*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 67197 ***

Cubierta del libro
 
 
 

{iii}

BIBLIOTECA CLÁSICA.
TOMO X.

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ENEIDA

POR

PUBLIO VIRGILIO MARON

TRADUCCIÓN EN VERSOS CASTELLANOS

POR

MIGUEL ANTONIO CARO


——
TOMO II.
——


MADRID
LIBRERÍA DE HERNANDO Y COMPAÑÍA
Calle del Arenal, núm. 11

1902

{iv}

Traductores Españoles de la Eneida.
ENEIDA
Libro Séptimo.
Libro Octavo.
Libro Nono.
Libro Décimo.
Libro Undécimo.
Libro Duodécimo.
Notas

{v}

TRADUCTORES ESPAÑOLES DE LA ENEIDA.

I.

TRADUCTORES CASTELLANOS.

(a) El afamado intérprete frances de la Eneida, Barthélemy (París 1838), parece dar por sentado que la version más antigua del poema virgiliano es la del obispo Saint Gelais, dedicada á Luis XII en 1500. Inverosímil se nos antoja semejante especie, áun tratándose de interpretaciones francesas, y por lo que hace á nosotros, los castellanos, desde 1428 poseíamos una traduccion completa en prosa, que si no es la primera de todas las neo-latinas, como suele afirmarse, á lo ménos merece lugar entre las más vetustas. Compendios italianos y catalanes existian ántes, pero la reproduccion íntegra y más ó ménos fiel del texto virgiliano era una verdadera novedad y un importante servicio á la causa del Renacimiento y á las lenguas vulgares.

Cabe la gloria de tal empresa á D. Enrique de Aragon, más generalmente conocido por el título de Marqués de Villena que por el suyo verdadero, de conde de Cangas de{vi} Tineo. Su traduccion de la Eneida no se ha impreso nunca, ni queda de ella manuscrito completo en ninguna Biblioteca: para completarla es preciso reunir los códices de Madrid, de Sevilla y de París, que iremos describiendo.

El de la Biblioteca Colombina es el más antiguo y completo de los que tenemos en España. Códice en papel, á dos columnas, 142 folios, letra del siglo XV. Fáltanle al comienzo pocas hojas que debian contener los primeros capítulos del libro I de la Eneida. Así es que empieza por la traduccion de los versos: «Gens inimica mihi Thyrrenum navigat æquor...» «Los vientos, sepas qué gente á mi enemiga navega por el mar tirreno, es á saber, de italia, los ylionios, es á saber troyanos, trayendo á Italia é los vencidos diosses secretos.»

Abarca este códice los seis primeros libros sin glosas. Preliminares nunca hubo de tenerlos, porque en el Registrum de D. Fernando Colon aparece notado de esta suerte: «Seis libros de las Eneidas de Virgilio, traducidas de latin en castellano por D. Enrique de Villena.» Divídense por capítulos. El primer libro incipit: «Yo Virgilio en verso cuento los fechos.» El sexto desinit: «Los navíos en la ribera.»

Tiene este códice en la actual numeracion de la Colombina la signatura AA.-144-8. Al folio 142 dice: «Aquí se acaba el sexto libro de la Eneyda de Virgilio de la primera parte»[1].

{vii}

La Biblioteca Nacional posee en dos códices modernos (M. 16 y 17), pero mucho más el primero que el segundo, los mismos seis libros que la Colombina. Pellicer[2] no pudo ver más que los tres primeros, porque en su tiempo no existia otra cosa en la Biblioteca. Poco despues de la publicacion de su libro, sabedor D. Tomás A. Sanchez de la existencia del códice hispalense, solicitó y obtuvo del bibliotecario de la Colombina, Galvez, copia de los otros tres, remitiéndole en cambio los principios que faltaban al de Sevilla. Una nota antigua (quizá del mismo D. Enrique), copiada al frente del códice M. 16, nos informa que aunque el de Villena dedicó su traslación al Rey de Navarra, «por cuya instancia la fizo... non ge la presentó porque antes que fuesse puesta en pergaminos é bien escrita... se levantó discordia é guerra entre el señor Rey de Castilla á quien el dicho D. Enrique avia por soberano señor y el señor Rey... de Navarra, por ende abstúvose de lo facer tanto beneficio ni aver con él comunicacion en este presente, reservándola por la comunicar á otros caballeros del Reino...»

En otra apostilla del márgen suplica el intérprete á los copistas que escriban el libro «con glossas segun aquí está cumplidamente, porque los secretos ystoriales y los integumentos poéticos lleguen á noticia de los lectores.» Y tan{viii} adelante lleva D. Enrique este empeño, que hasta califica de «tentacion y sujeccion diabólicas» el deseo de trasladar el texto sin las glosas. Eran á no dudarlo, y precisamente por su misma erudicion indigesta, que él llama «fructuosa doctrina,» la parte de su trabajo que más le placía; pero los amanuenses le obedecieron mal, pues ni el códice de Sevilla ni el de París tienen glosas.

A las instancias y ruegos muy afincados de D. Juan II de Navarra debieron nuestras letras esta version, dado que «él, leyendo y faciendo leer ante sí la comedia del Dante falló que alababa mucho á Virgilio... y fizo buscar la dicha Eneyda, si la fallaria en romance, porque él non era bien instruido en la lengua latina, y non fallándola ni aun quien tomar quisiesse cargo de la sacar de la lengua latina á la vulgar, por ser el texto suyo muy fuerte y de diversos vocablos y ystorias non ussadas, y aun porque estas obras poéticas non son mucho ussadas en estas partes...» tuvo que acudir á D. Enrique, el cual se prestó á ello «por captar su benevolencia... porque se acordasse de le desagraviar de su heredad que le tenía tomada contra justicia.»

La altisonante y archi-latinizada dedicatoria de D. Enrique al Rey de Navarra, es bastante conocida, y Pellicer la trae en su Biblioteca.

En el Prohemio ó Preámbulo da el traductor algunas noticias de Virgilio y de sus obras (acerca de los poemas menores Culex, Ciris, etc., dice que «los hizo traer de Florencia D. Enrique de Villena, cá d’antes en Castilla non se fallaban de Virgilio estas obras si non la bucólica y la geórgica y la Heneyda»), y por lo que toca á su traduccion anuncia{ix} que tendrá «tal manera que non de palabra á palabra ni por la órden de palabras que está en el original latino, mas de palabra á palabra segund el entendimiento y por la órden que mejor suena en la vulgar lengua, en tal guissa que alguna cossa non es dexada ó pospuesta... de lo contenido en su original, antes es aquí mejor declarada... por algunas expresiones que pongo acullá subintellectas... Los diversos autos de cada libro partí por capitulos... magüer Virgilio sin distincion capitular fizo cada libro, solo texiendo aquel de continuados versos.»

Tardó D. Enrique en hacer este trabajo (segun se advierte en una de las glosas) un año y doce dias, interpolando la tarea virgiliana con otras, cuales fueron la de poner en castellano la Divina Comedia de Dante y la Retórica Nueva de Tulio, sin otras obras menores de «Epístolas é Arengas é Proposiciones é Principios...» prueba todo ello de facilidad maravillosa. Comenzóse el 28 de Setiembre de 1427.

El códice M.-16 tiene glosas, pero no el 47, como copia que es del de la Colombina.

En un códice de 311 folios útiles, escrito en papel, letra del siglo XV, posee la Biblioteca Nacional de París (señalado con el núm. 7812 en los catálogos antiguos, y con el 207 en el fondo español moderno) nueve libros de la Eneida desde el cuarto hasta el duodécimo.

Tras una hoja desparejada, cuya vuelta está en blanco, viene el principio del códice (en letra roja) de esta manera: «Aquí comiença el quarto libro de la Eneyda de Virgilio, en el qual se pone como la Reyna Dido casó con Eneas, é{x} despues por monicion de los dioses se partió de Cartago é se fué en Italia, é la dicha Reyna se mató por su partida.»

Sigue el texto dividido en capítulos. Al márgen hay breves notas que generalmente empiezan: «In latino dicitur sic...» Otras veces son más extensas, por ejemplo, la relativa á Mercurio en el folio 15.

El libro XII termina así: «A aquel, es á saber, Turno solviéronse los miembros de frio é la vida con gemido fuyó indignada de yus de las sombras.—Aquí fenesce el dozeno libro de la Eneyda, et toda la obra quanto en esta materia dexó fecho Virgilio á su finamiento, magüer oviesse voluntad de proceder más adelante. Et segunt opinion de algunos fasta la muerte de Enéas avíe de continuar, la qual Eneyda despues fué corregida por Tuca é Varo por mandado de Octhoviano, segunt los exponedores declaran.»

«Este dicho libro de la Eneyda escribió Juan de Villena, criado del senyor ynygo lopes de Mendoça senyor de la Vega. É lo acabó sábado primero dia de Setiembre en la villa de Guadalfaxara, anyo del nascimiento de nuestro salvador Jhsuxpto de mill é quatrocientos é treynta é seis anyos.»

El Sr. Ochoa, al registrar este ms. en su Catálogo, tomó por nombre de autor el del copista. Pero gracias á la diligencia del Sr. Amador de los Rios, y sobre todo, del conde de Circourt, que le ayudó en esta indagacion, pudo comprobarse que los tres primeros libros de los nueve corresponden exactamente á los códices que en España se conservan, y que por consiguiente los otros seis pertenecen{xi} de igual modo á la version de D. Enrique, no habiendo diferencia de estilo, y sabiéndose que el de Villena tradujo toda la Eneida. Además, el número de capítulos es exactamente el mismo que anuncia D. Enrique en su Prohemio: 346 para toda la obra, que con los 20 párrafos del Prohemio hacen 366, uno para cada dia del año.

Aun se conservan otros dos códices fragmentarios del trabajo de D. Enrique. En la Biblioteca de la Santa Iglesia de Toledo hay un códice en folio menor, escrito á dos columnas, en 480 fojas, así encabezado: «Aquí comiençan las glosas sobre el primero y segundo libro de la Eneyda de Virgilio que fizo D. Enrique de Villena.» Contiene el Prohemio además de las glosas, ni éstas se refieren sólo á los dos primeros libros, sino tambien al tercero.

Finalmente, en la Biblioteca de los Duques de Hijar, examinó mi excelente amigo D. Damian Menéndez Rayon otro códice en folio menor, 167 ps. sin foliar, las más en papel y las restantes en vitela: el cual, además de la dedicatoria y prohemio, contenía los tres primeros libros de la Eneida de D. Enrique con sus glosas. De este códice parece haber sido copiado el de la Biblioteca Nacional.

Termina con esta suscripcion:

Finito libro sit laus et gloria Christo,
Qui scripsit scribat, semper cum Domino vivat,
Vivat in cœlis hic scriptor mente fidelis,
Sint adjutores cœlesti habitatores:
Martinus Sanctii vocatur: qui scripsit benedicatur.
Et fuit perfectus XVIII Junii anno Domini
1442.

{xii}

Doña Isabel la Católica poseyó en su Biblioteca[3] «un libro de romance de papel, que son las Enéidas de Virgilio, glosado un pedazo, de D. Enrique de Villena, con unas coberturas de tabla, guarnecidas en carmesí aceituní de pelo, con unas flocaduras al derredor de seda verde é oro, bordadas en la una parte de las armas de Diego Arias con unos tejillos verdes de cobre dorado.»

Insensatez sería buscar en esta version rastro ni sombra de la poesía del original. Aun en cuanto á fidelidad deja harto que desear, así por descuidos y malas inteligencias del traductor, como por las estragadas copias que hubo de tener á la vista. Pellicer notó ya el desatino de traducir, v. gr., el Tu das epulis accumbere Divum, por Tú eres aquella que das viandas á comer á los dioses. Pero no abundan estos lapsus tanto como pudiera creerse, ni tuvo razon Ticknor para censurar tan ágriamente como lo hace el capítulo I del primer libro (que es la parte publicada por el mismo Pellicer), juzgando por ella que «el Marqués sabía poco latin.» A la verdad, aquel trozo puede traducirse con mucha más elegancia, pero no con más exactitud. Hasta hay frases felices: «ira recordante» memorem ob iram, que dice el Mantuano.

Como monumento filológico presenta interes el libro de D. Enrique, no porque la lengua allí empleada sea la castellana de ninguna época, sino porque acusa el vano y tenaz empeño de los eruditos por latinizarla desacordadamente, usando de inversiones extrañas y de giros y construcciones{xiii} pedantescas, que ni son latinas ni castellanas. Secundacion preceptiva, dice nuestro traductor, en vez de obediencia á los preceptos.

Un ejemplo, escogido sin particular empeño, mostrará á dónde llega esta manía. Es del libro IV: «Llegado Mercurio... al sito do son los reales hedeficios de la cibdat de Cartago, falló á Eneas acustioso en la fundacion de las fortalezas é alturas de aquellas: nuevas mandando fazer obras le vido, é de ricas compuesto vestiduras. Traye la estrellada espada con dorada vayna. E el manto con punctas cubierto de color tiriano bermejo, colgado de los hombros... La Reyna Dido las telas é texeduras dél departiera con delicado oro. E mostrándose á él Mercurio en el encuentro, tales le dixo palabras: Tú agora hedificas los altos fundamentos de Cartago é fermosa labras cibdat», etc.[4].

(b) Gallardo menciona por incidencia una traduccion de libro II de la Eneida en coplas de arte mayor, publicada en 1528 por Francisco de las Natas[5]; pero ni la he visto, ni nadie da noticia de ella. Su autor, que lo fué tambien de la Comedia Tidea, obra rarísima, perteneciente al género de las Celestinas, y cuyo único ejemplar conocido está en la{xiv} Biblioteca Real de Munich, fué beneficiado de la iglesia parroquial de Covarrubias y de la iglesia de Santa Cruz del lugar de Revilla Cabriada. Tal se titula al principio de la Tidea.

Barrera[6] sospecha (á mi ver, sin fundamento) que estos títulos sean burlescos, y el nombre mismo un seudónimo.

(c) El Dr. Gregorio Hernandez de Velasco, de quien cantó Lope de Vega:

«Acudiendo el primero
El Títiro español, nuevo Sincero,
Cuya divina musa toledana
Dió poder á la lengua castellana,» etc.,

conocido por sus versiones de las églogas 1.ª y 4.ª de Virgilio y del Parto de la Vírgen de Jacobo Sanázaro, dió á la estampa su traduccion poética de la Eneida mucho ántes que Aníbal Caro la suya italiana. La edicion príncipe de ésta es de 1581 por los Juntas. De la castellana conozco las siguientes impresiones:

Los doze libros de la Eneida de Virgilio, príncipe de los poetas latinos, traduzida en octava rima y verso castellano. En Anvers, en casa de Juan Bellero. Sin año.

Al fin dice:

«En Anvers, en casa de Gerardo Smits, á la costa de Juan Bellero.» 12.º, 599 pp. (hay una sin foliar), inclusos los preliminares.

Salvá y otros tienen por primera edicion ésta, de la cual son copias todas las anteriores á la de Toledo por Juan de Ayala.

{xv}

2.ª ed.—Los doze libros de la Eneida de Virgilio, príncipe de los poetas latinos, traduzida en octava rima y verso castellano. En Anvers, en casa de Juan Bellero, en el Halcon. MDLVII (1557). Ocho hs. preliminares sin foliar, y 647 páginas foliadas (la última no tiene numeracion.)—Ejemplar de mi Biblioteca.

No hay más señas de impresor que estas: Typis A. T.

A la vuelta de la portada se lee un soneto anónimo en alabanza del traductor:

«Diez y seis siglos ha revuelto el cielo...»

Los demás preliminares son: una Advertencia del impresor á los lectores, dos epigramas latinos sin nombre de autor, y la traduccion en tercetos de los versos que forjó algun gramático, suponiéndolos compuestos por Augusto cuando Virgilio mandó quemar la Eneida.

En el prólogo leemos:

«Esta diligencia tenía sola España por hacer hasta ahora: no sé la causa. Bien creo que no ha sido falta de buenos ingenios. Mas por ventura no han echado de ver la falta que este Autor hacía en nuestra lengua..., ó lo que es más posible, creo yo por cierto que no ha faltado quien haya tomado tan honesto trabajo, sino que se habrá contentado con hacerlo sólo para su ejercicio y contentamiento, sin querer comunicar sus trabajos á quien, en lugar de se los agradecer, se los murmure. Lo qual ha sido buena parte de causa para que el autor de esta traduction no la haya permitido publicar algunos años ántes, y para que ya que á instancia de algunos amigos suyos permitió que saliesse á luz dexe en silencio su nombre.»

{xvi}

Tampoco le revelaron sus apologistas, contentándose con decir que era toledano:

Toletum invisit...
Et loca quæ aurifluo perfluit amne Tagus...

3.ª ed.—Anvers, Juan Bellero (Typis, A. T.), 1566, 12.º Hecha á plana y renglon sobre la anterior. Tiene el mismo número de páginas.

4.ª ed.—Anvers, Juan Bellero, 1572, 12.º Nueva tirada, idéntica á las dos anteriores.

Además de estas reimpresiones antuerpienses, debió de haber otras tres (hoy desconocidas), puesto que la de Toledo se titula octava.

—«La Eneida de Virgilio, príncipe de los poetas latinos, traduzida en octava rima y verso castellano: ahora en esta última impression reformada y limada con mucho estudio y cuydado, de tal manera que se puede dezir nueva traduccion. Hase añadido en esta octava impression lo siguiente: Las dos Eglogas de Virgilio, Primera y Quarta. El libro tredécimo de Maffeo Vegio. Una Tabla que contiene la declaracion de los nombres propios y vocablos y lugares dificultosos.» Toledo, por Juan de Ayala, 1574, 4.º, 8 hs. preliminares, 127 fols. y 3 de la declaracion ó Tabla. (B. Nacional.)

Las variantes entre esta edicion y las de Amberes son notabilisimas y contínuas. Casi siempre mejoran el texto. Citaremos alguna muestra, y sean dos octavas de la narracion de la muerte de Príamo en el libro II.

Ed. de Amberes:

En medio del palacio un grande altar
{xvii}
Al descubierto cielo puesto estaba,
Y un laurel alto y muy antiguo á par.
Su sombra los Penates abrazaba.
Qual suele espessa en tempestad bajar
La banda de palomas, tal andaba
Hécuba con sus hijas rodeando
Aqueste altar, los dioses abrazando.
Esto en diziendo, un débil dardo ayrado
El animoso viejo le arrojó,
El qual del ronco azero rechazado
En lo alto del escudo se colgó.
· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

Ed. de Toledo:

Un grande altar en medio el patio havia,
Do á cielo abierto el Rey sacrificaba,
Un laurel viejo y alto le cubria,
La sombra los Penates abrazaba.
Cual baja espessa en la borrasca fria
La banda de palomas, tal andaba
Hécuba con sus hijas rodeando
Aqueste altar, los Dioses abrazando.
Dijo, y lanzóle un débil rayo airado
El animoso viejo, áun no rendido,
El qual del ronco acero rechazado
En lo alto del escudo quedó asido.

La primera enmienda es felicísima. En la segunda llevó{xviii} Hernandez de Velasco demasiado léjos la aversion á los agudos, comun en nuestros versificadores clásicos.

La edicion toledana es matriz de todas las que siguieron, á excepcion quizá de la de Amberes, 1575, 12.º, que probablemente se ajusta á las cuatro de Bellero.

—«La Eneida, etc. Háse añadido á la primera impression lo siguiente: Las dos Eglogas de Virgilio, Primera y Quarta. El libro tredécimo de Mapheo Veggio... La moralidad de Virgilio sobre la letra de Pitágoras. Una tabla. La vida de Virgilio.» Toledo, Diego de Ayala, 1577, 12.º, 10 hs. preliminares, 321 fols. y 39 de Tabla.

—Alcalá, por Juan Iñiguez de Lequerica, 1585-1586.

—Zaragoza, Lorenzo y Diego de Robles, hermanos, 1586, en 8.º

—Lisboa, 1614, por Vicente Alvarez, 11+482 fols. sin la Tabla.

—En Valencia, en la oficina de Benito Montfort, año 1776, 2 tomos 8.º, con una advertencia del impresor. No contiene los preliminares de las antiguas; pero sí el Suplemento de Mapheo y la Tabla.

—Valencia, en la oficina de Josef y Thomas de Orga. Año MDCCLXXVIII (1778). Llena los tomos 4.º y 5.º de las Obras de P. Virgilio Maron, ilustradas con varias interpretaciones y notas en lengua castellana, coleccion dirigida por Mayans.

—Valencia, en la oficina de Benito Montfort. Año 1793. 2 ts. 8.º Reproduccion exacta de la de 1776.

—Valencia, por los hermanos de Orga. (Reimpresion ad pedem litteræ de las Obras de Virgilio, etc., impresas en 1778.)

{xix}

—Madrid, 1779, por Francisco Xavier García, 2 ts. 8.º

—París, 1838, en la edicion políglota de Montfalcon.

Aunque Gregorio Hernandez adoptó para la mayor parte de su trabajo el verso suelto, tradujo en octavas los discursos y narraciones, y por tanto dos libros íntegros (el segundo y tercero). ¡Lástima que no hubiese preferido la misma combinacion métrica para lo restante! Fuera de Jáuregui (y éste gracias al admirable modelo que tenía á la vista), ninguno de nuestros clásicos alcanzó el arte del verso suelto con sus pausas, cortes y rítmicos movimientos. Hasta los tiempos de Moratin y Jovellanos casi todos los versos blancos son pura prosa. No se libra de este general defecto Hernandez de Velasco; pero á su modo trata de dar plenitud y número á la versificacion con diversos artificios, especialmente onomatopéyicos, y á veces lo consigue. Tiene versos aislados muy valientes y trozos que pueden leerse sin enfado. La parte que está en octavas es muy superior á lo restante. Parece que al imponerse el traductor aquella traba, se corregia su desaliñada facilidad, y si perdian un tanto en concision, haciéndose más redundante y desleida la frase, ganaban no poco en rotundidad y armonía sus metros. Y como Gonzalo Hernandez era poeta (aunque mediano, y de ninguna suerte comparable con Aníbal Caro), pone, de vez en cuando, en su verbosa interpretacion un como reflejo del sentimiento virgiliano, máxime en el libro IV, que es el mejor traducido, con ser el más bello y difícil:

Mas la Reina feroz, temblando toda,
Furiosa con tan fiero y crudo intento,
{xx}
Los ojos ya sangrientos revolvia,
Llenas de azules manchas las mejillas
Que le temblaban espantosamente.
Teñida ya de amarillez funesta,
Clara señal de la vecina muerte,
Con ímpetu se lanza en lo secreto
De su palacio, y súbese furiosa
Sobre la alta hoguera, y desenvaina
La espada del Troyano, dón ajeno
Del crudo ministerio que esperaba,
Ni para tal pedido ni guardado.
Reclinóse tras esto sobre el lecho
Y dijo aquestas últimas palabras:
«¡Oh dulces prendas, quando Dios queria
Y me era amigo mi infelice hado!
Tomad aquesta mísera alma mia,
Y dad fin dulce á mi mortal cuidado:
Hoy es mi triste, postrimero dia,
Ya el curso de mi vida es acabado.
Hoy baja el alma de la grande Dido
Al centro oscuro del eterno olvido.
· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·
Dijo. Al momento acuden sus mujeres
Al alboroto, y hállanla caida
Sobre la aguda espada, ya muriendo,
La espada de espumosa sangre tinta,
Las blancas manos ya con sangre rojas.
Alzan un alarido horrendo todas
{xxi}
Que atruena el gran palacio y altas salas;
Vuela la fama al punto á todas partes
Por la ciudad confusa y turbulenta;
Braman las casas todas, y resuenan
Con amargos lamentos y gemidos
Y con gritos y aullidos de mujeres:
Y hiriendo sus pechos y sus rostros
Hacen un triste són que rompe el aire,
Cual si la antigua Tiro ó si Cartago
Por fuerza de enemigos combatida
Con horrenda rüina se asolara,
Y por las cumbres y altos capiteles
De las moradas de hombres y de Dioses
Se embravecieran mil furiosas llamas.
· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

Atendidas las dificultades enormes de traducir lo que es la perfeccion misma, no deja de mostrar arte esta traduccion del Ter sese adtollens, aunque los tres admirables versos del original estén desleidos en siete, y haya algun prosaísmo:

Tres veces, con las bascas de la muerte,
Sobre el codo estribando, probó á alzarse;
Mas otras tantas tornó á dar consigo
Sobre la cama un lastimoso golpe,
Y volviendo los ojos, que ya en muerte
Nadaban, hácia el Cielo, vió su lumbre,
Y viéndola, gimió porque áun vivia.

El último verso es de primer órden: no está traducido sino sentido el ingemuitque reperta. Aníbal Caro, con ser más literal en la expresion, es aquí ménos artista.

{xxii}

Considerado meramente como intérprete de un texto latino, G. Hernandez es muy fiel, aunque amplifica y parafrasea demasiado. En esto tiene alguna disculpa; se proponía hacer un Virgilio inteligible á todos, y lo consiguió: su Eneida apénas necesita notas. Era, sin duda, eminente humanista, y su trabajo virgiliano conserva toda la estimacion que puede tener una traduccion del siglo XVI hoy que tanto ha adelantado la correccion de los textos. Puede consultársele todavía con fruto: pocas veces yerra, y siempre en compañía de buenos intérpretes.

(d) Cristóbal de Mesa, ardiente secuaz de la escuela italiana, amigo y panegirista del Tasso, á quien imitó con infeliz fortuna nada ménos que en tres poemas épicos, publicó La Eneida de Virgilio, traducida... Madrid, por la viuda de Alonso Martin, 1615. 8.º, 8 hs. preliminares y 356 foliadas.

Tiene esta version la extrañeza de estar en octavas y tercetos alternados: lo cual asimismo vemos en las Metamórphosis de Pedro Sanchez de Viana. La dedicatoria es al rey Felipe III.

Poeta seco y versificador duro y difícil, quedó Mesa muy inferior á Velasco, y su obra no fué reimpresa nunca. La traduccion de las Églogas y Geórgicas que en 1618 publicó, supera bastante á su Eneida. Entre nuestros humanistas del siglo pasado era casi proverbial la ridícula traslación del Intonuere cavæ, genitumque dedere cavernæ

Retumbó dentro en su profunda panza.

(e) A estas dos traducciones poéticas, únicas que se hicieron en la dorada edad de nuestras letras, deben añadirse dos en prosa. Es la primera:

{xxiii}

—«Las Obras de Publio Virgilio Maron, traduzido en prosa castellana por Diego Lopez... con comento y anotaciones. Valladolid, por Francisco Fernandez de Córdoba. 1601; 4.º, 8 hs. prls. y 378 folios.» Esta es la primera edicion, segun resulta del Catálogo de Salvá.

Hay, por lo ménos, las reimpresiones siguientes, como de libro vulgarísimo en nuestras escuelas:

—Madrid, por Juan de la Cuesta, 1616, 4.º

—Valladolid, Francisco Fernandez de Córdoba, 1620, 4.º

—Lisboa, 1627.

—Alcalá, María Fernandez, 1650, 4.º

—Madrid, Imprenta Real, 1668, 4.º

—«Las obras de Publio Virgilio Maron. Traduzido en prosa castellana. Por Diego Lopez, Natural de la villa de Valencia. Orden de Alcántara y Preceptor en la villa de Olmedo. Con comento y anotaciones, donde se declaran las Historias y Fábulas y el sentido de los Versos dificultosos que tiene el poeta. Año 1675. Con licencia: En Madrid, en la Imprenta Real. A costa de Juan de S. Vicente, Mercader de Libros.»

Barcelona. Año de 1679, en la imprenta de Antonio Ferrer y Baltasar Ferrer, libreros. (De mi Biblioteca.)

Todas estas ediciones son idénticas, hasta en el número de páginas: todas tienen 4 hs. prls. y 548 pp. de texto, sin contar la Tabla, la vida de Virgilio y el índice de los autores alegados en el comento.

Diego Lopez era un maestro de gramática, y no se propuso más objeto que el modestísimo de facilitar á sus alumnos la inteligencia del texto virgiliano. Su prosa es medianeja: poco flúida y elegante.

{xxiv}

D. Gregorio Mayans tuvo la peregrina ocurrencia de suponer que el Maestro Diego Lopez se habia apropiado una soñada version de la Eneida hecha por Fr. Luis de Leon. ¡Como si fuese empresa ardua y que exigiera un plagio, la de hacer una traduccion literal para uso de los muchachos! ¡Como si el pobre Diego Lopez, preceptor de latinidad toda su vida, y que supo interpretar por su cuenta á Persio, Juvenal y Valerio Máximo, hubiese necesitado andadores para hacer lo mismo con Virgilio! Para un trabajo tan pobre como el suyo, es casi profanación traer á cuenta el nombre de Fr. Luis. ¿Y dónde consta ni por dónde hemos de presumir que éste tradujo la Eneida?

(f) Fr. Antonio de Moya, de la órden de San Agustin, lector de Teología, y procurador general de la provincia de Quito en Indias, publicó en tres tomos (dejándola incompleta) una edicion, traduccion y comentario de Virgilio; en la cual concurren raras circunstancias. El intérprete se ocultó en el primer volúmen con el nombre de Abdías Joseph, en el segundo con el de D. Antonio de Ayala, y reservó para el tercero el suyo propio:

«Obras de Publio Virgilio Maron. Elogias (sic), Geórgicas y Eneida. Concordado, explicado é ilustrado por el P. M. Fr. Antonio de Moya, del órden de San Agustin... residente en San Phelipe de Madrid. Dedicado al muy ilustre Señor D. Martin de Saavedra Ladron de Guevara, conde de Tahalú, etc... Tomo tercero de la Eneida. Con licencia. En Madrid, por Pablo del Val, año de 1664.»

Que el autor de este tomo lo fué tambien de los dos primeros, dedúcese de estas palabras con que la dedicatoria{xxv} empieza: «Estos tres tomos que tengo publicados sobre Virgilio, y el último que falta para remate de esta obra, piden andar en un tomo grande con un índice de todas sus palabras... y otros dos tomos que tengo de notas escogidas sobre este autor.»

Contiene este tomo los seis primeros libros de la Eneida, traducidos en mala y rastrera prosa. Fr. Antonio de Moya, que llamándose Abdías Joseph habia intentado apropiarse las versiones poéticas de las églogas y del primer libro de las Geórgicas, hechas por Fr. Luis de Leon: para su Eneida entró á saco por la que sesenta y tres años ántes habia dado á la estampa Diego Lopez. Las variantes entre una y otra son de poca monta, y en ocasiones resulta mejorado el texto del P. Moya. Mayans, sin fundamento alguno, y sólo por cavilosidad crítica, sostiene que Fr. Luis de Leon hizo una traduccion de la Eneida, cuyo manuscrito vino á manos de Diego Lopez, que se le apropió alterándole, y le dió á luz en 1601. Otra copia cayó más tarde en poder del P. Moya, quien, no teniendo noticia del hurto de Diego Lopez, juzgó que podria disponer de aquella traduccion como de cosa sin dueño. Pero ¿qué noticias hay de ese supuesto manuscrito tantas veces saqueado y que nadie ha visto jamás? Absolutamente ninguna: sólo ha existido en la fantasía de Mayans. Al ver dos libros casi idénticos, lo natural es creer que el segundo fué tomado del primero, y no imaginar una fuente comun á ambos, cuando no hay fundamento para tal suposicion. El P. Moya plagió, por tanto, á Diego Lopez, y de ninguna manera á Fr. Luis de Leon. Las afirmaciones gratuitas de Mayans (que cometió la inaudita profanación{xxvi} de poner á nombre de Fr. Luis esta traduccion de los seis primeros libros de la Eneida en el tomo III de sus Obras de Virgilio, etc.[7]), han sido causa de que al paso que unos han ensalzado y puesto en las nubes tales trabajos, solamente por creerlos obra del maestro Leon, otros le hayan achacado gravísimos errores que nunca pudo cometer el insigne agustino, y en que fácilmente debió de incurrir su compañero de hábito el P. Moya. Absit à tanto viro dedecus hoc.

(g) En las Obras Poéticas de D. Diego Hurtado de Mendoza, tomo XI de Libros raros y curiosos, página 95, se lee con el título de Elegía á la muerte de Dido una traduccion bastante literal del fin del libro IV desde el verso:

At trepida et cœptis inmanibus effera Dido.

Puede dudarse que sea de D. Diego, porque en un códice de París se lee esta nota que parece autógrafa: «No es mia, ni mala»; pero si no es suya, lo parece. La misma aficion á finales agudos; el mismo desaliño en la versificacion; la misma poesía en el pensamiento. Está en verso blanco, y, diga lo que quiera Ochoa en su Catálogo, es un trozo verdaderamente notable.

(h) En la Biblioteca Real de Nápoles (J.—E.—46), hallé esta traduccion manuscrita y desconocida:

«Los Quatro libros de la Eneida de Vergilio, traduzidos en verso suelto. Al Excelentisimo Principe de Sena, por Aunes de Lerma.»

{xxvii}

Empieza:

Las armas y el varon divino canto,
Que vino por sus hados el primero
De los Troyanos reinos desterrado
A la Lavinia costa. . . . . . . . .

Aunque no queden más que los cuatro primeros libros, el traductor en la dedicatoria promete toda la Eneida.

La traduccion es fiel y poco parafrástica; pero los versos pecan de descuidados, y hay muchos que no constan. Véase una muestra:

Terná guerra grandisima en Italia,
Y sus feroces pueblos sojuzgando,
Dará á las gentes leyes y murallas
En tres veranos y otros tres inviernos
Despues de haber los Rútulos vencido;
Mas el infante Ascánio, al qual agora
Se añade el sobrenombre de Iulo,
Ilo llamado, quando el Ilion grande
Con su poder el reino sostenia,
Treinta años volverá el mudable tiempo
Primero que estos muros desampare,
Y el reino del asiento de Lavino
Traspasse á edificar los fuertes muros
Y casas populosas de Alba-luenga.

El traductor deja cortados algunos versos á imitacion de Virgilio, v. gr.:

Aquí se dice que habitaba Juno,
De Sámo las moradas despreciando,
Y las de todo el suelo: aquí sus armas,
{xxviii}Aquí su carro estuvo.

(i) «Traduccion Poética castellana de los doze libros de la Eneida, de Virgilio Maron, Príncipe de los Poetas Latinos: su autor Don Juan Francisco de Enciso Monzon, Clérigo de menores órdenes, natural de la Ciudad de el gran Puerto de Santa María. Y la consagra á la Cathólica Magestad de Cárlos Segundo nuestro Sr. Rey de España y Emperador de la América. Con licencia, en Cádiz. Por Christóbal de Requena, año de 1698. 4.º 7 hojas sin foliar y 255 páginas á dos columnas.»

La dedicatoria es de lo más pedantesco y gongorino que recuerdo haber leido: «La Fénix despues que renace de aquellos ámbares preciosos de su pira, donde concibiendo los rayos del sol, haze tálamo de la vida el túmulo de la muerte, dicen los Poetas (¡oh Monarca Augustisimo!) que reconocido á aquel auspicio luminoso á quien debe su florida pompa, vuela á la ciudad de Heliópolis», etc.

En el prólogo A los doctíssimos y sutilíssimos ingenios de España, dice Enciso: «Yo he traducido la Eneida más como poeta que como intérprete, no sólo porque la he traducido en versos, sino porque quanto cabe en mis fuerzas he procurado que la traduccion compita con el original... procuré siempre realzar la sentencia del poeta ó en el modo ó en la sustancia.» Y tan satisfecho quedó de su trabajo, que ingenuamente añade: «Este libro que ofrezco me ha dejado contento, y no lo leo con ménos gusto que el original.»

Por lo transcrito puede comprenderse de qué pié cojeaba este nuevo traductor. Todo su afan era realzar la sencillez de Virgilio, es decir, hacerle conceptuoso y culterano. Enciso{xxix} (que fué tambien autor de una Cristiada) versificaba con valentía y número, pero estaba contagiado por el pésimo gusto de su tiempo. La traduccion está en octava rima. Véanse dos para muestra (Libro VII):

Despues que dieron culto á Proserpina,
Llegaron á los cándidos pensiles,
Del deleyte inmortal patria divina
Que vierte Mayos y descoge Abriles:
Aquí infusa la lumbre cristalina
Del Cielo con las pompas más sutiles
El campo ilustra en tempestad preciosa
De nardo, de clavel, de lirio y rosa.
Unos los fuertes miembros ejercitan
En la que da aromática palestra
El campo Elysio, y cultos solicitan
Hacer de su valor gloriosa muestra.
Otros en dulces plectros acreditan
Las glorias de su voz y de su diestra,
Añadiendo á sus mágicas ideas
Dulces saraos, métricas choreas.

Si esto es Virgilio, ¡quantum mutatus ab illo!

(j) D. Josef Pellicer de Salas y Tobar tradujo los quatro libros primeros de la Eneyda de Virgilio en quatro romances de á cien coplas cada uno.

No queda más noticia que la que da el mismo Pellicer en la Bibliotheca que formó de sus propios escritos.

(l) «Los Quatro primeros libros de la Eneida de Virgilio, traducidos en verso castellano por D. Tomás de Iriarte.»

Ocupa todo el tercer volúmen de la Coleccion de sus{xxx} obras en verso y prosa. (Madrid, 1805. Imp. Real. 320 pp con XXII de Prólogo). Tambien se halla en la 1.ª ed. (ménos completa) de dichas Obras. (Madrid, 1787.)

Está en romance endecasílabo, metro desdichado para trabajos de esta índole, pues ni tiene las ventajas de la rima (al paso que reune todos sus inconvenientes), ni la soltura y clásica gallardía del verso suelto. Sólo al Duque de Rivas fué dado hacer que se leyesen de seguida romances tan dilatados como los de El Moro Expósito. No hay martilleo más desapacible que el de la asonancia prolongada durante todo un canto de 800 ó 1.000 versos.

No adolece la traduccion de Iriarte (como otras suyas, especialmente la de la Epístola ad Pisones) de prosaísmos de diccion, porque Iriarte tenía demasiado gusto para ponerlos en una epopeya, y él mismo se lamenta en el prólogo de lo escasas y pobres de locucion poética que son las lenguas modernas, y envidia la majestad y abundancia de las antiguas. Pero nadie da lo que no tiene, y si podia el fabulista canario traducir con dignidad y decoro el texto virgiliano (y no hay duda que lo hizo), faltábanle calor en el alma y viveza en la fantasía para reproducir los lamentos de Dido ó el cuadro de la destruccion de Troya. Quintana juzga en dos palabras esta traduccion: «El texto está reproducido: la poesía no.»

Además de los cuatro libros, trabajó Iriarte en el 5.º; pero no llegó á publicarle, desalentado quizá por el poco éxito de la primera muestra.

(m) «Traduccion de las obras del Príncipe de los Poetas Latinos, P. Virgilio Maron á verso castellano. Dividida en{xxxi} quatro tomos. Tomo II. Que contiene los quatro primeros libros de la Eneida. Por D. Joseph Raphael Larrañaga. Con las licencias necesarias. En Méjico, en la Oficina de los herederos del Lic. D. Joseph de Jáuregui, calle de S. Bernardo. Año de 1787.»

Una hoja sin foliar con la lista de los suscritores, otra con las erratas y dos con un romance de D. Toribio Castañeda en aplauso de la traduccion, 430 pp. con texto latino y castellano. La traduccion es en romance endecasílabo.

—«Tomo III, que contiene los quatro segundos libros de la Eneida (lo demás idéntico).»

Una hoja sin foliar, 478 pp. y el índice.

—«Tomo IV, que contiene los quatro últimos libros de la Eneida, etc., (lo demás ut supra). Año de 1788.»

Una hoja sin foliar y 593 pp. Esta traduccion es completísima: no sólo encierra los doce libros de Virgilio, sino tambien el suplemento de Mapheo Veggio.

El incógnito traductor (que es casi desconocido hasta en América) era muy mal poeta. Júzguese por el argumento ó asunto del primer libro:

De Juno á persuasiones
Éolo despacha los furiosos vientos,
Y arroja á las regiones
De Libia los troyanos regimientos;
Jove con sus razones
A Vénus quita justos sentimientos;
En la hermosa Cartago á Eneas recibe
Dido que amante á todo se apercibe,
A quien la diosa Vénus desmentido
{xxxii}
Envía en forma de Ascánio al dios Cupido.

Esto es cuando habla por su cuenta. Veamos cuando traduce:

Yo aquel que cuando jóven entonaba
Silvestre verso en rústica zampoña,
Y dejando las selvas pastoriles
Despues compuse leyes poderosas.

Al frente del último tomo hay un perverso soneto, intitulado «Sencilla expresion de los deseos de un íntimo amigo del Autor»:

¡Oh! y quiera, en fin, el Cielo soberano
Se llegue el dia feliz, interesante
En que veamos concluido tu elegante
Virgilio vuelto en metro castellano...

Sólo como curiosidad bibliográfica puede mencionarse esta traduccion.

(n) Otro tanto digo de «La Eneida de Virgilio, traducida en verso pentámetro por D. Cándido María Trigueros

Se conserva en la Biblioteca Colombina (B 4.ª 445—28) en un cuaderno procedente de la librería del Conde del Aguila. Contiene solo los tres primeros libros y un retazo del cuarto.

Los llamados pentámetros son alejandrinos pareados, insufribles para todo oido castellano:

Canto el varon primero que huyendo el cruel hado
De Troya vino á Italia por armas celebrado,
Y sufriendo en mil tierras y el reyno de Neptuno
Las iras poderosas de la enojada Juno,
Toleró con firmeza de Marte los combates;
{xxxiii}
Fundó, en fin, á Lavinio, y sus teucros Penates
Asseguró en el Lacio: donde el nombre latino,
El Albano senado y la gran Roma vino.

El único mérito de esta traduccion, si alguno tiene, es la concision. En 786 versos está el libro I, en 816 el II, en 754 el III: pocos más que los del original[8].

(p) «Los dos primeros libros de la Eneida de Virgilio, traducidos en octavas castellanas por D. Francisco de Várgas Machuca. En Alcalá: año de 1792. En la Imprenta de la Real Universidad. Con licencia

En 4.º, 255 pp. texto latino y castellano, sin prólogo ni preliminar alguno.

Buena inteligencia del texto: las octavas generalmente débiles, á la vez que redundantes; pero no faltan versos felices. Véase la descripcion de la muerte de Laoconte:

Ya su cuerpo los dos por la cintura
Con repetidas vueltas le ciñeron:
Su garganta con mísera apretura
Con una y otra vuelta le oprimieron;
Y además de las roscas que formaban
Sus cabezas las de él sobrepujaban.
Destilando veneno denegrido
Las vendas, con sus manos pretendian
Desenvolver las roscas, y afligido
Quejas hasta los cielos despedía,
Como el toro que brama quando herido
{xxxiv}
Huye del sacrificio que sufría
Y la incierta segur que el golpe ha errado
De su cuello sacude lastimado.
Pero las dos culebras, deshaciendo
La prision de las roscas apretadas,
Ibanse poco á poco desprendiendo
Del infeliz Laocoón, y desliadas
Fuéronse, un giro y otro repitiendo,
Al templo de la Diosa encaminadas,
Y despues que á sus plantas se postraron,
Debajo de su escudo se ocultaron.

(q) El P. José Arnal, jesuita de los expulsos, conocido por su traduccion del Philoctétes de Sófocles, se ocupaba en una version de la Eneida. Es noticia del P. Pou en su Specimen interpretationum hispanarum auctorum classicorum tam ex græcis quam latinis, tum sacris, tum prophanis, ms. que D. Joaquin María Bovér poseía y extracta en su Biblioteca Balear.

(r) D. Juan Meléndez Valdés, en el prólogo que escribió en Nimes para la última edicion de sus poesías, menciona entre los mss. que perdió durante la guerra de la Independencia una traduccion muy adelantada del divino poema Virgiliano. Parece que eran seis los libros ya traducidos.

(s) D. Francisco Sanchez Barbero, eminente humanista, trae en sus Principios de Retórica y Poética (Madrid, 1805) tantas veces reimpresos, algunos trozos virgilianos (especialmente del libro IV) con felices traducciones de su propia cosecha, v. gr.:

¡Oh sol que en luz eterna al mundo aclaras,
{xxxv}
Y tú, testigo de mis ánsias, Juno,
Vengadoras Euménides; triforme
Hécate, en cuyo honor los anchos trivios
Con aullar melancólico resuenan
En la nocturna oscuridad: vosotros
Dioses tambien de la espirante Elisa, etc.

Tampoco son desgraciadas las que inserta D. José Gomez Hermosilla en su Arte de hablar en prosa y verso.

(t) Dido, canto épico por D. Juan Maria Maury. Impreso por vez primera en el tomo LXVII de AA. Españoles (pp. 175 á 183). Es una traduccion del libro IV de la Eneida en versos endecasílabos irregularmente combinados, con un prólogo y un epílogo, tambien en verso, añadidos por Maury, para formar un poemita completo. El Proemio es un extracto del libro I de la Eneida con todos los preliminares indispensables para la inteligencia del asunto.

La traduccion del libro IV es preciosa. Oscurecen su mérito giros extraños, inversiones excesivas, cortes rítmicos un tanto artificiales y violentos; lo cual da á este trabajo un aire de extrañeza que en verdad le perjudica. Tampoco es de loar la versificacion caprichosa que adoptó Maury.

Por lo demás, á fuerza de ser elíptico y ceñido, llega á un grado de concision y energía (á veces abrupta y escabrosa) que no consigue ningun otro poeta ni traductor castellano. No esquiva los latinismos, v. gr., inauspiciada, claustro, régia (en el sentido de palacio). Hé aquí una muestra de la elegancia y del vigor con que está escrita esta traduccion, obra de un verdadero poeta:

. . . . . . . . sus naves sumergiera,
{xxxvi}
Sus tiendas encendiera, exterminara
Al padre, al hijo y á la raza entera...
¡Oh sol que todo con tu antorcha clara
Lo alumbras! Noble hija de Saturno
Que mis agravios ves, ¡Hécate muda
Que por sus plazas con pavor saluda
De las ciudades el clamor nocturno!
¡Dioses del Orco! Furias vengadoras,
Númenes todos de la triste Dido
Moribunda, atended, y el merecido
Pago al inicuo dad: las frigias proas,
Si es fuerza arriben á segura playa,
Si así lo quieren Júpiter y el Hado,
Que por un pueblo bélico acosado,
De Ascánio léjos, prófugo, no haya
Quien le socorra: de los suyos vea
Matanza atroz. . . . . . . . . . .
Esto pido, este exhalo último ruego
Con el aura vital. . . . . . . . .
Sal de mis huesos vencedor ingente
Que á fuego y sangre á la dardania gente
Allá persigas, do cabrá, doquiera,
Opuestos mar á mar, playa á ribera.

¡Qué inspirado estuvo Maury, al traducir el

Quæsivit cœlo lucem, ingemitque reperta.
. . . . . . . . . . . . . . . Del cielo
Busca la luz y al encontrarla gime!

El epílogo reproduce parte de la bajada á los infiernos en el libro VI; pero lo demás es invencion de Maury, y no{xxxvii} poco feliz. La sombra de Dido anuncia á Enéas los futuros desastres de Roma y la venganza de Cartago por Aníbal:

Y en medio de estos bélicos despojos
Graba una mano en caracteres rojos
«Tesino» y «Trebia», «Trasimeno» y «Cánas.»

(u) La Eneida en castellano por B. P. V. (Benito Perez Valdés.) Oviedo. Año de 1832.

Ms. autógrafo que poseo, así como el de las Geórgicas, vertidas por el mismo traductor. El de la Eneida tiene 1.260 páginas, con el texto latino al frente. Está en versos sueltos la traduccion, que es completa.

D. Benito Perez Valdés († 1842, á la edad de ochenta y tres años[9]) fué un boticario ovetense, amigo en sus mocedades de Jovellanos, y conocido en su patria por el apodo de El Botánico. Aficionado á las buenas letras, compuso gran número de poesías patrióticas en bable y en castellano durante la guerra de la Independencia, y en la época constitucional del 20 al 23, entre ellas El Romancero de Riego, que reimprimió en Lóndres con cierto lujo el canónigo D. Miguel, hermano del caudillo liberal de las Cabezas.

En la traduccion virgiliana de este farmacéutico, aparte de muchos é imperdonables desaliños, fáciles de explicar en una obra no corregida por su autor, quizá no destinada á la prensa, y hecha en un aislamiento literario casi absoluto, hay condiciones estimables de latinista, y áun de escritor{xxxviii} castellano, pero no de poeta. Para un verso feliz (y no deja de tenerlos), se encuentran ciento inaguantables, mostrándose á cada paso la impericia de Valdés en la manera de construirlos y trabarlos. Pero si versifica mal, habla, á lo ménos, con pureza y abundancia el castellano.

Véase una levísima muestra de este incógnito traductor:

Luégo que de Laurento en el alcázar
De guerra el estandarte puso Turno,
Y el bronco són se oyó de las trompetas,
E hizo de los caballos fiero alarde,
Y con la lanza sacudió el escudo
De la lucha intimando señal cierta,
Escandecido el ánimo valiente,
El Lacio todo trepidó en tumulto,
Ansioso se conjura, y arrogante
Fuera de sí su juventud se exalta.
(Libro VIII.)

(v) La Eneyda de Virgilio, traducida en español (sic) por L. D. F. V. Barcelona, imp. de Grau, 1842.

Trad. en prosa para las escuelas, hecha por un profesor de Humanidades de Barcelona. Roca y Cornet habló de ella en La Civilizacion.

(x) «Nueva Version de la Eneida de Virgilio en verso español, acompañada del texto latino al frente, el más correcto. Por D. Alejandro de Arrúe, Preceptor titular de la Invicta villa de Bilbao.—Bilbao, Imprenta de Adolfo Depont, Editor. 1845, 4.º»

Conozco de esta traduccion dos volúmenes. El primero (404 pp.) comprende los cuatro primeros libros y numerosas{xxxix} notas sobre las palabras más oscuras mitológicas y geográficas de la Enéida de Virgilio. El 2.º abraza los libros quinto, sexto, sétimo, octavo y el comienzo del noveno, quedando cortado el ejemplar que tengo á la vista en la página 356.

Ignoro si se terminó la publicacion de este tomo y de lo restante de la obra.

Al frente de la version va el texto latino bastante correcto. La traduccion está en romance endecasílabo y no pasa de mediana. El intérprete carecia de gusto literario, versificaba con muchos tropiezos, y hasta en el lenguaje es incorrecto y desaliñado. Complácese en términos exóticos y raros compuestos.

Para las anotaciones consultó especialmente á Servio, Donato, Minelio, los PP. La Cerda y La Rue (Ruæus) y Delille. Muéstrase en todo más humanista que poeta.

(y) «La Eneida de Virgilio, traducida en verso endecasílabo por D. Graciliano Afonso, Doctoral de la Santa Iglesia Catedral de Canarias.—Año de 1853.—Palmas de Gran Canaria: Imp. de M. Collina... 1854.» 8.º 2 ts. el 1.º de VIII 233 pp., y el 2.º de 278 pp.

En una advertencia al lector dice el Sr. D. Graciliano que en 1838 trajo de América, donde permaneció 18 años emigrado por la causa de la libertad, una traduccion en prosa con notas, para la instruccion de la juventud canaria.

El 25 de Junio de 1853 le ocurrió la idea de ponerla en verso y la terminó el 24 de Octubre: celeridad verdaderamente extraordinaria, y más en un anciano de 78 años, que esta edad tenía el señor Doctoral en aquella fecha. Sería injusticia{xl} notoria examinar con rigor una traduccion hecha en tales condiciones: lo singular es que de vez en cuando tenga buenos versos y arte de estilo, en medio de un diluvio de prosaísmos, repeticiones y negligencias.

Está en romance endecasílabo. Que no carece de mérito, mostrarálo, tomado á la ventura, un pasaje del libro XI. Habla Tarcon en la batalla contra Camila:

«¿Qué pavor se apodera de vosotros,
Tirrenos sin honor siempre y sin alma?
¿Qué indigna cobardía os aqueja?
¿Una sola mujer del campo os lanza
En fuga y dispersion? ¿dó están agora
Las manos impotentes, las espadas?
Tanta insolencia no mostrais de Vénus
En las órgias nocturnas tan amadas,
Ni cuando corva flauta os convida
De Baco alegre á la festiva danza
Y el vaso rueda en la suntuosa mesa
Donde todo es placer...»
Así hablando, conságrase á la muerte
Y en su corcel se arroja á la batalla,
Y á Vénulo acomete con gran furia.
· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·
Y ya le encierra en sus membrudos brazos
Tal se alza el ave de doradas plumas,
El águila de Jove que arrebata
Una serpiente á lo alto de las nubes
Y encadena la presa con sus garras,
{xli}
Y en ella fija sus corvadas uñas,
Y al dragon hiende: con sus ánsias vanas
Se pliega, se repliega en varios giros
Y encrespa de su espalda las escamas,
Y silbos lanza horribles: su cabeza
Siempre erguida con aire de amenaza.
Pero él en vano lucha, que de Jove
El corvo pico el ave despedaza,
Y con heridas cubre el cuerpo fiero
Y el aire despues corta reposada.

(z) «La Eneida de Virgilio, traducida al castellano.» Forma parte de las «Obras Literarias de D. Sinibaldo de Mas. Madrid. Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, Salon del Prado, núm. 8, 1852.»

La Eneida tiene paginacion aparte: 175 fols. Hay ejemplares sueltos.

Tiene esta traduccion la singularidad de estar hecha en una especie de exámetros castellanos, tal como el autor los habia propuesto en su Sistema musical de la lengua castellana. Más que como version debe considerarse esta Eneida como un ensayo rítmico, y mejor, como un monumento de paciencia. Ni aquellos son exámetros, ni suenan como versos en ninguna lengua:

Era noche, y estaban durmiendo con profundo silencio
Los míseros humanos, el plateado mar y las selvas:
Las estrellas lucientes hacían por el cielo su curso:
Los ganados bulliciosos, las aves que esmaltes adornan,
Los peces que en el fondo del líquido elemento se placen
Y las fieras bravías que habitan en el áspero bosque,
Todos sus males olvidaban, dados al plácido sueño.

{xlii}

¿Quién soporta doce cantos en este llamado metro? Lo que sí puede alcanzarse, escribiendo en esta forma, es alguna ventaja en cuanto á la concision. Y D. Sinibaldo de Mases muy conciso; pero tuvo el mal gusto de «abreviar muchas descripciones, profecías y comparaciones que le parecieron prolijas y lánguidas para lectores del siglo XIX.» ¡Refundir á Virgilio!

De esta traduccion pueden sacarse giros y frases felices y latinismos aprovechables.

(aa) Juan Cruz Varela, poeta de Buenos-Aires (1794-1839), tradujo los primeros libros de la Eneida. Dícelo don Miguel A. Caro, con referencia á D. Juan María Gutierrez[10]. En la Revista del Rio de la Plata se publicó el primero, y allí tambien dos Cartas, de Varela, sobre la manera de traducir á Virgilio y sobre las anteriores versiones castellanas[11].

(bb) El ilustre poeta venezolano Andrés Bello tradujo el libro V de la Eneida (los juegos); pero no sé que haya sido impreso. Le cita el Sr. Caro.

(cc) «El Libro primero de la Eneida traducido en verso por el Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega.»

Se publicó por primera vez en un periódico ó revista, pero se ha reimpreso con más correccion en el tomo I de{xliii} Memorias de la Real Academia Española. (Madrid, Rivadeneyra, 1871).

Ochoa dijo rotundamente de este fragmento que era «la mejor traduccion de Virgilio que él conocia en ninguna lengua.» Muchos serán del mismo parecer. Es, á lo ménos, uno de los mejores trozos de verso suelto castellano, y una de las interpretaciones donde mejor está entendida y más poéticamente expresada la índole del original, la majestuosa, á la par que sencilla, elegancia virgiliana. Aníbal Caro tiene más soltura y más gracia: Ventura de la Vega más igualdad y esmero. Sin ser humanista de profesion, sabía bastante latín para comprender el texto, y tenía además la ayuda de muchos comentarios y versiones que no alcanzó el italiano. Hé aquí una muestra del trabajo de Ventura:

Él en Italia una tremenda guerra
Sostendrá; domará pueblos feroces,
Ciudades fundará, y usos y leyes
Dará á sus hijos, y en el Lácio al cabo,
Tres estíos veránle y tres inviernos
Reinar sobre los Rútulos vencidos.
Sucederále el niño Ascánio, que hora
Yulo añade á su nombre (Ilo llamado
Cuando existió Ilion). Verá en el trono
Treinta giros del sol en torno al orbe,
Y trasladando de Lavinio el reino,
Asentarálo en Alba: Alba-la-longa,
Por él de inmensa fuerza coronada.
Ya de año en año allí los hijos de Héctor
{xliv}
Trescientos reinarán, hasta que Ilia,
Reina y sacerdotisa, en solo un parto
Dos gemelos dé á luz, prole de Marte.
Será uno de ellos Rómulo, que alegre,
Sobre sus hombros por blason llevando
La roja piel de su nodriza loba,
Juntará un pueblo, la ciudad de Marte
Fundará, y á sus nuevos moradores
Romanos llamará, del nombre suyo.
A estos Romanos ni barreras pongo
Ni término señalo: les he dado
Un imperio sin fin. Y hasta la misma
Juno, esa áspera Juno, que hoy medrosa
Fatiga el mar, la tierra y el Olimpo,
A consejo mejor tornará un dia,
Y á par conmigo exaltará al Romano,
Togado pueblo, rey del Universo.
Tal es mi voluntad.—Las venideras
Edades, en humilde servidumbre
De la casa de Asáraco á las plantas
Verán á Phtía y á la gran Micénas,
Y subyugada y sierva á Grecia toda.
De esta troyana esclarecida sangre
Nacerá César, que heredando el nombre
De Yulo el grande, llamaráse Julio.
Límite de su imperio será solo
El Oceáno, y de su fama el cielo.
Cargado con despojos del Oriente,
Recibirásle en el Olimpo un dia,
{xlv}
Y aras y culto le dará la tierra.
Entónces ya, las lides apagadas,
El aspereza de los siglos rudos
Suavizándose irá, y el Universo
Por la cándida fe será regido.

