Nota del Transcriptor:
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POR
JUAN B. NIEVES
VALE 10 CENTAVOS
1898
Tipografía del "Listín Comercial."
Calle Isabel n.º 10, Ponce, P. R.
El hecho de que el mismo dia en que terminara éste modesto trabajo, circulara con profusión una ridícula hoja suelta autorizada por el Administrador innómine de la Aduana de este puerto, señor Luis R. Velázquez, en la que viene á hacer una calurosa defensa de la gestión del coronel Hill y del Gobierno Americano, hoja que ha sido bastante mal juzgada por el público y por la prensa, muéveme á formular esta aclaración á fin de que no se me confunda y se crea que mis ideales anexionistas de hoy, se fundan en la esperanza de seguir siendo empleado del Gobierno Americano, á pesar de que fuí el único empleado de hacienda que encontraron en su puesto y que trataron, que les hice entrega de la Aduana, que les di noticias y detalles de cuanto se me preguntó, que hice venir á la caja y para el Gobierno Americano, la suma de cinco mil y pico de pesos, que si el jefe accidental de esta oficina, no tuvo bastante valor para afrontar el peligro, tuvo en cambio, bastante diligencia para asegurar el dinero, que como funcionario público, [4] no soy ningún advenedizo y tengo una limpísima historia, de 20 años, que como político, no fuí nunca de los tornadizos y como agregado social, tengo familia constituida al amparo de todas las leyes civiles, religiosas y morales. Pues, con todos estos antecedentes que me abonan, yo no se inglés y quiera Dios que me equivoque, pero creo que no está lejano el dia en que me digan: "por esta puerta se va á la calle," por más que las alimañas, desde la altura á donde subieron arrastrándose, lancen repugnantes chirridos afirmando lo contrario con el fin de ver si se sostienen donde nunca merecieron llegar.
Si antes me repugnó el servilismo, y nunca pude plegarme á las exigencias del déspota, hoy menos que nunca he de rebajarme, pues quiero que los americanos se formen un concepto más elevado de mi insignificante personalidad.
Si el movimiento es la vida, yo acepto la vida de pié y marchando hácia la luz, dando frente al peligro, si lo hay, pero arrastrándome como miserable reptil nunca, pues para soportar la vida en estas condiciones, es mil veces preferible la muerte.
Playa de Ponce, á 20 de Setiembre de 1898.
Un ilustrado y muy querido amigo mio, que ha vivido siempre alejado de las cuestiones políticas, pero que no por esto deja de estudiarlas en sus más mínimos detalles, para formar juicio, escríbeme una íntima carta, y entre otras cosas que se refieren, únicamente á la situación actual del pais, me dirije las preguntas que siguen:
¿"Te gustaría volver á los tiempos y á la forma de cosas que hace poco pasaron?
¿Piensas en la independencia?
¿Te decides por la anexión?
Contéstame á estas preguntas con la franqueza que á ti te ha distinguido siempre y que tantos disgustos y perjuicios te han proporcionado en tu vida pasada, y que no te auguro mejores en el porvenir, pues la ruda franqueza, ha sido y será siempre víctima de la solapada hipocresía.
Comunícame á la vez tus impresiones sobre el porvenir que á tu juicio le espera á nuestro infortunado pais, pues deseo conocerlas."
[6] Hasta aquí el amigo, y voy á contestarle por el mismo órden que interroga.
En cuanto á lo que se refiere la primera pregunta, no he de perder el tiempo hablando de cosas que ya pasaron para no volver, pues la eterna ley de la evolución se cumple fatalmente, y time is money dicen los que hoy nos mandan.
¿La independencia?
Preso de fatal quebranto cerebral, es que únicamente se me ocurriría pensar en semejante dislate. Nunca, ni aún en tiempo de los españoles, se me ocurrió pensar en que este pais pudiera ser independiente, por más que la intransigencia y la suspicacia, pusieran en duda mi buena fé y me colgaran éste sambenito, que no pocos disgustos y muchos perjuicios me proporcionaron.
Es no pensar cuerdamente, ni hacer un minucioso y detenido estudio de las condiciones especiales de este pais, para abrigar la idea de que llegue á ser nación independiente, mientras no bajen á la tierra y se queden por el mundo, los ángeles y serafines que habitan en la Mansión Celestial.
Ni aún en los pueblos verdaderamente cultos, que por desgracia el nuestro no es todo lo que debiera, pueden sostenerse más que en el nombre las pequeñas nacionalidades, tales como las Repúblicas de Andorra y San Marino, el Principado de Mónaco y los pequeños Estados de Oriente, objeto de tantos trastornos por causa de la codicia[7] y ambición de los pueblos de Europa, que se los quisieron repartir, y ya lo hubieran hecho, si no fueran tantos los interesados.
