos los goces de la tierra y del paraíso! En verdad ha sido delicioso este baño, y sólo me ha dolido una cosa: no compartirlo contigo.» Entonces la madre de Alí-Nur mandó que llevasen á Dulce-Amiga sorbetes y pastas, y se dispuso á marchar al hammam para tomar su baño.
Pero no quiso dejar sola á Dulce-Amiga, por temor y por prudencia. Llamó, pues, á dos esclavas jóvenes, y les mandó que guardasen la puerta del aposento de Dulce-Amiga, diciéndoles: «No dejéis entrar á nadie bajo ningún pretexto, porque Dulce-Amiga está desnuda y podría enfriarse.» Y las dos esclavas contestaron respetuosamente: «Escuchamos y obedecemos.»
Y entonces la madre de Alí-Nur, rodeada de sus doncellas, se fué al hammam después de haber besado otra vez á Dulce-Amiga, que le deseó un baño delicioso.
Pero en aquel momento entraba en la casa el joven Alí-Nur, buscó á su madre para besarle la mano, como todos los días, y como no la encontrara en su habitación, la fué buscando por todas las demás, hasta que llegó frente á la puerta de aquella en que estaba encerrada Dulce-Amiga. Y vió á las dos esclavas que guardaban la puerta, y las dos esclavas le sonrieron, porque era muy gentil y le adoraban en secreto. Pero asombrado al ver aquella puerta tan bien guardada, les dijo: «¿Está ahí mi madre?» Y las esclavas, intentando rechazarle, le contestaron: «¡Oh, no, amo Alí-Nur, no está ahí nuestra ama! ¡No está ahí! ¡Ha ido al hammam! ¡Está en el hammam, amo Alí-Nur!» Y Alí les dijo: «Pues entonces, ¿qué hacéis aquí, corderas? Apartaos para que pueda descansar.» Y ellas replicaron: «¡No entres, oh Alí-Nur, no entres ahí! ¡Ahí sólo está nuestra ama joven Dulce-Amiga!» Alí-Nur exclamó: «¿Qué Dulce-Amiga?» Y ellas contestaron: «La hermosa Dulce-Amiga, que tu padre y amo nuestro el visir Fadleddín ha comprado en diez mil dinares para el sultán. Acaba de salir del hammam y está desnuda, sin más ropa que la sábana del baño. ¡No entres, oh Alí-Nur, no entres! Podría enfriarse, y nuestra ama nos pegaría. ¡No entres, oh Alí-Nur!»
Entretanto, Dulce-Amiga oía estas palabras desde su habitación, y pensaba: «¡Por Alah! ¿Cómo será ese joven Alí-Nur, cuyas hazañas me ha enumerado su padre el visir? ¿Cómo será ese mancebo que no ha dejado en el barrio doncella intacta ni mujer sin ataque? ¡Por Alah, que desearía verle!» Y no pudiendo aguantarse, se puso de pie, y perfumada aún con todos los aromas del hammam, llena de frescura, con los poros abiertos á la vida, se acercó á la puerta, la entreabrió poco á poco y se puso á mirar. Y vió á Alí-Nur. Y le pareció como la luna llena. Y sólo con mirarle le sacudió la emoción y se estremeció toda su carne. Y al mismo tiempo, Alí-Nur había tenido ocasión de mirar por la puerta entreabierta, apreciando toda la hermosura de Dulce-Amiga.
Y arrebatado por el deseo, dió tal grito y sacudió tan fuertemente á las dos esclavas, que llorando huyeron de entre sus manos, refugiándose en la habitación contigua, y desde allí se pusieron á mirar, pues Alí-Nur no se había tomado el trabajo de cerrar la puerta después de haber llegado junto á Dulce-Amiga. Y así vieron todo lo que ocurrió.
Y efectivamente, Alí-Nur avanzó hacia donde estaba Dulce-Amiga, que, aturdida, se había dejado caer en el diván, y le aguardaba desnuda, toda temblorosa y con los ojos muy abiertos. Y Alí-Nur, llevándose la mano al corazón, se inclinó ante Dulce-Amiga y le dijo: «¡Oh Dulce-Amiga! ¿Eres tú la que ha comprado mi padre en diez mil dinares de oro? ¿Te pesaron acaso en el otro platillo para contrastar bien tu verdadero valor? ¡Oh Dulce-Amiga! ¡Eres más hermosa que el oro fundido, tu cabellera más abundante que la de una leona del desierto y tus pechos más frescos y más suaves que el musgo de los arroyos!» Ella contestó: «Alí-Nur, ante mis ojos asombrados apareces más poderoso que el león del desierto; ante mi carne que te desea, más fuerte que el leopardo, y ante mis labios que palidecen, más rasgador que el duro acero. ¡Alí-Nur, mi sultán!»
Y ebrio Alí-Nur, se precipitó sobre Dulce-Amiga. Y las dos esclavas se asombraban al ver todo esto desde fuera. Pues aquello era para ellas muy extraño y no lo comprendían. Porque Alí-Nur, después de cambiar ruidosos besos con Dulce-Amiga, se apoderó de sus piernas y penetró en la casa de la misericordia. Y Dulce-Amiga le rodeó con sus brazos, y durante algún tiempo sólo hubo besos, contorsiones y elocuencia sin palabras.
Entonces las dos siervas quedaron sobrecogidas de terror. Y gritando, huyeron espantadas, yendo á refugiarse en el hammam, cuando precisamente salía del baño la madre de Alí-Nur, humedecida por el sudor que le corría por el cuerpo. Y les dijo á las esclavas: «¿Qué os pasa para chillar y correr de este modo, hijas mías?» Y ellas clamaban: «¡Oh señora, oh señora!» Y ella insistió: «¿Pero qué ocurre, desdichadas?» Y ellas, llorando, dijeron: «¡Oh señora, he aquí que nuestro joven amo Alí-Nur ha empezado á darnos golpes y nos ha echado! Y luego le vimos entrar en la habitación de nuestra ama Dulce-Amiga, y él gustó su lengua y ella también. Y no sabemos qué le haría después, porque ella suspiraba mucho, y él también suspiraba encima de ella. ¡Y estamos aterradas por todo eso!»
Entonces, la esposa del visir, aunque iba calzada con los altos zuecos de madera que se usan para el baño, echó á correr á pesar de su avanzada edad, seguida por todas sus doncellas, y llegó á la habitación de Dulce-Amiga, precisamente cuando Alí-Nur, habiendo oído los gritos de las esclavas, había huído más que de prisa, una vez terminada la cosa.
Y la mujer del visir, pálida de emoción, se acercó á Dulce-Amiga y le dijo: «¿Qué es lo que ha ocurrido?» Y Dulce-Amiga repitió las palabras que Alí-Nur le había enseñado: «¡Oh mi señora! Mientras estaba descansando del baño, echada en el diván, entró un joven á quien nunca había visto. Y era muy hermoso, ¡oh señora! y hasta se te parecía en los ojos y en las cejas. Y me dijo: «¿Eres tú, Dulce-Amiga, la que ha comprado mi padre en diez mil dinares?» Y yo le contesté: «Sí; soy Dulce-Amiga, comprada por el visir en diez mil dinares, pero estoy destinada al sultán Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.» Y el joven, riéndose, replicó: «¡No lo creas, oh Dulce-Amiga! Acaso haya tenido mi padre esa intención, pero ha cambiado de parecer y te ha destinado toda para mí.» Entonces, ¡oh mi señora! á fuer de esclava sumisa desde mi nacimiento, hube de obedecer. Además, creo haber hecho bien, pues prefiero ser esclava de tu hijo Alí-Nur, ¡oh mi señora! que convertirme en esposa del mismo califa que reina en Bagdad.» La madre de Alí-Nur contestó: «¡Ah, hija mía, qué desdicha para todos nosotros! Mi hijo Alí-Nur es un gran malvado, y te engañó. Pero dime, hija mía, ¿que ha hecho contigo?» Dulce-Amiga respondió: «Me rendí á su voluntad, y él se apoderó de mí y nos enlazamos.» Y la mujer del visir dijo: «¿Pero te ha poseído por completo?» Y replicó Dulce-Amiga: «Ciertamente, y hasta tres veces, ¡oh madre mía!» Al oir esto la madre de Alí-Nur, dijo: «¡Oh hija mía! ¡Cómo te han destrozado!» Y empezó á llorar y á abofetearse, y todas sus esclavas lloraban lo mismo, y clamaban: «¡Qué calamidad, qué calamidad!» Porque en el fondo lo que aterraba á la madre de Alí-Nur y á las doncellas de la madre de Alí-Nur era el temor que les inspiraba el padre de Alí-Nur. En efecto, el visir, aunque bueno y generoso, no podía tolerar aquella usurpación, sobre todo tratándose de cosa del rey, pudiendo ponerse en tela de juicio el honor y el comportamiento del visir. Y en el arrebato de su ira era capaz de matar á su hijo Alí-Nur, al cual lloraban todas aquellas mujeres, considerándole perdido para su amor y su afecto.
Y entonces entró el visir Fadleddín y vió á todas las mujeres llorando, llenas de desolación. Y preguntó: «¿Pero qué os ocurre, hijas mías?» Y la madre de Alí-Nur se secó los ojos y dijo: «¡Oh esposo mío! Empieza por jurarme por la vida de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) que has de conformarte de todo punto con lo que te diga, si no, moriré antes que hablar.» Juró el visir, y su mujer le contó el supuesto engaño de Alí-Nur y la irremediable pérdida de la virginidad de Dulce-Amiga.
Alí-Nur había hecho pasar muy malos ratos á sus padres, pero Fadleddín, al enterarse de su reciente fechoría, quedó aterrado, se desgarró las vestiduras, se dió de puñetazos en la cara, se mordió las manos, se mesó las barbas y tiró por los aires el turbante. Entonces su esposa trató de consolarle, y le dijo: «No te aflijas de ese modo, pues los diez mil dinares te los restituiré por completo sacándolos de mi peculio y vendiendo parte de mis pedrerías.» Pero el visir Fadleddín exclamó: «¿Qué piensas, ¡oh mi señora!? ¿Se te figura que lamento la pérdida de ese dinero, que para nada necesito? Lo que me aflige es la mancha que ha caído en mi honor y la probable pérdida de la vida.» Y su esposa dijo: «En realidad, nada se ha perdido, pues el rey ignora hasta la existencia de Dulce-Amiga, y con mayor razón la pérdida de su virginidad. Con los diez mil dinares que te daré podrás comprar otra esclava, y nosotros nos quedaremos con Dulce-Amiga, que adora á nuestro hijo. Y es un verdadero tesoro el haberla encontrado, porque es de todo punto perfecta.» El visir replicó: «¡Oh madre de Alí-Nur! Te olvidas del enemigo que queda detrás de nosotros, del segundo visir, llamado El-Mohín ben-Sauí, que acabará por enterarse de todo alguna vez. Aquel día avanzará entre las manos del rey y le dirá...»
Al llegar á este momento de su narración, vió Schahrazada que iba á nacer el día, é interrumpió discretamente su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 33.ª NOCHE
Schahrazada prosiguió:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Fadleddín dijo á su mujer: «Aquel día mi enemigo el visir Sauí se presentará entre las manos del sultán y le dirá: «¡Oh rey! He aquí que el visir á quien tanto ponderas y de cuya adhesión pretendes estar seguro te sacó diez mil dinares para comprarte una esclava, y efectivamente, compró una esclava sin igual en el mundo. Y como la encontraba maravillosa, le dijo á su hijo Alí-Nur, mozalbete corrompido: «Tómala, hijo mío; más vale que la goces tú que ese sultán viejo, que tiene no sé cuántas concubinas, suya virginidad no puede disfrutar.» Y el joven Alí-Nur, que es una especialidad en lo de robar virginidades, se apoderó de la hermosa esclava, y en un abrir y cerrar de ojos la perforó de parte á parte. Pero he aquí que sigue pasando agradablemente el tiempo con ella en el palacio de su padre, y el joven perforador, disoluto y holgazán, no sale de las habitaciones de las mujeres.»
»Al oir estas palabras de mi enemigo—siguió diciendo el visir Fadleddín—, el sultán, que me estima, se negará á creerlo, y dirá: «Mientes, ¡oh Mohín ben-Sauí!» Pero Sauí le contestará: «Permíteme cercar con soldados la casa de Fadleddín, y te traeré inmediatamente la esclava, y con tus propios ojos comprobarás la cosa.» Y el sultán, que es mudable, le dará permiso, y Sauí vendrá aquí con los soldados, apoderándose de Dulce-Amiga, que arrebatará de vosotras y la llevará entre las manos del sultán. Y el sultán interrogará á Dulce-Amiga, que tendrá que confesarlo todo. Entonces mi enemigo Sauí, afirmando su triunfo, dirá: «¡Oh mi señor! ¿Ves cómo soy para ti un buen consejero? Pero ¿qué le vamos á hacer? Está escrito que me has de despreciar, mientras que el traidor Fadleddín será tu preferido.» Y el sultán, rectificando su opinión con respecto á mí, me castigará severamente. Y seré la irrisión de cuantos hoy me estiman, y perderé mi vida y con ella toda la casa.»
Al oir esto la madre de Alí-Nur, respondió á su esposo: «Créeme; no hables á nadie de este asunto, y nadie se enterará. Confía tu suerte á la voluntad de Alah, el muy poderoso. Sólo ocurrirá lo que haya de ocurrir.» Entonces el visir se sintió tranquilizado con estas palabras, calmándose su inquietud en cuanto á las consecuencias futuras, pero no por ello se aplacó su cólera contra Alí-Nur.
Por lo que se refiere al joven Alí-Nur, había salido apresuradamente del aposento de Dulce-Amiga al oir los gritos de las dos esclavas, y se pasó el día dando vueltas por aquellos alrededores. No volvió al palacio hasta que fué de noche, y se apresuró á deslizarse junto á su madre, en el departamento de las mujeres, para evitar la cólera del visir. Y su madre, á pesar de todo lo ocurrido, acabó por abrazarle y perdonarle, y lo ocultó cuidadosamente, ayudada por todas sus doncellas, que envidiaban secretamente á Dulce-Amiga por haber tenido entre sus brazos á aquel ciervo incomparable. Además, todas estaban de acuerdo para prevenirle contra la ira del visir. De modo que Alí-Nur, durante un mes entero, fué amparado por aquellas mujeres, que por la noche le abrían la puerta de las habitaciones de su madre. Y allí se deslizaba Alí-Nur sigilosamente, y allí, en connivencia con su madre, le iba á buscar en secreto Dulce-Amiga.
Por último, un día la madre de Alí-Nur, viendo al visir menos indignado que de costumbre, le preguntó: «¿Hasta cuándo va á durar ese persistente enojo contra nuestro hijo Alí-Nur? ¡Oh mi señor! realmente hemos perdido una esclava del rey; pero ¿quieres que perdamos también á nuestro hijo? Pues sabe que si continúa esta situación, nuestro hijo Alí-Nur huirá para siempre de la casa paterna, y entonces lloraremos á este hijo, único fruto de mis entrañas.» Conmovido el visir, preguntó: «¿Y qué medio emplearemos para impedirlo?» Y la mujer respondió: «Ven á pasar esta noche con nosotras, y cuando llegue Alí-Nur yo os pondré en paz. Por lo pronto finge quererlo castigar, pero acaba por casarlo con Dulce-Amiga. Porque Dulce-Amiga, según lo que en ella he podido ver, es admirable en todo y quiere á Alí-Nur, que está enamoradísimo de ella. Además, ya te he dicho que te daré de mi peculio el dinero que gastaste en comprarla.»
El visir se conformó con lo que proponía su esposa, y apenas entró Alí-Nur en las habitaciones de su madre, se arrojó sobre él, lo tiró al suelo y levantó un puñal como para matarle. Pero entonces la madre de Alí-Nur se precipitó entre el puñal y su hijo, y dirigiéndose al visir, exclamó: «¿Qué intentas hacer?» Y el visir repuso: «Lo voy á matar, para castigarle.» Y la madre replicó: «¿Pero no sabes que está arrepentido?» Y Alí-Nur dijo: «¡Oh padre! ¿tendrás valor para sacrificarme de esta suerte?» Entonces el visir, sintiendo que los ojos se le arrasaban en lágrimas, dijo: «¡Oh desventurado! ¿no tuviste tú valor para arrebatarme la tranquilidad y acaso la vida?» Y Alí-Nur respondió: «Oye, ¡oh padre mío! lo que dice el poeta:
Supón por un momento que haya obrado muy mal y cometido todos los delitos; ¿no sabes que los seres nobles gozan con perdonar, concediendo un indulto completo?
¿No sabes también que al proceder así te realzas, singularmente si el enemigo está entre tus manos, ó te implora desde el fondo de una sima abierta al pie de la montaña desde cuya cumbre tú le dominas?»
Al oir estos versos, el visir soltó á su hijo, á quien tenía sujeto con las rodillas; entró en su alma la compasión y lo perdonó. Entonces Alí-Nur se incorporó, besó la mano á sus padres, y quedó en una actitud sumisa. Y su padre le dijo: «¡Oh hijo mío! ¿por qué no me advertiste que querías de veras á Dulce-Amiga, y que no se trataba de uno más de tus caprichos? Si yo hubiese sabido que ibas á conducirte con ella como es debido, no habría vacilado en otorgártela.» Y Alí-Nur contestó: «Efectivamente, ¡oh padre mío! estoy dispuesto á cumplir con Dulce-Amiga como se merece.» Y el visir dijo: «En ese caso, ¡oh mi querido hijo! el único ruego que he de hacerte, y que no debes olvidar nunca, para que siempre te acompañe mi bendición, consiste en que me prometas no contraer legítimas nupcias con otra mujer que no sea Dulce-Amiga, ni maltratarla jamás, ni venderla.» Y Alí-Nur contestó: «¡Juro por la vida de nuestro Profeta y por el Corán sagrado no tomar otra esposa legítima mientras viva Dulce-Amiga, no maltratarla nunca y no venderla jamás!»
Después de esto toda la casa se llenó de júbilo. Alí-Nur pudo poseer libremente á Dulce-Amiga y siguió viviendo con ella durante un año, siendo muy felices. En cuanto al rey, Alah hizo que olvidase completamente los diez mil dinares que le había entregado al visir Fadleddín para la compra de la esclava. Y por lo que se refiere al malvado Ben-Sauí, no tardó en descubrir todo lo ocurrido, pero no se atrevió á decir todavía nada al rey, porque el padre de Alí-Nur era estimadísimo, no sólo del sultán, sino de todo el pueblo de Bassra.
Y he aquí que un día el visir Fadleddín fué al hammam, salió apresuradamente todo sudoroso del baño, y cogió un enfriamiento, que le obligó á meterse en la cama. Después se agravó, y ya no pudo dormir ni de noche ni de día, y fué tal su consunción, que parecía la sombra de lo que había sido. Entonces no quiso demorar el cumplimiento de sus últimos deberes, y mandó que compareciese su hijo Alí-Nur, el cual se presentó en seguida con los ojos llenos de lágrimas. Y el visir le dijo: «¡Oh hijo mío! no hay felicidad que no tenga su término, ni bien sin límite, ni plazo sin vencimiento, ni copa sin brebaje amargo. Hoy me toca á mí gustar la copa de la muerte.» Y el visir recitó estas estrofas:
¡Podrá hoy olvidarte la muerte, pero no te olvidará mañana! ¡Todos caminamos apresuradamente al abismo de la anulación!
¡Para los ojos del muy Altísimo no hay llanos ni cumbres! ¡Todas las alturas están niveladas: no hay hombre pequeño ni hombre gigante!
¡Y jamás ha habido rey, Imperio ni profeta que haya podido desafiar la ley de la muerte!
Después prosiguió de este modo: «¡Oh hijo mío! No me queda ahora más que encargarte una cosa: que cifres tu fuerza en Alah, no pierdas nunca de vista los fines primordiales del hombre, y sobre todo, que cuides mucho de nuestra hija y esposa tuya Dulce-Amiga.» Entonces contestó Alí-Nur: «¡Oh padre mío! ¿Cómo es posible que nos dejes? Desaparecido tú de la tierra, ¿qué nos quedará? Eres famoso por tus beneficios, y los oradores sagrados citan tu nombre desde el púlpito de nuestras mezquitas el santo día del viernes para bendecirte y desearte larga vida.» Y Fadleddín dijo: «¡Oh hijo mío! sólo ruego á Alah que me reciba y no me rechace.» Después pronunció en voz alta los dos actos de fe de nuestra religión: «¡Juro que no hay más Dios que Alah! ¡Juro que Mohamed es el profeta de Alah!» Y luego exhaló el último suspiro, y quedó inscrito para siempre entre los elegidos bienaventurados.
Y en seguida todo el palacio se llenó de gritos y lamentos. Llegó la noticia al sultán, y toda la ciudad de Bassra supo el fallecimiento del visir Fadleddín ben-Khacan. Y todos los habitantes lo lloraban, sin exceptuar á los niños de las escuelas. Por su parte, Alí-Nur, á pesar de su abatimiento, nada escatimó para hacer unos funerales dignos de la memoria de su padre. Y á estos funerales asistieron todos los emires y visires, incluso el malvado Ben-Sauí, que, como los demás, tuvo que ayudar á transportar el féretro. También concurrieron los altos dignatarios, los grandes del reino, y todos los habitantes de Bassra, sin excepción. Y al salir de la casa mortuoria, el jeique principal, que dirigía los funerales, recitó en honor del muerto las siguientes estancias:
¡Al hombre encargado de recoger sus despojos mortales le dijo: Obedece mis órdenes, pues sabe que en vida atendió á mis consejos!
¡Si te place, haz correr por encima de él el agua lustral; pero cuida de regar su cuerpo con las lágrimas vertidas por los ojos de la Gloria, de la Gloria que le llora!
¡Aparta de él los bálsamos mortuorios y los aromas! ¡Sírvete más bien para embalsamarle de los perfumes de sus beneficios y del suave olor de sus buenas acciones!
¡Bajen del cielo los ángeles gloriosos para rendirle homenaje y llevar sus mortales despojos, dejando correr el llanto!
¡Es inútil cansar con el peso de su ataúd los hombros de los portadores, pues los hombros de todos los humanos están rendidos por el peso de sus beneficios y por la carga del bien que les echó encima cuando vivía!
Alí-Nur, después de los funerales, guardó prolongado luto y estuvo encerrado mucho tiempo en su casa, negándose á ver á nadie y á ser visto, y así permaneció entregado á su aflicción. Pero un día entre los días, estando sentado, lleno de dolor, oyó llamar á la puerta, se levantó á abrir, y vió entrar á un joven de su edad, hijo de uno de los antiguos amigos y comensales de su difunto padre. Y este joven besó la mano á Alí-Nur, y le dijo: «¡Oh mi señor y dueño! todo humano, aunque perezca, vive en sus descendientes, y tú tienes que ser el hijo ilustre de tu padre; por lo tanto, no debes afligirte eternamente, ni olvidar las santas palabras del señor de los antiguos y modernos, nuestro profeta Mohamed (¡la plegaria y la paz de Alah sean con él!), que dijo: «Cura tu alma y no guardes más luto á la criatura.»
Nada pudo contestar Alí-Nur, y resolvió en seguida poner término á su aflicción, por lo menos exteriormente. Se levantó, fué á la sala de reuniones y mandó que llevasen á ella todo lo necesario para recibir dignamente á los visitantes. Y desde aquel momento abrió las puertas de su casa y empezó á recibir á todos sus amigos, viejos y jóvenes. Pero tomó particular afecto á diez jóvenes, que eran hijos de los principales mercaderes de Bassra. Y pasaba el tiempo en su compañía, entre diversiones y festines. Y á todo el mundo regalaba objetos de valor, y en cuanto le visitaba alguien, daba en seguida una fiesta en honor suyo. Pero todo lo hacía con tal prodigalidad, á pesar de las prudentes advertencias de Dulce-Amiga, que su administrador, asustado de aquel procedimiento, se le presentó un día y le dijo: «¡Oh mi señor y dueño! ¿no sabes que es perjudicial la excesiva generosidad, y que los regalos harto numerosos acaban con las riquezas? Recuerda que el que da sin contar se empobrece. Ya lo expuso el poeta, que expresó la verdad cuando dijo:
¡Mi dinero! ¡Lo conservo cuidadosamente, y en vez de derrocharlo, lo convierto en barras fundidas; el dinero es mi espada y es también mi escudo!
¡Dárselo á mis enemigos, á mis peores enemigos, sería una locura! ¡Entre los hombres equivale obrar así á transformar la felicidad en infortunio!
¡Pues mis enemigos se apresurarán á comérselo y bebérselo alegremente, y no pensarán en dar una limosna al necesitado!
¡Por eso hago bien ocultando mi dinero al perverso que no sabe compadecer los males de sus semejantes!
¡Conservaré mi dinero! ¡Desdichado del pobre que pide una limosna, lleno de sed, como el camello apartado del abrevadero durante cinco días! ¡Su alma llegará á ser más vil que la misma alma del perro!
¡Oh! ¡Desgraciado del hombre sin dinero y sin recursos, aunque sea el más sabio de los sabios y su mérito resplandezca más que el sol!»
Oídos estos versos, Alí-Nur miró á su administrador, y le dijo: «Tus palabras no han de influir en mí para nada. Sabe de una vez para siempre esto que te voy á decir: Cuando hechas tus cuentas resulte que aún me quede dinero para el desayuno, procura no molestarme con la preocupación de la cena. Porque tiene razón el poeta cuando dice:
Si algún día me viese abandonado por la fortuna y rendido á la pobreza, ¿qué haría yo? ¡Pues precisamente privarme de mis placeres y no mover ni brazos ni piernas!
