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NOTAS DEL TRANSCRIPTOR

En la versión de texto sin formatear las palabras en itálicas están indicadas con _guiones bajos_ mientras que las palabras en negritas se indican =de este modo=. Los super-índices se indican de este modo ^{texto}.

La cubierta del libro fue agregada por el Transcriptor y ha sido puesta en el dominio público.

El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes cuando se imprimió la presente edición. Es posible encontrar palabras que en ese momento tenían una ortografiía que no sigue las reglas actuales de la RAE. Por ejemplo, monosílabos como “fue” y “vio”, en esta obra están acentuados, mientras que en la actualidad se escriben sin acento. Esto se aplica al texto producido por el autor de la obra, Julio Cejador y Frauca. También se adecuó la ortografía de las mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.

Sin embargo, en instancias en que el autor cita textos de otros autores el criterio seguido fue el de preservar la forma de escritura original. Es posible que debido a esto se pueda encontrar una misma palabra escritas con ortografía diferente.

Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.

El Índice de capítulos, incluido al final en la publicación original, ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.


JULIO CEJADOR Y FRAUCA

CABOS SUELTOS
Literatura y Lingüística

tpilo

PERLADO, PÁEZ Y COMP.ª
SUCESORES DE HERNANDO

Arenal, 11, y Quintana, 31 y 33.—Madrid.
1907

CABOS SUELTOS
LITERATURA Y LINGÜÍSTICA

JULIO CEJADOR Y FRAUCA

CABOS SUELTOS
Literatura y Lingüística

tpilo2

PERLADO, PÁEZ Y COMP.ª

SUCESORES DE HERNANDO

Arenal, 11, y Quintana, 31 y 33.—Madrid. 1907

Esta obra es propiedad del autor.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

[Pg v]

Á MI QUERIDO DISCÍPULO

DON JOSÉ ORTEGA GASSET

Allá te van dedicados, mi querido Pepe, esos articulejos, que según iban saliendo en revistas y periódicos con tanto gusto leiste y más de lo que ellos se merecían me alabaste. Niñerías habrán de parecerte ahora, según son de hondas las filosofías en que andas metido por la docta Alemania, y ricas y cada día más nuevas las humanidades que te traen tan sabrosamente entretenido. Pero como lleven alguna doctrina, para aquí algún tanto nueva, me ha parecido recogerlos en un tomito, que, si no á los maestros, pudieran ser de provecho á los que ya comienzan á aficionarse á estas[Pg vi] cosas por esta nuestra España. Y ya era hora que retoñase en ella, ó apuntase al menos, algún renuevo de aquellas tan arraigadas aficiones filológicas que dieron lustre á nuestras letras, renombre á nuestros humanistas y donosura á nuestra lengua castellana. Con ser tan corrientes y molientes fuera de aquí las más de mis doctrinas lingüísticas, tiénenlas no pocos por desusadas y aun revolucionarias: tan recio es el tesón de nuestra casta, tan grande el apego á lo que una vez se le asentó, tan no hacedero el desasirla y destrabarla de lo que con empeño aferró y prendió.

Por otro cabo, la gente moza, que siente en el rostro las blandas caricias con que le halagan los aires extranjerizos que corren, más que en el corazón las grandezas nacionales que pasaron y ellos tienen por áurea y embustera leyenda, bien así como tiene por quimera el ver aquel que nació ciego, ó por quijotismos[Pg vii] extravagantes cualquier empresa levantada el que se crió con pecho apocado y mezquino, no saben ni quieren apreciar nuestra lengua en lo que se aparta de la francesa, ni reconocer la reciura del sentir y la naturalidad del fantasear de nuestros añejos escritores.

Traer por acá lo bueno de lo moderno y despertar las ganas de conocer lo bueno de lo viejo y castizo, son los dos intentos que, como siempre me he propuesto, espero se dejen traslucir en estos ligeros escritos. En los cuales en lo tocante á la manera del decir no poco te desagradará, como á mí mismo me descontenta, por ser algunos ya trasañejados y de mis primeros escritos. Supla la sinceridad y buena intención mía, y la indulgencia tuya y de mis amigos que los hayan de leer.

Tu siempre afectísimo amigo,

Julio Cejador.

ÍNDICE
DE LOS CAPÍTULOS QUE CONTIENE ESTE LIBRO

  Pág.
Dedicatoria: á D. José Ortega Gasset v
Lingüística y Filología 1
Estudio del castellano 19
Idolillos de gramáticos 37
Los orígenes de la lengua castellana según un libro reciente 61
Los simbolistas 81
La ironía y el gracejo en los refranes 111
El imperfecto y el futuro de subjuntivo en el «Quijote» 139
La concordancia gramatical en el «Quijote» 159
El mitógrafo D. Estanislao Sánchez Calvo 175
Motes ó apodos 189
Á propósito de un libro 215
Ortología castellana 233
Sir William Jones y Lorenzo Hervás y Panduro 245
El primer Congreso de la Lengua catalana 255
Extravagancias del lenguaje 265
Criterio del casticismo 303
Navarro Ledesma: el hombre y el literato 345
Chocano y los demás poetas jóvenes de América 351
El castellano en América 367
El neologismo 437
El alma de Santa Teresa en su estilo y lenguaje 469
El latín y la evolución del castellano 493
p1ilo

[Pg 1]

Lingüística y Filología

Ha tiempo que un servidor de ustedes anda buscando en las revistas que se publican en España, ya que buscarlo en los anuncios bibliográficos sería pedir cotufas en el golfo, algo que sepa á esa nueva ciencia del lenguaje que nuestros vecinos los franceses llaman Lingüistique; los italianos, más comunmente, Glottologia; los ingleses, Science of language; pero en balde. Eso sí, se ve estampado en letras de molde, y se oye á cada paso, el nombre de Lingüística, y más aún, el de Filología; pero ni siquiera parece que se entienden (digo del público en general) estos términos, puesto que se truecan indistintamente el uno y el otro, y suelen aplicarse al estudio práctico de las lenguas ó á las obras que miran á ese blanco, lo cual ni es Filología, ni es Lingüística, propiamente hablando. Fuera de los rótulos en las bibliotecas y de los títulos de secciones en las[Pg 2] revistas, donde, de pocos años á esta parte, aparece más á menudo el de Lingüística, sin duda por copiar á los franceses, en las conversaciones, y aun en los libros, se halla, sobre todo, el nombre de Filología. Todo lo cual da bien á entender que hemos oído campanas; pero..., y que, si del nombre no se nos alcanza gran cosa, de lo que el nombre suena se nos alcanza menos. De los contados escritores que daban alguna esperanza de traernos acá algunas ideas de esa nueva ciencia alemana, á unos hemos tenido la desgracia de perderlos, como Ayuso y Simonet; otros, andan desperdigados, y no hallan favor, ni arrimo, ni medios, ni aun público para emprender tamaña empresa, que lo ha sido siempre en España todo buen deseo de traer algo nuevo.

Cansado, pues, de buscar y de esperar, me he resuelto yo á ser el primero. Voy á darme, pues, el gusto de leer un artículo de Lingüística en una revista española, aunque para ello tenga que escribírmelo yo mismo.

El asunto es muy vago; tan vago, que muchos ni distinguen, como digo, la Lingüística de la Filología, ni podrían declarar buenamente lo que son una y otra; por eso lo he tomado yo también tan vagamente como reza el título del presente artículo. Luego que hayamos echado hoy una ojeada sobre esta nueva región, aunque sea tan ligera como la del turista, que la ve al vapor desde la ventanilla[Pg 3] del tren, y después que la hayamos deslindado y dividido en sus términos naturales, podremos estudiarla más en particular, parcela por parcela, si es que los lectores no se cansan, y tampoco yo.

Pero, ante todo, ¿qué se entiende por Lingüística y por Filología? Porque, fuera de España, semejante pregunta sabría ya á rancio; pero aquí, ogaño, todavía es pregunta que puede y debe hacerse, y, sobre todo, merece la pena de que se le dé alguna respuesta.

Siempre que he puesto los pies por vez primera en una ciudad, lo primero que he hecho, si mis ocupaciones me lo permitían, ha sido irme á las bibliotecas públicas, como los pretendientes á las porterías, y los que por primera vez llegan á la Corte, á la Puerta del Sol. Y en las bibliotecas me voy derecho á las secciones de Lingüística y de Literatura.

Ésta última, en las bibliotecas españolas de provincias, suele reducirse á dos docenas de libros viejos, que tuvieron la dicha de acogerse allí como á sagrado, cuando la exclaustración de los frailes, y á unos cuantos menos de autores modernos, menos todavía de los que de camino se habrán podido ver en el escaparate de cualquier librero. Si los Gobiernos no abastecen nuestras bibliotecas públicas de obras literarias, será, sin duda, porque las tendrán por obras ligeras, que los[Pg 4] españoles, según somos hechos, diz que nos damos de preferencia á estudios más serios. Pero, consolémonos, que la sección de Lingüística estará mejor surtida, aunque, al parecer, no es más que una hijuela de la anterior, allá en el último rincón. En ella daremos, de hecho, con cuatro ó diez, ó, si á mano viene, veinte Gramáticas de Ahn, Ollendorf, etc., para aprender á las mil maravillas y sin maestro el francés ó el inglés, por si alguno, aprovechando la serena quietud que allí reina, y la no interrumpida soledad, tan á propósito para el estudio, se decide á frecuentar aquel silencioso cementerio de la ciencia antigua.

También topará allí el sabio con no pocos Auctores latinatitis de las Escuelas Pías ó de otros coleccionistas, y buen golpe de Gramáticas latinas, de esas que corren hoy de texto, y que los muchachos, ratonadas y todo las puntas, y con originales glosas en las márgenes, suelen abandonar en las profanas manos de bedeles ó de ilustrados libreros de viejo. ¡Y sobre todo eso se lee el pomposo rótulo de Lingüística ó el de Filología! Gracias que los conserjes, como personas de algún sentido común, al preguntarles por dicha sección, suelen responder con toda llaneza: «De eso que usted busca hay muy poco». ¡Y tan poco!

Con que, á los encargados de rotular los estantes, plúteos y anaqueles de nuestras bibliotecas,[Pg 5] si no lo llevan á mal, me atrevería á decirles quedo y al oído, para que no se escandalicen los extranjeros que las visiten: «Pongan todos esos libracos en la sección del desecho ó del rastro; pero, ¡por honra de la cultura española!, no les ocurra llamar á eso Lingüística, por más que lean el título de esa sección en algún Manual del Bibliotecario, aunque éste sea el del Congreso de los ídem de Bélgica; y mucho menos lo llamen Filología».

¿Qué se entiende entonces por Filología y Lingüística?, porque ahora lo entiendo menos. Si fuéramos á atenernos á la etimología de estas dos palabras, y no al sentido en que se toman en el mundo literario, que es lo que tratamos de aclarar, no tendríamos poco que reponer. Filología vale afición al lenguaje; como Filosofía, afición á la sabiduría. Llevado de un sentimiento de modestia, se llamó á sí mismo por vez primera filólogo el eruditísimo Wolf, como por parecido sentimiento se había llamado filósofo el sabio Pitágoras. En otra acepción muy distinta usó el término filólogo Platón[1]; y el de sofistas ó profesores de sabiduría, aplicándoselo á sus propias personas, sus conocidos adversarios Protágoras, Gorgias y Compañía.

[Pg 6]

Lingüística suena propiamente arte del lenguaje; pero la Lingüística moderna no es un arte, es una ciencia del lenguaje. Para deslindar el sentido corriente que hoy tienen estos dos términos, menester será acudir á la Historia, puesto que histórica es la discusión del valor de cualesquiera términos, y más de los términos de que tratamos.

La Filología y la Lingüística son cosas muy distintas: la primera, es ya de antiguo abolengo, nació en Alejandría antes de la Era Cristiana, aunque tomó nuevos y desusados vuelos, y se la bautizó con este nombre, en Alemania por los tiempos del renacimiento de la Crítica; la segunda, es ciencia de ayer, nació el siglo pasado, de la Filología.

En la época del renacimiento de los estudios clásicos, renovóse, por decirlo así, el de la Gramática greco-latina, como base indispensable para los estudios de Humanidades y Retórica clásica, que tanto empuje tomaron con los bizantinos llegados por entonces á Italia. En aquel movimiento helénico, los ojos se volvieron á la antigua Atenas y á la antigua Roma; la belleza serena del Apolo de Belveder y de la Venus de Milo, los extremados poemas de Virgilio y Homero, las elegantes líneas y el viviente relieve de aquel divino Partenon, que resalta como una síntesis simbólica de la Atenas del siglo de Pericles en el riente azul del cielo de la Grecia, eran el único ideal artístico de aquellos[Pg 7] cristianos, que olvidados de las fuentes en que habían bebido sus doctrinas los Santos Padres, abrieron con ansia los ojos á la nueva luz étnica que se levantaba á alumbrar el siglo de los Médicis y de León X, después de una noche de diez y ocho siglos. Todo el afán se ponía en remedar las obras clásicas, y era natural que la institución de la juventud siguiera la norma de los nuevos Quintilianos. Se necesitaba saber manejar el instrumento propio de aquel arte consumado, el griego y el latín; se quería hablar y escribir como Cicerón y Virgilio, como Demóstenes y Homero; así que la Gramática greco-latina y el ejercicio de composición se pusieron en práctica con mayor fervor que en los tiempos de Quintiliano y de Donato.

Pero aquel primer empuje, venido de fuera, sea que lo acabado del modelo hiciera caer el cincel y la pluma de mano de los artistas, desesperanzados de alcanzar lo que ansiaban, sea que la plasticidad y la galanura de la forma no llenase los anhelos que la cultura cristiana, más espiritual que plástica, más subjetiva que objetiva, más lírica que épica, había hecho nacer en los pueblos de Europa, lo cierto es que, llegado á cierta altura de su trayectoria, torció luego el camino, y volvió á entrar en la atmósfera del mundo cristiano.

El alma cristiana se había empapado del lirismo de David, de la profunda y filosófica[Pg 8] poesía de Job y del Cantar de los Cantares; la elocuencia arrebatadora de los profetas, que lleva en alas de lo sublime misterioso á la vida inmortal y al reino eterno de Cristo, henchía el alma cristiana; y ni los dioses del Olimpo, ni las arengas del Foro lograron otra cosa más que despertarla de su adormecimiento y hacerla volver á la más honda inspiración cristiana, ó, por lo menos, al arte espiritualista del sentimiento, que de ella procede.

Esta inspiración, incubada en el corazón de las razas europeas durante toda la Edad Media, el romanticismo en lo que tiene de sincera aspiración y quitada toda la hojarasca de que hubo de vestirse en un principio, el arte subjetivo del vuelo hacia lo infinito, el arte del corazón, en fin, estalló y prendió fuego á los mismos dioses paganos y al arte clásico que le había servido de despertador.

Tras unas cuantas frías y amaneradas muestras que, más bien como alardes y escarceos de escuela, que como obras imperecederas de un arte espontáneo, dió aquel primer movimiento clásico, el romanticismo, el arte cristiano, brotó como por ensalmo y volvió á recobrar sus antiguos fueros. En vano las vallas francesas quisieron atajarle los pasos: el seudo-clasicismo, en que había de degenerar necesariamente el clasicismo al ser trasplantado entre cristianos, feneció con la mentida pompa de la corte de Versalles para no volverse á levantar jamás.

[Pg 9]

Á nuevo arte, nuevo instrumento: las lenguas nacionales tomaron el lugar y vez de las lenguas clásicas; porque el hervor y la vida no se dejaban encerrar en aquellas lenguas muertas, que no daban de sí nuevas formas sin mudarse por el mismo hecho y dejar de ser lo que eran bajo el sol de la cultura antigua. La inspiración romántica y moderna rebosaba en aquellos tiesos y viejos moldes, y la Gramática greco-latina sólo se siguió estudiando con la única mira de penetrar en la Literatura clásica, no con el de crear obras artísticas.

Pero precisamente mientras el griego y latín iban perdiendo tierra como instrumentos de hablar y escribir, acrecentábase su valer y dignidad, y hacíanse más fáciles, primero gracias á la Filología y luego á la Lingüística.

El movimiento romántico en las artes, y sobre todo en la Literatura, fué al principio algún tanto brusco y hasta brutal, como el de toda reacción; pero pasados los primeros ímpetus, se ciñó al renacimiento de las literaturas nacionales. Todas ellas, bañadas del espíritu cristiano y fraguadas en el crisol de la civilización europea, hija de ese mismo espíritu, se distinguieron hasta lo infinito por su propio natural, conforme á la manera de ser de cada pueblo. Shakespeare, Calderón y Schiller, nos ofrecen tres facetas muy distintas de un mismo prisma, por reflejar ingenios[Pg 10] de pueblos muy diferentes, siquiera todos tres lleven el sello de una misma idea cristiana y de una misma civilización europea.

No paró aquí esta nueva tendencia literaria. Los europeos recorrieron el mundo, se entraron por todos los pueblos y razas, dieron sacomano, una tras otra, á todas las literaturas, y el rico botín tomó el nombre de Filología. Verdad es que sus más preciados tesoros el codicioso Renacimiento no los había podido desenterrar en Grecia é Italia: las antigüedades helénicas y latinas, apuradas y acrisoladas con el trabajo de la crítica, con el fehaciente veredicto de la numismática, etcétera, etc., encaminaron más derechamente al filólogo para conocer y penetrar el espíritu de las antiguas gentes y pueblos clásicos, harto más acabadamente que lo que alcanzaron los humanistas del Renacimiento. Pero, fuera de la Europa clásica, los estudios orientales descubrieron nuevos veneros en el hebreo, el siriaco y el árabe, el copto y los caracteres geroglíficos del Egipto; dieron con las desconocidas y no sospechadas lenguas y alfabetos cuneiformes de Besitun, Nínive y Babilonia; llegaron á señorearse de las ricas literaturas persa, china y japonesa; coronándolo todo el trascendental hallazgo de la lengua, de la literatura y de la sabiduría de los indios, que abrió la puerta á la comparación del sanskrit, del zend y de las lenguas europeas.