Tenemos el ejemplo reciente de Italia y Alemania, que para asegurar su independencia, tuvieron que apresurarse á constituir su unidad que las ha hecho fuertes y respetables.
Si esto le ocurre á los pueblos que están enclavados en el corazón de Europa, y que por esta razón tienen todos los elementos inmediatos y necesarios para la vida ¿qué vendría á sucederle á este grano de arena, lanzado por Dios en medio de las hondas del mar Caribe?
Ahora, como antes, la vida de nuestro pueblo se recibe del exterior, y si bien es verdad que es á cambio de nuestros imperfectos productos, no es menos cierto que cualquier perturbación atmosférica ó social, nos pone en crisis, y si esta se prolonga, llegamos enseguida á las puertas del hambre, y buena prueba de ello es la que acabamos de pasar, cuyos efectos estamos sintiendo todavía, por consecuencia de la guerra hispano-americana, que ha terminado con nuestra separación de la antigua metrópoli.
Suponiendo que en nuestro pais se abriera paso, sin obstáculo alguno el carro del progreso, como se lo abrirá indudablemente al amparo de la bandera americana, y que ésta marcha fuera tan vertiginosa, como es de desear y lo será, al extremo de que en breve tiempo, la agricultura,[8] la industria, el comercio, las ciencias y las artes lleguen á su mayor apojeo, produciéndolo todo bueno y en condiciones de hacer la competencia, nos encontraríamos con que los yacimientos de riqueza son pequeños y no dan lo suficiente para sostener con el brillo necesario, los enormes gastos que trae consigo la categoría de nación independiente.
Nadie tiene la culpa de haber venido al mundo pequeño de cuerpo y débil de constitución, pues como no nos pusieron á escoger, cada cual es como Dios lo ha hecho, y la infeliz Borinquen, es pequeña de cuerpo y débil de constitución, y antes como ahora, y como después, siempre que aspire á vivir la vida de la civilización, tiene absoluta necesidad de un guía y sostén fuerte, á fin de no ser juguete de los ambiciosos que la lleven y la traigan como cuadre á sus deseos.
No tenemos más que fijarnos en la pequeña isla de Córcega, que mientras no la tomó de la mano una potencia fuerte como Francia, estuvo siendo víctima de los que la ambicionaban, y que ella, á pesar de sus instintos y de sus hábitos guerreros, que nosotros no tenemos, no podía rechazar por causa de su debilidad. Los corsos, en mejores condiciones que nosotros, por su proximidad al continente, no pudieron sostener su independencia y vamos á sostenerla nosotros que somos un náufrago infeliz, que el azar arrojó en la inmensa soledad de los mares.
Nunca, ni aún en tiempo de los españoles, repito, se forjó en mi imaginación la idea de la independencia y si los que antes la alimentaron, no pudieron conseguir su objeto entonces, que les hubiera sido más fácil, lo que es hoy, tienen que despedirse de éste quimérico y absurdo ideal, que en mi concepto, no lo alienta mas, que una ínfima minoría de imaginaciones volcánicas, que por ser minoría, hace poco pero en la balanza del destino que le espera á Puerto-Rico.
El bello ideal de toda mi vida, fué siempre el de una autonomía, tan amplia, que la metrópoli no tuviera más ingerencia en ella que la de enviar aquí su bandera y su representante, para el percibo de los gastos de soberanía. Luego en la práctica, y con aquel asomo de autonomía que se vislumbró, me convencí de que nuestra educación político-social era muy deficiente, y que en modo alguno podíamos prescindir de los restos atávicos.
Si bien es verdad que yo nunca pensé en que éste pais se anexionara á la Unión Americana, y hasta en alguna ocasión combatí la idea, hoy que por las fuerzas de la circunstancia se ha impuesto, bien está y que sea por siempre, con lo cual dejo contestada la tercera y última pregunta, declarándome decidido partidario de la anexión, porque así conviene á nuestros intereses en el órden moral y material de nuestro porvenir.
Puerto-Rico anexo, y viviendo al amparo de[10] la República modelo, será un pueblo próspero, feliz y respetado, mientras que independiente, será siempre un semillero de discordias intestinas, y en el porvenir, víctima de Santo Domingo ó de Cuba, pues ya los cubanos hace tiempo que lanzaron la especie, de que cuando ellos fueran independientes, harían de Puerto-Rico su presidio.