¡Desafío á todo el mundo á que me presente un avaro que haya merecido alabanzas por su avaricia, y también lo reto á que me enseñe un pródigo que haya muerto á causa de su prodigalidad!»
Al oir estos versos, el administrador no pudo hacer más que retirarse, saludando respetuosamente á su amo, para ir á ocuparse en sus asuntos.
En cuanto á Alí-Nur, ya no supo reprimir desde aquel día su generosidad, que le incitaba á dar cuanto poseía, regalándolo á sus amigos y hasta á los extraños. Bastaba que cualquier convidado exclamase: «¡Qué bonita es tal cosa!», para que inmediatamente le contestara: «Tuya es.» Si otro decía: «¡Oh mi querido señor, qué hermosa es esta finca!», inmediatamente le replicaba Alí-Nur: «Voy á mandar que la inscriban ahora mismo á tu nombre.» Y mandaba traer el cálamo, el tintero de cobre y el papel, é inscribía la casa á nombre del amigo, sellando el documento con su propio sello. Y así hizo durante todo un año; y por la mañana daba un banquete á todos sus amigos, y por la tarde les ofrecía otro, al son de los instrumentos, amenizándolo los mejores cantantes y las danzarinas más notables.
Y ya no hacía caso de las advertencias de Dulce-Amiga, y hasta llegó á tenerla olvidada; pero ella no se quejaba nunca y se consolaba con la lectura de los libros de los poetas. Y un día que Alí-Nur entró en su gabinete, le dijo: «¡Oh luz de mis ojos! escucha estas estrofas:
¡Cuanto más bien se hace, más firme aparece la ventura de la vida, pero hay que temer los ciegos golpes del Destino!
¡La noche se hizo para el sueño y el descanso; la noche es la salvación del alma; pero tú derrochas locamente esas horas reparadoras, y no ha de asombrarte que una mañana te sorprenda súbitamente la desdicha!»
Y apenas acababa de recitar estos versos, se oyó llamar á la puerta. Y Alí-Nur, saliendo del gabinete, fué á abrir, y se encontró con el administrador, al que condujo á una habitación contigua á la sala de reuniones, donde estaban varios amigos de Alí-Nur, que apenas se separaban de él. Y Alí-Nur preguntó á su administrador: «¿Qué ocurre, para que pongas esa cara tan triste?» Y el otro dijo: «¡Oh mi señor! ¡Ya ha llegado lo que tanto temía!» Y Alí-Nur insistió: «Pero ¿qué pasa?» Y el administrador dijo: «Sabe que ya ha terminado mi cometido, pues ya no tengo nada tuyo que administrar. Ya no te quedan fincas, ni nada que valga un óbolo ni menos de un óbolo. Y he aquí que traigo las cuentas de lo que has gastado, hasta derrochar todo tu capital.» Y al oir estas palabras, Alí-Nur bajó la cabeza y dijo: «¡Alah es el único fuerte, el único poderoso!»
Pero precisamente, uno de los amigos, que estaba en la sala, oyó esta conversación y se apresuró á comunicarla á los demás, diciendo: «¡Oh mis señores, sabed que á Alí-Nur no le queda ya ni por valor de un óbolo!» Y en este momento entró Alí-Nur muy preocupado y muy pálido, confirmando con su gesto la exactitud de la mala nueva.
Al verle, uno de los convidados se levantó y le dijo: «¡Oh mi señor! con tu venia me voy á retirar, porque mi mujer está de parto y no puedo abandonarla, de modo que he de marchar á su lado.» Alí-Nur se lo permitió; y entonces se levantó otro amigo y le dijo: «¡Oh mi dueño Alí-Nur! necesariamente he de ir ahora mismo á casa de mi hermano, que celebra las ceremonias de la circuncisión de su hijo.» Y Alí-Nur se lo permitió. Y todos los demás amigos fueron alegando pretextos para marcharse, desde el primero hasta el último, y Alí-Nur acabó por verse solo en medio de la gran sala de reuniones. Entonces mandó llamar á Dulce-Amiga, y le dijo: «¡Oh Dulce-Amiga! aún ignoras la desgracia que se me ha venido encima.» Y le refirió cuanto le acababa de ocurrir. Y ella contestó: «¡Oh dueño mío! ya hace tiempo que te lo anunciaba, y tú, en vez de hacerme caso, hasta me recitaste un día estos versos:
¡Si la Fortuna pasara un día por delante de tu puerta, acógela en seguida, y disfruta de ella á gusto, y que la gocen también todos tus amigos, pues podría escabullirse de entre tus manos!
¡Pero si se detuviese para siempre en tu casa, usa ampliamente de ella, pues la generosidad no ha de agotarla, ni tiene por qué sujetarla la avaricia!
De modo que cuando oí estos versos me callé y no quise contrariarte.» Y Alí-Nur le dijo: «¡Oh Dulce-Amiga! bien sabes que nada he escatimado á mis amigos, pues con ellos he derrochado todos mis bienes. Y ahora no puedo creer que me abandonen en la desgracia.» Pero Dulce-Amiga replicó: «¡Te juro por Alah que para nada te han de servir!» Y Alí-Nur dijo: «Ahora mismo voy á verlos, uno por uno; y llamaré á su puerta, y cada cual me dará generosamente alguna cantidad, y de este modo reuniré un capital con el que me dedicaré al comercio, y me apartaré para siempre del juego y de las diversiones.» Y efectivamente, se levantó en seguida y recorrió la calle de Bassra en que vivían sus amigos, pues todos ellos vivían en aquella calle, que era la más hermosa de la ciudad. Y llamó á la primera puerta, y le abrió una negra, que le dijo: «¿Quién eres?» Él contestó: «Avisa á tu amo que ha venido hasta su puerta Alí-Nur para decirle: «Tu servidor Alí-Nur besa tus manos y espera una muestra de tu generosidad.» Y la negra fué á avisar á su amo. Y éste contestó: «Sal en seguida y dile que no estoy en casa.» Y la negra volvió, y le dijo á Alí-Nur: «¡Oh señor, no está mi amo!» Y Alí-Nur dijo para sí: «Éste es un mal nacido que se me niega, pero los demás no serán mal nacidos.» Y fué á llamar á la puerta de otro amigo, y le mandó el mismo recado que al primero, y recibió de él la misma respuesta negativa. Entonces Alí-Nur recitó esta estrofa:
¡Apenas llegué frente á la casa se apresuraron á dejarla vacía, y vi huir á todos sus moradores, temerosos de que pusiese á prueba su generosidad!
Y después dijo: «¡Por Alah! que he de visitar á todos, pues espero encontrar por lo menos uno que haga lo que estos traidores se han negado á hacer.» Pero no pudo encontrar á nadie que le recibiese, ni que le enviase siquiera un pedazo de pan. Y entonces se consoló recitando estos versos:
¡El hombre próspero es como un árbol: le rodea la gente mientras lo cubren los frutos!
¡Pero apenas estos frutos caen, se dispersa la gente para buscar otro árbol mejor!
¡Todos los hijos de este tiempo padecen la misma enfermedad, y no he encontrado uno solo que estuviese libre de ella!
Y después fué á buscar á Dulce-Amiga, y le dijo: «¡Por Alah! ¡Ni siquiera uno me ha recibido!» Y ella contestó: «¡Oh dueño mío, ya te había advertido que no te ayudarían en nada! Ahora te aconsejo que empieces por vender los muebles y objetos preciosos que tenemos en casa, y con eso nos podremos sostener algún tiempo.» Y Alí-Nur hizo lo que Dulce-Amiga le aconsejaba. Pero pasados los días ya no les quedó nada que vender, y entonces Dulce-Amiga, aproximándose á Alí-Nur, que lloraba lleno de desesperación, le dijo: «¡Oh dueño mío! ¿por qué lloras? ¿No estoy yo todavía aquí? ¿No sigo siendo la misma Dulce-Amiga á quien llamas la más hermosa de las mujeres? Cógeme, pues, llévame al zoco de los esclavos y véndeme. ¿Has olvidado que tu difunto padre me compró en diez mil dinares de oro? Espero que Alah nos ayude en esta venta y la haga fructuosa, y hasta que te paguen por mí más que la primera vez. Y en cuanto á nuestra separación, ya sabes que si Alah ha escrito que nos hemos de encontrar algún día, acabaremos por reunirnos.» Alí-Nur contestó: «¡Oh Dulce-Amiga, nunca accederé á separarme de ti, ni siquiera por una hora!» Y ella replicó: «Tampoco lo quisiera yo, ¡oh mi dueño Alí-Nur! pero la necesidad no tiene ley, como dijo el poeta:
¡No dudes en hacer aquello á que te obligue la necesidad! ¡No retrocedas ante nada, siempre que esté en los límites de la decencia!
¡No te preocupes sin un motivo fundado, y cree que son muy escasas las aflicciones que tengan un verdadero motivo de constante preocupación!»
Alí-Nur cogió entonces en brazos á Dulce-Amiga, le besó la cabellera, y con lágrimas en los ojos recitó estas estrofas:
¡Detente, por favor! ¡Déjame recoger una mirada de tus ojos, una sola mirada, para que me acompañe durante todo el camino; una mirada que sirva de remedio á mi alma, herida por esta separación mortal!
¡Pero si hasta esto te parece exagerado, no me lo des, y déjame entregado á mi dolor y sin más compañía que mi tristeza!
Entonces Dulce-Amiga habló con palabras tan dulces á Alí-Nur, que acabó por decidirle á que tomase la resolución que le acababa de proponer, pues era el único medio de evitar que el hijo de Fadleddín ben-Khacan se viese en aquella pobreza indigna de su rango. Salió, pues, con Dulce-Amiga, y la llevó al zoco de los esclavos; se dirigió al más experto de los corredores y le dijo: «Es necesario, ¡oh corredor! que sepas el valor de esta joya que vas á pregonar en el mercado. No vayas á equivocarte.» Y el corredor respondió: «¡Oh mi señor Alí-Nur! soy tuyo, y conozco, además de mis deberes, las consideraciones que te debo.» Entonces Alí-Nur entró en una habitación del khan y levantó el velo que cubría el rostro de Dulce-Amiga. Y al verla, exclamó el corredor: «¡Por Alah! ¡Si es la esclava que apenas hace dos años vendí en diez mil dinares de oro al difunto visir!» Y Alí-Nur asintió: «La misma es.» Entonces dijo el corredor: «¡Oh Alí-Nur! cada criatura lleva pendiente del cuello su destino y no se puede librar de él. Te juro que he de poner toda mi inteligencia en vender tu esclava al precio más alto del mercado.»
E inmediatamente marchó al sitio en que solían reunirse los mercaderes, y aguardó á que llegasen, pues en aquel momento llegaban dispersos, comprando esclavas de todos los países y llevándolas hacia aquel punto del zoco en que se juntaban mujeres turcas, griegas, circasianas, georgianas, abisinias y de otras partes. Y cuando vió el corredor que estaban allí todos y que la plaza se había llenado con la muchedumbre de corredores y compradores, se subió á un poyo y dijo: «¡Oh vosotros todos, mercaderes y hombres de riquezas! sabed que no todo lo redondo es nuez; no todo lo alargado es plátano; no todo lo colorado es carne; no todo lo blanco es grasa; no todo lo tinto es vino, ni todo lo pardo es dátil. ¡Oh mercaderes ilustres entre los de Bassra y Bagdad! he aquí que presento hoy á vuestro justiprecio y valoración una perla noble y única que si hubiera equidad en apreciarla valdría más que todas las riquezas reunidas. Á vosotros corresponde señalar el precio que ha de servir como base de pujas; pero antes venid á ver con vuestros ojos.» Y los hizo aproximarse, les mostró á Dulce-Amiga, y en seguida, por unanimidad, acordaron empezar por anunciarla en cuatro mil dinares como base de pujas. Entonces el corredor gritó: «¡Cuatro mil dinares la perla de las esclavas blancas!» Y en seguida un mercader pujó á cuatro mil quinientos. Pero precisamente en aquel instante el visir Ben-Sauí pasaba á caballo por el zoco de los esclavos, y vió á Alí-Nur de pie al lado del corredor, y á éste pregonando un precio. Y dijo para sí: «Ese calavera de Alí-Nur está vendiendo el último de sus esclavos después de haber vendido el último de sus muebles.» Pero pronto se enteró de que lo que se pregonaba era una esclava blanca, y pensó: «Alí-Nur debe estar vendiendo su esclava, porque ya no posee ni un óbolo. ¡Cómo se alegraría mi corazón si esto fuese verdad!» Llamó entonces al pregonero, que acudió en cuanto conoció al visir, y besó la tierra entre sus manos.» Y el visir le dijo: «Quiero comprar esa esclava que pregonas. Tráela en seguida para que la vea.» Y el pregonero, que no podía negarse á obedecer al visir, se apresuró á llevarle á Dulce-Amiga y le levantó el velo. Al ver aquel rostro sin igual y al admirar todas las perfecciones de la joven, se maravilló el visir y preguntó: «¿Qué precio es el que ha alcanzado?» Y el corredor respondió: «Cuatro mil quinientos dinares á la primera puja.» Y el visir dijo: «Pues bien; á ese precio me quedo con ella.» Y al hablar así miró fijamente á todos los mercaderes, que no se atrevieron á pujar, y ni uno solo tuvo valor para ofrecer mayor precio, temiendo la venganza del visir. Después el visir dijo al corredor: «¿Qué haces ahí parado? Ya sabes que tomo la esclava en cuatro mil dinares de oro, y te doy quinientos de corretaje.» El corredor no supo qué responder, y con la cabeza baja se fué á buscar á Alí-Nur, que estaba algo más lejos, y le dijo: «¡Oh señor, cuánta es nuestra desgracia! Se nos va de entre las manos Dulce-Amiga por un precio irrisorio; se la llevan por nada. Ahí tienes al malvado visir Ben-Sauí, enemigo de tu padre, que lo ha adivinado todo y no nos ha dejado llegar al verdadero precio. Quiere quedarse con ella por solo el importe de la primera puja. Y si estuviéramos seguros de que la pagase al contado, podríamos dar gracias á Alah, aunque el precio sea tan mezquino; pero ese maldito visir es el peor pagador del mundo, y conozco todas sus astucias y maldades. Y he aquí lo que va á hacer: te dará una letra de crédito para uno de sus agentes, al cual ordenará secretamente que no te pague nada. Y cada vez que vayas á cobrar, el agente te dirá: «Mañana pagaré», y ese mañana no llegará nunca. Y tanto te aburrirá esta serie de retrasos, que acabarás por hacer un arreglo con el agente y le confiarás el papel firmado por el visir, y el agente se apresurará á hacerlo pedazos, y de este modo perderás sin remedio el precio de la esclava.»
Y Alí-Nur, desesperado al oir todo esto, preguntó al corredor: «¿Y qué haremos ahora?» Y el corredor respondió: «Voy á darte un buen consejo. Me llevaré al zoco á Dulce-Amiga, y tú nos alcanzarás, y arrancándola de entre mis manos, le hablarás de este modo: «¡Desdichada! ¿Qué te propones? ¿No sabes que hice juramento de fingir tu venta en el zoco para humillarte y corregir tu mal genio?» En seguida le darás unos golpes y te la llevarás. Y entonces todo el mundo, incluso el visir, creerá que, en realidad, no trajiste la esclava más que para cumplir tu juramento.» Le pareció muy bien á Alí-Nur, y dijo: «Es realmente una buena idea.» Entonces el corredor marchó al centro del zoco, cogió de la mano á la esclava y la llevó á presencia del visir El-Mohin ben-Sauí, y le dijo: «Señor, el propietario de la esclava es ese hombre que está allí, á pocos pasos de nosotros. Pero he aquí que se aproxima.» Y efectivamente, Alí-Nur se acercó al grupo, se apoderó violentamente de Dulce-Amiga, le dió un puñetazo y le dijo: «¡Desdichada! ¿No sabes que no te he traído al zoco más que para cumplir un juramento? Vuelve á casa y procura ser obediente. Y no creas que necesito el precio de tu venta, pues aunque me viese muy apurado, preferiría desprenderme de todos mis muebles y hasta lo último de cuanto me pertenece antes que pensar en traerte al zoco.»
Al oirlo, gritó el visir: «¡Pobre de ti, loco mancebo! Hablas como si aún te quedase algún mueble ó cualquier cosa que vender. Pero ya sabemos todos que no tienes ni un óbolo.» Y al hablar así quiso apoderarse violentamente de Dulce-Amiga. Pero todos los mercaderes y corredores miraban con simpatía á Alí-Nur, muy estimado por ellos, que se acordaban de los favores de su padre, su buen protector. Entonces Alí-Nur les dijo: «Acabáis de oir las palabras insultantes de este hombre, y os tomo á todos por testigos de ello.» Por su parte, el visir dijo: «¡Oh mercaderes! por consideración á todos vosotros no mato ahora mismo á ese insolente.» Pero los mercaderes se miraban unos á otros, como diciéndose con los ojos: «Ayudemos á Alí-Nur.» Y añadieron en voz alta: «Este asunto no nos incumbe. Arreglaos como podáis.» Y Alí-Nur, que era audaz y valiente, sujetó por las bridas al caballo del visir, después agarró á su enemigo, lo sacó de la silla y lo tiró al suelo. Le puso la rodilla en el pecho, empezó á darle puñetazos en la cabeza, en el vientre y en todas partes, le escupió en la cara y le dijo: «¡Perro, hijo de perro, mal nacido! ¡Maldito sea tu padre, y el padre de tu padre, y el padre de tu madre, oh corrompido!» Y le dió tan fuerte puñetazo en la quijada, que le rompió varios dientes. Y la sangre corría por las barbas del visir, que había ido á caer en medio de un charco de lodo.
Al ver esto, los diez esclavos que acompañaban al visir desenvainaron los alfanjes y quisieron echarse encima de Alí-Nur y despedazarle; pero el gentío se lo impidió y les decía: «¿Qué vais á hacer? Vuestro amo es visir; pero ¿no sabéis que el otro es hijo de visir? ¿No teméis que mañana se reconcilien y paguéis vosotros las consecuencias?» Y los esclavos vieron que era más prudente abstenerse.
Y como Alí-Nur se había cansado de dar golpes, soltó al visir, que se levantó cubierto de sangre y barro, y se dirigió al palacio del sultán, seguido por las miradas de la muchedumbre, que no sentía por él ninguna compasión.
En seguida Alí-Nur cogió de la mano á Dulce-Amiga y se volvió á su casa aclamado por el gentío.
El visir llegó en un estado lamentable al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, se detuvo á la puerta y comenzó á gritar: «¡Oh rey! ¡Te implora un afligido!» Y el rey mandó que se lo presentasen, y vió que era su visir El-Mohin ben-Sauí. Y en el límite del asombro, le dijo: «¿Pero quién se ha atrevido á tratarte de esa manera?» Y el visir se echó á llorar y recitó estos versos:
¿Es posible que, existiendo tú entre los vivientes, me haga su víctima el Tiempo? ¿Es posible que, siendo tú mi intrépido defensor, hagan de mí su presa los perros enfurecidos?
¿Es posible, ¡oh nube benéfica que nos das la lluvia! que todo sediento pueda extinguir su sed en tus aguas vivas, y que yo, tu protegido, me muera de sed bajo tu cielo?
Y después añadió: «¡Oh señor! ¿Permitirás que así traten á todos los servidores que te aman y te sirven? ¿Tolerarás que se cometan con ellos semejantes infamias?» Y el rey preguntó: «¿Pero quién te ha tratado de ese modo?» Entonces el visir dijo: «Has de saber, ¡oh rey! que he salido hoy á dar una vuelta por el zoco, para comprar una buena esclava que supiera condimentar los manjares, pues mi cocinera los quema todos los días, y vi en el zoco una esclava joven como no vi otra en toda mi vida. Y el corredor á quien me dirigí me contestó: «Creo que pertenece al joven Alí-Nur, hijo del difunto visir Khacan.» Ahora bien; recordarás, ¡oh mi señor y soberano! que entregaste tiempo ha diez mil dinares de oro al visir Fadleddín para comprar una hermosa esclava que reuniese todas las perfecciones. Y en aquel tiempo el visir no tardó en encontrar y comprar la tal esclava; pero como era verdaderamente maravillosa y le había gustado mucho, se la regaló á su hijo Alí-Nur. Y Alí-Nur, muerto su padre, se entregó á tales locuras que no tardó en vender todos sus bienes, sus fincas y hasta los muebles de su casa. Y cuando ya no tuvo ni un óbolo para vivir, llevó al zoco á la esclava para venderla, y la entregó á un corredor, el cual la subastó en seguida. Y los mercaderes empezaron á pujar de tal modo, que el precio de la esclava llegó inmediatamente á cuatro mil dinares. Entonces la vi, y quise comprarla para mi soberano el sultán, que ya había dado por ella una importante suma. Llamé al corredor y le dije: «Hijo mío, yo te daré los cuatro mil dinares.» Pero el corredor me mostró al propietario de la esclava, y éste apenas me vió corrió hacia mí, gritando como un energúmeno: «¡Sucia cabeza vieja! ¡Jeique maldito y nefasto! Antes que cedértela se la vendería á un nazareno ó á un judío, aunque me llenases de oro el velo que la cubre.» Y yo dije: «Pero joven, si no la quiero para mí, pues la destino á nuestro señor el sultán, que es nuestro buen soberano, nuestro bienhechor.» Y al oir estas palabras, en vez de ceder se enfureció más aún, se tiró á la brida de mi caballo, me agarró de una pierna y me echó al suelo, y sin hacer caso de mi avanzada edad ni respetar mis barbas blancas, empezó á pegarme y á insultarme de todas maneras, y acabó por ponerme en el deplorable estado en que me ves en este momento, ¡oh rey bueno y justo! Y todo esto me ha pasado por querer complacer á mi sultán y comprarle una esclava que le pertenecía y que juzgué digna del honor de compartir su lecho.»
Entonces el visir se echó á las plantas del rey y rompió nuevamente á llorar, implorando justicia. Y al verle y oir su relato, se encolerizó de tal manera el sultán, que el sudor le brotaba por entre los ojos, y volviéndose hacia los emires y grandes del reino, les hizo una seña. Inmediatamente se presentaron ante él cuarenta guardias con las espadas desenvainadas. Y el sultán les dijo: «Marchad inmediatamente á la casa del que fué mi visir El-Faldl ben-Khacan, y saqueadla y destruidla por completo. Apoderaos de Alí-Nur y de su esclava, atadle los brazos, arrastradlos sobre el lodo y traedlos á mi presencia.» Los cuarenta guardias contestaron: «Escuchamos y obedecemos», y se dirigieron en seguida á casa de Alí-Nur.
Pero había en el palacio un joven chambelán llamado Sanjar, que había sido mameluco del difunto Fadleddín y se había criado con su amo Alí-Nur, á quien profesaba gran cariño. Y dispuso la Suerte que presenciara la queja del visir Ben-Sauí y cómo el sultán daba sus crueles órdenes. Y salió corriendo, tomando el camino más corto para llegar á la casa de Alí-Nur, que al oir llamar precipitadamente á la puerta fué á abrir en persona, y al ver á su amigo el joven Sanjar quiso abrazarle; pero éste, sin consentirlo, exclamó: «¡Oh mi querido dueño! no son á propósito estos instantes para palabras cariñosas ni para saludos, pues oye lo que dice el poeta:
¡Liberta tu alma, desátala de la tiranía de las cadenas y vuela en seguida! ¡Vuela á lo lejos y deja que las casas se derrumben sobre quienes las construyeron!
¡Oh amigo mío! ¡Encontrarás muchos países distintos del tuyo, pues la tierra de Alah es infinita; pero otra alma que sea tu alma no la has de encontrar!
Y Alí-Nur dijo: «¡Oh amigo Sanjar! ¿qué vienes á anunciarme?» Sanjar contestó: «Sálvate y salva á la esclava Dulce-Amiga, porque El-Mohin ben-Sauí os ha tendido un lazo, y como caigáis en él moriréis sin misericordia. Sabe que el sultán, por instigación del visir, ha enviado contra vosotros á cuarenta guardias con los alfanjes desenvainados. Debéis emprender la fuga antes de que os ocurra una desgracia.» Y Sanjar alargó su mano á Alí-Nur, que estaba llena de oro, y le dijo: «¡Oh mi señor! he aquí cuarenta dinares que han de serte útiles en estos momentos, y perdóname que no pueda ser más generoso. Pero no perdamos tiempo. ¡Levántate y huye!»
Entonces Alí-Nur se apresuró á avisar á Dulce-Amiga, que se cubrió inmediatamente con su velo, y ambos salieron de la casa, y después de la ciudad, y llegaron á orillas del mar, amparados por el muy Altísimo. Y divisaron un bajel que precisamente se disponía á desplegar las velas, y acercándose vieron al capitán que estaba de pie en medio del barco, y decía: «El que no se haya despedido que se despida inmediatamente; el que no haya acabado de proveerse de víveres que acabe en el acto; el que haya olvidado algo en su casa vaya ligero á buscarlo, porque he aquí que vamos á zarpar.» Y todos los viajeros contestaron: «Nada nos queda que hacer, capitán; ya estamos listos.» Entonces el capitán gritó á sus hombres: «¡Hola! ¡Desplegad las velas y soltad las amarras!» Y en aquel momento preguntó Alí-Nur: «¿Para dónde zarpas, capitán?» Y el capitán contestó: «Para Bagdad, morada de paz.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 34.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó á Alí-Nur: «Para Bagdad, morada de paz», Alí-Nur suplicó: «Aguarda, que allá vamos.» Y seguido de Dulce-Amiga, subió á bordo de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Rokh, según dice el poeta:
¡Mira la nave: su aspecto seduce á quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad!
¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese precipitado sobre el mar y se balancease en él!
Y el bajel bogaba con viento favorable, llevando á todos los viajeros. Esto en cuanto á Alí-Nur y Dulce-Amiga.
Por lo que se refiere á los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de Alí-Nur, llegaron á casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y comenzaron á buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar á nadie. Entonces destruyeron totalmente la casa y marcharon á comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó: «¡Buscadlos por todas partes y registrad si es preciso toda la ciudad!» Y como en aquel momento llegase el visir Ben-Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo: «¡Te prometo que sólo yo he de vengarte!» Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades. Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando: «¡Si alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase á Alí-Nur, hijo del difunto visir Ben-Khacan, se apoderará de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!» Sin embargo, á pesar de todas las pesquisas, nadie pudo averiguar qué había sido de Alí-Nur.
Este y Dulce-Amiga llegaron sin contratiempo á Bagdad, y el capitán les dijo: «He ahí la famosa Bagdad, la dulce morada. Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad que vive á la sombra de sus rosales, en una eterna primavera, en medio de flores y jardines, mecida por el canto de sus aguas murmuradoras.» Y Alí-Nur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de Dulce-Amiga, penetró en Bagdad.
Pero quiso el Destino que Alí-Nur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al centro de los jardines que rodean á la ciudad. Y se detuvieron á la puerta de un jardín con una cerca muy grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía á cada lado un banco. La puerta, que era magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo á ella había un estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.
Entonces Alí-Nur dijo á Dulce-Amiga: «¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!» Y ella contestó: «Descansemos una hora en estos bancos.» Y después de haberse lavado la cara y las manos con el agua fresca del estanque, se sentaron á tomar el aire en un banco, y respiraron deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan á gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse, después de haberse tapado con una manta.
Ahora bien; el jardín á cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en medio de él un palacio, llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa Harún-Al-Rachid. Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba á distraerse y á olvidar sus preocupaciones en aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de cada una pendía una gran lámpara, y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente como el sol. Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y oro, y mandaba á las cantoras que cantasen y á los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que prefería era oir al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos é improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa descansaba de las fatigas de la ciudad.
Había nombrado guarda del palacio y del jardín á un buen anciano, llamado el jeique Ibrahim, que vigilaba día y noche para que los paseantes y los curiosos no entrasen en el jardín, singularmente mujeres y niños, que podían estropear ó robar las flores y las frutas. Y aquella noche, al dar su vuelta acostumbrada, abrió la puerta principal del jardín y vió dormidas en el banco á dos personas desconocidas, cubiertas con una misma manta. Y se indignó, y dijo: «He aquí dos audaces que han infringido las órdenes del califa, y como me ha autorizado para imponer cualquier castigo á todo el que se acerque á este palacio, voy á hacerles saber lo que cuesta el apoderarse de ese banco, que está reservado á los servidores del califa.» Y el jeique Ibrahim cortó una rama de un árbol y se acercó á los durmientes, é iba á darles de latigazos, cuando de pronto pensó: «¡Oh Ibrahim! ¿qué vas á hacer? Vas á golpear despiadadamente á personas que no conoces, que tal vez sean extranjeros ó mendigos del camino de Alah, á quienes haya encaminado hacia aquí el Destino. Lo mejor es verles primeramente la cara.» Y el jeique Ibrahim levantó la manta que les ocultaba el rostro, y se quedó encantado al ver aquellas dos caras maravillosas, cuyas mejillas había juntado el sueño, y que parecían más hermosas que las flores del jardín. Y pensó: «¿Qué iba yo á hacer? ¿Qué ibas á hacer, ciego Ibrahim? Merecerías que te golpearan á ti, para castigarte por tu injusta cólera.» Después les tapó nuevamente la cara, se sentó á sus pies, y empezó á dar masaje á los de Alí-Nur, que le había inspirado una inmensa simpatía. Y Alí-Nur, al sentir aquellas manos que le acariciaban, no tardó en despertarse, y vió á un respetable anciano. Avergonzado de que éste le diera masaje, apartó los pies en seguida, se incorporó, y cogiendo la mano del jeique Ibrahim, se la llevó á los labios y luego á la frente. Entonces el jeique le preguntó: «¿De dónde venís, hijos míos?» Y Alí-Nur dijo. «¡Oh señor, somos extranjeros!» Y se le arrasaron los ojos en lágrimas. Ibrahim repuso: «¡Oh hijo mío! no soy de los que olvidan que el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) recomendó en varios pasajes del Libro Noble la hospitalidad para los forasteros, y que se les recibiera cordialmente y con agrado. Venid, pues, conmigo; os enseñaré este jardín y el palacio, y así olvidaréis vuestras penas y respiraréis á gusto.» Entonces Alí-Nur le preguntó: «¡Oh señor! ¿de quién es este jardín?» Y el jeique Ibrahim, para no intimidar á Alí-Nur y algo también por jactancia, dijo: «Este palacio y este jardín me pertenecen, y los he heredado de mi familia.» Entonces se levantaron Dulce-Amiga y Alí-Nur, y franquearon la puerta del jardín precedidos por Ibrahim.
Alí-Nur había visto en Bassra hermosos jardines, pero no había ni soñado con uno parecido á aquél. Formaban la entrada principal magníficos arcos superpuestos, de un efecto grandioso, y la cubrían unas parras que dejaban colgar espléndidos racimos, rojos unos como rubíes, negros otros como el ébano. Árboles frutales doblados al peso de la fruta madura sombreaban aquella avenida. Cantaban los pájaros en las ramas sus alegres motivos: el ruiseñor modulaba melodías; la tórtola entonaba su lamento de amor; el mirlo silbaba como un hombre; el palomo arrullaba como un embriagado con licores fuertes. Cada frutal estaba representado por sus dos especies mejores: había albaricoques de almendra dulce y amarga; había sabrosos frutales del Khorasán; ciruelos cuyos frutos tenían el color de labios hermosos; mirabeles de dulce encanto; higos rojos, blancos y verdes, de aspecto admirable. Las flores eran como perlas y coral; las rosas aparecían más bellas que las mejillas de una mujer hermosa; las violetas recordaban la llama del azufre. Había flores blancas de arrayán, alelíes, alhucemas y anémonas, cuyas corolas se cubrían con una diadema de lágrimas de nubes. Las manzanillas sonreían, mostrando todos sus dientes, y los narcisos miraban á las rosas con hondos y negros ojos. La cidra redonda parecía una copa sin asa y sin cuello; los limones colgaban como bolas de oro. Flores de todos los colores alfombraban la tierra; la primavera reinaba en los planteles y en los bosquecillos; los fecundos ríos crecían, rodaban los manantiales, y cantaba la brisa como una flauta, contestándole suavemente el céfiro, y esta canción del aire armonizaba toda aquella alegría.
Así entraron Alí-Nur y Dulce-Amiga con el jeique Ibrahim en el Jardín de las Delicias. Y entonces el jeique Ibrahim, que no quería hacer las cosas á medias, les invitó á penetrar en el Palacio de las Maravillas, y abriendo la puerta les hizo entrar.
Alí-Nur y Dulce-Amiga se detuvieron deslumbrados ante el esplendor de aquel salón nunca visto y lleno de cosas extraordinarias y asombrosas. Estuvieron admirando largo tiempo aquella belleza, y después, para descansar la vista de tanto esplendor, fueron á apoyarse en una ventana que daba al jardín. Y Alí-Nur, contemplando el vergel y los mármoles bañados por la luz de la luna, empezó á pensar en sus penas pasadas, y dijo á Dulce-Amiga: «¡Oh Dulce-Amiga! Este lugar lleno de encanto ¡me recuerda tantas cosas! ¡Y he aquí que la paz desciende sobre mi alma y extingue el fuego que me consume, apartando de mí la tristeza!»
El jeique Ibrahim les llevó las provisiones que había ido á buscar, y comieron cuanto quisieron; después se lavaron las manos, y se apoyaron de nuevo en la ventana, contemplando los árboles cargados de fruta sabrosa. Al cabo de un rato, Alí-Nur preguntó al jeique Ibrahim: «¡Oh jeique Ibrahim! ¿tienes que darnos algo para beber? Juzgo muy natural beber algo después de haber comido.» Y entonces Ibrahim les llevó una vasija llena de agua dulce y fresca. Pero Alí-Nur le dijo: «¿Qué nos traes? No es esto lo que yo quiero.» Ibrahim preguntó: «¿Acaso deseas vino?» Y Alí-Nur dijo: «¡Claro que sí!» Y el jeique Ibrahim repuso: «¡Guárdeme Alah bajo su protección! ¡Hace trece años que me abstengo de esa bebida funesta, porque el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) maldijo á todo aquél que beba cualquiera bebida fermentada, al que la exprima y al que la venda!» Entonces le contestó Alí-Nur: «Permíteme, ¡oh jeique! que te diga dos palabras.» El otro respondió: «Dilas.» Y Alí-Nur dijo: «Si te indico el medio de que me facilites lo que te pido, sin que seas tú el bebedor, ni el fabricante, ni el portador del vino, ¿serás culpable ó maldito?» El jeique repuso: «Creo que no.» Y Alí-Nur dijo: «Pues entonces toma estos dos dinares y estos dos dracmas, monta en el burro que está á la puerta del jardín y que nos trajo hasta aquí, ve al zoco, detente á la puerta de cualquier mercader de aguas destiladas de rosas y flores, pues estos mercaderes siempre tienen vino en lo más retirado de la tienda, y al primer transeunte que halles ruégale, dándole el dinero, que entre á comprarte la bebida por el precio de los dos dinares de oro, y le darás dos dracmas por el recado; y él mismo colocará en el borrico los cántaros de vino, y como será el burro quien lo traiga, el transeunte quien lo compre, y nosotros los que lo bebamos, no intervendrás para nada en el lance, pues no serás ni el bebedor, ni el fabricante, ni el portador. Y de este modo nada tendrás que temer por haber faltado á la santa ley del Libro.» El jeique, al oir á Alí-Nur, se echó á reir á carcajadas, y dijo: «¡Por Alah! Nunca he encontrado persona más simpática que tú, ni con tanto ingenio y encanto.» Y Alí-Nur contestó: «¡Por Alah! Muy agradecidos te estamos, ¡oh jeique Ibrahim! y no aguardamos de ti más que ese favor, que te pedimos con insistencia.» Entonces el jeique Ibrahim, que no había querido revelar hasta aquel momento que había en el palacio toda clase de bebidas fermentadas, dijo á Alí-Nur: «¡Oh amigo! Toma estas llaves de mi bodega y de mi despensa, que siempre están llenas para obsequiar al Emir de los Creyentes cuando me honra con su visita. Puedes entrar en ellas y tomar á tu gusto todo lo que te plazca.»
Entonces Alí-Nur entró en la bodega, y quedó estupefacto ante lo que veía. A lo largo de las paredes estaban ordenadas sobre tablas vasijas y más vasijas de oro macizo, de plata maciza y de cristal, con incrustaciones de toda clase de pedrerías. Alí-Nur acabó por decidirse, eligió lo que fué de su mayor agrado, y volvió al salón. Puso las preciosas vasijas sobre la alfombra, se sentó al lado de Dulce-Amiga, escanció el vino en copas de cristal con cerco de oro, y Dulce-Amiga y él empezaron á beber, maravillándose de todas las cosas encerradas en aquel palacio. No tardó Ibrahim en ofrecerles olorosas flores, y después se apartó discretamente, como manda la buena educación, cuando se ve á un joven sentado con su esposa. Y ambos siguieron bebiendo hasta que les dominó el vino; y entonces se les colorearon las mejillas, les brillaron los ojos como los de las gacelas, y Dulce-Amiga acabó por desatar sus cabellos. Ibrahim sintió una gran envidia, y se dijo: «¿Por qué he de apartarme de ellos, cuando puedo disfrutar de su compañía? ¿Cuándo me hallaré en otra fiesta tan encantadora como la de ver á estos dos admirables jóvenes que parecen dos lunas?» É Ibrahim volvió sobre sus pasos y fué á sentarse al otro extremo del salón. Entonces Alí-Nur le dijo: «¡Oh señor! te pido por tu vida que te acerques y te sientes con nosotros.» Y el jeique Ibrahim se sentó á su lado, y Alí-Nur cogió una copa, la llenó y se la alargó, diciéndole: «¡Oh jeique, toma y bebe! Verás qué bien sabe, y comprenderás las delicias que encierra el fondo de la copa.» Pero el jeique Ibrahim respondió: «¡Protéjame Alah! ¿No sabes, ¡oh joven! que hace trece años que no he cometido esa falta? ¿Ignoras que he cumplido dos veces mis deberes de hadj en la gloriosa Meca?» Y Alí-Nur, que estaba empeñadísimo en emborrachar al anciano Ibrahim, viendo que por la persuasión no la lograría, no insistió más; se bebió la copa llena, la volvió á llenar, se la bebió otra vez, y á los pocos momentos imitó todos los ademanes de un borracho, y acabó por echarse al suelo, en donde fingió dormir. Entonces Dulce-Amiga dirigió una insistente mirada al viejo Ibrahim, y le dijo: «¡Oh jeique Ibrahim! ¡Mira cómo se porta conmigo este hombre!» Y él contestó: «¡Qué desventura! Pero ¿por qué hace eso?» Dulce-Amiga dijo: «¡Si fuera esta la primera vez! Pero siempre hace lo mismo. Bebe y bebe, y luego se emborracha y se duerme, y me deja sola, sin nadie que me haga compañía y beba conmigo. Y así no le encuentro gusto á la bebida, pues nadie comparte mi copa, y ni siquiera tengo gana de cantar, porque no hay quien me escuche.» Entonces el jeique Ibrahim, cuyos músculos se estremecían al influjo de aquellas miradas ardientes y de aquella voz armoniosa, le dijo: «Realmente, así no ha de serte agradable beber.» Y Dulce-Amiga llenó entonces la copa, se la alargó sonriendo, y le dijo: «Por mi vida te ruego que tomes esa copa y la aceptes por darme gusto. Y de este modo merecerás mi gratitud.» Entonces el jeique Ibrahim tendió la mano, cogió la copa y acabó por beber. Y Dulce-Amiga se la llenó de nuevo é hizo que la bebiese, y luego otra más, y le dijo: «¡Oh mi señor! ¡nada más que ésta!» Pero él contestó: «¡Por Alah! No puedo complacerte. Bastante he bebido ya.» Ella volvió á insistir muy afable, é inclinándose hacia él, le dijo: «¡Por Alah! ¡No hay más remedio!» Y el jeique tomó la copa y se la llevó á los labios. Pero en aquel momento Alí-Nur se echó á reir y se incorporó bruscamente...
Al llegar á este punto de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta, dejó para la noche siguiente la prosecución de su historia.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 35.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que Alí-Nur se echó á reir, se incorporó bruscamente, y dijo á Ibrahim: «¿Qué estás haciendo? ¿No te rogué hace una hora que me acompañaras, y te negaste entonces, y dijiste que llevabas trece años sin hacer semejante cosa?» Entonces el jeique Ibrahim se avergonzó mucho, pero se sobrepuso en seguida y se apresuró á decir: «¡Por Alah! ¡Nada tienes que echarme en cara! Toda la culpa es de ella, que ha insistido hasta que ha logrado convencerme.» Entonces se echó á reir de nuevo Alí-Nur, y lo mismo hizo Dulce-Amiga, que acabó por acercarse á su oído, y le dijo: «Déjame hacer, y ya verás cómo nos reímos á su costa.» Después echó vino en su copa y la bebió, escanció otra á Alí-Nur, que bebió también, y así siguió bebiendo y dando de beber á Alí-Nur, sin hacer caso alguno del jeique Ibrahim. Entonces éste, que los miraba asombrado, acabó por decirles: «¿Qué manera es ésa de convidar á los demás á beber con vosotros? ¿Es sólo para que miren lo que hacéis?» Y Alí-Nur y Dulce-Amiga se echaron á reir y consintieron que bebiera con ellos, y así estuvieron bebiendo hasta pasada la tercera parte de la noche.
En este momento Dulce-Amiga dijo al jeique Ibrahim: «¡Oh jeique Ibrahim! ¿quieres permitirme que encienda una de esas velas?» Y él contestó, ya medio borracho: «¡Sí; puedes hacerlo, pero no enciendas más que una sola.» Y ella se levantó en seguida, y no encendió una sola, sino todas las velas de los ochenta candelabros del salón, y se volvió á su sitio. Entonces Alí-Nur dijo á Ibrahim: «¡Oh jeique, cuánto me place estar á tu lado! Confío en que me permitirás encender una de esas antorchas.» Y el jeique Ibrahim contestó: «¡Bueno; levántate y enciende una, pero nada más que una! ¡no creas que me vas á engañar!» Y Alí-Nur se levantó, y no encendió una, sino las ochenta antorchas de la sala y además las ochenta arañas, sin que el jeique Ibrahim se diese la menor cuenta de ello. Entonces todo el salón, todo el palacio y todo el jardín quedaron iluminados. Y el jeique Ibrahim dijo: «Verdaderamente, sois más libertinos que yo.» Y como ya estaba completamente ebrio, se levantó y recorrió el salón por uno y por otro lado, abrió las ochenta ventanas, volvió á sentarse y á seguir bebiendo con los dos jóvenes, y llenaron el salón con la alegría de sus risas y sus canciones.
Pero el Destino, que está en manos de Alah el Omnisciente, el Entendedor de todo, el Creador de causas y efectos, quiso que el califa Harún-Al-Rachid estuviese precisamente á aquella hora tomando el fresco, á la claridad de la luna, sentado junto á una de las ventanas de su palacio que daba al Tigris. Y mirando por casualidad en aquella dirección, vió toda aquella iluminación que brillaba en el aire y se reflejaba á través del agua. Y no sabiendo qué pensar, empezó por llamar á su gran visir Giafar Al-Barmakí. Y cuando se le presentó Giafar, le dijo á gritos: «¡Oh perro visir! ¿Eres mi servidor, y no me das cuenta de lo que ocurre en mi ciudad de Bagdad?» Y Giafar contestó: «No sé lo que quieres decirme con esas palabras.» Y el califa volvió á gritarle: «¡Me parece asombroso! Si á estas horas asaltasen á Bagdad nuestros enemigos, no sería menos estupendo; ¿no ves, ¡oh maldito visir! que mi Palacio de las Maravillas está completamente iluminado? ¿Quién es el hombre lo suficientemente audaz ó suficientemente poderoso que haya podido iluminarlo encendiendo todas las arañas y abriendo todas las ventanas? ¡Desdichado de ti! Es irrisorio que me llamen el califa y que, sin embargo, puedan ocurrir semejantes cosas sin mi permiso.» Y Giafar, todo tembloroso contestó: «¿Pero quién ha dicho que el Palacio de las Maravillas está con las ventanas abiertas y las luces encendidas?» Y el califa dijo: «Acércate aquí y mira.» Y Giafar se aproximó, miró hacia los jardines, y vió toda aquella iluminación, que parecía como si el palacio estuviese incendiado, brillando más que la claridad de la luna. Entonces Giafar comprendió que aquello debía de ser una imprudencia del jeique Ibrahim, y como era hombre naturalmente bueno y compasivo, se le ocurrió inmediatamente inventar algo para disculpar al anciano guardián del palacio, que probablemente no habría hecho aquello más que para obtener alguna ganancia. Dijo, pues, al califa: «¡Oh Emir de los Creyentes! El jeique Ibrahim vino á verme la semana pasada, y me dijo: «¡Oh amo Giafar! mi mayor deseo es celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos bajo tus auspicios, y durante tu vida y la vida del Emir de los Creyentes.» Yo le contesté: «¿Y qué deseas de mí, ¡oh jeique!?» Y él respondió: «Deseo nada más que por tu mediación se logre permiso del califa para celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos en el salón del Palacio de las Maravillas.» Y yo le dije: «¡Oh jeique! ya puedes preparar lo necesario para la fiesta. En cuanto á mí, si Alah quiere, tendré audiencia del califa y le enteraré de tus deseos.» Entonces el jeique Ibrahim se marchó. En cuanto á mí, ¡oh Emir de los Creyentes! se me olvidó por completo hablarte de ese asunto.» Entonces el califa contestó: «¡Oh Giafar! en vez de una falta has cometido dos, y he de castigarte por ambos motivos. En primer lugar, no me has dado cuenta de la petición del jeique. Y en segundo lugar, no le has concedido lo que deseaba en realidad, pues si vino á hacerte aquella súplica fué para darte á entender que necesitaba algún dinero para los gastos. Y he aquí que nada le diste, ni me avisaste de su deseo para que yo le pudiese dar algo.» Y Giafar contestó: «¡Oh Emir de los Creyentes! ha sido un olvido.» Y el califa transigió: «Está bien; por esta vez te perdono. Pero ¡por la memoria de mis padres y mis antepasados! te mando que vayas á pasar la noche en casa del jeique Ibrahim, que es un hombre de bien, muy escrupuloso y muy estimado de los ancianos de Bagdad, que lo visitan frecuentemente. Ya sabes cuán caritativo es para los pobres y cuán compasivo para todos los necesitados, y seguramente en este momento tendrá en su casa á mucha gente, que albergará y alimentará por amor á Alah. Acaso, si fuésemos allí, alguno de esos pobres haría en nuestro favor algún voto que nos sería provechoso en este mundo y en el otro. Quizá también sea provechosa nuestra visita al buen jeique Ibrahim, que lo mismo que todos sus amigos, se llenará de júbilo al vernos.» Pero Giafar repuso: «¡Oh Emir de los Creyentes! ha transcurrido la mayor parte de la noche, y todos los invitados de Ibrahim se dispondrán ya á dejar el palacio.» Y el califa dijo: «Es mi voluntad que vayamos á reunirnos con ellos.» Entonces tuvo que callarse, pero se quedó muy pensativo, sin saber qué partido tomar.
El califa se levantó inmediatamente, hizo lo mismo Giafar, y seguidos de Massrur el portaalfanje, se dirigieron hacia el Palacio de las Maravillas, no sin haber tomado la precaución de disfrazarse de mercaderes.
Después de haber atravesado las calles de la ciudad, llegaron al Jardín de las Delicias. Y el califa se adelantó el primero, y vió que la puerta principal estaba abierta, y se quedó muy sorprendido, y dijo á Giafar: «He aquí que el jeique Ibrahim ha dejado la puerta abierta, cuando no es ésa su costumbre.» Entraron los tres, atravesaron el jardín y llegaron al palacio. Y el califa dijo: «¡Oh Giafar! tengo que verlo todo sin que se enteren, pues he de saber quiénes son los convidados del jeique Ibrahim y cuántos son los venerables ancianos que vinieron á su fiesta y qué regalos le han hecho. Pero en este momento deben estar cada uno en su rincón, abstraídos por las prácticas religiosas de las ceremonias, ya que no se oyen voces, ni vemos á nadie.» Y el califa, señalando á un nogal cuya altura dominaba el palacio, dijo: «¡Oh Giafar! quiero subirme á ese árbol que extiende su ramaje cerca de las ventanas, y desde ahí podré mirar adentro. Conque ayúdame.» Y el califa subió al árbol, y no dejó de trepar de rama en rama hasta que llegó á una muy á propósito para atisbar el salón. Entonces se sentó en ella y miró á través de una de las ventanas que estaban abiertas.
Y he ahí que vió á un joven y á una joven, ambos hermosos como lunas (¡gloria á quien los creó!), y vió también al jeique Ibrahim, guardián de su palacio, sentado entre los dos jóvenes con la copa en la mano, y oyó que decía á Dulce-Amiga: «¡Oh soberana de la belleza! La bebida no sabe bien si no la acompaña la canción. Y para que nos permitas oir el encanto de tu voz maravillosa, escucha lo que dice el poeta:
¡Ya leilí! ¡Ya einí![2].
¡Nunca bebas sin que cante tu amiga! ¡Observa que el caballo no bebe sin el ritmo del silbido!
¡Ya leilí! ¡Ya einí!
¡Después halaga á tu amiga, y acaríciala! ¡En seguida lánzate sobre ella y tiéndela! ¡Lo tuyo es grande y lo suyo pequeño!...
¡Ya leilí! ¡Ya einí!»
Al ver al jeique Ibrahim en aquella postura, y al oir de su boca aquella canción escandalosa y nada conveniente para su edad, el califa se encolerizó de tal modo que le brotaba el sudor de entre los ojos. Y se apresuró á descender del árbol, y miró á Giafar y le dijo: «¡Oh Giafar! En mi vida he presenciado un espectáculo tan edificante como el de esos respetables jeiques de nuestra mezquita que están reunidos en esa sala para cumplir religiosamente las piadosas ceremonias de la circuncisión. Esta noche es verdaderamente una noche bendita. Sube ahora tú al árbol, y apresúrate á mirar, y no desperdicies esta ocasión de santificarte, gracias á las bendiciones de esos santos jeiques.» Cuando Giafar oyó estas palabras del Emir de los Creyentes se quedó muy perplejo, pero no pudo vacilar en obedecerle y se apresuró á trepar al árbol, llegó frente á la ventana y miró hacia el interior del salón. Y vió el espectáculo de los tres bebedores: el anciano Ibrahim, con la copa en la mano, cantando y moviendo la cabeza, Alí-Nur y Dulce-Amiga mirándole fijamente, oyéndole y riéndose á carcajadas.
