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Nota del transcriptor: Consulte la nota del autor al final del libro en la página “Fé de las principales erratas”. Errores de impresión y puntuación se han corregido, y las erratas enumeradas, pero algunos pueden permanecer—reproducido como el texto original.

[I]

PARIS
EN AMÉRICA

POR
EL DOCTOR RENATO LEFEBVRE

PARISIENSE
de la Société des Contribuables de France et des Administrés de Paris;
des Sociétés Philadelphique et Philarmonique d’Alise et d’Alaise, etc.;
DE LA REAL ACADEMIA DE LOS TONTOS DE GUISANDO;
Pastore nell’ Arcadia in Brenta (detto Melibeo l’Intronato);
Mitglied des Gross-und Klein-Deutschen Narren-Landtages,[1]
Mitglied der K. K. Hanswurst-Academie zu Gaenserdorf;[2]
MEMBRE
du Club Tartelon, a Coventry F. R. F. S. M. A. D. D., etc.

Comandeur de l’Ordre grand-ducal DELLA CIVETTA;
CHEVALIER DU MERLE-BLANC (LXXXIXᵉ CLASE) AVEC PLAQUE, ETC., ETC.

Ægri somnia.

TRADUCIDA POR
LUCIO V. MANSILLA—DOMINGO F. SARMIENTO.
DE LA DÉCIMA EDICION FRANCESA.

[1] Miembro de las Dietas, grande y chica, de locos Alemanes.

[2] Miembro de la Real Academia de Charlatanes, de Gaenserdorf (ó sea pueblo de los Patos).

BUENOS AIRES
Imprenta de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Tacuarí 65
1864.


[II]

NOTA DE LOS TRADUCTORES.

Como el penetrativo lector vá á verlo, hemos creido conveniente para su mejor intelijencia introducir en nuestra traduccion algunos neolojismos. El carácter del libro lo permite. Contiene filosofia y mucho caudal de enseñanza; pero no es ni un tratado de filosofía, ni una obra didáctica.

El pronombre personal vous,—que en el estilo familiar se traduce Ud. hemos creido conveniente traducirlo vos, siguiendo en esto á algunos buenos traductores modernos, y la opinion del nuevo Diccionario de literatos de 1863 que dice—que vos es un término medio entre el tu y el Ud. y que es muy usual entre las personas que ni quieren tutearse ni tratarse con la frialdad y ceremonia que implica el Ud.

Por la unidad de la ortografía pondremos siempre jota en las sílabas jeji.


[III]

PARIS EN AMÉRICA.

Lector:

Hé ahí el nombre del libro, cuya traduccion os ofrecemos. Está dedicado á la Europa y la América. Lleva ya siete ediciones agotadas, y sin embargo, continúa todavia despertando la atencion del mundo civilizado.

Su autor se oculta bajo el pseudónimo de Lefebvre, y no podemos deciros á que viene el misterio, tratándose de una reputacion tan hecha como la de Laboulaye. Son secretos de la mente, cuyo velo no tenemos el poder de descorrer.

El rosario de títulos con que Lefebvre se adorna, puede padeceros trivial é induciros á creer que el charlatanismo ha querido abrirse paso, lanzando un globo de esploracion. Pero no: Lefebvre es hombre sério y sesudo,—sério como un metodista, sesudo como un catalan,—y si habla en tono de broma es que en los tiempos que alcanzamos, los libros y papeles que mienten y engañan mas son los libros y papeles sérios. Díganlo si no el Times y el Monitor, comparados con el Punch y el Charivari; la Tribuna y el Mosquito, Montaigne y Renan.

La sociedad quiere que se la engañe sin reir, y que se la diga la verdad haciéndola reir. Con su pan se lo coma, como decia frecuentemente el padre de uno de los traductores: en el pecado lleva la penitencia!

Leedlo y lo vereis. Os aseguramos bajo nuestra palabra de honor, que no sereis como Nemorino, víctima de Dulcamara. Hay en él, algo para la mujer, algo para el hombre, algo para el comerciante, algo para el fraile, algo para el gobierno, algo para el pueblo, algo para los necios, algo para los vivos, en suma, y para acabar en dos palabras la enumeracion, mucho para todos.

Si lo leeis en invierno os aseguramos que no os incomodará la lumbre de la estufa (si la teneis),—ni el frio (que lo dudamos). Si lo leeis en verano, la cuestion cambia de aspecto, como es natural, y, es casi seguro que si estais al rayo del sol lo aguantareis. Es libro para el hogar,—libro para el campamento,—libro para el tourist, y que solo puede no divertir á los que admiran la organizacion política y social de la China ó del Mogol.

Si creis que, porque habeis leido á Tocqueville, Chevalier, Grimke y las correspondencias de Debrin, conoceis la América, os equivocais.[IV] Los tres primeros os habrán dicho y enseñado, como está constituido el gobierno, os habrán esplicado la complicada y á la vez sencilla maquinaria del réjimen representativo, democrático, federal. El último os habrá edificado diciéndoos como se matan los pueblos libres del todo, con los pueblos libres á medias,—el Norte con el Sur,—y os habrá engañado mas de una vez. Pero ninguno de ellos os habrá revelado una cosa tan interesante como la que ha podido ver y estudiar Lefebvre, sin mas trabajo que comerse una píldora. Reis eh! Y, sin embargo, vivimos en el siglo de las píldoras. Díganlo sino Brandreth, Torres y el que la ha hecho tragar á la Francia que el imperio es la paz.

Os diremos que cosa es esa,—no sea que nos tacheis de charlatanes, á nosotros pobres traductores, que tanto aborrecemos en su esencia y en su forma la literatura Kerosénica. Pues esa cosa es: como vive y debe vivir un pueblo libre, ó diciendo lo que hubiéramos debido decir primero,—qué clase de bien-estar, de sentimientos, é ideas son las que desarrolla y debe desarrollar la libertad bien entendida y sínceramente practicada.

Ya veis que el negocio es de interés para un pueblo, que como el Argentino, al cual tenemos el honor de pertenecer, nos atrona todos los dias los oidos hablándonos de libertad,—de instituciones—etc., etc.,....

Leed, pues, á Paris en América, y, no nos creais en el resto de nuestra vida si su lectura no os hace buen provecho. Si la píldora no os cura la indigestion de malas ideas y de falsas apreciaciones que teneis, desde sabe Dios cuando os empachásteis con libros franceses del siglo pasado.

Un palabra todavia,—llamadnos esplotadores, si os dormis leyendo nuestra traduccion,—corruptores de la conciencia pública, si ella deja en vuestro corazon, en el de vuestros hijos ó hijas, nietos, viznietos, tataranietos ó choznos, de ambos sexos, el jérmen de una mala semilla.

Es lo único que en el preámbulo podemos deciros y ofreceros; lo que debeis darnos en cambio del servicio que creemos rendiros vá en la Postdata[3], con todo lo cual quedamos, lector querido, vuestros—

muy atentos servidores.

LUCIO V. MANSILLA—DOMINGO F. SARMIENTO.

[3] Se suprime la Postdata—que salió en el Prospecto suelto.


[V]

AL LECTOR.

Lector amigo: te ofrezco este librejo, escrito para tu regalo y para el mio. No lo dedico ni á la fortuna ni á la gloria,—la fortuna es una doncella que, hace seis mil años, corre tras los jóvenes; la gloria es una vivandera que no se complace sinó con los soldados. Soy viejo, no he muerto á nadie, y por eso no tengo mas deseo que buscar la verdad á mi modo, y decirla á mi manera. Si no tengo toda la gravedad de un buey, de un ganzo, ó de un........ (escoje el nombre que quieras), perdóname; los primeros actos de la vida nos han hecho llorar lo bastante para que nos sea permitido reir antes que caiga el telon. Cuando se han perdido las ilusiones de los veinte años, no se toma á lo sério ni la comedia, ni los comediantes.

Si este librejo te agrada, bueno; si te escandaliza, tanto mejor; si lo arrojas, no tienes razon; si lo comprendes, eres mas ducho que Maquiavelo. Házlo el breviario de tus horas perdidas, que no tendrás de que arrepentirte: Non est hic piscis omnium. Las paradojas de la víspera son las verdades del dia siguiente. ¡Al buen entendedor, salud!

Algun dia, quizá, verás á la débil luz de mi linterna, la fealdad de los ídolos que adoras hoy dia; quizá tambien, mas allá de la sombra decreciente, apercibas en todo el encanto de su inmortal sonrisa, á la Libertad, hija del Evanjelio, hermana de la justicia y de la piedad, madre de la igualdad, de la abundancia y de la paz. Ese dia, lector amigo, no dejes estinguir la llama que te confio; alumbra, ilumina á esa juventud que nos apura ya y nos empuja, preguntándonos el camino del porvenir. ¡Ojalá! que ella sea mas loca que sus padres, pero de otra manera, tal es mi deseo y mi esperanza.

Con esto, ruego á Dios te libre de ignorantes y de tontos. En cuanto á los malos, ese es tu cuento; la vida es un entrevero: has nacido soldado, defiéndete; ó mejor dicho, recupera de los Americanos la antigua divisa de la Francia: ¡Adelante! siempre y en todas partes, ¡Adelante!

RENATO LEFEBVRE.

New Liberty [Virginia] Julio 4 de 1862.


[1]

PARIS EN AMÉRICA.

CAPITULO PRIMERO.
Un espiritista americano.

“Mr. Jonatás Dream, espiritista y medium trascendental de Salem (Mass.) invita á vd. á la velada psíquica y medianímica, que dará el martes 1.ᵒ de Abril próximo, en su hotel, calle de la Luna número 33.”

“Sonambulismo, éxtasis, vision, prevision, profesía, segunda vista, doble vista, adivinacion, penetracion, sustraccion del pensamiento, evocaciones, conversacion, poesía, y escritura sobre-naturales; pensamientos de ultra-tumba y arcanos de la vida futura descubiertos, &a. &a.”

Las puertas se cerrarán á las ocho de la noche en punto.

¡Pardiez! decia yo para mi coleto, leyendo y volviendo á leer esta carta,—deveras que no me disgustaria hacer relacion con un medium americano, cofrade en pneumatolojia positiva y esperimental, porque habeis de saber que yo tambien soy espiritista. ¡Que diantre! Bien puede uno no ser sino un simple vecino de Paris, y, sin embargo, haber ovocado yá lo mismo que cualquier otro á César, Napoleon, Voltaire, Madama de Pompadour, Ninon, Robespierre etc. Algo mas, y lo diré, aunque repugne á mi modestia: estos ilustres personajes no me han eclipsado con su jénio: todos me han respondido como si yo mismo les hubiera soplado la respuesta. Veamos si el Señor Jonatás Dream, con sus pretenciones de ultramar, tiene mas espíritu, ó mas espíritus que vuestro servidor, Daniel Lefebvre, médico de la facultad de Paris, discípulo en espiritismo de Mr. Hornung de Berlin, de Mr. de Keichembach y del baron de Guldenstuble.—A espiritista, espiritista y medio.

En una hermosa habitacion, al estremo de un salon herméticamente cerrado, aunque resplandeciente de luces (lo que no sucede jeneralmente en nuestras reuniones espiritistas) encontré á Mr. Jonatás Dream sentado delante de una mesa redonda.[2] Tenia la mirada melancólica y el rostro inspirado de las sibilas. Frente á él estaban sentados media docena de sus adeptos, con aire recojido. Siempre el mismo público: jentes nerviosas, mugeres que no han sido comprendidas, sarjentos-mayores ó viudas retiradas; cada uno escribia en un papel el nombre de los muertos que queria interrogar; yo hice lo mismo que todos.

Mezclados los nombres en un sombrero, el primero que se sacó fué el de José de Maistre. Jonatás se recojió por un instante, aplicó la mano á su oido, para escuchar la voz que le hablaba muy bajo, y escribió rápidamente lo que sigue:

“—No hay conocimiento estéril; todo conocimiento se parece á aquel de que habla la Biblia: Adan conoció á Eva, y Eva concibió.”

“—Sin Credo no hay crédito.”

—Eh! eh! me dije, hé ahí unas paradojas que tienen buen aspecto; están dotadas de toda la ridiculez del padre, me parece solamente, haberlas visto yá en alguna parte: en lo de Baader, si no me engaño. Despues de todo, allá arriba no hay propiedad literaria y es muy posible que por distraccion, se entretengan en robarse las ideas. Hipócrates, vino en seguida,—tuvo la cortesanía de hablar en francés; he aquí lo que escribió su intérprete.

—El hombre que piensa mas, es el que dijiere menos. En circunstancias iguales, el que piensa menos es el que dijiere mejor.

—Ay de mi!—esclamó una mujercita, cuyo rostro descarnado, desaparecia bajo las ondas de sus cabellos encanecidos—esa es una repuesta de médico, una repuesta brutal, hecha por los hombres y para los hombres. No es ese el pensamiento que consume el corazon, es.... Y suspiró.

Se llamó á Nostradamus,—se le pidió su opinion sobre el porvenir de Polonia, de Francia, y de Italia. La siguiente es la repuesta del gran adivino, jénio sublime que deja siempre á los otros el cuidado de entender lo que dice.

En France, Italie et Pologne,
Beaucoup d’esprit, peu de vergogne
En Pologne, France, Italie
On est sage aprés la folie;
En Italie, Pologne et France
Moins de bonheur que d’esperance[4]

Tuvimos que contentarnos con este oráculo, demasiado profundo para que fuera claro. Despues del hechicero provenzal,[3] le tocó el turno á Kosciusko. Esa noche el Washington polaco estaba de mal humor, no se le pudo arrancar nada mas que esta divisa latina; In servitute dolor, in libertate labor; en la esclavitud dolor, en la libertad labor, tres veces se le interrogó, tres veces dió esta repuesta seca, arrojándónosla al rostro como un reproche, que ni siquiera comprendiéramos.

El último billete pedia que se interrogasen á Don Quijote, á Tom Jones, á Robinson ó á Werther, lo que hizo reir al cenáculo, aunque á decir verdad, no tenia bastante gana. El autor de esta impertinencia, tengo verguenza de confesarlo,—era yo.—Los muertos y los vivos me fastidian hace tanto tiempo, que me habria gustado mucho saber lo que pasa en las cabezas de jentes que jamás existieron.

Jonatás Dream arrojó el aciago billete á la canasta, y anunció que la sesion habia concluido, despidiéndonos á fuerza de cortesias.—En el momento en que yo salia, me puso la mano en el hombro, y me rogó que me quedase.

Una ves solos:—Sois vos cófrade, me dijo riendo de un modo singular, sois vos quien me ha dirijido una pregunta que esos profanos juzgan indiscreta?—quizá sois de su parecer. ¡Ciego, que nunca habeis sondado los arcanos de la eterna verdad!—¿Os imaginais que don Quijote y Sancho, que Robinson y Domingo, que Werther y Carlota, que Tom Jones y Sofia, no han existido?—¡Qué!—el hombre no puede crear un átomo de materia, ¡y suponeis que pueda crear pieza por pieza almas que no perecerán jamás!—¿No creis tanto en D. Quijote como en todos los Artajerjes?—¿Acaso Robinson no ha vivido, á vuestro juicio, lo mismo que los Drake y los Magallanes.

—¡Cómo!—¿el injenioso D. Quijote ha vivido?—¿Y podria yo conversar con el sabio prefecto de la Insula Barataria?

—Sin duda.—Comprended pues, lo que es un poeta. Es un vidente, un profeta, que se eleva hasta el mundo invisible. Allí, entre los millones de seres que han pasado sobre la tierra, y cuyo recuerdo se ha perdido aqui abajo, él escoje aquellos que quiere hacer revivir en la memoria de los hombres.—Los evoca, les habla, les escucha, y escribe segun su dictado. Lo que la necia humanidad, toma por una invencion del artista, no es mas que la confesion de un muerto desconocido; pero vos que sois espiritista, ó que teneis pretenciones de tal, ¿cómo es que no reconoceis una voz extra-natural?—¿Porqué os dejais engañar como la multitud?—¿Tan poco adelantado estais en las vias de la medianimidad? Al hablar asi, Jonatás Dream, echó la cabeza[4] hácia atrás, y agitando los brazos, abriendo y cerrando las manos, avanzó sobre mi, como para ahogarme en su fluido.

—Cofrade, le dije, veo que sois un hombre de talento, aunque espiritísta; y no dudo que podais escribirnos un discurcito á la D. Quijote, ó improvisar algunos nuevos refranes dignos de Sancho.—Pero estamos solos, y ambos somos agoreros; tenemos el derecho de mirarnos y hasta el de reirnos mirándonos. No pasemos adelante, os deseo un feliz éxito. En Francia es cosa sabida; el pueblo que se crée el mas espiritual de la tierra es naturalmente el que con mas facilidad se deja conducir de la punta de la nariz. Preguntádselo á las mujeres de París.

—Alto ahí,—esclamó el májico con tono furioso. ¿Me hé engañado acaso?—¿Sois un falso hermano?—¿Me tomais por un charlatan, por un mistificador, por un saltimbanqui?—Sabed que Jonatás Dream no ha dicho jamás una palabra que no fuera verdad. ¡Ah! dudais de mi poder, caballerito. ¿Qué prueba quereis que os dé?—¿Es necesario que os quite todas vuestras ideas, lo que no será dificil; es necesario haceros dormir, que paseis por el frio, el calor, el viento, ó la lluvia, es necesario....?

—Nada de magnetismo, le dije; sé que en eso hay un fenómeno natural mal conocido hasta ahora, y del cual abusais.—Si quereis convencerme, no principieis por hacer dormir.—No estamos en la Academia.

—Y bien, dijo él, fijando en mí sus ojos relucientes, ¿qué diriais si os transportára á América?

—¿A mí?—Necesito verlo para creerlo.

—Sí, á vos, esclamó, y no solamente á vos, sino á vuestra mujer, vuestros hijos, vuestros vecinos, vuestra casa, vuestra calle, y si pronunciais una palabra, á París entero.—Sí, agregó, poseido de una ajitacion febril, sí, si quiero, mañana por la mañana París estará en Massachusetts; y en los bordes del Sena no habrá mas que una llanura desierta.

—Mi querido hechicero, hubiera convenido vender vuestro secreto al señor Prefecto del Sena; eso nos habria economizado algunos millones quizá. Durante la ausencia de los parisienses, se les habria hecho un París nuevecito, recto y monótono como Nueva York; un París sin pasado, sin monumentos, sin recuerdos; nuestros arquitectos todos, y todos los maestros administradores se hubiesen enloquecido de puro gozo.

—Os chanceais; dijo Jonatás, teneis miedo....os lo repito: mañana, si quiero, París estará en Massachusetts, junto con Versalles—¿Aceptais el desafio?

Sí, ciertamente, lo acepto, respondíle riendo. Y sin embargo,[5] la seguridad de este demonio de hombre me turbaba. Soy entendido en materia de fanfarronadas; leo veinte diarios todos los dias, y he oido á mas de un ministro en la tribuna; pero esa voz de iluminado me imponia, apesar mio.

—Tomad esta caja, dijo el májico con tono imperioso; abridla, hé ahí dos píldoras, una para vos, otra para mí, escojed, y no me interrogueis.

—Habia ido demasiado lejos para retroceder—Tragué uno de los glóbulos, Jonatás tomó el otro y me saludó, diciéndome con voz cavernosa: Hasta mañana, del otro lado del océano.

Una vez en la calle, me encontré en un estado singular. Corrí de un aliento á los Campos Eliseos, sin apercibirme de la distancia. Me sentia mas vivo, mas lijero, mas elástico que nunca lo estuvo creatura humana; me parecia que saltando tocaria los cuernos de la luna, que se elevaba en el horizonte. Todos mis sentidos tenian una sutileza increible—Desde la plaza de la Concordia veia los carruajes que daban vuelta al rededor del arco de la Estrella, escuchaba el tic-tac de la gran aguja que marca la hora en el reloj de las Tullerias. La vida corria por mis venas con una velocidad y un calor desconocidos; me preguntaba si una mano invisible no me conducia yá al otro lado del Atlántico. Para tranquilizarme, miré á la apagada media luna que ascendia lentamente en el cielo. Seguro de no haber cambiado de meridiano, entré en mi casa, avergonzado de mi credulidad, y me dormí riendome de Mr. Dream y de sus locas amenazas.


[6]

CAPITULO II.
¿Es esto un sueño?

Durante la noche tuve un sueño—¿Fué en efecto un sueño? Jonatás sentado á mi cabecera me miraba con aire burlon.

—¡Qué tal! decia, señor incrédulo—cómo os encontrais despues de la travesia?—¿El viaje os ha fatigado demasiado?

—El viaje, murmuré; si no me he movido de la cama.

—No; pero estais en América—No os tireis de la cama como un loco,—esperad á que os dé algunas instrucciones para que la sorpresa no os mate. En primer lugar, he trastornado vuestra casa. En un pais libre no se vive como en una caserna, revuelto, sin reposo y sin dignidad. De cada uno de esos cajoncitos, que llamais pisos, he hecho una habitacion á la americana, la he dispuesto y amueblado á mi modo, y le he agregado un jardincito. Para arreglar asi las cuarenta mil casas de París, he empleado cerca de dos horas; no lo siento; vedos señor de vuestra casa, es la primera de las libertades. De hoy en adelante no tendreis que sufrir á vuestros vecinos, ni que hacerles sufrir á su vez. Olores de cocina y de caballeriza, gritos de niños, de mujeres y de amas, ahullidos de perros, maullidos de gatos y de pianos: todo se acabó, no sereis en adelante un número de presidio ú hospital, un harenque aprensado, sois un hombre; teneis una familia y un hogar.

—¡Mi casa trastornada!—Estoy arruinado; ¿qué habeis hecho de mis inquilinos?

—Estad tranquilo: estan ahí, cada uno de ellos en una cómoda casita. Al presente son enfiteutas que os pagarán su renta durante medio siglo, sin que cada tres años tengais que sorprenderos los unos á los otros, y engañaros á quien mejor. He colocado á vuestra derecha á M. Leverd, el especiero, hoy dia. Mr. Green. M. Petit, el banquero del primer piso, sé ha hecho Mr. Little, y no es un personaje menos notable con sus millones. M. Reynard[5], el abogado del piso segundo, se llama el señor Procurador Fox[6], y no perderá por esto una[7] sola de sus picardias. A vuestra derecha encontrareis al vecino del cuarto piso, el bravo coronel Saint-Jean, convertido en the gallant colonel Saint-Jean, con todos sus reumatismos, y en fin á Mr. Rose, el farmacéutico, que no es ni menos importante, ni menos majestuoso desde que se llama, M. Rose, el boticario. En cuanto á vos, mi querido Lefebvre, vedos convertido, por derecho de inmigracion, en el señor doctor Smith, miembro de la familia mas numerosa que haya salido del tronco anglo-sajon. Haced fortuna matando ó curando á vuestros clientes del nuevo mundo, que no serán mosquitos, lo que os falta.

Queria llamar; pero los ojos del terrible visitante me clavaban en el lecho.

—Apropósito, dijo riendo, os sorprendereis un poco, cuando oigais á vuestra mujer, á vuestros hijos, á vuestros vecinos hablar ingles y ganguear. Han dejado la memoria en el viejo mundo y ahora son Yankees pur sang. Efecto admirable del clima; notado ya por el príncipe de los espiritístas, el grande Hipócrates. Los perros dejan de ladrar cuando se aproximan al polo; el trigo, bajo el ecuador, es una grama estéril; un Yankee en París cree haber nacido gentil-hombre: un francés en los Estados-Unidos pierde el horror á la libertad. En cuanto á vos, señor incrédulo, os he dejado con vuestras preocupaciones y vuestros recuerdos. Trato de que juzgueis de mi poder, con conocimiento de causa. Sabreis asi Jonatás Dream es ó no un espiritísta; vedos metido en una piel Américana, de donde no saldreis mientras no me dé á mí, la regalada gana.

But I cannot speak English[7], esclamé; y me detuve bruscamente, temeroso de silvar como un pájaro.

—No tan mal, dijo el insoportable burlon; antes de dos dias confundireis Shall y will, these y those[8], con toda la facilidad y la gracia de un Escoces. Adios, añadió levantándose; adios, me esperan á media noche en casa de la sultana favorita, en el harem de Constantinopla; á las dos de la mañana debo estar en Lóndres, y veré salir el sol en Pekin. Una advertencia mas; no olvideis que el sabio no se sorprende de nada. Si veis á vuestro alrededor alguna figura estraña, no griteis al diablo: os encerrarian con nuestros lunáticos. Seria un obstáculo á vuestras observaciones.

Me levanté sobresaltado. Tres puñados de fluido, recibidos en pleno rostro, me dejaron inmóvil y mudo. Con esto, mi[8] traidor me saludó riendo sardónicamente; en seguida, tomando un rayo de luna, que se arrastraba por la habitacion, se envolvió en él, atravesó la ventana, y se evaporó en los aires.—Espanto, magnetismo, ó sueño; no lo sé,—me sentí postrado:

Y’ venni men cosi com’ io morisse
E caddi, come corpo morto cade[9].

[9]

CAPITULO III.
Zambo.

Cuando volví en mi, era de dia—Mi hijo cantaba á toda voz el Miserere del Trovador; mi hija, discípula de Thalberg, ejecutaba con incomparable brio las variaciones de Sturm sobre un aire variado de Donner. A lo lejos, mi mujer reprendia á la sirvienta, que la respondía á gritos. Nada habia cambiado en mi pacífica morada,—las angustias de la noche eran un vano sueño; libre de esos terrores quiméricos, podia seguir una dulce habitud, soñar despierto, mientras esperaba el almuerzo.

A las siete, segun costumbre, el sirviente entró en mi habitacion y me entregó el diario. Abrió la ventana, y entreabrió las persianas; el resplandor del sol y la vivacidad del aire me hicieron el efecto mas agradable. Volví la cabeza hacia la luz, ¡horror!—los cabellos se me erizaron, ni fuerzas tuve para gritar.

Estaba en mi presencia un negro, riente y alegre, con dientes como teclas de piano, y dos enormes lábios rojos que le cubrian la nariz y la barba. Enteramente vestido de blanco, como si temiera no parecer bastante negro, el animal se me aproximó, sacudiendo su cabeza crespa y revolviendo sus enormes ojos.

—El amo ha dormido bien; dijo cadenciosamente, Zambo está contento.

—Para disipar esta pesadilla cerré los ojos; mi corazon palpitaba á punto de romperme el pecho; cuando me atreví á mirar,—estaba solo. Saltar de la cama, correr á la ventana, tocarme los brazos y la cabeza, fué cosa de un segundo. En frente de mí habia una série de casitas alineadas como casuchos de naipes, tres imprentas, seis diarios, carteles por todas partes, el agua desperdiciada desbordando en las acequias. En la calle jentes atrafagadas, silenciosas, corriendo con las manos en los bolsillos, sin duda para ocultar en ellos, los revolvers; ni ruido, ni gritos, ni paseantes, ni cigarros, ni cafées, y hasta donde alcanzaba mi vista no se veia un solo ajente de policía, un solo jendarme. ¡No habia remedio! estaba en América, desconocido,[10] solo, en un pais sin gobierno, sin leyes, sin ejército, sin policia, en medio de un pueblo salvaje, violento y codicioso. ¡Era hombre perdido!

Mas abandonado, mas desolado que Robinson despues de su naufrajio, me dejé caer sobre un sillon que inmediatamente se puso á hacerme bailar. Levantéme temblando, me buscaba en el espejo, ¡ay! y no me encontraba. Estaba frente á mí un hombre flaco, de frente calva, sembrada de algunos cabellos rojos, con el rostro descolorido, rodeado de flamíjeras patillas que caian hasta los hombros. ¡Hé ahí lo que la malignidad de la suerte hacía con un Parisiense de la Chaussée-d’Antin! Estaba pálido, mis dientes rechinaban y el frío me llegaba á la médula de los huesos. Séamos hombres, esclamé, tengo una familia y el nombre francés que sostener. Es necesario recobrar sobre mis sentidos el imperio que pierdo. La adversidad es la que hace los héroes!

Quise llamar; no habia campanilla: apercibí un boton de cobre que empujé á la ventura. De repente apareció Zambo, como esos diablos que salen de una caja, y sacan la lengua al saludar.

—Fuego, grité, traed me fuego, quiero una gran lumbre en la chimenea.

—¿El amo no tiene fósforos? dijo Zambo, mostrándome los avíos de encender sobre la chimenea. ¿El amo no puede agacharse? agregó con tono irónico. En seguida dando vueltas á un tornillo en la parte inferior de la chimenea y aplicando un fósforo á la leña de fundicion, hizo rutilar mil lenguas de fuego.

—¡Es permitido, ¡buen Dios! esclamó al salir, incomodar al pobre negro que está tomando el sol?

—Pueblo salvaje, murmuré yo, aproximándome al fuego y reanimándome al sentir su calor suave é igual; pueblo salvaje, que no tiene ni palas, ni tenazas, ni fuelles, ni carbon, ni humo; pueblo bárbaro que no conoce siquiera el placer de atizar el fuego. Dar vueltas á un tornillo para encender, estinguir ó arreglar el fuego, es verdaderamente la obra de una raza sin poesía, que no deja nada á lo imprevisto, y que tiene miedo de perder un minuto, porque el tiempo es dinero.

Luego que me hube alentado, pensé en mi tocador. Tenía delante de mí, una mesa de jacaranda atestada de cabezas de cisnes de cobre y de otros adornos de mal gusto; pero adornada de esas porcelanas inglesas que regocijan la vista por la riqueza del colorido y del dibujo. Habia sobre esta mesa, y en profusion,[11] cepillos, esponjas, jabones, vinagres, pomadas, etc., pero ni una gota de agua. Oprimí de nuevo el boton; Zambo entró mas atufado que á la salida.

—Agua caliente y fria para vestirme; pronto, estoy de prisa.

—Esto es demasiado, esclamó Zambo; el amo no puede dar vueltas á la llave del agua fría y á la llave del agua caliente que están en el rincon? Palabra de honor: esto es echarlo á uno; mi no puede continuar sirviendo á un amo que no vé jota. Y salió dándome con la puerta en los hocicos.

—Agua caliente á todas horas y en todas partes, es cosa cómoda; pero es el invento de un pueblo que no piensa mas que en su confort; gracias á Dios, nosotros no hemos llegado á este punto. Pasarán un siglo ó dos antes que la noble Francia descienda á este esmero de molicie, á este aseo afeminado.

Nada refrezca tanto las ideas, como el hacerse la barba. Despues de haberme afeitado, me encontré otro; comencé hasta á reconciliarme con mi cara larga y mis dientes de adelante. Si tomara un baño, dije para mis adentros, acabaria de calmarme,—podria afrontar, con mas coraje, la vista de mi mujer y de mis hijos: ¡ay de mí! quien sabe si no están mas cambiados que yo!

Llamé:—Zambo se presentó de nuevo, con el rostro descompuesto.

—Amigo mio: ¿dónde hay un establecimiento de baños en la ciudad? Enseñadme el camino.

—Un establecimiento de baños, amo, ¿para qué?

Me encojí de hombros.—Imbécil, para bañarse, por lo menos.

—El amo quiere tomar un baño, dijo Zambo, mirándome con una sorpresa mezclada de espanto. ¿Es para eso que el amo me hace venir desde el fondo del jardin?

—Sin duda.

—Esto es demasiado, gritó el negro tirándose de las motas. Cómo! hay una sala de baño al lado de cada dormitorio, y el amo hace subir á Zambo para decirle: “Mi amigo, ¿dónde puede uno bañarse?” No se burla uno así de un americano.

Empujando una puertita oculta bajo la tapicería, el negro me hizo entrar en un gabinete elegante, donde habia una bañadera de mármol blanco.

—Vamos, Zambo, murmuré con tono furioso y cómico á la vez, dá vuelta la llave para el Amo: llave del agua fria, llave del agua caliente; revuelve el baño, pon las sábanas á calentar; haz de nodriza, Zambo; el amo no sabe servirse de sus manos.

No tenía otra cosa que hacer sinó callarme, dejaba á Zambo[12] exhalar su furia y no queria que me sacara la lengua; pero, en mis adentros, maldecia estas horribles casas americanas, moradas insociables, verdaderas prisiones, de las que no se puede salir, puesto que en ellas se encuentra á la mano, todo lo que en Paris tenemos el placer de ir á buscar fuera de casa, á mucho precio, es cierto, pero muy lejos.


[13]

CAPITULO IV.
En casa.[10]

Una vez fuera del baño sin haber conseguido calmarme, descendí muy pensativo la escalerita que conduce al piso bajo. ¿Qué habian hecho de mi casa? ¿Bajo qué máscara iba yo á encontrar á mi familia? Entré al comedor, no habia nadie; pasé al salon, ni un alma. Mientras esperaba, me entretuve en mirar las dos habitaciones, con el objeto de habituarme al aspecto de mi nuevo alojamiento.

El comedor, además del alfombrado, tenia por único adorno un viejo y pesado aparador de jacarandá cargado de tasas de la China y de teteras de metal inglés, mas brillante que la plata. En frente al armario, habia tres grabados mediocres. Al centro, Penn tratando con los indios bajo el álamo de Sthakamaxon; á la derecha el retrato de pié de Washington con su caballo y su negro; á la izquierda, la imájen del soberano pro-tempore, el honrado y viejo Abád, en otras palabras, el honorable Abraham Lincoln, antiguo constructor de cercados,[11] presidente, hoy dia de los Estados Unidos.

¡Hé ahí, esclamé, los jénios protectores de mi nuevo hogar, del hogar de un francés educado en el culto de la fuerza y del éxito! Un cuácaro pacífico, un jeneral que pudiendo ser emperador del Nuevo Mundo, se rebaja hasta el punto de ser el primer majistrado de un pueblo libre, un artesano que llega á ser abogado á fuerza de trabajo, y por casualidad.—Presidente de su pais,—tales son los héroes de la América. En esta tierra semi-salvaje la moral de los paisanos es la misma de los grandes hombres. ¿Qué puede esperarse de una nacion que tiene semejantes preocupaciones? ¡No es ella, por cierto, la que le dará un César al mundo! En la sala habia un piano de palisandra, un escritorio recargado de papeles y una biblioteca llena de libros. Tres ó cuatro Biblias figuraban entre las[14] obras de Francisco Quarles, de Bunyan, de Jeremías Taylor, de Law, de Jonathan Edwards, de Channing, toda jente muy honrada sin duda; pero cuyos nombres leia por vez primera. No pasé adelante: la teolojía me desagrada hasta en las noches de insomnio. Seguian algunos historiadores y moralistas, Franklin, Emerson, Marshall, Washington-Irving, Prescott, Bancroft, Lothrop-Motley, Tiknor; á continuacion algunos romances sérios, y una multitud de poetas ingleses, americanos, alemanes, y hasta españoles. ¿Y la Francia dónde estaba? Ay! por todo representante de la patria no encontré mas que un Telémaco, con la pronunciacion figurada ó mas bien desfigurada en inglés. Y pensar que un dia para celebrar quizá el natalicio de su padre, mi hija, mi querida Susana, me recitaria con sus lábios seductores el: Calepso ne povait se connsolére diou départe d’Youlis! Despechado arrojé el libro y pasé al jardin: era un pedacito de tierra rodeado de cuatro paredes, cubiertas de yedras y madreselvas; sembrado de lilas, rosales y flores desconocidas; en el fondo habian un invernáculo pequeño y un kiosco chinesco; abrigo cómodo para tomar el té, fumar un cigarro ó contemplar las estrellas. En el jardin no habia nadie, si se esceptúa á Zambo, tendido como una estátua de bronce sóbre una mesa de mármol blanco. El negro roncaba con el rostro vuelto hácia el sol y cubierto de moscas, descansando de las crueles mortificaciones que yo le habia causado. El bribon se aprovechaba de estar á mi servicio, para no hacer nada y dormir á pierna suelta.

Comenzaba á intrigarme este paseo solitario en los dominios de la Bella del Bosque durmiente; iba á despertar á Zambo para tener el placer de reñir con un cristiano, cuando escuché voces que salian del bajo piso, ó como dicen los Franco-Americanos en su patria, del basement, palabra que faltará durante mucho tiempo al diccionario de la Academia.

Despues de haber descendido algunos escalones, apercibí al fin en una espaciosa cocina á dos mujeres, que no sintieron el ruido de mis pasos, tan atareadas estaban. Una de ellas, la que me daba la espalda, pero á quien reconocí por la voz, era mi querida Jenny, la madre de mis hijos; la otra, á quien recien iba á conocer, enorme criatura, rubia, de cinco piés y ocho pulgadas de estatura, y con aspecto mas bien de granadero escocés que de hija de Eva, era Marta, la cocinera, natural de Pensylvania, y tunkeriana ó tunkerista de relijion, cosa parecida á cuácara; escelente persona que resongaba á toda hora y no tenía mas defecto que tratar de pagano ó de publicano á cualquiera[15] que usára botones en el vestido ó en la levita. Para esta alma exaltada, el símbolo del cristianismo no era la cruz, era el broche.

A juzgar por la gravedad de las dos mujeres, y por las palabras que con tanta vivacidad cambiaban, llevaban á cabo en aquel momento una gran obra culinaria. Jenny (¿era en efecto madama Lefebvre?) ataba dentro de una servilleta, una masa disforme de reposteria, colocándola con cuidado en una cacerola llena de agua. Marta, á su vez, encerró la preciosa vasija en un horno de hierro, colocado en un costado de la cocina. Era de construccion monumental, con pisos como una casa, y no sé cuantos cajoncitos y alacenas de donde se escapaba el vapor. Horno para cocer, lavadero, asadores, sartenes, agua y aire calientes, y cuanto es necesario, todo se encontraba en este horno mónstruo, que tenia una inscripcion, á manera de arco de triunfo:

G. Chilson’s cooking Range Boston[12].

Dudo que el mismo Satanás, con los recursos de que dispone, haya inventado nunca una hornaza mejor calentada que esta.

Cuando todo estuvo en su lugar, despues de haber movido y alineado un ejército de calderos y calentadores, volvióse mi mujer, dando un grito de placer al verme.

—Buenos dias, amor mio, me dijo, creo que habeis pasado una buena noche. ¿Veis vuestros preparativos? es un pudding como aquel que encontrásteis tan bueno, dias pasados. Acabo de pisarlo y amasarlo yo misma. Sé mejor que Marta, lo es de vuestro gusto. Espero que estareis contento como yo y que me recompensareis todo el trabajo, ó mas bien todo el placer que me tomo por serviros.

Diciendo esto, acercóseme cuanto pudo poniéndome la frente. ¡Cosa rara! era mi mujer, y, sinembargo, no era ella. El mismo rostro, las mismas facciones, salvo la punta de la nariz que habia enrojecido un poco; pero no sé que de límpido y de tranquilo en la mirada, de dulce en la palabra, de afectuoso en la fisonomia, que jamás habia notado en nuestros tiempos matrimoniales del viejo París. Me sentia amado, cuidado, esto hará retozar mi corazon. Por eso, sin inquietarme de la presencia de Marta y de mis veinte años de casado, abrazé tiernamente á Madame Lefebvre, quiero decir, Mistriss Smith. Perdonadme esposos parisienses, ¡yo estaba en América!

—Marta, dijo mi mujer quitándose un delantal de cocina, y[16] bajando su vestido de seda, que habia suspendido, atándolo por detrás. Marta, ireis á casa de Mr. Green. Su último café no era bueno, era del Brasil, á mi marido no le gusta sino el de Mauricio, escojed un grano pequeño y redondo, que yo misma lo tostaré. He visto en el mercado las primeras fresas, comprad algunas, lo suficiente para poner dentro de una de esas tortas que haceis tan bien y que mi marido y mis hijos comian con tanto placer el año pasado. Decidle á Hoffman el floricultor que en todas partes hay claveles, escepto en nuestro jardin, y que mi marido espera las tres variedades nuevas que me ha prometido. No olvideis tampoco los lirios que he escojido para Susana, y los jeránicos para Enrique. En fin, tomad en la libreria, el último discurso del reverendo doctor Bellows, sobre el estado de la nacion. Es una obra elocuente y patriótica y mi marido nos la leerá esta noche, ¡él que lee tan bien! Esto nos divertirá á los niños y á mí!

¡Cuán débiles somos! sentiame atraido y encantado por esta música nueva, en la que á cada compás aparecia mi nombre y el de mis hijos. En París, en Francia, eran otras notas, las que yo oía. Mi mujer tenia todas las virtudes; pero su estremada modestia me hacia la vida un poco insoportable. Hacer lo que todo el mundo, era la divisa de Madame Lefebvre: Dios sabe, lo que me costaba el no diferenciarnos. Para estar hospedados como todo el mundo, habitábamos un departamento, á ciento diez escalones de altura, en un hotel, digno de un príncipe, es cierto, y cuyo portero tenia un sirviente y un limpia suelos. Para estar servidos como todo el mundo teniamos un lacayo, enorme pícaro borrado y embustero, gran bribon con pantalones de pana y chaleco rojo, que me costaba muy caro y me servia en todo al revés, no dejándome vestir, ni comer ni beber á gusto. Para vestirnos como todo el mundo necesitaba mi mujer y mi hija, trajes de un precio loco, crinolinas que ocupasen cada una, una carroza entera, no dejándome lugar sino en el pescante. En fin para figurar donde vá todo el mundo, tenia yo que andar trás las invitaciones, y sonreir á jentes que despreciaba en mi corazon, con el mas soberano desprecio. Era la práctica. El buen tono queria que se adorára á la fortuna y que se arruinára uno por aparecer. Por mi parte, buen cuidado tenia de no separarme de la buena sociedad. Hubiera sido una orijinalidad: vicio de pésimo gusto, que la Francia deja á los Ingleses.

Desempeñábamos, gracias á mi mujer y á sus sabios consejos, con decencia, asi lo creo al menos, un rol difícil. Las jentes[17] que nos veian en el bosque en todo tiempo, y á la misma hora debian hacernos justicia. Me atrevo á decir que sosteniamos nuestro rango en París, y que llevábamos con honor la vida mas ocupada que pueda imajinarse: hariamos veinte visitas todas las mañanas, y no faltábamos á ninguna reunion. Todo esto era bueno; pero—¿es necesario que lo confiese? en un pais salvaje, mi naturaleza ruda recobraba su poder. Estaba contento porque ya no oia hablar de todo el mundo. Me gustaba que mi mujer no se ocupase mas que de mí, y no viese nada mas allá de su marido, de sus hijos y de su casa. Me sentia rey de mi morada y estaba tan contento con mis súbditos que al subir la escalera, pasé mi braso al rededor de la cintura de Jenny, y abracé á mi mujer por segunda vez; lo que la hizo ruborizarse prodijiosamente:

For shame, mister Smith[13], murmuró con un tono que me hizo creer que ella y yo habiamos rejuvenecido veinte años.


[18]

CAPITULO V.
Sin dote.

Mientras que Zambo se cansaba de dormir, y mi mujer y Marta preparaban la mesa y servían el almuerzo, púseme á leer el Paris-Telegraphe, enorme y barato diario que llevaba por lema estas palabras estúpidas: The world is governed too much: el mundo está demasiado gobernado. El tono grosero de esta hoja me desagradó. ¡A Dios gracias!—á nosotros nos dan mejor educacion.—No es á nosotros, á quienes un gobierno protector del buen gusto, dejaria tomar la odiosa costumbre de llamar: un chat, un chat, et Rollet un fripon.

¿Quién creeria, por ejemplo, que el Paris-Telegraphe se atreviera á herir con el epíteto de ladron y hasta de asesino á un millonario honrado que, por un error, escusable sin duda, habia suministrado al ejército del Norte unos sesenta mil pares de calzado, cuyas suelas eran de carton y habian resistido mal á la humedad de los vivacs? ¡Y haga uno negocios en un pais, donde se respetan tan poco las grandes especulaciones!

Todo el diario estaba escrito en ese tono deplorable. Nada escapaba á las invectivas de aquel folletinista insolente, de aquel gacetero miserable. Tal ley era abominable porque trababa la libre accion de los ciudadanos; tal majistrado era un Jeffries ó un Laubardemont, porque hacia caer en un lazo inocente al pícaro que se fiaba en la justicia; tal municipal era un Verrés ó un nécio, porque concedia á accionistas bien entendidos un monopolio ventajoso para todo el mundo, como son siempre todos los monopolios. Tomaos la molestia de gobernar á los hombres, para recibir diariamente semejantes vejaciones.

Pamfletista desgraciado, me dije yo, si hubieses tenido el honor de vivir en el pueblo mas amable y mas ilustrado de la tierra, sabrias desde que naciste, que criticar la ley, el juez ó el funcionario, es crímen de lesa-majestad social. La infalibilidad de las autoridades, es el primer dogma de un pueblo civilizado. Maldito sea el inventor del diario, y sobre todo, del diario libre y barato! La prensa es como el gas; una luz que os quema la vista, al mismo tiempo que os envenena.

[19]

—¿Porqué no se sirve el almuerzo? pregunté bruscamente á mi mujer, con el objeto de disipar estas ideas desagradables—¿En dónde están los niños? ¿Porqué no bajan?

—Han salido, amigo mio, y no tardarán en volver. Enrique pronuncia esta noche su primer discurso en la Academia de los jóvenes lectores; y ha querido asegurarse de la sonoridad de la sala, antes de hablar en público.

—¿Sobre qué tema perorará esta noche nuestro Ciceron de diez y seis años?

—Hé aquí un borrador, dijo Jenny, pasándome con el orgullo de una madre un papel lleno de palabras sub-rayadas, de interjecciones, de pausas y de esclamaciones.

El título, escrito en grandes caractéres, me pareció mas respetable que claro.

De la moralizacion de las mujeres, consideradas como educadoras del jénero humano.

—Cuélgate, Querubin, esclamé yo; ¡el mundo se acabará á fuerza de virtud! A los diez y seis años, si en algo pensábamos nosotros, no era por cierto, como el señor mi hijo, en la moral....

—Amigo mio, me dijo Jenny.... Su voz me detuvo de golpe, y tan á tiempo que me mordí la lengua á la mitad de una palabra, y me sentí ruborizar á pesar mio.

—Amigo mio, continuó mi mujer, que no se habia apercibido de mi turbacion: creo que se prepara un cambio en la situacion de Enrique. Todos los dias me repite, que hace mucho tiempo que está á nuestro cargo y que esto debe fastidiar al gobernador....

—¿Qué significa eso de gobernador?

—¿No lo sabeis? es el nombre amistoso que nuestros hijos dan á su padre. En dos palabras, Enrique quiere tomar una profesion.

—Paciencia, señora Smith, tenemos tiempo. Ese cuidado me toca á mí.

—Amigo mio, nuestro hijo ha cumplido ya diez y seis años: todos sus camaradas tienen una posicion, es necesario que se abra camino. Conversad con él sobre esto: tiene completa confianza en vos, y nadie puede dirijirlo mejor.

Púseme á pasearme de un lado á otro, mientras mi mujer miraba por la ventana, si volvian ya nuestros hijos.

[20]

¡Oh hijo mio!—decíame yo,—si, el cuidado de establecerte me pertenece. Hace mucho tiempo que todo lo he dispuesto para tu éxito. No fué inútilmente que diez y seis años há, escojí para padrino tuyo á mi amigo Regelman, entonces subjefe; y hoy dia jefe de oficina en el Ministerio de Hacienda, Seccion de Aduanas. Si, mi querido Enrique, de antemano, sin saberlo tú, eres candidato para pretender el supernumerariato del Ministerio de Hacienda. Dentro de dos dias serás bachiller; y dentro de tres años, si pasas felizmente tres ó cuatro concursos y eres protejido vigorosamente, tu Marcellus eris!—Te veo ya, sub-jefe, á los treinta y cinco años, disfrutando de dos mil cuatrocientos francos, y condecorado como lo fué tu padrino; te veo como tu modelo, dulce, humilde, político, complaciente con tus jefes; severo, tieso, majestuoso con tus subordinados; y elevándote de grado en grado hasta la direccion del personal. A los cincuenta años, si nada engaña á la orgullosa ilusion de un padre, tu serás el terror y la esperanza de diez mil fracs verdes. ¡Qué fortuna! ¡y qué porvenir!

—Ahí está Enrique, esclamó mi mujer, que habia permanecido en la ventana. Conversa con M. Green.—Estoy segura que le pide un buen consejo,—algo mas quizá.

—¿Qué decis, querida mía?—¿Green, el especiero? ¿Mi hijo conversa con esa jentuza?

—¡Jentuza! replicó mi mujer con aire de sorpresa. M. Green es un hombre honrado, un buen cristiano, respetado universalmente. Vale trescientos mil dollars, y hace el mejor uso posible de su fortuna que debe á su trabajo.

¡Perfectamente! esclamé yo. Bienaventurado pais en donde los especieros son millonarios, dan consultaciones como los abogados, sino dan colocaciones, como los ministros. Solicite pues, mi hijo, á S. E. el Sr. de las ciruelas en conserva y de la Melaza. Pero, llamad á Susana; supongo que no espera nada del honorable M. Green.

—Susana, está en su leccion de hijiene y de anatomía.

—De anatomía, ¡gran Dios! Mi hija, á los diez y nueve años, aprende anatomía—¡Si tambien disecará!

—¿Qué teneis, amigo mio?—repuso mi querida mujer, con una tranquilidad que me volvió el alma al cuerpo. Susana tendrá hijos algun dia. ¿Quereis que los crie y los cuide á tientas, sin conocer su constitucion? ¿No habeis repetido cien veces en su presencia que el estudio del cuerpo humano, hace parte indispensable de toda buena educacion?

[21]

—¿Cual es el médico á cuya prudencia se confia el cuidado de enseñarla anatomía á las jóvenes?

—Es la señora Hope, una de nuestras celebridades médicas.

—¡Mujeres médicos! ¡Oh Moliére! ¿donde estás? Qué ¿en este pais hecho al revés de los demas, no son los hombres los que cuidan á nuestras madres, á nuestras esposas é hijas? Son tambien mujeres las que partean á las señoras de la buena sociedad? Eso no se hace en parte alguna; eso es indecente, señora Smith,—¡indecente!

—Yo hubiera creido lo contrario, amigo mio; pero vos sabeis mas que yo. ¿De manera que si alguna vez nuestra hija tuviese una de esas indisposiciones, graves ó no, que una mujer en su pudor se atreve apenas á confesarse á sí misma, querríais mas bien que se llamára á un médico?

—Nada de eso; me comprendeis mal, querida mia. Queria decir solamente que hay antiguas prácticas que son respetables como todos los viejos errores. Es decir.... no; otro dia os esplicaré eso. ¿Quién acompaña á Susana á esa leccion de anatomía?

—Nadie.

—¿Cómo nadie? ¿Mi hija que solo tiene diez y nueve años y es bella como un ánjel, recorre las calles sola y sin un acompañante de respeto?

—¿Por qué no ha de hacer ella lo mismo que sus compañeras? ¿Qué peligro puede amenazarla? ¿Os imajinais que haya en América un hombre tan criminal ó tan loco como para faltar al respeto debido á la juventud y á la inocencia? Padres, maridos, hermanos ó hijos, todos los brazos se alzarian para herir al miserable; pero jamás se ha visto en este noble pais semejante indignidad.

Esas son miserias y vicios que es necesario dejar al viejo continente.

—Por otra parte, agregó mi mujer con su dulce sonrisa, creo bien cuidada á Susana. Alfredo, el último hijo de M. Rose ha vuelto de las Indias. Le he visto ayer paseándose con su padre y sus ocho hermanos. Nadie me quitará de la cabeza que Susana y él están comprometidos hace mucho tiempo.

—¡Comprometidos! ¿Mi hija enamorada del noveno hijo de un boticario? ¿Y es su madre la que me anuncia friamente una noticia de ese carácter?

—¿Por qué no habria de casarse con el que ella ama? me dijo Jenny fijando en mí sus hermosos ojos azulas. Amigo mío ¿no es[22] eso lo que yo he hecho? ¿Me he chasqueado? ¿estais acaso arrepentido?

—¿Pero qué carrera, qué fortuna posée ese jóven?

—Estad tranquilo, amigo mio; Alfredo es un caballero. No se casará con Susana mientras no tenga una posicion que ofrecerla. Susana esperará diez años, si es necesario.

—¿Y la dote señora Smith, habeis pensado en la dote? ¿Sabeis lo que quiere ese jóven galan que compromete á nuestra hija? ¿Sabeis lo que nos es posible hacer y qué parte tendremos que sacrificar de nuestro diminuto haber?

—No os comprendo, Daniel. ¿Vendemos acaso á nuestra hija? ¿Es necesario pagar á un jóven, á un enamorado, para que se decida á aceptar por compañera, á una jóven encantadora, cuyo aspecto regocija y que es tan buena como bella? ¿Dónde habeis adquirido esas estrañas ideas, que os oigo por vez primera?

—¡Sin dote! esclamé yo, ¡en un pais donde de la noche á la mañana todo el mundo está de rodillas delante de un dollar!

—En América, amigo mio, uno se ama, se casa porque ama y es feliz toda la vida repitiéndose el uno al otro que se ha escojido por amor. Cada uno lleva en dote su corazon, y espero que, en una nacion libre, jóven y jenerosa como la vuestra, no se conocerá jamás otro dote.

—Sin dote, decíame yo, ¡sin dote! Harpagon tenia razon, esto cambia las cosas. El matrimonio no es ya un negocio. Rica ó pobre, la novia estará segura de que la aman, que se casan con ella y no con su dinero. El padre que dé temblando á su hija no tendrá que temer á lo menos, que la entrega á un especulador innoble. ¡Sin dote! Los pueblos bárbaros tienen algunas veces, sin saberlo, ciertas delicadezas que harian honor á nuestra civilizacion.

—Hé aquí á Susana, esclamó mi mujer, que habia vuelto á ocupar su puesto de observacion. Alfredo está con ella,—lo habia adivinado.

Corrí á la puerta. Mi hija, mi querida Susana, ¡estaba mas bella que nunca! Sus largos cabellos rubios que caían formando bucles sobre sus hombros, su mirada risueña, su aire altivo, su andar mesurado la daban nuevos encantos. Era la inocencia del niño y la gracia de la mujer. Saltóme al cuello como una loca. La estreché con transporte sobre mi corazon y la llevé en mis brazos hasta el comedor.

Solamente allí apercibíme de que Susana no habia entrado sola en casa. Estaba junto á ella el mónstruo que venia á arrebatarme[23] mi alegria y mi felicidad. Susana le tomó de la mano y me lo presentó de la manera mas natural.

—M. Alfredo Rose, querido papá—¿no le reconoceis?

¡Demasiado que lo reconocia! ¡Era encantador el miserable! Suspiré y dí un apreton de manos á aquel futuro yerno; que queria hacerme el honor de escojerme por suegro sin tomarse siquiera la molestia de consultármelo.¡ Sin dote! bastaba esto para que se creyera con derecho á casarse con la mujer que amaba.

Hablad pues de decoro á estos bruscos que van siempre recto á su objeto.


[24]

CAPITULO VI.
En donde se hace conocimiento con M. Alfredo Rose y el vecino Green.

Mientras que Alfredo y yo permaneciamos el uno frente del otro, silenciosos ambos y mirándonos, las dos mujeres conversaban entre sí en voz baja y con estrema vivacidad. La madre sonreía, la hija tenia los ojos suplicantes.

—Amigo mio, dijo Jenny tomando á los jóvenes de la mano, hé aquí dos niños que, con la ayuda de Dios, quieren formar una familia cristiana y os piden vuestra bendicion.

—Mi bendicion! Yo he visto al Papa Pio IX, bendecir á Roma y al mundo, con esa dulce majestad que hace caer de rodillas á los incrédulos; he visto á obispos piadosos bendecir la inocencia y el fervor de la primera comunion. Eso era grandioso y bello: era la santidad que se espandia. Pero yo, pecador, no me sentia con derecho para bendecir, siquiera á mis hijos. Abrazé á Susana, abrazé á Alfredo, junté sus manos con las mias y lloré.

Eran tan felices los ingratos, que no vieron mis lágrimas, y así escapáronse de mis brazos para correr hácia Jenny, que les recibió alzando la voz:

—Que el Dios de Abraham y de Sara, díjoles, que el Dios de Isaac y de Rebeca, de Jacob y de Raquel os bendiga, hijos mios, y os dé una vida cristiana.

Amen, respondió una voz cuya gravedad me hizo temblar. Era Marta que se aproximaba con la mirada y el jesto de un profeta.

—Hombre, dijo, toma á esta mujer delante de Dios; mujer, toma á este hombre delante de Dios, en la buena y en la mala suerte, en la salud como en la enfermedad, en la vida y en la muerte. No lo olvides, el Eterno lo recordará.

—No, ciertamente, no lo olvidaré jamás, esclamó Alfredo levantando el brazo, pongo al Señor por testigo.

Lo confesaré para mi verguenza! apesar de la escelente educacion que he recibido en Francia, y aunque se me habia habituado á no tratar sériamente sino las cosas festivas, me sentí[25] conmovido hasta el fondo del alma, por la solemnidad de este compromiso. Me parecia que mi hogar se hacia sagrado como el de Abraham, y que Dios, invisible y presente, descendia para bendecir la union de mis hijos.

La entrada de Zambo disipó estos sérios pensamientos. Habia arrasado el jardin y el invernadero para poder ofrecer á la novia un ramo enorme. Acompañó su obsequio de jestos tales y de cumplimientos tan burlescos, que me eché á reir contra mi voluntad.

—¿Cuándo la boda amito? preguntó el negro. ¿Mañana, pasado mañana, dentro de ocho dias? Zambo quiere cantar, Zambo quiere bailar.

—Susana, esclamé mirando á mi hija, no está fijado el dia!

—Mi buen padre, esperamos vuestras órdenes respondió la señorita mi hija, con una falsa modestia que me hizo suspirar.

—Y no esperamos mas que eso, dijo Alfredo, he alquilado y amueblado una casa, cerca de aquí; en la esquina de la avenida décima cuarta. Todo está dispuesto para recibir á la que me hace el honor de compartir mi fortuna y mi nombre.

—Hijo mio, le dije á Alfredo, y este nombre de hijo me ahogó al salir, Susana os ha escojido, nosotros os adoptamos con los ojos cerrados; pero perdonad á la lejítima curiosidad y á la inquietud de un padre. ¿Desde cuándo amais á mi hija?—Y ya que hablais de fortuna—¿cuál será vuestra situacion, la de ambos, en esa casa cuya felicidad nos toca tan de cerca?

—Deciros desde cuando amo á Susana, me sería difícil; respondió el jóven. Me parece que la amé desde que nació.—A no dudarlo, la amaba ya cuando íbamos juntos á la escuela comun, y corriamos á lo largo del camino, ella era una criatura y yo casi un adolescente. Despues de ese tiempo, tantas veces hemos jugado, hablado y orado juntos; la he visto siempre alegre, buena, amable, y tantas veces hemos conversado sin rebozo, tantas veces he podido apreciar toda la belleza de su alma, que ha llegado un dia en que he comprendido que Susana era la mujer que Dios en su bondad me habia deparado.—Cuando Susana tuvo diez y seis años, le pedí me aceptára por esposo, nos comprometimos, y hé ahí toda la historia de nuestros amores.

—De manera, dije yo suspirando, que es la estimacion y la amistad la que os han conducido á eso que vosotros llamais amor—¿Nada de súbito, nada de fulminante: ni poesía, ni pasion?

—Tengo veinte y cuatro años, dijo el jóven, y amo á Susana.[26] Nunca he amado, ni amaré á otra que no sea ella; la estimo mas que á nadie en el mundo; la quiero mas que á mi mismo: ¿es cordura, es pasion?—no lo sé; pero espero que Susana no me pedirá esplicaciones, y que me permitirá que la ame del mismo modo hasta mi último dia.

—Perfectamente, hijo mio; sois un sábio; sereis feliz, como mereceis serlo y tendreis muchos hijos. Entretanto hablemos de dinero.

—Yo no tenia fortuna, dijo Alfredo, y eso aplazaba bastante nuestros proyectos. Tenia veintiun años y estaba decidido á hacer carrera rápidamente,—no dudaba del éxito.

—¿Contaríais sin duda con protectores poderosos? ¿con la promesa de un buen puesto en el gobierno? ¿Vuestro padre quizá habia comprometido en vuestro favor al primo de la prima de algun Senador?

—No; tenia mi cabeza y mis brazos, respondió, Alfredo y la divisa de todo Yankee verdadero: Go ahead! never mind; help yourself: Adelante! y sin cuidado; ayúdate á tí mismo: esto vale mas que un apoyo estraño. En un país que se engrandece tan velozmente como el nuestro, todo hombre que no es un necio y que tiene voluntad, concluye por encontrar una buena veta. Empleado como químico en casa de un rico comerciante de índigo, oía á mi patron quejarse á menudo de que los buques espedidos á la India iban siempre á media carga. Encontrar un nuevo artículo de flete, era la idea fija de nuestros armadores. Descubrí uno, en el que nadie habia pensado y que tenia asegurado su despacho: era el hielo. Jamás se proveerá cantidad igual á la que puede consumir la India. La dificultad estaba en poder conservarlo durante el camino. Era un problema que debia resolverse. Gracias á mi padre he sido educado en un laboratorio; la física y la química han sido mis primeros entretenimientos. Para aislar mis témpanos de hielo, necesitaba un cuerpo mal conductor del calórico. Ensayé el serrin, que no tiene valor alguno entre nosotros. El descubrimiento estaba hecho: faltaban solo los capitales.

Encontrar dinero para poner en ejecucion una buena idea es cosa fácil en América, pensé en M. Green, que hace grandes negocios en arroz, café, especias é índigos. Tuvo confianza en mí y arriesgó una espedicion. Partí para Calcuta con mi cargamento; no tuvimos merma en el camino, y vendí mi hielo de modo á ganar el flete de ida y vuelta; y he vuelto despues de haber establecido allí un mercado ventajoso para veinte años. A mi llegada tuve ocho mil dollars por mi parte, y vedme al frente[27] de la casa Green, Rose y compañia. El éxito es seguro. Puedo descontarlo hoy dia mismo, si quiero. Diez ó doce mil dollars por año: hé ahí lo que por lo pronto puedo ofrecer á Madama Alfredo Rose, esperando mejor suerte.

—Sesenta mil francos anuales! esclamé, qué bella cosa es el comercio, cuando sale bien! Miré de mas cerca á mi yerno y le encontré cierto aire de jénio. En la frente y en la parte inferior del rostro tenia algo de Napoleon.

Habia olvidado completamente la botica de su señor padre, cuando Zambo nos anunció á Mr. Rose que venia á tomar parte en el regocijo jeneral. Por estimable que fuera el exelente hombre, no era un boticario el suegro que yo ambicionaba para mi hija: habia soñado con un sub-prefecto; pero qué hacer en un pais primitivo que no ha conquistado todavia esa centralizacion que la Europa nos envidia?

Con M. Rose entró M. Green, seguido de Enrique. Reconocí al boticario en ese aire médico que jamás se pierde; pero el especiero con frac negro y corbata blanca era para mí un mónstruo desconocido. Su lenguaje y sus maneras no eran menos raras que su traje. Green, el vendedor de aceite y de café, hablaba con la autoridad y la sangre fria de un hombre que cuenta los millones por los dedos.

—Vecino, díjome, con afectuosa bonhomia, héme aquí medio de la familia por este jóven, vuestro yerno y mi socio. No quedaremos ahí. Enrique ha venido á verme: es un muchacho intelijente y que me agrada. He encontrado una colocacion para él. Alfredo se hace sedentario: no se casa uno para correr el mundo. Necesitamos entre tanto una persona de confianza en Calcuta. He pensado en Enrique, apesar de ser tan jóven. Nunca entra uno demasiado temprano en los negocios. Tres años de residencia en las Indias le formarán. Le daremos una parte, que si él trabaja, subirá de cuatro á cinco mil dollars por año. Vos me confiais un niño, y yo dentro de tres años os volveré un hombre.

¿Qué decis de mi proyecto? ¿os sonríe tanto como á Enrique?

—Oh hijo mio! me dije yo, habia soñado otro porvenir para tí. Quizá este te convenga mas; quizá no tengas ni el jénio de la política, ni la flexibilidad necesaria para elevarte al rango de jefe de oficina. El dado está tirado, serás millonario!

Dí las gracias á Green, quien me dijo al oído:

—Vecino, no pararemos en esto. Conoceis á Margarita,[28] mi duodécima hija, chiquilla encantadora, que ya tiene diez años y el talle redondo como una muñeca. Tengo la idea que dentro de seis ó siete años haremos de ella la señora de Smith. Pensaremos en el jóven y en su fortuna; contad conmigo.

Esto era demasiado! Yo, el doctor Lefebvre, yo un sábio, un bourgeois en mi pais, convertido así en aliado de un especiero, y debiéndole favores!

Es cierto, amo la igualdad: soy francés, y tengo por evanjelio los principios de 1789. Que proclamen esta igualdad y la anuncien en todas partes, lo exijo; que la pongan en nuestras leyes, lo consiento: las leyes no se aplican jamás; pero que se haga descender esa igualdad á nuestras costumbres, nunca! El hombre que no hace nada estará siempre arriba del que se ensucia los dedos trabajando.

Iba á romper el encanto y á rehusar esa fortuna pérfida, cuando por invitacion de mi mujer, cada uno de nuestros vecinos aceptó una tajada de jamon y una taza de té....

—Daniel, me dijo Jenny, estamos todos en la mesa, decid la bendicion.

—Querida mia, estoy tan conmovido que no sé lo que hago.—Ocupad mi lugar y hablad por mi.

—Dios mio, dijo Jenny, bendecid esta casa y á todos los que están en ella. Bendecid sobre todo á los que se alejan, y que entre ellos, Señor, no halleis sino corazones puros y obedientes.

Todos respondieron: Amen, con voz tan sincéra que el curso de mis ideas se trastornó. Miré á mis amigos, á mis hijos, á mi mujer: á Green que con tanta simplicidad hacia la fortuna de mi familia: á Enrique, que á los diez y seis años, con la resolucion de un hombre y el ardor de un niño, queria conquistarse á fuerza de trabajo un puesto en el mundo y no retrocedia ni ante el peligro ni el destierro; á Susana y Alfredo que se amaban con un amor tan tierno y tan puro, á mi mujer en fin, mi buena Jenny, que no se ocupaba sino de los demas, atenta y abnegada, la vida y el alma de la casa, la reina de esta colmena, de donde se escapaba el enjambre!

Y yo, moscardon inútil, que no sabe sino murmurar, me decia, voy á quedar solo en este hogar, animado en otro tiempo por la alegria de Susana y de Enrique. Rose tenía nueve hijos; Green quince: Dios bendice las grandes familias, y cuando queremos ser mas sabios que él, confunde nuestra falsa prudencia,[29] condenándonos al aislamiento que nosotros mismos hemos buscado.

Miraba á mi mujer, jóven todavia, fresca y de una robustez graciosa; y me decia........no recuerdo lo que me decia, cuando Zambo entró, empujando la puerta, con aire asustado y gritando:

—Arrebato! arrebato!—escuchad—llaman á fuego.


[30]

CAPITULO VII.
El incendio.

Al primer grito de Zambo, el boticario corrió á la ventana, en seguida volviéndose hácia Green:

—Teniente le dijo, es á nosotros á quienes llaman; el incendio es en la duodécima avenida.

—Sarjento, soy con vos, dijo el especiero levantándose. Doctor, agregó golpeándome en el hombro, alerta! el carruaje no espera.

—Bueno! me dije, viéndolos salir acompañados de Alfredo y de Enrique, hélos ahí que juegan á la guardia nacional. La guardia nacional! es un regalo que la América nos ha enviado con el ciudadano Lafayette, y que nos ha aprovechado lindamente! Corred á esa parada inútil, queridos amigos, y que os haga buen provecho!, por mi parte, me quedo en casa. Qué es ese carruaje de que habla Green? ¿Se imajina él, que yo voy á correr como un papanatas, al espectáculo del incendio en un pais donde, segun dicen, el fuego aparece todos los dias?

Me aproximé á la ventana: torbellinos de humo subian al cielo arrojando chispas. El fuego tomaba cuerpo.

—Lijero, amo, lijero, el carruaje se aproxima, me dijo derepente Marta.

Me dí vuelta: frente á mi estaba Zambo, con una hacha en la mano, y un casco de cuero curtido en la cabeza: Marta tenia una chaqueta de paño negro, y un ancho cinturon jimnástico: era mi uniforme. Yo era bombero!

Bombero! yo! quería protestar contra este nuevo ultraje de la suerte; pero Marta se habia apoderado de mi. En un abrir y cerrar de ojos, me hallé vestido, ceñido, con el casco puesto, armado é izado sobre el techo de un omnibus inmenso que contenia en sus flancos una máquina á vapor, toda humeante. Dos magníficos caballos negros llevaban al galope bomba y bomberos.

—No temas nada, Daniel, gritó Marta, con el brazo levantado, vas á servir á Dios; el Altísimo te arrancará de entre las[31] llamas, como ha salvado á Sidrach, á Misach y á Abdenago, sus servidores.

Esta bendicion bíblica me hizo temblar; olia á quemado.

—Singular idea, esclamé, la de arriesgar su pellejo por desconocidos, cuando podria pagarse á los bomberos.

—Qué es lo que decis doctor, interrumpió una voz ágria que me hizo reconocer á mi vecino Reynard en el attorney[14] Fox.—Ciudadanos, agregó, recitando quizá un viejo alegato, si quereis ser libres, sed vosotros mismos vuestra policia y vuestro ejército. Darse guardianes, es darse amos. Mi querido amigo, continuó en tono natural, ¿dónde habeis tomado esas ideas del otro mundo? ¿no sois amigo de la libertad?

—La libertad ante todo! me apresuré á contestar, un poco avergonzado de mi debilidad. Correr al socorro de sus conciudadanos es un deber y un placer que no cedo á nadie; tengo orgullo en ser bombero!

—Menos que Green, querido vecino, respondió el hombre cara de zorro. Ese sí que vá contento al incendio! El es diabólicamente fino, agregó hablándome al oido; devilish smart, repitió cuatro veces, guiñándome el ojo, y haciéndome señas con la nariz y la barba.

Abrió su tabaquera, suspiró y tomando dos veces lentamente tabaco: Nuestro Capitan, dijo, el bravo coronel Saint-John se retira, Green es teniente y ambicioso. Quiere ser Capitan con el objeto de elevarse mas alto. El es diabólicamente astuto; pero aunque tiene cuidado de ocultar sus cartas, yo leo en su juego.

Fox no habia concluido todavia sus insidiosas confidencias, y ya habiamos llegado: Ninguna policia, ninguna precaucion habia sido tomada; un pueblo de curiosos estaba alineado en las veredas, y por suerte dejaba libre el medio de la calle, la máquina fué instalada en un instante, desencadenados los pistones, el agua corria por todas partes. Mientras que el teniente reconocia el foco principal del incendio y daba sus órdenes, púseme á dirijir los tubos con mi amable vecino.

Frente á nosotros estaba una casa presa toda del fuego. Las llamas habian roto las ventanas y salian en torbellinos. Derrepente, se escucharon gritos desgarradores en el primer piso. Una figura blanca pasó como una sombra. Una voz de mujer pedia socorro. Al instante, Green, apoyando una escalera á lo largo de la pared, subió y desapareció en medio del humo.

[32]

Diabólicamente fino, me dijo Fox con un gesto satánico, devilish smart; juega cerrado, el ambicioso!

—Por aquí muchachos, por aquí, gritaba Rose, enteramente ocupado de ahogar el incendio. Levanté á fuerza de brazo el pesado tubo; pero no podia quitar la vista de la ventana por dónde Green habia entrado. El corazon me saltaba, la inquietud me ahogaba.

En el mismo instante reapareció Green, con una mujer en los brazos, y descendió en medio de los hurras de la multitud.

Apenas en el suelo, la mujer se incorporó:—Mi hijo, gritó, donde está mi hijo, dónde está mi hija?—Todo su cuerpo temblaba, lloraba, levantaba los brazos hácia la ventana incendiada y queria arrojarse en aquella hornaza. Se procuró en vano retenerla, se escapaba de nuestras manos, corria á la casa, y, rechazada por la llama, retrocedia lanzando gritos terribles y arrancándose los cabellos.

Todos nos mirábamos. La llama rujia como la tempestad, el techo incendiado iba á desplomarse. El niño estaba perdido. No sé lo que en ese momento pasó en mi alma: la vista de aquella pobre madre, las palabras de Marta, el ejemplo de Green, la idea de que yo era francés, qué sé yo?—fué una embriaguez que me subió á la cabeza—Corrí á la escalera, y estuve arriba antes de saber lo que hacia.

Rose quizo detenerme:—Soy padre, esclamé, no dejaré que ese niño muera!

Una vez en la habitacion, tuve miedo. Las llamas silvaban á mi alrededor, los ensamblados crujian, los cristales estallaban: era aquello un ruido siniestro. Sofocado por el calor, enceguecido por el humo, llamé, nadie respondió; grité, ni el éco resonó. Estaba desesperado, cuando una lengua de fuego roja, atravezando la oscuridad me mostró frente á mi una puerta cerrada. Romper la cerradura de un hachazo, entrar en la habitacion, correr á la cuna donde lloraba un niño, apoderarme de este tesoro, fué cosa de un instante; qué alegria! pero fué corta. Rodeado de humo, casi afixiado, no sabia donde estaba; el corazon me palpitaba, la cabeza me daba vuelta, estaba perdido.

—Por aquí, doctor! por aquí, Daniel! gritaba la voz de Rose; avanzad, pero reculando, atencion!

El consejo era prudente, apenas me habia dado vuelta, un vigoroso chorro de agua dirijido por la hábil mano del boticario, me inundó de piés á cabeza, á riesgo de voltearme. Gracias[33] á esta diversion estratéjica, que contuvo por un instante el fuego y disipó el humo, ví la ventana, corrí á ella, y enhorquetándome en la escalera; me dejé deslizar hasta el suelo, negro y humeante como un tison mojado. Un instante despues el techo se hundia con espantoso estrépito. Marta tenia razon: Dios me habia tratado como á Abdenago.

Decir la alegria de la pobre madre sería cosa inútil. El mas feliz era yo, que habia salvado á un niño y sostenido el honor del nombre francés. Mi locura me habia costado algo: tenia una parte de mis cabellos chamuscados, una mejilla asada y el brazo izquierdo quemado de puño al codo:—¿qué era esto despues de lo que habia ganado?

Una hora cuando mas despues del suceso, volvíamos á nuestro barrio, dejando á los recien venidos el cuidado de estinguir los restos humeantes. Trepé listamente, y con la cabeza erguida, á ese mismo omnibus en que por la mañana habia subido tan de mala gana. Fox estaba allí, guiñando el ojo, como si fuese tuerto.

—Green es pillo, dijo, dándome un codazo en el brazo enfermo, lo que me hizo estremecer, pero vos sois endemoniadamente mas pillo que él. Hurrah al capitan Smith! agregó frotándose las manos.

No le respondí: un nuevo espectáculo me ocupaba enteramente.

A lo largo de las veredas estaba alineada una inmensa multitud en un órden increible. Casi todos los hombres tenian un papel en la mano, que ajitaban á nuestro paso.

—Hurrah al bravo teniente! Hurrah á Green! gritaban. Hurrah á Smith! Hurrah al bombero heróico!