En cuanto á mi parecer sobre el porvenir que á Puerto Rico le aguarda, declaro con entera franqueza que no puede ser más pesimista y quiera Dios que me equivoque y vayan razones.
No se funda mi pesimismo en mero capricho ni por deducción de los hechos aislados que han llevado y lleven á cabo los americanos, ni en lo que ellos puedan conceder ó negar en este estado de cosas, que como ya he dicho en ocasión no lejana, es puramente transitorio y para mientras dure el régimen militar, que creo será para mucho tiempo.
Fúndase este pesimismo verdaderamente desconsolador, en lo que los americanos puedan pensar y en el concepto que formen de nuestro pueblo, por los actos que desde el primer momento se han llevado á cabo.
Entiendo yo, que si los americanos al posar su planta en esta tierra que hoy les pertenece, hubieran encontrado un pueblo mesurado y circunspecto; que hubiera guardado prudente[11] reserva y respetuoso silencio para juzgar del porvenir con vista de los hechos, otro sería el concepto que se formaran de nuestra cultura.
Para demostrar el descontento que existía contra la dominación Española, bastaba con mostrarse indiferente á las desgracias de la metrópoli y ver pasar en silencio las tropas, que de extranjera tierra y de distinta raza, venían á posesionarse de la tierra que descubrieron, poblaron y mandaron los españoles durante cuatrocientos años seguidos.
Si al verificarse la ocupación por las tropas militares de la gran República, se hubieran encontrado con un pueblo, que si bien es verdad que estaba sediento de justicia, no por esto había perdido la altivez de su raza, y que sabía esperar el desarrollo de los acontecimientos, prestando á la vez su concurso en todo aquello que representara un signo de bienestar y de progreso, seguramente que nos prestarían mayor atención y nos considerarían más acreedores, si no á constituirnos en Estado, libre, dentro de la Unión Americana, por lo menos á que disfrutáramos de una autonomía, amplísima que nos fuera educando en el ejercicio del derecho y preparándonos para entrar de lleno á compartir con ellos de las libertades que disfrutan los Estados que constituyen la Unión.
El más horroroso de los castigos es el que han sufrido aquí los hijos de la nación Española, que en la noche del 27 de Julio último, se acos[12]taron en su pais y al amanecer del dia 28, tuvieron el horroroso despertar de encontrarse en tierra extranjera, sin haberse movido de su propia casa.
Es necesario sentir en el fondo del alma todo el fuego del patriotismo sagrado, para saber todo lo que esto significa y el alcance que tiene; hay que haber estudiado y dádose cuenta exacta de las infinitas tristezas de que son presa los desgraciados polacos; es necesario penetrarse bien de las torturas que sufre el pobre africano cuando ve hollado el patrio suelo por extraña planta; hay que haber formado un juicio claro de las agonías del indio que muere defendiendo sus vírgenes montañas y sus selvas humbrías; hay que volver la vista al pasado y recordar los galos, romanos y griegos é identificarse con las amarguras y sufrimientos que les causaba la pérdida de la patria amada. Pues, bien, todo esto y mucho más que esto, han sufrido aquí los hijos de la noble España y digo mucho más, pues que aquellos perdieron la patria con honor y en lucha abierta, mientras que estos, ni siquiera ese consuelo tuvieron para que fuera más amarga su pena y más intenso su dolor.
Los españoles aquí lo han perdido todo y lo han perdido sin gloria, cosa nunca vista en los anales de su historia patria, y esto no es cosa fácil de poder apreciar, sino habiendo estudiado mucho en las páginas de la historia de todos los pueblos.
[13] Si tales y tan grandes han sido y son los sufrimientos y las amarguras de los españoles en esta tierra, ¿no era más cuerdo, más sensato, más generoso y más noble, tender la mano al caído que ir á gozarse con las penas que les torturaban, concitando los ánimos de las turbas á fin de que tomaran por su mano, la justicia que solo compete á las autoridades cuando hay delincuencia?
No ha debido olvidarse ni por un solo momento, que á pesar del mal trato que nos dieran, de las justas é innumerables quejas que contra ellos tuviéramos, no todos eran iguales ni todos tenían los mismos procedimientos que salían, especialmente del elemento oficial y muy principalmente, de aquellos de nuestros paisanos que habían formado causa común con ellos y querían aparecer más papistas que el papa. Hemos debido tener muy presente el que en un momento dado habían pasado á ser extranjeros, de que estaban vencidos y de que no habíamos sido nosotros los vencedores.