¡Qué bella sería una traduccion de Virgilio en versos sueltos y hechos de esta manera!

(dd) «Dido: libro IV de la Eneida de Virgilio, traducido en verso castellano, por D. Fermin de la Puente y Apezechea. Sevilla. Establecimiento tipográfico á cargo de Juan Moyano, 1845.»

Dedicado á los PP. Escolapios, 56 pp., 4.º

—«Eneida de Virgilio: libros I y VI, traducidos por don Fermin de la Puente y Apezechea. Madrid, imprenta de Aribau y Compañía, sucesores de Rivadeneyra, 4.º, 127 páginas.»

El libro I está incluido además en las Memorias de la Academia Española.

Además de estos tres libros, dejó preparados el señor Puente y Apezechea otros cinco, segun me informa mi buen amigo D. Antonio Sanchez Moguel.

Aunque el Sr. Puente, persona en todos conceptos apreciabilísima, no era muy poeta, su traduccion de la Eneida es buena (sobre todo en el libro IV), y merece más fama que la que ha alcanzado. Inmune casi de los vicios que afean la interpretacion de los Libros Sapienciales, hecha por el mismo autor harto prosaicamente, tiene hermosas octavas, de las cuales pondré alguna para muestra:

No de otra suerte Orestes delirante,
{xlvi}
Del triste Agamenon prole maldita,
Del crímen siente el aguijon punzante,
Y espantosa vision le precipita.
Huye á su madre, y se la ve delante
Que ardiente tea y víboras agita,
Y al cual las infernales vengadoras
Posan sobre el umbral á todas horas.

Cuanto más leo esta traduccion, más me agrada. Reina en ella cierta apacible y modesta elegancia y una igualdad de estilo que se echan de ménos en las demás poesías del difunto académico. En el libro I, y sobre todo en el VI, aprovechó algunos versos, y áun dos ó tres octavas enteras de la traduccion de Hernandez de Velasco. Este libro VI es el más flojo en la de Puente y Apezechea.

(ee) D. Gabriel García Tassara, en sus Poesías (1872), tiene traducida La Muerte de Príamo (libro II de la Eneida) desde el verso

Forsitam et Priami fuerint quæ fata requiras.

(ff) «Obras completas de P. Virgilio Maron, traducidas al castellano por D. Eugenio de Ochoa, de la Academia Española. Madrid. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, calle del Duque de Osuna, 1869, 4.º»

XXXV pp. de preliminares y 816 de texto é Indice alfabético de los personajes nombrados en la Eneida.

Libro impreso con mucha elegancia, aunque tiene algunas erratas.

Por lo que hace al texto, reprodujo Ochoa el de Heyne, revisado por Wagner (1830-1841), consultando en algun caso el de Bénoist y otros. La traduccion es en prosa, que,{xlvii} como toda prosa poética, resulta monótona y amanerada, y como toda prosa de Ochoa, no está libre de galicismos. Fuera de esto y de algunos errores (no graves) de interpretacion, el trabajo es concienzudo, aunque de sabor poco nacional y castizo. En la introduccion y en las notas no faltan ligerezas bibliográficas y críticas. Ochoa no era latinista de profesion; pero tenía buenos conocimientos clásicos. Su Virgilio vino á llenar un vacío en nuestra bibliografía clásica; y si alguno de sus libros le sobrevive, será con certeza éste.

(gg) Los seis libros primeros de la Eneida de Virgilio, traducidos al castellano en versos endecasílabos sueltos. Coria: Imp. de Policarpo Evaristo Montero. 1870. 8.º, 154 pp. y dos de Fe de erratas.

El nombre del traductor aparece al fin de la Advertencia: D. Felipe L. Guerra, vecino de Gata, el cual hizo esta traduccion para enseñanza de su hijo, estudiante de latin.

Más adelante ha publicado completa:

La Eneida de Virgilio, traducida al castellano en versos endecasílabos sueltos. Coria: Imp. de P. Evaristo Montero. 1873, 8.º, 304 páginas.

Una y otra edicion fueron privadas, y ad usum amicorum. Es traduccion más recomendable por la fidelidad que por la elegancia ni soltura.

(hh) Juan de Arona (seudónimo del escritor peruano D. Pedro Paz Soldán y Unanue, elegante traductor de las Geórgicas) ha tenido la ocurrencia no muy feliz de hacer una especie de version jocosa ó parodia de algunos trozos del libro I de la Eneida (1-101), y del II y IV. Allí Dido dice{xlviii} á Enéas que le llegará su San Martin, y otras cosas de la misma laya. Pertenece al mismo género de parodia que el Virgile travesti de Scarron, ó el poemita bable de Dido y Eneas, de D. Antonio Gonzalez Reguera.

Los trozos de Juan de Arona á que aludo pueden verse desde la página 74 á la 84 del libro intitulado Poesía antigua.Las Geórgicas de Virgilio traducidas en verso castellano, etc. Lima: Imp. del Comercio, 1867.

(ii) El docto latinista D. Raimundo de Miguel, á quien deben nuestras letras el mejor Diccionario latino, tradujo en verso castellano los dos primeros libros de la Eneida, trabajo hecho en su vejez como por solaz, y nunca corregido á gusto de su autor. Está en el libro rotulado:

Poesías de D. Raimundo de Miguel, catedrático de Retórica y Poética en el Instituto de San Isidro de Madrid, seguidas de un apéndice que contiene la traduccion de los dos primeros libros de la Eneida y varias composiciones latinas del maestro Francisco Sanchez de las Brozas, vertidas á la lengua castellana en variedad de metros por el mismo autor. Madrid. Agustin Jubera, editor. 4.º XVII+540 pp. (1876.)

(jj) Obras de Virgilio, traducidas en versos castellanos por Miguel Antonio Caro. Bogotá. Imprenta de Echevarria hermanos, 1873.

Preceden á la traduccion una dedicatoria á la Academia Española, un estudio preliminar extenso (CXIX pp.) y algunas advertencias.

El tomo II contiene los seis primeros libros de la Eneida. El tercero (1876) los restantes, con adiciones al estudio preliminar{xlix} y (al fin) correcciones al texto. Ofrece publicar más adelante el texto latino con comentarios y una introduccion, un estudio sobre las imitaciones y reminiscencias virgilianas en poetas de España y América, los Poemas menores atribuidos á Virgilio y un Indice.

La traduccion del Sr. Caro es sin duda la mejor que poseemos en castellano, á lo ménos tomada en conjunto. Hay pasajes débil ó vagamente traducidos, y adolece además del vicio capital de estar en octavas reales, forma sumamente artificiosa, y que quita al traductor mucha libertad, y al traslado mucha concision. Pero admitido este pié forzado, sólo hay motivos de admiracion en el trabajo del Sr. Caro. Cierto que se encuentra algun giro exótico, alguna construccion violenta, alguna frase traida de léjos; pero ¿qué importa esto al lado de tantas frases expresivas y gallardas, al lado de tantos giros felices como embellecen la traduccion del poeta bogotano? El cual es además notabilísimo y concienzudo latinista, y nunca ó raras veces se desvía de la recta interpretacion. Debe aplaudirse, sobre todo, en su trabajo la pureza y galanura con que maneja la lengua castellana, como dueño y señor de todas sus preseas y tesoros, cosa rara en las regiones americanas. Fuera de Bello y Pesado, no conozco hablista americano comparable al traductor de Virgilio.

{l}

II.

TRADUCCIONES CATALANAS.

(a) Obras de Virgili, traducidas en lengua catalana, por Jacinto Ricart. Ms. en 4.º mayor, que se conservaba (segun refiere Torres Amat) en casa de Manxarell, de la villa de Sampedor.

(b) Eneidas de Virgili, traduhidas en vers mallorquí, por Juan Bautista Nicolau Seguí, médico palmesano, nacido en 1804.

Bovér (Biblioteca de escritores baleares) dice haber visto este manuscrito (sin concluir) en poder de la familia del traductor.

(c) D. Miguel Victoriano Amér, tambien mallorquin, se ocupa en traducir al catalan la Eneida, y lo hará como de su saber y buen gusto puede esperarse.

III.

TRADUCTORES PORTUGUESES.

(aaa) En la Biblioteca Nacional de Lisboa (D.—3.—46) se conserva inédita:

«A Eneida de P. Virgilio Maron. Traduzida do latim em verso solto portuguez. Author M.e Leonél da Costa Lusitano, Natural da muito nobre e sempre leal villa de Santarem.»

{li}

Está dedicada á D. Francisco de Mascarenhas, virey que fué de la India Oriental y gobernador de la China. No hay más preliminares que una advertencia Ao leitor y un Elogio sobre as partes e excellencias do poeta.

Esta copia perteneció á Ribeiro dos Santos, y ocupa seis tomos en 4.º Los dos primeros contienen la traduccion, y los cuatro restantes las notas.

Leonél da Costa sólo era conocido por su traduccion de las Eglogas y Geórgicas, cuyos versos sueltos no son mucho mejores que los de esta Eneida[12].

(bbb) Juan Franco Barreto, el más celebrado de los antiguos intérpretes lusitanos de Virgilio[13], floreció en la segunda mitad del siglo XVII.

—«Eneida Portugueza com os argumentos de Cosme Ferreira de Brum, Dedicada á García de Mello, monteiro mór do reino de Lisboa, Lisboa, por A. Craesbeck de Mello, 1664.» 12.º XVII+139 hs. foliadas por una sola cara. Al fin está el Diccionario de todos os nomes proprios e fabulas que n’estes seis libros de Virgilio se contem.

Parte 2.ª que contém os seis últimos livros de Virgilio, 1670, por A. Craesbeck de Mello. 12.º XI+158 pp. con otro diccionario.

—«Eneida Portugueza. Parte 1.ª que contém os primeiros seis livros de Virgilio. Seu author Joao Franco Barreto, natural{lii} da cidade de Lisboa. Com os argumentos de Cosme Ferreira de Brum e com o Diccionario de todos os nomes proprios, e fabulas que nestes seis livros de Virgilio se contem, e a explicaçao delles para melhor intelligencia do Poeta. Lisboa: na officina de Antonio Vicente da Silva. Anno de MCCCLXIII, 6 hs. prls. y una blanca y 371 pp.»

La traduccion está en octavas reales, conservando las frases y áun los versos de Camoens, siempre que imitó á Virgilio. La versificacion es en general valiente y rotunda.

El segundo tomo contiene los seis últimos libros.

La 3.ª ed. es de Lisboa, na Typ. Rollandiana, 1808, 2 ts., 420 y 429 pp. Sin el prólogo ni los sonetos laudatorios de las antiguas.

(ccc) «Commentarii in P. Virgilium Maronem, nunc primò juxta ordinem verborum, post tamen uberioribus notis locupletandi. Tomnus secundus complectens sex priores libros Æneidos. In hac quinta impressione maxime correcti... Scribebat D. Gaspar Pinto Correa. Theologus Lusitanus... Barcellorum Collegiata Canonicus Pænitentiarius. Ulyssipone, apud hæredes Dominici Carneiro. Anno 1698.»

Una h. de prels. y 352 pp. 4.º Contiene el argumento y explicacion de cada libro, el Ordo verborum con una traduccion literalisima y destinada para las aulas, y algunas notas y comentarios. Ayudó á Gaspar Pinto Correa, su hermano, de quien es el comentario á los libros 6.º, 7.º y 8.º de la Eneida. Esta obra, hasta por la fecha de la publicacion, hace pendant con la de Fr. Antonio de Moya.

Además de la edicion de 1698 que tengo á la vista, las hay de 1644 (Lisboa, por Pablo Craesbeck), 1668 (Coimbra,{liii} por la viuda de Manuel de Silva), 1670 (Lisboa, por Antonio Craesbeck de Mello).

Del tercer tomo, que comprende los seis últimos libros, hay impresiones de Lisboa, por Antonio Craesbeck de Mello, (1653 y 1665).

(ddd) En la Academia de Ciencias de Lisboa se conserva autógrafa, en cinco tomos en 4.º, una traduccion de la Eneida por Cándido Lusitano (P. Francisco J. Freire.)

(eee) El P. Francisco Furtado, jesuita de los expulsos á Italia, tradujo en octavas todas las obras de Virgilio, pero no se imprimieron, y hoy sólo se conserva el manuscrito de las Geórgicas[14].

(fff) El matemático Francisco J. Monteiro de Barros dejó traducida en verso parte del segundo libro de la Eneida.

(ggg) José Rodriguez Pimentel y Maia tiene en sus Obras Poéticas (Lisboa, 1805-6-7, tres cuadernos), algunos trozos de la Eneida traducidos.

(hhh) «Eneidas de Virgilio en verso, traduzidas do idioma latino en nosso vulgar por Luis Ferráz de Novaes, fidalgo da Casa de sua Magestade e Alcaide Mor da villa de Redondos. Lisboa, na off. de Felippe José de França e Liz. 1790. 4.º, 536 pp.»

La portada es apócrifa, y algunos atribuyen esta version á Pedro Viegas de Novaes, jurisconsulto, muerto en 1782 ó 1785.

No tiene notas ni discurso preliminar.

{liv}

(iii) Antonio Ribeiro dos Sanctos en las Poesías de Elpino Duriense (nombre arcádico suyo)—Lisboa, 1812, tiene traducida en verso una parte del libro I de la Eneida, Eu soi aquelle que cantei outr’hora, hasta el pasaje en que Júpiter envía á Mercurio á Dido para que dé hospitalidad á los Troyanos. En verso suelto.

(jjj) Filinto Elysio (Francisco Manuel do Nascimento) en el tomo I de sus Obras completas (Paris, na officina de A. Bobée, 1817), tiene traducido un pasaje del libro IX de la Eneida (el episodio de Niso y Euríalo).

(kkk) Manuel Mattias Vieira Fialho de Mendonça tradujo la mayor parte de la Eneida, pero en la invasion francesa se le extraviaron los tres primeros libros. Hoy sólo conocemos un fragmento del cuarto, impreso por primera vez en 1814 en el Investigador, periódico portugues de Lóndres y reproducido en 1864 en el 2.º volúmen de O Instituto, jornal scientífico e litterario, que se publica en Coimbra (pág. 274 y 75). Este trozo es la mejor traduccion de Virgilio que he visto en portugues.

(lll) Francisco Evaristo Leoni en sus Obras Poéticas... (Lisboa, typographia patriótica de Cárlos José da Silva... 1836) inserta (pág. 109) una traduccion de la muerte de Príamo, episodio del libro II de la Eneida. En verso suelto.

(mmm) Antonio José de Lima Leitão. As Obras de Publio Virgilio Maro, traduzidas en verso portuguez e aumentadas (Monumento a elevação da colonia do Brasil a Reino e ao Estabelecimento do triplice Imperio Luso)... Tomos II y III. Rio Janeiro, Na Typ. Real. 1819. 8+239 pp. el uno y 228 pp. el otro.

{lv}

—«Monumento a elevação da colonia do Brazil a Reino e ao Establecimiento do Triplice Imperio Luso. As Obras de Publio Virgilio Maro, traduzidas en verso portuguez e annotadas por Antonio José de Lima Leitão, Cavalleiro da Ordem de Chisto, Doutor em Medicina pela Escolla de Paris, e Physico Môr da Capitanía de Moçambique... Tomos II y III (1819). Rio de Janeiro: Na Typographia Real. 8+239 pp. el 1er tomo, y 228 el 2.º»

—«As obras de P. Virgilio Maro, postas no texto latino o mais correcto e vertidas em verso portuguez com as mais precisas annotaçoens. Lisboa, Imp. Nacional, 1842.» 8.º mayor, 56 pp. (Tirada de 46 ejemplares.) Contiene los 300 primeros versos de la Eneida con muchas correcciones respecto á la traduccion impresa en 1819.

Tiene esta traduccion la singularidad de comprender la dedicatoria de la Eneida á Vénus, que sólo se halla en el códice de Lóndres, y es de autor ignorado:

Si mihi susceptum fuerit decurrere munus,
Oh Venus, oh sedes quæ colis Idalias!...

Lima Leitão (que tambien interpretó á Horacio, Lucrecio, Milton y Boileau) era filólogo concienzudo, pero mal poeta y durísimo versificador.

(nnn) Juan Nunes de Andrade, profesor de latinidad, publicó:

«Amores de Dido con Eneas: traducçào da quarta Eneida (sic) de Virgilio. Offerecido ao illmo. sr. José Práxedes Pereira Pacheco, dignísimo patriota e honrado brasileiro, auxiliador amante do progresso.» Rio-Janeiro, Typ. Brasiliense de Francisco Manuel Ferreira, 1847, 8.º, 97 pp.

{lvi}

Traducção do terceiro libro de Virgilio (con el texto al frente). Rio-Janeiro, 1849.»

Traducciones parafrásticas de muy poco valor.

(ppp) «Eneida, de Virgilio Maro, traduzida por Jose Victorino Barreto Feio... Lisboa, na imprensa Nacional, y en la typographia del Panorama.»

Tres tomos 8.º, el 1.º de 289 pp., comprende 4 libros, el 2.º (319) otros cuatro, el 3.º (377) lo restante del poema, que desde la mitad del libro 9.º no fué traducido ya por Barreto, sino por José María da Costa e Silva.

Está en verso suelto, con breves notas. Anteceden al primer tomo seis hojas sin foliar, con una dedicatoria al Baron de Foscòa y un prólogo.

Barreto Feio era consumado latinista, como lo acreditó en sus versiones de Salustio y Tito Livio, y se distingue más que el otro Barreto por su constante adhesion al texto, así en la sustancia como en la diccion. Aun así, es bastante inferior á Odorico Mendes.

(qqq) José Bonifacio de Andrade y Silva (á quien se atribuye parte en el poema Reino de la estupidez con Francisco de Mello Franco) dejó inédito (á su muerte, acaecida en 1838) alguna parte de la Eneida, traducida y comentada.

(rrr) «Eneida Brazileira ou Traducção Poetica da Epopéa de Publio Virgilio Maro. Por Manuel Odorico Méndes, da cidade de S. Luis de Maranhão. Paris Na Typographia de Rignoux, 1854.»

4.º 392 pp. Los preliminares son un prólogo y una advertencia, donde el traductor anuncia que seguirá el texto{lvii} de la Rue. A cada libro siguen notas en que Odorico Mendes se muestra muy al tanto de los últimos trabajos extranjeros sobre Virgilio.

Traduccion notable por la perfecta inteligencia del original y por la concision, en favor de la cual no esquiva Odorico Mendes palabras compuestas, latinismos y audaces inversiones. Traduce, por ejemplo, el

. . . . . . . . . femineo ululatu
Tecta fremunt. . . . . . . . . . . .
Com femineo ululado os tectos fremem.

—«Virgilio Brazileiro ou traducçào do poeta latino. Paris, na Imp. de W. Renquet y Compañía (1838.) 8.º mayor, 800 pp.»

Con muchas variantes y notas, y un prólogo laudatorio de Borges de Figueiredo. Los 901 exámetros del original están traducidos en 9.944 endecasílabos.

(sss) Juan Gualberto Ferreira dos Sanctos, profesor en Bahía, publicó una traduccion de los libros IV y VI de la Eneida, que quizá esté incluida en sus Poesias (Bahía, 1833, 4 tomos).

(ttt) Cárlos Norris publicó Interpretaçào da Eneida de Virgilio, Principe dos poetas latinos... Lisboa, na off. Silviana, 1855. 8.º, VIII+173 pp. No la he visto más que citada por Inocencio da Silva. Tiene poca ó ninguna fama.


M. Menéndez Pelayo.

{lviii}

{1}

ENEIDA

{3}

ENEIDA.

LIBRO SÉPTIMO.

I.

Tú, del troyano capitan nodriza,
Tambien, Cayeta, á nuestras playas nombre
Impusiste muriendo, que eterniza
Tu fama, y hace que al lugar asombre:
El sepulcro que guarda tu ceniza
En la Hesperia mayor, aquel renombre
Léjos le avisa y firme le señala,
Y con póstuma gloria te regala.

II.

Hechos, pues, los piadosos funerales,
Erigido de tierra un monumento,
Las altas olas contemplando iguales
Tornó Enéas al líquido elemento.
Ministras de la noche las geniales
Auras la anuncian con creciente aliento,
Y sendas alumbrando á la fortuna
Rïelan sobre el mar rayos de luna.

{4}

III.

No distante de allí la costa yace
Do Circe, hija del Sol, potente mora;
Y ya de dia con sus cantos hace
Sonar sus altos bosques; ya á deshora
Su alcázar regio iluminar le place
Con el cedro oloroso que atesora,
Y ella misma tejiendo se desvela
Con el peine sonoro rica tela.

IV.

Allí rugen leones, que furiosos
En la noche reluchan en cadena:
Allí erizados jabalíes, y osos,
En jaula que sus ímpetus enfrena,
Se embravecen: aullidos dolorosos
Horribles lobos dan; el bosque suena:
¡Ay! ¡hombres fueron ya, monstruos ahora!
Con hierbas los mudó la encantadora.

V.

Neptuno que tan duro mal probasen
Los piadosos Troyanos no querria,
No, que á esas playas pérfidas tocasen;
Un viento largo á la sazon envía,
Y así concede que volando pasen
Tras el hórrido golfo. Nuevo dia
En su carro gentil la rubia Aurora
Anuncia en tanto, y horizontes dora.

{5}

VI.

Calláronse las auras de repente,
Muda y sólida calma sobrevino;
Clavados en el mármol resistente
Bregan los remos por abrir camino.
Vido Enéas en esto un bosque ingente,
Y al Tibre, que por él al mar vecino,
Bullente en ondas, rojo con la arena,
Trae sus aguas en corriente amena.

VII.

Por cima allí y á par de las orillas
Cantan con dulce pico alborozadas
Y al bosque vuelan miles de avecillas
Que en la sombra recatan sus moradas.
Holgóse Enéas, y mandó las quillas
Inclinar á las playas deseadas;
Y alegre de ocuparlas, al umbrío
Hospicio acude ya del bello rio.

VIII.

De los reyes del Lacio tú la lista
Muéstrame, Erato: lo que el Lacio era,
Tiempo es ya que presentes á mi vista,
Aun ántes que á sus playas extranjera
Nave arribase. Tú de la conquista
El orígen descubre, y yo esa éra,
Yo esa historia marcial diré en mi canto,
¡Musa! si ya á mi voz concedes tanto.

{6}

IX.

Guerras, hórridas guerras y legiones
He de cantar: de furia el pecho lleno,
Convertidos los reyes en leones:
Congregado el ejército tirreno:
Volando de la Hesperia los varones
A las armas: de Hesperia rojo el seno.
Nuevo cuadro á mi ojos resplandece;
Crece el asunto y la osadía crece.

X.

Campos, ciudades florecer veia
Anciano, en paz antigua, el rey Latino:
Él de Fauno y Marica procedia,
Ninfa aquélla de orígen laurentino;
Pico de Fauno padre sido habia,
Y de Pico el orígen fué divino;
Tú, Saturno, su padre: por primero
Autor te aclaman del linaje entero.

XI.

No fué el monarca, si felice, abuelo
Ni padre de varones: muerte fiera
Quitóle en flor por voluntad del cielo
El único varon que le naciera.
Daba á Latino en su vejez consuelo,
De sus reinos opimos heredera,
Sola una hija en su estancia poderosa,
Ya en sazon llena para ser esposa.

{7}

XII.

Del Lacio y toda Ausonia, á la doncella
Muchos pretenden. A su afecto tierno
Aspira, y bizarrísimo descuella
Turno entre todos, del blason paterno
Opulento heredero. Para ella
Le quiere esposo, y ya elegido yerno
Le ve la Reina; mas proyectos tales
Tropiezan con visiones funerales.

XIII.

Al raso, en medio del palacio, habia
Rico en sacro follaje un lauro anciano,
Que en años veneró la gente pia.
Es fama que Latino por su mano
En dedicarle á Febo holgóse un dia
No bien le halló, cuando en el campo llano
Echaba á sus alcázares cimiento;
Y de ahí á la ciudad nombró Laurento.

XIV.

Hé aquí, de este árbol á ocupar la cima,
Mil abejas bajaron de repente,
Y, por los piés trabadas, se arracima
El ruidoso tropel, y así pendiente
Quedó de un ramo. «Á nuestra costa arrima
Varon extraño con armada gente»,
Cantó un augur: «de do el enjambre vino,
Vendrá la muerte del poder latino.»

{8}

XV.

Yendo otra vez, y el genitor con ella,
En el ara á encender con mano pura
Místicas luces la rëal doncella,
Vióse súbita chispa que fulgura
Sobre el suelto cabello, y baja y huella,
No sin ruido, la blanca vestidura,
Y el velo regio y la diadema ardia
Opulenta del oro y pedrería.

XVI.

En humo envuelta y rojos resplandores
Esparce ella despues lampos de llama
Por muros, techos. Fúnebres temores
El suceso en los ánimos derrama;
Que si aquellos prodigios superiores
A ella prometen dizque gloria y fama,
Guerra amenazan á la Patria. En eso
Cava Latino, de terror opreso.

XVII.

Fauno ocurre á su mente: el Rey la planta
Mueve al gran bosque en cuyas sombras cela
Su armonioso raudal la Albúnea santa;
Mefítico vapor en torno vuela:
Que allí del tiempo venidero canta
El vatídico padre, y lo revela;
Italia, Enotria toda, allí sus pasos
Guian en tristes dudas y arduos casos.

{9}

XVIII.

De noche el sacerdote que sus dones
Allí á ofrecer acude reverente,
Si al descanso, tendiéndose en vellones
De inmoladas ovejas, da la mente,
Ve en sueños revolarle apariciones
Peregrinas; delgadas voces siente;
Habla con Dioses, y su mudo acento
Penetra de Aqueronte el hondo asiento.

XIX.

Fué allí sus dudas á calmar Latino;
Y habiendo, segun rito, degollado,
En obsequio al oráculo divino,
Cien lanudas ovejas, acostado
En sus pieles dormia; cuando vino
Súbita y misteriosa voz del lado
Más secreto del bosque: «¡Prole mia!
De ajustados enlaces desconfía.

XX.

»Tú de una hija la mano á descendiente
Itálico no des. Foráneo yerno,
Su linaje empalmando con tu gente,
Hará nuestro renombre sempiterno.
Él nacion fundará grande y potente;
Tal, que el espacio que en dominio alterno
Sobre un mar y otro mar el sol rodea,
Todo á sus piés se humille y suyo sea.»

{10}

XXI.

Latino mismo estos avisos, dados
En la callada noche, no recata;
Y de Ausonia por campos y poblados
Ya la alígera Fama los dilata:
Ella daba la vuelta á los Estados
Del Rey, en los momentos en que ata
La juventud troyana el hueco leño
Al promontorio aquél verde y risueño.

XXII.

Enéas, los caudillos principales
Y Ascanio yacen en la sombra amiga
Con que, sus ramos prolongando iguales,
Árbol excelso la campaña abriga.
Tortas de flor extienden, cereales
Manteles (Jove mismo les instiga)
Que con frutas silvestres luégo acrecen,
Para encima poner viandas que cuecen.

XXIII.

Mas no al hambre la cena satisface;
Ojos se van y manos tras la monda
Delgada Céres que tendida yace:
Voraz diente á los panes la redonda
Márgen y abiertos cuartos roe y pace,
Que significacion entrañan honda;
Y «¡Aun las mesas se come el hambre aguda!»
Yulo clamó, sin que al misterio aluda.

{11}

XXIV.

Fué esta voz primer nuncio que declara
Á los Teucros ventura. El padre al hijo
La palabra quitóle; mas se pára
Con asombro, un instante, y regocijo,
Y recobrado, «¡Salve, Tierra cara!»
Y «¡oh Penates de Troya, gracias!» dijo:
«Cumplióse el voto: el lance aquí me muestra
La anunciada heredad, la patria nuestra!

XXV.

»Ya de estos milagrosos accidentes
Mi amado genitor me dió la clave:
«Cuando el hambre aguzando edaces dientes
»(Pegada á playa incógnita tu nave)
»Haga que tras las viandas te apacientes
»De las mesas, tu voz al Cielo alabe,
»Que patria hallaste; y con alegre pecho
»Pon allí muro propio y dulce techo.»

XXVI.

»Hé aquí el hambre temida: de cuidados
Término justo y de cruel destino.
Animo, pues: del sueño recreados,
Con el albor primero matutino
De aquí saldremos por diversos lados
El país á explorar circunvecino:
Quiénes son de estos términos los amos;
Qué campos pueblan, qué ciudad, sepamos.

{12}

XXVII.

»Hora en honor de Júpiter clemente
Bebed; á Anquíses invocad; más vino!»
Hablaba Enéas, y la noble frente
Ceñida ostenta en ramo peregrino.
Primero á la alma Tierra, y del presente
Lugar invoca al Protector divino;
Las Ninfas á que el bosque da guaridas;
Rios sin nombre y fuentes escondidas.

XXVIII.

Á la Noche despues y sus fanales,
Á Cibéles y á Júpiter de Ida;
Y á sus padres, que moran inmortales
Cielo y Erebo, en órden apellida.
Jove tres veces, en momentos tales,
Desde lo alto del cielo truena, y cuida
Mostrar en medio del fragor sonoro
Nubes de fuego y ráfagas de oro.

XXIX.

Al Dios el pueblo atónito veia
Blandir él propio el nimbo rutilante.
Rumor que de fundar llegó ya el dia
La anhelada ciudad, en un instante
Circula y crece. Todos á porfía,
Orgullosos de agüero tan brillante,
Renuevan las gozosas libaciones
Y con flores de Baco ornan los dones.

{13}

XXX.

Con el primer albor del nuevo dia
Van, costa y lindes á explorar: los vados
Estos son de Numicio; ésta es la ria
Del Tibre: campos éstos son poblados
Por los fuertes Latinos. Cauto envía
Cerca del Rey augusto cien legados
Enéas, que en sus tercios selecciona;
Y ya el árbol de Pálas les corona.

XXXI.

Cargados de presentes, mensajeros
De paz, que da á sus sienes verde gala,
A la vecina capital ligeros
Marchan. Enéas mismo allí se instala;
Y ya con zanja humilde los linderos
De la futura poblacion señala,
Y cual ciñendo un campamento, ordena
Tender la empalizada, alzar la almena.

XXXII.

Ya los nuncios, al fin de su jornada,
Ven las casas y torres presumidas,
Y ascienden á los muros. A la entrada
Y en torno á la ciudad, corre en partidas
Alegre juventud: regir le agrada
Potros y carros con mañosas bridas;
Y con rígidos arcos y ligeras
Flechas, tiros ensayan y carreras.

{14}

XXXIII.

Tomó uno de á caballo á su cuidado
Trasmitir nuevas tales al oido
Del viejo Rey: acorre; haber llegado
Unos hombres, anuncia, con vestido
Peregrino, de cuerpo agigantado.
Que á su presencia vengan, comedido
Latino manda. «Al punto,» dice, «oirélos;»
Y va el trono á ocupar de sus abuelos.

XXXIV.

Fábrica en cien columnas sustentada,
Grande, augusta, soberbia, en una altura
De la ciudad descuella; consagrada
Por religion antigua y selva oscura.
De Pico Laurentino real morada
Fué antaño. Por presagio de ventura
Allí los nuevos reyes recogian
El cetro y fasces que al poder se fian.

XXXV.

Templo era y tribunal: en sus altares
Corderos inmolando, los señores
De la corte á gustar sacros manjares
Sentábanse en contínuos cenadores.
Cada príncipe vió las tutelares
Imágenes allí de sus mayores
El vestíbulo ornar, nobles y enhiestas,
Obras de antiguo cedro, en órden puestas.

{15}

XXXVI.

Ítalo allí; y aquel que al italiano
Suelo trajo la vid, el buen Sabino,
A quien, áun hora, figurado anciano,
La corva hoz le asoma, autor del vino:
El gran Saturno y el bifronte Jano
Muestran, callando, su poder divino:
Otros reyes les siguen, con heridas
Marciales, por la patria recibidas.

XXXVII.

De antiguos triunfos testimonios mudos,
Hay en los sacros postes mil despojos:
Armaduras suspensas, penachudos
Yelmos, corvas segures ven los ojos:
Ven sin número allí dardos y escudos,
Ven de puertas grandísimos cerrojos;
Cautivos carros, y espolones graves
Quitados por valientes á las naves.

XXXVIII.

Pico, de potros domador ufano,
Con trábea corta, allí tambien se muestra,
Báculo quirinal tiene en la mano,
Sentado, y sacra adarga en la siniestra:
Pico, á quien ya, de ardor tocada insano,
Hirió con vara de oro maga diestra,
Circe, amante cruel; con hierbas malas
Mudóle en ave y le pintó las alas.

{16}

XXXIX.

En este, pues, de Dioses templo digno,
De sus abuelos en el rico trono,
El Rey audiencia concedió benigno.
Entraron los legados, y él con tono
Manso y afable, de clemencia signo,
«Hablad, Dardanios; vuestro ruego abono,»
Les dice: «ántes que vistos anunciados,
Yo vuestro oriente sé, sé vuestros hados.

XL.

»Mas ¿cuál deliberada causa, ó ciega
Necesidad á nuestra costa impele
Y á puerto ausonio vuestra escuadra apega?
¿Fué que el rumbo perdisteis? ¿Ó, cual suele
Avenir al que en alta mar navega,
Tras rodear tan largo, al leño imbele
Embistió ronca tempestad? Propicio,
Siempre, tendreis en nuestra casa hospicio.

XLI.

»Á los Latinos apreciad: lejanos
De pacto escrito y de penal violencia,
En dulce paz cultivan como hermanos
Antiguos usos, de Saturno herencia.
Y ya entre los Auruncos hallé ancianos
Que, si bien entre sombras (influencia
Envidiosa del tiempo), en la memoria
Aun guardasen de Dárdano la historia.

{17}

XLII.

»Fué de ésta, dicen, suya, á patria ajena;
Fué á las frigias ciudades, cabe el Ida,
Y de la tracia Sámos el arena
Honró, que hoy Samotracia se apellida:
Dejó á Corito y su mansion tirrena;
Y en el celeste alcázar ya le anida
Aureo solio que esmaltan luminares,
Y goza él, nuevo Dios, culto y altares.»

XLIII.

«Sangre ilustre de Fauno, gran Latino!»
Palabras tales respondió Ilioneo:
«No aquí impelida nuestra flota vino
Por rudo soplo en agitado ondeo;
Estrella no torció nuestro camino,
Ribera no engañó nuestro deseo:
Trajo nuestros bajeles á esta rada
Concorde voluntad nunca arredrada.

XLIV.

»De la nacion mayor que peregrino
Viniendo de los límites de Oriente
El sol miraba, nos lanzó el destino.
Tiene en Jove principio nuestra gente;
La juventud dardania del divino
Abolengo se precia. A aquella fuente
El que á tí nos envía está cercano,
Hijo de Diosa, Enéas, Rey troyano.

{18}

XLV.

»Cuántas nubes de muerte de Micénas
Á asolar fueron la ciudad troyana;
Cuál lucharon al pié de sus almenas
Asia y Europa con crueza insana,
Lo sabe el que las últimas arenas
Pisa do va á quebrarse espuma cana;
Lo sabe á quien la zona ancha intermedia
Aisla, y sol abrasador asedia.

XLVI.

»Despues de aquel diluvio y largo viaje,
Sobrio asilo en tus costas, lo que asombre
Nuestros Dioses, pedimos, y hospedaje:
El aire y agua, propiedad del hombre.
No será al reino nuestro ingreso ultraje;
Crecerá nuestro amor y tu renombre:
¡Si á Troya, Ausonios, vuestro seno abriga,
No la vereis ingrata ni enemiga!

XLVII.

»Y esto lo juro por lo que es Enéas;
Por su diestra, no ménos ya probada
En sellar pactos que en vencer peleas.
Muchos pueblos—tenernos en nonada
Excusa, ¡oh Rey!, aunque extender nos veas
En las manos la oliva; aunque embajada
De súplicas traigamos—gentes muchas
Ligas nos propusieron y no luchas.

{19}

XLVIII.

»Mas por divina voluntad guiados
A los bordes venimos de tu imperio:
A la cuna de Dárdano los hados
Traen los nietos de Dárdano. Con serio
Ordenamiento, á los tirrenos prados
Que honra el Tibre, y, envueltas en misterio,
Nos mueve á las vertientes de Numico,
El sabio Apolo, de promesas rico.

XLIX.

»Que en prenda de concordia aceptes fia
Los breves restos de la Patria cara,
Memorias de otra edad, quien los envía:
Vé en qué oro libó Anquíses en el ara;
Mira cuáles, si al pueblo reunia,
En su alto tribunal cetro y tïara
Príamo usaba, y el bordado arreo
Por damas de Ilïon.» Habló Ilioneo.

L.

Suspenso el Rey le escucha; mas no tanto,
Miéntras, bajos los ojos, con prolija
Pausa los vuelve, en el purpúreo manto,
Ni en el cetro rëal la atencion fija:
Ideas tales no le ocupan, cuanto
El proyectado enlace de la hija;
Y la voz del oráculo elocuente
Revuelve pensativo allá en su mente.

{20}

LI.

«Que éste es,» se dice, «el anunciado yerno
Con quien mi cetro he de partir, medito;
El que hará de su raza el nombre, eterno,
Y de su imperio el ámbito, infinito.»
«Vos el augurio que feliz discierno,»
Exclama luégo con gozoso grito,
«Dioses, sellad, y coronad mi idea!
Troyano, en lo que á tí, cual pides sea.

LII.

»Ni menosprecio el dón. Miéntras Latino
Impere, no de fértiles terrenos
Opimos frutos, de Ilïon divino
Magnificencias no echareis de ménos.
Y ¡oh! si unir con el nuestro su destino,
Si hospedaje leal, dias serenos
Anhela vuestro Rey, ¿por qué me niega
De verle el gozo, y ante mí no llega?

LIII.

»Ojos amigos le verán; y en muestra
De la alïanza que firmar decido,
Estrecharé su diestra con mi diestra.
Id, y en mi nombre referidle, os pido,
Que una hija tengo que en la patria nuestra
Hallar no puede para sí marido;
Con profética voz glorioso abuelo,
Con visiones de horror lo impide el Cielo.

{21}

LIV.

»Vendrá yerno extranjero á mi palacio;
Me le anuncia infalible profecía:
En él sus esperanzas finca el Lacio;
Y él, su raza empalmando con la mia,
De nuestro nombre llenará el espacio:
Por tal el hado á vuestro Rey me envía;
Créolo, y si es verdad lo que adivino,
Lo anhela el corazon.» Habló Latino.

LV.

Y manda que, uno á uno, á los Troyanos
Lleven sendos caballos: de trescientos
Que en reales cuadras hay, los más lozanos.
Con púrpura y bordados paramentos
Y colleras riquísimas ufanos
Van los ágiles brutos, opulentos
Con el profuso aurífero tesoro,
Y el bocado volviendo, muerden oro.

LVI.

Hermoso carro para el Rey ausente,
Y dos potros con él, despacha luégo,
Que, renuevos de eléctrica simiente,
Por la abierta nariz despiden fuego:
Los bridones del Sol secretamente
Sagaz con yegua oculta á fértil juego
Circe movió: fruto éstos de esa traza,
Bastardos brotes son de etérea raza.

{22}

LVII.

Así, en régios corceles caballeros
Y de régias mercedes abrumados,
Portadores de paz, ya mensajeros,
Tornaban á su campo los legados.
Partiendo, á la sazon, de los linderos
Argivos, con los céfiros alados
Volando va de Júpiter la esposa
En su carro gentil soberbia Diosa.

LVIII.

Y léjos, desde el sículo Paquino,
Ve ledo á Enéas; ve á su gente, dada,
En la tierra á quien fia su destino,
Bases á echar de sólida morada,
Las naves olvidando. En su camino
Paróse adolorida y asombrada
La Diosa, y meneando la cabeza,
Sola consigo á razonar empieza:

LIX.

«¡Oh raza aborrecida! ¡Oh frigios hados,
Por siempre opuestos á los hados mios!
¡Qué! ¿Cautivos quedar, y no estorbados?
¿Eso logran? ¿Sin fuerza, y no sin bríos?
¿Ilesos de sus muros abrasados
Salir, y de las hondas de sus rios?
¿Y entre aceros y llamas, ruina y muerte,
Hallar camino y restaurar la suerte?

{23}

LX.

»¡Á bien que de venganzas satisfecha
Yo, ó cansada de odiar, desistiria!
Luégo que el hado de Ilïon los echa,
Prófugos restos, á la mar bravía,
Mi cólera en las olas los estrecha,
Les cierro á toda empresa toda via,
Y armada, último golpe, les afronto
Con las iras del cielo y las del ponto!

LXI.

»¿Qué me sirvió Caríbdis vasta, ó Scila,
Ni qué las Sirtes? La nacion troyana
Libre del mar, respecto á mí tranquila,
Ya el Tibre deseado ocupa ufana.
¡Y á los Lápitas fieros aniquila
Marte! ¡y en manos pone de Dïana
Jove á los Calidonios por perdellos!
¿Cuál el gran crímen fué de éstos ó aquéllos?;

LXII.

»¡Y yo, esposa de Júpiter, que empleo
Cuanto recurso da el furor; que ensayo
Cuanto plan dicta el odio, ¿qué granjeo?
¡Ser de Enéas vencida!... ¡Aun no desmayo!
Ajena mano, si en la lid flaqueo,
Irá á encender de mi venganza el rayo;
Y si el Cielo á mover mi voz no alcanza,
Empeñaré al Averno en mi venganza!

{24}

LXIII.

»No ya el imperio del país latino,
Ni de Lavinia la ofrecida mano
(Si así inflexible lo ordenó el destino),
Quitar pretendo al príncipe troyano.
Mas yo estorbos sin cuento en su camino,
Yo pondré entre ambas razas odio insano;
A ambos reyes tan caro así les cueste
Ser yerno éste de aquél, suegro aquél de éste!

LXIV.

»La sangre de dos pueblos es tu dote,
Y madrina á tu union Belona asiste,
Vírgen!... Hacha nupcial que incendios brote,
Hécuba, no tú sola concebiste;
Que tambien de dos pueblos para azote,
De Páris ominoso copia triste,
Nació el hijo de Vénus. Boda nueva
Ya á Troya renaciente estragos lleva.»

LXV.

Dijo, y el carro la soberbia Diosa
Con rápido descenso inclina á tierra;
Y de aquella region que tenebrosa
Las hermanas frenéticas encierra,
Evoca á la ímpia Alecto, que rebosa
En fraudes, iras y rencor de guerra;
Que todo crímen é intencion dañada
Tiene en ella su nido y su morada.

{25}

LXVI.

Horrible es entre monstruos infernales;
Pluton mismo su padre, y las hermanas
Tartáreas la detestan; ¡visos tales
Y tantas apariencias inhumanas
Toma y muda, afligiendo á los mortales!
¡En serpientes tan ásperas é insanas
El crin le abunda que su cuello eriza!
Juno á hablarle empezó, y así la atiza:

LXVII.

«Tú sola, hija de la Noche, puedes
Conseguir lo que imploro; ¡oh vírgen! fio
Que en tan estrecha coyuntura, vedes
Que sucumba mi honor y el poder mio:
No dejes tú que, entre nupciales redes
de Latino envolviendo el albedrío,
A mansalva el troyano aventurero
Los ítalos confines tome artero.

LXVIII.

»Tu ardiente azote altera y tu veneno
Públicos y domésticos enlaces;
Por tí hermanos unánimes, terreno
Sangriento van á disputar: falaces
Tienes mil nombres, artes mil. Tú el seno
Astuto anima, pues: juradas paces
Rompe; discordias siembra: audaz asome
La juventud; pida armas, armas tome!»

{26}

LXIX.

Al punto, el corazon y las miradas
Infectas de ponzoña medusina,
Del Rey á detenerse en las moradas,
Alecto vuela á la region latina:
Mueve en silencio á Amata sus pisadas:
Amata á la llegada repentina
De los Troyanos, y á la ansiada boda
De Turno, su atencion dedica toda.

LXX.

En congojas y lloros femeniles
Se abrasaba la Reina, cuando vino
La Furia á su mansion con pasos viles:
Tírale del cabello serpentino
Uno de sus cerúlëos reptiles,
Y se lo hunde en el seno, porque el tino
Pierda, y corra el palacio, y á él trasmita
Todo el furor del monstruo que la agita.

LXXI.

Y ya el áspid sutil por entre el bello
Seno y las ropas de la Reina gira;
Ya, sin que la infeliz se cure de ello,
Víbora, alma de víbora le inspira:
Crece, y dorada alhaja orna su cuello;
Crece, y cinta elegante atar se mira
Sus cabellos y sienes; crece, y blanda
Hincha sus venas, por sus miembros anda.

{27}

LXXII.

Miéntra el vírus primero que destila
De la ponzoña húmida, resbala
Por los sentidos tímido, y vacila
El fuego oculto que los huesos cala;
Miéntras no oprime al ánima intranquila
Toda la fuerza del incendio, exhala
La dolorida Reina quejas tales
A estilo y en acentos maternales:

LXXIII.

«¿Tú nuestra única hija» (y largo lloro
Por la hija y frigias bodas derramaba,
Así hablándole al Rey), «nuestro tesoro
Darás á advenedizos? ¿Ni hallas traba
En su suerte, en mi amor, en tu decoro?
Haya viento propicio, ¡y por esclava
Llevarásela á bordo, y dejaráme
En duelo eterno el robador infame!

LXXIV.

»Ejemplo toma del pastor troyano
Que de Esparta á Ilïon llevóse á Elena.
¿Qué? ¿y tus santas promesas son en vano,
Tu patriótico zelo? ¿Harás ajena
Esa que veces mil paterna mano
Tendiste á Turno ya de afecto llena?
Oigo me arguyes que forzoso agüero
Subyuga el Lacio á príncipe extranjero.

{28}

LXXV.

»Si Fauno así sobre tu mente impera,
No se rinde por eso mi deseo;
Region independiente es forastera,
Que á esto los Dioses aludieron creo:
El orígen de Turno considera:
Ínaco, Acrisio, entre los nombres leo
Que, honrando patria extraña, honran su gente;
Y la clara Micénas fué su oriente.»

LXXVI.

En balde hablaba así la Reina: mira
Que en Latino sus voces no hacen mella;
Y ya, quemando sus entrañas, gira
El veneno furial por toda ella:
Movida, en fin, de ponzoñosa ira,
Fantasmas ve, respetos atropella,
Y por la ancha ciudad el paso ciego
Abrevia con febril desasosiego.

LXXVII.

Cual peonza que en plaza despejada
De juguetones mozos circuida,
Va, del torcido látigo azotada,
Que hace que, vueltas dando, espacios mida;
A ver el boj tornátil de pasada
Necia, curiosa ociosidad convida
Absorta turba; y ni el herir se aplaca,
Ni él ménos bríos de los golpes saca:

{29}

LXXVIII.

Por medio á la ciudad, y entre sus gentes
Indómitas, el paso precipita
La Reina así con ímpetus ardientes.
Nuevas furias concibe ya, medita
Escándalo mayor: en accidentes
Convulsivos, semeja que la agita
Interno Baco: á selva hojosa, inculta,
Lleva á la hija consigo; allí la oculta.

LXXIX.

Tál eludir ó deshacer aquella
Boda intenta que teme y que desama:
Y gritando ¡Evohé! de la doncella
Unico digno á tí, Baco, proclama;
Que por tí, dice, en tiernas hojas ella
Viene á vestir tu predilecta rama;
Por tí, ofrecida á tí, danzando en coro,
Suelta de sus cabellos el tesoro.

LXXX.

Corre la nueva; y del furor tocadas
Ya todas las matronas, desparcidas
Las melenas al viento, sus moradas
Dejan, buscando insólitas guaridas:
Astas vibran de pámpanos ornadas,
Y de rústicas pieles van vestidas;
Otras dan voces de dolor. Blandea
Amata en medio improvisada tea.

{30}

LXXXI.

Y anuncia á voces, con mirar de llama,
De Lavinia y de Turno el himeneo;
Y «¡Oid!» en brozno acento, «Oid,» exclama,
«Oh matronas del Lacio, mi deseo:
Si áun á la triste Reina amais que os ama,
Si honrais fueros maternos, el arreo
De las sienes al punto desatando
Que órgias conmigo celebreis os mando.»

LXXII.

Así en los bosques, en feral desierto,
Con estímulos báquicos incita
Alecto á Amata; y como mira cierto
Prender la llama que atizó maldita,
Y en conflicto por ende y desconcierto
Ve la real casa, y lo que el Rey medita,
Hácia el rútulo audaz la Diosa triste
Va en negras alas que su cuerpo viste.

LXXXIII.

Tiende ella el vuelo á la ciudad que él ama,—
La cual Dánae, traida á la ribera
Al ímpetu del Noto, fundó, es fama,
Con acrisios colonos. Ardea era
Floreciente el lugar, Ardea hoy se llama:
Cambió la suerte, el nombre persevera.
Allí, mediada ya la noche umbría,
En su excelsa mansion Turno dormia.

{31}

LXXXIV.

Deja Alecto su cuerpo horrible, deja
Su apariencia furial; la toma humana;
Ara con rugas mustia faz de vieja;
Con venda ciñe la melena cana
Y con rama de oliva; y ya semeja
A Cálibe, al andar, ministra anciana
De Juno y de su templo. De esta suerte
Muéstrase á Turno, y voces tales vierte:

LXXXV.

«¡Turno! ¿y así permitirás que nada
Te sirvan tantos méritos, y lleve
Huésped dardanio en mengua de tu espada
El cetro que en justicia se te debe?
Aquel enlace y dote conquistada
Por tí con sangre, el Rey te niega aleve:
Y á un extranjero en tu lugar convida.
¡Vé, y por ingratos luégo expon tu vida!

LXXXVI.

»Vé, y los Tirrenos debelando fuerte,
La paz á los Latinos asegura!
Estos avisos mándame traerte
Entre el descanso de la noche oscura,
Saturnia poderosa. ¡Sús! despierte
Tu ardor la juventud, y la conjura
Los muros á dejar, de armas provista,
Y haz que á los Frigios animosa embista!

{32}

LXXXVII.

»Tú á ésos, que yacen junto al bello rio,
Y á sus pintadas naves fiero hostiga
Con rayo abrasador. El labio mio
Te enseña lo que el cielo á hacer te obliga.
Latino propio si en infiel desvío
Niega el pactado enlace, como amiga
Probó tu mano ya, pruébela ahora
Justiciera tambien y vengadora!»

LXXXVIII.

Burlándose el doncel de la adivina,
«No ha faltado,» contesta, «cual supones,
Nuncio que á la ribera tiberina
Me avise que llegaron galeones.
¿Mas tú á notificarme de rüina
A qué vienes con lúgubres ficciones?
No ha puesto la alta Juno todavía
En olvido mortal la causa mia.

LXXXIX.

»Ya: decrépita edad, y asombradiza
De suyo la vejez, tu mente, ¡oh buena
Mujer! con temorcillos martiriza,
Y de especies fatídicas te llena
Viendo entre reyes la empeñada liza.
Cuidar las aras tu deber te ordena;
Hazlo, y deja del reino á los magnates
Acordar treguas ó librar combates.»

{33}

XC.

En cólera creciente se inflamaba
Alecto oyendo á Turno; y Turno, yerta
Paró la vista, áun bien de hablar no acaba:
Espantosa vision le desconcierta,
Convulsivo terror sus miembros traba.
¡Así disforme á demostrarse acierta
La Furia, al propio sér vuelta de lleno!
¡Tanto silban las hidras de su seno!

XCI.

Y ya con vista que abrasando mata,
Al jóven, que algo, en la ocasion estrecha,
En balde de añadir medroso trata,
Sus ojos tuerce y la intencion desecha;
Y dos gemelos áspides desata
De la crin ruda de serpientes hecha,
Chasquéalos su mano, ira rebosa,
Y esto agrega con boca ponzoñosa:

XCII.

«¡Mira la ilusa aquí, la asombradiza,
Á quien el peso de los años, buena
Mujer, con temorcillos martiriza!
¡La que de especies vanas anda llena
Viendo entre reyes empeñada liza!
Torna, torna á mirar, si no te apena:
Furia soy de los reinos infernales;
Guerras llevo en la mano y fieros males!»

{34}

XCIII.

Así diciendo, vengativa tea
Al jóven lanza, en cuyo triste pecho
Ya con negro fulgor hundida humea.
En sudor copiosísimo deshecho,
Que brota y cala, pavorosa idea
Su letargo interrumpe; y ya en el lecho,
Ya fuera, con voz ronca y mano brusca,
Armas pide frenético, armas busca.

XCIV.

Y en sed de sangre criminal, en fiera
Rabia arde loco. Así en sonante llama
Los costados de férvida caldera
Cerca y envuelve allegadiza rama:
Siente el agua el ardor, bulle ligera,
Y enciéndese, y borbota, y se derrama
La desbordada espuma, y vuelto nube
El cálido vapor al aire sube.

XCV.

Hé aquí á sus nobles contra el rey Latino,
Rompida entre ambos pueblos la alïanza,
Turno señala militar camino,
Y armados los convoca á la venganza:
A Italia defender es su destino,
Y rechazar al invasor; que alcanza
Por sí sola, dice él, la fuerza suya,
A que el Latino ceje, el Teucro huya.

{35}

XCVI.

Hecho á los suyos Turno estas razones,
Y á los Dioses pedido fuerza y guía,
Entre sí los rutulios corazones
A la lid se estimulan á porfía:
Corren unos á armarse campeones
Ricos de juventud y lozanía;
Quiénes fieros con sangre régia, y quiénes
Con brazo ilustre y triunfadoras sienes.

XCVII.

Turno inflama á los Rútulos; y vuela
A los Teucros en tanto Alecto impía:
Con nueva traza, al márgen va do anhela
Tras las fieras Ascanio ó las espía;
Y con violento ardor hace que huela
Rastros de ciervo la sagaz jauría
Que Ascanio lleva. Rústicos furores
Aquí nacieron; y despues, horrores.

XCVIII.

Con altos cuernos y gentil figura,
Temprano hurtado al maternal sustento,
Hubo un ciervo á quien daban con ternura
De Tirreo los hijos alimento—
Tirreo, aquel que en campos de verdura
Custodiaba del Rey greyes sin cuento;—
Mas si querido á los mancebos era,
Silvia ante todos en su amor se esmera.

{36}

XCIX.

Ama él su servidumbre, ella le adora:
Plácida jóven, la enastada frente
Con süaves guirnaldas le decora,
Peina á su ciervo y lávale en la fuente:
Manso á la mesa va de su señora,
Ledo caricias de su mano siente;
Ociosas horas en la selva pasa,
Mas de noche, aunque tarde, vuelve á casa

C.

De la querencia, á la sazon, distante,
Ansioso el ciervo de apacible frio,
Sesteaba en la playa verdeante,
Nadando á tiempos á merced del rio.
Los podencos de Ascanio, allí cazante,
Fieros le avientan con ardiente brio;
Y á impulso Ascanio de ambicion inquieta,
Lanza del combo arco una saeta.

CI.

Y dió acierto fortuna á su descuido;
Que á herirle los ijares, por el viento
Volando al ciervo fué con gran rüido
La flecha aguda. El triste huye sangriento
A la usada mansion, y con gemido
Como quien llora y llama en su lamento,
Entra en su establo, y los contornos llena
Con los ecos dolientes de su pena.

{37}

CII.

Con las palmas los brazos se golpea,
Y alza Silvia tristísimos clamores;
Fué el primer llamamiento que á pelea
Convocó los fornidos labradores.
Ellos (pues ya invisible la ímpia Dea
Sembrara en la ágria selva sus ardores)
Al punto comparecen: éste saca
Tizon agudo; aquél ñudosa estaca.

CIII.

Cuanto ha tomado, en armas lo convierte
La rabia, y toma cuanto á mano mira.
Con recias cuñas, con empuje fuerte,
Tirreo á la sazon á hender aspira
Un roble colosal. Y como advierte
Amenazas venir, fuego respira
Del hacha asiendo arrebatado, y llama
Los suyos á su lado y los inflama.