[Pg 11]

El estudio de la Gramática, dado de manos por los literatos, cayó entonces en las de los filólogos y más tarde en las de los lingüistas. No sirvió ya de mero instrumento para hablar ó escribir en lenguas muertas, sino para buscar los restos literarios de todos los pueblos de las pasadas generaciones, restos que nos daban á conocer las variadas manifestaciones del ingenio y de la belleza en toda la humanidad, no ya en un solo rincón de Grecia: la Gramática vino á ser el instrumento de la Filología. Y mientras la Estética nacía entre las manos de Hegel al abarcar con su mirada los varios monumentos que de todos los rincones del mundo le ponía delante el incansable afán de los filólogos; mientras la Psicología de los pueblos se delineaba ante la vista de los Steinthal y Lazarus al abrazar de una ojeada estos mismos monumentos de la humanidad entera; mientras la Etnología se aprovechaba de los datos aportados por los viajeros y descubiertos en los libros indígenas de todas las naciones; mientras la Literatura se iba embebiendo de todos los colores y matices que le traían las maneras de ver y fantasear de todos los pueblos, ¿quién se iba á entretener en aprender griego y latín para escribir ó hablar con los muertos, sino sólo para entender la Literatura clásica, como se estudiaban el sanskrit y el árabe, el chino y el asirio, el godo y el celta, para seguir el movimiento filológico más universal[Pg 12] ó para crear obras de arte, cada cual en su lengua patria, allegando ideas y elementos estéticos de todo el universo? Otro fué, pues, el rumbo de la enseñanza gramatical en Europa, porque otras eran las miras á que se enderezaba, otro el gusto artístico que la dirigía, otro el espíritu que la alentaba.

La Filología es, pues, el estudio de todos los monumentos de un cierto pueblo, mayormente de los literarios, para calar más á fondo en el ingenio y las ideas, en el espíritu y la cultura, en una palabra, en la civilización de ese mismo pueblo.

Pero de la Filología nació la Lingüística. Al rebuscar y escudriñar las literaturas y los demás monumentos de las gentes que pasaron con el intento filológico de hacer revivir las antiguas civilizaciones, se preguntó el hombre pensador si no era por ventura el habla el de mayor momento y valía, el espejo que retrataba el ingenio y la cultura de cada raza, el tesoro de todos sus conocimientos é instituciones, la obra de las obras humanas, no sólo como instrumento literario, sino como monumento propio de cada raza y de cada pueblo. «Nada presta tanta luz á la investigación de los orígenes de las naciones, como el estudio de las lenguas», dijo Leibnitz. Y Creuzer: «El lenguaje es el documento más fidedigno de los pueblos». Die Sprache ist die treueste Urkunde der Völker. De esta suerte consideraron el lenguaje[Pg 13] los fundadores de la Lingüística, Leibnitz, Hervás y G. Humboldt, y creyeron que en su estudio hallarían solución los más intrincados é interesantes problemas de Psicología, de Etnología, de Historia.

De aquí á mirar el lenguaje como objeto propio y particular de estudio, prescindiendo hasta de las luces que su estructura, sus palabras, sus conexiones con otras lenguas podían derramar en las investigaciones etnológicas, psicológicas, en una palabra, filológicas, no había más que un paso. Y ese paso se dió, y lo que antes había sido puro arte, se remontó á la categoría de ciencia, y el estudio de las lenguas, que hasta entonces sólo se emprendía como un medio para ser literato ó filólogo, que sólo era simple instrumento literario ó filológico, se tomó como objeto final y propio, constituyendo la Ciencia del lenguaje ó Lingüística.

La Ciencia del lenguaje ó Lingüística prescinde, por lo tanto, de cualquiera aplicación práctica que se quiera hacer de sus consecuencias á las demás ramas de la ciencia. Teniendo su objeto propio, es una ciencia ó arte, de cuyas conclusiones puede valerse el filólogo, ya para conocer el espíritu y la civilización de los pueblos, ya para aprender mejor la lengua que le ha de servir de instrumento en sus investigaciones propias.

El lenguaje es medio para el filólogo y objeto propio de estudio para el lingüista. Además,[Pg 14] el filólogo sólo mira al uso de aquella lengua particular que le puede servir para su propósito; el lingüista abarca todas las lenguas en general, aunque se ciña á una sola familia, ó tal vez á una sola lengua; y no para usarlas, sino en sí, en su naturaleza, causas, mudanzas y origen, como término final de investigación. ¿Quién no distingue el oficio del droguero, que echa mano de los cuerpos para otros intentos, y las ciencias Química y Botánica, que se detienen á desmenuzar y estudiar las substancias y las plantas en sí mismas, y no por su aplicación práctica para confeccionar drogas?

Ya lo dijo bien claramente Castrén (Ethnologisch. Vorlesung, 3): «Die Sprachenkunde in ihrer hochsten, wissenschaftlichen Bedeutung, tragt den Namen Linguistik, und ihr Zweck ist die Sprache selbst als solche». «El conocimiento del lenguaje, en el sentido más elevado y científico de la palabra, se llama Lingüística, y su fin es el lenguaje mismo, como tal».

Muy de otra suerte se han desgajado en ramas especiales de la Ciencia filológica la Numismática, la Crítica, la Arqueología, etcétera; pues semejantes disciplinas, por más que se ensanchen, siempre quedarán como ayudadoras del filólogo y del historiador, siempre serán ciencias auxiliares; mientras que la Lingüística, aunque pueda servir, en parte, como ciencia auxiliar (puesto que en[Pg 15] su aplicación utilitaria principal entra como indispensable instrumento de la Filología y queda bajo el dominio del filólogo y del literato), pero en sí tiene su objeto propio y dignísimo de estudio, que la convierte en ciencia aparte; bien así como la Zoología y la Botánica son ciencias separadas y no caen bajo el dominio de la Agricultura y de la Industria, aunque su principal aplicación práctica esté en la Industria y en la Agricultura.

Tampoco es objeto propio de la Lingüística el aprender á leer, entender, hablar y escribir una ó más lenguas, para todo lo cual vale el arte gramatical. La ciencia y el arte son cosas bien distintas: la una es conocimiento especulativo, el otro es conocimiento práctico. Lo cual, por claro que parezca, lo confunden, con todo, no pocos. Hay quien no alcanza cómo pueda darse un lingüista que no sepa hablar, ó por lo menos entender las lenguas, en las cuales trae puesto su estudio. Pero menos alcanzo yo cómo haya quien sepa hablar una ó más lenguas, sin tener un solo átomo de ciencia Lingüística: cosa, sin embargo, que vemos todos los días.

Si hay muchos, que leyendo, y aun oyendo, entienden una lengua, la cual no saben hablar, porque les falta, como se dice, el ejercicio; más hacedero es que, sin saber hablar y aun sin entender una lengua, puedan darse cuenta de las leyes que la gobiernan, de su estructura y cambios fónicos y[Pg 16] morfológicos. Y si esto no fuera así, nunca podría lingüista alguno pretender que conocía el lenguaje científicamente. A lo más conocería alguna ó varias lenguas; pero no las bastantes para poder decir que conocía el lenguaje. Yo no sé que Bopp supiese hablar y escribir las lenguas que estudió en su Gramática comparada: creo que no; y con todo eso fué el primer fundador de la Lingüística indo-europea. ¿Y quién es capaz de aprenderse, hasta entender y hablar, ni la vigésima parte de las lenguas que tiene que conocer el que desee poseer á fondo la ciencia del lenguaje?

Max Müller, cierto que no sabía así todas esas lenguas de que trata ó que trae á colación en sus obras; en cambio el Cardenal Mezzofanti, que dicen sabía tantas lenguas, era, en verdad, un gran hablista, si puede pasar el término, pero no creo fuera ni aun pequeño lingüista.

Hay personas que poseen una potencia asombrosa de asimilación para aprender lenguas; y que, sin embargo, por falta de ingenio comparativo y raciocinador, no se dan cuenta de la trabazón que encadena entre sí las diversas lenguas que tan bien manejan, y serán capaces de derivar lacayo de leguleyo, á la manera de Lope de Vega: tendrán excelente memoria mecánica y de papagayo, pero no ingenio ni cabeza de lingüista.

En resumen, la práctica de las lenguas y[Pg 17] su conocimiento científico distan toto coelo: tanto como las Gramáticas de Ahn, Ollendorf, etc., de las de Bopp, Brugmann, etc.; á pesar de los rótulos de las bibliotecas, que llaman Lingüística á las primeras y... nada á las segundas, porque están ausentes.

[Pg 18]

NOTAS:

[1] En las Leyes de Platón, filólogo vale amigo de echar discursos (I., pág. 641). Así dice hablando de Atenas: Todos los Griegos tienen á nuestra ciudad por amiga de echar discursos, y más discursos.

p19ilo

[Pg 19]

Estudio del castellano

Tan seguro andaba yo de que en España no había quien se diese á la ciencia Lingüística moderna, que ni por pensamiento me había ocurrido jamás enterarme de los libros que aquí se publicaban, hasta que por acaso venían á caer en mis manos. Bien chasqueado quedé el otro día y bien pagué la pena de mi presunción. Tres tomos nada menos de color de rosa se me vinieron á los ojos; no acababa de abrirlos ni de dar crédito á lo que leía: ¡Primera Gramática española razonada! ¡Al fin y al cabo! Mi extrañeza y asombro subió de punto al ver que era Segunda edición, corregida y aumentada. Décima tirada. Me engullí las primeras hojas; pero presto me quedé más que helado. Del estilo no hablemos, desleído, sin color; pero ¡la doctrina! ¡Por los clavos de[Pg 20] Cristo y qué novedades! La primera cita es de Roque Barcia. ¿Á ver la última? De Roque Barcia. Abro por donde cae el primer tomo: Roque Barcia. El segundo, el tercero: Barcia... Barcia... Roque Barcia. ¡Y yo, desdichado yo!, ¡que tenía á Barcia por un triste saqueador del Diccionario de la Academia, que ni ha saludado las obras más elementales de Fonética, ni supo en su vida que hubiese en el mundo estudios románicos! ¿Á dónde irá á parar este señor Misántropo, como se firma el autor de los tres tomos de color de rosa, guiado por tan amaestrado lazarillo? Á la torre de Babel, donde dice que «principia la Historia de las lenguas... Desde el año 2244 antes de Jesucristo (ni uno más ni uno menos) principia este gran estudio, no cabiendo la menor duda que la lengua primitiva fué dada por Dios al hombre»[2]. Luego vienen autoridades y notas de Cantú y más Cantú, de Rousseau, ¡hasta del P. Isla! Y todos entre Roques y Barcias, que es un pisto, verdaderamente manchego.

«Lo que podemos afirmar ahora, sin temor de errar, es que el lenguaje no le hemos recibido tal y conforme hoy le poseemos»[3]. ¡Valor necesitaba para afirmar, sin temor de errar, que Adán no habló el castellano del siglo XIX! Pero mayor se necesita para añadir:[Pg 21] «Todas las lenguas son analíticas, porque preciso es descomponer el pensamiento para enunciarlo, además que la palabra es un instrumento de análisis, no un principio; es la expresión un medio para la consecución de nuestro fin, y por esta razón las primitivas lenguas son sintéticas, porque dejan en el pensamiento muchos puntos que analizar»[4]. ¿Quieren más?

«En el Asia había siete lenguas, entre éstas estaba el sánscrito propio de los indos, llena de dialectos, todos derivados de este idioma... De los muchos dialectos que de él se derivan hay dos principales, que son el hammiar ó de Oriente..., y el de Occidente, que fué el de la Meca, ó sea el coreisch, idioma en que Albu-Bekr escribió el Korán». Todas estas noticias las sabe el Misántropo de muy buena tinta, como que las ha leído (sin estar escritas, que es lo notable) en Cantú.

Otras más estupendas. Dice que como «el idioma originario de los españoles no era grato al oído, ni se prestaba fácilmente á la pronunciación, adoptaron (los españoles) el del Ejército romano»[5]. ¡Por manera que no se prestaba á la pronunciación la lengua que únicamente habían sabido pronunciar hasta entonces!

[Pg 22]

Bastan estas citas para entrever los insondables repliegues de la sabiduría de este eruditísimo autor. Y para no despedirnos de él dejándolo á solas, justo será le acompañe su mejor amigo ó inspirador el Sr. Barcia, cuyo solo nombre elogio complido es asaz: «La celebérrima obra del Sr. Barcia, dice al hacer el recuento de los que han escrito de nuestra lengua, obra nueva en su género, nueva en su doctrina, nueva en su forma, nueva en su estudio, nueva en su formación y hasta nueva en sus conclusiones; pudiéndose afirmar sin temor de errar que es un justo tributo á la Literatura Española y engrandecimiento de nuestras Letras el Primer Diccionario de la Lengua Española etimológico, distintivo que honrará siempre á su autor, que por satisfecho puede darse, viendo que su trabajo, tan magnífico, tan excelente, ha cubierto el inmenso vacío que verdaderamente quedaba en el vasto campo literario»[6].

Conste, pues, que en España se leen las obras de Lingüística, aunque sean tan rematadamente lastimosas como la misantrópica que ha tenido la honra y gloria de llegar á la segunda edición, décima tirada; que si no se leen mejores, es porque no las hay.


[Pg 23]

No, no las hay, duelo da decirlo; somos los españoles unos grandísimos perezosos. Los estudios románicos están á la hora que corre en su mayor esplendor fuera de España, hasta los americanos han sido arrastrados en ese movimiento general. Pero en la Península no se sabe siquiera si han venido al mundo. Lo saben muy contados, pero cogidos entre la masa glacial de los que les rodean, no hacen esfuerzo alguno para desasirse y quédanse entre ellos formando el témpano nacional. No hay, aun entre la gente instruída y que lee libros ó revistas, quien apechugue con un artículo del Zeitschrift für Romanische Philologie.

Dicen algunos que se les cae la revista de las manos al pensar que de nada les ha de servir todo aquello, ya que no han de ponerse á escribir, so pena de gastarse los cuartos en imprimir lo que nadie ha de leer, que sus mejores deseos se estrellan en el menosprecio y las aviesas aficiones de nuestro público que no gusta se le hable de tales cosas. Y sin embargo ahí está la 2.ª edición, décima tirada, cobrando el barato. Si en vez de esas insulseces, se diera al público una buena Gramática histórica del castellano, razonada si es preciso, la cultura lingüística iría filtrándose en todas las capas sociales.

He oído por ahí que el ilustradísimo don Eduardo Benot, uno de los pocos que han tenido el atrevimiento de dar á luz un libro[Pg 24] de estas cosas, tiene de la Academia el cargo de hacer una Gramática castellana. Mucha filosofía del lenguaje tiene en su cabeza el Sr. Benot para no salir con la empresa, si, como supongo, está además al tanto del romanismo moderno y ha revuelto muy bien revueltos y estudiados nuestros clásicos. Allá veo venir con la visera muy calada, acicateando los ijares de su tordillo, al no menos insigne D. Francisco Navarro Ledesma. Bienvenido sea. Si no hiciera más que desbaratar vejeces lingüísticas allanando el terreno, no hiciera poco.

El Sr. Alemany acaba de publicar un compendio muy á propósito para que el público se vaya enterando en la faena que ha de verificarse acá abajo en el coso. Pues digo, y lo que promete aquel otro de vistoso y variado plumaje sobre chispeante casco, cuyo corcel caracolea que no se da manos el caballero á sujetar tan fogoso bruto: por las señas es D. Edmundo González Blanco, autor de un artículo acerca del lenguaje en la «España Moderna», que parece va á ser el primero de una gran obra de Lingüística general.

Pero hay otro lidiador que aguarda para entrar en la liza la última hora, á quien puede temer el mundo entero. No hablo del señor Múgica, que ha tiempo anda acicalando sus armas allá por la sabia Alemania, aunque bien pudiera ser que se nos presentara el día menos pensado. Hablo del originalísimo fundador[Pg 25] de la ciencia cocotológica. Bohordos parecerán sus pajaritas, pero tras ellas vendrán las huestes revolucionarias de una juventud modernista, que acata sus órdenes y espera una señal de sus negras y brillantes pupilas. Tiene hechos, al decir de algunos, hondos estudios sobre la evolución del castellano, y me sospecho que su libro el día que aparezca, si es que amanece ese bienhadado día, ha de estallar como una bomba.

¿Y qué hacen otros dos caballeros, por apellido Robles los dos, que no vienen, de Santiago el uno, á continuar sus trabajos fonéticos, el otro de Ávila, á mostrarnos los que tiene preparados acerca de la prosodia castellana? Y no quiero citar arabizantes y otros filólogos de más recóndita erudición. Yo tengo mis esperanzas de que los estudios lingüísticos han de acabar por levantarse en nuestra patria de la postración en que han caído hace más de tres siglos.

Lo que más se echa de menos en los autores que escriben por acá acerca del castellano, es esa gimnasia bien enderezada y duradera en la Fonética, tal como la enseñó Bopp y la han ejercitado los lingüistas alemanes en las lenguas indo-europeas. El análisis concienzudo del griego y del latín, amén de algunas correrías por las lenguas ario-iranias y aun por las germánicas, aunque sin hacer en ellas tanto asiento como pretendía Ayuso, es el fundamento de la educación[Pg 26] lingüística. Sin él se podrá florear y parlar más ó menos elegantemente á lo Max Müller, bien que sin ahondar como él, ó endilgar algún artículo de revista; pero no hay poder dar un paso en la etimología ni en la gramática. No son estos asuntos de pura erudición, cuyos datos quepa tomarlos confiadamente de mano ajena. Siempre me pareció la Lingüística muy semejante á las Matemáticas en esto del rudo y largo aprendizaje que entrambas requieren. Lo bueno es que en España no se ahonda en el latín ni en el griego, por lo menos de esa manera maciza y sosegada, especie de gimnasia intelectual que se hace descomponiendo vocablos en sus temas, raíces y sufijos, cotejándolos con los de otras lenguas emparentadas y con los antiguos de la misma lengua, entresacando las leyes que rigen las mudanzas y la evolución fonética, y todo lo demás que abarca la verdadera lingüística hoy en uso. Aquí hemos de sonrojarnos confesando llanamente que nada de eso se nos alcanza, y mucho será que no lo tengan algunos que pasan por lingüistas como cosa baladí y de menos valer.