—Helos ahí, se decian señalándonos con el dedo. Aquel, es Green; ese otro, es Smith! Hurrah! Los sombreros se alzaban, flotaban los pañuelos y las mujeres nos mostraban á sus hijos, que ajitaban sus manecitas como si nos bendijeran. ¿Por medio de qué misterio sabia ya toda la ciudad mi nombre y mi accion?—lo ignoraba, y no lo preguntaba. Uno se habitúa pronto á la gloria; pero la emocion comenzaba á dominarme. Habia tenido fuerzas para contemplar á la multitud con la modestia y la calma de un héroe. Al aproximarme á mi casa derramaba lágrimas. El pueblo rodeaba á Jenny, á mi hija, á Marta que predicaba, y á Zambo que bailaba como un niño. Me eché en sus brazos, y, apesar de mi figura de deshollinador[34] sabe Dios, con cuanto cariño abrazó á todos. Creo que estaba tan negro como Zambo.

Antes de entrar en casa, Jenny me mostró sonriendo la imprenta que estaba frente, la del Paris-Telegraphe, ese diario sedicioso. Un inmenso cartel se elevaba en lo alto de la casa, y de una media legua podia leerse lo que sigue:

QUINTA EDICION

PARIS-TELEGRAPHE

HORRIBLE INCENDIO
¡¡¡El bravo teniente GREEN!!!
¡¡¡El heróico bombero SMITH!!!

FRASE SUBLIME:
¡Soy padre no dejaré morir ese niño!
50,000 ejemplares vendidos
en prensa la SEXTA EDICION

Era aquel el templo donde se distribuía la gloria: ¡allí habia con que curar la vanidad!

¡Ah!—¡Con qué placer corrí á la sala del baño para meterme en el agua, emblanquecer mi cara y refrescar mi brazo quemado! Esta vez encontré admirable la invencion que ponia á toda hora agua caliente en mi habitacion. En cuanto á Zambo, no quiso dejarme, so pretesto que el Amo tenia necesidad de sus servicios y que no podia pasarse sin él. El buen muchacho tenia necesidad de hacerme hablar para darse importancia en la vecindad. Mi gloria era la suya, él era el que habia entrado en las llamas, por procuracion.

Cuando descendí á la sala, la oficina del París Telegraphe, estaba todavia asediada por los compradores, sin poder dar abasto á los pedidos; la multitud se estrujaba bajo nuestras ventanas procurando verme. Con mi brazo en cabestrillo, mi mejilla señalada, y mis cabellos quemados, podia creerme un héroe.

Muy luego, y para que nada faltase á la alegria de este dia feliz, vino la música de los bomberos á darme una serenata, con toda la compañia y Green á la cabeza, que me dirijió un discurso.

[35]

En este speech, bastante bien redondeado, el especiero con una modestia conmovedora, se olvidaba á si mismo para no hablar sino del valor que yo habia desplegado, y, á nombre de la compañia, me rogaba aceptase el puesto de capitan.

—¡Camaradas! ¡amigos! esclamé, me siento confundido por vuestras bondades, pero no quiera Dios que olvide el ejemplo que me ha dado el teniente Green, y el socorro que he recibido de Rose, ¡el bravo sarjento! Al primero, debo el honor de una buena accion; al segundo, debo la vida. Permitidme pues que no olvide esta deuda de gratitud y que siempre considere como mis jefes al excelente Green y al jeneroso Rose. Quiero permanecer con vosotros, camaradas; como vosotros, simple bombero, en un pais libre. Orgulloso de vuestra amistad y de vuestro heroismo, no cambiaria nuestro modesto uniforme por el traje de capitan jeneral. ¡Viva la América y la libertad!

Mi respuesta tuvo éxito, sobre todo el final que no valia nada. Green se arrojó en mis brazos; Rose hizo otro tanto, y Fox, llamándome á parte, me dijo al oido:

—Sois diabólicamente astuto, camarada, veis lejos; pero es lo mismo, os comprendo. Y guiñó los dos ojos á la vez, lenguaje misterioso cuyo alcance no entendí.

A una señal de Green, comenzó de nuevo la serenata. Al mismo instante ví ascender un cuadro á lo largo de la imprenta del París Telegraphe, como un pabellon que se iza en el gran mastelero. Sobre este cuadro trasparente é iluminado por linternas de colores, se leia la siguiente inscripcion en caracteres de un pié de alto:

OCTAVA EDICION.

PARIS-TELEGRAPHE.

HORRIBLE INCENDIO.

¡¡¡El heróico bombero Smith, el nuevo Cincinato!!!
DE QUE MODO LA AMERICA RECOMPENSA LA VIRTUD.
100,000 EJEMPLARES VENDIDOS.
En prensa la nona edicion.

Qué quiere decir esto? esclamé. Zambo id á buscarme el diario; hay aquí una broma de mal gusto.

Traido el diario, leí, con gran sorpresa mia, el discurso de Green, y mi respuesta. Lo habian taquigrafiado é impreso durante[36] la sesion. Lo que me valia el título de Cincinato: era mi renuncia. ¿Porqué? jamás lo he sabido; pero la palabra hacia buen efecto en el cartel. Debe ser alguna cosa un hombre que se llama el nuevo Cincinato.

A continuacion de mi speech y bajo el epígrafe ridículo: De qué modo la América recompensa la virtud, se leian las dos cartas siguientes:

EL CISNE.

COMPAÑIA DE SEGUROS CONTRA INCENDIOS.

CALLE DE LAS ACACIAS N.ᵒ 10.

(Capital social 10 millones de dollars. Parte de los beneficios distribuidos á los asegurados).

“Señor:

“El valor que habeis desplegado en el incendio de esta mañana os ha señalado á la atencion del consejo de la compañía.

“Está vacante el puesto de médico consultante, para examinar las heridas y accidentes resultados de el incendio.

“Esperamos que nos hareis el honor de aceptarlo. Los honorarios son de 400 dollars.

El director de la compañía X. X.

“Al Dr. Daniel Smith, bombero de la séptima compañia.”

LA PROVIDENCIA.

Hospicio de niños, sostenido por suscripcion privada de 10 dollars por año.

CALLE DE LOS NOGALES N.ᵒ 25.

“Señor:

“El médico que ha pronunciado las bellas palabras: soy padre, no dejaré morir á ese niño, es al que su abnegacion y su talento llaman naturalmente á cuidar de los niños expósitos.

“El puesto de primer médico de nuestro hospicio está vacante; esperamos que os dignareis aceptarlo.

“Servicio: todos los dias de seis á ocho. Honorarios 2,000 dollars.

Los administradores del Hospicio R. T.

“Al Sr. Dr. Daniel Smith, bombero de la séptima compañía.”

[37]

—Zambo, pregunté: ¿han traido cartas para mí?

—No amo, el cartero no ha venido.

—Es imposible, á menos que no haya alguna mistificacion en este diario.

—Golpean á la puerta, amo, dijo Zambo, escuchad: uno, dos, tres, es el correo, corro.

El negro me trajo cuarenta cartas, una montaña de papel. Unos enfermos me preguntaban la hora de mi consulta, otros me rogaban fuese á verles lo mas pronto posible, cuatro cófrades me llamaban en consulta, seis farmacéuticos me ofrecian una asociacion, y en fin, cosa rara, dos cartas cuidadosamente lacradas me anunciaban confidencialmente lo que el Paris-Telegraphe habia publicado ya, con una indiscrecion, que en el fondo yo perdonaba.

Ya era célebre! Mi fortuna comenzaba. Un dia, una hora de valor me daban un nombre y hacía mas por mi en América, que lo que habia conseguido en el viejo continente durante veinte años de trabajos. Pero, pensé, y este pensamiento me volvió la humildad de que tenia tanta necesidad, sin ese diario charlatan, sin esa trompeta que ha lanzado mi nombre á todos los écos del Nuevo Mundo, habria yo conseguido algo? Mi primera idea, desde luego, fué dar las gracias al periodista, fuese quien fuera. Era demasiado tarde, la oficina estaba cerrada, el cartel apagado, mi gloria desvanecida. Dejé mi visita para el dia siguiente.

La noche la pasé con mis antiguos amigos, mi mujer y mis hijos. Todos ellos hacíanme repetir los mas pequeños detalles del terrible y glorioso suceso: Jenny palidecía cuando hablaba de mis peligros y se sonrojaba cuando referia la alegria de la madre al ver de nuevo á su hijo. Susana me estrechaba la mano y miraba á Alfredo.

Creo que la conversacion habria durado toda la noche, si Marta no hubiese colocado sobre la mesa una enorme Biblia, forrada en zapa, y cerrada por grandes broches de cobre.

—Lée, me dijo; y calma tu vanidad; no olvides la historia de Aman, hijo de Amadatha, de la raza de Agag; y no olvides que aquí hay un Mardaqueo que no se arrodillará ante tu presencia.

—Estad tranquila, Marta, le respondí riendo, á mi puerta no hay una potencia de cincuenta codos de altura, y yo no quiero colgar á nadie.

[38]

Jenny abrió la Biblia y nos leyó el tercer capítulo de Daniel, lo que encantó á la cuácara, desagradó á Zambo y me hizo reflexionar sériamente sobre la bondad de Dios para conmigo. Cuando nos separamos despues de un dia tan bien empleado, la noche estaba un poco avanzada. Me arrojé en la cama fatigado, sufriendo un poco, pero contento de mí mismo: y, toda la noche soñé con serenatas, carteles, hurrahs y discursos.


[39]

CAPITULO VIII.
Truth[15], Humbug[16] y Ca.

Apenas me disperté, corrí á la ventana; queria gozar de mi celebridad naciente, y contemplar una vez mas mi nombre proclamado por arriba de los techos. El tablero estaba en su lugar; todos los pasantes le echaban la vista, pero, oh vanidad de las glorias humanas! he ahí lo que leian:

Llegada del Persia.

GRANDES NOTICIAS DE EUROPA.

Lóndres—Consol. 93¾.

Liverpool—algodones—alza de 20%.

Puerco salado (Cleveland) se piden 4,000 barricas á 14 dollars.

A los agricultores—ocasion única.

Cuatro hermosos asnos de Italia, padres de primera clase.

Dirijirse á MM. Ginocchio hermanos. 70. William-Street.

—Pueblo de mercaderes! esclamé mostrando el puño á los pasantes, raza grosera que hace marchar revueltos y al mismo paso los negocios, los sentimientos, el algodon y las ideas—doy gracias á Dios de no pertenecerte. Viva el pais del ideal, viva la Francia, que se la arrastra siempre con una palabra sonora, la Francia que, alabado sea Dios! no piensa jamás en sus intereses sino cuando es demasiado tarde! Nuestra locura vale mas que la prudencia de estos Yankees; nuestra pobreza es mas noble que su riqueza. Cuatro asnos de Italia, y el precio del puerco, hé ahi las grandes noticias de Europa para estos colonos ignorantes! Y ni palabra de Francia, de las nuevas modas, del baile de la Corte, de la última novela, del último vaudeville. Pálidos vándalos, no tengo para vosotros sino desprecio.

A la vez que daba libre curso á mi justa cólera, no queria[40] dejar de dar las gracias al periodista que el dia anterior habia hablado de mi. Fuese quien fuera aquel folletinista, no me convenia deberle una atencion. Honrarlo con mi visita, era quedar á mano con él.

Entré en una casa de poca apariencia, que tenia por toda muestra una placa de cobre, clavada en la pared, y sobre la cual se leia: PARIS-TELEGRAPHE, Truth, Humbug y Ca. propietarios. directores. Una puerta de sarga verde estaba frente á mi, la empujé y me encontré en presencia de un hombrecillo vestido de negro y abrochado hasta el cuello: era M. Truth. Sentado delante de un escritorio de jacarandá, tenia en la mano unas tijeras enormes, cortaba largas tiras de papel de un diario inglés y las echaba á una especie de buzon de cartas que comunicaba con la imprenta. Era la redaccion á bajo precio.

—Qué quereis, Señor?—preguntóme sin levantar la cabeza, ni interrumpir su trabajo.

—Señor, le dije con voz grave y reposada, soy el doctor Daniel Smith, bombero de la séptima compañía, el mismo cuyo elojio habeis tenido la bondad de hacer en vuestra hoja de ayer.

—Bien, dijo el periodista continuando sus recortes—¿Qué quereis?

—Daros las gracias, señor: pagar la deuda de agradecimiento.

El hombre miróme con aire sorprendido.

—No me debeis nada, doctor. Publicando vuestra bella accion, he hecho mi oficio; y me habeis valido ayer mas de doscientos dollars. No me debeis pues, ningun favor.

Con lo que continuó su trabajo, sin invitarme siquiera á tomar asiento.

—Señor Truth, le dije en tono seco y digno, no me ocupo de los motivos que os hayan hecho obrar ayer. Me habeis hecho un servicio, soy, y me reconozco vuestro deudor.

Iba á salir cuando levantó de nuevo la cabeza y fijó en mi sus grandes ojos negros, cuya espresion dolorosa me hirió.

—Doctor, dijo con voz jadeante, si tratais absolutamente de chancelar una deuda imaginaria—la ocasion se os presenta. Decidme con toda sinceridad de qué enfermedad sufro, y cuanto tiempo me queda de vida:

Se levantó, púsose la mano sobre el corazon y se detuvo de repente. Una asma violenta le oprimia. Le tomé el pulso, escuché su respiracion—le ausculté—Tenia síntomas que no permitian engañarse.

—Doctor, me dijo Truth, os pregunto la verdad. Cuando[41] se tiene, como yo, la costumbre de decirla á todo el mundo, se tiene la fuerza suficiente de escucharla por su cuenta. Tengo necesidad de saber en que estado me encuentro.

—Teneis, le respondí, una enfermedad al corazon, que está lejos de ser incurable. Los cigarrillos de stramonio os aliviarán. Pero si quereis sanar, os son necesarios, el aire puro, la vida tranquila, el descanso del alma y del cuerpo, cosas todas que no se encuentran en la oficina de un diario.

—Gracias, doctor, me dijo:—vuestra opinion es la misma que mi médico me ha dado esta mañana. Es necesario renunciar á las fatigas de mi profesion; sea, cuanto mas pronto, mejor. Un Yankee nunca mira atrás.—Doctor, compradme mi diario. Os vendo mi parte por veinte mil dollars; en seis meses los habreis ganado—¿Aceptais?—

—Peste! esclamé, lijero andais!

Periodista yo! es un honor en el que no he pensado jamás.

—Pensad en él—Para un hombre de bien, es la primera de las posiciones.—Hay nada mas bello que guiar á sus hermanos por la senda de la justicia y de la verdad!

Periodista, es un papel que no se estima de lejos, pero que de cerca, no sé porqué todos quieren ensayarlo. Los periodistas son de la misma familia de los comediantes: se les desdeña y se les envidia. Estos jitanos tienen ingenio; frotándose con ellos, uno se encuentra menos paisano.

No hay una sola mujer hermosa que no sienta placer en acercarse á las grandes coquetas: no hay un solo hombre de Estado que, en un momento dado, no lisonjée á los folletinistas, si no es que se enrola modestamente entre los hacedores de diarios. A pesar mio, la proposicion de Truth haciale cosquillas á mi vanidad; la idea de dirijir la opinion me sonreia. Un hombre como yo tiene tantas cosas que enseñar á esa masa ignorante y estúpida que se llama público! Solo el sentimiento de mi dignidad me impedia ceder á esta locura.

—Dirijir un diario, dije á mi enfermo es cosa muy dificil, para quien no ha nacido en esta industria.

—No, nada mas sencillo. Sentaos ahí, cerca de mí, permaneced durante dos horas, y poseereis el secreto del oficio. En el fondo todo se reduce á una sola regla de conducta: decir la verdad, nada mas que la verdad, toda la verdad.

La curiosidad venció? Me eché en un gran sillon de cuero amarillo, puse el baston entre mis piernas y apoyé mi brazo enfermo[42] sobre la empuñadura; una vez instalado, abrí mi tabaquera que habia dejado sobre la mesa y mirando á Truth:

—Mi querido Arístides, le dije, vuestra divisa es bella; pero, aquí para entre nosotros, no lo es demasiado? En materia de periodismo, yo creia que la mentira era la regla, y la verdad la escepcion.

—¿Dónde habeis visto eso, doctor maquiavélico? En la vieja Europa, quizá? En España, en Rusia, en Turquia; en todas partes donde la prensa es un monopolio en manos del gobierno, los pobres periodistas tienen permiso para no decir palabra durante seis dias, á condicion de mentir oficialmente el séptimo; pero en un pais de libertad, en el que cada cual puede pensar lo que quiere, é imprimir lo que piensa, de qué serviria la mentira? La verdad es nuestra mercancia, lo que nos compra el público. Mentir es perder nuestro crédito y arruinarnos vergonzosamente. Nosotros podemos tener todos los vicios, menos uno. Ved el Times inglés: es inconstante, injurioso, violento; pero embustero, nunca! Sorprendido en flagrante delito de mentira, su propietario perderia una renta de cien mil dollars. No es uno vicioso á ese precio: uno es verídico por cálculo y virtuoso por interés.

No me alucinaba esta virtud americana. Buscaba una respuesta, cuando apercibí un hocico de garduña que atravesaba la puerta. Era mi honorable compañero de armas y vecino el sollicitor[17] Fox, que se aproximó deslizándose sobre el pavimento y nos dió la mano afectuosamente.

—Buenos dias, querido Truth, dijo al periodista sonriéndole. Vengo de parte de M. Little, el banquero, á conversar con vos de un gran negocio. Hay dos mil dollars de ganancia para el diario, dos mil dollars, repitió, acentuando cada sílaba.

—Bien, respondió friamente el periodista; eso corresponde á mi socio.

Tocó la campanilla. Una puertecita se abrió dando paso, no sin trabajo, á un hombron, á quien su cuerpo enorme, su cabeza calva, sus grandes orejas y sus dientes delanteros, daban el aspecto de un elefante vestido.

—Buenos dias, doctor Smith, esclamó reventando de risa, buenos dias, os reconozco por vuestro brazo en cabrestillo. ¿Qué decís de mi tablero de ayer, querido Cincinato? ¿No valía el de hoy? Truth, los cuatro asnos están vendidos; Ginocchio[43] nos escribe que suprimamos el aviso. Buenos dias, Fox, sois tan delgado que os tomaba por la sombra del doctor. Vosotros los SOLLICITORS, teneis la conciencia tan tierna que los escrúpulos os enflaquecen. ¿Qué nos traeis?

—Hé aquí de lo que se trata, dijo Fox, mediocremente lisonjeado por los agasajos de M. Humbug. La casa Little hace un pequeño empréstito mejicano; diez millones para comenzar. Las acciones son de doscientos dollars cada una, emitidas á ciento sesenta y reembolsables á la par por sorteo anual. Diez por ciento de interés y veinte por ciento de beneficio sobre el capital; es un lindo negocio!

—Para Little, dijo Humbug riendo. Y necesitais anuncios: Mundus vult decipi, ergo decipiatur.[18] Estad tranquilo Fox, os daremos un bonito lugarcito en el diario. Entre los unguentos de Holloway y las píldoras de Morrison, vuestro empréstito mejicano será una maravilla.

—Venia para arreglar con vosotros el precio, dijo Fox.

—¿Y sois vos quien pedís la tarifa de los avisos? Un centavo[19] por palabra, un dollar por cien palabras; en este bosque comun, se charla á precio fijo, lo sabeis bien....

—Perdon, querido Humbug, respondió Fox guiñando el ojo, me habeis comprendido mal. Cuando hablaba del precio, no era en la tarifa en lo que pensaba. Little desearia que el proyecto de esta suscripcion útil y patriótica fuera insertado en el cuerpo del diario, á fin de que no tuviese aspecto de aviso. Pagaremos lo que sea necesario. ¿Me comprendeis?

—Lo temo, maese zorro, respondió el hombre sin dejar de reir. Pero como dice el viejo Plauto:

Stultitía est venatum ducere invictos canes.[20]

Os habeis levantado demasiado tarde mi buen Fox. De este lado del agua no se coje á los zonzos en un lazo tan grande; eso está bueno para los inocentes del otro mundo. Por lo demás, desde que no se trata ya de los avisos, dirijios á mi socio. ¿Habeis comprendido lo que se nos pide, mi querido amigo?

—Perfectamente, respondió Truth con voz acentuada. M. Little tiene necesidad de mi honor para colocar su empréstito; y me hace preguntar á qué precio me vendo.

[44]

—Truth, querido mio, tomais mal las cosas, dijo Fox en tono insidioso: sois mas puritano que los peregrinos de Plymouth. No os pedimos mas que lo que otros diarios nos han prometido; el Lince, el Sol, la Tribuna, recomendarán nuestro empréstito; así lo espero, al menos: estamos en trato.

—Puesto que teneis esos diarios, dijo Truth, por qué habeis venido? ¿Que necesidad teneis de mí?

—Por una razon muy sencilla, mi excelente amigo, dijo Fox con voz almibarada. En la Bolsa, no se tiene confianza mas que en el París-Telegraphe; es muy natural que tratemos de ponerlo de nuestra parte. Haremos cuanto sacrificio sea necesario para conseguirlo.

—Señor Fox, esclamó el periodista pálido de emocion, aquella es la puerta.

—Soy vuestro servidor, señor Truth, dijo el procurador desapareciendo.

—No soy el vuestro, respondió mi cliente. Mañana sabré lo que es ese empréstito y lo diré.

—Mi querido señor, le dije con la autoridad de mi profesion: agravareis vuestra enfermedad, no corrijireis á nadie y os hareis de enemigos mortales.

—Los enemigos son nuestra gloria. Somos soldados: nuestro puesto está en el fuego.

Diciendo esto se tomó el pecho con ambas manos y se torció en el sillon.

—Doctor, esclamó Humbug, socorredle; no veis que se sofoca? Puede uno darse semejantes emociones por esta canalla humana! Truth, perro egoista! os matais adrede para arruinarme á mi, vuestro viejo amigo. Veamos, miradme.

Truth le tendió la mano sonriendo tristemente. Apesar mio, sentí cierta lástima por aquel pobre jitano que sacrificaba su vida al mas quimérico y al mas deplorable de los oficios.


[45]

CAPITULO IX.
Donde se le dice su merecido á la verdad.

Cuando la crisis hubo pasado, y el enfermo recobró aliento, Humbug apoyó ambos codos sobre la mesa, y con una voz que trató de hacer alegre, sin conseguirlo:

—Mi querido Truth, dijo no resistais por mas tiempo á vuestra verdadera vocacion; haceos pastor. Los vicios son de buena pasta; se dejan maltratar sin decir palabra. Todos los domingos se les fustiga vigorosamente sobre los hombros del prójimo, despues de lo cual se almuerza en paz y se come lo mismo. Pero esos bípedos que se creen hombres por que caminan en dos pies, esos lobos con sombrero redondo, esos zorros con lentes, esos monos encorbatados, esos ganzos con levita negra, á esos es necesario mirarlos de cerca para reir de su crueldad, de su avaricia, de su cobardia, de su estupidez. El que los toma á lo serio, muere con el corazon despedazado.

—Hé aquí á mi sucesor, dijo Truth tomándome de la mano: el doctor será un buen asociado para vos.

—El doctor! respondió Humbug, es imposible: si tiene traza de cervatillo!

—¿Cual es pues, esclamé, la especie de bestia que produce los periodistas?

—Para ser un buen periodista, dijo Humbug con gravedad cómica, se necesita la cara de un perro, el olfato de un perro, la impudencia de un perro, el valor de un perro y la fidelidad de un perro. La cara de perro para intimidar á los picaros: el olfato del perro para sentirlos de lejos, la impudencia del perro para ladrar tras de ellos apesar de sus gestos y sus amenazas: el valor del perro para saltarles á la garganta: la fidelidad del perro para irse, detenerse y volver al primer llamado de la verdad.

—Señor director de los avisos, dijo yo con impaciencia, no suponia que tuvieseis por la verdad una pasion tan viva y tan desinteresada.

—¿Porqué no, sabio Esculapio? respondió en tono chocarrero.[46] ¿Creeis que no sé que dos y dos son cuatro? ¿Qué es lo que hace el precio de los avisos? El número de lectores. ¿Qué es lo que trae lectores? La opinion. ¿Engañando acaso á la opinion se la gana? La verdad es el cuerpo del diario; los anuncios no son sino la crinolina, ridículo traje, provisto por la mentira y la vanidad. Desinit in piscem mulier formosa superné. ¿Quien tiene la culpa? El espíritu y el buen gusto del público.

—Señor, le dije haciendo dar vueltas la tabaquera en mis manos para apoyar mis palabras, toda verdad no es bueno decirla. Hay algunas que turban y desgarran la sociedad.

—Si, querido doctor; la verdad es revolucionaria.

—Al fin, esclamé, lo confesais!

—Sin duda. Ved la Reforma. ¿A qué precio ha libertado la conciencia?

—Eso es, dije yo, golpeando con mi baston, eso es!

—Y el Evanjelio, respondió Humbug. Qué trastorno! Una civilizacion destruida, Jupiter destronado, los Césares despreciados y derribados. Cuán conveniente hubiese sido que ahogasen en su orijen á esta verdad que mataba un mundo y engendraba uno nuevo! Eh! bien, querido Hipócrates ¿no decis nada? ¿Y la Revolucion Francesa?

—Señor, esclamé, no toquemos las cosas sagradas. La resistencia de los privilejios fué la que hizo todo el mal. Confesad que hay verdades que asustan.

—Si, como la luz intimida á los ladrones.

—Hay algunas que son odiosas, para quien las escucha.

—Sí, cuando se perturba la embriaguez, ó se recuerdan los remordimientos.

—Hay algunas que son peligrosas para los que las dicen.

—Sí, cuando tienen un corazon de esclavo ó de lacayo. Di la espalda á aquel sofista desvergonzado que no temia atacar sabias preocupaciones y sacudir la almohada en que el mundo duerme en paz hace dos mil años. Me dirijí á Truth, que habia vuelto á empezar sus recortes y que parecia no escucharnos.

—¿En qué pensais, querido enfermo? le dije; nuestra conversacion os fatiga quizá.

—Doctor, respondió sonriendo, perdonad la impertinencia de mi fantasia, pensaba en Pilatos. Escuchaba á este grave administrador decirle á Cristo: ¿Qué es la verdad? y salir sin esperar la respuesta. En tiempo de Tiberio César, habriais sido un excelente gobernador de Judea.

[47]

—Qué! agregó animándose, no sentis que para nosotros los hombres, la verdad es la vida, y que la mentira es la muerte? Buscad á vuestro alrededor paises prósperos, ilustrados, honrados, caritativos: ¿no son aquellos donde cada cual puede decir la verdad, toda la verdad, sin escepcion de personas, sin respeto á las preocupaciones, á los privilejios, á los abusos? Buscad los paises miserables, ignorantes, sin moralidad; ¿no son aquellos donde reina la mentira oficial bajo todas las formas? Contemplad la grandeza de la Inglaterra, el crecimiento de la América, la fortuna naciente de Australia. ¿Cual es la fuerza que en ochenta años ha levantado á nuestros Estados-Unidos de tres millones á treinta y un millones de habitantes? No os engañeis: es la verdad. Dejad á los políticos hacer armazones de sistemas y combinar formas de gobierno; ved cuales son las instituciones vivas de los pueblos libres. Escuelas, asociaciones, tribuna, prensa, ¿qué es todo esto, sino otros tantos instrumentos con el objeto de propagar la verdad y captarse todos los corazones? Contad los diarios de un pueblo y tendreis su rango en la escala de la civilizacion: es un termómetro que nunca engaña. ¿Porqué? Es que la verdad no es, en otros términos, sino la ley que gobierna el mundo moral: es que hay relaciones naturales entre los hombres, como las hay entre las cosas. Reconocer y respetar esas relaciones, es reconocer y respetar la verdad, ó mejor dicho, á Dios mismo, presente en el mundo por su voluntad todo poderosa.

—Querido señor Truth, respondí, un poco conmovido por este flujo de palabras, Humbug tiene razon: habeis nacido para predicar. Pero la esperiencia me ha enseñado hace mucho tiempo que la práctica es lo contrario de la teoria. ¡Cuántas verdades admirables de lejos, se desvanecen en la prueba! Todos los dias oigo repetir que los hombres son hermanos, que la mujer es la igual del hombre, que los gobiernos son hechos para los pueblos........

—¿Y dudais?—dijo Truth.

—No, no dudo teóricamente; pero tratad de poner en práctica esas bellas máximas: ¿á donde iriamos á parar?

—Al reino del Evangelio, respondió el periodista con singular gravedad. Si teneis un ideal mas noble, decidlo: si no teneis nada que poner, en su lugar, no desempeñeis el triste papel de Mefistófeles. La humanidad tiene la necesidad de creer y de esperar.

—Pero doctor encantador, que no creis en la teoria, esclamó[48] Humbug con risa impertinente, ¿cuando hablais, sabeis lo que decis? ¿cuando dais un remedio á vuestros enfermos, sabeis lo que haceis?.... No os incomodeis; si lo sabeis, haceis teoria apesar vuestro; si no lo sabeis ¿qué razon teneis para estar tan orgulloso de no raciocinar?

Hundíme en el sillon, crucé las piernas y los brazos y mirando á Humbug en pleno rostro:

—Señor, le dije, escuchadme sériamente, si sois capaz de algo serio. En teoria, lo diré una vez mas, amo la verdad, la amo tanto como podeis amarla vos; pero la prensa no es la verdad. Hay en ella una mezcla de pasiones, de injurias, de mentiras que sublevan todo corazon delicado. La salvaje libertad que reina en este pais no es de mi gusto. He refleccionado largo tiempo á este respecto, y os diré, si os dignais comprenderme, como se puede organizar la prensa, administrar sabiamente la verdad, abolir la licencia del mal, y no dejar sino la libertad del bien.

—Impedid á los perros que ladren, esclamó Humbug echándose á reir, y está hallada la cuadratura del círculo.

—Supongo, continué sin responder á esta patochada, supongo un gobierno ilustrado, moral, paternal, que no piensa sino en el bien de sus súbditos.

—Doctor, eso es teoria!

—No señor, es observacion. En este gobierno hay ministros inteligentes........

—Comprendo, dijo el insoportable bromista, ministros ilustrados, morales, paternales, y que no piensan sino en el bien de sus administrados.

—Si, señor, y estos ministros tienen bajo sus órdenes millones de agentes........

—Todos ilustrados, morales, paternales etc., en una palabra, una lejion de ánjeles con frac negro.

—En nombre del cielo, Humbug, callaos, esclamó Truth. Dejadlo concluir su cuento de hadas; me parece oir á un Francés que se imajina raciocinar porque enfila paradojas y surce palabras.

—Señor Truth, respondí secamente, la razon y la esperiencia hablan por mi boca; escuchadme. En manos de este gobierno, que todo lo sabe, que todo lo vé, que todo lo entiende, que no tiene ni preocupaciones, ni pasiones, en esas manos es, decia, en las que pongo el depósito de la verdad; no quiero por esto darle el monopolio, soy amigo de la libertad, pero reglamentada, limitada[49] y moralizada! Reduciria el número de los impresores, de modo de hacer de la tipografia una censura prudente y discreta, un sacerdocio conservador; en seguida, limitaria el número de los diarios, de modo de constituir un pequeño número de tribunas, verdaderas cátedras de donde no se dejaria hablar sino á la decencia y á la moderacion. Habria periodistas como hay sacerdotes, es decir, ministros de la verdad que recibirian del gobierno su investidura y su símbolo. Si, apesar de la sabia direccion del Estado, algun gacetillero insolente, olvidando la gravedad de sus deberes, faltase al respeto que debe á la autoridad, personificacion de la justicia y de la verdad, entonces no recurriria al juri, que tiene la mano pesada y deja deslizar entre sus dedos mas de una inocencia dudosa; es á la administracion, siempre paternal y protectora, á quien yo dejaria la santa mision de confundir la mentira, en caso de necesidad, de contenerla antes que aparezca—Es á la administracion, siempre prudente, ilustrada, desinteresada, y que sabe mejor que nadie, lo que la conviene y lo que la daña, es la administracion la que herirá á la audacia y la ignorancia; ella ahogará la oposicion naciente como Hércules en la cuna ahogó las serpientes. Gracias á esta higiene ingeniosa, los diarios serán un alimento inocente, un remedio en vez de un veneno. La prensa será una antorcha en manos del gobierno: no se temerá ya el incendio. Se prepararán preocupaciones útiles, errores saludables; se sujetará la verdad á las necesidades del Estado á la fuerza de las poblaciones; y si alguna nueva doctrina aparece en el estranjero, se esperará á que haga fortuna en el pais de su orijen, antes de molestar á almas tranquilas y que no aspiran sino al reposo. Hé ahí mi teoria: señor Humbug ¿qué decis de ella?

D—d rascal! esclamó descargándome sobre el hombro un puñetazo, capaz de descornar á un buey. ¡Cuán feliz es uno con tener injenio, siempre se tiene una bestialidad á mano que decir! Con su aire solemne, he visto el momento en que este socarron mistificaba á un viejo Yankee como yo.

—Señor Humbug, le dije frotándome el hombro, esos argumentos groseros no son de mi gusto. Pegar no es responder!

—Estrangular tampoco! gritó el periodista riendo. Continuad, doctor; sois mas entretenido de los que pensais! Verba placent et vox. Pero, adios: ha llegado la hora de hacer el diario; tiempo es dinero—me arruinais!

Una vez solo con M. Truth, le pregunté, si no estaba sorprendido como yo de lo que habia de profundo en el sistema[50] que le exponia; si podía poner en términos de comparacion á la turbulencia y al desorden de la prensa americana con ese mecanismo compacto que debia en poco tiempo embridar al pueblo mas ardiente del mundo, y darle la habitud de la moderacion y el gusto de una inocente libertad.

—Doctor, dijo con dulzura, soy del parecer de Humbug: os reis de nuestra simplicidad. Esa doctrina, que nos presentais como una invencion nueva, hace mucho tiempo que la conozco. Es el dogma de la inquisicion: la verdad hecha cosa oficial, instrumentum regni, y monopolizada por la Iglesia y el Estado. Hace tres siglos que Lutero ha soplado esas peligrosas quimeras y repuesto á cada cristiano en posesion de su conciencia y de su derecho. En los primeros dias del mundo la verdad salió de la caja de Pandora, con tantos otros bienes, que son otros tantos males en manos inespertas; buscar la verdad, es la obra de todos,—apoderarse de ella, no pertenece á nadie. No os pagueis de palabras: Gobierno, ministros, funcionarios, qué es todo esto, sinó hombres que no son ni mas infalibles ni mas sábios que nosotros? Hacer de ellos los dispensadores de la verdad, es un sueño. La verdad es de todo el mundo, como el aire y la luz; lo único posible es ahogarla, no impedir que los hombres piensen, sino que hablen. ¿Quién se aprovechará de tan detestable invencion? ¿La autoridad? Será la primera víctima. Se la engañará sin cesar; bastará un puñado de intrigantes para seducir al majistrado mas honrado y comprometerlo en las mas locas aventuras. ¿No veis, por otra parte, que dais á vuestro gobierno todo el poder de hacer mal, con tal que tenga el cuidado de raciocinar mal? ¿Ganarán con ello los ciudadanos? Desde el momento en que la cosa pública no les pertenezca, les quitais lo que hay de mas noble, de mas bello, de mas grande en la vida: el amor á la patria, la pasion de la libertad. Quitad la ajitacion de la tribuna y de los diarios, y la sociedad no será sino una agua mansa de donde saldrán la corrupcion y la muerte. ¿Asegurareis, por lo menos, la prosperidad material, único incentivo de la multitud? Muy al contrario: la riqueza es el fruto de la libertad. No hay seguridad, ni rentas, ni comercio, ni industria, sino en los paises donde pululan esos diarios cuya voz os importuna. El silencio es el triunfo de los nécios, la noche no es el reino de las jentes honradas; dejadnos la luz, el ruido y la vida. Recordad que en Roma tambien se gritaba contra la charlatanería de los tribunos; que un dia Syla los hizo callar, con gran placer de[51] los utopistas, y que, desde entonces comenzó una decadencia, de la que el mismo cristianismo no pudo levantar al universo.

—Permitidme, respondí, admirado del curso que tomaba la discusion; no pretendo haber encontrado la piedra filosofal en política. Todo sistema tiene sus abusos; es una cuestion de proporcion. Confesad que el lenguaje de vuestros diarios es espantoso, y que no hay mal mas horroroso que su licencia desenfrenada.

—Doctor, vos sabeis lo que dice el Evanjelio; Es en el fruto en lo que los conocereis. Encontradme un pais donde haya mas luces, mas caridad, mas prosperidad material que en América.

—No veo sino escándalo por todas partes, respondí. Los fundamentos mismos de la sociedad se hunden en esa arena movediza que llamais la democracia. ¿Qué es lo que respetais? ¿La relijion? Eh bien! que un pastor falte á su deber, que su conducta sea lijera, en el acto veinte periodistas se echarán á reir, como el indigno hijo de Noé, en vez de ocultar á todos las miradas una debilidad cuya deshonra repercute sobre la Iglesia.

—La verguenza, dijo Truth, es para la Iglesia que patrocina la causa del culpable, no para la Iglesia que arroja de su seno á un miembro gangrenado.

—¿Os llevais bien con la justicia? Ayer no mas, vuestro diario atacaba con cínica acritud á un juez que, en un instante de mal humor, habia maltratado á no sé que pícaro. ¿Cómo quereis que se respete al juez, si no es infalible?

—La justicia, dijo Truth, es hecha para el acusado, y no el acusado para la justicia.

—Que un subalterno, continué yo, salga de sus atribuciones, que por casualidad olvide la ley, que detenga por inadvertencia á un inocente: inmediatamente diez diarios aullarán contra la tirania; como perros que ladran á la luna; incendiarán el pais por la causa del último de los miserables, qué sé yo? por un mendigo, ó un ladron puesto preso sin que las formas hayan sido observadas.

—Tendrán razon, dijo Truth; la libertad del último de los miserables atañe á todos. Desde el momento en que se violen las formas legales, desde el momento en que un ciudadano es injustamente agredido, todos están amenazados. El que no comprenda esto no sabe lo que es la libertad.

—Pero, es que algunas veces es necesario cubrir la estátua de la ley y salvar el pais á despecho de una falsa legalidad.

[52]

—Doctor, vos teneis una especie de inclinacion á Pilatos. El tambien no se detuvo ante una falsa legalidad, le pareció mejor condenar á un inocente que perder su puesto. Era un hombre habil; no sé por que el mundo es tan severo con él.

—¿A dónde iriais? continué, cada vez mas irritado de la frialdad de Truth. Doce ó quince diarios, hé ahí los dueños de la opinion y de la república.

—Quince diarios, dijo Truth asombrado: ¿qué quereis decir con eso? Tenemos trescientos; es poco para un millon seiscientas mil almas. Boston tiene cien para menos de doscientos mil habitantes, es cierto que en Boston, la ciudad puritana, se comprende la libertad y la civilizacion de otra manera que en París.

—Trescientos diarios! esclamé, sorprendido por esta cifra formidable. ¿Entonces quién dirije y gobierna la opinion? El primer desconocido puede, sin mision alguna, erijirse en profeta y lejislador; el primer soñador puede decir lo que quiera é imponer sus opiniones á la multitud. Qué atroz despotismo!

—Mi buen amigo, dijo Truth, bajando la voz para colocarme en un diapason menos ruidoso, no comenceis de nuevo vuestras bromas: ellas divierten á Humbug á mi me hacen daño. Allí donde todo el mundo puede hablar, no hay ni mision, ni profeta, ni primer desconocido: hay un derecho que pertenece á ciudadano, y de que todo ciudadano usa en su interés particular ó en el interés jeneral. ¿En un pueblo libre, quién se ha imajinado poder dirijir y gobernar la opinion? ¿Hay un solo Yankee que no se haga él mismo su regla de conducta, y que no escoja con conocimiento de causa su partido y su bandera? La prensa es un éco que repite las ideas de todo el mundo, y nada mas. Esos innumerables diarios no tienen sino un objeto, acumular los hechos, las noticias, las ideas, multiplicar y esparcir la luz! Mientras mas hay, cada ciudadano se encuentra en mejores circunstancias para leer, reflexionar, y juzgar por sí mismo. Poner la verdad al alcance de todos, hé ahí nuestra ambicion. El pretendido despotismo de los diarios no existe sino en vuestra imajinacion. Cuando mas seria posible allí donde un gobierno mal aconsejado y que hiciera del periodismo un monopolio contra si mismo, no sufriese sino diez ó quince hojas, obligando asi á los partidos á aliarse contra él, y cuando su naturaleza tiende á dispersarlos. Pero en América donde hay ochocientos ó novecientos diarios, donde nacen nuevos todos los dias, el número de los tiranos ha muerto la tirania.

—Sea; es un réjimen que Aristóteles no ha previsto: una democracia[53] de papel. En este pais bienaventurado, todo es gobierno, escepto el gobierno mismo. Vosotros los periodistas [y aqui todo el mundo es periodista], vosotros, sois mas que la Iglesia, mas que la Justicia, mas que el Estado! ¿Qué sois pues?

—La respuesta es muy fácil, dijo Truth; somos la sociedad:

—Pero si la sociedad, si el pueblo gobierna, ¿quién será el gobernador?

—Doctor, respondió el periodista sonriendo, cuando andais por la calle, quién es el conducido? Por amor á una palabra, necesitais muletas? Cuando gobernais vuestras pasiones [lo que no siempre haceis], ¿quién es el gobernado? Hay una edad madura para los pueblos como para los individuos. Compadezco á la China envejeciéndose en una infancia eterna; pero nosotros cristianos, nosotros ciudadanos de un gran país, nosotros no somos un pueblo de idiotas y de privados: hace mucho tiempo que hemos salido de la tutela, y que nosotros mismos hacemos nuestros negocios. ¿Qué es esa soberania del pueblo, que hace setenta años ponemos al principio de nuestras constituciones, sino una declaracion de mayor edad?

—Las comparaciones no prueban nada, respondí secamente; lo que es cierto respecto á un individuo, no lo es respecto á una nacion.

—Siempre palabras, doctor. Una nacion, es una coleccion de individuos. Lo que es cierto respecto á diez, á veinte, á mil personas, es tambien cierto respecto á un millon. ¿En qué cifra comienza pues la incapacidad?

—No, dije yo, no es cierto que una nacion sea una simple coleccion de individuos; es cosa muy distinta.

—Es decir que el total de una adicion es cosa diferente de la suma de todas las unidades?

—Error! esclamé fatigado de discutir con una intelijencia tan limitada. Hay aquí una diferencia que salta á la vista. ¿Para desembarazarse de los intereses particulares, cual es la palabra májica que invocan los hombres de Estado? El interés jeneral. ¿Cuando se quiere anular derechos y pretensiones que dañan al gobierno, qué se alega? Un interés superior, el interés social. La utilidad pública, es la negacion de los derechos individuales: tal es al menos la manera de raciocinar y de obrar en todo país civilizado. Si bastase escuchar el deseo de la mayoría y sumar los intereses y las voluntades, os pregunto lo que sería la política: un oficio de almacenero, un papel al alcance[54] del primer hombre honrado que se presentára; os figurais á un César, un Richelieu, un Cromwell, un Luis XIV, escuchando la voz del campecino, ó tomando el voto de algunos millones de paisanos? ¿A qué quedarian reducidas las combinaciones, las alianzas, las guerras, las conquistas, todos esos esplendores, todos esos juegos de fortuna donde triunfan los héroes? Arrastrar una nacion á la victoria y á la gloria, imponer á la masa popular ideas que no son las suyas, hacerla servir á una ambicion y á proyectos que en nada le importan,—hé ahí la obra del jénio! Hé ahí lo que aman los pueblos: adoran á aquellos que los pisotean. Dejad esas pobres jentes entregadas á sí mismas, sembrarán sus coles, sus anales serán de dos renglones, como la moraleja de los cuentos de hadas: Vivieron mucho tiempo, fueron felices, y tuvieron muchos hijos. ¿Qué seria la historia con ese bello sistema? ¿Y de retórica qué les enseñarian á nuestros hijos?

Yo estaba elocuente, lo sentía. Truth confundido me miraba con un aire singular.

—Doctor, me dijo, yo no amo los sofismas: pero de todos esos juegos de injenio no hay ninguno que me sea mas odioso que las paradojas de otros tiempos, mentiras muertas hace mucho. Me hacen el efecto de una vieja cortesana que ha olvidado de hacerse enterrar, y que pasea entre la juventud disgustada, sus afeites, sus falsos cabellos y sus arrugas. Washington ha enseñado al mundo lo que es un hombre honrado gobernando á un pueblo libre; la prueba está hecha; el siglo del egoismo político ha pasado, ahora no hay lugar sinó para la abnegacion. El que esto no comprenda, el que no escuche la voz de las jeneraciones nuevas, el que no sienta que la industria, la paz y la libertad son las reinas del mundo moderno, ese no es sinó un soñador y un insensato. No es á la gloria á donde camina,—es al ridículo.

—Acabemos de una vez, señor, esclamé levantándome, y apesar mio, llevé la mano á la empuñadura de mi espada ausente. Si hubiese tenido mi uniforme de cirujano de la Guardia Nacional, habria obligado á aquel insolente á empuñar su acero: haciéndole morder el polvo le habria probado sin réplica que la América no entiende jota de civilizacion, y que un francés nunca deja de tener razon.


[55]

CAPITULO X.
La cocina infernal.

Mientras que Truth sorprendido de mi violencia y fogosidad echaba sobre mí miradas inquietas, entró Humbug, trayendo un manojo de pruebas que puso sobre la mesa.

—Alerta! gritó con su gruesa voz, comienza la tarea. Nunc animis opus, Ænea, nunc pectore firmo.[21] Doctor, ayudadnos; vuestro brazo derecho está libre; tomad ese papel y preparad el resúmen.

—Escribid: Derrota de las tropas federales. Hé ahí lo que ocupa toda nuestra primera pájina. Y echó una prueba en el buzon.

—Derrota! dije yo, vais á anunciar al país que ha sido derrotado? Poned: Retirada estratéjica, hábil combinacion; de otra manera vuestra imprudencia vá á sembrar por todas partes la inquietud y el terror.

—Doctor, sois incorrejible, replicó Truth, una vez mas—al pais se le debe decir toda la verdad. ¿Creeis que un revés abata á los yankees, y que, como los niños, se dejarán conducir por la fortuna? Una victoria nos encontrará indiferentes; una derrota nos valdrá un aumento de enerjía, de soldados y de dinero. ¿Cuántos hombres muertos?

—Muertos, 3,000; dijo Humbug, heridos 6,000; ausentes 2,400.

—Poned las cifras, replicó Truth; doctor, no las olvideis en el resúmen. Entretanto, qué ha hecho el Congreso?

—En el Senado, dijo Humbug, una larga discusion sobre la esclavatura. M. Summer ha hecho abolir la servidumbre en el distrito federal de Colombia. Es un primer paso. Doctor, escribid: Admirable discurso del elocuente senador de Massachusetts. Hé ahí nuestra primera hoja llena; pasemos al suplemento.

—Cámara de Representantes, nada de interesante: tres llamamientos al órden y el tiempo perdido en querellas con el presidente.

[56]

—Es la práctica, dijo Truth; pasemos. Ved aquí el artículo político; escribid, doctor: Vuelta á la Ley y á la Libertad; el Habeas corpus restablecido.

—Qué! dije yo asombrado, es en el momento de una derrota cuando es necesario concentrar todos los poderes y gobernar manu militari, que restableceis la libertad civil con todos sus peligros! Sabed, pues, por esperiencia, que este es el instante de suspender todos los derechos. Nada tranquiliza tanto á un pueblo como sentirse todo entero en manos del poder. En verdad, vosotros no entendeis nada de política.

—El despotismo no es la fuerza, respondió Truth: un pueblo, mientras mas libre es, es mas suave, mas obediente y resignado á los sacrificios. Si quereis que os sostenga, confiaos á él. Continuemos: Robos de la marina denunciados á la nacion. Escribid, doctor, y sub-rayad, á fin de que en el resúmen pongan esas palabras en relieve.

—Es demasiado atrevimiento, esclamé yo. Pensad en los intereses que herís, en las quejas que vais á levantar.

—Que se quejen los ladrones, dijo Truth, los espero; tengo pruebas!

—Pruebas, ¿quién os las ha suministrado?

—En todas partes donde hay una tribuna, dijo Truth, hay alguien que hable. En un pueblo á quien se le impone silencio, los ladrones obran, los robados se callan; en un pueblo en que todo ciudadano es un miembro activo de la nacion y tiene derecho de acusar á nombre del país, los ladrones se ocultan los robados gritan y obran. En Rusia, veinte millones dados á la policia no impedirian que se robaran millares de millones; y todavia la comprarian; entre nosotros, donde todo el mundo es la policia, no se roba un centavo sin temblar. Suprimir la rateria en grande escala, es una de las ventajas de la libertad. Pasemos á las noticias del esterior.

—He aquí, dijo Humbug, las tres correspondencias de Lóndres.

—¿Para qué tres correspondencias?—pregunté sorprendido de aquel lujo inútil.

—Hay tres partidos en Inglaterra, respondió Humbug, necesitamos pues tres écos para repetir todos los ruidos.

—Primera correspondencia, color del viejo Pam.[22] “Guerra á la América; la justicia es una bella cosa; pero el algodon[57] vale mas; incendiemos el mundo para calentar la Inglaterra.” Segunda correspondencia, color Derby. “El viejo Pam se burla del público, grita á las armas, amontona fortificaciones y navíos corazados, juega á los soldados, y no quiere mas que dos cosas: conservar la paz y su puesto. Que nos den el ministerio, seremos tan patriotas y costaremos mas barato.” Tercera correspondencia, color Bright y Cobden. “John Bull, mi amigo, vuestro gobierno se burla de vos. Hace cosquillas á vuestra vanidad para sustraeros vuestro último chelin. Sed hombre, imitad á vuestro primo Jonathan,[23] haced vos mismo vuestros negocios; el dia que los pueblos no se hagan cuidar por esos charlatanes ruinosos que se llaman diplomáticos y grandes políticos, vivirán como hermanos; tendrán paz y vida baratas.”

—Espero, dije á Humbug, que al dar al público esas tres correspondencias, agregareis vuestro parecer.

—Absolutamente no, respondió Humbug; Jonathan tiene la costumbre de hacerse él mismo su opinion; tiene muy buenos ojos para tomar nuestros espejuelos.

La puerta se abrió bruscamente: tres mujeres jóvenes y elegantemente vestidas se aproximaron á nosotros; la de mas edad que no tenía veinte y cinco años, tomó la palabra en un tono á la vez modesto y seguro:

—Señor, dijo á Humbug, venidas enviamos por las señoras costureras de ropa hecha, os rogamos que anuncieis que vamos á constituir una liga y que el lúnes próximo tendremos un meeting á fin de buscar el medio de sacudir la opresion que sufrimos; queremos reconquistar y asegurar nuestros derechos.

—Los sastres son ricos, dijo Humbug. Antes de reducirlos, será necesario que os comais vuestras economías. ¿Teneis un millon que mascullar? que desperdiciar?

—Señor, dijo la mas jóven con aire altanero, con cien dollars de avisos llenaremos nuestro objeto. Enseñaremos á los señores sastres y al mundo entero lo que pueden quinientas mujeres, á quienes se les ha puesto en la cabeza no ceder. Es una leccion que aprovechará á los monopolizadores y á los tiranos, leccion que hará palidecer sobre sus tronos á los déspotas del viejo continente. Tened la bondad solamente de poner mañana en el diario el manifiesto al público, que nuestro comité ha deliberado y redactado.

[58]

Con lo que nuestra amazona alcanzó al periodista un papel doblado en cuatro; Humbug leyó en alta voz esta impertinente broma, memorable monumento de la locura y de la perversidad femeninas, en un pais donde hasta las mujeres mismas creen en la libertad.

A LOS PARISIENSES DE MASSACHUSETTS.

Las costureras de trajes.

Para revindicar nuestros derechos desconocidos, para obtener justicia, nos, las costureras de ropa hecha de la ciudad de París (Massachusetts) nos constituimos en liga: dentro de ocho dias nuestros tiranos habrán cedido, no tendremos mas empleo. ¿Quién quiere darnos trabajo? no gustamos quedar con los brazos cruzados; pero estamos resueltas á no trabajar devalde en provecho de gentes que pueden pagar. ¿Quién tiene necesidad de una puntada? Nosotros sabemos hacer sombreros, fracs, budines, masitas, y tortas; sabemos coser, bordar, hacer punto de medias, asar y cocer. Sabemos ordeñar las vacas, hacer manteca y queso, engordar gallinas y cuidar un jardin; sabemos asear la cocina, barrer la sala, hacer las camas, hachar leña, encender fuego, lavar y planchar, y lo que mas, adoramos á los nenes. En una palabra, cada una de nosotros, puede ser una cumplida mujer casera. Por nuestra inteligencia y nuestro injenio preguntad á nuestros antiguos amos. Resolveos pronto señores. ¿Quién quiere ojos negros, frentes hermosas, cabellos crespos ó ondeados, el encanto y la juventud de Hebe, la voz de un serafin, la sonriza de un angel? Viejos gentlemen que necesitais una buena ama de llaves, hermosos jóvenes que buscais una mujer activa y delicada, hablad, el remate está abierto. A la una, á las dos, á las tres: adjudicado. ¿Cuál es el feliz mortal?

Dirijirse al Comité de señoras Costureras.

calle de los Alamos, N.ᵒ 20.

—Muy bien, señoras, dijo Humbug, el anuncio aparecerá esta tarde en el diario, y pondremos en el sumario: Liga de las costureras, para que nadie lo ignore.

—Diciendo esto, hizo un profundo saludo y acompañó hasta la puerta á las costureras, con tanta política como si se tratára de un prefecto.

—¿Es posible, esclamé yo, que en América las mujeres tengan derecho á hacer lo que se les antoja? ¿No es esto un desmentido dado á la esperiencia y al buen sentido? Meetings de costureras, coaliciones de lavanderas, una liga de parteras! La revolucion con frac es odiosa, pero la revolucion con polleras es ridícula.

[59]

—Lo que es ridículo, respondió Truth con su flema ordinaria, es que los fracs se crean con derecho para oprimir á las faldas.

—Está bien, repliqué. Verted en esas cabezas locas la embriaguez de la libertad, vereis cuales son las primeras víctimas.

—Doctor, estais lúgubre, dijo Truth; á la menor sacudida que reciben vuestras antiguas preocupaciones, gritais que el mundo se acaba. Las mujeres, querido señor, son la mitad del jénero humano, esta es una verdad profunda que Aristóteles ha comprobado, pero que hace dos mil años nadie ha comprendido, escepto los americanos. Si nuestras mujeres no nos acompañan ni en nuestras esperanzas, ni en nuestros temores, nos harán tomar parte en sus debilidades y en sus caprichos. Necesitamos esposas, hijas y madres que amen la libertad con pasion, á fin de que los maridos, los padres y los hijos no pierdan nunca ese santo amor. Esas costureras os parecen ridículas,—yo las admiro, mientras rio de su anuncio; yo amo las almas jenerosas que tienen fé en la justicia y que defienden su derecho. Esas almas son las que hacen un gran pueblo: en eso consiste la superioridad de nuestro bello pais.

—Acabemos el diario, dijo Humbug; hé aquí los mercados. Algodon, lana, carbon, hierro, harina, granos, puerco, carnero, vaca, heno, cobre, azúcar, café. Nada de particular, sino es en las harinas; las buenas marcas se han vendido á dos por ciento mas que las harinas comunes.

—¿Qué marcas? dijo Truth, tomando el catálago; Colfax, Stevens, Pennington; es necesario subrayar esos nombres, é imprimirlos en grandes caracteres. Reis, doctor, no es esta una cosa insignificante. La responsabilidad individual, es la fuerza y la vida de las repúblicas. Es necesario que todos lleven inscriptos en la frente lo que son y lo que hacen. Ligar á la honradez, la reputacion y la fortuna, unir á la pilleria y la ruina, es el secreto de la moral y del gobierno, es un problema cuya solucion no ha encontrado ningun lejislador, y que, sinembargo, la prensa resuelve todos los dias.

—Bello trozo, apropósito de una barrica de harina!

—Y cuya aplicacion vereis al instante, dijo Humbug; aqui teneis: Mercados de cerdos: veinte barriles averiados, de las marcas de Tomas y de Williams. Subrayar estos dos nombres indignos,—es echarlos del mercado.

—No lo hareis, grité, no teneis derecho para ello.

No contento con ser el gobierno; ¿quereis aun ser la policia?

[60]

—Lo habeis dicho, respetable doctor, replicó Humbug; somos la policia y algo mas todavia: somos la conciencia pública. Somos nosotros los que damos el honor y la fortuna: Honestus rumor alterum patrimonium est[24].

Abrid los ojos cuanto querrais si os agrada, y gritad á voz en cuello si eso os divierte. Pero, si hablais seriamente, en verdad que os han cambiado en la cuna, no sois un Americano.

—Tú no sabes, me dije, tú no sabes, ignorante, cuanta razon tienes. No sabes hasta que punto desprecio á un Don Quijote bastante loco para tomar á pecho el interés de otro, el interés del primer desconocido, y eso sin mision y sin honorarios. ¡Hé ahí lo que es un pais sin funcionarios! Es necesario que todos se ocupen hasta de sus propios negocios. ¡Eso es ridículo! En Francia, una administracion intelijente y compacta me libra de todo jénero de cuidados: soy rey: se me sirve: gozo en paz de una prosperidad y de una grandeza que no me cuestan sino mi dinero. Es el triunfo de la civilizacion, ó yo no entiendo jota.

—Hé aquí la Bolsa, dijo al entrar un jóven hipando por haber corrido.

—¿Nada de nuevo?—preguntó Humbug.

—Nada, sinó el empréstito mejicano.

—¿Qué dicen de él? Eujenio, dijo Truth.

—Fiasco completo, es una fulleria del viejo Little.

—Cómo, una fulleria! dije leyendo el programa de la Bolsa; el empréstito ha subido un dollar sobre el precio de emision.

—Little ha comprado con una mano lo que vendia con la otra, dijo Truth; la broma es vieja y entre nosotros nunca hará fortuna. No somos bastante carneros para eso—Señor Rose, agregó dirijiéndose al recien llegado, hacedme para mañana un artículo sobre este asunto; ved á los ajentes de cambio y decidme toda la verdad.

—Estará hecho esta noche, Señor Truth; tendré mas datos que los que necesito.

—Señor, dije á aquel jóven, cuyo nombre me anunciaba un hijo del boticario, y, ay de mi! un hermano de mi yerno; los negocios deben ser muy dificiles con esa costumbre de descubrirlos en provecho del público.

—Señor, respondió Eujenio, en tono desvergonzado, los negocios son tanto mas fáciles cuanto son mejor conocidos. En la Bolsa, la mentira es la ruina, la verdad, es la riqueza.

[61]

—Bueno, dije para mi, todos dicen la misma necedad. En Paris, centro de la intelijencia, capital del injenio, todo el mundo sabe que los negocios que preocupan al público, son aquellos que no entiende. ¿Qué puede dar un negocio conocido? El cinco ó el seis por ciento cuando mas, mientras que los desconocidos prometen el quince ó el veinte por ciento: ahí está el secreto del banquero. Aquí se cambia valor por valor, es un comercio miserable; en Paris, se compra la esperanza; es la poesia del juego, es el encanto de la loteria. ¿Qué le importa á un Francés perder su dinero?—eso es prosa. Devorar las riquezas con el pensamiento, satisfacer en sueños las pasiones, los caprichos, la ambicion, hé ahí el ideal; se paga, es cierto, pero, ¿cuándo es caro una ilusion?

—Amigo Humbug, dijo una voz gañidora, aqui teneis dos avisitos que quisiera insertar en tu diario; me harás una buena rebaja; los tiempos son malos.

El que hablaba así, era un hombrecillo de larga levita y cubierto con un inmenso sombrero; su aspecto, su jesto, su traje decian á todo el mundo:—Miradme, soy cuácaro.

Humbug tomó los dos avisos y se echó á reir.

—Son chuscos, dijo, pero no los entiendo.

Y leyó lo que sigue:

QUINTA MONTMORENCY.

(Seth Doolittle, propietario del Hotel de la Rosa, en Montmorency, tiene el honor de prevenir al público que, durante toda la buena estacion, los enamorados que se apeen en su casa no pagarán mas que la mitad del precio).

—¿Por qué esta escepcion,? pregunté yó.

—Amigo, respondió el hombrecillo, cruzando las manos sobre su vientre y dirijiendo sus ojos al cielo, nada hay mas bello ni mas respetable que el amor. Poned á un jóven delante de un vestido blanco y de dos bucles negros que se ajiten al viento y se sentirá tan celestial, de tal manera eterizada, que en toda la semana no descendará nunca á probar el asado. Es un robo hacer pagar el precio comun á esos ánjeles del cielo que no examinan jamás la cuenta; mi conciencia se opone á esa iniquidad.

—Ese escrúpulo te honra, dijo el exelente Humbug, mordiéndose los lábios. Pasemos á la segunda insercion:

AVISO AMISTOSO.

(Dinah D. L.—Se te suplica que no vuelvas. Tu madre goza de exelente salud; no puede arreglarse nada; y tu familia se encuentra mucho mejor desde que tú la has dejado).

[62]

—Este es un secreto de familia, dije yo sonriendo; no tiene esplicacion alguna.

—Para el público, no; para tí, doctor Smith, sí, repuso el cúacaro. Se trata de una hermana, tan loca, que por su propio interés, en el de su familia, y por respeto á la moralidad pública, la hemos enviado á California como maestra de escuela. Es de temer que la desgraciada se haya sido detenida en el camino y que quiera volver á las andadas. Teniendo esto en vista prevenímosla caritativamente,—por medio de un aviso encubierto, que haria mejor de continuar su camino: no hay lugar para ella en la casa.

—Eso es admirablemente caritativo, señor Seth, repuse yo alzando los hombros. Siento no haber reconocido antes de ahora á un hombre tan galante.

—Algo te habria costado para reconocerme, replicó Seth bajando la vista, no me has visto jamás; pero la señorita Marta me ha pintado su amo, y el terrible incidente de ayer con tanta fidelidad, que á primera vista te he reconocido.

Aquel virtuoso hostelero pronunció el nombre de Marta con una uncion estraña, y que mas tarde me vino á la memoria; hubiera puesto mas atencion en ello si un hombre de rostro inflamado no hubiese entrado bruscamente en la habitacion gritando:—Gran noticia, señor Truth; gran noticia señor Humbug: el intendente municipal de la ciudad acaba de ser condenado. Se le ha sorprendido en conversacion criminal con una actriz del Liceo, está obligado á pagar al marido diez mil dollars de daños y perjuicios.

—Doctor, dijo Humbug, tomad la pluma, y concluyamos el resúmen: tenemos un diario bien nutrido, la venta está asegurada. Véamos:

Derrota de las tropas federales

3,000 muertos 6,000 heridos

ADMIRABLE DISCURSO DEL ELOCUENTE SENADOR DE MASSACHUSETTS,
¡VUELTA A LA LEY Y A LA LIBERTAD!

Robos de la marina denunciados á la nacion,
Liga de las costureras
CONDENACION CRIMINAL DEL INTENDENTE DE LA CIUDAD.

—Vamos, continuó, el dia es bueno, no hemos ladrado mal á los pícaros. Despues de esto, gritó, á la imprenta; componed, muchachos y dentro de un cuarto de hora izad el tablero.


[63]

CAPITULO XI.
De la máxima protectora,—que la vida privada debe ser sagrada.

Me habia acurrucado en mi sillon, reflexionando en mis adentros sobre el triste espectáculo que tenia á la vista. Anarquia devorante, espionaje jeneral, perturbacion universal, el gobierno en manos de todo el mundo, hé ahí esa prensa tan ponderada! Enregimentad pues, un pueblo con semejante enemigo á vuestro lado!

—Eh bien, querido doctor, me dijo Truth con voz cariñosa, ya sabeis ahora como se hace un diario. ¿Os seduce?—¿sereis mi sucesor?

—Nunca! jamás! respondí echando para atras mi asiento por un movimiento involuntario. Lo que veo me espanta; os jugais con todo lo que me han enseñado á mirar como respetable y sagrado. Que se ataque á un ministro ó á los diputados, poco me importa, estoy habituado á ello; en todos tiempos los ministros han servido de blanco á los señores folletinistas; el gacetero mas célebre es el que hecha abajo dos ó tres. Si hay paises y pueblos á quienes divierte esa destruccion, que les haga buen provecho! Les deseo dos ó tres revoluciones para curarlos.... Pero la vida privada, señor, debe ser sagrada, entendeis, completamente sagrada.

—¿Quién ha dicho eso?—preguntó Humbug, con un aire pillo que no probaba sino su ignorancia.

—Señor Humbug, respondí, es M. Royer-Collard, un gran metafísico, que jamás ha tenido ideas propias; pero que ha fundido en bronce y grabado en acero las ideas de otro. El es, el ilustre sábio, que ha pronunciado esta palabra de oro, que debiera fijarse en toda oficina de diario: La vida privada debe ser sagrada.

—Vuestro gran metafísico ha dicho una necedad, respondió Humbug. ¿Acaso puede uno ser un pícaro en la vida privada y un Fabricio en la vida pública? ¿Qué es la vida privada? ¿Dónde comienza, dónde concluye? Gritar al perro rabioso ¿es un ataque contra la vida privada ó contra la vida pública? Si[64] nuestra marina es robada por impudentes proveedores? es la vida privada la que se ataca denunciando al ladron? Si el honorable M. Little, rico con los millones de otro, quiere una vez mas despojar á los simples en provecho de su codicia insaciable; ¿es atacar su vida privada decirle á M. Little que es un bribon?

—Señor, dije á aquel impudente, vos no dudais cuanto podria responderos; pero bastará una palabra. Hé ahí al intendente de Paris que ha cedido á una desgraciada debilidad. Quizá ha caido en el lazo tendido por alguna sirena de baja ralea, y á no dudarlo, esta falta no la ha cometido en calidad de majistrado municipal.

¿A qué viene ese ruido, ese escándalo, esa difamacion de un hombre cuyo error, no os concierne, al fin del cuento?

—¿Para qué?—dijo Truth con una frialdad digna de Robespierre, para hacerlo presentar su renuncia. ¿Quereis que prediquemos en nuestras familias el respeto al vínculo conyugal y el horror al vicio, en presencia del adulterio entronizado en la casa municipal?—Eso no se puede. Es el honor de la vida privada lo que nos responde de la virtud pública. De otra manera, la política es una comedia donde cada uno lleva una máscara, desempeña un papel y se divierte en hablar de conciencia, de derechos, de deberes, sin creer palabra de lo que dice. Puede suceder que los pueblos niños se diviertan con esas farsas peligrosas, y que concluyen siempre mal; pero en América todo es sério. Que nuestros corrompidos vayan, si les agrada, á arruinar su salud, y comerse su dinero del otro lado del Atlántico: entre nosotros es necesario ser respetable para ser respetado.

—Hé aquí una carta del intendente, dijo un empleado; presenta su renuncia.

—Señor Truth, esclamé, todavia hay tiempo, detened la impresion del diario, haced desaparecer una sentencia que no concierne sino á un simple ciudadano, un juicio que va á hacer la deshonra de un hombre y la desgracia de una familia. Borrad de vuestro resumen esas líneas odiosas que hieren con una nueva mancha, y que la justicia no ha previsto, una falta escusable sin duda. ¿No hay mas que Catones en América?; y, ya que siempre hablais del Evanjelio, ¿no hay alguno entre vosotros que haya leido la historia de la mujer adúltera? En nombre del cielo, sed humano.

—Yo no soy ni humano ni cruel, respondió Truth con su tono glacial; no soy una persona, soy un diario, es decir: un éco,[65] una fotografia. El resumen quedará como está; lo siento por el culpable; pero, yo tambien tengo una mision que cumplir, no transijo con la verdad.

—Pero esa mision, esclamé indignado, os la dais vos mismo!

—¿Es menos santa por eso? replicó el periodista. Comprended, pues, el papel que desempeño. En una sociedad enteramente ocupada de sus asuntos, de sus intereses, y que sin embargo se gobierna á sí misma ¿cómo se conserva la libertad?—¿Cómo se mantienen y engrandecen las ideas jenerosas? ¿Cómo se respeta el derecho, cómo se estima la virtud y se recompensan los servicios? Gracias á la prensa, invencion mas admirable todavia que la del vapor y la de la electricidad. Nosotros los periodistas, somos el éco de la sociedad, éco formidable, trompeta estrepitosa, que aumenta todos los ruidos, los esparce hasta los confines del hemisferio y va á despertar la conciencia pública mas embotada. El bien ó el mal, todo nos sirve; el bien, para hacer palpitar de gozo y de emulacion á todos los corazones; el mal, para sublevarlos de indignacion y de disgusto. Ayer habeis realizado un acto heróico.—En Rusia, en España ¿quién lo habria sabido?—algunos amigos, algunos vecinos, un barrio. Gracias á nosotros, treinta y un millones de hombres van á repetir el nombre del doctor Smith; tres millones de jóvenes envidiarán vuestro valor y se prometerán imitarlo. Hé ahí la obra de esos panfletistas, á los cuales estimais tan poco. Hoy dia se ha dado un escándalo, una falta cometida por un majistrado. La justicia ha condenado al hombre, la prensa condena el crímen y lo hace odiar y detestar por toda la nacion. Mientras mas grande es la caida, mas formidable es la leccion. Nuestra dureza apesadumbrará á una familia y herirá á algunas almas tímidas; salvará de una debilidad semejante á millares de hombres á quienes alentaria la impunidad. Sin duda alguna, nuestro rigor nos valdrá una enemistad mortal—¿Qué importa?—¿Pongamos en balanza nuestro deber y nuestro interés? Doctor, sed menos severo con nosotros.—Teniendo necesidad de estas cualidades para ser periodista, ¿cuántos hombres de estado serian capaces de desempeñar nuestra mision,—cuántos aceptarian resueltamente nuestros peligros y nuestra obscuridad?

—Bravo, Truth! gritó Humbug; hablais como un libro, mi buen amigo,—como un libro que dice la verdad: Rara avis in terris, nigroque simillima cycno.

—Hay ambiciones que se ocultan, repuse, furioso contra Truth y contra mí mismo (las palabras del sofista me habian conmovido);[66] tal se cree virtuoso haciendo alarde de severidad, que, en el fondo, sin saberlo, es juguete de su propio interés y corre tras la fortuna.

—La fortuna, dijo Humbug, no ha sido hecha para los periodistas. Doctor, amigo, el mundo es un teatro donde figuran tres clases de personas: espectadores, actores, autores. Los espectadores, sois vos, es Green, es Rose, son todos esos buenas jentes que no tienen ni vicios ni virtudes y que viven á la sombra de su viña y de su higuera. Los actores son una banda celosa que se parece á todas las compañías de teatro. El ambicioso, los charlatanes elocuentes, el avaro, el cobarde, el tirano, el lacayo, todos desempeñan su papel con gran placer del público, que aplaude á menudo, silba algunas veces y paga siempre. Esos primeros actores necesitan hermosos trajes, palacios, oro, mucho oro. Conocen el capricho de la multitud y abusan de él. En cuanto á los autores, en cuanto al poeta que ha creado la palabra á la órden del dia, que ha escrito el aire en voga, ó inspirado un trozo de literatura, á ese se le arroja un pedazo de pan y se le desdeña. ¿Qué es la idea para los hábiles? nada mas que una escarapela, todo está en usarla apropósito. Gritad durante veinte años que la libertad es la salud de los pueblos, y no sois mas que un éco, odioso á los que mandan, importuno para los que sirven. Llega un dia en que el pueblo cansado quiere sacudir el peso que lo abruma, el primer temerario que inscriba en una bandera la palabra que habeis repetido veinte años, ese será el elejido de la multitud; honor, dinero, poder, todo será para él. Una hora hará la fortuna de ese primer papel; él no tendrá nunca bastante desprecio para el periodista oscuro que, con veinte años de sufrimientos y de peligros, le ha preparado su triunfo? El pueblo juzgará como el actor. ¿Quereis una moraleja para mi cuento? Paris va á nombrar un intendente; estad seguro que se pensará en todo el mundo, escepto en un solo hombre que honraria ese destino; ese hombre es Truth. El dia que muera en la demanda, si yo no estoy ahí, no tendrá dos líneas de elojio en su propio diario. ¡Hé ahí como se recompensa en América la virtud cívica! y sin embargo, somos el primer pueblo del mundo: Ab uno disce omnes. Juzgad ahora de nuestra ambicion.

—Humbug, amigo mio, dijo Truth, ¿en nada contais el honor de ser amado y elojiado? La puerta se abrió por segunda vez, y se vió alargarse un hocico de garduña que no podia pertenecer sinó á M. Fox. Era él, mas risueño que nunca.

[67]

—Señor Truth, dijo con su mas almibarada voz, ¿tendriais la bondad de anunciar en vuestro exelente diario que el honorable M. Little acaba de donar diez mil dollars al hospicio de niños, cinco mil dollars á los pobres de la ciudad y cinco mil á la biblioteca municipal?

—El empréstito mejicano vá bien, dijo Humbug: Little es un judio piadoso que paga el diezmo al Señor.

—El empréstito mejicano está abandonado, respondió Fox; M. Little se ha asegurado de que las garantías ofrecidas por el gobierno de Méjico no eran sérias.

—¿De dónde viene esa jenerosidad sospechosa? preguntó Humbug: ahí hay una terrible especulacion en juego, y esos veinte mil dollars nos costarán caro.

—Siempre sospechas,—interrumpí yo, y ¿por qué?

—Es que soy un viejo periodista, respondió Humbug; creo en la virtud de los banqueros como en la simplicidad de los cuácaros.

—Se os convertirá, viejo pecador, respondió Fox riendo.

—¡Gran noticia en la Bolsa! dijo M. Eujenio Rose, volviendo á entrar.

—El empréstito mejicano ha sido retirado, dijo Humbug, ya lo sabemos.

—Pero lo que no sabeis es que el intendente ha presentado su renuncia, y que se propone á M. Little para reemplazarlo.

—¡De veras! dijo Fox; eso no es posible. M. Little no me ha dicho ni una palabra; dudo aun que sus numerosos negocios le permitan desempeñar ese importante puesto.

—Escelente Fox! esclamó Humbug, si tiene la inocencia de un cordero! Vos vereis, abogado honrado, como M. Little se decidirá á ese gran sacrificio.

—Pero nosotros somos jentes delicadas, dijo Truth, y por nuestra parte, no le impondremos una carga tan pesada; combatiremos su eleccion.

—¿Y por qué? esclamó Fox.

—Ese, dijo Humbug, ese es el secreto de la comedia; no se pregunta.

—De manera que, replicó Fox, os encontramos siempre contra nosotros, virtuosos puritanos, raza orgullosa é insaciable; pero que me condene si no vengo algun dia á quemaros en vuestro avispero, abejones inútiles que no sabeis sino fatigarnos el oido con vuestros odiosos zumbidos!

[68]

—Fox, amigo mio, dijo Humbug, no pongais mi paciencia y mi brazo á prueba: os haré pasar por la ventana.