Al verlo Giafar se creyó perdido; pero bajó del árbol y se postró ante el Emir de los Creyentes. Y el califa dijo: «¡Oh Giafar! ¡Bendito sea Alah, que nos ha hecho seguir fervorosamente las ceremonias de la purificación, como la de esta noche, y nos aparta del mal camino, de las tentaciones y del error, y de la vista de los libertinos!» Y Giafar estaba tan confuso que no sabía qué contestar. Y el califa, mirando á Giafar, prosiguió: «Vamos á otra cosa. Quisiera saber quién ha guiado hasta este lugar á esos dos jóvenes, que se me figuran forasteros. En verdad he de decirte, Giafar, que nunca han visto mis ojos belleza, perfecciones, delicadeza ni encantos como los de ellos.» Entonces Giafar pidió perdón al califa, que se lo otorgó, y le dijo: «¡Oh califa! ciertamente has dicho la verdad. Son muy hermosos.» Y el califa repuso: «¡Oh Giafar! Subamos otra vez al árbol y observémosles desde la rama.»
Y haciéndolo así, treparon hasta la rama que daba al salón y se pusieron á contemplarle.
Precisamente en aquel momento decía el jeique Ibrahim: «¡Oh soberana mía! Este vino de los collados me ha hecho perder la seriedad, que me parece una cosa ridícula. Pero para ser completamente feliz necesito que pulses las cuerdas armoniosas.» Y Dulce-Amiga contestó: «¡Por Alah! ¡Oh jeique Ibrahim! ¿Cómo voy á pulsar las cuerdas si carezco de instrumento?» Apenas oyó el jeique Ibrahim estas palabras de Dulce-Amiga, salió del aposento. Y el califa dijo á Giafar: «¿Quién sabe lo que irá á hacer ahora ese viejo libertino?» Y Giafar respondió: «¡Quién ha de saberlo!» Entretanto, el jeique Ibrahim volvió al salón con un laúd en la mano. Y el califa se fijó en aquel laúd y vió que era el que solía tocar su cantor favorito Ishak cuando había fiesta en el palacio ó quería distraer á su señor. Y el califa dijo: «¡Por Alah! ¡Esto ya es demasiado! Pero quiero oir á esa maravillosa joven, y si canta mal os he de crucificar á todos, y si canta bien perdonaré á esos tres; pero á ti, ¡oh Giafar! te crucificaré de todos modos.» Y Giafar exclamó: «¡Alahumma! ¡Ojalá no sepa cantar!» Y asombrado el califa, preguntó: «¿Por qué prefieres el primer caso al segundo?» Y contestó Giafar: «Porque crucificado en su compañía pasaré mejor las horas del suplicio, y nos consolaremos mutuamente.» Y el califa, al oirle, rió en silencio.
Mientras tanto, Dulce-Amiga había cogido el laúd y lo templaba diestramente. Después de algunos preludios, pulsó las cuerdas y vibraron con toda su alma, con una intensidad capaz de liquidar el hierro, de despertar á los muertos y de conmover corazones de roca y de bronce. Y súbitamente, acompañándose con el laúd, empezó á cantar:
¡Ya leilí!...
Cuando me vió mi enemigo, vió también que el amor se complacía en apagar mi sed en su manantial, y dijo: «¡Esa agua está turbia!»
¡Ya einí!...
Si mi amigo atiende á esas voces, debe huir lo más lejos posible! Pero ¿podrá olvidar que me debe todas las delicias y todas las locuras de nuestro amor? ¡Oh locuras y delicias de nuestros amores!
¡Ya leilí!...
Dulce-Amiga, después de haber cantado, siguió tañendo el armonioso laúd de cuerdas animadas, y el califa tuvo que reprimirse para no contestar con un «¡Ya einí!» de admiración. Y dijo: «¡Oh Giafar! En mi vida he oído voz tan maravillosa como la de esa esclava.» Giafar, sonriendo, dijo: «Espero que se habrá desvanecido la ira del califa contra su servidor.» Y el califa dijo: «Verdad es ¡oh Giafar! que se ha desvanecido.» Entonces bajaron del árbol, y dijo el califa: «Quiero entrar en el salón, sentarme entre ellos, y oir á esa esclava cantar delante de mí.» Pero Giafar advirtió: «¡Oh Emir de los Creyentes! Si te presentases entre ellos, les molestarías, y el jeique Ibrahim se moriría del susto.» Entonces el califa dijo: «¡Oh Giafar! tienes que indicarme un medio de saber todo lo que se refiere á este lance, sin que ellos lo adviertan ni me conozcan.»
Y el califa y Giafar, mientras pensaban cómo se las compondrían para lograr lo que deseaban, iban avanzando hacia el estanque que estaba en medio del jardín y comunicaba con el Tigris. Contenía una enorme cantidad de peces, que iban á refugiarse allí en busca del alimento que se les echaba. Así es que el califa había sabido que allí acudían algunos pescadores, pues cierto día estaba asomado á una de las ventanas del Palacio de las Maravillas y vió á los pescadores, y dió orden al jeique Ibrahim de que no les permitiese la entrada en el jardín ni la pesca en el estanque, encargándole que castigara severamente al que se desmandase.
Pero aquella noche, como había quedado la puerta abierta, entró un pescador, que se había dicho: «¡He aquí una buena ocasión de hacer una pesca magnífica!» Y se llamaba Karim este pescador, y era muy conocido entre todos los pescadores del Tigris. Echadas las redes en el estanque, se puso á esperar, mientras recitaba estos versos:
¡Oh tú que viajas por el agua! ¡Al viajar olvidas los peligros y la perdición! Pero ¿cuándo dejarás de inquietarte, cuándo te convencerás de que la fortuna nunca viene cuando se la busca?
¿No ves al mar enfurecido y al pescador cansado? ¡Rendido está de cansancio por las noches, mientras las noches están llenas de estrellas, mientras las noches están serenas y llenas de estrellas!
¡Echó su red de cuerdas, la golpean las olas, y sus ojos no miran más que el seno de la red!
¡No hagas como el pescador, oh viajero! ¡Mira! ¡He aquí al hombre que conoce el valor de la vida y de la tierra, que sabe gozar de los días y de las noches, de la tierra y de sus bienes! ¡Es dichoso, su espíritu está tranquilo, y él vive de todos los frutos de la tierra!
¡Mira! ¡He aquí que se despierta por la mañana, después de una noche de delicias! ¡Se despierta por la mañana bajo la sonrisa de una joven gacela, bajo la mirada de dos ojos de gacela que le pertenecen y le sonríen!
¡Gloria al Señor! ¡Da á unos y priva á otros! ¡Unos pescan y otros se comen el pescado! ¡Gloria al Señor!
Cuando el pescador Karim acabó de cantar, avanzó hacia él el califa y le dijo de pronto: «Oh Karim!» Y Karim se volvió sobresaltado al oir su nombre. Y á la claridad de la luna conoció al califa, y se quedó paralizado de terror. Después se repuso un poco, y dijo: «¡Por Alah! ¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que hago esto por infringir tus órdenes, pues la pobreza y el tener una familia tan numerosa como la mía me han impulsado á obrar así esta noche.» Y el califa dijo: «Está bien, ¡oh Karim! Hagamos cuenta de que no te he visto. ¿Quieres echar la red en mi nombre, para ver qué tal suerte tengo?» Entonces, contentísimo el pescador, se apresuró á echar la red invocando el nombre de Alah, y esperó á que llegara al fondo. La sacó después, encontrándola llena de pescados de todas clases y en cantidad incalculable. Y el califa quedó muy satisfecho, y le dijo: «Ahora, ¡oh Karim! desnúdate.» Y Karim se apresuró á despojarse de sus prendas una por una: el ropón de anchas mangas, remendado con piezas de todos colores y lleno de chinches y pulgas en número suficiente para cubrir la superficie de la tierra; el turbante, que no habría desenrollado en tres años, hecho con trapos, y que encerraba piojos grandes y chicos, blancos y negros y de otras clases. Y luego de haberse quitado el ropón y el turbante, se quedó desnudo delante del califa. Entonces el califa empezó también á desnudarse, quitándose el ropón de seda iskandaraní y el de seda baalbakí, el de terciopelo y el chaleco, y dijo al pescador: «Karim, toma esta ropa y póntela.» Por su parte, el califa cogió el ropón del pescador y su turbante, y se los puso, se enrolló la bufanda de Karim, y le dijo: «Ya te puedes ir por tu camino.» Y el hombre dió las gracias al califa y le recitó estas dos estrofas:
¡Me has hecho dueño de una riqueza sin límites, y no los ha de tener mi gratitud! ¡Me colmaste de todos los dones sin llevar cuenta!
¡He de honrarte, pues, mientras esté entre los vivos, y después de muerto aún te darán mis huesos las gracias dentro del sepulcro!
Pero apenas había acabado de recitar estos versos el pescador, cuando notó el califa que le invadían los piojos y las chinches domiciliados en aquellos andrajos, y toda aquella miseria empezó á circular activamente á lo largo de su cuerpo. Y empezó á coger puñados de parásitos que le corrían por el cogote, el pecho y todas partes, y los tiraba muy lejos, lleno de repugnancia. Y tal fué su espanto, que llegó á decir al pescador: «¡Oh desgraciado Karim! ¿Cómo hiciste para reunir en tus mangas y en tu turbante todos estos animales dañinos?» Y Karim respondió: «¡Oh mi señor! no los temas para nada, pues ahora sientes sus picaduras; pero si tienes paciencia y haces lo que yo, nada sentirás dentro de una semana, y como ya no te molestará que te piquen, no les harás pizca de caso.» El califa, á pesar de su horror, se echó á reir, y dijo: «Pero desdichado, ¿cómo voy á resistir esta suciedad sobre mi cuerpo?» Y repuso el pescador: «¡Oh Emir de los Creyentes! querría decirte una cosa, pero me impone la presencia de mi augusto califa.» El rey dijo: «Habla en seguida.» Y así habló el pescador: «Se me ocurre, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que para tener un oficio con qué ganarte la vida has querido aprender á pescar. Si así fuese, ¡oh soberano emir! he aquí que esa ropa y ese turbante han de serte muy á propósito para eso.» Entonces el califa, riéndose de esto que le decía el pescador, se despidió de él. Y Karim se fué por su camino, mientras que el califa cogió la banasta de palma donde estaban los peces, la cubrió con hierba fresca y corrió en busca de Giafar y de Massrur, que le aguardaban á cierta distancia. Y al verle creyeron que era Karim el pescador, y Giafar, temiendo que descargase sobre el pescador la cólera del califa, le dijo: «¡Oh Karim! ¿qué vienes á hacer aquí? Huye á escape, que el califa está en el jardín esta noche.» Y cuando el califa oyó esto que decía Giafar, le dió tal risa, que se caía de trasero. Y Giafar exclamó: «¡Por Alah! ¡Si es nuestro amo y califa, el mismo Emir de los Creyentes!» Y dijo el califa: «¡Efectivamente, ¡oh Giafar! y tú eres mi gran visir, y al llegar á tu lado no me has conocido! ¿Cómo quieres que me conozca el jeique Ibrahim, que está completamente borracho? Quédate aquí y espera á que yo vuelva.» Y Giafar dijo: «Escucho y obedezco.»
Entonces el califa llamó á la puerta del palacio. Y el jeique Ibrahim se levantó para preguntar: «¿Quién llama?» Y contestó el califa: «Soy yo, jeique Ibrahim.» Y el anciano dijo: «¿Pero quién eres tú?» Respondióle el califa: «Soy el pescador Karim. He sabido que tenías convidados esta noche, y he venido á traerte buen pescado, vivito y coleando.»
Precisamente á Alí-Nur y á Dulce-Amiga les gustaba mucho el pescado. Y al oir hablar al pescador, se alegraron hasta el límite de la alegría. Y Dulce-Amiga dijo: «Abre pronto, ¡oh jeique Ibrahim! y déjale entrar con el pescado que trae.» Entonces el jeique Ibrahim se decidió á abrir la puerta, y el califa, disfrazado de pescador, pudo entrar sin ningún contratiempo y fué á saludar á los presentes. Pero el jeique Ibrahim le contestó con una carcajada, y le dijo: «¡Bien venido sea entre nosotros el más ladrón de sus compañeros! ¡Ven á enseñarnos ese pescado tan bueno que traes!» Y el pescador quitó la hierba fresca y mostró el pescado que llevaba en la cesta, y vieron que estaba vivo aún y coleando todavía; y Dulce-Amiga exclamó entonces: «¡Por Alah! ¡oh señores míos, qué hermoso es ese pescado! ¡Lástima que no esté frito!» El anciano Ibrahim asintió en seguida: «¡Por Alah! verdad dices.» Y volviéndose hacia el califa, exclamó: «¡Oh pescador! ¡qué lástima que no hayas traído frito este pescado! ¡Cógelo, ve á freirlo y tráenoslo en seguida.» Y contestó el califa: «Pongo tus órdenes sobre mi cabeza. Lo voy á freir y en seguida lo traigo.» Y todos le contestaron á un tiempo: «¡Sí, sí; fríelo pronto y tráenoslo!»
El califa se apresuró á salir, y fué á buscar á Giafar, á quien dijo: «¡Oh Giafar! ahora quieren que se fría el pescado.» Y el visir contestó: «¡Oh Emir de los Creyentes! dámelo y yo mismo lo freiré.» Pero el califa repuso: «Por la tumba de mis padres y de mis ascendientes, nadie más que yo ha de freir este pescado.» Y fué á la choza en que vivía el jeique Ibrahim y empezó á buscar por todas partes, hasta que encontró los utensilios de cocina y todos los ingredientes: sal, tomillo, hojas de laurel y otras cosas semejantes. Se acercó al hornillo, y exclamó: «¡Oh Harún! recuerda que en tus mocedades te gustaba andar por la cocina con las mujeres y te metías á guisar. Ha llegado el momento de demostrar tus habilidades. Cogió la sartén, la puso á la lumbre, le echó la manteca y aguardó. Y cuando hirvió la manteca echó en la sartén los peces, que ya había limpiado, escamado y untado con harina. Bien frito el pescado por un lado, lo volvió del otro con mucho arte, y cuando estuvo á punto lo sacó de la sartén y lo puso sobre grandes hojas de plátano. Después fué al jardín á coger algunos limones y los puso cortados en rajas sobre las hojas de plátano. Entonces se lo llevó á los invitados y se lo puso delante. Y Alí-Nur, Dulce-Amiga y el jeique Ibrahim se pusieron á comer, y cuando hubieron acabado, se lavaron las manos, y Alí-Nur dijo: «¡Por Alah! ¡oh pescador! nos has hecho un gran favor esta noche.» Y echó mano al bolsillo, sacó tres dinares de oro de los que le había dado generosamente el joven chambelán, y se los tendió al pescador, diciéndole: «Perdona ¡oh pescador! si no te doy más, porque ¡por Alah! si te hubiese conocido antes de los últimos acontecimientos que me han ocurrido, podría haber arrancado para siempre de tu corazón la amargura de la pobreza. Toma, pues, esos dinares, que son los únicos que mi actual situación me permite darte.» Y obligó al califa á tomar el oro que le alargaba, y el califa lo tomó y se lo llevó á los labios, y después á la frente, como para dar gracias á Alah y á su bienhechor por aquel donativo, y luego se metió los dinares en la faltriquera.
Pero lo que quería ante todo el califa era oir á la esclava cantar delante de él, de modo que le dijo á Alí-Nur: «¡Oh dueño y señor! tus beneficios y tu generosidad están sobre mi cabeza y sobre mis ojos, pero mi más ardiente deseo se realizaría, gracias á tu bondad, si esta esclava tocase algo en ese laúd que á su lado veo y me dejase oir su voz, que debe ser admirable. Porque me encantan las canciones acompañadas con las melodías del laúd, y son lo que más me gusta en el mundo.» Entonces Alí-Nur dijo: «¡Oh Dulce-Amiga!» Y contestó ésta: «¡Oh mi señor!» Y dijo Alí-Nur: «Por mi vida, si la estimas en algo, te ruego que cantes para complacer á este pescador, que tanto desea oirte.» Y Dulce-Amiga, al oir estas palabras de su enamorado Alí-Nur, cogió el laúd en seguida, pulsó las cuerdas, ejecutó un preludio que hubo de encantar á todos los presentes, y después cantó estas dos estrofas:
¡La joven esbelta y flexible tañía el laúd con las delicadas yemas de sus dedos, y al oirla voló mi alma!
Sonó su voz, y los sordos recobraron el oído, y los mudos rompieron á hablar de pronto, diciendo: «¡Oh qué encanto el de esa voz!»
Y Dulce-Amiga, después de haber cantado esto, siguió pulsando el laúd con arte tan maravilloso, que enloquecía á los que allí estaban. Después sonrió y cantó estas dos estrofas:
¡Con tu pie, joven grácil, pisaste nuestro suelo, que se estremeció de placer, al mismo tiempo que la claridad de tus ojos disipaba las tinieblas de la noche!
¡Oh mancebo querido! ¡cuando te vuelva á ver he de perfumar mi morada con almizcle, resina de olor y agua de rosas!
Y Dulce-Amiga cantó tan admirablemente, que el califa llegó al límite del placer y se apasionó de tal modo, que no pudo reprimir el arrebatado entusiasmo de su alma, y exclamó: «¡Por Alah! ¡Por Alah!» Y Alí-Nur le dijo: «Pescador, ¿te ha encantado la voz de mi esclava y su arte de pulsar las cuerdas armoniosas?» Y contestó el califa: «Sí, ¡por Alah!» Entonces Alí-Nur, no pudiendo reprimir su costumbre de dar á los amigos todo lo que les gustaba, le dijo: «¡Oh pescador! ya que tanto te entusiasma mi esclava, he aquí que te la ofrezco y te la regalo, como obsequio de un corazón generoso que nunca recogió lo que dió una vez. Toma, pues, la esclava. ¡Tuya es desde ahora!» Y Alí-Nur se levantó inmediatamente, cogió su manto, se lo echó al hombro, y sin despedirse siquiera de Dulce-Amiga, se apercibió á abandonar el salón y dejar que el supuesto pescador tomase libremente posesión de la esclava. Entonces Dulce-Amiga, dirigiéndole una mirada llena de lágrimas, le dijo: «¡Oh mi dueño Alí-Nur! ¿Vas á repudiarme de este modo? Detente por favor un momento, sólo para que pueda despedirme de ti. ¡Oye, Alí-Nur!» Y Dulce-Amiga recitó amargamente estas dos estrofas:
¿Vas á huir de mí, ¡oh sangre pura de mi corazón! cuando tu sitio está en este corazón herido, entre mi pecho y mis entrañas?
¡Ah! ¡Te suplico ¡oh tú, el Clemente sin límites! que reúnas á los que se separaron! ¡Que repartas ¡oh Generoso! los beneficios entre los hombres!
Y terminada su lamentación, Dulce-Amiga se aproximó á Alí-Nur y le dijo:
El día de la separación, al despedirse de mí, llorando lágrimas ardientes me dijo: «¿Qué harás ahora, lejos de mí?» Y yo contesté: «¡Oh! ¡Pregúntaselo más bien á quien se queda á tu lado!»
Al oir estas palabras se impresionó mucho el califa, creyéndose causante de la separación de los dos jóvenes. Y sorprendiéndole la facilidad con que Alí-Nur le regalaba aquella maravilla, le dijo: «Explícate, ¡oh joven! y no temas confesármelo todo, pues tengo tanta edad que podría ser tu padre: ¿temes ser detenido y castigado por haber robado acaso á esa joven, ó piensas cedérmela por tus deudas?» Entonces le contestó Alí-Nur: «¡Por Alah, oh pescador! á esta esclava y á mí nos ha ocurrido una aventura tan asombrosa, y somos víctimas de desdichas tan extraordinarias, que si se escribieran con una aguja en el ángulo interior del ojo, servirían de lección á quien las leyera con respeto.» Y el califa dijo: «Apresúrate á contarnos detalladamente tu historia, pues acaso esto sea para ti causa de alivio y hasta de socorro, ya que el consuelo y el auxilio de Alah siempre están cercanos.» Entonces Alí-Nur dijo: «¡Oh pescador! ¿Cómo quieres que te lo relate, en verso ó en prosa?» Á lo cual respondió el califa: «La prosa es un bordado de sederías y los versos hilos de perlas.» Entonces dijo Alí-Nur: «He aquí por lo pronto el hilo de perlas.» Y entornando los ojos, bajó la frente é improvisó estas estrofas:
¡Oh amigo mío! ¡El reposo ha huído de mi lecho! ¡Al verme tan alejado del país en que nací, me destroza el alma la amargura!
¡Sabe que tuve un padre á quien amaba, y que fué para mí el más cariñoso de los padres! ¡Ya no está junto á mí, pues la tumba le sirve de lecho!
¡Desde entonces, todas las desventuras y todas las aflicciones han caído sobre mí de tal modo, que mis entrañas están destrozadas y mi corazón hecho trizas!
¡Mi padre eligió para mí una hermosa entre las hermosas, una joven esbelta como un tallo nuevo, esbelta y ondulante como una rama que cimbrea el viento!
¡La amé apasionadamente, quemé por ella toda la herencia de mi padre, y hasta tal punto la quise, que hube de preferirla al más querido de mis rápidos corceles!
¡Pero un día me vi falto de todo y tuve que emprender el camino del mercado, á pesar de temer con toda mi alma el dolor de la separación!
¡El pregonero la subastó en el zoco; y de pronto, un viejo libertino pujó para apoderarse de ella!
¡Al ver aquel viejo innoble, me enfurecí, cogí de la mano á mi esclava y quise llevármela del mercado!
¡Pero el viejo libertino se creía ya á punto de saciar su concupiscencia; el maldito viejo de corazón lleno de fuego infernal!
¡Y le di un puñetazo con la mano derecha y otro con la izquierda! ¡Y desahogué en él la ira que me devoraba!
¡Después, por temor de que me prendiesen, y para librarme de mi enemigo, huí de casa!
¡El rey de la ciudad mandó que me prendieran; pero entonces vi acudir en mi ayuda á un joven chambelán hermoso y leal!
¡Y para librarme de las asechanzas de mis enemigos, me aconsejó que huyera muy lejos!
¡Y cogí á mi amiga, y en alas de la noche salimos de nuestro país tomando el camino de Bagdad!
¡Y ahora, sabe que no tengo más tesoro que mi amiga, y te la regalo, ¡oh pescador!
¡Y sabe que te entrego á la amada de mi corazón, y que al quedarte con ella te quedas con mi propio corazón, ¡oh pescador!
Cuando Alí-Nur acabó de desgranar la última perla, el califa dijo: «¡Oh mi señor! después de haberme maravillado con tu sarta de perlas, ¿querrías darme algunos pormenores sobre los preciosos bordados de esa historia tan maravillosa?» Y entonces Alí-Nur, que creía estar hablando con el pescador Karim, le refirió todas las particularidades de la historia, desde el principio hasta el fin.
Pero cuando el califa se hubo enterado perfectamente de toda la historia, dijo: «Y ahora ¿adónde piensas ir, ¡oh mi señor Alí-Nur!?» Y Alí-Nur contestó: «¡Oh pescador! las tierras de Alah son vastas hasta lo infinito.» Entonces el califa dijo: «Escúchame, ¡oh joven! Aunque sea como soy un pobre pescador oscuro y sin luces, voy á darte una carta para que la entregues en propia mano al sultán de Bassra, Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní. Y cuando la haya leído, ya verás qué resultado tan favorable tendrá para ti.»
Al llegar á este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y no prolongó más el hilo de su relato.
Y CUANDO LLEGÓ
LA
36.ª NOCHE
Schahrazada dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa dijo á Alí-Nur: «Te escribiré una carta, que entregarás al sultán de Bassra, Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, y ya verás sus resultados favorables», Alí-Nur, asombrado, repuso: «¿Cuándo se ha visto que un pescador escriba directamente á un rey? Es una cosa que no ha ocurrido nunca.» Y el califa dijo: «Tienes razón, ¡oh mi señor Alí-Nur! pero voy á explicarte el motivo que me permite obrar de ese modo. Sabe que me enseñaron á leer y escribir en la misma escuela que á Mohammad El-Zeiní, pues ambos tuvimos el mismo maestro. Y yo estaba mucho más adelantado que el actual califa, tenía mejor letra que él, y sabía de memoria las estrofas de los poetas y los versículos de nuestro Libro Noble, pudiéndolos recitar mucho más fácilmente que él. Éramos, pues, muy amigos; pero más adelante le favoreció la fortuna, y llegó á ser rey, mientras Alah hizo de mí un miserable pescador. Sin embargo, como su alma nada tiene de orgullosa, mi compañero de escuela, hoy sultán de Bassra, ha continuado en relaciones conmigo, y no hay cosa que le pida que no la haga inmediatamente, y si cada día le hiciese mil peticiones, atendería con seguridad á todas ellas.» Entonces Alí-Nur exclamó: «Escribe, pues, esa carta, para que yo crea en tu influjo cerca del califa.»
Y el califa, después de sentarse en el suelo, doblando las piernas, cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, apoyó el papel en la palma de la mano izquierda, y escribió esta carta:
«En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso.
»Este escrito es enviado por mí, Harún Al-Rachid ben-Mahdí El-Abbasí, á Su Señoría Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.
»Recuerda que mi gracia te envuelve y que á ella debes haber sido nombrado representante mío en un reino de mis reinos.
»Y ahora te anuncio que el portador de este escrito, hecho por mi propia mano, es Alí-Nur, hijo de Fadleddín ben-Khacan, que fué tu visir y descansa ahora en la misericordia del Altísimo.