En lo que toca al estudio del castellano, el aprendizaje y preparación para entrar en él con buen pie, abraza todavía algo más.

No basta el estudio del latín, como lo entienden los romanistas, que se ciñen á él y cercenan lo que el primer maestro Dietz y el sentido común piden no se cercene. El[Pg 27] caudal de las lenguas románicas, mayormente del castellano, se deriva de otras varias fuentes, que han de tenerse bien conocidas. Acaece no saber los romanistas nada ó poca cosa de las lenguas germánicas, es muy corriente no entender jota de árabe, y menos del habla prerrománica de España, del eúskera ó vascuence.

En cambio los arabizantes no poseen bastantes conocimientos en lo que atañe al indo-europeismo y al romanismo. Desvíanse así á la una ó la otra banda, y no hay quien pueda mirar á entrambas y juzgar por sí del conjunto.

Del eúskera no hay para qué traerlo á colación. Cuando no se halla etimología llana ó forzada en las demás lenguas, aunque sea en la de los zulúes ó patagones, se coge á Larramandi, y se sale del atolladero sin poder aquilatar lo que él diga, porque el eúskera es lengua endiablada, cerril y que no merece la pena de acordarse de ella. El elemento latino es del mayor momento para el castellano. Pero para un romanista es tan claro como el agua en nuestro romance. Ábrase, si no, el Diccionario y hágase la prueba de analizar cualquier término derivado del latín. Convengo en que tropiezos los habrá; pero lo ordinario es que la comparación fluya limpia y segura, que los cambios fónicos se expliquen con toda facilidad. ¿En qué consiste, pues, que los autores hallen[Pg 28] tan espinoso el camino que parece de suyo tan llano? En que creen ser latino lo que no lo es, en que no se tienen bien en cuenta las demás fuentes del castellano, como vamos á verlo en seguida. Y no se atemorice alguno con que le vaya yo á salir ahora con el indispensable conocimiento del árabe, de las lenguas germánicas y célticas, del persa, del sanskrit, hasta del frigio y del gálata: ya que á todas ellas acude el Diccionario de la Academia para desembrollar las etimologías. El sanskrit no explica ninguna palabra castellana, si no son de esas contadísimas que han pasado antes por toda Europa; el sanskrit aclarará los radicales greco-latinos, no las palabras castellanas. En cuanto al griego no sé cuantos vocablos nos habrá dado directamente sin pasar por el latín, á no ser del tecnicismo moderno: creo que ni uno solo; para las verdaderas dificultades etimológicas del castellano, el griego no da ninguna luz.

El elemento arábigo no toca á la Gramática, fuera del sabido fenómeno de la prefijación del artículo al-, a- en vocablos conocidos. El caudal léxico que el castellano tomó del árabe ha ido disminuyendo pasmosamente hasta quedar reducido á contados términos pertenecientes á la industria y agricultura. Los trabajos de Simonet y de Eguilaz y Yangüas nada dejan que desear: hay que desechar en ellos algunas etimologías, que no son arábigas ni orientales, pero no[Pg 29] que añadirles, tal vez ni una sola. Es, pues, un trabajo de selección, que requiere el conocimiento de las lenguas semíticas, pero no exige profundos estudios especiales. El sello de raza se echa de ver, por lo demás, al momento. Sólo sí se necesita conocer bien los sonidos arábigos y sus correspondientes al pasar al castellano las palabras orientales. Los trabajos de los citados autores, los de Baist, los de los textos aljamiados y la obra de P. de Alcalá son guías seguros que no dejan lugar á duda.

La dificultad empieza en una multitud de vocablos, comunes á la mayor parte de los romances, inexplicables por el latín, y en otra todavía mayor, si cabe, exclusivos del castellano.


Y aquí se nos vienen con sus credenciales más ó menos valederas las lenguas germánicas con el derecho de conquista, y las célticas con el de posesión del territorio románico en España y Francia. La cuestión está en la autenticidad de esas credenciales en cada caso particular. Las lenguas germánicas nos son más conocidas, por lo menos en cuanto á lo que pueden interesarnos para el caso de que se trata; las célticas están rodeadas de nebulosidades, bajo las cuales corren á guarecerse ciertos etimólogos en los trances apurados, que son tratándose de[Pg 30] nuestra lengua, en la cuarta parte, por lo menos, de nuestro vocabulario: ¡ahí es nada!

No sólo conocemos la evolución de las germánicas casi tan bien como la del griego y latín, sino que los términos góticos quedan limitados á muy corto número, pertenecientes á la guerra. La mayor parte de los derivados germánicos vinieron, ó del godo medio latinizado, ó por Francia del bajo alemán.

En francés son abundantísimos, y repito que del bajo alemán, sobre todo del antiguo frisón, y algunos del sajón antiguo. Hay que estudiarlos, pues, en el francés, antes de darles aquí carta de naturaleza germánica, y más todavía hay que estudiarlos en los patois de allende el Pirineo. ¿Llegarán á 500 las raíces germánicas del castellano? Mucho lo dudo. Quedan todavía casi la mitad de las raíces castellanas por aclarar. Esta sola enunciación escandalizará á los romanistas. Apelo á los hechos. Abran el Diccionario por la ch, por la j, por la z y aun por la b y la g: tropezarán en cada 20 vocablos de las primeras y en uno sin otro de las segundas de estas letras: quiero decir que para un término claramente latino en las letras ch, j, z, hallarán 20, por no decir 40, que no sabrán explicar si no es á fuerza de contorsiones, y por uno latino en la b ó en la g, hallarán tal vez otro que no lo parece tanto.

Y aquí es donde yo quisiera ver á los más aguerridos romanistas valerse de las leyes[Pg 31] fonéticas, tal como se aplican en la escuela de Bopp, Curtius, Schleicher y Brugmann. Dejarían pronto el latín á un lado, confesando paladinamente que el latín de nada sirve en tales casos. No falta quien en ello convenga, prefiriendo la ignorancia al error. Pero algunos están por el latín á todo trance. ¿En virtud de qué leyes fonéticas se sacan empatar de impedire, baile de baiulus, cecina de kigen, chicha de scissa, chichón de cicer, chinche de cimex, china de stein, chillar de ululare, zarpar de harpadzo, chivo de capreolus, chorro de sorctus? Ni por el sonido ni por la idea tienen atadero. De iocus se han sacado nada menos que chiste, chueca, chusco, chacota, jugar... ¡qué se yo cuántas palabras más!

«Chalán: del arábigo challab», que no suena así en árabe, sino djalãb. «Chapaleteo: de kolaptein, golpear de plano». ¡Cambiando ko en cha, lap en pal! «Chaparra: del vascongado chabarra, derivado de abarra, encina, roble»; sólo que abarra no significa ni tiene que ver con eso, ni la Fonética puede aquí nada con todos sus bisturís y algunos más. «Churre de escurrir, churro de spurius, chirumen de saturamen...»

Paréceme que todo esto es maravilloso en grado superlativo; pero por el descaro en reirse del público. Eso no lo escribe el de Coria, aunque se lo paguen, y eso lo ha escrito no la Academia, porque es imposible[Pg 32] que hombres tan eminentes jugueteen tan puerilmente; eso lo ha escrito alguno que quería pasar por filólogo y lingüista. Tener la frescura de derivar cha-morrar por esquilar de caput mutilum, ya es tener frescura, é ignorancia del castellano, donde morra vale cabeza, y el prefijo cha-, za-, sa-cortar ó un pedazo en sa-humar ahumar un poco, za-herir herir un poco, cha-purrear estropear el habla (apurra desmenuzar en eúskera), cha-podar podar un poco, etc., etc.

Ya he dicho que la etimología castellana necesita algo más que el latín. El celta y el germánico, el teutón, el gálata y el frigio son burladeros y nada más.

Otro burladero es la onomatopeya. ¿Podrán decirme ustedes qué onomatopeya ó remedo natural hay del objeto en cháchara? ¿A ver? Imitemos la «abundancia de palabras inútiles», por ejemplo, la abundancia del «voz imitativa», que pega á multitud de vocablos el etimólogo del Diccionario oficial. ¿Qué voz imitativa hay en chacón, en chapurrar, en chasquido, en chicharrón, en chirlar, en chirriar, en chisguete? ¿Qué significará chisguete? ¿No les suena á ustedes á... chisguete? «¡Es voz imitativa!» Yo al menos no sé de qué. ¿Y chuchear, churrupear, zambomba, zangarrear, zaparrazo...?

Verdaderamente, eso no es serio: es lo menos que se puede decir.

[Pg 33]


¿Hay más fuentes de donde pueda derivarse el castellano? El vascuence. ¡Ya pareció el fantasma! El vascuence, ó mejor dicho el eúskera, es el fantasma, el coco de los etimologistas. «Más difícil es todavía, dice Meyer Lübke[7], determinar lo que el vocabulario español debe á los antiguos iberos, á causa de que el vascuence actual, lo mismo que el antiguo ibero, nos son todavía mucho menos conocidos que el celta». Pues señor, les diría una vieja vascongada que yo conozco, pues apréndalo usted. Mejor sería, digo yo por mi parte, que aprendiera primero el castellano el que pretende enseñarlo. Las obras francesas que tratan de nuestra lengua, no sé por qué ó por qué no, estropean nuestros vocablos con la mayor desfachatez del mundo. ¿Pueden achacarse á erratas de imprenta los innumerables deslices que se notan en tan sabia Gramática? Es imposible que lo sean: no los hay, cuando se trata de otras lenguas. El castellano es la cenicienta de la Lingüística. Pero, en fin, si no conocen el vascuence es porque no se toman la molestia de aprenderlo. Y á fe que merecía bien la pena. El castellano y el francés han vivido largos siglos junto al vascuence: ¿hay quien crea que no se les ha pegado nada? Sería un caso excepcional en la vida de las lenguas: no hay una que no deba algo á sus vecinas.

[Pg 34]

¡Ah!, ¡pero el vascuence! ¡He ahí el fantasma!

No sé si llegarán á una docena los términos castellanos que la Academia deriva del eúskera; Unamuno y Múgica dicen que sólo derivan cuatro, y aún se los regatea el segundo de estos autores. El cual añade: «Y vamos ahora á dar un mal rato á los vascófilos españoles, que se empeñan en hacer derivar el castellano del vascuence de esta manera: augurio de agur, báculo de maquila, chapeo de chapela, chiquito de chiquera, chorizo de charri, mutilar de mutil, relincho de irrintzi, vía de videa, etc.» Y en una nota de la Gramática del antiguo castellano pone estas palabras de Unamuno: «El vascuence es inferior al castellano en todos conceptos; es más pobre, más obscuro, más embarazoso».

Para desagraviar á la Lingüística básteme apuntar que el Sr. Múgica no conoce el eúskera, que si lo conociera, no se riyera de que á mutilar lo deriven de mutil, de donde deriva manifiestamente, ni diría lo de chiquito de chiquera. La Academia trae un cicus latino como etimología de chico, que tal vez agrade más al Sr. Múgica[8]. Chiquito y chico no sé qué vascófilo ande trayéndolos de ninguna parte, puesto que si sabe vascuence, [Pg 35]sabe que ni chiquera es término vascongado, ni chiquito necesita tomar la boína por el sombrero para serlo. Si en esa etimología alude, según creo, á Larramendi, el Sr. Múgica, cegado por la inquina anti-vascófila, no supo leer á Larramendi: «Chico, -ca, es voz vascongada, chiquia, chiquerra, tipia, mendrea. Lat. parvus, exiguus». Tal es el texto, en el cual no se lee chiquera, ni se trae á chico de chiquerra, como no se trae de mendrea, ni de parvus.

El vascófilo que derive augurio de agur ó chapeo de chapela no merecía ser citado para nada. ¿Son parecidas todas las etimologías que aducen los vascófilos? Hinque, pues, el diente el Sr. Múgica en las que yo haya de traer, que no serán cuatro, sino cuatrocientas y bastantes más. La etimología castellana está envuelta en nieblas impenetrables. No hay lengua en Europa que tenga tales misterios á estas fechas. ¡El fantasma, señores, el fantasma! No parece sino que los más avisados lingüistas, arredrados ante tamaña esfinge, se quedan á competente distancia.

No sé á qué otro motivo atribuir el que el insigne Díez, tratando de la etimología de los romances, pase de largo y se deje en el tintero casi la mitad de las raíces castellanas, sin mentarlas siquiera, como parece lo pedía la empresa acabada con tan feliz suceso, por lo menos para confesar que eran inexplicables. Cuando trae etimologías vascongadas[Pg 36] se ciñe á copiar á Larramendi: y así salen ellas.

Pero esta cuestión del iberismo y del influjo del eúskera en el castellano tiene más hondas raíces y he de tratarla despacio, porque la creo de gran momento para el conocimiento de nuestra lengua y de nuestra etimología.

NOTAS:

[2] Tomo I, pág. III.

[3] Tomo I, pág. V.

[4] Tomo I, pág. IX.

[5] Pág. XIII.

[6] Pág. XIX.

[7] Grammaire des Lang. Romanes, tomo I, pág. 47.

[8] Para que haya donde escoger nos ofrece chiqui y exiguus en la última edición, y en el Suplemento añade cicum.

[Pg 37]

p37ilo

Idolillos de gramáticos

Es todavía muy corriente entre personas no iniciadas en la Lingüística moderna el creer que la gente del pueblo habla mal el castellano, que corrompe los vocablos y pronuncia de cualquier manera. Si esto es verdad, el castellano debe de ser una jerga horrible, puesto que antes de nacer la Literatura y de que ésta influyese en el habla vulgar estuvo nuestra lengua á merced del pueblo. Pueblo eran hasta los más linajudos señores de horca y cuchillo, que encerrados entre sus almenas en invierno y lanza en ristre, cabalgando por las tierras del señor vecino, en verano, estaban tan ayunos de lo negro, que apenas si sabían firmar, si no era con dos palotes en forma de cruz. Y pueblo fueron también los primeros españoles, que pronunciando malamente el latín, digo, pronunciándolo á la española, dieron origen á nuestro romance.

[Pg 38]

En su nacimiento y evolución durante muchos siglos, el castellano estuvo á merced de ese pueblo que habla mal, corrompe los vocablos y pronuncia de cualquier manera. ¿Acaso desde que nació la Literatura, el romance vulgar se ha pulido y perfeccionado? ¿Lo ha sacado la Literatura de manos de villanos quitándole esa corrupción con que nació y se crió y esa pronunciación aviesa de los que lo engendraron y criaron? Á mí, por lo menos, se me cae de las manos la Historia de la conquista de Méjico que escribió con mano muy enguantada el atildadísimo Solís, á pesar de lo que el asunto me halaga; y me voy en busca de escritores que tiran á copiar el habla vulgar, del autor de la Celestina y del Quijote, de nuestros primeros dramaturgos Juan del Encina, Lope de Rueda y Lucas Fernández. Juan de Mena, que salido del polvo, fué persona de cuenta en la corte, si se hubiera ceñido al habla que aprendió en Córdoba á las faldas de su madre, hubiera sido algo más ameno y castizo de lo que fué en su Laberinto y en su Coronación.

Eso de subverter muros, de Pierio subsidio, de ignoto, de vecina planura, de medios especulares, de magnos clarores, de templo immoto, de gran pudicicia ó inimicicia, de docta ductriz, de carbasos, de nueva pruina, de morir sepelidos, de rostro jocundo, etc., etc., sería todo lo jocundo que[Pg 39] se quiera para los que creían que fuera del latín no existían más que lenguas bárbaras, las cuales era preciso pulir y ataviar con tales joyas; pero á los ojos de un español todas esas joyas no podían dar gran brillo ni tales terminachos sonar más que cual bronca y desapacible jerga ignota, poco ductriz de movimientos y de clarores poéticos.

Pero le dió por saquear el vocabulario latino españolizándolo como pudo. ¡Gran letrado! Sólo que como pronunciaba mejor que el pueblo, no supo dar á esos infinitos términos latinos, que incrustó en su lenguaje literario, el corte y la pronunciación genuinamente castellanos. ¿Por qué? Porque lo genuinamente castellano es lo vulgar, la pronunciación castellana es la del pueblo, que fraguó nuestro romance. Juan de Mena pronunciaba, pues, y escribía, no mejor que el pueblo, sino horriblemente mal los términos latinos que nos regaló. Y claro está: cuando el pueblo al terciar con la gente culta se ve precisado á emplear algunos de esos términos, que le han querido regalar los eruditos, los estropea y corrompe. Pero los corrompe, como se corrompe el mosto en el lagar, para trasformarlos en términos castellanos, para darles el corte y la pronunciación que pide el fonetismo del castellano. Y eso sin reflexión ni principios; sólo por lo que se ha llamado genio particular del idioma, por ese carácter fonético propio de[Pg 40] cada raza, que lo poseen las gentes que hablan cada idioma, las gentes del pueblo tan bien y mejor que las personas ilustradas. El labriego de tierra de Campos no se ha metido nunca á distinguir una letra de otra en su habla, no sabe si pronuncia m ó n al decir á su mujer que se va al campo, ni siquiera ha analizado campo en la raíz camp y en el sufijo o. Pero el que tenga buen oído, notará que ese labriego no dice campo, sino canpo.

Así lo pronunciaron nuestros padres, puesto que canpo escribieron hasta que se le ocurrió á algún erudito que en latín era campus, y que, por lo mismo, había que decirse y escribirse campo. Si se lo hubiera advertido á nuestro labriego, le hubiera tal vez respondido: «¿Y qué tengo yo que ver, ni qué tiene usted que ver con ese latín y con esos romanos de que usted me habla? ¿Son acaso los maistros que vienen de los Madriles? Porque entonces, bien podrá ser que tengan razón».