Fox no esperó una amenaza cuya ejecucion era demasiado cierta; por mi parte, salí, conmovido y turbado con todo lo que habia escuchado. La razon y la educacion me decian que la prensa es una arma cargada contra el poder y la sociedad; veinte veces los mas sábios ministros me han inoculado esta verdad preciosa; pero por otra parte, estaba impresionado por lo que habia de grande y de jeneroso en la conducta de Truth, de bravo y de decidido en el papel de Humbug. Tomar á pecho la causa de las gentes honradas contra todos los bribones, de que rebalza el mundo, estar todos los dias de caza, y perseguir sin descanso el robo, la injusticia la mentira, es algo sin embargo. Un pueblo que cuenta con tales hombres no es un pueblo vulgar.

—Bah! díjeme espantando los escrúpulos vanos, esta es una escepcion. Lo mas acertado será suprimir los diarios; se dirá que es suprimir el remedio y no el mal; pero cuando el mal no tiene remedio, uno se resigna; si uno se muere, al menos muere sin quejarse. Es una gran ventaja... para los médicos.

Iba á esa altura en mis reflexiones, cuando, del medio de la calle salió una voz que me llamó,—la voz de Susana. Se aproximaba en un cabriolet de dos ruedas, dirijido por Marta. El caballo era seguro, y Marta era una muchacha prudente que se servia mas de las riendas que del látigo; pero en el ángulo de la calle de Taitbout y de la calle de Helder, me equivoco, en la esquina de la sétima y octava avenida, hay un terrible empedradito, hecho, segun creo, por algun veterinario interesado, porque, hace diez años, no se pasa un dia sin que se caigan en él los caballos. El corcel de Marta estaba predestinado: al aproximarse á mí, la pobre bestia se arrodilló de repente; Marta fué arrojada por encima de la cabeza del caballo, Susana cayó en mis brazos, y del choque me echó en tierra, rodando ella conmigo por el suelo.

Me levanté furioso y cubierto de polvo. Susana tenia el rostro arañado; Marta estaba ensangrentada.

—¿Estais herida, Marta? esclamé.

—No, señor, no es nada, dijo; la diestra del Eterno me ha sostenido; no tengo sino la punta de la nariz estropeada.

Y hénos á ambos ocupados en desencillar y levantar el caballo.

Cuando el caballo fué puesto al tiro—Pardiez! esclamé, es[69] una verguenza que una administracion municipal consienta hace diez años un rompe-cabezas semejante, á mi puerta, en la calle mas frecuentada de la ciudad. ¡Y de rabia me entré á la oficina del diario!

—Doctor ¿qué teneis? dijo Humbug siempre riendo; habeis comenzado ya vuestra lucha electoral con Fox. A juzgar por vuestro traje, no habeis salido bien parado.

—Lo que tengo, dije, es que es abominable que haga diez años que se deje un empedrado en semejante estado, es que mi caballo acaba de rodar, es que mi hija está herida en el rostro, es que la cocinera casi se ha muerto; estoy furioso, quiero quejarme, pido justicia. Estamos en Paris en América, la obtendré. La publicidad pondrá á todo el mundo de mi parte. Dadme una pluma y tinta, voy á dirijiros una carta severa, en que trataré á la administracion como merece.

—Aquí teneis lo que deseais, dijo Humbug; y además un dollar.

—¿Un dollar? ¿Para qué?

—Pagamos siempre un dollar á los que nos traen un hecho diverso; no os hagais de rogar, doctor; guardadlo y ponedlo en un cuadro con la fecha. El os recordará que la prensa es la voz de todos, y que habeis comprendido esta gran verdad el dia que habeis sufrido.

—Humbug, respondí, esas palabras que lanzais al viento con vuestra lijereza ordinaria, tienen mas alcance de lo que pensais; no las olvidaré. Por la mañana cuando lea el diario, cada queja me recordará un sufrimiento que mañana puede ser el mio, un mal que puedo cortar ó evitar, asocíandome al grito público.

—Bravo! doctor, sois un gran filósofo. Cuando se abren vuestros ojos, gritais: Et lux facta est. No importa eso; pronto os apercibireis de otra verdad no menos grande: que en resumidas cuentas la libertad de la prensa no aprovecha sinó á las jentes honradas. Basta esto para enseñarnos cuales son sus enemigos.


[70]

CAPITULO XII.
Una candidatura en América.

Todas estas discusiones me habian perturbado. Cierto, yo no tenia la debilidad de renegar la fé política que me han dado los maestros de mi infancia; tengo horror á los renegados. Cuando uno se ha criado en el error, si la conciencia quiere que uno salga de él, el honor quiere, que uno persista; es el honor lo que siempre escucha un Francés. Me habria hecho descuartizar antes que confesar que esos Yankees tenian razon. Pero, en el fondo del alma, sentia que habia perdido mi primera inocencia; me habia servido de la prensa y no tenia ya derecho á sonrojarme. Descontento de mi mismo, dormí con sueño ajitado; así, cuando me desperté, era de noche todavia. Los sofismas de Truth y de Humbug habian penetrado en mi ánimo, como flechas en las carnes; buscaba en mi cama, respuestas que no encontraba, cuando de repente, en medio de la oscuridad y del silencio, oí una voz que me llamaba desde la calle. Era la voz de mi hija, un padre no se engaña.

Ponerme mi bata, correr á la ventana, fué cosa de un segundo; me incliné para ver en la oscuridad de la noche. Mi cabeza tropezó con no sé qué obstáculo que estalló. Al instante una luz espléndida me deslumbró; gritos de alegria saludaron mi aparicion. La calle estaba llena de gente, un cartel inmenso cubria toda la casa; y mi cabeza metida dentro de una O jigantesca, daba á los pasantes un espectáculo ridículo. Papá, permaneced ahí, decia Susana, saltando sobre sus lijeros pies y batiendo palmas: todo París leerá el cartel. Green for ever repetian los Yankees mientras corrian. A very good trick[25] agregaban riendo hasta mostrar sus grandes dientes.

Me vestí apresuradamente y bajé á la calle. París no era si no un inmenso cartel; los candidatos de todos los colores: azules, rojos, blancos, amarillos, verdes, rosados; ostentaban sobre las paredes sus servicios y sus virtudes. Mi casa estaba consagrada[71] al verde. El nombre de Green se estendia en mayúsculas de tres pies de alto; frente á mi, la imprenta habia subido hasta las nubes un inmenso cuadro, en el que se leia:

CIUDADANOS
DE LA PRIMERA CIUDAD DEL MUNDO.

¡Nada de banqueros!
¡Nada de abogados!
¡Nada de escaladores del poder!

Nombrad al hijo de sus obran:

¡Al patriota jeneroso!
¡Al comerciante heroico!
¡Al buen padre de familia!
¡Al hijo de París!

¡Nombrad al honrado y virtuoso GREEN!!!

Esta farsa democrática divertia á Susana; M. Alfredo Rose estaba á su lado, con el venerable boticario y sus otros ocho hijos. Enrique bailaba de contento como un niño que se encanta con el barullo; por mi parte tengo poco gusto por esas orjias populares: una frase las reasume: Mucho ruido para nada.

—Vecino, me dijo el farmacéutico, ved ahí á nuestro capitan que vá al fuego; espero que nos dareis una mano; la oposicion es poderosa; no triunfaremos sino á fuerza de palabras y de accion.

—Querido señor Rose, le respondí, con vuestro permiso, permaneceré en casa. En todo esto no tengo interés alguno. Soy un gran señor que tiene para dirijir sus asuntos un cierto número de intendentes que paga, sin tomarse siquiera el trabajo de elejirlos; lo que pasa entre mi jente no me concierne, ¿qué es un intendente municipal de Paris? Un caballero con casaca bordada que casa á las solteronas y á las viudas inconsolables, y que dos veces al año sube en carroza de gala para saludar al señor Prefecto y comer en la casa municipal. Esos si que son grandes honores, y por lo tanto, nunca se les compra demasiado caro; pero, ¿qué me importa eso á mí, simple particular, que no tengo mas privilejio que pagar un presupuesto que no voto? Y no sé á quien representa un intendente; pero de cierto no es á sus administrados. Así, pues, que lo nombre quien quiera; yo soy médico y no me incomodo por nada.

Por toda respuesta M. Rose me agarró el brazo y me tomó el pulso.

[72]

—Terrible doctor, me dijo, qué malos ratos me dais con vuestras eternas bromas; os he creido con el cerebro trastornado. Ciudadano de un pais libre, ¿es á vos á quien hay necesidad de decir que hoy dia están en juego nuestros mas grandes intereses? ¿No es el intendente el primer personaje de la ciudad, el representante de nuestras ideas y de nuestros deseos? Policia, mercados, calles, escuelas, no es el intendente acompañado de nuestros consejeros, el que arregla todo, con la soberana voluntad que nuestro voto le confiere? Si tiene superiores en el Estado, ¿los tiene en la ciudad? ¿Recibe órdenes de alguien? ¿No es él nuestro brazo derecho, nuestro órgano, nuestro ministro; no es á nosotros solos á quienes responde de sus actos y de su presupuesto? ¿Y quereis que semejante eleccion nos haga permanecer indiferentes? Por mi parte me preocupo muy poco de lo que hacen en Washington los señores charlatanes elocuentes del Oeste ó del Sud; pero Paris, es mi bien, es cosa mia; es la tumba de mi padre, es la cuna de mis hijos. Amo todo en Paris, hasta sus berrugas y sus manchas, amo sus viejas calles donde he jugado en mi infancia, amo sus nuevos boulevards, grandes arterias de la civilizacion, amo sus iglesias góticas que me hablan del pasado; amo sus esplanadas y sus escuelas que me hablan del porvenir. Para mi es, que cuarenta jeneraciones han enriquecido este pedazo de tierra; hay en esto una herencia que he recibido de mis padres, y que quiero trasmitir á mis hijos, despues de haberla embellecido. No permito que sin mi voluntad se toque una piedra ni una institucion de mi querida ciudad, de mi verdadera patria. ¡Soy Parisiense, Paris es mio!

—Rose! amigo mio! esclamé, sois el Ciceron de los boticarios; pero la elocuencia tiene el privilejio de decir lo contrario de la verdad. No es sériamente que hablais de confiar á uno de nosotros, á un simple ciudadano la policia de semejante Pandemonium; se necesita aquí una mano firme é independiente que nos conduzca á pesar nuestro.

—Papá, dijo Susana, porqué mortificais así al bueno de M. Rose? vos sabeis bien que el intendente es el que elije los policemen; vos mismo habeis hecho nombrar al que cuida vuestra calle.

—¿Quizá tambien, agregué con aire de lástima, haceis votar los impuestos municipales por los que los pagan?

—Sin duda, dijo Rose, ¿quién es el que tiene derecho á votar un gasto si no es el que lo sufre?

—¡Tendreis un lindo presupuesto! ¡Hé ahí un bonito modo[73] de juntar millones! Y cuando abrís calles nuevas, ¿consultais tambien á los habitantes, á fin de conjurar contra vosotros el egoismo de los intereses privados?

—¿A quién se consultaria entonces? preguntó el inocente boticario; supongo que las calles son hechas para nosotros, y nuestros intereses privados forman, reuniéndolos, el interés jeneral.

—Perfectamente! perfectamente! esclamé riendo: todos han mamado la misma leche. Buen Dios! qué necesario seria embutir á martillazos en estos cerebros estrechos las grandes ideas de la civilizacion moderna! Si viesen los milagros de la centralizacion, comprenderian al fin que nuestros negocios nunca son mejor manejados que cuando pasan sin nuestra voluntad, á manos de aquellos que no tienen en ellos el menor interés! Y las escuelas, agregué, son tambien los padres de familia los que votan el impuesto y fijan la cifra del gasto? Tendria curiosidad de conocer el total.

—El gasto de las escuelas, dijo M. Alfredo, apurado por hacer admirar su erudicion, todo el mundo lo vota; la educacion es la deuda comun; todos se hacen un honor en contribuir. Antes de ayer se estableció el impuesto de 1862: son dos dollars por cabeza, sin contar lo que dá el Estado.

—Diez y seis millones de francos votados por un millon y seiscientos mil habitantes de Paris, para las escuelas de la gran ciudad! esclamé; eso jamás se ha visto y nunca se verá: es imposible.

—Papá, repuso vivamente Susana; puesto que Alfredo lo dice, debe ser verdad.

—Pues entonces, mis queridos amigos, dije á mi vez, es necesario aullar como los lobos. Si nuestros negocios son verdaderamente nuestros negocios, si Paris es nuestro y no del Estado; si votamos y consumimos nosotros mismos nuestro dinero, cosas todas increibles, enormes, contrarias á la esperiencia y al buen sentido, yo cedo á la locura comun! Un Parisiense que no es un estranjero en Paris, un Parisiense que tiene voto en el capítulo municipal, un Parisiense que habla y que se le escucha, es un fénix que no se vé sinó en América. Vamos á votar, y viva Green, intendente de Paris.... en Massachusetts!

—Viva Green! gritó toda la pandilla, dirijiéndose á la tienda del especiero.

—Papá, dijo Susana, abrazadme antes de partir. Sabeis, agregó al oido, que vuestro nombre figura en la lista?

[74]

—¿Qué lista, hija mia?

—La lista de los oficiales municipales. En el París Telegraphe un comité de electores os propone, como inspector de calles y de caminos, al lado de M. Humbug á quien quieren nombrar juez de paz. Ved papá; y del bolsillo de su delantal sacó la señorita el diario. Qué pais aquel donde una jóven enamorada lée el diario y se interesa en las elecciones!

Tomé el París Telegraphe; mi nombre escrito en grandes carácteres y acompañado de un elojio conveniente, figuraba en cabeza de la lista. Esto me hizo un efecto singular. Criticar al poder haga lo que haga, es cosa que entiendo, soy Parisiense. Vituperar y rezongar contra nuestros amos, es la única parte de libertad que el mismo gran rey no ha podido quitarnos: es el consuelo y la venganza de nuestro ócio político. Pero, administrar y mandar, obrar en vez de gritar, salir de la oposicion para encontrarla á su frente, y reducirla al silencio á fuerza de celo y de éxito, era para mi una perspectiva desconocida y encantadora; la ambicion comenzaba ya á filtrar en mi corazon. Pensaba que la víspera habia sido severo con Humbug (un diario es una influencia), y que quizá habia hablado demasiado rudamente á Rose y á sus hijos: eran diez electores!.... Asi me apresuré á abrazar á Susana, y, corriendo hácia el boticario entablé con él una conversacion confidencial sobre unas píldoras admirables, inventadas por mí, píldoras destinadas á hacer una revolucion en la práctica, no menos que la fortuna del médico que las ha imajinado y del farmaséutico que las venda. Un extracto concentrado de manzanilla es un remedio heróico que sana en ocho dias la incurable y dolorosa enfermedad de las jentes de ingenio, la dispepsia. Yo aguardaba para la academia de medicina las primicias de este maravilloso descubrimiento; hacia diez años que tenia principiada mi memoria; pero cuando la ambicion nos invade, adios prudencia! La gloria académica dejaba de deslumbrarme; la inspeccion de las calles me abria la carrera política,—era candidato!


[75]

CAPITULO XIII.
Canvassing[26].

¿Habeis estado enamorado, caro lector? os acordais cuán vivo era vuestro corazon, cuán ardiente vuestra mirada, cuán rápido vuestro pensamiento, cuán lijera la vida: en aquellos dias felices? Pues bien, entonces sabeis lo que es un candidato. A cincuenta pasos de distancia, á pesar de mi mala vista, reconocia electores que nunca habia visto; encontraba en un rincon de mi mollera la historia de una porcion de jentes á quienes jamás habia hablado, y no solamente su historia, sino la de sus mujeres, de sus hijos, de sus padres, de sus abuelos y de sus primos segundos. Echaba á diestra y siniestra promesas y apretones de mano. Familiar con los pequeños, modesto con los grandes, yo enderezaba todos los entuertos y componia todas las calles. Ciceron, implorando el consulado, no era ciertamente ni mas elocuente, ni mas jeneroso, ni mas afable que yo.

Green se unió á nuestro cortejo; era, puede créerseme, un candidato bastante pobre. Los electores que lo habian puesto en camino no habian tenido buena mano; sin salir de la calle, les hubiera sido fácil elejir otro mejor. Un especiero no ha recibido esa alta educacion social que permite jugarse con los hombres y las cosas. Ninguna adulacion á la multitud, ninguna de esas promesas que se quedan en el fondo del escrutinio, ninguna de esas agradables mentiras que son los fuegos artificiales de ordenanza de todas las elecciones. Green era frio y tímido como un comerciante que hace un negocio, y que pesa cada compromiso. Cuando habia estrechado la mano de un elector diciéndole: Haré lo que pueda, ó, la posicion es dificil, ó, nombrad á M. Little, si lo juzgais mas capaz, ya le parecia que su papel estaba hecho. A los reproches afectuosos que le dirijia, me contestaba en un tono glacial: Mi conciencia no me permite hacer mas; no puedo ofrecer mas de lo que he de cumplir. ¡Conciencia en un candidato! era un escrúpulo de almacenero! Cuando se quiere hacer fortuna, se encierra la conciencia[76] con doble llave la víspera de la eleccion, y no siempre se la saca al dia siguiente. En Francia todo el mundo sabe esto.

Hubiérame muerto de fastidio en esta procesion electoral, si no nos hubiera acompañado el enorme y alegre Humbug. Siempre sobre el quien vive, siempre pronto á la respuesta, seguíanle la pista por las risas que dejaba en pos de sí. No siempre era agradable la acojida que nos hacian; en sus odios como en sus amistades, el Sajon muestra una ruda franqueza; la sal americana no es la sal ática. Pero Humbug era un admirable jugador de pelota: no habia broma que no recibiera devolviéndola del primer voleo. Una vez, tocados por él no volvian mas.

—Green, candidato! es una verguenza, decia un egoista de semblante pálido y de facciones consumidas. ¿Figuraos al especiero en el consejo de la ciudad? Cuando toquen la campanilla, responderá: Ya van, ya van, haced que os despachen. Que se vaya al infierno, él y todo su séquito!

—Al infierno, dijo Humbug! ¿qué le diremos á tu padre el fallido? que estás en tu tercera quiebra esperando la cuarta.

—Green, candidato! reponia un dependiente de novedades, dandy de botas barnizadas que á cada palabra hendia el aire con su inocente varita; Green, un almacenero que no es capaz de distinguir un asno de un caballo!

—No tengas cuidado, hijo mio, dijo Humbug, se te reconocerá entre mil.

—Bella respuesta, y digna de un hombre que vive de su injenio.

—Si no cuentas mas que con ese capital para vivir, no llegarás, hijo mio, á ser tan gordo como yo, respondió Humbug, continuando su camino en medio de las risas de la multitud.

Entramos al Hotel de la Union; nos habian señalado á su dueño como uno de los electores influyentes de la ciudad. Pero en su casa, si el buen hombre llevaba las riendas, era su mujer la que le mostraba el camino. A la primera frase de Green, la fogosa matrona le cortó la palabra:

—Maldita sea la política, dijo.

—Maldita sea la hostería, respondió Green haciendo un profundo saludo á la señora.

—José, gritó la imperiosa Juno, insultan á vuestra mujer, se os ultraja, y os quedais ahí como un imbécil. Teneis sangre de pavo en las venas.

[77]

A esta voz terrible, José se quedó suspenso, abriendo tamaños ojos. En la calle creo que el bravo hostelero nos hubiera estrechado la mano de buena gana: su ancha cara, su lábio pendiente, su gran vientre, no anunciaban un rayo de la guerra; pero, en presencia de su mujer, juzgó prudente enfurecerse. Llevar la guerra al esterior, era el medio de conservar la paz en la plaza.

—Que venga, ese hermoso candidato, gritó con un vozarron que trataba de hacerlo malo, tengo á su servicio un cabestro para colgarlo.

—Muchas gracias, mi buen amigo, le dijo Humbug con tono almibarado, tendríamos escrúpulos de privaros de ese mueble de familia.

Hénos á todos riendo mientras huiamos de aquel antro de Polifemo; pero estaba cortada la retirada. En el umbral de la casa, la señora, erguida como un centinela armado, detuvo á Humbug, y temblando de cólera:

—Sabeis quien soy yo, le dijo.

—Quién no os conoce y no os admira, repuso Humbug, enderezándose con fatuidad, sois una niña encantadora, que no habeis llegado todavia á la edad de la discrecion.

Con lo que la saludó, dejando á la digna matrona mas muda y mas boba que la mujer de Loth en su última transformacion.

Estas no eran sino escaramuzas; habian reuniones públicas donde se discutian los títulos de los candidatos; allí se daba la batalla y se decidia la victoria. Habia llegado el momento de separarnos; era necesario que cada uno contribuyera con su persona. Me asignaron el Liceo. Entré en aquel inmenso salon, donde se ajitaba una muchedumbre inquieta. En el acto me reconocieron, y llamaron, todas las miradas se fijaron en mi; el miedo me cojió, de buena gana habria renunciado á esa candidatura fatal que me entregaba al público. Ay de mí! era demasiado tarde.

En frente á mí, un hombre trepado sobre un tablado hablaba y jesticulaba con estrema vivacidad; escuchábanle en silencio, y en seguida lanzaban hurrahs y gruñidos terribles: asi es, como se aplaude y se silva entre los Sajones. Aquel tribuno popular que sublevaba á su albedrio las pasiones de la multitud, era el abogado del banquero Little, era Fox, nuestro enemigo.

Apesar de maldecir al perillan, me veia obligado á reconocer[78] en él cierto talento de que abusaba. Sério á la vez que chocarrero, tenia un modo de hacer el elojio de sus adversarios que los ponia en ridículo, un modo de ponderar sus candidatos que los realzaba á los ojos de todos. Concluyó por una rápida enumeracion de las riquezas que los bancos esparcian en América. Little se convirtió en un Júpiter que caia en lluvia de oro sobre el seno de una nueva Danae. A la voz del abogado, los caminos de hierro, los canales, los vapores vinieron á agruparse en torno del banquero para hacerle un cortejo electoral, mientras que con un jesto desdeñoso el orador nos mostraba al especiero nadando en su melaza ó confundido con la cuenta de sus sardinas y de su bacalao. Amigos de la paz, esclamó concluyendo, ¿nombrareis por jefe de la ciudad á ese fabricante de fósforos químicos cuya mercancia se encuentra en todos los incendios? Amigos de la libertad, ¿elijireis á ese vendedor de bacalao que alimenta á los esclavos del Sud, y que quebrará mañana si sus clientes, emancipados por nuestro valor, dejan de tomarle su mercancia envenenada? No, jamás descendereis á esa verguenza. Por mi parte, Yankee pur sang, amigo de la patria, orgulloso de todas nuestras glorias, antes que dar mi voto á ese hombre, preferiria mas bien votar por.... Se detuvo, guiñando el ojo y bajando la voz.... por el que, en su piedad universal, nuestras mujeres llaman un pobre anjel caido; no os lo nombraré.

Una salva de aplausos saludó al orador; descendió de la plataforma recojiendo felicitaciones y promesas. En toda asamblea hay siempre una majada de bobos que siguen balando al último que habla. No le bastaba aquel éxito al traidor; se vino derecho á mí, me tendió una mano que no me atreví á rehusar y con voz que resonó en todo el salon. Doctor Smith, dijo, á vos ahora; juego limpio para todos, esa es la divisa del Yankee. Me levanté cubierto de un sudor frio; de todas partes gritaban: oid! oid! Aquel ruido, las miradas fijas en mí, el silencio que siguió, todo contribuyó á hacerme perder la cabeza; una nube roja pasó por delante de mis ojos; mi voz se apagó en mi garganta, todo mi cuerpo temblaba siguiendo los latidos de mi corazon. ¡Cuánto no hubiera dado por comprar la facundia de aquel miserable! Yo tenia ideas mas nobles que las suyas, un patriotismo mas sincero: pero el abogado tenia la costumbre, el oficio; y á mi, ciudadano de un pais libre, ni á hablar me habian enseñado. Estaba vencido, y vencido sin combate.

Iba á enfermarme de cólera y de verguenza, cuando de repente[79] Enrique mi hijo, viéndome palidecer saltó sobre la plataforma é hizo señas de que queria hablar. El cuerpo derecho, la cabeza alta, los piés en escuadra, la mano izquierda metida en el frac abotonado, saludó graciosamente y esperó que el tumulto se apaciguára.

—Es su hijo, es su hijo, decian de todas partes. Oid! oid! Todos miraban al niño con curiosidad; se hizo un silencio profundo, se hubiera sentido volar una mosca.

—Ciudadanos y amigos, dijo con voz clara y penetrante, no vengo á combatir al terrible Goliat, al banquero Little; no son piedras lo que me falta, el Filisteo ha arrojado bastantes en nuestro jardin; pero no tengo de David sinó la juventud, no tengo la fuerza para medirme con ese adversario demasiado ejercitado; todo lo que ensayaré es defender á mi padre y á mi partido; estoy seguro que entre vosotros, nobles corazones, no hay uno solo que no diga: Ese jóven tiene razon.

—Oid! oid! gritaban de todas partes: habla bien.

—El honorable sollicitor, continuó mi hijo, recalcando la primera palabra, no ama la especieria. Esto me admira. Hace tal consumo de sal ordinaria que nos reputaríamos muy felices de ser sus marchantes. Que nos la dé y le daremos de llapa la azúcar que le falta. El azúcar modera la bilis; de otra manera todo se vé amarillo, y es uno injusto con sus compañeros de armas y sus amigos.

No sé de donde sacaba mi hijo esa elocuencia de baja ley, pero era del gusto de aquella multitud ignorante: reian, aplaudian, las mujeres ajitaban sus pañuelos. En seguida respondian con una sonrisa: la asamblea era suya.

—No hablaré mal de los banqueros, continuó mi tribuno de diez y seis años; los banqueros son como los dentistas, es necesario no hacerlos nuestros enemigos, quién sabe si mañana no tendremos necesidad de ellos! ¿pero debemos poner en sus manos los intereses de la ciudad? Recuerdo que mi abuela, una santa mujer de Connecticut, nieta de nuestros padres los peregrinos, me repetia amenudo que habia oido á sus virtuosos antepasados, que el banquero sostiene al Estado como la cuerda al ahorcado: estrangulándolo.

—Tres gruñidos para los banqueros! gritó una voz estrindente, la voz de algun deudor perdido entre la multitud. Aquel grito tuvo éco, el salon tembló con esos aullidos que acariciaban mi oido paternal, como lo hubiese hecho una sonata de Beethoven.

[80]

—Mi abuela, continuó el niño exitado por aquellos hurrahs, nos proponia enigmas para divertirnos en las noches de invierno al lado del fuego; Si, se metieran, decia ella, en un mismo saco un banquero, un sollicitor y un sastre, y se sacára á la suerte, ¿quién saldria infaliblemente?

—Un ladron, repitieron veinte oyentes, encantados de encontrar un recuerdo de la infancia. Enrique se aproximó á la orilla de la plataforma, puso un dedo sobre su boca, y dijo á media voz:

—Esa es la palabra de que se servia mi abuela, pero hoy dia se dice: saldria un millonario afortunado.

—Cierto, agregó, yo no quiero mal á la fortuna, espero hacer mi camino como cualquier otro.

—Y tú irás lejos, mi pequeño jigante, gritó una voz gruesa que conmovió la asamblea.

—Mostradme, agregó mi hijo animado por aquel sufrajio, mostradme una fortuna honorablemente adquirida, navíos enviados á la India, á Terranova, á las Molucas, saludaré en la persona de Green veinte años de trabajo, de cálculos y de economías. Pero esas riquezas de azar, esos millones ganados al juego en un dia, no me hableis de eso: es el bien de otro que pasa al bolsillo del mas hábil. Fortuna sin trabajo, es fortuna sin honor! (Oid! oid!)

—Por otra parte, queridos conciudadanos, ¿es la fortuna lo que recompensais? ¿O es acaso, el valor y la abnegacion? ¿No es Green el noble capitan que penetró en una casa incendiada por salvar á vuestra mujer ó á vuestra hija, quizá? Ese niño que mi padre arrancaba ayer de en medio á las llamas, ¿no lo habeis adoptado todos? ¡Oh vosotras, conciencia nuestra, vosotras, estrellas de nuestras almas, madres, esposas, hijas, hermanas, hablad, señora!: ¿por quién se debe votar? (Oid, oid!)

—Amo á los valerosos que no temen entrar al fuego, continuó mi jóven Graco, pero no tengo inclinacion alguna á los que viven eternamente en él. No me admira que el caballero cuyo nombre no se dice, tenga todas las simpatías de nuestros adversarios: es muy natural que el honorable M. Fox, escoja su representante en su familia ó entre sus amigos; pero nosotros, que tenemos alianzas menos ricas, lo que necesitamos á la cabeza de nuestros negocios comunes, es un hombre honrado. Y ese hombre, no hay porque ocultarlo, es el hijo de sus obras, es el hijo de la ciudad, es Green.

[81]

—Hurrah á Green! hurrah á Smith! gritó toda la multitud arrebatada por la emocion. La victoria era nuestra. Enrique me buscaba con los ojos en medio de aquella batahola. Iba á escapar á su gloria naciente, cuando un robusto cazador de Kentucky, uno de esos jigantes que se jactan de ser mitad caballo y mitad cocodrilo, alzó á mi hijo á fuerza de brazo, y le hizo dar la vuelta del salon. Fué una salva de aplausos capaz de voltear las paredes. Todos los hombres estrechaban la mano al jóven prodijio, todas las mujeres lo abrazaban. Yo queria gritar:—¡Soy su padre! Pero por segunda vez el miedo se me atravesó en la garganta, y suspiré diciendo por lo bajo: Ay de mí! no ser yo mi señor hijo.


[82]

CAPITULO XIV.
Vanitas, Vanitatum.

Cuando la multitud se hubo escurrido, llevando á lo lejos la gloria y el nombre del futuro Webster, abracé á mis anchas al orador, y tomé de nuevo con él el camino de casa. Avergonzado del papel mudo á que me habia condenado mi ridícula timidez, no pude menos de zaherir un poco al Ciceron en ciernes.

—Hola! bribonzuelo, le dije, ¿dónde has adquirido esa facilidad de charlar y esa seguridad que nada perturba? Improvisar, declamar, unir el ademan á la palabra, ese arte perdido desde la antiguedad—¿dónde te lo han enseñado?

—En la escuela, dijo mi hijo. Tú lo sabes papá, tú que tantas veces me has hecho recitar mi Enfield.[27] ¿He tenido aplomo? ¿He alzado el brazo mas arriba de la cabeza? ¿Estás contento?

—¿Y todos tus camaradas charlan como tú?

—Sin duda papá. Lindos ciudadanos serian los de un pueblo mudo! Hablar y jesticular nos es tan necesario como leer y escribir. No hay ninguno de nosotros que no esté destinado á ser algo en la sociedad, en el comun, en el Estado. Miembros de un meeting ó de una asociacion, electores, candidatos, majistrados, senadores, todos tendremos necesidad de dirijirnos al público: se nos habitúa, pues, desde la escuela. Improvisar no es dificil y es muy entretenido. En nuestras recreaciones, nuestro placer es discutir; he hecho ya cien discursos á mis futuros electores. Pero mi fuerte es el jesto. “La accion, dice Demóstenes, en mi Enfield, la accion! la accion!” Miradme, papá.

Y héteme ahí á mi muchacho que se pasea declamando no[83] sé que discurso de lord Chatham contra la guerra de América. Camina, se detiene, alza los ojos al cielo, junta las manos, adelanta con puño cerrado, apoya un brazo sobre el corazon, y concluye por saltarme al cuello riendo á carcajadas; mientras que yo, su padre, incapaz de decir una palabra y de mover un dedo, permanecia confundido ante aquella perversidad precoz, fruto de una educacion mal sana. Mi hijo no era un prodijio, no era sino un Yankee criado demasiado hábilmente.

—¡Desgraciado niño! le dije, puesto que te vas á la India, ¿para qué te servirá ese arte de histrion? Pase todavía si fueras abogado.

—Lo seré algun dia, papá, respondió Enrique. Dejadme ganar diez mil dollars allá; á mi vuelta estudiaré derecho, y me asociaré con un maestro esperto.

—¿Y en seguida? pregunté admirado de esa jóven ambicion.

—En seguida, papá, me haré nombrar representante en el Estado de Massachusetts, y seré senador.

—¿Y en seguida?

—En seguida, papá, seré diputado al congreso, y mas tarde senador de la Union.

—¿Y en seguida?

—En seguida, papá, seré ministro como M. Seward, si no puedo conseguirlo, seré presidente como M. Lincoln.

—¿Y en seguida? esclamé, ocuparás sin duda el puesto de Lucifer; porque tienes la ambicion y el orgullo de un demonio!

—Papá, repuso el niño, inquieto de mi vivacidad, todos mis camaradas piensan como yo. Nuestros maestros nos han dicho siempre que éramos la esperanza de la patria y que la república tenia necesidad de nosotros. Entrar en la carrera política, no es ambicion, es un deber. El ciudadano que vá mas lejos es el que sirve mejor á su pais.

—Oh! los paganos, los paganos! esclamé: hénos aquí que volvemos á los escándalos de Atenas y de Roma. El primer deber de un cristiano, señor, es permanecer en su humildad, es huir de la política, es no mesclarse jamás en los asuntos de su pais, á menos que la autoridad no os obligue á ello.

—Papá, no es eso lo que nos han enseñado en el púlpito. El domingo último, nos han citado á un papa, Pio VII, segun creo, que decia, cuando no era sino obispo, es cierto: Sed buenos cristianos, y sereis buenos republicanos. Todas nuestras libertades vienen del Evanjelio: Se nos ha repetido constantemente que la moral de Cristo conduce á la democracia, es decir á la[84] igualdad fraternal y al respeto del mas ínfimo individuo. Amaos los unos á los otros, ¿qué quiere decir esto, sino que el mas fuerte debe ayudar al mas débil con su fortuna, con sus consejos y con su abnegacion?

Me tomé del brazo de Enrique.

—Pobre niño enceguecido por la locura de tus maestros, le dije, mira á donde va la democracia.

Delante de nosotros caminaba á pocos pasos de distancia, un hombre encajonado en unas planchas de madera. Sobre aquel cartelon ambulante se leia, escrito en grandes caracteres:

EL LINCE.

Diario de los Demócratas.

CIUDADANOS!

Cuidado con los intrigantes y los necios!!

GREEN—SMITH—HUMBUG.
ó
EL RIDICULO TRIO DESENMASCARADO.

—Dadme el Lince, dije á un vendedor de diarios.

—Hélo aquí, señor, respondió el hombre con tono chocarrero; pero si quereis reir, os ruego que tomeis el Sol y la Tribuna, alli es donde vereis al trio fustigado lindamente.

El Lince me bastaba, abrí aquella hoja execrable. Green era burlado cruelmente, á Humbug le decian verdades de á puño; pero á mí, gran Dios; ¿cómo me trataban? Qué de mentiras! qué de injurias! qué abominacion!

Estregué ese miserable panfleto, iba á arrojarlo en el lodo, su verdadero lugar, cuando en el umbral de mi casa encontré la alegre cara é impertinente sonrisa de Humbug.

—Triunfais, señor periodista, le dije metiéndole el Lince por las narices. Elecciones, hé ahí vuestras fiestas, vuestras saturnales de la calumnia.

—La calumnia, dijo el hombron encojiéndose de hombros, es como el sarampion: cuando sale á la superficie, sana; cuando se resume mata.

—Solo en vuestras democracias se imprimen semejantes infamias!

—Ya lo creo! respondió el sofista, contento de tomar al vuelo una nueva paradoja. En las monarquias del Viejo Mundo, se guardan de imprimir la calumnia, la dicen al oido: es un medio mas pérfido y mas seguro. No atacan á las jentes de frente,[85] se defenderian: se las asesina por la espalda; es donde reinan sin rivales, la intriga y la mentira, alli es donde el principe es la primera víctima de ese veneno que él impide se exhale. Summa petil livor. La calumnia, doctor, es el flajelo y el castigo del despotismo; en un pais libre es una picadura de avispa; no se piensa en ella al dia siguiente.

—Señor filósofo, dije secamente, leed ese diario; se trata de vos.

—Razon mas para que no lo lea. Siempre es el mismo tema, con ocho ó diez sustantivos en epitetos pretencioso, para variar el estribillo. ¿Teneis la audacia de no seguir á los dóciles carneros que arrastran los hábiles guias? ¿os atreveis á tener una opinion propia y una voluntad? sois un orgulloso soñador y un ambicioso fanático. Decis la verdad á vuestros conciudadanos; ¿quereis ilustrarlos sobre las condiciones de la libertad, premunirlos contra los peligros de la anarquia? sois un infame aristócrata, un servil admirador de la pérfida Albion. En otros términos, abrirle los ojos al pueblo es arruinarla industria de los conductores de ciejos y echar á la calle á jentes honradas que nada perdonan.

¿Hablais francamente, llamais por su nombre los abusos, y á los que viven de ellos?—sois un adulador de la multitud, y un cobarde demagogo. Elojios irónicos si vuestra candidatura vá mal,—injurias groseras y comunes si triunfa: hé ahí la eterna cancion de los diarios y de los periodistas que no se respetan. Nos parecemos mucho á los órganos de Berberia. Ese es el placer de los envidiosos, de las comadres, y de las buenas jentes que tienen el oido falso. Es necesario ser induljente con las pequeñas miserias de la humanidad.

—Leed el artículo, repuse impaciente; veremos hasta dónde llega vuestra dulzura.

Una vez que hubimos entrado al salon, donde por fortuna estábamos solos, Humbug se puso á leer la injuriosa diátriba, mientras Enrique corria en busca de noticias.

Green no tiene de que quejarse, dijo riendo el morrudo periodista. Por la manera ruda como le tratan, es claro que sus acciones suben en plaza. Las mias no van mal. Un Falstaff descarado, es cosa linda ese Sileno avinado, á quien no falta ni su asno cuando el doctor esta ahí, es de una mitolojia que hace honor á la erudicion del escritor. Todo esto es la telum imbelle, since ictu de un partido agonizante.

—¿Porqué no se impide hablar á esos miserables?

[86]

—Doctor ¿habriais encontrado la piedra filosofal? Saber de antemano lo que esas jentes dirán es un secreto que se busca todavia; el único medio de evitar ese escándalo que os aterroriza es enmordazar á todo el mundo: remedio heróico que mata á las jentes para impedirles que vivan mal. ¿Es esa la medicina que poneis en práctica? Esos pillos, direis son pagados para ejercer un oficio innoble; abusan de la libertad, la prostituyen; convengo en ello, pero ese abuso nos garantirá el uso de nuestros derechos. Hay señoritas que abusan del derecho de pasearse por las calles, ¿encerraremos por eso á nuestras mujeres en un harem? Hay jentes que se matan por la glotoneria y la borrachera, ¿nos sujetareis por eso al réjimen de Sancho en la ínsula Barataria? Por miedo á un incendio, ¿prohibireis los avios de encender y los fósforos? Por miedo á un asesino ¿nos quitareis uno de los primeros derechos de los pueblos libres, el derecho de tener armas? Toda libertad arrastra consigo un abuso posible: toda fuerza y todo instrumento hace lo mismo. Suprimir la libertad para evitar el abuso, impedir el bien para impedir el mal, es hacerle el proceso á Dios mismo, y probarle que no entendia jota de la creacion.

—Si no podeis evitar la calumnia, esclamé, castigadla; inventad suplicios terribles; herid al que me quita el honor como heris al que me arranca la vida.

—Teneis abiertos los tribunales, respondió Humbug; pero el desprecio es una justicia mas pronta y mas segura. Mañana los electores os vengarán de las injurias de hoy dia. ¿Es cierto por otra parte que nos hayan calumniado? Por lo que á mí respecta no me siento herido.

—No sé lo que teneis en las venas, le dije, arrancándole el diario de las manos. Oid como un anónimo cobarde se atreve á tratar á un hombre de mi posicion y de mi edad, en seguida os mostraré como se castigan semejantes infamias.

Y con voz trémula de cólera leí lo que sigue:

“El doctor es un triple necio: Es un necio de nacimiento á quien treinta años de estudio han puesto mas necio todavia; no le faltaba mas que un ápice de ambicion para perder el poco sentido comun que el trabajo le ha dejado. Se conoce la locura de que padece este infeliz que no vé mas allá de sus narices. Estúpido admirador del pasado, su ideal es la vieja Europa; no vé nada mas bello que esas sociedades decrepitas, donde la tradicion romana ó el despotismo de la administracion ahoga toda independencia y toda vida. El sábio Smith, la gloria de veinte academias desconocidas, es uno de esos tembladores que el dia de la creacion, habria gritado: “Deteneos, mi Dios; vais á descomponer[87] el Caos!” Se parece á esos conductores de los caminos de hierro que dan la espalda al tren que los arrastra. No vé, no admira si no lo que huye y desaparece en la sombra del pasado; no siente que detras de él se levanta un sol y un mundo nuevo: el reinado del individuo, el triunfo de la libertad. Que semejante momia se quede en su gabinete de curiosidades y reciba la adoracion de los papanatas, nosotros no iremos á molestarlo allí; pero á la gran luz de la vida pública, ¿qué harán esos ojos estinguidos, esa boca muda, ese brazo inútil? Lo que necesita nuestra jóven y gloriosa república, son hombres de nuestra época, banqueros que hagan avanzar la civilizacion creando dia á dia nuevas empresas y acciones, oradores que nos guien hácia los destinos magníficos que el porvenir nos reserva. Dejemos á los muertos sepultar á los muertos; vengan á nosotros los corazones que se abren á todas las grandes aspiraciones sociales, las cabezas que se ajitan con las cuestiones palpitantes de la actualidad. Que los bobos y los flojos voten por sus viejos ídolos, nuestros candidatos son los hombres que la Europa nos envidia, el hábil y jeneroso banquero Little, el elocuente y célebre abogado Fox!”

“Mañana la voz del pueblo, saliendo del escrutinio, como el trueno que sale de la nube, proclamará por toda la América la victoria de los elejidos de la Democracia: Viva Little, viva Fox!”

—Bravo! dijo Humbug, estais picado doctor. Hé ahí un bello trozo; nada que ataque vuestro carácter; bromas un poco fuertes, es cierto; pero con cierto tacto, verbosidad, finura, sin hablar del estilo á la moda. El mozo que ha escrito ese trozo no es un imbécil.

—Acompañadme á la oficina del Lince, dije á mi vez; y vereis como un triple nécio cachetea á un mozo de injénio; es una leccion que necesita ese señor.

—¿Estais loco? esclamó el hombron levantándose de una pieza. Si otro que yo os escuchára, os harian dar una fianza de diez mil dollars ú os enviarian á la penitenciaria. ¿Nos tomais por los Pieles-Rojas? ¿Sois cristiano? En las soledades de Arkansas es donde los furiosos discuten revolver en mano; en Massachusetts no hay mas venganza que la de la ley. En un pueblo civilizado se habla mucho y se querella vivamente; pero no se asesina á un rival, ni tampoco se bate uno con él.

—Salvajes! esclamé, que no conoceis ni el punto de honor siquiera!

—Salvaje vos! repuso Humbug riendo. Verdaderamente, doctor, la picadura os pone feroz. Matar á las jentes ó hacerse matar por ellas ¿de qué puede servir eso á la causa de la justicia y de la razon? Un duelo no aprovecha sino al médico ó al sepulturero.

[88]

—¿Qué haceis entonces, señor, cuando sois cobardemente insultado por un folletinista?

—Mi querido doctor, respondió aquel candidato sin verguenza: repito en voz baja ó en alta voz un proverbio turco, cuya profunda sabiduría os recomiendo: El que se pare á tirar piedras á todos los perros que ladren tras de él, no llegará nunca al fin de su viaje. Con lo que, voy á ocuparme de mi eleccion y de la vuestra; haced otro tanto por vuestra parte; pronto olvidareis al Lince y su retórica.

Tu ne cede malis, sed contra audentior ito[28].

Adios.


[89]

CAPITULO XV.
Un recuerdo de la patria ausente.

La llegada de mi mujer y de mis hijos dulcificó mi mal humor: las noticias eran buenas. Alfredo y Enrique habian recorrido todas las asambleas, recojiendo bravos y promesas. Jenny y Susana habian visto á todas sus amigas. Doscientas señoras, las mas respetables de la ciudad, llevaban al cuello mi fotografia en un medallon: la eleccion estaba asegurada.

La alegria de nuestra modesta comida concluyó de curar mis heridas. Todos teníamos solo un corazon y un alma. Mi Jenny estaba mas animada que en el bautismo de su primojénito. He notado siempre que las mujeres son naturalmente ambiciosas; un marido jóven y bello, pero que no es nada, no tendrá nunca el arte de agradarlas largo tiempo; un marido viejo, recibirá sus mas dulces caricias si la fortuna ó la gloria corona sus cabellos blancos. Cuando al amor se une esa lejítima ambicion, la mujer se hace entonces, en toda la belleza de la palabra, nuestra verdadera mitad. Se vive, se piensa, se sueña á duo, es la felicidad perfecta en la tierra, felicidad casi desconocida en Francia, donde la moda priva á las mujeres de los gustos sérios, de las pasiones jenerosas,—felicidad comun en los Estados-Unidos, donde la opinion invita á las mujeres á tomar parte. Susana era mas ardiente que su madre: era mi sangre! no hablaba sino de mi eleccion. Es cierto que ella habia hecho de Alfredo uno de mis mas grandes electores; ocuparse de mí, era ocuparse de él.

A la noche tuvo lugar una nueva demostracion electoral. Todos los bomberos, de gran parada y llevando cada uno una antorcha en la mano, desfilaron bajo nuestras ventanas, con música á la cabeza. Los jóvenes de la ciudad vestidos con uniformes y trajes diversos, los acompañaban con largas varas coronadas de linternas. En medio de aquel cortejo, un inmenso estandarte con un transparente iluminado mostraba á la multitud absorta dos especies de diablo negros saliendo de las llamas con dos rollos blancos. El nombre de Green y de Smith,[90] escrito debajo de las figuras, daba un sentido humano á aquella escena infernal, que aplaudian á su paso. La mujer y el niño que habiamos salvado eran conducidas en una volanta tirada por cuatro caballos blancos, y enteramente adornada con linternas é inscripciones. Era una marcha triunfal, una procesion digna de los bellos dias de Eleusis. De todas partes estallaban los gritos, los bravos, y algunas veces tambien ciertos gruñidos, ahogados inmediatamente por los hurrahs. La oposicion estaba vencida y derrotada por la belleza de nuestras invenciones. Era difícil que Little tratára de rivalizar con nuestras maravillas. ¿Qué podia pasear por las calles? ¿Accionistas arruinados? No se seduce á un pueblo con ese espectáculo de todos los dias.

A las diez, Jenny nos leyó la Biblia. Habiamos quedado en el quinto capítulo de Daniel, es decir, en la historia del rey Baltazar, y de la mano vengadora que escribió sobre la muralla la sentencia de muerte: Mané, Thecel, Pharés. Era para Marta una bella ocasion de profetizar; no dejó de hacerlo. De buen ó mal agrado, me comparó á Nabucodonosor y me condenó á vivir con los asnos salvajes, y á comer la yerba de los campos, como un buey, si alguna vez olvidaba que el Altísimo tiene un poder soberano sobre los hombres, y que instala sobre el trono á quien le agrada. La leccion me parecia un poco fuerte para un futuro inspector de calles; pero no hay quizá necesidad de ser rey para tener el orgullo y la insolencia de Nabucodonosor. ¿Quién sabe si los empleados de Asiria no eran mas impertinentes todavia que su magnífico soberano?

Me burlé de la sibila; sin embargo estaba conmovido con aquella candidatura, y demasiado conmovido para conciliar el sueño. Así, apenas subí á mi cuarto, cargué una pipa con escelente tabaco de Virjinia, y sentándome cerca de la ventana, traté de adormecer mis sentidos agitados.

La calle estaba desierta, y la luna iluminando con su pálida luz las casas mudas y cerradas, aumentaba el misterio y la calma de la noche: todo dormia á lo lejos; todo callaba. El único ruido que turbaba aquel silencio universal, ó mas bien dicho que lo hacia sentir mejor, era el tic tac de un cuco colocado á los costados de mi cama. Arrullado por aquel canto monótono, embotado por el humo del tabaco, dejaba correr mis ensueños, cuando de repente el reloj se anunció. El rechinar de las poleas, el jemir de las ruedas y de los correajes anunciaban que iba á dar la hora. Me levanté para admirar aquella obra maestra de la relojeria alemana. A mi llegada un gallo de madera pintado, trepado[91] en lo mas alto del cuco, aleteó y lanzó tres gritos agudos. Debajo del gallo se abrió bruscamente una puerta, mostrándome á París, el Sena, y la casa municipal en 1830. La Fayette, con peluca rubia, frac azul y pantalon blanco, abrazaba á la vez á mi infante, un jendarme y una bandera tricolor sobre la que se leia en letras de oro: LIBERTAD, ORDEN PUBLICO. Once veces sonó el reloj, y once veces el bravo La Fayette sacudió la cabeza y movió su bandera; en seguida la puerta se cerró y el gallo galo ajitó sus alas, gritó mas desapaciblemente que nunca, y la vision desapareció.

Aquel recuerdo perdido, aquella divisa olvidada hace tanto tiempo, despertaron los sueños dorados de mi juventud. Cuánto palpitaban nuestros corazones en 1830! Pobres ignorantes, no sabiamos entonces que la libertad, como todas las queridas, aruina y traiciona á aquellos que la aman. Libertad, órden público; palabras terribles: Mane, Thecel, Pharés de los tiempos modernos! Hé ahí el enigma que, cada quince años, la esfinje de las revoluciones propone á la Francia, siempre pronta á devorar al Edipo que no adivina. Libertad, órden público, se diria que son dos enemigos inmortales, que, vencedores y vencidos á su vez, se entregan á un combate sin fin, del cual somos nosotros el premio. Llega un dia en que la libertad vence, el cielo resplandece de alegria y de esperanza, pero bajo la máscara de aquella divina sirena, es la anarquia la que triunfa, trayendo tras de sí la guerra civil, atacando todos los derechos, amenazando todos los intereses, haciendo retroceder de horror á un pueblo aterrado. En el dia, es el órden público lo que se instala, sable en mano: dando la paz, imponiendo el silencio, rompiendo bien pronto la valla y deslizándose por su propio peso al abismo donde cae todo poder que nada aconseja y que nada contiene. ¿De dónde nace que hace setenta años que un pueblo honrado, bravo é injenioso, no edifica sino ruinas, descontento y decepciones?

¿Cómo es que en los Estados-Unidos, donde la libertad enloquece todas las cabezas, donde nadie habla de órden público la paz interior no es perturbada jamás? En aquella democracia turbulenta, en aquella multitud entregada á si misma, sin policia y sin jendarmes, ¿porqué no hay ni tumultos ni revoluciones? La América no tiene como nosotros, cien mil funcionarios alineados en batalla, una administracion admirable que dispone todo; no tiene frente á esa organizacion compacta, un pueblo docil, ordenado, ocupado, dirijido, reglamentado, y, sin embargo, es tranquila y próspera. La libertad, garantida en su[92] pleno ejercicio por la ley, castigada en sus escesos por la justicia, hé ahí el órden público para los Americanos. Su espíritu limitado no se ha elevado jamás hasta esa centralizacion tutelar que hace nuestra unidad y nuestra gloria. En aquel pueblo primitivo, no se ha separado la libertad del órden público, no se la ha personificado, no la han rodeado de formidables reductos y de cañones siempre cargados. Nada de administracion jerárquica, nada de policía preventiva, nada de ordenanzas, nada de funcionarios inviolables, nada de tribunales privilejiados. Nada de esa sabia mecánica, que en las naciones civilizadas rompe toda resistencia, y traba á todo individuo. La ley todo poderosa, el ciudadano dueño y responsable de sus acciones, el funcionario reducido al derecho comun, la administracion justiciable ante los tribunales, solo el juez intérprete de la ley: hé ahí todo el sistema. Es de una sencillez ridícula. No hay en aquel embrion de gobierno sino leyes y jueces, y sin embargo, la paz y la riqueza reinan por do quier. Es una estraña burla de la fortuna que nuestros grandes políticos no han conseguido esplicar todavia. ¿Cómo no se les ha probado ya á los americanos que son felices contra todas las reglas, y que deben envidiarnos nuestras revoluciones?

Me dormí con estas bellas reflexiones.

No sé cuanto tiempo hacia que descansaba, cuando me sentí bruscamente sacudido por una mano vigorosa. A mi lado, sobre mi cama, estaba un sarjento de jendarmeria. Su vista me alegró. Un jendarme! Yo estaba en Francia, volvia á encontrar á mi patria.

—Arriba, arriba, señor Lefebvre, me gritó el sarjento, con un acento gascon que apestaba á ajos desde lejos.

Miré de cerca á aquel amable mensajero; su figura no me era desconocida. Esa mirada, esa voz, esa risa sardónica,—era el terrible espiritista, Jonatas Dream, mi enemigo. Al aspecto de aquel traidor, mi gozo se cambió en terror.

—¿Quién sois? ¿Qué quereis? pregunté yo. ¿Con qué derecho entrais de noche en casa de un pacífico ciudadano?—Mi casa es mi fortaleza.

—Silencio, paisano, respondió el jendarme. No tengamos la sinrazon de razonar con la autoridad, que no razona, puesto que siempre tiene razon. Con lo que abrió su canana y sacó un rollo de papel sellado.

—Número uno, dijo: Al señor Lefebvre; á él en persona ó á quien se diga serlo. Por haber tenido la imprudencia de criticar[93] en un papel público á la autoridad municipal, á propósito del empedrado de la calle: se le amonesta por primera vez, esperando se corrija.

—Vaya una cosa fuerte, esclamé. En lugar de advertirme, la autoridad, haria mejor en dirijirme sus escusas y cambiar el empedrado.

—Silencio, paisano, repuso el soldado. Como particular, no niego que el empedrado sea inferior: acabo de levantar dos bestias que se cayeron frente á esta puerta; pero como jendarme, declaro que vuestra queja es tan indiscreta como importuna. Si mi coronel me dijera: Sarjento, mañana será de noche á medio dia, yo responderia: Está bien, coronel, y meteria en la sala de policia al primer pilluelo que se atreviera á negarlo. La consigna dice que el empedrado es bueno; luego debe ser bueno; solo los malévolos por malicia culpable, pueden hacerse romper la nuca intencionalmente.

—Cómo, dije indignado, ¿no tengo el derecho de criticar la autoridad que no hace su deber?

—Al contrario, paisano, repuso el sarjento, quejaos; la autoridad francesa ama bastante que se la censure; pero es necesario ser político con ella. Vos no le habeis pedido permiso para criticarla. Habeis estado grosero, querido amigo.

—Amigazo, os respeto, pero raciocinais como una canana. La autoridad ha sido hecha para nosotros, supongo, y no nosotros para la autoridad.

—Error colosal, amiguito, repuso el jendarme con un aire de desprecio que me sublevó. Los que obedecen han sido hechos para los que mandan; los que mandan no han sido hechos para los que obedecen.

—Pero nosotros somos la Francia, somos el pais.

—El pais, amiguito, dijo el impasible sarjento, se compone de mariscales, jenerales, coroneles, capitanes, tenientes, prefectos, intendentes y otras casacas bordadas que yo respeto; el resto es un ato de conscriptos y de contribuyentes que debe obedecer y callarse....

—¿Sin murmurar, no es esto? conozco esa cancion. Ah! si tuviésemos justicia!

—No tendríais administracion, paisano; seríais un Iroques, como los ingleses y otros caníbales que hacen lo que quieren. No tendríais el honor de ser un civilizado y un francés.

—Número dos, continuó. Al señor Lefebvre, por haber tenido la audacia de pasear de puerta en puerta su triste persona:[94] significacion del señor Prefecto, que lo destituye de sus funciones gratuitas de miembro de la oficina de beneficencia, esperando mejor conducta.

—Toda candidatura es libre, esclamé.

—Sin duda, respondió el jendarme, es libre; pero con la autorizacion de la autoridad.

—Número tres. Al susodicho Lefebvre, por haber distribuido ó hecho distribuir boletines electorales que llevaban su nombre, ó el de ciertos quidams, igualmente desconocidos y escandalosos: obligacion de comparecer de hoy en ocho dias hábiles, ante los señores presidente y jueces que componen el tribunal de policia correccional, para responder por el susodicho Lefebvre, al delito de distribucion de impresos no autorizados.

Cómo, ¿no puedo distribuir á mis electores el boletín que lleva mi nombre?

—Lo podeis todo, amiguito, respondió el jendarme,—con autorizacion de la autoridad. Pero, como si no convenis en ello ¿os imajinais que la autoridad protectora y tutelar ha de dejar hacer á los papanatas una tontera que dejeneraria en oposicion? ojalá fuese yo el gobierno, os encerraria debidamente, esperando mejor oportunidad!

—Número cuatro. Al susodicho Lefebvre por haberse juntado públicamente á una pandilla de quidams, reunidos en una titulada asamblea electoral; lo que constituye un club, sino es una sociedad secreta, obligacion de comparecer ante el susodicho tribunal, para verse condenar á prision en virtud del artículo 291, del Código penal, esperando otra resolucion.

—Número cinco. Al susodicho Lefebvre, por haber incitado á su hijo menor á pronunciar en el susodicho club un discurso incendiario contra la honorable y discreta persona de M. Petit, candidato de la autoridad: obligacion de comparecer ante el susodicho tribunal, como fautor, complice y ademas como civilmente responsable del susodicho delito; esperando se corrija.

—Qué ¿no tengo derecho para reunir mis electores, y no tienen ellos el derecho de saber lo que piensa su representante?

—Tienen todos los derechos, amiguito, respondió el sarjento, pero siempre con la autorizacion de la autoridad. ¡Linda cosa, seria que en una caserna dejáran á los soldados reunirse y gritar sin permiso.

—Pero nosotros no estamos en una caserna.

—A palabras necias oidos sordos, repuso el jendarme. Sin embargo, paisano, quiero condescender hasta ilustrar vuestra[95] ignorancia profunda. Todo francés ha nacido soldado y ha sido hecho para esperar la palabra de órden. Cuanto mas mandado está, tanto mas contento se halla. Que no se altere la obediencia que hace su alegría. Si yo fuera gobierno, colgaria á todos los hablantines, esperando mejor oportunidad.

—Número seis. Al susodicho Lefebvre, por haber cubierto ó dejado cubrir las murallas con carteles insignificantes y criminales; item por haber organizado ó dejado organizar una procesion revolucionaria, y preparado una asonada inconveniente, que habria estallado á no ser las precauciones y la vijilancia de la policía, que siempre tiene abierto el ojo; obligacion de comparecer ante el susodicho tribunal; para verse y oirse condenar á las penas dictadas por la ley, esperando se corrija.

—Por favor, sarjento, esclamé, por favor, señor jendarme! soy víctima de un error. En Francia, sin duda, seré un gran culpable; pero estamos en América, soy inocente. Lo que es un crímen en Francia es un derecho en los Estados Unidos.

—Hacedme merced de vuestros favores, respondió el inflexible jendarme sacando de su bolsillo algo que parecian esposas. Como particular, no tengo el corazon insensible, me lisonjeo de ello, pero, en este momento, soy el órgano de la ley.

—Entonces la ley es una fanfarronada.

—Silencio, rebelde, basta de conversacion.

Si se les escuchára, serian todos inocentes como un recien nacido. Inocente ó no, pekin[29], sospecho que eres sospechoso, y por precaucion te apaño.

Diciendo esto, me apretó el brazo con tal fuerza que lanzé un grito de dolor. Ese grito me recordó. Gracias á Dios, era un sueño.

Encendí el gas para sacudir aquella pesadilla abominable. Horror! en el fondo de la cama descubrí la sombra de un brazo amenazante, y ese tricornio y ese pompon que hacen palidecer á los mas atrevidos.

Helado, temblándome el corazon, quedé inmóbil como un criminal que espera la sentencia de muerte. En aquel momento cantó el gallo del cuco, el gallo que hace huir á los malos espíritus de la noche; me dí vuelta hácia la pared.... y lanzé una carcajada. El brazo de que me espantaba, era el mio, ese tricornio era la sombra de mis cabellos alborotados; ese terrible pompon,[96] en fin, era la punta de mi.... No concluiré por respeto al pudor de mis lectoras.

Apagué la luz, y volviéndome á mi cama:

—Oh jendarme, esclamé, bravo y leal soldado, corazon sencillo y jeneroso, nadie mejor que tú representa el órden público en un pueblo que no concibe la autoridad sino en uniforme, y la paz sin una espada en la mano! Espanto del mendigante y del vagabundo, remordimiento del cazador furtivo, conciencia del hostelero y del vendedor de vino, relijion y moral del paisano, brazo derecho del señor Intendente, órgano del señor Prefecto, oh jendarme! yo te respeto y te amo; pero perdona las temeridades de mi fantasia; yo quisiera que algun dia la miseria no fuera ya un crímen; quisiera que la policía no impidiera el bien que superabunda por evitar el mal, que no es mas que la escepcion; quisiera que la libertad, devuelta á todos los ciudadanos, arrojase de nuestras leyes delitos que no lo son; quisiera en fin, (¡ho ministro de la autoridad no os encojais de hombros!) quisiera que solo la justicia te impartiese órdenes, y que tu mision vengadora se redujera á perseguir á los pícaros y á encarcelar á los bandidos denunciados legalmente!

Yo sé, oh sarjento! cuanto te hará reir esta utopia americana, pero yo la lego al siglo vijésimo primero, como el pensamiento que, algun dia, inmortalizará mi nombre. Entonces pido que en mi ciudad natal, en medio de la plaza que reemplazará mi calle y mi casa, se me eleve un busto imajinario encima de una fuente sin agua, y que se grabe en ella la inscripcion siguiente:

AL SOÑADOR
QUE
EN
1862
PEDIA QUE LA JUSTICIA
SOLO TUVIERA
EL DERECHO DE ARRESTAR Á LOS CIUDADANOS
Y SOLAMENTE POR DENUNCIA LEGAL,
LA JENDARMERIA RECONOCIDA

14 DE JULIO 2089.

Y lego mi última pieza de cinco francos á la Academia de inscripciones y bellas letras, con los intereses capitalizados durante dos siglos, para que se redacte en hebreo en copto, sanscrito y siriaco, una idea, que el frances mal inclinado de nacimiento, no ha comprendido nunca, y que su idioma es impotente para espresarla: Sub lege libertas.


[97]

CAPITULO XVI.
La eleccion—El sábado.

Llegó al fin la famosa jornada del sábado 5 de Abril, que debia hacer de un parisiense de la Chausée d’Antin, un miembro de la administracion municipal de Paris en Massachusetts. A las siete de la mañana, con un tiempo espléndido, se abrieron ciento veinte escrutinios en medio de una calma solemne. A la puerta de cada oficina se veian dos largas filas de electores, que con una paciencia y una decision enteramente sajonas, esperaban el momento de ejercer su derecho soberano. Habian cesado las querellas, los enemigos de la víspera cambiaban bromas y apretones de manos. Ante la resolucion de la mayoria todos se inclinaban de antemano, reservándose tomar la revancha al año siguiente.

A medio dia se hizo el resúmen del escrutinio, la eleccion fué proclamada. Green reunió 116,735 sufrajios contra 78,622 dados á Little. Humbug obtuvo 146,327 votos, mientras que el desgraciado Fox no tuvo mas que 18,124; en fin, á pesar de algunos boletines disputados por escrutadores envidiosos, fuí nombrado por 199,999 sufrajios. Jamás inspector alguno de calles habia sido proclamado por una mayoria tan imponente. El efecto que produjo en Massachusetts fue grande, y mayor todavia en Inglaterra. Como el precio de los algodones acababa de subir, el Times declaró que los Yankees eran salvajes que no hacian elecciones sino á balazos, y sacó en conclusion que la democracia era ingobernable. El viejo Pam repitió el mismo tema en el parlamento: probó á los ingleses que eran el primer pueblo del mundo, y que, por falta de una aristocracia hereditaria, Jonatás no iba á la pretina de John Bull, verdad un poco dura, que el honrado John Bull dirijió con su modestia ordinaria, mientras votaba su mayor presupuesto.

El amable Truth fué quien me anunció mi nombramiento; sentia mucho, me dijo, no anunciar al público esta buena noticia, pero, desde la víspera habia vendido su diario á M. Eugenio Rose y se retiraba de la política.

[98]

—Haceis bien, le dije. Descansad, y largo tiempo, teneis necesidad de ello.

—Descansar no es palabra americana, me respondió con una dulce sonrisa. Jóven ó viejo, enfermo ó sano, un Yankee trabaja hasta la muerte: es el deber del hombre y del cristiano. He seguido el consejo de Humbug, he vuelto á los estudios y á los gustos de mi juventud. La iglesia congregacionalista de la calle de las Acacias me invita á ser su pastor: he aceptado. Mañana entro en las funciones.

Periodista ayer, pastor mañana, sois un hombre universal; cambias de profesion como de traje. ¿Qué sereis dentro de seis meses?

—Lo que quiera Dios, respondió el nuevo ministro. Si Humbug estuviese aqui, él que ha sido á su vez plantador en el Oeste, soldado en Méjico, abogado en Filadelfia, periodista en París, y que mañana será majistrado, os diria con una de sus citas favoritas:

Homo sum, humani nihil á me alienum puto.

Vos mismo, doctor, erais sabio el otro dia, bombero antes de ayer, candidato ayer, sois hoy dia inspector de calles; el lunes sereis médico. Me parece que cambiais de papel con bastante facilidad. Hé ahí una de las grandes virtudes de nuestro bello pais. En la vieja Europa se nace y se muere en la piel de un personaje de comedia. Toda la vida es un soldado, juez, abogado, mercader, fabricante, nunca hombre. No se tienen sino las ideas estrechas y las preocupaciones de su oficio. Aquí, la profesion poco importa, es el sobre todo que uno se pone y saca segun las ocasiones: uno es hombre ante todo y en todas partes. Ahí es donde está la raiz de esa igualdad que hace nuestra gloria y nuestra fuerza. Clay era un molinero de Kentucky, Douglas y Lincoln plantadores de Yllinois, el jeneral Banks, el muchacho de las canillas, era un enfardelador de algodon; todos han llegado á ser hombres, por que han trabajado y sufrido. El que no ha hecho ensayos con la vida no sabe lo que ella vale. La lucha contra las cosas hace la educacion de la voluntad y la sabiduria del corazon. La aristocracia producirá almas delicadas, refinadas, enfermizas; el imperio del mundo pertenece á los advenedizos. ¡El porvenir es nuestro!

—Truth, predicais á las mil maravillas. Cuando hablais siento que teneis razon; pero, cuando os habeis marchado y reuno mis recuerdos, vuestras teorias me dan miedo. Si yo tuviera[99] la debilidad de escucharos, me hariais olvidar todo lo que mis maestros me han enseñado. No importa, mañana iremos á escucharos. Debe ser orijinal, un simple cristiano hablando á sus hermanos y esponiéndoles el Evanjelio en el lenguaje de todos los dias. No me imajino el cristianismo republicano.

Al instante que Truth se separó de mi, vinieron á buscarme para instalarme en mis nuevas funciones. Jenny, Susana, Alfredo y yo saliamos en una hermosa calesa junto con Marta, que tenia sin duda interés en vijilar mi orgullo; Enrique se puso al lado del cochero, Zambo trepó tras del coche; dos vigorosos trotones, como no se ven sino en América, nos llevaron á Montmorency, punto estremo de mi jurisdiccion. Tuvimos que detenernos mas de una vez; cada caminero estaba en su puesto, esperando al nuevo jefe; aseguré á aquellas buenas jentes mi benevolencia para con ellos, mientras mi mujer y mi hija prodigaban sus mas graciosas sonrisas. Habíamos nacido para ser príncipes. La sola cosa que me contrarió fué encontrar barreras de distancia en distancia. Reconocí en esto esa mezquindad democrática que hace pagar el servicio á los que aprovechan de él, para librar de la contríbucion á los que no hacen uso de la cosa; me prometí corregir aquel abuso, no conocido de la vieja Europa, y establecer en todas partes una igualdad triunfante. Por lo demas, este fastidio no llegaba hasta los magníficos ramos que los receptores de barreras, y los camineros ofrecian á Jenny y á Susana. El carruaje era una canasta; desaparecíamos en medio de las flores. Se nos arengaba como á reyes. Aquellas buenas jentes, que, seguramente, no sabian el hebreo, no dejaron de comparar á mi Susana con el lirio de los campos. Jenny se sonrojaba de placer, parecia una rosa esponjada. En cuanto á Marta, era una peonia; se hubiera dicho que la sangre iba á saltar de sus mejillas carmeses. Bufaba como un buey al fin del surco. ¡Oh mujeres, vuestro verdadero nombre, es vanidad! En cuanto á mi, muellemente estendido en un rincon de mi carruaje, no me dejaba embriagar por aquellos humos de la popularidad naciente; pero en mi alma, en mi conciencia, encontraba admirables los caminos; maldecia al miserable mancarron que la ante-víspera, habia tropezado en un empedrado mal conservado por camineros tan galantes.

Llegando á Montmorency, el cochero, sin haber recibido órdenes, nos llevó derecho al hotel de la Rosa, en casa de Seth, hostelero el cuácaro. Alfredo y Susana no hallaron compasion cerca de aquel amigo de la bella juventud. En lugar de tratarnos como[100] á enamorados, nos hizo pagar doble un almuerzo demasiado malo. Reclamé; pero á su avidez natural, el hermano Seth reunia el mas insoportable de los vicios que dá la civilizacion: el pícaro era economista. Me hizo un sermon en tres partes, para demostrarme que vivir bien y barato, es la miseria de los pueblos sin comercio y sin industria, mientras que la carestia es la muestra de la civilizacion mas avanzada, la poblacion reduciendo la oferta, y la riqueza elevando la demanda. Llegará un dia en que el último de los Rothschild será el único que se encuentre en estado de pagar un huevo; ese dia marcará el apojeo de la prosperidad universal. Pagué para economizar, por lo menos tiempo y palabras. Guárdeme el cielo de discutir con esos fanáticos que no tienen mas que una idea. Conozco á los tales peregrinos. La Francia, sus arsenales, su marina, sus ejércitos, su gloria, sus derechos, todo lo entregarian al Gran Turco si él les prometiera la libertad........ de la carniceria.

Eran las cuatro cuando nuestra caravana tomó de nuevo el camino de París. Con gran sorpresa mia cerraban con barras de hierro las puertas y las ventanas de la hosteria, como si la casa estuviese de duelo. Era un modo singular de festejar la aproximacion del domingo; pero en aquel pais, hecho al reves de los demas, es prudente no asombrarse de nada. El amigo Seth venia con nosotros á la ciudad; montaba un fornido caballo, al que hacia sombra con su ancho sombrero. A su lado sobre un jumento tordo, de larga cola, trotaba Marta, erguida, derecha, severa y majestuosa como un carabinero. Eran dos batidores que marchaban delante de nosotros para anunciar á los transeuntes nuestra entrada triunfal.

Encontré al pacífico cuácaro, en la primera barrera querellándose con el receptor.

—Os digo, gritaba este último, que no pasareis sino cuando hayais pagado el derecho. Sois dos; necesito veinte y cuatro centavos y no doce.

—Amigo, respondia el hostelero, haces mal en calentarte la sangre; eso no es de un hombre racional ni de criterio. Mira tu tarifa, no me pidas mas de lo que la ley te permite exijir, de otro modo te harás culpable del crímen de concusion.

—Hé ahí la tarifa, repuso furioso el del peaje; leed vos mismo, insoportable charlatan! Ocho centavos por caballo, cuatro centavos por hombre; ¿está esto claro ó nó?

—Muy claro, dijo el cuácaro; asi tomo por testigos á estas respetables personas, que he pagado tus doce centavos.

[101]

—Y aquella mujer, dijo el receptor, señalando á Marta que trotaba adelante.

—Y bien, repuso Seth, con su imperturbable gravedad, esa mujer no es un hombre, su jumento no es un caballo, luego ella no te debe nada.

Con lo que partió al galope, dejando atónito al encargado del peaje.

—Espero, dije al receptor, que levantareis un proceso verbal contra de ese imprudente.

No, señor inspector, respondió; perderíamos nosotros. Es uno de esos pillastres astutos que haria pasar un carruaje con cuatro caballos hasta por sobre nuestras leyes, sin ser nunca multado. Tiene de su parte la letra de la tarifa.

—El espíritu de la ley lo condena, repuse; su pretension es absurda.

—Entre nosotros, señor, respondió el buen hombre, la ley no tiene espíritu. No se conoce sino el testo. Si el juez interpretára la ley, se dice, seria lejislador; el derecho y el honor de los ciudadanos no tendrian ya garantia.

—Ignorantes! esclamé. ¿No les han enseñado ni el a, b, c, de toda legislacion! Cuando hay duda en un asunto entre el fisco y un particular ¿no aprovecha la duda al fisco, que representa el interés general?

—Nunca, señor, dijo el encargado del peaje. Siempre se sentencia á favor del ciudadano. Es necesario que el señor fisco tenga dos veces razon para ganar su proceso.

—Qué hacer con semejante salvajismo? Me encojí de hombros y dí al cochero la órden de continuar su camino.

Al entrar á la ciudad creí que la habrian cambiado en mi ausencia. Las calles y las plazas estaban desiertas; tras de nosotros se estendian gruesas cadenas que impedian la circulacion. Las ventanas ofrecian un estraño espectáculo: veíanse en todos los balcones botas alineadas en batalla y presentando las zuelas á los transeuntes, si es que habia transeuntes. Siguiendo con la vista dos de aquellas botas; concluí por apercibir unas piernas humanas, despues un cuerpo caido, y en fin, un cigarro, cuyo humo azulado subia al cielo. No podia esplicarme que delito se castigaba con tan cruel suplicio; Zambo á quien interrogué diestramente, me enseñó que era el placer ó la moda. Todos los sábados á la tarde, el Yankee trata de darse una aplopejia; algunas veces llega á conseguirlo. Cuánto mas prudentes no somos nosotros, los franceses, que en[102] nuestras salas de espectáculos no nos esponemos nunca sino á un principio de asfixia.

Una vez en casa, me entraron deseos de concluir alegremente aquel dia feliz; rogué á Susana y á Enrique que cantaran mi aire favorito: Lá ci darem la mano, del D. Juan. Susana me miró y palideció.

—¿Qué tienes? hija querida, esclamé; ¿estás enferma?

—Padre, respondió, vuestro pedido es lo que me aterra. ¿Quereis amotinar la ciudad bajo nuestras ventanas? ¿Quereis perder nuestra reputacion? ¿Olvidais que ha principiado el sábado y que nada debe turbar el reposo del Señor?

—Buen Dios, me dije, ¿á caso al transportarnos á América, el traidor de Jonathan nos habrá cambiado en judíos?—Perdon, hija mia, dije á Susana, he sufrido una distraccion; los sucesos del dia me hacen perder la memoria! Anda á buscar mi gran Hipócrates, de la biblioteca; no me disgustará hacer descansar mi cabeza leyendo un poco de griego. No hay nada mas refrescante.

Por toda respuesta, Susana se sentó sobre mis rodillas, pasó su mano por mi frente y me abrazó.

Pobre padre, dijo, ¡cuán fatigado está! Ved, mamá, ha olvidado que la noche del sábado no se lee sino la Biblia.

Decididamente, yo era judio sin saberlo. Lo que me hizo dudar un poco, fué que al abrir la Biblia de la familia, encontré en ella los Evanjelios y pude leer en San Marcos que el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Esta palabra me hizo reflexionar, pero para no herir á nadie, guardé para mí mis reflexiones, y dejando á las dos mujeres sumidas en su piadosa lectura bajé al jardin.