CIV.

Volando en esto la terrible Diosa,
Que alta el momento de dañar espía,
Precipítase audaz, y el ala posa
En la cumbre mayor de la alquería;
Y desde allí la seña sonorosa
Que á pastores reune, al aire fia,
Y por el campo, con el corvo cuerno,
Hace sonar los ecos del Averno.

{38}

CV.

Y el campo se estremece y la arboleda,
Y atónita retumba selva anciana
En són profundo; y aunque léjos queda,
Oye el clamor el lago de Dïana,
Y el Velino, y el Nar, que blanco rueda
Pues de vertientes sulfurosas mana;
Trémulas madres, al rumor del trueno,
Apretaron los hijos contra el seno.

CVI.

Corren al són de la bocina insana
Los rústicos, tomando armas á tiento;
Corre, á auxiliar á Ascanio, la troyana
Juventud en abierto campamento.
Ordénanse las haces: no es villana
Riña ya, ni se ostenta el ardimiento
Con macizas estacas ó tizones;
No; que blanden el hierro, y son legiones.

CVII.

Oscura miés de puntas encontradas
El campo cubre, y en dudosa liza
Reflejan en las nubes las espadas
Del sol los rayos. Tal primero eriza
El piélago sus ondas, y encrespadas,
Más y más cada vez se encoleriza,
Y encumbrándose, en fin, desde su asiento,
Esforzado amenaza al firmamento.

{39}

CVIII.

Hé aquí, lidiando en avanzada hilera,
Crujiente flecha á su garganta asida
Almon cayó, que entre los hijos era
De Tirreo, el mayor. La cruda herida
Con la ferviente sangre que aglomera,
La húmida voz y la delgada vida
Extinguió del mancebo, á cuyos lados
Muchos otros sucumben derribados.

CIX.

Allí murió Galeso, que intervino
Medianero de paz, ¡infortunado!
Rico en tierras cual no otro convecino,
Él, viejo ilustre, y de virtud dechado:
Contaba en sus dehesas de contino
Rebaños cinco de mayor ganado
Y cinco greyes de lanosa cria;
Y el campo con cien yuntas revolvia.

CX.

Miéntras pugnaban con incierto marte,
Firme en cumplir lo que á su fe se fia
Habiendo Alecto por su fuerza y arte
Comprometido en bélica porfía
Y funeral destrozo á cada parte,
Arrebola con sangre su alegría,
Deja á Italia, veloz cruza la esfera,
Y á Juno en voz de triunfo dice fiera:

{40}

CXI.

«Lo que ansiaste, atroz guerra, odios insanos,
Te doy: sangre ha corrido: ahora, si puedes,
¡Vé, reconcilia á Ausonios y Troyanos!
Más allá iré, si gracia me concedes:
Azuzaré los pueblos comarcanos,
Y atraeré sus auxilios con mis redes
Al incendiado campo de la guerra:
De armas, si faltan, sembraré la tierra!»

CXII.

«Basta de ardides y traspasos; tente!»
Juno así respondió: «robusta nace
Esta guerra por sí: sangre reciente
Tiñe las armas que el furor les hace,
Y trábalos él mismo en lid patente.
Que á tan ardiente union y estrecho enlace
Venga de Vénus la famosa casta
Y el rey Latino mismo, ésto me basta.

CXIII.

»¡Y véte al punto! El que en Olimpo impera
No ya en paz que siguieses llevaria
Vagante Furia en superior esfera:
Si áun hay algo que hacer, á mí lo fia.»
Miéntras hablaba así Juno altanera,
Con áspides Alecto descogia
Las bramadoras alas, deja el cielo,
Y al Cocito veloz despeña el vuelo.

{41}

CXIV.

Hay en mitad de Italia, sojuzgado
De montes, noble sitio, por la fama
En apartadas tierras celebrado,
A quien valle Omnisanto el vulgo llama:
Selva le ciñe de uno y otro lado
Con medrosa negrura y densa rama;
Y entre rocas, en óndico tumulto,
Por el bosque un torrente suena oculto.

CXV.

Horrenda cueva allí la vista espanta,
Á Pluton y sus reinos abertura:
Roto Aqueronte, férvida garganta
Gran vorágine abre, y nube oscura
De vapores pestíferos levanta;—
Allí el odioso Númen su figura
Escondió derribándose al profundo,
Y su serenidad devuelve al mundo.

CXVI.

Entretanto á los bélicos furores
Juno cuida poner última mano.
A la ciudad los míseros pastores
Acorren, y sin vida á Almon lozano
Exponen; y esforzando los clamores,
Hendido el rostro de Galeso anciano
Enseñan; y cobrando la esperanza
A los Dioses y al Rey piden venganza.

{42}

CXVII.

En medio al alegato se presenta
Turno feroz, el cual de sangre y llama
El terror con sus voces acrecienta:
Que á reinar á los Teucros se les llama,
Que frigia raza en su lugar se asienta,
Y á él se pone á las puertas, dice, y brama;
Y hacen parte con él hijos de aquellas
Que de Amata en furor siguen las huellas.

CXVIII.

Miéntras las madres en vinosa danza
Atropellan florestas y collados,
(¡De una reina el ejemplo tanto alcanza!)
Ellos de un númen infernal tocados,
Convocan en tropel á la matanza,
Contra el querer del Cielo y de los hados,
Contra el temor de oráculos y agüeros;
Y las puertas del Rey asedian fieros.

CXIX.

Cual peñon en los mares, él resiste;
Como el peñon á quien con golpe rudo
En fragor recio el oleaje embiste,
Y él las ondas ladrantes oye mudo,
Y escollos, rocas que la espuma viste
Hirviente en derredor, los ve desnudo,
Y firme mira, en sus costados rota,
Ir y venir el alga que le azota.

{43}

CXX.

Yendo las cosas á merced de Juno,
Al fin el mal consejo halló camino;
Tál que, habiendo á los Dioses uno á uno
Y á los vientos alígeros Latino
Conjurado con votos importuno,
«En ondas,» dice, «adversas el Destino
Nos arrastra. Vosotros, homicidas,
La impiedad pagareis con vuestras vidas.

CXXI.

»Á ti está reservado acerbo filo;
Tarde á los Dioses volverás tu ruego,
¡Oh Turno desdichado! Yo al asilo
Que abre la tumba á mi esperanza, llego;
Sólo me privas de morir tranquilo!»
Habló Latino, y encerróse luégo,
Y á tristes pensamientos entregado,
Las riendas abandona del Estado.

CXXII.

Fué en el Lacio costumbre;—los albanos
Pueblos la honraron luégo; y la gran Roma,
Hoy si á los Getas lleva ó los Hircanos
Luto, ó sobre los Arabes asoma,
Ó á Oriente ó á los Indos va lejanos,
Ó enseñas propias á los Partos toma,
Roma, abriendo á sus triunfos la carrera,
En la misma costumbre persevera:—

{44}

CXXIII.

Y es así que dos puertas tiene iguales
El templo que renombran de la Guerra,
Por ritos consagrado inmemoriales,
Y por Mavorte, que sangriento aterra:
Guarnécenle cien barras, y son tales
El bronce y hierro que lo mura y cierra,
Que el tiempo destructor los muerde en vano;
Y firme los umbrales guarda Jano:

CXXIV.

Y apénas el Senado la balanza
Inclina por la guerra, ya, ceñida
Romúlea toga á la gabina usanza,
Vistoso el Cónsul presentarse cuida;
Las chilladoras puertas abre, y lanza
El grito que venganzas apellida:
Le sigue el pueblo, y la guerrera pompa
El clangor solemniza de la trompa.

CXXV.

Estas puertas de lúgubre destino,
Rebelde chusma con furor tirano,
Siguiendo la costumbre, al buen Latino
Mandaba abrir contra el poder troyano;
Mas á alargar el Padre no se avino
Al ministerio vil la régia mano,
Y en sombras ocultóse. El vacuo puesto
La Reina de los Dioses llena presto.

{45}

CXXVI.

La cual del cielo rápida desciende,
Y ella misma las puertas rechinantes
Empuja, y los ferrados postes hiende.
Italia, al punto, adormecida en ántes,
En bélico furor toda se enciende:
Quiénes á pié se ensayan; arrogantes
Quiénes, en polvo envueltos, potros doman;
Ya todos piden armas, armas toman.

CXXVII.

Y á las hachas dan filo, y pulimento
Á los lisos escudos y saetas;
Quieren banderas tremolar al viento,
Que el viento hieran voces y trompetas:
Renuevan, pues, al yunque el armamento
Cinco ciudades, á porfía inquietas:
Árdea, Atina potente, Crustumero,
Y Antena torreada y Tíbur fiero.

CXXVIII.

Aperciben las cóncavas celadas,
De cabezas reparo; adargas nuevas
De varillas de sauce conformadas,
Y corazas metálicas y grevas,
Hecho el argento láminas delgadas;
Y nadie ya ni en hoces ni en estevas
Ocupa el pensamiento; que humillado
Yace y se esconde el arte del arado.

{46}

CXXIX.

¿No ves cuál de sus padres los aceros
Reforjan en el horno? El clarin suena;
Pasa de mano en mano entre guerreros
El símbolo marcial: aquél estrena
Yelmo arrumbado en casa; aquéste fieros
Potros á desusado yugo enfrena;
Y la de triple franja, áurea loriga,
Toma, el escudo fiel, la espada amiga.

CXXX.

¡Hora, Musas, abridme el Helicona,
Mi númen sed! Qué jefes principales
Corrieron á ganar triunfal corona
Decid, qué gentes los siguieron; cuáles
Nobles varones en la hesperia zona
Ya florecian: honras desiguales
Da Fama oscura á tan insignes hombres;
Vosotras los sabeis, dictad sus nombres!

CXXXI.

Mezencio de los términos tirrenos,
De los Dioses reidor, primero vino,
Y armó los suyos de coraje llenos:
Lauso con él, mancebo peregrino,
El cual gallardo sobre todos, ménos
Turno, se ostenta, y de otro rango dino;
Hábil jinete y cazador de fieras:
¡Nunca hijo de Mezencio, ay triste, fueras!

{47}

CXXXII.

De Agilina mil hombres sacó en vano
Lauso infeliz. En pos de estas legiones
Noble Aventino en el gramoso llano
Su carro y sus indómitos bridones
Lanza, con palma triunfadora ufano:
De Hércules la hermosura y los blasones
Heredó, y á su escudo da ornamento
Hidra ceñida de culebras ciento.

CXXXIII.

Dióle á luz en las sombras del collado
Que, como él, goza el nombre de Aventino,
Rea, sacerdotisa, que al agrado
Cedió, débil mujer, de un sér divino,
Luégo que, habiendo á Gerïon postrado,
A las regiones de Laurento vino
El semidios, y en tiberinas olas
En paz lavó sus vacas españolas.

CXXXIV.

Trae el hijo de Alcídes su vestido,
Que ancho los hombros y hórrido cubriendo
Arrastra en puntas á los piés partido:
Piel que muestra, á su frente adorno horrendo,
Los albos dientes de un leon vencido
Tal á su regio alcázar va tremendo
Aventino marchando. Sus peones
Menean fieros dardos y rejones;

{48}

CXXXV.

Y la sabina pica aterradora
Blandiendo van. Tras éstos, dos hermanos
Dejan, Catilo y el fogoso Cora,
Argiva copia, jóvenes lozanos,
Los tiburtinos muros que decora
Nombre fraterno; y á lidiar insanos
Acorren, y con armas delanteras
A romper del contrario las hileras.

CXXXVI.

Hijos de nubes dos Centauros, cuando
De níveas cumbres rápidos descienden.
Así, ancho espacio abriendo, resonando,
Arbustos postran y la selva hienden.
Tambien Céculo vino con su bando,
Fundador de Preneste, el cual entienden
Todos los siglos que entre vil ganado
Nació, y fué pronto junto al fuego hallado.

CXXXVII.

De todas partes campesina hueste
Al Rey se adscribe que engendró Vulcano:
Los que tratan las cimas de Preneste,
Los que de Gabia, á Juno grata, el llano;
Los que el gélido Anio, y el agreste
Hérnico monte con arroyos cano;
Los que las tierras de la rica Anaña;
Padre Amaseno, y las que tu onda baña.

{49}

CXXXVIII.

No armados todos van de firme hoja,
Ni hacen ellos sonar carro y escudo:
Gente es que en balas pardo plomo arroja;
Algunos blanden doble dardo agudo:
De piel de lobo capellina roja
Les defiende la sien: de cuero crudo
Lleva el derecho pié cerrada abarca;
Desnudas huellas el izquierdo marca.

CXXXIX.

Gran domador de potros vino luégo
Mesapo, el hijo de Neptuno: el hado
Le protege, y ni á espada ni con fuego
Su sacra vida vulnerar es dado.
Él á su pueblo, en secular sosiego
A pacíficas artes avezado,
A la guerra de súbito apellida,
Empuñando el primero arma homicida.

CXL.

Forman la multitud que le acompaña
Los que el suelo Falisco y Fescenino,
Los que el alto Soracte, y la campaña
Flavinia, y lago y bosques de Cimino
Tratan, y de Capena la montaña.
Más que terrestre, ejército marino,
No de hombres, sino de aves le creyeras,
Movidas con estruendo á las riberas.

{50}

CXLI.

En ordenadas filas los loores
Cantando de su Rey marchaban ellos,
Cual entre húmedas nubes sus candores
Muestran los cisnes de Caistro bellos
Cuando vuelven del pasto, y triunfadores
Cantos exhalan de los largos cuellos;
Y el rio suena y los asianos vados
De la celeste música agitados.

CXLII.

Guiando Clauso va grandes legiones,
Igual él mismo á una legion potente;
Clauso, ilustre varon, de los varones
Antiguos de Sabinia procedente,
Del cual por las latinas poblaciones,
Tribu admitida al fin, la Claudia gente
Se propagó, desde que Roma dada
Fué en parte á los Sabinos por morada.

CXLIII.

Los de Amiterna, innumerable cuento.
Los de Cúres y Ereto habitadores
A Clauso unirse veo en un momento:
La olivosa Mutusca guerreadores
Da á su turno, y la villa de Nomento,
Y el campo de Velino, rico en flores;
Y van los que en Severo desabrido
Y en las Tétricas cumbres hacen nido.

{51}

CXLIV.

Y la Casperia y Forunila gente,
Y la que Himela en sus riberas cria;
La que bebe del Tibre en la corriente,
Y en las aguas de Fábaris: la fria
Nursia y Orcia tambien su contingente,
Y el latino país el suyo envía;
Tambien arma sus hijos la campaña
Que Alia (¡nombre nefasto!) cruza y baña.

CXLV.

En número á las ondas van iguales
Que ruedan en el piélago africano
Si triste se hunde en aguas invernales
Orion; ó á las que de Hermo en fértil llano
Ó en las mieses de Licia candeales
Espigas densas tuesta rayo insano;—
Y suenan los escudos, y la tierra
Treme, de piés batida, en són de guerra.

CXLVI.

Griego, Haleso odia á Troya: sus bridones
Unce al carro, y á Turno, á lid dispuestas
Arrastra mil valientes poblaciones:
Aquellos que del Másico en las cuestas
Cultivan, Baco, tus preciosos dones;
Los que enviaron de sus ágrias crestas
Los Auruncos ancianos; los vecinos
De los húmedos campos Sidicinos;

{52}

CXLVII.

Y los que á Cáles dejan y las bravas
Satículas guaridas, y el asiento
Que tú, Volturno, con tus ondas lavas;
Llegan al par los Oscos ciento á ciento:
Todos redondas y erizadas clavas
Prendidas llevan con flexible amiento:
Adarga que la izquierda cubre enseñan
Y el corvo alfanje con que en lid se empeñan.

CXLVIII.

Ni á tí en mis versos dejaré en olvido
En la ninfa Sebétide engendrado,
Ebalo, por Telon, cuando adquirido
Hubo de los Telebos el reinado,
Y en Cáprea, anciano ya, sentó su nido.
Estrecho el hijo en el paterno estado,
A los campos Sarrastes le dilata,
Y á los llanos tambien que el Sarno trata.

CXLIX.

Y de Bátulo y Rúfras las regiones
Le obedecen, y el valle de Celena,
Y la que Abela entre altos torreones
Campiña mira al pié de pomas llena.
Tercian la pica á guisa de Teutones:
Almete de alcornoque la melena
Ciñe en torno: de acero cicaladas
Brillan las peltas, brillan las espadas.

{53}

CL.

Dichoso en lides, rico en gloria, Ufente,
A tí á la guerra Nersa montuosa
Tambien te diputó. La esquiva gente
De los Ecuos te sigue, que escabrosa
Tierra ocupa, y de asaltos impaciente
En la caza de monte no reposa:
Siempre á nuevos despojos se aperciben,
Armados andan y de presas viven.

CLI.

Tambien, marruvio sacerdote, vino
Umbron á combatir; movióle á tanto
El rey Arquipo: sobre yelmo fino
Tiende sus hojas el olivo santo.
Él los monstruos del reino serpentino
Con el tacto domaba y con el canto;
Iras durmiendo de dragon furente
Manso paraba el ponzoñoso diente.

CLII.

¡Mísero sabio! no será que vede
El paso á la troyana arma homicida
Tu canto soporífero; ni puede
Hierba sanar la inevitable herida
Si en Marsos montes se buscase adrede.
El bosque te lloró que Anguicia cuida,
Y las diáfanas olas de Fucino;
Vivos lagos lloraron tu destino.

{54}

CLIII.

Luégo, prole de Hipólito, dechado
Llegó, Virbio, de garbo y lozanía:
Con la prístina gloria señalado
Materna Aricia á pelear le envía
Del fondo de la selva en que educado
Fué por Egeria, cabe la onda fria,
A par del ara ilustre de Dïana,
Rica en votos, no tinta en sangre humana.

CLIV.

Es fama que despues que sin ventura,
Por traza infame de madrastra fiera
Y de padre cruel sentencia dura,
Fué Hipólito arrastrado en la ribera
Por caballos sin freno, al aura pura
Tornóse á alzar y á la superna esfera,
Por merced de Dïana y su cuidado
Con médicas raíces reanimado.

CLV.

Miró indignado el Padre Omnipotente
Que un hombre de los reinos infernales
Volviese así con apacible frente
A la luz y á los hálitos vitales,
Y ráfaga flechó de fuego ardiente
Contra el de ciencia tanta y hierbas tales
Sabio descubridor, hijo de Apolo,
Y en las estigias aguas sepultólo.

{55}

CLVI.

Compadecida entónces la alma Diosa
A Hipólito tendió su mano pia,
Y en morada le oculta nemorosa
Y allí á la ninfa Egeria le confía:
Oscuro así y en soledad dichosa
Una vida ingloriosa viviria
Por las selvas itálicas, cual hombre
Nuevo, de Virbio bajo el nuevo nombre.

CLVII.

Al templo y á los bosques de Dïana
Por eso á los cornípedos corceles
Llegar no es dado, pues la mar cercana
Huyendo, y monstruos de la mar crueles,
Tiraron mozo y carro en fuga insana.
Él no ménos audaz, ellos más fieles,
Sus potros en el campo el hijo incita,
Y su carro á la guerra precipita.

CLVIII.

Revuélvese ante todos corpulento
Y sobre todos la cabeza eleva
Armado Turno, cuyo almete al viento
Triple penacho ofrece, y alta lleva
Quimera que respira etneo aliento:
Ella su ardor al parecer renueva
Envuelta en tristes llamas, á medida
Que la lid se ensangrienta embravecida.

{56}

CLIX.

Con altos cuernos y relieves de oro
En tanto el terso escudo abulta Io,
Prole aparente de cerdoso toro
(Nobiliaria leyenda); Argos impío
Custodio allí de virginal tesoro
Osténtase tambien; tambien un rio
Figurado de líquida abundancia
De la urna cincelada Ínaco escancia.

CLX.

Con trabadas rodelas en los llanos
Una nube le sigue de peones:
Allí van los Argivos, los Sicanos
Antiguos, en cerrados batallones,
Y Rútulos, y Auruncos, y Sacranos;
Los Labicos, que pintan sus blasones;
Los que te explotan, Tibre, en bosques rico,
Y tus sagradas márgenes, Numico.

CLXI.

Y las gentes que rútulos collados
Cultivan; las que tratan la colina
Circea; las que campos sojuzgados
A Júpiter Anxur, y el que domina
Holgándose en sus verdes arbolados
Feronia; las que la húmeda Pontina
Laguna, y hondos valles por do Ufente
Helado va en el mar á hundir la frente.

{57}

CLXII.

Con gallardo escuadron la marcha cierra
Honor, Camila, de la Volsca gente:
Sus jinetes temblar hacen la tierra
Acorazados de metal luciente.
No á hilar, no á tejer mimbres, mas en guerra
A lidiar y á sufrir, manos y mente
Dió la animosa vírgen, que en su vuelo
Vence al aura y apénas toca el suelo.

CLXIII.

Sobre campos y mieses pasaria
Sin mover las aristas la doncella
En su rápido curso; cruzaria
Con planta enjuta y fugitiva huella
Hinchadas olas de la mar bravía
Como suspensa aparicion. Por vella,
Mozos, hembras, en campos y poblados,
Acuden á su paso embelesados.

CLXIV.

Y áun de léjos admiran cómo vuela
Gentil; cómo con púrpura los bellos
Hombros, terciando regio manto, vela;
Y cómo los undívagos cabellos
En auríferos hilos encairela;
Cómo con licia aljaba da destellos;
Y cuál blande con noble desenfado
El mirto pastoral de hierro armado.

{58}

LIBRO OCTAVO.

I.

Así que de la guerra el estandarte
Turno en su alcázar tremoló en Laurento,
Y con ronca trompeta á toda parte
El alarma llevó, y en movimiento
Sus potros puso y el tropel de Marte,
Los ánimos se turban al momento,
Todo el Lacio á su voz tiembla y le imita,
Toda la juventud arde y se agita.

II.

Por sumos jefes van Mesapo, Ufente,
Y aquel que de los Dioses se reia
Mezencio audaz: de agricultora gente
La campaña doquier dejan vacía,
Recursos rebatando. Incontinente
A Vénulo sagaz allá se envía
Do el gran Diomédes asentó su corte,
Que anuncios lleve y de él favor reporte.

{59}

III.

Cómo con frigias naves ha llegado
Al Lacio; cómo ocupa la ribera
Con sus vencidos Dioses, y del hado
Corona y triunfos en el Lacio espera
El troyano adalid; cómo á su lado
Muchos corren, y, nuncio á su bandera,
Toma el dardanio nombre alas de fuego:
Esto el embajador dirále al Griego.

IV.

Más que el rey Turno y más que el rey Latino,
Dirále, en fin, mirar él mismo debe
A donde á ese invasor, si con destino
Propicio entrare, fácil es le lleve
De ambiciosas conquistas el camino.
Sabe en tanto que el Lacio se conmueve,
Y fluctúa en revuelto mar de ideas
Con zozobrante afan mísero Eneas.

V.

Va, y viene, y torna el ánimo agitado,
Tienta todo y no pára en una cosa:
Así un rayo de luz del sol dorado
O la alba luna, vibra y no reposa
Sobre jarron de bronce reflejado,
En que diáfano líquido rebosa;
Trémulo, acá se anima y allá muere,
Sube, y los altos artesones hiere.

{60}

VI.

Es de noche: en los árboles y en tierra
Mudas yacen las aves y ganados;
Letárgico placer sus ojos cierra.
En tanto Enéas, presa de cuidados,
Lleno del pensamiento de la guerra,
Rindió á tardío sueño los cansados
Miembros, del cielo bajo el dombo frio,
En las amenas márgenes del rio.

VII.

Y hé aquí de entre la plácida corriente
Y pompa de los álamos umbría
Al Dios que guarda el Tibre, el Rey durmiente
Vió alzarse venerable, y que vestia
Cendal verdoso, y en su anciana frente
A las húmedas crines retejia
Oscuras juncias. Habla, y de esta suerte
Consuelo el Númen y esperanzas vierte:

VIII.

«¡Hijo de diva estirpe soberana,
Salve! tú, que arrancada al enemigo
Nos restituyes la ciudad troyana,
Y á Pérgamo inmortal llevas contigo!
Ya sus muros á tí Laurento allana,
Y á tí sus campos abre el Lacio amigo.
Nada temas de próximos combates;
Que patria al fin tendreis tú y tus Penates.

{61}

IX.

»Calmóse de los cielos la tormenta,
Y hechos abonan la palabra mia;
Que aquí una hembra de cerdo corpulenta
Pronto verás entre robleda umbría,
Con treinta lechoncillos que alimenta,
Alba, en torno á sus ubres la alba cria;
Y aquí podrás, alzando al patrio muro,
De afanes tantos descansar seguro.

X.

»Treinta años pasarán, y Ascanio ufano
Fundará, coronando tu destino,
La ilustre basa del poder albano.
Apacibles verdades adivino;
Ilusiones no son de sueño vano.
Mas cómo por ahora abrir camino
Te cabe de tu triunfo al cumplimiento,
Diré en breves razones; oye atento:

XI.

»Los Árcades habitan este suelo,
Que nietos de Palante, acompañaron
Aquí á Evandro, su rey, con fiel anhelo
Siguiendo su pendon: sitio adoptaron,
Y con nombre sacado del abuelo
La ciudad Palantina edificaron
Sobre los montes. Ellos de contino
En guerra están con el poder latino.

{62}

XII.

»Tu campo hermana con el suyo, y liga
Trata con ellos de amistad sincera.
Fácil á par de mi ribera amiga
Yo he de llevarte en direccion certera,
Tál que venzan subiendo sin fatiga
Tus remos mi raudal. Tú á la primera
Luz del dia, con votos y con preces
Vé de Juno á amansar las altiveces.

XIII.

»Cuando conquistes del valor la rama
Gracias tributarás al poder mio.
Yo soy aquel que hoy miras cuál derrama
Su caudal sobre fértil señorío;
Soy el cerúleo Tibre, ilustre en fama
Y de los Dioses predilecto rio:
Aquí en grandioso alcázar me solazo;
Nobles ciudades en mi cuna abrazo.»

XIV.

Dijo el rio, y se hundió cual si buscara
El hondo lecho. Á un tiempo se retira
La noche en ese instante, y desampara
El sueño á Enéas. Yérguese él, y mira
Ya en oriente del sol la lumbre clara;
Y agua cogiendo (Religion le inspira)
Alzala de las palmas en el hueco,
Y así con llena voz anima el eco:

{63}

XV.

«¡Vos, Ninfas de Laurento (en quien los rios
Hallan, raza gentil, su ilustre oriente),
Y oh padre Tibre de raudales pios!
A Enéas acoged, y de su frente
Clementes apartad golpes impíos!
Doquier escondas tu sagrada fuente,
Doquiera, ¡oh bello Dios! secreto mores,
Tú apiadado calmaste mis dolores.

XVI.

»De mí por siempre en himnos bendecido
Serás, y honrado con perpetuos dones,
¡Tú, de cuernos undívagos ceñido,
Rey de rios de Italia en las regiones!
Sólo espero me asistas, sólo pido
Que ratifiques ya tus predicciones.»
Dijo; y dos barcos de su flota alista,
Y gente hecha á bogar, de armas provista.

XVII.

En este punto; (¡oh místicas señales!)
Cándida hembra de cerdo con sus crias
Enéas ve, que, en la color iguales,
Se han tendido en las márgenes umbrías
Sobre la verde hierba. Ofrendas tales
El troyano adalid con manos pias
Te hará, ¡máxima Juno! Ya ante el ara
Dones presenta, y con la grey se pára.

{64}

XVIII.

Y el Tibre, que bajó la noche entera
Hinchado, su corriente á la mañana
Con reflujo suavísimo modera
Y como estanque plácido la allana,
Y abre á las quillas próspera carrera.
Con gozoso rumor la caravana
Ya remos bate, y sobre el fondo quieto
Fugaz resbala el embreado abeto.

XIX.

Los árboles se asombran de la orilla
Viendo venir por el cristal sereno
La pintoresca copia, y cómo brilla
Distante con las armas de su seno.
Dia y noche bogando la escuadrilla
El rio sube de recodos lleno;
En selvas laberínticas se pierde,
Y cruza en ledo giro el bosque verde.

XX.

En medio ya de su radiante vuelo
Ardia el sol, cuando avistó el Troyano
Muros y alcázar, blanco á su desvelo,
Y casas esparcidas, que el romano
Poder más tarde levantó hasta el cielo;
Que era Evandro modesto soberano,
Y modesta su corte. Apriesa inclinan
Las proras ya, y á la ciudad caminan.

{65}

XXI.

Solemnes por ventura en aquel dia
El Rey árcade honores tributaba,
Antes de la ciudad, en selva umbría,
Al semidios de la invencible clava.
Allí Palante, hijo del Rey, se via,
Rudo senado y juventud no esclava,
Incesando á los Númenes. Gotea
Caliente sangre y ante el ara humea.

XXII.

Ellos, viendo que fáciles ascienden
Por entre el bosque opaco altos navíos,
Y hombres que, al parecer, los brazos tienden
Sobre los remos con callados bríos,
La ceremonia con temor suspenden;
Levántanse. Culpables descarríos
Palante audaz reprime, y el acero
Empuña, y al peligro va ligero.

XXIII.

Ya de un alto estas voces firme envía:
«¿Quiénes, mancebos, sois? ¿Cuál clima esconde
Vuestra cuna y orígen? ¿Quién por via
Tan desusada os impelió, y á dónde?
¿Paz, ó guerra traeis? ¿Qué intento os guia?»
En pié sobre la popa así responde
Enéas á Palante, y en la diestra
Rama de oliva, alegre anuncio, muestra:

{66}

XXIV.

«Hijos somos de Troya peregrinos,
Y aquestas armas que confuso admiras,
Armas contrarias son á los Latinos,
Que nos rechazan con rebeldes iras.
Ver ansiamos á Evandro: á sus destinos
Unir los nuestros, con leales miras
Proponemos Dardanios principales.
Tal pedimos; tú lleva anuncios tales.»

XXV.

Pásmale el nombre que oye, y,«¡Vén conmigo!»
Palante dice, «vén, quienquier tú seas,
Donde hables á mi padre, y al abrigo
De mis Penates hospedado seas.»
Tómale de la mano, y como amigo
En las suyas retiene la de Enéas;
Y enselvándose juntos se desvían
Del Tibre, y hácia el Rey los pasos guian.

XXVI.

Manso á Evandro habló Enéas: «Ofrecerte
La verde rama de ínfulas vestida,
¡Oh el mejor de los Griegos! hoy la suerte
Me depara feliz. Ni me intimida
Arcade y jefe á tí de Dánaos verte
Y consanguíneo de uno y otro Atrida.
Hanme traido oráculos sagrados,
Y mi propio querer y el de los hados;

{67}

XXVII.

»Y tu fama tambien, que espacio luengo
Discurre por el mundo; y la lejana
Comun raíz que con tu raza tengo:
Padre y autor de la ciudad troyana,
Hijo Dárdano fué, nuestro abolengo,
De Electra (en Grecia tradicion anciana
Lo acredita); hija Electra fué de Atlante,
Que á cuestas lleva el fuego rutilante.

XXVIII.

»Mercurio, de otro lado, es vuestro abuelo,
Que de Maya gentil nacido un dia,
Por vez primera de la luz del cielo
Gozó en la cumbre de Cilene fria;
Y, si ya sin incrédulo recelo
En arraigada tradicion se fia,
Hija Maya es de Atlante, el mismo Atlante
Que á cuestas lleva el cielo rutilante.

XXIX.

»Así un tronco en dos vástagos se parte,
Y una sangre tenemos. Con legados
No me anuncié, por eso, ni con arte
Pretendí tu amistad tentando vados;
Mas yo mismo en persona, aquí á obligarte
Ocurro al corazon de tus Estados.
Y es comun nuestro honor: la Daunia gente
Tú y yo tenemos enemiga enfrente.

{68}

XXX.

»¿Y quién no ve que si ella nos extraña,
El territorio entero á la coyunda
Humillará de su arrogante saña,
Y el mar que á Hesperia superior inunda
Suyo será, y el que inferior la baña?
Mutua fe dos ejércitos confunda:
Por mí, aporto á la union de ambos pendones,
Sufridos y valientes corazones.»

XXXI.

Habló Enéas: Evandro larga pieza,
Miéntras hablaba, con afan prolijo
Mírale de los piés á la cabeza,
Y «¡Oh el más valiente de los Teucros!» dijo:
«¡Con qué placer (pues con cabal certeza
Quién eres contemplándote colijo)
Te doy mis brazos! En tu faz, tu acento
Miro á tu ilustre padre, á Anquíses siento.

XXXII.

»Yo recuerdo que á Hesíone su hermana
Visitando, y su corte, en Salamina,
Por la Arcadia pasar, de nieves cana,
Príamo quiso. Con su flor divina
Me arrebolaba juventud temprana.
¡Cuánto á la comitiva peregrina
Admiré entónces! Mas Anquíses era
Entre nobles figuras la primera.

{69}

XXXIII.

»Yo hablarle y estrechar su mano ansiaba,
Jóven el alma y de entusiasmo henchida;
Llegué, y al muro que el Feneo lava,
Oficioso llevéle. A su partida
Licias saetas y una insigne aljaba
Y una clámide de oro entretejida,
Y dos frenos me dió, tambien de oro,
Que hoy de Palante son gala y tesoro.

XXXIV.

»En fin, cual lo pedís, la mano mia
Os doy en prenda de amistad sincera.
Y á fe que al primo albor del nuevo dia
Ireis con los auxilios que mi esfera
Consiente. Con partícipe alegría
(Pues dilatarlo más delito fuera)
A celebrar en tanto yo os convido
Este anual sacrificio interrumpido.

XXXV.

»Y desde hora á un festin y á unos altares
Mostraos á concurrir á nuestro lado.»
Dijo; alejados vasos y manjares
Pide; céspedes da de herboso estrado
Por sillas á los nuevos auxiliares;
Y á Enéas en lugar privilegiado
Rústico solio de arce y piel lanuda
De soberbio leon, brindar no duda.

{70}

XXXVI.

Y jóvenes selectos, y del ara
Canos ministros, traen en seguida
Entrañas que el divino fuego asara,
Cestas do con su dón Céres convida,
Tazas do su caudal Baco depara.
Enéas y su guardia, allí tendida,
Lomos de un buey entero, trozos hacen,
Y consagrados intestinos pacen.

XXXVII.

Calmada el hambre, que ávida devora,
Evandro dijo así: «No rito vano,
No vil supersticion, despreciadora
De antiguos dioses, fué, huésped troyano,
Quien el solemne altar que ves ahora
Y estas mesas alzó por nuestra mano;
Fué justa gratitud: piadoso culto
Rendimos, salvos ya de fiero insulto.

XXXVIII.

»¿Ves esa roca en peñas sustentada
Y tanta piedra en torno desparcida,
Y desierta del monte la morada?
¿El estrago no ves que en su avenida
Hicieron recias moles? Tu mirada
Contempla la recóndita guarida,
El antro hondo de quien huésped era
Caco, mitad humano, mitad fiera.

{71}

XXXIX.

»No visitó su lóbrego recinto
El sol: siempre de víctimas recientes
Estaba el suelo con la sangre tinto;
Y en las puertas terríficas pendientes
Gustaba ver su criminal instinto
Torvas cabezas. De su boca ardientes
Humos lanzaba, de Vulcano prole
El monstruo, al menear su inmensa mole.

XL.

»Trayéndonos, al fin, un sér divino,
El tiempo coronó nuestro deseo:
Máximo vengador, despues que al trino
Gerïon humilló, con el trofeo
Riquísimo ufanado, Alcídes vino
Rigiendo en victorioso pastoreo
Ganado hermoso, y vímosle guialle
A par de este almo rio, en este valle.

XLI.

»Cuatro toros proceros, porque nada
Sin ensayar dejase en fraude ó crímen,
Y cuatro vacas hurta á la majada
Caco sagaz, y de su cueva al límen
Tíralos por la cola: revesada
La senda, huellas sin concierto imprimen;
Así, quienquiera que á buscarlos pruebe,
Rastro no habrá que á término le lleve.

{72}

XLII.

»Entre tanto á partir apercibido,
Amenazaba Alcídes su ganado
Repleto asaz, que con mayor bramido
Ya aqueste deja atras, ya aquel collado:
Estremece los bosques el gemido
Por quejumbrosos ecos dilatado,
Y una novilla en la caverna honda
Da un gran mugido que á la grey responda.

XLIII.

»Así un lamento de la res esclava
La esperanza burló, turbó el sosiego
Del tirano raptor. En furia brava
Hércules todo enardecióse, y ciego
Arrebatando la nudosa clava,
A la cumbre del monte corre luégo;
Y por primera vez Caco en los ojos
Mostró terrores en lugar de enojos.

XLIV.

»Y huye, vuela al sagrado de su gruta
Más que el Euro veloz; de alas le dota
Los piés el miedo que la faz le inmuta:
Huye, y se esconde, la cadena rota
Que á la entrada suspende piedra bruta:
(Merced del padre, que en edad remota
Forjó los eslabones); y la puerta
El soltado peñon deja cubierta.

{73}

XLV.

»Murado el monstruo, el héroe que el camino
Le seguia, llegó de rabia insano;
Mira acá, torna allá, perdido el tino,
Los dientes cruje, y su furor es vano.
Él tres veces da vuelta al Aventino,
Tres veces él con vengadora mano
Entrada busca sin que modo halle,
Y tres rendido se sentó en el valle.

XLVI.

»El dorso coronando de la cueva
Hubo á dicha una roca agreste, aguda,
Que á los ojos altísima se eleva
De contornos simétricos desnuda:
Infausto alado ejército la aprueba
Porque á hacer nidos en su cumbre acuda;
Y ella propia hácia la onda tiberina,
Que á izquierda huyendo va, mira y se inclina.

XLVII.

»Fuerte y mañoso, por el diestro lado
Opuesto Alcídes al peñon, ensaya
Moverlo, y de raíz desencajado,
Ya sin que estorbos á sus fuerzas haya,
Empújalo: con eco prolongado
El aire en torno retumbó; la playa
Tiembla oprimida por la enorme piedra
Y medroso el raudal salta y se arredra.

{74}

XLVIII.

»En su palacio y lóbrega caverna
Caco al punto aparece á descubierto,
Cual si en su fondo la region inferna
Mostrase el suelo de repente abierto,
Y las sombras de aquella Noche eterna
Que aborrecen los Númenes, incierto
De luz un rayo penetrara, y ése
A los Manes de asombro estremeciese.

XLIX.

»Sorprendido en su cóncavo agujero,
Viendo la claridad que se derrama
Intempestiva á denunciarle, fiero
En modo inusitado Caco brama:
Tírale dardos Hércules ligero
Del borde, y armas en su auxilio llama
De toda especie, porque al monstruo oprima:
Ramos, disformes piedras le echa encima.

L.

»Ya perdida de fuga la esperanza,
Caco (¡nuevo prodigio!) en su defensa
Columnas de humo de las fauces lanza,
Y el ámbito entoldando en nube inmensa.
Roba á los ojos cuanto á ver se alcanza,
Y une fuego siniestro y sombra densa
En caótico horror. Mas sus ardides
No acobardaron el valor de Alcídes.

{75}

LI.

»Ántes él donde ve que más agita
Ondas el humo, y más su hervor enciende
El negro abismo, allí se precipita
Con salto audaz: entre sus brazos prende
Al que incendios inútiles vomita,
Y vigoroso le comprime, y hiende
Seca de sangre la feroz garganta
Y los hórridos ojos le quebranta.

LII.

»Y volcada la puerta, al claro dia
Las reses y rapiñas que el perjuro
Guardaba y pertinaz negado habia,
Salen: crece el concurso: al aire puro
Arrastran por los piés la mole fria;
Ni se hartan de mirar el rostro, el duro
Gesto, y pecho cerdoso cual de fiera,
Y extinta la garganta que fué hoguera.

LIII.

»Desde entónces, cual ves, el beneficio
Grata celebra en cada aniversario
Cada generacion. Autor Poticio
Fué del culto de Alcídes, y el Penario
Linaje guarda el religioso oficio.
Él puso en este hojoso santüario
Esa ara, que por máxima tenemos
Siempre, y siempre por máxima tendremos.

{76}

LIV.

»¡Ea! de hojas ceñida la cabeza,
Alzad los vasos y verted del vino,
Honrando, amigos, la feliz proeza,
É invocad todos á Hércules divino
Que á todos cubre con igual largueza.»
Dijo el Rey; y entre verde y blanquecino,
Caro, el álamo, al Dios, vistió las frentes
Con sombra circular y hojas pendientes.

LV.

Y llenando la diestra el cáliz santo,
Liban todos con rostro placentero,
Y á los Dioses invocan. Entre tanto
El Héspero, rodando el hemisfero,
Enciende su fanal. Y ya con manto
De piel, los sacerdotes (el primero
Poticio) marchan, por ritual costumbre
Llevando en hachas la sagrada lumbre.

LVI.

Renuévase el banquete: los presentes
De gratísimos dones y manjares
Segundas mesas cubren, y con fuentes
Rebosantes coronan los altares;
Y cercando las aras relucientes,
A entonar ya sus plácidos cantares
Los Salios van, á quien con sacro adorno
El álamo la sien guarnece en torno.

{77}

LVII.

De mancebos un coro, otro de ancianos,
De Hércules cantan los gloriosos hechos:
Cómo dejó con infantiles manos
Los dos gemelos áspides deshechos
Que envió su madrina; los troyanos
Cómo hundió luégo y los ecalios techos,
Y pruebas mil un dia y otro dia
Venció bajo agrio Rey y Diosa impía:

LVIII.

«Trajiste, invicto, al hierro de la muerte
Nubígenas biformes, Folo, Hileo:
Monstruos en Creta domeñaste fuerte,
Y entre sus rocas al leon Nemeo:
Tiemblan las aguas del Estigio al verte;
Y del Orco el guardian inmundo y feo
Tembló en su hórrido antro, donde allega
Huesos roidos que con sangre riega.

LIX.

»No se halló sombra que cejar te hiciera,
Ni áun Tifeo, y armado y corpulento,
Ni vió turbarse tu razon, la fiera
Hidra, al sitiarte con cabezas ciento.
¡Salve, prole de Jove verdadera!
¡Al coro divinal nuevo ornamento!
A los tuyos, aquí, y al sacrificio
Vén con fáciles pasos, vén propicio.»

{78}

LX.

Cantaba el coro así: la áspera roca
De Caco, en fin, su lóbrega guarida
Conmemora, y al monstruo, por la boca
Fuego arrojando, aliento de su vida.
Mueve el canto á la selva, y lo revoca
El eco por los montes. En seguida
Las sacras ceremonias ya acabadas,
A la ciudad dirigen las pisadas.

LXI.

A un lado el hijo, el huésped á otro lado,
Caduco en ambos sostenido iba
El buen Rey, y el camino el varïado
Hablar recrea. La mirada viva
Pasa de cosa en cosa, embelesado
Enéas con la amena perspectiva,
Y pide, á cada antiguo monumento,
Para ojos y oidos alimento.

LXII.

Y Evandro, rey que á alcázares romanos
Echó la basa, de este modo empieza:
«Oye: indígenas Ninfas y Silvanos
Poblaban de estos bosques la aspereza,
Y unos hijos de robles, medio humanos,
Ni á poseer hacienda, ni riqueza
Allegar avezados, ni á uncir bueyes:
Gentes duras, sin hábitos ni leyes.

{79}

LXIII.

»Cruda caza y el árbol más vecino
Nutríanlos. Saturno fué el primero
Que á esta region desde el Olimpo vino
De Jove huyendo el vengativo acero:
Destronado en el cielo, peregrino
En la tierra, el linaje aquél grosero,
Disperso en la selvática fragura,
Trajo á obediencia y á civil cultura.

LXIV.

»Lacio quiso llamar al suelo hesperio
Que dió refugio á su deidad latente;
Y vió bajo su sacro magisterio
Lucir de oro la edad la humana gente:
En paz ejerció el Dios su blando imperio,
Hasta que en cambio vino lentamente
Siglo ménos hermoso, germinando
Amor de lucro y ambicion de mando.

LXV.

»Al Lacio entónces las Ausonias gentes
Vinieron, y vinieron los Sicanos;
Y de nombre mudó veces frecuentes
La tierra de Saturno; y de tiranos
Fué regida: uno de ellos, el de ingentes
Miembros, Tíbris feroz; los Italianos
Trasladámos al Tibre su apellido,
Que antaño Albula fué: nombre perdido.

{80}

LXVI.

»Yo del país que vió rodar mi cuna
Fugitivo, á marítimos azares
Lancéme: omnipotente la fortuna
Y el hado incontrastable aquí mis lares
Plantaron de raíz. Con oportuna
Inspiracion Apolo en altos mares,
Y mi madre Carmenta con tremenda
Profética leccion, me abrieron senda.»

LXVII.

Dice; y andando, al rey de los Troyanos
Señala el ara y puerta que, en memoria
De aquella Ninfa que explicando arcanos
El arte ejercitó divinatoria,
Carmental apellidan los Romanos:
Ella de los Enéadas la gloria
Profetizó sobre el país latino,
Y el futuro esplendor del Palatino.

LXVIII.

Y el bosque ingente enséñale que un dia
Tornó en asilo Rómulo guerrero;
Y el Lupercal bajo la roca fria,
Así nombrado como Pan lobero
Por costumbre que entre Árcades regía;
De Argos, su huésped, cuenta el caso fiero,
Y de Argileto el sacro umbroso abrigo
Muestra, y toma el paraje por testigo,

{81}

LXIX.

Y la roca Tarpeya, en el camino,
De ahí, y el Capitolio Evandro enseña,
Hoy mole rica y oro peregrino,
Mustio collado ayer y áspera breña:
Aun entónces el vulgo campesino
Reverenciaba el bosque y tosca peña,
Tocado ya del religioso miedo
Que reina del sagrado sitio en ruedo.

LXX.

«¿Ese collado ves, que señorea
Frondosa cima?» dice Evandro; «mora
En ese bosque una deidad; cuál sea
El misterioso Dios sólo se ignora:
Al mismo Jove ya, cuando menea
La negra egida en diestra vengadora
Y á tempestad el cielo todo mueve,
Jura haber visto no una vez la plebe.

LXXI.

»Repara luégo este y aquel anciano
Monumento; esparcidos los pedrones
Contempla: ves reliquias de lejano
Imperio y de antiquísimos varones.
Una fundó Saturno y otra Jano
De esas dos arruinadas poblaciones;
Janículo por ello ésta se nombra,
Y Saturnio apellido á aquélla asombra.»

{82}

LXXII.

Hablan; y ajena al esplendor del oro
Tienen delante la rëal morada;
Y donde asombran hoy Romano Foro
Y espléndidas Carenas, ven manada
Tranquila vagueando, y manso toro
Oyen mugir. Evandro, ya á la entrada,
«Pasando estos umbrales,» dijo, «Alcídes
Bajó la frente victoriosa en lides.

LXXIII.

ȃl tuvo por palacio el hogar mio:
Anímate, y tú mismo á un Dios te iguala;
Tesoros menosprecia, y sin desvío
Vén, huésped bueno, á una mansion sin gala.»
Dice; y entrando, con afecto pio
Da á Enéas corpulento estrecha sala,
Y en un lecho de hojas le reposa
Con piel cubierto de africana osa.

LXXIV.

Rueda entretanto, y con su sombra parda
La noche abraza al mundo. Y Vénus bella,
Que á punto mira de que en guerras arda
Laurento, el azorado afan que en ella
Trabaja, ya no enfrena, y más no tarda,
Y en el lecho de oro donde sella
Vulcano su aficion, frases enhila
En que miel de divino amor destila:

{83}

LXXV.

«Cuando Ilïon sin esperanza alguna
Dilataba tan sólo su caida,
Y más que de altos reyes, de Fortuna
Iba á ser Troya en llamas destruida,
No á tí para los tristes, importuna
Pedí entónces, esposo de mi vida,
Armas; en ejercicio de tu arte
No quise inútilmente fatigarte.

LXXVI.

»Callé prudente, aunque debia tanto
De Príamo á los hijos, y á menudo
De Enéas los esfuerzos, no sin llanto,
Vi frustrarse. Hoy que al fin llegar él pudo
Con el favor de Jove, ¡oh númen santo!
Al país de los Rútulos, yo acudo
Á tí, yo á tí mis súplicas dirijo;
Y madre, armas te pido para un hijo.

LXXVII.

»Vencerte supo la hija de Nereo
Y con su llanto la Titonia esposa;
¡Y yo...! ¿Esas gentes que en marcial arreo
Hierros forjan, en liga poderosa
Ves? ¡En muros cerrados yo las veo
Mi ruina maquinar!» Habló la Diosa,
Y con sus brazos de aparente nieve
Blanda al lento marido ciñe y mueve.

{84}

LXXVIII.

En medio del letargo, de repente
Recibe el Dios la conocida llama,
Y el calor que le llaga dulcemente
Rápido por sus huesos se derrama:
Así cuando en relámpago fulgente
La ennegrecida atmósfera se inflama,
Con lumbre devorante cruza inquieta
El seno de las nubes ígnea grieta.

LXXIX.

Cuánto el poder de su hermosura obliga
Conoció Vénus en el buen suceso
De la añagaza. Respondióle, en liga
De inacabable amor Vulcano preso:
«De argüir con recuerdos, la fatiga
Excusa; ¿en mí no fias? Si ántes eso
Que hoy piensas, me dijeses, los Troyanos
Armas, Diosa, llevaran de mis manos.

LXXX.

»Ni Jove omnipotente ni el Destino
Á Troya ni á su Rey negado habria
Vivir diez años más. Y pues te vino
En gustos hoy guerrear, y hay tal porfía,
Cuanto con hierro ó con electro fino
Labrar es dado, cuanto el arte mia
Consigue laboriosa, cuanto puedo.
En suma, concederte, lo concedo.

{85}

LXXXI.

»El aire y fuego me obedece: en duda
No pongas la eficacia de tu ruego;
Todo lo alcanza, y mi poder te ayuda.»
Así razona cortésmente, y luégo
Rendido á la beldad Vulcano anuda
Los vínculos de amor, de amores ciego,
Y dichoso en los brazos de su dueño
Se deja poseer de un manso sueño.

LXXXII.

Cual matrona obligada que granjea
Con la rueca y labores delicadas
El sustento á la vida, la tarea
Al desvelo añadiendo, aletargadas
Cenizas se alza á reanimar, y emplea
En la obra á la lumbre sus criadas,
Y así el lecho que el cónyuge le fia
Guarda sin mancha, y los hijuelos cria;

LXXXIII.

No ménos listo y á la misma hora
(Cuando va en la mitad de su carrera
La Noche, y al alado Sueño azora,
Gustada apénas la quietud primera),
Del estrado en que Vénus le enamora
Alzase el Dios que sobre el fuego impera,
Y del cielo á la tierra en que trabaja,
Vulcania en nombre y obediencia, baja.

{86}

LXXXIV.

Esta á la eolia Lípara se arrima
Y á la sícula costa, isla ardua: humea
De riscos erizada: en honda sima
Truena la ancha caverna ciclopea,
Etna nuevo que el negro oficio lima:
Golpe duro los yunques martillea;
El candente metal no da sosiego,
Zumba el aire, en la fragua aceza el fuego.

LXXXV.

Bronte, Esteropo y Piracmon desnudo,
Ciclopes esforzados, á porfía
En la vasta oficina un rayo agudo,
De aquellos que en ardiente lluvia envía
Jove del alto Olimpo al orbe mudo,
Fabricaban. El rayo aparecia,
Al arribo del Padre ignipotente,
Pulido en parte, en parte deficiente.

LXXXVI.

Tres dardos de granizo en la obra bella,
Tres de agua etérea, tres de alado viento,
Tres de fuego que fúlgido destella,
Mezclado habian; y en aquel momento
Tonante voz, terrífica centella
Añadian, y sordo aturdimiento
E incendio vengador. En otra parte
Ruedas labran prestísimas á Marte:

{87}

LXXXVII.

Ruedas labran al carro en que alborota
Al mundo el Dios que guerras siembra y llamas;
Y á Pálas más allá, broquel y cota
En que esplenden auríferas escamas,
Tersan tambien, donde el que mira nota
De hidras feroces peregrinas tramas
Y, apto á que el pecho á la deidad defienda,
Segado vulto de mirada horrenda.

LXXXVIII.

«Alzad,» dijo llegando el Dios herrero,
«Cuanto empezado habeis, Ciclopes mios;
Alzad; y atentos escuchadme: quiero
Armas para un varon de grandes bríos.
Manos pujantes y exquisito esmero
Aquí todos poned, y aquí lucíos
De magistral destreza haciendo alarde:
Sús! la obra empiece, y en salir no tarde!»

LXXXIX.

Dice; y al punto la labor partida,
A ella corren con ímpetu ligero:
Bullen torrentes de oro; se liquida
En la ancha fragua el llagador acero:
Y escudo ingente, impenetrable egida
Que contraste al latino campo entero,
Al paladino los Ciclopes trazan
Con siete discos que entre sí se abrazan.

{88}

XC.

Cuáles, en medio á la comun fagina,
Suenan los sopladores fuelles; cuáles
Zabullen en el agua allí vecina
Con estridor fogoso los metales:
Gime de heridos yunques la oficina:
Alzando con gran fuerza el brazo, iguales
Alternos golpes dan; tenaza emplean
Mordaz, y el hierro sin cesar voltean.

XCI.

En tanto que así brega el buen Vulcano
En su antro humoso, en su tranquilo lecho
La luz bendita y gorjear temprano
De las aves que triscan en el techo
A Evandro despertaban. El anciano,
La túnica vistiendo al fuerte pecho,
El nuevo dia á saludar se alza;
Las sandalias tirrenas ciñe y calza;

XCII.

Del hombro abajo acomodar no olvida
Al cinto puesta la tegea espada,
Y del izquierdo lado desprendida
Tercia una de leopardo piel manchada;
Y ya dos canes que en su guarda cuida
Y parejos anuncian su llegada,
No bien de su alto nido los umbrales
Ha traspuesto, con él saltan leales.

{89}

XCIII.

De las habidas pláticas, no en vano
Recuerda el prometido contingente
El Rey, y con su huésped mano á mano
Anhela de partir secretamente.
Pues no ménos que el Arcade, el Troyano
Madrugador anduvo y diligente:
Hace á Enéas Acátes compañía;
Evandro con Palante el paso guía.

XCIV.

Ya las diestras se estrechan; ya convida
El uno al otro á la interior morada;
Siéntanse en soledad apetecida,
Y así el Rey empezó con voz pausada:
«¡Oh ilustre capitan, que á nueva vida
Alzas contigo tu nacion postrada!
No por mi fama y por las glorias tuyas
Grande el auxilio que te ofrezco arguyas.

XCV.

»Flaco es nuestro poder; que de una parte
Jurisdiccion nos quita el tusco rio;
De otra, el Rútulo audaz con fuerza y arte
Brama en torno á los muros. Mas yo fio
Con un pueblo magnánimo asociarte,
Fuerte en recursos y apazguado mio:
Propicia la ocasion te anuncia bienes;
Al llamamiento de los hados vienes.

{90}

XCVI.

»De aquí trecho no grande Agila dista,
Ciudad fundada en secular cimiento,
Que de la Lidia gente fué conquista
Cuando en montes de Etruria hizo ella asiento,
De armas que suele el triunfo honrar, provista.
Años muchos de paz tuvo y contento,
Hasta que al rey Mezencio dar le plugo
Muestras de amo cruel y atroz verdugo.

XCVII.

»¿Quién sus maldades hay que en fiel trasunto
Describa? ¡Mal contadas al tirano
Le sean, y á sus hijos! Á un difunto
Cuerpo atar le era fiesta un cuerpo sano,
Diestra con diestra, el rostro al rostro junto,
(¡Oh de martirizar modo inhumano!)
Y en duro abrazo y entre inmunda baba
Así á un mezquino muerte lenta daba.

XCVIII.

»Alzóse un dia armado el pueblo: afronta,
Cansado de sufrir, al Rey: su casa
Sitia, hervidero de maldades: pronta
Muerte á los suyos da: ya el techo abrasa
El fuego, que enojado se remonta.
En medio del estrago huye él, y pasa
Al campo de los Rútulos: le asila
Turno, y el hierro en su defensa afila.

{91}

XCIX.

»En justa indignacion toda se enciende
Etruria, y de rebato á la cuchilla
El cuello criminal traer pretende.
Tú á esos miles de bravos acaudilla,
¡Oh Enéas! te abriré camino; atiende:
Empavesada hervia ya en la orilla
La densa escuadra, cuando oyó de un viejo
Arúspice el fatídico consejo:

C.

«¡Meonia juventud, flor y corona
»De antigua raza! Apruebo que á Mezencio
»Siga el justo furor que le destrona,»
Dice, «mas en Italia no hay, sentencio,
»Tan gran pueblo á vencer, capaz persona;
»Buscad jefe extranjero!» Hondo silencio
Al divino pronóstico sucede,
Y aterrado el Etrusco retrocede.

CI.