Hasta ahí llega la docilidad de nuestro pueblo, que da la razón á cuantos llegan de los Madriles ó ven que manejan la pluma ó que saben por lo menos leer. El sacristán, á quien acudían en tiempo de Sancho Panza para que les redactasen una carta, era un sabio profundo. ¿No lo había de ser, si sabía de letra? Y lo cierto es que los que tienen razón son ese nuestro labriego y los demás[Pg 41] plebeyos, que os escucharán con la boca un palmo, y con movimientos afirmativos de cabeza, siempre que les habléis en nombre de los sabios, aunque esos sabios sean de los que saben muy á ciencia cierta que campo debe pronunciarse y escribirse con m y no con n. ¡Herejía ortográfica! Y dígame usted, por vida de los romanos, que bien podridos y repodridos estén en tierra, ya que no en gloria: ¿Usted pronuncia realmente campo con m? Repare un momento y pronúncielo usted con m, á buen seguro que se echa usted á reir. Como que tendrá usted que cortar el vocablo y decir cam po. Lo cual si es muy castellano, venga el labriego y lo diga, ó vengan los romanos, que son los que para usted tienen más voto en la materia.

Recuerdo que un tío, que tenía alguna confianza conmigo, en cierta ocasión, habiéndome oído pronunciar esta misma frase, se me quedó mirando sin pestañear, y luego murmuró entre dientes: ¡materia! ¡materia! Él no entendía por materia más de lo que sale de un dedo enconado ó de otra apostema por el estilo. Y eso porque los médicos han llevado el vocablo hasta las alcobas de los últimos barrios; que antes, digo, cuando los primeros españoles oyeron á los romanos el término materia aplicado á los materiales de construcción, les sonó á madera, y tal lo pronunciaron. Así corrompieron los españoles el latín, formando el castellano,[Pg 42] y, según he dicho al principio, madera será vocablo mal pronunciado. Lo es ciertamente: latinamente, no castellanamente hablando. Los médicos, como gente sabiada, no han querido corromper tan feamente la materia latina al cogerla del Diccionario latino para expresar el pus, ni los literatos para expresar el asunto de una obra literaria. Pero el caso es que madera, si no es tan latino como materia, es en cambio más castellano. Toda t latina entre dos vocales sonó en España como d: lado de latus, pedir de petere, amado de amatus, verdad de veritatem, miedo de metus.

Tal es el ingenio fonético de nuestro romance. Los médicos y literatos tienen más ojo al ingenio latino: he ahí por qué después nos dicen que el pueblo corrompe los vocablos. Los corrompe, claro está, para mudarlos de latinos, como ellos se los traen, en castellanos. Pronuncia, no de cualquier manera, sino á la castellana; mientras que ellos quieren pronunciar á la romana. Pronunciar á la castellana llaman ellos corromper, echar á perder el habla. Tienen grandísima razón: es corromper, echar á perder el habla latina; pero ellos corrompen y echan á perder el habla castellana, pretendiendo que hablemos medio en latín y con pronunciación latina. Total, que el pueblo pronuncia mal para los que tienen por ideal el latín. Es chistosísimo: el ideal del idioma castellano debe[Pg 43] ser el latín. ¿Y por qué no ha de ser el ideal del latín, que ellos nos traen, nuestro castellano? ¿Los muertos han de vencer y señorear á los vivos? ¿En la ley general de la lucha por la existencia sólo el lenguaje ha de andar patas arriba, quedando vencidos los sobrevivientes y vencedores los que sucumbieron? Eso es querer resucitar á los difuntos y matar á los vivos.

No parece, pues, tan cierto que el pueblo corrompa los vocablos y pronuncie de cualquier manera. Los que corrompen la pronunciación castellana y pronuncian de cualquier manera el castellano son los que, por pruritos de erudición, pero pruritos morbosos que exigirían una nueva soba ó un francesísimo masaje, pretenden que dejando el ingenio propio del fonetismo idiomático del habla de los españoles, resucitemos el ingenio fonético del latín, que murió hace ya una buena porción de días. La cultura literaria debe servir para elaborar rotundos períodos, si á alguno le gustan, ó abrillantar con vistosos epítetos y cortar y recortar de mil maneras la frase, y sobre todo para crear obras artísticas encarnando ideas peregrinas en el material lingüístico que el lenguaje ya hecho le ofrece. Pretender dar nuevo natural y otro colorido fónico á ese lenguaje, es mucha altanería y mayor insensatez. El pueblo, que labra y remuda el habla, hace uso instintivamente de una sabiduría tan honda,[Pg 44] que desconcierta á cuantos se paran un momento á estudiar lo que un idioma cualquiera significa. Pero me llevaría demasiado lejos este nuevo punto de vista, y lo dejaré para otro día.


Al decir en mi anterior artículo que el lenguaje formado por el pueblo encierra profunda filosofía, no me refería á esa filosofía vulgar de dichos y refranes, que de ordinario más tienen de gramática parda que de filosofía moral ó metafísica, y que se deben al fin y al cabo á la reflexión, á algún individuo particular que tuvo una buena salida ó que supo cifrar en breve fórmula una verdad de experiencia, que ya estaba en el ánimo de todos.

Donde se descubre esa profunda filosofía es en el mismo lenguaje que inconscientemente elabora el pueblo, concurriendo todos á la vez, sin creer nadie que concurra en particular. Nosotros mismos, que al parecer conservamos el idioma castellano como nos lo entregaron nuestros padres, lo estamos sin saber trasformando, y no lo entregaremos á nuestros sucesores tal como lo recibimos. Compárese el habla del siglo XVI con la actual, prescindiendo de los escritos, pues la letra puede ser la misma cambiando la pronunciación: las diferencias saltan á los ojos. Hemos reducido al actual sonido j los[Pg 45] dos sonidos franceses de j en jamais y de ch en chat, que ellos tenían y que hemos perdido, y á la actual z los dos sonidos, que ellos pintaban por ç y z, y que se distinguían entre sí y ninguno se pronunciaba mordiéndose la lengua. ¿Vamos á ser nosotros los primeros que podamos oponernos á la corriente que va trasformando incesante, aunque inconscientemente, el habla?

Ni cien Academias, ni todos los literatos juntos, podrían lograr que los españoles digan obscuro con b, Septiembre con p. Los mismos literatos y Académicos, cuando hablan como españoles, dicen oscuro, Setiembre, y los que mejor pronuncian dicen escuro.—¡Eso es del pueblo bajo!—Y... de Granada, León y Cervantes. Y no es que en esto haya evolucionado el castellano. En esto habrá evolucionado la reacción erudita, como en decir afuera por el ajuera vulgar, ó el ahuera del siglo XVI, que sonaba casi lo mismo; en decir fué por el jué vulgar ó hué antiguo; en decir fuerza por el juerza de la gente del campo y de nuestros literatos de antaño; en decir indigno por endino é indino, como los tíos de hoy y Calderón y Cervantes. Pero el habla castellana en nada de eso ha evolucionado, porque sería esa la evolución del cangrejo, sería volver al latín, cosa en que los españoles no tienen gran comezón por seguir á los eruditos.

Hay ciertos principios fonéticos que rigen[Pg 46] la idiosincrasia de cada idioma, y que arraigan en lo más hondo de la fisiología y de la psicología de la raza, contra los cuales las Academias nada pueden, si no es mostrar á veces un tremendo desconocimiento de las leyes y principios del lenguaje. De esos principios arrancan las leyes fonéticas que se observan dentro de cada idioma con una filosofía y regularidad que pasman. Contra esas leyes pretende levantarse el dómine, henchido de toda la arrogancia que le presta el nombre romano. El lenguaje no es la manifestación del pensamiento y de la razón individuales, ni aun de la prepujante arrogancia del dómine que se nos viene encima con todo el peso del Imperio cesáreo; es la manifestación de la razón y del pensamiento de una raza, de la raza española, que no es lo mismo que la raza latina. No es el lenguaje la voz de un individuo, aunque ese individuo se llame Cervantes ó Calderón, es la voz de la sociedad entera, mejor dicho, es la voz de raza.

El idioma es la propia é inmediata creación de un pueblo. Es el mundo ideal, en el cual viven las inteligencias de todos sus individuos, y cuya atmósfera común lleva á todos los pensamientos de todos, armonizando en íntima unidad el pensar y el sentir de los particulares, y haciendo latir de la misma vida espiritual todas las inteligencias. En sí mismo, el lenguaje es algo impalpable,[Pg 47] que no vive en uno ó en otro individuo, sino en el conjunto de todas las inteligencias, en la fusión íntima del pensamiento, del espíritu de un pueblo con el material fónico de su idioma. El mayor talento queda aniquilado, cual gota echada en el océano, ante la potencia intelectual de toda la raza, acumulada en su idioma. Las tendencias fonéticas, que hacen evolucionar la pronunciación, siguen los mismos pasos, obedecen á los mismos principios, son tan producto de raza como el habla en su elemento ideal.

No pronuncian, pues, á capricho y de cualquier manera los tíos que hacen reir al erudito inconsiderado. No hay fenómeno en la naturaleza que no tenga su razón de ser; el acaso es la receta con que se consuelan el ignorante ó el perezoso. Esa pronunciación del rústico, que al gramático se le antoja corrompida, no es sino muy regular, harto más regular que la que él quiere enseñarle, aprendida del latín: obedece á leyes fonéticas tan ciertas y regulares como el movimiento de los astros, puesto que son producto, no del capricho individual, sino del carácter y de las tendencias fisiológico-psíquicas de toda la raza durante centenares de generaciones. ¡Cuán ridículo no aparece el gramático que, pagado de su latín, mejor ó peor aprendido, pretende dar una lección de pronunciación al pueblo! ¿Qué vale ese átomo de reflexión gramatical ante los principios[Pg 48] de raza que le hacen pronunciar al rústico de una manera instintiva é inconsciente?

Se ha disputado y sigue disputando entre los partidarios de la Lingüística novísima y los de la antigua escuela de Bopp y Schleicher, sobre si las leyes fonéticas son leyes sin excepción. No basta para llevar la negativa el considerar la variedad fonética que distingue á los dialectos, la cual llega á veces hasta diferenciar el habla de dos poblaciones vecinas. Eso no arguye más que una cosa, que los factores han sido distintos en naturaleza ó en intensidad, y que á veces nos es difícil averiguar esos factores y la potencia con que concurrieron al efecto total.

Esa debatida cuestión de la universalidad de las leyes fonéticas tiene una solución clarísima, que sólo puede descontentar á los que se empeñan en buscar tres pies al gato. Por cuanto acabo de decir, el fonetismo de un idioma ha sido producto inconsciente de toda la raza. No se convirtió el latín materia en madera porque así se le ocurrió pronunciarlo á Juan ó á Pedro, como se le ocurre pronunciar un vocablo latino á un erudito, cuando lo trae por primera vez al léxico castellano. Si así fuera, á Antonio y á Esteban se les hubiera ocurrido pronunciar ese término materia de otra manera, lo cual no sucedió. La prueba es manifiesta: en castellano toda t intervocal se ha hecho d: luego no hubo tales ocurrencias individuales para[Pg 49] que resultase madera y resultase mudo de mutus, y boda de vota, etc., etc. El individuo es impotente; los cambios fónicos resultan de toda la masa de la nación, provienen de causas comunes y generales, que arraigan en la fisiología y psicología, no del individuo, sino del pueblo, puesto en tales circunstancias y con su carácter y civilización propias. Pero, así como en un fenómeno físico entran á veces como factores muchas leyes físicas, hasta el punto de no poderse deslindar el influjo de cada una de ellas en la resultante total, y de que mucho menos se pueda prever un efecto determinado puestas varias causas, por ignorarse las que pueden intervenir en esta colisión y lucha de leyes y fuerzas, así es difícil llegar á conocer todas las leyes que intervienen en la producción de un fenómeno fonético, y mucho más el poder predecir de antemano la resultante de varias leyes fonéticas.

Las leyes obran sin excepción cuanto pueden. Si después su acción queda neutralizada por otras más ó menos opuestas, ¿llamaremos excepción á la resultante que no se atiene enteramente á las leyes que creíamos nosotros que únicamente intervenían? Llámense, si se quiere, excepciones: en este supuesto, la naturaleza es un caos, un montón de excepciones, no es un cosmos, un mundo ordenado. Pase ese término, como hijo de nuestra ignorancia; pero en la[Pg 50] pura y cabal inteligencia del universo, ese término carece de sentido.

El rústico que dice madera hace uso de harto más profunda filosofía, bien que inconsciente, que el necio gramático que pronuncia materia. El gramático está solo con su capricho, con el capricho de pronunciar el castellano á la latina, que es capricho tan respetable, ciertamente, como el de aquellos ostrogodos que les daba por servirse de cráneos de difuntos para beber en sus festines. Ese gramático será un gran latino, pero también es un gran ostrogodo. En cambio el rústico se apoya sobre el inquebrantable cimiento de las leyes de la naturaleza, y tiene tras sí la masa imponente de toda la raza.

El infeliz se ve un día precisado á llamar al médico para que vea á su hijo que se le muere: señor Dotor, le dice. Y al grave Doctor con c se le escapa una doctorísima sonrisa. Durante diez y nueve siglos han evitado pronunciar todos los españoles el grupo ct, hasta lo evitaron los mismos eruditos del Renacimiento. No sé desde cuándo las personas cultas han dado en pronunciarlo diciendo Doctor en vez de Dotor. ¿Quién es el necio? En su primera evolución castellana ct dió ch, pecho de pectus, lecho de lectus, hecho de factus, lechuga de lactuca. Cuando después los eruditos trajeron nuevos términos latinos con ct, al llegar al pueblo, y aun entre los mismos eruditos, dejóse siempre[Pg 51] la c y sonaban Dotor, dotrina y dotrino, afeto, bendito, maldito, y no bendicto, maldicto. Hoy día es tal la fuerza de la cultura, que aprovechándose de ella, los nuevos eruditos han conseguido que Doctor, doctrina, afecto, etc., lleguen á pronunciarse así á la latina, contra el ingenio del castellano, en la clase elevada y en la clase media; sólo quedan doto y afeto, ó afeuto (ó lo que ustedes quieran, con tal de no decir afecto) para el ínfimo pueblo, cuando se ve necesitado á emplear estos terminajos, que á nada les suenan, y sólo sí les descerrajan los oídos.

La costumbre es una segunda naturaleza; no me extrañará, pues, que aquí el gramático erudito vuelva á su tema: Eso, por más que digan, es corromper los vocablos. Corromper es un término muy vago, propio de épocas ignorantes en cosas de química: hoy se prefieren los términos mudarse ó evolucionar, ú otros más conformes á los nuevos conocimientos. Repito que eso es corromper los vocablos latinos, pero que también el mosto tiene que corromperse, si hemos de seguir saboreando el vino en nuestras mesas. Convendría que esos tales gramáticos, sin tener en cuenta la evolución que ha sufrido el vestido, se echaran la túnica y la toga, en vez de las prendas que acostumbren llevar, y se marcharan muy satisfechos en pernetas á la Puerta del Sol. Otras consecuencias,[Pg 52] no ya vestuarias, sino puramente gramaticales, las dejo para otro día.


El pueblo no pronuncia bien.—Aunque someramente, he procurado hacer ver en mis anteriores artículos que los que no pronuncian bien son los eruditos, cuando por mirar al latín se apartan de la pronunciación del pueblo. Las consecuencias de tal manera de pensar son tan graves, que no un artículo, sino un libro, estaría bien empleado en declararlas. Para mí nunca ha tenido sentido el símbolo ó cifra, empresa ó mote de la Real Academia Española. No digo que no lo tenga: los claros varones que en las primeras juntas del año 1713 resolvieron que el escudo y sello de la Academia, que con tanto acierto, y tan patriótico interés acababan de fundar, había de tener por cifra Limpia, fija y da esplendor, hubieron de saber muy bien lo que se hacían. Veamos si llegamos nosotros también á saberlo. Toda cifra pide se des-cifre. El crisol puesto al fuego alude, dice la primera edición del Diccionario (p. XIII) «á que en el metal se representan las voces, y en el fuego el trabajo de la Academia, que reduciéndolas al crisol de su examen, las limpia, purifica y da esplendor, quedando sólo la operación de fijar, que únicamente se consigue apartando de las llamas el crisol y las voces del examen». El[Pg 53] crisol es, pues, el examen académico. Pero para que el crisol sea bueno, por lo menos es menester que sea de barro muy refractario: lo cual en nuestro caso entiendo que debe ser la fijeza y estabilidad de principios á que atenerse para juzgar y examinar los vocablos. Sin principios fijos el juicio no puede ser certero: quiébrase el crisol, y la materia fundida se derrama sin limpiarse el buen metal ni separarse de su escoria. Pues bien: la pronunciación vulgar va por un lado, la erudita por otro. El pueblo conserva sus vocablos pronunciándolos como los pronunciaron los antiguos españoles ó con las modificaciones debidas á la evolución lenta y natural; los eruditos de un golpe, sin encomendarse á Dios ni al diablo, sino todo lo demás al Dius Fidius de los Quirites, quitan ó ponen letras, admitiendo nuevos fonemas que riñen batalla campal en labios del desdichado labriego que se ve precisado á emplearlos. Luego, no hay principios, á no ser que se tengan por tales los del fonetismo latino, que caen tan bien al castellano como el traje romano al que dijimos se fuera á tomar el fresco un rato por la Puerta del Sol. No les bastará, pues, la mejor intención del mundo á los Sres. Académicos para que á lo mejor de la función no se les quiebre el cacharro entre las manos. Por sabios, discretos y bien intencionados que sean (¿y quién pondrá peros á los mejores hablistas[Pg 54] castellanos?), tienen que volverse á sus casas sin haber limpiado dos adarmes de idioma castellano. ¿Qué digo? Sin haber logrado llegar á la indispensable fusión: porque faltó cacharro. Aquí sí que viene de perillas aquello de que No se quiebra por delgado, sino por gordo y mal hilado, que reza su Diccionario. Lo primero es lo primero, es decir, los principios, que lleven en una ú otra dirección el juicio de los examinadores.