»Inmediatamente después de haber leído mis palabras te levantarás del trono del reino y colocarás en él á Alí-Nur, que será rey en lugar tuyo. Porque he aquí que acabo de investirle de la autoridad que antes te había confiado.
»Y cuida mucho que no sufra ningún aplazamiento la ejecución de mi voluntad. La salvación sea contigo.»
Después el califa dobló la carta, la selló, y se la entregó á Alí-Nur, sin revelarle su contenido. Y Alí-Nur cogió la carta, se la llevó á los labios y á la frente, la guardó en el turbante y salió en el acto para embarcarse con dirección á Bassra, mientras la pobre Dulce-Amiga lloraba abandonada en un rincón.
Esto, por lo pronto, en cuanto se refiere á Alí-Nur. Respecto al califa, he aquí que cuando el jeique Ibrahim, que hasta entonces nada había dicho, vió todo aquello, se volvió hacia el califa, á quien seguía tomando por el pescador Karim, y le dijo: «¡Oh tú, el más miserable de los pescadores! Has traído unos peces que apenas valen veinte mitades de cobre, y no contento con haberte embolsado tres dinares de oro ¿quieres llevarte ahora esa esclava? Ahora mismo me vas á dar la mitad del oro, y en cuanto á la esclava, la disfrutaremos también los dos, pero siendo yo el primero.»
Entonces el califa, después de lanzar una terrible mirada al jeique Ibrahim, se acercó á una de las ventanas y dió dos palmadas. Inmediatamente acudieron Giafar y Massrur, que no aguardaban más que aquella señal, y á un ademán del califa, Massrur se echó encima del jeique Ibrahim y lo inmovilizó. Giafar, que llevaba en la mano un ropón magnífico, que había mandado á buscar á toda prisa por uno de sus criados, se acercó al califa, le quitó los harapos del pescador y le puso el ropón de seda y oro.
Entonces el jeique Ibrahim, todo aterrado, reconoció al califa, y empezó á morderse los dedos; pero aún se resistía á creer en la realidad, y se decía: «¿Estoy despierto ó dormido?» Y el califa, sin disimular la voz, le dijo: «¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te encuentro?» Y al oirle se le quitó de pronto la borrachera al jeique Ibrahim, se tiró de bruces al suelo, arrastrando por él su larga barba, y recitó estas estrofas:
¡Perdona mi falta, ¡oh tú que eres superior á todas las criaturas! ¡El señor debe generosidad al esclavo!
¡Confieso que hice cosas impulsado por la locura! ¡A ti te corresponde ahora perdonarlas generosamente!
Entonces el califa, dirigiéndose al jeique Ibrahim, le dijo: «Te perdono.» Y volviéndose hacia la desconsolada Dulce-Amiga, prosiguió: «¡Oh Dulce-Amiga! ahora que sabes quién soy, déjate conducir á mi palacio.» Y todos salieron del Palacio de las Maravillas.
Cuando Dulce-Amiga llegó al palacio, el califa le mandó preparar un aposento reservado, y puso á sus órdenes doncellas y esclavas. Después fué en su busca, y le dijo: «¡Oh Dulce-Amiga! ya sabes que actualmente me perteneces, pues te deseo, y además me has sido generosamente cedida por Alí-Nur. Y yo, para corresponder á su esplendidez, acabo de enviarle como sultán á Bassra. Y si quiere Alah, pronto le enviaré un magnífico traje de honor, y serás tú la encargada de llevarlo. Y serás sultana con él.» Y dicho esto cogió entre sus brazos á Dulce-Amiga, y aquella noche la pasaron enlazados. Y fué lo que les ocurrió á uno y otro.
En cuanto á Alí-Nur, he aquí que llegó por la gracia de Alah á la ciudad de Bassra, marchó directamente al palacio del sultán Mohammad El-Zeiní, y una vez allí dió un gran grito. Y al oirle el sultán mandó que llevasen á su presencia al hombre que había gritado de aquel modo. Y Alí-Nur, al verse delante del sultán, sacó del turbante la carta del califa y se la entregó inmediatamente. Y el sultán abrió la carta, conoció la letra del califa, y en seguida se puso de pie, leyó con mucho respeto el contenido, y después de leerlo se llevó tres veces la carta á los labios y á la frente, y exclamó: «¡Escucho y obedezco á Alah el Altísimo y al califa, Emir de los Creyentes!» Y en seguida mandó llamar á los cuatro kadíes de la ciudad y á los principales emires para darles cuenta de su resolución de obedecer inmediatamente al califa, abdicando el trono. Pero en este momento entró el gran visir El-Mohin ben-Sauí, enemigo de Alí-Nur y de su padre Fadleddín, y el sultán le entregó la carta del Emir de los Creyentes, y le dijo: «¡Lee!» El visir cogió la carta, la leyó, la releyó, y quedó consternadísimo; pero de pronto desgarró muy diestramente la parte inferior de la carta que ostentaba el negro sello del califa, se la llevó á la boca, la mascó y la tiró. Y el sultán le gritó enfurecido: «¡Desdichado Sauí! ¿Qué demonio te ha podido impulsar á cometer este atentado?» Y Sauí contestó: «¡Oh rey! Has de saber que este hombre no ha visto nunca al califa, ni siquiera á su visir Giafar. Es un bribón dominado por todos los vicios, un demonio lleno de malignidad y de falsía. Ha debido encontrar algún papel escrito por el califa, y ha imitado la letra, escribiendo á su gusto todo cuanto aquí acabo de leer. Pero ¿cómo has pensado, ¡oh sultán! en abdicar, cuando el califa no ha mandado un propio, ni una orden escrita con su noble letra? Además, si el califa hubiera enviado tal mensaje, lo habría hecho acompañar por algún chambelán ó algún visir. Y he aquí que este hombre ha llegado completamente solo.» Entonces el sultán preguntó: «¿Y qué haremos ahora, ¡oh Sauí!?» A lo cual respondió el visir: «¡Oh rey! confíame á ese joven, y ya sabré yo descubrir la verdad. Lo mandaré á Bagdad acompañado por un chambelán, que se enterará de todo lo ocurrido. Si lo que ha dicho es cierto, nos traerá una orden escrita con la noble letra del califa. Pero si ha mentido, volverá el chambelán con este joven, y entonces sabré vengarme, para hacerle expiar lo pasado y lo presente.»
Después de oir al visir, acabó el sultán por creer que Alí-Nur era un maldito embaucador, y lleno de cólera no quiso aguardar á ninguna prueba, y gritó á los guardias: «¡Apoderaos de este joven!» Y los guardias se apoderaron de Alí-Nur, lo tiraron al suelo y empezaron á darle de palos, hasta que lo dejaron sin sentido. Después les mandó que lo encadenaran de pies y manos, y llamó al jefe de los carceleros, y el jefe de los carceleros no tardó en presentarse al rey.
Este carcelero se llamaba Kutait. Cuando le vió el visir, le dijo: «Kutait, el sultán va á ordenarte que cojas á este hombre y lo metas en un calabozo subterráneo, donde lo atormentarás día y noche con la mayor dureza.» Kutait contestó: «Escucho y obedezco.» Y cogió á Alí-Nur y lo llevó en seguida á un calabozo.
Y cuando Kutait entró en el calabozo con Alí-Nur, cerró la puerta, mandó barrer el suelo y poner un banco detrás de la puerta, cubriéndolo con un tapiz y colocando en él un almohadón. Después, acercándose á Alí-Nur, le quitó las ligaduras y le rogó que se sentase en el banco, diciéndole: «No he de olvidar, ¡oh mi señor! lo mucho que me favoreció tu padre, el difunto visir; de modo que no tengas temor alguno.» Y desde entonces lo trató lo mejor que pudo, procurando que no careciese de nada; y sin embargo enviaba diariamente recado al visir de que Alí-Nur estaba sujeto á los más tremendos castigos. Todo ello durante cuarenta días.
Llegado el día cuarenta y uno llevaron al palacio un magnífico regalo para el rey de parte del califa. Y el rey se maravilló de lo espléndido de aquel regalo, y como no comprendía la causa que había movido al califa á enviárselo, mandó reunir á sus emires, y les preguntó su parecer. Opinaron algunos que el califa destinaba el regalo á la persona enviada por él para sustituir al sultán. Y en seguida Sauí exclamó: «¡Oh rey! ¿No te dije que lo mejor era deshacerse de ese Alí-Nur, si es que quieres obrar con prudencia?» Y entonces el sultán dijo: «¡Por Alah! Haces que lo recuerde á tiempo. Ve á buscarlo inmediatamente y que se le degüelle sin misericordia.» Y Sauí contestó: «Escucho y obedezco, pero convendría, ¡oh mi señor! anunciarlo por medio de los pregoneros. Y que digan: «¡Vayan á la explanada de palacio cuantos quieran presenciar la ejecución de Alí-Nur ben-Khacan!» Y todo el mundo vendrá á ver cómo lo decapitan, y así me vengaré, y se alegrará mi corazón, y quedará saciado mi odio.» Y el sultán le dijo: «Puedes disponer lo que quieras.»
Lleno de alegría, el visir corrió á casa del gobernador y le mandó pregonar la ejecución de Alí-Nur con todos los detalles mencionados. Y así ve verificó puntualmente. Pero al oir á los pregoneros se apoderó de todos los habitantes de la ciudad una gran aflicción, y todos empezaron á llorar sin excepción ninguna, hasta los niños en las escuelas y los mercaderes en los zocos. Y los unos se apresuraban á ocupar un buen sitio para ver pasar á Alí-Nur y asistir al triste espectáculo de su muerte, mientras que otros acudían en tropel á las puertas de la cárcel para acompañarle desde que saliera.
Por su parte, el visir Sauí se dirigió á la prisión, haciéndose acompañar de diez guardias, y mandó que le abrieran la puerta. Y el carcelero Kutait, fingiendo ignorarlo todo, preguntó: «¿Qué desea mi señor el visir?» Y éste dijo: «Trae en seguida á mi presencia á ese miserable.» A lo cual repuso el carcelero: «Se encuentra en muy mal estado, á consecuencia de los palos que le di y de los tormentos que ha sufrido, pero de todos modos, obedeceré en el acto.» Y el carcelero se dirigió al calabozo de Alí-Nur, y le encontró recitando estas estrofas:
¡Ay de mí! ¡Nadie me socorre en mi desventura! ¡Y cada vez son más intensos mis males y más difícil su remedio!
¡La ausencia implacable y amarga ha consumido lo más puro de mi sangre, arrebatándome el último aliento de vida! ¡La fatalidad ha transformado á mis amigos, convirtiéndoles en los enemigos más crueles!
Y pregunto á cuantos me ven: ¿No hay nadie entre vosotros que me compadezca, que se duela de lo inmenso de mi desdicha y que responda á mis llamamientos?
¡Qué dulce me parece la muerte, á pesar de todos sus terrores, ahora que se ha acabado toda esperanza engañosa de la vida!
¡Señor! ¡Tú que envías á quienes anuncian buenas nuevas; tú que eres el mar de la generosidad; tú que guías á los portadores de consuelo!
¡A ti imploro, abiertas todas las heridas de un alma atormentada! ¡Líbrame de mis sufrimientos y de los peligros! ¡Perdona mi torpeza! ¡Olvida mis errores y mis faltas!
Cuando Alí-Nur terminó su lamentación, se le acercó Kutait, le explicó lo que pasaba y le ayudó á quitarse la ropa limpia que le había dado ocultamente, y le vistió de harapos, llevándole en seguida á la presencia del visir, que lo aguardaba pateando de rabia. Y apenas le vió Alí-Nur, acabó de convencerse del odio que le tenía aquel enemigo de su padre. Pero le dijo: «Heme aquí, ¡oh visir! ¿Crees que te será siempre favorable el destino para fiar en él de ese modo? Ignoras las palabras del poeta:
¡Al tener que sentenciar lo aprovecharon para extralimitarse en sus derechos y faltar á la justicia! ¿Ignoran que su veredicto pronto dejará de serlo, y se disolverá en la nada?»
Y añadió Alí-Nur: «¡Oh visir! ¡sabe que sólo Alah es poderoso, que es el Único Realizador!» Y el visir le dijo: «¡Oh Alí! ¿crees intimidarme con todas tus sentencias? Sabe que hoy mismo, contra tu voluntad y contra la de todos los habitantes de Bassra, te cortaré la cabeza. Y para imitarte, te recordaré lo que el poeta dijo:
¡Deja obrar al tiempo á su gusto, pero disfruta de la satisfacción de hacerte justicia!
Y también es admirable este otro verso:
¡El que vive, aunque sólo sea un día, después de haber visto morir á su enemigo, consigue el fin deseado!»
Inmediatamente mandó á los guardias que se apoderaran de Alí-Nur y lo montasen en un mulo; pero los guardias vacilaron al ver que la muchedumbre decía á Alí-Nur: «Mándanoslo, y ahora mismo apedrearemos á ese hombre y lo haremos pedazos, aunque nos arriesguemos á perdernos y á perder nuestra alma.» Pero Alí-Nur repuso: «¡Oh, no! ¡No hagáis semejante cosa! Recordad estos versos del poeta:
¡Todo hombre tiene que pasar su tiempo en la tierra, y transcurrido ese tiempo, ha de morir!
¡Por eso, aunque los leones me arrastraran á su selva, nada tendría que temer como no hubiera llegado mi hora!»
Los guardias se apoderaron entonces de Alí-Nur, lo montaron en un mulo y recorrieron así toda la ciudad, hasta llegar al palacio, frente á las ventanas del sultán. Y gritaban: «¡Este es el castigo contra todo el que se atreva á falsificar documentos!» Después llevaron á Alí-Nur al lugar de los suplicios, allí donde se encharcaba la sangre de los sentenciados. Y el verdugo, con el alfanje en la mano, se acercó un momento á Alí-Nur y le dijo: «Soy tu esclavo; si necesitas que haga alguna cosa no tienes más que decirla, y la haré inmediatamente. Si necesitas beber ó comer, manda y te obedeceré en el acto. Pues has de saber que te quedan muy pocos minutos de vida; sólo hasta que el sultán se asome á la ventana.» Entonces Alí-Nur miró á derecha é izquierda, y recitó estas estrofas:
¡Decidme, por favor! ¿Hay entre vosotros un amigo compasivo que quiera ayudarme?
¡Va á terminarse el tiempo de mi vida y á cumplirse mi destino! ¿Hay algún hombre caritativo que me socorra y que merezca ser recompensado por su buena acción?
¡Que eche una mirada á mi desdicha, que descubra mi tristeza y me dé un poco de agua para calmar los sufrimientos de mi suplicio!
Entonces todos los presentes empezaron á llorar, y el verdugo fué en seguida en busca de una alcarraza con agua y se la presentó á Alí-Nur. Pero inmediatamente el visir Sauí acudió desde su sitio, y dando un golpe á la alcarraza la rompió en mil pedazos. Y en seguida gritó enfurecido al verdugo: «¿Qué aguardas para cortarle la cabeza?» Y el verdugo cogió entonces un lienzo y vendó los ojos á Alí-Nur. Y al verlo, la multitud se encaró con el visir y empezó á injuriarle, aumentando cada vez más el tumulto de gritos. Y no cesaba la agitación, cuando súbitamente se levantó una nube de polvo y resonaron clamores confusos que iban aproximándose, llenando el aire y el espacio.
Y al ver la nube de polvo y oir el estrépito, el sultán miró por la ventana del palacio y dijo á quienes le rodeaban: «Averiguad en seguida lo que es eso.» Y el visir repuso: «No es eso lo más urgente. Antes conviene degollar á ese hombre.» Pero el sultán replicó: «Calla, ¡oh Sauí! y déjanos ver lo que es eso.»
Aquella nube de polvo la levantaban los caballos en que galopaban Giafar, el gran visir del califa, y los jinetes de su séquito.
Y he aquí el motivo de su llegada. El califa, después de la noche de amor que había pasado entre los brazos de Dulce-Amiga, había dejado transcurrir treinta días sin acordarse de ella ni de la historia de Alí-Nur ben-Khacan. Pero una noche entre las noches, al pasar junto al gabinete en que estaba encerrada Dulce-Amiga, oyó amargo llanto y una voz dolorida que cantaba estos versos del poeta:
¡Oh delicia mía! ¡Tu sombra, estés ausente ó estés conmigo, no se aparta de mí! ¡Y mi boca, para alegrarme, gusta de repetir tu nombre delicioso!
Y como los sollozos fuesen cada vez más desesperados, abrió el califa la puerta, entró en el gabinete, y vió á Dulce-Amiga que lloraba. Y Dulce-Amiga se echó á sus pies y se los besó tres veces, y recitó estas estrofas:
¡Oh tú, que eres de ilustre raza y producto de sangre famosa, de origen noble, rama fértil doblada bajo el peso de frutos exquisitos!
¡He de recordarte la promesa que tu bondad me hizo y que me ofreció tu generosidad sin par! ¡Ojalá no la olvides nunca!
Pero el califa, que seguía sin acordarse de Dulce-Amiga, le dijo: «¿Quién eres, ¡oh joven!?» Y ella contestó: «Soy la que te regaló Alí-Nur ben-Khacan. Y ahora te ruego que cumplas la promesa de enviarme junto á él con todos los honores debidos. Y cuenta que pronto hará treinta días que estoy aquí y no he podido disfrutar siquiera una hora de sueño.» Entonces el califa llamó apresuradamente á Giafar Al-Barmakí, y le dijo: «Llevo treinta días sin saber nada de Alí-Nur, y temo que le haya mandado matar el sultán de Bassra. Pero juro por mi cabeza y por la tumba de mis padres y mis abuelos, que como le haya ocurrido una desgracia á ese joven, perecerá el que tenga la culpa, así sea la persona más querida para mí. Quiero, pues, ¡oh Giafar! que salgas inmediatamente para Bassra y averigües lo que han hecho con Alí-Nur.» Y Giafar se puso inmediatamente en camino.
Y al llegar á Bassra se encontró Giafar con aquel tumulto, y vió la muchedumbre agitada como el oleaje del mar, y preguntó: «¿Pero qué alboroto es ese?» Y en seguida millares de voces le refirieron cuanto había ocurrido con Alí-Nur ben-Khacan. Y cuando Giafar oyó sus palabras, se dió más prisa para llegar á palacio. Y subió á las habitaciones del sultán, y le deseó la paz, y le enteró del objeto de su viaje, y le dijo: «Si le ha sucedido alguna desgracia á Alí-Nur, tengo orden de que perezca quien tuviere la culpa, y de que tú, ¡oh sultán! expíes también el crimen cometido. ¿Dónde está Alí-Nur?»
El sultán mandó entonces que trajeran en seguida á Alí-Nur, y los guardias fueron á buscarle á la plaza. Y apenas entró Alí-Nur, se levantó Giafar y mandó á los guardias que prendieran al sultán y al visir El-Mohin ben-Sauí. É inmediatamente nombró á Alí-Nur sultán de Bassra, y lo colocó en el trono, en vez de Mohammad El-Zeiní, á quien mandó encerrar con el visir.
Después Giafar permaneció en Bassra, en casa del nuevo rey, los tres días reglamentarios de cortesía. Pero al cuarto día, Alí-Nur se dirigió á Giafar y le dijo: «Tengo vivos deseos de volver á ver al Emir de los Creyentes.» Y Giafar se avino á ello, y dijo: «Empecemos por hacer nuestra oración de la mañana, y saldremos en seguida para Bagdad.» Y el rey dijo: «Escucho y obedezco.» É hicieron la oración de la mañana, y ambos, acompañados de guardias y jinetes llevando consigo al ex rey Mohammad El-Zeiní y al visir Sauí, emprendieron el camino de Bagdad. Y durante el viaje, el visir Sauí tuvo tiempo para reflexionar y morderse las manos arrepentido.
Alí-Nur marchó todo el camino al lado de Giafar, hasta que llegaron á Bagdad, morada de paz. Y se apresuraron á presentarse al califa, y Giafar le contó la historia de Alí-Nur. Entonces el califa mandó acercarse á Alí-Nur, y le dijo: «Toma este alfanje y corta con tu propia mano la cabeza de tu enemigo, el miserable Ben-Sauí.» Y Alí-Nur cogió el acero y se acercó á Ben-Sauí, pero éste lo miró y le dijo: «¡Oh Alí-Nur! Yo procedí contigo según mi temperamento, al cual no podía sustraerme. Pero tú debes obrar á tu vez según el tuyo.» Entonces Alí-Nur tiró el alfanje, miró al califa, y le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! este hombre me ha desarmado.»
Y recitó lo que dice el poeta:
¡He visto á mi enemigo y no he sabido cómo vencerle, pues el hombre puro siempre es vencido por las palabras de bondad!
Pero el califa exclamó: «¡Está bien, Alí-Nur!» Y dijo á Massrur: «¡Oh Massrur! Levántate y corta la cabeza á ese bandido.» Y Massrur se levantó, y de un solo tajo degolló al visir El-Mohín ben-Sauí. Entonces el califa se dirigió á Alí-Nur, y le dijo: «Ahora puedes pedirme lo que quieras.» Y Alí-Nur respondió: «¡Oh señor y dueño mío! no deseo reinar, ni quiero tener ninguna intervención en el trono de Bassra. No siento más deseo que tener la dicha de contemplar tus facciones.» Y el califa contestó: «¡Oh Alí-Nur! con todo el cariño de mi corazón y como homenaje debido.» Después mandó llamar á Dulce-Amiga, y se la devolvió á Alí-Nur, y les dió grandes riquezas, y un palacio de los más hermosos de Bagdad, y una suntuosa pensión del Tesoro. Y quiso que Alí-Nur ben-Khacan fuera su íntimo compañero. Y acabó por perdonar al sultán Mohammad El-Zeiní, al cual repuso en el trono, encargándole que en adelante eligiese mejor sus visires. Y todos vivieron con alegría y prosperidad hasta su muerte.
Al terminar, la discretísima Schahrazada dijo al rey: «No creas, ¡oh rey! que esta historia de Alí-Nur y Dulce-Amiga, aunque muy deliciosa, sea tan notable y sorprendente como la de Ghanem ben-Ayub y su hermana Fetnah.» Y el rey Schahriar contestó: «No conozco tal historia.»
Y Schahrazada dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de los tiempos, en lo pasado de los siglos y de las edades, hubo un mercader entre los mercaderes que era riquísimo y padre de dos hijos. Se llamaba Ayub, y su hijo varón, Ghanem ben-Ayub, fué conocido después con el sobrenombre de El-Motim El-Masslub[3], y era tan hermoso como la luna llena, y estaba dotado de una elocuencia maravillosa. La hija, hermana de Ghanem, se llamaba Fetnah[4], nombre muy merecido por sus encantos y su hermosura.
Al morir Ayub, les dejó grandes riquezas...
En este momento de su relato, vió Schahrazada nacer el día y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 37.ª NOCHE
Prosiguió en esta forma:
...Al morir el mercader Ayub, les dejó grandes riquezas, y entre otras cosas, cien cargas de sederías, brocados y telas preciosas, y cien vasijas llenas de vejigas de almizcle puro. Todo cuidadosamente empaquetado, y en cada fardo se veía escrito con grandes caracteres: DESTINADO Á BAGDAD, pues Ayub no pensaba morirse tan pronto, y quería ir á Bagdad para vender sus preciosas mercaderías.
Pero llamado á la infinita misericordia de Alah, y pasado el tiempo del luto, el joven Ghanem pensó realizar el viaje á Bagdad que tenía proyectado su padre. Despidióse, pues, de su madre, de su hermana Fetnah, de sus parientes y de sus vecinos, y se fué al zoco, donde alquiló los camellos necesarios, cargó en ellos sus fardos, y aprovechó la salida de otros comerciantes para Bagdad, á fin de ir en su compañía, y así marchó, después de poner su suerte en manos de Alah el Altísimo. Y Alah lo resguardó de tal modo, que no tardó en llegar á Bagdad sano y salvo con todas sus mercaderías.
Apenas llegado á Bagdad, se apresuró á alquilar una casa hermosísima, que amuebló suntuosamente, tendiendo por todas partes magníficas alfombras, colocando divanes y almohadones, sin olvidar los cortinajes en puertas y ventanas. Después mandó descargar todas las mercaderías y descansó de las fatigas del viaje, esperando tranquilamente que todos los mercaderes y personas notables de Bagdad fuesen, uno tras otro, á desearle la paz y darle la bienvenida.
Pero después pensó en ir al zoco para vender parte de sus mercancías, y mandó hacer empaquetar diez piezas de telas y de sederías finas que llevaban marcado el precio en unas etiquetas. En seguida se dirigió al zoco de los grandes mercaderes, y todos salieron á su encuentro y le desearon la paz. Después le llevaron á presencia del jeique del zoco, quien sólo con ver las mercaderías se las compró en el acto. Y Ghanem ben-Ayub ganó dos dinares de oro por cada dinar de mercancías. Y satisfechísimo de tal ganancia, siguió vendiendo piezas de tela y vejigas de almizcle, ganando dos por uno durante todo un año.
Un día, á principios del otro año, fué al mercado, según su costumbre; pero encontró todas las tiendas cerradas, lo mismo que la puerta principal del zoco. Y como no era fiesta, se asombró mucho y preguntó la causa. Le contestaron que acababa de fallecer uno de los principales mercaderes y que los demás habían ido á enterrarle. Y uno de los transeuntes le dijo: «Bien harías en ir también á acompañar al entierro, pues te lo tendrán en cuenta.» Y contestó Ghanem: «Me parece muy justo, pero quisiera saber dónde son los funerales.» Indicáronle el sitio; entró en una mezquita cercana, hizo sus abluciones, y se dirigió á toda prisa al lugar indicado. Mezclóse entonces con la muchedumbre de mercaderes, y los acompañó á la gran mezquita, en donde se dijeron las oraciones de costumbre. Luego la comitiva emprendió el camino del cementerio, que estaba situado fuera de las puertas de Bagdad. Entraron en él y fueron atravesando tumbas, hasta llegar á aquélla en que iban á depositar el cadáver.