»Hoy la acampada hueste á mí se fia:
Cetro, diadema, insignias imperiales
Con legados aquí Tarcon me envía,
Y que vaya me pide á sus rëales
Y ejército gobierne y monarquía.
Flojas mis fuerzas son á empresas tales,
Flacos mis hombros á tan grave carga,
Fria é inerte senectud me embarga.

{92}

CII.

»Y no á Palante en mi lugar envío;
Que en lo extranjero no es cabal; sabina
Madre altera su orígen. Esto, y brío
Juvenil, tienes tú, y una divina
Voz te llama. No tardes, huésped mio;
¡A su gloria dos pueblos encamina!
Yo este buen hijo, de mi edad caduca
Gloria y solaz, te allego; tú le educa.

CIII.

»Edúcale en las armas: tú dechado,
Tú en armas le serás ejemplo y guia:
Aprenda desde mozo á ir á tu lado,
Paciencia ejercitando y valentía.
Jinetes además, lo más granado,
Te doy doscientos de la gente mia;
Y otros doscientos de ánimo arrogante
En nombre suyo aportará Palante.»

CIV.

Dijo. Enéas sin voz, sin movimiento,
Y Acátes, duda amarga, triste idea
Revuelven en el alma. En tal momento
Dales á cielo abierto Citerea
Clarísima señal. El firmamento
Con subitáneo estruendo centellea,
Y que cruje parece y se derrumba,
Y de tirrena trompa el eco zumba.

{93}

CV.

Alzan los ojos: se oye el estallido
Otra vez y otra, y por region serena
Ven en convoy de nubes conducido
Un haz de armas lumbrosas, y que suena
Sienten de léjos el metal herido.
Pásmanse todos. Mas la voz que truena
Conoce Enéas, y que cumple, entiende,
Vénus su alta promesa y le defiende.

CVI.

«No escrutes, noble valedor,» exclama,
«El prodigioso agüero; en mí confía:
Esa voz del Olimpo á mí me llama;
Es fausto anuncio que mi madre envía,
Mi madre, alta deidad. Cuando la llama
Marcial prendiese, me ofreció daria
Esa señal: su protectora mano
Armas me trae que forjó Vulcano.

CVII.

»¡Y oh qué gran mortandad miro presente
Al malhadado campo Laurentino!
Al polvo, Turno, inclinarás la frente;
¡Y tú cuánto broquel, Tibre divino,
Cuánto yelmo darás en tu corriente,
Y derribado cuerpo al mar vecino!
¡Vengan ahora á desplegar sus haces;
Vengan, y rompan las juradas paces!»

{94}

CVIII.

Dice; y del alto solio se levanta:
El muerto fuego á Alcídes consagrado
Devoto anima sobre el ara santa;
Al Lar despues, la víspera obsequiado
Y á los Penates húmiles la planta
Mueve: Evandro y los Teucros, lado á lado,
Por fuero y religion inmemoriales
inmolan escogidos recentales.

CIX.

Encamínase luégo hácia las naves
El dux troyano á revistar su gente:
Para la dura guerra y trances graves
Lo más lucido elige y más valiente:
En blando flote y vueltas van süaves
Los otros, á merced de la corriente;
Con éstos enviar al hijo quiso
De sí mismo y su empresa fausto aviso.

CX.

La marcha, al par, terrestre se acelera:
Caballos danse al héroe y su mesnada;
La alfana que á él le traen cubre entera
Piel de leon roja de uñas de oro armada.
Ya la exigua ciudad sabe y pondera
Que al Rey tirreno vuela una brigada:
Doblan votos las madres: creces toma
Al susto el riesgo; inmenso Marte asoma.

{95}

CXI.

Al hijo estrecha el Rey, su mano asida,
Y «¡Oh! hiciérame volver favor celeste
A los pasados años de mi vida,
Cuando eché á tierra la primera hueste»—
Dice en larga llorosa despedida—
«Aquí mismo, en el valle de Preneste,
Y los escudos de las rotas filas
Quemé triunfante en levantadas pilas!

CXII.

»Á Herilo allí, descomunal guerrero,
Tumbó esta diestra al Tártaro profundo:
De su madre Feronia (¡caso fiero!)
Tres formas recibió viniendo al mundo:
Rey de alma triple y desdoblado acero,
Muerto un tronco, quedábale el segundo
Y otro despues. Mas á los golpes mios
Rindió sus armas y agotó sus bríos.

CXIII.

»Fuese así, no á mis brazos te arrancaras,
Buen hijo; ni insultando la frontera
Con mengua mia, tantas vidas caras
Mezencio criminal segado hubiera;—
¡Desolada ciudad, no así lloraras!...
Vosotros, ¡oh! de superior esfera
¡Dioses! ¡gran Jove, reinador supremo!
A vuestro númen recurrir no temo.

{96}

CXIV.

»¡Oh! ¡del árcade Rey el desconsuelo
Os mueva á compasion, y de un anciano
Padre las preces escuchad! ¡Si el Cielo
Ha de volverme mi Palante sano;
Si él algun dia alegrará mi duelo;
Si firme unirle á mí no espero en vano,
El término alargad de mi partida:
Trabajos sufriré; quiero la vida!

CXV.

»Mas si un hado cruel fúnebres lazos
Á mi esperanza tiende y mi deseo,
Lícito sea fenecer los plazos
De esta mísera vida, hora que áun veo
Incierto lo futuro, y que en mis brazos
Te tengo, hijo, y en verte me recreo,
¡Tú, tan tarde gozado y tan querido!
Nunca nueva fatal hiera mi oido!»

CXVI.

Tal sus adioses últimos plañia
El Rey; y enajenado de sentido,
En brazos sus criados á porfía
Le restituyen al desierto nido.
Y sale la veloz caballería
Por las abiertas puertas con rüido:
En primer línea Enéas va y Acátes;
Otros siguen en pos teucros magnates.

{97}

CXVII.

Con rica sobreveste gallardea
Ostentando en sus armas sus blasones
Entre todos Palante: así campea
El lucero que en líquidas regiones
Se baña, cuyo fuego Citerea
Ama sobre el de cien constelaciones,
Cuando su faz divina alza en el cielo
Y rasga de la triste noche el velo.

CXVIII.

Desde el muro las madres aterradas
Ven las nubes de polvo cuál se extienden,
Y siguen con atónitas miradas
Las bandas que con tanto acero esplenden.
Por desechas de zarzas erizadas,
Abreviando camino, armados hienden,
Y en escuadron que clamoroso cierra
Galopando á compas baten la tierra.

CXIX.

Cabe el helado Ceretano rio
Hay un gran bosque; y mucho negro abeto
Que alturas forma en torno, hácele umbrío;
Le consagró tradicional respeto.
Es fama que á Silvano, númen pio,
Apropiaron aquel lugar secreto
Los antiguos Pelasgos, los primeros
Que ocuparon del Lacio los linderos:

{98}

CXX.

El sitio al Dios de campos y ganados
Le dedicaron, y un solemne dia.
No léjos de estas selvas sus soldados
Tarcon apercibidos guarecia;
Y podíase ya de los collados
Altivos, contemplar en lejanía
La legion que en los llanos acampaba,
Y dónde empieza, ver, y dónde acaba.

CXXI.

Al bosque ameno acuden, que recrea
La fatiga á caballo y caballero.
Vénus que á la sazon, radiante Dea,
En voladora nube el dón guerrero
Traia al paladin, no bien le otea
Cabe el frio raudal, solo y señero
En un repuesto valle, ante él parece,
Y la hadada armadura así le ofrece:

CXXII.

«Cata, hijo, aquí las armas inmortales
Que sola de mi esposo el arte traza:
Las prometidas armas con las cuales
Arrostrarás de Turno la amenaza
Y el soberbio furor de sus parciales!»
Dice, y al hijo Citerea abraza,
Y de una encina al pié, que estaba enfrente,
Deposita el arnes resplandeciente.

{99}

CXXIII.

Reconocido el adalid y ufano
Por la honra excelsa y recibida gracia,
El tesoro contempla soberano
Y la vista sobre él gozosa espacia:
Las piezas, ya en el brazo y ya en la mano,
Revuelve, y de mirarlas no se sacia:
La espada incontrastable, la garzota,
El yelmo aterrador que incendios brota.

CXXIV.

Ya en la enorme loriga brilladora,
Recia en el bronce, en el matiz sangrienta
Como nube cerúlea á quien colora
Fogoso el sol, los ojos apacienta;
Ya de las pulcras grevas se enamora,
De electro y oro que al más fino afrenta;
La lanza admira, y el labrado escudo,
Que humano idioma describir no pudo.

CXXV.

Los ítalos orígenes, las glorias
En él grabó de la romana gente,
No desconocedor de las historias
Venideras, el Dios ignipotente:
De Ascanio y su linaje las victorias
Dispuso de uno en otro descendiente,
Y tanta famosísima batalla,
Quien contempla el escudo, en órden halla.

{100}

CXXVI.

Allí el antro de Marte se descubre,
De una parida fiera verde alcoba:
Dos risueños rapaces, que el salubre
Sustento solicitan de la loba,
Cuélganse en torno á la materna ubre;
Y ella con mansa lengua los adoba,
Ya á éste volviendo en su comun cariño
La robusta cerviz, ya al otro niño.

CXXVII.

Viene tras esto la naciente Roma;
Y las sabinas asaltadas, tales
Aparecen allí como las toma
La ocasion de los juegos Consuales;
Y nueva guerra y súbita, que asoma
De Rómulo á la vez á los parciales,
Y á los Curites y al anciano Tacio,
Pueblo viril de corazon rehacio.

CXXVIII.

Con sus armas, y en pié, y allí cercanos,
Depuestas ya las mutuas amenazas,
Ambos reyes ostentan en las manos
De Jove ante el altar sagradas tazas;
Una cerda que inmolan cual hermanos
Acredita la union de entrambas razas;
Y de Rómulo brilla recien hecho
Tosco palacio de pajizo techo.

{101}

CXXIX.

Luégo en diversas direcciones Mecio
De rápida cuadriga por el llano
Arrebatar se mira;—así en desprecio
No tuvieses tu fe, mísero Albano!—
Arrastrar al follon (¡castigo recio!)
Manda implacable el vencedor romano;
Y entre zarzas pasando y entre abrojos
Rastro dejan de sangre los despojos.

CXXX.

Tú, Pórsena, á tu vez, por el proscrito
Tarquino instando, la ciudad bloqueas;
Y ya de libertad corren al grito
Espadas á blandir nietos de Enéas:
En el ceño el furor llevas escrito,
Y que amagas advierto, como veas
Que osó el puente hundir Cócles, y que libre
Clelia ya de prision, trasnada el Tibre.

CXXXI.

En lo alto del escudo está presente
Manlio, guardian de la Tarpeya roca,
Que en defensa del templo, el eminente
Capitolio ocupando, se coloca;
Y vese allí que de la Gala gente
Que á los umbrales en silencio toca,
Volando avisa con clamor sonoro
Argénteo ganso en pórticos de oro.

{102}

CXXXII.

Entre matas la hueste avanza artera,
Y ya de aquella deseada altura,
Ya casi entre las sombras se apodera,
Dádiva todo de la noche oscura:
Les luce de oro á par la cabellera,
De oro abunda la gaya vestidura.
Y el blanco cuello, que á la leche iguala,
Ciñe, de oro tambien, maciza gala;

CXXXIII.

Y llevando ante sí largos escudos,
Blande cada uno doble dardo alpino.
El de Salios danzantes, y desnudos
Lupercos, á este grupo está vecino:
Señálanse los ápices lanudos
Y el ancil sacro que del cielo vino;
Y matronas, que insignias venerandas
Honestas llevan en carrozas blandas.

CXXXIV.

El mundo de las penas, la alta boca
Del Tártaro tambien la arte divina
Grabó léjos de allí. Tú de una roca
Que amenazando está siempre rüina,
Apareces pendiente, y la ira loca
Temblando de las Furias, Catilina.
Más allá de los justos las mansiones,
A quien dicta Caton sábias lecciones.

{103}

CXXXV.

En medio á estas escenas, mar hinchado,
Un piélago de oro se dilata,
Que en vivo movimiento simulado
Copos de espuma albísimos desata:
En círculo nadando dilatado
Tersos delfines de luciente plata
Girando van, y con alzadas colas
Barrer parecen las hirvientes olas.

CXXXVI.

Cautiva en medio al ponto las miradas
De Accio el conflicto, el próximo remate
Incierto aún: en órden las armadas
Con férreas proas van; hierve Leucate:
Sus ítalas legiones arriscadas
Conduce Augusto César al combate;
Yérguese en popa; el Pueblo y el Senado
Tiene, y los Dioses de la Patria, al lado.

CXXXVII.

Yérguese en la alta popa: fuego alienta
Radiante cada sien; su coronilla
La estrella Julia fúlgida sustenta.
Agripa, que sus tropas acaudilla,
Enhiesto en otra parte se presenta:
Dioses y vientos le cortejan: brilla
Sobre su frente la rostral corona
Que navales hazañas galardona.

{104}

CXXXVIII.

Allí Antonio á su vez bárbara hueste
Manda, con vario militar arreo:
Triunfante la region que la celeste
Aurora ilustra y piélago Eritreo
Ha dejado, y ejércitos del Este
Trae: al Egipcio acompañarle veo,
Y al remoto Bactriano; y (¡mancha odiosa!)
Tambien le sigue forastera esposa.

CXXXIX.

Precipítanse á un tiempo las galeras
Hácia alta mar; y cúbrenla de espuma
Revolviéndola toda, las guerreras
Proras y remos con violencia suma.
Ver bogando las Cícladas creyeras
O montes que, éste á aquél, cayendo, abruma;
¡Tanto estrechan la lid! ¡con mole tanta
Un torreado buque á otro quebranta!

CXL.

Volante hierro y encendida estopa
Caen doquier: la atroz carnicería
En sangre el campo de Neptuno arropa.
Con el egipcio sistro desafía
Cleopatra; y, armados en su popa,
A Anúbis labrador, y á cuantas cria
Feas deidades su país, reserva
Contra Neptuno y Vénus y Minerva.

{105}

CXLI.

Ella mirar no ha osado todavía
Los dos zagueros áspides. En tanto
Arde Mavorte en medio á la porfía,
Tallado en hierro; y esparciendo espanto
Bajan tras él por la region vacía
Las Furias: corre con rasgado manto
Riendo la Discordia; y hiere al viento
Belona en pos con látigo sangriento.

CXLII.

Apolo Accio, que dudoso mira
El trance, desde lo alto el arco tiende;
A Indo y á Egipcio horror mortal inspira:
El Árabe, el Sabeo fuga emprende;
Todos vuelven espaldas á su ira.
Ni á más la Reina espavorida atiende:
Ya, ya jarcias afloja, da la vela,
Vientos convida, por el golfo vuela.

CXLIII.

Grabó á la triste el Dios ignipotente
Con el Yápiga huyendo, á quien invoca
Entre el estrago, pálida la frente
Al soplo de la muerte que la toca;
Y puso al caudaloso Nilo enfrente,
Que abriendo en su dolor séptupla boca,
A su seno cerúleo y honda cama
Con suelta ropa á los vencidos llama.

{106}

CXLIV.

Y luégo en triple triunfo á los romanos
Muros César avánzase opulento:
Máximos á los Dioses italianos
Santuarios fundar tres veces ciento
En Roma, ofrece, y sus alzadas manos
Expresan el eterno juramento.
Y plazas vense y calles en festivas
Danzas bullir y en jubilosos vivas.

CXLV.

Tiene aras cada templo, y centenares
Reune de matronas: sacrifica
Reses el sacerdote en los altares.
César, de Febo en la albicante y rica
Entrada, las ofrendas populares
Reconoce, á las puertas las aplica;
Y ante él desfilan las vencidas gentes
En veste, armas y lengua diferentes.

CXLVI.

Allí el Nómade, el Áfrico, á ligeros
Trajes usado; y Lélegas en fila
Vense, y Carios allí; diestros arqueros
Los Gelones; Eufrátes, más tranquila
Su corriente arrastrando; y los postreros
Morinos; y el que doble cuerno estila,
Reno undoso; y los Dahas renuentes,
Y Aráxes, no enseñado á sufrir puentes.

{107}

CXLVII.

Tales asuntos el sin par Vulcano
En el escudo figurado habia.
De su madre el obsequio soberano
Contempla el paladin, y se extasía
En sus primores; con anhelo vano
Enigma tanto descifrar porfía,
Y de futuros nietos y de Roma
Gloria y poder sobre sus hombros toma.

{108}

LIBRO NONO.

I.

Miéntras Fortuna en el etrusco suelo
En tal manera los sucesos guia,
Hácia el osado Turno desde el cielo
Juno, hija de Saturno, á Íris envía.
En el bosque de un valle que el abuelo
Pilumno consagró, Turno yacia,
Y así empiézale á hablar puesta delante,
Con róseos labios la hija de Taumante:

II.

«Lo que deidad ninguna, por corona
A humano ruego, prometer osara,
Por sus pasos el tiempo te ocasiona,
Turno, y ansa de triunfos te depara:
Sus proyectados muros abandona,
Y flota y compañeros desampara
Enéas, y de Evandro palantino
Al poder y amistad tienta camino.

{109}

III.

»Y áun más: en las etruscas poblaciones
Penetra, incita la nacion tirrena,
Levas hace de rústicos peones.
Corta demoras tú: sazon es buena
Para armar carros, para uncir trotones;
¡Vé, y su campo turbado desordena!»
Dice, y huyendo con parejas alas,
Entre nubes de su arco abre las galas.

IV.

Conocióla el mancebo, tiende iguales
Las manos á la vírgen, y en su vuelo
Léjos la sigue con palabras tales:
«¡Íris, nuncia gentil, joya del cielo!
¿Quién así de los cercos siderales
Envuelta en nubes te redujo al suelo?
¿Qué imprevista estacion? ¿qué cambio es éste?
Aléjase la bóveda celeste,

V.

»Y en el éter erráticas estrellas
Contemplo. Ya el belísono mandato
Que con agüero de esplendores sellas,
Quienquier tú fueres, obediente acato.»
Dice, á las aguas se encamina, y de ellas
Toma en las palmas, y á los Dioses grato
Sus nombres invocando muchas veces,
Hinche la esfera de devotas preces.

{110}

VI.

Ya las armadas tropas á porfía
Marchando en los abiertos campos veo,
Ufanas con veloz caballería
Y ricas de oro y de vistoso arreo:
Mesapo las primeras haces guia;
Las últimas, los hijos de Tirreo:
En medio alto adalid Turno campea,
Y á todos corpulento señorea.

VII.

Así el Gánges en plácida creciente
En siete brazos silencioso fluye;
Y el Nilo, cuando á su álveo la corriente,
Con que inunda los campos, restituye,
Así avanza tambien calmosamente.
Ya la nube de polvo que circuye
Al ejército, han visto los Troyanos
Negra formarse en los tendidos llanos.

VIII.

Y de frontero alcor así el primero
Gritó Caíco: «¿Á quién horror y grima
No pondrá, ciudadanos, ese fiero
Tenebroso turbion que se aproxima?
¡Sús! ¡dardos hay aquí! ¡venga el acero!
¡Y á los muros trepemos, que está encima
El enemigo!» Y con clamor ingente
Cierra las puertas la troyana gente.

{111}

IX.

Que Enéas, sabio capitan, el dia
Que partió, de apariencias lisonjeras
No fiarse jamás mandado habia,
Ni salidas hacer: que las trincheras
Guardasen, dijo, con tenaz porfía.
Sus puestos á ocupar corren ligeras
Las armadas legiones; y es en vano
Que ira en contra y pudor se den la mano;

X.

En vano, que encendida en ellos arda
La muchedumbre por lanzarse: cuida
De obedecer primero, y densa aguarda
Y firme en huecas torres la avenida.
Turno, en tanto, á su hueste en pasos tarda,
Adelántase audaz, suelta la brida,
Con veinte caballeros de alta cuenta,
E improviso ante el muro se presenta.

XI.

Sobre un corcel de Tracia lozanea
Que blancas manchas luce; cresta roja
Sobre el dorado morrïon ondea.
«¿Quién de vosotros, á mi ejemplo, enoja
Con fiero reto á los contrarios? ¡Ea!»
Dice, y blandiendo un dardo, alto le arroja,
Nuncio marcial, y el potro que sofrena
Con garbosa altivez lanza á la arena.

{112}

XII.

Síguenle en clamoroso movimiento...
Mas ¿quién de ellos pensara lo que mira?
El Troyano, en inerte encogimiento,
No igual lid á empeñar armado aspira,
A cobijar su campo sólo atento.
Los muros registrando Turno gira
Furioso en su corcel, y abrir espera,
Por donde entradas no hay, de entrar manera.

XIII.

Cual, llena, asedia un lobo á una majada
En alta noche; y vientos y aguaceros
Arrostra, y por la cerca tienta entrada;
Balan bajo las madres los corderos;
Él ruje, y ya en su presa, áun no tocada,
Ceba sus apetitos carniceros;
Que el hambre acumulada le atormenta
Y arde, áridas sus fauces, sed sangrienta:

XIV.

El Rútulo adalid, de igual manera,
Mirando los rëales y los muros
En ímpetu fogoso se exaspera,
Derrítele el dolor los huesos duros:
Penetrara en la plaza si pudiera;
Y piensa cómo á los que ve seguros
Encerrados Troyanos, fuéra llame
Y á igual lid en los campos los derrame.

{113}

XV.

Con surtas popas la troyana armada
En la orilla contigua á los reales,
Yacia de trincheras resguardada,
Con foso, en derredor, de aguas fluviales.
Abalánzase Turno á la estacada:
A los suyos, que llegan con triunfales
Aplausos, al incendio alienta, excita;
Él mismo un inflamado pino agita.

XVI.

De Turno en pos la juventud se arroja,
Que del jefe el ejemplo la espolea;
Los hogares intrépida despoja,
Y ármase cada cual de negra tea:
Con densas nubes sobre llama roja
Ya aquel, ya este tizon arde y humea;
Y al cielo remontándose Vulcano
Las pavesas esparce al aire vano.

XVII.

¡Musa! ¿cuál Dios de la troyana flota
Apartó, dí, la vencedora llama?
La evidencia del hecho está remota,
Mas tradicion eterna lo proclama.
Cuando leños del Ida á mar ignota
Enéas iba á confiar, es fama
Que al poderoso Júpiter, su hijo,
La alma Diosa Cibéles así dijo:

{114}

XVIII.

«Sé propicio á mi ruego y mi querella,
Ya que el cetro me debes con la vida:
Tuve yo una floresta que descuella
Entre pinares, coronando el Ida;
Muchas ofrendas recibí yo en ella,
Largos años por mí favorecida:
Huecos sagrarios, con la sombra oscuros
De pinos resinosos y arces duros.

XIX.

»Yo he cedido estos árboles de grado
Al dardanio mancebo, de bajeles
Menesteroso. Hoy roedor cuidado
Me aflige: tú le ahuyenta; tú á Cibéles—
Filial premio á sus preces reservado—
Da que sus tablas nunca hundan crueles
Viento ni mar, señuelos ni embestidas;
¡Válgales en mis montes ser nacidas!»

XX.

«¿Qué pretendes,» responde, «madre mia?»
El que mueve los cercos siderales:
«¿Á naves, obra de un mortal, cabria
El fuero de las cosas inmortales?
¿Andar seguro por incierta via
El troyano adalid? ¿Caprichos tales
Habian de alterar leyes del Hado?
¿Tal poder á cuál Dios jamás fué dado?

{115}

XXI.

»Concedo, empero, por calmar tus penas,
Que al fin—cuando por líquidos caminos
Hayan á las itálicas arenas
Llegado, y en los campos laurentinos
Puesto á su capitan, de mal ajenas—
Su sér mortal las naves de tus pinos
Pierdan, y cada cual se trueque en Dea,
Cual Doto de Nereo ó Galatea,

XXII.

»Y esotras que, del mar húmedas Diosas,
Cortan con pecho de marfil liviano
Del piélago las capas espumosas.»
Por las riberas del Estigio hermano
Con torrentes de pez vortiginosas
Juró lo dicho el Númen soberano;
La frente inclina, y del Olimpo dueño,
El Olimpo estremece con su ceño.

XXIII.

Cumplido el plazo por las Parcas fuera,
Llegaba, en fin, el prometido dia:
De la flota á apartar la llama fiera
Turno á la Diosa en su feroz porfía
Constriñe. En esto iluminó la esfera
Nueva luz; nube inmensa Oriente envía,
Cruzar la ven el ámbito sereno
Y que coros del Ida hinchen su seno.

{116}

XXIV.

Y una voz resonó tremenda y clara
Que á Rútulos envuelve y á Troyanos:
«¡Teucros! á defender mi flota cara
Alados no acudais ni armeis las manos;
Cual si los mares á incendiar probara,
Saldrán de Turno los intentos vanos.
¡Huid, diosas del mar! ¡Cada una horra—
Vuestra madre os lo manda—el ponto corra!»

XXV.

Y suéltase cada una en tal momento
Del cable que la tuvo prisionera;
Y de proa zabullen, y el asiento
Solicitan del piélago, á manera
De nadantes delfines; y ¡oh portento!
¡Oh pasmo! cuantas vido la ribera
De bronce en su recinto ancladas proras,
Tantas vírgenes surgen bullidoras.

XXVI.

Los Rútulos temblaron: del espanto
Mesapo mismo poseer se deja
Que á sus caballos alborota; en tanto
Que, formando sus ondas ronca queja,
No á impelerlas se anima el Tibre santo,
Medroso, y de la mar la planta aleja.
Mas del audace Turno nada alcanza
A abatir la soberbia confianza.

{117}

XXVII.

Ántes enciende, y entusiasmo inspira
Con su elocuencia: «Este prodigio,» exclama,
«A los Troyanos solamente mira
Infausto. Si es que Júpiter los ama,
Hoy su auxilio á las claras les retira;
Ya sobra nuestro acero y nuestra llama,
¿En el mar qué les queda ni en la tierra?
Sendas de salvacion el mar les cierra:

XXVIII.

»Nada esperan allá, y en nuestras manos
Acá la tierra ven; que mil legiones
Itálicas la cubren. Hoy, hoy vanos
Esos presagios son y predicciones.
Que orgullosos ostentan los Troyanos;
¡Qué! ¿de Ausonia en las fértiles regiones
Ya no surgieron? Con lo cual sobrado
A Vénus dióse y á la ley del Hado.

XXIX.

»Yo tambien tengo mi inmutable síno:
A una gente de esposas robadora
Destruir por la espalda es mi destino!
De los Atridas el dolor, yo ahora
Lo pruebo: ni á Micénas sola avino
Ser de justa venganza ejecutora!...
¿Qué capital castigo una vez basta?...
¿Mas si la ruina la maldad no gasta?

{118}

XXX.

»Esos golpes mortales de la Suerte
Leccion han sido que enseñar podia
Contra toda mujer odios de muerte!
¡Demente obstinacion! Ved cómo fia
En valla y foso, contra golpe fuerte
Breve retardo, la nacion que un dia,
Aunque obra de Neptuno mal seguros
Vió en llamas perecer sus altos muros!

XXXI.

»¿Quién ahora, elegidos compañeros,
De vosotros, vendrá á meter conmigo
El hacha en esos frágiles maderos?
¿Quién á invadir ese tremente abrigo?
No; ni armas de Vulcano, ni guerreros
Buques mil, contra mísero enemigo
He menester; y porque más se aneguen,
Que todos los Etruscos se les lleguen!

XXXII.

»Ni teman de nosotros, cual del Griego
Que robó el Paladion, cobarde, oscuro,
Cruel asalto, ni que al vientre ciego
De un caballo trepemos; no: les juro
Que en pleno sol y cara á cara, el fuego
En torno llevaremos de su muro;
¡Y así, que con los Dánaos no pelean
Que Héctor diez años entretuvo, vean!

{119}

XXXIII.

»Mas la parte mejor pasó del dia;
Y porque bien habeis entrado, el resto
Justo es dar al descanso y la alegría,
Y esperad nueva lid con nuevo arresto.»
Así habló Turno; y á Mesapo fia
El dar, enfrente á las salidas, puesto
A vigilantes tropas delanteras,
Y las murallas rodear de hogueras.

XXXIV.

Toca á catorce jefes escogidos
El cerco de la plaza; cien soldados
Atentos á cada uno dan oidos:
Y ya con roja pluma empenachados
Rondan, en oro espléndido ceñidos:
Remúdanse: en la hierba recostados
Encomiéndanse á Baco, y se solaza
Vaciando cada cual su henchida taza.

XXXV.

Hacen guardia, al fulgor de las hogueras,
Y jugando entretienen el desvelo.
Desde lo alto, á la vez, de sus trincheras
Mirando están el ocupado suelo
Los Troyanos; y puertas y barreras
Requieren, no sin tímido recelo;
Y las torres con puentes relacionan,
Y las ceñidas armas no abandonan.

{120}

XXXVI.

Mnesteo y el intrépido Seresto
Dirigen la defensa. Para cuando
Sobreviniese temporal funesto,
Enéas, al partir, á ambos el mando
Encomendó de aquella gente. Puesto
Cada cual, los peligros sorteando,
Con solícito afan á ocupar vuela,
Y hacen todos por turno centinela.

XXXVII.

Niso una puerta á la sazon guardaba,
Niso, el hijo de Hírtaco, guerrero
Terrible, á quien el Ida, cuna brava,
Selvática mansion, por compañero
A Enéas envió, con llena aljaba
Y firme dardo cazador ligero:
Euríalo con él, gallardo mozo
A quien apénas apuntaba el bozo.

XXXVIII.

Más que Euríalo hermoso, armas troyanas
Mancebo no vistió; verle enamora:
Fueron en paz y en guerra almas hermanas
Los dos; comun deber los junta ahora.
«¡Euríalo! ¿algun Dios á las humanas
Mentes dará este afan que me devora?»
Niso dice: «¿ó su propio terco anhelo
Cada uno juzgará ser voz del Cielo?

{121}

XXXIX.

»A la lid, ó á algo grande, arduo, me instiga
Implacable hace rato el pensamiento.
¿Cuál confianza el Rútulo no abriga?
¿Ves? rara luz alumbra el campamento:
Los vence el vino, y ya el sopor los liga;
Ningun rumor se siente ó movimiento
En la vasta extension. Mi interna lucha
Contempla ahora, y lo que pienso escucha:

XL.

»Quieren todos, el Pueblo y el Senado,
Llamar á Enéas, y enviarle quienes
Hagan fiel relacion de nuestro estado.
Si me prometen lo que pida, y vienes
Tú en llevarlo (yo quedo asaz pagado
Si glorioso suceso honra mis sienes),
Iré; que al pié de aquel collado, creo,
Hay senda cierta al monte Palanteo.»

XLI.

Quedó atónito Euríalo con esta
Revelacion; y ya con sed de fama
El ánimo encendido, así contesta
Al noble amigo que en su ardor le inflama:
«Niso, tu ingenio á conquistar se arresta
Tanta gloria, ¿y contigo al que te ama
No has de llevar? ¿Y yo sin compañía
Tanto riesgo arrostrar te dejaria?

{122}

XLII.

»¡No! á más nobles acciones fuí criado
Cuando, naciendo entre el marcial rüido
Y las desgracias de mi Patria, alzado
Me hubo en brazos Oféltes, aguerrido
Varon, mi padre; y luégo acá, á tu lado,
A más altos objetos he venido,
Miéntras siga por áspero sendero
Al buen Rey mio hasta el confin postrero.

XLIII.

»Hay aquí un alma que la vida en nada
Aprecia ante la gloria. Con mi vida
Yo tu gloria daré por bien comprada.»
Niso á esto replicó: «Jamás temida
Fué por mi en pecho heroico accion menguada;
¡No! así Jove, así el Dios que en mi partida
Haya de ser de mi intencion testigo,
A los brazos me vuelva del amigo!

XLIV.

»Mas atiende: si ya fortuna loca,
Desdichada ocasion, deidad esquiva
(Que á casos tantos mi ambicion se aboca,
Cual ves), en este lance me derriba;
De ambos, á tí sobrevivir te toca,
Que no á mí, por tus años: sobreviva
Quien mi cuerpo, del campo del combate
Traido, ó recobrado por rescate,

{123}

XLV.

»Mande á la tierra;—ú honras, y, vacía,
Me dedique una tumba, si es que fiera
Niega aquello la suerte... ¿Y yo sería
Quien, causando fracaso igual, hiriera
El tierno pecho de una madre pia
Que, excepcion entre ancianas, va doquiera
Siguiéndote, garzon, en nuestras huestes,
Y el regio hospicio despreció de Acéstes?»

XLVI.

«Vanas razones en tejer porfías,»
Interrumpe el intrépido mancebo:
«Abreviemos el paso; no en mis dias
Me apartarás de la intencion que llevo.»
Y diciendo, despierta á los vigías,
Que por órden acuden al relevo.
Sigue Euríalo á Niso; á andar empiezan,
Y al príncipe los pasos enderezan.

XLVII.

Por los campos los otros animales
Ya anegaban en sueño sus cuidados
Y la ingrata memoria de sus males.
Trataban á ese tiempo, congregados,
De la ardua situacion los principales
Caudillos y la flor de los soldados:
¿Qué haremos, dicen, en angustia tanta?
¿Quién hácia Enéas moverá la planta?

{124}

XLVIII.

En pié están, en mitad del campamento,
Apoyado cada uno en luenga lanza,
Puesto al brazo el escudo. En tal momento
Llegaron, y agitados de esperanza,
Los dos piden audiencia: un pensamiento
Anuncian, que con creces la tardanza
Resarcirá que causen. Acogida
Les da Ascanio, y á Niso á hablar convida.

XLIX.

El cual les dice: «Sin injusto ceño,
Nobles jefes, oid nuestras razones;
Ni por la edad juzgueis de nuestro empeño.
Yacen los enemigos escuadrones
Entorpecidos del licor y el sueño:
Campo á nuestras astutas intenciones
Propicio allí se ofrece, do la puerta
Que mira al mar, dos sendas abre incierta.

L.

»Negro vapor al cielo enviando, humea
Á largos trechos moribundo fuego.
Si permitiereis que ensayado sea
Por nuestras manos de fortuna el juego,
Y á la ciudad vayamos Palantea
A buscar nuestro jefe, luégo, luégo
Terrible con la sangre y los despojos
Le gozarán presente vuestros ojos.

{125}

LI.

»Y no temais que entre el silencio mudo
Andando de la noche, un extravío
Avenga: en estos sitios á menudo
Hemos cazado, y desde valle umbrío
Descubrir la ciudad la vista pudo,
Y explorado tenemos todo el rio.»
Calló Niso; y Alétes, noble viejo,
Sabio varon de magistral consejo,

LII.

«Númenes, cuyo brazo patrocina
A Troya!» exclama: «á fe que á los Troyanos
No preparais una total rüina
Cuando así en años suscitais tempranos
Ímpetus tales de virtud divina!»
Y á ambos ciñe los hombros, y las manos
Estréchales, y en llanto de alegría
El rostro humedeciendo, proseguia:

LIII.

«Premios á vuestros méritos iguales,
Mancebos, ¿dó hallaré que os galardonen?
Lo primero, los Dioses inmortales
Y las propias conciencias os coronen!
Apreciadores de servicios tales,
Segunda recompensa á fe que os donen,
Enéas hoy, y cuando llegue el dia
Ascanio, que olvidaros mal podria.»

{126}

LIV.

«Más digo,» Ascanio interrumpiendo exclama;
«Por los Lares de Asáraco, y el fuego
De Vesta inextinguible, y cuantos ama
Grandes Dioses mi casa, Niso, os ruego
Volvais el padre al hijo que lo llama,
Que se cuenta sin él perdido y ciego:
Mis esperanzas y el destino mio
Yo en vuestros pechos sin reserva fio.

LV.

»Venga él, y en gozos trocará lamentos,
Y el hado amansará que nos maltrata.
Dos vasos de abultados ornamentos,
Que él ya ganó en Arisba, obra de plata,
Dos trípodes tambien, y dos talentos
Grandes de oro, os dará mi mano grata;
Ni añadir una antigua taza olvido
Que recibí de la sidonia Dido.

LVI.

»Que si el hado me otorga que conquiste
El itálico suelo, y se sortea
Espléndido botin, óyeme: ¿viste
El caballo en que Turno gallardea
Y las doradas armas que se viste?
Tuyo el caballo con las armas sea,
Exentos, Niso, del comun despojo;
Tuyo el escudo y el penacho rojo.

{127}

LVII.

»Que añadirá mi padre á dones tales
Doce hermosas esclavas, adivino;
Luégo, doce cautivos, con marciales
Arreos cada cual; y de Latino,
En fin, los predios rústicos reales.
En cuanto á tí, mancebo peregrino,
A quien mi edad sigue el alcance, lazos
Anudando de amor te doy mis brazos;

LVIII.

»Mi corazon te doy, y te recibo
Desde aquí por perpetuo compañero:
De hoy más, sin tí gozosas no concibo
Glorias, que dividir contigo quiero.
Ya el laurel me corone ó ya el olivo,
En todas ocasiones tú el primero
Amigo, á quien el alma nada esconde,
Mio serás!» Euríalo responde:

LIX.

«Nunca, nunca será que yo desdiga
De este animoso arranque; así la suerte
Amiga se presente... ¡ó enemiga!
Mas que ante todo premio pido, advierte:
Tengo una madre, de la estirpe antiga
De Príamo, á quien no razon tan fuerte,
Ni patrio sol, ni regio hospicio, nada
Hubo que de seguirme la disuada.

{128}

LX.

»Yo parto sin hablarla; ella, ¡ay! no sabe
Cuántos riesgos el hijo desafía!
Por la noche y tu diestra, que no cabe
En mí á su llanto resistencia impía;
Venciérame. Consuelo tú süave
Sé, y arrimo, á la pobre madre mia!
Si en tí fincar esta esperanza puedo,
Iré al peligro con mayor denuedo.»

LXI.

Con lágrimas responden de ternura
Los Troyanos presentes. Renovado
El recuerdo del padre, Ascanio apura
Su afecto en él; y el rostro hermoseado
Con llanto, dice: «En esta ardua aventura,
Euríalo, no temas resultado
Que á tan glorioso acometer no cuadre;
Sí, tu madre tambien será mi madre.

LXII.

»Llamárase Creusa, y madre fuera
Mia del todo: en cambio es madre tuya,
No pequeño renombre. Comoquiera
Que esta empresa magnánima concluya.
(Júrolo por mi vida, á la manera
Que ántes mi padre), ó ya te restituya,
Ó no, próspera suerte, honra no escasa
Siempre daré á tu madre y á tu casa.»

{129}

LXIII.

Dice Ascanio llorando, y desanuda
Del hombro al punto una dorada espada,
No de su vaina de marfil desnuda,
De Licaon cretense obra extremada:
Una, de leon despojos, piel velluda
Mnesteo á Niso da: con él celada
Permuta Alétes. De metal cubiertos
Marchan los dos, con hados ¡ay! inciertos.

LXIV.

Los siguen los caudillos principales
Hasta las puertas, jóvenes y ancianos
Con votos y plegarias. Bríos tales
Ascanio ostenta y pensamientos canos
No ya cual de su edad; y mil filiales
Mensajes encomienda: ¡intentos vanos!
Las fugaces palabras recogían
Vientos que á sordas nubes las confían.

LXV.

Salen, pues, y los fosos ya salvados,
Envueltos en la sombra, la carrera
Encaminan á campos malhadados
En que á muchos la muerte ántes espera:
Ven rendidos á trechos los soldados
Y los carros en alto en la ribera;
Entre armas, ruedas, bridas, vino y todo
Mudo yace el ejército beodo.

{130}

LXVI.

Habló el hijo de Hírtaco primero:
«¡Euríalo! osar mucho importa ahora;
Propicia es la ocasion, y éste el sendero.
Tú, no se alce tal vez mano traidora
A hacernos por la espalda un desafuero,
Ten alerta la vista indagadora;
Que yo dando la tala en torno mio
Por ancha brecha conducirte fio.»

LXVII.

Dice, y hace silencio, y á Ramnete
Que en su alta tienda y cama entapizada
Daba roncos bufidos, arremete
Con brazo firme y con desnuda espada.
Rey á un tiempo y augur, á quien somete
El rey Turno sus dudas, fué; mas nada
Valieron artes al dormido mago
Contra el poder de un invisible amago.

LXVIII.

Á tres pajes que entre armas, mezcla ciega,
Yacen, y al escudero y al auriga
De Remo, al pié de sus caballos, llega
Y las flojas cabezas les desliga
A hierro; al amo, en pos, el cuello siega,
Y el tronco deja que abortando siga
Raudales: de cadáveres sembrada
En cálido cruor la tierra náda.

{131}

LXIX.

Y á Lamo oprime, á Lámiro, á Serrano,
Mozo éste de gentil fisonomía
Que hasta tarde despierto estuvo, en vano,
Con el mucho jugar; ya en fin dormia
Puesto en brazos de un sueño asaz temprano,
Con el mucho beber. ¡Feliz si al dia
Aguardase! si, hurtándose al sosiego,
Igualara la noche con el juego!

LXX.

Como leon que, en el furor agudo
De hambre voraz, entre el rebaño vaga
Tierno de carnes y en su espanto mudo,
Que hinche el aprisco, y ya le aferra y traga;
Brama su boca ensangrentada: crudo
Así Niso se ceba: irle á la zaga
Euríalo no quiere, y muertes hace
En la ignorada grey que en torno yace.

LXXI.

Él á Ábaris y á Fado asalto fiero
Y á Herbeso y Reto dió: Reto, que en vela
Todo viéndolo está; medroso empero
Tras una jarra enorme el bulto cela:
En su pecho, al erguirse, entra el acero
Que, sacado, mortal caso revela:
Vierte el triste la vida, y sangre y vino;
Y el nocturno agresor se abre camino.

{132}

LXXII.

Ya al cuartel de Mesapo va, do espira
Sin pábulo la lumbre: allí la hierba
Paciendo atados los bridones mira.
Niso en breves palabras (pues observa
Cuán léjos va llevándolos la ira
Que matando se enciende y exacerba)
Dijo: «La odiosa luz próxima advierto:
No más sangre; ancha senda hemos abierto.»

LXXIII.

Mucha arma allí, mucha maciza plata,
Mucho vaso y riquísimo tapete
Abandonan. Euríalo arrebata
Para sí de Mesapo el justo almete,
Que al viento plumas de color desata;
Despues que los galones de Ramnete
Y el cinto, que áureos clavos ornamentan,
Alzó: en vano sus hombros los sustentan!

LXXIV.

(De Cédico opulento éstas un dia
Galas fueron; el cual al tiburtino
Rémulo como prenda las envía
De alma hospitalidad y afecto fino:
En legado, al morir, éste las fia
Al nieto, y con su muerte, en guerra, vino
A manos de los Rútulos la rica
Herencia, y al más fuerte se adjudica).

{133}

LXXV.

Salen ambos del campo, y ya por via
Segura echan á andar. En tal momento
Respuestas para Turno conducia
Parte de una legion: tres veces ciento
Jinetes son;—atras la infantería
A marchar se apercibe:—de Laurento
Salieron adelante, y á su frente
Va, con broquel cual los demas, Volcente.

LXXVI.

Llegan ya al campo y muro, cuando aquellos
Bultos miran que á izquierda mano tienden.
El yelmo de Mesapo da destellos
Que entre el nocturno clarear ofenden
La vista á quien observe: huyes, mas ellos,
Desmemoriado Euríalo, te venden!
«No equívoca vision mi mente inflama,»
De en medio del tropel Volcente clama.

LXXVII.

Y «¡Alto!» intima: «¿quién sois? decid; ¿de dónde
Ó á dónde os dirigís? ¿Á qué bandera
Adscritos militais?» Nadie responde:
Uno y otro á los bosques acelera
El paso, y á la noche, que le esconde,
Fiado huyendo va. Sin más espera
Cierran al bosque entradas y retretes
En alas desplegados los jinetes.

{134}

LXXVIII.

Selva de encinas negras y jarales
Tendíase ancha allí, de agrios abrojos
Ceñida, y de espesísimos breñales:
Rara trillada senda ven los ojos
En medio de sus calles naturales.
Euríalo, á quien pesan sus despojos,
Y los ramos asombran del recinto,
Piérdese en el confuso laberinto.

LXXIX.

Niso huye, huye impróvido, y ya fuera
Va del alcance de enemiga mano,
El campo atras dejando en su carrera
Que por Alba despues nombróse Albano:
(Campo del rey Latino entónces era,
Y en él grandes majadas). ¡Ay! en vano,
Cuando hubo de parar, buscó al ausente
Amigo, y dijo al fin con voz doliente:

LXXX.

«¡Euríalo infeliz! ¡yo te he dejado!
¿Por dónde, ¡ay triste! he de seguirte ahora?
¿Dónde hallarte?» Y con rumbo retrogrado
Otra vez de la selva engañadora
Intríncase en el seno enmarañado;
Sus propias huellas afligido explora,
Y entre las matas ásperas camina
En que silencio funeral domina.

{135}

LXXXI.

Caballos siente, oye el tropel, escucha
De horda perseguidora el alto aullido;
Ni de tiempo medió distancia mucha
Cuando nuevo clamor hiere su oido,
Y á Euríalo distingue, que relucha
En vano, de contrarios sorprendido:
Turbóle senda ambigua y sombra ingrata;
Y fuerza superior ya le arrebata.

LXXXII.

¿Cómo será que al mísero liberte?
¿Con qué armas defender podrá al amigo?
¿Entre heridas buscando honrosa muerte,
Arrojaráse en medio al enemigo?
¿Qué hará? Blande un astil con brazo fuerte,
Y á la Luna tomando por testigo,
Que alto su carro á la sazon regía,
En voz sumisa esta plegaria envía:

LXXXIII.

«¡Honor de los celestes luminares,
Custodia de los bosques, sacra Luna!
Si á Hírtaco, mi padre, en tus altares
Poner viste en mi nombre ofrenda alguna;
Si, cazador en selvas seculares,
Tu gloria acrecenté con mi fortuna
Tus bóvedas colgando de despojos,
Compasiva á mi afan vuelve los ojos!

{136}

LXXXIV.

»¡Oh! dame que ese grupo desordene,
Y á este dardo en el aire abre sendero!»
Orando así, con cuantas fuerzas tiene
Arroja el arma. En ímpetu ligero
El asta parte despedida, y viene,
Hendiendo sombras, á Sulmon frontero,
Y rómpese en su espalda, y la madera
Hecha astillas las vísceras lacera.

LXXXV.

Agobiado Sulmon rueda al instante,
Y con hondo estertor, trémulo, frio,
Las entrañas fatiga, agonizante,
Y de encendida sangre vierte un rio.
No hay quien no torne á ver, quien no se espante
Niso, entretanto, renovando el brío,
Puesto el brazo á la altura de la oreja,
A asestar otro tiro se apareja.

LXXXVI.

Temblando están del invisible amago
Todos, cuando otra vez dardo estridente
Llega, que ambas las sienes pasa á Tago
Y en su hendido cerebro híncase ardiente.
El causador no indaga del estrago
Llevado de la cólera Volcente,
Ni en quién le cumpla desfogarse mira;
Ciego salta, y bramando estalla en ira:

{137}

LXXXVII.

«Tu sangre ha de correr, quienquier que él sea;
Y en tí de entrambos tomaré venganza!»
Así diciendo, el hierro ya menea
Desnudo, y sobre Euríalo se lanza.
Lleno, á par, de terror, Niso vocea;
Fuera, tambien, de sí, Niso se avanza:
Más tiempo oculto estar no lo tolera
El duro trance, ni él callar pudiera.

LXXXVIII.

«¡Acá, acá, revolved! ¡yo soy!» les dice;
«¡Contra mi pecho encaminad la espada!
¡Oh Rútulos! mirad que ese infelice
Nada osó hacer, ni hacer pudiera nada.
Todo yo lo tracé, todo lo hice.
Por los astros lo juro y la morada
Celeste. Fué su culpa, demasiado
Á un sin ventura amigo haber amado.»

LXXXIX.

Miéntras en vano así Niso clamaba,
Ya la amenazadora punta llega,
Y al costado de Euríalo se clava
Y el tierno pecho le destroza ciega.
Cae el triste, y la vida se le acaba:
Roja sangre sus blancos miembros riega,
Y, doblándose lánguida, reposa
Sobre los hombros la cerviz hermosa.

{138}

XC.

Tál flor purpúrea á quien tronchó el arado
Desfallece á morir; tál la amapola
Sobre su débil vástago doblado
Inclina mustia la gentil corola
Que la lluvia agobió. Desesperado
Niso penetra el escuadron, y á sola
La persona, entre todos, de Volcente
Solicita su cólera impaciente.

XCI.

Acá y allá, ya aquel, ya este guerrero,
Le resisten y estorban: él no cia,
Antes á todos lados el acero
Fulmíneo revolviendo ábrese via;
Hasta que al fin al Rútulo, que fiero
Gritando á la sazon la boca abria,
Por ella adentro le escondió la lanza:
Próximo así á morir tomó venganza;

XCII.

Y encima se desploma herido, inerme,
Del muerto amigo á quien unió su historia,
Y en paz allí su último sueño duerme.
¡Oh, felices los dos! si alguna gloria
Puedo yo de mis versos prometerme,
Siglos no eclipsarán vuestra memoria
Miéntras sustente inmoble el Capitolio
El prez de Enéas y de Jove el solio!

{139}

XCIII.

Vencedores los Rútulos en tanto
Recogido el botin, al campamento
Exánime á Volcente van con llanto
Conduciendo. Menor no es el lamento
Que en los reales cunde, y el espanto,
Cuando á Ramnete ven sin movimiento,
Y tanto noble jefe á quien abruma
Comun calamidad: Serrano, Numa...

XCIV.

Cerca á los que ó difuntos ó mortales
Están, acude multitud ingente:
Ven de espumosa sangre los raudales
Y tibio aún de mortandad reciente
El campo. Reconocen los marciales
Despojos: de Mesapo allí el luciente
Casco; allí el cinto, recobrado á un muerto,
El rico cinto, de sudor cubierto.

XCV.

El áureo lecho de Titon la Aurora
Tímida deja, entre celajes raya,
Y ya su lumbre que horizontes dora
Secretos descubriendo, el sol explaya
Por el mundo. Con voz animadora
Turno, no sin que él mismo armado vaya,
Cual suele, de los piés á la cabeza,
Al arma á todos á llamar empieza.

{140}

XCVI.

Á su voz cada jefe sus legiones
Ferradas, en batalla ordena: ceban
La rabia vomitando maldiciones;
¿Qué más? en astas que en el aire elevan,
De los dos degollados campeones
Los rostros clavan, y, á doquier los muevan,
¡Oh espectáculo! ¡oh bárbaro trofeo!
Síguelos de la plebe el clamoreo.

XCVII.

De sus muros, en tanto, á la siniestra
Los sufridos Troyanos aparecen;
Protegidos del rio, á mano diestra,
Sus anchas fosas á la par guarnecen.
¡Ah! de sus altas torres pasan muestra
Al campo, ¡y cuán de véras se entristecen
Viendo (ni cabe engaño) aquellos vultos
Horribles con la sangre y blanco á insultos!

XCVIII.

Alada en la ciudad la fama rueda,
Y á la madre de Euríalo al oido
Tristes cosas murmura. Ella se queda
Pálida, sin calor y sin sentido:
Va la aguja á los piés, se desenreda
Cayendo de las manos el tejido.
Mesando luégo la melena blanca
Altos gemidos de su pecho arranca;

{141}

XCIX.

Y al muro, á la falange delantera
Frenética ella corre, ella no cuida
Que entre armas y varones acelera
El paso, ni el peligro la intimida;
Y de quejas despues hinche la esfera:
«¡Que así te miro, ay hijo de mi vida!
Tú, arrimo á mi vejez mísera y triste,
¡Cruel! ¿dejarme en soledad pudiste?

C.

»Pues riesgos ibas á correr tan graves,
¿Cómo no me avisaste la ardua empresa,
Ni oí palabras de tu amor süaves?
¡No que hora en tierra ignota yaces, presa
A los latinos perros y á las aves!
Ni honrar me es dado, Euríalo, tu huesa;
Que recoger no pude tus despojos,
Tus heridas lavar, cerrar tus ojos.

CI.

»Ni la ropa vestirte que de dia
Yo y de noche labraba, mis pesares
Consolando en la edad caduca mia.
¡Ay! ¿á dónde seguirte? ¿en qué lugares
Tu destrozado cuerpo quedaria?
¿Y para esto por tierras y por mares
Anduve acompañándote? ¿y es esta
Vision cruel cuanto de tí me resta?

{142}

CII.

»¡Rútulos! si teneis piedad alguna,
Todos aquí asestad; yo la primera
Caiga; ¡matadme!... Ó tú de mi fortuna
Duélete, ¡Padre de los Dioses! Hiera,
Hiérame un rayo tuyo: esta importuna
Memoria acabe: el Tártaro me espera;
Precipítame allá, pues de otra suerte
No es dado á esta infeliz que halle la muerte!»

CIII.

Lloran todos con ella; y ya al deseo
De combatir, con el comun quebranto
Las fuerzas van faltando. Actor é Ideo
A la triste, que enciende duelo tanto,
Acuden, por mandato de Ilioneo,
Y de Yulo, que vierte largo llanto;
Sustentándola en brazos se encaminan
A su hogar, y en el lecho la reclinan.

CIV.

Óyese del clarin el són agudo;
El canoro metal de alarma llena
Los campos, y ya el aire, en ántes mudo,
Con los ecos terríficos resuena.
Formada ya la militar testudo
De Volscos el ejército se ordena,
Y á cubrir apercíbese en batalla
El ancho foso y á arrancar la valla.

{143}

CV.

Buscan unos entrada, y por escalas
Á trepar se dirigen á la parte
Do las haces parece estar más ralas
Que coronan el muro y baluarte.
Se arman los Teucros á su vez; tan malas
Armas no habrá que no utilice el arte,
En que ya los formó la patria tierra,
De guardar plaza fuerte en larga guerra.

CVI.

Picas vibran, y áun vuelcan ya pedrones
Cuyo peso del Rútulo consiga
Romper los defendidos batallones.
¿Y qué? ¿será que conllevando él siga
Tan rudos golpes sin sufrir lesiones
Bajo la densa concha que lo abriga?
No; ni el número basta. ¿Veis do ileso
Marchando viene el peloton más grueso?

CVII.

Pues ya á esa parte misma risco horrendo
Los Troyanos arriman, ruedan: postra
Anchamente á los Rútulos cayendo
Y desbarata su ferrada costra.
La muchedumbre audaz, retrocediendo,
Tal lluvia en ciego asalto más no arrostra,
Y á los sitiados á ofender aspira
Sólo con flechas que de léjos tira.

{144}

CVIII.

Ostentando á su vez Mezencio insano
Su catadura amenazante y fea,
Viene por otra parte, y en su mano
Etrusco pino tenebroso humea.
Mesapo, prole de Neptuno, ufano
Porque indómitos potros señorea,
El vallado tambien romper decide
Y escalas ya para los muros pide.

CIX.

¡Oh Calíope! ¡oh Musas celestiales!
¡Inspirad al cantor! Cuántos encierra
Estragos ese campo funerales,
Decid; á quiénes Turno echó por tierra,
Y otros á otros tambien, cuáles á cuáles;
Desenrollad el libro de la guerra,
Y mi vista contemple aquellos hombres:
¡Vosotros los sabeis, decid sus nombres!

CX.

Con arduos puentes á asombrosa altura,
En oportuno sitio al aire vano
Erguíase una torre. Se conjura
A embestirla el ejército italiano
Con extremado alarde de bravura.
En agolpados grupos el Troyano
Defiéndela con piedras, y á porfía
Por troneras abajo armas envía:

{145}

CXI.

Turno osado, primero en los primeros,
Tira una hacha encendida, que se pega
A un lado de la torre: á los maderos,
Acrecentada por el viento, llega
La llama devorante. Los guerreros
Que adentro ven el gran peligro, en ciega
Confusion á salvar corren la vida,
Buscando en vano y de tropel salida.

CXII.

Y en tanto que se agolpan, en su anhelo,
Á un punto ajeno al fuego, se derrumba
Súbito por su peso el fuerte: el cielo
Con fragoroso estrépito retumba:
Y vienen, medio exánimes, al suelo,
No sin que la alta mole en pos sucumba,
Transfijos por sus armas los soldados
Y de duras astillas lastimados.

CXIII.

Á todos el tremendo golpe acaba,
Salvo á Helénor y á Lico. En años era
Tierno aquél: en secreto, de la esclava
Licimnia al rey Meonio le naciera;
A la guerra de Troya, aunque le estaba
Vedada, ella envióle. De ligera
Armado, iba inglorioso, con desnudo
Acero, y sin divisa el limpio escudo.

{146}

CXIV.

El cual mirando acá, y allá, y doquiera,
Mil haces que le estorban la salida,
Determina morir. Como la fiera
Que de perseguidores circuida
En densa red, contra la opuesta hilera
Se embravece en furiosa arremetida,
Y de un salto sin miedo ni esperanza,
Por cima de los dardos se abalanza;

CXV.