Abro la última edición, en la página 370 leo: «Dotor, m. ant. Doctor. Dotrina, f. ant. Doctrina. Dotrinar, a. ant. Doctrinar». En la primera edición aquellos insignes Académicos pusieron dotor, dotrina, y no como anticuados, pues así lo pronunciaban ellos y el pueblo y así lo habían pronunciado y escrito los clásicos. Cierro para hacerme cruces con calma y espacio, y ¡para mi santiguada! me digo y pregunto: dotrino no lo hallo, y á buen seguro lo habrán dicho bastantes veces todos los Sres. Académicos; y al volver de la primera esquina oirán, aunque no sea á Luis Taboada: chica, voy en casa del Dotor. ¿Por qué se han dejado dotrino en el tintero y han anticuado los Académicos esos nombres que se oyen á cada paso? ¿Por creer que así limpiaban el castellano, convirtiéndolo en latín? No, porque se les quebró el cacharro, y esos nombres, que sin duda les había tocado estar en él, se derramaron por las calles.

[Pg 55]

En la misma página: «Doy (Contracc. de de hoy), adv. t. ant. De hoy, desde hoy». No es antiguo. En el habla vulgar se evitan este y otros hiatus. Sólo que los antiguos escribían como hablaban, que es lo que dicen se debe hacer, nada menos que Valdés y Nebrija y... todos los Académicos; y hoy queremos inventar una nueva lengua cuando escribimos, lengua que bien pudiéramos llamar culta-latiniparla, ya que no podamos llamarla española, por el hecho de apartarnos en ella del habla de los españoles.

No exagero: en toda la página siguiente (371) no hay más que una palabra de uso vulgar, dragón. Lo cual no quiere decir que se hayan de borrar las demás del Diccionario. El habla, como todos los organismos, necesita alimentarse durante su vida, el neologismo y el arcaísmo son condiciones indispensables de su existencia, son los materiales de su asimilación y desasimilación. Pero si el vegetal se mantiene de principios minerales y el animal de vegetales, el lenguaje tiene su mantenimiento apropiado, cada cual el suyo. Los términos antes de asimilárselos cada idioma los digiere dándoles el colorido fonético que le es propio. Doctor, doctrina son indigestos; dotor, dotrina dijeron y escribieron todos nuestros autores que tenían uso de razón y dice todo español que no ha sido tocado de esta enfermedad ya endémica. Claro está que doctor y doctrina diré y escribiré[Pg 56] yo, como todo el que hoy escribe y habla cultamente. Pero convengamos en que los que trajeron esta epidemia, hoy convertida en endemia, hicieron mucho daño, puesto que dividieron en dos el idioma antes único, lo partieron por el eje. Los sabios Académicos ¿qué habrán de decidir entre tan encontrados principios? Atenerse á lo que yo, á lo culto y poner un anticuado á lo que no lo es. Esto significa más de lo que parece: es matar oficialmente, no sólo cuatro palabras, dotrino, que se omite, y dotor, dotrina, dotrinar, que se jubilan, sino el fonetismo castellano que es evitar ct. Y como el que á hierro mata á hierro muere, al portarse así con indefensos individuos, aunque sean golfos sin hogar lujoso y culto, se dan muerte á sí mismos: desechan ese principio fonético que les serviría para limpiar, fijar y dar esplendor, y se hallan metidos de cabeza en medio de un Babel: nosotros diremos doctor, el pueblo dirá dotor, pese á quien pese, y pueblo y nosotros diremos dotrino. Eso no es fijar, sino poner en danza unas y otras variantes; no es limpiar, sino revolver el cotarro; no es dar esplendor, sino oscuridad y vaguedad al idioma.

La primera edición del Diccionario dice que uno de los capítulos de su plan era «desterrar las voces nuevas, inventadas sin prudente elección, y restituir las antiguas, con su propiedad, hermosura y sonido mejor[Pg 57] que las subrayadas: como por inspeccionar, averiguar». Nuevo es inspeccionar, como todos los que comienzan por la preposición in, que en castellano se hizo en, an, añadir de inaddere, entender de intendere, antruejo de introitus, amparar por imparar. Ese amontonamiento de consonantes en inspeccionar, tan parecido al de doctor, pugna con la sonoridad propia y natural que distingue al castellano entre todas las lenguas de Europa. Y esa sonoridad no es hija de la reacción latina, sino del fonetismo vulgar. Entre esas dos tendencias ¿á cuál nos atendremos? Á la más bárbara. Hoy todo el mundo progresa, que es una barbaridad.

La Academia Española no pudo mostrarse más modesta, discreta y avisada en esta solemne declaración. «El poner estas autoridades (en el Diccionario) pareció necesario, porque deseando limpiar, purificar y fijar la lengua, es obligación precisa que la Academia califique la voz...: pues con este método muestra la moderación con que procede, y desvanece las inventadas objeciones de querer constituirse maestra de la lengua...: que la Academia no es maestra, ni maestros los Académicos, sino jueces...; sólo da censura á las que por anticuadas, nuevas, supérfluas, ó bárbaras la necesitan». ¿Dotor es palabra anticuada? Ya hemos visto que no. ¿Doctor es nueva? Por lo menos para el pueblo, penes quem..., y para nuestros clásicos,[Pg 58] que decían dotor. ¿Es doctor supérflua? Supongo que sí, habiendo dotor. ¿Es bárbara? Sí, aunque sea muy romana, y por el mismo caso de serlo. Bárbaro no es lo no latino, sino lo no idiomático en cada lengua. Barbarismo sería decir en castellano collocare por colgar, como decir en latín colgar por collocare. No hay, pues, reglas fijas. Repito que el cacharro se quiebra, y los Académicos no pueden limpiar ni fijar nada, mientras no desechemos esas prevenciones [Pg 59] añejas, y estudiando bien el ingenio del castellano tengamos principios ciertos á que bandearnos.

[Pg 60]

¿Qué ingenio es ese del castellano? Si aquellos primeros Académicos, á pesar de su autorizado saber y juicioso aviso, declaran que no son maestros, menos lo soy yo. Ni es fácil, por lo demás, declararlo en unos artículos. Con todo, algo pudiera apuntar escudriñando y poniendo en claro esa misma pronunciación vulgar tan menospreciada. Si la sangre popular dicen los sociólogos que es la que renueva y vigoriza siempre la masa gastada de las clases altas, los lingüistas por su parte afirman que el habla popular ha de llevar siempre nueva vida, nuevos bríos, al lenguaje erudito y literario, so pena de quedar éste convertido en una lengua muerta entre los papeles de los literatos. Tal sucedió al griego y al latín clásicos desde el momento que dejaron de arraigar en los dialectos vulgares, y tal sucedería á nuestra lengua, si fuera creciendo esa divergencia entre el lenguaje escrito y el habla del pueblo español.

[Pg 61]

p61ilo

Los orígenes de la lengua castellana según un libro reciente

La Gramática y Vocabulario de las obras de Gonzalo de Berceo, obra premiada en público certamen por la Real Academia Española, acaba de salir publicada á sus expensas. Su autor, D. Rufino Lanchetas, no ha menester nuevos elogios. Bien conocido como uno de los buenos filólogos españoles, y como el que mejor ha comprendido la fonética del verbo castellano, en esta monumental obra de 1.042 páginas ha vertido todos sus conocimientos y erudición lingüística acerca de las evoluciones de nuestra lengua.

No conociéndose los códices manuscritos que tuvieron á la vista el P. Sarmiento y D. Tomás Sánchez, y no habiéndose hecho la edición crítica de las obras del poeta riojano, trabajo indispensable que debiera haber precedido al de su estudio lingüístico, ha[Pg 62] debido acogerse á las tres conocidas colecciones de los Sres. D. Tomás Sánchez, don Eugenio de Ochoa y D. Florencio Janer y á otras obras particulares por otros publicadas, llenando en cuanto ha podido esta falta de texto crítico y depurado con los conocimientos teológicos y bíblicos necesarios para interpretar á un poeta erudito-religioso, que en medio de las guerras y glorias nacionales de su época no salió de su rincón de la Rioja, tratando con los monjes como uno de ellos, aunque sólo fuera sacerdote seglar, y ocupado solamente en cantar el sentimiento religioso por sus dos caras, positiva ó del bien, y negativa ó del mal, de la gracia y del pecado, del cielo y del infierno. Pero, en lo literario, nos ha dado á conocer á Berceo D. Marcelino Menéndez y Pelayo en el tomo II su Antología de poetas líricos castellanos tan cumplidamente, que en pocas páginas al poeta castellano más antiguo que conocemos nos lo ha hecho ya familiar y agradable por la suavidad y delicada unción mística, por el realismo de la narración, por el candor del estilo, no exento de cierta socarronería é inocente malicia, y por la armonía con que supo combinar y disponer las palabras de su lengua, como dijo Puymaigre.

Lanchetas se ha ceñido á la parte lingüística. Para mí, lo más original, fuera de las doctrinas que ya conocíamos por su tratado[Pg 63] del Verbo castellano, es el Apéndice que versa sobre la versificación de Berceo. Parece que para los postres ha querido reservarnos el mejor plato. El asunto es difícil y cuya solución nunca podrá pasar las lindes de cierta probabilidad; pero creo que el autor, enterado, como pocos en España, en los secretos de la Métrica antigua, y encariñado con esta cuestión, la ha aclarado cual ninguno. No hay que pensar en el pentámetro al querer buscar el origen del alejandrino. De ritmo dactílico, por su naturaleza y origen, puesto que derivó del epos ó exámetro, este metro exigía necesariamente la base de la versificación antigua, la cantidad prosódica. No sé cómo Sánchez, Amador de los Ríos y Revilla pensaron y se detuvieron en él. El dímetro yámbico cataléctico, compuesto de dos dipodias yámbicas, la segunda incompleta, con los golpes fuertes propios de los yambos en la segunda parte de cada uno de los pies, y precediendo el golpe más fuerte al que lo es menos, fué muy usado en los himnos eclesiásticos, por ser de los que mejor se acomodaban al principio de la nueva versificación, basada solamente en el acento espiratorio. Reunidos de dos en dos estos dímetros yámbicos, que rimaban por pares como el romance, es decir, que eran versos heptasílabos de rima consonante alternada en los pares, resultó la serie de alejandrinos. Desdoblando un[Pg 64] cuarteto alejandrino, resulta, por el contrario, una octavilla de rima consonante en los pares:

Dabán olór sabéio
Las flóres bién oliéntes.
Refréscabán en ómne
Las cáras é las miéntes.
Manában cáda cánto
Fuentés clarás caliéntes,
En véranó bien frías,
En yviernó caliéntes, (Milagros, 3).

Compárese ahora con el Θέλω λέγειν 'Aτρείδας | Θέλω δε Κἁδμον ᾅδειν en dímetro yámbico cataléctico de la conocida anacreóntica, y con el himno ante Somnum de nuestro Prudencio:

Adés Patér supréme
Quem némo vídit únquam,
Patrísque sérmo Chríste,
Et Spíritús benígne.

Los hemistiquios esdrújulos alejandrinos corresponden naturalmente al dímetro yámbico acataléctico completo: «El fruto de los árboles» (Mil., 15), y «A sólis órtu cárdine» (Himno de la Virgen). El paralelismo no puede estar más claro. Lanchetas ha desenvuelto, pues, y redondeado la doctrina ya emitida por Bello y Benot, y la ha declarado con todo el aparato de la técnica métrica de Christ (Metrik d. Griech. und Römer).

Este autor emplea el término griego θέσις en el sentido etimológico en que lo emplearon los griegos, en el de golpe fuerte, que[Pg 65] correspondía al bajar de la batuta ó dar un golpe con el pie en el suelo, conforme al tecnicismo de la música y de la orquéstrica, de donde tomaron sus términos los poetas. Lanchetas llama á ese golpe fuerte arsis, siguiendo á Bentley y Hermann, que lo tomaron de los gramáticos latinos posteriores (S. Isidoro, Orig., I, 16), los cuales confundieron los dos vocablos arsis y thesis, dándoles opuesta significación á la que entre los griegos habían tenido. Es lo único que tengo que advertir, además de los dos deslices siguientes que noto en este apéndice. En el final del verso, dice en la página 1.027, está la norma de nuestra versificación, «así como el de la metrificación clásica estaba en el comienzo de ellos» (de los versos). Y en el final, que es el que daba precisamente el tono. En la página 1.038 dice que el pentámetro «pasó de Grecia á Roma, donde se le usó también con el exámetro, pero destinado casi exclusivamente á los asuntos de carácter triste. De aquí el llamarlo también pentámetro elegíaco». Este nombre viene de elegos, que era el propio del dístico, compuesto de exámetro y pentámetro, fuera del cual nunca se empleó. Por lo demás, el elegos se usó en todo linaje de poesías, que nada tenían de tristes, tanto en Grecia como en Roma.

Del Vocabulario, lo que podemos decir es, que para los estudios lingüísticos del castellano nos hacía muchísima falta; bastantes[Pg 66] etimologías habría que corregir; pero, por no entrar ahora en menudencias, lo dejaré para hacerlo en otra ocasión. Tampoco me detendré en particularidades tocantes al estudio gramatical del autor. Sólo sí me parece debo hacer notar algunos conceptos poco apurados vertidos en la Fonología, por ser de consecuencia y tocar al método.

El que mira una lengua extraña al través de un Diccionario y de una Gramática, natural es que se forme un concepto inexacto de esa lengua. El tal Diccionario es para él un almacén donde se guardan los términos; y la Gramática, un inventario donde, por orden de clases, se describen las particularidades de los mismos términos; esa lengua es una colección de objetos, determinados en número, hechos y acabados, que no admiten retoque. Semejante concepto del lenguaje es, sencillamente, una niñería. Un idioma no es más que un conjunto de temas y de sufijos; pero la infinidad de combinaciones de estos elementos no está ya hecha de una vez. El pueblo que lo habla lleva en su cabeza tantos conceptos generales como son esos temas, y tantas clases de relaciones como son esos sufijos; pero de la combinación de esos conceptos entre sí, y de esas relaciones entre sí, y de esos conceptos con esas relaciones surge un mundo ideal sin riberas, al cual responde otro mundo fónico tan sin cabo de vocablos que, al brotar cada nuevo concepto,[Pg 67] lo viste de una forma sonora, resultando una nueva palabra, una nueva frase. Es, pues, el idioma, no un almacén de cosas contadas é inventariadas, sino una herramienta que puede fabricar, ó un campo que puede dar de sí cuanto necesite la mente. Es tan imposible que en un Diccionario puedan inventariarse todas las palabras, como que puedan almacenarse en un lugar, por grande que se le suponga, los géneros que pueden salir de una fábrica bien organizada. Además, renovándose las ideas de la sociedad continuamente, á la continua se renuevan las calidades de esos géneros.

Por eso, ó yo no entiendo este párrafo de Lanchetas, ó la idea que él tiene del lenguaje no es la que acabo de exponer. «Berceo floreció, dice, en un tiempo en que la lengua castellana no tenía para las transformaciones más freno que el de la comprensión de los que con él hablaban la misma lengua»; de donde infiere un dualismo lingüístico en el poeta riojano. Ese único freno de la comprensión, si freno ha de llamarse, lo ha habido siempre en el habla, sin que empezca para que los idiomas sean algo uno y bien trabado, sin esa dualidad lingüística, un verdadero sistema fónico.

Yo veo en esas palabras el efecto de otra ilusión óptica del que mira el castellano antiguo como algo ya muerto, y lo coteja con el actual. Parécele que aquellos sufijos y[Pg 68] aquellas formas, que hoy no tienen ya vida, eran como dañinos chupones en el tronco, que una Academia hubiera podido y debido podar. Los fenómenos lingüísticos del castellano de entonces, por no parecerse á los del actual, se le antojan como sin norma ni principios, cual excrescencias irregulares. Es otra ilusión: ésos son géneros que producía en aquel momento histórico la misma fábrica que hoy produce los que nos parecen más regularizados. No es mucho extrañemos los trajes y modas pasadas; pero lo mismo extrañarán mañana los de hoy nuestros nietos. Ni en Berceo ni en el habla vulgar de su tiempo se dió tal dualismo lingüístico; el que sí se dió y se da hoy es el apuntado después por el Sr. Lanchetas, y que el mismo Berceo da bien á entender: el del habla erudita, tomada del latín, que contrasta con el habla vulgar. Pero aquella habla vulgar, como la de hoy, créame Lanchetas que era muy regular, y tan sistemática en sus principios como cualquier otro idioma. Los dialectos literarios y eruditos, que en parte arraigan en el habla vulgar y en parte se les estira hacia otra lengua, como el castellano escrito hacia el latín, ésos son los que llevan en su seno la dualidad lingüística, la disparidad de tendencias, la hibridez de sistemas.

No hay que darle vueltas: el hombre es una gran cosa, sus obras son una grandísima cosa, pero la naturaleza es algo más grandísima[Pg 69] cosa. Todo lo artificial es un juguete que remeda toscamente, y hasta de una manera visible, como un muñeco, á la naturaleza; y el habla natural es el habla del pueblo, y los muñecos que la remedan, todos esos pegotes de la erudición.

Es que se considera el idioma cual si fuera un artificio tan hechizo como la Literatura, distando de ella cien leguas. La Literatura, hablo de la erudita, como la Pintura y todas las demás artes, son, al fin y al cabo, muñecos, bebés, carrillos, toros, caballos de cartón, de madera, de cualquier otra cosa, menos de carne y hueso. Á la verdad que son juguetes de personas de edad, con los que muy honestamente podemos entretenernos. Pero no por eso hemos de parear, y aun preferir, los cartones pintados, los ojos de vidrio y aun el serrín embutido en el bebé, á un angelito que sola la naturaleza supo fraguar en el seno de una inconsciente é ignorante mujer. Sólo que, como cada cual alaba sus agujetas, desde que hay hombres, con todas sus necedades metidas en el cuerpo, se han forjado la candorosa opinión de que los muñecos que él se fabrica para su honesto solaz ó para sus apremiantes menesteres son más hermosos y acabados que los de la madre naturaleza. Por eso llama artes, cultura, civilización, progreso, á esos juguetes y á su manufactura, dejando para los salvajes primitivos el cielo estrellado y los prados[Pg 70] vestidos de verdura. El niño se regocija y embebece con un caballo de cartón y se estremece ante un caballo que, sin darle cuerda, puede y sabe relinchar; la niña besuquea un burujo de trapos pintados y riñe con su hermanito chiquito. El habla vulgar es la expresión natural en la que vierte un pueblo sus ideas; el habla erudita, en cuanto de esa habla vulgar se aparta, son trapos y cintajos con los que, por un pudor mal entendido, queremos encubrir la belleza natural de las formas. Otrosí: el cake-walk parece tan saleroso y bonito danzado por estirados ingleses, como el latín que han traído los eruditos, pronunciado por un manchego. Pero quede aquí esta digresión.