La tarde estaba hermosa, los árboles exhalaban la frescura de su vejetacion naciente, el sol se ponia en una nube de oro: todo invitaba á soñar.

Me sentia cansado, entré en mi kiosco chino, me eché sobre el divan y encendí un cigarro. Habia á un lado una butaca rústica que no servia de nada, coloqué mis piernas en el respaldar, y me apercibí para mi verguenza de que la moda americana tenia mucho de buena.

Descansaba oculto detras de las persianas del kiosco, los ojos fijos maquinalmente en Zambo, que, en un rincon del jardin, machacaba pedazos de asperon para limpiar los cuchillos. El pobre muchacho estaba enteramente ocupado de su trabajo,[103] cuando Marta salió de la cocina, como una araña que se lanza sobre una mosca.

—Hijo de Cham, dijo, quitándole el martillo de las manos, ¿qué haces ahí?

—Vos lo veis, señorita Marta, rompo piedras.

—Desgraciado, esclamó ella, violas el sábado! Zambo huyó con aire lastimero, pasó cerca de mi retiro suspirando; en seguida apercibiéndose de que el gato de la casa habia cojido un pericote!

—Cuidado, Pachá, le dijo resongando, si tú cazas ratas durante el sábado, te colgará Marta el lunes.

Reia todavia de la tonta figura del negro, cuando dos personas vinieron á sentarse en un banco que estaba colocado delante del kiosco, y tan cerca de mí; que no perdí una sola palabra de sus discursos. Reconocí al amable Seth, que aprovechaba la soledad, el sábado y la noche para hacer un sermon á la bella Marta.

—Querida hermana, decia con una gravedad grotesca y escuchándose cada una de sus palabras, hay tres cosas que me admiran sobre manera. La primera, es que los niños sean tan bobos que tiren piedras y palos á los árboles, con el objeto de bajar las frutas; si los niños se estuvieran quietos, llegaria dia en que las frutas caerian por si solas. Mi segunda admiracion, es que los hombres, en jeneral, y los americanos en particular, sean bastante locos y bastante malos para hacerse la guerra y matarse entre ellos; si se estuvieran quietos, todos se moririan naturalmente. La tercera y la última cosa que me admira, es que los jóvenes sean bastante irracionales para perder su tiempo corriendo tras de las muchachas con quienes quieren casarse, si se quedáran en sus casas é hiciéran fortuna, serian las jóvenes las que irán en busca de ellos. ¿Qué dices á esto Marta?

—Seth, digo que tienes la sabiduria del rey Salomon, pero que tambien tienes su vanidad.

—Marta, esclamó el cuácaro con voz enternecida, tienes tanto injenio como belleza.

—Seth, respondió Marta, siempre sofocada, tú no piensas en lo que dices.

—Y tú Marta, repuso el otro, no dices todo lo que piensas.

—Bravo! dije para mí; en América se aman. Es un modo de aprovechar el sábado, que no se me habia ocurrido. Este pueblo de mercaderes que todo lo calcula, y que no vive[104] sino para enriquecerse, se ha condenado al descanso forzoso una noche por semana, á fin de pagar en ese dia la deuda de la juventud y del amor. Veamos como hará su declaracion Maese Seth.

Despues de mil rodeos, el cuácaro enamorado llegó á la palabra que, segun todas las apariencias, era esperada hacia mucho tiempo.

—Marta, dijo lanzando un profundo suspiro, Marta, ¿me amas?

—Seth, respondió la buena cristiana, ¿no nos está ordenado amarnos los unos á los otros?

—Si, Marta, pero lo que te pregunto, ¿es si tú sientes por mi algo de ese sentimiento particular que el mundo llama amor?

—No sé que responder, balbuceó la tímida paloma; siempre he tratado de amar igualmente á todos mis hermanos, pero, si es necesario confesártelo, Seth, á menudo cuando me he replegado sobre mi misma, he pensado que en esa afeccion jeneral, tú tomabas mucho mas de lo que te pertenece.

La confesion estaba hecha, no habia como desdecirse; oí, así lo creo, un besote que sellaba los esponsales cuando Marta lanzó de repente un grito de espanto y se trepó sobre el banco. Un perro enorme, un terra-nova, habíase lanzado bruscamente en medio del coloquio amoroso. Me levanté y apercibí en la sombra los dientes blancos de Zambo. El tunante reia á carcajadas; él era el que por vengarse de la cuácara, habia abierto la puerta de la casa y lanzado sobre Marta aquel tercero importuno, que la habia aterrado. Aunque me gustaba poco el cuácaro, no pude dejar de admirar su firmeza y su dulzura. Lejos de tener miedo del perro, le llamó y sacando de su bolsillo un pedazo de azúcar, lo ofreció al animal, que se dejó fácilmente seducir y acariciar.

—Amigo, dijo el santo varon, hablando al perro que lo miraba moviendo la cola, has venido á perturbarme en el momento mas dulce de mi vida; otro que yo te hubiera castigado, muerto ó habria tenido derecho de hacerlo; yo te haré ver la diferencia que hay entre un cuácaro y la jeneralidad de los hombres. Por toda venganza, me contentaré condarte un nombre feo.

Con lo que halagando al perro que saltaba tras de él para obtener un nuevo pedazo de azúcar, Seth condujo políticamente al animal hasta la puerta; en seguida cerrando de golpe la verja, gritó con todos sus pulmones: ¡Al perro rabioso! ¡al perro rabioso!

[105]

En un abrir y cerrar de ojos desaparecieron todas las botas de las ventanas; millares de cabezas miraban y amenazaban al enemigo; las piedras, los palos, los muebles llovian como granizo sobre el animal; un tiro lo echó por tierra antes que llegára al estremo de la calle; cayó para no levantarse mas, lanzando un aullido que repercutió en lo íntimo de mi corazon.

Furioso agarré á Seth por el cuello y lo eché fuera.

—Miserable, le dije, no sé qué me contiene de gritar: Al cuácaro rabioso! para hacerte matar como ese pobre animal.

—Amigo Daniel, respondió maese Seth recojiendo su sombrero, nos volveremos á encontrar.

Y se marchó friamente.

—Subid á vuestro cuarto, señorita, dije á Marta. ¿Qué haceis á esta hora en el jardin?

—Dios mio, señor, dijo ella sollozando, yo no hacia nada malo: buscaba un yerno para mi madre!

Me ahogaba de cólera: Ah! esclamé, cuántas jentes hay que se dicen y que quizá se creen virtuosas que obran como aquel cobarde hipócrita! Se tienen por hombres honrados y santos por que no tocan á su enemigo, pero lo hacen á un lado, dándole un feo nombre. Calumnia! calumnia! tú no eres sino la forma del asesinato en los pueblos que hacen alarde de su civilizacion: ¡Verguenza para los miserables que se sirven de esa arma envenenada, siquiera sea para matar á un pobre perro!

Fatigado de mi elocuencia solitaria, me acosté, pero no sin pensar en la triste jornada que me prometian para el dia siguiente los primeros placeres del sábado naciente: Cuánto echaba de menos la franca alegria de los domingos parisienses. Franceses, esclamé, pueblo amable y caballeresco, deja á las naciones groceras que se glorifiquen de su industria febril y de su libertad fatigante. Arroja lejos de tí á esos indómitos demócratas, á esos soñadores melancólicos, que si los escucháras, harian de tí un rival del Inglés y del Americano. Amigo del vino, de la gloria, y de las bellas, tu lote es el mejor. Deja el imperio del mundo á esos trabajadores descoloridos que toman la vida á lo sério; conserva tu incorrejible y encantadora lijereza. Diviértete, francés; has la guerra y el amor; olvida el mundo y la política; que si reflexionas, no volverás á reir.


[106]

CAPITULO XVII.
Viaje en busca de una iglesia.

Al dia siguiente, me levanté al amanecer. Un hombre público debe dar el ejemplo, y no me disgustaba hacer admirar á los Yankees el celo y la vijilancia de su nuevo edil. Mi paseo fué largo, el empedrado me pertenecia. Seguia con ojo celoso á todos esos pasantes que encajonaban el paso en hilera como los patos, y que cavaban un surco en mis veredas. La anarquía reina en la calle; cada uno vá donde quiere y como quiere: es un escándalo; no comprendo porque no se hace una ley para obligar á las jentes á caminar segun el deseo del gobierno. A la Francia, reina del órden y de la decencia, es á quien toca correjir el último abuso.

Al llegar á casa, ví á Zambo, vestido de negro como un gentleman, con chaleco, corbata, medias y guantes de reluciente blancura. Parecia una gaviota. Apenas me reconoció, corrió á mí, ajitando impaciente los brazos.

—Amo, gritó, todo el mundo está en los oficios: despachaos, se os espera.

Y me puso en la mano un gran libro forrado en zapa y cerrado con broches de plata.

—¿Las señoras están en misa? le pregunté.

—¡En misa! dijo con aire asombrado. Mi ama es cristiana!

—Imbécil! ¿acaso los católicos son turcos?

—Amo, se dice que los papistas son como los paganos de Africa; tienen sus vaudous.

—Qué cosa es un vaudou?

—Amo, es un buen diocesito que uno mismo se hace, y que no es el verdadero buen Dios.

—¿Sois bastante nécio, esclamé, para creer que los católicos adoran á un ídolo? Eso queda para vuestros salvajes del Senegal.

—Amo, dijo él abriendo tamaños ojos, los papistas rezan á estátuas; yo los he visto con ambas rodillas dobladas ante ellas.

[107]

—¿Y no habeis comprendido que lo que se invoca no son esas piedras, sinó los santos, de los cuales las estátuas son la imájen?

—No soy un sabio, amo, dijo el negro con aire contrito: pero el ministro, que sabe todo, nos ha prevenido á menudo que no hagamos lo que los papistas, que adoran ídolos.

—Oh predicadores! esclamé, en todas partes sois los mismos! Nada es mas fácil que conocer la fé católica: basta abrir un catecismo; pero el ódio no quiere ilustrarse; lo que le es necesario, es ultrajar la mas grande comunion del globo. Continuad esa obra abominable, digna de vuestro padre, el diablo. No seremos nosotros, los católicos, nosotros vuestras víctimas, los que hagamos uso para vosotros de esas represalias terribles de la calumnia. La verdad nos basta. Todos saben que Lutero y Calvino son dos pícaros que, por ambicion y codicia, han perdido al espíritu humano, embriagándolo de orgullo y de libertad. La mentira ha enjendrado la reforma; la reforma ha enjendrado la filosofia; la filosofia ha enjendrado la revolucion; la revolucion ha enjendrado la anarquía; la anarquía ha enjendrado............

—Amo, dijo Zambo, incapaz de comprender mi santa cólera; si los papistas son cristianos, tanto mejor, me alegro de ello.

—¿Por qué tanto mejor?

—Porque Jesucristo murió por todos aquellos que lo invocan; él salvará á los papistas así como á los otros cristianos.

—Zambo, amigo mio, le dije con un desden supremo por tanta sencillez, vos no sereis teólogo jamás. Id á vuestra iglesia: no os retengo. ¿Dónde están las señoras?

—Mi ama, respondió, está en la iglesia episcopal[30] con toda la gran sociedad de la ciudad. La señorita está en el templo de los presbyterianos.

—¿Con su hermano, sin duda?

—No, amo, con el hijo de M. Rose. M. Enrique está en la iglesia de los baptistas.

—Muy bien, dije lanzando un suspiro; y vos, Zambo, vais sin duda á juntaros á Marta?

—No, no, amo, esclamó: la señorita Marta es tunkeriana, yo, soy metodista. Nosotros, los pobres negros, que los blancos rechazan de sus templos, nosotros somos todos de la misma relijion.

—Comprendo, teneis una iglesia negra y un cristianismo de[108] color. Id, amigo mio, y orad al Cristo á vuestro modo. En medio de esas sectas enemigas que se arrebatan los jirones del Evanjelio, el Señor reconocerá á los suyos. Mientras que Zambo se alejaba á grandes pasos, yo caminaba lentamente, con la cabeza agachada. El descubrimiento que acababa de hacer me aterraba. Mi casa, mi refujio en todos los sufrimientos, no era sino una Babel,—la madriguera de todas las herejías. El marido católico, la esposa anglicana, la hija presbiteriana, el hijo baptista, la sirvienta cuácara, el doméstico metodista; cada uno con una fé diferente y esperanzas contrarias! ¡Qué confusion! ¡Qué anarquía! ¡Tenia el infierno en mi hogar! Y sin embargo, Jenny me amaba con pasion, los niños no estaban contentos sinó á nuestro lado, la servidumbre me respetaba: yo no veia á mi alrededor sinó semblantes contentos y plácidos. Cada uno leia la Biblia á su modo, cada uno tenia su símbolo particular, y apesar de esto nadie reñia. En ninguna parte la unidad, en todo el amor, y la concordia. Era un desmentido dado á las ideas de mi infancia, un misterio que confundia mi razon.

—No, me dije, no consentiré ese desorden moral. Hay ahí una paz mentida; esas flores me ocultan el abismo. Si esto continúa, estoy perdido. En mi casa, ó todos piensan como yo, ó se callan; necesito la uniformidad. No importa que yo sea un cristiano mediocre; soy católico, en cuerpo y alma, en la Iglesia, en el Estado, en la familia no debe reinar sino una sola ley, una sola voluntad. Si es necesario, emplearé rigores saludables; atemorizaré á mi mujer, amenazaré á mis hijos, espulsaré á los sirvientes; sacrificaré todo por imponer la obediencia ó el silencio. Soy Francés, ¡viva la unidad!

En medio de aquellas sabias reflexiones pasaba el tiempo. Daban las diez cuando entré á la calle de las Acacias. Era una inmensa via que, en majestad y en lonjitud, no le iba en zaga á la calle de Rivoli, con esta diferencia que, de cien en cien pasos, un monumento griego, bisantino ó gótico elevaba altivamente hácia el cielo su campanario ó su cruz. En un pais donde cada uno se hace su relijion, es natural tropezar á cada paso con una iglesia.

No era fácil reconocerse en aquel dédalo. Me dirijí á una buena mujer que caminaba cerca de mi, con su libro en la mano; la rogué me indicára el templo de los congregacionalistas.

—Nada mas fácil, querido señor, respondió la vieja con una amable sonrisa. Es un poco lejos, pero con mis indicaciones[109] llegareis sin trabajo. No hagais caso de las iglesias que estan á vuestra izquierda; el templo de los congregacionalistas está á vuestra derecha. Contad los campanarios, no podeis equivocaros. La primera iglesia, añadió, con la volubilidad de una mujer que recorre su rosario, la primera iglesia es San Pablo, la capilla católica; la segunda, el convento de las Ursulinas; la tercera, la iglesia episcopal; la cuarta, el convento de capuchinas; la quinta pertenece á los baptistas, la sesta á los Holandeses reformados; la sétima á los luteranos; la octava á los negros metodistas; la novena es la sinagoga judia; la décima es el templo chino. Vedla allí con su doble techo, y sus campanillitas. Una vez allí, no tendreis mas que descender; encontrareis los memnonitas; despues de los memnonitas, los Alemanes reformados, despues de los Alemanes reformados, los amigos ó cuácaros, despues de los cuácaros los presbiterianos; despues de los presbiterianos, los moravos, despues de los moravos los blancos metodistas; despues de los blancos metodistas; los unitarios, despues de los unitarios los unionistas; despues de los unionistas, los tunkerianos. Contad en seguida cuatro iglesias la que se intitula por exelencia de los cristianos, en seguida la iglesia libre, despues la de Swedenborg, y en fin, la de los universalistas; tendreis por todo veinte y tres templos ó capillas; el vijésimo cuarto monumento, que poco mas ó menos está á la mitad de la calle, es la iglesia congregacionalista.

Despues de haberme recitado esta retahila sin tomar aliento, la hada me hizo una graciosa reverencia y continuó su camino.

—Pardiez! me dije, si el diablo perdiera su relijion (supongo que en el infierno tienen alguna razon para creer en Dios) la encontraria en esta calle. Hé ahí un pais donde el ministerio de cultos no debe ser una prebenda! En Francia, donde el Estado no tiene mas que cuatro relijiones (no cuento la Arjelia), la administracion tiene algunas veces sus horas dificiles; pero aquí ¿cómo se hará para repartir el presupuesto y poner en paz á treinta Iglesias, que cada una tira por su lado, y que sin duda, se celan y se escomulgan cristianamente? Es este un problema que no me encargo de resolver. Viva la España! hé ahí un pueblo fiel á la tradicion y que ha conservado los verdaderos principios! El pais es un damero donde cada cosa tiene su casilla, donde el cuerpo y el alma son igual y uniformemente administrados. Gracias al matrimonio de la Iglesia y del estado, todo es fácil. Se tiene un obispo lo mismo que se tiene un prefecto, un cura lo mismo que se tiene un intendente; los funcionarios espirituales ó temporales tienen su puesto señalado en los mismos cuadros[110] y marchan al mismo paso. Nacimiento, bautismo, educacion, comunion, conscripcion, confesion, impuestos, prensa, defuncion, entierro, todo se dá la mano. La iglesia es la autoridad, la autoridad es la iglesia. Se excomulga á los desertores y á los periodistas, se condena á galeras á los heréticos. El pueblo, ese eterno niño, es conducido de grado ó por fuerza, y sin que él se entrometa, al punto que le han escojido, sin consultarlo. Policia admirable que hacia la felicidad de la cristiandad antes que el abominable Lutero hubiese desencadenado al mismo tiempo la libertad relijiosa y la libertad civil, doble peste de la que el mundo no se curará? Desde que se ha dejado á los hombres el cuidado de su alma y de su vida, no hay ya ni relijion ni gobierno.

Llegué al convento de las Ursulinas, y entré. Encontrar de nuevo el culto de mi pais, era aproximarme á la Francia de la que me alejaba un hado celoso. La iglesia es otra patria; por lo menos, el destierro no nos espulsa de ella.

La capilla era pequeña, pero estaba ricamente decorada. En el fondo del santuario, bajo un palio de paño rojo bordado de oro, una madona de mármol tenia al niño Jesus en sus brazos, y lo miraba con la ternura inefable de una Vírjen que acaba de dar á luz al Salvador. Plantas raras, flores desconocidas, manojos de lilas blancas rodeaban el altar que resplandecia de luces. El órgano dejaba correr sus vagas armonías; el incienso se elevaba en nubes atravesadas por un rayo de sol, mientras que detrás de una reja, cubierta por una cortina, las relijiosas y las niñas cantaban con voz dulce y lenta: Inviolata, integra et casta est Maria. En un instante, y como en un sueño, volví á ver mi juventud que habia huido, mis amigos que habian desaparecido; cai de rodillas, y lloré. No, no es idolatría la relijion que llega al corazon por los sentidos: ¿porqué, pues, nuestro cuerpo no ha de servir al Señor lo mismo que nuestra alma?

Salí del convento y entré á algunos pasos de allí en la iglesia episcopal. Era la misa católica, menos bien dicha y peor cantada. A la hora de la plática, un ministro subió á una larga tribuna; tenia bajo el brazo un gran cuaderno que colocó delante de él y comenzó á hojearlo lentamente. Era un manuscrito de sermones para todos los domingos y todas las fiestas del año. Cuando el predicador hubo encontrado el discurso que buscaba, se puso sus espejuelos y en tono monótono comenzó su lectura, en medio de la profunda atencion de la asamblea. La que habia escojido, era la eterna encarnacion y la[111] consubstanciacion del Verbo, uno de esos misterios que desafian la intelijencia humana, y ante los cuales los fieles tienen que inclinarse. Pero, nada espanta la audacia de un teólogo; con un testo, una definicion y dos silojismos, convertiria á San Pablo y suprimiria la fé.

A juzgar por el silencio que reinaba, el auditorio estaba edificado. Jenny tenia los ojos fijos en el lector y no perdia una palabra. Se hubiera dicho que comprendia hasta las citas latinas, griegas y aun hebraicas, de que la disertacion estaba rellena; no creia que la escolástica tuviese tantos encantos. Yo me marché despues del primer punto; tengo horror á esas discusiones estériles. Si se me quisiera demostrar lo que es indemostrable, me harian escéptico. Acepto el misterio; el me rodea por todas partes. En la naturaleza como en mi alma, siento el infinito que me invade, pero mi razon me dice que puedo sentirlo y no conocerlo, yo que no soy sino un átomo perdido en la inmensidad. Yo no veo la mano que me sostiene, y que sostiene tambien los mundos; me abandono á ella y la adoro. Para darse á nosotros, Dios no nos dice que lo comprendamos, nos pide que lo amemos. Pasando por delante de los Metodistas pensé en Zambo y entré por curiosidad. La reunion era numerosa y estaba bastante animada. Las negras, cubiertas de oro y de alhajas, ostentaban en los bancos la inmensa anchura de su velámen y los torbellinos de sus miriñaques; los negros cantaban con voz justa y quejumbrosa, alabando á Dios con todo el ardor de los corazones amantes. El ministro, un negro de elevada estatura y de figura respetable, tomó la palabra y pronunció un sermon que me instruyó y me conmovió. Donde habia recibido aquel negro la educacion teolójica, lo ignoro; era un antiguo esclavo, que la bondad de Dios, decia, habia rescatado de una servidumbre menos dura y menos vergonzosa que la del pecado; pero aquel esclavo habia sufrido y reflexionado: era un hombre! La vida le habia enseñado lo que no se aprende en la escuela; su lenguaje enérjico y familiar iba recto al corazon. Apercibíase uno de ello en los estremecimientos del auditorio.

Al comenzar, hizo el elojio del metodismo, relijion bendecida del Señor, decía, á juzgar por las conquistas que hacía cada dia. Enumeró estensamente el número de fieles y las riquezas de las iglesias. Cuatro millones de comulgantes, doce mil pastores, diez y seis mil templos, setenta y tres millones de propiedades, tal era el fruto de un celo que no se dormia.[112] A la vieja Europa, que somete la Iglesia al Estado y la tiene en perpetua minoridad, él opuso la jóven América, que deja á los cristianos asi el cuidado de su culto como el de su conciencia. La libertad, decia, cuando está santificada por la relijion, hace milagros que el viejo mundo, enterrado en sus preocupaciones, no verá nunca. La Inglaterra, tan orgullosa de su opulencia, corrompe sus obispos, rodeándolos de un lujo pagano, y degrada á sus vicarios condenándolos á una miseria sin dignidad, mientras que en las Iglesias vivas de los Estados-Unidos, la jenerosa piedad de los fieles rodea de bienestar y de respeto á un ministro que todo lo debe á su grey. Un príncipe se cree un nuevo Constantino cuando por casualidad elije y dota una capilla: solo los metodistas del Norte han construido cuatrocientas cincuenta iglesias en el año de 1860. Los pobres negros de la calle de las Acacias tratan mejor á su capellan que lo que lo hacen los reyes de Occidente.

—Pero, continuó con una mezcla de agudeza y de injenuidad, ese ministro, tan bien rentado, debe pagar á los negros, que lo han elejido, una deuda que los capellanes de los príncipes no siempre chancelan. Esa deuda, es la verdad. Oid lo que la verdad me obliga á deciros. El negro tiene el corazon fácil y la mano liberal; eso es bueno, eso es cristiano, pero algunas veces lleva tan lejos su jenerosidad, que pone en peligro su alma. Nunca, direis vosotros, hemos oido semejante cosa. Se nos repite que el cristiano espone su alma cuando cede á la avaricia, cuando se abandona á la codicia; pero, ¿quién ha enseñado nunca que el hombre se pierde por exeso de jenerosidad? Hermanos mios, yo os diré cual es esa libertad pérfida; es la misma que poneis en práctica en la iglesia en el momento en que escuchais el sermon.

Si yo condenase la cólera ó la coqueteria, la borrachera ó la licencia ¿guardaria cada uno de vosotros para sí esta leccion? ¿se aprovecharia de ella?—Bien, diria uno de esos hombres que se alimenta con aguardiente, reconozco ese retrato del bebedor; es de Samuel, mi primo, de quien habla el ministro. Vaya borracho, toma todo para tí. Bien, diria una de esas bellas Madianitas que, por enriquecerse con un traje nuevo, impulsa á su marido á mentir y á engañar. El ministro tiene razon de desenmascarar los vicios de mis vecinas. Tomad señorita Debora! Recojed, señora Ichabod! Todo es para vosotras, coquetas, nada es para mí. Asi es, hermanos mios, que de mis palabras vosotros no reservais nada para vosotros mismos; el primer[113] tercio se lo dais al prójimo, el segundo á vuestros amigos, el último á vuestro marido ó á vuestra mujer. Hé ahí el modo como la enseñanza del Señor es estéril, ved como perdeis vuestra alma por exeso de generosidad. Cristo es jeneroso, pero de otra manera; es un avaro que toma todo para sí: nuestros pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, nuestros sufrimientos; por eso lo vemos sobre la cruz, con la cabeza inclinada, respirando apenas como un hombre agoviado de dolor.

¿Cuando, pues, hermanos mios, cuando le reclamaremos la parte del peso que nos corresponde?

¿Cuando aliviaremos de esa carga á nuestro Redentor y á nuestro amigo, á Cristo, muerto por el esclavo y por el pecador?

A este llamamiento la asamblea se arrodilló, y, en medio de las lágrimas, una formidable Aleluya! se alzó hasta el cielo. El movimiento fué admirable; me entristeció. No soy ni aristócrata ni plantador; creo que el negro no es un mono, puesto que tiene manos y que habla; pero, despues de lo que acababa de oir, comenzé á sospechar que el negro era un hombre como yo, y quizá mejor cristiano; este pensamiento me dió miedo. ¡Zambo, hermano mio! Jesu-Cristo muerto por esas cabezas crespas! era mas de lo que podia soportar mi orgullo.

—Si eso es cierto, decíame al salir, qué clase de crimen es la esclavitud! Esa guerra cívil que arruina al Sud, ¿no será el castigo con que Dios hirió á Cain?


[114]

CAPITULO XVIII.
Un chino.

Eran las once y media, Truth debia predicar á medio dia; apresuré el paso para llegar á buena hora á la asamblea congregacionalista, pero no pude resistir al deseo de visitar el templo chino. Tenia curiosidad de ver como habian acomodado el cristianismo los hijos de Confucio en un pais donde reina la anarquia relijiosa, madre de todas las demas. Una voz secreta me decia que un viejo pueblo gastado tendria mas tino y mas sabiduria que la jeneralidad de los protestantes.

Al entrar, lanzé un grito de disgusto. Estaba en una pagoda budista frente á mi, en lo alto de una plataforma, en un nicho tallado y torneado estaba un espantoso figuron de madera pintado y dorado, con las piernas cruzadas. Era Buddha, con su vientre enorme, su cabeza calva, su chichon en la frente, sus grandes orejas y sus ojos tamaños. Cierto, soy liberal y me vanaglorio de ello. Hace treinta años que estoy suscrito al Constitutionnel, y no he cambiado desde entonces ni mas ni menos que mi diario. Como el, y sin saber porque, odio al jesuita, que es el distintivo de los espíritus fuertes; pero servirse de la libertad para entronizar la idolatria, eso es demasiado! Acepto el luteranismo, el calvinismo, el judaismo y hasta el islamismo, con tal que no salga de Arjelia; pero ir mas lejos ya no es liberalismo, es paganismo. Tanto valdria volver al culto de Mithra.

En la pagoda no habia sino dos niños, dos horribles chinitos, colocados á cada lado de la plataforma. A la manera de tostadores de café, cada uno de ellos daba vueltas á un cilindro horizontal, orlado ó mas bien mechado de una multitud de papelitos. Era un culto enteramente nuevo para mi.

El ruido de mis pasos hizo salir de una celda vecina á una especie de monje. Su túnica rojiza y remendada, sus piés desnudos, su cabeza afeitada, sus ojitos torcidos, su cutis amarillo y arrugado le daban el aspecto de una vieja disfrazada de capuchino;[115] era un bonzo. Acercóse á mi, y sin hablar me tendió un plato de madera; puse en él una limosna para librarme de aquel mendigante.

—Gracias, hermano, me dijo en escelente inglés. Que el divino Fó,[31] recompense tu caridad. Ojalá, que en la otra vida, no renazcas jamás bajo las facciones de una mujer ó de un chacal.

Y dejándome suspenso el bonzo con su singular bendicion subió al altar, sacó de un pequeño armario algunos pedazos de papel plateado ó dorado, y los quemó bajo la nariz del ídolo.

—¿Qué haceis ahí? le pregunté.

—Hermano, respondió, acabo de cambiar la moneda de diez centavos en lingotes de oro y plata, y los he ofrecido al señor de la verdad.

—Vuestros lingotes son de papel, y no valen dos ochavos.

—¿Qué importa? dijo el monje, Fó mira la intencion, no el metal.

—Ah! si nuestros ministros de hacienda fuesen Chinos! iba á esclamar; pero guardé para mi esa refleccion temeraria, y pregunté al bonzo que hacian aquellos niños, cuyo brazo era infatigable.

—Ruegan por el mundo entero, respondió. En cada uno de esos papeles está escrita la sílaba sagrada; y diciendo esto, se prosternó gritando: OM! OM! OM! Cada uno de esos cilindros lleva un millar de esas santas divisas y hace cincuenta revoluciones por minuto, tres mil por hora, setenta y dos mil de sol á sol. Son pues, ciento cuarenta y cuatro millones de oraciones, las que se elevan cada domingo de solo este templo. Durante la semana hay muchas mas, hago dar vuelta mis cilindros á el vapor; pero el domingo, en este pais de infidelidad, hasta las máquinas observan el sábado, y me veo reducido á las manos de estos niños. Me dió horror la necia credulidad de aquel idólatra.

—¿Cómo os sufren en una tierra cristiana? esclamé. Si existiera todavia la fé en Israel, haria mucho tiempo que os habrian esterminado, sacerdotes de Baal.

—Porqué no nos han de soportar, respondió el bonzo con voz tranquila; la libertad es como el sol, luce para todo el mundo. Los Americanos envian misioneros á la China ¿porqué los Chinos no han de enviar misioneros á América? Dicen que la Francia ha hecho la guerra al hijo del Cielo solo por vengar la[116] muerte de algunos frailes legalmente asesinados por nuestros mandarines; agregan que ha restablecido en Pekin la iglesia católica cerrada tanto tiempo há; maldigo la sangre derramada por ambas partes, mi relijion tiene horror al asesinato y no conoce mas armas que la paciencia y la dulzura; pero bendigo la libertad conquistada, y pido que les haga tan buen provecho á los chinos como á los franceses.

—¿Una pagoda en los campos Eliseos?

¿Figurones oficiales?—Buen hombre, estais loco: en Paris, no necesitamos Chinos. Tenemos bastantes........ de porcelana.

—Me parece, continuó el monje con una calma ridícula, que los derechos son recíprocos. Si es bello, si es justo abrir una capilla en Pekin ¿porqué ha de ser injusto abrir una pagoda en Paris, y predicar libremente la libertad?

—Bonzo estúpido, esclamé arrebatado por un celo santo; ¿te atreves á hablar de verdad? ¿No sientes que tu doctrina es una mentira, y tu culto una idolatría? Si lo ves, eres un charlatan á quien es necesario castigar; si no lo ves,—el primer deber del Estado, es cerrarte la boca, para que con tu ignorancia no le eches á perder sus súbditos. La libertad del error, es la libertad del veneno, de la tea y del puñal; solo la verdad tiene el derecho de hablar.

—Yo creia, dijo el Chino, que en Francia y en Inglaterra habia muchas iglesias cristianas, y hasta sinagogas judias.

—Sin duda, que en Francia mismo el Estado paga todos los cultos reconocidos; porque la Francia, has de saberlo buen hombre, está á la cabeza de la civilizacion, ya se trate de libertad relijiosa como de todas las demas libertades.

—El estado, continuó el bonzo, ¿reconoce entonces tres ó cuatro verdades relijiosas que se combaten y destruyen mutuamente? Para los cristianos, por ejemplo, Jesus es un Dios: ¿qué es para los judios?

—Amigo mio, dije á aquel bárbaro, tengo lástima de tu ignorancia. Si tu pudieras comprender lo que es la verdad oficial, sabrias que ella vive de contradicciones. Es el sueño de Hegel realizado. La tésis y el antítesis se mezclan y se confunden en una sintesis admirable.

El bonzo abrió sus pequeños ojos y alzó la cabeza hácia el cielo. Era visible que las grandes concepciones de la Europa civilizada no podian entrar en aquel estrecho cérebro. Hubiera creido que habia menos distancia entre un filósofo aleman y un Chino. Reproduje mi demostracion bajo otra forma, es decir que cambié[117] las palabras, sin inquietarme de las cosas: es el verdadero modo de adelantar una discusion.

—La verdad que proteje el Estado, dije al infiel, no tiene nada de comun con la verdad vulgar. Es una verdad grande, comprehensiva, que abraza todas las comuniones nacidas de la Biblia, nuestro libro sagrado. El judaismo, el cristianismo y hasta el islamismo son ramos de aquella relijion primitiva, tan antigua como el mundo y que tiene de su parte el número, la moral, la civilizacion. Fuera de esas Iglesias, que se dividen el universo, no hay sino idolatría y barbárie. Convertiros á cañonazos, es nuestro derecho y nuestro deber. La verdad jermina en los surcos sangrientos que abre la guerra; el Dios de los cristianos es el Dios de los ejércitos, Dominus Sabaoth!

—Tú no eres Yankee, esclamó el fanático, cuyo ojos brillaron de repente con un resplandor estraño. Te observo desde que estás aquí. En la figura del Sajon hay algo del toro y del lobo; en la tuya hay algo del mono y del perro. Tienes miedo de la libertad, hablas de lo que no sabes y haces frases. Tú eres Francés!

Y viéndome mudo de sorpresa:—¿Te atreves, dijo, á hacer del número la prueba de la verdad?—El número, le tenemos de nuestra parte. ¿Cuántos sois vosotros los católicos? Ciento treinta millones. ¿Cristianos? Trescientos millones á lo mas. Nosotros somos quinientos millones de budhistas; nuestra fé se estiende de Kamschatka hasta el mar Blanco, ella dulcifica las tribus salvajes, encanta á los Chinos y á los Japoneses, es decir, á pueblos civilizados ya, en un tiempo en que la Europa era un bosque y la América un desierto. ¿Hablas de antiguedad? Pero ¿sabes acaso que en tiempo de Alejandro el budhismo habia tenido ya sus concilios, y que las inscripciones del rey Azoka, grabadas en las rocas de la India predicaban al universo la limosna y el sacrificio? ¿No sabes que el judaismo es una reforma de la relijion alterada por los bracmanes, y que los Vedas, los libros santos de nuestros antepasados, remontan á los primeros dias del mundo?—Dejemos á un lado el número y la duracion: son quizá accidentes felices. ¿Cuál es la relijion que ha predicado primero la pobreza voluntaria, la abnegacion y la caridad? ¿Ignoras tú que Fó ha tenido quinientas cincuenta existencias, y que en cada una de esas encarnaciones se ha sacrificado? El se ha convertido en cordero para el tigre, en paloma para el halcon, en liebre para el cazador hambriento. ¿No has leido la historia de Vesavantara, dando por caridad sus[118] hijos y su mujer? ¿No somos nosotros la única comunion que por horror al asesinato, se abstiene de la carne y de la sangre de los animales? ¿Yo, no tengo un filtro ahí para beber mi agua, á fin de economizar la vida de algun arador invisible? De vosotros los cristianos se dice, que vuestra historia relijiosa no es sino una série de querellas, de guerras y de carnicerias. Víctimas hoy dia, mañana sois verdugos. Entre nosotros, los budhistas, no hay sino mártires. En dos mil cuatrocientos años, nuestra sangre ha sido derramada mas de una vez, se nos ha espulsado de la India; pero nuestras manos se han conservado puras. No tenemos nada que borrar de nuestros anales; ¿qué relijion puede decir otro tanto?

—Vuestro Evanjelio anuncia una doctrina admirable; lo sé y no juzgo de la fé de los cristianos por su conducta. Las palabras y los sufrimientos de Cristo me han conmovido hasta lo íntimo del corazon. Pero me han criado en otras ideas: me he consagrado hace veinte años á una vida de pobreza que me sostiene y me consuela. Como vosotros, los cristianos, he conservado la fé de mis padres; como vosotros, no puedo acusar á mis abuelos ni de mentira ni de error. ¿Cuál de nosotros se engaña? ¿Cual de nosotros tiene la verdad de su parte? Lo ignoro, y no deseo sinó ilustrarme. Concluyamos con el reinado de la violencia, acabemos con la ignorancia y el desden; demos pleno curso á todas las creencias; dejemos á la razon hacer la obra que Dios le ha confiado.—A la luz del dia desaparecen todas las sombras. Abandonada á si misma, la relijion que venga de los hombres se deshará como la nieve: la que venga del Cielo se elevará como una encina y cubrirá la tierra con sus ramas. Abrid el mundo á la palabra: tengo fé en la libertad; porque tengo fé en la verdad.

—Tú no eres sino un Chino, le dije; y alejándome con un paso majestuoso, dejé á aquel miserable confundido con mi superioridad.


[119]

CAPITULO XIX.
Un sermon congregacionalista.

Cuando llegué á la asamblea, aun no habian comenzado los oficios. Nada hay tan triste como un templo protestante. Solo bancos de encina, ensambladuras que oscurecen los muros; nada de cuadros, nada de flores, nada de luces; algo descolorido y de melancólico que hiela los sentidos. Diríase que es un culto hecho para los ciegos. Me engaño, habia un adorno: era un gran carton sobre el cual estaba escrito con cifras enormes el número 129.

La iglesia estaba llena; pero de una multitud muda. Inmóvil en su asiento y absorto en su libro negro, cada fiel oraba, como si estuviera solo en el mundo con Dios. Nada de ruido, ni de sillas que se mueven: nada de ese encantador cuchicheo y esas reverencias entre las damas, que se felicitan de hacer admirar su piedad y su vestido; nada de ese desórden amable que hace que nuestras iglesias se asemejen á un salon de buena sociedad: aquello era el silencio de un bosque.

Por fin el Ministro entró. Una armonia mas suave que el suspiro del viento sobre la ola alzóse inmediatamente de todos los bancos. Hombres, mujeres, niños, todos cantaban con toda el alma, con un ardor y un ímpetu infinitos. Por vez primera, sentí, que la forma natural de la oracion, es el canto. Admirado de mi silencio, un vecino me mostró con el dedo la cifra misteriosa y me ofreció su libro de cánticos en el que estaba marcada la música. Se cantaba el salmo 129, ó mejor dicho, una imitacion cristiana de esa plegaria sublime que la Iglesia católica ha adoptado para los oficios de los muertos.[120] Para llamarla por su nombre, era el Deprofundis, grito de esperanza y de amor, cuya costumbre nos oculta su belleza.

N’entends-tu pas mes cris au fond de cet abîme?
O mon Dieu, je meur loin de toi!
Écoute-moi, Seigneur je confesse mon crime,
Pardonne-moi! pardonne-moi!
Si d’une exacte main tu calculais l’offense,
Qui subsisterait devant toi?
Mais c’est toi qui toujours nous offre ta clémence,
Aussi je m’assure en ta foi.
Oui! je prends pour appui ta parole éternelle,
Mon âme espère ton amour;
Et je l’attends, mon Dieu! comme la sentinelle
Attend la naissance du jour.
Courage donc, mon âme! Il est là-haut un père
Qui te regarde en ta prison;
C’est lui qui d’Israêl rachète la misère,
C’est lui qui paiera ta rançon.[32]

Concluido el canto, Truth tomó la palabra.

De Maistre tiene razon en definir así al ministro protestante: Es un caballero vestido de negro que dice cosas bastante honestas; jamás hombre alguno ha tenido menos apariencia sacerdotal que mi pobre amigo. Ni traje que lo distinguiera de su grey, ni tribuna alta que le permitiera dominar el auditorio: hablaba de pié, con una familiaridad enteramente fraternal. Hubiérase dicho que exprofeso se rehusaba los recursos de la elocuencia. Esa voz que truena y que se dulcifica, ese brazo que llama la venganza ó invoca el perdon, esas manos juntas levantadas hácia el Cielo, esos ojos que buscan á Dios y se iluminan á su vista, todas esas bellezas del arte cristiano, Truth las ignoraba. Apenas movia la mano, apenas alzaba la voz, y sin embargo, habia en aquella palabra sencilla no sé que armonia que conmovia todas las fibras del corazon. Jamás ese velo del lenguaje que oculta siempre la idea, fué mas leve ni mas diáfano. No era todavia un orador lo que se oía; era un hombre y un cristiano. Según una frase banal, Truth hablaba como todo el mundo, es decir, como cada cual quiere hablar: y como nadie lo[121] hace. Pertenece solo á las grandes almas el espresar familiarmente los grandes pensamientos. El arte, que no es mas que una imitacion, no puede ir hasta allí.

Hé aquí, poco mas ó menos cual fué su discurso. ¿Pero cómo describir el tono de aquella voz conmovida? Las palabras se hielan en el papel: son flores marchitas que pierden el color y el perfume. Ensayemos sin embargo de dar una idea de aquella enseñanza, que me hizo una impresion profunda, tanto mas, cuanto que en aquel modo libre de tratar el Evangelio habia una audacia y una novedad, que me sorprendieron y asustaron.

Juan XVIII, 37, 38.

Entónces Pilatos le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Respondió Jesus: “Y si es como dices, yo soy Rey.” “Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad: todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz.”—Pilatos, le dice: ¿Qué es la verdad? Y cuando esto hubo dicho, salió......

CRISTIANOS, HERMANOS MIOS:

Entre los nombres que Cristo ha tomado sobre la tierra, no hay ninguno que aparezca tan amenudo como el de Verdad. Delante de Pilatos, en la hora suprema, Jesus se declara Rey; pero de un reino que no es de este mundo, el reino de la verdad. La víspera de su muerte, en su última comida con los discípulos, les deja en adios esta gran palabra: Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mi[33]. En otros términos, si queremos traducir á nuestras lenguas modernas aquella forma hebraica: Yo soy la verdad viva que conduce á Dios.

La verdad viva ¿comprendeis el sentido y el alcance de esas palabras? ¿No hay muchos entre vosotros para quienes la verdad no es mas que la relacion de las cosas entre ellas, una ecuacion, una cifra, una abstraccion? No es para algunos, solo una palabra vacia de sentido, un sinónimo de la opinion que cambia y se destruye sin cesar? Cuántos son los sábios que espontáneamente dirian con Pilatos “¿Qué es la verdad? ¿La paradoja de ayer, el error de mañana?” Lo único cierto es el interés de la hora presente. Agradar al César, gozar, y no preocuparse del dia siguiente, es la suprema filosofia de las jentes que cuentan morirse enteros. No consintamos esa vuelta del escepticismo pagano. Seria condenar nuestro espíritu á la servidumbre, nuestro corazon á todas las corrupciones, á todas las cobardias. Como en los primeros dias del Evanjelio busquemos la verdad, la verdad nos emancipará[34].

Cuando la locomotora atraviesa nuestras calles arrastrando tras de ella un largo convoy, ¿por qué os haceis á un lado al oir la campana que anuncia su paso? Porque os han enseñado que esa masa que avanza[122] os aplastaria con toda la fuerza de su peso, multiplicada por su lijereza. Hé ahí una verdad científica que para vosotros no es mas que una abstraccion. Ella se ha convertido en una conviccion enérjica que guarda y salva vuestro cuerpo. Esa conviccion es ahora parte de vosotros; ella vive como vosotros.

En esta ciudad, que se gloria de su civilizacion, hay millares de hombres que se embrutecen y se matan por la locura del alcohol. ¿Por qué hermanos mios, no os abandonais á esa pasion, mas terrible, pero menos culpable que otros vicios de que os sonrojais? Es porque sabeis que el alcohol es un veneno que no perdona. La ciencia os sirve de virtud, Hé ahí una verdad mas, fisica y moral á la vez, que una vez que ha entrado en vuestra alma, se identifica con vosotros.

¿Es esto todo? No conoceis nobles corazones para quienes la lujuria, la ambicion, la avaricia, son mas repelentes aun que la embriaguez? Preguntádselo al padre á quien han robado el honor de su hija; preguntádselo á la madre cuyo hijo ha perecido en alguna rejion lejana, preguntádselo al hombre que le disputa á la usura, la vida de su mujer y de sus hijos? Esas pobres víctimas, odian por experiencia el vicio que han sufrido; otras hay mas felices, deben á la educacion toda su ciencia. La piedad de una madre; la abnegacion del maestro, es lo que les ha inspirado el instinto que las salva. Hé ahí una verdad viva mas, verdad que confesamos por nuestros remordimientos, en el momento mismo en que rehusamos escucharla.

En nuestra república hay patriotas que resisten á los caprichos de la multitud. ¿Es esto orgullo, cálculo? No, con tal que domine, el orgullo se acomoda á todas las bajezas; el interés encuentra su conveniencia en plegarse bajo el viento. Pero una alma pura, un espíritu ilustrado vé de mas alto y de mas léjos. Hombre ó pueblo, quien dice despota, dice un amo cuyas pasiones se descadenan, y que no puede escapar á los bajos apetitos de los que lo rodean y lo engañan. Guerras criminales, gastos locos, corrupcion en lo alto, miseria é ignorancia en lo bajo, hé ahí los frutos de todo poder sin freno, el flajelo de toda fuerza que nada modera! El que esto sepa no descenderá jamás al oficio de adulador. La verdad aisla y consuela en su soledad á las almas que no pueden envilecerse.

Esas son, direis, vosotros, viejas máximas que andan por todas partes. Hace mas de veinte siglos que las enseñan en la escuela; y el mundo no anda mejor. ¿Por qué? Es que en los libros de donde se la deja, la verdad está muerta; dadle vuestro corazon, uníos á ella; y vivirá. Se hará vuestra conciencia, vuestro honor, vuestra salud. El espíritu es como el cuerpo: no se alimenta con palabras; necesita la sustancia de las cosas. Arrojar la libertad á un pueblo esclavo, es confiar á niños una arma que hará esplosion en sus manos. ¿Por qué? Porque el respeto de sí mismo y el de otro, el sentimiento del derecho, el amor de la justicia, esas condiciones esenciales de la libertad, no son artículos de ley; no se decretan. Son virtudes que el ciudadano adquiere á fuerza de paciencia y de ejercicio. Mientras que la libertad no viva en las almas, no será sino un bronce sonoro y una cimbala[123] estrepitosa; cuando haya penetrado en nosotros hasta la médula de los huesos, ni la perfidia ni toda la furia de los tiranos podrán arrancarla.

Hay pues verdades vivas que están á la vez en el corazon y en nosotros. Ellas son las que nos ponen en relacion con la naturaleza y nuestros semejantes. Al revelarnos las leyes del mundo físico, nos lo someten; en cada hombre que piensa como nosotros, ellas nos hacen reconocer á un amigo y á un hermano. Pero esta luz que basta para guiarnos aquí abajo, no enardece nuestro corazon. Encanta nuestro espíritu, modera nuestras pasiones, ilumina y dulcifica nuestro egoismo; no dá la felicidad. El hombre tiene una sed de infinito, una impaciencia de la tierra, una necesidad de amar que la ciencia no puede satisfacer. Para procurarnos el bien por el cual nuestra alma suspira, necesitamos una nueva verdad, que nos ponga en relacion con Dios, que esté en nosotros y que esté en él. Esa verdad, que no puede ser sino Dios mismo, nos es necesario conocerla y amarla.

Amar á Dios, y en cambio ser amado de él es lo que la sabiduria antigua no ha podido nunca comprender; la filosofia moderna perece por la misma impotencia. En vano la conciencia busca á Dios, en vano le llama con la pasion del náufrago que vá á zozobrar, la fria razon está allí para repetirnos que entre Dios y el hombre, entre el infinito y la creatura de un dia, hay un abismo que nada puede franquear. Una naturaleza inflexible, un Ser Supremo, esclavo de sus propias leyes: hé ahí todo cuanto puede ofrecernos el mayor esfuerzo de los mas grandes espíritus. El amor de Dios es una ilusion, la oracion, ese grito del alma, es un vano murmullo que muere en un cielo mudo. Calla mortal; ahoga tu corazon, enciérrate en una resignacion desesperada; no eres sino un átomo, demolido por la rueda de la inexorable fatalidad.

Y bien hermanos mios, hace diez y nueve siglos que un hombre vino á la tierra para anunciar la buena nueva, para acercar á Dios y á la humanidad. Ese profeta se llamó el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, (ó lo que no es quizá sino otro nombre del mismo misterio) se llamó la luz y la verdad. Yo soy, ha dicho él, él camino, la verdad y la vida. Nadie viene al padre sino por mi. El mundo lo ha escuchado: el mundo lo ha creido. Desde el dia en que el verbo se ha hecho carne, en que la verdad divina ha tomado cuerpo, la fé, la esperanza, y el amor han aparecido aqui abajo y han entrado en el corazon del hombre. Ese problema, que la razon declara imposible, donde ella no vé sino proposiciones contradictorias, Cristo lo ha resuelto. Una verdad viva, una verdad encarnada, que Dios puede amar como á un hijo, y que el hombre puede amar como un salvador, hé ahí el vínculo de union que ha ligado el cielo y la tierra, que ha dado un padre á la humanidad, é hijos á Dios! Ahí está el misterio de la revelacion, ahí la prueba de su divinidad. Nunca el espíritu del hombre por sí solo se habria elevado hasta esa concepcion que confunde nuestra intelijencia, y que la ilumina sin embargo con un esplendor infinito. Sí, si Dios ama á los hombres, no puede ser sino amándose á sí mismo, en la contemplacion de su eterna verdad; sí, sí el hombre puede rendir á Dios un culto que no sea una injuria, es cuando adora un rayo de esa suprema luz, que no desdeña descender hasta él.

[124]

Amar á Cristo, es amar la verdad, amar la verdad es amar á Cristo, Hé ahí el gran secreto del Evanjelio. El que no lo comprenda, no es cristiano sino en el nombre.

Ahora, hermanos mios, entrad en vosotros mismos, y reflexionad. ¿Cuando amais á Cristo, qué amais? Por ventura, ¿no es al mártir que ha dado su vida por los suyos? ¿No es al crucificado, cuyas heridas sangran todavia? Tened cuidado, eso no es sino un amor humano: todas las relijiones, todos los partidos tienen sus mártires. Cristo exije mas, Cristo es algo mas que un cadáver adorado cuyas llagas se besan; Cristo es la verdad: á ese título es que os pide vuestro amor. ¿Así es como lo amais?

Vosotros teneis fé, sin duda; creeis en el Evanjelio. ¿Pero no es esto una preocupacion hereditaria, un símbolo que no os atreveis á mirar de frente, de miedo de encontraros infieles? ¿Razonais vuestra creencia; le quitais todo amalgama judaico ó pagano que altere su pureza? ¿Haceis de vuestra fé la regla de vuestras acciones? ¿Quebrais con el mundo y con vosotros mismos? ¿Decis con el profeta y el apóstol: Yo he creido, por que he hablado? Si es asi, amais á Cristo como él quiere que lo amen; amais la verdad.

Pero si la relijion no es para vosotros sino una ceremonia; sino buscais en ella sino un refujio contra la verdad que os persigue; si vuestra fé muere en vuestros lábios y no se traduce en acciones, si entregados del todo á vuestra fortuna ó á vuestro reposo, temeis menos al error que al escándalo; si en vuestra cobarde prudencia, dejais á Dios el cuidado de defender él mismo su palabra; si vuestra caridad no se emplea sino en aliviar las miserias del cuerpo, y no combate la ignorancia y el vicio; si no sentis que vuestro primer deber es arrancar las almas inmortales de la servidumbre del pecado; si no teneis esa santa locura que desafia y pisotea la sabiduria del siglo; si vosotros mismos en fin, no haceis las obras que Cristo ha hecho aquí abajo, no os engañeis, hermanos mios: quiero creer que sois hábiles, prudentes, discretos, sensibles; pero no sois cristianos, no amais la verdad.

Tengo dudas, decis; si yo os creyera, amaria á Cristo.

Y yo digo: Amadle, y en seguida creereis. Amadle como á la verdad viva y que conduce á Dios.

Os desagradan estas ceremonias, dejadlas; estos dogmas os aterran, hacedlos á un lado; quizá es esta una invencion humana, quizá lo comprendereis mas tarde; Cristo no ha establecido ceremonia ni dogma. Simplificad vuestra fé, y como ha dicho el mas creyente y el mas animoso de los apóstoles: No apagueis el espíritu....probadlo todo, guardad lo que es bueno.[35] Hay en el Nuevo Testamento pasajes que os confunden, hacedlos á un lado. ¿Qué importa que los Evanjelistas difieran entre ellos, si el Evanjelio está siempre acorde consigo mismo, si en las palabras de Cristo se vé siempre la llama de la eterna verdad?

¿Cristo es acaso para vosotros un objeto de escándalo? ¿No habeis comprendido todavia que era necesario que la verdad se encarnara para[125] que fuese viva y pudiéseis amarla? Y bien! Cristo mismo tiene piedad de vuestra debilidad y os devuelve vuestra libertad: Si alguno habla contra el Hijo del hombre; le será perdonado; pero si alguno blasfema contra el Espíritu-Santo (ó en otros términos el espíritu de verdad,[36]) no le será perdonado.[37] Buscad entonces la verdad por ella como decis, pero buscadla de buena fé; despues de un largo rodeo, la verdad os conducirá á Cristo.

La verdad, decis, la busco y no la encuentro. No, hermano mio, vos no la buscais. El orgullo de vuestro espíritu, las pasiones de la carne son las que os retienen, la ciencia se os escapa quizá, pero la verdad moral, la verdad religiosa, vosotros sabeis donde está.

Ella está ahí, en vuestro hogar, muda, velada como el Alcesto escapado del reino de los muertos, allí os espera.

Bien lo sabeis, cuando volveis fatigados de la vida y de vosotros mismos, allí está ella mirándoos bajo su velo; y esa mirada os juzga. Durante la noche, cuando en la sombra, y solo, pensais en las ambiciones y quizá en los crímenes del dia siguiente; ella está allí, siempre allí, su ojo os sigue en las tinieblas; su silencio os hiela. Despreciais á los hombres, os jugais de las leyes, pero temblais delante de ese espectro que no podeis ni corromper ni matar.

Vosotros no huireis jamás de ese centinela que vela al rededor de vuestra alma. Llegará una hora en que la mano de la muerte pesará sobre vuestra frente, en que no vereis sino en una nube todo lo que amais; vuestro dinero, vuestros honores, vuestra mujer, vuestros hijos. Pero, en medio de la desesperacion y de las lágrimas, siempre estará allí, esa figura encubierta, pronto á recibiros y á arrebataros al mundo invisible. Culpable ó inocente no escapareis á ella; ella será vuestro remordimiento ó vuestra esperanza.

Seguidla pues aquí abajo; seguidla en medio de vuestras tribulaciones y de vuestras incertidumbres; seguidla, apesar de vuestra incredulidad. Uníos á la verdad, ella os salvará. Sí, cuando hayais franqueado la vida, esa figura arrojará su velo, y Cristo, visible en fin, en todo el esplendor de su divina sonrisa, Cristo os dirá: “Hijo mio, reconóceme, soy la verdad.”

Salí de la asamblea, á las últimas palabras de este discurso y corrí á una sala vecina. Recibí en mis brazos á Truth, jadeante, casi desmayado. Le tomé la mano, estaba abrazadora.

—Desgraciado le dije, os matais!

—Amigo mio, murmuró reposando su cabeza sobre mi hombro, hagamos nuestro deber; lo demas es vanidad.


[126]

CAPITULO XX.
Un luncheon[38] de ministros.

El nuevo apóstol fué conducido á su casa por mí, en medio de la multitud que le felicitaba. Truth, tenia gran necesidad de reposo. Le incité á echarse un rato en su cama. Pero desgraciadamente tuvo que pagar su tributo personal permaneciendo de pié. La señora Truth habia preparado un formidable luncheon para los amigos de su marido, dignándose darme un puesto entre los invitados.

Jenny y Susana estaban allí, encantadas del sermon que acababan de oir, sin comprenderlo quizá. Es increible el imperio que la palabra ejerce en las mujeres. Mas de una vez estando solo en mi cuarto, me he preguntado á mí mismo, cerrando las puertas con dobles cerrojos, si la mujer no era naturalmente superior al hombre. Ella tiene pasiones menos violentas y mayor facilidad de educacion. Cuando Adan se adormecía en su inocencia, Eva tenia ya curiosidad de saber. Paréceme que si de entonces acá, nosotros hemos heredado la bonhomia de nuestro primer padre, las hijas de Eva no han dejenerado de su abuelo. Yo creo, con Moliére, que es prudente no instruir á este sexo malicioso é inquieto. Manteniendo á las mujeres en una honesta ignorancia dámosles todos los vicios; pero á la vez todas las debilidades de la esclava; nuestro reinado está asegurado. Pero si educamos esas almas ardientes é injénuas, si las inflamamos con el amor de la verdad, quien sabe si no se avergonzarian muy pronto de la necedad y brutalidad de sus amos? Guardemos el saber para nosotros solos; él es quien nos divinisa:

Notre empire est détruit si l’homme est reconnu.”

Sentáronse á la mesa, y lo confieso, parecióme una feliz determinacion. En mi ardor relijioso habia olvidado de almorzar, de suerte que mi bestia comenzaba á sufrir. La dueña de casa[127] hízome el honor de sentarme á su izquierda y junto con el té sirvióme dos ó tres tajadas de jamon de Cincinnati, que me costó gran trabajo devorar decentemente. Susana hacíame señas con sus grandes ojos, como reprochándome mi voracidad. En esto reconocí á mi hija; por que en los Estados-Unidos, lo mismo que en Francia, son los niños los que en toda casa decente le dan la leccion á su padre.

Asi que mi terrible hambre se hubo aplacado un poco, entablé conversacion con mi vecina; era esta una excelente y amable persona que adoraba á su marido, lo cual es costumbre en América. La salud de Truth me inquietaba; yo tenia para mí que el púlpito le agotaria mas pronto que el diario, y hé ahí lo que traté de insinuarle diestramente á su mujer. Por no alarmarla, la dije en términos jenerales que la palabra era un oficio duro, y que ciertos temperamentos nerviosos y delicados tenian á veces necesidad de un reposo absoluto. Tarea inútil! La señora Truth no habló sino de la grandeza de su nuevo estado. El orgullo la embriagaba.

—Ser esposa de un pastor, hé ahí el sueño de todas las jóvenes, me decia. Si supiérais que pena tuve cuando mi querido Joel renunció á su primer vocacion para hacerse diarista! Solo el ministerio puede colmar todos los votos de una mujer; solo así es que ella puede ser la compañera de su marido, su verdadera mitad, en toda la estension de la palabra. Tener las mismas penas, los mismos placeres, los mismos deberes.

—Predicais acaso vos tambien, la dije.

—En la Iglesia no, repuso; el apóstol Pablo, nos lo prohibe. Pero qué! es por ventura solo en el templo donde se ejerce el ministerio y se anuncia la palabra de Dios? Instruir á las niñas, aconsejar á las jóvenes, visitar las recien paridas, llorar con las viudas, velar los enfermos, leerles el Evanjelio, y ayudarles á bien morir, si necesario fuese; hé ahí diversas obras en que puedo ayudar, y algunas veces, hasta suplir á mi marido. Joel, añadió, alzando la voz, ¿no es verdad que yo soy vuestro vicario, y que vos teneis confianza en mi?

A este singular discurso, que, cosa estraña, no sorprendió á nadie sino á mí, Truth contestó haciendo una seña con la mano y sonriéndose dulcemente. La mujer de un pastor, convertida en pastor á su vez y en sub-ministro! Semejante absurdidad no habia nunca crusado mi mente. Verdad es que siempre he vivido en un pais razonable. El baile y la olla, hé ahí[128] para una francesa los dos polos de la existencia. Salir de ellos es un desórden, y lo que es peor, ridículo.

—Sin embargo, continuó la señora Truth, hay todavia algo mas bello que el ministerio, es la mision.

—Teneis mujeres misioneras? esclamé espantado.

—No, contestó ella; solo los católicos tienen ese privilejio que yo les envidio. Nosotros no tenemos hermanas de caridad; tenemos simplemente mujeres de misioneros. Es un papel que siento no poder desempeñar. Compartir uno las tareas de su marido; participar de sus peligros, eso es grande á los ojos de Dios. No os asombreis de mi ambicion; soy hija de ministro; mis dos hermanas se han casado con misioneros. El uno está en el Cabo, el otro en la China, y las dos bendicen al Señor que les ha dado una suerte gloriosa.

—Vuestros misioneros casados, contesté yo, no tienen una vida muy ruda, que digamos. Llevar consigo su mujer, sus hijos, su hogar, es cambiar apenas de patria. Unid á esto una instalacion cómoda y fija, acompañada de un buen sueldo, y convenid conmigo en que bajo tales condiciones, no se necesita una gran virtud para predicar el Evanjelio.

—Deveras? repuso mi vecina, asombrada de mi ironia, añadiendo en seguida: Ignoro si vale mas atravesar el mundo, sembrar de paso la palabra de Cristo, y confiar su jérmen á la gracia de Dios, que encerrarse en un campo limitado para plantar en él, regar y cultivar hasta la mies de ese precioso grano; pero lo que yo sé es, que la felicidad de tener uno á su lado lo que se ama, lejos de quitarle nada á la caridad del misionero, le añade quizá un mérito mas á su abnegacion. Pedro era casado; dejó por esto de ser escojido para servir de príncipe á los apóstoles? En el cabo, mi hermana ha establecido una escuela y un obraje para las negras jóvenes, y sirviéndose así de la civilizacion, prepara los corazones á recibir el Evanjelio; los Boers han quemado tres veces la mision, y mi cuñado que es médico, como la mayor parte de los misioneros, ha perdido la mano sacándole á un pobre cafre una flecha envenenada. En China los Taí Pings han espulsado á mi hermana de provincia en provincia. Encuéntrase ahora cerca de Shang-Hai, arruinada, enferma; pero siempre llena de fé. Su casa es el hospicio de los heridos, el asilo de las viudas y de los huérfanos; ella es la que en medio de la fiebre y de una inquietud perpétua, ayuda á su marido á predicar el Evanjelio. Mas probada que Abraham, Dios le ha exijido ya dos veces la vida de sus hijos. Feliz[129] de ella, no obstante, que ha sido elejida para tal sacrificio y que ha podido servir al Señor, aun á costa de lo mas puro de su sangre!

Yo no contesté nada. En la historia de Abraham hay cosas que me conmueven mas que el episodio de Isaac. Sea virtud ó fanatismo, esa obediencia es superior á mis fuerzas; no la comprendo.

Para alejar reflexiones que me perturbaban, díme vuelta del lado de mi vecino de la izquierda; era el verdadero tipo del Sajon; anchos hombros, pecho saltado, cuello adornado de una cabeza cuadrada, rasgos abruptos, frente calva y enormes cejas bajo las cuales brillaban unos ojos flamantes, la fuerza y la voluntad á la vez. Noé Brown, así se llamaba mi nuevo amigo, era el pastor á quien Truth sucedia. Aproveché esta ocasion de instruirme, y le pregunté que era esa iglesia Congregacionalista, cuyo nombre me intrigaba.

—Cómo! dijo Brown; sorprendido de mi ignorancia, no sabeis que es nuestra vieja iglesia puritana, la que nuestros padres los peregrinos, espulsados por la intolerancia, trajeran consigo en su primer buque, la Flor de Mayo? Quebrando con las abominaciones é idolatrias de la Babilonia anglicana, nuestros abuelos quisieron cortar de raiz la herejia de la jerarquia. A ejemplo de los primeros cristianos, de cada reunion de fieles hicieron una Iglesia, ó congregacion independiente, república perfecta, gobernada por los viejos y administrada por el pastor. De ese centro de independencia y de igualdad nació nuestra comunidad. Allí es donde está el secreto de nuestra vida y de nuestra grandeza política. La América no es sino una Confederacion de Iglesias y de comunes soberanos; es decir, la florescencia del puritanismo. Aquí, lo mismo que en todas partes, la relijion ha hecho al hombre y al ciudadano á su imájen; una Iglesia libre, ha enjendrado un pueblo libre.

Esta paradoja, proferida con toda la gravedad puritana me chocó. Si se creyese en estos fanáticos, su catecismo gobernaria el mundo. Que echen su vista á la Francia, esa patria de las luces y de la filosofia, y no tardarán mucho en saber á lo que se reduce la influencia de la relijion sobre el estado y la sociedad. Uno es allí muy católico en la iglesia, y, todavia mas, fuera de ella. Tal era lo que yo procuraba demostrarle á mi predicante; pero el hombre era porfiado como un Sajon forrado en un Yankee, y cuantas mas eran las pruebas que yo amontonaba para confundirlo, tanto mayor era su obstinacion.

[130]

—Ved sino á los Ingleses, esclamó él. Quien conoce su Iglesia, conoce su historia. Lores espirituales, asambleas, señoras de la fé, una carta inmutable en treinta y nueve artículos, un libro de oraciones establecido por la autoridad de los obispos y del soberano, universidades y escuelas privilegiadas, enormes propiedades y un patronato considerable; qué otra cosa han podido producir sino una sociedad aristocrática? Sin los disidentes, que son la sal de la tierra, mucho tiempo ha que la Inglaterra estaria momificada lo mismo que el viejo Ejipto.

—Y los franceses? le pregunté yo, con el intento de confundirlo.

—Los franceses, me respondió él, son católicos, monárquicos y soldados, al paso que los Americanos son protestantes, republicanos y ciudadanos; cosas que están en su lugar como los dedos de la mano, de suerte que tan dificil seria hacer de la Francia una República, como de los Estados Unidos una monarquia. La diferencia entre las Iglesias hace la diferencia entre las sociedades.

—Podria saber á cuál de las susodichas sociedades le concedeis la superioridad?

—Juzgad vos mismo, me contestó él; la una es una sociedad de niños, la otra una sociedad de hombres.

—Veo con gusto que somos del mismo parecer.

—Estoy encantado de ello, repuso él; bebiendo tranquilamente su tasa de té.

—Es cierto, añadí yo, inclinándome hácia él: mas bien que un pueblo los americanos son un enjambre de inmigrantes diseminados en el desierto, y por esto, la libertad tiene quizá pocos inconvenientes. Pero la América sentirá á medida que envejezca la necesidad de formar una verdadera sociedad y se plegará á la bandera de la autoridad.

—Caballero, dijo él, poniendo bruscamente su taza sobre la mesa, vos no me entendeis; yo pienso justamente lo contrario de lo que me decis.

—Cómo así, esclamé yo, tomais por ventura á los franceses por un pueblo de niños.

—En política, contestóme, no hay que dudarlo. De qué época datan su libertad, y qué libertad! de 1789; la nuestra data de 1620; nosotros somos ciento setenta años mayores que ellos; tenemos tres veces mas esperiencia que ellos, y por consiguiente veinte veces mas sabiduria.

[131]

—Luego, es á la América, repuse yo con voz conmovida, á quien discernis la palma de la civilizacion?

—Evitemos las confusiones de palabras, contestóme con piedad. Civilizacion, es una palabra complexa, ¿comprende tantos elementos diversos, que cada pueblo á su turno podria reclamar la prioridad. Qué es lo que constituye la civilizacion? La relijion, la política, las costumbres, la industria, la ciencia, la literatura, el arte? Es alguna de estas cosas? O son todas ellas juntas?

Ved que complicado es el problema. El arte, por ejemplo, que los Jentiles llamaban la flor de la civilizacion, no brota muchas veces sino un bástago podrido, asi, entre nosotros los modernos, que vivimos de la imitacion de los antiguos, yo creo que el pueblo mas viejo es el mas artista. En Francia se tiene un gusto mas refinado que en Inglaterra; pero un Italiano tiene naturalmente mas habilidad que un Francés. En industria, todas las naciones libres valen lo mismo. La ciencia no tiene patria. En cuanto á la literatura, cada pueblo halla en la suya la espresion de su pensamiento; dejo á los críticos el placer pueril de asignarles sus respectivos puestos á Dant, Moliére ó Shakspeare; pero la relijion, la política y las costumbres forman un pabellon inseparable. Ahí está la sávia de un pais, su porvenir. En este punto yo le doy sin vacilar el primer lugar á mi Iglesia y á mi pueblo; yo creo en la libertad, soy Americano, puritano.

—Mohicano, dije yo para mi coleto, te veo venir: tu no sabes ni siquiera mentir para pasar por político.

Iba á confundir á tan insoportable predicante, cuando por fortuna suya, nos levantamos de la mesa. Y dejando ahí á ese espíritu estrecho y adusto, acerquéme á un jóven pastor, cuyo aire agradable disponía en su favor. Antes de almorzar, Truth habíame presentado al Sr. Naaman Walford, como una de las columnas de la nueva Sion. Deseoso de ver ese fénix que se llama un teólogo razonable; y queriendo ser acojido benévolamente por el Sr. Naaman,—comencé felicitándole por la exelente adquisicion que su Iglesia hacia con la persona de mi amigo Truth.

—Perdon, me dijo,—yo soy presbiteriano.

—Presbiteriano, esclamé á mi turno, y venis á complimentar á un rival? Deveras que vuestra accion revela una bella alma; porque, entre, nosotros ese ministro á quien le tomais la mano, es un hereje á quien vos mismo condenais.

[132]

—Yo, repuso él muy sorprendido; yo no condeno á nadie,—eso no es cristiano.

—Me esplico mal, querido Sr. Naaman; queria simplemente decir, que á ejemplo del divino pastor, que buscaba las ovejas descarriadas de Israel, vos no temeis el vivir familiarmente con jentes cuyo error detestais.

—El Sr. Truth, me ha edificado esta mañana, contestóme, y no le creo en error.

Asombrado á mi vez, y creyendo haber oido mal le dije:

—Decidme, señor, ¿creeis que vuestra Iglesia enseña la verdad?

—Sin duda,—de otra manera no permaneceria en ella.

—Entonces, repuse yo, quiere decir que asi como hay dos verdades hay tambien dos Iglesias; una verdad presbiteriana y una verdad congregacionalista. Probablemente hay tambien una verdad baptista, metodista, luterana y hasta una verdad católica. Yo suponia, perdonad mi ignorancia, que la verdad era una, y que la señal del error consistia en dividirse al infinito.

—Doctor, dijo Naaman un poco conmovido de mi vivacidad francesa, cuando estais en el mar, qué es lo que haceis si quereis saber la hora que es?

—Le pregunto la hora al sol, y el sol me la dá. Qué! pretendeis contestarme con un apólogo? A mi edad, querido señor, se tiene poco gusto por los ejemplos, y, no se aceptan sino razones.

—Que quereis, doctor, soy jóven y me permito contar con vuestra induljencia, contestó Naaman, sonriendo amablemente. El sol os dá la hora. Cuando es medio dia en Paris, podriais decirme que hora es en Berlín?

—No; todo lo que yo sé,—es que un telégrama espedido de Berlín á las once se recibe en Paris hácia las diez y media; es decir que aparentemente llega treinta minutos antes de haber partido. Por lo demas, importa poco, os lo concedo,—que cuando es medio dia en Paris, sean la una en Berlin, las dos en San Petersburgo, y, si quereis, las nueve de la mañana en las Azores y las siete en Quebec. Todo depende del meridiano.

—Asi, dijo Naaman, el sol es el mismo en todas partes y en ninguna marca la misma hora: qué significa esto?

—Decididamente, repuse yo, vos sois astrólogo, y quereis hacer de mi un adepto. Os contesto, pues, señor profesor, que es el mismo sol visto de diferentes puntos.

[133]

—Una interpelacion mas, doctor, y os pediré despues gracia por mi indiscrecion. Entre todas esas horas, cual es la cierta?

—Singular pregunta! la hora es cierta para cada cual, desde que el sol sale ó parece salir de un punto distinto. Está satisfecho el señor profesor de su discípulo de barba gris?

—Sí, doctor, veo que estamos conformes asi en teolojia como en astronomia.

—Señor Naaman, le dije yo,—comienzo á comprenderos. Para vos, la verdad es el sol, que cada uno de nosotros vé segun el horizonte que nos rodea. Por consecuencia, cuando para la Iglesia presbiteriana es medio dia, la hora se ha pasado para los baptistas y no ha llegado aun para los metodistas. Quién sabe si á los católicos se les coloca en las antípodas? Y, hé ahí un medio injenioso de armonizar su orgullo con su caridad.

—Señor, dijo Naaman ruborizándose,—vos me ofendeis. Habeis comprendido mi pensamiento, y sin embargo desconfiais de mis sentimientos. Sí, yo creo que hay un horizonte distinto para cada iglesia, y, me atreveré á decirlo, para cada cristiano. El nacimiento y la educacion nos dan el punto de partida; ahora, toca á nosotros mismos caminar hácia esa verdad que nos llama,—acercándonos á ella sin cesar á fuerza de estudio y de virtud. No digo que no haya iglesias mas iluminadas las unas que las otras por la luz divina; pero al mismo tiempo creo que el mejor cristiano puede muy bien encontrarse en el seno de la iglesia mas oscura. No hay la menor duda que es una gran ventaja estar colocado cerca del sol, sin embargo, esto no es siempre una razon para verlo mejor. Hé ahi, señor, porque amo á mi Iglesia presbiteriana, y por qué, no obstante amarla tanto,—no condeno á nadie.

Todo esto era dicho con una ingenuidad encantadora. ¡Qué bella cosa es la virtud en un alma jóven; es como la sonrisa de la aurora en los primeros dias de Mayo!

—Mi jóven amigo, le dije yo, vuestras ilusiones tienen algo de seductor; el sentimiento que las hace nacer es respetable, pero el primer soplo de la razon las disipará. Si cada cristiano vé la verdad á su modo,—no hay verdad. Y, hénos aquí de nuevo en el escepticismo de Montaigne. En vano buscareis un dogma que sea atacado,—una creencia que no se conmueva. Vuestra teoria tan cristiana en apariencia, nos condena á una duda invencible, y conduce á la incredulidad universal.

—Doctor, contestóme el jóven con un tono de modestia que me chocó,—me parece que estais haciendo el proceso al espíritu[134] humano, es decir, á la obra de Dios. De la diversidad y debilidad de nuestros ojos, podria tambien concluirse que no vemos nada. Sería la misma lógica y el mismo sofisma. En los estudios naturales, cada uno de nosotros no toma sino la parte que puede apropiarse; se ha observado que esta diversidad de opiniones arruine la ciencia? En la física, por ejemplo, hay una sola teoria siquiera que escape á la discusion? Negarias por esto que existe una verdad física?

—La comparacion es mala, mi querido Naaman. Qué queda de la física de ha treinta años? La verdad de ayer,—es el error de hoy dia.

—No, doctor, el error de ayer ha caido como caen las hojas secas; la verdad no ha cambiado, por que dándole otro nombre, ella no es otra cosa sino el conocimiento de la naturaleza, y la naturaleza no cambia.

—Os concedo eso, jóven; pero la verdad relijiosa es de otro órden que la verdad natural.