Así Helénor se arroja, y donde advierte
Más densa la erizada tropa, fiero
Entrando por allí corre á la muerte.
Lico miéntras, más que él de piés ligero,
A una fuga veloz fia su suerte
Entre tanto enemigo hórrido acero;
Trepa al muro, cubierto de Troyanos,
Y alto asidero busca, amigas manos.

CXVI.

Á la carrera Turno y con la lanza
Habiéndole seguido, ya cercano
Le mira, ya sobre él victoria alcanza.
«¡Qué! ¿de librarte de mi fuerte mano
Concebiste, demente, la esperanza?»
Dice, y cogiendo al que trepaba en vano,
No sin parte del muro á que se aferra
A sí le trae y le derriba en tierra.

{147}

CXVII.

Con uñas corvas por el vago viento
Á blanco cisne, así, ó á liebrezuela,
La armígera de Jove al firmamento
Arrebata feroz, y encima vuela;
Y al corderillo así, que anduvo á tiento,
Por quien la baladora madre anhela,
Roba el fiero animal que sirve á Marte.
Ya clama el sitiador por toda parte;

CXVIII.

Corre y los fosos terraplena, y pega
Antorchas á los muros, con desprecio
Del peligro de muerte á que se entrega.
A las puertas terrífico Lucecio
Llamas vibrando amenazante llega.
Venir le mira, y un peñasco recio,
Como roca de monte desprendida,
Lanzó Ilioneo, y él rindió la vida.

CXIX.

Ligro en Ematio, Asila en Corineo
(Hábil uno en lanzar venablo fuerte,
Otro, falaz saeta) atroz deseo
Sacian. Ceneo á Ortigio da la muerte;
Turno derriba al vencedor Ceneo,
Y á Itis, á Dioxipo deja inerte,
Y á Prómolo, y á Clonio, y á Sagares,
Y á Ida, que guardaba altos lugares.

{148}

CXX.

A Priverno quitó Capis la vida.
Habíale primero rasguñado
Temílas con su lanza. Él, que á la herida
Fué la mano á llevar, desacordado
Tira el escudo. En alas conducida
Vino una flecha, y al izquierdo lado
Clava su mano, entra, la entraña hiere
Que aire recibe y da, y el triste muere.

CXXI.

Arcencio, el de figura señalada,
Allí, de ibera púrpura luciente,
Su rico arnes y clámide bordada
Mostraba. (Le envió su padre Arcente
De la selva á la madre consagrada,
Do le criara, á par de la corriente
Del Simeto, que ve en ofrendas rico
El altar propiciable de Palico.)

CXXII.

Así como tan bellas galas mira,
Dardos suelta Mezencio, honda estridente
Toma, y tres veces la sacude y gira
En torno á su cabeza, y al de Arcente
Encaminando la amenaza, tira
Eala, forjada ya de plomo ardiente,
Y ambas sienes le pasa, y de la almena
Le hace caer á la tendida arena.

{149}

CXXIII.

Entónces dicen que por vez primera
Arco y flechas el príncipe troyano,
Temidas ya de fugitiva fiera,
Usó en guerra homicida; y por su mano
Mató á un fuerte guerrero, de quien era
Rémulo sobrenombre al de Numano,
Y por mujer, de Turno, poco hacía,
A la hermana menor tomado habia.

CXXIV.

El cual amenazando horrenda tala
Va delantero, y del reciente enlace
Haciendo y de sus fuerzas muestra y gala;
Y clama audaz cuanto decir le place:
«¡Oh pobres Frigios, los de suerte mala!
¿Tercer asedio enrojecer no os hace?
¿Y pensais que os serán reparo fuerte
Frágiles tablas contra instante muerte?

CXXV.

»¡Y tal linaje en actitud guerrera
Nuestras esposas pide, ó nuestras vidas!
¿Qué Dios os trajo, ¡míseros! qué fiera
Demencia á Italia? Aquí no hallais Atridas
Ni enlabiador Ulíses os espera;
Antes lo habreis con gentes aguerridas
Que su prole, al nacer, al rio llevan,
Y de agua y hielo en el rigor la prueban.

{150}

CXXVI.

»Juventud es la nuestra que se emplea,
Fatigando los montes, en la caza;
Que en manejar el arco se recrea,
Que en domeñar caballos se solaza.
No hay duro empeño á que inferior se vea:
Sobria, sufrida, inquebrantable raza,
Ó con rastro tenaz doma la tierra
Ó bate muros en abierta guerra.

CXXVII.

»Hierro es en todo tiempo nuestra usanza:
Si movemos la tierra, al buey tardío
Con el cuento aguijamos de la lanza:
Ni gustos muda ni el nativo brío
Edad provecta á quebrantar alcanza;
Yelmos dan á las canas atavío:
Mozo y viejo á la par conquistas hacen,
Y en vivir de despojos se complacen.

CXXVIII.

»Vosotros, los de ropas en que arde
Con el zafran el múrice de Oriente,
Teneis por dentro un corazon cobarde:
Es vuestra ocupacion ocio indolente,
Voluptuosa danza es vuestro alarde:
Con el frigio tocado ornais la frente,
De cintas rodeándola y de lazos,
Y en blandos pliegues enredais los brazos.

{151}

CXXIX.

»¡Oh Frigias, más que Frigios! ¡Id! Guarida
Alta el Díndimo os abre: á sus parciales
La flauta berecintia allá convida
Con la usual melodía; ¿y los timbales
No ois de la Deidad que reina en Ida?
Id al báquico estruendo, y las marciales
Luchas dejad á varoniles pechos;
A llevar armas no alegueis derechos!»

CXXX.

Á vueltas de sus fieros y blasones
No en calma Ascanio á tolerar se avino
Del jayan los dicterios y baldones:
Tiende el arco y atrae el nervio equino,
Los brazos en contrarias direcciones
Esforzando; mas, ántes que camino
Dé su mano á la flecha voladora,
Los ojos alza y reverente ora.

CXXXI.

«¡Oh Jove omnipotente! así me ampares
Y premies con el éxito que imploro
Mi empeño audaz; y ofrezco á tus altares
En sacrificio un jóven y albo toro
Que ya á las astas de su madre, pares
Yerga las suyas, retocadas de oro,
Que muestre corneando su ardimiento
Y polvo con los piés esparza al viento!»

{152}

CXXXII.

Oyóle el Padre complacido, y truena
Á izquierda mano, despejado el cielo.
Descargándose al punto el arco suena,
Y disparado el homicida telo
De la cuerda tirante se enajena,
El aire rasga en estridente vuelo,
Llega, y traspasa con el hierro insano
Las sienes cavernosas á Numano.

CXXXIII.

«¡Anda, soberbio, y al valor regala
Con burlas que el castigo desafían!
Los pobres Frigios, los de suerte mala,
Esta respuesta á tu arrogancia envían.»
Conciso Ascanio así su furia exhala.
Los Teucros, que admirados le veían,
En aplauso triunfal su nombre elevan
Y al cielo la esperanza en alas llevan.

CXXXIV.

Desde un punto sereno de la esfera
En una nube, sobre el aura pura,
Apolo, el de la hermosa cabellera,
Miraba en ese instante por ventura
El fiero asalto y la defensa fiera,
Y á Yulo vencedor así conjura:
«¡Bien hayas, jóven de inmortal destino!,
¡Sigue! ¡ése es de los astros el camino!

{153}

CXXXV.

»¡Bien hayas, nieto ya, y futuro abuelo
De Dioses! Cuanta guerra el hombre enciende,
Trocarse en paz verá dichoso el suelo
Reinando tu familia. A tí no extiende
Troya su hado cruel.» Dice, y del cielo,
Rasgando el aire vibrador, desciende
A Ascanio, y de sus formas se desnuda,
Y el rostro en el del viejo Bútes muda.

CXXXVI.

El cual del noble Anquíses escudero
Y su fiel guardapuertas fuera un dia;
Tiempos despues lo dió por compañero
A Ascanio Enéas, y por útil guia.
En la blanca cabeza y ceño austero
Apolo, andando, á Bútes contrahacia,
Y en la voz y el color y la apostura,
Y en el bronco sonar de la armadura.

CXXXVII.

Y á Yulo enardecido, «¡Hijo de Enéas!
¡Basta!» dícele el Dios, «basta á tu gloria
Que así á Numano castigado veas
Bajo tu brazo. Esta primer victoria
Apolo te concede, y, que le seas
Émulo ya en el arma venatoria,
No mira, no, con voluntad aviesa.
Mas tú ya en el combate, ¡oh niño! cesa.»

{154}

CXXXVIII.

Trunco el discurso, y la mortal figura
Deponiendo, á los ojos se evapora
El Dios, raudo cruzando el aura pura.
Descubrióse en la fuga voladora:
Leve han visto los jefes su armadura,
Y áun su aljaba alejarse oyen sonora;—
Y obedécenle ya: de la pelea
Apartan al garzon, que la desea;

CXXXIX.

Y al peligro otra vez sus corazones
Presentan. Por los muros va en aumento
El bélico clamor. Fuertes varones
Tienden el arco, ó del revuelto amiento
Tiran sus jabalinas y lanzones.
Todo de armas se cubre el campamento.
Huecos yelmos doquier suenan y escudo:
Con choques leves y con golpes rudos.

CXL.

Arrecia por momentos la batalla.
Naciendo las Cabrillas, de Occidente
Así tambien azotadora estalla
La lluvia; con granizo así estridente
Fiero turbion el piélago avasalla
Cuando el Eter, con austros inminente,
Empuja acuosa tempestad, y el trueno
A las cóncavas nubes rompe el seno.

{155}

CXLI.

Pándaro y Bícias, de Alcanor de Ida
Hijos, criados por la agreste Hiera
En la selva de Jove (en tal guarida
Ni arduo abeto ni cumbre hubo altanera
Que á aquellos mozos superior se mida),
La puerta que á guardar el Rey les diera
Abren; y en su gran fuerza ambos seguros,
Retan al enemigo á entrar los muros.

CXLII.

Á un lado y á otro armados aparecen
Adentro, á fuer de torres, con cimera
En que altivos plumajes resplandecen.
Tal orillas del Po, ó á la ribera
Del Atesis ameno, iguales crecen
Dos encinas de intonsa cabellera,
Y, el pié afirmando en el bañado suelo,
Mueven la vana cresta allá en el cielo.

CXLIII.

Los Rútulos, la entrada al ver patente,
Se lanzan. Cada cual con su cohorte,
Sin más tardar avanzan ya: Quercente,
Y Aquícolo, en las armas y en el porte
Hermoso, y Tmaro, de ánimo vehemente,
Y Hemon, alumno del feroz Mavorte:
Estréllanse en su arrojo, y los primeros
Dejan en el umbral vidas y aceros.

{156}

CXLIV.

Y, siguiendo á sus jefes los soldados,
Ya espaldas vuelven los que atras venían;
Mas cobra la ira hostil mayores grados,
Y otra vez atacar tal vez porfían.
Por su parte los Teucros, agolpados
Hácia aquel punto, más y más confían;
Y salen, y alejados de la puerta,
Persiguen al contrario en liza abierta.

CXLV.

El rey Turno que, en otra parte, insano
El espanto y la muerte á muchos lleva,
Oye que encarnizándose el Troyano
A abrir sus puertas orgulloso prueba;
Del asalto emprendido alzando mano,
Con ira que sus ímpetus renueva
Acude, acorre á la patente entrada
Por gemelos gigantes custodiada.

CXLVI.

Y á Antífate ante todos, que gallardo
Ante todos tambien la planta mueve
(Del alto Sarpedon hijo bastardo
Que le nació de una mujer de Tebe),
De itálico cerezo arroja un dardo
Que en su garganta, hendiendo el aura leve,
Va á hundirse: ancha la herida brota un rio,
Y arde, hincado al pulmon, el hierro impío.

{157}

CXLVII.

A Afidno luégo, á Mérope, á Erimante
Rinde, y á Bícias, que amenazas pára
Rugiente, con mirada centellante;
Contra venablos el arnes le ampara.
Ni azagaya lanzó Turno al gigante;
Con zumbadoras cuerdas le dispara
Falárica mortal cual rayo fiero:
A su empuje el taurino doble cuero,

CXLVIII.

Y áun con dobles escamas de oro fino
La fiel loriga resistir no pudo:
Desmayado el gran cuerpo al suelo vino,
Tembló la tierra y retumbó el escudo.
Con golpe así y estruendo repentino
Yerto pilar que giganteo y mudo
En ántes dominara el mar de Bayas,
Cae tal vez en las soberbias playas,

CXLIX.

Y rueda así con ímpetu y rüina
Y en el fondo del piélago se ensena:
Toda se turba la extension marina
Al impulso, y resurte negra arena;
Y estremécese Prócida vecina
Desde su asiento, y con espanto truena;
Truena el áspero lecho de Inarime,
Donde á Tifeo Júpiter oprime.

{158}

CL.

Entónces Marte armipotente asiste
Y enérgicos estímulos añade
A los Latinos, y de ardor los viste
(A los Troyanos á la vez invade
Con Pavor tenebroso y Fuga triste);
Y ya, porque en sus almas se persuade
El Dios guerrero y á la lid los guia,
Invasores acuden á porfía.

CLI.

Como, postrado el cuerpo y la faz muerta,
Al hermano infeliz Pándaro mira
Y el mal suceso ve, cierra la puerta;
Ella al empuje vigoroso gira:
Con sus hombros anchísimos cubierta
Él la tiene por dentro, y en su ira
A muchos de su gente allende el muro
Mezclados deja en el combate duro.

CLII.

Á otros, empero, de tropel, consigo
Adentro recibió. ¡Ciego y demente!
Que no ha echado de ver cómo al abrigo
De aquella confusion, entre la gente
El jefe del ejército enemigo
Siguiendo impetüoso la corriente
Penetra, como tigre despiadado
En medio de pacífico ganado.

{159}

CLIII.

Entran, pues. Mas de súbito á sus ojos
Brilla extraña vision: altos se mecen
Sobre yelmo gentil crestones rojos;
Crujen hórridas armas que estremecen,
Y luz fiero broquel vibra á manojos...
Al punto aquel semblante que aborrecen,
Y aquel brazo feroz que temen tanto,
Los Teucros reconocen con espanto.

CLIV.

Pándaro, en el furor á que la muerte
De su mísero hermano le arrebata,
Alzase entónces corpulento y fuerte,
Y «El palacio dotal no ves de Amata,»
Exclama, «ni Árdea es ésta que á tenerte
Abre el recinto de sus muros, grata
A un hijo vencedor. ¡Turno! has entrado
En campo hostil, y ya salir no es dado!»

CLV.

Y Turno, con sonrisa de bonanza:
«Mide, pues, esa diestra con la mia,
Y á Príamo dirás que en mi pujanza
Otro Aquíles topó tu cortesía!»
Con nudos y corteza áspera lanza
Pándaro desembraza; la desvía
Juno en su vuelo: á herir el hierro acierta
Los aires sólo, y se clavó en la puerta.

{160}

CLVI.

«No será cual la tuya inobediente
Arma de esta mi diestra manejada,
Ni ella sus golpes eludir consiente,»
Dice Turno; y se empina, alta la espada.
Y en la mitad descarga de la frente
A Pándaro tan recia cuchillada,
Que no paró sin que con ancha herida
Las impubes quijadas le divida.

CLVII.

Cae el jayan; y el suelo en són profundo
Treme, no acostumbrado á golpes tales.
Con sangre y sesos el arnes inmundo
Tiende en tierra, y á par descomunales
Sus miembros, el coloso moribundo;
A hierro en partes dividida iguales
Cuélgale la cabeza á entrambos lados;
Y cuantos miran esto huyen turbados.

CLVIII.

Si al vencedor al punto se ocurriera
A sus parciales franquear la entrada
Rompiendo con su mano la barrera.
Fuera aquella ocasion postrer jornada
A la emprendida lid, y luz postrera
A la raza de Príamo cuitada;—
Mas de sangre la sed, que sangre huele,
De los que huyen en pos loco le impele.

{161}

CLIX.

Y á Fáleris, y á Gíges, un jarrete
Habiéndole en la fuga herido, alcanza:
Con picas de éstos á otros acomete;
Juno el fuego le da de su venganza.
Clavó á Fégeo en su escudo, y arremete
Tras de Hális, y hácia aquellos ya se lanza
Que están desde los muros braveando:
Prítanis, y Halio, y Noemon, y Alcrando...

CLX.

¡Tristes! no le aguardaban. Se le aboca
Linceo, empero, entre ellos avisado,
Y contra él, aunque tarde, los convoca:
Turno se le adelanta, en un vallado
Se apoya, el hierro esgrime, y le derroca
De un tajo, con el yelmo destroncado
La segada cabeza. Y luégo á Amico
Postra, en despojos de la selva rico,

CLXI.

Cazador que cual nadie el arte y dolo
De enherbolar saetas conocia.
Mató despues á Clicio, hijo de Eolo;
Y á Creteo, á quien fué la compañía
Fiel de las Musas su deleite solo,
Su ejercicio el laud, la poesía
Su amor. Carros marciales, lides bravas
Siempre, ¡vate infeliz! cantando estabas.

{162}

CLXII.

Oyen los jefes que el peligro llama:
Mnesteo y el intrépido Seresto
Allá acuden, y al ver que se derrama
Medrosa turba ante invasor enhiesto
Que aterra la ciudad, Mnesteo exclama:
«¿A dó huis, insensatos? Más repuesto
¿Qué otro sitio hallareis ni más seguro?
¿Ó qué muro buscais allende el muro?

CLXIII.

»¿Un hombre triunfará de mil Troyanos
Áun en medio de vallas y de aceros?
¿Y él solo entre vosotros, ciudadanos,
Correrá haciendo impune estragos fieros?
¿Y para el Orco segarán sus manos
La flor de nuestros jóvenes guerreros?
¡Qué! ¿Dioses, Patria, Rey nada os merecen,
Ni os inspiran piedad ni os enrojecen?»

CLXIV.

Encorajados con palabras tales
Rehácense, y en densa infantería
Avanzan ya. Con armas desiguales
Pausadamente del combate cia
Turno, y hácia la parte en que fluviales
Ondas besan el muro, se desvía,
Miéntras con nuevo ardor y altos clamores
Auméntanse sobre él los ofensores.

{163}

CLXV.

Cual leon de monteros acosado,
Que los venablos contrapuestos mira
Receloso, y á paso retrogrado
Con miradas sañudas se retira:
El valor en su raza vinculado
Huir no le permite, ni la ira;
Mas por medio de la áspera barrera
Romper no puede, aunque romper quisiera;

CLXVI.

Así Turno tambien dudoso y lento
Retrocediendo va; mas no desmaya,
Y arde en vivo furor su pensamiento.
Embestir una vez y áun otra ensaya,
Y una vez y otra su ímpetu violento
Pone á muchos en fuga, á otros á raya;
Pero al fin en su daño se congregan
Cuantos hay en el campo y juntos llegan.

CLXVII.

Ni ya la hija de Saturno osa
Confortar al ahijado en su porfía
Con nuevo aliento; que á Íris vaporosa
Júpiter mismo desde el cielo envía,
Y, encaminados á su régia esposa,
Mensajes no süaves le confía,
Que abandonar á Turno ordenan, caso
Que de los muros él no arredre el paso.

{164}

CLXVIII.

Nada el mancebo, pues, con el escudo,
Nada ya con la armada diestra puede;
¡Tanto el asalto arrecia áspero y rudo!
Hace que en torno de sus sienes ruede
Ruido asordante, el incesante, agudo
Repiquete del yelmo: ábrese, y cede
La armadura de bronce á las pedradas;
Las rojas plumas vuelan arrancadas.

CLXIX.

Contra nube de dardos enemiga
¿Qué hará la copa de un broquel? Circunda
A Turno ya la multitud; le hostiga
Mnesteo con su lanza furibunda:
Mana el sudor copioso en su fatiga;
Raudal como de pez su cuerpo inunda:
Fáltale aire vital; convulso aliento
Al moribundo pecho da tormento.

CLXX.

¡Ved! con todas sus armas de repente,
Como último arranque de su brío,
Arrójase á las aguas. Blandamente
En su rojo regazo el sacro rio
Recíbele, y sumido en su corriente,
Sangre, polvo y sudor le lava pio,
Y devuélvele en ondas sosegadas
Hermoso de su gente á las miradas.

{165}

LIBRO DÉCIMO.

I.

El palacio de Olimpo omnipotente
Se abre entretanto. El Padre de inmortales
Y Rey supremo de la humana gente
A concilio en las salas siderales
Convoca. Él desde allá ve el continente,
Y las huestes del Lacio, y los reales
Troyanos. Altos Númenes asoman,
Y en el ámplio conclave sillas toman.

II.

«¡Celícolas ilustres!» Jove empieza;
«¿Por qué mudais de acuerdo? ¿Por qué insanos
Os dais á pelear con tal crueza?
Yo vedara que Italia á los Troyanos
Resistiese; ¿en qué cóleras tropieza
Mi voluntad? ¿Por qué terrores vanos
Acá el uno, allá el otro á lid se lanza
Y va el hierro á empuñar de la venganza?

{166}

III.

»Ya la hora sonará de las batallas
(No el tiempo acelereis), cuando Cartago
Rompa el Alpe, y de Roma á las murallas
Descargue por la brecha horrendo estrago.
Podreis entónces desbordar sin vallas
Hasta rapaces triunfos vuestro amago:
Hora enfrenadle, y con semblante amigo
Benditas paces afianzad conmigo.»

IV.

Conciso Jove habló. Ménos somera
Fué la espléndida Vénus, que en su duelo
Vuelta al Padre razona en tal manera:
«¡Rey y eterno Señor de tierra y cielo,
Divina Majestad! ¿ni en quién pudiera,
Sino en tí, mi dolor hallar consuelo?
Los Rútulos me insultan: ¡mira, mira
Cómo entre ellos soberbio Turno gira!

V.

»Ya con propicio Marte hinchado llega
Al cerco; audaz le invade: mal seguros
Traban los Teucros áspera refriega
Puertas adentro y en sus propios muros;
Su misma sangre ya los fosos ciega.
Enéas, ¡ay! sus míseros apuros
Ausente ignora. ¿Y contra el duro asedio
Nunca tú, nunca ya darás remedio?

{167}

VI.

»Renace Troya, mas con ella nace
Otro ejército hostil como el aqueo;
Ni se alza en pié, sin que, saliendo audace
De Arpos etolia, el hijo de Tideo
Otra vez á sus muros amenace.
No han de cerrarse ya mis llagas, creo;
Armas que á esta hija tuya ántes hirieran,
Mortales armas, hoy tambien me esperan!

VII.

»Si á hurto ya de tí, ó á tu despecho,
Fueron á Italia los Troyanos, lleven
La justa pena del culpado fecho;
¡No tus furores, tu justicia prueben!
Mas si camino solamente han hecho
A do Dioses y Manes á ir los mueven
Una vez y otra vez, ¿quién tus mandados
Torcer intenta y reformar los hados?

VIII.

»¿Quién? ¿Ya no has visto en sicilianos mares
Nuestras naves arder?... ¿No desencierra
Éolo sus alados auxiliares?...
¿Íris no baja con mision de guerra?...
Y hoy, porque áun parte tomen los hogares
Independientes de Pluton, á tierra
Sale Alecto, de allá abortada, y cruza
A Italia, y cual bacante iras azuza!...

{168}

IX.

»Del prometido imperio nada alego;
¡Pude esperarle en hora más dichosa!...
¡Venza hoy quien quieras! Mas si en su odio ciego
Á mis Teucros negar juró tu esposa
Todo terreno hospicio, esto te ruego
Por Troya hundida y su reliquia humosa.
¡Sálvese Ascanio del feral combate;
Al nieto, ¡oh Padre! tu favor rescate!

X.

»Torne Enéas al mar, y rumbos déle
Voltaria Suerte en ondas ignoradas.
Mas este niño... verle me conduele;
Yo le quiero librar de las espadas:
Yo á Citera ó á Páfos llevaréle,
O á Idalia y sus pacíficas moradas,
Donde robado al militar rüido
Consuma el tiempo en inglorioso olvido.

XI.

»Y reinen, si te place, hijas de Tiro;
Cartago á Ausonia oprima en férreo mando;
Y de este infante y su feliz retiro
Nada teman... ¡Mas oh remate infando!
¿A los Teucros para eso en largo giro,
El hierro y fuego asolador burlando,
Que venciesen dejaste mil azares
Por tantas tierras y por tantos mares?

{169}

XII.

»¿Y hoy que á Troya restauren en el Lacio
Consientes, porque caiga en nueva guerra?
¡Valiera más que en el yermado espacio
Que de sus padres la ceniza encierra
A alzar tornasen imperial palacio!
Su Janto y Símois, su nativa tierra
Vuélveles, ¡ay! Si á muerte los destinas,
Perezcan de la patria en las rüinas!»

XIII.

Habló á su vez con ímpetu iracundo
La reina Juno: «La ocasion me obliga
Un silencio á romper largo y profundo,
Y el gran dolor á divulgar que abriga
Secreto el corazon. ¿Quién ya en el mundo,
Dí, mortal ó inmortal, es el que instiga
A Enéas á la ofensa? ¿Quién le mueve
A que al buen rey Latino guerras lleve?

XIV.

»¿Hados á Italia le impelieron? Cierto:
¡Casandra en su furor le abrió la via!
Mas si hoy deja su campo, ¿el desacierto
Que en dejarle comete, es culpa mia?
¿Eslo, si da su vida á un soplo incierto,
Y el mando militar á un niño fia?
¿Que así la fe tirrena solicite,
Y quietos pueblos sedicioso agite?

{170}

XV.

»Pues si él de propio acuerdo torpe yerra,
¿Hay decir que á su mal Juno le acosa,
Y que Íris baja con mision de guerra?
¡Oh! ¡en el ítalo pueblo indigna cosa
Es llevar llamas con que á Troya encierra
Naciente; indigna en Turno (á quien la Diosa
Venilia madre fué, Pilumno abuelo)
Que en paz ocupe su nativo suelo!

XVI.

»¡Y cosa no ha de ser indigna y fea
En el Troyano, si una tierra extraña
Invadiendo feroz con negra tea
Tala y subyuga en torno la campaña!
No, si el suegro se apropia que desea
Y ajena esposa en el hogar apaña;
Ni ha de ser vergonzoso en frigias tropas
Mentir sus manos paz y armar sus popas!

XVII.

»Tú sí que á Enéas en peligros graves
Áun de las manos de los Griegos puedes
Redimirle, y al cuerpo echarle sabes
De aire y niebla sutil propicias redes;
Tú en Ninfas de la mar truecas sus naves:
¡Y á fuero haciendo estás tantas mercedes,
Y yo á tuerto he de obrar si en lado opuesto
Un corto auxilio á mis parciales presto!

{171}

XVIII.

»Ignore Enéas lo que ausente ignora,
Y tú olvídale en Páfos ó en Citera,
O en tus grutas de Idalia. No que ahora
En daño suyo, á una nacion guerrera
Provocas, y á una raza vencedora!
¿Quién de frigias reliquias acelera
El fin: yo, ó el que á los Griegos dando paso,
Causó de Troya misma el gran fracaso?

XIX.

»¿Rompiendo antigua paz con rapto insano,
Yo á Europa y Asia en militar porfía
Comprometí? ¿Yo al forzador troyano,
Cuando á Esparta asaltó, serví de guia?
¿Armas y amores ministró mi mano
Al grande incendio? ¡Entónces te cumplia
Por los tuyos mirar! ¡Al aire entregas
Injustas quejas hoy, hoy tarde llegas!»

XX.

Tal Juno declamaba. Asentimiento
Mostraban las Deidades sordo y vario
Murmurando entre sí; cual suele el viento,
Cuyos soplos el bosque centenario
Erizan en templado movimiento,
Y rondando el hojoso santüario
Crecen luégo en rumores murmurantes,
Nuncios de tempestad á navegantes.

{172}

XXI.

Habló entónces el Padre omnipotente,
El que todo lo rige y lo compasa
Con cetro universal. Profundamente
Enmudece á su voz el alta casa
De los Dioses; el éter eminente
Calla; tiembla la tierra en su ancha basa;
Encogidos los Zéfiros no alientan;
Los mares su encrespada pompa asientan.

XXII.

«Atentos escuchadme, y lo que os diga
Tened presente. Pues traer no es dado
Teucros y Ausonios á amistosa liga,
Ni tregua admite vuestro encono airado;
Ya bogue el uno en esperanza amiga,
Ya fie el otro en su presente estado,
O Rútulo adalid ó Teucro sea,
No ha de ser, no, que yo parcial los vea.

XXIII.

»Ora arribado hubiere á extraño suelo
Por suerte adversa al Ítalo, ó por vano
Error de patria y seductor señuelo,
A resistir embates el Troyano,
Ni á él redimo ni al otro. Ó gloria ó duelo
Lábrele á cada cual su propia mano:
El cetro universal yo á nadie inclino;
Por sí los hados se abrirán camino.»

{173}

XXIV.

Por las riberas del Estigio hermano,
Vorágines de negro ardiente lodo,
Juró lo dicho el Númen soberano:
La frente inclina, y al moverla, todo
Tiembla el Olimpo. A aquel debate vano
Término dando en tan solemne modo,
Se alzó del áureo solio: á los umbrales
Condúcenle entre sí los inmortales.

XXV.

El asedio estrechando á la muralla
Instan á la sazon por toda parte
Los Rútulos, cuidosos de tomalla
Con llamas vivas y sangriento Marte.
El troyano gentío entre su valla
Vese acosado, y de salir no hay arte:
¡Ay tristes de sus nobles campeones
Que las torres defienden y bastiones!

XXVI.

En ya ralo cordon cubren guerreros
El muro. Ambos Asáracos en vano
Se ofrecen, peleando en los primeros;
Timete Hicetaonio, Timbre anciano,
Y Asio, y Castor. Les fueron compañeros
De Sarpedon el uno y otro hermano,
Claro á par y Temon, á aquella guerra
Venidos desde Licia, noble tierra.

{174}

XXVII.

Veis al lirnesio Acmon, que arrastra inerte
Mole, parte de monte no pequeña,
Y, cual su hermano Menesteo, fuerte,
Y cual Clicio su padre, la despeña,
Todo el cuerpo tendiendo. De esta suerte
El agredido en arrojar se empeña
Ya volador astil, ya piedra grande;
Y hachas el agresor y dardos blande.

XXVIII.

Como perla de fúlgido destello
En rojo oro engarzada, cuyo oficio
Es dar adorno ya á la sien, ya al cuello;
Ó bien como con clásico artificio
Embutido marfil esplende bello
En terso boj ó terebinto oricio,
Tal Ascanio entre todos resplandece;
Tal descubierta la cabeza ofrece

XXIX.

El digno barragan que Vénus ama,
Y hermoso así por su cerviz de nieve
El tendido cabello se derrama,
Que á su frente hilo de oro ciñe leve.
Mnesteo allí tambien (á quien la fama,
Porque á él de Turno la expulsion se debe,
Ha engrandecido) á la defensa asoma,
Y Cápis, de quien Capua nombre toma.

{175}

XXX.

Tambien allí lidiando, los arpones
Lanzaste que homicidas enherbolas
A vista de magnánimas legiones,
Tú, que tu nombre, ¡oh Ismaro! arrebolas,
De ilustre orígen lidio con blasones,
Hijo de aquel país donde con olas
Doradas el Pactolo se desliza
Y cultivados campos fertiliza.

XXXI.

Así unos y otros, sin ganar terreno,
Recia lid pelearon todo el dia.
Y en tanto Enéas á la mar el seno,
Bogando en medio de la noche, hendia.
Pues él, dejado á Evandro, y al tirreno
Campamento venido, hablado habia
Al jefe: nombre y patria le revela;
Lo que ofrece le dice, y lo que anhela;

XXXII.

Y los recursos le describe luégo
Que ha asociado Mezencio á su venganza;
Píntale á Turno en sus enojos ciego;
Pondérale cuán poca confianza
Merece humano cálculo; y el ruego
Añade á la razon. A la alïanza
Tarcon se inclina, y, sin que instantes pierda,
Sus fuerzas une y ya la marcha acuerda.

{176}

XXXIII.

A un extranjero príncipe obediente,
Librada así del veto de los hados,
Entrégase á la mar la etrusca gente,
En los buques subiendo aderezados.
La real nave de Enéas en la frente
Muestra frigios leones sojuzgados,
En tanto que en su popa se alza el Ida,
Imágen á expatriados tan querida.

XXXIV.

Allí, en la popa, el ánimo constante
Con pensamientos bélicos fatiga
El grande Enéas. Muévele Palante,
A su izquierda sentado, á que le diga
Ya los astros que rumbo al nauta errante
En noche opaca dan con lumbre amiga,
Ya de su propia vida los azares,
Cuantos corrió por tierras y por mares.

XXXV.

¡Hora, Musas, abridme el Helicona!
¡Inspirad al cantor! Decidme, cuáles
Nobles salieron de la etrusca zona
En auxilio de Enéas; qué navales
Fuerzas ganosas de triunfal corona
Corrieron á los líquidos cristales.
Abrió Másico el rumbo: nao ferrada,
Ante todas su Tigre sobrenada.

{177}

XXXVI.

Mil jóvenes reune su bandera
Que de Clusio vinieron y de Cosas,
Y con aljaba al hombro andan ligera,
Con arco audaz y flechas sanguinosas.
Lanza su nave á par de esta primera,
Con lucido escuadron de armas vistosas
Abante adusto, y un Apolo de oro
Presta á su popa tutelar decoro.

XXXVII.

Populonia, su patria, con seiscientos
Mancebos le acudió para la guerra,
No de experiencia militar exentos;
Elba, que hierro inagotable encierra,
Isla famosa, le envió trescientos.
Adivino del cielo y de la tierra
A quien tierra ni cielo nada oculta,
Tercer caudillo, Asila, al mar insulta.

XXXVIII.

Él interpreta lo que parla un ave,
Ve lo que abierta entraña significa,
Y de los astros los secretos sabe,
Y presagos relámpagos explica.
En masa hórrida y densa, tras su nave,
Arrastra mozos mil que calan pica:
Ciudad los reclutó que de Elis viene,
Nueva Pisa, y toscano asiento tiene.

{178}

XXXIX.

Sígueles de hermosura y de esplendores
Vestido Astur; Astur, que va fiado
En su potro y sus armas de colores:
Con voluntad unánime, de grado
Le acompañan trescientos guerreadores
Que su nativa Cérete han dejado,
Y á Gravisca insalubre, y la campaña
Que Pirgo ilustra y la que Minio baña.

XL.

Tambien, Cínira, á tí nombrarte cuido,
¡Oh de Ligures capitan valiente!
Ni á tí, Cupavo, dejaré en olvido,
Que llevas por insignia de tu frente
Un plumaje de cisne, envanecido
Penacho tuyo y de tu electa gente:
Amor fué vuestra culpa; vuestra gloria
Eternizar del padre la memoria.

XLI.

Pues Cisne amó á Faeton, le honró con llanto;
Y entre álamos frondosos, en su duelo,
De las hermanas á la sombra, en tanto
Que daba, dicen, al pesar consuelo
Con la música dulce de su canto,
Vistió de ancianidad el cano hielo,
Blandas plumas tomó, y alzóse en ellas,
Tendiendo en su clamor á las estrellas.

{179}

XLII.

El hijo á sus paisanos sigue ahora
Con pequeño cortejo: monta el grande
Centauro, y de los remos avigora
El movimiento, porque el monstruo ande:
El cual representado está en la prora;
Un asido peñon la arma es que blande,
Sobre el agua amagando lo suspende,
Y ya con larga quilla el ponto hiende.

XLIII.

Ocno tambien de su natal ribera
Una legion levó para la armada:
Del tusco rio y Manto la agorera
Hijo famoso: aquel que á tu morada
Muros y nombre (el de su madre) diera,
¡Oh ciudad en abuelos bien dotada
Que no de una, de triple estirpe vienes,
Y tribus cuatro en cada raza tienes!

XLIV.

Centro es comun á tan diversas gentes
Mantua; mas de su fuerza y poderío
En la sangre toscana están las fuentes.
Rencores granjeó Mezencio impío
Allí tambien: quinientos combatientes
Mincio conduce en vengador navío
Dende el padre Benaco al mar salado,
De verdes espadañas coronado.

{180}

XLV.

Marchando va majestuoso y lento
Auléstes: con cien árboles azota
El mar en levantado movimiento,
Y la masa de mármol hierve rota:
Es su nave un Triton, que corpulento
Con su concha los senos alborota
Del piélago cerúleo, y el semblante
Cerdoso imita de un jayan nadante.

XLVI.

Tiene el monstruo los miembros desiguales,
Busto viril y vientre de ballena;
Y, hendiendo con el pecho los cristales,
Medio hombre, medio pez, la espuma suena.
En treinta buques con caudillos tales
Así, en fin, el ejército se ordena
Que en pro de Troya por los mares vino
Con piés de bronce en líquido camino.

XLVII.

Desamparó los cielos aquel dia;
Ya en alto la alma Febe el hemisferio
En su carro noctívago impelia.
Enéas desvelado, al ministerio
De las velas atiende él mismo, y guia
Firme el timon. En esto, en coro aerio,
Ninfas, que fueron ya sus compañeras,
Mira venir festivas y ligeras.

{181}

XLVIII.

Ninfas, de húmidos reinos moradoras
Por superior mandato de Cibéles,
Que de la mar transfiguró en señoras
Tablas que fueron en la mar bajeles.
Juntas bullen, y tantas como proras
Férreas orlaron la ribera: fieles
Reconocen de léjos á su dueño,
Y le cortejan en tropel risueño.

XLIX.

Llegó jovial la que entre todas sabe
Las gracias del decir, Cimodocea;
Con la diestra la popa ase á la nave
Cuyo dorso ella misma señorea,
La izquierda boga en mudo afan süave,
Y nuevas dando á aquel que las desea,
«¿Velas,» le dice, «hijo de Dioses? Vela!
Y sús! con alas desplegadas vuela!

L.

»Troncos fuimos nosotras ya en el Ida,
Naves tuyas despues, del Oceano
Ninfas hoy. Como aleve á nuestra vida
El Rútulo atentó con fuego insano,
Nuestra divina Madre condolida
Mudónos: cables que anudó tu mano,
Mal de grado rompimos; y ella Diosas
Nos hizo de las mares espumosas.

{182}

LI.

»De tí, Enéas, venimos en demanda.
Entre muros y fosos, y en aceros
Envuelto Ascanio, arrostra con su banda
Del Latino los ímpetus guerreros.
Ya el sitio ocupan que tu voz les manda
Arcades y toscanos caballeros;
Mas no sin que abocar Turno se apreste
Entre ellos y el real su armada hueste.

LII.

»Animo, pues; y al despuntar temprano
De la próxima luz llama tu gente
Al arma; y el escudo que Vulcano,
Invicto dón de diestra ignipotente,
Te dió, con cercos de oro, embraza ufano.
Si tú confías que mi voz no miente,
De Rútulos atroz carnicería
Verá en pilas alzada el nuevo dia.»

LIII.

Dice; y como quien sabe el modo, y tasa
La fuerza, da á la popa, al irse, un tiento,
Y la despide, como astil que pasa,
Por hábil mano disparado, al viento:
Todas la imitan; la onda apénas rasa
Alígera la flota. El gran portento
Al punto Enéas vió con mente absorta;
Fausto agüero le juzga, y se conhorta.

{183}

LIV.

Y á la celeste bóveda serena
Vuelto, «¡Oh del Ida alma Deidad!» exclama;
«Madre que honras el Díndimo, y almena
Triunfal te ciñes, y al leon que brama
Trajiste á la coyunda que le enfrena!
Vén, vén propicia al pueblo que te llama!»
No dijo más. La Noche en tanto huia;
Y ya de lleno resplandece el dia.

LV.

Manda á su gente el adalid que apronte
Los aceros, que á bélicas señales
Preste el sentido, y al peligro afronte
Fuerzas cobrando á la ocasion iguales.
En pié él mismo en la popa, el horizonte
Domina, y á su vista los reales
Troyanos tiene. Con la izquierda luégo
En alto embraza su broquel de fuego.

LVI.

Lo vió el pueblo sitiado, y de los muros
Unánime clamor el aire envía;
Lanzan todas las manos dardos duros,
Creciendo la esperanza en osadía:
Tal grullas de Estrimon nublos oscuros
Cruzan con ruido en la region vacía,
De los Austros huyendo, y libres de ellos
Gritan gozosas con acordes cuellos.

{184}

LVII.

Oyó la voz que el entusiasmo exhala
Pasmado el sitiador, que tal no espera;
Hasta que, á ver tornando, mira en ala
Las popas arrimarse á la ribera
Y que en velas envuelto el mar resbala.
Ardele al héroe la gentil cimera,
Ígnea lengua en el aire es su garzota,
Y el escudo de oro incendios brota.

LVIII.

Así tal vez en noche vaga y pura
A los mortales pechos amedrenta
Fúnebre desatando allá en la altura
Cometa asolador su crin sangrienta;
Y así tambien terrífico fulgura
Fogoso Sirio en estacion sedienta,
Y de hambre y peste amenazando al suelo
Con su présaga luz contrista el cielo.

LIX.

Turno audaz áun por eso no desmaya;
A los que llegan repeler emprende
Antecogiendo la interpuesta playa,
Y así en su ardor los ánimos enciende:
«¡Mancebos! de las manos no se os vaya
La ocasion codiciada que os atiende:
En campo abierto, igual á cada parte,
Ya, ya podemos reducir á Marte.

{185}

LX.

»Recuerde cada cual lo que á su esposa
Y á su familia debe amenazadas,
Y á ejemplo tome tanta accion famosa
Que honró de sus mayores las espadas.
¡Sús! al agua corramos miéntras posa
Inciertas en la arena las pisadas
El invasor: atrevimiento pido;
Asiste la fortuna al atrevido!»

LXI.

Tal dice; y vacilante considera
Á quiénes dejará los bloqueados
Muros, con quiénes él á la ribera
Correrá. Por escalas sus soldados
Desde las altas popas echa fuera
Enéas á su vez. Cuál á los vados
A saltar se aventura, donde mira
Que el piélago desmaya y se retira;

LXII.

Cuál por los remos á bajar se afana.
Tarcon la playa explora, y do serena
Entrada observa, que ni espuma cana
Quebrantada murmura, ni el arena
Rehierve allí, mas en creciente plana
Se desliza la mar calmosa y llena,
Súbito á ese lugar proas convierte,
Y exhorta á sus guerreros de esta suerte:

{186}

LXIII.

«¡Selecta juventud! sobre esa orilla
Lanzad, lanzad con ímpetu de guerra
El robusto espolon á dividilla!
Batid el remo: en enemiga tierra
Abrase surco nuestra misma quilla!
¡Oh! si el suelo una vez mi mano aferra,
Nada me importa que en el punto mismo
Rompido mi bajel vaya al abismo.»

LXIV.

Dijo; y aquellos que con él navegan
Mueven el remo, y con acordes bríos
Por hender los latinos campos bregan
Impeliendo espumosos los navíos,
Hasta que á descansar las proras llegan,
Sin contraste de escollos ni bajíos,
En lo enjuto. No así, Tarcon, tu popa,
Que en un banco de arena áspero topa.

LXV.

Y allí en el agrio dorso, entre los vados,
Pende, y despues de vacilar instantes,
Fatigando las ondas sus costados,
Abierta enajenó los navegantes
Sobre las aguas. Remos destrozados
Les impiden, y escaños fluctuantes,
De los brazos la accion, y retrogradas
Los enredan de piés las oleadas.

{187}

LXVI.

Ni á Turno embarazó torpe tardanza;
Toda su hueste arrebatando fiero,
Sobre los Teucros retador se lanza.
Sonó el clarin. Enéas el primero
Contra la agreste muchedumbre avanza,
Y á hijos vence del Lacio (¡fausto agüero!)
A su encuentro, de todos adelante,
Vino Teon, descomunal gigante.

LXVII.

Al cual, del acerado coselete,
Y túnica con oro retesada,
Enéas las junturas rompe, y mete
Por el costado adentro honda la espada.
Con ella luégo á Lícas acomete,
Quien, ya en el claustro maternal salvada,
Infante, ¡oh Febo! te ofrendó su vida;
Fuéle piadoso el hierro, hoy homicida!

LXVIII.

Mató despues á Gias corpulento
Y al fornido Ciseo, cuyas clavas
Peones derribaban ciento á ciento;
Ni altos brazos ni hercúleas armas bravas
Les valieron, ni haberte el grande aliento
Heredado, ¡oh Melampo! á tí que andabas
Un tiempo al lado del invicto Alcídes,
Partícipe en sus suertes y en sus lides.

{188}

LXIX.

Veis á Faro, que voces da impotente;
Enéas crudo acero hunde en su boca.
Y tú, Cidon, que el blanco más reciente
Sigues de tu pasion de mozos loca
Siguiendo á Clicio, á quien la faz riente
Temprana edad de blando bello toca,
Tambien á golpes de dardania mano
Allí yacieras con tu ardor vesano;—

LXX.

Mas no; que cuando herirte se promete
Aquella mano, en ala en torno densa
Los siete hijos de Forco dardos siete
Lanzan, cada uno el suyo, en tu defensa:
En el divino escudo y el almete
Parte rebotan sin causar ofensa;
Parte van á la piel, y entrado habria
El hierro, cuando Vénus lo desvía.

LXXI.

Y al fiel Acátes vuelto dijo Enéas:
«¡Oh! dame, dame el arma que solia
Los cuerpos erizar de las aqueas
Postradas huestes en mi patria un dia,
Y á fe que contra Rútulos no veas
Golpe con ella errar la diestra mia!»
Dice, y á la venganza lisonjero,
Fornida lanza toma al escudero.

{189}

LXXII.

Voló el hierro que el héroe desembraza,
Y el escudo á Meon y la loriga
Atraviesa, y su pecho despedaza.
Acudiendo Alcanor con diestra amiga,
Al hermano al caer sostiene, abraza.
Mas su ímpetu furioso no mitiga
El asta, y sanguinosa en su carrera
Pasa el brazo á Alcanor, y áun sale afuera.

LXXIII.

Quedóle al infeliz pendiente y flaca,
Mal atada á los músculos, la mano.
Acude entónces Numitor, y saca
Del lacerado cuerpo del hermano
El venablo de Enéas, con que ataca
A Enéas mismo. Fué su arrojo en vano;
Que sólo á rasguñar un muslo alcanza
Al grande Acátes la sesgada lanza.

LXXIV.

De Cúres con los suyos Clauso vino
Presumido en su edad y lozanía.
Rígida lanza este adalid sabino
Desde léjos á Dríopes envía:
Bajo la barba abriendo hondo camino
Entra ella, y vida y voz róbale impía:
Su rostro enmudecido el suelo besa,
Y sangre de su boca mana espesa.

{190}

LXXV.

Sigue Clauso, y en modo vário atierra
Tres Tracios, de la estirpe enaltecida
De Bóreas; y otros tantos que á la guerra
Enviaron el padre de ellos, Ida,
E Ísmara su patria. Haleso cierra,
Y cierran los Auruncos en seguida,
Y Mesapo, aquel hijo de Neptuno,
En caballos insigne cual ninguno.

LXXVI.

Cada uno á su adversario al mar cercano
Lanzar intenta con ardiente brío:
Confin de Ausonia aquel humilde llano
Fué cerrado palenque al desafío,
Donde latino ejército y troyano
Disputan de la tierra el señorío:
Ya en pugna cada vez más densa y brava,
Brazo con brazo, pié con pié se traba.

LXXVII.

No de otra suerte en la region vacía
En desapoderado afan los vientos
Alzan tal vez descomunal porfía
Con fuerza igual de opuestos movimientos;
Y ni los nublos ni la mar bravía,
Ni entre sí los contrarios elementos
Ceden: larga es la lid, y en fiel persiste;
Todo, en conflicto universal, resiste.

{191}

LXXVIII.

Entre tanto los árcades soldados
Han venido á un lugar donde el terreno
Dejó un crecido arroyo de arrancados
Arboles, y rodadas piedras, lleno:
Soltando los trotones, mal hallados
En tan fragoso sitio á usar del freno,
Si supiesen, á pié combatirian;
Mas principiaron mal, y pronto cian.

LXXIX.

Palante dar les ve la espalda, y luégo
Mira al Latino que les va al alcance,
Y con voces ya amargas, ya de ruego
(Postrer recurso en tan difícil trance),
«¡Compañeros!» les dice, «¿un pavor ciego
Será que á fuga ignominiosa os lance?
Por tanto paso en que adquirísteis gloria,
Por tanta conquistada alta victoria,

LXXX.

»Por nuestro rey Evandro, y la esperanza
Que en vosotros cifró la ambicion mia,
Émula de mi padre á la alabanza,
¡Oh! ¡volved caras! Hay que abrirnos via
Entre enemigos á poder de lanza;
Y donde grupo hostil nos desafía
Más denso, por allí la Patria manda
Que atraviese Palante con su banda!

{192}

LXXXI.

»¡No hay Dioses en la lid! somos mortales,
Y es mortal el contrario que os aterra;
Brazos tenemos y ánimos iguales.
O á Troya ó á la mar: la mar nos cierra
El paso con sus moles colosales;
Troya nos llama; efugio no hay por tierra;
Amigos, elegid sin más tardanza!»
Dice, y entre el tumulto se abalanza.

LXXXII.

El primero en ponérsele delante
(A quien mala ventura su rüina
Aconseja) fué Lago: en el instante
Que un gran guijarro á desraigar se inclina.
Venablo duro voleó Palante,
E híncaselo allí donde la espina
Por medio las costillas demarcaba;
Ya adherido á los huesos, lo desclava.

LXXXIII.

Miéntras él á cobrar el arma atiende,
En venganza se arroja y en relevo
Del muerto amigo, Hisbon, y airado emprende
Sobrecoger el árcade mancebo.
Inútil fué su arrojo; le sorprende,
Mal prevenido contra golpe nuevo,
Palante, revolviendo de contado,
Y húndele el hierro en el pulmon hinchado.

{193}

LXXXIV.

Y á Estenio, y á Anquemolo, de la gente
De Reto antigua originario, embiste,
El cual de la madrastra osó impudente
Manchar el lecho, y hoy á Turno asiste.
Al filo de su acero juntamente
Caiste tú, Laride, y tú caiste,
Mísero Timbro, en los rutulios llanos:
Hijos de Dauco, idénticos hermanos.

LXXXV.

¡Cuán dulce el confundir los dos gemelos
Fué á sus padres! Con arma hora los pide
Que el suyo le ciñó, Palante; ¡y hélos,
Qué atroz desemejanza los divide!
Pues rodó tu cabeza por los suelos,
¡Oh Timbro! y dueño busca en tí, Laride,
Semiviva tu diestra cercenada,
Y áun los dedos crispando, ase la espada.

LXXXVI.

Sigue Palante, y penetrando el viento
Con un fiero lanzon que á Ilo dispara,
Clava á Reteo, que á la fuga atento
Su carro de dos potros alanzara
En medio á éste y aquél. Por un momento
Ilo así, sin pensarlo, el golpe pára;
Cayó el otro, y asurcan sus talones
El campo de las rútulas legiones.

{194}

LXXXVII.

Y fué así que Reteo en ese instante
De tí, gran Teutra, y de tu digno hermano
Tíres, dábase á huir; que de Palante
Ya entónces el ejemplo no era en vano:
No; que á su voz, á su ímpetu arrogante
El dolor y el pudor se dan la mano
A armar las de los Arcades, que anhelan
Venganza, y de él en torno densos vuelan.

LXXXVIII.

Tal, por diversos puntos, en verano
Pastor cuidoso un bosque incendia, y tales
Con el viento las haces de Vulcano
Vencen los interpuestos matorrales
Y unidas corren sobre el ancho llano:
Él, en alto sentado, los triunfales
Esfuerzos de las llamas y su ira
Con victoriosa complacencia mira.

LXXXIX.

Haleso, de otro lado, en armas fuerte,
Embebido en las suyas se adelanta,
Y á Féres, á Demódoco da muerte,
Y á Ladon. A Estrimonio, que levanta
El brazo, un tajo asesta, y cae inerte
La mano que amagaba á su garganta.
Con piedra hunde á Toante el cráneo, y huesos
Mezclados esparció de sangre y sesos.

{195}

XC.

Cuidó en las selvas ocultar temprano
Á Haleso, de desgracias agorero
Su padre; mas no bien cerró, ya anciano,
Los blancos ojos al sopor postrero,
Las Parcas, salteando al hijo arcano,
De Evandro le consagran al acero.
Contra él Palante, ántes que el dardo libre,
En sumisa oracion invoca al Tibre:

XCI.

«¡Padre Tibre!» murmura, «porque hiera
Al duro Haleso el corazon, envío
Esta arma voladora: en su carrera
Tú concede fortuna al hierro mio,
Y colgaré á una encina en tu ribera
El despojo marcial.» Oyóle el rio;
Y Haleso, á punto en que á Imaon guarnece,
El pecho al golpe arcadio inerme ofrece.

XCII.

Al gran fracaso del sin par guerrero
Temiendo que se arredre y desbarate
El ejército, avánzase ligero
Lauso, en la guerra alto poder: su embate
De frente Abante recibió el primero,
Que era el nudo y firmeza del combate;
Y sucumben tras él árcades gentes,
Y sucumben tirrenos combatientes,

{196}

XCIII.

Y áun vos, reliquias del rebato griego,
¡Oh Teucros! Ya ambas huestes férreos lazos
Con caudillos iguales, igual fuego
Traban, y abrevian de la lid los plazos:
Apremian los de atras; el tropel ciego
Menear no permite armas ni brazos;
Y á un punto acorren con vigor pujante
Contrarios entre sí Lauso y Palante.

XCIV.

En edad uno y otro floreciente,
Ambos son en belleza singulares,
Emulos en fortuna, ¡ay! que inclemente
Tornar les veda á los nativos lares;
Mas el Rey del Olimpo no consiente
Que lleguen á medir sus fuerzas pares:
A mayor enemigo reservados
Marchan los dos bajo terribles hados.

XCV.

A Turno su divina hermana exhorta
A que salte, y auxilio á Lauso preste;
Y él, á su voz arrebatado, corta
En carro volador la armada hueste,
Y, á los suyos mirando, dice: «Importa
Que treguas deis: yo lidiaré; sea éste
Combate singular; Palante es mio.
¡Así viese su padre el desafío!»

{197}

XCVI.

Dijo, y campo la turba le franquea
Pasmado oyendo aquel audaz mandato,
Y viendo el pronto obedecer, rodea
Palante á Turno con la vista un rato;
Por su cuerpo gigántico pasea
Los ojos: rabia muda en ceño ingrato
Muestra á distancia: al fin, sin más respeto,
Sale, y contesta del tirano el reto:

XCVII.

«Despojo opimo arrancará mi espada,
Ó, con gloria tambien, daré la vida.
A un caso y á otro apercibido, nada
Del padre ausente el ánimo intimida.
Modera tu soberbia desbocada!»
Dice, y avanza á do sus fuerzas mida:
El árcade escuadron tiembla y recela:
En los pechos la sangre el pavor hiela.

XCVIII.

De su carro á la vez Turno se apea,
De dos brutos tirado; y marcha al duelo
En silencio y á pié. Cual leon, que otea
En lontananza á un toro audaz que el suelo
Escarbando se apresta á la pelea,
Y á él de su alta guarida acude á vuelo,
Tal fué del adalid la semejanza
En el momento en que á lidiar se avanza.

{198}

XCIX.

Ya que Palante á Turno estar advierte
A tiro de asta, él desde luégo embiste,
Por si, premiando al más audaz, la suerte
Al ménos esforzado fausta asiste;
Y ántes al aire inmenso de esta suerte
Oró: «Tú, Alcídes, si de Evandro fuiste
Huésped, y amigo te sentó á su mesa,
¡Oh! dame ayuda en mi arriesgada empresa!

C.

»Haz que Turno me mire á él moribundo
Arrancarle las armas en despojos,
Sangrientas; y al cerrarlos hoy al mundo
Haz que me sufran vencedor sus ojos!»
Oyó Alcídes su voz, y en lo profundo
Del pecho comprimió tristes enojos
Haciendo inútil llanto. Jove al hijo
Estas palabras de consuelo dijo:

CI.

«A cada cual fijado está su dia;
De la vida los términos estrechos
Mortal ninguno traspasar podria;
Mas la fama extender con grandes hechos
Es dado á la virtud. ¿Hora sombría
A cuántos no abatió, gloriosos pechos
De sangre diva, al pié de la alta Troya?
Aun mi hijo Sarpedon se hundió en la hoya.

{199}

CII.

»Turno mismo á la meta señalada
Ya llega: el hado inevitable gira
Sobre su frente.» Dice, y la mirada
Del campo de los Rútulos retira.
Palante á esta sazon su lanza osada
Con grande esfuerzo á su adversario tira,
Y arranca de la vaina incontinente
La espada, que en su mano arde luciente.

CIII.

Allí el asta fué á dar donde eminente
La armadura protege al hombro, y pudo
Rasguño leve, al fin, al cuerpo ingente
De Turno hacer, despues que de su escudo
Las orlas penetró. Calmosamente
Fornido azcon que acaba en hierro agudo
Blandiendo Turno estuvo rato largo,
Y estas voces lanzaba en tono amargo:

CIV.