Es un crasísimo error el creer que las lenguas tienen un período de formación en el que domina la anarquía; otro de perfección, y otro de caduca vejez. En cualquier momento histórico que se le considere, un idioma es un sistema único y, por consiguiente, acabado en su género; un instrumento de expresión no sistematizado, sino en plena anarquía, no ha existido jamás, porque no serviría para el caso, y porque el idioma no es una mesa que los bárbaros del Norte puedan desvencijar de un par de hachazos y dejarla coja; sino un instrumento de expresión que va evolucionando en mejor ó peor dirección, pero que está sistematizado y organizado en todas sus piezas, en[Pg 71] cualquier momento histórico que se considere. Mirándolo en aquel momento hacia atrás, parece que aún se hallaba informe y sin acabar, y para cada época el idioma en las épocas precedentes se halla en vías de formación. De ahí todos esos epítetos que se derrochan contra las antiguas maneras de ser del idioma: Cicerón llamaba informe, bronco y rudo al latín de Enio; León lo repetía respecto del castellano del siglo XIV; Salvá respecto del del siglo XVI y XVII, y en el siglo XXI lo repetirán de nuestro castellano de hoy. Son ilusiones. Claro es que cada estado del idioma es preparación para los que le han de seguir, y en este supuesto puede decirse que se halla en un estado informe; pero tan acabado está en una época como en otra. Algo de esto parece tenía en la cabeza Lanchetas, cuando en la página 34, al describir la historia del castellano, llama á sus tres períodos Morfológico, en el cual se forma; de Perfeccionamiento fonético, y de Fijación. Lo más chusco en esta clasificación falsa, si las ideas anteriores no lo son, está en ese último término de Fijación. Ni el castellano ni ningún otro idioma llega á fijarse jamás; el día que se plante, es porque hay que cantarle sin remedio el gori, gori.

Otra ilusión todavía más generalizada, á pesar de ser más tonta. Por no haberse escrito en castellano hasta la época en que aparece el Poema del Cid, hay quien tiene[Pg 72] la candidez de creer que el castellano no había nacido hasta entonces, y todo lo más se le concede un siglo atrás para que pudiera formarse. Y en esa candidez han caído nada menos que nuestros mayores eruditos; no hay para qué citar nombres. Como si la Literatura naciera con el idioma, ó no hubiera más idioma que el escrito. «Al primero (período), aunque no tiene comienzo bien definido, puede señalarse para su desarrollo la invasión de los bárbaros del Norte, y con especialidad el siglo VIII, que coincide con la venida de los árabes á España y la gran decadencia en la antigua cultura, y su término puede fijarse provisionalmente en el Poema del Cid». ¿No hay alguna punta de esa candidez en fijar estos dos mojones?

Para cuando vinieron los bárbaros, el castellano era ya tan buen mozo, que no le tocaron los nuevos huéspedes ni un pelo de la barba. De haberse formado el castellano por efecto de aquel choque, hubiera tomado no pocos elementos germánicos, y no ha tomado ni uno morfológico, y sólo cuatro términos, tan cuatro y contados, que tiene más del inglés que no del godo cogidos entonces. Menos me explico el segundo mojón, si no es por confundir el habla con la escritura. El tercero nos lo planta el año 1492, fecha en que se publicó la Gramática de Nebrija. Pero una golondrina, digo una Gramática, aunque sea la del más alto y esclarecido lingüista[Pg 73] que ha producido España, como para mí lo es Nebrija, no hace verano. Precisamente el fonetismo castellano había de dar un vuelco tremendo desde Nebrija hasta principios del siglo XVII. El mojón había que ponerlo donde el vuelco se dió; y como las lenguas tardan años y años en dar un cuarto de vuelta para ese vuelco, el mayor que ha dado el fonetismo castellano durante toda su vida, necesitó nuestra lengua un siglo, años más, años menos: el mojón es todo el siglo XVI, pero no la época de Nebrija, en la que siguió el fonetismo antiguo.

«En el período morfológico, es decir, desde el siglo VIII, continúa diciendo Lanchetas, se consuma todo lo más esencial de nuestras flexiones; en él se transforma la declinación sintética y pospositiva en perifrástica y prepositiva». Con perdón de mi buen amigo, esa trasformación hacía tiempo se había ya verificado, como que se ve la enfermedad (y no ya los síntomas, que están en el antiquísimo uso de las preposiciones) desde que se conocen documentos del latín vulgar, y en la época del Imperio ya éste había sustituído los casos por preposiciones. «Se pierde la pasiva sintética y se uniforma, haciéndose toda ella perifrástica; desaparecen los deponentes, se pierden ciertos tiempos de la conjugación activa, y se crean dos nuevos futuros». Todo eso se ve ya iniciado hasta en los autores clásicos, y ya existía en[Pg 74] el latín hablado de la época imperial, á pesar de la reacción que el lenguaje literario y oficial ejerció por entonces sobre el vulgar latino, del cual nacieron los romances. El día en que se disolvió el Imperio quedaba ya deshecho el latín, y de muy atrás habían comenzado á evolucionar las románicas, sobre todo el castellano, que fué de las primeras y que con el sardo conserva huellas del latín vulgar republicano, anterior á la formación de las otras románicas. El castellano puede asegurarse que nació y pudo bautizársele con su nombre de pila desde el primer momento en que el habla de los conquistadores pasó á labios de españoles de pura raza. Cuanto á la pérdida de la cantidad y al cambio del acento musical en respiratorio, es un fenómeno de la época imperial, y en España yo tengo para mí que jamás los españoles distinguieron las largas de las breves ni salmodiaron el latín. Los cambios de ŏ breve acentuada en uo, ue, y de ĕ breve acentuada en ie, son tan antiguos como nuestro romance, pues sería casualidad se hubieran formado tales diptongos en las vocales o, e, que habían sido breves en otro tiempo y que ya no se oían como tales.

Los fenómenos de asimilación y disimilación en vocales y consonantes fueron, realmente, efecto posterior de la eufonía castellana; pero las trasformaciones fónicas esenciales son tan antiguas como el castellano,[Pg 75] el cual nació bastante antes de los siglos VIII y VII.

«El tercer período, dice, viene á ser como una especie de estacionamiento fonético y formal». ¿Es decir, que desde la Gramática de Nebrija ya no ha habido evolución fonética? Pues desde entonces hasta los comienzos del siglo XVII es cuando la hubo más pujante y extraordinaria que nunca, ya que varios sonidos, que Nebrija describe en su Ortografía, se perdieron, naciendo otros que él no conoció. Me refiero á los sonidos antiguos ç, z, x, g=i, y á los modernos z, j. Hoy no tenemos el fonetismo de principios del siglo XVI; de modo que no es exacto el que «los elementos que en el período anterior no terminaron su evolución fonética, por regla general quedaron fijos y estacionados, y hoy se hallan regularmente con poca diferencia de lo que eran cuando penetraron en el siglo XVI». Precisamente los cuatro fonemas indicados comenzaron entonces á perderse, originando otros dos nuevos, y h, f, ó ff, que hasta entonces sonaban como una aspiración que nada tenía de dental ni de labial, se cambiaron de suerte que h ya nada sonó, y f, ff sonó como labio-dental por influjo erudito del Renacimiento. No era nada lo del ojo y... los traía en la mano.

Al hablar de la analogía, vuelve el autor á su idea sobre el origen del castellano: «sin la barbarie de la Edad Media, las lenguas[Pg 76] románicas son inconcebibles». Trae como ejemplo de la analogía la formación del pretérito en i conforme al tipo de partivi, partí, y cree encontrar en los documentos latinos de los siglos XI y XII esa trasformación: cadierit, por ceciderit; poterit, por potuerit; morierit, por mortuus fuerit; perdissent, por perdidissent; sequire, por sequi, etc. «Todo lo cual prueba que en las diferentes regiones de España, como si obedeciesen á una consigna, todos iban uniformando los perfectos y otras formas del verbo». Pero ese ¿era el castellano que se iba formando y uniformando? De aquella época tenemos nada menos que las Partidas y Berceo y el Cid, donde el castellano es castellano; eso es mal latín. La única consigna á que obedecían en toda España era la de no saber bien latín; y como lo que sabían era el castellano, escribían el latín castellanizándolo. El sequire estaba calcado en seguir; sequire no era del castellano; cadierit, poterit, morierit, ni las demás en erit, fueron jamás formas románicas, sino del latín clásico, que es lo que pretendían escribir los que tal escribieron; sino que no lo sabían bien. No es que iban todos á una unificando los perfectos castellanos; sino que, no sabiendo latín, al escribirlo les reteñía dentro de los cascos su román paladino, y les salía un latín romanceado.

En la Fonología es sensible que el señor[Pg 77] Lanchetas, dejada la doctrina corriente del timbre en las vocales latino-vulgares, continuación de la cantidad clásica, quiera explicar el vocalismo castellano por el acento, y acento latino. No encuentro pruebas suficientes para apoyar este nuevo método. «La o tónica latina, por regla general, se ha conservado», dice en la ley 2.ª, y en la 3.ª: «la o tónica latina se transforma en ue en gran multitud de palabras». Como se ve, ambas reglas pugnan entre sí. «Puente, ruego, tienen ue, por ser tónica latina la o de pontem, rogo». Pues tan tónica latina era en pontarrón y rogar, y no se ha diptongado. Es que aquí no se trata de la tónica latina, sino de la tónica castellana, y la ley debe formularse así: «Toda ŏ abierta del latín vulgar, ó breve del literario, cuando en castellano lleva acento, se abre en ue; y no se abre, cuando no lleva acento». La pugna entre las dos leyes de Lanchetas queda disuelta con esta ley: «Toda ŏ cerrada del latín vulgar, ó larga del literario, cuando en castellano lleva acento, permanece como o». Como se ve, todo pende del acento castellano (que de ordinario conviene con el latino) y de la cantidad latina de la vocal en el literario, ó del timbre correspondiente en el vulgar. El acento latino no es la madre del cordero; es una tatarabuela, en cuanto que originó el acento castellano, y éste es uno de los factores que producen ese cambio fónico.

[Pg 78]

Apártase luego Lanchetas de Meyer y Cornu en creer que uo no fué el paso de o á ue. El problema no es tan evidente como el anterior, pero no veo fuerza alguna en los argumentos de Lanchetas, los cuales prescinden, y aun se oponen, á la evolución de e en ie. Ahora bien: o en ue, y e en ie, son dos fenómenos paralelos que hay que explicar á la vez. Así como e se abre en ie con la i próxima en la serie natural u o a e i, así o en ue no debió abrirse sino por intermedio del uo con la u próxima. Y de hecho uo existe en la mayor parte de las románicas: en italiano nuovo-nuevo, duolo-duelo; en francés, antes del siglo XI, buona, duol (Sta. Eulalia y S. Léger), y después de principios del siglo XI ue, avuec, duel (S. Alexis); en León y Asturias, uortu-huerto, tuorto-tuerto. En cambio, ¿en qué se funda el que o se hiciera oe de repente, tomando una e que no tiene razón de ser, y luego ue? Ese boeno que habrá oído, es el bueno descuidado; moete es el mocete, empleado juntamente con moete en Navarra. Hay más; el paso de o á uo y de e á ie es el único explicable fisiológicamente. ¿Por qué fĭde da fe y pĕde da pié? Por la acentuación intensiva la duración de la vocal es doble, y la e abierta latina de pĕde da pèède; pero, obrando la refracción de vocales, la primera parte de esa vocal tiene un timbre cerrado; la segunda, que es la más intensa, un timbre abierto, resultando[Pg 79] piède. Al revés, en fe, de fĭde, con el acento suena fééde, cuya é es cerrada, pasándose del timbre más abierto al más cerrado, y resulta fe con e cerrada. Lo mismo de bóno, bòòno, por refracción buono; mientras que bŭcca da bóóca, bóca. La acentuación alarga la vocal; y si ésta es abierta, su articulación comienza cerrada para abrirse en la segunda parte de la duración, que es la más intensa; si es cerrada, comienza abierta para cerrarse en la segunda parte. De esta manera, las dos leyes opuestas de la o y las otras dos de la e, «la é tónica latina se conserva con mucha frecuencia», y «la é tónica latina se transforma en ie en muchísimas palabras», quedan reducidas á una: «Las o, e breves, al llevar el acento castellano, se abren en ue, ie, y no cambian cuando desaparece el acento; y las o, e largas subsisten».

Pero estos y otros pequeños lunares, efecto de no haber modificado algunas ideas desde que publicó su obra acerca del verbo castellano, en nada amenguan el mérito principal del concienzudo trabajo del Sr. Lanchetas. Él solo sabrá apreciar debidamente el tiempo y las molestias que le habrá costado entresacar, interpretar y ordenar cerca de 4.000 palabras, estudiando las 100.000, poco más ó menos, de que constan las obras de Berceo. Los que nos dedicamos al estudio del castellano, no sólo tendremos que agradecerle los inmensos servicios que prestó á[Pg 80] la Lingüística española con su estudio acerca del verbo, por el cual con toda justicia merece ser llamado el iniciador y maestro del romanismo en nuestra patria, sino que nos veremos con mucho gusto precisados á tenerle siempre en la memoria al acudir á ésta su nueva obra en busca de los imprescindibles datos que habremos de necesitar del más antiguo poeta español que conocemos.

[Pg 81]

p81ilo

Los Simbolistas

No sé qué juveniles bríos llevan consigo las ideas nuevas, que remozan las más añosas osamentas y prenden fuego en el mismo hielo de la vejez. Testigos, las últimas Conferencias ó discusiones del Ateneo de Madrid. Las ideas eran viejas, pero acá en España, que caminamos tres leguas rezagados de Europa, eran como flamantes. Tampoco es un viejo helado, sino un manojo de nervios siempre recio y bullidor, el chispeante antiguo escritor Sr. Zahonero. Perdóneme si no le pongo entre la gente moza; pero el otro día se echó de encima cuarenta abriles como cuarenta soles. Lo que puso fuego á aquel que debiera ser severo areópago fué una idea, para acá nueva, la del simbolismo, lanzada á deshora por unos cuantos jóvenes, mal avenidos con el soñoliento tema que se ventilaba.

[Pg 82]

Pero ¿qué simbolismo es ese? Por de contado, el del Ateneo fué simbolismo español rabioso, simbolismo á raja tabla, á palo limpio. En España no hay simbolistas, y ya ni siquiera los hay en Francia. Lo que hay aquí es un montón de jóvenes muy estudiosos, de grandes arrestos, muy amigos de que se desestanque nuestra parada y caída literatura, que tienen sobrada razón de verla agonizar, muy aburridos de hallarse en plena Siberia entre literatos eminentes que fueron, pero que ya no tienen alientos ni ganas de renovarse ni de enterarse de lo que pasa al otro lado de los Pirineos. No es sino muy de loar que esos jóvenes se vayan en busca de vida literaria, fresca y flamante, adonde se barruntan que la han de hallar, siquiera hayan de atenerse á las revistas, y en vez de traernos un clavel esponjoso y lozano, nos regalen con un ramillete marchito y ya polvoriento.

Confesemos que en Francia florece la literatura como nunca, y que en España andamos agotados ha tiempo. Será un florecimiento el francés, en el cual haya no poca hojarasca que barrer, mucha madera que pide hierro, hartas matas que no se harían á nuestro temple, á ser traspuestas en esta tierra de fuego y de hielos. Pero el hecho es que la lengua francesa, con su cortedad de doncella y su claridad de aguachirle, va soltándose de sus clásicas trabas y coloreándose[Pg 83] con sus ingenios modernos, cuyo estilo se atilda, se robustece, cobra nervio, soltura y delicadeza cada día; mientras que nuestro lenguaje literario, como dice Navarro Ledesma, se va avejentando y convirtiéndose en ropa vieja, que no entalla al psicologismo moderno. No que el habla castellana no dé de sí para todas las delgadeces y honduras del pensar de hoy, pues les bastó á nuestros clásicos para hilar más alambicadas sutilezas y calar más adentro todavía de lo que se figuran los que no los conocen; sino que nuestra poltronería y descaecimiento rehuye el trabajo de darle nuevo temple y sacarle los aceros, engastando en él las modernas ideas y acomodándolo al pensar que muda en matices con los tiempos. Si el lenguaje literario no sigue de cerca al pensamiento, llega un día en que se queda atrás, porque el pensamiento adelanta á la continua y no sabe quedarse estancado. El anhelo de esos jóvenes es, por consiguiente, muy loable y merecedor de aplausos. Enséñeseles, norabuena, el camino, en vez de ponerles tropiezos y tirarles del faldón de la levita; hágaseles ver cómo se podrán naturalizar entre nosotros las ideas artísticas extranjeras, haciéndolas españolas; pero ahogar esos alientos y matar esas aspiraciones, eso jamás. Toda aspiración en un joven es un germen caído en tierra virgen, que el sol primaveral ha de fecundar, si extraños estorbos no le hacen[Pg 84] sombra ó la sequedad de la tierra no lo agosta. No seré yo quien haga tan feo oficio; antes desearía contribuir á esa lozanía y pujanza, que me hace simpáticos á cuantos veo ganosos de aprender y hasta de enseñar y de crear tal vez antes de tiempo. Las obras magistrales, fruto son de los años y de la discreción, los únicos que maduran una doctrina y asientan las ideas en el cerebro después de cernerlas, apurarlas y acendrarlas poco á poco, para que puedan contrastar el embate de todas las pruebas y pasar á la posteridad.