—Doctor, repuso Naaman, aunque os concediese esa hipótesis discutible, no por eso nos entenderiamos. Cualquiera que sea el número y la variedad de los cuerpos que poblan el mundo, nosotros no tenemos para verlos sino nuestros ojos; lo que no vemos no existe para nosotros. Cualquiera que sea el carácter de una verdad, nosotros no tenemos sino nuestro espíritu para comprenderla. Nuestra alma, es por ventura doble? Para descubrir las verdades naturales, Dios le ha dado á cada uno de nosotros una facultad investigadora, inquieta, laboriosa que se llama, la razon. Habrá acaso en nosotros otra potencia, destinada á recibir sin esfuerzo individual la verdad relijiosa, á la manera del espejo que refleja el objeto que se le presenta? Si esa facultad no existe, la diversidad de opiniones relijiosas es forzosa; depende de la edad, de la educacion, del pais, de la enerjia natural de nuestro espíritu ó de su actividad.

Si, al contrario, esa facultad existe, todos debemos pensar de la misma manera, así como todos respiramos del mismo modo, por una ley de la naturaleza. Pero tal no es el caso, y por ello bendigo á Dios. El le ha dejado á cada uno de nosotros la libertad de desconocerlo, para darnos el derecho de amarlo. Esa libertad que os espanta es nuestra mas hermosa herencia; ella es la que hace de la relijion, un amor, y de la fé una virtud.

—Naaman, esclamé yo, vos sois el profeta de la anarquia. Vos disipais el mas bello sueño de la humanidad. Una fé, una ley, un rey, tal era la divisa de la Edad Media, divisa que[135] cada hombre lleva en el fondo de su corazon. Qué es lo que vos nos ofrecéis en cambio? La confusion. Qué significa una Iglesia, en la que cada cual habla una lengua distinta, sin comprender la de su vecino?

—Señor, repuso el jóven ministro, yo amo tanto como vos la unidad. Cristo nos lo ha dicho: llegará un dia en que no habrá sino un solo rebaño y un solo pastor; yo creo en la palabra de Cristo. Pero la unidad no es la uniformidad. Contemplad la naturaleza; qué conjunto admirable! Y, sin embargo, no hay un árbol, una planta, una flor, qué digo! una hoja, siquiera que se parezca á otra. Dios saca de la variedad infinita, la unidad viviente y perfecta. Por qué, la ley de la naturaleza no ha de ser la de la humanidad? Por qué, no ha de tener su puesto, la voz de cada criatura, en ese concierto de alabanzas que la tierra canta al Señor? Qué es la esteril monotonia de una nota única, al lado de esa armonia fecunda? La unidad mia, es la Iglesia universal, esa Iglesia que abraza todas las almas fieles. Quien ama á Cristo es mi hermano: lo que yo miro es su amor, no su símbolo. Agustin Crisóstomo, Gerson, Melachthon, Jeremias, Taylor, Bunyan, Fenelon, Law, Channing, hé ahí los soldados de ese ejército divino. Qué me importa su rejimiento? Su bandera es la mia, la bandera de la verdad.

—Bravo! Naaman, dijo Truth, apoyando su mano en el hombro del jóven ministro; convertidme á ese pagano.

—Vos, sereis el pagano, esclamé yo. Pienso que aqui no hay mas cristiano que yo, ó si os parece mejor, mas católico, en la verdadera acepcion de la palabra. Al paso que vosotros destrozais la relijion, abandonándola á todos los caprichos, solo yo, fiel á los viejos y sólidos principios, quiero un símbolo único que sea la ley de los espíritus; y para mantener esa ley de verdad llamo en mi socorro el brazo secular.

—No os lo decia, carísimo Naaman, repuso Truth riéndose. Es un pagano de la decadencia, uno de esos adoradores de la fuerza que se imajinan que la verdad se decreta, ni mas ni menos que como se borronean leyes.

—No soy tan ridículo, contesté yo á mi vez, un poco alterado. Yo tambien amo la verdad, pero no soy ciego como los utopistas. Para ellos la libertad es una panacea universal que en todas partes cura el mal y el error; la esperiencia me ha hecho menos confiado. El mundo no es una academia de filósofos, discutiendo tranquilamente las mas temerarias tésis; el pueblo, esa hidra de infinitas cabezas, es un conjunto de criaturas[136] débiles, ignorantes, locas, perversas, criminales; para contenerlo y dirijirlo se necesita un freno. Ese freno es la relijion, sostenida, impuesta por una autoridad exterior. Si el poder no se encarga de la causa de la Iglesia, se acabó el cristianismo; la sociedad queda entregada al ateismo, á la anarquia, á la revolucion. Hé ahí señores, por qué razon creo en la necesidad, qué digo! en la santidad de la fuerza, puesta al servicio de la verdad. Soy pues un pagano, á la manera de San Agustin, de Bossuet, y de tantos otros cristianos exelentes, sin hablar de vuestro Calvino; pido que la sociedad le empreste su espada á la Iglesia; ó en otros términos,que el Estado tenga una relijion.

—Una relijion de Estado, dijo de repente Brown, estirando su cabeza de perro dogo; quién es ese mónstruo? Y qué! por ventura tiene alma el Estado para tener una relijion?

—Señor, le contesté secamente, vos teneis sin duda necesidad de un Estado impío, y de leyes ateas.

—Señor, repuso mi áspero interlocutor, yo no me pago de palabras. Qué es el Estado? En una monarquía, el príncipe. Así, pues, treinta millones de cristianos tendrán la relijion de Achab, cuando por casualidad Achab llegue á tener relijion. Entre nosotros, donde el poder alterna, se cambiará de fé cada cuatro años. Hé ahí lo que yo llamo, ateismo puro; creer por órden, es no creer en nada.

—Cuando yo hablo de Estado, le interrumpí, entiendo la sociedad política.

—Bien, repuso él: será la mayoria la que decida del símbolo y de la fé, despues de discutir y enmendar. Tendremos una relijion parlamentaria. Se pondrá en discusion la Encarnacion ó la Trinidad y se votará. Qué comedia! Cosa estraña! desde que el mundo existe, no hay una sola verdad natural que haya sido descubierta por un solo hombre; son necesarias muchas pruebas, á veces, hasta el martirio del inventor para que esa verdad reuna algunos fieles; un siglo no es mucho para conquistarle la mayoria. Pero en relijion es otra cosa, la mayoria no se equivoca nunca. Vaya una infalibilidad! Que nos devuelvan el papa, acepto el milagro, y rechazo el absurdo.

—Señor Brown, le dije, alzando la voz, vos no respondeis á mi objecion. Si el Estado no tiene relijion,—la ley será atea.

—Siempre palabras, señor, repuso el intratable predicante. El Estado es una abstraccion; un modo de designar el conjunto de los poderes públicos. Pero la sociedad es una cosa viva,—es la reunion de todos los ciudadanos que habitan una misma patria.[137] Y, si esos hombres son cristianos,—si su moral es cristiana,—como ha de ser atea la sancion que esos hombres le den á la moral pública,—ó en otros términos, la ley dictada por ellos? El buen árbol no puede producir malos frutos[39].

—Imprudente! esclamé,—cómo podeis imajinaros que si el Estado permite toda especie de creencias, no ha de sufrir el Evanjelio?

—Vos teneis poca fé, señor, dijo Brown dirijiéndome una mirada terrible, y olvidais que Pablo ha dicho: las armas de nuestra milicia no son carnales. El cristianismo,—nunca ha sido mas bello, ni mas fuerte que cuando ha tenido en contra suya al mundo entero. Mirad á vuestra alrededor, señor, y vereis que en ninguna parte como los Estados Unidos se mezcla la relijion con la vida; y sin embargo el Estado no la conoce. No aprisioneis las almas, no las tengais en la noche que las corrompe; dejadlas en libertad, é iran á Dios.

—Pero, señor Brown, es imposible que el Estado pague todas las comuniones, y que se haga el tesorero del primer fanático á quien se le antoje abrir una iglesia.

—Concedo que no pague á nadie, esclamó el adusto puritano. Y, con qué derecho intervendria? Tiene acaso otro dinero que el nuestro. Cómo! el judio ha de pagarles á los cristianos para que estos le llamen deicida? Y yo he de pagarles á los unitarios que me disputan la divinidad de Cristo? Qué injusticia! qué ultraje á mi fé! Ved ademas qué papel le dais al Estado. Cuando el lejislador declara que la relijion no es de su competencia,—proclama el respeto de la conciencia, y, es cristiano por su misma abstencion. Suponed ahora que proteja diez comuniones distintas, diez creencias enemigas, qué significará esa tutela insolente sino que el Estado vé en la relijion un instrumento político, y que no tiene por todas ellas sino la misma indiferencia y el mismo desprecio? Ese hermoso sistema, señor, que vos no habeis inventado,—es la política del paganismo.

—Muy bien, repuse yo, dejad á cada fiel el entretenimiento de su culto, veremos cuantas iglesias tendreis. Todo el mundo se hará ateo por economia.

—Os equivocais, mi querido doctor, dijo Truth con amistoso tono. La prueba está hecha y arguye en contra vuestra. Tenemos cuarenta y ocho mil iglesias, edificadas todas por los particulares,[138] y cuyo valor se estima en cien millones de pesos[40]. Cada año erijimos mil doscientos templos nuevos y el término medio del salario de nuestros pastores es próximamente de quinientos pesos,[41]—lo que equivale á un presupuesto de veinte y ocho millones de pesos[42]. Buscad un pais donde el Estado pague los cultos, estoy seguro que no hallareis uno solo que gaste la mitad de lo que nosotros gastamos[43]. La razon es sencilla: el Estado debe ser avaro del dinero que le toma á la comunidad, al paso que el individuo se complace en enriquecer su iglesia, y no retrocede ante ningun sacrificio. Nada hay tan pródigo como la fé y la libertad.

—Muy bien, dije yo; pero la cuestion de dinero no es todo: falta la cuestion política. Darle al primero que se presente el derecho de establecer una iglesia,—es reconocer todas las asociaciones, es abrirle ancha arena á la ambicion relijiosa y al fanatismo,—es decir, á lo mas ardiente y pérfido que hay en el mundo. Suponed que una de esas iglesias aventaja á las demas,—que se apodera de las almas, y hé aquí un Estado en el Estado. Entonces sentireis, aun que demasiado tarde,—la falta en que habeis incurrido al abdicar una proteccion mas necesaria al gobierno que á la iglesia, una proteccion que no es en el fondo sino la defensa de la soberania.

—Ahí es donde os esperaba! gritó el puritano entrando en el entrevero á la manera de un jabalí. Os conozco, señores políticos; ha tiempo que Spinosa, el príncipe de los ateos y Hobbes el materialista, y Hume el escéptico me descubrieron vuestro secreto. Necesitais una iglesia oficial para deshaceros de la relijion. No es la influencia política lo que os incomoda; ella es nula en un pais de libertad; lo que temeis es la influencia moral. El cristianismo es por naturaleza,—inquieto, agresivo, conquistador. Quiere poseer al hombre por entero; sociedad y gobierno,—todo quiere invadirlo y penetrarlo con su espíritu. Hé ahí lo que á nosotros nos anima y á vosotros os espanta. Obispos que se duermen en su púrpura señorial,—pobres vicarios, cuyo celo se modera y se dirije; una relijion, especie de moral frívola y estéril, que predica la obediencia al pueblo, hablándole siempre de sus deberes y[139] nunca de sus derechos,—tal es el ideal que á vosotros os encanta y á nosotros nos horroriza. Vosotros rechazais la libertad por la misma razon que á nosotros nos hace detestarla. Nosotros creemos en el Evangelio, y vosotros le temeis.

—Yo tengo miedo de las asociaciones, le dije,—no del Evanjelio.

—Sí, por que la asociacion es la única forma posible de la libertad. Necesitais un Estado, cuya omnipotencia nada inquiete,—que no tenga frente de sí sino individuos aislados y conciencias mudas. El despotismo romano en toda su fealdad. Nosotros los cristianos—entre el Estado y el individuo, entre la fuerza y el egoismo,—echamos la asociacion, es decir, el amor, la caridad, verdadero vínculo de los corazones, verdadero cimiento de las sociedades. Para difundir la Biblia, para propagar la palabra divina, para iluminar las almas, para socorrer á los miserables, para consolar á los que sufren, para levantar á los caidos,—necesitamos centenares de asociaciones, millares de reuniones. Nosotros queremos que un pueblo cristiano haga el bien por el concurso libre de todos sus miembros,—que no encargue á nadie de un deber que solo él puede desempeñar. Pero todas esas compañias no pueden existir sino bajo una condicion,—que la iglesia, que es la primera y la mas considerable de todas, sea señora absoluta en su esfera. La iglesia es, la que con su libertad cubre y garantiza todas las asociaciones; y, hé ahí como es que la relijion, lejos de ser un peligro para el Estado,—es la vida misma de la sociedad. Ved, pues, señor, por qué razon es que nosotros tenemos necesidad de la libertad relijiosa; la necesitamos por que Cristo nos la ha dado: y porque ella es la madre de todas las libertades. El que esto no sabe no es cristiano,—ni ciudadano.

Iba á estrangular á aquel fanático por toda contestacion, cuando sentí que una manecita tomó la mia. Reconocí á Susana y me sonreí.

—Mi buen padre, dijo despacito; van á ser las dos, es necesario partir.

—Sí,—la hora de ir al bosque. ¿Está el carruaje ahí?

—Papá, es dia del Señor y no se anda en carruaje. Voy á llevaros á la escuela del Domingo.

—Tienes razon, pensé para mi. Un Parisiense estraviado en este hermoso pais de libertad, siente gran necesidad de ir á la escuela. Siempre tiene algo que aprender y mucho que olvidar.

[140]

Cuando me ví en la calle, lejos de aquella atmósfera teolójica, recien respiré.

Uf! dije, bostesando, y que pesados son! Parecen bueyes atados al arado, trillando siempre el mismo surco. Una hora de relijion y de política, es demasiado para un francés; hay con que disgustarlo del Evanjelio y de la libertad. Quién me hablará de algo razonable y divertido,—de pintura, de ópera, de música ó de guerra? Paris, Paris,—yo tengo necesidad de lavarme la cara con tu ambrosía.

No sé que locura iba á decirle á Susana, cuando apercibí al hermoso Naaman, caminando junto á nosotros lo mismo que el pastor que sigue su oveja. Habia olvidado que estaba en América, y que la señorita mi hija era por el momento presbiteriana.


[141]

CAPITULO XXI.
La escuela del Domingo.

Quién me dirá de donde proviene la debilidad de un padre por su hija? Consiste en la ilusion de verse reproducido en ella,—lo mismo que la madre de verse reproducida en el hijo? Para nosotros los de las barbas grises, los de las caras arrugadas por la vida, será el placer de vernos renacer bajo una forma graciosa y riente? Será el encanto de un amor puro, que no desea sino sacrificarse? Lo ignoro, pero lo cierto es que el inevitable Alfredo no estaba ahí y que yo saboreaba á la manera de un celoso la dicha de hablar y de reir con Susana. Mirábame en sus límpidos ojos, cuando una mano colorada engastada en un largo brazo me cojió de improviso en mi tránsito, y una voz sepulcral me gritó: Esta noche te volverán á pedir tu alma. Al mismo tiempo metiéronme un papel en el bolsillo de mi frac. Dí vuelta, y al hacerlo, otra voz me gritó: Piensa en tu salud, metiéndome otro papel, en el otro bolsillo de mi frac. A este ruido acudieron tres hombres negros, levantando los brazos como en el juramento de los Horacios, y aullando á cual mas, metióme cada uno de ellos en el seno no una espada, sino un librito. La vision desapareció en seguida.

—Qué es esto le pregunté á Susana, que reia de mi espanto.

—Padre mio, me dijo,—es la sociedad de los tratados relijiosos que trabaja por vuestra conversion.

—Muchas gracias! esclamé metiendo en mi bolsillo,—los Signos de la bestia, las Rosas de Saron, y la Trompeta de Jericó; aquí lo enriquecen á uno, lo mismo que en otra parte lo roban. Qué quieren que haga con estos tesoros de edificacion?

—Tened paciencia, padre mio, dijo Susana,—dentro de un instante ellos han de servirnos para hacer felices á algunos.

[142]

—Confesad, le dije á Naaman, que abusais de la letra de molde. Comprendo que distribuyais la Biblia,—desde que ella es vuestra enseña, pero lo que no entiendo es,—para qué puede servir esa teolojía pueril que sembrais por las calles.

—Sois demasiado severo, contestó el jóven ministro, pensad en que toda nuestra relijion está en la Biblia. De la escritura es, de donde cada uno de nosotros debe sacar la regla de su fé, mediante el libre esfuerzo de la razon. Un protestante que no lee es un cristiano que no llena sus prácticas. Qué cosa mas simple que un proselitismo que nos agrupa sin cesar al rededor de la Biblia? Despertar la conciencia, obligar al último de los hombres á refleccionar y á leer,—repetirle que solo él está encargado de su salud, hé ahí el objeto de todas esas publicaciones. “Piensa en tu alma, solo tú eres responsable de ella,”—tal es la conclusion uniforme de estos libritos. Si á eso llamais teolojía,—toda nuestra literatura es teolójica; la menor novela está impregnada del mismo espíritu. La Biblia es citada en ella á cada pájina, lo mismo que el té. Lo que nos encanta, no es la pintura de esas borrascas que devastan el corazon y arruinan la voluntad: es el cuadro de una alma jóven que, colocada entre la tentacion y el deber, rechaza á Satanás y llama á Dios. Hasta nuestras ficciones son tratados de educacion.

—Sí, dije yo sonriendo,—es la moral en accion.

—Es algo mejor que eso,—repuso él,—es la relijion en práctica, la fé que habiendo entrado en el alma inspira toda la vida. Nosotros no entendemos jota de esa falsa distincion entre la moral y la relijion; no hay dos conciencias. El hombre natural murió con el último pagano; nosotros no conocemos sino al cristiano. El que es cristiano lo es en todas partes: en la iglesia, en la familia, en el comun, en el Estado.

Me parece que el piadoso Naaman aprovechaba con placer esta ocasion de repetir como nuevo algun viejo sermon, cuando por fortuna, llegamos al templo presbiteriano. Era la sesta iglesia que visitaba en el dia,—justísima espiacion de mi pasada tibieza!

Entramos en la sala de lectura,—vasta pieza contigua al templo. Un millar de niños y de jóvenes, devididos en grupos estaba sentado, en bancos circulares. De distancia en distancia veíase de pié á los pastores y pastoras de aquel gracioso rebaño; ó como se les llama,—á los monitores. Al presentarse Naaman toda la asamblea se levantó; el órgano tocó una marcha[143] guerrera, y en seguida, todas aquellas jóvenes voces cantaron en coro, con acompañamiento de timbales:

“O Christ! nous sommes ta milice;
Contre l’ignorance et le vice.
Nous marchons sans honte et sans peur.
L’amour, l’aumône et la prière,
Ce sont là nos armes de guerre:
Notre drapeau, c’est le Seigneur!
O Christ! notre chef! notre père!
Nous voulons vaincre la misère,
Et chasser l’infidélité;
Ne regarde point à notre âge,
Donne-nous sagesse et courage:
Nous défendrons ta vérité”[44].

Qué será? será que hay un encanto secreto en la voz de la infancia? O será que desprendiéndonos de nosotros mismos, por decirlo así, los años nos hacen mas tiernos para esas almas, que entran en la vida sin conocer los peligros. No lo sé. Pero yo me sentí conmovido por el canto de esos pequeños soldados tan valerosamente enrolados bajo el lábaro del Evanjelio.

—De aquí veinte años, pensé, cuantos quedarán en sus filas? No importa; el espectáculo de una juventud que tiene valor y fé es siempre hermoso. Guárdenos Dios de esos viejos de diez y ocho años que solo creen en su egoismo,—almas gangrenadas que todo cuanto tocan infestan, y que solo dejan en pos de ellos corrupcion y muerte.

Susana estaba cerca de mi y de pié. La señorita era monitora. Tenia mucho que hacer, porque habia doble auditorio y la escuela estaba en revolucion.

—Donde está Dinah? esclamó una voz revoltosa. Dinah es mi querida preceptora; yo no te conozco á tí.

Susana cojió en sus brazos á la rebelde, que se resistia á ello llorando, y la dijo dos palabras al oido. La sonrisa volvió en el acto, como el sol despues de la lluvia.

—Me lo prometes? murmuró la chiquilla.

—Mañana, repuso Susana. La niña echó los brazos al cuello de su nueva maestra, y la besó en ambas mejillas. La paz estaba hecha, la leccion comenzó.

[144]

Rolaba sobre la historia de Israel en tiempo de los reyes. Por primera vez, lo confieso con verguenza, hice conocimiento íntimo con el profeta Eliseo. Era este un excelente hombre cuando no se encolerizaba. Pero apesar de lo bello de la moral, no le perdono mucho que digamos el haber hecho que unos osos se comieran á cuarenta niños que se burlaban de su calva. A este precio yo no querria ser profeta, ni en mi pais.

Dos episodios surtieron el éxito mas completo cerca de los niños; tal es de vivo en estas almas jóvenes el sentimiento del bien y el mal! Primero fué la historia de Naaman, jeneral del rey de Siria, implorando gracia de Eliseo para ser librado de la lepra. Naaman se retiró curado y convertido; pero convertido con sus reservas políticas, que prueban una vez mas que no hay nada nuevo bajo el sol.

Al fin, dijo Naaman: Sea como tú quieres: Pero te suplico que me permitas á mí, siervo tuyo, el llevarme la porcion de tierra que cargan dos mulos; porque ya no sacrificará tu siervo de aqui adelante holocaustos ni víctimas á dioses ajenos, sino solo al señor.

Mas una cosa hay solamente por la que has de rogar al Señor á favor de tu siervo, y es que cuando entrare mi amo en el templo de Remmon para adorarle, apoyándose sobre mi mano, si yo me inclino en el templo de Remmon, para sostenerle al tiempo de hacer él su adoracion en el mismo lugar, el Señor me perdone á mi, siervo tuyo, este ademan.

Respondióle Eliseo: Véte en paz!....[45].

La tolerancia del profeta, escandalizó á los niños, no puedo ocultarlo. Naaman fué silbado unanimemente, lo mismo que un cobarde que transije entre su conciencia y su interés. Dia vendrá en que Remmon, Mamon ó Baal os presentarán una mano llena de dinero ú honores, á condicion de que le adoreis; feliz aquel que no se incline ante el ídolo, guardando solo para Dios el sacrificio de su corazon.

En seguida, vino la historia de Giezi, el servidor de Eliseo, hábil hombre, que se hacia pagar los milagros de su amo, traficando así con la virtud ajena. Qué furor en el jóven auditorio! y qué gozo cuando Susana, engrosando la voz para parecerse al profeta, pronunciaba el terrible anatema:

“Habeis recibido oro y vestidos, para comprar plantas de olivo, viñas, bueyes, ovejas, criados y criadas.

[145]

“Pero tambien la lepra de Naaman se adherirá á vosotros, y á toda vuestra raza por siempre jamás.

“Y Giezi se retiró, todo cubierto de una lepra blanca como la nieve:”[46].

Todavia existe, esa honrada posteridad de Giezi, aunque un poco cambiada por el tiempo. Por fuera háse conservado blanca como la nieve; pero la lepra ha entrado en su alma; no es ya el cuerpo lo que roe.

Esta educacion dada á la infancia por la juventud me encantó, y cumplimentando por ello al ministro, añadí:

—Pero, pienso que vosotros os reservais el catecismo. La doctrina corria riesgo de alterarse al pasar por aquellos lábios novicios.

—No, me dijo; tanto para la doctrina como para lo demas, nosotros nos remitimos al monitor, bajo nuestra vijilancia, bien entendido. Nadie es hereje á los diez y ocho años, y si algo hay que temer; es mas bien demasiado apego á la letra.

—Si, pero si esas jóvenes cabezas trabajan?

—Eh bien! dijo el pastor,—ahí estamos nosotros para abrirles el camino. Nuestra divisa es la de Pablo: Allí donde está el espíritu del Señor, allí tambien está la libertad.

No nos place á nosotros la fé del carbonero,—esa ignorancia crédula que lo mismo santificaria á un cristiano, que á un mahometano ó á un budhista. La juventud tiene una crísis del espíritu, lo mismo que una crísis del cuerpo. Llega para ella una hora en que es necesario luchar con la verdad, como Jacob con el ángel, y aquel solo se convence que ha sido convencido por el Evanjelio. Nosotros queremos una fé razonada.

—Y razonadora, añadí yo, porque cada uno de estos monitores debe salir de aquí con el gusto y la manía de predicar.

—Tanto mejor, dijo Naaman,—para nosotros, todo hombre es sacerdote, y toda mujer sacerdotiza. Por qué ha de haber menos ardor en la sociedad relijiosa, que en la sociedad política? El título de Cristiano es acaso menos bello que el de ciudadano é impone menos deberes que éste?

Yo no contesté nada: eso de considerar á la relijion, lo mismo que un patrimonio comun de los fieles contrariaba todas mis ideas. Me habian enseñado que la Iglesia era una monarquia,—no una república. A fuer de hombre prudente, yo he dejado siempre el cuidado de mi conciencia á la Iglesia que me[146] ha educado. No es á mí,—sino á mi director á quien compete el cuidado de mi salud. Por qué, pues, me he de tomar una fatiga inútil,—encargándome de una peligrosa responsabilidad?

La leccion iba á concluir; Susana me desembarazó de todos mis libritos con gran alegria de los niños; cantóse un hermoso cántico de despedida; y la fiesta terminó con una distribucion universal de regalos y apretones de mano. Rango, fortuna, edad, traje,—todo estaba confundido hacía dos horas; sentíase uno vuelto á los primeros tiempos del cristianismo, en que la multitud de los creyentes no tenia sino un corazon y una alma. Y decir que cada siete dias en el dia del Señor, toda la juventud americana viene á estas reuniones fraternales á dar y recibir una leccion de amor y de igualdad! Oh! como efecto moral ninguna enseñanza,—la del mismo Bossuet,—valdria esta educacion mútua!

Salimos; Alfredo estaba ahí para arrebatarme el brazo de Susana, cuya felicidad yo no envidiaba; mis ideas comenzaban á tomar otro jiro: mi corazon sentia, mas que nunca, toda su paternal debilidad. Tiempo es ya, decia para mis adentros, de que Susana comience á ejercer; como ama de casa, sus grandes cualidades de monitora. Figurábaseme ya ver en el porvenir un ejército de nietos mas relijiosos, mas enérjicos y felices que su abuelo. Y, embebido en estas ideas y mirando á mis enamorados que caminaban delante de mí, llegué á mi casa.

El resto del dia, lo pasamos hablando de todo lo que habiamos visto ú oído en la mañana, y Dios sabe cuantas cosas se ven y se oyen el Domingo en América! Qué son nuestros espectáculos al lado de estas fiestas del corazon y del espíritu? En mi vida habia pasado dias mas sérios,—nunca, jamás el tiempo habíame parecido tan corto, ni mejor empleado.

Como de costumbre, la noche terminó con la lectura de la Biblia. Marta trajo el librote negro, que ya era para mí un amigo. No habia dia que yo no hallára en él una respuesta á alguna pregunta secreta de mi alma,—estraña casualidad que confundia mi filosofía.

Habiamos quedado en el séptimo capítulo de Daniel. La vision de las cuatro bestias apocalípticas que representan las cuatro grandes monarquias de la antiguedad no me hizo el menor efecto; tengo muy poca imajinacion para gozar con semejantes sueños gigantescos. No le sucedia á Marta lo mismo, que á cada paso suspiraba. El Cuerno, que tenia ojos como ojos de hombre y una boca que proferia palabras insolentes, arrancó un grito[147] de admiracion; estaba toda conmovida cuando el profeta pintó al Anciano de los dias, con su ropaje mas blanco que la nieve y sus cabellos mas blancos que la lana, sentado en un trono de llamas y servido por un millon de ánjeles, al paso que mil millones permanecen en silencio ante él. Lo que para mí no era sino una alegoria, para ella era la verdad,—es la única manera quizá, que la idea divina tiene de entrar en un espíritu injénuo,—que para sentir el infinito tiene necesidad de imájenes.

Despues de estas grandes pinturas vinieron los versículos en que el profeta anunció el Mesias.

13 “Yo estaba pues observando durante la vision nocturna, y hé aquí que venia entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del hombre; quien se adelantó hácia el anciano de muchos dias, y le presentaron ante él.”

14 “Y dióle este la potestad, el honor y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le sirvieron á él: la potestad suya es potestad eterna que no le será quitada y su reino es indestructible.”

Escuchando este pasaje, me sentí como Daniel: “Quedé muy conturbado con estos mis pensamientos, y mudóse el color de mi rostro: conservé empero en mi corazon esta vision admirable.”[47]

Y como nó, acababa de asistir esa mañana misma al espectáculo de ese trono cuyo reinado dura hace diez y nueve siglos! El cristianismo, cuyos funerales se anuncian en la vieja Europa, presentábaseme en América,—mas jóven, mas fuerte, mas triunfante que nunca. Treinta millones de hombres que viven del Evanjelio, qué enigma para un Parisiense que ha leido á Diderot, y que, en una noche de invierno, se ha imajinado que comprendia á Hégel!

Así que entré en mi cuarto comencé á pasearme, ajitado durante largo rato por una multitud de pensamientos que se rechazaban unos á otros. Recuerdos de infancia, estudios de la juventud, reflexiones de la edad madura, ideas nuevas, todo esto, daba vuelta en mi cabeza y hacia en ella el caos. Parecíame que una voz misteriosa fisgaba á mi alrededor.

Bravo, Daniel, murmuraba aquella irónica voz, conque te haces capuchino. Héte místico, fanático y ademas de esto ridículo. Antes de poco tambien vas á ganguear lo mismo que maese Brown, y á hablar mejor que él el dialecto de Canaan.[148] O Franceses, eternos camaleones! Chinos en Canton, Beduinos en Arjel, puritanos en Massachusetts, cómicos en todas partes ¿cuándo sereis hombres? Cuando vuelvas á Paris, Daniel, dejarás en la barrera ese cant insípido, y ese librote negro que las jentes de buen gusto respetan, sin tocarlo jamás. Un filósofo le saca políticamente el sombrero al cristianismo,—es menester no ponerse mal con nadie; ir mas allá es la debilidad de los espíritus estrechos. El dios del siglo diez y nueve, es el viejo Pan, eclipsado demasiado tiempo por la dolorosa figura de Cristo. Sumérjete en el infinito, Daniel; adora á tu padre el abismo; es el culto á la moda,—el único que puede confesar la infalible razon de nuestros dias.

—No, esclamé, mis ojos se han abierto; he sacudido el penoso sueño en que nuestra alma se enerva. Esos niños me han enseñado esta mañana el vínculo sagrado que une estrechamente á la libertad con el Evanjelio. Si para nosotros todo acaba con el cuerpo,—no tenemos ni derechos ni deberes; somos un rebaño malhechor, que es necesario apacentar y castigar hasta que la muerte lo mande á podrirse en la fosa eterna. Solo es persona aquel á quien la inmortalidad pone en comunion con Dios. Solo es hombre y ciudadano aquel que puede adherirse á una justicia viviente,—á una verdad que no muere. El pobre, el enfermo, el esclavo, el desgraciado, el criminal, no se hicieron sagrados sino el dia en que Cristo los rescató con su sangre y los cubrió con su divinidad. Adios Hégel, Spinosa! Adios las palabras puestas en lugar de las cosas! Adios la materia divinizada! Yo he visto á donde conducen á los pueblos y á los hombres tales doctrinas, y no quiero, ni los bajos goces de la multitud, ni la estóica resignacion de los espíritus magníficos. Yo necesito otra cosa que embriaguez ó desesperacion: necesito vivir! Vivir es creer y obrar. Perdidas las ilusiones de la juventud y las ambiciones de la edad madura,—mi razon es quien te llama ¡Oh Cristo! y la esperiencia la que me arroja de nuevo á tus piés. Devuélveme la esperanza despues de tantas decepciones; devuélveme el amor despues de tantas traiciones, y que luzca cuanto antes el dia felíz en que la vieja Europa imitando á la jóven América, pronuncie un grito que se eleve de la tierra al cielo, un grito salvador: Dios y la libertad!


[149]

CAPITULO XXII.
Disgustos de un funcionario Americano.

Levantarse con el alba, teniendo el cuerpo y el espíritu bien dispuesto, envolverse en una gran bata, amacarse en un rocking chair[48], y mientras se fuma una pipa de marilandia, darse, como dicen los Alemanes una fiesta de pensamientos, hé ahí un verdadera placer....cuando no se tienen treinta años, despues de un dia bien empleado y de una noche tranquila.

Sentado en la ventana, entreteníame en ver á la ciudad salir de su sueño. Lecheros, carboneros, carniceros, y especieros corrian por las calles, y bajando al piso subterráneo por la escalera exterior hacian el servicio de cada casa sin incomodar á sus habitantes. Habríase dicho que todo estaba calculado para que nada turbára el santuario en que reposaba el dueño de casa. La morada de un francés es un cuarto de posada: en él entra quien quiere; el home de un sajon es una fortaleza, defendida con cuidadoso celo contra los importunos y los curiosos. Es un hogar, en el sentido sagrado y misterioso de esta vieja palabra, importada de Oriente.

Mientras admiraba la calzada, barrida y regada ya por mis cantoneros, un cabriolé tirado por un lijero caballo, llegó cerca de mí metiendo gran ruido. Me han gustado siempre los caballos, y asi seguia con los ojos, el aire altivo del troton americano, cuando derrepente el animal se aplastó. Del fondo del cabriolé, y como lanzado á todo vapor, salió un enorme sombrero, pasando como una flecha por sobre las orejas del corcel y en pos de él un hombrecito, envuelto en una larga levita. Era el amigo Seth, perseguido sin duda por los manes del perro que habia hecho asesinar.

—Marta, esclamé, sacando la cabeza por la ventana. Marta, agua, vinagre; corred, yo bajo.

Cuando llegué á la calle, el hombre ya se habia levantado y[150] sacudido; pasóse las manos á lo largo del cuerpo, para asegurarse que no tenia nada roto, echóse al estomago un vaso de agua, y púsose á descinchar y acomodar el caballo, sin decir palabra. Marta estaba cerca de él, temblando como una azogada.

—Entrad, en mi casa, le dije yo á Seth; un poco de descanso os hará bien; si necesitais algo aquí estoy yo.

—Doctor Daniel, contestó secamente; yo no tengo ninguna necesidad de tus servicios. Hasta la vista.

Y tomando el caballo de la brida, lo tiró cojiando hácia la casa de Fox, el attorney; Seth venia sin duda á la ciudad por un proceso, y habria dejado de ser cuácaro si una pierna estropiada ó una cabeza lastimada le hubiera desviado de su interés.

Vuelto que hube á mi observatorio, cargué una segunda pipa. Sin pasiones, sin cuidados, gozaba de mi tranquilidad; me daba un placer de niño siguiendo con los ojos el sol, que de la cima de las casas descendia lentamente á la calle. Tres golpes aplicados á la puerta me sacaron de mi fantaseo. Era el vecino Fox, adornado de una cartera bajo el brazo. Su visita me sorprendió. Sabíale muy contrariado de su derrota electoral, y no era hombre de olvidar en dos dias ni sus odios, ni su envidia.

—Buen dia, señor inspector de caminos y calles, me dijo entrando en mi cuarto.

El modo como acentuó estas palabras, me desagradó. Soy la paciencia en persona; pero no me gusta que se burlen de mí.

—Salud al señor attorney, le contesté con balbuciente voz. Podré saber lo que me proporciona el honor de veros.

—Pues no hay mas, querido doctor, repuso él con una voz burlona, sino que sois un personaje! Vedos en el camino de la grandeza! Vuestros mismos adversarios se inclinan ante vuestro talento y fortuna. Qué pueden decir ahora vuestros envidiosos?

—No entiendo una palabra de lo que me decis, Fox; qué me quereis?

—Yo, me contestó cerrando un ojo, no quiero nada; digo simplemente que del Capitolio á la roca Tarpeya no hay mas que un paso.

Despues de esta máxima banal, echóse en un sofá, abrió su caja de rapé, respiró lentamente una narigada, y sacudió unas cuantas veces algunos polvos que habian caido sobre su chaleco. En seguida, cruzando las piernas y levantando hácia mi su[151] puntiagudo hocico, púsose á mirarme, silenciosamente, con el aire de una garduña que espera un conejo.

Intrigado de este manejo, levantéme:

—Tened la bondad de hablar claro, le dije. Qué os trae á mi casa?

—Una bagatela, me contestó, estirándose en su sitio cuan largo era y haciendo dar vuelta sus pulgares; una verdadera bagatela. Una pequeña demanda de 500 dollars.[49].

—Yo no os debo nada, asi lo creo al menos, repuse á mi vez, muy asombrado de aquella pretension.

—Sin duda, querido doctor; á mi no me debeis nada, pero á mi cliente es otra cosa.

Y esto diciendo, abrió su cartera y sacó de ella la cuenta siguiente:

Memoria de los gastos de indemnizacion debidos á Seth Doolittle, por el Dr. Daniel Smith Inspector de caminos y calles, civilmente responsable del mal entretenimiento de los mencionados caminos y calles.

1.ᵒ Varas rotas, y compostura de un tren nuevo 50
2.ᵒ Herida del caballo en el lomo, depreciacion de la susodicha bestia: al mas bajo precio 150
3.ᵒ Item mas, al referido señor Seth Doolittle, por una rodilla estropeada, un sombrero desfondado, un pantalon roto, arañazos en la cara etc., indemnizacion calculada, por bajo, por consideracion al doctor 200
4.ᵒ Por inquietudes, sacudimiento producido en el cerebro, pérdida de tiempo, etc. etc. 100
5.ᵒ Cuidados diversos, consecuencias de la herida y de la caida, consultacion de médico, dictámen de abogado, etc., etc. Memoria.

—Señor, le contesté, lanzándole al rostro su memoria de boticario,—no me placen las mistificaciones, y me asombra el papel que representais en esta farsa ridícula.

—Muy bien, dijo Fox, preferís un pleito. Como vecino, habria deseado ahorrároslo; pero puesto que no lo quereis, hé aquí el emplazamiento.

—Un pleito! esclamé alzando los hombros. Un pleito entablado por un particular contra un inspector de caminos y calles! contra un funcionario! contra un hombre público! contra un representante de la autoridad! Qué comedia! Y el artículo 75 de la constitucion del año VIII?

[152]

Cosa estraña, y que me sorprendió á mi mismo, estas últimas palabras las pronuncié en francés. Estos sajones son tan groseros, tan ignorantes en administracion, que su lengua es impotente para producir palabras tan espléndidas, como las que hacen la gloria y la grandeza de las razas latinas.

—El emplazamiento es para hoy, dijo Fox, con una sangre fria que me desarmó. Espero que lo aceptareis para no retener inútilmente á mi cliente en la ciudad. Dentro de un cuarto de hora nuestro nuevo Juez de Paz, vuestro amigo, Mr. Humbug, terminará este negocio, que, á decir verdad, no lo es tal.

—Qué! os obstinais en pretender que yo soy responsable de los accidentes de la calle?

—Quién ha de serlo entónces, si no lo sois vos? repuso el attorney. No habeis solicitado vos mismo y aceptado las funciones de inspector? No sois vos el ajente y el servidor del pueblo que os ha elejido? Si hay neglijencia, á quién la culpa, y quién debe sufrir?

—La cuestion no es esa, repuse con justo orgullo. Yo no soy un empedrador, un obrero á merced del que le paga, soy un oficial del Estado, un miembro de la autoridad que gobierna, un delegado del soberano.

—Vos sois el vijilante de los empedradores, dijo Fox, vijilante nombrado por los ciudadanos, y por lo tanto sois responsable ante los que os nombran. Conoceis algun pais del mundo donde las funciones existan para provecho de los administradores, y no para provecho de los administrados? Por mi parte, solo conozco la China con sus mandarines.

—Ignorante, esclamé! leed la ley.

—Leedla mas bien vos, respondió Fox, está en cabeza del emplazamiento.

—Leí el artículo, y bajé la cabeza. Fox tenia razon. Yo habia caido en el lazo de mi loca ambicion.

Ese pretendido honor que lisonjeaba á mi mujer, á mi hija, y aun á mí mismo, no era sino una carga llena de inquietudes y peligros. Yo era esclavo de esa multitud, á la cual saludaba la víspera como triunfador. En aquel abominable pais, el pueblo es el que manda y el funcionario el que obedece. Si lo hubiera sabido!

Una reflexion me devolvió el valor. Por muy atrasados que los Yankees estén, decia yo para mis adentros, no son del todo bárbaros. En Francia, en el hogar de la civilizacion, tenemos cuarenta mil leyes que se contradicen; haga lo que haga, la autoridad[153] acaba siempre por encontrar quien le dé la razon; quién sabe si en los Estados-Unidos no hay tambien un Boletin de las leyes? Consultaré un abogado.

Bajemos, dije al attorney. El tribunal ha de estar abierto: Humbug nos juzgará. Si pierdo mi pleito, sabré al menos á qué atenerme respecto á esta decantada libertad americana con que me aturden. ¡Chistosa libertad por cierto es la de un pueblo donde la autoridad, es decir, la nacion hecha hombre, se inclina ante la decision de un juez de paz!

En la calle hallamos al cuácaro, siempre impasible. A una señal de Fox, siguiónos en silencio. Marta acercóse á mí suspirando.

—Amo, dijo, en este mismo empedrado fué donde nos caimos el otro dia tu hija y yo.

¡Oh poder de una palabra! A estas sencillas palabras mis ideas se trastornaron: ¡Susana, Susana mia, tú eras quien perturbaba mi conciencia! Cierto, yo tengo una fé política á prueba de las locuras modernas; con la cabeza en el cadalso, sostendria contra todo el mundo que la autoridad no se equivoca jamás,—que está perdida si se deja discutir. Que un caballo, y hasta un cristiano se rompa el pescuezo en un empedrado mal tenido, es una desgracia; ¡pero qué importa! ¡Los caballos pasan, los principios quedan! El interés general está arriba de esas miserias del interés particular.—Hé ahí el dogma conservador que me han enseñado; yo lo profeso, y sin embargo, cuatro dias antes, la vista de mi hija herida habíame hecho olvidar mi símbolo. Yo tambien, en mi loca cólera, hubiera querido encontrar delante de mí un funcionario responsable, y si lo hubiese tenido habria obrado como aquel miserable cuácaro, salvo la memoria de dos mil quinientos francos. ¡Qué débil es nuestro corazon, y cuan infestados no estamos del veneno republicano!

Humbug estaba en su gabinete; entramos en él, Marte no se habia separado de su bien amado. ¿Era este un nuevo enemigo conjurado contra mí?

—Buen dia doctor, gritó Humbug apenas me vió á lo lejos. Muy bien os sienta á vos el honrar con vuestra presencia mi modesto tribunal. Nunca se enseñará demasiado á los hombres á respetar la justicia, hermana de la relijion:

Dicite justitiam moniti et non temmere Divos.

—Señor majistrado, le dije, no es un amigo sino un litigante quien comparece ante vos.

—Un pleito, dijo él á su vez, frunciendo su tupido entrecejo.[154] Habeis olvidado la sábia leccion de nuestros padres? Para poner ó aceptar un pleito, se necesitan seis cosas: primo,—una buena causa; secundo, un buen abogado; tertio, un buen consejo; quarto, buenas pruebas; quinto, un buen juez, y sexto, una buena suerte. Reunir todas estas condiciones es cosa tan casual, que yo aconsejo á todo el mundo el atenerse á esta máxima del Evanjelio. “Si alguien quiere pleitear contra tí para quitarte tu vestido, dale todavia tu manto.” Ganareis con ello la tranquilidad de espíritu, y ademas de esto los gastos de justicia.

Mientras que Humbug firmaba algunos papeles, apercibí en un rincon á Seth y á Marta en gran discusion. Las pocas palabras que cojia al vuelo no me permitian entender su diálogo. Seth hablaba de insulto, de una buena ocasion, de arreglos de familia. Marta suspiraba y jesticulaba, hablaba de honradez de Biblia y de casamiento. Era visible que los dos tórtolos se picoteaban. Bravo Marta, ella al menos habia tomado á lo sério esa Biblia que leía todos los dias. Su fidelidad doméstica triunfaba de su amor, y quizá tambien no la disgustaba asegurarse antes del casamiento de quien seria el dueño de casa.

—Escojed, pues, dijo ella, apartándose del cuácaro con un jesto de impaciencia.

—Veamos, veamos, respondió Seth, un poco de calma.

Y esto diciendo, acercóse tranquilamente á Fox, que no tuvo trabajo en demostrarle que para un hombre prudente hay siempre beneficio en perder una mujer y ganar un pleito.

El escribano anunció que la hora de la audiencia habia sonado.

Entremos, dijo Humbug; doctor, os doy el primer turno. Los pleitos son como las muelas enfermas; es menester librarse de ellas lo mas pronto posible; una vez arrancadas, pronto se las echa en olvido.

—En qué consiste, preguntéle, que hay tan poca jente en la sala? yo creia que en un pais libre la justicia era el gran asunto de los ciudadanos.

—Querido doctor, repuso el juez de paz, veis esos tres taquígrafos que preparan su papel y su pluma? Os diré, pues, como lord Mansfield en otra ocasion: “El pais está ahí.” Estad tranquilo, antes de dos horas todo París se ocupará de vuestro pleito. La publicidad de la justicia es la publicidad de los diarios. Suprimid el extracto y sereis juzgado en secreto, estrangulado entre dos puertas aunque haya trescientas personas[155] de por medio. El foro de un pueblo de treinta millones de almas, el nuestro, es el diario. Merced á él, el menor litigante, el mas oscuro criminal, tiene por juez, por testigo y abogado, al pais entero. La prensa, mi buen amigo, creédselo á un viejo periodista, es la única garantia de la justicia y de la libertad.

En estas palabras de Humbug, yo no ví sino una cosa, ese diabólico tablero que iban á levantar en la calle, á fin de divertir á todo París, con mi mala ventura. Para librarme de tal fastidio, tomé una heróica resolucion. Perderé mi pleito, me dije, pero pondré á los que se rien de mi parte.

Iba á hablar; pero Fox ya habia leido sus conclusiones y comenzado su alegato.

—Hay, dijo ajitando su brazo del lado mio, hay ciertos hombres, que sin jenio, sin talento, sin capacidad; pero aflijidos por una ambicion ridícula ó por una comezon mal sana, mendigan el sufrajio popular, imajinándose que las funciones públicas son hechas para satisfacer su pueril vanidad.

Este exordio me bastaba; curábame poco de que imprimieran lo que pudiera venir en seguida.

—Permitid, le dije....

—No me interrumpais, esclamó con su mas agria voz, y poniéndose en jaque como un gallo cuyas plumas se encrespan, no me interrumpais, volvió á repetir.

—Perdonad honorable attorney, repuse yo, antes de pleitear es menester que haya un proceso, aquí no lo hay.

—Señor juez, continué, nombrado inspector desde hace cuatro dias, podria escusarme con la novedad de mis funciones, y acusar á mi predecesor de una neglijencia de que yo no soy culpable; pero Dios no permita que un oficial público, un mandatario del pueblo incurra en semejantes chicanas. El cargo obliga; yo quiero ser el primero que dé el ejemplo del respeto á la ley. Me reconozco responsable de un accidente que lamento, es pues inútil que ataqueis á un hombre que no sueña en defenderse siquiera.

—Muy bien esclamó el cuácaro, incapaz de contenerse. Amigo Daniel, tú eres un funcionario segun el corazon de Dios: un Booz, un Samuel; dame los quinientos dollars ó una fianza bastante y me declaro satisfecho.

—Un poco de paciencia, repliqué yo; estoy pronto á pagar sobre tablas toda indemnizacion lejítima; pero no quiero discutir siquiera esa indemnizacion. Defiero el juramento á mi adversario;[156] que este buen cuácaro sea el que por sí mismo fije la cifra del daño que le he causado.

—No acepto, gritó Seth, furioso y turbado, me gusta mas pleitear; mi abogado me habia prometido un éxito completo. Un cuácaro presta acaso juramento? Daniel, no lees el Evanjelio? Cristo ha dicho: “No jures en manera alguna, ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque esta le sirve de escabel á sus pies; ni por Jerusalem.”

—Basta, dijo Humbug; acabe ahí ese canto inútil. No se te pide que digas en presencia de Dios, y como Cristo lo enseña: esto es ó esto no es. Entra en tu conciencia, piensa en tu salud. Te exijo la verdad, toda la verdad, solo la verdad. Con todo lo cual, Dios te ayude.

El cuácaro se rascó la cabeza y miró á su abogado con aire lastimoso. Fox permaneció mudo. Seth se volvio, y viendo á Marta de pié y silenciosa cerca de él, palideció y se puso á balbucear. Su conciencia, su interés, su amor, sostenian una terrible batalla; y es menester decirlo para honor del cuácaro, el interés no llevaba la mejor parte.

—Aquí está el memorial, dijo él, los hechos son exactos, pero naturalmente en el precio algo se puede rebajar. Las baras no eran nuevas; sin embargo será necesario componerlas. Cinco dollars, no es mucho, no es verdad, Marta?

La muchachona hizo una señal con la cabeza como la estátua del comendador en la Opera de D. Juan.

—Pongamos cinco dollars, repuso el cuácaro con tono lamentable. El caballo ya estaba maltratado, pero la llaga ha vuelto á abrirse. Esto vale muy bien cinco dollars, no es verdad, Marta?

—Para mí, continuó, no pido nada; pero mi pantalon está roto y he perdido mi dia. Pongamos diez dollars, no te parece Marta?

—Y el abogado, gritó Fox, vas á olvidarlo?

—El abogado, repuso el cuácaro, dichoso de descargar el furor de su avaricia contra alguien; el abogado es un tonto que me ha dado un mal consejo. Cinco dollars, en pago de diez palabras inútiles, es demasiado, qué dices Marta?

Y los ojos de Seth resplandecieron viendo que su bien amada echaba á la risa el percance de Maese Fox.

—He aquí los veinticinco dollars, dije yo á mi turno, felicitándome de quedar á mano á tan poca costa.

—Ah! Marta, esclamó el cuácaro, que ruina es la conciencia.[157] Seguro estoy de que no la tienen las jentes que hacen fortuna, y si la tienen no se sirven mucho de ella que digamos.

—Silencio, hijo de Belial! dijo Marta; bendito sea el cielo que me ha colocado cerca de tí.

—Bravo! doctor, me dijo Fox haciendo una respetuosa reverencia, sois pasablemente artéro, y no es poca dicha para nosotros que no seais abogado.

—Pues estais equivocado, cófrade, repuse yo sonriendo, soy del oficio.

—Como así? dijo Humbug.

—Hace algunos años hice una memoria de medicina legal á propósito de las mujeres que dulcifican indefinidamente el carácter de sus maridos, á fuerza de láudano discretamente administrado. Esto me valió un díploma de la universidad de Kharkoff; soy abogado y doctor en derecho entre los cosacos.

Cófrade, dijo Humbug, con tono solemne, hacedme el honor de sentaros á mi lado, y vosotros, señores estenógrafos, no olvideis este hecho maravilloso. Un médico, doctor en derecho de la universidad de Kharkoff, es cosa que no se vé sino en América. Estoy seguro de que en toda la vieja Europa no se hallaria un fénix semejante al que poseemos en París....en Massachusetts. Kharkoff, señores, no lo olvideis, Kharkoff!


[158]

CAPITULO XXIII.
La audiencia de un Juez de Paz.

Sentéme al lado de Humbug, teniendo cuidado de echarme respetuosamente para atrás; y mientras despachaban asuntos civiles sin importancia, me puse á examinar la sala y los actores.

No habia estrado para que el majistrado quedára mas alto que el justiciable; una simple barra de madera separaba al tribunal y al público. Humbug estaba sentado detrás de un gran escritorio, y á su lado escribía el clerc ó escribano. Frente al juez habia una especie de palco con reja destinado al acusado; un poco adelante del acusado habia una mesa para el querellante y los testigos. Nada mas. Lo que aumentaba la simplicidad del espectáculo, era que nadie llevaba traje especial. Humbug estaba de frac negro, sentado y con el sombrero puesto; los abogados no tenian ningun distintivo particular. Allí no se veían ni capelo, ni toga, ni pelucas. Aquel pueblo primitivo tiene una fé tan injénua en la justicia, que cree en ella sin ceremonias. Siéntese en todas partes la grosería puritana. Añadid que habia un puesto de honor para los estenógrafos. Ellos son los que representan al pueblo, vijilando á sus majistrados y juzgando á la justicia. Oh democrácia! y son esos tus trofeos? Y sin embargo, no hay un pais donde se lleve mas lejos el respeto á la ley y la confianza en el majistrado. Es una de esas rarezas que prueban hasta la última evidencia que el Sajon ha sido creado para la libertad, así como el Francés para la guerra y el Aleman para las cóles, el jamon y la filosofía. Suponer que tan fuerte alimento conviene á todos los estómagos fué la locura de nuestros padres. Los pobres, no adivinaron en su ignorancia que hay razas individualistas y razas centralistas (qué dos lindas palabras!), las unas hechas para cernirse solitariamente en el espacio á la manera del Milano; las otras para vivir en rebaños y ser esquiladas como los carneros. La política, la relijion, la filosofía, la libertad, son cuestiones de historia natural, variedades que distinguen al homo civilizatus entre todas las bestias de dos ó de cuatro patas. Admirable descubrimiento! Eterno honor de los grandes injenios de nuestros tiempos.

[159]

Así que hubo terminado la lista de los pleitos civiles, hicieron entrar á un acusado en el palco. Era un jóven pálido, de largos cabellos y aire afeminado é impudente. Interpelado por Humbug, dijo su nombre y su domicilio y que pleiteaba no culpable.[50] Sentóse en seguida, y pasando la mano por los bucles de sus cabellos, miró á sus acusadores con desdeñosa sonrisa.

—Señor majistrado, dijo un policemen[51], teneis delante de vos á uno de los mas hábiles rateros de la ciudad; entre la multitud donde le hemos aprehendido habian cortado seis bolsillos en un cuarto de hora. Al fin hemos cojido á este pícaro, que no nos era desconocido; en el forro de su frac tenia estas grandes tijeras; pero en sus bolsillos no hemos hallado nada.

—Hay algun otro testigo, alguna otra prueba? preguntó el juez.

—Nó, señor majistrado.

—Entónces, haced salir á ese gentleman[52], y otra vez procurad ser mas hábiles.

El ladron saludó á Humbug, y se retiró tranquilamente, como un hombre que no ha dudado un punto de su absolucion.

—Cómo! le dije yo á Humbug, así soltais á ese pícaro?

—Sin duda, no hay cuerpo de delito.

—Pero, y la mala reputacion de ese miserable, y esos bolsillos cortados y esas tijeras? Qué! no son pruebas?

—Nó, repuso Humbug; esas son simples presunciones. Es muy probable que ese hombre haya entrado entre la multitud para robar; pero la ley que castiga el crímen no castiga la intencion. Ella deja lugar á la hesitacion, al miedo, á los remordimientos. Si fuéramos á condenar á las gentes por sus intenciones, cuál es el hombre de bien que no habria merecido ser colgado diez veces en su vida? Y por otra parte, si le dais al juez el derecho de leer en el alma del acusado, qué es la justicia humana, sino una hipócrita arbitrariedad? El acto culpable deja de constituir el delito, y es el capricho ó la preocupacion del majistrado el que lo constituye.

—Dichoso pais, esclamé, donde la ley proteje al ladron.

—Mas proteje al inocente contestó Humbug.

—Con vuestro sistema de inquisicion, quién escaparia á los[160] ódios privados ó á las venganzas políticas? Con vuestro derecho de interpretacion, qué juez no estaria espuesto al error y al arrepentimiento? Temis es ciega, amigo mio,—ni oye, ni siente. Si quereis que obre, echad en su balanza un cuerpo de delito, alguna cosa material, pesada, que haga inclinar el platillo; pero presunciones, intenciones, recuerdos enojosos, nada de esto tiene peso.

Sunt verba et voces, prætereaque nihil.

En aquel momento, una especie de hércules vestido de policeman, entró en la audiencia, asiendo del cuello á un hombrecito que jesticulaba como un diablo en una pila de agua bendita; no garantizo la exactitud de la comparacion. El jigante empujó vigorosamente al enano en el palco; en seguida, acomodándose el frac, cuyo cuello se habia roto, y limpiándose la cara toda arañada:

—Ved lo que hay, señor majistrado, dijo con voz jadeante; es un rebelde lo que os traigo.

—Perdon, dije yo á Humbug; supongo que no vais á juzgar sobre tablas un delito flagrante cometido fuera de la sala.

—Por qué nó? repuso el juez, sorprendido de mi pregunta.

—Y las formas, esclamé. Comenzad por poner á ese hombre preso, dejad que la policia levante un sumario, en seguida haced deponer una queja, sobre esa queja proceded á una fria y séria instruccion; hecho esto, fiscalizad esa misma instruccion, para no dar cabida al error, ni á la pasion. Tomad quince dias, tomad un mes, tomad tres meses, si es menester, el tiempo no es nada; pero observad las formas; ellas son las garantias de la libertad.

—Estad tranquilo, doctor; vamos á hacer la instruccion en la audiencia, en público, con el pais por testigo. Semejante luz disipa todo error y toda pasion.

Solem quis dicere falsum Audet.[53]

El acusado tendrá todas las garantias que pedis, salvo la prision preventiva, en la que supongo no tiene tanto interés como vos.

—Pues es el caso, continuó el policeman, que yo llegué ayer de mi provincia, y que haciendo esta mañana mi primera ronda, acudió á mí este señor muy apurado, respirando apenas y colorado como una remolacha—“Policeman, me gritó; al fin os[161] encuentro! Pronto, pronto, socorro; hay necesidad de vos. “Qué hay?” le contesté. “Hay, respondió, que van á cometer una muerte abominable, si vos no os interponeis. Veis aquel jentío que se revuelve; allí hay un hombre que apalea su mujer con un garrote. Escuchad, gritan al asesino! Corred pronto, evitad una desgracia.”

—Y quién es ese particular? le pregunté yo.

—“No es grande, me contesta, pero es un salvaje.” Bueno le dije, he visto peores aun.

Abreviad, dijo Humbug.

—Voy á acabar, mi majistrado; corro y me abro paso por entre la muchedumbre, que no se movia; el hombre estaba allí, descargando sendos garrotazos sobre la cabeza de su mujer.

—Le habeis arrestado?

—No, mi juez, dijo el hércules rascándose la oreja y bajando la voz; era.... era Polichinelle.

—Continuad, dijo Humbug mordiéndose los lábios, mientras que el público reía de buena gana á la vez que el acusado.

—Sí, mi majistrado. Vuelvo á mi puesto, un tántico contrariado, como era natural. Y entonces llegan todos los pilluelos de la ciudad, encabezados por el señor, y silvando á cual mas. “Policeman, me gritan, os llaman; al asesino! al matador! Polichinelle mata su mujer!” Yo me dije: “Me han jugado una farsa, la ley no la prohibe; he caido en el lazo, callémonos; es menester que uno pague su aprendizaje.” Sigo caminando pacíficamente, como si nada hubiera pasado, cuando este señor, que á lo que parece le han pagado para que divierta la ciudad, se planta delante de mí, y me dice en alta voz: “Te conozco, te conozco, tú eres un ladron, un asesino!” Yo, le grito. “Sí, tú, me contesta. Ciudadanos, os pongo á todos por testigos y jueces. Decid si no ha muerto un Ourang-outang para robarle la cara?”

—Muy bien señor, le dije, ahora me toca á mí: eso es un insulto, tengo la ley en mi favor. Seguidme ante la justicia. Quiere huir, y le detengo del cuello; él me contesta con una trompada en la cara; le tomo, pues, en mis brazos y aquí está sin rotura. No hay mas!

El acusado se levantó muy corrido, declaró que no negaba los hechos, y se escusó de su resistencia, diciendo que no habia creido que cometia un delito jugando como Polichinelle.

—Os equivocais, señor, contestó Humbug con tono chocarrero. Si conociérais mejor á vuestro digno modelo, sabriais que[162] despues de cada una de sus proezas se le pone preso en una caja cuidadosamente cerrada. Seré menos severo con vos; todo no os costará sino diez dollars de multa, y diez dollars por los perjuicios causados á este bravo policeman. Dadle las gracias por su bondad, que si hubiera apretado los dedos erais hombre muerto.

El hombrecito sacó de una grasienta cartera algunos billetes, que de bastante mala gana dió al escribano; salió suspirando, saludado afuera por los silbidos de la multitud que aplaudia al policeman. Esta vez Goliat habia batido á David; es cierto que habia hecho entrar á la justicia en juego.

Despues del caballero de madame Polichinelli, desfilaron delante de nosotros los infalibles de la policía correccional: mendigos, vagabundos, borrachos, calaveras, pendencieros, caballeros de industria, jugadores y otros pillos; era aquello un cuadro vivo de todas las miserias y de todos los vicios. Viendo la rapidez y seguridad con que Humbug instruía y juzgaba cada asunto, viendo sobre todo como el condenado aceptaba sin quejarse, un castigo previsto,—me reconcilié con el modo de actuar de los americanos. La publicidad de la instruccion criminal podría muy bien ser uno de esos descubrimientos modernos que suprimen el tiempo. Apoderándose en su primer fuego de las palabras de todas las partes, en lugar de coagularlas en un papel que no conserva de ellas ni el sonido ni el sentido; poniendo frente á frente acusados, acusadores, testigos y abogados, el juez americano condensa en algunos instantes la verdad, que entre nosotros se evapora muchas veces en los mil canales que la enfrian. Hacer buena y pronta justicia sin menoscabar la libertad,—hé ahí el problema que estos Yankees han resuelto. La ciencia nos ha engañado á nosotros,—la casualidad les ha servido á ellos.

Habia un punto, sin embargo, sobre el cual me quedaba algun escrúpulo. Le pregunté á Humbug si no estaba espantado de su poder. Tener asi en sus manos la fortuna, el honor, la libertad de tantos acusados, disponer de todo ello por sí solo,—es una responsabilidad terrible.... No valdria mas dividirla?

—Nó, repuso Humbug, se opone á ello el interés de la justicia. Formar un tribunal de tres ó cuatro jueces, no es multiplicar la responsabilidad, es dividirla; el acusado pierde en ello su mejor garantia. Siendo solo y estando bajo las miradas del público, me parece que Dios me mira; siento toda la santidad[163] del deber que desempeño. Cuantos mas cofrades tuviera, tanto menos comprometido me creeria. Qué es una tercia, una quinta, una segunda parte de responsabilidad? Y si el juicio es inícuo ó cruel, con quién se entenderá la opinion?

—Sin embargo, le dije, ved el jurado.

—Es el ejemplo que iba á citaros, me dijo. En este pais la mayoria es soberana; el número, es el que hace la ley en todo. Solo la justicia está fuera de esta condicion. El acuerdo de once jurados, no puede arrebatarle al acusado ni la vida, ni el honor; basta la abstencion de un solo hombre para tener en jaque su veredicto. De dónde proviene esto? Es que aquí hay una cuestion moral,—no un problema de aritmética; la voz que absuelve tiene mas peso quizá que las once que condenan. Así, lo que el lejislador pide, no es la mayoria,—es la unanimidad. Lo que él necesita, no es una responsabilidad dividida en doce partes,—son doce responsabilidades. En esto no hay, como lo veis, ni apariencia de escepcion; es siempre la misma regla; pero reforzada: unidad de juez, ámplia y completa responsabilidad.

Este razonamiento me sorprendió, siempre había creido que la unanimidad del jurado era uno de esos viejos restos de barbárie feudal, que nos divierten á espensas de la Inglaterra, haciéndonos sentir mejor nuestra superioridad. Humbug turbaba la serenidad de mi fé. En vano traia á mi memoria las sábias palabras de Montaigne: “Oh! que dulce, que muelle y que santa cabecera es la ignorancia y la falta de curiosidad para reposar en ella una cabeza bien hecha!” La duda es como la lluvia, ningun viajero se escapa de ella. Franceses! quereis guardar ese lejítimo orgullo, esa pura satisfaccion de vosotros mismos, que hace vuestra fuerza y vuestro placer? Pues no perdais nunca de vista vuestras veletas!

Un movimiento que se hizo en el auditorio,—movimiento seguido de un largo murmullo, nos anunció la llegada de un personaje importante. Un hombre gordo se adelantó majestuosamente, la cabeza levantada, medio cerrados los ojos, soplando á cada paso, sin mirar á nadie. Llegado que hubo á la mesa de los demandantes, saludó á Humbug con un jesto familiar y aire de proteccion. Era el banquero Little, en cuyas hinchadas mejillas se leía la insolencia de sus veinte millones.

Tras él, dos policemen, conducian á un hombre de gran estatura, flaco, de cara desencajada, de ojos ardientes y aire de jugador que ha arriesgado su vida parando á una carta, y que ha[164] perdido. Dejóse caer en el asiento de los acusados, y se ocultó la cara entre ambas manos.

—Señor, dijo el banquero, esta mañana han presentado en mi casa esta letra de dos mil dollars, que pongo sobre vuestro escritorio. Mi cajero, que es un mozo intelijente, vos lo conoceis, Humbug, no hallando este pago indicado en el cuadro de vencimientos, ha tenido la idea de traerme el billete, no obstante la insignificancia de la suma. El nombre del jirante, los endoces, mi aceptacion, todo es falso. Desde esta mañana, ya se han presentado tres veces con billetes semejantes, que han tenido cuidado de no dejarme. Es un golpe combinado entre cierto número de pícaros. Han calculado que me nombrarian intendente municipal, que hoy estaria ausente y que mi cajero no se atreveria á rechazar jiros con mi firma al pié. He cojido al señor; ahora toca á la justicia descubrir sus cómplices.

—Acusado, dijo Humbug, teneis algo qué contestar? Ved que se tomará nota de todas vuestras palabras, y que se hará uso de ellas en contra vuestra; reflexionad antes de hablar.

—Por ahora, nada tengo que decir, murmuró el acusado.

—Entonces me obligais á enviaros ante la corte de assises por falsario, añadió Humbug con voz conmovida. Podeis presentar dos fianzas de cinco mil dollars cada una? De lo contrario me veré obligado á poneros preso.

—Veré de encontrar fiadores, respondió el acusado.

—Muy bien. Subid en carruaje con dos policeman, y ved á vuestros amigos. A vuestro regreso, iremos con vos mismo á inspeccionar vuestros libros, tomando otras precauciones del caso.

—Vais á dejar en libertad á ese falsario? le dije á Humbug. No veis que tiene cómplices, que los advertirá y lo que es mas, no veis que se escapará?

—La ley, respondió el juez, no establece la prision preventiva sino para los crímenes que llevan aparejados la pena capital. En todo lo demas, se remite á la discrecion del juez. Por qué quieres que le quite á ese hombre el medio de defenderse? Será para que comparezca como víctima ante la corte de assises, y para que el interés se adhiera, no al robado, sino al ladron? Serán necesario pruebas, espertas averiguaciones; puede esto, hacerse á tientas en ausencia del acusado? No tiene acaso el acusado el derecho de discutir y criticar todos los cargos amontonados contra él? La instruccion criminal, no es una pena, es la averiguacion de la verdad.

[165]

—Con vuestra falsa humanidad, esclamé, desarmais la sociedad; no es así como yo entiendo la justicia.

—Cómo la entendeis pues? preguntó Humbug.

—Permitidme una comparacion, repuse. En la sociedad lo mismo que en un bosque, hay aves de rapiña y animales de presa; son los enemigos que la policia y la justicia buscan constantemente para cazarlos. La policia los acecha, la justicia los espera al paso; el majistrado, cazador hábil, abate y destruye esa ralea maldita. Pedidle al lobo una fianza, ofrecedle un salvo conducto al zorro, vereis qué se hacen los carneros y los pollos.

Protejer á las jentes de bien, es el primer deber de la justicia; á los malos no les debe sino castigo y esterminio.

—Caro amigo, dijo Humbug, vuestras bromas son crueles.

Quænam ista jocandi
Sævitia.

Si hay lobos entre los pobres humanos, lo que estoy lejos de negar, por lo menos tienen la misma piel que las ovejas; antes de matar al salteador, es menester reconocerlo. Esa obra requiere una mano mas delicada que la del cazador. La justicia, no es bajo otro nombre, sino la sociedad, madre de todos los ciudadanos; hasta la condenacion, ella cree en la inocencia de sus hijos. Esa confianza maternal no es una palabra vana; es una ternura activa que proteje y sostiene al acusado, sin abandonarle un momento. Vos creis sin duda que es el jurado quien castiga el crímen; desengañaos. La instruccion se hace entre nosotros de una manera tan franca, tan libre, tan jenerosa, que á decir verdad es el culpable el que se condena á sí propio, aceptando la expiacion. Seguid nuestras cortes de assises, vereis que lo que desarma al acusado, es la misma dulzura de nuestros procedimientos judiciales. Si se le ataca, se subleva; si se le insulta, se ultraja; el orgullo y la cólera sostiene al malvado lo mismo que al hombre de bien. Pero justificarse cuando solo los hechos acusan, esponer uno simplemente su conducta, dar cuenta de sus acciones, es el privilejio de la inocencia. Nada espanta á un criminal como el sentirse solo cara á cara consigo mismo,—teniendo por testigo y por jueces al presidente que lo proteje y al jurado que lo acusa. Así lo mas frecuente es que concluya confesando su falta ó encerrándose en un silencio obstinado lo que equivale á una confesion. Lo que vos llamais la debilidad de nuestras leyes, es lo que hace su virtud y su hermosura.

[166]

No entiendo una palabra de vuestra filantropia quimérica, le contesté; no es asi como se entiende y se practica la justicia........

En Kharkoff, entre los cosacos! interrumpió Humbug riendo; ya lo creo, esos caballeros no son cristianos.

Son cristianos como yo, repuse, pero........

Buenos dias mi juez, gritó, mientras encerraban en el palco á un hombre de figura violácea, con unos ojos tan resaltantes como los de una langosta de mar y una voz asmática y ronca: soy yo, Paddy, no me reconoceis?

Dos veces, en cuatro dias, es demasiado, dijo Humbug.

Escusad, mi majistrado, dijo el acusado, señalando á los policeman,—estos señores tienen la culpa. No tienen piedad con los pobres. Ayer, domingo, salgo para pasearme tranquilamente, llevando en la mano una botella de jinebra, á la manera de un cristiano que no quiere ponerse furioso por no haber hallado que beber en un dia sábado. Encuentro á este gran diablo allá, le pregunto políticamente el camino del hospital. “Lo tienes en la mano, me contesta.”—Esto, dije, enseñándole mi botella, es el consuelo de mi vida.—“Es tu enemigo repuso él.”—Eh bien, policeman es menester amar á vuestros enemigos. Esto diciendo bebo á mi salud, y tropieso con Patricio O’Shea, un compatriota hijo de la verde Erin, muy enemigo de los Sajones. El domingo no encuentra uno un amigo sin boxear un poco con él: cosa de risa, no es verdad, mi juez? Todavia no sangrábamos cuando el policeman me atrapa del hombro diciéndome: “Tienes tres dollars qué pagar?” No, mi bolsillo tiene un agujero y mi mujer no lo ha compuesto.—“Si no tienes con qué pagar la multa, añade, porqué te bates?”

Policemen, le contesté, teneis razon; cada cual debe divertirse segun sus medios,—con lo que me largo de bracero con Patricio, siempre amigos. Pero hé aquí que Patricio se pone á embromarme sobre las últimas elecciones; es demócrata.—“Tu juez, dijo, (era de vos,mi majistrado, de quien hablaba), no vale un píto; en cuanto al doctor se asegura que es brujo.”

Como era natural le cierro la boca de un puñetazo; él me lo devuelve; yo le doy una sancadilla, y sas tras, doy con él en tierra:—Te ahorco, le dije, si no confiesas, y le aprieto el pescuezo para que confiese.

Para que confiese qué, preguntó Humbug.

Qué, mi juez! que vos valeis un pito y que el doctor no es brujo.

[167]

Paddy, repuso Humbug, con aire serio, os damos las gracias por vuestra buena opinion respecto de nosotros; pero por haberos emborrachado y peleado en la calle tendreis que pagar diez dollars.

Diez dollars! esclamó el borracho, de dónde quereis que los saque?

Si no los encontrais de aquí á mañana, cinco dias de prision os dejarán chancelado.

—Y mi mujer, y mis hijos? murmuró Paddy.

—Ayer fué cuando debiste pensar en ellos, repuso el juez; hoy es ya tarde.

Fariceos esclamé, al fin os sorprendo. Con que teneis dos pesos y dos medidas. Gracias á su dinero, el rico puede permitirse todos los vicios; el pobre tiene que espiar en prision el único crímen que no perdonais: la miseria. Es eso equidad? Para un mismo delito, yo no admito sino una misma pena; encerrad á todos los culpables ó no encerreis á nadie. La justicia no es sino otro nombre de la igualdad.

—Dichosos lójicos, dijo Humbug, admirables conductores de los pueblos! se os importa poco matar la libertad, con tal de conducirla en linea recta al abismo. El dia en que los astutos verdugos hicieron morir bajo el látigo á los nobles y á las mujeres, sospecho, sublime doctor de Kharkoff, que vuestro corazon palpitaria, esclamando: Gran victoria de la igualdad!

—No, no, repuse á mi vez; tengo horror al despotismo; quiero la igualdad que eleva, y no la igualdad que rebaja; pido que á los siervos se les trate como á nobles,—no á los nobles como á siervos.

—Muy bien, amigo mio, repuso el juez; pero aquí es donde comienza la dificultad. Hay siempre un punto en el que, á menos de imitar á Procusto, el mas perfecto de los lójicos, no llegareis nunca á la igualdad.

Nuestras viejas leyes Sajonas, que vos encontrais duras, y yo hallo justas y suaves, siempre cuidan de tratar bien á la libertad. Escepto los crímenes atroces, ellas atacan la bolsa,—no á la persona culpable. Si el verdadero medio de contener al hombre arrastrado por la pasion es ponerle delante la responsabilidad que le espera, nada vale lo que las penas pecuniarias; creed en la esperiencia. Hay paises donde el adulterio es una gracia; la falta de fé un juego permitido; el duelo una proeza que honra hasta el malvado. Entre nosotros, no se seduce ni á la mujer ni á la hija del vecino, ni se mata á las jentes para[168] reparar la injuria que se les hace. Por qué? Por la muy prozaica razon de que cada una de esas amables locuras cuesta quince ó veinte mil dollars. Nadie tiene interés en arruinarse para ser la fábula de la ciudad, y lo que es peor aún, un objeto de burla.

—Tal es la ley, cuya fuerza y sabiduria ha consagrado un uso diez veces secular. Pero qué hacer cuando el condenado no tiene nada? Debe dársele al pobre un privilejio de impunidad, sacrificar la libertad por amor á la uniformidad? Nuestros antepasados han decidido y nosotros hemos conservado su máxima: El que no puede pagar con su bolsillo paga con su piel: luat cum corio. Entre nosotros la multa es la regla, la cárcel la escepcion. Porqué? Porque la libertad es el principio; y á decir verdad, la cárcel no es sino un medio de ejecucion contra un deudor insolvente. Qué veis de injusto en todo esto?

—No veo la igualdad, repuse.

—Pues bien, doctor, sois ciego. Hay dos especies de igualdad: la una, que no conviene á las sociedades humanas,—es la igualdad material y brutal que no toma en cuenta ni la edad, ni el rango, ni la fortuna. Las mismas penas en condiciones iguales, es la igualdad absoluta, es decir, la suprema injusticia. La otra igualdad es la que proporciona el castigo,—no segun la definicion del delito, que no es sino una palabra, sino segun el acto mismo y segun la persona del culpable. Al rico una fuerte multa, al pobre una multa suave, y en defecto de paga algunos dias de prision,—es una ley en la que tanto la justicia y la igualdad verdaderas se encuentran consultadas no menos que la libertad.