«Tú ahora probarás si es más certero
Mi dardo, y más que el tuyo penetrante.»
Dijo; y aunque de láminas de acero
Cubierto, y férreas planchas, de Palante
El broquel, y aforrado en recio cuero,
Por medio hendió la punta con vibrante
Empuje, y dividiendo la trabada
Loriga, el ancho pecho al triste horada.

{200}

CV.

El cual, en vano, arráncase caliente
El hierro de la llaga; sangre y vida
Huyen por una senda juntamente.
Agobiado cayó sobre la herida;
Aquel suelo enemigo con la frente
Ensangrentada hirió, y en su caida
Las armas resonaron. En voz alta
Así clamando Turno encima salta:

CVI.

«Id, Árcades; y á Evandro en nombre mio
Direis que al hijo, en la manera aciaga
Que por su culpa granjeó, le envío.
Que los honores últimos le haga
Permítole, consuelo, ¡ay de él! tardío,
Pues caro siempre el hospedaje paga
De Enéas.» Calla, y con la planta izquierda
Hace al yerto adalid que el polvo muerda.

CVII.

Del rico talabarte le despoja
Al mismo tiempo, el cual ostenta impresos
Cincuenta infaustos tálamos que moja
Sangre de esposos míseros, opresos
Por viles fembras, en mortal congoja
Vuelto el gozo nupcial: fieros sucesos
Que en chapas de oro ayer Clonio esculpiera;
Hoy de ello Turno ufano se apodera!

{201}

CVIII.

Mas ¡ay! alucinada fantasía
Del hombre, que la suerte venidera
No conoce jamás; jamás, el dia
De la dicha, sus ímpetus modera!
Tiempo será en que Turno compraria
La vida de Palante si pudiera,
Nunca manos pusiera en él, y á enojos
Este triunfo tendrá y estos despojos!

CIX.

Los Árcades, con gran gemido y llanto,
A Palante sacaron de la arena
Puesto sobre un escudo. ¡Ay triste! ¡cuánto
De gloria al genitor, cuánto de pena
Llevas! Róbate envuelto en alto espanto
El dia mismo que en la lid te estrena;
Mas no sin que ántes dejes de hombres muertos
Los campos de los Rútulos cubiertos!

CX.

En tanto á Enéas, no el susurro llega,
Sí mensajero cierto del fracaso;
Que es perdida, le dice, la refriega,
Si él no acude. A su voz se lanza, y paso
Se abre á filo de espada; en torno siega
Cabezas, ancho campo deja raso,
Y á Turno, que en su triunfo se encarniza,
Ardiente busca en la revuelta liza.

{202}

CXI.

No se apartan un punto de su mente
Palante, Evandro: aquellos fraternales
Banquetes á que huésped fué presente,
Aquellas diestras que estrechó leales.
Cuatro hijos de Sulmon, cuatro que Ufente
Nutriera, coge vivos, á los cuales
La amada sombra honrando él mismo hiera,
Y su cautiva sangre dé á la hoguera.

CXII.

De léjos lanza airada arroja luégo
A Mago, que mañoso el golpe esquiva
Y á sus rodillas con lloroso apego
(Por encima la lanza fugitiva
Pasó vibrando) exhala humilde ruego:
«Deja que á un padre yo, que á un hijo viva;
Hazlo en amor de ese hijo en quien esperas,
Por la sombra del padre á quien veneras!

CXIII.

»Rescate ofrezco: tengo una alta casa,
Y allí de plata, en sótano profundo,
Cincelados talentos, y sin tasa
De oro labrado y sin labrar abundo.
¿O piensas que á tu campo el triunfo pasa
Porque esta alma mezquina huya del mundo?
¿Qué gaje para tí, qué gloria es ésta?»
Enéas irritado le contesta:

{203}

CXIV.

«Libre herede tu prole, de oro y plata
Ese caudal que tu palacio encierra;
Turno, muerto Palante, el fuero mata
De los pactos y trueques de la guerra.
Esta es al padre, ésta es al hijo grata
Sentencia.» Dice; con la izquierda aferra
El yelmo, y hasta el puño en la doblada
Cerviz del suplicante hunde la espada.

CXV.

Ved al hijo de Hemon que se avecina,
Sacerdote de Febo y de Dïana:
Honra sus sienes la ínfula divina,
Y todo él resplandece, de galana
Ropa cubierto y de armadura fina.
Cierra Enéas con él, con furia insana
Le echa á tierra, y sobre él se regocija,
Y con sombra de muerte le cobija.

CXVI.

Recoge en hombros el soberbio arreo
Seresto: á tí, que el campo en sangre bañas,
Alzarle ha, rey Gradivo, por trofeo.
Ya en contra veo á Umbron (que las montañas
De los Marsos dejó), con él ya veo
Restablecer la lid con sus hazañas
A Céculo, hijo ardiente de Vulcano.
A ellos se lanza el adalid troyano.

{204}

CXVII.

El cual de un tajo derribado habia
A Anxur la izquierda mano y del escudo
El cerco ponderoso (Anxur, que fia
En cierta frase mágica, y desnudo
Por ella de temor, ya al cielo erguia
El pensamiento, y prometerse pudo
Edad prolija y venerables canas:
¡Todo error grande y esperanzas vanas!);

CXVIII.

Cuando, con armadura refulgente,
De Fauno que en las selvas habitaba
Y la ninfa Driope procedente,
Tarquito arrostra audaz su furia brava:
A éste la cota y el paves ingente
Con su asta misma él de traves entraba,
Y la cabeza al que, rogando, áun iba
Mil cosas á decir, hiere y derriba.

CXIX.

Y el caliente cadáver impeliendo,
Con pecho rencoroso dice encima:
«Madre aquí no vendrá, ¡jayan tremendo!
Que tu cuerpo con blanda tierra oprima,
Ni habrás patrio sepulcro. Te encomiendo
A las aves de presa, ó á la sima
Te lleven de la mar sus ondas vagas
Y peces gusten tus sangrientas llagas.»

{205}

CXX.

Luégo á Anteo y á Luca se convierte,
Avanguardia de Turno, al bravo Numa;
Y al hijo de Volcente, aquel Camerte
De faz bermeja, á quien riqueza suma
De tierras entre Ausonios cupo en suerte,
Y reinó en la callada Amicla, abruma;—
Caliente ya su acero, en la campaña
Desborda el héroe inatajable saña.

CXXI.

No de otra suerte contra el cielo un dia
Cien brazos Egeon y manos ciento
Ejercitaba en dura rebeldía,
Y de sus pechos inflamado aliento
Por las cincuenta bocas despedia,
Y de Jove á los rayos igual cuento
Contrapuso de escudos y de puntas,
Todos crujiendo, y amagando juntas.

CXXII.

Ya á los cuatro caballos se encamina,
Que briosos avanzan, de Nifeo;
Ven que los dientes con furor rechina,
Venle acercarse á paso giganteo,
Y temieron, y en fuga repentina
Dan al carro hácia atras brusco rodeo:
Quedó en tierra tirado el triste auriga,
Y vuela al mar la alígera cuadriga.

{206}

CXXIII.

Al campo en esto, rebosando en ira,
En carro llegan Líger y Lucago
Que alba pareja de caballos tira:
Las riendas rige aquél; haciendo estrago
Este la espada fulminante gira.
No sufrió Enéas el soberbio amago;
Y ya á los dos hermanos firme avanza,
Gigantesco de verse, alta la lanza,

CXXIV.

«Caballos de Diomédes frigia tierra
Aquí no ves hollar, ni aquesta brida
De Aquíles rige el carro: aquí la guerra
Acabará, y acabará tu vida!»
Esto Líger diciendo, ¡cuánto yerra!
Léjos voló su necio hablar. Ni cuida
Enéas con razones contestalle;
Con arma, sí, que de terror le acalle.

CXXV.

A aguijar los trotones se doblega
Lucago, y en sazon que echa adelante
El pié siniestro, á lid dispuesto, llega
Y la orla baja del broquel brillante,
Y la ingle izquierda luégo, el asta ciega
Taládrale. Rodando en el instante
Moribundo se arrastra el infelice;
Y en tono amargo el vencedor le dice:

{207}

CXXVI.

«No de enemiga fila espectro vano,
Ni ya de tus bridones tardo el vuelo,
Lucago, te entregó. Saltaste al llano
Sobre las ruedas por tu propio anhelo.»
Dice, y ase del tiro. El triste hermano
Del carro mismo se escurriera al suelo
Y las inermes palmas extendia,
Y esta plegaria balbuciente envía:

CXXVII.

«Por tí, y aquellos á quien es debido
Tu sér, ¡que con piedad, señor, me veas,
Y esta vida me dejes que te pido!»
Rogando sigue; y replicóle Enéas:
«No así hablabas en ántes, fementido;
Vé, y fiel hermano con tu hermano seas!»
Y con la espada el pecho vengadora,
Santuario del alma, hondo le explora.

CXXVIII.

Por el campo con ímpetu creciente
El dardanio adalid destrozos tales
Hacía, cual horrísono torrente
Ó cual negra legion de vendavales
Enfurecido. Y ved que de repente
Salen, desamparándolos rëales,
El infantil caudillo y sus soldados
Con dicha á dura extremidad llegados.

{208}

CXXIX.

«Amadísima esposa y dulce hermana!»
Así Jove entre tanto dice á Juno,
A ella vuelto de grado: «no fué vana
Tu prevision; auxilio da oportuno
Vénus sin duda á la nacion troyana:
Ni ánimo ellos viril ni ardor alguno
Tienen para la guerra (bien dijiste);
Ni fuerza ni constancia les asiste!»

CXXX.

Sumisa contestó la excelsa Diosa:
«Hermosísimo esposo de mi vida!
¿Por qué haces en esta ánima, medrosa
De tus duros mandatos, nueva herida?
Si áun dieses, cual debieras, á tu esposa
De aquel antiguo amor llena medida,
No me negaras, soberano dueño,
Sacar á Turno del sangriento empeño.

CXXXI.

»Y yo á Dauno su padre le tornara
Incólume... ¡Pues no! ¡ruede en el suelo,
Y en su sangre inocente enmienda cara
Tomen los Teucros! Por tercero abuelo
Cuente en vano á Pilumno; su preclara
Estirpe en vano se remonte al cielo,
¿Qué te importa? y de ofrendas mil en vano
Haya ornado tus pórticos su mano.»

{209}

CXXXII.

Así entónces le dió respuesta breve
El Señor del etéreo alcázar: «¿Plazo
Quieres mayor para el doncel que debe
Caer al fin bajo enemigo brazo?
Si eso te basta, no será que pruebe
Tu justo anhelo en mí duro rechazo:
Prófugo á Turno saca del combate,
Y que el golpe inminente se dilate.

CXXXIII.

»Y nada más: si á vueltas de tu ruego
Halagas encubierta confianza
De reprimir de la discordia el fuego
Y en los hados hacer total mudanza,
Hasta ese punto en mi poder no llego,
Y alimentas inútil esperanza.»
Tornó Juno, los ojos hechos fuente,
A hablar, y dijo así con voz doliente:

CXXXIV.

«¡Si lo mismo, Señor, que áun no deparas
En voz expresa, el corazon queriendo
Lo acordase, y la vida aseguraras
Que hoy á Turno perdonas! ¡No que horrendo
Fin le espera inculpable! ¿Ó á las claras
Yo, de asustada, la verdad no entiendo?
¡Ojalá que me engañe, y dé tu Alteza
Rumbo mejor á lo que á ser empieza!»

{210}

CXXXV.

Dijo, y de lo alto se lanzó del cielo
Moviendo tempestoso torbellino,
Cubierta en torno de nimboso velo:
A las haces troyanas y al latino
Campamento encamina recto el vuelo;
Luégo, á imágen de Enéas (¡oh divino
Prodigio!), de sutil vapor su mano
Un espectro fabrica hueco y vano.

CXXXVI.

Y de imitado arnes y falso escudo
Reviste á aquel fantasma; de la hadada
Cabeza del Troyano el penachudo
Morrion le finge, y la dardania espada;
Voz vana, acento de intencion desnudo
Le da, y remedo de viril pisada;
Cual soñada vision, ó aparecida,
Que se alza, dicen, al faltar la vida.

CXXXVII.

Ya el fingido guerrero sale á plaza,
Y acicalado á vista gallardea
De las primeras filas, y amenaza
Al contrario, y le llama á la pelea.
Encárasele Turno, y desembraza
Desde léjos la lanza que blandea,
Silbante: la fantástica figura
Vuelve la espalda y huye con presura.

{211}

CXXXVIII.

Cayó Turno en la red; y á la esperanza
De acabar con Enéas, aire toda,
El alma, lisonjero á la venganza,
Abrió sedienta, de placer beoda.
Y «¿A dónde, Enéas, vas?» grita, y se lanza;
«No, no abandones la ajustada boda!
Tierra que, hendiendo el mar, buscando vienes,
Te la dará mi diestra; aquí la tienes!»

CXXXIX.

Tales clamores, insensato, exhalas
Vibrando el hierro vengador, que envía
Centellas; ¡y no ves que el viento en alas
Tu deseo se lleva y tu alegría!
Echado el puente y puestas las escalas,
Pegada á un alto escollo estar se via
La nao en que de Clusio el rey Osinio
Llegara allí con militar dominio.

CXL.

A ella la sombra, tímida y ligera,
Corre á ocultarse. No se desconhorta
Turno, demoras vence, de carrera
Los altos puentes salta, al barco aporta.
Mas no bien de la proa se apodera,
Juno invisible ya la amarra corta,
Al lance atenta, y de la orilla suelto
El casco arrastra sobre el mar revuelto.

{212}

CXLI.

Ni ya el fantasma de ocultarse trata,
Mas alzándose en forma inconsistente
Oscura nube al aire se dilata.
Y miéntras busca á su rival ausente
En medio Enéas de la liza, y mata
A cuantos por do pasa le hacen frente,
Envuelto en impensado torbellino
Ya Turno de alta mar lleva camino.

CXLII.

Ingrato á un beneficio que no entiende
Tornó á mirar, y con doliente grito
Entrambas manos hácia el cielo extiende:
«¡Omnipotente padre! ¿Qué delito
Cometí, que tu saña así se enciende
Y mal tan grande sobre mí concito?
¿Qué es de mí? ¿dónde estoy? ¿Qué fuerza nueva
A dónde, en fuga, y como quién me lleva?

CXLIII.

»¿Acaso hácia Laurento rumbo sigo?
¿Ó volveré por suerte á mis reales?
¿Y qué dirán aquellos que conmigo
Vinieron á la guerra, y á los cuales
(¿Es verdad? ¡oh vergüenza!) al enemigo
Abandoné y á horrores funerales?
Ya, ya los veo que dispersos mueren;
¡Ay! ¡sus lamentos mis oidos hieren!

{213}

CXLIV.

»¡Abriese, á devorarme, una honda boca
La tierra! Ó vos, más bien, al ruego mio
Venid, ¡oh vientos! contra dura roca
Arrebatad piadosos mi navío;
Esperanzado en vos Turno os invoca!
¡Allá estrelladme en áspero bajío,
Do Rútulos no lleguen, ni importuna
Fama me siga ni memoria alguna!»

CXLV.

Dice, y en zozobrante afan no sabe
Entre intentos dudosos qué decida:
O si ya, enloquecido por tan grave
Afrenta, el pecho sin piedad divida
Con frenético acero; ó de la nave
Se arroje, y á poder de brazos pida
En su bélico ardor la orilla corva
Venciendo el ponto que lidiar le estorba.

CXLVI.

Tres veces uno y otro pensamiento
Traer á ejecucion el triste ensaya,
Y tres veces tambien su osado intento
La Diosa que le asiste puso á raya,
Condolida; y en blando movimiento
Hace que en brazos resbalando vaya
De hirviente espuma á términos seguros:
Del padre Dauno á los antiguos muros.

{214}

CXLVII.

Mezencio á esta sazon, por sugestiones
De Jove, suple del que huyó la falta,
Y con valor sereno las legiones
Teucras invade, á quien el triunfo exalta;
Embisten los tirrenos escuadrones
Al odiado adalid que al campo salta;
Contra él, todos contra él vuelven sus miras
Con densas armas y comunes iras.

CXLVIII.

Mas él, como alto escollo, inmoble, osado,
Que reina sobre el mar, y combatido
Por las ondas y vientos, sin cuidado
Oye de hondas y vientos el bramido,
Así resiste á un lado y á otro lado.
A Hebro Dolicaonio, sin sentido
Echa á tierra, y á Látago derriba,
Y á Palmo en su carrera fugitiva.

CXLIX.

No á estos dos de una suerte; que de roca
Con un pedazo enorme se adelanta
A Látago, y le aplasta rostro y boca;
Mas á Palmo una corva le quebranta,
Y déjale arrastrar, miéntras coloca
La ganada armadura, que levanta,
En los hombros á Lauso, y en la frente
El creston del rendido combatiente.

{215}

CL.

Mató luégo Mezencio al frigio Evante:
Y á Mimante, que á Páris compañía
Hizo, en edad y en gustos semejante:
Hécuba el hacha que soñado habia
Dió á luz la noche misma en que Mimante
A Amico de Teana le nacia:
Aquel reposa bajo el patrio cielo;
Cae éste oscuro en peregrino suelo.

CLI.

Cual jabalí que en años se aposenta
Allá en Vésulo, entre alto y alto pino,
O de selvosas cañas se apacienta
Oculto en el pantano Laurentino;
El cual feroz se pára, y nadie intenta
De cerca herirle, si á las redes vino
A colmilladas de uno y otro perro;
Los dientes cruje, eriza frente y cerro,

CLII.

Y á todo lado impávido amenaza;
Y á distancia dan voces y se airan
Los monteros en torno, y él rechaza
En sus lomos los chuzos que le tiran:
Contra Mezencio en semejante traza
Los que con justa indignacion le miran,
Muestran, no cuerpo á cuerpo, sus furores,
Sino á trechos, con dardos y clamores.

{216}

CLIII.

Vino ganoso de marcial trofeo
De la antigua Corito Acron, de griega
Raza, que por su fuga, su himeneo
Dejó sin consumar. En la refriega
Con ricas plumas y purpúreo arreo
Que su novia le dió, luciente llega.
Mezencio en un tropel aquella roja
Vislumbre vió, y alegre allá se arroja.

CLIV.

Tal, cuando altas majadas importuno
Ha rondado un leon con rabia hambrienta,
Si alguna cabra huyente ó ciervo alguno
Divisó de engreida cornamenta,
Salta á su presa, y, largo tiempo ayuno,
Abre ancha boca, crespa crin avienta,
Y á las entrañas con ardor se clava,
Y en negra sangre el rostro horrendo lava.

CLV.

Cayó el mísero Acron, y semivivo,
Batiendo con los piés la odiosa tierra,
Roto dardo ensangrienta. Fugitivo
Iba Oródes; pero hecho á franca guerra
Más que él, y ménos que él á plan furtivo,
No quiso herirle á salva mano, y cierra
Mezencio pecho á pecho, y le derriba,
Y con el pié y la lanza en él estriba.

{217}

CLVI.

Y dice: «¿Á Oródes el de insigne fama
Visteis, amigos, en la lid? ¡Pues hélo
Bajo mis piés!» Con él la turba clama,
Y el grito de victoria sube al cielo.
«Quienquier seas, tambien, tambien te llama,»
Repuso el moribundo, «aqueste suelo
No harás impune de mi muerte alarde,
Ni será, no, que la venganza tarde!»

CLVII.

Mezencio, con sonrisa que señales
De ira disfraza, replicó: «¡Tú muere!
El Señor de mortales é inmortales
Disponga allá de mí como quisiere.»
Pronunciando feroz palabras tales
La lanza arranca, sin que á más espere:
A eterna noche al mísero destierra
El férreo sueño que sus ojos cierra.

CLVIII.

Sacrator sin piedad á Hidaspe trata;
Triunfante á Alcato Cédico acomete;
Rapo á Partenio y á Orses, que recata
Gran fuerza, humilla; á Cronio y á Ericete,
Hijo de Licaon, Mesapo mata:
A aquél tendido en tierra, audaz jinete
Por su bridon indómito arrojado;
A éste pugnando á pié, de á pié soldado.

{218}

CLIX.

Ágis de Licia á estos combates vino,
Tambien como peon: con él Valero
Cierra, y le vence, insigne paladino
De prístinas virtudes heredero.
Salio á Tronio; Neálces, que camino
A flechas alevosas da certero,
A Salio hirió á su vez. Tal iba Marte
Mezclando el campo, igual á cada parte.

CLX.

Todo era estrago y confusion: caian
Vencidos á la par y vencedores,
Y ni los unos ni los otros cian.
De Jove en los altivos miradores
Pensar duele á los Dioses cuál porfían
Los hombres tan sin fruto en sus furores:
Vénus acá, allá Juno ven la riza;
Pálida Furia en medio se encarniza.

CLXI.

Viene Mezencio amenazante y feo
Gran lanza sacudiendo, como esguaza,
Orion á pié los golfos de Nereo
Con mole descollante, cual de caza
Tornando de los montes giganteo
Añoso fresno empuña á fuer de maza,
Corren sus piés sobre la humilde broza
Y allá entre nubes la cabeza emboza.

{219}

CLXII.

Tal va con grandes armas el tirreno;
Y Enéas, que veloz llegar quisiera,
Con los ojos le busca, de ardor lleno,
Allá á lo largo de enemiga hilera:
Firme el otro en su basa ve sereno
Al osado adversario á quien espera;
Mide el tiro á la lanza con la vista,
Y «¡Así esta diestra, que es mi Dios, me asista,

CLXIII.

»Y aqueste hierro que vibrante á Enéas,»
Dice, «en castigo á su insolencia arrojo!
¡Y á fe, Lauso, y á fe que con preseas
Que á ese bandido arrancaré en despojo,
Trofeo vivo de mi triunfo seas!»
Calla, y tira de léjos en su enojo
La silbadora lanza. Ella el escudo
Troyano hiere, mas entrar no pudo;

CLXIV.

Y á distancia en su vuelo rechazada,
Va de allí al noble Antor, y hondo camino
Le abre entre las costillas y la ijada.
Compañero de Alcídes, de Argos vino
Antor, y á Evandro unido, hizo morada
En ítala ciudad. Hoy ¡triste síno!
Cae de extraviado golpe: al cielo mira,
Y su Argos dulce recordando, espira.

{220}

CLXV.

Tocó á Enéas su vez: su lanza vuela,
Y lienzos, bronce triple y triple cuero
Traspasa á la ancha y cóncava rodela
De Mezencio; va á la ingle; pierde empero
Su fuerza allí: brota la sangre: vela
Gozoso el agresor; tira ligero
De la espada, pendiente al muslo, y salta
Sobre el herido, á quien la fuerza falta.

CLXVI.

De dolor y de amor lanzó un gemido
Y dejó por su faz correr el llanto
Lauso, en viendo á su padre mal herido.
¡Mancebo memorable! no en mi canto
Callaré tu alabanza; ni en olvido
Caerán (si á una virtud de precio tanto
Crédito ha de prestar la edad futura)
Tus nobles hechos y tu muerte dura.

CLXVII.

Perdido ya el vigor, la accion perdida,
Pasos Mezencio daba atras doliente,
Trayendo en el broquel la asta homicida.
Interpúsose entónces impaciente
El mancebo, y haciendo que divida
La atencion el troyano combatiente,
Entretiene la furia de la daga
Con que éste, alta la diestra, ávido amaga.

{221}

CLXVIII.

Así del vencedor el movimiento
Lauso embarga; y con alta gritería
Apóyanle los suyos, miéntras lento
El padre resguardado se desvía
Por la pelta del hijo. Armas sin cuento
Sobre Enéas la turba en tanto envía
De léjos; y él, ardiendo en furia nueva,
Firme y guarnido el choque sobrelleva.

CLXIX.

¿Quién vió tal vez en recio pedrisquero
Romper las nubes y azotar la tierra?
Huyen los labradores; y el viajero,
Como en alcázar natural, se encierra
En cava umbrosa ó sólido agujero
Que algun rio le ofrece ó agria sierra;
Y aguarda allí para seguir su via,
Que calme la tormenta y abra el dia:

CLXX.

Así de todas partes asaltado
Eneas se recoge y acoraza
Miéntras escampa el áspero nublado;
Y á solo Lauso increpa, á él amenaza,
Diciéndole: «¿Dó vas, dó vas, cuitado?
¿Qué audaz resolucion incauta abraza
Tu voluntad? A tanto no eres fuerte;
Tu atolondrado amor corre á la muerte!»

{222}

CLXXI.

No por eso el mancebo se modera;
¡Y cuál sube de punto y se derrama
Del Troyano el furor! Parca severa
A Lauso no perdona: de su trama
Vital recoge ya la hebra postrera.
¡Demente! él mismo el golpe adverso llama:
Vibrando Enéas el brioso acero
Por medio al infeliz lo esconde entero.

CLXXII.

Pasó el hierro la pelta (asaz ligera
Arma á tanta arrogancia) y la loriga
Que de hilos de oro tierna madre hiciera;
Llenóla en sangre; y triste se desliga
El alma, y á otro mundo huye ligera.
Ni pudo Enéas ya como á enemiga
Aquella faz mirar, faz moribunda
Que extraña palidez baña y circunda.

CLXXIII.

Tan bello ejemplo de filial ternura
Movióle á compasion, tiende la diestra
Y dice á Lauso: «¡Ay jóven sin ventura!
¿Ya el pio Enéas qué ha de darte en muestra
De homenaje á virtud tan noble y pura?
Al ménos tu ceniza él no secuestra;
¡Oh! si algo valen fúnebres honores
Al lado dormirás de tus mayores!

{223}

CLXXIV.

»Lleva esas armas, tu delicia enántes,
Y este consuelo en tu forzosa muerte,
Que caiste, no á manos infamantes,
Del grande Enéas bajo el brazo fuerte!»
Dijo, y á los parciales vacilantes
De tardos riñe, y alza á Lauso inerte.
¡Mísero Lauso! en sangre mancha aquellos
Que á la usanza aliñó pulcros cabellos.

CLXXV.

Entretanto á la márgen tiberina
Fuerzas cobrando el genitor doliente,
Con la linfa restaña cristalina
De la herida cruel la abierta fuente,
Y de un árbol al tronco el cuerpo inclina.
De un ramo más allá se ve pendiente
El yelmo duro, y el arnes pesado
Ocioso está sobre el tapiz del prado.

CLXXVI.

Flor de mozos guerreros le rodea:
Él anhelante, sin vigor que rija
Sus acciones, el cuello que flaquea
Apoya; y cubre el pecho con prolija
Rizada barba. Oir nuevas desea
De Lauso, en Lauso está su mente fija;
Y mensajeros de su afan cuitado
Envía, que le vuelvan á su lado.

{224}

CLXXVII.

Mas ya sobre sus armas extendido,
Ingente él mismo y con ingente llaga,
Traen á Lauso, haciendo gran plañido,
Sus soldados. De tanto mal presaga
El alma léjos entendió el gemido;
Y sus canas manchando en polvo, halaga
Mezencio su dolor; las palmas tiende
Al cielo; el hijo entre sus brazos prende.

CLXXVIII.

«¿Tanto el halago de existir convida,»
Dice, «y tanto obró en mí, que al enemigo
Te entregué en mi lugar, prenda querida?
¡Y yo (¡padre infeliz!) viviendo sigo!
¡El hijo que engendré me da esta vida,
Yo la muerte le doy! Siento y maldigo
El peso horrendo de mi suerte ingrata;
¡Esta sí es honda herida, esto sí mata!

CLXXIX.

»¡Y tu nombre tambien con mi pecado.
Hijo del alma, yo manché, del trono
De mis padres, por odios arrojado!
¡Así de mis vasallos al encono
Con muertos mil hubiese allá pagado
Mi crímen! ¡No que en mísero abandono
Sobrevivo! ¿Y no dejo todavía
Los hombres y la odiosa luz del dia?...

{225}

CLXXX.

»¡Dejaréla!» Y diciendo se levanta
Sobre el enfermo muslo: aunque le impide
Fiero dolor mover la torpe planta,
Animo cobra, y su caballo pide
Que con bien le sacó de guerra tanta:
En él su gloria y su aficion reside,
Noble consolador, fiel compañero.
Al afligido bruto habló el guerrero:

CLXXXI.

«Hemos vivido á fe tiempo sobrado,
Rebo, yo y tú, si mucho tiempo dura
Cosa alguna mortal. Ó ensangrentado
Hoy el vulto traerás y la armadura
De Enéas, y á mi Lauso harás vengado;
O si todo camino cierra dura
La desgracia al valor, caerás! Te digo
Que has de vencer ó de morir conmigo.

CLXXXII.

»Que tú, digno bridon, nunca á villanos
Yugos el cuello inclinarás; ¿ni cómo
Habrias de admitir amos troyanos?»
Dice, y monta el corcel, que humilla el lomo
A recibirle; se llenó las manos
De agudos dardos, y asentóse á plomo:
Guarnecida de bronce centellea
Su frente; áspera crin encima ondea.

{226}

CLXXXIII.

Rápido á los contrarios se abalanza;
En el pecho le hierven á porfía
Impetus de vergüenza y de venganza,
Y del herido amor la frenesía
Y el probado valor de su pujanza.
Llama á Enéas, y á lid le desafía
Con grande voz tres veces. El Troyano
Reconocióle, pues, y exclama ufano:

CLXXXIV.

«¡De los Dioses el Padre así lo quiera!
¡Quiéralo el alto Apolo!—Ya contigo
Soy en batalla.» Hablando en tal manera
Con fatídica lanza á su enemigo
Ocurre. El cual replica: «¡Cruda fiera!
Lo acertó tu crueldad; la luz maldigo;
Mátasme un hijo y la esperanza, ¿y quieres
Despues de eso asustarme? ¡Necio eres!

CLXXXV.

»Amenaza no habrá con que me espantes:
No hay Dios á quien respete: no me inspira
Miedo el morir; vengo á morir; mas ántes
Estos dones te traigo.» Dice, y tira
Un dardo, y otro, y otros: incesantes
Lanzándolos, en vasto cerco gira
Volando en torno al campeon, que al rudo
Asalto opone firme el áureo escudo.

{227}

CLXXXVI.

Tres veces dió la vuelta el caballero
Sobre la izquierda, armas lanzando á mano;
Y tres cubierto todo en fino acero,
Movió consigo el adalid troyano
Aquel de hincadas puntas bosque entero:
Desclavar tanta flecha, empeño es vano;
Y Enéas lleva á mal que se dilate,
Urgente ya, tan desigual combate.

CLXXXVII.

Medita: al fin en presto movimiento,
A do las huecas sienes le divida,
Dispara al bruto de guerrero aliento
Su lanza. El cual, no bien sintió la herida,
Estribando en los piés azota el viento
Con las manos, y sigue en su caida
Al enredado caballero, y rueda
De bruces, y él bajo sus lomos queda.

CLXXXVIII.

Ambos campos el cielo á grito herido
Encienden. Vuela Enéas, y el acero
Desnudando sobre él, «¿A dónde es ido
Aquel Mezencio,» dice, «ántes tan fiero?
¿Qué se ha hecho ese arrojo tan temido?»
Apénas el exánime guerrero
Cobró, volviendo al cielo la mirada,
La luz perdida y la razon turbada,

{228}

CLXXXIX.

Y responde: «¡Acerbísimo enemigo!
¿A qué suspendes sobre mí la muerte?
¿Qué me increpas si á nada yo te obligo?
Libre eres de matarme; ni á moverte
Con ruegos vine aquí, ni ya contigo
Pactos hizo mi Lauso de esa suerte.
Mas si áun queda piedad para el vencido,
Una sola merced muriendo pido:

CXC.

»¡Da que sea mi cuerpo sepultado!
Vengativas escucho en torno mio
Rugir las olas de mi pueblo airado;
¡Sálvame tú de ese furor impío!
Pueda de un hijo reposar al lado!»
Esto dijo no más, y sin desvío
Entregó la garganta á la honda herida.
Y en sangre envuelta derramó la vida.

{229}

LIBRO UNDÉCIMO.

I.

En este medio alzándose la Aurora
Del Oceano las regiones deja.
Enéas, aunque el ánsia le devora,
Con que á dar sepultura se apareja
A sus aliados, y consigo llora,
Y el dolor de las pérdidas le aqueja;
Sus votos, vencedor, cumple primero,
Con el albor del matinal lucero.

II.

Cúmplelos; y en la cima de un collado
Hace hincar luégo una robusta encina,
Habiéndola de ramas desnudado;
En ella la armadura diamantina
De Mezencio pondrá: trofeo alzado
Al Dios que en guerras triunfador domina.
Ya le acomoda el yelmo, ya la cota,
Por doce partes perforada y rota.

{230}

III.

Truncos vuelve sus dardos al guerrero
En efigie, y su cresta ensangrentada,
Préndele á izquierda el gran broquel de acero,
A su hombro cuelga de marfil la espada.
Y él, entre los aliados el primero,
A hablarles se alza luégo: en apiñada
Y silenciosa turba su persona
Los jefes cercan ya; y así razona:

IV.

«Ya lo difícil acabasteis: llano,
Soldados, lo que falta os adivino.
Ved los despojos del cruel tirano;
Ricas primicias son: ¡en esto vino
Mezencio á dar por obra de mi mano!
Sabed que á la ciudad del rey Latino
Marchar nos cumple. En el marcial intento
Ocupad desde ahora el pensamiento.

V.

»Prevenidos estad, porque llegada
La hora que darán á mi ventura
Los Dioses, de mover el campo, nada
Los ánimos sorprenda, ni á pavura
Ó á dañosa demora los persuada.
A los muertos en tanto sepultura
Demos: único honor que á ellos alcanza
Del Aqueronte en la profunda estanza.

{231}

VI.

»Sí, á egregias almas que este patrio nido
Con su sangre nos dan generadora,
Que últimas honras tributeis os pido.
Palante al patrio pueblo que le llora
Sea en fúnebre pompa conducido:
Virtud no le faltó: funesta un hora
Robóle á nuestro amor, robóle al suelo,
¡Ay! para hundirle en sempiterno duelo!»

VII.

Y llora, y al umbral los pasos guia
Donde Acétes, anciano y fiel guerrero,
De Palante infeliz custodia hacía
Al tendido cadáver. Escudero
El del parrasio Evandro fuera un dia,
Y vino en esta vez por compañero
De aquel amado alumno, con auspicios,
Cual ántes no lo fueron, impropicios.

VIII.

En torno ostentan en comun su duelo
Turba troyana y mustia servidumbre,
Y damas, suelto al aire el rico pelo
En señal de dolor, cual fué costumbre.
Entró Enéas al pórtico, y al cielo
Alza inmenso clamor la muchedumbre,
En gran lamentacion hiérense el pecho,
Y suena con el llanto el regio techo.

{232}

IX.

Él, viendo de Palante sostenida
La frente, y blanco el rostro á par de muerte
Y en aquel pecho hermoso la ancha herida
Que ausonia lanza abriera, y sin que acierte
El llanto á contener, «¿Tú aquí sin vida,»
Clama, «amigo infeliz? Cuando la suerte
Más propicia á mis armas sonreia,
¡Ay! de mi lado te arrebata impía!

X.

»No quiso la cruel que el triunfo mio
Vieses, y vencedor entre marciales
Pompas volvieses al solar natío!
No hice á tu padre, no, promesas tales
Cuando, enviándome á excelso poderío.
Al darme en tierno abrazo tristes vales
Me advirtió receloso que lo habria
Con gentes bravas en tenaz porfía.

XI.

»¡Y él hora por ventura se complace
En trocar á esperanzas sus temores,
Y ofrendas en el ara y votos hace,
Miéntras damos estériles honores
Al jóven que, pues ya sin vida yace,
Nada debe á los Dioses superiores!
¡Por tí, padre infeliz, cuánto me aflijo!
¡Tú el cruel funeral verás de un hijo!

{233}

XII.

»¿Y éste es el triunfo ansiado? ¿éste el festivo
Regreso? ¿ésta mi fe tan engreida?
Mas no le viste, Evandro, fugitivo
Ni echado de la lid con torpe herida;
Ni por qué preferir tendrás, él vivo,
Acerbo trance, ¡oh padre! á infame vida.
¡Cuánto pierdes en él, Ausonia, y cuánto
Tú, hijo mio!» Así habló vertiendo llanto.

XIII.

Que el mísero cadáver se levante
Ordena; y eligiendo mil guerreros
Entre toda la hueste, de Palante
La fúnebre custodia y postrimeros
Honores les encarga: que delante
Lleguen de Evandro, y tristes mensajeros,
Consuelo den, pequeño á duelo tanto,
Mas á un padre debido en tal quebranto.

XIV.

Otros, en este medio, con presteza
De encina y de madroño acopian rama
Con que féretro blando se adereza
Hecho de zarzos en flexible trama:
Verde toldo de rústica maleza
Forman despues á la funérea cama,
Y los miembros del jóven delicado
Tienden en fin sobre el hojoso estrado,

{234}

XV.

Cual flor, por dedo virginal cogida,
De muelle viola ó de jacinto tierno,
Que áun formas guarda y esplendor de vida
Falta de jugo y del favor materno.
Dos túnicas Enéas en seguida
Saca, que en leda ostentacion de interno
Afecto dió, labradas de su mano,
La excelsa Dido al capitan troyano.

XVI.

Triste él con una y otra (de ambas era
Grana el fondo, que fino oro recama)
Cubrió el cuerpo, y la hermosa cabellera
Veló, que pronto abrasará la llama.
Cautivas armaduras aglomera
Que de Palante son conquista y fama,
Y en larga serie desfilar ordena
Cuantos ganó despojos en la arena.

XVII.

Allí arneses, caballos. Sordo al ruego
Ya las manos atras ligado habia
A los mancebos cuya sangre al fuego
Dará, en obsequio que al finado envía.
Manda á los mismos capitanes luégo
Arboles lleven que á la luz del dia
El nombre ostente del que fué vencido
Por trofeo, y sus armas por vestido.

{235}

XVIII.

Bajo la carga de la edad maltrecho
Acétes miserable en pos se lleva,
Y ora á golpes ofende el flaco pecho,
Ora uñas fieras en su rostro ceba,
Ó de la tierra sobre el duro lecho
Largo se extiende, y su dolor renueva.
El carro de Palante ya aparece
Que con rútula sangre se enrojece.

XIX.

Y Eton, su buen corcel, á su mesnada
Se avanza, del marcial jaez desnudo,
La faz en gruesas lágrimas bañada,
¡Que tanto en él el sentimiento pudo!
Otros su asta y morrion (cinto y espada
Turno se reservó) llevan, y mudo
El ejército á pié la marcha cierra,
El cuento de las lanzas vuelto á tierra.

XX.

Paróse Enéas, cuando en larga hilera
La pompa funeral pasó adelante,
Y dió en alto gemido su postrera
Despedida al cadáver ya distante:
«La misma de la guerra ley severa
A otros llantos, ¡oh máximo Palante!
Y á nuevo afan nos llama. ¡Salve, amigo,
Por siempre, y para siempre adios te digo!»

{236}

XXI.

Calló, y á sus reales se encamina
Tendiendo al alto muro. Allí, entretanto,
Llegados son de la ciudad latina
Embajadores, que de olivo santo
Con la rama adornados peregrina
Piden tregua, en la cual los que sin llanto
Honroso á fil de espada yacen muertos,
Sean de tierra por piedad cubiertos.

XXII.

Tregua piden y paz con los finados,
Y que armisticio Enéas á varones
Conceda, á quienes diera ya dictados
De huéspedes y suegros. Las razones
El Troyano aprobó de los legados,
Y añade, al otorgar tan justos dones:
«¡Latinos! ¿qué fortuna indigna os cierra
En estos lazos de forzada guerra?

XXIII.

»¿Por qué á nuestra amistad fuisteis esquivos?
Paz para aquellos me pedis que muertos
Han sido en el combate;—¡áun á los vivos
Quisiera yo otorgarla! A vuestros puertos
No vine con intentos ofensivos,
Mas sumiso al mandato de hados ciertos
Mansion perpétua á establecer. Tampoco
A guerra yo vuestra nacion provoco.

{237}

XXIV.

»De la hospitalidad faltando al fuero
El rey Latino en Turno armado fia.
Que Turno á estrago tal, solo y señero
Se expusiese, ¿más justo no sería?
Pues quiere echarnos, y á poder de acero
La guerra terminar, aquí debia
Reñir conmigo; de los dos viviera
A quien Dios ó su brazo se la diera!

XXV.

»Hora los compañeros malhadados
Id á imponer en la funérea pira.»
Dijo. Atónitos callan los legados;
Cada uno, vuelto el rostro, al otro mira.
Dránces, que lustros ya cuenta avanzados,
Que contra el jóven Turno odios respira
Y en daño suyo acusaciones vierte,
Responde, al fin, por todos de esta suerte:

XXVI.

«¡Oh tú, máximo en lid, rico en blasones!
¿Cómo sabré á los cielos ensalzarte?
¿Cuál te honra más, lo justo en las acciones,
O lo sufrido en el rigor de Marte?
Gratos, príncipe, á tí, de tus razones
A la patria ciudad daremos parte;
Y si á ello la Fortuna abre camino,
Te enlazaremos con el rey Latino.

{238}

XXVII.

»Turno otro auxilio busque entónces: juro
Que á cuestas hemos de llevar de grado
Para cimiento del troyano muro
Piedras que cumplan lo que manda el Hado!»
A estas palabras con murmullo oscuro
Asienten los demas. Quedó pactado
Que dure, de los muertos en servicio,
Seis dias y otros seis el armisticio.

XXVIII.

Viéronse en él mezclarse los soldados;
Y vagando á la par teucro y latino,
Con hachas abatir por los collados
Fresno que herido cruje ó yerto pino,
Y los cedros rajar de olor cargados,
Con cuñas, y los robles, de contino,
Y quejigos de agreste cabellera
En plaustros gemebundos sacar fuera.

XXIX.

Entretanto la Fama voladora,
Que ya á Palante vencedor mentia,
De lúgubres alarmas nuncia ahora
En torno á Evandro va, llenando impía
Muros y techos donde Evandro mora.
Los Arcades acorren á porfía
Hácia las puertas, y segun costumbre
Antorchas asen de funérea lumbre.

{239}

XXX.

Brilla de luces prolongada hilera
Despartiendo los campos que ilumina.
La frigia turba, en tanto, plañidera
A los muros sus pasos encamina.
Reúnense ambos pueblos; ya la entera
Procesion á los techos se avecina:
Las matronas la ven, y altos lamentos
Por la triste ciudad dan á los vientos

XXXI.

A moderar á Evandro no es bastante
Fuerza humana. Allá vuela, allá se arroja,
Y deteniendo el féretro, á Palante
Postrado abraza, en lágrimas le moja,
Contra el seno le estrecha sollozante.
Cuando hubo apénas la mortal congoja
Dado paso á la voz, gimiendo dice:
«¡Ay hijo de mi alma! ¡ay infelice!

XXXII.

»En vano me ofreciste cautelarte
Del peligro fatal. Yo bien sabía
Cuánto en la guerra á seducir es parte
De la gloria el sabor; con qué energía
En el primer conflicto arrastra Marte
La juvenil ardiente fantasía!
¡Tristes primicias de tu edad lozana!
¡Dura preparacion de lid cercana!

{240}

XXXIII.

»¡Ay! que mis votos y mis preces nada
Me valieron. Y tú, bendita esposa,
No á tan fieros dolores reservada,
¡Cuánto fuiste, muriendo, venturosa!
Por modo opuesto, yo de mi jornada
He vencido la senda trabajosa,
De las pruebas triunfé del hado esquivo,
Y ya ¡padre infeliz! me sobrevivo.

XXXIV.

»¡Hubiera yo seguido los reales
Troyanos, y los Rútulos me hubiesen
A dardos abrumado, y pompas tales
A mí, no á mi Palante, aquí trajesen!
Mas aquellos banquetes fraternales,
¡Oh Teucros! no temais que hora me pesen,
En que la diestra os di como alïado;—
¡Golpe era aquéste á mi vejez guardado!

XXXV.

»Que si fué tu destino en tan tempranos
Años caer, cayeras á los ménos
—Muertos ántes mil Volscos á tus manos—
Guiando al Lacio el paso de tan buenos
Compañeros! Piadoso el Rey troyano,
Nobles Frigios y en masa los Tirrenos
Te han hecho, sí, muníficos honores;
Yo mismo no te hiciera otros mayores.

{241}

XXXVI.

»Traer les miro en árboles triunfales
Armados cuerpos que humilló tu acero.
Las fuerzas de la edad fuesen iguales,
Y gran tronco llegaras tú el primero,
Turno! —Mas ¡ay de mí! ¿por qué, mis males
Llorando, os privo del laurel guerrero?
Id ya, y á vuestro Rey en nombre mio
Llevad estas palabras que le envío:

XXXVII.

»Causa eres tú que yo viviendo siga,
Muerto Palante, en este odioso suelo;
Pues nos debes de Turno la enemiga
Cabeza á mí y á él. De tí en mi duelo
Y de Fortuna esta esperanza abriga
Mi pecho. Para mí ya no hay consuelo
Humano; mas á un hijo en su honda estanza
Nuevas quiero llevar de su venganza!»

XXXVIII.

Despierta con sus rayos celestiales
El nuevo dia, que en oriente raya,
Al usado ejercicio á los mortales.
Ya el padre Enéas, ya en la corva playa
Tarcon ha alzado piras, en las cuales
Vaya el Troyano y el Tirreno vaya
A colocar los muertos de su bando,
Los patrios ritos cada cual guardando.

{242}

XXXIX.

Arde la lumbre lúgubre, y oscura
Nube envuelve del cielo las regiones.
Revestidos de espléndida armadura
Tres veces han marchado los peones
En derredor del fuego que fulgura;
Y tres los de á caballo en sus bridones
Lustran la triste funeral hoguera,
Y lanzan de dolor voz lastimera.

XL.

Plañendo de consuno, el largo lloro
Riega el suelo y al par las armas riega:
De las trompetas el clangor sonoro
Y el clamor de la gente al cielo llega.
Quién á las llamas el marcial tesoro
A los Latinos arrancado, entrega:
Finos yelmos, magníficas espadas;
Frenos y ruedas, á encenderse usadas.

XLI.

Otro tal vez á la funérea pira,
Prendas notorias de los que ella abrasa,
Los escudos y aquellas armas tira
Que ántes ciñeron con fortuna escasa.
Mucho novillo en cerco arder se mira,
Híspidos cerdos, víctimas sin tasa
Traidas de los campos: hierro fuerte
Las rinde al fuego y las consagra á Muerte.

{243}

XLII.

Caros cuerpos por toda la ribera
Vense humear; y nadie se retira
De la que guarda medio extinta hoguera,
En tanto que en silencio húmeda gira
Tachonada de luces la alta esfera.
Y allá tambien innumerable pira
(Que allá gimen tambien tristes destinos)
Han alzado en su campo los Latinos.

XLIII.

Y á sus muertos, en parte, acogimiento
Bajo la tierra con piadosas manos
Mullen; otros envían á Laurento,
Llevan otros á predios comarcanos;
Y los demas sin distincion ni cuento
Hacinados consumen. Ya los llanos
En su vasta extension lucen doquiera
Con el émulo ardor de tanta hoguera.

XLIV.

Así como ahuyentó con luz serena
Gélidas sombras el tercero dia,
Ruedan la alta ceniza, y tibia arena
A los revueltos huesos que envolvia
Encima acopian... Mas oid cuál suena,
En esta de dolor larga porfía,
La ciudad y su alcázar opulento
Con mayor alarido y movimiento.

{244}

XLV.

Madres allí, ternísimas hermanas,
Y huérfanos y viudas la homicida
Guerra maldicen en querellas vanas,
Y la boda de Turno prometida:
Que las armas él solo empuñe insanas,
Que él solo, exclaman, con las armas pida
El imperio de Italia y la corona,
Y los sumos honores que ambiciona!

XLVI.

De las hembras dolientes el dictámen
Fiero apoyando Dránces, acredita
Que á Turno emplaza á singular certámen
El Troyano, y á solo Turno cita.
Parciales hay tambien que á Turno aclaman,
Ya abogando por él, ya en ronca grita:
Con cien trofeos triunfador le nombra
Voz popular; le da la Reina sombra.

XLVII.

En medio á tan ardientes altercados,
De vuelta de Argiripa floreciente
Veis aquí se presentan los legados
Que allá marcharon; y, con triste frente,
Que tan grandes trabajos empleados
Empeño fueron, dicen, impotente:
Nada han valido con el jefe griego
Dádivas, oro, ni apremiante ruego.

{245}

XLVIII.

Ó á otra alianza, pues, tentar camino
Ó proponer las paces al Troyano
Será forzoso. El mismo rey Latino
En profunda afliccion cayó. No en vano
Las claras muestras del furor divino,
Y los alzados túmulos del llano
Que recientes se ofrecen á la vista,
Incontrastable anuncian la conquista.

XLIX.

Y así el Rey de su corte á los primeros
Varones, en sus altos penetrales
Cita á solemne junta. Ellos ligeros
Van, llenando avenidas y portales.
Venerable entre tantos consejeros
Por sus canas é insignias imperiales,
Grave en medio de todos él se asienta;
Ni es ledo aspecto el que su faz ostenta.

L.

Y luégo á los legados que, cumplido
El cargo, han vuelto del etolio estado,
Manda que de tan grave cometido
Cuenten punto por punto el resultado.
Cesa ya de las lenguas el rüido,
Y obediente del príncipe al mandado,
«Vimos, conciudadanos, á Diomédes,»
Vénulo dice, «y sus argivas sedes.

{246}

LI.

»Asperezas vencimos del camino,
Y á término llegando, aquella mano
Tan temida tocámos por quien vino
A tierra un dia el gran poder troyano.
Triunfante el Rey, con próspero destino,
En los campos del yápigo Gargano
Echaba de Argiripa el fundamento,
Ciudad que así nombró del patrio asiento.

LII.

»Así que entrado hubimos, y licencia
Se otorgó á las palabras, nuestros dones
Ofrecimos, y nombre y procedencia
Declarámos al Griego: las razones
Expusimos despues, que á su presencia
Nos llevaron; la guerra que varones
Extranjeros nos mueven. Manso oyónos,
Y habló á su turno en apacibles tonos:

LIII.

«Antigua raza, Ausonios fortunados,
»Que en paz gozais de la saturnia tierra,
»¿Qué os instiga, viviendo sosegados,
»A provocar desconocida guerra
»Y en demanda á correr de nuevos hados?
»¡Oh! quien eso pretende, ¡cuánto yerra!
»Nosotros profanámos con el hierro
»A Troya; y ved nuestro ejemplar destierro!

{247}

LIV.

»No en las pérdidas sólo que nos cuesta
»El largo sitio, mi escarmiento fundo;
»Ni sólo el frigio Símois me amonesta
»De cadáveres lleno. Andando el mundo
»¿Qué atroz suplicio por sufrir nos resta?
»Doliera al mismo Príamo. Iracundo
»El astro de Minerva, y Cafereo
»Cruel lo sabe, y el peñon Eubeo.

LV.

»A otra zona lanzados, Troya hundida,
»Llegó hasta las Columnas de Proteo
»Peregrinando Menelao Atrida;
»Llegó Ulíses al antro Ciclopeo.
»¿Recordaré de Pirro la caida,
»Derribado el altar de Idomeneo,
»Y la locrina juventud, ahora
»De las líbicas costas pobladora?

LVI.

»El mismo miceneo Rey, que un dia
»De los grandes Aquivos tuvo el mando,
»Fué, entre su mismo penetral, de impía
»Consorte muerto bajo el brazo infando;
»Venció así á quien vencido á Troya habia,
»Villano burlador. Y yo, tornando
»Al patrio hogar, la deseada esposa
»No hube de ver ni á Calidonia hermosa.

{248}

LVII.

»¡Iras del cielo! Y áun aquí sombríos
»Me siguen y fatídicos portentos:
»Mudados ya los compañeros mios
»En aves, cruzan los delgados vientos,
»Siguen el curso á los desiertos rios
»(¡Inaudita expiacion! ¡fieros tormentos!)
»Y con fúnebres ecos de gemidos
»Hinchen ¡ay! los escollos maldecidos.

LVIII.

»Temer debí tan espantosos males
»Desde que en liza desigual, insano
»Pude atentar á cuerpos celestiales,
»Y á Vénus ofendí la diestra mano
»Con sacrílega herida. Horrores tales
»Finaron ya: con el poder troyano
»Guerra no tengo; ni mi antigua gloria
»Renuevo con placer en la memoria.

LIX.

»Yo, pues, en vuestro intento no conspiro:
»Antes bien, que volvais á Enéas cabe
»Esos presentes que traer os miro
»De la patria. Ya golpe á golpe, en grave
»Conflicto ya, de léjos, tiro á tiro,
»Probé yo mismo el arte con que sabe
»Empinar el broquel; la gran pujanza
»Con que él menea la fulmínea lanza.

{249}

LX.

»Fiad por tanto en la experiencia mia.
»Si el suelo ideo producido hubiera
»Dos héroes más como él, llegado habria
»A inaquios reinos el Dardanio, y viera
»Grecia en duelo trocada su alegría.
»¿Quién, sino Héctor y Enéas, de guerrera
»Inmensa muchedumbre opuso terco
»Antemural al estrechante cerco?

LXI.

»Ambos hicieron con su fuerte diestra
»Que un año, y otro, y diez, dia tras dia,
»Retrocediese la victoria nuestra:
»Iguales en esfuerzo y bizarría,
ȃste en virtudes superior se muestra.
»¡Oh! paz haced con él, donde ella os ria;
»Y huid toda ocasion que en lid acabe
»Y con sus armas vuestras armas trabe.»

LXII.

»Esto, ¡oh máximo Rey! en la ardua empresa
Falla el Griego y responde.» Habló; y creciente
Rumor, pasada la primer sorpresa,
Corre de boca en boca entre la gente,
Como raudal, en natural represa
De rocas detenido, que impaciente
Murmullo forma, y la ribera brama
Con el agua que bulle y se derrama.

{250}

LXIII.

Cuando cesó la agitacion primera
El anciano monarca abrió su boca,
Y habló de su alto solio en tal manera,
Despues que á las Deidades pio invoca:
«Quise yo que en sazon se definiera
Esta causa, ¡oh Latinos! Hoy que toca
Armado el enemigo á nuestras puertas,
Tarde á civil consejo están abiertas.

LXIV.

»En guerra nos hallamos importuna
Con recia, diva gente, que fatiga
No recibió jamás de lucha alguna,
Ni las armas depone, aunque enemiga
Redoble adversos golpes la Fortuna.
Nadie en extraños esperando siga;
Faltónos la alïanza del Etolo:
Cada cual en sí mismo espere sólo.

LXV.

»Dicho está, ciudadanos, cuánto sea
Esta esperanza individual mezquina;
¿Mas quién hay que no palpe luégo y vea
Que amenazado de fatal rüina
El público edificio tambalea?
A nadie vuestro príncipe acrimina:
Ha hecho el valor cuanto al valor es dado;
Todas sus fuerzas concentró el Estado.

{251}

LXVI.

»Qué ocurre ahora á mi indecisa mente
Atended; breve soy; aquesto creo:
Un territorio á par de la corriente
Tusca, de antiguo, cual sabeis, poseo,
Que hasta el confin sicano hácia occidente
Se dilata. A labranza y pastoreo
Dan Rútulos y Auruncos sus collados.
Parte bravíos, parte cultivados.

LXVII.

»Cedamos por la paz á los Troyanos
Esa áspera region, cuan larga yace,
Con los montes piníferos cercanos.
Iguales leyes de concorde enlace
Les daremos, y parte como á hermanos
En el reino. Pues tanto les aplace
Aqueste suelo, de temor seguros
En él se arraiguen y establezcan muros.

LXVIII.

»Mas si han de ir, y el destino lo tolera,
A otras playas, es bien que les labremos
Veinte cascos de itálica madera,
O más que alcancen á ocupar: tenemos
Sobrado material en la ribera.
Brazos daré, espolones, jarcias, remos,
Y de las naves el equipo todo;
Fijen ellos el número y el modo.

{252}

LXIX.

»Además, á su campo cien varones
Vayan, eximios en la gente nuestra,
Que les lleven de paz proposiciones
—El sacro olivo en la inocente diestra—
Y por mí sellen pactos. Ricos dones
De oro y marfil conducirán, en muestra
De mi amistad, y silla y trábea, emblema
De esta que ejerzo autoridad suprema.

LXX.

»¡Ea! el remedio decretad que implora
La afligida nacion que en vos espera!»
Dránces entónces se alza, á quien devora
Por la gloria de Turno, torticera
Emulacion y envidia roedora.
Fuerte en recursos y en palabras era,
No en armas: en consejos, de prudente
Fama gozaba, agitador potente:

LXXI.

Bien que de padre incógnito, debia
Nobleza ilustre á la materna rama.
Alzóse entónces, pues, y así á porfía
Cargos amontonando iras inflama:
«¡Benigno Rey! propones, á fe mia,
Cuestion que, á nadie oscura, no reclama
Mi voz. La causa del comun fracaso
Todos la saben; mas la dicen paso.