Pero si la rosa que aún no se ha abierto del todo, no ofrece en toda su galanura aquel rojo vivo que pintó el sol en sus pétalos, no por eso es menos agradable, antes más delicada, cuando saca su tímida cabecita de tierna niña del entreabierto capullo, y como avergonzada se para sonrosada y ligeramente ruborosa, con esos suaves matices que le dan mayor realce. ¿Que los jóvenes no han de crear una Divina Comedia ó una Iliada? Dejadlos hacer, que siempre serán brotes naturales los que de ellos salgan, y si les falta el vivo carmín y el rico aroma de la rosa, tendrán en cambio el inmaculado candor y el encanto no buscado del capullo. En España no hay simbolistas á la francesa, ni los habrá nunca; pero esos jóvenes buscan algo, y el simbolismo, que hasta en Francia ya pasó de moda, encierra algo que no estará demás escudriñar y poner en claro.[Pg 85] Hablemos, pues, del simbolismo y de los simbolistas.


«Nombrar un objeto, es suprimir las tres cuartas partes del placer estético... Sugerirlo, tal es el ideal». He aquí la fórmula del simbolismo, si hemos de dar crédito á Stéphane Mallarmé, el jefe menos controvertido de la escuela. No sé si veré claro ó turbio, pero para mí esas palabras encierran no poca filosofía del arte y mucha filosofía del lenguaje. Lo primero lo dejo á los artistas filósofos; me atengo á lo segundo, que es de lo que se me entiende á mí algo. Bien que, si el fondo y la forma no son como el gabán y el sujeto que lo lleva, querer separar la filosofía del arte literario, de la filosofía de su material técnico, es querer dar mandobles contra entes de razón.

Todo el mundo conoce la obra trascendental del Lombroso de la literatura, de Max Nordau. Dégénérescence es un libro de clínica sociológica, que ha condensado los síntomas de la vida moderna. Su autor ha tomado el pulso á la sociedad actual, ha formulado el diagnóstico y redactado la correspondiente receta. Un siniestro movimiento de cabeza del Doctor hizo presagiar á los asistentes que la receta era una simple orden de trasladar al paciente á alguna casa de orates. Yo no juzgo el trabajo. Lo creo trascendental,[Pg 86] admirable. Su autor tiene ojo médico en verdad. Pero todo libro que vale, y precisamente porque lleva una idea grande, anda á riesgo de exagerar en el desarrollo de la teoría que encierra. Yo hallo algo de exagerado en lo que atañe á los simbolistas. No es que los defienda en todo y por todo, ni mucho menos; pero ó la tinta del Doctor era demasiado negra, cuando escribió el capítulo III del libro II, tomo I, ó le había revuelto la bilis la caterva de Prerafaelitas que acababa de pasar unos momentos antes por delante de sus ojos. Lo cierto es que los presentimientos aciagos y los juicios pesimistas se le debieron de amontonar en las células grises y blancas de su doctoral cerebro, cual nubes borrascosas que estallan sin orden ni concierto. Y los míseros hidropatos han tenido que aguantar el chubasco que les ha calado hasta los huesos y los ha dejado hechos una sopa.

Por el pronto entran á formar parte del inmenso tropel de seres vivientes y semovientes, que Max Nordau ha calificado de místicos, y en el cual, dicho sea de paso, se ven revueltos y dándose codo con codo Mahoma con San Ignacio de Loyola, Baudelaire con Zola y con Santa Teresa de Jesús, Ibsen con Maeterlinck y con Nietzsche, Tolstoï con Wagner: todos son unos degenerados.

La médula del simbolismo está en aquel sugerir, que á Max se le antoja quisicosa indescifrable:[Pg 87] «le suggérer voilà le rêve». Y Mallarmé lo comenta en estos términos, que nada tienen de oscuros ni de enigmáticos: «El empleo perfecto de este principio constituye todo el misterio del simbolismo: evocar poco á poco un objeto para manifestar el estado interior del alma, ó por el contrario, escoger un objeto y descubrir en él un estado del alma por una serie de desciframientos». No sólo me parece muy claro y muy bien dicho como clave del simbolismo, sino también como cifra de toda honda poesía y de todo el arte. ¿Qué es el arte sino un simbolismo, un modo de expresión por signos externos de un estado interno del alma? Desenvolver esta idea creo que es desenvolver el concepto del arte. Margarita, Fausto, Mefistófeles, son tres creaciones de Goethe, que si algo valen es porque son la expresión de tres mundos morales, que cuajaron en tres personalidades. ¿Dicen algo esas personalidades? Esto equivale á preguntar si algo significan, expresan y simbolizan. El cielo, la lluvia, la tierra, son tres nombres: el arte los simbolizó en Zeus, Indra y Hera. Otras tres personalidades, producto de la Mitología, es decir, del arte popular, y tan artísticas como simbólicas, y que por ser simbólicas son artísticas. Muchos diablos han producido el arte popular y el arte literario. Si Mefistófeles los ha oscurecido á todos, es porque en la pujanza expresiva de su concepción Goethe los[Pg 88] incorporó á todos ellos con todos sus cuernos, colas y artimañas en la plasticidad más saliente que pudo producir poeta alguno. La riqueza poética de un Fausto está en la condensación expresiva de toda una sociedad incrédula. Ese Fausto, de hecho y en realidad de verdad, no es más que un montón de palabras arrebujadas en forma de maniquí; pero es un maniquí artístico, es decir, un ser que viviendo en el mundo ideal del arte literario, ya deja de ser un mero arrebujamiento de palabras, trasformándose en una personificación del estado interior del alma de un pueblo, en la cual bullen las doctrinas y opiniones todas que han cruzado por una generación de filósofos y sabios: ese personaje endiablado es el atizador siempre curioso, el ansia de conocer, hasta dar por resultado el escepticismo altanero de la ciencia moderna. Si Fausto es una creación artística, lo es por su expresión intensa de la conciencia de un siglo, lo es por su simbolismo.

Eso es sugerir, expresar. Pero las cosas, se me dirá, se expresan por sus nombres, que para eso los tienen, y esa es su expresión más clara; lo demás es decadentismo, misticismo literario. La fuerza expresiva de los nombres se gasta al roce de los siglos: al arte toca rejuvenecerla, y para rejuvenecer la expresión hay que acudir al mismo procedimiento que emplearon las primeras gentes al acuñar los nombres, á la metáfora. Es decir:[Pg 89] al simbolismo. Llamar luna á la luna será muy claro, exacto, preciso: así debe llamarla en sus libros todo astrónomo que quiera declararnos los eclipses. El poeta «evoca poco á poco otro objeto», acude á la idea del lucir tenue y mortecino. No hicieron otra cosa los antiguos al forjar el término luna, por luc-na, la de luz tan tenue como la que se filtra por entre los árboles en un espacio en que se han cortado para practicar á media luz los ritos religiosos. Ese espacio á media luz en lo más cerrado del bosque se llamó luc-us ó templo, y por lucir á media luz se dijo de aquí luc-êre lucir, y por la luna luc-na la que así luce. Ese es el arte del poeta: el mismo arte del pueblo que creó los nombres, aplicado á quitarles la pátina y herrumbre de que los ha cubierto el tiempo. «Yo definiría el arte, dice Paul Adam, otro simbolista de segundo orden, diciendo que es la inscripción de un dogma en un símbolo; es un medio de hacer que prevalezca un sistema y de poner en claro una verdad». Del modo de entender el simbolismo hablaré después; pero que arte sea expresión, ó por otro nombre simbolismo, ¿hay cosa más clara? Oigamos á otro de la escuela, á Charles Morice: «El símbolo es la fusión de los objetos, que han despertado nuestro sentimiento, y de nuestra alma en una ficción. El medio es la sugestión: se trata de comunicar el recuerdo de algo que otro no ha visto ni sentido jamás».

[Pg 90]

Yo no veo hasta aquí en nada de esto «la locura y el charlatanismo», que ve Max Nordau. Si los simbolistas no han hecho más que eso, no han hecho más que lo que han hecho siempre los poetas y los artistas todos. Es muy socorrido eso de meterse en las intenciones y llevar la literatura hasta el terreno crematístico. Hay un partido de descontentos y de gente apurada. ¡Es el boulangisme literario! Hay que vivir. Hay que buscar un puesto, darse á conocer. Buen redoble de tambor, ya que no se tenga bombo á mano... Ese es su verdadero símbolo: «bulto urgente». Todo el mundo toma asiento en el tren rápido. Destino: «¡la fama!» Así Haraucourt. Y Quillard: «no hay escuela simbolista; bajo esta denominación se han reunido arbitrariamente poetas de talento verdadero y verdaderos imbéciles». Pero esas citas no vienen á cuento, señor Doctor.

«Hicimos un ensayo sobre la inteligencia condescendiente de las vocales coloreadas...» Confesión de un simbolista, de Laurent Tailhade. Es un pasatiempo como otro cualquiera. ¿Consiste en eso el simbolismo? Creo que no; si en eso consistiera, á fe que no hubiera poetas simbolistas; sería una tertulia de muchachos que se entretenían honradamente en discutir una cuestión psicológica. Entre ellos dice Max Nordau que hay «poetas de talento verdadero». Pueden, pues, muy bien ponerse á ventilar ese punto, sin[Pg 91] dejar por eso de ser artistas. Y hacen bien en ventilarlo, pues no son las vocales tan condescendientes que lo mismo les importe ir vestidas de blanco que de negro. La audición coloreada tiene un fundamento más científico y sólido de lo que cree el mismo Sr. Tailhade, y es un elemento estético del lenguaje y del arte literario que bien merece la pena de estudiarse.

Más diré, y voy á manifestar lo que siento de los simbolistas. Los extremosos de la escuela toman el rábano por las hojas, como suele decirse. Pero en esa escuela bulle algo de muy trascendental para la literatura, bulle el germen de la literatura del porvenir, es su primer atisbo. Aquellas figurillas retóricas de los antiguos van á convertirse en nuevas fuentes de estilo chispeante, nutrido de vida. ¿Cómo? Por la ciencia psicológica. La ciencia, que algunos fantasean cual amarillo hermitaño, seco de carnes, cejijunto, intratable y adusto, que algunos se figuran que jamás ha de volver á cohabitar con el arte desde que se divorció al parecer para siempre, la ciencia ha de volver á ser lo que fué en Platón, ha de alentar la estética del porvenir y la ha de realzar cual nunca lo hizo. Lejos y asomos de esto es lo que yo vislumbro en el Simbolismo, y mis esperanzas estriban en que la ciencia ha enderezado por nuevas veredas todos los acontecimientos, todos los procedimientos, todas las empresas. Su[Pg 92] fuerza avasalladora ha triunfado de todo y triunfará de la rutina en el arte. En una palabra, digo que el Simbolismo me parece que es (ó pudiera ser) la ciencia, enderezando al arte y el arte acogiéndose al regazo maternal de la ciencia. Harta falta le hacía á esa pródiga, después de tantos desengaños recogidos en los falsos oropeles del pseudo-clasicismo, en la pseudo-filosofía y falsas sabanas americanas, ó dígase chatobrianescas, y entre los falsos salvajes á lo Rousseau, y entre las lechuzas y cementerios del romanticismo, y entre las podredumbres del naturalismo de entre cuyos harapos acaba de escapar. En la ciencia está la salvación del arte, como está la salvación del espíritu del hombre y de todas sus aspiraciones. Max Nordau se ha atenido á los del rábano por las hojas, porque servían á completar su diagnóstico social; no ha caído en la cuenta del elemento subconsciente que latía en esa aspiración modernista, que yo desearía se convirtiese en conciencia pública, y que vendrá un día en que se convertirá.


«Hay pocas poesías en la literatura francesa, dice Max Nordau, comparables á la Canción de otoño de Verlaine. La calma melancólica de la estación está expresada en versos ricamente cadenciosos y llenos de música».

[Pg 93]

«Les sanglots longs
Des violons
De l’automne
Blessent mon cœur
D’une langueur
Monotone».

Esa melancolía expresada tan magistralmente en esta estrofa, ni Max Nordau, ni tal vez Tailhade saben de qué depende. Analícese el mismo término melancolía y se verá si la audición coloreada es ó no elemento estético. Melan-colía vale bilis negra, que abate al individuo hinchéndolo de honda y oscura tristeza; bien que no removiéndose las fibras del alma, como sucede con las pasiones vehementes, esa tristeza tiene algo de la calma y del abatimiento de la naturaleza en otoño. Semejante afección nos la pintamos como algo de sombrío y oscuro, cual el otoño y la bilis. Ahora bien, esa oscuridad es la que consigo llevan las vocales o, u: la u es más profunda de color, la o es más bien gris. Cada verso de esa estrofa contiene dos oes, fuera del penúltimo que tiene dos ues, y el último que da el golpe final lleva tres oes en sus tres sílabas. Añádase el timbre oscuro de la nasal que acompaña á la mayor parte de esos sonidos oscuros, y el que estando en las sílabas acentuadas resalten y den el tono á todo el ritmo, y se tendrá descifrado el enigma. Realmente el otoño es el tiempo gris, la calma que lo caracteriza parece[Pg 94] alargar más y más las horas, que caen y se aploman pausadamente, cual tristes y oscuros sollozos, comparados maravillosamente á los pesados golpes del violón. Oscuro es el otoño, oscuro es el sollozo, oscuro es el sonido del violón. Dígase en su lugar los vibrantes suspiros de un violín, y la luz parece desgarrar de repente las tinieblas que nos envolvían: estamos en primavera.

El sonido u no encierra armónicos, es el más igual, el más simple de los sonidos vocales; su característica es la nota más baja, que crece en este orden: u o a e i.

Síguele la o, que no es tan oscura: u es negra, o es gris. Hablándose del invierno yo preferiría la u, para el verano la a, para la primavera la i, para el otoño me quedo con la o de color gris.

El nombre violón con sus dos oes en las dos sílabas más salientes y acentuadas y con su oscura nasal al fin tiene realmente el color del sonido que produce.

Pero, ahora caigo en la cuenta de que estoy hablando en castellano y de que en castellano violón significa violón; violon en francés es el violín. No tengo para qué borrar lo escrito. ¿Verlaine tuvo en su imaginación el violín? Pues el violín por sonar en in es mejor para la primavera.

La lengua francesa no le fué propicia. Yo no pintaría los largos y grises sollozos del[Pg 95] otoño con chirridos de violín que me suenan á iiiii y á gorgoritos de jilguero; sino con el bronco retumbar de corpulento violón, que suene ooooo! Anduvo, pues, mal acertado y fué mal simbolista. La estrofa tiene un pero; la teoría de la audición coloreada queda en pie.

Y si no, juzgue el lector, respondiendo sinceramente á esta pregunta: ¿suena oscuro el violín? Nada de eso, contestará seguramente: el violín suena agudo, y su cuerda más gruesa chilla más agudamente que la cuerda más delgada del violón. Como que la altura del tono, según las leyes de la Acústica, está en razón inversa de la largura y del grosor de las cuerdas, y de la cantidad de la masa vibrante de la caja de resonancia.

¿Cómo ha de sonar más agudo un bombo que un parche ó caja, un helicón que un cornetín de órdenes, un fagot que un pito? Cuanto mayor sea el instrumento, mayor es la masa vibrante y más grave es su sonido.

Ahora bien; sonido agudo llamamos al más alto, y grave al más bajo; y lo agudo y alto es más claro, lo grave y bajo es más oscuro. La audición coloreada tiene, por consiguiente, alguna razón de ser, y no van tan descaminados los simbolistas, como pudiera creerse á primera vista.

[Pg 96]


La cuestión de la audición coloreada la han tocado varios autores; pero de propósito la trató un oculista francés, llamado Suárez de Mendoza, en un libro que intituló: L’Audition colorée: étude sur les fausses sensations secondaires physiologiques. Véase cómo la define: «Es una facultad de asociar los colores á los sonidos, por la cual toda percepción acústica objetiva, de una intensidad suficiente, y aun su simple evocación mental, puede despertar y presentar á algunas personas cierta imagen, luminosa ó no luminosa, constante para la misma letra del mismo timbre de voz ó de instrumento, de la misma intensidad y de la misma altura de sonido». Esta definición no la creo exacta; René Ghil describe el valor cromático, no sólo de las vocales por separado, sino también de los instrumentos músicos. Pueden, en efecto, despertar distintas imágenes todos los elementos componentes de un sonido. Un sonido idéntico en todo, dado por un violín, tiene otro color que el dado por una corneta: lo cual quiere decir que cada timbre tiene su color, tanto, que los alemanes llaman al timbre Klangfarbe, color del sonido.

Y yo estoy por que el timbre es la esencia, por decirlo así, de los sonidos y que cada timbre es un color acústico. La intensidad no es más que un grado mayor ó menor de fuerza en el sonido, y que también puede sugerir variedad de colores, aunque no tan fácilmente[Pg 97] como el timbre. Algo mejor sugiere esa variedad el tono ó altura, pues efectivamente los tonos bajos nos parecen oscuros, y brillantes los muy elevados.

Como los diversos instrumentos músicos sólo se distinguen en el timbre, que es precisamente en lo que se distinguen cada una de las vocales y cada una de las consonantes del habla, el grupo de la escuela simbólica, que admite la propiedad en las vocales y consonantes de despertar un color determinado, pudo muy bien llamarse de los instrumentistas. Su jefe René Ghil, en el tratado que escribió del Verbo, expone el valor cromático de cada instrumento: «Las harpas, dice, son blancas; azules los violines, enmuellecidos á veces por una fosforescencia que lleva al paroxismo. En plena oración, los cobres son rojos; las flautas, amarillas, que modulan ingenuamente, extrañándose de la luz mortecina de los labios; y los órganos, ensordeciendo la tierra y los púlpitos, como cifra y suma de los instrumentos sencillos, con sus roncos plañidos ennegrecen el aire». ¿Quién va á negarle á René Ghil que esos son los colores de cada instrumento, si así lo afirma? Lo más que se le podrá reponer es que á otros las harpas se le antojan de color violeta; los cobres, amarillos; el órgano, rojo; los violines, verdes, y las flautas, de color de ala de mosca.