—Paddy! esclamé llamando al borracho que levantó hácia mi sus grandes ojos con asombro: tomad estos diez dollars, buen hombre, idos en paz á vuestra casa, y no volvais á pecar. Hé ahí mi respuesta, añadí, volviéndome hácia Humbug: es una protesta contra la iniquidad de vuestras leyes.

Es la justificacion de su escelencia, respondió él. Si por amor á la igualdad, hubiéramos establecido la prision como pena de la embriaguez, qué socorro hubiérais podido prestarle á esa interesante víctima? La multa, por el contrario, tiene el gran mérito que las almas tiernas pueden siempre correjir la dureza de nuestros juicios. Y digan lo que digan los lejistas, esa raza de corazon empedernido, cuando hay lucha entre la caridad y la justicia, es bueno que la última palabra se diga en favor de la caridad.

[169]

—Gracias, doctor, gritó Paddy, deshaciéndome los dedos entre sus manos; voy á beber á vuestra salud; el primero que se atreva á decir que sois brujo, lo aplasto, á fé de cristiano.

—Ved ahí un hombre correjido, dijo Humbug. Ahora si no hay nada mas á la órden del dia levantemos la sesion.

De allí volvimos á mi gabinete, donde encontramos al Presidente de la corte, de assises en una gran ajitacion.

—Os esperaba, le dijo á Humbug: héme aquí en un gran embarazo. El jurado está reunido, el attorney jeneral me falta á su palabra. Me escribe que está en cama, retenido por tales dolores de entrañas que le es imposible levantarse.

—Entrañas.... un attorney jeneral! Eso es inverosímil, esclamó Humbug.

—Amigo mio, no riais, y socorredme, dadme alguien que pueda reemplazar á nuestro acusador público.

—Tomad á este querido Daniel, dijo el juez, siempre dispuesto á reir. Es el hombre que buscais. Abogado y doctor de la universidad de Kharkoff. Un prodigio de gravedad, de inflexibilidad, de legalidad y de sentimentalismo. Teneis ahí en una sola persona,—un Coke, un Mansfield, un Erskine y demás.

—Venid pronto señor, dijo el presidente, tomándome el brazo; vos me salvais la vida.

—Permitid, le dije........

—No, no, interrumpió él, no escucho nada. Nada de falsa modestia; sois doctor, eso basta.

Al mismo tiempo, Humbug me cojió del otro brazo; lleváronme á la sala, presentáronme al jurado, y me instalaron sin haber podido soplar una palabra. Humbug se puso despues de mi, y riéndose de mi percance, me mostró en el banco de la defensa á Fox estupefacto, que me miraba cerrando los ojos.

—No habia como desdecirse; la suerte que se burlaba de mi me condenaba á representar una nueva comedia: el attorney por fuerza.


[170]

CAPITULO XXIV.
Un attorney jeneral.

Querido lector! Os ha empujado alguna vez al agua por sorpresa, una mano traidora, y sin saber nadar? Pues bien, entonces podeis haceros una idea de mi triste situacion. No me sentia en estado de decir dos palabras seguidas, pero retirarme hubiera sido ridículo; no habria habido bastantes silvidos para mi en toda la ciudad; resolví pues, armarme de paciencia y sostener mi papel hasta el fin.

Saqué mi cartera, arranqué de ella algunas hojas y me puse á escribir de memoria algunas de esas bellas fraces que no dicen nada; pero que hacen el mayor efecto, cuando se las coloca á propósito en una improvisacion cuidadosamente preparada. Armado así, esperé la batalla, con la firmeza de un soldado que va al fuego, diciéndose que hará pié.

El primer acusado que condujeron era un malvado abominable, que habia envenenado lentamente á su mujer, despues de haberle dictado un testamento; el crímen era flagrante y las pruebas irrecusables, de manera que el miserable ni siquiera tentó defenderse.

—Me defiendo culpable, murmuró con voz trémula, pálido el rostro y ojos de loco. La muerte, pido la muerte. Que me quiten la vida.

La asamblea quedó en profundo silencio.

Levantéme majestuosamente, puse mi lente á caballo sobre mi nariz, tosí tres veces, y teniendo mis apuntes en la mano izquierda, mientras movia mi brazo derecho cadenciosamente, comencé con voz baja y lenta:

“Señor presidente, señores jurados:

Nemo auditur perire volens, no se escucha al que quiere morir, es una de las grandes y saludables máximas que nos ha legado la profunda sabiduria de nuestros venerables antepasados, sabiduria bien superior á la loca ciencia y á la orgullosa razon de las jeneraciones de hoy dia; nemo auditur perire volens es una máxima que no ha sido inventada solamente, para protejer[171] al culpable contra su propia desesperacion, sino para asegurarle á la sociedad la justa satisfaccion de una venganza lejítima.

“Sí, señores, cuando un crímen execrable ha sido cometido; cuando nuestra admirable ciudad, rejuvenecida por el esplendor de esas gloriosas construcciones que hacen honor infinito al jénio prodijioso de nuestra hábil y sábia edilidad; cuando, decía, nuestra ciudad, Roma moderna, mil veces mas bella y mas grande que la Roma de los Césares, se despierta al amanecer, terrificada por la noticia imprevista de uno de esos horribles atentados que revelan una depravacion incalificable, fruto intoxicado de una civilizacion que las revoluciones y el periodismo han corrompido; entonces, entonces, señores, la justicia, que vela siempre, debe cumplir una mision sagrada, mision tan difícil como grandiosa. En defecto de una palabra fácil, en defecto de esa elocuencia majistral, gala de tantos de mis ilustres cólegas, que no nombro, teniendo en consideracion su exesiva modestia, los magistrados que al menos se inspiran en su conciencia traen á este recinto su enérjica conviccion, su humilde y firme abnegacion á la causa del órden, de las leyes y de la sociedad.

“Aquí, señores jurados, se dá un grande y hermoso espectáculo, aquí vuelve á empezar en todos sus detalles, una trajedia, dolorosa sin duda para las jentes honradas, pero necesaria á la espiacion del crímen y á la edificacion del pais entero. En este drama espantoso, el libertinaje hace la esposicion, la avaricia llena el segundo acto, el veneno es su nudo, la instruccion, por su maravillosa habilidad, precipita las terribles peripecias, y así llegamos al desenlace fatal y próximo. Ese desenlace vengador, está en vuestras manos, señores jurados, vuestro veredicto no es dudoso. Abrumado, por el peso de su falta, vencido por la justicia, el culpable ha confesado todo; ahí está ante vosotros agobiado, herido por los remordimientos. Su condena está escrita sobre su frente malvada, como lo está en vuestros nobles corazones.

“Que no crea que esa confesion forzada pueda librarle de la afrenta que ha merecido. En vano aparta su cabeza criminal, en vano aleja sus lábios impuros del cáliz amargo que su crímen execrable le ha preparado; la ley ciega y muda, la ley justamente inexorable, la ley santamente implacable, quiere que apure hasta las heces su maldad. Su suplicio es el castigo del pasado y la leccion del porvenir.”

[172]

—Basta, por Dios, basta, me dijo Humbug tirándome el faldon de mi frac: Res sacra miser[54], amigo mio.

Dejadme pues, le dije, con un jesto de impaciencia. La acusacion nada tiene que hacer con la humanidad.

—“Es á nosotros, continué animándome, es á nosotros, ministros de la vindícta pública, es á nosotros representantes de la sociedad ultrajada, es á nosotros á quienes incumbe el penoso y santo deber de sofocar hasta las palpitaciones de nuestro corazon de hombre, es á nosotros á quienes toca remover ese fango y dominar invencibles desagrados, es á nosotros....”

¡Imprudente! al hacer un jesto magnífico, alcé los brazos, abrí entrambas manos, y hé aquí que todos mis papeles caen en tierra y mi elocuencia con ellos; me agaché para recojer todo junto, pero el acusado aprovechándose de aquella casualidad desgraciada, se levantó bruscamente, diciendo:

—Señor Presidente, ¿hasta cuando sufrireis que el attorney jeneral, juegue conmigo como un gato con un raton? La ley dice que sois el abogado del acusado; por qué dejais insultar mi miseria. Espero la sentencia, y no veo qué ganais con prolongar mi suplicio.

—Tiene razon, dijo un jurado mal enseñado, estamos aquí para hacer justicia no para oir un sermon.

Quise hablar; el presidente me detuvo haciéndome una seña con la mano, y cubriéndose, pura y simplemente pronunció la sentencia del culpable, y la pena de muerte. No hubo ni resúmen, ni palabras bien sentidas, ni leccion dada al acusado, ni al jurado, ni al público, nada que aumentára la solemnidad de aquella escena palpitante de interés. Antes por el contrario, todo se hizo con una familiaridad de mal gusto y como pactando con el culpable.

—Condenado, dijo el presidente, en adelante no espereis nada de la misericordia de los hombres, no os resta sino implorar la justicia de Dios. ¿Cuántos dias necesitais para arreglar vuestros negocios y poner en órden vuestra conciencia?

—Bastarán tres dias, repuso, tengo prisa de acabar.

—¡Eh bien! contestó el presidente, dentro de cinco dias á contar de la hora presente, comparecereis ante el único juez que puede perdonaros.

El condenado saludó al presidente con respeto y salió, lanzándome[173] una mirada que me turbó. ¿No habia yo cumplido con mi deber? ¿Debe uno piedad hasta á los asesinos?

Introdujeron al segundo acusado. Era este un pícaro descarado, que habiendo salido de la cárcel dos dias antes se habia hecho culpable de fractura, de robo y de tentativa de asesinato. Habia roto las ventanas de una casa de Montmorency, amenazando á una desgraciada sirvienta que la cuidaba y robádose todo, inclusive el carruaje y los caballos.

La cara de aquel pícaro bastaba para hacerlo condenar. Era la maldad en persona. Veíase en él á un hombre para quien la sociedad no era mas que un enemigo, y que tenía tanto desprecio por la ley como odio por el majistrado; en una palabra, una de esas bestias salvajes que es menester matar para no ser devorados por ella.

—Acusado, dijo el presidente, ¿os defendeis culpable ó no culpable?

La pregunta es diestra, repuso el ladron, con audaz indiferencia. ¿Culpable ó no culpable? Ni vos ni yo podemos saberlo antes de haber oído á los testigos.

Señores jurados, esclamé, ¿tenemos acaso necesidad de oír mas? Retened esa confesion. Hay ejemplo de que un inocente haya hesitado un instante en proclamar su no culpabilidad? Solo un bandido de profesion puede tener semejante descaro. Ved si ese miserable no lleva el sello del crímen impreso en su cara impudente.

—Protesto contra esa teoria, esclamó el defensor del acusado. Aquella voz perruna me hizo estremecer: una vez mas la irónica fortuna me ponia en frente de Fox, mi eterno enemigo.

—Sí, continuó, protesto y protestaré siempre, contra una doctrina que jamás ha sido recibida en los tribunales de la libre América. Vos no teneis el derecho de torturar las palabras de un acusado para sacar de ellas una condenacion. Vos no teneis el derecho de interpretar su porte, su jesto, el tono de su voz para deducir de ello su culpabilidad. Si permitido fuera invocar esos signos falaces que la pasion esplica á su antojo, ¿quién escaparia á la elocuencia de los señores attorneys jenerales? ¿Calla el acusado? son los remordimientos que le abruman, el silencio es una confesion.—¿Protesta con calma? es un descarado, el descaro es una confesion.—¿Se exalta, se chancea? es un insolente que ultraja la justicia; el insulto es una confesion. La debilidad, la enerjía, la humildad, el orgullo, las lágrimas, las cóleras, todo es confesion para los espíritus mal[174] dispuestos, que solo ven las cosas de un lado. Eh! señores, comenzad por establecer los caractéres físicos de la virtud y del crímen. Cuando la ciencia haya realizado los sueños de Labater, condenareis á las jentes por su cara; hasta entonces dejad á los decidores de buena ventura, ese arte pérfido y peligroso. La justicia no conoce sino los hechos, no discute sino los hechos, no falla sino sobre los hechos. Ahí está su seguridad y su grandeza. Que el señor attorney jeneral guarde su talento para mejor ocasion. Pasemos al exámen de los testigos.

—Señor Presidente, esclamé yo, solo por respeto á la corte, es que he sufrido hasta el fin la impertinencia de esas palabras; un attorney jeneral no tiene lecciones que recibir de un abogado, requiero....

—Calma, señor, dijo el majistrado. A la defensa le es permitido todo salvo la injuria; las palabras del honorable abogado no esceden en nada el derecho de sus funciones. En cuanto á su doctrina es la que nuestros precedentes han consagrado. En todas nuestras compilaciones encontrareis esos principios que yo me hago un honor en profesar.

Caí en mi asiento á la manera de un Titan fulminado. El presidente, convertido en apóstol de teorias que hacen descender la acusacion al nivel de la defensa; el presidente, desertor de nuestras filas y haciéndose cómplice del abogado, era el último golpe! Si esto es lo que los yankees llaman justicia, yo no la conozco ni por el forro. Recorred la Europa civilizada, y no hallareis allí nada semejante.

—Muy bien, me dijo el escelente Humbug, para darme un poco de valor. Hablais como un senador; pero con demasiado celo solamente. Moderaos, mi buen amigo, hareis mas efecto.

No habia salido todavia de mi sorpresa cuando llamaron á los testigos; esperaba que solo el presidente los interrogára de concierto conmigo. Esperanza vana! El presidente era una estátua impasible; frente á él, el acusado guardaba el mismo silencio. Cuando quise interrogarle, un grito jeneral me enseñó que, segun la ley yankee, no hay favor sino para los pícaros. Cualquiera que hubiera visto al majistrado y al acusado inmóviles y mudos, habría dicho que ajenos á lo que pasaba en la audiencia, eran los jueces del campo. Los combatientes, ó mejor dicho las víctimas, eran los testigos, entregados á la merced del abogado, interrogados, desmentidos, vituperados, hostigados por un hombre sin carácter público y que no tenia otro título[175] sino defender la dudosa inocencia de un pícaro envejecido en el crímen. En aquel trastorno de todas las ideas recibidas, cualquiera habria tomado al acusado por un testigo, á y los testigos por acusados.

Una de las preguntas hechas por Fox me pareció tan impertinente, que me opuse á que el testigo contestára.

—Con qué derecho? esclamó Fox, siempre furioso.

—Olvidais le dije, que no os debo cuenta de ningun jénero: soy aquí el representante del Estado.

—Qué nueva químera es esa? repuso, con su insolencia habitual, en este recinto no hay Estado. Aqui no hay lugar sino para la justicia, admirablemente representada por la imparcialidad del majistrado y la sabiduría del jurado. Vos, sois tan abogado como yo. Yo represento al acusado, vos representais al querellante, á quien la sociedad os da por sosten. Vos no teneis un solo derecho que no me pertenezca á mí,—asi como yo no tengo un solo privilejio que vos no podais revindicar. Si de otra manera fuesen las balanzas de la justicia no serian de buena ley y la acusacion seria mas fuerte que la defensa; á qué estaria reducida la libertad del ciudadano?

—Señor presidente, dije, tambien es esa una de las teorías consagradas por vuestros precedentes?

—Señor attorney jeneral, repuso con tono pesaroso, vuestra pregunta me sorprende. En un pais libre puede acaso ponerse en duda la igualdad de la defensa y de la acusacion?

No me quedaba mas recurso que callarme; dejé á Fox torturar á los testigos á su gusto. Una sola cosa me consoló. No hay abuso que, al lado de mil inconvenientes, no lleve aparejado alguna pequeña ventaja. Habituado desde la infancia á las rudas pruebas de la vida pública, los testigos no se dejaban intimidar por la aspereza de las preguntas que se les dirijian. En aquel duelo de palabras, Fox no siempre llevaba la mejor parte. Es verdad que tenia la piel dura; cada vez se levantaba con nueva rabia. Jamás se ha defendido la libertad de un hombre con una enerjía mas desesperada.

Entre los testigos figuraba Seth el cuácaro, personaje importante en Montmorency, por su calidad de posadero. Seth le tenia mala voluntad al abogado desde el lance de por la mañana, y así sus contestaciones envolvian una malicia que me hizo sonreir apesar de mi mal humor.

—Conoces al acusado? preguntó Fox.

[176]

—Sí, dijo el cuácaro, le conozco por su desgracia y por la mia.

—¿Te atreverias á afirmar bajo juramento, que es un mal hombre?

—No he dicho nunca que le hubieran acusado de ser un mal hombre, repuso el amigo Seth con la mayor dulzura.

—¿Qué interés tenia en robar un carruage con caballos?

—Ninguno, que yo sepa, dijo el cuácaro. Hubiera hecho mejor en comprarlos y no pagarlos, á la manera de los honorables gentlemen. Quizá no tenia el crédito de ellos.

Despues del posadero, vino el turno de la sirvienta; era esta una gordiflona rubia, de aire cándido y alegre; pero que no carecia de uñas y de pico, como toda hija de los campos.

—Vos pretendeis, dijo el abogado, que reconoceis al acusado; afirmais que os ha dirijido amenazas en términos mas que inconvenientes.

—Sí, señor, murmuró poniéndose colorada.

—Hablad mas alto, dijo Fox, los señores jurados no os oyen.

—No puedo, repuso toda turbada.

—Sí, podeis; haced como yo, gritad.

—Vos, es diferente, repuso, es vuestro oficio; desde chiquito os han acostumbrado á ello.

—Vos afirmais continuó Fox, que el acusado se ha servido de palabras abominables, tan abominables, señores jurados, que el pudor me impide repetirlas en público.

—Si, señor, dijo la muchachona, poniéndose cada vez mas colorada.

—Muy bien, repetid esas palabras á la corte y al jurado.

—Señor, dijo ella, irguiéndose, si vuestro pudor no os permite reproducir esas palabras, no comprendo como es que podeis suponer que el mio me lo permita.

—Muy bien, repuso Fox sin desconcertarse; el jurado apreciará. Habeis dicho que el acusado hablaba como un descarado. ¿Sabeis lo que es hablar como un descarado?

—Lo sospecho, repuso, mirando al abogado de tal manera que la asamblea se puso á reir y que Fox abandonó el testigo.

Agotada la lista de los testigos, tomé yo la palabra; la cólera me hacia elocuente, lo sentia, y así me abandoné al placer de declamar. En una requisitoria que merecia ser estenografiada, hice la historia completa de aquel bandido. Le cojí del lecho para no dejarle sino ante el tribunal, donde iba al fin á[177] recibir un justo castigo. Primero, le pinté á los tres años, como uno de esos niños malditos que no han hecho jamás sonreir á su madre; en seguida, le acompañé á la escuela, le mostré perezoso, mentiroso, pendenciero, preludiando al patíbulo con sus robos de nueces y ciruelas en los árboles del camino. Por una fortuna inaudita, habia hallado entre los testigos, á tres de sus honrados camaradas, que veinticinco años antes habian hecho el merodeo con aquel futuro pícaro. De la escuela pasé al taller, y allí tracé un retrato horrible del hombre que debia parecérsele. Hice contra la embriaguez, ese veneno criminal, un trozo que arrebató al auditorio; estaba todavia á diez años del crímen, y el acusado era ya hombre perdido en la opinion del jurado. Despues de mi discurso, la única cosa que debia sorprender, era que el acusado no hubiera muerto á su padre. No dudaba que aquel malvado tuviera el alma parricida; y así lo dije al jurado; pero el cielo le habia ahorrado al muy pillo el mayor de todos los crímenes; ¡el miserable tenia la felicidad de ser huérfano!

Mientras que el auditorio estaba suspenso de mis labios elocuentes, miré al acusado que se torcía bajo el látigo de mis palabras vengadoras. Herido por mis reproches, incapaz de resistir á sus remordimientos violentamente despertados, levantóse, é interrumpiéndome:

—Presidente, dijo con voz ronca, si esto debe durar mucho tiempo así, es bastante para mí, me confieso culpable. Prefiero estar cinco años preso, antes que escuchar á este caballero.

—Desdichado, dijo Fox, ¿habeis pensado en ello? Retirad esas palabras funestas.

—No, no, dijo, este caballero me fastidia; daria mi cabeza por hacerlo callar.

—Acusado, dijo el presidente, reflexionad antes de hacer una declaracion que os pierde. Pensad que si renovais friamente esa confesion, solo me resta pronunciar vuestra condena.

—Os doy las gracias, mi presidente dijo, sois un digno majistrado; vos no pisoteais á un pobre gusano que se halla en desgracia. Qué quereis, no tengo suerte; si me cayera de espaldas me romperia el pescuezo. Despues de todo, yo he robado, que justicia sea hecha. Pero ¿qué tiene que hacer este caballero con lo que le he dicho á mi madre ó he hecho en la escuela cuando era muchacho?

Mi victoria era completa. Vencido por mi elocuencia mas que por sus remordimientos, el culpable confesaba su crímen.[178] Para colmo de felicidad, Fox, cuya lengua audaz yo temia, no podia ni contestarme siquiera. Faltaba, pues, únicamente que la justicia y la autoridad cumpliesen con su deber.

Levantada la sesion, uno de los jurados vino donde yo estaba y me estrechó la mano. Era un orador célebre, un espíritu lleno de recursos que, mas de una vez en las Cámaras, habia derrotado á sus adversarios teniendo estos razon. Tal sufrajio agregaba á mi triunfo, un gran esplendor; asi fué que en vano procuré disimular mi alegria por tan gloriosas felicitaciones.

—Estoy encantado de vuestro injenioso descubrimiento, me dijo mi nuevo amigo. En la primera ocasion que se me presente me propongo imitaros y espero ser tan feliz como vos. Tomar á un hombre al nacer, apoderarse en su jérmen del vicio, del error, de la preocupacion describiendo é interpretando su largo desarrollo, eso es admirable. No creo que haya persona alguna que pueda salir intacta de esa revista histórica; siguiendo vuestro proceder me siento capaz de demostrar que Caton era un malvado y Sócrates un atéo.

—Yo no he inventado nada, le dije con modestia; vos me lisonjeais.

—No, me dijo; en este pais jamás se ha razonado de esa manera sutil. Es una lójica nueva que os hace el mayor honor. Los yankees son jentes groseras, que persiguen el crímen y no al hombre; para vos el hecho material no es nada, el hombre es todo. Si no hay prueba suficiente de la atrocidad que se le imputa, poco importa; ha sido capaz de cometerla? la presuncion está en contra de él y por otra parte es probable que haya cometido muchas otras. Hé ahí lo que yo llamo una buena justicia, una justicia que proteje á la sociedad y que solo se inquieta del bien público. Sois americano de oríjen?

—Esta brusca pregunta os sorprende, continuó sin averiguar la causa de mi sorpresa. Perdonad mi indiscrecion; mi madre era francesa y á ella le debo ciertas ideas que no han entrado jamás en una cabeza sajona. Esas ideas se acercan mucho á las vuestras, y me inspiran las mas vivas simpatias por la orijinalidad de vuestro talento.

—Así, por ejemplo, para mí el Estado es todo; y á pesar de la estúpida charla de ignorantes moralistas, sostengo que no se puede poner en balanza el interés de todo un pueblo y el pretendido derecho de un mísero individuo! Soy socialista en el buen sentido de la palabra, el Estado antes que el individuo! Los yankees, al contrario, espíritus limitados, méollos estrechos,[179] han traido de Inglaterra una preocupacion egoista y salvaje. Si un juez le falta al respeto á una vieja gitana, si un attorney jeneral pierde la paciencia acusando á un pícaro, ó trae á maltraer á un asesino—en el acto sale un sajon que grita hasta desgañitarse que se viola la gran Carta, y que se ultraja á la humanidad. Y en el acto una multitud imbécil acude á la voz del que ladra, haciendo al rededor del majistrado un ruido semejante al de los perros que siguen un caballo al galope. Diríase que es un pueblo de ladrones, donde cada cual tiene miedo de ir al dia siguiente ante la corte de assises, y que defiende la libertad de los demás en el interés de la suya propia. Gracias á la solidez de mis principios, yo entiendo la justicia de otra manera. Veo con placer que hay en América dos hombres de la misma opinion. Nadie es un santo cuando aparece ante el jurado, y yo prefiero mandar tres inocentes al patíbulo antes que dejar escapar veinte pícaros. Soy un hombre sólido; tocad aquí; entre los dos reformaremos la educacion de este pueblo monótono que no tiene sino una palabra en la boca: Libertad!

Despidióse de mí apretándome la mano de la manera mas cordial; pero cosa estraña, sus elojios me desagradaron y mi triunfo comenzó á asustarme.

—Si habré ido demasiado lejos, pensaba. Si me habré dejado arrebatar por el ardor de la persecucion, á la manera de un cazador que solo oye su pasion? Yo no me he engañado, desde que el culpable confiesa su crímen; pero las armas de que me he servido han sido lejítimas? Le es permitido todo á la justicia? El acusado no tiene ningun derecho al respeto?

A pesar mio estos pensamientos me ajitaban. La idea de la venganza pública no me satisfacía ya. Entreveía vagamente una doctrina mas pura, doctrina que sometía la justicia humana á los preceptos del Evanjelio; y decía en mis adentros: para el cristiano toda debilidad es santa, toda miseria sagrada,—con el niño, con la mujer, con el pobre y hasta con el culpable, la autoridad debe desconfiar de su fuerza y temer el tener demasiada razon.


[180]

CAPITULO XXV.
Dinah.

Al salir de la audiencia encontré al cuácaro que me felicitó por mi habilidad; este cumplimiento me hizo un placer mediócre. Humbug, al contrario, no me dijo nada; hubiera preferido sus reproches; creo que en aquel momento su cólera me habria hecho bien.

Fox me esperaba en la calle; sus rasgos contraidos, sus ojos brillantes, revelaban una pasion que ya no puede contenerse.

Debeis estar satisfecho, gritó de lejos en cuanto me vió. Habeis obtenido un triunfo, una victoria que os honra. Espero no ser el último que os haga justicia. No faltará un diario que glorifique la elocuencia y la doctrina del señor attorney jeneral. Un Jeffries, en América, es un mónstruo nunca visto, que no se verá nunca; es menester admirarlo cuanto antes.

—Por lo demas, añadió, furioso de mi silencio y cerrando los dientes,—lo ocurrido no me asombra. No hay nada tan cruel como las jentes que tienen pesares domésticos, es una raza sin piedad.

—Pesares domésticos, dije alzando los hombros. Habeis perdido el juicio, señor Fox; habeis olvidado la persona con quien hablais?

—De veras! repuso recalcando, me parece que hablo con el dichoso padre de la muy amable Susana.

La cara de aquel hombre me espantó; su risa diabólica me heló hasta en la médula de los huesos.

—Callaos, le dije, os prohibo pronunciar un nombre que todos deben respetar.

—Vá! contestó con desdeñosa sonrisa, vaya una severidad fuera de lugar.

—Miserable, esclamé cojiéndole del cuello, esplícate ó te deshago aquí mismo.

—Señores, dijo el abogado procurando desacirse, os hago testigos de esta violencia. Señor Humbug, vos me hareis justicia!

[181]

—Sin duda, dijo el majistrado. Pedidme indemnizacion de daños y perjuicios por esa respuesta un poco viva, os acordaré un dollar. Pero si el doctor os reclama á su vez tres ó cuatro mil dollars, os prometo no perdonaros ni un centavo. Será para mí un placer castigar la calumnia.

—La calumnia! esclamó Fox, echando espuma de rábia. A donde vá todos los dias esa preciosa señorita, cuyo nombre no puede pronunciarse? Tengo yo la culpa, de que todas las mañanas, cuando vá al palacio, se la vea introducirse misteriosamente en una de las casas menos respetables de la ciudad? A quien puede visitar en la célebre calle del Laurier la honorable hija del honorable attorney jeneral? Hace algunas horas que yo la he visto entrar allí; supongo que allí estará aun porque ordinariamente se detiene bastante rato. Acusadme ahora de calumnia, doctor, será un escándalo divertido; me vengaré.

Caí en brazos de Humbug. Mi hija insultada! mi Susana difamada! El golpe era demasiado terrible, demasiado violento para un padre. Mi vista se nubló; mi cuerpo temblaba, y el dolor y la cólera me ahogaban. Por fin lloré,—lágrimas de rábia y de desesperacion, que sin dulcificar mi pena, me devolvieron un poco de imperio sobre mis sentidos y me permitieron hablar.

—Señor, dije á Fox, la calle del Laurier está á dos pasos de aquí; vais á seguirme. Humbug, vos vendreis conmigo. Señor Seth, no me abandoneis; sobre todo no dejeis que ese hombre huya, es menester que justicia sea hecha, y justicia se hará.

—Tranquilízate, amigo Daniel, repuso el cuácaro, los tres te acompañaremos. Recalcó sobre estas últimas palabras: los tres, miró al abogado de piés á cabeza, y, arremangándose sus puños, se puso á blandir en el aire una vara de verga que tenia en la mano.

—Señores, dijo Fox con risa sardónica, estoy á vuestras órdenes. Notad, os lo suplico, que no soy yo quien se empeña en un paso que dará que sentir á cierta persona. Aun es tiempo de deteneros; yo no soy cruel; pero os prevengo que una vez dentro de esa casa, no saldré de ella, cualesquiera que sean vuestras súplicas y vuestras lágrimas, sino con la firme resolucion de decir cuanto haya visto.

—Vamos, señor, le dije, me importa un bledo vuestra piedad. Yo caminaba como un beodo apoyándome en el brazo de Humbug.

—Sospechar de tí, Susana mia y con mi consentimiento,[182] nunca, jamás! Creo en tu pureza como en la de los ánjeles; pero la seguridad de aquel hombre me turbaba. Temia un golpe imprevisto, una emboscada, un lazo, qué sé yo? Ay de mí! cuando se ama, no se tiene coraje sino para sí mismo.

—Esta es la casa, dijo Fox, y aquí teneis al propietario. Levanté la cabeza; la casa tenia una mala apariencia. Una entrada sombría y húmeda, unas paredes negras, unos cristales rotos reemplazados por pedazos de papel, unos arambeles en las ventanas, eran mas que pobreza,—eran el desórden y la suciedad del vicio. Susana en aquella guarida! era imposible.

En el umbral de la puerta estaba un hombre despechugado. Tenia las manos en los bolsillos del pantalon, fumaba su pipa y miraba á los pasantes, con toda la insolencia de un pillastre, desocupado. Al vernos, alzó su sombrero desfondado y echándose sobre mí me tomó las dos manos con una ternura que me hizo horror. Era Paddy, medio borracho, hediendo á vino y tabaco.

—Buen dia, mi salvador, gritó; cuánto os agradezco que vengais á ver á un amigo. Entrad, señores; si un vaso de ginebra no os asusta, encontrareis con quien hablar.

—Paddy, le dije, os pertenece esta casa?

—No, mi salvador, contestó riendo; si este palacio fuera mio, ha tiempo que lo hubiera bebido. Pertenece á mi mujer; es lindo, no es verdad?

—Alquilais cuartos amueblados? le dije, mostrándole un cartelon.

—Para serviros doctor.

—A quién alojais en esta casa? preguntó Humbug con tono severo. Parroquianos de mi tribunal?

—Mi juez, dijo el borracho tartamudeando,—no soy bastante rico para ser severo; á la fortuna se la toma cuando se la halla, y á la virtud se la atrapa cuando se puede.

—Quién vive en el cuarto del primer piso, preguntó el abogado con aire picarezco.

—Que te importa á tí, charlatan? respondió el borracho. Eres tú quién pagas?

—Contestad, dijo Humbug; no olvideis que estais delante de un majistrado.

—Nada tengo que temer, dijo el Irlandés muy conmovido.

Debeis comprender, mi juez, que, en un cuarto de tres dollars por semana, y pagados de antemano no puede vivir sino jente honrada. Es una dama la que vive en el primer piso; y[183] añadió á media voz, una linda dama, dulce, política, poco exijente, la perla de la casa.

—A quién recibe? continuó Humbug, que me veía palidecer.

—Perdonad, mi majistrado; aquí no estamos en la audiencia. La América es un pais libre, y en pagando, cada cual hace lo que quiere. Si alguien pasa por esa puerta, no se le mira; y si se le mira no se le vé.

—No os hagais el ignorante, dijo Fox. Pensad que tengo hecho poner en la cárcel á mas de uno que valia mas que vos. Hace una hora, he visto entrar en esta avenida á una jóven rubia, con vestido de seda negra y sombrero de paja; á dónde iba?

Paddy, intimidado, acercóse á mi implorando mi socorro.

—Amigo mio, le dije, tened la bondad de contestar, seguro de que no tenemos ninguna mala intencion; yo recompensaré vuestra complacencia.

—Mi salvador, dijo, para vos yo no tengo secretos; me habeis socorrido en mis trabajos y soy Irlandés, está dicho todo. Me arrojaria al fuego por vos.

—En nombre del cielo, murmuré dándole algunos dollars, hablad, me estais haciendo morir.

—En bien, doctor, repuso, todos los dias á la misma hora esa señorita rubia viene á ver á la jóven que vive en el primer piso. Ahora está arriba.

—Me parece que mi presencia es inútil, dijo Fox con tono irónico; el attorney jeneral ya no tiene necesidad de mis servicios.

—Señor, le dije, con jesto amenazador, os confundiré por vuestras indignas sospechas.

Ay Dios! yo hablaba asi para engañarme á mí mismo; no sabia que creer, estaba desesperado. Humbug me tomó de la mano, y entré con él en aquella caverna lo mismo que un hombre que corre en busca de la muerte.

La puerta del primer piso estaba abierta. Habia una pieza de entrada y una especie de cocina, sin cortinas ni muebles. Me detuve para tomar aliento, contando los latidos de mi corazon. Seth se aseguró de que el abogado nos habia seguido; cerró en seguida la puerta sin ruido y puso la llave en su bolsillo. Nada teniamos ya que temer de los importunos.

Yo no estaba en estado de hablar; hice seña á mis compañeros de permanecer en su puesto y penetré sijilosamente hasta la entrada del segundo cuarto.

[184]

Frente á mí, y dándome la espalda estaba una mujer recostada en un viejo sofá, y á sus pies, sentada en un taburete de paja una niñita. Al lado de esta, Susana tenía la Biblia en la mano y leía piadosamente lo que sigue, que era escuchado con atencion.

“Me han cargado de iniquidades y en su cólera me han aflijido con sus persecuciones.”

“Mi corazon se ha turbado en mi interior, y el temor de la muerte se ha apoderado de mi.”

“He temblado de horror y me he envuelto en las tinieblas.”

“Y he dicho: quién me dará alas como á la paloma para poder volar y reposarme?”

“Me he alejado huyendo y he permanecido en la soledad.”

“Espero á Aquel que me ha salvado de mi abatimiento y del temor de mi espíritu, y de la tempestad.”

—Oh Susana mia! esclamó la desconocida, despues de Dios tú eres quien me salva la vida. Cuánto bien me hacen tus palabras! tú, al menos, tú no me has abandonado.

Me olvidas á mi, dijo la niña.

No, mi queridita, repuso la jóven; tú eres la única que en la Escuela del Domingo se ha apercibido de mi ausencia; y, en mi familia, quién se acuerda de mi?

La niña saltó al cuello de su maestra y las tres mujeres se abrazaron llorando.

Será que hay contajio en las lágrimas? Será que la emocion era demasiado fuerte para mi? no lo sé; pero fuera dolor ó placer, el hecho es que al contemplar aquella escena no pude contener mis sollosos.

—Padre mio, esclamó Susana, vos aquí! porqué casualidad?

—Querida mia, la dije estrechándola contra mi corazon y procurando ocultar mis lágrimas,—los padres son cariñosos; hay dias en que no tienen que arrepentirse de averiguar donde van sus hijas.

—La curiosidad es un feo defecto, dijo Susana, amenazándome con el dedo. Un padre bien enseñado le diria á su hija:—La señorita me permite acompañarla?—Y sin hacerse rogar, la señorita tomaria el brazo de su padre, como yo lo hago ahora; le conduciria ante una pobre jóven que tiene necesidad de apoyo, y le diría, haciéndole una linda reverencia:—Doctor Smith, os pido vuestra amistad para mi querida Dinah.

—Señor, dijo la estranjera, tomándome las manos, bendecidla, es mi ángel salvador.

[185]

Habíase levantado al hablar y la sonrisa asomaba de nuevo en su pálido rostro, cuando de repente lanzó un grito terrible, y volvió á caer en el sofá, toda temblorosa y bajando la cabeza.

El cuácaro estaba delante de ella y cruzados los brazos mirábala con aire furioso.

—Perdon, hermano mio, murmuraba la infeliz, ten piedad de mí!

—Así es como cumples tu palabra! dijo Seth; tu madre te cree en camino para California; te ha bendecido al partir; será menester que te retire su bendicion?

—Seth, dijo la jóven anegada en lágrimas, partí, pero el valor me faltó: tengo necesidad de mi madre y de los que me aman.

—Dí pues, que tenias necesidad de verlo y de perderte.

—No, no, gritó ella, soy una muchacha honrada, él no sabe que estoy aquí, no lo sabrá nunca. Solo he visto á mi buena Susana.

—Y qué quieres hacer? repuso el cuácaro con una dureza que me lastimó. Tú lo sabes, en casa ya no hay pan para tí.

—Seth, repuso, no me abrumes; no seré en adelante una carga para vos. Susana me ha proporcionado un puesto de maestra de escuela en un arrabal donde nadie me buscará. Viviré de mi trabajo, solo te pido poder ir una vez por semana á abrazar á mi madre y volver á ver nuestra casa.

En medio de las escenas familiares, nada hay tan embarazoso como la presencia de un tercero; me retiré con Humbug, cuando en el fondo de la primera pieza, en un rincon oscuro, apercibí á Fox, que contemplaba un grabado ahumado. Era el retrato de Monarca hijo de Eclipse, vencedor del Derby en 1812. Confundir á un pícaro y gozar de su confusion es un doble placer; así no me hice el menor escrúpulo en saherir al calumniador.

—No os creía tan aficionado al Turf, le dije. Despues de cincuenta años los laureles del Monarca le impiden hablar al mas célebre abogado de Massachusetts, qué maravilla! vamos, si es cosa de ponerlo en los diarios.

—Por piedad, Doctor, murmuró él, hacedme salir.

Su rostro estaba tan alterado y su voz tan débil que en verdad me dió lástima.

No le creía capaz de tantos remordimientos. Hé ahí, pensaba yo cuan mal se juzga á las jentes. Imajínase que los abogados no son sensibles sino por cuenta de otros. Qué error!

Iba á entrar en el cuarto para pedirle á Seth la llave que habia[186] guardado, cuando el cuácaro salió bruscamente, seguido de su hermana toda descabellada y á quien rechazaba con desprecio. Susana lloraba á lágrima viva; Humbug intentó interponer algunas buenas palabras; todos estábamos conmovidos; Fox solamente habia vuelto á su admiracion por Monarca; inmóvil y mudo, hubiérase dicho que queria hundirse en la pared.

—Te lo repito de nuevo, gritó el cuácaro procurando desasirse de las manos crispadas que le detenian de su vestido, las últimas palabras: “Tú no volverás á esta casa sino del brazo de un marido.” Puesto que ese bello desconocido te ha prometido casamiento, házle que cumpla su palabra.

—Es un pleito, esclamé; vamos, dichoso vengador de la inocencia, vamos, maese Fox, hé aquí el momento de mostraros.

Si un rayo hubiera caido á mis piés, no me habria espantado como la esplosion que se siguió á mi impertinente chanza. Apenas fijó Dinah sus ojos en el abogado, se enderezó como una loca riendo y llorando á la vez:

—Gabriel, gritó, mi Gabriel! Hélo aquí, hermano mio, hélo aquí!

No comprendí una palabra de aquella tempestad que acababa de desencadenar; el cuácaro era mas intelijente. Mientras que Dinah se echaba al cuello de su Gabriel, Seth hacia jirar sobre su regaton la vara de verga; y acercándose á Fox que palidecia visiblemente:

—Amigo, le dijo, con tono poco tranquilizador, vuelve en tí y esplícate: espero.

Entre las ternezas de la hermana y las amenazas del hermano, el abogado ponia una cara tan aflijida que me alegré de ello. El hombre natural es un animal malo; no vasta el Evanjelio para hacernos amar á nuestros enemigos.

Humbug era mejor cristiano que yo.

—Señores, dijo con voz grave y dulce; creo que ha llegado mi turno. En un negocio tan delicado, la última palabra pertenece al majistrado:

Nec Deus intersit, nisi dignus vindice nodus
Inciderit.

Querido Fox, no dudo de vuestras intenciones. Si os pidieran consejo en semejante caso, sin duda responderíais que un pleito por ruptura de promesa tendria para el abogado contra quien lo entablaran las mas enojosas consecuencias; seria no solo[187] una pérdida de fortuna, sino la ruina de una clientela, hasta la obligacion quizá de cambiar de pais. ¿No es esa vuestra opinion?

—Sí, murmuró Fox suspirando.

—¿Tendré necesidad de agregar, continuó el exelente Humbug, tendiéndole la percha al ahogado,—tendré necesidad de agregar,—que un hombre como vos no tiene que inquietarse de esas consideraciones, por graves que sean? ¿Que le basta haber empeñado su palabra para cumplirla, no es verdad?

—Sí, dijo el abogado suspirando de nuevo; siempre he amado á Dinah: lo que me detenia, son dificultades que....

—Que ya no existen, interrumpió Humbug. Hénos á todos de acuerdo. Esto vá á concluir como en las buenas comedias: amor, lágrimas é intrigas en los primeros actos, y por desenlace casamiento.

Fox abrazó á Dinah de bastante mala gana, y le tendió la mano al cuácaro; Dinah, ruborizada de placer, corrió hácia Susana.

—Amiga querida, la dijo, á tí debo mi felicidad. Y á tí tambien hija mia, díjole á la niñita, que ya palidecia de celos.

—Todo está muy bueno, dijo Seth, que ya se iba á las nubes. Pero puesto que estamos aquí y que tenemos al señor juez de paz, nada impide que se estienda el acta de casamiento sobre tablas.

—Con mucho gusto, dijo Humbug; la señorita Susana nos servirá de escribano.

Decir y hacer fué todo uno; yo creía que semejantes uniones no eran buenas sino en el teatro, donde se deshacen entre telones; suponia que el último tabelion estaba encajonado hacia mucho tiempo; pero en América se está siempre tan apurado que se ha conservado la vieja usanza. Una vez de acuerdo los enamorados, no hay necesidad de parientes ni de notario. Dos sí pronunciados ante un juez de paz os casan hasta la eternidad. La voluntad es todo,—la formalidad nada. Aquellas jentes no tienen el gusto de la ceremonia.

Con qué placer salí de aquella casa donde habia entrado con el corazon turbado! Paddy hizo una cosecha de dollars como para perder la cabeza durante todo una semana. Jamás la calle del Laurier se habia visto favorecida por tan honrada y alegre compañia. Yo presidí el cortejo con mi Susana, la cual daba la mano á su pequeña protejida; Humbug y Seth formaban[188] la retaguardia; entre nosotros caminaba la nueva pareja,—Dinah, risueña como la aurora, Fox, cabisbajo.

Honteux comme un renard qu’une poule aurait pris.

Mas cuando somos felices muy pronto se bebe un poco de verguenza. Si el imprudente habia jugado al amor con demasiada lijereza, de qué modo era castigado por su falta? Casándose con una mujer encantadora. A este precio inocentes conozco yo que se harian criminales.

Era menester preparar á la madre de Dinah para la vuelta de su hija; era menester tambien que Fox anunciára su casamiento á sus amigos, disponiendo su casa. Mientras llegaba el gran dia, Susana se llevaria consigo á Dinah; á mi me estaba reservado el papel de padre y de tutor: la dichosa tontera que habia hecho me daba algun derecho á ello.

Devolvióse á Fox un resto de libertad de que no podia abusar, y toda la comitiva hizo alto en mi casa; aquello fué una fiesta, nunca se comió mas alegremente. Marta abria una boca como un horno, y suspiraba como un volcan admirando y sirviendo á su cuñada; Susana y Alfredo tenian siempre alguna cosa que decirse al oido; solo Dinah era admitida como tercero en aquellos misterios, en que se reia sin cesar. Seth devoraba cuanto habia sobre la mesa, con la satisfaccion de un hombre que ha terminado un gran negocio y que come en casa ajena. Humbug, que apesar de su enorme vientre, comia poco y no bebia mas que agua, se desquitaba de su sobriedad citandome los mas alegres versos de Horacio, este otro bebedor que cantaba en ayunas los placeres de la embriaguez:

Nunc es bibendum, nunc pede libero
Pulsanda tellus.

En cuanto á mí, recojido en mi mismo, me sentia gozoso, alegre y feliz como un niño. Pero nada puede dar la medida del contento y animacion de mi Jenny. No podia estarse quieta, iba, venia, llenaba todos los platos con roast beef[55], papas, jamon, pastel, queso, frutas y tortas, derramaba á torrentes la cerveza escocesa, el Madera y el vino del Rhin, para todos los hombres tenia una palabra amable, y una caricia para todas las mujeres. Un casamiento! era para ella lo mismo que haberse sacado la loteria grande. Si en la Biblia habia algun versículo que Jenny mirase como divinamente inspirado entre todos,[189] era la gran palabra que Dios le dirije á la primer pareja en el Génesis: Creced y multiplicaos, diseminaos por la tierra y la sujetad. La exelente mujer no era ni Americana ni protestante á medias. El celibato era á sus ojos un crímen, ó por lo menos una enfermedad que no se podia curar demasiado. Si la hubieran dejado, no habria consentido ni un soltero en la tierra; me imajino que habria acabado por casar al Papa con la Italia.


[190]

CAPITULO XXVI.
La caridad.

Al dia siguiente, á la hora de almorzar, senti mi corazon muy aliviado. Dinah á mi derecha, Susana á mi izquierda me daban el aire de un patriarca en medio de sus hijos. Desde que me hago viejo, nada me place tanto como ver á mi al rededor esas jóvenes fisonomias, frescas como el dia que nacen, rientes como la esperanza. Ay de mi! Porqué no podremos apartarles las escabrosidades del camino! prestarles esa esperiencia que la vida nos vende tan cara y que de nada nos sirve!

Mi mujer no hacia las cosas á medias. Puesto que yo habia adoptado á Dinah, y que Fox se casaba con ella, Fox era el protejido de Jenny! Por consiguiente, habíale puesto su cubierto al lado de su bien amada.

Por lo demás, entró sin el menor embarazo con un ramillete blanco en la mano y abrazó á su prometida con aire vencedor. Cuando la cólera crispaba la cara puntiaguda del abogado no era hermoso; tierno y galante era horrible; hubiérase dicho una serpiente enamorada. Dinah no pensaba así; en vano yo le decía las cosas mas amables, no tenia ojos sino para su otro vecino. Raquel habia admirado menos á Jacob, cuando éste daba vuelta en el desierto la piedra del pozo para abrevar las ovejas de Laban. Las mujeres tienen en el mas alto grado el instinto de la propiedad, y de todas las propiedades la que mas les llega al alma es un marido. Pero al paso que una Francesa es una ninfa cazadora que una vez atrapado el pájaro no se acuerda mas de él,—la Americana se apodera de su marido con toda la aspereza y todo el celo de un paisano francés que se ha casado con la tierra. Es su bien, es su cosa; el desgraciado se convierte en un pájaro enjaulado, en un esclavo doméstico; pero pájaro acariciado sin cesar y esclavo cuyos mas mínimos deseos se adivinan. Los americanos abusan de tal suerte de su independencia fuera de casa, que en volviendo á ella ya no tienen voluntad. Ese yankee que hace consistir su gloria y su orgullo en no cederle á ningun hombre, no es en su casa mas que[191] un marido benigno que oye á su mujer y se complace en obedecerla; suave con los débiles es intratable con los fuertes. Aquel pueblo tiene el espíritu al revés, no hace nada como nosotros.

Fox queria salir con Dinah para hacer algunas compras para el casamiento, Susana se opuso á ello.

—Señor abogado, dijo, lo siento mucho, Dinah me pertenece. La hemos hallado un puesto de maestra de escuela y está comprometida por seis meses; hoy debe comenzar sus funciones y no puede faltar á su palabra. Dentro de algun tiempo me será fácil reemplazarla y podré dejárosla toda una semana, hoy no es posible.—Papá, añadió, contamos con vos para nuestra instalacion.

—Querida hija, la dije, no olvides que yo tambien tengo deberes que llenar en el hospicio de la Providencia, y que estoy en descubierto. Ese pleito de ayer....

—Eso no es nada, dijo Susana; id inmediatamente á ver á vuestros enfermitos; nuestra escuela está en la calle Federal, cerca de la de los Noyers; os esperamos á medio dia.

Llegado que hube al hospicio, pregunté por el director; era este una mujer, la maestra de Susana, la célebre señora Hope, doctor en medicina y profesor de hijiene, y vaya otro contrasentido de esos que no se hallan sino en los Estados-Unidos. Por lo demás era una respetable matrona, que me acojió como á un cofrade, comenzando inmediatamente la visita conmigo.

El hospicio era un modelo; no he visto en ningun pais una instalacion tan perfecta. Vastos salones con un pequeño número de camas, anchamente espaciadas; nada de cortinas, mucho aire, discreta luz, silencio, limpieza esquisita, nada de ese olor rancio y nauseabundo que hace del hospital un objeto de repugnancia, y muchas veces una residencia envenenada.

Por primera vez hallé reunidas todas las condiciones que la hijiene reclama no menos que la caridad.

Al llamado de la señora Hope acudió un escuadron volante de jovencitas. Sus vestidos negros, sus delantales levantados, y sus gorras blancas dábanles un falso aire de hermanas de caridad. Eran las internas del hospicio, los futuros doctores con faldas de la libre América. Siguieron mi clínica con la mayor atencion; hízome mucho efecto la sencillez de sus espiraciones, cuando me esponian el estado del enfermo, y el cuidado con que tomaban nota de mis palabras y de mis prescripciones; pero como tenia demasiado buen sentido para tomar á lo sério[192] aquel ensayo quimérico; preguntéle á la buena señora Hope que esperanza se prometia de aquella singular educacion.

—Creo, me dijo, que llegarémos á una gran reforma. Estas jóvenes discípulas que han estado dos años en el hospicio de la Maternidad, el año que viene irán á la clínica de las mujeres; haremos de ellas verdaderos médicos.

—Bravo! esclamé, para nosotros barbas grises será encantador el vernos cuidados por Hipócrates de diez y ocho años con miriñaques y encajes.

—No, me contestó, nosotros no nos ocuparemos de vosotros, señores. Pero el parto, el cuidado de los recien nacidos, las enfermedades y la locura de las mujeres, correrá de nuestra cuenta; eso nosotros lo entendemos mejor que vosotros. A vosotros se os dejará la cirujia y los casos estraordinarios; pero todo lo que una madre ó una mujer no os confia sino con pesar, lo tomaremos para nosotras; se os espulsará de un dominio que vosotros habeis usurpado. Introduciremos el pudor en la medicina; la preocupacion gritará segun su costumbre, pero las mujeres, los padres y los maridos estarán con nosotros, y la victoria será nuestra; no lo creeis asi doctor?

Qué se ha de responder á un fanático, sobre todo cuando ese fanático es una mujer, es decir un ser débil por naturaleza, aflijido por una obstinacion orgánica? Corté la discusion y continué mi visita. Las enfermedades no eran graves y los pequeños enfermos de tan tiernos y prudentes cuidados que poca cosa me quedaba que ordenar. Solo tuve que hacer una operacion y de poca importancia. Abrí en el cuello de un niño un absceso de carácter maligno, y mal colocado. La lijereza de la mano, la gracia y la elegancia de la cura son la gloria de nuestra escuela de París; asi obtuve un gran éxito cerca de mis jóvenes discípulos; mi vendaje, con sus repliegues injeniosos fué dibujado en el acto, y el dibujo colocado como modelo en la sala de las operaciones. Lo digo en verdad, viendo tanta intelijencia, tanta bondad y atencion, hubo momentos en que estuve por admitir que las mujeres sirven para algo mas que para dar tisana á los niños. Todo esto no anda muy mal, hubiera dicho Montaigne, pero qué! ellos no usan pantalones.

Hice á tiempo esta reflexion, y lo digo en honor mio, permanecí fiel á la antigua relijion de la facultad. Vivan las novedades en política, en ese terreno son inocentes, pero en saliendo de él viva la preocupacion! La prueba de que es saludable,[193] es que tiene en su favor la mayoria y que á los novadores se les lapida. Hallé pues, encantadoras á aquellas jóvenes heréticas, pero la herejia era abominable, y no cedí.

Terminada la visita pasé al consejo de administracion; la señora Hope me acompañó, sentándose entre nosotros sin que su presencia llamára la atencion de nadie. Entre los trustees ó administradores, hallé algunas caras conocidas: á Rose el boticario, al bravo Coronel Saint John, al amable Humbug, y á Noé Brown, el insoportable puritano. La directora fué quién habló primero; espuso en buenos términos, y con las pruebas en las manos, la insuficiencia de la casa y la necesidad de comprar un jardin del vecindario para el uso de los convalecientes. Cuando ella terminó, preguntáronme mi opinion.

—Apruebo en todo esa excelente idea, dije, y estoy convenido de que dirijiendo y haciendo recomendar á la administracion una memoria tan neta y tan bien hecha, obtendriamos de aquí ocho ó diez años esa mejora urjente.

—De qué administracion hablais? preguntó el Coronel, que presidia por derecho de antiguedad.

—Hablo de la administracion jeneral de los hospicios.

—Qué mónstruo es ese? dijo Humbug riendo. Brown, es el nombre de algun nuevo Leviathan?

—Tregua á las chanzas, dije á Humbug; supongo que este hospicio depende, como todos los demas, de una gran administracion protectora y centralizadora: Es el Estado, es la Ciudad, es una corporacion la que regla, vijila y organiza la caridad? poco importa; lo evidente es que siempre se depende de alguna de esas cosas.

—Hé ahí, dijo el grosero Brown, que es lo contrario de la verdad. Gracias á Dios! nosotros no dependemos de nadie. Hénos aquí reunidos para aliviar la miseria, ponemos en comun nuestra buena voluntad, nuestro tiempo y nuestro dinero, sometemos nuestros estatutos al Estado, que hace de nosotros una corporacion; hecho esto, quién puede tener derecho á mezclarse en nuestros negocios? Es un crímen la calidad? Es una carga política ó municipal? Yo soy cristiano y socorro á los pobres á mi manera, quién puede pues, inmiscuirse en esto, que es para mi uno de los primeros deberes? Acaso se gana el cielo por procuracion?

—Permitid, le dije; nadie os prohibe que deis vuestro dinero; jamás tirania alguna llevó su crueldad hasta ahí. Pero el derecho de fundar un hospital es otra cosa; si al primero que se[194] le presentase le concede la facultad de abrir esos asilos, á qué desórden no iriamos á parar! Pronto tendriamos hospicios homeopáticos, y que sé yo!

—Hospicios homeopáticos? dijo Rose, hay tres en la ciudad, y va á fundarse el cuarto, qué mal hay en eso?

—Rose, amigo querido, esclamé, sois vos un boticario ortodoxo, quién semejantes monstruosidades profiere?

—Querido Doctor, repuso Rose, nosotros no sabemos ni en relijion siquiera, lo que es una ortodoxia oficial. Dejámosle á cada cual el derecho de buscar á Dios, segun su conciencia. Obrando de buena fé, no podemos ser mas rigurosos con la salud del cuerpo que con la del alma. Por otra parte, mi buen amigo, ambos somos augurios, y sabemos á que atenernos sobre la medicina oficial y las píldoras ortodoxas.

—Sea! repliqué; proclamad la libertad del charlatanismo y del envenenamiento; ya nada me asombra en esta república, que debiera poner en su bandera la divisa de la abadia de Theleme: Haz lo que quieras; pero os hablaré en nombre de la utilidad y del buen sentido. Con vuestro sistema de dejad hacer, cuántos hospicios teneis?

—Unos cien, cuando mas, dijo la señora Hope. La cifra me asombró; no creia en esa fecundidad de la caridad anárquica, mas no habia agotado mis razonamientos.

Unos cien hospicios! esclamé; señores no olvideis esa cifra admirable; si ella hace honor á los cristianos de París en Massachusetts, preguntaos, como hombres prácticos, lo que esa multiplicidad, la que esa concurrencia debe fatalmente producir. Empleos dobles, pérdida de dinero; aquí, superabundancia; alli, ausencia completa de socorros; despilfarro y pobreza. Suponed, al contrario, que una vasta administracion reune esos hilos dispersos, y concentra esas fuerzas estraviadas; colocando en la cúspide de la pirámide á un hombre vijilante, activo, económico: en el acto reina el órden, y con el órden todos los beneficios de la unidad! Jerarquias médicas, clínicas regulares, enseñanza disciplinada, caja central, farmacia central, en una palabra un verdadero imperio: el imperio de la caridad, con su jefe, sus ministros y sus súbditos. No es un sueño; ese ideal, es una verdad en los paises que están á la cabeza de la civilizacion. Gracias á la maravillosa potencia de la centralizacion yo afirmo que con un pequeño número de grandes hospicios y una organizacion vigoroza, me seria fácil duplicar el número de camas de vuestros enfermos, sin gastaros un dollar mas.

[195]

—Estoy convencido, dijo Humbug. Con su talisman, el doctor es capaz de rehacer el mundo, estirpando de él todos los desórdenes de la libertad. Pido que por el mismo voto, se pongan en sus manos, las fábricas de tejer, las fundiciones, los astilleros y demas. Con usinas centrales, y una jerarquia de injenieros, no dudo que la produccion se doblará, disminuyendo todos los gastos.

—Sois insoportable, le dije, me tomais por un comunista? Creeis acaso que ignoro que en industria esa unidad es una quimera?

—Por qué? repuso el eterno burlon. Por ventura en industria la centralizacion no produce forzosamente la economia de las fuerzas, la regularidad de la produccion, la jerarquia y la disciplina del trabajo?

—Sin duda, repuse, pero ese es el lado pequeño de la cuestion. Esa uniformidad mecánica destruye la ley moral de la produccion. Qué significa esa regularidad ficticia, si ella destruye el ojo del amo, si anonada el esfuerzo individual, el interés privado, la libre competencia? Una gota de agua al lado del océano. Lo que yo os propongo al contrario....

Es exactamente la misma cosa, interrumpió Humbug con vivacidad. Interés privado, esfuerzo individual, libre competencia, todos esos móviles que apreciais tan bien, son igualmente los móviles de la caridad; es menester agregar la abnegacion que solo vive de la libertad. Si el Estado ó el comun se encarga de socorrer á los pobres en reemplazo mio, si esa enorme mecánica me desembaraza de la primera de las virtudes, pagaré arrugando el ceño un impuesto mezquino, y todo estará dicho. Pero dejad á mi cargo el cuidado de la miseria, y las dulzuras de la limosna, y os daré hasta mi último cobre. Yo me curo poco de los otros hospicios de la ciudad, no los conozco; pero este es mio,—esos niños, los amo como si Dios me los hubiera dado á mi solo. Cuando he terminado mi dia, cuando me siento triste y fatigado, aquí es donde vengo; en medio de mis pequeños protejidos es donde olvido mis pesares. Preguntad á estos caballeros lo que cuesta la caridad voluntaria. Calculando por bajo les costará el décimo de su renta; apuesto á que si el Estado nos tomára una veintésima parte, todos gritariamos á la tiranía! Concedo que habrá dinero despilfarrado y fuerzas perdidas, pero lo que se debe ver es el fin, y afirmo con las pruebas en la mano, que la caridad individual es tres y cuatro veces mas fecunda que la caridad organizada.[196] Vuestro sistema, caro doctor, arroja sin cesar, entre la voluntad y el acto, un obstáculo que todo lo hiela. Nosotros no somos paralíticos,—dejadnos obrar, ved lo que un pueblo gana con la libertad. Bajo el punto de vista político, el Estado tiene el mayor interés en dejarnos la práctica de la mas amable y sociable de las virtudes; bajo el punto de vista económico hace un excelente negocio; multiplica los socorros y los estudia y sirve á la vez á la ciencia y á la humanidad.

—Señores, dijo el Coronel, me parece que nos alejamos mucho de la cuestion. Nos piden veinte mil dollars por mejorar y agrandar nuestro hospicio; no tenemos sino una cosa que hacer: suscribamos y dirijamos una carta de suscricion á nuestros sócios. Yo que no tengo hijos y que he adoptado esos pequeñuelos, doy el ejemplo, y me suscribo por mil dollars.

La lista pasó de mano en mano: cuando llegó á mí, hice lo mismo que Rose,—me suscribí por cincuenta dollars.

—Permitidme una reflexion final, dije al Consejo. Veo que compramos, mediante diez mil dollars un jardin de poca estension, no es muy caro?

—Es el doble de su verdadero valor, repuso la señora Hope, pero el propietario no quiere deshacerse de él por menos.

—Pues es gracioso! esclamé. Un propietario que coloca su conveniencia y su egoismo sobre el interés de los pobres! eh! Señores, es menester espropiarlo; no fomenteis con vuestra debilidad una odiosa especulacion.

—Doctor Smith, dijo Brown, frunciendo las cejas, eso si que es comunismo de primera clase.

—Vaya, vaya, repuse alzando los hombros, acaso el interés particular no debe ceder al interés jeneral?

—Sin duda, repuso el puritano; pero nada hay tan peligroso como las máximas banales. Así es como siempre han muerto la libertad,—con palabrotas. La propiedad no es un interés, es un derecho. El interés jeneral es una palabra elástica y vaga, que puede cubrir las pretensiones mas injustas á la vez que las mas lejítimas. Antes de invocarlo, comenzad por definirlo.

—Nuestras leyes han definido la cuestion, dijo Humbug. Para nosotros no hay sino cuatro causas de espropiacion: un camino, una calle, un ferro-carril, un canal. Pero aunque seamos por excelencia un pueblo municipal, y aunque la ciudad sea soberana en lo que le concierne, no obstante, la propiedad es cosa tan santa, que antes de tocarla es menester que la lejislatura del Estado intervenga; ella es la que aprueba la traza y la[197] que autoriza la espropiacion, mediante indemnizacion prévia. Para todo el resto: escuela, hospicio, casa municipal, Iglesia, la ley coloca el derecho particular primero que un interés que en resumidas cuentas no viene á ser sino el de una corporacion ó el de un barrio. A dónde iriamos á parar con vuestro sistema doctor? Me despojarian de la herencia de mi padre, me arrebatarian mis recuerdos, se reirian de mis afecciones, turbarian la mas santa de las propiedades, y para qué? Para edificar un teatro ó una fonda.

—Cómo! esclamé, en una república donde el pueblo manda, osais defender esas viejas máximas feudales?

—Señor, dijo Brown, vos no entendeis jota de libertad. Cuanto mas democrático es un pais, tanto mas necesario es que el individuo sea poderoso y sagrada su propiedad. Nosotros somos un pueblo de soberanos; todo lo que debilita al individuo nos conduce á la demagojia, es decir al desórden y á la ruina; todo lo que fortifica al individuo nos conduce á la democracia, reino de la razon y del Evanjelio. Una nacion libre es una nacion en la que cada ciudadano es dueño absoluto de su conciencia, de su persona y de sus bienes; el dia en que, en lugar de hablarnos de nuestros derechos individuales, nos hablen del interés jeneral, adios de la obra de Washington; seremos una muchedumbre y tendremos un amo.

—Señores, dijo el Coronel, que se interesaba mediocremente en nuestros debates, no hay nada mas á la órden del dia, está levantada la sesion. Os pido perdon de dejaros, añadió. Dicen que hay malas noticias de la guerra, estoy impaciente por saberlas.

Nada que me disgustaba acabar con el puritano y su áspero lenguaje; pero, por mi desdicha, habíale caido en gracia, ó mejor dicho, el hombre habia formado quizá el glorioso proyecto de convertirme á su fanatismo.

—Doctor, me dijo, tengo que pediros un servicio. Acabamos de fundar en este barrio un instituto de obreros[56]. Habrá una biblioteca, un museo de modelos, dos salas de dibujo, un gabinete de lectura, en una palabra, todo lo que hace la utilidad de un Club de esa especie. Los mismos obreros son los que proveerán á los gastos de entretenimiento; lejos de nosotros el pensamiento de erijirnos en bienhechores, turbando en lo mas mínimo la obra de la libertad. No debilitar jamás ni la dignidad ni la responsabilidad de aquellos á quienes beneficiamos,[198] es la primer regla de la caridad. Pero hay gastos de fundacion que son considerables, la bolsa de nuestros trabajadores no basta para ellos; necesitamos diez mil dollars por lo menos. Para obtenerlos, hacemos lecturas públicas y pagodas. Everett el clásico nos ha prometido su concurso, así como el elocuente Sumner. Espero que tendremos al filósofo Emerson y al poeta Longfellow. Por mi parte daré una leccion, en la que mostraré que reahabilitando el trabajo y levantando al obrero, el Evanjelio ha creado al mismo tiempo la riqueza y la libertad modernas. Vos no rehusareis el uniros á nosotros. Dos lecturas sobre la hijiene de los recien nacidos, por el sábio médico del hospicio de la Providencia, nos atraerian todas las madres, y nos valdrian cuatro-cientos dollars por lo menos.

—Teneis la autorizacion del Gobierno? le dije.

—Por quien soy, doctor, os digo que os ireis derecho al paraiso, contestó el porfiado. A fuerza de cuidar niños os habeis puesto como ellos; no podeis caminar sin andadores. Qué autorizacion se necesita para ilustrar á los hombres y hacerles el bien?

—Comó! esclamé, podeis dar cursos públicos y hablar de política á los obreros sin que el Gobierno intervenga?

—Seguramente, dije, si olvidamos nuestros deberes, la ley está ahí, y la justicia con ella; eso basta.

—No, eso no basta; el Estado no puede abandonar al primer advenedizo el derecho de hablar á los hombres. Esa ciencia de parada, esa instruccion á medias le inspira al pueblo una ambicion desastrosa; es poner al pais y aun á la relijion en el mismo peligro.

—Una media luz vale mas que la noche, reino de los apetitos y de las pasiones, dijo Brown, y por otra parte, cómo se ha de hallar el dia si no se le busca? Es menester que hablemos al pueblo, y que nos pongamos sin cesar en relacion con él. Para nosotros, demócratas y cristianos, hay ahí una cuestion de vida ó muerte; lo que mata las repúblicas, es la ignorancia; ilustrad al pueblo si temeis al despotismo. Lo que mata la relijion es una fé que no razona; ilustrad al pueblo si temeis la infidelidad. Necesitamos luz en todo y para todo. Si el cristianismo es una fábula, que caiga; si es la verdad que reine. Creeis que nosotros los pastores, somos algunos charlatanes que viven del error y de la credulidad?

—Calmaos, respondí, y no coloquemos tan alto la cuestion.[199] Me concedereis que dando á los obreros un punto de reunion, fundais un club en el que serán amos.

—Sin duda, puesto que estarán en su casa.

—Y no veis que á la primer querella con los patrones ese club se convertirá en un foco de coalicion?

—Si los obreros quieren coaligarse, dijo friamente aquel fanático, quién se los puede impedir? Los que venden su trabajo tienen tanto derecho como los que se lo compran. Es un trato que se hace con entera libertad.

—Pero señor, esclamé indignado de aquella estupidez, vos predicais la anarquía.

—Señor, me dijo con su brutalidad ordinaria, vos hablais un lenguaje que no es el de la América. La anarquía es la invasion de la libertad ajena, no la defensa de su propia libertad.

Creedme, añadió alzando al cielo unos ojos inspirados, la cultura del alma es la salud de las democracias cristianas; ellas no viven sino por la educacion. Dejad que los obreros léan, se instruyan y discutan: educadlos, segun el sentido admirable de la palabra, levantadlos hasta nosotros, levantaos vosotros mismos con ellos, y no tendreis que temer ni coaliciones, ni comunismo ni todas esas locuras que espantan al viejo continente. Son enfermedades que la ignorancia enjendra; á nosotros toca curarlas, doctor. Sursum corda, hé ahí mi divisa.

—La acepto con toda mi alma, repuse arrebatado por la fogosidad de aquel inspirado, contad conmigo.

Una vez solo con Humbug, preguntéle si venia conmigo á la instalacion de Dinah.

—Tengo interés en no faltar, doctor Paradoja, me dijo con sonrisa maligna; me divertís mucho con vuestras magníficas teorías. Cuanto mas os oigo tanto mas aprecio la grandeza de nuestras instituciones.

—Gracias por el cumplimiento, le contesté, parece que mis elojios de la centralizacion os hacen el efecto de una demostracion de la libertad per absurdum; debiais ser mas caritativo mi buen amigo, y pensar que hay en la tierra otros paises que la América.

—Os veo venir, me dijo, fanático de la unidad latina, piadoso adorador de la Francia. Yo tambien amo á los Franceses; los nietos de La-Fayette son para mi hermanos; pero perdóneme ese pueblo injenioso, si le digo que hace sesenta años que persigue un problema insoluble. Poner la libertad en una carta, y el despotismo en la administracion es querer caminar atado de[200] piés y manos; todo el talento del mundo reunido no lo conseguiría.

—Deveras, repuse sonriendo de aquella vanidad. Véamos, hombre práctico, decidnos pues lo que falta á los Franceses para elevarse hasta la civilizacion de los Yankees.

—Una sola cosa, dijo, con la mayor seriedad. En todos sus sistemas han olvidado la pieza esencial, sus políticos se parecen á Sam el distraido.

—Quién es Sam el distraido?

—Era el mensajero de mi aldea, dijo alegremente Humbug. Un muchacho lleno de penetracion y de malicia, osado hasta la temeridad, económico hasta la avaricia, exacto hasta la minuciosidad,—vamos, la gloria y el honor del Connecticut. Solo tenía un defecto,—que perdia la memoria. Un dia que tenia que distribuir mas de cincuenta paquetes en el camino, viéronle á cada paso inquieto y ajitado.—“Me he olvidado de algo, decia, pero qué es lo que he olvidado?” Al fin llegó al pais, y hé aquí sus hijos que salen á recibirle.—“Buenos dias, papá, dónde está mamá?”—Dios mio! gritó Sam, pegándose en la cabeza,—“hé ahí lo que me faltaba, he olvidado mi mujer!”

Es lo mismo que les pasa á los Franceses: tomad al azar una de esas constituciones que les han fabricado por docenas,—hallareis en ella al Estado y sus derechos, al individuo y sus derechos; pero falta....

—Qué falta? esclamé.

—La sociedad, respondió Humbug. A un lejislador Francés nunca se le ha ocurrido que la sociedad, es decir, la asociacion bajo todas sus formas, la libre accion de los individuos reunidos,—tuviera un puesto en la vida política de la Nacion. Nosotros los Americanos le damos el mas ancho dominio: el comun, la Iglesia, el hospicio, la escuela, la educacion superior, las ciencias, las letras. Cada asociacion es para nosotros una especie de familia agrandada,—y todas esas asociaciones, elevándose gradualmente forman otras tantas hiladas que arrancan del individuo para llegar al Estado. La América no es, hablando en verdad, sino una reunion de familias, que hacen por sí mismas sus negocios. Hay algo de esto en Francia? Allí solo se vé una cosa,—la administracion, inmenso pólipo que echa en todas partes sus brotes, que en todo se enreda, que todo lo toma y lo sofoca:

Monstrum horrendum, immane, ingens, cui lumen adeptum.

[201]

El pais está cortado en dos partes; de un lado el poder, con todos los recursos de una centralizacion formidable,—de otro una muchedumbre que obedece mas ó menos voluntariamente. De ahí todas las revoluciones que destrozan ese hermoso país, de ahí su eterno absorto. Ora debilitan la autoridad y la reducen á la impotencia, y creyendo agrandar la libertad, no llegan sino á la anarquía; ora se echan en el exeso opuesto, y estrechan todos los vínculos, y creyendo servir al órden, no llegan sino á lo arbitrario. Deplorable espectáculo el de un noble pueblo, que no sale del abismo sino para caer nuevamente en él!

—Y el remedio, querido amigo? Quién sabe si el carácter nacional no es la causa de ese mal éxito perpétuo?

—No creo, dijo Humbug, que haya pueblos nacidos para servir, no esceptúo ni á los negros; por otra parte no veo que la Francia haya hecho nunca un mal uso de la asociacion. Gracias á la administracion, que sobre-nada despues de todas las revoluciones, y se enriquece en cada naufrajio,—hánles rehusado siempre á los franceses esa apacible libertad, que atempera y predomina sobre todas las demas. Diez veces les han dado un voto que no les servia de nada; pero el cuidado de sus propios negocios todavía lo espera. Reyes durante una hora, hánles rehusado desde el dia siguiente hasta la facultad de obrar y hablar. Bajo tales condiciones la esperiencia no está hecha; la soberanía no es la libertad. Con la primera el pueblo no conquista frecuentemente sino el derecho de perderse; con la segunda, vive, crece y tiene en sus manos su fortuna y su honor. Cuando los franceses hayan hecho el ensayo de gobernarse por sí mismos, podrá condenárseles; hasta entonces nadie tiene el derecho de acusarlos. La Fayette, cuyos escritos leemos nosotros, al paso que quizá son desdeñados en Francia, reclamaba hace cincuenta años esa vida libre, esas reuniones libres que hacen nuestra grandeza. Si yo tuviera el honor de ser su compatriota,—hé ahí la herencia que quisiera revindicar. El que á los franceses enseñe que la centralizacion los esclaviza, que solo la asociacion puede salvarlos, ese hombre habrá arrancado por siempre jamás el jérmen de las revoluciones, plantando en fin en una tierra jenerosa el árbol que no nunca se secará. Y, con mas seguridad que Arquimedes podrá gritar: Eureka; porque habrá hallado simultáneamente dos tesoros mas preciosos que todas las riquezas del mundo,—la libertad y la paz.

—Bravo, Humbug! esclamé, estais elocuente. Pero mi buen amigo; si fuérais á contar semejantes fábulas á Paris, en Francia,[202] os silvarian como á un soñador, esto es, sino os encerraban como á un sedicioso, en medio á los aplausos de la moderna Atenas.

—Eso no me sorprenderia, dijo; los atenienses de otro tiempo tenian un filósofo que la Pitia proclamaba ser el mas sabio de los hombres, y fué por esto que se dieron prisa en matarlo. Los sapientes de la Agora, las jentes prácticas acusaban á Sócrates de ser un revolucionario y un atéo. Qué es hoy dia de la memoria de esos grandes hombres de estado que habian salvado la patria, y que naturalmente se hacian pagar sus servicios? Un ciudadano no se detiene ante esos obstáculos miserables; defiende la verdad con una tenacidad invencible, señala el escollo, grita hasta que la corriente lo ahoga; salva algunas veces á las jentes á pesar de ellas, y nada espera sino de la posteridad. El reconocimiento es la virtud del porvenir.

Singular pueblo! murmuré, entre estos almaceneros las convicciones son pasiones, al paso que entre nosotros, pueblo heróico y teatral, las pasiones y los intereses son las que...... guardé para mi el resto de la reflexion.


[203]

CAPITULO XXVII.
La escuela.