{253}

LXXII.

»¡Dé libertad de hablar, y enfrene el vuelo
A su orgullo, el fatal ductor que hace
Con funestos auspicios—sí, dirélo,
Y siquiera de muerte me amenace!—
Tanto prócer caer, y sume en duelo
A la ciudad, miéntras con pié fugace
Del enemigo campo se desvía
Y al asordado cielo desafía!

LXXIII.

»¡Ojalá que esa espléndida embajada,
¡Oh el mejor de los reyes! y esos dones
Muchos y grandes que enviar te agrada,
Con uno solo y principal corones!
No del justo dictámen te disuada
Rebelde encono de émulas pasiones:
Da tu hija en digna boda á egregio yerno,
Y afirma así esta paz con lazo eterno!

LXXIV.

»Vamos á él mismo á suplicarle, empero,
Si tanto miedo embarga á los Latinos,
Que ceda, y deje al Príncipe su fuero
Natural ejercer, y los destinos
Contemple con piedad de un pueblo entero.
—Tú, sola causa á nuestros males, dínos,
¿Los tristes ciudadanos de esa suerte
Arrastrarás de nuevo á horrenda muerte?

{254}

LXXV.

»La guerra de salud no da esperanza:
Todos pedimos paz, dánosla luégo
Con la prenda inviolable que la afianza!
Soy el primero que á pedirla llego,
Yo, á quien émulo finges; ni hay tardanza
En mí—vesme á tus plantas—para el ruego:
¡Ten piedad de los tuyos, pon la ira,
Y léjos derrotado, te retira!

LXXVI.

»¡Cuánta muerte hemos visto! ¡cuánto estrago!
¿Qué tala en vastos campos no hemos hecho?...
Mas si es que ejerce irresistible halago
La fama en tí, si escondes en el pecho
Tanto valor, y de tu afan en pago
Esperas como dote regio techo
Que no has de renunciar, entónces, ¡ea!
Afronta á tu enemigo en la pelea.

LXXVII.

»Para que el regio enlace Turno ufano
Goce, ¿sólo á nosotros por ventura,
Sin lágrimas ni honores, en el llano
Nos toca sucumbir, caterva oscura?
Tú tambien, tú tambien, si no es en vano
Fama heredera de marcial bravura,
Sál luégo al campo, y con la frente erguida
Contempla al que á batalla te apellida!»

{255}

LXXVIII.

Turno, impaciente ya, lanzó un gemido,
Y voces tales de lo más profundo
Del pecho arranca, en cólera encendido:
«Tú el primero en llegar, tú el más facundo
En los consejos, Dránces, siempre has sido.
Brazos pida la patria, ardor fecundo,—
Jamás el labio vocinglero sellas.
¡Palabras! ¿y á qué el aula henchir con ellas?

LXXIX.

»Pomposas á volar las das seguro
Miéntras sangre los fosos áun no llena
Y áun pára al agresor trabado muro.
Por tanto en tu oracion, cual sueles, truena,
Trátame, oh Dránces, de guerrero oscuro,
Ya que tú de cadáveres la arena
Cubrir supiste, y por tu diestra veo
Alzado acá y allá tanto trofeo!

LXXX.

»Gala hacer de valor te es dado en guerra,
Ni habrás por enemigos de afanarte
Yendo á buscarlos en remota tierra;
Cercándonos están por toda parte.
¡A ellos, pues, á ellos! ¡cierra, cierra!
¿Qué aguardas?... ¿O los ímpetus de Marte
Tú jamás de otra suerte los conoces
Que en tu gárrula lengua y piés veloces?

{256}

LXXXI.

»¡Yo derrotado! ¿Quién de derrotado
Me acusará, vil monstruo, cuando vea
Que el Tibre por mi diestra acrecentado
Con la troyana sangre rojo ondea;
Que Evandro con su casa y con su estado
Sacudido de asiento bambolea,
Y que en fuga los árcades guerreros
Arrojan en el campo los aceros?

LXXXII.

»No, no tal me probaron en su dia
Pándaro y Bícias, con su gran pujanza,
Y otros mil cuyas almas á porfía
Hundió mi diestra en la tartárea estanza
Cuando ejército hostil me circuia!—
¡La guerra de salud no da esperanza!
Al régulo dardanio, á tus parciales
Vé, agorero, á cantar presagios tales!

LXXXIII.

»¡Alienta en tu alarmante clamoreo
A gente no una vez vencida, y pisa
Las esperanzas de la nuestra!... Veo
Que huyendo ya con azorada prisa
Los Mirmidones van, y el de Tideo
(¡Tanto alcanzas!) y Aquíles de Larisa,
Y vuelve su corriente espavorido
De las ondas adriáticas Anfido!

{257}

LXXXIV.

»Luégo, que amenazante le intimido
Simula, y es el miedo de la muerte
De que astuto se ostenta poseido,
Nueva ponzoña que en sus tiros vierte.
Jamás esta mi diestra, fementido,
—Escucha en paz; no has, no, por qué moverte—
Esa alma vil te arrancará del pecho
Donde su nido y su morada ha hecho!

LXXXV.

»A tí y á las consultas que propones,
Ahora, oh Padre, la atencion convierto.
Si nada de tus fieles campeones
Aguardas ya, si la esperanza ha muerto,
Si nunca la Fortuna á dar sus dones
Volvió, cuando en la guerra el desconcierto
Pudo una vez señorear las almas,
Tendamos luégo las inertes palmas,

LXXXVI.

»É imploremos la paz;—aunque ¡ah! si hubiera
Algun resto en nosotros todavía
De la virtud antigua!... ¡yo dijera
Entre todos egregio en bizarría,
Y en la coronacion de su carrera
Feliz, al que dejó la luz del dia
De una vez, por no ver tamaña afrenta,
Mordiendo el polvo de la lid sangrienta!

{258}

LXXXVII.

»Mas si hay recursos, si hay á lid dispuesta
Intacta juventud; si pueblo tanto,
Tanta ciudad itálica nos presta
Oportuno favor; si sangre y llanto
A los Troyanos su victoria cuesta,
Y asolacion igual, igual espanto
Allá domina, ¿ante el umbral primero
Rendiremos cobardes el acero?

LXXXVIII.

»¡Temblar de miembros, cuando áun no ha sonado
La retadora trompa! En su porfía
Vuelve las cosas á mejor estado
El tiempo, huyendo un dia y otro dia.
¿Fortuna qué de veces no ha sentado
En firme basa al que burlara impía?
Ni á extremo caso hemos llegado; sólo
El auxilio nos falta del Etolo:

LXXXIX.

»Nobles jefes diputan los vecinos:
Ved al fausto Tolumnio en los primeros,
Ved á Mesapo. Triunfos no mezquinos
Ganará, sí, la flor de los guerreros
Del Lacio y de los campos laurentinos!
Acaudilla tambien sus caballeros,
Honor, Camila, de la volsca gente,
Acorazados de metal luciente.

{259}

XC.

»Mas ya que á lid me citan decisiva
Los Teucros, si esto agrada, y tanto impido
La pública salud, no así huye esquiva
La victoria de mí, que tal partido
No abrace ante tan grata perspectiva.
Sí; con Enéas sin temor me mido:
Cual otro Aquíles venga si le place,
Y armas como hechas por Vulcano, embrace!

XCI.

»Ya lo he jurado, y con placer me inmolo
(Que á mis mayores en virtud no cedo)
Á vos y al Rey mi suegro.—¿Á Turno solo
Emplaza Enéas? Pues admito ledo
El singular combate. ¿Permitiólo
El Cielo por castigo? No haya miedo
Que Dránces lo padezca;—¿en nuestra gloria?
Coger no espere el lauro de victoria!»

XCII.

De esta suerte en recíproca porfía
Altercan sobre el arduo tema, cuando
Ved que Enéas su ejército movia.
Corre el palacio, y va terror sembrando
Por la ciudad con alta vocería
Un mensajero: Que el troyano bando
Ha dejado la márgen tiberina;
Que la tirrena hueste al par camina;

{260}

XCIII.

Que vienen en concorde movimiento
Cubriendo las campiñas dilatadas.
Los ánimos se turban al momento:
Renuevan, con imperio estimuladas,
Las populares iras su ardimiento;
Frenéticos bramando, á las espadas
Los jóvenes se arrojan; los ancianos
Quejas murmuran entre lloros vanos.

XCIV.

La grita de la gente hiere al cielo
Creciendo acá y allá vária y confusa,
Como en los bosques al posar el vuelo
Clamar el coro de las aves usa
Entre el hojoso y apiñado velo;
O como en el pecífero Padusa
Miles de cisnes que le habitan, suenan
En roncas voces, y el canal atruenan.

XCV.

De la ocasion asiendo que los hados
Le dan, «¡Bien, ciudadanos!» Turno grita:
«Consejo celebrad, y haced sentados
Las alabanzas de la paz bendita,
Miéntras sobre nosotros descuidados
El taimado invasor se precipita!»
Puertas afuera de la régia estanza,
Sin esperar á más, raudo se lanza.

{261}

XCVI.

«Ház que el volsco escuadron se ordene ufano
De sus señas en pos, Voluso, y guía
Tú á los Rútulos,» dice;—«y en el llano
Desplegad la veloz caballería,
Oh Mesapo, y tú, Córas, con tu hermano.
Avenidas y torres á porfía
Defiendan otros; y conmigo ande
Armado el resto á do mi voz lo mande.»

XCVII.

Correr se ve la poblacion entera
A la muralla. Al mismo Rey anciano
Obliga el triste lance á que difiera
Aquel consejo, comenzado en vano,
Y sus grandes debates. Que no hubiera
Llamado en tiempo al adalid troyano
Al reino, acreditándole por yerno,
Mucho se culpa con lenguaje interno.

XCVIII.

Quiénes ante las puertas cavan fosas,
Quiénes mueven estacas, y acarrean
Piedras á empuje. A lides sanguinosas
Instrumentos horrísonos vocean.
Y ya, en vario cordon, madres y esposas,
Y niños de tropel, largo rodean
El muro. A todos en aqueste dia
Llama el último trance y agonía.

{262}

XCIX.

Hácia el templo de Pálas, entretanto,
Que entre sacros alcázares descuella,
Se encamina la Reina: haciendo llanto
Numerosas matronas van con ella
Sus dones á ofrecer al Númen santo:
Marcha á su lado la real doncella,
Que inocente causó tantos enojos,
Y no levanta los hermosos ojos.

C.

Inciensan, en subiendo á los umbrales,
El templo, y el dolor que el pecho encierra
Exhalan, de allí mismo en voces tales:
«¡Arbitra omnipotente de la guerra!
¡Mira, oh vírgen Tritonia, á nuestros males!
Al Frigio salteador derriba en tierra,
Quiebra en su mano tú la arma homicida,
Y ante esas puertas él la arena mida!»

CI.

Turno airado á su vez se arma á batalla:
Con escamas de bronce á maravilla
Cubierta, viste la rutulia malla;
De áureas grevas ornó la pantorrilla
(La sien áun no ha cuidado resguardalla);
Ciñóse espada, y todo es oro, y brilla
Rajando airoso del alcázar alto
A anticiparse al enemigo asalto;

{263}

CII.

Cual, rotos los ronzales, sin que nada
Se oponga en campo abierto á su albedrío,
Vuela el corcel al pasto y la yeguada
Huyendo del pesebre; ó hácia el rio
En que los miembros refrescar le agrada,
Erguida la cerviz, con ágil brío,
Bufando va, y en ondas sobre el cuello
Le juega, y por los brazos, el cabello.

CIII.

Acompañada de la volsca gente
Camila al paladino se atraviesa
Al paso, y ya en las puertas, reverente
A tierra salta la gentil princesa:
Dóciles á su ejemplo, incontinente
Se apean los demas con fácil priesa;
Y á hablar ella principia de esta suerte:
«Turno, si un pecho que se siente fuerte,

CIV.

»Si un ánimo resuelto confianza
Poner puede en sus fuerzas, yo de lleno
Contrastar del Troyano la pujanza
Prometo, y sola arrostraré al Tirreno.
Deja que vaya á ejecutar venganza
Mi diestra, y de peligros fausto estreno
Haga esta vez en el combate duro;
Y tú con los de á pié guarnece el muro.»

{264}

CV.

«¡Ornamento de Italia! ¡denodada
Vírgen!» Turno á su vez exclama, puesta
En la fiera doncella la mirada:
«¿Qué gracias dignas, qué cortés respuesta
Podré dar, á tu mérito adecuada?
Mas ya que á todo riesgo estás dispuesta,
Obremos de consuno. Enéas—sélo
Por espías, y es voz que toma vuelo—

CVI.

»Ese Enéas malvado, en la llanura
Gente á caballo, armada á la ligera,
Mandó á escaramuzar; mas él la altura
Solitaria del monte en tanto espera
Vencer, y á la ciudad llegar procura.
Yo en los senos del bosque una certera
Emboscada pondréle, con soldados
El sendero asediando á entrambos lados.

CVII.

»Tú al Tirreno, reuniendo tus pendones,
Vé, y el fuerte Mesapo allá te siga,
Te sigan los latinos escuadrones
Y las bandas del Tíbur: la fatiga
Partiremos del mando.» Con razones
Tales como éstas á Mesapo instiga
Tambien, y á sus aliados capitanes;
Y marcha él mismo á coronar sus planes.

{265}

CVIII.

Hay del bosque en las vueltas, y al que tienda
Celada allí, promete buen suceso,
Un valle á quien con sombra apremia horrenda
De un lado y otro matorral espeso:
Conduce al valle una delgada senda,
Angosta boca y peligroso acceso,
Y le domina incógnita y secreta
En la cima del monte una meseta.

CIX.

De alcázar sirve aquésta y de guarida
Para bélico asalto, ó darlo quieras
A derecha y á izquierda una salida
Inopinada haciendo, ó ya prefieras
Rodar guijarros de la cumbre erguida.
Turno á aquellas regiones traicioneras
Por caminos que él sabe, vuela, y presto
Metiéndose en la selva toma puesto.

CX.

En tanto con la faz bañada en lloro,
Allá en la altura la hija de Latona
A Opis veloce, ninfa de su coro,
Interesa en su afan, y así razona:
«¡Doncella! de mis armas el tesoro
Ciñe en vano Camila, y se abandona
A una guerra cruel—Camila, aquella
Que amo ante todas en mi corte bella!

{266}

CXI.

»Ni afecto es nuevo el que Dïana abriga
Y así á dulzura singular la mueve.
A su hija tierna de Priverno antiga
Sacó, huyendo el furor de airada plebe,
El tirano Metabo: amor le obliga
A que por medio del tropel la lleve
Consigo; y alterando de Casmila,
Su madre, el nombre, la llamó Camila.

CXII.

»El destronado Rey por compañera
En su destierro la llevó consigo:
Conduciéndola en brazos va doquiera;
Con ella de agrios montes sin abrigo
Las yertas cimas prófugo supera.
Le estrecha en torno armado el enemigo:
Recorriendo los Volscos la campaña
Por víctima le buscan de su saña.

CXIII.

»Hé aquí que en medio de su fuga un dia
A la márgen llegó del Amaseno:
El agua rebosaba; tanta habia
Caido en recia lluvia. El turbio seno
Quiso á nado pasar; mas, ¡ay! temia
Por su carga preciosa: de afan lleno
Todo á un tiempo lo piensa, y de repente
Osado arbitrio avasalló su mente.

{267}

CXIV.

»Iba empuñando, á la guerrera usanza,
Con nudos, y de sólida firmeza
Que el humo examinó, disforme lanza:
De silvestre alcornoque en la corteza
Metió á la niña, al medio la afianza
Del asta, y para el vuelo la adereza:
Blande en mano robusta el arma al viento,
Y esta plegaria eleva al firmamento:

CXV.

«¡Oh de los bosques, tú, frecuentadora,
»Alma vírgen Latonia! esta hija mia
»Consagro á tu servicio desde ahora:
»Ella á dudosas auras hoy se fia
»Perseguida y volando huye y te implora:
»Tuya es, lleva tus armas; tú la guía,
»Sálvala tú!» Y aquí con gran pujanza
Doblando el brazo despidió la lanza.

CXVI.

»Suenan las ondas, y la pobre infante
Pasa sobre la rápida corriente
No en vano asida al asta rechinante.
Metabo, que ya encima el tropel siente,
Arrójase á las aguas, y triunfante,
A un césped que vistió grama riente
(¡Gran merced de la Diosa, alta fortuna!)
Arranca el dardo con la intacta cuna.

{268}

CXVII.

»Vaga, y ni aldea ni ciudad le asila;
Ni sufriera favor su índole brava:
Al modo rudo que el pastor estila,
Solitario en los montes habitaba;
Y con feral sustento á su Camila
En madrigueras hórridas criaba:
Allí en sus tiernos labios, de bravía
Yegua las ubres exprimir solia.

CXVIII.

»Y áun los pasos primeros no ha ensayado
Con vacilante pié la tierna niña,
Sin que á sus palmas él dardo aguzado
Dé, y al hombro carcaj y arco le ciña;
No, sin que en vez del manto y del tocado
De oro que el lujo cortesano aliña,
Desde la coronilla le suspenda
Sobre la espalda, piel de tigre horrenda.

CXIX.

»¡Y qué era ver la bella cazadora
Venablos impeler con breve mano,
Ó en torno de las sienes zumbadora
El honda sacudir, y al cisne cano
Ó ya la grulla derribar que mora
Orillas de Estrimon! En vano, en vano
Cien tirrenas matronas para nuera
Quisieron detenerla en su carrera.

{269}

CXX.

»Contenta con el culto de Dïana,
Ni de las armas la atencion desvía,
Ni la virginidad jamás profana
A cuyo eterno amor su gloria fia.
Oh! ¡quién me diera que en contienda insana
No hubiese ella de entrar en este dia
Con los Troyanos, y, á mi pecho cara,
Con vosotras aquí me acompañara!

CXXI.

»Mas pues su acerba suerte se acelera,
¡Ea! cruzando la region vacía
Tú al latino país baja ligera,
Vé al campo donde lid se enciende impía
Bajo auspicios infaustos, y quienquiera
Sea el que ofenda de la ninfa mia
Las carnes sacras, Ítalo ó Troyano,
Pague el hecho á mis armas y á tu mano.

CXXII.

»Recíbelas al punto, y de esta aljaba
Saca la flecha vengadora. A vuelo
Yo el cuerpo de la triste en nube cava,
Antes que le despojen, volverélo
A la tierra que de hija tal se alaba,
Y tumba le daré.» Dijo; y del cielo
Opis se lanza en negro torbellino
Y estruendosa en el aire abre camino.

{270}

CXXIII.

Hé aquí á los muros el unido bando
De etruscos y troyanos caballeros
En ordenadas haces va marchando:
Huellan el campo indómitos y fieros
Sacudiendo las bridas y bufando
Los sofrenados brutos. ¡Cuál de aceros
Erizados los llanos se estremecen,
Y en puntas mil y mil arder parecen!

CXXIV.

Mesapo, en esto, enfrente á los Troyanos
Asoma con los rápidos Latinos,
Y el ala de Camila, y los hermanos
Que mandan la legion de Tiburtinos:
Van apretando en recogidas manos
Largas lanzas, y blanden dardos finos:
Acércanse, el furor que espiran crece,
Y el bramar de los potros se enardece.

CXXV.

Cuando uno y otro ejército venido
Hubo á tiro de dardo, ambos se paran:
De ambas partes en súbito alarido
Prorumpen, y al encuentro se preparan:
Cada uno á su corcel de ardor henchido
Anima con la voz; todos disparan
Arrojadizas armas á porfía
Cual densa nieve, y se oscurece el dia.

{271}

CXXVI.

Ante todos, Tirreno y el ardido
Acónteo uno para otro van derecho,
Lanza en ristre, y en hórrido estampido
Estréllanse los dos. Pecho con pecho
Este y aquel caballo en choque herido
Se despedazan. Rueda á largo trecho
Acónteo, de violenta sacudida,
Y exhala al viento la infelice vida.

CXXVII.

Tál piedra que arrojó mural tormento
Cae, así el rayo que estallando asuela.
Turbáronse las haces al momento:
Echa cada Latino su rodela
A la espalda, y, cambiando el movimiento,
El bando urbano hácia sus muros vuela:
Como caudillo principal, Asílas
En pos impele las troyanas filas.

CXXVIII.

Y ya llegaban á las puertas, cuando
Veis que á la carga los Latinos gritan,
De los brutos volviendo el cuello blando:
A su turno los otros ejercitan
La fuga, y vuelan rienda suelta dando.
Dos veces los Toscanos precipitan
Contra el muro á los rútulos guerreros,
Dos, cubriendo la espalda, huyen ligeros.

{272}

CXXIX.

Lo mismo en el vaivén de la marea
El ponto, ora se avanza á la campaña,
Altos escollos espumoso albea,
Apartadas arenas crespo baña;
Ora retrocediendo raudo ondea,
Y riscos que rodó su hirviente saña
Torna á sorber bajando, y se repliega,
Y las húmedas playas desanega.

CXXX.

Mas así que principian el tercero
Encuentro, cada cual toma adversario,
Y entra en calcada pugna el campo entero:
Entónces fué el gemir, confuso y vario,
Los que mueren; y arnes y caballero
Nadar entre el estrago sanguinario
Confundidos; y á par de los varones
Semiánimes sucumben los bridones.

CXXXI.

Arrecia el batallar duro y ardiente.
Orsíloco del miedo se aconseja
De combatir con Rémulo de frente,
Y tirando al troton, bajo la oreja
Híncale un dardo. Empínase impaciente
Con el acerbo hierro que le aqueja,
Y de uno y otro brazo el aire azota
Furioso el animal, y al dueño bota.

{273}

CXXXII.

Mata á Yólas Catilo; á Herminio mata,
Alma grande, armas graves, cuerpo ingente:
Desnudos cuello y hombros, se desata
Undoso encima el oro de su frente:
Golpes su cuerpo de esquivar no trata:
¡Tanto á la ofensa espacio da patente!
Temblando en su ancha espalda el asta hundida
Doblóle, de dolor, la larga herida.

CXXXIII.

Sangre acá y acullá negra se vierte,
Nada el acero talador perdona,
Y todos entre golpes van la muerte
Buscando, que gloriosa los corona.
En medio á tanto horror, activa y fuerte
Ufánase Camila, de Amazona,
La de aljaba gentil, la que desnudo
Presenta un pecho en el combate rudo.

CXXXIV.

Y ya esparza la vírgen animosa
Tantos astiles con que el aire llena,
Ya el hacha de dos filos poderosa
Esgrima, siempre á su hombro el arco suena,
El arco de oro y armas de la Diosa.
Ella, áun huyendo en la tendida arena,
Vuelto el arco descárgale á deshora,
Hiriendo atras con flecha voladora.

{274}

CXXXV.

Dan á la semidiosa compañía,
Flor de Italia y su corte, la doncella
Larina, y Tula, y la que en liza impía
La ferrada segur, hiriendo, amella,
Tarpeya audaz; á quienes ella habia
Para formar su comitiva bella
Elegido por damas auxiliares,
Fuese en paz, fuese en bélicos azares.

CXXXVI.

Tal se ostenta, ya bata el Termodonte
Helado, ya el peligro en la pelea
Con armas vistosísimas afronte,
La tracia hueste de Amazonas; sea
Que á Hipólita circunden, ó que monte
En su carro triunfal Pentesilea;
La tropa femenil saltando agita
Lunadas peltas, y en tumulto grita.

CXXXVII.

¿A quién, oh vírgen de marcial talante,
Primero acometiste, á quién postrero?
¿Cuántos tu diestra derribó triunfante?—
Fué Euneo, hijo de Clicio, á quien, primero,
Largo abeto en el pecho por delante
Ella hundió. Cae el mísero guerrero,
Muerde el polvo, y muriendo, en sangre propia
Revuélcase, vertida en larga copia.

{275}

CXXXVIII.

Luégo á Líris embiste y á Pagaso
Aquél, miéntras la brida asir pretende,
Con su troton cayendo; estotro, al paso
Que acude, y al caido amigo tiende
La inerme diestra, en súbito fracaso
Ruedan: sobre ambos á la par desciende
Golpe mortal. Camila con su lanza
A Amastro, hijo de Hipota, en pos alcanza.

CXXXIX.

Tendiendo todo el cuerpo, amaga, estrecha
A Harpálico en seguida y á Tereo,
Y á Cromo y Demofonte. Cuanta flecha
Ella envía, obediente á su deseo
Mata un Frigio, ya á izquierda, ya á derecha.
Allá léjos en tanto á Órnito veo
En su caballo yápigo de caza
Moverse, armado en desusada traza.

CXL.

Cubre sus anchos hombros recio cuero
De novillo: encajadas las ingentes
Fauces de un lobo, nuevo aspecto y fiero
Con las quijadas y albicantes dientes,
Dan á su rostro. Un esparon grosero
Menea. Entre los otros combatientes
Revuélvese, y á todos su cabeza
Sobra, abultada de animal fiereza.

{276}

CXLI.

Cogió ella al cazador, ni afan le cuesta
En hueste desbandada. «¡Y qué, Tirreno!
¿Piensas,» dice, «que aquí cazar te es fiesta
Monstruos, cual de las selvas en el seno?
Tiempo es que de armas de mujer respuesta
Lleven tus voces. Ni de gloria ajeno
Vas á la sombra de tu padre: díla
Que á manos sucumbiste de Camila.»

CXLII.

Habló así, mal contenta su venganza
Con traspasarle el pecho. Y luégo humilla,
Troyanos ambos de feroz pujanza,
A Orsíloco y á Bútes. Donde brilla
La tez del cuello, que á cubrir no alcanza
Pendiente á izquierda del broquel la orilla,
Entre el yelmo y loriga del jinete,
Allí á Bute, en su fuga, el hierro mete.

CXLIII.

Busca ambicioso en circular corrida
Orsíloco, á su vez, á la guerrera:
Sigue ella al mismo de quien es seguida,
En órbita menor huyendo artera;
Y descarga sobre él, volviendo erguida,
Hacha tremenda: ruegos él reitera;
Golpes ella, y las armas párte y huesos;
Cubren la hendida faz calientes sesos.

{277}

CXLIV.

A parar cerca de ella entónces vino,
Y espantado suspéndese, el guerrero
Hijo de Auno, habitante de Apenino,
Que entre Ligures ya no fué el postrero
Miéntras sus fraudes protegió el destino.
Ve que huir no le es dado el trance fiero,
Y ve tambien que de apartar no hay traza
A la Reina cruel que le amenaza.

CXLV.

Arbitrios á idear comienza astuto,
Y dice: «Quien te aplaude, ¡oh cuánto yerra!
No tú, mujer, mas tu arrogante bruto
Autor es de tu gloria. Vén; mas cierra
El camino á la fuga: á pié disputo
Con las armas el campo: ambos á tierra
Saltemos, y veamos, frente á frente,
Si esa gárrula fama triunfa ó miente!»

CXLVI.

Sintió del pundonor punzada aguda
Camila; da el caballo á una escudera,
E igualando las armas, con desnuda
Espada, y parma sin divisa, espera.
El mancebo del éxito no duda
De su artificio, y huye: de ligera
Riendas ha vuelto, y con la espuela dura
Al veloz alazan volando apura.

{278}

CXLVII.

«¡Falso ligur! en vano el triunfo cantas
De las perfidias que aprendiste! en vano
Soberbio esperas que artimañas tantas
A tu padre falaz te vuelvan sano!»
Dijo la vírgen; con aladas plantas
Pasa, cual rayo, al fugitivo, y mano,
Delante del caballo que volaba,
Al freno pone, y del jinete traba.

CXLVIII.

Y allí en la sangre de él venganza toma,
Con la facilidad con que en el cielo,
Desde alto pico abalanzado, asoma,
Ave sagrada, el gavilan, y á vuelo
Alcance da á la tímida paloma
Sobre las nubes: cae la sangre al suelo,
Miéntras él las rapantes uñas ceba,
Y las plumas que arranca, el viento lleva.

CXLIX.

No con ojos en tanto indiferentes,
Sentado en alto en el Olimpo, mira
Trabados en la lid los combatientes
El Padre universal; y á nueva ira
Mueve á Tarcon, que en ímpetus furentes
Arde, á caballo entre el estrago gira,
Y viéndolas cejar, habla á sus bandas
En voces ora fieras y ora blandas.

{279}

CL.

Por sus nombres ya á aquél, ya á éste apellida,
Y el desigual combate restablece.
«¡Tirrenos sin pudor! ¿qué os intimida?
¿Nunca será que á demostrarse empiece
Nuestro viejo furor? Que de vencida
Os lleve una mujer ¿no os enrojece?
Si para huir vinisteis, compañeros,
¿A qué empuñar inútiles aceros?

CLI.

»No así de Vénus combatir os cuesta
En la nocturna lid. ¡Cuán de otro modo
Saltais de Baco en la ruidosa fiesta
Al són de corva flauta! ¡Id—si ese es todo
Vuestro placer, si vuestra gloria es ésta—
Rondad las mesas del festin beodo,
Miéntras bien el augur os pronostica,
Y os llama al alto bosque la hostia rica!»

CLII.

Dijo así, y á morir con gloria atento,
Pica el caballo, en el tropel se lanza,
Y á Vénulo arremete turbulento:
Con poderosa diestra le afianza,
Y, arrancando al jinete de su asiento,
Abrázale ante sí con gran pujanza.
Vuela. Gritos de asombro el aire hienden,
Y allá, todos allá la vista tienden.

{280}

CLIII.

Vuela, armado llevándose un guerrero,
Flamígero Tarcon por la llanura;
Y tróncale la lanza, y va ligero
Resquicios requiriendo á la armadura
Por do llegue de muerte al prisionero.
Mas éste rebelándose procura
Apartar de su cuello la amenaza,
Fuerza opone y la fuerza hostil rechaza.

CLIV.

Como al dragon que se arrastraba en tierra
Fiera arrebata un águila rojiza,
Y vuela en alto, y con los piés le aferra,
Y las sangrientas garras encarniza;
Llagado el monstruo se retuerce, y cierra
Las nudíferas roscas, y se eriza
Con rígidas escamas, y su boca
Silba, y erguido á su opresor provoca;

CLV.

El ave en tanto de afligir no cesa
Con corvo pico á la hidra reluchante,
Y el aire con las alas bate ilesa:
Arrancando con ímpetu triunfante
Del tiburtino campo, así su presa
El tirreno Tarcon lleva delante.
Movidos de su ejemplo y suerte buena
Tornan los Lidios á la ardiente arena.

{281}

CLVI.

Arrunte, á quien por suyo el hado sella,
Ganándola de mano, hábil espía
Con dardo á punto á la veloz doncella,
Y busca al golpe fiero fácil via.
Si furiosa enemigos atropella
En medio de la bélica porfía,
Él vuelve allá solícitas miradas
Y le sigue callando las pisadas;

CLVII.

Y si es que ella á su campo victoriosa
Torna el paso, tras recias embestidas,
Él entónces allá con insidiosa
Mano convierte las ligeras bridas.
En su mañera ronda no reposa,
Las entradas tentando y las salidas
En largo giro, y con secreto gozo
Blande el asta certera el cauto mozo.

CLVIII.

En tal sazon en medio á los tropeles
Con frigias armas luce rico y fiero
Cloreo, consagrado ya á Cibéles,
En bridon espumoso caballero:
En oro entretejidas cubren pieles,
Emplumadas de láminas de acero,
Su caballo; y él mismo se engalana
Con los esmaltes de extranjera grana.

{282}

CLIX.

Cretenses flechas lanza cuando tiende
El arco licio: al hombro el arco de oro
Tiémblale al vate, y de oro el casco esplende
Su clámide amarilla, y el sonoro
Undívago ropaje anuda y prende
En áurea joya; bárbaro tesoro
Muslo y pierna guarnece, y de la aguja
La arte sutil su túnica dibuja.

CLX.

Tras éste corre, pues, la vírgen, ora
Colgar quiera sus armas por trofeo
Al templo, ó ya vestir, de cazadora,
Cautivo el oro del vistoso arreo.
Mujeril impaciencia la devora,
Y en manos, ¡infeliz! de su deseo,
En la confusa lid con alma y ojos
Tras esa presa va y esos despojos.

CLXI.

Arrunte, la ocasion llegada al dolo,
El dardo aparejado, oró ferviente:
«¡Oh tú, á quien los Hirpinos como á solo
Dios del Soracte protector, la frente
Humildes inclinamos, almo Apolo!
Tú en cuyo honor cien pinos luz viviente
En piras dan; y á cuya sombra santa
Ascuas hollamos con segura planta!

{283}

CLXII.

»¡Númen de alto poder! préstame oido:
Matar á esa mujer, que es nuestra afrenta,
Concede á nuestras armas. Nada pido
Del triunfo para mí: ni tengo cuenta
Con los despojos, ni del prez me cuido;
Mi nombre de otros hechos se alimenta.
¡Ella caiga, ella muera! más no anhelo;
Y vuelva yo inglorioso al patrio suelo!»

CLXIII.

Parte oyó, y á la alada ventolina
Parte de la plegaria Febo entrega:
Que con muerte el mancebo repentina
Postre á la vírgen arrojada y ciega,
A eso la oreja y voluntad inclina:
Que á su alta patria torne, eso le niega
Al suplicante, y este dulce voto
La borrasca le alzó, robóle el Noto.

CLXIV.

Silba el dardo en el viento. En ese instante
Todos los Volscos con espanto mudo
Fijan de su señora en el semblante
Ojos y mente. Ella saber no pudo
De viento, silbo, ni asta amenazante,
¡Ay! hasta que llegó bajo el desnudo
Izquierdo pecho á hincarse el hierro aleve,
Y la virgínea sangre entrando bebe.

{284}

CLXV.

A recibir acuden á porfía
A la Reina temblando sus doncellas.
Con mezcla de terror y de alegría
Se hurta, ante todos, á la vista de ellas
Arrunte desalado: ya no ansía
Astuto perseguir ajenas huellas;
Sin que de más que de escapar se acuerde,
En medio del tumulto huye y se pierde.

CLXVI.

Así aquel lobo que en el campo deja
A un gran novillo, ó al pastor, sin vida,
Cobarde al punto del lugar se aleja,
El alcance temiendo, en presta huida;
La conciencia del hecho audaz le aqueja;
Medrosa bajo el vientre recogida
Vuelve la cola, y sin mirar por dónde
En marañada selva entra y se esconde.

CLXVII.

Entre tanto la vírgen moribunda
Arranca con la diestra el dardo hundido;
¡En vano! entre los huesos con profunda
Llaga se ceba el hierro encrudecido.
Sombra de muerte su mirada inunda,
Fáltale ya la sangre y el sentido,
Y la color que tuvo purpurina
Desaparece de su faz divina.

{285}

CLXVIII.

Ser llegada sintió su hora postrera,
Y á Acca se vuelve, de su corte dama,
En leales afectos la primera,
En cuya fe su corazon derrama.
«¡Acca!» dice, «¡mi dulce compañera!
Ya se acabó de mi vivir la llama,
A esta llaga no esperes que resista;
¡Toda es en torno oscuridad mi vista!

CLXIX.

»Vé, y dí á Turno mi anhelo postrimero:
Que ocupe mi lugar, y á los Troyanos
De la ciudad repela.—¡Adios! ¡yo muero!»
Calla, y huyen las riendas de sus manos;
Fria ya, desmayado el cuerpo entero,
Sucumbe renunciando á esfuerzos vanos,
Y el blando cuello y la sagrada frente
Reposa al fin la vírgen falleciente.

CLXX.

Al reino de las sombras con gemido
Huyó el alma indignada. En tal momento
Se alza del campo unísono alarido
Las estrellas á herir del firmamento.
Al caer la heroína, más reñido
Empéñase el combate. Ciento á ciento
Embisten á una vez con altas voces
Teucros, Tirrenos, Arcades veloces.

{286}

CLXXI.

De la Diosa ministra vigilante,
Impávida testigo de la liza
Sentada en alto monte allá distante
Ópis mirando está la horrenda riza.
Mas viendo en el tropel vociferante
La sentenciada Ninfa que agoniza,
Su conmovido pecho no consiente
Moderacion, y clama en voz doliente:

CLXXII.

«¡Pobrecita de tí! porque contraste
Hacer quisiste á la nacion troyana,
¡Oh, en qué modo cruel tu error pagaste!
¡Cuán cara te costó la guerra insana!
¡En vano desde niña fiel honraste
En solitarias grutas á Dïana!
¡En vano por las selvas dando asombro
Nuestro arco y flechas suspendiste al hombro!

CLXXIII.

»Consuélate; no á muerte desastrosa
A tí tu Reina abandonar pudiera;
De gente en gente sonarás famosa,
Y la mancha de inulta no te espera:
Gloria y venganza te dará la Diosa,
Gloria y pronta venganza; ¡oh, sí! quienquiera
Que haya sido el autor de tu desgracia,
Yo vengo al campo á castigar su audacia!»

{287}

CLXXIV.

La tumba de Derceno, de Laurento
Antiguo rey, del monte al pié se empina
En que Ópis vigilaba, monumento
De amontonada tierra, que una encina
Con sombra amiga cubre. En un momento
Su vuelo gentilísimo declina
Agil la Diosa allá, y en lo alto puesta
A Arrunte busca con mirada presta.

CLXXV.

Con su marcial espléndido atavío
Marchar le ha visto, en vanagloria hinchado;
Y «¿A dónde, á dónde vas con tal desvío?
Revuelve,» dice; «¡aquí te llama el hado!
Matador de Camila, yo te fio
Que llevarás el galardon ganado;
A tí, tambien á tí se ha dado en suerte
De armas divinas recibir la muerte!»

CLXXVI.

Y habiendo del carcaj, que de oro es hecho,
Sacado una saeta alada, apunta
No sin ira la Ninfa, á largo trecho
Tendiendo el arco, hasta que comba y junta
Entre sí los extremos ante el pecho,
Y, ambas manos en línea igual, la punta
Tocando está del hierro con la izquierda,
Y el seno con la diestra y con la cuerda.

{288}

CLXXVII.

El disparado arpon que rasga el viento
Sintió Arrunte, y á par del estallido,
En sus carnes el hierro entrar violento.
No alcanzó de los suyos sino olvido,
Que en medio de revuelto campamento
Lanzar le dejan el postrer gemido
Sobre el polvo ignorado. Alzando el vuelo
Ópis veloz restituyóse al cielo.

CLXXVIII.

De Camila la banda á triste huida
Se entrega: ya los Rútulos turbados,
Ya Atina, el valeroso, ha vuelto brida.
Sin jefes, sin enseñas los soldados
Al muro corren á buscar guarida,
A escape, por los Teucros acosados,
De muerte perseguidos. No hay quien mueva
Armas en contra ni á esperar se atreva.

CLXXIX.

Aliento, sólo para echar, les queda,
Al hombro el arco laxo: el suelo duro
Baten los cascos voladores: rueda
Del campo á la ciudad turbion oscuro.
Las matronas la infausta polvareda
Ven, rompiéndose el pecho, desde el muro:
Agudo sube el femenil lamento
Las estrellas á herir del firmamento.

{289}

CLXXX.

Aquellos mismos que patente entrada
Hallan, yendo adelante, no por eso
Evitan de la turba encarnizada
Que envuelta en el tropel los sigue, el peso.
Tal hubo á quien alcance dió la espada
Ya en el umbral, á do llegaba ileso,
Y en la patria ciudad, recien llagado,
Va á morir de su hogar en el sagrado.

CLXXXI.

Mas de la plaza al ver los guardadores
Que amigos y enemigos junto llegan,
Puertas danse á cerrar, y á los clamores
No osan ceder de los que ansiosos ruegan.
Nacieron del terror ciegos furores:
Estos, armas en mano, el paso niegan;
Con las suyas abrirlo aquéllos quieren,
Y en choque horrendo asaz matan y mueren.

CLXXXII.

Los exclusos, que en vano buscan senda
(Espectáculo fiero á los llorosos
Padres), ó urgidos de presion tremenda
Caen despeñados en los hondos fosos,
O contra la muralla á toda rienda
Arrójanse á estrellarse impetüosos,
Y los ferrados postes acomete
La ciega masa con furor de ariete.

{290}

CLXXXIII.

Desde el muro matronas y doncellas
Negras púas y recios leños tiran,
Si aceros faltan, y á seguir las huellas
De la Amazona intrépidas aspiran.
Puro amor de la Patria tanto en ellas
Hace, que sólo á defenderla miran
Tendiendo el cuerpo, y cada cual espera
Morir en el empeño la primera.

CLXXXIV.

En este medio allá en los escondidos
Senos del bosque á Turno desconcierta
Nueva cruel que lleva á sus oidos
Acca en gran turbacion:—Camila, muerta:
Los Volscos, destrozados, destruidos:
Del enemigo la victoria, cierta;
Suyo el abandonado campamento:
El terror á las puertas de Laurento.

CLXXXV.

El mancebo al instante ardiendo en ira
(No sin que á ello en su daño le persuada
La voluntad de Jove) se retira
Del agrio bosque y pérfida celada.
A tiempo que él de nuevo á sus piés mira
Dilatarse los llanos, la evacuada
Montaña Enéas penetró, la altura
Supera, y sale de la selva oscura.

{291}

CLXXXVI.

Raudo uno y otro á la ciudad camina;
No muchos pasos entre sí distantes
Y en órden van. La hueste laurentina
Y de polvo los campos humeantes
Delante Enéas ve: que él se avecina
Turno advierte á su vez; de los infantes
Ha sentido el concorde movimiento
Y de los potros el fogoso aliento.

CLXXXVII.

Y al combate principio allí se diera,
Si, á par que el hemisferio desampara,
No ya el rosado Febo en la onda ibera
Sus cansados cabellos recreara.
Abriendo de la noche la carrera
Fallece el dia, y sin su lumbre clara
Deja á entrambos ejércitos, los cuales
Cercando el muro asientan sus rëales.

{292}

LIBRO DUODÉCIMO.

I.

Turno, como á las haces de Laurento
Bajo impropicio Marte debeladas
Perder contemple el primitivo aliento,
Y que en torno solícitas miradas
De su palabra audaz al cumplimiento
Le empeñan, mudamente en él clavadas.
Implacable de suyo se enardece
Y con sus iras su arrogancia crece.

II.

Como leon que en la africana arena,
Si le han herido cazadores, arde
En rabia, que su roto pecho llena
Por grados; y ya, en fin, con fiero alarde
Armas mueve; sacude la melena
Sobre el fornido cuello, y el cobarde
Dardo rompiendo que llevó prendido,
Da con labio sangriento un gran rugido:

{293}

III.

No de otra suerte el fuego de venganza
En el alma de Turno se acrecienta.
Va luégo á hablar al Rey, sin que templanza
Sufra en el tono su pasion violenta:
«¡Señor!» dícele, «en Turno no hay tardanza,
Ni hay por qué de lo dicho se arrepienta
El vil Dardanio ó lo pactado altere;
Soy con él en batalla, si esto quiere.

IV.

»Tú en la forma ritual el desafío
Propon con esta ley, augusto anciano:
O ha de lanzar al Tártaro sombrío
A ese prófugo de Asia aquesta mano,
Y sentado contemple el campo mio
Que por la honra comun mi ardor no es vano;
Ó él á todos en mí vencidos vea,
Suya Lavinia con el triunfo sea.»

V.

Latino respondió palabras tales
Con grave y reposado continente:
«Lo mismo que entre todos sobresales,
Mancebo audaz de corazon valiente,
Por tus feroces ímpetus marciales,
Más que todos me cumple ser prudente,
Y es bien que todo yo lo pese y mida,
Consejos oiga y en sazon decida.

{294}

VI.

»Villas ganadas por tu esfuerzo tienes,
Y tienes de tu padre el real palacio;
Latino, como Dauno, abunda en bienes
Y en liberal afecto. Hay en el Lacio
Otras beldades de virgíneas sienes,
Nobles tambien. Perdona si me espacio
En ideas amargas: lo que siento
Te diré sin disfraz; estáme atento:

VII.

»A antiguos pretendientes la hija mia
No he debido otorgar; á tal partido
Hombres y Dioses oponerse vía.
Vencido de mi amor á tí, vencido
Fuí del deudo, y del llanto y frenesía
De la régia consorte: al recibido
Yerno quito su bien, todos los lazos
Rompo, y de impía guerra échome en brazos!

VIII.

»De entónces cuántas bélicas faenas
Me envuelven, sabes, Turno; ¿y qué no hallas,
Tú mismo, tú el que más, de ímprobas penas?
Perdimos en el campo dos batallas;
Las esperanzas de la Patria apénas
Guarecemos ahora entre murallas:
Aun cálido con sangre el Tibre ondea,
Aun de osamentas la llanura albea.

{295}

IX.

»¡Ay! ¿á qué instable acuerdos tomo y mudo?
¿Qué demencia me impele y me desvía?
¿Por qué la guerra á suspender no acudo
De una vez, vivo tú, si, muerto, habria
De atar con ellos amistoso nudo?
¡Ser no puede mi suerte tan impía
Que, porque mi hija y sociedad me pides,
A exponerte me fuerce á horrendas lides!

X.

»Los consanguíneos Rútulos ¿qué hubieran
De decir? ¿qué la Italia toda?... ¡Mira
Los altibajos que al que lidia esperan!...
¿Piedad tu viejo padre no te inspira
Si pesares su término aceleran?
¡En Ardea, ausente tú, por ti suspira!»
Habló. Turno á razones no se inclina;
Es estímulo al mal la medicina.

XI.

Insiste en sus propósitos; y luégo
Que pudo desatar la voz, turbado
De aquel furor inexorable y ciego,
«¡Monarca venerable! ese cuidado
Que tomas,» dice, «por mi bien, te ruego
Te dignes por mi bien echarle á un lado;
¡Permite que áun á costa de mi vida
Conquiste yo la gloria apetecida!

{296}

XII.

»Sí, que no es tan inválido mi acero,
Ni golpes da mi diestra tan en vago:
¡Tambien hienden mis armas cuando hiero,
Y allí brota la sangre donde llago!
No acudirá esta vez tan de ligero
Diva madre á librarle del amago;
Seránle contra mí defensa flaca
Femíneos velos entre nube opaca!»

XIII.

La Reina, en tanto, á quien temblar hacía
Aquel nuevo combate, á Turno ardiente,
Su electo yerno, detener porfía;
Y ya entre sí mortal despecho siente:
«¡Óyeme!» dice, «¡tú, esperanza mia,
Consuelo solo á mi vejez doliente!
Columna del Estado glorïosa;
Mi casa entera en tu favor reposa.

XIV.

»¡Oh Turno! por mi bien y mi decoro,
Si algun respeto y atencion me debes,
Te ruego, y por las lágrimas que lloro,
Que con los Teucros tu valor no pruebes;
¡Es la única merced de tí que imploro!
Mio será cualquiera fin que lleves;
Pues yerno á Enéas no veré cautiva:
¡No pienses ¡ah! que yo te sobreviva!»

{297}

XV.

Oye á su madre, y lágrimas derrama
Lavinia, y harto dice su mejilla;
Vivo rubor la baña de la llama
Que en los huesos empieza á consumilla:
Marfil semeja el rostro de la dama
Que en múrice sangriento tinto brilla,
Ó albo lirio á quien da profusa rosa,
Con él mezclada, su color fogosa.

XVI.

Turbado, en la beldad que le enamora
Ha fijado los ojos el guerrero,
Y arde más por lidiar. «¿Y á qué, señora,»
Conciso dice á Amata, «el triste agüero
Me ofreces de tus lágrimas, ahora
Que de Marte me arrojo al lance fiero?
¡Cesa, te ruego! A Turno, madre pia,
Parar no es dado de su muerte el dia.

XVII.

»Y tú al frigio tirano, Idmon, vé y lleva,
Mal que le suene, este mensaje: «Luégo
Que haya asomado al mundo Aurora nueva
Sobre sus ruedas de matiz de fuego,
Contra el mio su ejército él no mueva,
Guarden Teucros y Rútulos sosiego:
Sea con nuestra sangre disputada
Lavinia, en ese campo, espada á espada!»

{298}

XVIII.

Dice, y va á su mansion. ¡Con qué alegría,
Pidiendo sus caballos, ve que atentos
Bufan ante él con noble bizarría!
Blancos cual nieve, rápidos cual vientos
A Pilumno ofrendólos Oritía.
Aurigas les cortejan: los contentos
Pechos la palma en hueco són golpea,
Y el crin les peina que revuelto ondea.

XIX.

Ensáyase á los hombros la coraza,
Toda de oro erizada y de blanquizo
Oricalco; el escudo fino embraza;
Prende la espada y el creston rojizo:
Espada aquella de divina traza
Que el Dios del fuego por sus manos hizo,
Candente la templó en la estigia ola,
Y al padre Dauno él mismo reservóla.

XX.

En medio al edificio puesto habia
La recta lanza contra gran coluna:
Arrebátala airado—arma que un dia
Ganó al aurunco Actor su alta fortuna—
Y en furibunda voz: «¡Vén, lanza mia,
Nunca sorda á mis votos! Oportuna
Ocasion es llegada: Actor el grande
Ya te supo blandir; Turno hoy te blande!

{299}

XXI.

»¡Ven! (dice, y fulminante la menea)
«¡Oh! dáme que á ese Frigio afeminado
Bajo tus botes confundido vea;
Que la tersa loriga, mal su grado,
Rota, arrancada, destrozada sea,
Y el cabello gentil todo empolvado
Que unge, en mirra y con hierro ardiente riza!»
Turno así delirando se encarniza.

XXII.

Y ya al rostro el incendio que le agita
Brota, y siniestro en su mirar chispea.
Así tambien sus armas ejercita
El toro que se ensaya á la pelea;
Terríficos mugidos da, se irrita
Contra el tronco de un árbol, y en idea,
Hiriendo al aire, á su contrario llama,
Y el escarbado polvo desparrama.

XXIII.

No ménos fiero Enéas por su lado
Anímase á la lid, la lid anhela,
De las maternas armas rodeado.
Admite el reto, apláudele. Revela
A sus amigos el querer del hado,
Y al afligido Ascanio así consuela.
Nobles envía que á Latino lleven
Leal respuesta y el concierto aprueben.

{300}

XXIV.

Apénas con el rayo rubicundo
Las crestas de los montes se teñian
(A la hora en que, del piélago profundo
Los caballos del Sol saliendo, envían
Por las altas narices luz al mundo),
Y Rútulos y Teucros ya acudian
Campo á medir, ante la gran muralla,
Donde se dé la singular batalla.

XXV.

Unos, de grama, en medio del arena,
A los Dioses comunes ponen aras;
Otro, el limo vestido, y de verbena
Orlado, fuego trae y linfas claras.
El ejército ausonio á puerta plena
Sale, con picas uniforme; y raras
Y varias armas á su vez mostrando,
Viene el troyano y el tirreno bando.

XXVI.

¿Quién lid recia y de muertos altas pilas
No augurara de aquel marcial arreo?
Pasar volando en medio de las filas
A los insignes capitanes veo
Radiantes de oro y grana: el fuerte Asílas,
Nieto ilustre de Asáraco Mnesteo,
Y Mesapo, aquel hijo de Neptuno,
Domador de caballos cual ninguno.

{301}

XXVII.

Cada cual á su sitio vuelve, y mudos,
A una seña obedientes, en el suelo
Hincan lanzas y arriman los escudos.
Las madres ya, con zozobrante anhelo,
Y los ancianos, de vigor desnudos,
Y plebe inerme, á presenciar el duelo
Agólpanse á los techos y á las yertas
Torres, ú ocupan las altivas puertas.

XXVIII.

Juno en tanto, de vivo afan llevada,
Se ha posado en la cima del Albano—
Monte sin nombre á la sazon, pues nada
Al sitio daba gloria;—y sobre el llano
Solícita dirige la mirada,
Registra el horizonte, y el troyano
Ejército á la vez y el laurentino
Contempla, y la ciudad del rey Latino.

XXIX.

Tornóse á hablar la Diosa de repente
A la hermana de Turno: semidea
Que, puesta de aguas dulces á la frente
Tal vez en limpio estanque se recrea,
Tal en sonora despeñada fuente:
El alto Rey que el éter señorea
Su virginal honor robado habia,
Y premióla con esta primacía.

{302}

XXX.

«¡Ninfa, honor de las ondas cristalinas,
Carísima ante todas á mi pecho!»
(Juno la dice) «á tí entre las Latinas
Que Júpiter infiel subió á mi lecho
Sola amé y elegí, y en las divinas
Mansiones á ocupar te dí derecho
Glorioso asiento. Oye tu mal ahora,
Yuturna, en el afan que me devora.

XXXI.

»¡Oh! ¡no me inculpes! Por do ví camino
De la Suerte y las Parcas mal cerrado
A la esperanza del poder latino,
Por allí á Turno y tu ciudad de grado
Siempre auxilié. Con inferior destino
Hoy al caro adalid miro abocado
A horrendo lance, y acercarse siento
¡Ay! de las Parcas el fatal momento!

XXXII.

»No sufren, no, mis ojos esa lucha
Ni esa paz. Tú el favor que darse pueda
(Caso es urgente, y pide audacia mucha)
Corre á dársele á Turno: acaso ceda
La adversa suerte.» Atónita la escucha
Yuturna, y llanto por su rostro rueda;
Tres, cuatro veces en herir se agrada
El seno hermoso con la diestra airada.

{303}

XXXIII.

«No es tiempo» (insiste la saturnia Diosa)
«De llorar. A tu hermano vé y liberta,
Si hay medio, de la muerte que le acosa;—
Ó provoca un conflicto, y desconcierta
El pacto celebrado: ¡elige y osa!
Te doy mi autoridad.» Fuése, é incierta
Ha dejado á la Ninfa y confundida,
Con aquella en el alma triste herida.

XXXIV.

Salen los Reyes ya. Con mole ingente
Viene Latino de su campo; tiran
Cuatro brutos su carro, y de su frente
Doce áureos rayos en redor se miran,
Del Sol su abuelo emblema refulgente.
Turno va en ruedas que arrastradas giran
De dos caballos blancos, y su diestra
Dos dardos de ancha hoja en alto muestra.

XXXV.

De acá, orígen de Roma, el Rey troyano
Marcha, y con armas célicas fulgura
Y con sidéreo escudo. Al par galano
Avanza Ascanio, en quien feliz se augura
Otra esperanza del poder romano.
El sacerdote en alba vestidura
Un lechon y una intonsa corderilla
Conduce al ara donde el fuego brilla.

{304}

XXXVI.

Vuelven los ojos hácia el sol naciente:
La mola esparcen, con el hierro siegan
En la testa á la víctima presente
Breves mechones que á la llama entregan,
Y las tazas alzando juntamente
Con el sacro licor las aras riegan.
Empuña Enéas el desnudo acero,
Y así sus preces pronunció el primero:

XXXVII.

«¡Sol! ¡de mi juramento sé testigo!
¡Y tú, á do el hado al fin me da que aporte
Despues de afanes tantos, suelo amigo!
¡Y oh Rey omnipotente y real consorte,
Alma hija de Saturno, ya conmigo
Ménos severa, oidme! ¡Y tú, Mavorte,
Que sobre el haz de la anchurosa tierra
Haces rodar el carro de la guerra!

XXXVIII.

»¡Tambien las sacras fuentes y los rios,
Y cuanto númen sobre el aire impere
Y en la cerúlea mar, me escuchen pios!
Marcharán, si de Turno el triunfo fuere,
De Evandro á la ciudad Yulo y los mios;
El vencedor del campo se apodere,
Ni tema que á este reino los Troyanos
Vuelvan infieles con armadas manos.

{305}

XXXIX.

»Mas si á mí el triunfo Marte da—lo espero,
Y ¡oh! confirmen los Dioses mi esperanza!—
No haré que humille, mísero pechero,
El ítalo al Troyano su pujanza,
Ni optaré el cetro soberano. Quiero
Que, invictos ambos pueblos, de alïanza
Nudos estrechen que perpetuos duren,
E iguales leyes como hermanos juren.

XL.

»Yo los ritos daré, daré el divino
Culto; su alto poder conserve entero
Y el derecho de guerra el rey Latino;
Muro á mí los Troyanos duradero,
Que por Lavinia se dirá Lavino,
Alzarán.» Así Enéas el primero
Habló; luégo Latino, la mirada
Vuelta al cielo, y la diestra levantada:

XLI.

«Tambien, ¡oh Enéas! por el Éter puro,
Y por la Tierra y líquido Oceano,
Y por los hijos de Latona juro;
A ambos invoco, y al bifronte Jano:
Por las Deidades del Averno oscuro
Y el santuario de Pluton tirano;
Y oiga mi voz el Padre omnipotente
Que pactos sella con su rayo ardiente!

{306}

XLII.

»Toco el ara, y el almo fuego alzado
En medio de los dos, testigo sea:
¡Oh! cualquiera que fuere nuestro estado,
No llegue dia en que romper se vea
Esta paz en Italia, este tratado!
Que anegue el orbe fuerza gigantea
Y al Tártaro derribe el firmamento;—
¡No hará volver atras mi juramento!

XLIII.