Los parientes habían levantado una tienda, colocándola de suerte que cubriera el sepulcro, colgando en ella lámparas, antorchas y faroles. Y todos pudieron entrar para resguardarse debajo del toldo. Entonces se abrió la tumba, se depositó el cadáver, y se puso la losa. Luego los imams y demás ministros del culto y los lectores del Corán empezaron á leer sobre la tumba los versículos del Libro Noble y los capítulos prescritos. Y los mercaderes y los parientes se sentaron en corro sobre las alfombras tendidas debajo del toldo, y oyeron religiosamente las santas Palabras. Y Ghanem ben-Ayub, aunque tenía prisa por volver á su casa, no quiso retirarse en seguida, por consideración hacia los parientes, y se quedó con ellos.
Las ceremonias religiosas duraron hasta el anochecer. Entonces llegaron los esclavos con bandejas llenas de manjares y dulces, y los repartieron entre los presentes, que comieron y bebieron hasta la hartura, según es costumbre en los entierros. Después les presentaron las jofainas y los jarros, y todos los comensales se lavaron las manos, y en seguida fueron á sentarse en corro, silenciosamente, como suele hacerse.
Pero pasado un largo rato, como la sesión no se iba á terminar hasta la mañana siguiente, Ghanem empezó á alarmarse por las mercaderías que había dejado en su casa sin que nadie las guardase. Y temió que se las robaran los ladrones, y dijo para sí: «Soy extranjero, y teniendo como tengo fama de hombre rico, si paso una noche fuera de mi casa los ladrones la saquearán, y se llevarán mi dinero y las mercancías que me quedan.» Y como sus temores fuesen mayores cada vez, se decidió á levantarse y se disculpó con los demás diciendo que iba á evacuar una necesidad apremiante, y salió á toda prisa. Echó á andar á oscuras, y fué caminando hasta que llegó á las puertas de la ciudad. Pero como ya era media noche, encontró la puerta cerrada, y no vió á nadie, ni oyó ninguna voz humana. Solamente oía el ladrar de los perros y los chillidos de los chacales que sonaban á lo lejos mezclados con los aullidos de los lobos. Entonces, asustadísimo, exclamó: «¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! Antes temía por mis riquezas, y ahora he de temer por mi vida.» Y empezó á buscar un albergue donde pasar la noche, y al fin encontró una tourbeh junto á la cual había una palmera. Una puerta estaba abierta, y Ghanem entró por allí, y se tendió para conciliar el sueño; pero no podía dormir, pues estaba aterrado de verse solo en medio de las tumbas. Y se puso de pie, y abrió la puerta y miró hacia afuera. Y vió una luz que brillaba á lo lejos, cerca de las puertas de la ciudad. Se dirigió hacia aquella luz, pero entonces vió que ésta se acercaba por el camino que conducía á la tourbeh en que él se encontraba. Entonces Ghanem tuvo más miedo, retrocedió precipitadamente, se metió de nuevo en la tourbeh, y cuidó de cerrar la puerta, que era muy pesada. Pero no se tranquilizó hasta que se hubo subido á lo alto de la palmera para esconderse entre el ramaje. Desde allí vió que la luz se iba acercando, hasta que acabó por ver á tres negros, dos de los cuales llevaban un enorme cajón y el tercero una linterna y unos azadones. Al llegar á la tourbeh se detuvo muy sorprendido el negro que llevaba el farol. Los demás le dijeron: «¿Qué ocurre, ¡oh Sauab!?» Y Sauab respondió: «¿No lo veis?» Y dijo uno de los otros: «¿Pero qué he de ver?» Y Sauab replicó: «¡Oh Kafur! ¿no ves que la puerta de la tourbeh, que habíamos dejado abierta esta tarde, está cerrada y con el cerrojo echado por dentro?» Entonces el tercer negro, llamado Bakhita, exclamó: «¡Qué poco entendimiento tenéis! ¿Ignoráis que los propietarios de estos campos salen todos los días de la ciudad y vienen á descansar aquí después de examinar sus plantaciones? ¿No sabéis que cuidan de cerrar la puerta en cuanto anochece, por temor de que los sorprendamos nosotros los negros, pues saben que si los cogemos los asamos vivos y nos comemos su carne blanca?» Entonces Kafur y Sauab dijeron al otro negro: «¡Oh Bakhita! Verdaderamente no puedes presumir de inteligencia.» Pero Bakhita replicó: «Veo que no me creeréis hasta que encontremos al que estará escondido, y os advierto anticipadamente que, si hay alguien en la tourbeh, al ver acercarse nuestra luz se habrá subido, aterrorizado, á la copa de la palmera. Y allí lo encontraremos.»
Y aterrado Ghanem, pensaba: «¡Qué negro tan listo! ¡Confunda Alah á todos los sudaneses por su perfidia y su malignidad!» Después, muerto de miedo, dijo: «¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnipotente! ¿Quién me podrá salvar ahora de este peligro?»
Y los dos negros dijeron al que llevaba el farol: «¡Oh Sauab! sube á lo alto del muro, y salta dentro de la tourbeh, y ábrenos la puerta, pues estamos muy cansados del peso de este cajón encima del cuello y de los hombros. Y si nos abres la puerta te reservaremos al más rollizo de los individuos que cojamos ahí dentro, y te lo coceremos muy en su punto, dorándole la piel, cuidando que no se desperdicie ni una gota de grasa.» Pero Sauab contestó: «Como tengo tan poca inteligencia, prefiero que tiremos este cajón por encima de la tapia, ya que nos han dado la orden de dejarlo en esta tourbeh.» Pero los otros dos negros contestaron: «Si lo tiramos como dices, se hará pedazos.» Y Sauab replicó: «Pero si entramos en la tourbeh, acaso nos sorprendan los bandidos que ahí suelen ocultarse para asesinar y desvalijar á los viajeros. Ya sabéis que en ese sitio se reunen por la noche todos los bandoleros para repartirse el botín.» Los otros dos negros dijeron: «¿Es posible que seas tan infeliz que creas semejantes majaderías?»
Y dejando el cajón en el suelo, escalaron la pared, saltaron dentro de la tourbeh y corrieron á abrir, mientras el otro les alumbraba desde fuera. Metieron entre los tres el cajón, cerraron la puerta y se sentaron á descansar en la tourbeh. Y uno dijo: «Verdaderamente, ¡oh hermanos! que estamos rendidos de tanto caminar y por el trabajo que hemos hecho. Y he aquí que es media noche. Descansemos algunas horas, y después abriremos la zanja para enterrar este cajón, cuyo contenido ignoramos. Luego del descanso podremos trabajar mejor. Y para pasar agradablemente estas horas de reposo, cuente cada uno cómo ha llegado á ser eunuco y por qué se le castró, relatándolo todo desde el principio hasta el fin. De esta manera pasaremos la noche agradablemente.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió clarear el día, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 38.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando uno de los negros sudaneses propuso que cada uno contase la historia de su castración, el negro Sauab, portador de la linterna y los azadones, tomó la palabra, y como los otros se rieran, repuso: «¿De qué os reís? ¿De que sea el primero en contar por qué me castraron?» Y los otros dijeron: «Nos parece muy bien. ¡Te escuchamos!»
Entonces el eunuco Sauab dijo:
«Sabed, ¡oh mis hermanos! que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me sacó de mi tierra para traerme á Bagdad, y me vendió á un guardia de palacio. Este hombre tenía una hija, que en aquel momento contaba tres años. Fuí criado con ella, y era la diversión de todos cuando jugaba con la niña, y bailaba danzas muy graciosas y le cantaba canciones. Todo el mundo quería al negrito.
Juntos crecimos de aquel modo, y yo llegué á los doce años y ella á los diez. Y nos dejaban jugar juntos. Pero un día entre los días, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué á ella, según costumbre. Precisamente acababa de tomar un baño en el hammam, y estaba deliciosa y perfumada. En cuanto á su rostro, parecía la luna en su décimacuarta noche. Al verme corrió hacia mí, y nos pusimos á jugar y á hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba; me pellizcaba y yo la pellizcaba también, pero de tal modo, que á los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó. Y semejante á una llave enorme, se me dibujaba por debajo de la ropa. Entonces se echó á reir, se me vino encima, me tiró de espaldas al suelo y se colocó á horcajadas sobre mi vientre; y empezando á restregarse conmigo, acabó por dejar mi zib al aire. Y al verlo erguido y poderoso, lo cogió con una mano y frotó y cosquilleó con él los labios de su vulva por encima del calzón que llevaba puesto. Pero estos juegos vinieron á aumentar de un modo alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras que ella se me colgaba del cuello apretándome con todas sus fuerzas. Y he aquí que súbitamente mi zib, como si fuese de hierro, le atravesó el pantalón, y penetrando triunfante le arrebató la virginidad.
Una vez terminada la cosa, la niña se echó á reir otra vez, y volvió á besarme; pero yo estaba aterrado con lo que acababa de ocurrir, y me escapé de entre sus manos, corriendo á refugiarme en la casa de un negro amigo mío.
La niña no tardó en volver á su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado de parte á parte, lanzó un grito. Después, examinando el lugar que se oculta entre los muslos, ¡vió lo que vió! Y se cayó al suelo, desmayada de dolor y de ira. Pero cuando volvió en sí, como la cosa era irreparable, tomó todas las precauciones para arreglar el asunto, y sobre todo para que su esposo no supiera la desgracia. Y tal maña se dió, que pudo conseguirlo. Transcurrieron dos meses, y aquella mujer acabó por encontrarme, y no dejaba de hacerme regalitos para obligarme á volver á la casa. Pero cuando volví no se habló para nada de la cosa, y siguieron ocultándoselo al padre, que seguramente me habría matado, y ni la madre ni nadie me deseaba mal alguno, pues todos me querían mucho.
Dos meses después la madre consiguió poner en relaciones á su hija con un joven barbero, que era el barbero de su padre, y con tal motivo iba mucho á casa. Y la madre le dió un buen dote de su peculio particular y le hizo un buen equipo. En seguida llamaron al barbero, que se presentó con todos sus instrumentos. Y el barbero me ató y me cortó los compañones, convirtiéndome en eunuco. Y se celebró la ceremonia del casamiento, y yo quedé de eunuco de mi amita, y desde entonces tuve que ir precediéndola por todas partes, cuando iba al zoco, ó cuando iba de visitas ó á casa de su padre. Y la madre hizo las cosas tan discretamente, que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y para hacer creer á los invitados en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con su sangre la camisa de la recién casada, y según costumbre, hizo pasear esta camisa al acabar la noche por la sala de reuniones, por delante de todas las mujeres invitadas, que lloraron de emoción.
Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido el barbero. Y así pude deleitarme impunemente y en la medida de mis fuerzas con la hermosura y las perfecciones de aquel cuerpo delicioso, pues aunque había perdido otras cosas, me quedaba el zib. De modo que sin peligro y sin despertar sospechas pude seguir besando y abrazando á mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus padres. Entonces pasaron á mí todos los bienes, y llegué á ser eunuco de palacio, igual que vosotros, ¡oh mis hermanos negros! Tal es la causa de que me castraran. Y ahora, la paz sea con vosotros.»
Dicho lo que antecede, el negro Sauab se calló, y el segundo negro, Kafur, tomó la palabra y dijo:
«Sabed, ¡oh mis hermanos! que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que á mi amo el mercader se le arrugaba el ano y se caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuanto antes, y me puso en manos del pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: «¿Quién quiere comprar un negrito con todo su vicio?» Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: «¿Y cuál es el vicio de este negrito?» Y el otro contestó: «El de decir una sola mentira cada año.» Y el mercader insistió: «¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?» A lo cual contestó el pregonero: «Sólo seiscientas dracmas.» Y dijo el mercader: «Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje.» Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el mercader. Entonces el pregonero me llevó á la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el corretaje, y se marchó.
Mi amo me vistió decentemente con ropa á mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin que ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto á la recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno pagaba á su vez los gastos del convite, hasta que le tocó á mi amo. Entonces mi amo invitó á los mercaderes á comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: «¡Oh mi esclavo! monta en la mula, ve á casa para pedirle á tu ama tal cosa, y vuelve en seguida.» Yo obedecí la orden y me dirigí apresuradamente á la casa.
Y al llegar cerca de ella empecé á dar agudos chillidos y á verter abundantes lagrimones. Y me rodeó un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose á las puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó á abrirme, acompañada de sus hijas. Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: «Mi amo estaba en el jardín con los convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto á la pared, y la pared se vino abajo, sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido á todo correr á enteraros de la desgracia.»
Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron á dar agudos gritos, á desgarrarse los vestidos y á darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere inesperadamente el cabeza de familia), empezó á destrozar la casa, á destruir los muebles, á tirarlos por las ventanas, á romper todo lo rompible y á arrancar ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las paredes y echar encima de ellas paletadas de barro. Y me dijo: «¡Miserable Kafur! ¿qué haces ahí inmóvil? Ven á ayudarme á romper estos armarios, á destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla.» Y yo, sin esperar á que me lo dijera dos veces, me apresuré á destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalería; quemé alfombras, camas, cortinas y almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de lamentarme y de clamar: «¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!»
Después, mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto, salieron á la calle. Y me dijeron: «¡Oh Kafur! Ve delante de nosotras para enseñarnos el camino. Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros. Porque hemos de colocar su cadáver en el féretro, llevarlo á casa y celebrar los debidos funerales.» Y yo eché á andar delante de ellas, gritando: «¡Oh mi pobre amo!» Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco á poco se aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños, muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía haciéndoles dar la vuelta á la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeuntes preguntaban la causa de todo aquello, y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: «¡No hay fuerza ni poder más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!»
Y alguien aconsejó á mi ama que fuese á casa del walí y le refiriese lo ocurrido. Y todos marcharon á casa del walí, mientras yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas estaba sepultado mi amo.
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 39.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el relato de su historia:
«Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían á casa del walí para contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó á caballo, llevando consigo peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había suministrado.
Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé á golpearme la cara y llegué al jardín gritando: «¡Ay mi pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!» Y así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vió de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritando: «¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?», cambió de color, le palideció la tez, y me dijo: «¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime.» Y yo le contesté: «¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera á casa á pedirle tal cosa á mi ama, llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros á mi ama y á sus hijas.» Y mi amo gritó entonces: «¿Pero no se ha podido salvar tu ama?» Y yo dije: «Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha sido mi pobre ama.» Y me volvió á preguntar: «¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?» Y contesté: «Tampoco.» Y me dijo: «¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?» Y dije: «No, ¡oh amo mío! porque las paredes de la casa y las de la cuadra se han derrumbado encima de todo lo que había en la casa, sin excluir á los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa informe debajo de las ruinas. Nada queda ya.» Y volvió á preguntarme: «¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?» Y respondí: «¡Ay! ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni siquiera quedan ya rastros de ellos. En cuanto á los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos.»
Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas, quedó privado de toda voluntad, las piernas no le podían sostener, se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda. Después empezó á desgarrarse la ropa, á mesarse las barbas, á abofetearse y á quitarse el turbante. Y no dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: «¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante á la mía?» Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.
Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes, principalmente en el rostro, andando como si estuviese borracho. Pero apenas había traspuesto la puerta del jardín, vió una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su comitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeuntes se habían unido á ellos en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.
La primera persona con quien se encontró mi amo fué con su esposa, y detrás de ella vió á todos sus hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó á reir, y su familia se arrojó en sus brazos y se colgó á su cuello. Y llorando decían: «¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!» Y él les preguntó: «¿Y vosotros? ¿qué os ha ocurrido?» Su mujer le dijo: «¡Bendito sea Alah, que nos permite volver á ver tu cara sin ningún peligro! Pero ¿cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros, ya ves que estamos perfectamente. Y á no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría pasado nada en casa.» Y mi amo exclamó: «¿Pero qué noticia es esa?» Y su mujer dijo: «Kafur llegó con la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: «¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!» Y le preguntamos: «¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!?» Y nos dijo: «Mi amo se había acurrucado junto á una pared para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo.»
Entonces dijo mi amo: «¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: «¡Ay mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama!» Y le he preguntado: «¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!?» Y me ha dicho: «Mi ama, con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa.»
Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo, y vió que seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me acercara. Al acercarme me dijo: «¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y de mil perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alah, que he de castigar tu crimen según se merece! ¡Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos!» Y yo contesté resueltamente: «¡Por Alah, que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi vicio, y como fué ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo anunció el pregonero! Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira, y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año.» Mi amo, al oirme, exclamó: «¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud.» Y yo dije: «¡Por Alah, que podrás echarme, ¡oh mi amo! pero yo no me voy de ninguna manera! He de soltar la otra mitad de la mentira. Y esto será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste.»
Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir á los funerales se preguntaban qué era lo que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, á los mercaderes y á los amigos, explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante enorme. Y me maldijeron y me brindaron toda clase de insultos, á cuál peor de todos. Y yo seguía riéndome y decía: «No tenéis razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio.»
Y así llegamos á la calle en que vivía mi amo, y vió que su casa no era más que un montón de ruinas. Y entonces se enteró de que yo había contribuído á destruirla, pues le dijo su mujer: «Kafur ha roto todos los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido.» Y llegado al límite del furor, exclamó: «¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro! ¡Y aún dice que no es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una ó dos ciudades!» E inmediatamente me llevaron á casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé.
Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar á un barbero, que con sus instrumentos me castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida. Entonces mi amo me dijo: «Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más quería, así te lo quemo yo á ti, quitándote lo que querías más.» Después me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.
Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido pasando de un amo á otro, de un emir á un emir, de un notable á un notable, según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que me quedé sin lo que me falta.
Y tal es, ¡oh hermanos! la causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia. ¡Uassalam!»
Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron á reirse y á burlarse de él, diciendo: «Eres todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fué una mentira formidable.»
Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose á sus dos compañeros, dijo:
«Sabed, ¡oh hijos de mi tío! que cuanto acabamos de oir es inocente y vano. Os voy á contar la causa de haberme quedado capón, y veréis que merecí peor castigo, pues he poseído á mi ama y he fornicado con el hijo de mi ama. Pero los detalles del fornicio son tan extraordinarios, tan prolijos en incidentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va á sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos á perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré á contaros los pormenores de mi fornicio y mi castración.»
Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron á cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la tourbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.
Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vió cómo desaparecían á lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó á preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió á bajar de la palmera y aguardó á que brillase la primera claridad del alba. Entonces descendió de la palmera y empezó á escarbar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón, después de grandes esfuerzos.
Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa vió á una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho. Estaba indudablemente bajo la influencia del banj.
Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas, y llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas arracadas de una sola piedra inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes. Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.
Cuando Ghanem reconoció bien á la hermosa joven y se cercioró de que no había sufrido ninguna violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer á un elefante dos noches seguidas. Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: «¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra, dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú, sobre todo, Nozha, ¡oh dulce y gentil Nozha!? ¿En dónde estáis que no me respondéis?»[5]. Y como nadie contestase, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo: «¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Qué criatura podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones? ¡Oh tú, Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos, tú sabrás distinguir á los buenos y á los malos el día de la Resurrección!
Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: «¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y á quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡oh la más deseada! te dignes mirarme con agrado.»
Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: «¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!» Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: «¡Oh favorable joven! ¡Aquí me tienes, despertando entre lo desconocido! ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?» Y Ghanem respondió: «¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón.» Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había sacado á la joven del cajón, y cómo, á no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra. Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: «¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo á tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia y ponerte al corriente de mis aventuras.»
Y Ghanem quedó encantado al oirla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como ya era entrado el día y brillaba el sol en todo su esplendor, la cosa no fué difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cuidado de meter á la joven en el cajón, le ayudó á cargarlo en el mulo, y emprendieron á toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor á la joven había penetrado en su corazón, y se vió en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendida en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas. Y estos pensamientos tan gratos hacían que sintiera impaciencia por llegar cuanto antes. Y al fin llegó, y él mismo ayudó al arriero á descargar el cajón y llevarlo al interior de la casa.
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discretamente interrumpió su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 40.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que Ghanem llegó sin contratiempo á su casa, abrió el cajón y ayudó á salir á la joven. Ésta examinó la casa, y vió que era muy hermosa, con alfombras de vivos y alegres matices, y tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos, y otras muchas cosas. Y vió también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y jarrones llenos de vejigas de almizcle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los principales, dueño de numerosas riquezas. Quitóse el velillo con que había cuidado de taparse el rostro, y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó, y le dijo: «¡Oh Ghanem! Ya ves que delante de ti me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo que comer.» Y Ghanem contestó: «¡Sobre mi cabeza y mis ojos.»
Y corrió al zoco, compró un cordero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y frutas de todas clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases. Lo llevó á su casa, puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante de la joven. Entonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho á él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetraba cada vez más en su cuerpo y en su corazón. Después ambos se dedicaron á comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de igual belleza. Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encendió lámparas y candelabros, pero más que la luz de las bujías iluminaba la sala el esplendor de sus rostros. Luego trajo instrumentos músicos, y fué á sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy agradables, riendo muy dichoso y cantando canciones apasionadas y versos inspirados. Y así fué aumentando la pasión que se tenían. ¡Bendito y glorificado sea Aquel que une los corazones y junta á los enamorados!
Y no cesaron los juegos hasta que apareció la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre sus párpados, se durmieron uno en brazos de otro, pero sin hacer aquel día nada definido.
Apenas se despertó Ghanem, corrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó á casa, se sentó al lado de la joven y se pusieron á comer muy á gusto, hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron á beber, hasta que se colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieron más negros y brillantes. Entonces el alma de Ghanem deseó besar á la joven y acostarse con ella. Y le dijo: «¡Oh soberana mía! Permíteme que te bese en la boca, para que refresque el fuego de mis entrañas.» Y ella contestó: «¡Oh Ghanem! aguarda á que esté ebria, y entonces permitiré que me beses la boca, pues no me daré cuenta de lo que hagan tus labios.» Y como empezaba á embriagarse, se puso de pie, se despojó de sus ropas, y sólo dejó sobre su cuerpo una camisa transparente y sobre sus cabellos un finísimo velo de seda blanca con lentejuelas de oro.
Al verla así, creció el deseo de Ghanem, y dijo: «¡Oh dueña mía, permíteme gustar tu boca!» Y la joven contestó: «¡Por Alah! Eso no te lo puedo permitir, á pesar de que te amo, pues me lo impide una cosa que está escrita en la cinta de mi calzón, y que no puedo enseñarte ahora.» Pero Ghanem, por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su corazón, y acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:
¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi enfermedad!
Y me dijo: «¡Oh, no! ¡Eso nunca!» Y yo dije: «¡Pues ha de ser!»
Y ella contestó: «¡Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente! ¿Me darías á la fuerza un beso en mis labios sonrientes?»
Y le dije: «¡No creas que un beso dado á la fuerza carece de voluptuosidad!» Y me respondió: «¡Un beso á la fuerza no sabe bien más que en la boca de las pastoras de las montañas!»
Y después que hubo cantado, sintió Ghanem que aumentaba su locura, y sus transportes, y el fuego de sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compartía su pasión. Y así siguieron hasta que se hizo de noche: Ghanem enormemente excitado, y ella sin acceder. Por fin, Ghanem se levantó y encendió las lámparas, alumbrando espléndidamente el salón, y fué á echarse á los pies de la joven. Y pegó los labios á aquellos pies tan maravillosos, que le parecieron dulces como la leche y tiernos como la manteca. Y luego subió hasta las piernas, y aún más arriba, entre los muslos. Y parecía comerse toda aquella carne sabrosa, que olía á almizcle, á rosa y á jazmín. Y la joven se estremecía toda, como se estremece la gallina dócil agitando las alas. Y Ghanem gritó enloquecido: «¡Oh dueña mía! ¡Ten piedad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos, muerto por tu carne! Desde que viniste he perdido la tranquilidad.» Y sintió que las lágrimas bañaban sus ojos. Entonces la joven contestó: «¡Por Alah! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! ¡Te quiero con toda la pulpa de mi carne! Pero sabe que nunca podré entregarme á ti, ni que me poseas del todo.» Y Ghanem exclamó: «¿Y quién te lo impide?» Y ella dijo: «Esta noche te explicaré el motivo, y entonces me disculparás.» Pero al hablar así, se dejó caer á su lado y le echó los brazos al cuello y le dió millares de besos, prometiéndole mil locuras. Y estos juegos duraron hasta el amanecer, pero la joven nada dijo respecto á la causa que le impedía entregarse.