Charla que charla llegamos á la calle Federal. Frente á nosotros, sobre un montecillo que dominaba la ciudad y la campaña, alzábase altivamente un edificio de grande apariencia,—una torre cuadrada flanqueada de dos alas. Si hubiera estado en un pais civilizado, habria dicho: “Es la caserna de la jendarmería ó la casa de la prefectura.” En aquel pueblo sin policía y sin gobierno, era el palacio del Abcdé,—era la escuela! Una nacion puede ser juzgada por sus monumentos.

—Y bien, doctor, me dijo Humbug, cómo hallais el palacio de nuestra juventud?

—Muy hermoso exteriormente, le contesté; pero muy mal arreglado. Veo allá arriba unos muchachones de quince años y unas chiquillas de poco mas ó menos que entran todos á un tiempo; eso no es propio. En toda escuela bien organizada se separan los dos sexos; es una precaucion de la que parece no teneis idea siquiera.

—Dos entradas para niños que van á estudiar en la misma sala, dijo Humbug? Para qué?

—En la misma sala! esclamé, pensais en ello? Es el colmo de la inmoralidad.

—No veo de inmoral sino vuestra imajinacion, repuso Humbug riendo. Nuestros niños, querido doctor, son niños honestos; entre nosotros no se halla sino:

Virgines lectas, puerosque castos.

La escuela es una gran familia, en la que no hay sino hermanos y hermanas que se disputan el premio del estudio. De dónde sacais vuestras horribles ocurrencias?

—Entónces, mi buen amigo, los Yankees son ánjeles, machos y hembras.

—Y la Europa repuse, con sus veinte siglos de experiencia, no es mas que una vieja chocha que no sabe, ni lo que hace ni lo que dice.

[204]

—Querido doctor, dijo Humbug, los ingleses han comenzado por burlarse de nosotros; hoy dia nos imitan. Dentro de diez años no habrá en Inglaterra una sola escuela en que los dos sexos no estén juntos. En cuanto á los otros pueblos de Europa, su educacion ha sido clerical durante tanto tiempo que para despojarse de sus preocupaciones necesitarán mas de un dia. Nosotros no educamos ni frailes, ni soldados; preparamos hombres á la vida comun. Porqué, pues, no hacer la escuela á imájen de la familia y de la sociedad?

—Vosotros sois unos imprudentes! esclamé; jugais con el fuego.

—Somos padres de familia, repuso Humbug; sabemos por esperiencia que para dulcificar el corazon, formar el carácter, é inspirar ideas jenerosas nada vale tanto como esa primera comunidad de trabajo y de estudio:

Emolit mores, nec sinit esse feros.

—Lo que es imprudente, insensato,—es la pretendida sabiduría de la vieja Europa. Separar los niños y las niñas, enseñarles desde la primera edad que ambos están en un peligro misterioso, turbar y exitar sus jóvenes imajinaciones, y echar despues de repente y en el momento mas difícil en el mundo de los hombres ardientes y temerarios, á mujeres inquietas, tímidas, sin defensa,—es una verdadera locura; pido perdon de ello á vuestra gravedad, mi querido doctor. Vuestra educacion claustral es un dique que detiene y aumenta todas las pasiones; nuestra educacion comun habitúa nuestros hijos á amarse como hermanos y á respetarse mútuamente.

—Es posible, esclamé, que los peligros de vuestro sistema no os abran los ojos?

—Preguntádselo á nuestros maestros, repuso: no hallareis uno solo que no esté orgulloso de nuestras escuelas mistas. Es una invencion Americana,—una invencion que nos hace honor. Como siempre hemos tenido confianza en la naturaleza humana y en la libertad; como siempre nos hemos congregado. En ninguna parte la instruccion es mas fuerte, ni tan moral, mas grande que en nuestra querida institucion. La emulacion entre ambos sexos es un aguijon sin par. Por niño que sea, el hombre se avergüenza siempre de ceder el primer lugar; la mujer es paciente, y tiene la intelijencia mas abierta; en estos primeros estudios que no tienen nada de abstractos, ella es siempre la que sale triunfante. Pero ese no es sino el lado pequeño de la[205] cuestion. Las niñas ganan con nuestro sistema, tanto en carácter y voluntad, como los hombres en corazon. Aprenden á conocernos, y, sea dicho entre nos, mi buen Daniel, nosotros no somos peligrosos sino en tanto que no se nos conoce. Siendo respetadas, las niñas se respetan á sí mismas; siendo libres se dan el lugar que las conviene; y en las recreaciones, por ejemplo, una prudencia natural las separa de sus compañeros. En cuanto á los jóvenes, ellos adquieren en nuestras escuelas esa delicadeza de sentimientos, esa política caballeresca que solo la sociedad de las mujeres puede darles. Qué hay mas salvaje y brutal que el colejial inglés, abandonado á sí mismo y á la tiranía de sus mayores? Habeis leido á Tom Brown? dá vergüenza de la civilizacion. Preferiría vivir entre los Pieles-Rojas antes que con colejiales como Eton ó Rugby. Entre nosotros, al contrario, todos los jóvenes crecen juntos; á los diez y seis, á los veinte años, sus relaciones son tan simples, tan fraternales como cuando se hallaban en los mismos bancos. Mas de un casamiento se hace entre esos antiguos camaradas de escuela; la estimacion, la amistad hacen nacer el amor y le sobreviven. La Europa, vuestro ídolo, ha imajinado algo tan cristiano y perfecto?

—Es un sueño, dije.

—Entrad, incrédulo, repuso Humbug; vereis que ese sueño es una verdad.

—Una palabra todavia, le dije. Todos esos niños son santos, por supuesto. Pero dónde hallareis hombres capaces de educar esas falanjes celestes? Cuál es el maestro que puede animar á la vez la timidez de vuestras niñas, y dulcificar la turbulencia de vuestros niños? Dónde ha de hallarse ese fénix que, en cada comun, responda del honor y de la virtud de vuestros hijos?

—Entrad, repuso Humbug; vereis desempeñando su tarea á Dinah, vuestra protejida, y á vuestra querida Susana quizá.

—Estais loco, esclamé, pegando en el suelo con mi baston; es á una mujer de veinte años á quién le confiais hombres que ya tienen barba en la cara? Lindo jeneral para tal ejército; como lo respetarán!

—Todavia una preocupacion del viejo mundo, querido doctor. Nada mas natural en un jóven que ama á su madre que respetar á una mujer; lo que no lo es,—es obedecer á un maestro que amenaza y castiga. La fuerza influye poco en el corazon de un niño; cuanto mas jeneroso es, tanto mayor es su resistencia;[206] contra lo que no tiene defensa, es contra la dulzura y la afeccion. En este punto tambien, la esperiencia dá un desmentido á la antigua sabiduria, que no es sino un viejo error. Son las jóvenes de la Nueva Inglaterra las que, con una abnegacion de misioneros, se consagran á vivir entre la corrupcion del Sur ó en las soledades del Oeste, con el objeto de educar á las almas jóvenes, y darlas á la verdad y á Dios. Tenemos maestros, como los mejores que pueda haber; pero nuestros mas bien dotados institutores, escollan allí donde una jóven Yankee hace maravillas. La infancia pertenece á la mujer; es una ley natural que hemos tenido el mérito de reconocer y de aplicar.

—Amen, contestó, alzando los hombros; vamos á admirar esas tímidas ovejas y esos dóciles corderos, conducidos por una pastora no menos inocente que su rebaño.

Entré de mal humor en la sala grande; y sin embargo de no poder sufrir la sin razon,—lo confesaré con vergüeuza, apenas puse el pié en el santuario me sentí seducido.

Me hallaba en una vasta pieza, donde el aire y el dia entraban por unas anchas ventanas; las paredes eran de una limpieza esquisita, y estaban adornadas de trecho en trecho sea de cartas mudas, sea de cuadros de historia natural, sea de figuras de física y de jeometria. Cada niño tenia su pupitre, aislado por cuatro varillas que se cruzaban á su alrededor. Sentado delante de esa mesa barnizada, que brillaba como un espejo, solo, y sin vecino; el escolar es maestro de sí mismo; si se distrae, si no trabaja, solo sobre él recae toda la responsabilidad. El institutor colocado en un estrado, vijila de una mirada esas largas filas de pupitres, colocadas unos tras de otros. Vijilancia poco necesaria en un pueblo ambicioso donde cada cual quiere instruirse para llegar á la fortuna y al poder! Los vicios de los Americanos les sirven á ellos mas de lo que á nosotros nos sirven nuestras virtudes.

Dinah estaba ocupada en una pieza vecina. El maestro de la sala grande era mi Susana. En aquel momento la señorita enseñaba la jeometria á siete ú ocho muchachones que, déboles esta justicia, escuchaban como buenos niños á su amable maestra.

—Venid, mi buen padre, dijo Susana toda gozosa; tomad esa tiza, demostradnos las propiedades del cuadrado de la hipotenusa.

Hacer una demostracion me habria sido difícil; habia sido[207] demasiado bien educado en la Universidad de Francia, para entender de jeometria; todo lo que recuerdo sobre el particular se reduce á una vieja cancion que, quizá tararean todavia al rededor de la Escuela Politécnica con la tonada de Calpigi.

Le carré de l’hypoténuse
Est égal, si je ne m’abuse,
A la somme des deux carrés,
Faits sur les deux autres cotés.[57]

Dejé pues á mi Susana trazar sobre la pizarra el triángulo, rectángulo A. B. C., levantar sobre cada lado un cuadrado &a., &., y me retiré á fin de que mi hija no tuviera que avergonzarse de la ignorancia paternal.

En una de las salas chicas (lo menos habia ocho,) Dinah interrogaba, sobre los rios grandes y pequeños de la Francia á unos niños de nueve á diez años. Sorprendíme de su memoria y de su ciencia, yo Francés, que, si me hubieran interrogado sobre la América, no habria podido ofrecer en cambio á aquellos jóvenes eruditos sino el Mississipi, el Hudson y el Potomac, únicos cursos de agua de que me hayan hablado. Verdad es que la América nos interesa poco, al paso que la Francia, reina de las letras y de las artes, debe interesar prodijiosamente á los Americanos. Es la admiracion de los bárbaros por la civilizacion!

Despues de la geografía vino la lectura en alta voz, y la declamacion. Un hombrecito de nueve años se levantó, y sin timidez ni descaro, nos recitó uno de los pasajes mas poéticos del Hiawatha de Longfellow. Aunque el jóven prodijio, gangueaba un poco, vicio comun en América, díjonos aquel pedazo con una gran precision de tono y verdadero sentimiento; hay actores célebres que no se han elevado nunca hasta esa altura.

Despues de la poesía, vino la elocuencia. Un niño, de cabellos relucientes, se levantó, puso los piés en escuadra, y con voz animada entonó un himno á la gloria de la América:

“Amigos y conciudadanos!

“Estais apenas en la infancia, y sin embargo sois ya el primer pueblo del mundo. Cuál es el héroe del último siglo, el mas grande hombre, el mejor, el amigo de su pais y de la libertad? El universo contesta: Jorje Washington, un Americano. Cuál era el primer físico? Franklin, un Americano. El mas gran teólogo? Jonatan Edwards, un Americano. Cuál es el[208] mas grande jurisconsulto del siglo XIX? El juez Story, un Americano. Cuáles son los primeros oradores de nuestra edad? Claye, Webster, Everett, Sumner, todos ellos Americanos. Cuáles son los primeros historiadores? Prescott, Bancroft, Lothrop-Motley, Ticknor, Americanos. Cuál es el primer naturalista? Jacobo Audubon, un Americano. Cuáles son los mas grandes moralistas y los verdaderos sábios de nuestros tiempos? Channing, Emerson, Parker, todos ellos Americanos. Cuál es el primer novelista de nuestros tiempos? Mme. Beecher Stowe,[58] una Americana. Cuáles son los grandes inventores? Whitney, que ha imajinado la máquina para pelar el algodon; Fulton que ha creado el buque á vapor; Morse, que ha hallado el telégrafo eléctrico; Maury, que ha trazado en los mares rutas infalibles, todos ellos Americanos.

“Valor pues, hijos de los Puritanos; el porvenir es vuestro. Antes de que el siglo acabe sereis cien millones de hombres; qué será frente á vosotros la Europa, subyugada y dividida? La naturaleza os ha dado los mayores lagos, los mayores rios, los mas hermosos puertos; teneis tierras fecundas, y en cantidad inagotable. Vuestras minas de carbon son tan grandes como la Francia. La industria os ha dado mas ferro-carriles, mas buques á vapor, mas buques de todas clases que todos vuestros rivales juntos. Vuestros hombres son los mas bravos, los mas atrevidos, los mas injeniosos del universo; vuestras mujeres las mas bellas de la creacion. Valor pues, raza bendita del cielo! el mundo es tuyo, porque eres á la vez el pueblo mas cristiano y mas libre.”

—Querido amigo, dije á Humbug, entre todas las virtudes que enseñais á vuestros santitos, contais la modestia?

—Un poco de indulgencia, doctor, repuso con tono embarazado. Cuando se educan niños, es bueno forzar un poco el patriotismo. Es el medio de que mas tarde no se enseñorée el egoismo. Confieso, por lo demas, que la vanidad es nuestro lado flaco; nuestro prodijioso crecimiento nos enloquece y nos hace cometer mas de una falta. Pero que nos arroje la primera piedra aquel que no haya pecado. John Bull está á convencido[209] de que, par droit de naissance,[59] es el rey de los mares; y estoy seguro que en Francia se repite en todos los tonos que los Franceses son el primer pueblo de la tierra, y que el mundo no tiene ojos sino para admirarlo.

—Qué diferencia, esclamé. La Francia es la Francia!

—La América es la América, repuso riendo. Todos los cristianos están imbuidos de la misma locura; no hay disparate á que no pueda ser arrastrado un pueblo, gritándole con aplomo “Ingleses robad esa provincia, sois Ingleses! Franceses, batíos á troche y moche, sois Franceses! Americanos, sed insolentes con la Europa, sois Americanos?” El orgullo nacional, es la bandera roja que se tiende al toro cuando se quiere hacerle caer en un lazo agachando la cabeza. Amigo querido, demos á manos llenas la educacion, difundamos por todas partes la luz si no queremos que el pueblo sea el eterno juguete de los charlatanes que se burlan de sus mas nobles pasiones y de sus mejores instintos.

En aquel momento sonó el reloj; era la hora del recreo. Corrí al patio, y hallé al amable Naaman, convertido en capitan de una nueva milicia. Tres ó cuatrocientos niños estaban formados en columna, las mujeres de un lado y los varones de otro. Abrieron una puerta vidriera que daba al patio, colocaron en ella un piano, y hé aquí á Susana y á Dinah, tocando á cuatro manos la marcha de Oberon. Al punto se desplegan las columnas en órden; se salta, se corre y se hace alto cadenciosamente; la cadena se hace y se deshace con una precision admirable. Era aquello una mezcla de danza y de jimnástica que encantaba los ojos, algo de noble, de atrevido y de gracioso á la vez. No era así como los Griegos ejercitaban á la juventud? Por primera vez comprendí como era que Platon colocaba la danza y la música entre los primeros deberes del ciudadano. Yo estaba deleitado, y á no haber sido un resto de vergüenza y mi barba griz, de buena gana hubiera tomado parte en aquel ballet[60] militar. Por qué no habia de haber danzado con los niños? No lo hacian los espartanos?

—Mi jóven amigo, dije á Naaman, esto es encantador; mi corazon se regocija ante este espectáculo, pero sacadme de una duda. Dónde estoy? Dónde me han conducido? Esta casa elegante, estas mesas de un lujo esquisito, estos hermosos libros[210] forrados en badana, todo esto, pertenece sin duda á una escuela particular, donde no se reciben sino niños ricos. Quién es el director de este bello establecimiento?

—Siempre festivo doctor, dijo el bello pastor. Estais en la escuela primaria de la duodécima circunscripcion, barrio tercero. Tenemos ochenta casas de esta especie en nuestra buena ciudad de Paris y no es bastante.

—Muy bien; pero cómo puede el hijo del pobre proveer á los gastos de esta enseñanza costosa?

—De dónde venís? esclamó Naaman. No sabeis que la educacion es gratuita? No habeis nunca mirado vuestra cuota de impuestos? Nosotros somos los hijos de esos puritanos que, á penas desembarcaron en la árida roca de Plymouth, abrieron escuelas para combatir á Satanás,—que es el verdadero nombre de la ignorancia. Lo que hay de diabólico en nosotros,—es la bestia; lo que hay de divino, es el espíritu. La escuela es nuestro amor y nuestra debilidad; asi ella es el mas grueso capítulo de nuestro presupuesto, como la guerra ó la marina es el de los pueblos civilizados. Aquí, en nuestro Massachussetts el gasto de la escuela es poco mas ó menos la cuarta parte de nuestros gastos generales; en el pequeño Estado de Maine, monta á la tercera parte, lo que seria para la Francia un presupuesto de cuatrocientos á quinientos millones.

—Gran Dios! dije para mis adentros, si estas jentes no son locos, qué es lo que somos nosotros.—Decidme, señor Naaman, quien vota esos fondos, y como son administradas vuestras escuelas.

—El voto es comunal, respondió; es el conjunto de los habitantes el que fija la cifra del impuesto; es quizá el único gasto que aumenta todos los dias con aplauso de los que lo pagan. Sobre este punto no hay partido en América; todas las comuniones, todas las opiniones rivalizan para hacer de nuestras escuelas el establecimiento mas rico y mejor dotado del pais.

—Y naturalmente, dije, cada comunion quiere dominar en él.

—No, repuso; esto os asombrará quizá, ninguna influencia de Iglesia entra en estos muros. Cada leccion comienza por la Oracion Dominical y una lectura de la Biblia, pero sin ser acompañada de ninguna refleccion. La enseñanza es cristiana por el espíritu de nuestros maestros; no es católica ni protestante. Damos aquí á nuestros hijos el medio de buscar la verdad, les armamos contra la ignorancia, les preparamos á combatir el buen combate; en cuanto á la enseñanza dogmática, está[211] reservada á la iglesia y á las escuelas del domingo. Así es como evitamos el perturbar esas jóvenes conciencias, y no obstante como habituamos á nuestros hijos á considerarse todos como hermanos en Jesu-Cristo.

—Bien; pero quién os responde de los maestros?

—El Directorio de educacion, dijo Naaman; directorio elejido libremente por todos los ciudadanos del mismo comun, y que tiene sobre él el directorio central del Estado. Esas asambleas reunen los hombres mas considerables del pais. Es una gloria ser llamado á vijilar la educacion; nuestros mejores ciudadanos, los Horacio Mann, los Bernard, han rehusado un puesto en el Senado Federal por permanecer de directores de nuestras escuelas en Massachussetts y en Connecticut.

—Es posible? esclamé.

—Qué tiene de sorprendente? repuso el jóven ministro. Creeis que en un pais como el nuestro se anda preguntando qué es lo que hace la grandeza de las naciones? En una República, en un Estado donde el pueblo es soberano, es menester vencer la ignorancia ó ser muerto por ella; no hay término medio: Para educar á un pueblo que cree en la verdad y que la ama, nuestros políticos no han hallado sino un medio,—ilustrarlo: esto es, hacer del mas insignificante ciudadano un hombre bastante instruido para que no lo engañen, bastante prudente para gobernarse á sí mismo.

—Y habeis resuelto el problema?

—Sí, dijo, el problema fué resuelto el dia en que tuvimos escuelas tan bien atendidas y tan completamente gratuitas, que ningun padre se atrevió ya á rehusarnos sus hijos. Cuando el comun dá todo, hasta los libros, el papel y las plumas, quién sería bastante loco ó suficiente culpable para no aprovecharse de la munificencia nacional, y condenar sus hijos á la ignorancia y la miseria?

—Supongo, le dije, que la educacion es obligatoria. Despues de semejantes sacrificios, el Estado tiene derecho de obligar á las jentes á instruirse. El no puede sufrir brutos en la sociedad.

—Hemos rechazado toda coaccion, repuso el jóven pastor. No porque háyamos dudado de nuestro derecho; pero hemos tenido miedo de adherir á un beneficio una idea odiosa. La multa y la prision harian odiar nuestras escuelas; dejamos esas durezas para los gobiernos que se curan mas de la obediencia que del amor de los ciudadanos. Hacer á la educacion universal[212] es toda la cuestion, y hemos llegado á ese fin exelente sin tocar la libertad. Nuestras escuelas, abiertas á todos los niños hasta de edad de diez y seis años, seducen y atraen aun á los mas rebeldes. En la Nueva Inglaterra, no hallareis un solo ciudadano, nacido en el pais, que no haya recibido instruccion de nosotros.

—Bravo! esclamé, hé ahí una obra que hace el mayor honor á los cristianos de América.

—La política gana con ello, no menos que la religion, repuso; hemos llegado á un resultado que debe sorprender á los modernos. Mediante la perfeccion de nuestras escuelas, hemos restablecido, sin saberlo, la educacion comun, tan querida de los antiguos. Nuestra enseñanza es bastante elevada para preparar al hijo del rico á entrar al colejio; es bastante simple para no asustar al hijo del pobre, bastante sustancial para ponerle en estado de ocupar su puesto en la sociedad, sin que nunca tenga que ruborizarse de su ignorancia. Aquí es donde toda la juventud (comprended bien esta palabra; toda la juventud), viene á aprender la lectura, la escritura, la aritmética, la jeometria y el dibujo. Añadimos un poco de jeografia, de historia, de física y de química; y no tememos hablarles de moral y de política á esos niños. Esplicámosle la constitucion de su pais; son ciudadanos. Gracias á la riqueza y solidez de nuestras lecciones, el hijo del millonario viene á instruirse al lado del peon irlandés. Apercibo allí á una de las hijas de Green, jugando con la hija de una pobre vendedora de frutas de la calle de los Nogales. Aquí es donde reina la verdadera igualdad, la igualdad en todo, la igualdad que eleva; aquí se fomenta el patriotismo y el amor á la libertad. Formar una jeneracion, es formar un pueblo; hé ahí nuestra divisa, hé ahí lo que hace de nuestras escuelas un lugar querido de todos y sagrado para todos.

—Eso es bueno y grande, esclamé; pero perdonadme un escrúpulo final. Instruyendo así á los hijos del pueblo, no temeis inspirarles á la vez una ambicion perversa? No os parece que echais en la sociedad hombres descontentos de su suerte,—llenos de deseos y necesidades superiores, á su condicion?

—Esa es una vieja objecion, que desde hace mucho tiempo no tiene curso en América. Vuestros temores serian fundados, si nosotros abandonáramos á nuestros hijos desde que salen de la escuela; pero pensad que nuestra sociedad y nuestro gobierno son dos escuelas que no se cierran jamás. Y, ademas, todos[213] los hombres ilustrados que tenemos se hacen un honor y un placer en instruir á los ciudadanos. Ved sino nuestras paredes cubiertas de avisos; no hay noche en que no haya alguna lectura pública, literaria, científica. La luz nos innunda; es menester ser dos veces ciego para quedarse ignorante. Al lado de esa enseñanza libre, colocad la Iglesia, siempre activa, y esas mil reuniones en las que ricos y pobres se encuentran asociados sin cesar, para obras de propaganda y de caridad. Agregad la vida política que remueve todas las ideas y fecundiza todas las almas. Finalmente, y en primera línea, poned la prensa; es decir, la palabra pública que no se agota nunca. No hay una Iglesia, una asociacion, un cuerpo, un individuo que no tenga su diario; hasta los niños tienen el suyo: el Child’s Paper, fundado hace cuatro años, tiene ya cien mil lectores, el mas viejo de los cuales no cuenta quince años. Quién puede resistir á esa marea que siempre sube? Quién puede escapar á esa oleada de civilizacion que empuja á la humanidad hácia un porvenir mejor?

—Así, sois un pueblo de sábios?

—No, dijo sonriendo. La erudicion como las artes en hija de las naciones viejas, todavia no la poseemos. Nosotros somos unos advenedizos; necesitamos un siglo quizá antes de tener esos ócios que permiten una cultura desinteresada; pero me atreveré á decirlo,—somos el pueblo menos ignorante que haya visto el sol. Mirad á nuestro alrededor; aquí no hay paisanos, sino arrendatarios; aquí no hay jornaleros, sino artesanos. Al salir de su herreria, el obrero se pone un frac negro, y vá á escuchar una lectura sobre Washington ó sobre los descubrimientos de Livingston, en Africa. Su vecino, el joyero, irá á trabajar en una escuela de dibujo, ó seguirá un curso de química. Apesar de sus manos ennegrecidas, ambos son unos caballeros; aman los placeres del espíritu tanto como vos podeis amarlos. Id al Oeste, entrad en alguna log house[61] perdida en el fondo de los bosques; sereis recibido por la mujer del azadonero; la vereis amasando el pan ó batiendo la manteca. Esperad la noche, esa misma mujer se pondrá al piano, hablará con vos de política, de moral, y quizá de metafisica. La lectura del Cocinero Perfecto no le impide el apreciar á Emerson, ni el saborear á Channing. No damos á todos la riqueza material, aunque el bienestar sea mas fácil de conquistar en América que en todo otro pais; pero á todos les ofrecemos esa riqueza que[214] no teme el orin, ni á los ladrones; ponemos al alcance del pobre esos goces intelectuales que, en toda edad y condicion, son una fuerza y un consuelo. Haciendo eso, creemos cumplir con la palabra divina, llevar los hombres á Dios, cultivando su espíritu y su corazon.

Yo miraba aquel hombre con una emocion de que no era dueño; jamás he visto brillar en una cara humana tanto entusiasmo y tanta fé. Para Naaman la ciencia y la relijion eran un doble nombre de la verdad; ambas llenaban su corazon; á entrambas las amaba con el mismo amor.

—Amigo, esclamé, me habeis vencido. Héme aquí como San Pablo en el camino de Damasco, herido por la luz y escuchando la voz que me grita: “Es duro dar coces contra el aguijon.” Me rindo, mis ojos se abren; veo y admiro la grandeza de este pais. Qué vida intensa! El corazon, el pensamiento, todo está en accion; nada de inconvenientes, nada de barreras! el hombre es dueño de su destino; tiene la felicidad y la virtud en sus manos. Aquí no hay mentira oficial,—la verdad es quien reina; nada de preocupaciones, ni de trabas, en todas partes resuena el grito de un pueblo embriagado de esperanza: Adelante! adelante hácia un mundo donde la miseria será curada, donde la fuerza será abatida; donde el espíritu reinará. Estoy orgulloso de ser ciudadano de este hermoso pais. Viva la libertad! vivan los Estados Unidos! viva la gran república!

Mi voz fué ahogada por un redoble de tambor seguido de timbales retumbantes. Dos zuavos entraron en la escuela; el uno corrió hácia Susana y le tomó cariñosamente las manos,—Alfredo; el otro me saltó al cuello,—era mi Enrique.

Padre, me dijo, los del Sud han pasado el Potomac; Washington está amenazado; movilizan nuestras milicias, llaman á los voluntarios; esta noche partimos. Venid pronto,—mi madre os espera.


[215]

CAPITULO XXVIII.
La partida de los voluntarios.

Seguido de mis hijos, salí de aquella apacible morada, donde al fin habia sorprendido el secreto de la grandeza norteamericana. La ciudad habia cambiado de aspecto; las casas estaban embanderadas. En cada ventana, el estandarte federal, ajitado por el viento, desplegaba sus fajas rojas y azules y sus treinta y cuatro estrellas como una protesta muda en favor de la union. Acá y allá, un inmenso cartelon anunciaba el desastre del ejército federal, y llamaba á los ciudadanos á socorrer la patria en peligro. Batallones armados marchaban por las calles al son de clarines y tambores. Las Iglesias estaban llenas de voluntarios que invocaban el Dios de sus padres antes de marchar al combate. En todas partes, los cantos guerreros se mezclaban á los himnos relijiosos; padres, madres y hermanos acompañaban á los jóvenes milicianos animándoles. Tomábanse las manos, lloraban y se abrazaban, alzando los brazos al cielo. Era aquello el fervor de una cruzada!

Llegué á mi casa muy ajitado. Como buen parisiense, he vivido y crecido en medio de los tumultos y de la guerra civil; son recuerdos que me entristecian, pero allí, en aquel entusiasmo que empujaba á todo un pueblo á las armas, habia algo de tan noble y de tan grande, que me sentí exaltado.

Ni los peligros que Enrique y Alfredo afrontaban me daban miedo; una voz secreta me impelia á partir con ellos. No tenia yo tambien, un hogar y una familia que defender? La América, donde poseía esos bienes tan queridos, no era mi patria?

A mi puerta hallé á todo un rejimiento de zuavos formado de los voluntarios del barrio. El viejo coronel Saint-John habia sido izado sobre un caballo blanco, y el bravo veterano olvidaba sus reumatismos y sus heridas para guiar á los jóvenes al combate. Al lado del coronel, Rose, vestido de capitan, marchaba acompañado de sus ocho hijos y de cuatro hermosos jóvenes hijos de Green. Fox, convertido en teniente, estaba en medio de un grupo; peroraba, jesticulaba, y no respiraba sino sangre[216] y carniceria. Su cuello postizo y su tabaquera no se armonizaban muy bien con su uniforme, y en cualquiera otra ocasion me hubieran hecho reir; pero hablaba con tanto fuego, que le hallé el aire marcial. Habia en él otra cosa que un soldado de profesion; era un ciudadano decidido á morir por su pais.

—Vecino, me dijo Rose, contamos con vos; toca á los viejos dar el ejemplo. Necesitamos un cirujano para nuestro rejimiento de zuavos, y os han nombrado por unanimidad; solo nos falta vuestro consentimiento.

—Lo teneis, esclamé; sí, mis buenos amigos, parto con vosotros; allí estaremos para velar por nuestros hijos, y cuando necesario sea, haremos fuego con ellos. Viva la Union! Viva la Patria!

Este grito fué repetido en todas las filas, y á él se mezcló el de ¡viva Daniel! ¡viva el mayor! Las aclamaciones de aquella brava juventud, me hicieron cosquillas hasta en el fondo del corazon; entré en mi casa la frente altiva y la miraba brillante. Una vida nueva se despertaba en mi alma,—yo era feliz!

Jenny, anegada en lágrimas, se echó en mis brazos sin intentar siquiera conmover mi coraje. Parecíale muy natural que el padre acompañara al hijo, y que solo las mujeres se quedáran en la casa. Susana estaba no menos resuelta; veíase en su palidez que se hallaba profundamente conmovida; sus labios rogaban y sus ojos se alzaban al cielo; pero no dijo una palabra que pudiera turbar á Alfredo, pareciendo ocupada unicamente en preparar nuestra partida. Mujeres queridas! ellas tambien comprendian el deber y amaban la patria.

Algunas horas bastaron para procurarme un uniforme de cirujano. Rose me regaló una balija exelente; compré revolvers, un sable, un caballo, y á las tres estuve pronto; debiamos partir á la noche.

Hasta entonces no habia reflexionado, la furia Francesa me habia arrebatado. Pero en el momento de dejar aquella casa, en la que tantos dias felices y tan bien aprovechados habia pasado,—esperimenté no sé que tristeza; parecíame que una vez partido no volveria. Y si volvia, volverian conmigo mi Enrique, y aquel Alfredo al que ya amaba como á un hijo?

Procuraba deshechar aquellos tristes pensamientos, que, siempre rechazados, me asaltaban sin cesar, cuando el viejo coronel entró en mi casa. Su vista me hizo bien; era uno de esos bravos soldados,[217] pródigos de su sangre, aváros de la ajena; no podiamos tener un jefe mas honorable ni mas seguro.

—Coronel, le dije despues de haber recibido sus felicitaciones,—hénos solos, puedo hablaros sin rebozo. Aquí para entre nosotros, decidme, qué caso haceis de estas nuevas levas? Bella cosa es el entusiasmo, pero qué es al lado del ejercicio y de la disciplina? Apesar del valor de esos buenos jóvenes, esos batallones se desharán al primer fuego.

—Paciencia, mayor, repuso el veterano. Yo soy menos severo que vos, y sin embargo he hecho la guerra toda mi vida. Dos meses, detras de los fuertes de Washington cambiarán esos voluntarios en soldados. La disciplina es mucho sin duda, pero es un oficio al alcance del mas ignorante. Lo que no se dá, es el corazon, la fé, el amor á la patria. Ahí es donde está el resorte supremo por mas que digan los que arrastran sable. Para manejar la bayoneta es menester un brazo vigoroso y hábil; pero el alma es la que hace la fuerza del brazo. Algunos años de guerra y de sufrimiento bastan para hacer la educacion de un pueblo y poner á los dos enemigos en el mismo punto. Entonces queda la enerjía moral; ella es la que tiene la última palabra; y, es por esto que los mejores ejércitos son los que se componen de ciudadanos.

—Perdonadme, coronel, le dije, creia que nada valia lo que los viejos soldados.

—Error; repuso Saint John. En una revista ó en una parada, es posible; en la guerra es distinto. Buenos cuadros, soldados jóvenes y jenerales viejos,—hé ahí lo que se necesita. Para marchar sin quejarse, para obedecer sin murmurar, para desafiar el peligro, alta la cabeza para marchar á la muerte sonriendo,—no hay sino la juventud. Cuanto mas intelijente, piadosa y patriótica es esa juventud, tanto mas se puede contar con ella. En la vieja Europa se tienen otras ideas; allí reina todavia la preocupacion y la adoracion de la fuerza bruta. Aquí, la civilizacion nos ha ilustrado. La victoria pertenecerá siempre al jeneral que, en el momento decisivo, eche sobre un punto dado mayor número de batallones. Pero en condiciones iguales, un soldado jóven y patriota valdrá mas que un mercenario envejecido en el oficio. Ved la guerra de Crimea; ciertamente que los veteranos rusos é ingleses se han batido bien; pero á quien pertenece la corona? A los conscriptos franceses, esos heroicos hijos arrancados al arado por un dia, paisanos la víspera,[218] ciudadanos al dia siguiente! Hé ahí nuestro modelo, hé ahí tambien lo que haremos de nuestros jóvenes americanos.

—Pero no teneis jenerales, le dije; vuestro pais es una tierra pacífica que, hasta el presente, ha producido mas agricultores y comerciantes que Césares.

—Estad tranquilo, repuso el coronel, tendreis jenerales, y mas de los que querreis. La guerra es como la caza, un oficio muy ordinario; en que ciertas jentes descuellan desde el primer dia. Tal que es hoy dia herrero, mecánico, abogado, médico quizá, mañana se despertará jeneral en el campo mismo de batalla. Abrid la historia; hay épocas estériles en que las letras, las artes, la industria están muertas; no hay ninguna en que hayan faltado soldados. El hombre tiene instintos de cazador, sanguinarios que la paz comprime; pero que no destruye. Venga la guerra, y tendreis héroes, y haga el cielo que el pueblo los estime en su justo valor, y que no les sacrifique su libertad.

—Verdaderamente, coronel, le dije, vos hablais de la guerra con poco respeto.

—Es que la he hecho, dijo tristemente, y sé lo que vale ese juego sangriento. Que los retóricos tranquilamente sentados en el rincon de la lumbre, se diviertan en celebrar los combates y la gloria,—yo me encojo de hombros ante esas paradojas; la guerra es el mayor de los azotes, el enemigo del trabajo y de la libertad, la ruina de la civilizacion. Mal haya aquellos cuya ambicion desencadena sobre la tierra esa peste abominable; pero malditos sean tres veces los que atentan á la patria con mano parricida! Que Dios nos ayude, y les haremos pagar caro su crímen. La guerra es tambien el castigo del orgullo y de la locura; cruel leccion que no se comprende sino cuando es tarde yá.

El ruido de los clarines nos anunció la hora del adios. Bajé teniendo de la mano á Enrique y Alfredo. Jenny nos abrazó á los tres con el valor de una mujer y de una madre cristiana. Susana silenciosa y ajitada, nos dió á cada uno una Biblia, que no debia separarse un momento de nosotros. Marta habia preparado un sermon profético, pero la pobre dió un terrible solloso á la primera palabra, y tomando á Enrique en sus brazos, como á un niño, le inundó de lágrimas y de besos. Yo la estreché la mano, ella me saltó al cuello, y fué medio estrangulado que monté á caballo.

Al mismo tiempo acudió Zambo ataviado ridículamente; habíase[219] puesto un cinturon encarnado y azul, un sombrero con plumas y un sable que arrastraba por el suelo.

—Amo, gritó, llevadme con vos, yo soy bravo. Tengo la piel negra y la sangre colorada. Si no me matan antes de la victoria, los derrotaré á todos.

No fué sin dolor que me desembarazé de aquel pobre muchacho. Hícele los raciocinios mas prudentes para probarle que su coraje era ridículo. Cuando se tienen cabellos motosos, no se ha nacido para derrotar sino para ser derrotado. Palabras inútiles! Zambo tenia el ángulo facial demasiado agudo para comprender los grandes descubrimientos de nuestros eruditos. El pobre diablo se creía hombre, cristiano, ciudadano, y tenia la piel negra! Era una locura! Fué menester emplear la amenaza para hacerle entrar, y así lo hizo, pero refunfuñando. Era tiempo de acabar aquella triste comedia, las filas estaban formadas, los tambores batian; partimos.

Mientras estuve cerca de la casa no me atreví á mirar para atras; sentia que las lágrimas iban á arrazar mis ojos, y no queria derramarlas; pero al dar vuelta la calle volvíme; las tres mujeres ajitaban sus pañuelos y nos seguian con la vista. Mi corazon palpitó con fuerza.

—Oh, mi Dios! esclamé, yo te confio todo lo que amo. Lloré por primera vez, oré y me sentí consolado.

A las cuatro estábamos formados en batalla en la plaza de la Municipalidad. Green nos pasó revista, y nos habló de la patria con una emocion que rayó en la elocuencia. Su voz fué cubierta por nuestras aclamaciones. En seguida todo quedó en silencio y cada cual se recojió sobre sí mismo. Yo era el único quizá del rejimiento que estaba ajitado, y cosa estraña! no veia la hora de ir al fuego. En un momento de reposo pasé por delante de mis compañeros riendo, hablando, jesticulando y teniendo una palabra para cada soldado; hacía burla á los que estaban conmovidos, animaba á los que procuraban sonreir, y á todos prometia mi socorro en el momento del peligro; me sentia ya con la fiebre del combate.

Humbug, que se habia reunido á mí en la plaza, me miraba con aire sorprendido.

—Qué hombre sois, doctor, me dijo suspirando. Admiro vuestro buen humor y vuestra alegria. Ayer erais un tímido ciudadano, hoy sois un valiente soldado. Sois Irlandés? Teneis en las venas la sangre?

[220]

Non parventis funera Galltæ?

Nosotros los Sajones, llevamos al campo de batalla,

Devota morti pectora liberæ,

pero no tenemos ni esa gracia, ni esa elegancia, ni esa bravura. Al veros, no parece sino que el combate es una fiesta y el peligro un placer. Capaz seríais de darle gana de morir al que menos lo deseara.

El redoble de los tambores ahogó mi contestacion; Humbug me abrazó tiernamente llamándome en latin la mitad de su alma; un instante despues habíame separado de mi viejo amigo y para siempre.

La noche estaba hermosa; la luna, que habia salido temprano, iluminaba en lontananza las praderas bordadas de álamos y cortadas por sauces; en el horizonte corria un rio de plateadas olas; habia cierto encanto en dejarse conducir por el caballo y en abandonarse al fantaseo en medio de aquella hermosa campiña. La felicidad del soldado, consiste en gozar de la hora presente sin inquietarse del porvenir. Tiempo hacía que me daba el placer de soñar con los ojos abiertos, cuando dos caballeros se colocaron cerca de mí. Alzé la cabeza, y con gran sorpresa reconocí al sombrío Brown y al amable Truth.

—Qué haceis aquí? esclamé. Qué quiere decir ese gran sombrero, esa levita cruzada y ese sable al lado? Ese no es el traje de un soldado ni el de un pastor.

—Doctor, dijo el puritano, la guerra es una enfermedad cruel; en ella, tanto peligra el alma como el cuerpo; vos cuidais del uno, nosotros cuidamos de la otra; nosotros somos médicos lo mismo que vos.

—Me alegro mucho de teneros por cofrádes, repuse; pero el oficio es rudo. Un cirujano se hace; la ternura, es en él un mal desconocido; para que la mano no tiemble es menester que el corazon calle; pero vos, Truth, ¿cómo resistireis al grito de los heridos y á la desesperacion de los muertos?

Es mi deber, dijo, Dios me dará fuerzas, mientras juzgue que mi servicio es útil ó necesario. Pertenezco al Señor.

La etapa no era larga; á las ocho hicímos alto. El coronel habia querido enseñarnos á marchar; la leccion no fué inútil, el rejimiento tenia el aire de una majada en derrota. Sin embargo, el bravo Saint John felicitó á todos los novicios, habituándolos poco á poco á que le miráran como á un padre y á depositar su confianza en él.

Mayor, me dijo, no ríais. Antes de un mes valdremos tanto como los[221] Prusianos. Cuando un hombre se cree soldado ya lo es á medias; vereis lo que es un ejército de ciudadanos.

Establecimos el vivac en medio del campo, y despues de encender los fogones y de atar los caballos á la estaca, cenamos de buena gana con las provisiones que cada cual habia llevado consigo. Para conscriptos aquella primera comida al aire libre era una fiesta; la guerra no habia enjendrado todavia en ellos ni el deseo del bien estar ni el amor del hogar.

Terminada la cena, y no duró nada, los soldados en lugar de reir y gritar, se sentaron en silencio sobre sus capotes para oir á los ministros. Nuestro estado mayor formó el círculo; Truth se colocó en el centro, y abriendo la Biblia, leyó con voz inspirada el himno que cantó David cuando Dios le hubo salvado de manos de sus enemigos.

“El Señor es el baluarte mio, y él es mi Salvador. Dios es mi defensa, en él esperaré: es mi escudo y el apoyo de mi salvacion: él es el que me ensalza sobre mis enemigos y él es mi amparo.

“Tú eres Señor mi antorcha....

“Quién es Dios fuera del Señor? Y quién es fuerte, sino nuestro Dios?

“Dios es el que me revistió de fortaleza....

“El es el que adiestra mis manos para la batalla, y hace mis brazos firmes como un arco de bronce.

“Perseguiré á mis enemigos y los esterminaré: no volveré atrás hasta acabar con ellos.

“Por mas que griten, nadie acudirá á su socorro: clamarán al Señor mas no los escuchará.

“Disiparélos como polvo de la tierra: los aplastaré y desmenuzaré como lodo de las calles.

“Viva para siempre el Señor y bendito seas mi Dios. Sea engrandecido el Dios fuerte que me ha salvado[62].”

Mientras que Truth recitaba esa bella poesía, miré á mi alrededor. Todos los oficiales escuchaban rezando; sus ojos brillaban de entusiasmo y de fé. Las últimas llamas de nuestros fogones próximos á extinguirse iluminaban aquellos nobles rostros, dándoles no sé que brillo misterioso. Creíame en pleno siglo diez y seis y transportado á un campo de Cabezas-Redondas.—Es este, decia para mis adentros, es este el pueblo á que nuestros diarios de Paris niegan todo patriotismo y toda relijion![222] No, la tiranía militar no se establecerá nunca en aquella tierra jenerosa; aquel suelo abierto y fecundado por los puritanos no puede enjendrar sino la libertad.

Terminada la lectura, estreché la mano de Truth, y aprovechando de mi privilejio, inspeccioné todas las compañias buscando á mi hijo y á Alfredo. Hallé á los dos acostados en el suelo, envueltos en sus capotes y hablando en voz baja. De qué hablaban? era escusado preguntarlo; lo sabia.

—Hijos, les dije; cuando uno es soldado es menester contemplar sus fuerzas, y la primer condicion es dormir. Hacedme lugar entre los dos y soñad con los ojos cerrados.

Con lo cual, abrazé tiernamente á mis dos hijos, cerré con cuidado mi capote, me eché sobre la cara la capucha, y me dormí tan tranquilo y con el corazon tan aliviado como si estuviera en mi casa. Cuando el hombre se consagra á la patria, cuando le es permitido sacrificarse por lo que ama, la fatiga es dulce y hasta el peligro tiene atractivos.


[223]

CAPITULO XXIX.
Un viaje de placer.

En medio de mi apasible sueño, tuve una vision. Un hombre, ó mejor dicho un fantasma, de mirada burlona, y frente arrugada estaba acostado sobre mí y me ahogaba. Reconocí á Jonatás Dream; solo él tenia aquella mirada terrible.

—Eh bien, doctor, dijo con voz chocarrera, la prueba está hecha; supongo que ahora no dudareis del magnetismo y sus milagros, puesto que en ocho dias os habeis vuelto Yankee.

—Sí, sí murmuré; y estoy orgulloso de ello. Tengo mujer é hijos segun mi corazon; tengo una patria que amar, una libertad que servir y defender, soy dueño de mi vida, creo en el Evanjelio y soy feliz; si esto es un sueño, por piedad, no me desperteis.

—Bravo gritó la voz, estoy vengado. Ahora, en camino para Francia; á Paris!

Sentí una mano que apartaba mi capote y se deslizaba bajo mi capucha. Me levanté sobresaltado, quise gritar, esfuerzo inútil! estaba magnetizado. Un brazo invisible me cojió de la única mecha de cabellos que quedaba en mi frente calva, y me llevó por los aires con una espantosa rapidez.

No habia vuelto aun de mi tan natural emocion, cuando me hallé cerniéndome por el cielo como un pájaro y revoloteando por arriba de mi casa. El traidor que me habia quitado la palabra, teniéndome siempre suspendido, me hizo descender hasta la ventana del locutorio[63]. Apercibí en aquel recinto querido, reunidos en derredor de una mesa de trabajo,—á mi Jenny, á mi Susana y á Marta; el pobre Zambo sentado en el suelo sollozaba en un rincon. Susana leia el Evanjelio con voz entrecortada. Jenny y Marta rompian jénero y hacian hilas.

Mi corazon las llamó y las bendijo. Jenny levantó en el acto la cabeza.

[224]

—Susana, dijo temblando, me parece oir á tu padre; estoy segura que en este momento piensa en nosotros.

—Mamá, repuso Susana, que estraño es lo que decís; tengo el mismo presentimiento.

—Es un efecto magnético, murmuró Jonatás, riendo de una manera siniestra. Qué decís de esta esperiencia, sabio doctor?

—Dios mio! dijo Jenny, levantándose, tú que me has dado á Daniel y que me has dicho le amára, protéjele, te lo suplico. Aleja de él y de mis hijos el peligro y la muerte. Pero ante todo, Señor, hágase tu voluntad y bendito sea el tu nombre.

—Amén, dijo Susana; amén dijo Marta, y las tres mujeres se pusieron á llorar, mientras que Zambo se metia un pañuelo en la boca para sofocar sus gritos.

Oh, mis amores! Yo os abria mis brazos cuando por segunda vez una fuerza irresistible me lanzó en el espacio sin fin. En un abrir y cerrar de ojos la gran ciudad desapareció de mi vista y con ella sus luces vacilantes; despues de la ciudad se evaporaron los campos y los prados, los bosques y la tierra; solo oí el soplo del viento y los jemidos de la onda. Como en el fondo de un abismo, apercibí las olas temblando bajo los pálidos rayos de la luna; estaba á diez mil piés de altura sobre la superficie del Océano.

—Charlemos ahora, dijo el espantoso brujo cerniéndose sobre mí como un águila que tiene en sus garras un pichon. Doctor Lefebvre, os devuelvo la palabra; dadme ahora el placer de gozar de vuestra conversacion.

—Mónstruo, esclamé, cuánto tiempo he de ser tu víctima?

—Mi buen amigo, repuso fisgando, permitidme decíros que no sois político. Tutear á un hombre á quien se ha visto dos veces es cosa grosera, algo mas, una torpeza; me bastaria abrir los dedos para precipitaros en las olas, y no pienso que la jendarmería Francesa, con toda su vijilancia, pudiera prestaros aquí el menor socorro. Sed pues amable, y divertidme. Estoy cansado, he perdido mucho fluido, y me es difícil hacer mas de cien leguas por hora; no estaremos en Paris antes de mañana al amanecer. Todavia tenemos que vivir juntos una noche; el tiempo está hermoso y la ruta es agradable; séamos amigos y charlemos.

De qué se puede hablar en las nubes sino de metafísica.

—Señor Jonatás, dije tomando mi mas respetuosa voz, creeis en Dios?

[225]

—Dios, esclamó, con tono de profesor, y como si repitiera una leccion, Dios es una vieja palabra; es la personalizacion del idealismo.

—Hablad Francés, esclamé.

—Sea, dijo, Dios, es la idealizacion de la personalidad.

—Si ese es vuestro Francés, señor brujo, habladme Griego por piedad.

—Pues bien, dijo con tono gracioso, Dios es la categoría del ideal, nada mas.

—No entiendo jota, le dije.

—Es que no sabeis el Aleman, repuso. La filosofía es una lengua mística que nos viene de ultra Rhin. Ilustres sabios he visto que la han hablado durante veinte años sin entenderla; y que no por eso han dejado de ser aplaudidos.

—Esplicadme vuestro sistema, repuse con afectada dulzura. Vos sois un gran hombre, un jénio, me gustaría instruirme en vuestra escuela. Tened tambien la bondad de tirarme un poco menos los cabellos, tengo la cabeza sensible, y estoy seguro que Absalon filosofaba con trabajo cuando estaba colgado de su árbol.

—Yo soy discípulo de Spinoza, dijo Jonatás, pero he ido mas lejos que mi maestro. No hay ni materia ni espíritu en el mundo,—solo hay un conjunto de fuerzas organizadas, que se dividen á lo infinito; la planta, el animal, el hombre, son otras tantas formas de esa vida universal, otras tantas burbujas de agua que brotan en la superficie del Océano de los seres, y que solo entran en el abismo para volver á salir de él. La vida y la muerte son simples fenómenos sin importancia; el individuo desaparece, la especie dura; es lo esencial. Poco importa lo que la rueda aplasta, con tal que dé vuelta siempre. Hé ahí mi sistema, él acepta todo.

—Y no esplica nada, esclamé. Quién ha creado esas fuerzas?

—En qué pensais, doctor, repuso el májico. Crear, seria perturbar el órden universal y fatal de las cosas; nunca ha habido creacion. Suponer un principio,—es suponer una voluntad; eso trastornaria todo el sistema.

—Yo creia, le dije, que los sistemas se acomodaban á los hechos observados.

—Eso es bueno para los físicos, repuso. Nosotros, al contrario, acomodamos los hechos al sistema; nosotros somos filósofos.

[226]

—Eso es muy injenioso, dije, pero sacadme de una duda; yo creia que el hombre no era muy antiguo en la tierra.

—Esa es mi opinion, repuso; el hombre apareció hacen doce ó quince mil años cuando mas,—pero eso no implica una creacion! La naturaleza........

—Qué es la naturaleza, señor Dream?

—Otro nombre para la fuerza Universal.

—Qué es la fuerza Universal?

—Otro nombre para la Naturaleza.

—Gracias por vuestra esplicacion filosófica.

—La Naturaleza, continuó, esperimenta en ciertas épocas un acrecentamiento de enerjía, una especie de fiebre, y entonces rehace y transforma ciertas especies segun la necesidad. Así es como el hombre ha aparecido sobre la tierra; segun todas las apariencias,—es un mono ó un perro dejenerado.

—Y la palabra, y la conciencia? esclamé.

—Eso es poca cosa, dijo él, consiste en una simple modificacion fisiolójica. Un poco mas de finura en la composicion de la larinjes, ha hecho de un grito bestial un lenguaje articulado. Sin aparato nervioso no hay conciencia posible; por consiguiente, la conciencia es cuestion de nervios. Una acumulacion de la sustancia gris, un juego de la naturaleza han bastado para enjendrar al rey de la creacion.

—Pobre rey en verdad, si solo es el mas malo de los animales.

—No, no, dijo Jonatás; porque, gracias á su aparato nervioso tiene ideas jenerales, y hé ahí lo que hace del hombre una especie aparte. Es el único animal á quien se le divierte y se le engaña con palabras. El hombre vé ciertos hechos que se reproducen en serie regular, y que llama verdades; imajina una verdad universal que comprende y sostiene todas las verdades particulares; apercibe hermosas cosas y se figura una belleza que es el modelo y el tipo de todas las demas. Hé ahí el ideal que le seduce y le consuela,—ó en otros términos, lo que las buenas jentes llaman Dios.

—Muy bien, dije, conmienzo á entrever lo que es la categoría del ideal. El alma es un espejo que refleja lo que no existe; ó si os parece mejor, el hombre se vé á si mismo en ese espejo de aumento, y cual nuevo Narciso prostérnase ante esa imájen agrandada.

—No tan mal para un novicio, dijo el brujo.

—Luego, en el Universo nada hay superior al hombre?

[227]

—Conclusion lójica, dijo Jonatás.

—Si no hubiera habido hombres sobre la tierra, no habría idea de Dios, y por consiguiente Dios no existiria.

—Maravilloso, dijo, os haceis filósofo.

—No por cierto, esclamé, y no sé si mi manera de ver depende de mi estraña posicion; pero paréceme que toda esa metafísica está como yo, suspendida en el aire por un cabello. Qué significa esa naturaleza con acrecentamientos de enerjía? Una palabra para reemplazar al Ser Supremo, que en su bondad cria libremente al hombre y al mundo. Qué significa ese cambio de tejidos, esa metamórfosis de aparatos, sino una frase sonora que esplica lo desconocido por lo imposible? Qué significa esa fuerza inconsistente é inmoral? que produce una criatura dotada de conciencia y de moralidad, una quimera. A la altura en que estoy, las cosas se juzgan de una manera muy distinta,—no se paga uno de palabras vanas; las leyes físicas, es decir, un órden intelijente, una creacion constante y contínua, me revelan y me gritan que una voluntad siempre activa, omnipresente, sostiene al Universo y le impide disolverse. En ninguna parte veo la naturaleza, y en todas partes siento á Dios.

—Bravo! tres veces bravo! dijo el májico.

—Entonces lo que esponíais no era vuestro sistema? repuse muy asombrado.

—Sí, ese sistema es mio puesto que lo he robado; pero no creo en él. Pasando ayer por Tubingue, donde iba á visitar á uno de mis buenos amigos, honrado teólogo que siempre sueña,—apercibí á un gran metafísico que, á fuerza de escribir se habia quedado dormido sobre Hegel. De un golpe le he robado su pipa, sus anteojos y su sistema; cuando se despierte, solo hallará sus ojos para ver, y su espíritu para razonar.

—Pobre hombre! esclamé; ¿qué hará de esos instrumentos que nunca le han servido?

—Bah! dijo el brujo, vos no conoceis á los filósofos alemanes. Son gusanos de seda que viven en los libros; ellos sacan del primer mamotreto que se les presenta un hilo con el que se envuelven en un buen sistema, á prueba de luz y de ruido. Mi hombre se desquitará tejiendo un nuevo capullo. La verdad no es nada, la lójica es todo. Hegel no existe, viva Schopenhauer! En esa dinastia de soñadores hay siempre un rey.

—Señor, dijo con tono seco, vuestras preguntas son impertinentes. Cómo os atreveis á preguntarle á un espiritista si[228] cree en Dios? Solo nosotros sabemos lo que es el alma, solo nosotros tenemos en la mano la prueba de su inmortalidad.

—Qué es pues el alma? pregunté con impaciencia.

—Es una fuerza magnética, respondió Jonatás. Esa monada creada por Dios y dotada de conciencia, se hace á sí misma un forro, á la manera del grano de trigo arrojado en la tierra, que echa raices, y produce un vástago y espigas. Cuando el cuerpo ha envejecido, el alma siempre jóven y activa arroja de sí ese forro decrépito, y se vá á un mundo mejor á buscar una nueva forma para su enerjia inmortal. Ved esos globos que centellean en el espacio; Júpiter, Saturno, Sirio! son otras tantas esferas habitadas por espíritus que se elevan. Subir la escala infinita de la creacion, acercarse siempre á Dios sin conseguirlo jamás, tal es nuestro destino glorioso. La muerte no es sino un pasaje á una vida mas intensa. Nada parece aquí abajo, ni siquiera un átomo de polvo; cómo ha de apagarse la conciencia? Dios es acaso un artista caprichoso, que destruye la obra maestra de su grandeza y de su bondad?

—Señor, esclamé, esas palabras son bellas y tocan al corazon; pero la prueba, esa prueba que la humanidad exije hace seis mil años,—dádmela.

Nada mas fácil, repuso Jonatás; remontemonos hasta Sirio, que brilla allá arriba por sobre nuestras cabezas, allí vereis una de las estaciones que debeis habitar algun dia. No ha mucho tiempo que visité á Washington.

—La oferta era como tentar á un curioso; pero el maldito brujo ya se habia burlado de mí; desconfiaba de su májia.

Temiendo los disgustos de un nuevo viaje, rehusé, é hice mal en rehusar; era aquella una ocasion que quizá no se me volveria á presentar.

—Llegarémos pronto? pregunté á Jonatás.

—Hé ahí una pregunta poco amable, me dijo. Mirad abajo; no veis en el mar una lucesita. Es el fanal de la Arabia, que salia de Boston, el dia en que os conduje á América; te hallas aun á medio camino de Europa; todavia tenemos que hacer doscientas leguas, ó sea seis horas de camino.

Suspiré y no hablé mas.

—Mi buen amigo, dijo el odioso májico, estais muy áspero. Si no amais la discusion, si la metafísica os ataca los nervios, escojed algun asunto familiar, que nos permita ponernos de acuerdo. Habladme de política.

[229]

—Qué pensais de la esclavitud? esclamé; qué pensais de la guerra fratricida que destroza los Estados Unidos?

A este respecto, las jentes de bien no tienen sino una sola opinion; supongo que detestais el despotismo, que aborreceis la esclavitud, no es verdad, señor espiritista, y que sin duda respetais una alma inmortal, cualquiera que sea la piel que la cubre?

—Hé ahí una pregunta del todo pacífica, dijo: pero es mas delicada de lo que creeis. No son las leyes las que hacen que un hombre mande ú obedezca.

—Qué es pues?

—Es el fluido magnético, repuso con una flema insoportable. Lo que los filósofos llaman voluntad, enerjia, potencia, no es otra cosa sino ese fluido que constituye nuestra alma. Cada cual posee una cantidad diversa y desigual. La mujer, por ejemplo, es un ser mas magnético que el hombre; así, resulta que en la mayor parte de los matrimonios, diga el Código lo que quiera, quien obedece es el marido. Los hijos, que la ley somete tambien á sus padres, son tiranos domésticos que imponen sus caprichos á toda la casa y hacen de su madre una esclava. Por qué? Porque son muy ricos en magnetismo. Los viejos, al contrario, tienen la sangre fria, y no poseen influencia sobre lo que se les acerca. Los enamorados........

—Gracias, dije bostezando; no hablemos de medicina, hablemos de política.

—Paciencia, dijo Jonatás con tono burlon. Si es cosa probada que los negros tienen menos fluido que los blancos, la cuestion está resuelta,—la esclavitud es lejítima.

—Señor, le dije, vuestras paradojas me fatigan.

—Paradojas! esclamó. Vos no sois de vuestro tiempo, doctor Rococó; leed vuestros grandes historiadores y vuestros grandes políticos, estudiad la cuestion de las razas, y vereis que la moral no es hoy dia sino la fisiolojía.

Yo tengo una gran dulzura natural, todos la reconocen, escepto mis amigos íntimos, quienes, segun el uso, no ven sino mis defectos; pero que se pongan en mi lugar y comprenderán que ha podido faltarme la paciencia. Colgado de los cabellos durante seis horas, llevado no sé donde, por no sé quién, eran bastantes contrariedades para todavia tener la de no ser de la misma opinion en política.

—Señor, dije secamente á mi enemigo, llevaos á otra parte vuestro lindo espíritu. No puedo rogaros que salgais, pero os declaro que en adelante no os escucharé.

[230]

—Y cómo hareis, repuso, con voz burlona.

—Una palabra mas, esclamé, es un insulto de que me dareis una esplicacion.

—Un duelo en estas serenas alturas, dijo el brujo, eso seria orijinal; reflexionaré; mientras tanto vos me escuchareis de grado ó por fuerza, os desafio á que os separeis de mí, dejándome burlado.

—Vos no sabeis, le contesté, haciendo rechinar mis dientes,—vos no sabeis de lo que es capaz un Francés.

—Lo creo capaz de todas las locuras, repuso Jonatás, escepto las locuras imposibles.

—Imposible! esclamé,—esa palabra no es francesa.

Mas pronto que el rayo, saqué de mi balija un par de tijeras, y corté la mecha de cabellos que me ponia en manos de aquel miserable.

Caí inmediatamente, jirando de derecha á izquierda como una pandorga que desciende. En el primer momento, alegre y contento como estaba de la reconquistada libertad, no me inquieté de aquel descenso rápido, la reflexion me vino cuando oí el mujido de las olas y los silvidos de aquilon. Era muy tarde; el mar se abrió para recibirme en sus abismos, y menos dichoso que Jonás, me rechazó sobre la onda jadeante y helado. No perdí el valor, y me puse á nadar con un ardor desesperado.

Hacer quinientas leguas de aquella manera primitiva era mucho; pero la casualidad podia hacer que me encontrase con algun vapor en aquella gran ruta del oceano, y cobré aliento. Miraba á lo lejos, buscando alguna luz, y no veia sino tinieblas, cuando el horrible fantasma, dispuesto á arrebatarme, se dejó caer sobre mí como una golondrina que levanta una mosca de la superficie del agua.

—Doctor, me dijo fisgando, espero que el baño os habrá refrescado la sangre; volvamos á tomar la discusion donde la dejamos.

Primero muerto, que escuchar tus detestables sofismas, esclamé, y cerrando el puño, le asesté á mi enemigo un golpe tan terrible que todos los huesos de mi mano sonaron. Dí un grito de dolor y........


[231]

CAPITULO XXX.
Lo mas corto del libro y lo mas interesante para el lector.

....Me desperté en mi cama.


[232]

CAPITULO XXXI.
Algunos inconvenientes de un viaje á América.

Al salir de aquel peligro, ó de aquella pesadilla, no sé como decir, necesité algun tiempo para reconocerme. Dónde estaba? En qué pais me habia echado mi verdugo. Las cortinas de la cama estaban cerradas,—las abrí; el cuarto sombrío y mudo; era aquello el silencio y la media luz que rodean á un enfermo. Cuando mis ojos se habituaron á la oscuridad miré á mi alrededor y ví una mesa cubierta de papeles, de libros, de folletos, apilados al azar; una biblioteca llena de libros encuadernados á la rústica, en pasta y media pasta, parados los unos y atravesados los otros; una masa de mamotretos, que se alzaba desde el suelo formando una pirámide bamboleante que á cada instante amenazaba derrumbarse; todo estaba en su lugar, y no habia que dudarlo, me hallaba en mi gabinete! en Paris, en Francia,—de vuelta al fin de mis carabanas. Lo diré? Aquella vuelta al centro de la civilizacion me hizo un mediocre placer; habíale tomado gusto á la libertad.

Tiré la campanilla, Jenny entró en puntas de pié, y me preguntó en voz baja si habia llamado.

—Sin duda, querida amiga, la dije; dadme luz, por piedad, este cuarto es una tumba.

Jenny entreabrió las cortinas y llamó á Susana, que asomó muy despacio la cabeza á la puerta, y se detuvo para mirarme con ojo inquieto.

—Y bien, señorita, la dije alegremente, no besais hoy á vuestro padre?

En lugar de echarse en mis brazos, acercóseme con paso tímido y me tomó la mano llorando.

—Cómo os sentís, papá? murmuró.

—Muy bien, hija mia, salvo la fatiga y la emocion del viaje.

—Ah! dijo Susana.—Ah! dijo Jenny.

Habia en aquel grito un acento tan estraño, que alternativamente miré á mi mujer y á mi hija; sus rostros estaban alterados.

[233]

—Qué teneis? les pregunté. Qué tengo que pueda alarmaros?

—Amigo mio, dijo Jenny, os ruego que guardeis silencio, así lo ha recomendado el doctor Olybrius.

—Quién es el doctor Olybrius? No es ese fátuo que ha hecho un grueso volúmen sobre la “Cuaresma considerada bajo el punto de vista de la hijiene y de la navegacion”. Qué hay de comun entre ese pedante de sacristia y yo?

—Daniel, repuso Jenny, con tono seco, el doctor Olybrius es el médico que todo el mundo consulta. Hace ocho dias que tiene por vos los cuidados de un cofráde y de un amigo.

—Ocho dias! grité sentándome en la cama. Estais soñando, hija querida? Cómo puede haberme cuidado en Paris vuestro doctor, siendo así que estábamos en América?

—Escuchadme, Daniel, dijo mi mujer con voz conmovida, escuchadme sin interrumpirme; va en ello vuestra salud, vuestra vida quizá.

—El mártes pasado, hace ocho dias, habeis vuelto á casa en un estado deplorable. Habiais consultado no sé qué charlatan; y si he de creerle al doctor, aquel hombre os ha hecho tomar una pocion de opio, ó de hatchis que debia mataros. La fuerza de vuestra constitucion, nuestros cuidados quizá os han salvado. Toda la semana habeis estado en un letargo completo ó en un delirio espantoso. Habeis tenido visiones terribles, que mas de una vez nos han hecho temer por vuestra razon. Hoy volveis á delirar, el doctor Olybrius lo habia predicho; pero añadiendo que esta vuelta á la salud exijía los mayores cuidados; que, segun todas las apariencias, necesitaríais de algun tiempo para sacudir todos vuestros sueños y acostumbraros de nuevo á la vida real, y que en una crísis semejante el reposo y el silencio eran de absoluta necesidad.

Al oir aquello miré á mi vez con espanto á mi mujer. Qué significaba aquella fábula, referida con tanta seguridad? Yo estaba seguro de haber estado en América; un cérebro Francés jamás habria imajinado lo que yo habia visto; por otra parte, el delirio es incoherente y no deja recuerdos. Pero si Jenny habia estado en Francia mientras yo vivia en Massachusetts, quién era pues, esa Jenny Americana, á quien estrechaba con tanta ternura sobre mi corazon? Sería bígamo sin sospecharlo? Habia dos Susanas y dos Enriques, el uno en Paris de Francia y el otro en Paris de América? Era yo doble? Tenia una sola alma en dos cuerpos? Qué confusion! Qué caos!

Maldito Jonatás! murmuré, que el diablo te lleve, y al espiritismo[234] contigo! Vaya un lindo embarazo en el que me encuentro!

De repente la verdad me hirió, y me reproché el haber escuchado á mi mujer, siquiera un instante. No me habia dicho Jonatás que solo yo conservaria la memoria, y que mi familia se haría Yankee de nacimiento? Todo se esplicaba de la manera mas natural; Jenny era el juguete de una ilusion. Si alguien soñaba en mi casa no era yo, era mi mujer. Esta reflexion tan simple me volvió el valor y mi dignidad.

—Querida mia, le dije á Jenny, no os fieis en las apariencias. Vuestro Olybrius es un tonto; yo no he estado nunca enfermo, la prueba la teneis en que mi pulso no tiene mas que sesenta y cinco pulsaciones, en que me muero de hambre, y en que, con vuestro permiso, voy á levantarme y á almorzar. Por toda respuesta mi mujer se anegó en lágrimas: es un modo de razonar que Aristóteles ha hecho mal de olvidar; representa un gran papel en la retórica conyugal: un marido exitado está medio vencido.

Susana, como hija bien criada no dejó de encarecer á su madre, y se colgó de mi pescuezo sollozando: Papá! gritó, mi papacito, no os hagais daño, esperad al doctor.

—Le esperaré de pié, y no en ayunas, repuse; por lo demas, hijos mios, no quiero aflijiros. Soy médico, y os doy mi palabra de honor de que me siento muy bien; si mi asercion no basta haced subir á mi vecino Rose; él es médico y antes de poco os habrá tranquilizado.

La transaccion fué aceptada, entrando muy luego Rose con una cara tan séria y tan solemne que me reí en sus barbas.

—Buen dia, mi viejo amigo, le dije, tendiéndole la mano.

—A qué debo esta honra, señor doctor, respondió sentándose en mi poltrona.

—Tened la bondad de tomarme el pulso, y decidles á estas señoras si no estoy en perfecta salud.

Tomó mi brazo, contó gravemente las pulsaciones de la arteria, y, volviéndose hácia Jenny, con aire asombrado, dijo:

—Si me fuera permitido dar una opinion, me atreveria á decir que este pulso está regular, y hasta un poco débil, como el de un hombre que no ha comido. La crísis ha pasado, si la ha habido, que no me atrevo á afirmarlo. Creo, añadió desarrugando la frente, que un pollo frio y algunos vasos de vino de Burdeos están naturalmente indicados; es una prescripcion que, enfermo ó nó, el señor doctor puede aceptar.

[235]

Las dos mujeres salieron para ordenar mi comida; Rose, se levantó y acercándoseme con el dedo en la boca:

—Confesad, doctor, dijo en voz baja, que en adelante no volvereis á jugar con el láudano?

Tu quoque? esclamé. Querido señor, el opio nada tiene que hacer en este negocio; he sido magnetizado.

—Bueno, dijo: con que vos, doctor, un hombre de fondo, un espíritu fuerte, creeis en el magnetismo, cuando la Academia de medicina le rehusa el derecho de ciudad?

—Ha sido necesario ceder á la evidencia, repuse suspirando. Teneis en mi una víctima de esa deplorable invencion. Me han transportado á América.

Rose retrocedió pálido y confuso.

—Sí, repuse, me han transportado á América, con mi casa y mi calle. Allí os he visto á vos, Sr. Rose; erais allí un patriota, un bravo, un capitan de zuavos.

—Callaos, en nombre del cielo, dijo, callaos, si otro que yo os oyera!

—Dudais de mi palabra? le dije, necesitais pruebas?

—No quiera Dios que os dé un desmentido, esclamó el boticario; hemos servido juntos en las filas de la Guardia Nacional, os tengo por un caballero y sentiria mucho que os sucediera nada desagradable. Escuchad el consejo que me dicta el respeto que os tengo. Sed prudente; sed discreto. Habeis estado en América, sea; vos lo decis, yo lo creo; pero en vuestra casa todos creen lo contrario. Sois el único de vuestra opinion. Por consiguiente, ya sabeis el proverbio:

Quand tout le monde a tort, tout le monde a raison[64].

Si os obstinais en hablar de ese viaje magnético, temo que los incrédulos se venguen á su modo, y que os hagan pasar por un hombre que....

Se detuvo, puso uno de sus dedos sobre mi frente, agachó la cabeza y me miró con aire compasivo.

—Cómo! esclamé, os imajinais por ventura que tengo trastornado el cérebro?

—Sin duda que no; no sé á qué atenerme, pero quién puede detener á las imajinaciones demasiado vivas? vuestra aventura es tan estraordinaria, que seria prudente que solo vos guardárais el secreto de ella.

[236]

—Señor Rose, repuse, sentaos y hablemos, vereis que jamás he tenido la cabeza mas sana. Cómo están vuestros nueve hijos?

—Muy bien, contestóme, os doy las gracias; todos están ya colocados inclusive mi Benjamin.

—Alfredo, no es verdad?

—Sí, dijo sonriendo, un lindo mozo de veinticuatro años. Qué gusto para un padre haber colocado al fin á toda su familia, y haberla colocado bien.

—Qué hacen todos vuestros hijos? Contadme eso, vecino; hablad incrédulo; aseguraos que tengo el corazon y el espíritu mas jóvenes que á los veinte años.

—El mayor, dijo, es el único que me ha dado algunos pesares. Era el retrato de su difunta madre. Porfiado, ambicioso, con ideas siempre suyas, y no queriendo cederle á nadie me tenia siempre inquieto. Así, he me visto reducido á hacerlo entrar en la escuela politécnica, de donde ha salido siendo uno de los primeros. Podia tener un hermoso puesto en los tabacos, pero es un caballo arisco que no hay como enfrenar. El caballero ha corrido el mundo con invenciones en su bolsillo; es hoy dia director de una usina y pretende que hace fortuna. Dios lo quiera! Pero la industria es un oficio pérfido; solo despues de haberse uno muerto puede tener la seguridad de haber salido bien. Ese niño me inquieta siempre.

—Mis otros hijos, educados cuidadosamente por mí, no me han dado sino alegrias. Han recibido una educacion literaria, y gracias á protecciones hábilmente empleadas, á todos les he colocado en la administracion. Tengo dos en las aduanas, dos en los derechos reunidos; otros dos son receptores, el octavo está en las aguas y bosques; en cuanto á mi Alfredo, hélo secretario particular de un prefecto,—en el camino de las grandezas. Antes de dos años si le consigo algunas recomendaciones, será consejero de prefectura con mil ochocientos francos de sueldo.

—Cómo! esclamé, vos, Rose, un patriota habeis hecho de vuestros hijos dependientes, cuando podiais abrirles una carrera independiente y hacerlos ciudadanos?

—Doctor, repuso el boticario, he seguido el consejo y el ejemplo de las jentes de talento. Si el servicio del Estado no es brillante, es seguro. No se tienen inquietudes ni fatigas, si hay alguna fortunita, se trastea en la bolsa para mejorarla; procura uno casarse con una mujer que tenga un lindo dote, y padres que no sean muy jóvenes; vive uno tranquilamente y[237] envejece á su gusto con una buena jubilacioncita, en el fondo de alguna ciudad de provincia.

—Es la vida de una ostra.

—Las ostras son dichosas, repuse, es lo principal. ¿Sed fabricante, comerciante, armador? La revolucion os arruina el dia menos pensado; despues, es un gobierno fuerte que hace la guerra sin preveníroslo. ¿Y los impuestos que aumentan todos los dias, y las crísis, y la competencia? Todo se conjura contra el hombre que trabaja. Nuestra sociedad no es hecha para él. Loco es aquel que corre semejantes aventuras, cuando nada hay tan cómodo como vivir tranquilo y honrado sirviendo á su pais. ¡La Administracion es la Francia! Que los republicanos y los delicados ladren cuanto quieran, por mi parte prefiero que mis hijos estén con los que comen, no con los que son comidos.

—Y para llegar ahí habeis necesitado solicitar, estirar la mano.

—Sí, dijo riendo, se han hecho algunas bajezas. He caminado á derecha é izquierda, he implorado, he adulado, pero me he salido con la mia que es lo esencial. No abrais esos ojazos, doctor: he hecho lo que hace todo el mundo. No por eso soy menos patriota, y dejo de estar en la oposicion; estoy en el centro izquierdo, con toda la Francia, y me glorío de ello, sea dicho entre nos, pero cuando el porvenir de mis hijos está de por medio, pongo en el bolsillo mis opiniones, las cuales no me sirven de nada.

—Para encontrarlas en un dia de revolucion, ¿no es verdad? le dije con ironia.

—Sin duda, repuso con tono plácido. Se sirve al Gobierno, pero no se pierde uno por él. Una de las grandes ventajas de la administracion consiste en que las revoluciones le aprovechan; cada quince años hay una crísis, ¡dichoso aquel que se encuentra en situacion de poder atrapar el buen número!

—Sois un sábio, señor Rose.

—Un hombre de sentido simplemente, repuso con orgullosa modestia. Ved por ejemplo á mi Alfredo; ha hecho estudios admirables; ha obtenido el primer premio de discurso francés en el gran concurso. Si le hubiera escuchado se habria hecho abogado, bella carrera, pero larga, difícil, laboriosa y que ahora no conduce á nada. Al paso que con su injenio, su buen porte y un poco de manejo, ese muchacho no necesita sino dos ó[238] tres buenas oportunidades para ser subprefecto en diez años, prefecto en quince y quizá senador.