»Como este cetro la palabra mia:
Falto del jugo vegetal materno,
Segado en brazos y melena umbría,
Ya verdor no dará frondoso y tierno:
Hierro al bosque arrancóle, árbol un dia;
El arte en bronce le embutió, y eterno
Emblema de los reyes de mi casa,
De mano en mano incorruptible pasa.»

XLIV.

Tal dice, y muestra al par en las reales
Manos el cetro venerado. Sellan
Ambos sus votos con razones tales
En medio de los próceres. Degüellan
Ante el fuego despues los animales
Sagrados, palpitantes los desuellan,
Y encima de las aras las calientes
Entrañas ponen en colmadas fuentes.

{307}

XLV.

Tiempo há ya que las rútulas legiones
Del iniciado pacto auguran males;
Un secreto pavor sus corazones
Ocupa, y más cuando á los dos rivales
Próximos ven, y de ambos campeones
Consideran las fuerzas desiguales.
El modo infausto como Turno avanza
Crece la popular desconfianza.

XLVI.

Mudo y á lento paso comparece
A doblar ante el ara la rodilla;
Su juvenil figura palidece,
Baja la vista, mustia la mejilla.
Ve la Ninfa al hermano, y ve cuál crece
En sordas voces la naciente hablilla,
Turbados pechos vacilar advierte;
Y entre ellos, disfrazada de Camerte—

XLVII.

Era éste un lidiador que gala hacía
De su antigua nobleza, y cuya espada
De su padre á la clara nombradía
En el ardor de bélica jornada
Correspondió con noble bizarría—
Entre ellos, de Camerte disfrazada,
Yuturna, pues, astuta el pié desliza,
Y rumores sembrando el fuego atiza:

{308}

XLVIII.

«¿Que al invasor se oponga, no es vergüenza,
Rútulos, sola un alma? ¿Ó de él, insanos,
Temblais que en fuerza ó multitud nos venza?
Ved: Arcades, y Teucros y Toscanos,
Hueste á Turno fatal: allí comienza,
Y allí acaba; están todos: si á las manos
Con dos nuestros solo uno de ellos viene,
No temo que su número se llene.

XLIX.

»Subirá de los Númenes al lado
Él, que ahora á sus aras reverente
Se ofrenda; en alas de la fama alzado
Cobrará vida en boca de la gente;
Miéntras nosotros, pueblo vil, sentado
A mirarle con ojo indiferente,
Quedaremos sin patria: el tiempo acerba
Y justa servidumbre nos reserva!»

L.

Así exalta las almas. Por instantes
Se agrandan, vueltas dando, los rumores.
No son los Laurentinos cual en ántes;
Aun los mismos Latinos, que de horrores
El término esperaban anhelantes,
Abren súbito el pecho á los furores,
De Turno el caso indigno les conduele,
Y arden ya porque el pacto se cancele.

{309}

LI.

Atenta á la ocasion que la convida,
Yuturna entónces da en el alto cielo
Gran señal que los ánimos decida
Y engañe de los Ítalos el celo.
Esforzaba en la atmósfera encendida
Tras ribereños pájaros el vuelo
La roja ave de Júpiter, y puso
En triste fuga al escuadron confuso.

LII.

A las olas de súbito se cala,
De un cisne hermoso aferra, y por el viento
Con ímpetu feroz remonta el ala.
Los Ítalos la observan; y ¡oh portento!
Clamor acorde el bando aéreo exhala,
Y en densa nube é inverso movimiento
Persigue á la cruel de quien huia;
Bajo sus plumas se oscurece el dia.

LIII.

Tanto la han acosado, y tal le pesa
Su nueva mole al águila, que al rio
Floja la garra al fin suelta la presa,
Y piérdese en el ámbito vacío.
En júbilo trocando la sorpresa
Los Ítalos, y en alto vocerío
Rompiendo, la simbólica apariencia
Saludan, y á las manos dan licencia.

{310}

LIV.

Tolumnio el adivino habló el primero:
«¡Oh! lo que tanto ansié cúmplese ahora:
Me dan los Dioses favorable agüero.
A mi ejemplo, á mi voz, sin más demora
Requerid, desgraciados, el acero
Contra ese advenedizo que os azora,
Que con tímidas aves os iguala
Y vuestras costas ominoso tala!

LV.

»A salvar nuestro Rey de uñas feroces
Venid, las filas estrechad: yo os fio
Que fugitivo el robador, veloces
Las alas soltará de su navío
A perderse en los mares.» Tales voces
Lanza el augur, y con resuelto brío
Corre adelante, y una lanza tira
A los contrarios que á su alcance mira.

LVI.

Inevitable el asta huye y rechina;
Suena inmenso clamor; tumultuosa
Agitacion los órdenes domina
De bancos, y en los ánimos rebosa.
Nueve hijos, de belleza peregrina,
Que al árcade Gilipo etrusca esposa
Dió, fiel cuanto fecunda, hizo el Destino
Que estuviesen enfrente al adivino.

{311}

LVII.

A uno de ellos, gallardo á maravilla,
Y vestido de fúlgida armadura,
Por medio al vientre, donde usado brilla
Tahalí cuyos cabos asegura
En la parte central dentada hebilla,
Por allí á traspasarle se apresura
El crudo hierro, y sus costillas hienden,
Y en el rojo arenal yerto le tiende.

LVIII.

Enciéndese mortal resentimiento
En los hermanos: arma arrojadiza
Uno toma, otro espada empuña; á tiento
La animosa legion corre á la liza.
Vuela en contra la hueste de Laurento;
Va en pro, con armas que el blason matiza,
El Arcade, y con él, ardiendo en saña,
Teucro y Etrusco inundan la campaña.

LIX.

Así á todos aguija un mismo anhelo,
El de reñir: á despojar se atreven
Las aras: se oscurece todo el cielo
Con los dardos innúmeros que llueven.
En tanto los ministros, en su duelo,
Vasos, sacros hogares léjos mueven;
Huye, en viendo deshechos los tratados,
Latino con sus Dioses ultrajados.

{312}

LX.

Aquél engancha un tiro, miéntras éste
Monta de un salto en su bridon guerrero,
No sin que el hierro centellante apreste.
Romper ansiando el pacto, á caballero
Mesapo va contra el tirreno Auleste,
Rey él mismo y de insignias régias fiero,
Quien en las aras, al ciar, tropieza,
Y hunde entre ellas, rodando, hombro y cabeza.

LXI.

Encima el agresor se precipita,
Y enhiesto, en su corcel, lanzon horrendo
Sobre el postrado príncipe ejercita;
Rogaba en vano el infeliz gimiendo.
«¡Cayó, y ante el altar!» Mesapo grita;
«Gran víctima á los Númenes ofrendo!»
Caliente aún, los Ítalos en torno
Quitan al cuerpo noble el rico adorno.

LXII.

Corineo un tizon tomó del ara,
Y como Ebuso herirle amenazase,
Fulminóle las llamas en la cara:
Arde y luce la luenga barba, y dase
Ingrata á oler. Mas él aquí no pára,
Y al que ofuscó, por los cabellos ase,
Y, poniéndole encima la rodilla,
Su flanco hiere con atroz cuchilla.

{313}

LXIII.

A Also, el pastor, por entre armada gente
En las primeras filas daba caza
Podalirio; mas vuélvese el huyente
Súbito, y al que al hombro le amenaza,
Con su hacha frente y barba de un fendiente
Párte, y riégale en sangre la coraza.
A eterna noche al mísero destierra
El férreo sueño que sus ojos cierra.

LXIV.

Enéas, la cabeza descubierta,
Tendiendo inerme está la diestra pia,
Y «¿A dónde, á dónde vais? ¿qué os desconcierta?»
Exclama en voces que á su gente envía.
«¡Oh, enfrenad esas iras! Firme y cierta
Está mi voluntad: la lid es mia,
Nada romper podrá las condiciones:
No, no al temor rindais los corazones!

LXV.

»Dejadme, y esta mano valedero
Hará el sellado pacto. Sacros ritos
A Turno deben á mi solo acero.»
En medio á estas razones y altos gritos,
Hé aquí silbando en ímpetu ligero,
En la nube de hierros infinitos
Que al impasible paladin respeta,
A herirle vino alígera saeta.

{314}

LXVI.

¿Qué fuerza la condujo? ¿de cuál mano
Partió? ¿Qué acaso, ó númen escondido
Dió tal gloria á los Rútulos? Arcano
Hondo fué. No se holgó de haber herido
Mortal ninguno al capitan troyano.
Mas cuando á Enéas alejarse vido
Y advirtió de sus nobles la mudanza,
Turno abre el pecho á férvida esperanza,

LXVII.

Y los trotones pide y las tremendas
Armas; de un salto sobre el carro, altivo
Monta, impaciente por regir las riendas.
Vuela: ya á éste, ya á esotro, semivivo
Vuelca, á la Muerte acumulando ofrendas;
O arroja sobre el bando fugitivo
Lanzones que arrebata, ó atropella
Filas, y en curso abrumador las huella.

LXVIII.

Cual cerca al Hebro helado, con sangriento
Ardor bate su escudo en són de guerra
Marte, sus potros de encendido aliento
Lanzando al llano desde la alta sierra;
Delante corren del alado viento,
Gime bajo sus piés la tracia tierra,
Cien formas de Terror, de Insidia y Saña
Cortejo son que en torno le acompaña:

{315}

LXIX.

Así el Rútulo impele sus caballos
Todos cubiertos de sudor que humea;
Y á hombres sin fin, despues de derriballos,
Con ímpetu furial en la pelea,
Concúlcalos cruel: los duros callos
Sangre desparcen que la crin gotea,
Y en ruidoso tropel, por donde pasan,
Con sangre el polvo de la lid amasan.

LXX.

Rindió de cerca á Folo y á Tamiro,
A Esténelo dió muerte, aunque lejano;
Tambien á Glauco de distante tiro
Mata, y á Lade al par, de Glauco hermano:
Formó á estos dos para la lid, ya en giro
De carro volador, ya mano á mano
En el palenque, con igual pericia,
Su padre Imbraso en la materna Licia.

LXXI.

Mézclase en otra parte en la porfía
Eumédes, prole de Dolon, preclara
En guerra: el nombre del abuelo habia
Tomado; en alma y brazos se equipara
Al padre—aquél que ya, como de espía
Al campo griego á entrar se aventurara,
Los caballos del hijo de Peleo
Pidió en premio; otro dióle el de Tideo!

{316}

LXXII.

Seguia, al aire libre, en campo abierto,
Turno á Eumédes, con leve dardo: enfrena
Su carro, salta, llega; semimuerto
Al fugitivo halló sobre la arena:
El pié al cuello le pone; al puño yerto
Le arranca hoja luciente, y se la ensena,
Tiñéndola hasta el pomo, en la garganta,
Y fiero así sobre él victoria canta:

LXXIII.

«¡Troyano! el suelo hesperio que sangrienta
Tu planta holló, mejor ya mides, creo:
Esta es mi paga al que á lidiar me tienta;
Estos los muros que te alzó el deseo.»
Sus dardos luégo á Asbute, á Daré avienta,
A Tersíloco, Síbaris, Cloreo,
Y á Timete, á quien potro asombradizo
Cerviz abajo descender le hizo.

LXXIV.

Cual bate ronco Bóreas el Egeo,
Y la mar, á sus soplos paralela
Rueda á la playa en levantado ondeo;
Alta nube en el aire huyendo vuela:
Tal densas haces arrolladas veo
Doquier que sus bridones Turno impela;
Envuélvele su propio movimiento,
Y sus plumas agita hendido el viento.

{317}

LXXV.

Tanto alarde de bárbara pujanza
Fegeo no sufrió: con mano loca
Los fieros brutos á atajar se avanza
Del freno asiendo en la espumante boca.
Arrástranle indomables; ancha lanza
Su cuerpo, aunque sedienta, apénas toca
Bajo la triple malla, por do hiende
A salvo, miéntras él del yugo pende.

LXXVI.

Mirando á su adversario, en vano embraza
Su escudo, en vano por socorro grita
Esgrimiendo la daga; le amenaza
El eje y rueda que veloz se agita.
Cayó. Por entre el yelmo y la coraza
Turno, que ya sobre él se precipita,
De un tajo la cabeza le cercena,
Y tronco informe déjale en la arena.

LXXVII.

En tanto que con ímpetus furiales
Corriendo la campaña Turno hacía
En carro vencedor destrozos tales,
Bañado de la sangre que vertía
Van á Enéas llevando á sus rëales
Fiel Acate y Mnesteo; compañía
Le da Ascanio, y él mismo en su asta larga
Cada segundo paso el cuerpo carga.

{318}

LXXVIII.

Roto el cabo, la punta que le hiere
El héroe trata de arrancar; se irrita
Su impaciencia; algun medio, aquel que fuere
Brevísimo entre todos, solicita:
Que abra los bordes de la llaga quiere
Ancha espada, y los senos que visita
Hondo el hierro, descubra; tal su ruego,
Y que á lidiar le restituyan luégo.

LXXIX.

Hé aquí venido habia á su presencia
Yápix, hijo de Yaso, aquel que Febo
Señaló con gloriosa preferencia:
Sí, que á él, estando aún tierno mancebo,
Comunicó sus dones y alta ciencia
El Dios, llevado de amoroso cebo;
De los agüeros enseñóle el arte,
Y en su cítara y arco dióle parte.

LXXX.

Mas él, que al caro padre desahuciado
Sólo pensaba en prolongar la vida,
De sanitarias plantas el callado
Estudio cultivó por escondida
Senda. En su lanza Enéas apoyado
Está, y á sordas brama, y de crecida
Juventud que le cerca, el vago espanto
Contempla inmóvil y del hijo el llanto.

{319}

LXXXI.

Remángase la veste el buen anciano
Al uso de Peon; y con discreta
En balde aplica y diligente mano
Hierbas divinas de virtud secreta;
El encarnado hierro tienta en vano;
Con tenaza mordaz tal vez lo aprieta.
¡Ah! no da el almo Apolo traza alguna,
Ni encamina el conato la Fortuna.

LXXXII.

Y ya el pavor invade el campamento,
Espantosa amenaza se aproxima,
En polvo se condensa el firmamento,
Tropel de caballeros se oye encima;
Y mil dardos y mil cruzando el viento
Van doquiera á caer, y ponen grima
Al par de combatientes y de heridos
Voces de rabia y de dolor gemidos.

LXXXIII.

Vénus, en tanto, del afan movida
Que el corazon materno le atormenta,
Díctamo coge en el cretense Ida—
Hierba que allí lozana se presenta,
De pubescentes hojas revestida;
Flores la cubren de color sangrienta,
Y pace de ella la silvestre cabra
Si cruda flecha su espinazo labra.

{320}

LXXXIV.

La raíz salutífera recata
Encubierta la Diosa en nube umbría,
Llega, y en modo oculto el agua trata
Que en limpísimos vasos puesta, hervia;
Virtud comunicándola, desata
El díctamo, y el zumo de ambrosía
Que las fuerzas vivífico recrea,
Esparce, y odorante panacea.

LXXXV.

Con esta linfa Yápix, que no sabe
La merced de la Diosa recibida,
Lava la llaga: al punto, pues, el grave
Dolor huye del cuerpo; en la honda herida
Restáñase la sangre; ya süave
Tras la mano la flecha no traida
Saliendo va; y el adalid doliente
Todas sus fuerzas reintegrarse siente.

LXXXVI.

«¡Armadle, armadle, que lidiar desea!»
Ante todos así Yápix inflama
El turbado concurso á la pelea.
«Y tú, ilustre caudillo,» luégo exclama,
«No pienses que este triunfo humano sea;
Mi arte, mi diestra nada obró: te llama
Fuerza más alta, voluntad divina
Que á mayores objetos te destina!»

{321}

LXXXVII.

Mas el héroe tardanzas no consiente:
De acá y de allá á la pierna sobrelaza
Las grebas de oro, él mismo; ase impaciente
De la fulmínea lanza, la coraza
Viste, toma el broquel resplandeciente;
Y las armas tendiendo en torno, abraza
Y fugaz por el yelmo besa al hijo:
«De mí firme virtud, teson prolijo,

LXXXVIII.

»Quiero que aprendas; de dichosa suerte
Otros,» le dice, «te darán lecciones.
Hora vuelo en la lid á protegerte,
Voy á guiarte á sus preciados dones:
Cuando llegues á edad adulta y fuerte
Recoge mis gloriosas tradiciones,
Y de ellas memorioso, Ascanio mio,
Sigue á Enéas tu padre, á Héctor tu tio!»

LXXXIX.

Dicho esto, por las puertas dilatadas
Blandiendo el asta enorme, giganteo
Arrójase adelante: sus pisadas
Mnesteo sigue, síguelas Anteo.
Hé aquí de los reales á oleadas
Toda la turba desbordarse veo;
En ciego polvo el ámbito se cierra,
Y herida de los piés treme la tierra.

{322}

XC.

Turno en esta sazon desde un frontero
Alcor aquella nube ha visto; véla
El escuadron de Ausonios; el guerrero
Ímpetu encogen, el pavor los hiela.
Fué entre todos Yuturna quien primero
Oyó el ruido, y lo entiende, y se hurta, y vuela
Medrosa. Arrastra el capitan troyano
Su negra hueste en el abierto llano.

XCI.

Cual, turbando los aires repentina
Tempestad, á la tierra nimbo aciago
Por medio de los mares se encamina;
A mieses y arboredos ¡cuánto estrago
Traerá! ¡cómo la plebe campesina
Tiembla de léjos el tremendo amago!
A anunciarlo en las playas, adelante
Los vientos van con soplo resonante;

XCII.

Tal aparece el adalid reteo;
A defenderse la asustada gente
Fórmase densa en ángulos. Timbreo
Al fuerte Osíris da mortal fendiente:
Derriba á Arcecio en el tropel Mnesteo
Acátes á Epulon, Gias á Ufente;
Y cae allá Tolumnio, el agorero,
Que el dardo impío disparó primero.

{323}

XCIII.

Un grito de terror álzase al cielo,
Y á su turno los Rútulos á viva
Fuga se dan en polvoroso vuelo.
Enéas á la turba fugitiva
Muerte no da, ni áun contrapuesto telo
O pecho firme su ímpetu cautiva;
Entre la nube que la vista ofusca
A Turno solo anhela, á Turno busca.

XCIV.

Ve Yuturna el peligro, y atosiga
Su viril corazon fiera congoja:
Muda á Metisco va, de Turno auriga,
Le arranca, y léjos del timon le arroja;
Puesta ella en su lugar, el tiro instiga,
Y ondea á su placer la rienda floja:
En la voz, en las armas y el semblante
Osténtase á Metisco semejante.

XCV.

Cual acude al castillo de opulento
Señor, y excelsos atrios la traviesa
Negruzca golondrina ronda, el viento
Hiriendo ufana con versátil priesa;
Partículas recoge de alimento
A gárrulos polluelos dulce presa;
Ya visita los pórticos vacíos,
Ya en torno trisca de los lagos frios:

{324}

XCVI.

Así volando la marcial doncella
Alanza entre enemiga muchedumbre
Los caballos, y todo lo atropella
De su carro veloz la pesadumbre:
Ora en esta region, ora en aquélla,
Muestra al hermano entre fulmínea lumbre;
Mas asir la ocasion jamás le deja,
Y siempre volteando huye y le aleja.

XCVII.

No ménos diligente las pisadas
En largo giro el héroe le rastrea,
Y en medio de las huestes destrozadas
Con grande voz le llama á la pelea.
Cuantas veces le hallaron sus miradas
Y los halados potros ya en idea
Alcanzaba, volando en pos, la ruta
Tantas torció tambien la Ninfa astuta.

XCVIII.

¡Mísero! en golfo de agitados vientos
Fluctúa en balde; hácia contrarios lados
Le arrastran diferentes sentimientos.
Contra él, en ese tiempo, reservados,
Mesapo, listo siempre en movimientos,
Llevaba en la siniestra dos ferrados
Astiles: con certera puntería
Uno de ellos blandiendo, allá lo envía.

{325}

XCIX.

Hincando una rodilla, con su escudo
Enéas guarecióse: el asta empero
Rehilando sobre el casco penachudo
Voló las altas alas del plumero.
Tener su indignacion él más no pudo,
Salteado otra vez tan contra fuero,
Al sentir que en revuelta fugitiva
El carro volador su encuentro esquiva.

C.

Y el altar que violaron, por testigo
Tomando de su fe desobligada,
A Júpiter juró; y al enemigo
Se precipita ya, con ciega espada
A ejercitar sobre él comun castigo.
Con favorable Marte ha entrado, y nada
Perdona, y hace mortandad horrenda;
¡Ay! que da á sus furores larga rienda!

CI.

¿Cuál Dios ahora inspirará mi canto?
¿Quién me dará que recordar emprenda
Tantos destrozos, y caudillo tanto
Sacrificado en una y otra senda
Por Enéas y Turno?... ¡Jove santo!
¿Y plugo que á tan áspera contienda
Concurriesen naciones que algun dia
Para siempre la paz unir debia?

{326}

CII.

Al Rútulo Sucron, al paso hallado
(Fué esta pugna, aunque breve, la primera
Que en sitio á combatir determinado
Paró á los Teucros en su audaz carrera),
La espada Enéas envasóle á un lado,
Y allí por do la muerte es más ligera,
Bien las costillas y del pecho pudo
Pasar las tramas el acero crudo.

CIII.

En tanto á dos hermanos guerreadores,
Ambos á pié (pues uno del trotero
Cayera), inmola Turno á sus furores:
A Amico, que venía hácia él primero,
Con larga lanza recibió; Dïores
Espiró en pos al filo de su acero.
Al carro ambos segados vultos cuelga,
Y en llevarlos manando sangre, huelga.

CIV.

De un golpe Enéas á la Muerte envía
A Tánais y á Talon y al gran Cetego,
Y á Onite, el de habitual melancolía,
Hirió despues, en su ira siempre ciego;
Hijo era de Equïon y Peridía.
Turno otros dos hermanos postra luégo,
Que de Licia vinieron, noble tierra,
Y de apolíneos campos á la guerra.

{327}

CV.

Rindió tambien al árcade Menédes:
En vano el infelice, odiando á Marte,
Al pecífero Lerna á echar sus redes
Tranquilo acostumbróse: tal su arte;
Allí su pobre choza; en las mercedes
De los grandes jamás tocóle parte;
Miéntras su padre, en ya provectos años,
Cultivaba alquilados aledaños.

CVI.

Como invaden de puntos diferentes
La árida selva y lauros restallantes
Voraces llamas; ó cual dos torrentes
Que hacen destrozos, entre sí distantes,
Y al mar desde las cumbres eminentes
Arrebatan sus hondas espumantes,
Así Enéas y Turno el campo talan
Que corren, y en estragos lo señalan.

CVII.

Ya la interna pasion los espolea;
Ya estallan sus invictos corazones;
¡Con toda el alma á la mortal pelea
Vuelan ya!—De las glorias y blasones
De sus antepasados alardea
En medio de los fieros escuadrones
Murrano: su ducal genealogía
Por los latinos Reyes descendia.

{328}

CVIII.

Vióle Enéas; su furia vengativa
Comunica á un pedron que enorme alanza,
Y de cabeza al mísero derriba:
En las riendas envuelto so la lanza
Del carro, ya le aplasta fugitiva
La rueda; puesto el dueño en olvidanza,
Por cima sus indómitos caballos
Baten veloces los sonoros callos.

CIX.

Hilo feroz, verboso, amenazante
Entrara en lid: á su aureada frente
Poniéndosele Turno por delante
Asesta un dardo, que al cerebro, ardiente
Clavóse, bajo el yelmo relumbrante.
Caiste y tú, Creteo, el más valiente
De los Grayos; de Turno á libertarte
Tu diestra poderosa no fué parte.

CX.

Ni á tí tus propios Dioses al Troyano
Te supieron hurtar, Cupenco. ¡Ay triste!
Puesto el pecho á sus golpes, es en vano
El broquel acerado que le asiste.
Y tú tambien al laurentino llano,
Eolo ilustre, á sucumbir viniste;
Tambien debian estos arenales
Tus espaldas medir descomunales!

{329}

CXI.

Tú del triunfante Aquíles, tú del peso
De la argiva falange tan temida,
Luchando cual leal, saliste ileso;
¡Y aquí estaba la meta de tu vida!
Gran palacio tuviste allá en Lirneso,
Gran palacio gozaste bajo el Ida;
¡Y ya te reservaba tu destino
Un sepulcro en el campo laurentino!

CXII.

Latinos y dardanios campeones,
Mnesteo y el intrépido Seresto,
Y domador Mesapo de bridones,
Y Asílas, siempre en la refriega enhiesto,
Y las etruscas y árcades legiones,
Ya todos á encontrarse, en vuelo presto
Corren: batalla universal, suprema,
Se libra; cada cual su esfuerzo extrema.

CXIII.

No hay reposo, no hay vado: el choque dura
Igual de cada parte. En tal momento
A sugerir á Enéas se apresura
Su hermosísima madre un pensamiento:
Que á los muros acorra, le conjura,
Que lleve su escuadron sobre Laurento
De improviso, y con golpes repentinos
Ponga espanto mortal en los Latinos.

{330}

CXIV.

Despues que sobre el campo en giro vario
Él ha echado solícita ojeada
Acá y allá buscando á su contrario,
Convierte á la ciudad fija mirada:
Inmune y en sosiego solitario
En presencia de lid tan ensañada,
La observa; y en imágen, de repente,
Mayor combate enardeció su mente.

CXV.

A Mnesteo al instante y á Sergesto,
Con quienes párte de la hueste el mando,
Convoca, y al intrépido Seresto:
Ocupa una eminencia; de su bando,
Al verle, en torno de ella acude el resto:
Densos, picas y escudos no soltando,
Todos esperan que los labios abra,
Y oyóse así de lo alto su palabra:

CXVI.

«¡No haya, mi voluntad impedimento!
Aunque de pronto concebida empresa
Ménos listos no os halle; á Jove cuento
De nuestra parte. Hoy mismo, hoy mismo, si esa
Militar madriguera y regio asiento,
Que es nuestra la victoria no confiesa,
No admite el freno y rinde vasallaje,
Haré en su seno asolador ultraje;

{331}

CXVII.

»Hundiré en polvo el más altivo techo
Envuelto en llamas! ¿Quién tendrá por justo
Que el tornar, ya vencido, á campo estrecho,
Espere yo que á Turno venga en gusto?
No: ¡cumpla la ciudad el pacto hecho!
Nefando monumento, centro adusto
De la guerra ella ha sido: ¡sús! con teas
Lo que debe pidamos!» Habló Enéas.

CXVIII.

Ya, formándose en cúneo á la batalla,
Animosa la tropa se encamina.
Escalas de improviso en la muralla
Se ven, y el fuego la cabeza empina.
Quién á las puertas acudiendo, acalla
A los guardias con muerte repentina;
Quién, armas empuñando, trepa: al cielo
Tejen mil dardos tenebroso velo.

CXIX.

Hé aquí entre los primeros, extendiendo
La diestra Enéas á la faz del muro,
Increpa al rey Latino con tremendo
Clamor. Que vez segunda al trance duro
Le compelen Los Ítalos, rompiendo
La nueva ley, y en su furor perjuro
Se revuelven contra él como enemigos,
Grita, y toma á los Dioses por testigos.

{332}

CXX.

Discordes entre sí los ciudadanos,
Unos las puertas franquear querrian
Y de paz recibir á los Troyanos,
Y al muro al mismo Rey llevar porfían;
Otros empero con armadas manos
Al sitiador bizarros desafían.
Así tal vez en cavernosa piedra
Silvestre enjambre se guarece y medra;

CXXI.

Y así el pastor por despojarlo, llena
De humo amargo el recinto, y las turbadas
Hijas de la recóndita colmena
Discurren por las céricas moradas:
Rumor confuso por la roca suena,
Bramando aguzan iras enconadas;
El sofocante olor penetra, y sube
Suelta en ondas al aire la hosca nube.

CXXII.

En tanto á los sitiados sobrevino
Calamidad que alto estupor derrama
Y el resto extingue del valor latino.
Vió la Reina que al muro se encarama,
Trayendo, el agresor, triunfal camino,
Vió el acero á las puertas, vió la llama;
Ni Rútulos allí, ni allí la hueste
De Turno, que el asalto contrareste:

{333}

CXXIII.

Dando al jóven por muerto la mezquina,
Sola causa del mal, única rea
Proclámase; y gimiendo desatina
Enajenada en su doliente idea;
Desgárrase la veste purpurina,
Lúgubre frenesí la aguijonea,
A yerta viga ató ominoso nudo,
Y fué aquello un morir fiero y sañudo,

CXXIV.

Hiere á las damas la nefasta nueva:
Mesándose Lavinia los floridos
Cabellos, las airadas manos ceba
En las róseas mejillas: con gemidos
Responde su cortejo; el eco lleva
Por las ámplias mansiones los plañidos;
Y ya por la ciudad su vuelo explaya
El rumor, y los ánimos desmaya.

CXXV.

En polvo vil la blanca cabellera
Mancha, rasga su veste el Rey anciano,
Vaga sin rumbo, y viendo desespera
De una infeliz consorte el fin insano
Y la ruina de un pueblo! Que no hubiera
Llamado en tiempo al adalid troyano
Al reino, acreditándole por yerno,
Mucho se culpa con lenguaje interno.

{334}

CXXVI.

Turno batallador allá en lejano
Límite en tanto, cada vez más lento,
Ménos y ménos cada vez ufano
Del de sus potros decadente aliento,
A pocos, áun dispersos en el llano,
Ensaya perseguir. El vago viento
Ya hácia aquella region lleva á oleadas
Extraño són de voces apagadas.

CXXVII.

Aguzando el mancebo los oidos
Fatídico clamor distinto siente,
Oye de la ciudad los alaridos.
«¡Ay de mí! ¿Qué gran duelo está presente
A los muros? ¿Qué fúnebres sonidos
De tan diverso punto la corriente
Del aire arrastra?» Dice, y de la brida
Tira atónito, y pára la corrida.

CXXVIII.

Sagaz la Ninfa que usurpó el semblante
Del auriga Metisco, y los trotones
Y carro y riendas guia, en ese instante
Al hermano anticípase, y razones
Tales vierte: «Sigamos adelante,
¡Oh Turno! y á enemigo no perdones;
¡Adelante sigamos! La Victoria
Abrió esta senda y nos anuncia gloria.

{335}

CXXIX.

»Los muros defender, á otros compete.
¿Y tú, cuando á los Ítalos Enéas
En reñido conflicto compromete,
Contra los Teucros tu poder no empleas?
¡Animo! á los que restan acomete,
Y á fe que ni inferior salir te veas
En número, ni en lauros ménos rica
La diestra ostentarás!» Turno replica:

CXXX.

«¡Oh! ¡tu influjo en mi bien jamás reposa!
Sentílo ya en el campo, hermana mia,
Del punto en que el tratado poderosa
Fuiste á romper usando de artería;
Y ahora mismo vanamente, oh Diosa,
Encubres tu beldad. Mas ¿quién te envía,
Quién, dime, de la sedes celestiales
Tanto mal á palpar y horrores tales?

CXXXI.

»¿Mirar querrás los míseros despojos
De tu hermano?... ¿Y qué espero? ¿Cuál reparo
Me ofrece la fortuna? Por mis ojos
Ví á Murrano caer: otro, más caro
Amigo no me queda: oí sus flojos
Acentos, tarde ya, pedirme amparo;
Yo le he visto ¡ay dolor! rendir la vida,
Ingente él mismo y bajo ingente herida.

{336}

CXXXII.

»Por no mirar nuestro baldon inulto
Presa en miembros y en armas cayó Ufente,
¿Y hora entregados á feroz tumulto
Nuestros hogares sufriré paciente?
¡Ah! ¡nos faltaba este postrero insulto!
¿Y á la furia de Dránces maldiciente
No podré contestar con mis hazañas?
¿Espaldas volveré? ¿Y estas campañas

CXXXIII.

»Contemplarán á Turno fugitivo?
¡Qué! ¿el morir es odioso á tanto grado?
Si de supernos Dioses no recibo
Ni piedad ni justicia, con agrado
Mi ruego, ¡oh Manes! acoged votivo:
No indigno de altos padres, consagrado
Mi espíritu desciende á vuestro límen,
Puro, sí, puro de afrentoso crímen!»

CXXXIV.

No bien en estas voces prorumpiera
Cuando venir vió á Sáces, ve su boca
Que reciente flechazo, dilacera:
Su espumante bridon, que apénas toca
El campo hostil, lo rompe hilera á hilera;
Mas él desaforado á Turno invoca:
«¡Turno, última esperanza en nuestros males,
Habe ya compasion de tus parciales!

{337}

CXXXV.

»Rayos á los alcázares fulmina
Enéas con su ejército, y amaga
Al poder de los Ítalos rüina;
Sobre los techos el incendio vaga.
En tí pone sus ojos la latina
Gente, á tí vuelve su clamor. Qué haga
No sabe el Rey, y en su ánima medita
Cuál yerno adopte, qué alianza admita.

CXXXVI.

»A la Reina, por tí tan decidida,
A caso extremo sus terrores mueven;
¡Ay! ¡por su mano se quitó la vida!
Bajo las puertas á arrostrar se atreven
Sólo Atina y Mesapo la embestida.
De un lado y otro los contrarios llueven.
Tantas puntas esgrime la enemiga
Hueste, que miés ferrada el campo espiga.

CXXXVII.

»¡Y á este tiempo en el más remoto prado
Turno su carro vagaroso guía!»...
Guardó torvo silencio el increpado,
Y en el pecho le hierven á porfía,
Con tantos contratiempos alterado,
Ya del herido amor la frenesía,
Ya el probado valor de su pujanza,
Fuego de pundonor, voz de venganza.

{338}

CXXXVIII.

Así que á los destellos renacientes
De la razon, la nube se retira
Que le envolvió en horrenda noche, ardientes
Los globos de sus ojos rueda, y mira
Con demudada faz los eminentes
Muros desde su carro. En roja espira
Ve el fuego que tablajes señorea
Y al cielo enderezado libre ondea.

CXXXIX.

Turno mismo, de sólida madera,
Con altos puentes guarnecida, alzara
Trabada torre; de ella se apodera
Aquel voraz turbion. «¡Hermana cara!
¿Ves, ves,» clama el cuitado, «que doquiera
El hado nos arrolla? Me pesara
Que en cerrarme insistieses el camino
Que un Dios señala y mi cruel destino!

CXL.

»¡Allá! ¡no más tardanzas! ¡Mano á mano
Lucharé con Enéas! ¡Con la muerte
Cuanto hay de acerbo á padecer me allano!
¡Trocar déjame en gloria este ocio inerte,
Y arder, miéntras aliente, en fuego insano!»
Dice, y salta veloz del carro, y fuerte
Entre hombres y armas por el campo embiste,
A Yuturna dejando muda y triste.

{339}

CXLI.

Cual rueda enorme montaraz fragmento,
Ya recia lluvia ó huracan lo bata,
O sea ya que el no sentido y lento
Trabajar de los años lo desata;
Impetuosa desde su alto asiento
Al abismo la mole se arrebata,
Y en los saltos que da desmesurados
Arboles vuelca y hombres y ganados:

CXLII.

Turno, echándose así del carro afuera,
Rompe los escuadrones, los divide,
Y por entre ellos en veloz carrera
De la magna ciudad los muros pide.
Allá en sangre empapado ve doquiera
El suelo, y ve que el aire todo estride
Con dardos borrascoso. Hizo señales
Su mano, y él lanzó clamores tales:

CXLIII.

«¡Paso, oh Rútulos, dad al paladino!
¡Y vos cesad en la marcial porfía,
Valientes del ejército latino!
Dejadme el campo; la aventura es mia.
Por vosotros lidiar es mi destino;
Mi ánima sola por el pueblo expía
El sellado concierto.» La amenaza
Todos paran al punto, y danle plaza.

{340}

CXLIV.

Aun bien Enéas de sentir no acaba
Aquel nombre de Turno, se apareja
Al singular combate, toda traba
Rompe impaciente, y de las obras ceja
Del fiero asalto que á los muros daba
Déjalos ya, las altas torres deja,
Y desciende saltando de alegría,
Truenan sus armas y el espanto cria.

CXLV.

Cual Atos ó cual Érice aparece,
Ó del padre Apenino á semejanza,
Que sus tersas encinas estremece,
Y de la nívea cúspide que lanza
A la region del rayo, se envanece.
Movidos de tan súbita mudanza
Allá Rútulos miran y Troyanos
Y todos á una vez los Italianos.

CXLVI.

Los que ocupaban el adarve enhiesto
Como aquellos que al pié de la muralla
Batían, de sus hombros han depuesto
Las armas, y uno y otro campo calla.
Latino mismo en asombrado gesto
Mira que al fin á singular batalla
Fortísimos concurren, de regiones
Tan diversas, aquellos dos varones.

{341}

CXLVII.

Corriendo ellos al campo que la guerra
Suspensa abre á sus ímpetus, distantes
Arrójanse las lanzas; luégo cierra
Uno y otro adalid, con los sonantes
Escudos de metal. Gime la tierra;
Golpes dan y redoblan las tajantes
Espadas; y de un lado y de otro, á una
Asisten el esfuerzo y la fortuna.

CXLVIII.

Como en el vasto Sila ó gran Taburno,
Marchando á combatir dos toros fieros,
Aquél á éste, éste á aquél hiere á su turno;
Retíranse medrosos los vaqueros;
El rebaño contempla taciturno;
Cuál se alce de los dos con régios fueros
Sobre el hato en los campos y en las sierras,
No saben pensativas las becerras;

CXLIX.

Ellos, en tanto, con vigor tremendo
Cuernos traban y heridas menudean,
Sus cuellos y sus brazos envolviendo
Los arroyos de sangre que chorrean;
Repite el ancho bosque el sordo estruendo:
Chocando los broqueles tal pelean
El troyano y el daunio combatiente;
E hinche los aires el fragor creciente.

{342}

CL.

Dos balanzas en fiel Júpiter tiene,
Y de ambos héroes los diversos hados
Poniendo, aguarda á ver á quién condene
El lance extremo, y cuál de aquellos lados
Con peso agobiador la Muerte llene.
Sin temer de su ardor los resultados,
Turno entónces alzó su espada larga,
Todo el cuerpo esforzando, y la descarga.

CLI.

Irguiéndose ambos campos á la hora
Prorumpen en confusa vocería.
Quebróse en medio al golpe la traidora
Hoja, y abandonado Turno habia
Finado allí, si á fuga voladora
No acude. Más ligero se desvía
Que alado viento, cuando el cabo asido
Desconoció, y su diestra inerme vido.

CLII.

Fama es que ya, cuando de pronto uncidos
Los caballos, á lid montó ligero,
Tomó, en su afan turbados los sentidos,
El de su auriga, y no el paterno acero:
A los Teucros, con él, despavoridos
Pudo acosar gran tiempo; ahora, empero,
Hierro mortal, cual hielo quebradizo,
Dando en armas divinas, se deshizo.

{343}

CLIII.

Brillan los trozos en la roja arena.
Él entretanto huye y se retira
A otra parte del campo; le enajena
El terror, y en inciertas vueltas gira:
Denso cordon que su esperanza enfrena
Formar doquiera á los Troyanos mira;
Allá el paso le impide ancho pantano,
Acá el cerco mural limita el llano.

CLIV.

Enéas el alcance no descuida,
Y aunque á tiempos retarda dolorosa
Sus rodillas aún la fresca herida,
Al que temblando va férvido acosa
Pié con pié. Tal hallarse sin salida
Suele un ciervo infeliz; corriente undosa
Acá le ataja, allá le pone miedo
De plumas de color pérfido ruedo;

CLV.

Y así umbrino ventor pieza levanta,
En pos labrando en rápida carrera;
Hace y deshace el triste, á quien espanta
El rojo valladar, la alta ribera,
Círculos mil con voladora planta:
Insta el fiero sabueso; se dijera
Que con los dientes vencedor le toca,
Y áun muerde en vago su burlada boca.

{344}

CLVI.

Alzóse en esto un gran clamor, que llega
Confuso al cielo, y de él retumba herida
La laguna, cuan ancha el campo anega.
Rabioso Turno, sin templar la huida,
A los Rútulos clama, nombra, ruega
Que la espada le traigan conocida.
Enéas, á su vez, muerte inminente
A aquel intima que mediar intente;

CLVII.

Y á todos aterrando los conmina
Con asolar los muros; y aunque herido,
No desiste: corriendo á la contina
Cinco órbitas agota en un sentido,
Cinco en opuesta direccion camina,
Que no es, á fe, lo en lid comprometido
Circense premio ni trivial presea,
Por la sangre de Turno se pelea!

CLVIII.

Viejo acebuche allí se alzaba un dia
Con sus amargas hojas: el marino
El firme leño venerar solia,
Que á Fauno estaba dedicado; y vino
Muchas veces en él su ofrenda pia
A colocar, y, al Númen laurentino
Cumpliéndo el voto, á la sagrada copa
Náufrago suspendió la húmida ropa.

{345}

CLIX.

Este árbol divinal, sin miramiento,
Por despejar el campo al desafío,
Cortaron los Troyanos de su asiento.
En la raíz fibrosa que el vacío
Sitio guardaba, atravesando el viento
Cae y se enclava con pujante brío
El asta del Dardanio. Echó él su lanza,
Ya que á hacer presa por sus piés no alcanza.

CLX.

Y el tiro á segundar corre, y porfía
La punta en desasir que honda se aferra.
Entónces Turno esta plegaria envía
Ante el peligro que su mente aterra:
«¡Duélete, oh Fauno, de la suerte mia,
Y tú esa arma retén, óptima Tierra,
Si fiel siempre os rendí el antiguo culto
Que el Troyano abatió con fiero insulto!»

CLXI.

Fácil el Númen al favor se inclina.
Pugnó Enéas gran pieza, y fuerza ó traza
Util no halló; que la raíz divina
El hierro aprieta cual mordaz tenaza.
Miéntras él en vencerla insta y se obstina,
Otra vez de Metisco se disfraza
La daunia Diosa, y al hermano llega,
Y el acero vulcánico le entrega.

{346}

CLXII.

Ardiendo Vénus de que á tales grados
Llegase de la Ninfa la osadía,
Acude, y de los senos intrincados
La pica destrabó que áun resistia.
En sus armas y fuerzas reintegrados,
Uno en su espada, el otro en su asta fia,
Y á la lid anhelosa y furibunda
Avánzanse arrogantes vez segunda.

CLXIII.

Ved al Rey del Olimpo omnipotente
Cómo habla en tanto á Juno, que atendia
Sentada en una nube refulgente
Al singular combate: «¡Esposa mia!
¿Que haya fin esta guerra, no consiente
Tu pecho? ¿Ya qué falta? Al cielo un dia
Se alzará Enéas como sér divino
Que debe á las estrellas el Destino.

CLXIV.

»Harto lo sabes, ¿y áun tu mente espera?
¿Y ahí en gélidas nubes áun te agrada
Nuevos planes trazar? ¿Justo es que hiera
A un cuerpo sacro arma mortal? ¿que espada
Recobre Turno, y fuerza extraña adquiera
Ya á punto de rendirse? A tanto osada
Sin tí una débil Ninfa ser no puede.
Tu error conoce, y á mis ruegos cede!

{347}

CLXV.

»Llegamos ya al final. En mar, en tierra
A los Troyanos agitar pudiste,
Te fué dado mover infanda guerra,
Y alta casa afligir, y en duelo triste
Envolver régia boda. El paso hoy cierra
Mi mano á nuevas cóleras;—desiste!»
Esto Júpiter dijo; reverente
Juno así respondió, baja la frente:

CLXVI.

«¡Ah! bien conozco, real esposo mio,
Tu augusta voluntad: á ella me entrego,
Y de Turno y del suelo me desvío.
Sin eso, no en cruel desasosiego
Aquí me hallaras en el éter frio
Sufriendo solitaria: armada en fuego,
En medio del combate, las hileras
Del enemigo provocar me vieras!

CLXVII.

»Yo á Yuturna, es verdad, di aliento y mano
Para salvar á Turno de inminente
Golpe; no ya para que el arco insano
Tendiese. Te lo juro por la fuente
Inaplacable del Estigio hermano
(Rito, único entre todos, que imponente
A los Dioses obliga). Y ahora cejo,
Y fatigada asaz las guerras dejo.

{348}

CLXVIII.

»Mas yo una gracia (el hado no la veda)
Que de los tuyos y el poder latino
Redunde en majestad, pedirte pueda:
Hacer sólidas paces el Destino
Y alegres bodas celebrar conceda,
Yo desde ahora á su querer me inclino;
Muéstrese, empero, el natural del Lacio
Su viejo nombre en mantener, rehacio.

CLXIX.

»No ellos Teucros se llamen ni Troyanos,
Ni de vestido muden ni de idioma:
Viva el Lacio; haya príncipes albanos,
Nada por siglos su poder carcoma;
Y derive de pechos italianos
Virtud pujante la futura Roma.
Muerta es Troya; su nombre aborrecido
Yazga con ella en perdurable olvido!»

CLXX.

Sonriendo el Autor de hombres y cosas,
«De Jove hermana y de Saturno hija
Te ostentas,» dice, «cuando áun no reposas,
Y dentro el pecho en ansiedad prolija
Esas iras revuelves procelosas!
Cálmalas ya. Ni mudo afan te aflija,
Ni me torne á asestar tristes querellas
Tu dulce boca, ejercitada en ellas.

{349}

CLXXI.

»¡Oh, sí, que te daré cuanto has pedido;
Yo todo tuyo soy! Sus tradiciones,
Su popular lenguaje y su apellido
Conservarán de Ausonia los varones:
El vencedor uniéndose al vencido
Refundiráse en él. Yo instituciones
Sacras, yo ritos les daré divinos:
Una el habla será; todos, Latinos!

CLXXII.

»Formarán ambas razas de consuno
Un pueblo que á mortales y á inmortales
Superará en virtud; y pueblo alguno
Te dará cultos á su culto iguales.»
Sus pensamientos serenando Juno
La frente inclina ante razones tales;
De los aéreos ámbitos se aleja
Al mismo tiempo, y el nublado deja.

CLXXIII.

Así aquella acordanza concluida,
Su mente sábia el Padre soberano
Vuelve á otro punto, y á Yuturna cuida
Apartar de las lides del hermano.
Hay dos plagas que Diras apellida
La Fama: á entrambas ya, por modo arcano,
De sí Noche abismosa lanzó fuera,
A un tiempo, al par que á la infernal Megera.

{350}

CLXXIV.

De iguales serpentíferas espiras
La madre armólas, y de fuertes alas,
Con que aparecen las gemelas Diras
Del Dios tremendo ante las régias salas.
Prestas mueven, ministras de sus iras,
Miedo á las gentes, si á ciudades malas
Él amenaza desolar con guerra,
O peste y mortandad manda á la tierra.

CLXXV.

Jove á una de ellas desde lo alto envía
Porque lleve á Yuturna infausto agüero.
Voló la Furia, y la region vacía
En torbellino atravesó ligero.
Cual flecha, armada de ponzoña impía,
Que el Parto ó el Cidon de arco certero
Ha tirado, y, silbando, la interpuesta
Nube traspasa, incógnita y funesta;

CLXXVI.

Tal rápido á la tierra se abalanza
Aquel aborto de la Noche oscura.
Y así que á ambos ejércitos alcanza
A divisar, abrevia su figura,
Y del pájaro toma la semblanza
Que en cementerio ó solitaria altura
En la noche callada aciago asiste
Turbando el aire con su canto triste.

{351}

CLXXVII.

Tiende á Turno, de forma tan provista,
El ominoso vuelo y se alborota
Pasando y repasando ante su vista,
Y con las alas el broquel le azota.
Terror secreto al mísero contrista
Y de los miembros el vigor le embota;
El cabello erizado se levanta,
Anúdase la voz en su garganta.

CLXXVIII.

Luégo que hubo Yuturna, en el sonido
Y en el batir fatídico del ala,
De léjos á la Euménide sentido,
De hermosas crenchas la esparcida gala
Rasga, hiérese el pecho dolorido,
Y el rostro ofende, y su dolor exhala
En voces tales: «¡Ay! en vano, en vano
Ya ayudarte querré, mísero hermano!

CLXXIX.

»¡Cruel fuérzanme á ser! De hoy más, ¿qué espero?
¡Y qué! ¿de prolongar, Turno, tus dias
Arbitrio no me queda? ¿Aqueste agüero
Deshacer no podrán las fuerzas mias?...
¡Cesad, cesad en vuestro azote fiero;
Ese vuelo, ese grito, aves sombrías,
Harto conozco y me atormentan harto!
Ya os obedezco, y de la lid me aparto.

{352}

CLXXX.

»Sí, que en vosotras el imperio siento
Del magnánimo Jove! ¿El precio es ése
De mi virginidad? ¿Qué á mi contento
Presta eterno vivir? ¡Nunca él hubiese
De la ley del comun fenecimiento
Exentado mi sér! Mortal yo fuese,
Fin diera á mi penar, y huyendo haria
A la fraterna sombra compañía!

CLXXXI.

»¡Héme ahora inmortal! ¡Oh hermano mio!
¿Qué habrá sin tí que enojos no me sea?
¿Y dónde mi doliente desvarío
Abismo tan profundo cual desea
Que me trague hallará, y en el umbrío
Reino sepulte á esta infelice dea?»
Dice, y llora, y cubierta un glauco velo,
En hondas linfas escondió su duelo.

CLXXXII.

Enéas entretanto con la grande
Arbórea lanza á su contrario acosa;
Hace el hierro brillar miéntras la blande,
Y habla; en su voz la indignacion rebosa:
«¡Qué! ¿y será que tu planta se desmande,
Turno, á nueva tardanza vergonzosa?
Con bravas armas ya, no en triste huida,
Brazo á brazo el combate se decida!...

{353}

CLXXXIII.

»¡Vé, toma formas mil! Cuantos el arte,
Cuantos recursos la pujanza encierra,
Ensaya: vuela al cielo á refugiarte,
O en los cóncavos senos de la tierra!...»
Sacude la cabeza, y «No, no es parte
Tu ira á aterrarme, ¡oh bárbaro! me aterra,»
Turno dice, «la cólera divina;
Júpiter, sí, que labra mi rüina.»

CLXXXIV.

Más no dijo; y rodando la mirada
Sobre el campo, una piedra vido ingente,
Ingente, antigua piedra, colocada
Porque allí señalase permanente
La linde de dos predios disputada.
Cargaran peso tan difícilmente,
Tendiendo fuertes cuellos á porfía,
Doce hombres de los que hoy la tierra cria.

CLXXXV.

Arrebata el pedron con mano presta
Turno, y con él, cuanto en sus fuerzas cabe,
Empínase, y veloz corre, y lo asesta.
Turbado el héroe, que acudió no sabe,
Ni que asió del peñasco, ni que enhiesta
Mueve su mano aquella mole grave;
¡Ay de él! á sus rodillas falta brío,
Cuaja su sangre de la muerte el frio.

{354}

CLXXXVI.

Arrojado del brazo prepotente,
Rodando el risco en la region vacía,
No completó su giro, inobediente
Al recibido impulso que lo guia.
Y cual finge terrores el durmiente
En el regazo de la noche umbría,
Por lánguido sopor ligado, y sueña
Que ansiosa fuga en alargar se empeña,

CLXXXVII.

Y siente en sus conatos que desmaya,
Del antiguo vigor privado, y yerta
La lengua en vano desatar ensaya,
Y voz ni grito á producir acierta;
Por dondequiera, así, que Turno vaya
A entrar brioso en la que senda abierta
Ha imaginado, allí la Diosa dura
El éxito á estorbarle se apresura.

CLXXXVIII.

Ya naufraga en angustias su esperanza:
Ha tornado á los Rútulos la vista
Y á la ciudad; mas la apremiante lanza
El pié le ataja, el ánimo le atrista:
Ni con qué traza escape se le alcanza,
Ni por cuál modo al enemigo embista;
Rastrea en torno, y su ojeada es vana,
Que ni el carro aparece ni la hermana.

{355}

CLXXXIX.

Dudar ve á Turno, y su asta fulminante
Vibra Enéas, propicio punto cata
Con los ojos, y arrójala distante,
Y entero en ella su poder desata.
No con ímpetu suele semejante
Piedra que de ballesta se arrebata
Terrífica zumbar; ni así, encendido,
Estalla el rayo en hórrido estampido

CXC.

Fiero estrago llevando, el hierro crudo
Vuela á guisa de negro torbellino,
Y por lo bajo rompe del escudo
Hasta el séptimo cerco diamantino,
Y el halda abriendo á la loriga, pudo
Crujiente en medio al muslo hacer camino.
Al fiero golpe, que de accion le priva,
Turno enorme de hinojos se derriba.

CXCI.

Alzándose, en doliente vocería,
Los Rútulos prorumpen; gime el viento,
Y tiembla en torno el monte, y á porfía
Vuelven los altos bosques el lamento.
Él, hincado, la diestra dirigia
Y miradas de humilde sentimiento
A Enéas: «He mi suerte merecido,
Y nada,» exclama, «para mí te pido.

{356}

CXCII.

»¡Venciste! todo en mí te pertenece;
Me han visto los Ausonios prosternado
Tender las palmas. Si piedad merece
Un padre (fuélo Anquíses) desdichado,
La ancianidad de Dauno compadece,
Y vivo, ó muerto, cual te venga en grado,
Este hijo tu piedad le restituya.
¡Oh! cese tu rencor; ¡Lavinia es tuya!»

CXCIII.

Paróse armado el héroe encrudecido,
Y revolviendo los ardientes ojos
La diestra reprimió: ya del rendido
El discurso amansaba sus enojos,
Cuando el infausto talabarte vido
De Palante asomar, ricos despojos
Que echó sobre sus hombros Turno ufano,
Muerto el mancebo, y con sangrienta mano.

CXCIV.

Han resaltado las que el cinto lleva
Lucientes inequívocas labores.
Conforme Enéas las miradas ceba
En aquel monumento de dolores
Insanables, la colera renueva,
Y clama así, terrible en sus furores:
«¿Con tan queridas prendas te atavías,
Y escapar de mis manos presumias?

{357}

CXCV.

»Palante es quien te hiere; sí, Palante
Quien te inmola, y se venga en tu culpada
Sangre!» Dice, y al pecho que delante
Tiene, encamina la fulmínea espada
Enardecido. Turno en ese instante
A manos siente de la muerte helada
Sus miembros desatarse, y gemebundo
Su espíritu indignado huye al profundo.

FIN DE LA ENEIDA.

NOTAS:

[1] Pongo el registro de los principios del códice sevillano:

Folio 12, libro II: «Despues desto dicho callaron todos, é estuvieron atentos catando á Eneas, por oyr lo que avie de contar...» Folio 40, libro III: «Despues que á los Dioses plogo las cosas de Asia...» Folio 63, vuelto. «O cuanto fué pagada la reyna Dido de la narracion de Eneas... De antes ferida de amoroso fuego.» Folio 87 vuelto, libro V: «Partiendo Eneas de los mares de Cartago, estando en medio de la flota...» Fol. 115. libro VI: «Despues que Eneas las precedentes dijo palabras...»

[2] Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, páginas 67 y 71.

[3] Vid. Clemencin, Elogio, etc. pág. 45.

[4] La descripcion detallada de los códices de Madrid, Sevilla y París puede verse en mi inédita Biblioteca de Traductores. El primero que menciona las glossas de D. Enrique sobre Virgilio es Fernán Mejía en el Noviliario Vero. Cita la trad. Tamayo de Várgas en la carta preliminar al Plinio de Jerónimo Huerta. Vid. además N. Antonio, Sarmiento (Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles), Mayans (Vida de Virgilio), Pellicer, Amador de los Rios, Ochoa (Catálogo de los ms. de París), y D. Menéndez Rayon en un art. de La Reforma.

[5] Ensayo de una biblioteca española, col. 648.

[6] Catálogo del teatro, pág. 283.

[7] Todas las obras de P. Virgilio Maron, ilustradas con varias interpretaciones y notas en lengua castellana. 1778, Valencia, librería de los Orgas.

[8] El libro I de la Eneida tiene 756 versos, el II 804, el III 718.

[9] Tengo á la vista su partida de defuncion, que me ha facilitado D. Fermin Canella y Secades, catedrático de la Universidad de Oviedo.

[10] América Poética. Valparaiso, 1846. pág. 797.

[11] Noticia que con otras muchas no ménos curiosas me ha comunicado en carta particular el Sr. Caro, refiriéndose á otra del argentino Sr. Gutierrez, fechada en Noviembre de 1874. Añade el Sr. Caro que hasta ahora no ha podido hallar los números de la Revista del Plata, á que la carta alude.

[12] Puede verse un extenso juicio de las traducciones de Leonél da Costa en el tomo VI del Ensaio biographico critico sobre os melhores poetas portuguezes por José M. da Costa e Silva, pág. 154 y siguientes. Costa e Silva no conoció la Eneida.

[13] Vid. Costa e Silva, tomo V, pp. 267 y ss. donde juzga y extracta esta version.

[14] Vide Costa e Silva Ensaio biographico, tomo VI pp. 325 á 363.


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