Siguieron haciendo las mismas cosas incompletas todos los días y todas las noches, durante un mes. Y su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, estando tendido Ghanem al lado de la joven, ebrios de vino y de excitación, Ghanem aventuró la mano por debajo de la fina camisa, y pasándola suavemente por el vientre de la joven, le acariciaba la piel, que se estremecía á cada contacto. Luego deslizó la mano lentamente hasta el ombligo, que se abría como una copa de cristal, y con los dedos le hizo cosquillas en los armoniosos pliegues. Y la joven se estremeció toda, y se incorporó bruscamente, repuesta de su embriaguez, y llevándose la mano al calzón, vió que estaba bien sujeto con la cinta de borlas de oro. Ya tranquilizada, se quedó otra vez medio dormida. Y Ghanem paseó de nuevo su mano á lo largo de aquel vientre juvenil, aquella maravilla de carne, y llegó á la cinta del calzón, y tiró de ella rápidamente para libertar de su prisión al jardín de delicias. Pero la joven se despertó entonces, se sentó en la cama, y dijo á Ghanem: «¿Qué intentas, ¡oh luz de mis entrañas!?» Y él respondió: «Poseerte, amor mío, tenerte por completo, ver cómo compartes mis delicias.» Y ella contestó: «Escúchame, ¡oh Ghanem! Voy á explicarte al fin mi situación, revelándote mi secreto. Ahora comprenderás por qué me he resistido á que me atravesaras deliciosamente con tu virilidad.» Y Ghanem dijo: «Te escucho.» Y la joven, recogiéndose un poco la camisa, sacó la cinta del calzón, y dijo: «¡Oh mi señor! lee lo que ahí está escrito.» Y Ghanem cogió el extremo de la cinta, y en la trama vió bordadas unas letras de oro que decían: ¡SOY TUYA Y TÚ ERES MÍO, DESCENDIENTE DEL TÍO DEL PROFETA!
Y al leer estas palabras bordadas con letras de oro en el extremo de la cinta, retiró en seguida la mano, y dijo: «Explícame qué significa todo esto.»
Y la joven dijo:
«Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún Al-Rachid. Las palabras escritas en la cinta de mi calzón prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al-Kulub[6], y desde mi infancia me criaron en el palacio del califa. Llegué á ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfecciones, debidas á la generosidad del Señor. Y le impresionó tanto mi belleza, que sintió un gran amor hacia mí, y me destinó un aposento en palacio para mí sola, poniendo á mis órdenes diez esclavas muy simpáticas y serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me encontraste en el cajón. Y me prefirió á todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó á su esposa El Sett-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me tomó un odio inmenso.
Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobornó á una de mis doncellas, y llamándola un día á sus habitaciones, le dijo: «Cuando tu señora Kuat Al-Kulub esté durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida. Si lo haces te recompensaré, y te daré la libertad y muchas riquezas.» Y la esclava, que antes lo había sido de Zobeida, contestó: «Lo haré, porque la adhesión que te tengo es tan grande como mi cariño.» Y muy alegre por la recompensa que la aguardaba, vino á mi aposento y me dió una bebida compuesta con banj. Y apenas la hube probado, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada á otro mundo. Y al verme dormida, fué la esclava á buscar á Sett-Zobeida, que me metió en ese cajón y mandó llamar á los tres eunucos. Y los gratificó espléndidamente, lo mismo que á los porteros del palacio. Y así me sacaron de noche para llevarme á la tourbeh, adonde Alah te había conducido. Porque á ti, ¡oh amor de mis ojos! debo el haberme salvado de la muerte. Y también gracias á ti me encuentro en esta casa tan generosa.
Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al volver y no encontrarme. Y también me atormenta no poder entregarme á ti completamente, á pesar de sentirte palpitar en mis entrañas. Y todo por estar sujeta por lo que dice esta cinta de oro. Tal es mi historia. Ahora sólo te pido discreción y que nadie conozca mi secreto.»
Cuando Ghanem hubo oído la historia de Kuat Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió á levantar sus miradas hacia la joven, pues se había convertido para él en cosa sagrada. Y así, fué á sentarse en un rincón y comenzó á reconvenirse, pensando cuán poco le había faltado para ser un criminal y lo audaz que había sido sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su amor y cuán desgraciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba. Pero no dejó de someterse á los designios de Alah, y dijo: «¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar la aflicción del corazón de los viles!» Y después recitó estos versos del poeta:
¡El corazón enamorado no disfrutará la alegría del reposo mientras lo posea el amor!
¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!
Me han preguntado: «¿Qué es el amor?» Y yo he dicho: «¡El amor es un dulce de sabroso jugo, pero de pasta amarga!»
Entonces la joven se acercó á Ghanem, le estrechó contra su seno, le besó, y por todos los medios, menos uno, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía á corresponder á las caricias de la favorita del Emir. Se sometía á lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo. Y la favorita, que no esperaba este cambio tan rápido, al ver á Ghanem tan excitado antes y ahora tan respetuoso y tan frío, multiplicó sus caricias. Y con la mano quiso incitarle á que compartiese su pasión, que se encendía más cada vez con aquel apartamiento. Y así les sorprendió la mañana. Ghanem se apresuró á marchar al zoco, para comprar las provisiones del día. Y permaneció allí una hora comprando mejores cosas que los demás días, por haberse enterado del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las frutas más sabrosas, y todo lo llevó á la casa y se lo presentó á Kuat Al-Kulub. Pero apenas le vió, corrió á él la joven, y llena de deseos, restregó su cuerpo contra el suyo, le miró con ojos negros de pasión y húmedos de ansiedad, y le sonrió insinuante, diciéndole: «¡Cuánto has tardado, querido mío, deseado de mi corazón! ¡Por Alah! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Comprendo que ya no me puedo reprimir. Mi pasión ha llegado á su límite y me consume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Cógeme! ¡Poséeme! ¡Me muero!» Pero Ghanem se resistió, y le dijo: «¡Alah me libre, mi buena señora! ¿Cómo el perro ha de usurpar el sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo!» Y se escapó de entre las manos de la joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado. Pero ella fué á cogerle de la mano, y le llevó á la alfombra, obligándole á sentarse á su lado y á comer y beber con ella. Y tanto le dió de beber, que le embriagó, y entonces ella se echó encima de él, y se pegó á su cuerpo, y ¡quién sabe lo que haría con Ghanem sin que él se enterase! Luego cogió el laúd y cantó estas estrofas:
¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas! ¡Rechazada en mi amor, ¿podré vivir así mucho tiempo!?
¡Oh tú, amigo mío, que huyes como la gacela, sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito! ¿Ignoras que la gacela se vuelve algunas veces para mirar?
¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí! ¿Podrá soportar mucho tiempo mi corazón la pesadumbre de tanto infortunio?
Al oir estos versos, se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró al verle llorar, pero no tardaron en ponerse á beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche.
Y Ghanem fué á sacar los colchones de las alacenas de la pared, y se dispuso á hacer la cama. Pero en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos, distante una de otra. Y Kuat Al-Kulub, muy contrariada, le dijo: «¿Para quién es ese segundo lecho?» Y él contestó: «Uno es para mí, y otro para ti; y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!» Pero ella replicó: «Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto á nosotros y que mañana estará ya lejos. Todo lo que ha de suceder sucederá, pues cuanto escribió el Destino tiene que cumplirse.» Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub sintió que aumentaba su pasión, más ardiente. Y dijo: «¡Por Alah! No acabará esta noche sin que nos hayamos acostado juntos.» Pero Ghanem contestó: «¡Líbreme Alah de ello!» Y ella suplicó: «¡Ven, Ghanem; toda mi carne se abre para ti; mi deseo te llama á gritos! ¡Ghanem de mis entrañas! ¡Toma esta boca florida, toma este cuerpo que maduraste con tu deseo!» Y Ghanem decía: «¡Alah me libre!» Y ella gritaba: «¡Oh Ghanem! ¡Toda mi piel está bañada del deseo, y mi desnudez se ofrece á tus caricias! ¡Oh Ghanem! ¡El olor de mi piel es más dulce que el del jazmín! ¡Toca y huele, huele y te embriagarás!» Pero Ghanem insistía: «Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo.»
Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso á cantar:
¡Soy hermosa y esbelta! ¿Por qué huyes de mí? ¡Nada falta á mi hermosura, pues estoy llena de maravillas! ¿Por qué me abandonas?
¡He incendiado todos los corazones y he quitado el sueño á todos los párpados! ¡Soy flor de fuego, y nadie me ha cogido!
¡Soy una rama, y las ramas han nacido para que las cojan, las ramas flexibles y floridas! ¡Soy la rama florida y flexible! ¿No quieres cogerme?
¡Soy la gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas! ¡Soy la gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?
¡Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas! ¡Soy la flor delicada y olorosa! ¿Por qué no quieres aspirarme?
Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa, y á pesar de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes. Esto en cuanto á Ghanem y á Kuat Al-Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.
Pero en cuanto á Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha referido, pero después reflexionó, y se dijo: «¿Qué contestaré al califa cuando al regresar me pida noticias de Kuat Al-Kulub?» Entonces se decidió á llamar á una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde muy niña. Y le reveló su secreto, y le dijo: «¿Qué haremos ahora después de haberle pasado á Kuat Al-Kulub lo que le habrá pasado?» La vieja contestó: «Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora! pero el tiempo apremia, porque el califa va á volver en seguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo, pero te voy á indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo depositaremos en la tumba con gran ceremonial; se le encenderán candelabros y cirios á su alrededor, y mandarás á todos los de palacio, á todas tus esclavas y á las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le dice: «¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulub ha muerto en la misericordia de Alah! ¡Ojalá vivas los largos días que ella no ha vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha mandado enterrar en el mismo palacio, debajo de una cúpula construída expresamente.» Entonces el califa, conmovido por tus bondades, te las agradecerá mucho. Y llamará á los lectores del Corán para que velen junto á la tumba, recitando los versículos de los funerales. Y si el califa, que sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospechase y dijera para sí: «¿Quién sabe si Zobeida, la hija de mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub?», y llevado de estas sospechas mandase abrir la tumba para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la fosa y saquen el maniquí hecho á semejanza de un hijo de Adán y cubierto con un suntuoso sudario, si quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá, diciendo: «¡Oh Emir de los Creyentes! no es lícito ver á una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo.» Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nuevo, y agradecerá tu acción. Y así, ¡como Alah lo quiera! te verás libre de este cuidado.»
La sultana comprendió que acababa de oir un excelente consejo, y obsequió á la vieja regalándole un magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se encargase personalmente de la ejecución del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó á Zobeida, y ambas lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al-Kulub. Le pusieron un sudario riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba, encendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras alrededor para las oraciones y ceremonias acostumbradas. Y Zobeida mandó poner colgaduras negras en todo el palacio y que las esclavas vistieran de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin excluir á Massrur y los eunucos, lo dieron por cierto.
No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente á las habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver á la servidumbre y á las esclavas de la favorita vestidas de luto, comenzó á temblar. Y salió á recibirle Zobeida, también de luto. Y cuando le dijo que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado. Pero al volver en sí, preguntó dónde estaba la tumba, para ir á visitarla. Y Zobeida dijo: «Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que por consideración á Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este mismo palacio.» Y el califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al-Kulub. Y vió los blandones y los cirios encendidos, y las alfombras tendidas alrededor. Y al ver todo esto, dió las gracias á Zobeida, encomiando su buena acción, y después regresó á palacio.
Pero como era receloso por naturaleza, empezó á dudar y á alarmarse, y para acabar con las sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias á la estratagema de Zobeida, vió el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó enterrar de nuevo, y llamó á los sacerdotes y á los lectores del Corán, que recitaron los versículos de los funerales. Y él, mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando á lágrima viva, hasta que acabó por caer desmayado.
Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras que él, sentándose junto á la tumba, lloraba amargamente.
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, é interrumpió discretamente su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 41.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el califa acudió todos los días á la tumba de su favorita durante un mes. Y el último día duraron las oraciones y la lectura del Corán desde la aurora hasta la aurora siguiente. Y entonces cada cual pudo regresar á su casa. Y el califa, rendido por la fatiga y el dolor, regresó á palacio, y no quiso ver á nadie, ni siquiera á su visir Giafar, ni á su esposa Zobeida. Y de pronto cayó en un sueño profundo, velándole dos esclavas. Una de ellas estaba junto á la cabeza del califa y la otra á sus pies. Pasada una hora, cuando el sueño del califa ya no fué tan profundo, oyó á la esclava que estaba junto á su cabeza decir á la que estaba á sus pies: «¡Qué desdicha, amiga Subhia!» Y Subhia contestó: «Pero ¿qué ocurre, ¡oh hermana Nozha!?» Y Nozha dijo: «Nuestro amo debe ignorar todo lo ocurrido, cuando pasa las noches junto á una tumba donde sólo hay un pedazo de madera, un maniquí fabricado por un artífice.» Y Subhia dijo: «Pues entonces, ¿qué ha sido de Kuat Al-Kulub? ¿Qué desgracia cayó sobre ella?» Nozha respondió: «Sabe, ¡oh Subhia! que me lo ha contado todo la esclava preferida de nuestra ama Zobeida. Por su encargo le dió banj á Kuat Al-Kulub, que se durmió inmediatamente, y entonces nuestra ama Zobeida la metió en un cajón y lo entregó á los eunucos Sauab, Kafur y Bakhita para que lo enterrasen en un hoyo.» Y Subhia, llenos de lágrimas los ojos, exclamó: «¡Oh Nozha! ¿Y nuestra dulce ama Kuat Al-Kulub habrá muerto de manera tan horrible?» Nozha contestó: «¡Alah preserve de la muerte á su juventud! Pero no ha muerto, pues Zobeida ha dicho á su esclava: «He averiguado que Kuat Al-Kulub ha logrado escaparse, y está en casa de un joven mercader de Damasco, llamado Ghanem ben-Ayub, hace ya cuatro meses.» Comprenderás, ¡oh Subhia! cuán desgraciado es nuestro señor al ignorar que vive su favorita, mientras sigue velando todas las noches junto á una tumba que no hay ningún cadáver.» Y las dos esclavas continuaron hablando durante algún tiempo, y el califa oía sus palabras.
Y cuando acabaron de hablar ya no le quedaba nada que saber al califa. Y se incorporó súbitamente dando tal grito, que las esclavas huyeron aterradas. Y sentía una ira espantosa al pensar que su favorita llevaba cuatro meses en casa del joven llamado Ghanem ben-Ayub. Y se levantó, y mandó llamar á los emires y notables, así como á su visir Giafar Al-Barmakí, que llegó apresuradamente y besó la tierra entre sus manos. Y el califa le dijo: «¡Oh Giafar! averigua dónde vive un joven mercader llamado Ghanem ben-Ayub. Asalta su casa con mis guardias y tráeme á mi favorita Kuat Al-Kulub, y también á ese insolente mancebo, para castigarle.» Y Giafar contestó: «Escucho y obedezco.» Y salió con una compañía de guardias, acompañándole el walí con sus dependientes, y todos juntos no dejaron de hacer pesquisas, hasta descubrir la casa de Ghanem ben-Ayub.
En aquel momento, Ghanem acababa de regresar del zoco, y estaba sentado junto á Kuat Al-Kulub, teniendo delante un hermoso carnero asado y relleno de manjares. Y lo estaban comiendo con mucho apetito. Pero al oir el ruido que armaban los de fuera, Kuat Al-Kulub miró por la ventana, y comprendió la desdicha que se cernía sobre ellos, pues la casa estaba cercada por los guardias, el portaalfanje, los mamalik y los jefes de la tropa, y vió á su cabeza al visir Giafar y al walí de la ciudad. Y todos daban vueltas alrededor de la casa, como lo negro de los ojos da vueltas alrededor de los párpados. Y adivinó que el califa lo había averiguado todo, y que estaría celosísimo de Ghanem, que desde hacía cuatro meses la tenía en su casa. Y al pensar estas cosas, se contrajeron sus hermosas facciones, palideció de terror, y dijo á Ghanem: «¡Oh querido mío! Ante todo piensa en tu salvación. Levántate y escapa.» Y Ghanem contestó: «¡Alma mía! ¿Cómo voy á salir si está la casa cercada de enemigos?» Pero ella le vistió con un ropón viejo y roto que le llegaba á las rodillas, cogió una marmita de las de llevar carne, y se la puso en la cabeza. Colocó en la marmita pedazos de pan y unos tazones con las sobras de la comida, y le dijo: «Sal sin ningún temor, pues creerán que eres el criado del fondista, y nadie te hará daño. Y en cuanto á mí, ya me las sabré arreglar, pues conozco el poder que ejerzo sobre el califa.» Entonces Ghanem se apresuró á salir, y atravesó las filas de guardias y mamalik, con la marmita en la cabeza. Y no le ocurrió nada malo, porque le protegía el Único Protector que sabe guardar á los hombres bien intencionados, librándoles de los peligros y de la mala suerte.
Entonces el visir Giafar echó pie á tierra, entró en la casa y llegó hasta la sala, llena de fardos y sederías. Mientras tanto, Kuat Al-Kulub había tenido tiempo para hermosearse y vestirse la ropa más rica con todas sus alhajas. Y se había puesto un brillante como los más brillantes. Y había reunido en un cajón los efectos más preciosos, las joyas y pedrerías y todas las cosas de valor. Y apenas penetró Giafar en la habitación, se puso de pie, se inclinó, besó la tierra entre sus manos, y dijo: «¡Oh mi señor! he aquí que la pluma ha escrito lo que había de escribirse por orden de Alah. En tus manos me entrego.» Y Giafar contestó: «¡Oh mi señora! El califa me ha dado orden de prender únicamente á Ghanem ben-Ayub. Dime dónde está.» Y ella dijo: «Ghanem ben-Ayub, después de empaquetar sus mejores mercancías, marchó hace algunos días á Damasco, su ciudad natal, para ver á su madre y á su hermana Fetnah. Y no sé más, ni puedo decirte otra cosa. Y este cajón que aquí ves es el mío, y en él he colocado lo mejor que poseo. Y espero que me lo guardes bien y lo mandes transportar al palacio del Emir de los Creyentes.» Giafar contestó: «Escucho y obedezco.» Y cogió el cajón y mandó á sus hombres que lo llevaran; y después de haber colmado de honores á Kuat Al-Kulub, le rogó que le acompañase al palacio del Emir de los Creyentes; y todos se alejaron, no sin haber saqueado antes la casa de Ghanem, según había ordenado el califa.
Cuando Giafar se presentó entre las manos de Harún Al-Rachid, le contó todo lo ocurrido, enterándole de que Ghanem se había marchado á Damasco y que la favorita se hallaba en palacio. Pero el califa estaba convencido de que Ghanem había hecho con Kuat Al-Kulub todo cuanto se puede hacer con una mujer hermosa que pertenece á otro, y ni siquiera quiso ver á Kuat Al-Kulub, y mandó á Massrur que la encerrase en un cuarto oscuro, vigilada por una vieja encargada de estas funciones.
Y envió jinetes para que buscasen por todo el mundo á Ghanem. También se lo encomendó al sultán de Damasco, su vicario Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, para lo cual cogió el cálamo, el tintero y un pliego de papel, y escribió la carta siguiente:
«A Su Señoría el sultán Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, vicario de Damasco, de parte del Emir de los Creyentes Harún Al-Rachid, quinto califa de la gloriosa descendencia de los Beni-Abbas.
»En nombre de Alah, el Clemente sin límites y Misericordioso.
»Después de pedir noticias de tu salud, que nos es querida, y de rogar á Alah que te conserve largos días en la dilatación y el florecimiento,
»Sabe, ¡oh nuestro vicario! que un joven mercader de tu ciudad, llamado Ghanem ben-Ayub, ha venido á Bagdad, y ha seducido y forzado á una de mis esclavas, y ha hecho con ella lo que ha hecho. Y ha huido de mi venganza y de mis iras, y se ha refugiado en tu ciudad, donde debe estar en estos momentos con su madre y su hermana.
»Te apoderarás de él y le mandarás dar quinientos latigazos. Y luego le pasearás por todas las calles montado en un camello. Y delante irá un pregonero, gritando: «¡Este es el castigo del esclavo que roba los bienes de su señor!» Y después me le enviarás, para darle el tormento que se merece y hacer de él lo que haya de hacerse.
»Y saquearás su casa, destrozándola desde los cimientos hasta la techumbre, y harás desaparecer el rastro de su existencia.
»Y te apoderarás de la madre y la hermana de Ghanem, y durante tres días las expondrás desnudas á la vista de todos los habitantes, y luego de esto las arrojarás de la ciudad.
»Pon gran diligencia y celo en ejecutar estas órdenes.
»¡Uassalam!»
Un correo fué el portador de esta carta, y viajó con tal celeridad, que llegó á Damasco á los ocho días, en vez de tardar veinte cuando menos.
Y cuando el sultán Mohammad tuvo en sus manos la carta del califa, se la llevó á los labios y á la frente. Y luego de leerla, ejecutó sin ninguna dilación las órdenes. Y los pregoneros anunciaron por todas partes: «¡Los que quieran saquear la casa de Ghanem ben-Ayub, vayan á saquearla á su gusto!»
Inmediatamente el sultán se dirigió en persona á la casa de Ghanem, acompañado de los guardias. Llamó á la puerta, y Fetnah, hermana de Ghanem, salió á abrir. Y preguntó: «¿Quién llama?» Y el sultán respondió: «Yo soy.» Entonces Fetnah abrió la puerta, y como nunca había visto al sultán Mohammad, se tapó la cara con una punta del velo y corrió á avisar á su madre.
Y la madre de Ghanem estaba sentada bajo la cúpula del sepulcro que había mandado construir en recuerdo de su hijo, al cual creía muerto, pues desde un año que no sabía nada de él. Y no hacía más que llorar, y apenas comía ni bebía. Y ordenó á su hija Fetnah que dejase entrar al sultán. Y el sultán entró en la casa, llegó hasta la tumba, y vió á la madre de Ghanem que lloraba. Y le dijo: «Vengo á buscar á Ghanem, pues lo reclama el califa.» Y ella respondió: «¡Desdichada de mí! Mi hijo Ghanem, fruto de mis entrañas, nos abandonó hace más de un año, y no sabemos lo que ha sido de él.»
Pero el sultán Mohammad, á pesar de su generosidad, tuvo que ejecutar lo ordenado por el califa. Y mandó que se apoderaran de las alfombras, jarrones, cristalería y demás objetos preciosos, y después echó abajo toda la casa, y arrastraron los escombros fuera de la ciudad. Y aunque le repugnara mucho hacerlo, mandó desnudar á la madre de Ghanem y á su hermana la hermosa Fetnah, y las expuso tres días en la ciudad, prohibiendo que se las cubriera ni con una camisa sin mangas. Y después las expulsó de Damasco. Así fueron tratadas la madre y la hermana de Ghanem, por el odio del califa.
En cuanto á Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub, al salir de Bagdad con el corazón hecho trizas, fué caminando sin comer y sin beber. Y al terminarse el día estaba muerto de cansancio. Así llegó á una aldea, y entró en la mezquita, cayendo extenuado sobre una esterilla, apoyado contra la pared. Y allí permaneció sin sentido, palpitándole desordenadamente el corazón y sin fuerzas para hacer un movimiento ni pedir nada. Los vecinos del pueblo que fueron á orar á la mezquita por la mañana lo vieron tendido y exánime. Y comprendiendo que tendría hambre y sed, le llevaron un tarro de miel y dos panes, y le obligaron á comer y beber. Después le dieron para que se vistiera una camisa sin mangas, muy remendada y llena de piojos. Y le preguntaron: «¿Quién eres, ¡oh forastero! y de dónde vienes?» Y Ghanem abrió los ojos, pero no pudo articular palabra, no haciendo más que llorar. Y los otros estuvieron allí algún tiempo, pero acabaron por irse cada cual á sus quehaceres.
Las privaciones y el dolor hicieron que Ghanem cayera enfermo, y siguió echado sobre la esterilla de la mezquita durante un mes, y se debilitó su cuerpo, y cambió de color, y le devoraban las pulgas. Al verle reducido á tan mísero estado, los fieles de la mezquita se concertaron un día para llevarlo al hospital de Bagdad, que era el más próximo. Y fueron á buscar á un camellero, y le hablaron así: «Colocarás á este joven en tu camello, lo llevarás á Bagdad y lo dejarás á la puerta del hospital. Y seguramente el cambio de aires y los cuidados del hospital acabarán por curarle del todo. Y vendrás después á que te paguemos lo que se te deba por el viaje y por el camello.» Y el camellero dijo: «Escucho y obedezco.» Y ayudándole los demás, cogió á Ghanem y la esterilla en que estaba echado y lo colocó sobre el camello, sujetándole bien para que no se cayese.
Y cuando iban á marchar, lloraba Ghanem sus desdichas, y entonces se aproximaron dos mujeres miserablemente vestidas que estaban entre la muchedumbre. Y al ver al enfermo, exclamaron: «¡Cuánto se parece á nuestro hijo Ghanem! Pero no es posible que sea este joven reducido á su sombra.» Y aquellas dos mujeres, que estaban cubiertas de polvo y acababan de llegar al pueblo, se pusieron á llorar pensando en Ghanem, pues eran su madre y su hermana Fetnah, que habían huído de Damasco y seguían ahora su camino hacia Bagdad.
En cuanto al camellero, no tardó en montar en el burro, y cogiendo al camello del ronzal, se encaminó hacia Bagdad. Y en cuanto llegó, se fué al hospital, bajó á Ghanem del camello, y como era muy temprano y el hospital no estaba abierto todavía, lo dejó en la escalera y se volvió al pueblo.
Y allí permaneció Ghanem hasta que los vecinos salieron de sus casas. Y al verle echado en la esterilla y reducido al estado de sombra, empezaron á hacer mil suposiciones. Y mientras tanto, pasó uno de los jeiques entre los principales jeiques del zoco. Apartó la muchedumbre, se acercó al enfermo, y dijo: «¡Por Alah! Si este joven entra en el hospital, lo veo perdido por falta de cuidados. Lo voy á llevar á mi casa, y Alah me premiará en su Jardín de las Delicias.» Mandó, pues, á sus esclavos que cogieran al joven y lo llevasen á su casa, y él los acompañó. Y apenas llegaron, le preparó una buena cama, con magníficos colchones y una almohada muy limpia. Y luego llamó á su esposa, y le dijo: «He aquí un huésped que nos envía Alah. Lo vas á asistir con mucho cuidado.» Y ella respondió: «Le pondré sobre mi cabeza y mis ojos.» Y se arremangó, mandó calentar agua en el caldero grande, le lavó los pies, las manos y todo el cuerpo. Le vistió con ropas de su esposo, le llevó un vaso de sorbete y le roció la cara con agua de rosas. Entonces Ghanem empezó á respirar mejor y á recuperar las fuerzas poco á poco. Y con las fuerzas le acudió el recuerdo de su pasado y de su amiga Kuat Al-Kulub. Esto en cuanto á Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub.