La sangre de esos españoles tan odiados, es la misma que corre por nuestras venas, su idioma, su religión, sus costumbres buenas ó malas, sus defectos y sus bondades, son las mismas que nosotros tenemos y esto no se cambia en un solo dia, ni en una centuria, pues cuando esta haya transcurrido, quedará el recuerdo de la historia que no se puede borrar.
Los españoles llegaban aquí es verdad que[14] con lo puesto, en su mayoría, lo cual no es un delito, ó con el fondo de masita que les entregaban al dejar el fusil, pero no es menos cierto, que en vez de entregarse á la holganza, se dedicaban al trabajo imponiéndose toda clase de privaciones y por este medio conseguían formar capital y en breve tiempo compartían su suerte con las criollas, que pasaban á ser nuestras madres, y de aquí la familia puertorriqueña, que no es ni puede ser otra cosa que la familia española.
Todas estas consideraciones que yo me hago por el momento, y de las cuales nunca he de arrepentirme, pues que nadie me obliga á ello, serán seguramente las que se hayan hecho los americanos y ningún juicio favorable tendrán de nosotros al ver los instintos de ferocidad que se despertaron contra los que estaban caídos y completamente indefensos. Los más rudimentarios principios de humanidad mandan á que se respeten los dolores agenos y nosotros hemos debido respetar el de los españoles.
Se me objetará seguramente, que los españoles del elemento oficial emplearon con nosotros los tormentos inquisitoriales, y esta es una verdad que no se puede negar, pues de ello hablan bien claro los ominosos tiempos en que gobernaron la Isla los execrables sátrapas Sanz, Palacio, Lasso, Dabán y Marin, los más funestos que han venido[15] á estas tierras, para descrédito de la hidalga nación Española.
Pues si es una verdad innegable que el látigo, los palillos[1] y el sable de la odiosa guardia civil, flajeló nuestros cuerpos, actos fueron de verdadera cobardía que no debemos imitar nosotros, pues sería colocarnos á su mismo nivel, tratando de tomar venganza de acontecimientos, que cuando se desarrollaban, no tuvimos el valor de repeler con la fuerza, aunque hubiera sido marchando al sacrificio, pues cuando los pueblos no quieren soportar la vida afrentosa, se suicidan y la historia los disculpa.
[1] El componte.
El hecho de lanzarse por pueblos y campos, deponiendo autoridades y arriando y subiendo banderas, sin que nadie les hubiera concedido autoridad para llevarlo á cabo, viene á constituir un verdadero abuso y la prueba de ello, es la correctísima conducta que han observado los americanos, reponiendo los funcionarios que injustamente fueron lanzados de sus puestos, por quienes no tenían autoridad para ello.
No se puede dar desaprobación más expresa y seguramente que así lo entenderán los autores de aquellos hechos.
Si antes he calificado de abusos el lanzamiento de funcionarios públicos y otros desmanes, no he de ser tan benigno al calificar los incendios del Coto del Laurel y otros que se han sucedido y[16] se están sucediendo en la isla, así como los apedreos de establecimientos públicos, actos estos que nos avergüenzan y que nos han colocado en la categoría de pueblo verdaderamente salvaje y con instintos de ferocidad.
Para justificar los hechos bárbaros de que me vengo ocupando, seguramente que se traerá á colación las salvajadas que se dice han cometido en Ciales por las tropas y voluntarios españoles, que no niego ni afirmo, pero que desde luego condeno con toda mi alma y pido para sus autores la maldición del Cielo, ya que no ha de alcanzarles la justicia de la tierra, y digo que no ha de alcanzarles la justicia de la tierra, porque la de los americanos, no podía llegar á pueblos que estaban todavía ocupados por las tropas españolas.
De estas salvajadas, y de las víctimas que ellas trajeron consigo, no son responsables más que los impacientes, que sin elementos de fuerza bastante y sin autoridad ninguna, fueron á cometer allí donde había guarnición española, los mismos abusos y desmanes que cometieron en Santa Isabel, Yauco, Sabana Grande y otros. La fiera acorralada y herida les salió al encuentro, y cuando repartió zarpazos, no reparó al que cojía.
En la ciudad de New-York existe una colonia compuesta de más de 60,000 españoles con grandes capitales y grandes establecimientos de todas clases, y que seguramente habían contribuido con[17] sus recursos para el sostenimiento de la guerra con los Estados Unidos, lo que es lógico que supongan los americanos, y sin embargo, pueblo civilizado y culto, tanto como el que más lo sea, no se les ocurrió tirárseles encima y destrozarlos en un momento dado, cosa que les hubiera sido muy fácil.