—Ay, Dios! esclamé, oís ese ruido en la calle?

Rose corrió á la ventana.

—No es nada, dijo, es un caballo que ha rodado y un hombre que ha salido por las orejas.

—Estoy perdido: ¡tendré que pagar otros quinientos dollars!

—¿Qué teneis, querido señor? dijo el boticario, confuso con mi miedo. Un desconocido que se rompe el pescuezo en la calle, es cosa que se vé todos los dias, ¿qué mal puede haceros? es una desgracia de que no puede acusarse á nadie.

—Eso atañe, al menos, á vuestra administracion, le dije, volviendo en mí y pensando que ya no estaba en América.

—La administracion nunca es responsable, repuso Rose con tono chusco. Ella nos cuida á todos á nuestro riesgo y peligros.

—Hay un inspector.

—Sin duda, dijo, pero el inspector depende del prefecto, y este depende del gobierno, el cual no depende sino de Dios y de su espada. Como decía mi difunto padre hay tres casos fortuitos y sin remedio: naufrajio, incendio y hechos del príncipe. Hoy dia contra el naufrajio y el incendio hay el seguro; contra los hechos del príncipe nos resta lo que tenian nuestros abuelos,—la resignacion.

—Las cosas no andan así en................

Rose me miró, yo me mordí los lábios y callé.

—Por lo demas, continuó el boticario, pronto os vereis libre de ese detestable empedrado, que van diez años, hace la desesperacion de los cocheros; el mes que viene os espropian.

—¿Qué me espropian?

—¿No lo sabeis? repuso; la informacion está abierta hace ocho dias.

—Me opongo, reclamo.

—¡Reclamar! ¿y para qué? dijo con aire paterno. Querido vecino, conoceis sin duda la historia de la olla de barro y de la olla de hierro. No os encapricheis, es inútil y algunas veces perjudicial; tratad con la administracion, os dará por vuestra casa un precio razonable, ¿qué mas quereis?

—No quiero que me echen de la casa de mis padres; pero tengo los diarios, escribiré.

—¡Los diarios! dijo el boticario. Ojalá los suprimieran á todos. De qué nos sirven hace diez años. En otro tiempo, bajo el[239] último reinado, le decian las verdades á los ministros,—era divertido; hoy dia no sé que enfermedad les han inoculado, están mudos como peces. No son sino avisos. Tengo acaso necesidad de pagar cincuenta francos por año porque me manden á domicilio el prospecto de todos los negocios sucios, cuyas perfecciones se decantan á cinco sueldos la línea. Si yo fuera gobierno, obligaria á los diarios á decir la verdad; de lo contrario, me basta el Monitor, y todavia!

—Y sois liberal?

—Liberal y francmason, hasta la muerte, dijo, levantando la mano con grotesca seriedad. Hace cuarenta años que mi Credo no ha variado jota. Viva nuestra inmortal revolucion y el Imperio que ha llevado hasta Moscow los gloriosos principios de 89! Abajo los aristócratas y los emigrados. Abajo los Jesuitas, que son la causa de todas nuestras miserias! No soy enemigo de la relijion, el pueblo la necesita, pero quiero curas patriotas y honrados. Odio á la pérfida Albion, maldigo al autócrata Ruso, quiero que la Francia liberte á todos los oprimidos: Polacos, Húngaros, Valacos, Servios, Maronitas, Italianos y Negros. Por lo demas, amo la paz y las artes; nunca tendremos de sobra para nuestra primera escena nacional, la comedia francesa, donde he aplaudido al señor Talma, en Sila:

J’ai gouverné sans peur et j’abdique sans crainte.

Quiero un gobierno fuerte y patriótico, que escuche á los hombres honrados y haga callar á los abogados y á los charlatanes. Quiero un ejército que le haga frente á la Europa, una marina que desafie á la Inglaterra, canales y ferro-carriles por todas partes; quiero que el gobierno le dé trabajo y pan al obrero. Quiero ademas un pequeño presupuesto y pocos impuestos. No entiendo que el Estado engorde con los sudores del pueblo. Hé ahí mi símbolo; es el de todo buen Francés.

—Y la libertad, le pregunté, no la veo en vuestro programa?

—Os equivocais, repuso. No os he dicho que queria un gobierno enérjico, una administracion que pulverice todas las resistencias individuales? El dia en que el Poder, comprendiendo sus verdaderos intereses, os obligue á ser libres, tendremos libertad y se la impondremos al universo.

—Qué entendeis por la libertad? le pregunté.

—Vecino, dijo, hé ahí una pregunta, que prueba lo sana que teneis la cabeza. Hay una cáfila de necios que gritan libertad! libertad! sin ver el lazo que les tienden el fanatismo y la aristocracia. No quiero esas falsas libertades que solo son el privilejio[240] de la riqueza y de la supersticion. Patriota, amigo de las luces, no quiero una libertad relijiosa provechosa solo para los sándios. Para que el pueblo sea libre es menester embozalar á los frailes. No quiero una libertad de asociacion, únicamente buena para los capuchinos; no quiero que en nombre de la caridad se corrompa al pobre con limosnas políticas, dándole un pan envenenado. No quiero una libertad de educacion que entregue nuestros hijos á los Jesuitas. No quiero una libertad departamental que reconstruya el federalismo provincial; no quiero una libertad comunal que resucite el despotismo del señor y del cura, haciéndonos siervos y villanos. Mejor es la mano del Estado que esos derechos anárquicos, de que abusarian las jentes inquietas, los aristócratas, los fanáticos y los gazmoños. Estoy con el pueblo, viva la igualdad!

Miraba con terror á aquel honrado Beociense, y decia para mis adentros,—pensar que antes de mi viaje á América yo estaba en ese grado de inbecilidad! Yo tambien ponia mi patriotismo en la igualdad de la servidumbre; yo tambien hacia consistir la libertad pública en la destruccion de todas las libertades particulares, como si despues de ese anonadamiento quedára otra cosa que el brutal mecanismo de la administracion. Jonatás! Jonatás! maldito brujo! Porqué me has hecho estranjero en mi pais, porque no trasportas á América á todos los franceses, por ocho dias siquiera?

—Y bien, vecino, dijo el boticario, sorprendido de mi silencio, qué pensais de mis principios? No soy un hombre del siglo? No soy un patriota y un Francés en toda regla? No son esas las doctrinas que vos habeis defendido siempre?

—Es verdad, repuse, pero al hacer la enumeracion de todas las libertades de que tenemos miedo, no veo bien las que nos quedan.

—Bah, me dijo, vos os chanceais. Y la libertad de la panaderia, es acaso nada? Y el sufrajio universal, no es todo? En la hora del escrutinio es cuando se reconoce á los hombres que no adulan jamás al poder. Hace cuarenta años puedo hacerme esa justicia, que nunca he votado sino con la oposicion. Pueden hacerme mil pedazos,—no cederé.

—Mientras tanto, os dejais espropiar sin decir una palabra.

—Entre nos, la cosa me fastidia, repuso el boticario. Pero qué quereis, no soy sino un individuo. Como ciudadano desafio á los tiranos; como simple potentado no he de ir á ponerme mal con la administracion, de la que tengo necesidad[241] todos los dias. Por otra parte, los principios están ahí; el interés privado debe ceder ante el interés jeneral. Pensad que si la conservarán, vuestra casa desbordaria dos centimetros al menos de la alineacion jeneral. Quién sufriria semejante defecto de simetría? Nosotros los Parisienses hemos nacido con el compás en los ojos. No habria pasante á quien no lo chocára esa enormidad y que no gritára hasta desgañitarse contra nuestra edilidad.

—Sí, dije, los derechos no son nada, la linea recta es todo.

—Señor, dijo el boticario, no hableis mal de la linea recta; me dariais mala idea de vuestras luces y de vuestro gusto.

—Mucho debeis amar el camino mas corto de un punto á otro, puesto que le haceis sin pesar, el sacrificio de vuestra industria.

—Si lo amo? dijo; escuchadme, vecino, os haré una confidencia, que estoy seguro os encantará, como ya ha encantado á todos mis amigos.

Soy todo orejas, como hombre que lo que mas desea es convertirse.

—Ya veis, dijo, lo que hacen de París. Viejas casas, antiguos recuerdos, todos esos restos de un pasado bárbaro caen bajo el martillo de los demoledores y son reemplazados por calles rectas y palacios nacidos de ayer. Es magnético; un Parisiense mismo se pierde en él. Antes de diez años París será una ciudad completamente nueva: el teatro, la posada y el café del mundo entero. Eh bien! partiendo de las mismas ideas, he concebido un proyecto mas atrevido y hermoso; pongo á toda la Francia en París. La provincia está muerta,—ya no hay ni Auberneses, ni Gascones, ni Saboyardos; ya no hay ni siquiera Franceses. Todos somos Parisienses.

—La obra es grande, continuó; se trata de fortificar y de concentrar la unidad nacional, que deja mucho que desear; pero el medio es de los mas simples; prolongo el boulevard de Sebastopol, de un lado hasta Bayona, del otro hasta Dunkerque; llevo la calle de Rivoli, de una punta hasta Brest, de la otra hasta Niza. De paso, derribo todo, á fin de que nada embarace la linea recta. Qué perspectiva! Qué horizonte! Y el gasto es nada! Las espropiaciones no costarán caro, el aumento de precio de los terrenos será enorme, porque siempre se estará en París. Todas las ciudades no serán ya sino suburbios.

En medio de la via coloco un ferro carril; de ambos lados hago construir casas con arqueria, á fin de que los pedestres no[242] sufran ni la lluvia ni el lodo; coloco teatros de trecho en trecho y cafés en todas partes. París se vuelve asi el paseo del jénero humano. Eso no es todo, llamo á las artes en mi socorro para dar estilo á mis construcciones. En la estremidad de ese boulevard de doscientas leguas del lado de Bayona, erijo una estátua de ciento veinte pies: la gloria; en la otra estremidad hácia Dunkerque: la victoria. Al fin de la calle de Rivoli, hácia Brest: un grupo de guerreros; abajo, hácia Niza, ninfas ofreciendo laureles. En el centro, finalmente, es decir, hácia Bourges, establezco un Walhalla, un panteon jigantesco. Una columna ó mas bien una pila inmensa formada de cañones superpuestos, elevará hasta las nubes una especie de Minerva con pica, casco y coraza. Esa será la Francia, reina de las artes, de la civilizacion y de la paz. Al rededor de la columna dispongo un vasto pórtico coronado de granadas y de obuses que estallan; en el interior coloco las estátuas de todas nuestras glorias nacionales: Duguesclin, Dunois, Condé, Turenne, Hoche, Kléber, Masséna, Murat, &a; arriba establezco estátuas simbólicas, cada una de veinticinco pies de alto. De un lado la Guerra protejiendo la industria y las artes; del otro la Conquista llevando al estranjero la libertad; en el centro la Fortuna y la Belleza coronando la valentía. Eso será noble y grandioso, tendremos asi monumentos patrióticos que inmortalizen un siglo y engrandezcan el espíritu de veinte jeneraciones. La inmensidad en la uniformidad, qué ideal!

Los griegos, respondí, hacian, me parece consistir la belleza en la proporcion y la variedad.

—Los Franceses no son Griegos, esclamó él; somos Romanos; nada nos place como la enormidad y la simetría; lo jigantesco es lo bello.

Suspiré, bajé la cabeza y no contesté.

—Eh bien, doctor, volveis á caer en el silencio? Qué pensais de mi proyecto?

—Pienso, le dije, alzando los hombros, que vengo de un pais donde se ocupan de levantar hombres en lugar de levantar piedras y de construir monumentos. Los pórticos, las columnas, los arcos de triunfo, las estátuas, forman en el horizonte una hermosa perspectiva; pero hay algo mas hermoso, mas grande, algo mas vivo que esparce en la mas estrecha calle la mas esplendorosa luz, y que hace del antro mas sombrio un palacio: es la libertad.

—Vamos, repuso, con su tono de autor irritado, con que[243] vuelven á venir vuestras mariposas negras; siento que mi presencia es indiscreta.

Se levantó, y le dejé marcharse. Qué habia de hacer con aquel loco? Oí que hablaba con mi mujer en el salon, y percibí el nombre de Olybrius, y las palabras:—“daos prisa, es tiempo.” Qué significaban aquellas palabras? No hice caso de ellas, y fué mal hecho. Es menester desconfiar siempre de los necios.


[244]

CAPITULO XXXII.
Una familia Parisiense.

Por fin levantéme, acicaléme, pero no sin echar de menos mi casita de América. No tenia baño donde reposar mis miembros fatigados, ni fuego en mi cuarto ni agua caliente; los franceses no han comprendido todavía que la primera de las libertades domésticas,—consiste en tener uno todo á la mano, sin necesidad de nadie. Fué menester que tirára la campinilla sin cesar, y á cada campanillazo se me presentó un lacayo solemne y estirado que me miró desde arriba de su corbata blanca, y me sirvió con majestuoso desdén. Oh, mi pobre zambo, dónde estabas tú? Tú eras uraño y ridículo, pero me amabas.

Una vez afeitado me miré al espejo, esperimentando algun placer de encontrar mi cara de otro tiempo; no es que fuera linda, pero estaba habituado á ella; nada hay tan incómodo como buscarse uno bajo una máscara estraña. En el comedor hallé á mi mujer y á mi hija que me esperaban con una inquietud mal disimulada. Jenny bordaba un tapiz, para tener alguna habilidad; Susana festonaba, y de vez en cuando fijaba en mi sus ojos tristes y azorados. Sentéme á la mesa, y almorcé con escelente apetito. Ocho dias de emocion y de agua pura me hacian saborear con delicia un almuerzo francés, y mi viejo vino de Burdeos. Volvía á hallar la patria; mi corazon volvía á sentir su antiguo calor; y tenia ideas poéticas, cosa que no me habia sucedido en Massachusetts.—Oh, patria mía! Yo te amo como un enamorado ama á su querida, riñéndola siempre, pero deseándole siempre todas las bellezas y todas las virtudes. Oh, mi Francia querida! tu tienes mas de un defecto de educacion, pero la naturaleza te ha tratado como á niño mimado. Nada vale la dulzura de tu cielo, la riqueza de tus mieses, la hermosura de tus frutas, el calor de tus vinos. Cuando la fiebre de las revoluciones no te enloquece, tus hijos son políticos, amables, injeniosos; tus hijas son mas listas que sus maridos. Qué te falta pues, para ser la nacion del mundo mas noble y feliz? Solo esa libertad de que te burlas, y que no conoces!

[245]

—En que piensas, Susana mia?

—En nada, mi buen padre.

—Deveras? pues un pajarito me dice que la señorita piensa en su mas antiguo amigo.

—No digo que no, padre mio.

—Bien! hija mia, es menester desterrar esos malos pensamientos. Estoy tan bien de salud que solo me ocupo de tu felicidad. Y á propósito, hija mia, cuando te casas?

Jenny se levantó como si un resorte la hubiera empujado, Susana se puso colorada hasta lo blanco de los ojos.

—Dejémonos de niñerias, esclamé. Susanita, pronto tendrás veinte años, y no eres una de esas tontuelas que al nombre de marido se ponen á bisquear, mirándose la punta de la nariz. Si tu corazon ha hablado, dímelo; tengo plena confianza en tí, amiga mia; adopto de antemano el yerno que me has elejido.

Susana, dijo mi mujer, con voz conmovida, traeme de mi cuarto un poco de lana para mi tapiz, y esto diciendo, le hizo una señal de intelijencia, que, traducida en buen francés quería decir: “déjanos solos.”

En cuanto Susana salió, Jenny estalló.

—Daniel, dijo, sois cruel. Qué os ha hecho esa niña?

—Cómo! no puedo preguntarle á mi hija si ama?

—Mi hija, repuso Jenny, no ama á nadie, señor.

Es una niña honesta, que hará lo que ha hecho su madre: esperará al dia de su casamiento, para amar al esposo que sus padres le escojan.

—Al dia de su casamiento? esclamé. Es un poco tarde. Si el amor no entra la primera noche, al dia siguiente hallará la puerta cerrada. Dejar su felicidad á la eleccion de sus padres es peligroso. La mujer se casa para sí, no para su madre. El deber es una bella cosa, pero no reemplaza esa primera y santa ternura de un corazon que se ha entregado libremente.

—No sé de donde sacais esas vuestras doctrinas, dijo Jenny con tono seco; me parece que debiérais respetar vuestra casa para no traer á ella esas tristes paradojas.

—Pero, mi buena amiga, en todos los paises del mundo las jóvenes escojen sus maridos. Ved la América!

—Somos Iroqueces? interrumpió mi mujer.

—Ved la Inglaterra, la Alemania, la España misma; allí se casan con el que aman, y no veo que los matrimonios sean menos felices que en París.

—Vos no teneis sentido comun, Daniel.

[246]

—Es decir, señora, que entre nosotros dos hay alguno á quien la preocupacion, le ciega y que razona torcidamente.

Sí, señor, con la diferencia que vos sois el único de vuestra opinion, y que en Francia todo el mundo piensa como yo.

Ah! murmuré, hé ahí mi tirano, el señor todo el mundo; vuelvo á hallarlo en mi casa, y no hay duda, mi mujer valia mas en América!

Discutir era inútil, disputar odioso; recurrí á un recurso que le faltaba á Sócrates; encendí mi pipa, y me puse á soñar.

La paz no duró mucho tiempo. Enrique entró en el cuarto y vino á abrazarme tímidamente. Miré á mi hijo, y me costó reconocerle. Ya no era mi ardiente voluntario, siempre dispuesto á partir á la India ó á la guerra,—era un lindo mozalvete con cara de muñeca. En el medio de la cabeza tenia una raya á guisa de mujer; añadid una camisa bordada, un cuello parado, una cinta escocesa de corbata. Vamos, parecia una mujer de paletot; toda su persona tenia no sé qué de gracioso, de delicado y de indolente.

—De dónde vienes querido? le dijo su madre.

—De lo de mi peluquero, mamá.

Su peluquero! Mi hijo tenia necesidad de un peluquero! Yo le contemplaba como á una curiosidad.

Has estado en el picadero, esta mañana? continuó Jenny.

—Sí, mamá, y en la sala de armas.

—Muy bien, dije, esos ejercicios viriles me gustan. Es menester que un jóven sepa andar á caballo, nadar, boxear, tirar el florete y la pistola; es menester que el hombre civilizado combata sin cesar la dulzura de una vida que le enerva; pero, mi querido Enrique, eso no es todo, es menester tambien adoptar alguna profesion. Tienes diez y seis años; eres un hombre. Qué piensas hacer?

—Pobre amor mio! esclamó Jenny, dejadlo gozar de sus bellos años; todavia no es bachiller.

—Pues bien, que se haga bachiller!

—Tengo tiempo, papá, dijo Enrique, bostezando. El año que viene me darás un repetidor.

—Para qué? preguntéle.

—Todo el mundo toma repetidores, dijo Jenny encojiéndose de hombros. Ved al hijo de M. Petit, el banquero. No sabia nada, era un idiota. En tres meses un hombre del oficio le ha metido toda una enciclopedia en la cabeza; ha asombrado hasta á sus mismos examinadores.

[247]

Y tres meses despues era tan ignorante como el primer dia.

—Qué importa? dijo Jenny, era bachiller; es un título que conduce á todo.

—Sed pues bachiller, hijo mio, y no esperes el año próximo; quiero que á los diez y siete años tengas una profesion.

—Antes debe estudiar derecho! dijo mi mujer.

—Sí, paseándose tres años en el Bosque y en otras partes, salvo una enfermedad crónica que se llama el exámen. No quiero que pierda tontamente tres años, los mas bellos de la vida, en la ociosidad, ó en tristes placeres! Que Enrique adopte primero una profesion, y en seguida que estudie derecho sériamente. Habla, hijo mio, qué profesion escojes?

—La que querrais papá, respondió abrazando á su madre. Jenny se sonrió como diciéndole: paciencia, hijo mio, tu padre no tiene sentido comun.

—No tienes ningun gusto, ninguna vocacion? pregunté á Enrique.

—No, papá, eso os toca á vos. En quedandóme, en París, pudiendo montar á caballo y divertirme con mis amigos, todo me es igual.

—Hijo querido, como nos ama! dijo Jenny alizándole los cabellos.

—Divertirte! esclamé, quién te ha inspirado semejantes principios? Amigo mio; no estamos en la tierra para divertirnos. El trabajo es la órden de Dios, el freno de nuestras pasiones, la gloria y la felicidad de la vida. En América no hay un solo hombre que á tu edad no se baste á sí mismo, que no tenga el sentimiento de su deber y de su dignidad.

—Daniel, dijo Jenny, con una impaciencia visible, por qué lo atormentas así cuando no trata sino de agradarte? Esperad un poco; hará lo que hace todo el mundo.

—Es decir que no hará nada.

—Tendrá un puesto.

—Eso es lo que yo decia, repuse indignado de aquella debilidad maternal. Un puesto, hé ahí la gran palabra, mi hijo será empleado!

—Todo el mundo lo es hoy dia, dijo mi mujer. Mostradme un hijo de familia que haga otra cosa! A qué singularizaros?

—Qué! le dije á Enrique, no preferirias ser el artesano de tu fortuna, y deber tu posicion solo á tu trabajo y á tu talento? La independencia es acaso nada? No quieres ser abogado, médico, fabricante, comerciante?

[248]

—Por qué no le propones que sea almacenero? dijo Jenny, con un desden que me hirió.

—Muy bien, señora! Pezar azúcar por su propia cuenta, es cosa vergonzosa; pero cerrar cartas y empaquetar recibos por cuenta del gobierno, es noble y glorioso! Y, para llegar ahí, es menester rogar, solicitar, renegar sus opiniones y adular á personas cuya mano no se tomaria.

—Todo el mundo hace otro tanto, dijo Jenny. Os creis mas sabio y virtuoso que todo el mundo?

—Oh, preocupacion! preocupacion! esclamé. Pablo-Luis[65], tú teniais razon: somos un pueblo de lacayos!

Yo estaba furioso, me paseaba á grandes pasos por el cuarto, y daba de puñetazos sobre la mesa; Enrique bajaba la cabeza, y callaba Jenny estaba pálida, y apretando los lábios me seguia con los ojos.

—Daniel, me dijo, acabad, os lo suplico, esta escena ridícula; ya sabeis que soy incapaz de resistir á semejantes emociones. Cuando reflexioneis á sangre fria, espero que oireis la voz de la razon.

En este momento no sabeis lo que decis.

—Señora, la dije, paréceme que en presencia de mi hijo esas palabras están fuera de lugar; faltais al respeto que me debeis.

—Amigo mio, contestó, vos estais enfermo.

—Basta! esclamé; esa piedad es impertinente. Os haré ver lo que es un jefe de familia. A pesar de vuestras preocupaciones y de vuestras desesperaciones, obligaré á mi hija á que se case por inclinacion, y á mi hijo á que escoja una profesion de su gusto,—una profesion independiente.

—Daniel, sois un loco, dijo Jenny cruzando las manos.

—Señora yo tengo mi buen sentido, y os enseñaré que soy el amo de mi casa.

—Está loco! gritó mi mujer anegándose en lágrimas y echándose en brazos de Enrique, que se puso á llorar á su vez.

En aquel momento abrieron la puerta de par en par, y una voz anunció al señor doctor Olybrius.


[249]

CAPITULO XXXIII.
El Doctor Olybrius.

Entró, lo veo aún.... Una frente calva, con sus correspondientes mechas de cabello rojo, flotando de derecha á izquierda, unos anteojos de oro, una sonrisa beata, una triple barba perdida en las profundidades de una ancha corbata, un frac verde, con una cinta que ostentaba los colores del arco iris,—todo anunciaba al tonto que ha tenido buen éxito. Detrás de él caminaban como dos corchetes, el abogado Reynard, que, con sus ojos de garduña, parecia buscar siempre un agujero para ocultarse en él, y el grueso Coronel Saint John, apoyado en su muleta, y arrastrando su vientre y su gota. Qué me queria aquel cortejo grotesco? Ay Dios! iba á saberlo á espensas mias.

—Buen dia, hermosa dama, dijo Olybrius, tomando la mano de mi mujer y posando en ella sus lábios; os habeis repuesto de vuestras fatigas y emociones? Cuidaos señora, cuidaos; el corazon es el órgano débil en las mujeres; no os dejeis asesinar por vuestra sensibilidad.

—Buen dia, doctor, continuó con aire de caballero, tendiéndome una mano que no me atreví á rehusar; cuánto me alegro de veros en pié. Así, es en calidad de amigo y no de médico como me presento. Lo he dicho á estos señores, que, como vecinos, venian á saber de vuestra salud, y que no se atrevian á entrar conmigo.

—Buen dia, señor Lefebvre, dijo el Coronel. Carambola que hemos estado enfermos! Pero la caja es buena; estoy muy contento de veros; voto á sanes!

Reynard no hizo ningun juramento, pero en el tono mas[250] melífluo me hizo un cumplimiento tan ambiguo, que me hirió sin saber por qué.

—Cómo os sentís? me dijo Olybrius.

—Muy bien, contesté.

—Tanto peor, dijo él, eso no es natural,—prueba que el veneno no ha salido del todo. Despues de ocho dias de estragos causados por el ópio, debiérais estar medio muerto, sin pulso y sin voz.

—Es de hierro, dijo el Coronel. Sopla! qué carabinero habria sido.

—Querido cofrade, dije á Olybrius, vuestro diagnóstico os ha engañado. Mi caso es tan estraordinario, que en vuestro lugar cualquiera otro sábio se hubiera olvidado de su latin. No he sido envenenado con ópio; he sido magnetizado y transportado á América, de donde he vuelto esta noche.

—Arre! con la bola, esclamó el Coronel; yo he mandado un rejimiento de gascones, que no tenia compañero para la charla y la guerra; pero la palma es vuestra!

—Querido cofrade, dijo Olybrius, con voz agridulce, yo sé siempre lo que digo. Los hechos están ahí; nada hay tan brutal como un hecho. Que vos os imajineis haber estado en América, eso no me sorprende, es efecto del ópio; pero yo que os he cuidado ocho dias y ocho noches, afirmo que habeis estado en carne y huesos en vuestra cama, y que no habeis salido de París.

—Señor, contesté, vengo de un pais donde reina la verdad en toda su estension. Allí he adquirido horror á las mentiras oficiales y no oficiales; creed lo que os plazca, yo no puedo deciros sino una cosa: en cuerpo ó en alma, no sé en cuál de los dos, he pasado ocho dias en América.

—Efecto del ópio, dijo Olybrius, sacando su caja de rapé y saboreando una narigada. El cérebro no está despejado, la ilusion persiste. Querido señor, es menester reaccionar con vuestra razon, de lo contrario los lóbulos cerebrales se harán el teatro de un desórden grave y persistente. En semejante caso, vos lo sabeis, el primer remedio es desechar una idea fija, creyendo las cosas bajo la palabra del médico. Vos no habeis es-ta-do en A-mé-ri-ca, añadió, escandiendo cada una de esas palabras con tono imperioso.

—Señor, le dije, me permitireis que me quede con mi opinion.

—Daniel, esclamó mi mujer desolada, en nombre del cielo no insistais, ved que os perdeis!

[251]

—Válgame Dios, querida amiga, repuse sonriendo, y con qué voz me dices eso. Me parece que oigo á la pobre Rachel en el papel de Roxane:

Ecoutez Bajazet! je sens que je vous aime,
Vous vous perdez; gardez de me laisser sortir.

Por toda respuesta Jenny alzó los brazos al cielo, y tomando á Enrique de la mano huyó del cuarto ocultando la cabeza en su pañuelo.

—Mil bombas! dijo el Coronel, por qué aflijís á vuestra mujer! Qué diablo! se puede mentir para ser agradable á las damas. No sois francés, con mil de á caballo!

—Querido vecino, dijo el abogado hablando á media voz, como si comenzára un alegato,—razonemos. Si habeis estado en América, debeis haber visto aquel país en detalle, debeis conocerlo á fondo; si habeis soñado, no podeis tener al respecto, sino ideas incompletas, confusas, y, para decirlo todo de una vez, quiméricas. Permitidme que os dirija algunas preguntas que os conducirán á la vida real, y que os permitirán que os convenzais por vos mismo de la falsedad ó verdad de vuestras impresiones.

—Hablad, señor, os escucho.

—Durante vuestra estadía en América, habeis visto á las jentes tirarse de pistoletazos en la calle? Han colgado á dos ó tres personas por dia, en virtud de esa ley de la linterna, de esa Lynch Law, cuyo nombre nos han tomado los Americanos, y quizá la idea?

—Señor, contesté, dejad á los diarios esas faramalladas. Los Americanos son cien veces mas pacíficos y civilizados que nosotros. Hasta el duelo es allí desconocido.

—Arre! dijo el Coronel, eso es demasiado. Existe acaso un pais donde no se batan? Entonces en ese convento no hay sino relijiosas del Sagrado-Corazon?

—Efecto del opio, dijo Olybrius; todo se vé color de rosa.

—Decid color de carbon de piedra, dijo el Coronel. Arre! Pues si yo estuviera en aquella barraca, á todos les daria de bofetones para ver si tienen corazon en el vientre.

—Hay un gobierno en América, dijo el abogado, ó al menos habeis encontrado por casualidad el rastro de él?

—Señor, dije, hay el mas hermoso de los gobiernos: el que administra menos; el que á los ciudadanos deja mayor libertad para gobernarse á sí mismos.

[252]

—Efecto del opio! repuso Olybrius. Quién no sabe que la América es una anarquía viva?

—Señor, dije impacientado, daos el trabajo de ir á los Estados Unidos; hallareis allí un Gobierno Central, treinta y cuatro Estados particulares, treinta y cinco Senados[66] y treinta y cinco Cámaras de Representantes. No puedo suponer que sean salvajes los que han imajinado semejantes combinaciones.

—Arre! dijo el Coronel, treinta y cinco nidos de abogados y de charlatanes. Si semejantes locuras fueran posibles, yo haria espresamente el viaje, para hacer saltar por la ventana esas treinta y cinco nidadas!

—Presenten armas, pré-pá; y todos los pájaros echan á volar; entonces si que se tiene un gobierno que no se enfurruña.

—Hay ministerios? repuso el abogado con su voz menos aguda.

—Sin duda.

—Un Ministerio, de Cultos, por ejemplo?

—No, las Iglesias son sociedades independientes. Cada cual puede abrir un templo sin tener nada que temer de la ley.

—Es imposible, dijo el abogado. Seria entregar la sociedad á las intrigas de los frailes y á todos los odios relijiosos. Habria todos los dias una San Bartolomé.

—Señor, respondí, la cosa puede ser imposible, pero existe; y añado que en ningun pais hay mas tolerancia y caridad.

—Efecto del opio! dijo Olybrius.

—Y no solo la Iglesia es libre, continué, animándome, sino la escuela y el hospicio tambien. Cada cual puede enseñar, cada cual puede aliviar la miseria sin necesidad de tenderle la mano al gobierno, ni de dirijirse á la policia como si tratára de allanar un lugar sospechoso.

—Es un sueño, dijo el abogado, es materialmente imposible.

—Efecto del opio! dijo Olybrius.

—Doctor Olybrius, esclamé, si alguien tiene una idea fija en este momento, me parece que no soy yo.

—Yo no tengo idea, doctor Daniel, repuso, pongo por testigos á estos honorables señores; me basta hacer constar que hasta ahora no nos habeis dicho una palabra que tenga sentido comun.

[253]

—Hay un consejo de Estado en América? repuso el abogado, que tenia toda la tenacidad de un juez de instruccion.

—No, señor, la justicia basta á todo, la administracion está sujeta á ella.

—Qué quimera! dijo Reynard, un pueblo no viviria seis meses sin esa admirable separacion de poderes, que hace la gloria de nuestra inmortal Constitucion. Suponed que la salud del Estado exije que os pongan preso sin forma de juicio, qué harian en vuestro pais de Hurones?

—Qué harian? El procedimiento está marcado. Emplazarian al audaz que se colocára sobre las leyes y le condenarian á unos cien mil francos de daños y perjuicios.

—Y los prefectos, no pensais, que entonces seria un empleo inútil.

—Los prefectos, repuse, no los hay.

—No hay prefectos, esclamó riendo; con que no hay prefectos? Qué quereis que hagan los ciudadanos, sino se obra por ellos.

—Buen Dios, repuse, harán por sí mismos sus propios negocios. No habeis pensado en ello todavia, señor hombre de Estado?

—No, dijo secamente, yo no pienso sino en las cosas posibles. Quién dirije allí el espíritu público, y les enseña á los ciudadanos á pensar?

—Nadie.

—Qué! no hay directorio en la prensa?

—No, señor. En aquel pais de Hurones, como vos lo llamais, cada cual dice é imprime lo que quiere, bajo la exclusiva garantia de la justicia y de la ley. Los diarios son considerados allí como un beneficio. Se les favorece y multiplica en todas direcciones. No se les exije fianza, no pagan timbre,—nada, nada impide que la luz se esparsa, nada traba la libertad.

—Sopla! dijo el coronel; vaya un pais donde tendrá que hacer la jendarmeria.

—Allí no hay jendarmes, señor coronel.

—No hay jendarmes! esclamó. Pues no exijo mas, y digo vecino, que si no estais loco de atar, que echen abajo á Charenton. No los he visto nunca de vuestro calibre; no hay jendarmes! Porqué no decis inmediatamente: no hay ejército, no hay infanteria, no hay caballeria, no hay artilleria, no hay jenerales, ni coroneles, ni capitanes; aquella sociedad se compone de paisanos ó Iroqueses, una sociedad nunca vista.

[254]

—Coronel, le dije, durante sesenta años la América no ha tenido necesidad de ejército; cuando la paz y la Union se restablezcan, licenciará el que tiene, porque como decis, aquella sociedad se compone de paisanos.

—Basta jóven, dijo frunciendo el ceño. Respetad mi bigote blanco. Tengo buen jénio, voto vá á sanes! Pero tengo ensartado algunos por haber charlataneado muchísimo menos de lo que vos lo habeis hecho durante un cuarto de hora.

—Efecto del opio, dijo Olybrius. Cómo han de vivir sin jendarmes ni ejército? Podrian á cada hora del dia reunirse en la calle, ó en otra parte, hablar de política, criticar al gobierno, salir armados y qué sé yo.

—En efecto, señor, repuse, todo eso se hace y la paz no es turbada. Los ciudadanos libres, y acostumbrados á la libertad saben conducirse por sí mismos. Cuando hay necesidad, la ley está ahí, basta un oficial de policia y un juez para mantener ó restablecer el órden.

—Basta, dijo Reynard, lanzándole una mirada á Olybrius. Doctor, estoy convencido.

—Y la medicina, dijo el solemne imbécil, dando vuelta su caja de rapé entre los dedos, cómo es ejercida en ese pais de cucaña?

—Precisamente, respondí, es una de las cosas que me ha llamado mas la atencion; las mujeres, la practican, y con éxito.

—Arre! dijo el coronel, ojalá hubiera tenido de mayor un guardapiés, cuando estuve tres meses echado de espaldas en Constantina con una bala en la pantorrilla! Habria dado todos los medios por una médica.[67] Y vaya un calembour!

—Por supuesto que esa no es la única profesion que las mujeres ejercen; se han apoderado de la enseñanza; ellas son las que educan á la jóven América.

—Eso debe hacer lindos soldados, dijo el coronel. Hé ahí una escuela donde deben enseñar á darse de trompadas, primer aprendizaje de la guerra y de la civilizacion! Qué produce esa educacion? Tenderos y modistas.

—Produce seiscientos mil voluntarios que se baten como héroes.

—Vamos, vamos, dijo el coronel, no me reciteis el diario. Hace dos años que mi gaceta me habla todos los dias de esos famosos[255] conscriptos que corren unos tras de otros sin alcanzarse jamás. Ah! si yo estuviera allí, solo con mi 14ᵒ de infanteria lijera, cómo me divertiria, satisfaciendo los votos del gobierno. Estoy harto de América; pido que me hablen de otras revoluciones, para variar un poco y divertirme.

—Coronel, supongo que no defendeis la esclavitud.

—Un bledo se me dá de vuestros morenitos; pero en cuanto á vuestros Americanos los exécro. Es una turba de pobretes y demócratas que está dando el peor ejemplo á la Europa y echando una mancha á la civilizacion. Así deseo que el Norte se trague al Sud, y que se ahogue tragándolo. Hé ahí mi política, y hay muchos otros de mi opinion, voto vá á sanes!

—Señor, me dijo Olybrius, levantándose con majestad, permitidme reasumir en algunas palabras vuestra conversacion. Las contestaciones de estos señores, vuestros amigos y vecinos,—contestaciones llenas de sentido y de verdad, han debido convenceros de que vuestro cérebro no se halla en estado normal. Una sociedad sin administracion, sin ejército, sin jendarmes, la libertad salvaje de rezar, de pensar, de hablar, de obrar cada cual á su manera, es á no dudarlo, convendreis en ello, una de esas abominables pesadillas que solo el opio puede producir. Vuestro sistema no duraria un cuarto de hora siquiera; es la negacion de todos los principios y de todas las condiciones de esa civilizacion que hace la unidad de nuestra gran nacion. Constituyendo una administracion jerárquica y centralizada,—la sabiduria de nuestros padres hace mucho tiempo que ha elevado á la Francia al primer puesto, enseñándoles á los Franceses que la libertad es la obediencia. Nuestra gloria y nuestra fuerza estan ahí, no lo olvideis querido cófrade, y volved en vos. Esas ideas anárquicas que turban vuestro cérebro, que jamás entrarán en una cabeza francesa, os dicen suficientemente que estais enfermo y tanto mas, cuanto que no lo sentís. Es urjente que os cuideis; añado que solo un tratamiento enérjico puede devolveros la posesion de vos mismo y la calma que habeis perdido.

—Porqué no decis inmediatamente que estoy loco y que es menester encerrarme?

Olybrius suspiró, tomó una narigada de rapé con el índice y el pulgar, la aspiró lentamente, y me miró con aire contrito.

—Pobre amigo, dijo, estais gravemente atacado, pero yo os salvaré, sí, os salvaré aun á vuestro pesar.

Sentía que la cólera tronaba en mi corazon, y me contenia á duras penas.

[256]

—Señor, le dije, acabemos esta comedias; hace mucho tiempo que dura y estoy fatigado.

Olybrius se puso colorado hasta las orejas.

—Señor, dijo, engrosando la voz, vos lo tomais en un tono singular.

—No os incomodeis, querido doctor; os dariais un ataque de aplopejía.

—Doctor Daniel, díjo rechinando los dientes, yo no sufro inpertinencias. Sabe usted con quien habla, mi hombrecito?

—Sí, con un hombron, con un tonto.

—Caballero, dijo, olvida usted que tiene delante un hombre condecorado por todos los soberanos de Europa?

—Deveras! esclamé, tengo visto muchos. Oid su historia. Se hace empastar en marroquin colorado un volúmen de necedades, se le depone en la embajada, y no pasa mucho tiempo sin ser nombrado comendador ó caballero del Hipopótamo ó del Cóvidor. Cruces! es la limosna que los príncipes arrojan á los mendigos de la literatura.

—Sabeis señor, repuso, Olybrius, echando espuma de rabia sabeis que á los treinta y dos años he sido nombrado miembro de la academia de medicina por unanimidad.

—Pardiez! repuse, ahora veo que tengo mas razon de lo que creía. Si hubiérais tenido talento habriais tenido enemigos; os hubieran hecho esperar hasta los cincuenta años y no habriais sido recibido sino por un voto de mayoria. Los tontos no ofuscan á nadie, y así entran á la academia como en un molino.

Habia ido demasiado lejos, lo comprendia. El coronel reía á descostillarse; pero Reynard me miraba de una manera estraña, y Olybrius se ahogaba. Ví el momento en que cambiándose los papeles, era el enfermo quien iba á sangrar al médico. El abogado tenia sin duda oro potable en su gasnate; dos palabras dichas al oído de Olybrius le devolvieron al imbécil toda su serenidad. Una sonrisa diabólica iluminó los pliegues de su rostro. Se acercó al coronel, le pegó en el hombro, y le llevó á un rincon, siempre seguido de Reynard, su fiel consejero.

Esa manera de obrar, ese conciliábulo, tenido en mi casa y sin mí, me pareció estraño. Me paseaba á grandes pasos, próximo á estallar, cuando Olybrius salió sin saludarme. Reynard, al contrario, me hizo una profunda reverencia. El coronel se me acercó con aire alegre. Sus ojos brillaban.

—Sabeis, dijo, frotándose las manos, que lo habeis puesto de lo lindo al parroquiano?

[257]

—He hecho mal? respondí.

—No digo eso, repuso Saint Jean; me habeis dado un gran placer, voto vá á sanes. Detesto esos paisanos que se hacen cubrir de decoraciones sin haber jamás arriesgado sino la piel de otros; pero, entre nos, el hombre no vá contento! Es natural, no es verdad? Dice que le habeis insultado; exije que le deis una satisfaccion.

—Yo? esclamé.

—Estad tranquilo, dijo el coronel, le he hecho entender la razon, y he arreglado el negocio.

—Muy bien.

—Os batís.

—Qué nos batimos? dije muy asombrado. Y cuando?

—Al instante,—sobre la marcha, como se decia en el rejimiento.

—Es muy peligroso dejar enfriar estas cosas. Por haber esperado veinticuatro horas he perdido diez ocasiones. Mi carruaje está abajo; podemos partir; tengo pistolas exelentes, os gustarán. A treinta pasos he hecho saltar la oreja de un caballerito, que me miraba de reojo so pretesto de que era visco. Vamos, amigazo, los momentos son preciosos. Adelante, voto vá á sanes!

—Dentro de un momento soy con vos.

—Vais á abrazar á vuestra mujer é hijos? mal sistema! eso enternece y la mano tiembla despues. Nada de adioses trájicos; bebed un vaso de Madera y fumad dos cigarros; eso retempla la moral y le dá nervio al antebrazo.

—No tenia ninguna necesidad de exitar mi valor; la cólera me arrebataba. Entré en el salon, Jenny pálida y muda estaba allí con sus hijos abrazados; todo lo habian oído.

—Partís con el doctor? me dijo Jenny con agonizante voz.

—Sí, querida amiga; probablemente estaré ausente algunos dias.

—Volvereis pronto? dijo; en seguida se detuvo como asustada.

—Sí, respondí, volveré pronto si Dios lo quiere. Dejadme abrazaros á todos antes de partir.

—Adios, mi querido Enrique; recuerda mis consejos. Nada han hecho para darte voluntad, es una gran desgracia; las pasiones toman en nuestra alma el lugar que la voluntad no ocupa. Hazte convicciones razonadas y un carácter enérjico; así es uno hombre. Toma una profesion independiente; no esperes la fortuna sino de tí mismo. No inclínes la cabeza ante[258] nadie, no tengas que ruborizarte ante Dios, y no te inquietes del porvenir. La felicidad no está en las cosas de la tierra, si no en la alegria de una buena conciencia; la verdadera grandeza es la de un hombre honrado, que se ha elevado por el trabajo y la virtud. Adios, sé cristiano y ciudadano; recuerda que para dominar el egoismo que nos devora, hay dos fuerzas invencibles: el amor de Dios y el amor de la libertad.

Adios, mi Susanita, escoje tú misma tu marido. No mires ni la posicion ni el dinero, mira el corazon, en él está la única riqueza que nada tiene que temer del tiempo ni de los azáres. Toma sobre todo un hombre á quien estimes y que piense como tú; ten orgullo del padre de tus hijos. El amor se vá, la confianza y el respeto quedan en el hogar, y con el tiempo llegan á ser algo mas dulce y santo que el amor. Cuando tengas hijos, deja espandir sus almas; no les enseñes la cruel sabiduría de esa sociedad que todo lo reduce al interés; déjalos soñar, como su abuelo, aunque como él deban sufrir. Los mas desgraciados aquí abajo no son los que lloran.

—Adios mi querida Jenny, perdonadme si os he ofendido y permitidme que os dé un último consejo. Vosotras las Francesas, teneis demasiado espíritu y penetracion; para ser dichosas es necesario mas simplicidad. Por qué salir siempre? el mundo no puede ofreceros sino ajitacion y fastidio. Recordad lo que ha dicho San Pablo: “El hombre no ha sido creado para la mujer, pero la mujer ha sido creada para el hombre.” Casaos con vuestro hogar, daos por placer el hacer la voluntad de vuestro marido, y por último sed la reina de esa colmena donde Dios os ha colocado: en ella está la felicidad que buscais fuera, y que os espera en vano en una casa desierta. Ah, mi Jenny, porque no hemos nacido en América,—allí residian el amor y la felicidad!

Mi mujer estaba muy ajitada; lloraba, pero al oír mis últimas palabras se retiró de mis brazos, sollozando cuando la abrazé. Enrique recibió mis caricias con aire frio y embarazado; solo Susana se colgó de mi cuello y me inundó con sus lágrimas.

Volví á abrazarlos á todos, y partí para no volver mas. Bajar la escalera, subir en el carruaje donde el coronel me esperaba con sus pistolas, fué asunto de un instante. Pregunté á Saint Jean á donde íbamos.

No lo sé, dijo; seguimos el carruaje de Olybrius, creo que nos lleva á Saint-Mandé, á algun jardin particular. Desde[259] que han desfigurado Vincennes y el Bosque para hacer Parques ingleses, no hay donde divertirse. Batíos en una avenida que dá vuelta; apartad todas esas jentes que os siguen la pista pisando vuestras pisadas. Nos falta un campo cerrado en Paris; es una vergüenza para el viejo honor francés, voto vá á Sanes.

El coronel estaba monótono y se repetia mucho; me apresuré á ofrecerle un cigarro que le tapó la boca, y, hundiéndome en un rincon del carruaje, seguí la moda francesa que consiste en reflexionar cuando ya no es tiempo. A mi edad, y por una causa semejante, aquel duelo era una locura, á la que me habia dejado arrastrar por un tonto brutal. Iba decidido á no contestar al fuego de Olybrius; pero eso no me justificaba. Necio de mi que no habia sido capaz de resistir á una estúpida preocupacion! En aquel momento si, que recuerdos y remordimientos me trasportaban á América! Volvia á ver las dulces y leales fisonomías de aquellos buenos y sincéros amigos que me habian elevado hasta ellos. Truth, Humbug, Naaman, Green, Brown mismo sonreian á mi alrededor, y con ellos toda aquella familia Americana que hacia la alegria de mi corazon, sin olvidar á Marta ni á Zambo. Qué diferencia entre los dos paises! El Paris en que estaba me parecia una ciudad estranjera, las calles de mi infancia habian desaparecido, y con ellas mis recuerdos; mis vecinos me parecian ignorantes, vanidosos, egoistas; sus actos, su lenguaje, todo era convencional; nada habia en ellos de verdad ni de simplicidad. En ocho dias, pasados en Massachusetts, respirando la atmósfera de la libertad, habia vivido mas que en Paris durante cincuenta años. Mis ojos se habian abierto, el viejo hombre habia desaparecido; mi patria estaba allí donde me amaban, allí donde vivia; mi alma volaba al otro lado del Océano.

Absorto en aquel fantaséo no volví en mí sino al bajar del carruaje. Estábamos en el patio de una gran casa, con ventanas de reja,—algo parecida á un convento, á un colejio ó á una cárcel. En el fondo habia un jardin que Reynard me designó como lugar del combate, invitándome á entrar en él, mientras arreglaba con el coronel y dos amigos todas las condiciones del duelo.

Avancé sin desconfianza; de repente cerraron la reja tras de mí; volvíme, cuatro hombres vigorosos me cojieron de piés y manos; resistí como un furioso, grité, ahogaron mi voz. En un abrir y cerrar de ojos fuí llevado á una sala baja, echado, sujetado y atado en un sofá. En seguida todo se puso á dar vuelta delante de mi con una increible celeridad; una masa de agua helada cayó sobre mi cabeza, y me desmayé.


[260]

CAPITULO XXXIV.
Un loco.

Saint-Mandé, casa del Doctor Olybrius.

20 de Abril de 1862.

—Hay tres clases de personas que la ley desdeña, abandonándolas á la administracion: las jóvenes, los locos y los periodistas. Pero, cualquiera que sea su maldad (hablo de los periodistas), ó su falta, conceptúo que esos miserables no son indignos ni de justicia ni de piedad. Si son culpables, por qué no se les juzga? Si son desgraciados, por qué se les trata como á culpables? Es una cuestion que recomiendo á los filántropos en disponibilidad. Hermoso es sin duda rescatar chinitos; salvar del fuego á las viudas de Malabar que siguen á sus esposos hasta la muerte (el ejemplo podria llegar á ser contajioso), pero se me ocurre que quizá no seria malo defender á la humanidad en Francia, y darle las garantias del derecho comun, á pobres criaturas, víctimas de la educacion, del nacimiento ó de la sociedad. Y vaya otro sueño que debo guardar para mi, sino quiero esponerme de nuevo á las duchas ó á la sangre.

—Mi suerte está fijada; he jugado contra la preocupacion una partida peligrosa,—he perdido. Un tonto que se intitula médico, me ha declarado loco; mis buenos amigos han confirmado con placer la sentencia de la ignorancia. Héme encerrado y para siempre. Podré apagar en mi cérebro esta llama que lo ilumina? Podré renegar la verdad? Nó! he conocido la libertad, he probado con el borde de los lábios esa miel que embriaga, he entrevisto el eterno ideal, soy un loco! no quiero sanar.

—Los Franceses tienen todavia mas talento del que se atribuyen. Aprisionar á las jentes que piensan, que razonan y hablan, es un golpe de mayoria cuyo éxito es infalible. Donde está la fuerza, allí está la opinion. Adelante, dichosos carneros! ramonead en silencio; decios balando que sois los reyes del[261] mundo; no son vuestros pastores los que os rehusarán ese inocente placer. Divertíos, gozad de la vida, nada teneis que temer; los insensatos están bajo de llave, turbarian vuestra quietud; cuantos mas son los sabios tanto mas se rie.

—Mi mujer no viene á verme; es tan sensible! la piedad la mataria! Qué me importa de mis hijos. Pobre Enrique, podria darle mi enfermedad, y entonces linda fortuna haria! Y tú, Susana, te amo demasiado para hacerte llorar. Las lágrimas de una hija es la única prueba que puede conmover á un mártir.

—Mis vecinos no me han olvidado. Rose me escribe que mi aventura no le ha sorprendido. Reconoce en ella la mano de los Jesuitas; mi mujer iba con demasiada frecuencia á misa! Ha hallado el rastro de un vasto complót tramado por los reverendos padres; ellos son, dice, los que empujan el Norte sobre, el Sud, los que mueven la Europa y preparan la caida del Sultan. Todas las revoluciones son obra de ellos; ellos son la causa de todas las miserias; su diario le ha revelado ese misterio de horror é iniquidad. Rose es un hombre sensato, puesto que se pasea por la calle,—yo soy un loco puesto que estoy encerrado!

—Hé aquí una carta del coronel. El bravo Saint-Jean se escusa de haber ayudado á mi arresto sin saberlo.

—Ha querido, dice, cortarle las orejas á Olybrius, el pillo se ha negado á la operacion. El coronel añade que si ha cometido alguna falta está pronto á repararla. Para quitarme el derecho de quejarme, me ofrece que nos levantemos mútuamente la tapa de los sesos. El juego no es igual; no puedo aceptar su amable proposicion. Saint-Jean me habla de política; la guerra estalla para él en todas partes al acercarse la primavera, y su alegria es inmensa. Es un soldado: está convencido de que los hombres han venido al mundo para matarse unos á otros. Si las madres, al través de angustias infinitas, educan á sus hijos hasta veinte años,—es para enviarlos al matadero. El coronel está libre; es un hombre razonable, yo soy un loco!

Leamos el diario; no soy sino un espectador que, desde su palco enrejado, mira la comedia y á los actores de su tiempo. Usemos del único derecho que me resta,—silvemos.

“Acaba de aparecer una nueva obra de Mr. Reynard, nuestro gran orador, nuestro célebre publicista. Este libro, que no puede dejar de abrirle al autor las puertas de la academia de ciencias morales y políticas, se intitula La Unidad. Mr. Reynard[262] demuestra de una manera invencible que todos los sufrimientos y todas las revoluciones de la Francia son debidas á una causa única: la debilidad de la centralizacion. Hoy dia que los caminos de hierro y los telégrafos han suprimido la distancia, la Francia, el pais modelo, puede hallar al fin una constitucion que le permita realizar sus grandes destinos. El autor reune el poder espiritual y el poder temporal en las mismas manos,—admirable secreto para acabar con todas esas disenciones que destrozan al mundo hace quince siglos; suprime los consejos municipales, los consejos jenerales, las cámaras, la prensa, y todos esos medios de oposicion, escusables quizá en una época crítica, en una edad de lucha y de transicion, pero que ya no tienen razon de ser en un siglo orgánico como el nuestro, y con la primer raza centralista del globo. Un solo hombre, un Papa civilizador, colocado en el hogar del Estado, teniendo en su gabinete el nudo de la red telegráfica, gobernará toda la Francia por su infalible é irresistible voluntad. Organo de la soberania popular, será la democracia personificada,—la nacion hecha hombre. Desde ese momento nada podrá trabar ya el progreso; todas las divisiones habrán cesado; todas las cabezas de la anarquia habrán caido de un solo golpe.

“Desde que se entra en el detalle, es imposible no ser seducido por la simplicidad del sistema. Es el sello de las grandes invenciones. En adelante ya no habrá en Francia sino una alma y un pensamiento. El pais entero será una gran é injeniosa mecánica, conducida y regulada por un solo motor. Quién podrá turbar esa gran armonía formada por una sola nota? Un mismo despacho repetido en los cuarenta mil comunes, transformará á cuarenta millones de ciudadanos de la noche á la mañana.—Trabajad, dirá el telégrafo, y en el acto habrá trabajo para todo el mundo.—Sed instruidos, y la ignorancia cesará.—Sed virtuosos, y la Bolsa se cerrará.—Sed dichosos, y nuestra dicha se hará.

“Es increible que la humanidad haya vivido tanto tiempo sin realizar este maravilloso descubrimiento, que inmortalizará el nombre de Mr. Reynard. Pero qué! el vapor es de ayer; y el telégrafo de hoy dia! Por lo demas, nuestros reyes han tenido el sentimiento de esa verdad que un hombre de jénio pone en evidencia ahora. Sin inquietarse jamás del derecho de la justicia, nuestros soberanos han derribado las resistencias que les embarazaban; es por esto que la historia admira á los Francisco[263] I, á los Richelieu, á los Luis XIV, y á los Napoleon. San Simon ha entrevisto esa bella reforma; pero la gloria de ser su profeta, pertenece sin disputa al ilustre y profundo Reynard. No hay un solo Francés que no le envidie su descubrimiento y su éxito.”

—Ay Dios! pensaba, Mr. Reynard se pasea y va donde quiere; se le admira y se le envidia, es algo mas que un filósofo, es un grande hombre, y yo........ yo soy un loco!

—Qué veo? El nombre de mi verdugo. Qué ha podido hacer este intrigante? leamos:

“La Academia de Medicina ha recibido ayer una comunicacion del mas alto interés. Una de nuestras reputaciones médicas, el célebre doctor alienista Olybrius, ha leido una memoria sobre el espíritu, el jénio y la locura. Ha demostrado que, por efecto del nudo simpático, que une en nosotros las funciones del cérebro con las del estómago,—es este último órgano el que, en último resorte, produce y domina todas esas fuerzas nerviosas que la vulgaridad llama facultades. El espíritu es una neuroma, el jénio una gastritis crónica y la locura una gastritis aguda. En apoyo de su sistema el doctor ha citado un ejemplo de los mas curiosos,—teniendo actualmente en sus manos un preciosísimo sujeto para sus esperimentos. Es un cierto doctor F...., que, en su locura, se imajina que ha sido transportado á los Estados-Unidos, habiendo permanecido allí toda una semana. Hay en el delirio de este pobre hombre una mezcla de alucinaciones, de recuerdos y de ideas orijinales, que el doctor Olybrius sigue y observa con el mayor cuidado. La enfermedad es aguda en el mas alto grado; el sabio Olybrius no desespera de reducirla al estado crónico, trasformándola á fuerza de sangrias y de dieta, y mediante una alimentacion habilmente sistemada. Si lo consigue, el problema está resuelto. De un loco curado á medias se hará un hombre de jénio. En el acto que termine la esperiencia, el sabio alienista presentará el sujeto á la Academia. Es escusado llamar la atencion sobre las consecuencias de esta prodijiosa invencion. La Francia carece de grandes hombres, cuando nada le sería mas fácil que fabricarlos y suministrarlos al mundo entero. En Charenton solo, hay tres mil enfermos que con un buen réjimen, y en menos de seis meses, podrian ser transformados en poetas, músicos y artistas de toda especie. Hay allí cientos de Mozarts y Rafaeles ignorados.

“Esta lectura salpicada de rasgos picantes y de palabras injuriosas,[264] ha sido escuchada en profundo silencio, frecuentemente interrumpido por lisonjeros murmullos. No se tiene mas talento que el doctor Olybrius; oyéndolo hubimos de temer por su salud, pero nos tranquilizamos viendo la solidez de sus músculos y el vigor de sus pulmones.”

—Triple necio! esclamé; menos necio sin embargo que los que te escuchan! Tu eres un sabio, un académico, un filósofo, y yo, que te silvo, yo soy un loco!

—No, yo no volveré á entrar en esa sociedad vanidosa que tiene miedo de la verdad, y á quien se le atrapa como á las alondras deslumbrándolas con un espejo. Si la muchedumbre me rechaza, yo la destierro de mi apacible morada; la soledad me devuelve la libertad. Aquí es donde quiero vivir y morir, consolado por el evanjelio, rodeado de estos viejos amigos que son siempre fieles, y que no mienten jamás: Sócrates, Demóstenes, Ciceron, Dantes, Cervantes, Luis de Leon, Milton. A vosotros tambien, poetas, oradores, ciudadanos, los hombres os han desdeñado, maldecido, espulsado, encarcelado, asesinado. Locos y sediciosos durante vuestra vida, os habeis vuelto sabios y patriotas despues de vuestra muerte. El mundo eleva altares á las víctimas que ha degollado, y la historia de la humanidad es la historia de los mártires.

—Por qué no he de tener yo tambien mi hora. Si no soy un grande hombre,—no he sostenido una gran causa? Quién sabe si mi pais, disgustado de las insulseces que lo enervan no me perdonará mi salvajismo y mí aspereza? Lo que es amargo al paladar es dulce al corazon, dice un proverbio; así sucede con la verdad. Ella es sana como el ambiente de las yerbas y de los bosques, como el viento que pasa por sobre los ventisqueros y los mares; aquel que ha vivido en ese aire vivo, se sofoca en las hondonadas y pantanos.

—Espero contra toda esperanza; soy loco. Si fuera cuerdo haria lo que hacen los hábiles,—me resignaria, gritaria con la muchedumbre. No quiero esas alegrias que entristecen, prefiero mi cárcel y mi sueño.

—Una vision me consuela todas las mañanas en el silencio de mi pobre celda. Descubro en lontananza, cimas que blanquean; es la aurora que se levanta, la aurora de un dia que no veré; qué importa? Qué punto luminoso es aquel que rompe el horizonte,—despejando la sombra que huye? Es la nueva Jerusalem, la ciudad del porvenir. Todo está cambiado allí; los últimos vestijios del Estado pagano han desaparecido; el individuo[265] manda, es rey. Respetado de todos, lo mismo que él los respeta,—él es el único dueño de sus acciones, el único responsable de su vida; solo tiene que temer á las leyes. La Iglesia ha revindicado la independencia Evanjélica, ha roto esa cadena adúltera que, por desgracia del mundo, le impusiera Constantino. Vuelta á su divino esposo, ella es el freno, el consuelo y la esperanza de todas las almas; el Evanjelio es la carta de la libertad. Desparramada á manos llenas, la educacion abre los corazones á la verdad; la caridad, obra de todos, ábrele el paso á ese instinto de union, á esa necesidad de accion comun, que hace la grandeza de las sociedades. La provincia ha recuperado su antiguo vigor; el amor á la pequeña patria, ha aumentado, fortificándolo, el á la grande. El comun ha roto los lazos que lo ataban; vive y obra; llama y retiene á sus hijos cerca de él. El Times no es ya el órgano de la Francia; la prensa es libre; cada cual dice lo que piensa, y piensa lo que dice. Encerrado en sus límites, el Estado no es ya mas que un beneficio. En el esterior es la espada del pais, en el interior es la ley, solo la ley, nada mas que la ley. Verdad, justicia, libertad,—vosotras brillais en ese nuevo cielo, como astros pacíficos; ante vosotras se han eclipsado los flajelos de la vieja Europa: lo arbitrario, la íntriga y la mentira. La Francia, dichosa y ufana, se espande en la abundancia y la paz,—sirviendo de ejemplo y de envidia á las naciones; allí sí que es hermoso vivir; allí sí que es dulce morir.

—Hé ahí mi sueño; él esparce en mi prision yo no sé que serena claridad que enardece mi corazon. Qué bello será el dia en que, caidas las máscaras, los locos sean los sabios y los sabios sean los locos! Será entonces; allá por los años 2,000, cuando piadosos peregrinos, tan numerosos como las hormigas, visitarán la celda donde, cual nuevo Daniel, yo anunciaré el porvenir. Entonces tambien, algunos curiosos, algunos erúditos que trabajan siempre en no hacer nada, buscarán bajo los escombros del pasado lo que podian ser ciertas variedades de la Francia del siglo XIX,—variedades que han desaparecido para siempre como el perro dogo, eterno lamento de las porteras. Se preguntará qué es del comedor de Jesuitas, el pantalon de cuero, del inventor de razas centralistas, del adorador del Dios Estado. Y el padre de familia recorriendo las salas del Museo de historia natural, mostrará con el dedo á sus hijos asombrados, un jigantezco bocal, donde, embalsamado en vinagre, y con sus cruces y sus díplomas, reposará el último de los Olybrius.

Amen, Amen, AMEN, AMEN!

[266]


CAPITULO XXXV.
Un sabio.

El Doctor Olybrius, &a., &a., á la Señora Daniel Lefebvre.

22 de Abril de 1862.

Querida señora:

“Nuestro pobre amigo ha sufrido mucho; está un poco mejor; bebe, come, duerme; ya no tiene voluntad, es lo esencial.

“La crísis ha sido terrible; asi que quisimos curarle se puso furioso. Es uno de los síntomas mas característicos de esa funesta enfermedad. El francés es naturalmente dulce, amable, político, y está siempre pronto á hacer lo que sus amos, sus amigos ó su mujer le ordenan. Ved la historia de nuestra gloriosa revolucion. Para salvar á la Francia é inocularle el amor de la igualdad, de la justicia y de la fraternidad, la Convencion ha puesto fuera de la ley á todos los Franceses. Ella los ha arruinado, espulsado, deportado, metrallado, fusilado, guillotinado. Hay uno solo que haya resistido? Hay hoy dia algo mas justamente popular que esa inmortal Asamblea? Pero, ay! en cuanto la locura se apodera de él, el francés se hace voluntarioso y malo. Si le detienen, resiste,—si le encierran, se subleva; no piensa ni habla sino de libertad. Tal es la degradacion intelectual y moral que resulta de una violenta neuroma en las personas debilitadas.

“Nuestro pobre amigo habia llegado á ese estado. Felizmente yo velaba por él. Dos sangrias abundantes, tres purgas enérjicas, dos duchas heladas, le han devuelto la calma de que tenia necesidad. La enfermedad sale, me parece, del periodo agudo: haciéndose crónica dará resultados sorprendentes en los que fundo la esperanza de mi reputacion.

“En este momento está tranquilo; se ocupa en borronear papel, prueba, á no dudarlo, demasiado cierta de que está aun lejos de la cura. Os envia ese fárrago que intitula Paris en[267] América; no he querido quitarle nada, ni siquiera las injurias que me dirije, y que caen á mis piés. Caballero de veinte y siete órdenes, miembro de treinta y tres academias estranjeras y de ochenta y dos sociedades de provincia, mi nombre nada tiene que temer del tiempo ni de la envidia. La Francia ha venerado siempre á los Olybrius. Guardaos sin embargo de esparcir ó imprimir semejantes locuras; nada hay tan contajioso como la quimera; el cérebro del hombre es débil, y la neuroma una enfermedad de que debe precaverse. Guardad esos papeles; ellos os servirán para hacer pronunciar una interdiccion demasiado necesaria. No creo que un francés razonable que conoce su siglo y su pais pueda leer dos pájinas de esos desvarios sin declarar que su autor es un loco, y que es urjente encerrarlo.

“Vengamos á vos, querida señora, permitidme tocar un punto delicado. Sensible como sois, necesitais los mayores cuidados: ved el mundo, rodeaos de visitas, procurad distraeros, el tedio os mataría, os ordeno las distracciones y el placer. Entrad en la vida, habituaos á la independencia y á una soledad que todos vuestros amigos procurarán dulcificar. No abrigueis vanas esperanzas; son emociones que debilitarian vuestra salud demasiado alterada ya. El pobre doctor no volverá jamás á su casa. Cualquier forma que tome su enfermedad, si quiera dejenere en una locura literaria que se parezca al jenio, será siempre prudente y necesario tener alejado á un hombre tan peligroso asi para su familia como para la sociedad. Podeis créermelo, querida señora, la ciencia es infalible y un Olybrius no se equivoca jamás. La locura de amor, se cura cuando uno es jóven,—los viejos mueren de ella; la locura de ambicion cede algunas veces á la edad y al desprecio de los hombres; de la locura de libertad, no se sana jamás.

“Me pongo á vuestros pies, querida señora, etc. etc.”

FIN.


NOTAS

[4] En Francia, en Italia y en Polonia, hay mucho esprit y poca verguenza; en Polonia, en Francia y en Italia despues de la locura viene el juicio; en Italia, en Polonia y en Francia, la felicidad es menos que la esperanza.

[5] Casi homónimo de renard.

[6] Casi homónimo de zorro.

[7] Pero no puedo hablar el ingles.

[8] Signos del futuro y del condicional, este y ese.

[9] Dante, Inf., V. 141.—Me desmayé como si muriera, y cai, como cae un cuerpo muerto.

[10] Traducimos at home.

[11] Kailsplitter: nombre del que hace los cercos ó alambrados que dividen las propiedades en los E. U.

[12] G. Chilson, fabricante de cocinas, Boston.

[13] ¡Qué verguenza! Mr. Smith!

[14] Attorney,—oficial de justicia en E. U.

[15] Truth: verdad.

[16] Esta palabra no tiene verdadera traduccion—sus equivalentes pueden ser farsa, charlatan, pillastre, etc.

[17] Sollicitor: oficial de justicia cuyas funciones equivalen á las de un procurador.

[18] El mundo quiere ser engañado, luego, engañémosle.

[19] El dollars americano está dividido en cien centavos.

[20] Es necedad querer que los perros cazen contra su voluntad.

[21] Eneas, ahora es cuando es necesario enerjía y ánimo resuelto.

[22] El viejo Pam es el nombre familiar que los Ingleses dan á su primer ministro Lord Palmerston.

[23] Jonathan es el sobrenombre del pueblo americano, John Bull, es el del pueblo inglés.

[24] Una buena reputacion es un segundo patrimonio.

[25] Viva Green—Una buena jugada.

[26] El acto de solicitar votos para una eleccion.

[27] El Enfield ó Speaker es una compilacion de los trozos mas bellos de elocuencía y de poesía en idioma inglés. Se sirven de él en las escuelas de América para enseñar á los niños á recitar de memoria ó mas bien á declamar. La obra está precedida de un tratado sobre la mímica y sobre el jesto, con dibujos que indican la posicion del cuerpo, de la cabeza y de los brazos, para cada pasion que se espresa.

[28] No cedais al infortunio, afrontadlo con mas firmeza.

[29] Pekin nombre que dan los soldados en Francia á todos los particulares.

[30] Es el nombre de la Iglesia anglicana en los Estados Unidos.

[31] Con esta palabra estropean los Chinos el nombre de Budha.

[32] No oyes mis gritos en el fondo de ese abismo? Dios mio, yo muero lejos de tí. Escúchame señor, confieso mi crímen, perdóname, perdóname. Si con exacta mano tú calculáras la ofensa, quién subsistiria delante de tí? Pero tú eres quien siempre nos ofrece la clemencia. Así yo me aseguro en tu ley. Sí, yo tomo por apoyo tu palabra eterna. Mi alma espera en tu amor, y yo te espero Dios mio como la centinela espera la venida del dia. Valor, pues, alma mia! Allá arriba hay un padre, que te contempla en tu prision. El es, quien rescata la miseria de Israel. El será quien pague tu rescate.

[33] San Juan, XIV, 6.

[34] San Juan, VIII, 32.

[35] Thessal., V. 19, 21.

[36] Juan, XIV, 17.

[37] Lucas, XII, 10.

[38] Lo mismo que tente en pié—que tomar las once.

[39] Mateo, VI, 18.

[40] 500 millones de francos.

[41] 2,500 francos.

[42] 120 millones.

[43] En Francia el presupuesto de cultos subió en 1862 á 49 millones 869,936, y nuestra poblacion es una cuarta parte mas que la de los Estados Unidos. N. del E.

[44] “Oh Cristo! nosotros somos tu milicia,—contra la ignorancia y el vicio,—nosotros caminamos sin verguenza ni miedo,—el amor, la limosna y la oracion,—hé ahí nuestras armas de guerra. Nuestra bandera, es la del Señor,—Oh Cristo! nuestro gefe! nuestro padre! Nosotros queremos vencer la miseria,—y estirpar la infidelidad,—no mires nuestra edad,—danos sabiduría y valor,—nosotros defendemos tu verdad.”

[45] V. Los Reyes cap. V. V. 17, 19.

[46] Los Reyes. V, V. 26, 27.

[47] Daniel VII, 28.

[48] Sillon de amaca muy á la moda en América.

[49] 2,500 francos.

[50] To plead guilty ó not guilty, es confesar su crímen ó decirse inocente. La ley no exije mas declaracion al acusado.

[51] Nombre que se dá á los ajentes de Policía, ó vijilantes.

[52] Caballero.

[53] Quién se atreverá á acusar al sol de mentira?

[54] El desgraciado es cosa sagrada.

[55] Carne asada.

[56] Mechanic’s Institute.

[57] El cuadrado de la hipotenusa, es igual, si no me equivoco, á la suma de los dos cuadrados, hechos sobre los otros dos lados.

[58] Era tambien la opinion de Alfredo de Musset. Un dia que le hallamos echado sobre la cabaña del Tio Tomas, que devoraba con ojos llenos de lágrimas, nos dijo con la mas profunda emocion: “Hé ahí el mas lindo libro de nuestros tiempos, Mme. Stowe, ha hallado en la corriente de su corazon efectos de arte que ninguno de nosotros los que nos creemos artistas, es capaz de encontrar en su espíritu.”

[59] Por derecho de nacimiento.

[60] Comparsa.

[61] Es una especie de cabaña, construida con troncos de árbol.

[62] II Los Reyes, cap. XXII.

[63] En Inglaterra y Estados Unidos, hay en las casas una pieza baja con ventana á la calle y puerta al zaguan que se denomina así, donde las familias se reunen, porque allí es donde los visitantes preguntan jeneralmente por los dueños ó inquilinos de la casa.

[64] Cuando todos se equivocan, todos tienen razon.

[65] Aquí el autor se refiere á Pablo-Luis Courrire.

[66] Aquí el autor padece una lijera equivocacion, por que no todos los Estados tienen el sistema bi-camarista.

[67] J’aurais donné tous les médecins pour une médecine.


Post-Scriptum de los traductores.

Todas las apariencias dicen que el pueblo Arjentino á quien dedicamos esta traduccion, parece atacado de la locura de libertad, de la cual no se sana jamás, segun los Olybrius de todos los tiempos y de todas las zonas. Tanto peor para vosotros, locos de Buenos Aires, en particular, y de la República en general. Vuestra suerte no admite duda, figurareis en el vasto hospital de los locos del porvenir, cuyo modelo es la gran República Norte Americana!

Lloramos por vuestra suerte presente y nos consolamos con la que os está reservada en lo futuro.

Con todo lo cual, Dios os tenga en su santa guarda y os preserve de Charlatanes.


TABLA DE LAS MATERIAS.

Pajina.
Los traductores al lector. III
Al lector. V
Capitulos.
I. Un espiritista Americano. 1
II. ¿Es esto un sueño? 6
III. Zambo. 9
IV. En casa. 13
V. Sin dote. 18
VI. En donde se hace conocimiento con M. Alfredo Rose y el vecino Green. 24
VII. El incendio. 30
VIII. Truth, Humbug y Ca. 39
IX. Donde se le dice su merecido á la verdad. 45
X. La cocina infernal. 55
XI. De la máxima protectora,—que la vida privada debe ser sagrada. 63
XII. Una candidatura en América. 70
XIII. Canvassing. 75
XIV. Vanitas, vanitatum. 82
XV. Un recuerdo de la patria ausente. 89
XVI. La eleccion.—El sábado. 97
XVII. Viaje en busca de una iglesia. 106
XVIII. Un chino. 114
XIX. Un sermon congregacionalista. 119
XX. Un luncheon de ministros. 126
XXI. La escuela del domingo. 141
XXII. Disgustos de un funcionario Americano. 149
XXIII. La audiencia de un Juez de Paz. 158
XXIV. Un attorney jeneral. 170
XXV. Dinah. 180
XXVI. La caridad. 190
XXVII. La escuela. 203
XXVIII. La partida de los voluntaries. 215
XXIX. Un viaje de placer. 223
XXX. Lo mas corto del libro y lo mas interesante para el lector. 231
XXXI. Algunos inconvenientes de un viaje á América. 232
XXXII. Una familia parisiense. 244
XXXIII. El doctor Olybrius. 249
XXXIV. Un loco. 260
XXXV. Un sabio. 266

Fé de las principales erratas.

PÁJINA. LÍNEA. DONDE DICE. DEBE DECIR.
III 2.ᵃ Llevada ya Lleva ya.
1 8 ocho en punto ocho de la noche en punto.
7 3 Saint Jean Saint John.
7 19 palo polo.
18 4 two too.
39 2 uva una.
40 33 covoz con voz.
41 25 seinta sienta.
66 42 vióse se vió.
74 9 elejio elojio.
75 2 canvassing canvassing[26].
[26] El acto de solicitar votos para una eleccion.
76 5 repuesta respuesta.
77 11 en tono con tono.
117 14 brlllaron brillaron.
128 8 misioneras de misioneros.
10 esto eso.
129 40 predicando predicante.
131 28 predicador predicante.
143 17 por para.
152 36 en este en aquel.
171 1.ᵃ asegurarse asegurarle.
179 15 patíbulo que patíbulo antes que.
188 final azada asada.
200 horrerdum horrendum.
218 23 pardojas paradojas.
220 40 Saint Jhon Saint John.
220 42 valdremos los valdremos tanto como los.

NOTA.

En una publicacion que se ha hecho por entregas, apareciendo rápidamente las unas tras las otras, no es posible exijir la pureza de la correccion tipográfica, y contamos con la benevolencia del lector para que sean disculpadas las faltas que pudiera encontrar en la lectura de estas pájinas, escritas con la precipitacion consiguiente á las exijencias de la imprenta.

*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 54386 ***