En cuanto á Kuat Al-Kulub, el califa se encolerizó tanto contra ella...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, é interrumpió discretamente su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 42.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa se encolerizó tanto contra Kuat Al-Kulub y la mandó encerrar en un cuarto oscuro bajo la vigilancia de una vieja, la favorita permaneció allí ochenta días, sin comunicarse con nadie. Y el califa la había olvidado por completo, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos. Y oyó también que decía lo siguiente: «¡Qué alma tan hermosa la tuya, ¡oh Ghanem ben-Ayub! y qué corazón tan generoso! Fuiste noble para aquel que te oprimió. Respetaste la mujer de aquel que había de arrebatar las mujeres de tu casa. Salvaste del oprobio á la mujer de aquel que derramó la vergüenza sobre los tuyos y sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa os veáis ante el Único Juez, el Único Justo, y saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alah y con los ángeles por testigos.»
Al oir el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie podía oirlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem. Se apresuró, pues, á volver á palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese á buscar á Kuat Al-Kulub. Y Kuat Al-Kulub se presentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados los ojos en lágrimas y el corazón muy triste. Y el califa dijo: «¡Oh Kuat Al-Kulub! he oído que te dolías de mi injusticia. Has afirmado que obré mal con quien obró bien conmigo. ¿Quién ha respetado á mis mujeres mientras que yo perseguía á las suyas? ¿Quién ha protegido á mis mujeres mientras que yo deshonraba á las suyas?» Y Kuat Al-Kulub contestó: «Es Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub. Te juro, ¡oh mi señor! por tus mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió conmigo nada que merezca censura. No hallarías en él ni el impudor ni la brutalidad.» Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo: «¡Qué desventura la de este error, oh Kuat Al-Kulub! ¡Verdaderamente, no hay sabiduría ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnisciente! Pídeme lo que quieras y satisfaré todos tus deseos.» Y Kuat Al-Kulub dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! si me lo permites, te pediré á Ghanem ben-Ayub.» Y el califa, á pesar de todo el amor que aún le inspiraba su favorita, le dijo: «Así se hará, si Alah lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores.» Y Kuat Al-Kulub prosiguió: «¡Oh Emir de los Creyentes! te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa.» Y el califa dijo: «Cuando vuelva Ghanem te concederé lo que pides, y serás su esposa y propiedad suya.» Y contestó Kuat Al-Kulub: «¡Oh Emir de los Creyentes! nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pueda buscar yo, con la esperanza de que Alah me permitirá encontrarle.» Y el califa dijo: «Te autorizo para que hagas lo que te parezca.»
Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró á salir de palacio, habiéndose provisto de mil dinares de oro.
Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando á los jeiques de los barrios y á los jefes de las calles. Pero les interrogó sin conseguir ningún resultado.
El segundo día fué al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fué á ver al jeique, á quien entregó una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.
El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco de los orífices y de los joyeros. Y se encontró con el jeique entre los principales jeiques, á quien entregó otra cantidad de oro para que lo repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeique le dijo: «¡Oh mi señora! precisamente tengo recogido en mi casa á un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de todas las cualidades y de todas las perfecciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes deudas ó por algún amor desgraciado.» Al oirlo Kuat Al-Kulub, sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le estremecían. Y dijo al jeique: «¡Oh jeique! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me acompañe á tu casa.» Y el jeique dijo: «Sobre mi cabeza y sobre mis ojos.» Y llamó á un niño y le dijo: «¡Oh Felfel! lleva á esta señora á casa.» Y Felfel echó á andar delante de Kuat Al-Kulub, y la llevó á casa del jeique, donde estaba el forastero enfermo.
Cuando Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó á la esposa del jeique. Y la esposa del jeique la conoció, pues conocía á todas las damas nobles de Bagdad, á quienes solía visitar. Y se levantó y besó la tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: «Buena madre, ¿puedes decirme dónde se encuentra el joven forastero que habéis recogido en vuestra casa?» Y la esposa del jeique se echó á llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: «Ahí le tienes. Debe ser un hombre de noble estirpe, según indica su aspecto.» Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al forastero, y le miró con atención. Y vió un mancebo débil y enflaquecido, semejante á una sombra, y no se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y se echó á llorar, y dijo: «¡Oh, qué desgraciados son los forasteros, aunque sean emires en su tierra!» Y entregó mil dinares de oro á la mujer del jeique, encargándole que no escatimase nada para cuidar del enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dió los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una hora á su cabecera, deseó la paz á la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó á palacio.
Y todos los días iba á distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fué á buscar el jeique, y le dijo: «¡Oh mi señora! como me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso por Bagdad, vengo á poner en tus manos generosas á dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y ambas son de categoría, pues así lo dan á entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y cada una lleva una alforja á cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas, evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas á tales indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín de las Delicias el día de la Recompensa.» Kuat Al-Kulub contestó: «¡Por Alah! que me inspiras un ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?» Entonces el jeique salió á buscarlas, y las puso en presencia de Kuat Al-Kulub.
Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de harapos, Kuat Al-Kulub se puso á llorar, y dijo: «¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro que han nacido entre honores y riqueza.» Y el jeique exclamó: «¡Verdad dices, oh mi señora! La desgracia debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes. Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso.» Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto, y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar, Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: «¡Oh mi señora, llena de generosidad! ¡Plegue á Alah que podamos encontrar á quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, á nuestro hijo Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub!»
Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante á la madre y á la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí se echó llorando en sus brazos, y les dijo: «¡Tened esperanza en Alah y en mí, ¡oh mis hermanas! pues este día será el primero de vuestra dicha y el último de vuestras desventuras! ¡Salid de vuestra aflicción!»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 43.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que después que Kuat Al-Kulub dijo á la madre y á la hermana de Ghanem: «¡Salid de vuestra aflicción!», se dirigió al jeique, le dió mil dinares de oro y le dijo: «¡Oh jeique! Ahora irás con ellas á tu casa y dirás á tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos trajes, y las trate con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar.»
Al día siguiente, Kuat Al-Kulub fué á casa del jeique á cerciorarse por sí misma de que todo se había ejecutado según sus instrucciones. Y apenas hubo entrado, salió á su encuentro la esposa del jeique, y le besó las manos y le dió las gracias por su generosidad. Después llamó á la madre y á la hermana de Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat Al-Kulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y después pidió á la mujer del jeique noticias del enfermo. Y la esposa del jeique respondió: «Sigue en el mismo estado.» Entonces dijo Kuat Al-Kulub: «Vamos todas á verle y á tratar de animarle.» Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima, y se sentaron en torno de él. Pero durante la conversación se pronunció el nombre de Kuat Al-Kulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza con los ojos llenos de vida, y exclamó: «¿Dónde estás, ¡oh Kuat Al-Kulub!?»
Y cuando Kuat oyó que la llamaban por su nombre, conoció la voz de Ghanem, é inclinándose hacia él, le dijo: «¿Eres tú, querido mío?» Y él contestó: «¡Sí, soy Ghanem!» Y al oirlo, la joven cayó desmayada. Y la madre y la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también. Al cabo de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos y exclamaciones de alegría.
Y Kuat Al-Kulub dijo: «¡Gloria á Alah por haber permitido que nos reunamos todos!» Y les contó cuanto le había pasado, y añadió: «El califa, además de protegerte, te regala mi persona.» Estas palabras llevaron al límite de la felicidad á Ghanem, que no cesaba de besar las manos de Kuat Al-Kulub, mientras ella le besaba los ojos. Y Kuat les dijo: «Aguardadme.» Y marchó á palacio, abrió el cajón donde tenía sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fué al zoco para entregárselos al jeique, encargándole que comprase cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió á la casa, y los llevó á todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dió de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo. Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeique. Entonces se presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y su hermana. Y el califa llamó á Giafar, y le dijo: «¡Ve en busca de Ghanem ben-Ayub!» Y Giafar marchó á casa del jeique; pero ya le había precedido Kuat Al-Kulub, que dijo á Ghanem: «¡Oh querido mío! Va á llegar Giafar para llevarte á presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje, la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras.» Después le vistió con el mejor de los trajes que habían comprado en el zoco, le dió muchos dinares, y le dijo: «No dejes de tirar puñados de oro al llegar á palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores.»
Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró á salir á su encuentro, le deseó la paz y besó la tierra entre sus manos. Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vió al Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, é improvisó estas estrofas:
¡Oh rey del tiempo! ¡Una mirada bondadosa se ha dirigido á la tierra y la ha fecundado! ¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria!
¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, y como homenaje á tu grandeza, te ofrecen sus coronas de pedrería!
¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus ejércitos! ¡Oh rey del tiempo! ¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que gira!
¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen á tu triunfo y acompañen á tu séquito!
¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo! ¡Que acabe con las fechorías de los malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!
El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de su lenguaje.
En este momento de su narración, Schahrazada vió que aparecía la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 44.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Rachid, encantado por la elocuencia de Ghanem, le hizo acercarse á su trono. Y Ghanem se acercó al trono, y el califa le dijo: «Refiéreme toda tu historia, sin ocultarme nada de la verdad.» Entonces Ghanem se sentó, y contó al califa toda su historia, desdo el principio hasta el fin; pero nada se adelantaría con repetirla. Y el califa quedó completamente convencido de la inocencia de Ghanem y de la pureza de sus intenciones, sobre todo al saber cómo había respetado las palabras bordadas en el calzón de la favorita, y le dijo: «Te ruego que libres á mi conciencia de la injusticia cometida contigo.» Y Ghanem le contestó: «¡Estás libre de ella, ¡oh Emir de los Creyentes! pues cuanto pertenece al esclavo es propiedad del señor!»
Y el califa, complacidísimo, elevó á Ghanem á los más altos cargos del reino, le dió un palacio, y muchas riquezas, y muchos esclavos. Ghanem se apresuró á instalar en su nuevo palacio á su madre, y á su hermana Fetnah, y á su amiga Kuat Al-Kulub. Y el califa, al saber que Ghanem tenía una hermana maravillosa y virgen todavía, se la pidió á Ghanem. Y Ghanem contestó: «Es tu servidora, y yo soy tu esclavo.» Entonces el califa le expresó su agradecimiento, y le dió cien mil dinares de oro. Y después llamó al kadí y á los testigos para redactar su contrato con Fetnah. Y el mismo día y á la misma hora entraron el califa y Ghanem en los aposentos de sus respectivas mujeres. Y Fetnah fué para el califa, y Kuat Al-Kulub para Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub.
El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar á los escribas de mejor letra para que escribiesen la historia de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, á fin de que pudiera servir de lección á las generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se dedicasen á leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche.
«Pero no creas, ¡oh rey de los siglos!—prosiguió Schahrazada dirigiéndose al rey Schahriar—que esta historia sea más agradable ni más sorprendente que la historia guerrera y heroica de Omar Al-Nemán y sus hijos Scharkán y El-Makán.» Y el rey Schariar dijo: «Ciertamente, puedes contar esa historia que no conozco.»
Páginas | |
HISTORIA DEL JOROBADO... (CONTINUACIÓN) | 7-59 |
Historia de Bacbac | 7-13 |
Historia de El-Kuz | 14-21 |
Historia de El-Aschar | 22-38 |
Historia de Schakalik | 39-59 |
HISTORIA DE DULCE-AMIGA | 61-154 |
Empieza á mediados de la 32.ª noche y termina á fines de la 36.ª | |
HISTORIA DE GHANEM BEN-AYUB Y DE SU HERMANA FETNAH | 155-219 |
Empieza á fines de la 36.ª noche y termina durante la 41.ª | |
Tiene tres cuentos intercalados: | |
HISTORIA DEL NEGRO SAUAB, PRIMER EUNUCO SUDANÉS. | 163-166 |
HISTORIA DEL NEGRO KAFUR, SEGUNDO EUNUCO SUDANÉS. | 167-176 |
HISTORIA DEL NEGRO BAKHITA, TERCER EUNUCO SUDANÉS. | 177-181 |
Editorial PROMETEO.—Valencia
OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ, director literario de esta Editorial.—Novelas: Arroz y tartana. Flor de Mayo. La Barraca. Entre naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y barro. La Catedral. El Intruso. La Bodega. La Horda. La maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos mandan. Luna Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El préstamo de la difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra de todos. La reina Calafia. Novelas de la Costa Azul. 5 pesetas volumen.—Cuentos: La Condenada. Cuentos valencianos. 5 ptas. vol.—Viajes: En el país del arte. Oriente. La vuelta al mundo, de un novelista (3 t.) 5 ptas. vol.—Artículos: El militarismo mejicano. 5 ptas.
El Papa del mar (novela). 5 pesetas.
HISTORIA DE LA GUERRA EUROPEA DE 1914, por V. Blasco Ibáñez. Ilustrada con millares de grabados y láminas.—Nueve tomos lujosamente encuadernados.—Precio de cada tomo, 25 ptas.
NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL, dirigida por Lavisse & Rambaud. Traducción de V. Blasco Ibáñez.—Escrita por individuos del Instituto de Francia, dirigida á partir del siglo IV por Ernesto Lavisse, de la Academia Francesa, y Alfredo Rambaud, del Instituto de Francia, profesores de la Universidad de París.—Más de 20.000 retratos, cuadros, armas, monedas, monumentos, etc. Historia gráfica del Arte. Historia del traje en numerosas láminas de colores. Mapas, planos, etc.—Se han publicado los tomos I al XIV. En prensa el XV.—Precio de cada tomo, 10 pesetas lujosamente encuadernado en tela.
NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL, por Onésimo y Elíseo Reclús. Traducción de V. Blasco Ibáñez.—Seis volúmenes en 4.º, con más de 1.000 grabados. Numerosos mapas.—7’50 ptas. el tomo encuadernado en tela.
LA NOVELA LITERARIA.—Amplia y selecta colección dirigida por Blasco Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los novelistas de todos los países para esta obra de difusión literaria. Todos los volúmenes llevan un estudio biográfico del autor de la obra escrito por Blasco Ibáñez.—Novelas de Paul Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, Duvernois, Frapié, Harry, Hermant, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys, Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros muchos maestros de la novela contemporánea.—4 ptas. vol.
BIBLIOTECA CLASICA.—Homero: Ilíada. 2 t. Odisea. 2 t.—Esquilo: Tragedias. 1 t.—Sófocles: Tragedias. 2 t.—Hesiodo. 1 t.—Eurípides: Obras completas. 4 t.—Teócrito. 1 t.—Traducciones nuevas del griego por el gran poeta francés Leconte de Lisle.—Aristófanes: Comedias. 3 t.—Jenofonte: La vida y las doctrinas de Sócrates. 1 t.—Aristóteles: La política. 1 t.—Plauto: Comedias. 3 t.—Fedro: Fábulas. Syro: Sentencias. 1 t.—Cicerón: La República.—Las paradojas. 1 t.—Las leyes.—La vejez.—La amistad. 1 t.—La canción de Roldán. 1 t.—Valerio Máximo: Hechos y dichos memorables. 1 t.—Horacio: Sátiras. 1 t.—Quevedo: Obras satíricas. 1 t.—Cervantes: Teatro selecto. 1 t.—Vida de Cervantes, por su primer biógrafo Mayáns y Siscar. 1 t.—Lope de Vega: Novelas. 1 t.—Comedias. 1 t.—Guillem de Castro: Teatro. 1 t.—Calderón: Teatro. 2 t.—Moreto: Comedias. 1 t.—Timoneda: El patrañuelo.—El sobremesa y alivio de caminantes. 1 t.—Lope de Rueda: Teatro selecto.—Comedias y pasos. 1 t.—Rojas Zorrilla: Comedias. 1 t.—Ruiz de Alarcón: Teatro. 1 t.—Tirso de Molina: Teatro. 1 t.—2 pesetas volumen.
SHAKESPEARE: Obras completas.—No existía traducción española de las obras completas de este dramaturgo genial, el más grande del mundo.—12 t. á 2 ptas. en rústica.
EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE.—Traducción directa y literal del árabe por el doctor J. C. Mardrus. Versión española de Vicente Blasco Ibáñez. Prólogo de E. Gómez Carrillo.—Sólo se conocían tímidas é incompletas adaptaciones, hasta que ahora la ha traducido en las propias fuentes el doctor Mardrus, dedicando años á esta labor inmensa.—23 tomos á 2 ptas. uno.
NOVELISTAS ESPAÑOLES CONTEMPORÁNEOS.—José Francés: La danza del corazón. 3’50 ptas.—Teatro de amor. 3 ptas.—G. Gómez de la Mata: La que llegó tarde. 4 ptas.—Carmen de Burgos: Cuentos de Colombine. 3 ptas.—Los inadaptados. 3 ptas.—Ciges Aparicio: La romería. 2 ptas.
CULTURA CONTEMPORANEA.—El arte de leer, por E. Faguet.—La risa, por E. Bergson.—La nueva libertad, por W. Wilson, ex presidente de los Estados Unidos.—3 pesetas vol.—Socialismo y movimiento social, por W. Sombart, profesor de la Universidad de Jena. 4 pesetas.
LA CIENCIA PARA TODOS.—Historia de Europa. Agricultura científica. El mundo de los microbios. El Polo Artico y sus misterios. La vida íntima de los griegos y los romanos.—Tomos ilustrados y encuadernados en cartoné.—1’50 ptas. volumen.
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LA NOVELA DE AVENTURAS.—Obras de acción y de gran trama episódica.—Guitton y Rouge: La conspiración de los millonarios. El regimiento de los hipnotizadores. El desquite del viejo mundo.—Santero: Don Juan de Austria.—Reybaud: Jerónimo Paturot.—Belot: El crimen de la calle de la Paz.—Volúmenes en cartoné, á 1’50 ptas.—Dumas: La corte de Luis XIV. (2 tomos en rústica, á 1’50 ptas.)
AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES, por Arturo Conan-Doyle.—Esta serie de novelas, la más interesante de cuantas se han publicado, consta de los siguientes volúmenes: Un crimen extraño. La marca de los cuatro. El perro de Baskerville. Policía fina. Triunfos de Sherlock Holmes. Nuevos triunfos de Sherlock Holmes.—2 ptas. volumen.
LO QUE CANTAN LOS NIÑOS.—Canciones de cuna, de corro, coplillas, adivinanzas, relaciones, juegos y otra cosas infantiles, anotadas y recopiladas por Fernando Llorca.—Profusamente ilustrado y en cartoné con tapa á todo color.—Precio, 2 pesetas.
Nueva Biblioteca de LITERATURA.—Anatole France, Daudet, Víctor Hugo, etc.—2 ptas. vol.
BIBLIOTECA FILOSÓFICA Y SOCIAL.—Altamira, Büchner, Darwin, Kropotkine, Renán, Schopenhauer, Spencer, etc.—2 ptas. vol.
NOVELAS Y TEATRO.—Obras de gran amenidad, interés y emoción novelesca.—1’25 ptas. volumen.
COLECCION POPULAR.—Filosofía, Historia, Pedagogía, Política, Crítica, Viajes, Arte, etc.—1 peseta volumen.
LOS GRANDES NOVELISTAS.—Obras de Tolstoi, Dumas, Sué, Conan-Doyle, Mayne-Reid, Fernández y González, Ortega y Frías, etc. Colección Rocambole (la traducción más completa). Clásicos españoles.—Volúmenes á 35 céntimos. Edición de La Novela Ilustrada.
Editorial PROMETEO.—Llorca y C.a S.d L.a Apartado 130, Valencia
OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ
Director literario de esta Editorial
NOVELAS: Arroz y tartana. Flor de Mayo. La Barraca. Entre naranjos. Sónnica la cortesana. Cañas y barro. La Catedral. El Intruso. La Bodega. La Horda. La maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos mandan. Luna Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El préstamo de la difunta. El paraíso de las mujeres. La tierra de todos. La reina Calafia. Novelas de la Costa Azul. 5 ptas. vol.—CUENTOS: La Condenada. Cuentos valencianos. 5 ptas. vol.—VIAJES: En el país del arte. Oriente. La vuelta al mundo de un novelista (3 t.) 5 ptas. vol.—ARTICULOS: El militarismo mejicano. 5 ptas.
El Papa del mar (novela). 5 ptas.
NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL
escrita por individuos del Instituto de Francia, dirigida á partir del siglo IV por E. Lavisse y A. Rambaud.—Traducción de V. Blasco Ibáñez.—20.000 grabados. Historia por la imagen más completa y detallada que ninguna.—Publicados hasta el tomo XIV. En prensa el XV.—10 pesetas volumen encuadernado.
NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL
Por Onésimo y Eliseo Reclús.—Traducción de V. Blasco Ibáñez.—6 tomos.—Millares de grabados y mapas.—7’50 ptas. vol.
NOVELAS Y TEATRO
Obras de gran amenidad, interés y emoción novelesca.—1’25 ptas. volumen.
BIBLIOTECA FILOSÓFICA Y SOCIAL
Altamira, Büchner, Darwin, Kropotkine, Renán, Spencer, etc.—2 ptas. volumen.
BIBLIOTECA CLÁSICA
Homero: Ilíada. 2 t.—Odisea. 2 t.—Esquilo. 1 t.—Sófocles. 2 t.—Hesiodo. 1 t.—Eurípides. 4 t.—Teócrito. 1 t.—Aristófanes. 3 t.—Jenofonte. 1 t.—Plauto: Comedias. 3 t.—Fedro: Fábulas.—Syro: Sentencias. 1 t.—Cicerón: La República.—Las paradojas. 1 t.—Aristóteles: La política. 1 t.—La canción de Roldán. 1 t.—Quevedo: Obras satíricas. 1 t.—Cervantes: Teatro selecto. 1 t.—Vida de Cervantes, por su primer biógrafo Mayáns y Siscar. 1 t.—Lope de Vega: Novelas. 1 t—Comedias. 1 t.—Guillem de Castro: Teatro. 1 t.—Calderón: Teatro. 2 t.—Shakespeare: Obras completas. 12 t.—2 ptas. vol.
LA CIENCIA PARA TODOS
Volúmenes ilustrados á 1’50 pesetas.
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E. Faguet: El arte de leer. 3 ptas.—E. Bergson: La risa. 3 ptas.—W. Wilson, ex presidente de los Estados Unidos: La nueva libertad. 3 ptas.—W. Sombart: Socialismo y movimiento social. 4 ptas.
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LAS NOVELAS DEL MISTERIO
Aventuras del famoso detective Sherlock Holmes, por Conan Doyle. 8 t.—2 ptas. vol.
COLECCIÓN POPULAR
Filosofía, Historia, Pedagogía, Política, Crítica, Viajes, Arte, etc.—1 pta. volumen.
LOS GRANDES NOVELISTAS
Tolstoi, Dumas, Sué, Conan-Doyle, etc.—A 35 cénts.—Edición La Novela Ilustrada.
LA NOVELA LITERARIA
Amplia y selecta colección dirigida por Blasco Ibáñez, que cuenta con el apoyo de los novelistas de todos los países para esta obra de difusión literaria. Todos los volúmenes llevan un estudio biográfico y critico del autor de la obra escrito por Blasco Ibáñez. Novelas de Paul Adam, Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, Duvernois, Frapié, Harry, Hermant, Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys, Margueritte, Miomandre, Regnier, Rosny, Tinayre y otros muchos maestros de la novela contemporánea.—4 pesetas volumen en rústica.
J. Francés: La danza del corazón (novela). 3’50 ptas.—Teatro de amor. 3 ptas.
F. Llorca: Lo que cantan los niños. Canciones y juegos infantiles. 2 ptas.
HISTORIA DE LA GUERRA EUROPEA DE 1914
ESCRITA POR V. BLASCO IBÁÑEZ.
Ilustrada con millares de grabados.
Las grandes batallas.—El heroísmo.—Los horrores de la lucha.—La guerra en el mar y en los aires.—Tipos y costumbres de los beligerantes.—Personajes de la tragedia, retratos, caricaturas y documentos.—Planos y mapas.—La vida en el campamento, en los campos de batalla y hospitales.—Panoramas trágicos.—Nueve tomos, lujosamente encuadernados.—Precio de cada tomo. 25 pesetas.
El libro de las mil noches y una noche.
Traducción directa y literal del árabe por el doctor Mardrus.—Versión castellana de V. Blasco Ibáñez.—Prólogo de E. Gómez Carrillo.—23 tomos.—2 ptas. volumen.
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[1] Para mayor facilidad en la lectura, se sustituye este nombre al correspondiente en árabe: Anis Al-Dialis.
[2] Estas frases, que quieren decir: «¡Oh noche! ¡Oh tus ojos!», son el leitmotiv de toda canción árabe, y se emplean frecuentemente como preludio, como acompañamiento ó como final.
[3] Esclavo del amor que arrebata.
[4] Seducción encantadora. También se llama así á la acacia (Acacia farnesiana), flor muy olorosa.
[5] Estos nombres significan respectivamente: Brisa, Flor del jardín, Alba de la mañana, Rama de perlas, Luz del camino, Estrella de la noche, Estrella de la mañana, Delicias del jardín.
[6] Fuerza de los corazones.