La escuadrilla española mandada por el Contra-almirante Cervera, combatió con la escuadra americana mandada por el Almirante Sampson, y una vez que la segunda venció á la primera, desde el Almirante hasta el último grumete, se descubrieron respetuosamente y saludaron al vencido, tendiéndole la mano, y recibiéndolo en la cubierta de su buque con todos los honores militares que corresponden á su gerarquía.
Todos los Jefes, oficiales y tripulantes de la destruida escuadra, fueron llevados en calidad de prisioneros á la ciudad de New-York, y la seriedad de aquel pueblo, no permitió el más mínimo desmán ni las silvas y gritos que se iniciaron en el nuestro con los infelices prisioneros, que en cumplimiento de su deber, tuvieron la desgracia de serlo en el combate de Coamo.
Si para evitar estas silvas y estas impropias manifestaciones, hubo necesidad de tomar medidas ¿qué concepto podrán formar los americanos de un pueblo que parece no abrigar en su seno ninguna clase de sentimientos de nobleza ni de generosidad, para el vencido, que en todas partes es objeto de toda clase de consideraciones?
Hemos debido inspirar nuestra conducta en la que observaron los americanos con los ingleses cuando hicieron su independencia por la fuerza de las armas, y que en tono de mesurada y enérgica protesta, ha tenido ocasión de recordar el General insurrecto Calixto Garcia, al suponer el General Americano Shafter, que las tropas de Yara pudieran cometer desmanes contra los españoles residentes en Santiago de Cuba.
El incendiario que pega una tea, sabe donde empieza su crimen pero no puede calcular las consecuencias y alcances que tiene y se le puede considerar como aquel revolucionario, que al tratar de pegar fuego á un edificio, le hicieron saber que se trataba de una biblioteca pública y contestó que él no sabía leer.
El que en plena paz hace uso de la tea para destruir la propiedad creada, á fuerza de trabajo y de afanes, es un ser desgraciado que no cabe en ninguna sociedad, ni ha tenido nunca nada, ni espera vivir más que de la holganza, pues si tuviera la virtud del trabajo, no destruiría la propiedad que se lo ha de proporcionar.
La destrucción y la ruina que no sembraron los potentes cañones de la armada y ejército americano, han venido á sembrarla en plena paz los que debieran ser más interesados en que no se agotaron las fuentes del trabajo, y esto da una tristísima idea de lo que podemos esperar, y de aquí el pesimismo desconsolador que desalienta[19] mi alma, pues observo con pesar, que más veces nos hemos presentado en extremo serviles y otras como verdaderos salvajes.
No hay que olvidar ni por un momento que las autoridades militares que hoy nos rigen, han de ser las que informen de nuestro estado de cultura al Gobierno de Washington y esta será la norma en aquel se inspire para nuestro futuro gobierno, que en mi concepto, seremos por mucho tiempo colonia gobernada militarmente, pues antes de la llegada de los americanos, con el ensayo de autonomía que tuvimos y después que ellos llegaron, con esperanzas de más libertades, hemos probado en cien ocasiones, que carecemos de educación político-social y que estamos inhábiles para vivir la vida de los pueblos libres.
Esta es mi opinión franca y sincera, que si ruda y desagradable, se me perdonará en gracia de la honradez con que la expongo en bien del pueblo de cuyo seno procedo.
Recapacite nuestro pueblo á fin de que se enmiende de pasados errores, que de repetirse, pueden hacernos dar un paso atrás y ser de fatales consecuencias para el porvenir: vuelva sobre ellos y piense que por la senda emprendida no se va más que al descrédito de nuestra personalidad, que puede ser anulada para todo, en tanto que la de los españoles, en breve tiempo tendrán aquí su representante, y como extranjeros, disfrutarán de la misma consideración, del mismo respeto,[20] y de la misma seguridad personal para ellos y para sus intereses, que disfrutan en New-York y otras ciudades de la Unión, donde son acojidos como elementos valiosos de la sociedad, por sus hábitos de trabajo y de economía.
Si en esta nueva evolución nos estacionamos ó retrocedemos, se puede asegurar que seremos arrollados, mientras que si la actividad y el trabajo es nuestra norma, nos tenderán la mano para sacarnos adelante y llevarnos en su compaña.
Hoy es necesario olvidarse de lo pasado y tener muy presente que en la batalla de la vida nos han asaltado las fuerzas de una raza superior á la nuestra, y en vez de perder el tiempo en ruines venganzas y en mezquinas rencillas, es necesario disponer el ánimo y emprender resueltamente la lucha por la existencia, á fin de que si en ella sucumbimos, que sea cumpliendo el deber.