Cuanto á las vocales, hízose famoso el soneto[Pg 98] Les voyelles de Arthur Rimbaud, que comienza:

«A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu, voyelles,
Je dirai quelque jour vos naissances latentes...».

Paréceme que Ghil tenía más sentido acústico-cromático que Rimbaud: puedo asegurar que ese verso está lleno de disparates. Juzgue por sí mismo el lector. Cuando oye pronunciar ¡ah! á uno que se extraña, ó que se ríe, ó que se pasma, ¿le viene á las mientes el color negro? Tal vez no le venga ni el negro ni ningún otro; pero si es de las personas que realmente poseen la audición coloreada, estoy seguro que el negro no le ocurre al oir la a. Al menos á mí la vocal a me parece tan blanca como clara. Es la vocal más clara: eso lo sabe todo el mundo: y todo el mundo sabe que lo más claro es lo blanco. Pero, en fin, si Rimbaud da en que es negra la a, será que así se lo parece, por lo menos hoy por hoy y hasta que se ría y tome á broma lo que antes escribió. De colores no hay nada escrito. Entretanto que ellos se tiran los trastos á la cabeza ó discuten graves y serios atusándose los bigotes en señal de que no creen del todo lo que dicen, el maestro Mallarmé sonríe olímpicamente. Y hace bien, pues si todo libro tiene tantos ejemplares distintos cuantos son los que lo leen, y si la vista de la campiña tiene tantos visos cuantos son los que por ella se pasean, bien podemos barruntarnos que[Pg 99] cada sonido podrá tener tantos colores cuantos son los que lo oyen.

El fenómeno llamado sinestesia por Millet, ó sea de la asociación de las sensaciones, está hoy admitido por todos los psicólogos, y podía bien presuponerse, dada la teoría corriente de las representaciones, de la asociación de las imágenes y de las ideas, de la convivencia de éstas en las células del cerebro y de la comunicación constante que tienen entre sí, recorriendo mutuamente cada una todas las celdas en esa especie de casa de vecindad encerrada dentro del cráneo. Binet y otros psicólogos, en L’année psychologique y en otras revistas, van allegando datos que podrán condensarse un día en teoría precisa y razonada.

Cuanto á la coloración, no hay duda que hace el papel principal, como lo hace la vista entre las demás sensaciones y la fantasía óptica entre las demás fantasías. Los que poseen gran potencia de fantasía visiva, la mezclan con todas las demás: toda sensación, toda representación es para ellos visiva ante todo.

Viene después la fantasía acústica, hoy más desarrollada que nunca en Europa merced á la gran cultura musical moderna. ¿Qué extraño, que colores y sonidos se confundan, si se confunden sonidos, olores y gustos? «El kirsch suena cual furibunda trompeta, el gin y el whisky le arrancan á uno el paladar con[Pg 100] sus sones estridentes de pistones y bombardinos, el aguardiente lanza rayos y centellas con el ruido ensordecedor de las tubas[9]».

Desdígase, pues, Rimbaud y ríase de su propia obra; Baudelaire previó ya la teoría:

«Comme de longs échos, qui de loin se confondent,
.............................................................................
Les parfums, les couleurs et les sons se répondent».

Y todas las demás sensaciones y objetos. ¿Qué es la analogía? ¿Y qué es la inteligencia humana, sino la gran fabricadora de analogías? La analogía es una relación; relacionar es atar cabos: la inteligencia es tejedora por excelencia; el cerebro el telar. Cuando Remy de Gourmont en las Oraisons Mauvaises compara cada afecto, cada acción de Jesús á una piedra preciosa, está en pleno simbolismo, y en pleno trabajo textil. El ópalo es el último suspiro de Jesús, el triste y doliente ópalo; el zafiro es su última mirada, el jacinto su último amor, el topacio su último deseo, el rubí su última herida, la amatista su último estremecimiento.

En suma, el Simbolismo es una Retórica más refinada y más científica. Los antiguos clasificaban sus figuras en figuras de palabras y de ideas; los modernos han encontrado un nuevo tropo, cercano á la metonimia, la sinestesia. El tropo es un modo de hablar con viveza á la fantasía y al sentimiento, [Pg 101]haciendo más sensible, más pintoresca la idea abstracta, por medio de una imagen, de una comparación.

El objeto del lenguaje es expresar el interior: cuanto con mayor viveza y colorido, mejor logrará su objeto. Eso es el estilo: los modernos lo han afinado y además han ahondado más en su concepto, valiéndose de la ciencia. Tal es la sinestesia: la ciencia ó el arte, ó lo que queráis, de hallar el porqué de las figuras retóricas y de perfeccionarlas. «Sí, el racimo de las sensaciones, estrujado en la prensa del espíritu, da el vino fuerte de la expresión... El arte se ha completado haciéndose sintético, sinfónico»[10]. «Habiendo reunido y cotejado entre sí nuestras sensaciones, el campo doctrinal se ha dilatado. Pues en la escala infinita de los movimientos vibratorios, sólo algunas modalidades son materia. Podemos extenderlas, no contentándonos con los siete colores del espectro, con los siete grados del diatonismo... Hemos hecho que los rayos ultra-violeta nos revelasen nuevas gamas: pasemos más allá y nos veremos anegados en un nuevo mar de ondulaciones desconocidas, cuyos ritmos serán nuevos alicientes del arte y del placer estético».


[Pg 102]

Como escribo para españoles, que generalmente no están al cabo de lo que se escribe por allá afuera, voy á detenerme un poco más en la audición coloreada, aplicada por los simbolistas á la literatura. Nada de nuevo diré para los que leen libros franceses de filosofía y arte.

El hecho es innegable, la audición coloreada se da en todos los individuos en mayor ó menor grado, y se da en toda la humanidad; pero al tratar de hallar el porqué del fenómeno, los autores se dividen. Unos se lo preguntan á la Psicología, otros á la Fisiología. Es una pura asociación de ideas, dicen aquéllos; engranaje de los centros, comunicaciones ó irradiaciones intercéntricas, responden los otros. Lo que sí engranan son ambas teorías. La asociación de ideas ó de imágenes no puede explicarse sin ese engranaje de centros y comunicación intercéntrica. Por lejanas y disparatadas que estén entre sí dos imágenes, la una visual, la otra auditiva, no pueden menos de despertarse y llamarse mutuamente las unas á las otras, cuando coinciden en algún punto que se refiere á los movimientos internos, es decir, cuando son corrientes que tienen que cruzarse por necesidad á causa de los puntos comunes afectivos en que convienen. Pero dejando estas filosofías abstrusas de la cerebración, vengamos á los hechos.

La boca es una cavidad, que podemos ir[Pg 103] estrechando ó ensanchando más ó menos. Alargándola lo más posible y echando los labios hacia adelante, toma la forma de una botella: es una caja de resonancia honda, que produce la vocal más oscura u. Por el contrario, estrechándola lo más posible, de manera que se forme un delgado tubo entre la lengua y el paladar, la caja de resonancia es estrecha y produce el sonido más delgado y claro i.

Entre estas dos conformaciones extremas están las que producen las demás vocales, en este orden, que es el que se encierra en el mieaou del gato, cuando va abriendo cada vez más la boca: i e a o u.

Si hablamos metiendo la cabeza en una tinaja, la caja de resonancia es mayor y mayor la masa vibrante, y por consiguiente la voz es más oscura. Otro tanto sucede cuando voceamos en una caverna. El timbre de la voz es entonces del mismo timbre que el de la vocal u. Pero poniendo junto á la boca un tubo estrecho, la voz saldrá aguda, del timbre de la i. Las vocales son diversos timbres que una misma voz formada en la laringe toma en la boca, según se conforme su cavidad, mudándose, por consiguiente, la caja de resonancia. Tal es la razón fisiológica de la coloración de las vocales.

La razón física hay que buscarla en la naturaleza de las mismas.

[Pg 104]

En mi obra Los Gérmenes del Lenguaje he tratado de demostrar que el timbre nasal expresa la quietud, el ningún movimiento, el Nirwana de las voces del habla. Es el único, efectivamente, que resulta del reflejarse y volverse atrás el aliento espirado por encontrar cerradas las puertas. Vuelto atrás da en el velum pendulum ó galillo, y rechazado se vuelve adelante, reflejándose cien veces en la cavidad cerrada, como pelota que resurte de pared en pared. Siendo el conducto nasal el único que da alguna salida á ese vaivén de la onda sonora, por él resuena como por una chimenea. Es lo que acontece en una caverna sin salida, que la voz se refleja cien veces, resultando un timbre oscuro y triste. Por eso la n es la nota de la negación, y la de lugar en donde en muchísimas lenguas, y la del yo, cuya idea es la de la reflexión: nosotros no damos en ello.

¿Quiere el poeta simbolizar en sus versos la dejadez, la pereza, la galbana del estado físico y anémico del que acaba de despertar? Óigase á Maeterlinck en su piececilla Ennui: todos son sonidos nasales y oes graves y pesadas.

«Les paons nonchalants, les paons blancs ont fui,
Les paons blancs ont fui l’ennui du réveil;
Je vois les paons blancs, les paons d’aujourd’hui,
Les paons en allés pendant mon sommeil,
Les paons nonchalants les paons d’aujourd’hui,
[Pg 105] Atteindre indolents l’étang sans soleil,
J’entends les paons blancs, les paons de l’ennui,
Attendre indolents les temps sans soleil».

Todos los elementos concurren á simbolizar en esta estrofa el fastidio, el aburrimiento: la elección de una alimaña tan fastidiosa y tarda en sus movimientos como el pavón, el empleo de palabras largas y pesadas, la repetición de los nombres, de versos enteros, la insistencia y repetición de la misma idea. Pero sobre todo esas oes con n en sílaba acentuada, esos paons, que caen y vuelven á caer con el movimiento grave y enojoso de un péndulo. Es la ecolalia del enfermo aquel alemán, que decía y repetía palabras incoherentes en an:

Man kann dann ran Mann wann Clan Bann Schwan Hahn.

Y seguiría así dándole que le darás, como la onda sonora en el fondo de la boca al resonar n, que va y viene, viene y va, y cuya traducción pudiera ser aquel:

«Yo sé, yo sé, yo sé una habanera
que le da, que le da, que le da la lata á cualquiera».

Estribillo que se repite, hasta que el oyente queda prácticamente convencido de que realmente le han dado la lata la habanera y el que se la cantaba.

Augusto Lemaître en su Audition colorée et phénomènes connexes observés chez des écoliers trata largamente de los experimentos hechos por él mismo en niños de[Pg 106] doce á catorce años en el colegio de Génova en 1900. Por la tabla de los colores, en la que resume los experimentos, se ve que ninguna vocal tiene el color violado, que a es lo más ordinariamente roja ó blanca, que é es amarilla, i blanca (más raras veces roja), o negra, u verde, pero tan á menudo negra, amarilla ó azul. Las preferencias generales concuerdan con las aducidas por Flournoy[11]; sólo hay divergencia en la o, que ordinariamente es roja ó amarilla en las preguntas de Claparède, y que Lemaître halla resueltamente como negra. He tratado despacio de este asunto en la Embriogenia del lenguaje, y no me detendré más en él.

Rojos son los instrumentos de cobre para Stuart Merril, no sé si por su color material ó por lo desgarrador de su estridencia. Por lo menos en sus Gammes se lee:

«Que les Espérances écloses
Clament au cœur des clairons roux
Dans l’Azur des apothéoses:
Gloire aux amants fervents et doux!».

Y nótese que el sonido silbante en que terminan estos versos expresa el salir y cortar, como sale el aliento cortado por los dientes.

Más sinestésico anduvo Pierre Richard hasta en el título de su

Tuba mirum spargens sonum,

[Pg 107]

que encabeza la descripción del Occidente, ardiendo en rojas llamas.

La silbante se encarga también aquí del trompeteo en las sílabas del golpe rítmico:

«Les Cuivres du couchant sonnent un long appel.
Et le métal en feu ruisselant sur le ciel
Couvre de ses clameurs les chansons éphémères
Du Rêve...
Ainsi que le buccin de l’Archange implacable
Évoquera les morts au dernier Jugement,
L’Angoisse, dans les cœurs, s’éveille, impitoyable
Aux sinistres fanfarres du soir coruscant...».

Las sensaciones auditivas despiertan en nuestra fantasía hasta formas geométricas. Bleuhler y Lehman han reconocido que los tonos elevados hacen fantasear á veces una serie de ángulos agudos; los graves, ángulos más obtusos, y hasta arcos de círculo. ¿Es un soñar despierto? Ni mucho menos. Los sonidos se encargan ellos mismos de demostrárnoslo pintando esos ángulos. Las llamas manométricas de Kœnig toman toda especie de figuras, según sean los sonidos que las originan. Las vocales más agudas en su nota característica y más abundantes en armónicos, la i por ejemplo, dan una llama más angulosa y aguda que las vocales graves como la u. «Un canto lento, desolado subía, el De profundis. Haces de voces rehilaban por las bóvedas, se fundían con los sonidos casi verdes de las armónicas, con[Pg 108] los timbres punzantes de los cristales que estallaban. Apoyadas sobre el bramido continuo del órgano, recostadas en los bajos, tan huecos que parecían haberse bajado dentro de sí mismos como en un soterraño, brincaban saltando sobre el versículo.

Y tras una pausa, el órgano, acompañado de dos contrabajos, mugía arrastrando en su tornado las voces, los barítonos, los tenores y los bajos, y sin embargo, la vibrante voz de los sopranos agujereaba y pasaba al través de la tromba, como una flecha de cristal. Y al terminar el salmo, las voces infantiles se desgarraban en un gemido doliente de seda, en un quejido afilado, que temblaba sobre la palabra eis, la cual quedaba colgada del vacío... Estas voces claras y aceradas introducían en las nieblas del canto, claridades del alba...»[12].

Las líneas, las superficies, los espacios juegan en toda esta descripción, pero juegan en toda la expresión del lenguaje. Todo él se reduce á expresar las diversas relaciones espaciales[13].

He hecho hincapié en la audición coloreada de las consonantes, porque los psicólogos sólo han tocado la de las vocales, por ser de timbre más despejado, menos borroso al parecer. Sin embargo, las consonantes y [Pg 109]los demás ruidos tienen tal vez un timbre más delicado y menos chillón, por ser cabalmente más ruidoso y esquinudo. Sólo que, como dice Remy de Gourmont, «la palabra tiene una forma determinada por las consonantes, un perfume, bien que difícil de percibir por lo grosero de nuestra fantasía». En una buena charanga ú orquesta, el estruendo de los instrumentos acompañadores, bombo y platillos, contrabajo, etc., no deben oscurecer la melodía, ni el acompañamiento sinfónico que suena entre ella y los ruidos bajos: debe ser como un zumbido que crece ó descrece, pero que forma como una atmósfera fónica que rodea y como fondo de un cuadro que da unidad y base al todo.

[Pg 110]

NOTAS:

[9] J. K. Huysmans, A Rebours, p. 63.

[10] Saint-Pol-Roux. Mercure de France, XLII, p. 90.

[11] Synopsies, p. 67.

[12] En Route. Stock, 1899, p. 5-15.

[13] Cejador.Gérmenes del Lenguaje.

[Pg 111]

p111ilo

La ironía y el gracejo en los refranes

Dicen que los refranes encierran la sabiduría popular. La hay, cierto, á vueltas de no poca gramática parda y de mayor inspiración poética. No hay regla de retórica que no pudiera confirmarse con un buen montón de refranes. Pero lo que me parece más importante es buscar en ellos el ingenio nacional, que se retrata en las maneras graciosas de formular la sentencia. La flor y nata es la ironía, en sus variados matices. No es del caso hacer aquí un tratado de ella; baste recordar que consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar á entender, por manera que la forma contradiga al fondo, quedando éste por lo mismo tanto más clavado en las mientes cuanto más entra en ellas por el choque y chispazo debido al contraste. Brilla así más la doctrina y queda más hondamente[Pg 112] impresa. Además, no sé qué de encanto tiene para el hombre el mentir, que, ya que no mintamos por el fondo, nos contenta mentir á lo menos por la forma. Ello es que la ironía es la única mentira provechosa y la flor más delicada y olorosa del ingenio. Y esta flor es variadísima y rica en matices; el caso es que tenga alguna pinta de ingeniosa mentira. En tiempo y lugar, el perder es ganar, dice un refrán de singular consejo. Paradoja hay entre el perder y el ganar, y mentira parece que gane el que pierde. Pero ahondad un poco, y hallaréis que el dar tiempo al tiempo, perdiéndolo al parecer, es ganar, y no sólo cualquier empresa, sino hasta ganar tiempo. Dígalo si no la tortuga, que se fué paso tras paso, y llegó antes que el caballo, el cual perdió el tiempo con quererlo aprovechar harto de corrida. Cede el lugar al superior, humíllate, y pronto te verás ensalzado, ganando puesto y lugar con lo que parece lo perdías.

En todo hay bellaquería, si no es en la ropería, dice otro. ¡Cómo!, ¿que no lo hay en la ropería? Porque allí no hay simple bellaquería, sino grandísima bellaquería, en grado superlativo. Mientras discurres, el refrán te va entrando más y más, y cuando caes en ello, ves que el contraste entre la forma y la idea te dice que no es como las demás la bellaquería de los roperos, sino de grado especial, al punto de que esa bellaquería[Pg 113] ordinaria no existe realmente entre ellos.

En todo se mete Peralvillos, como el agua en los cestillos.—No es que se meta, sino que con la misma facilidad con que se mete se sale, como el agua que se echa en cesto. Á no ser así, allí dentro se quedaría; y entonces, ¿cómo se podría ir á meter en otro asunto?

En muriéndome yo, todo se acaba.—Valiente pata de gallo, está uno por decir; á no ser que salte y diga: te acabarás tú, que los demás... Y con todo, ni aquello es verdad, ni estotro; y ni es pata de gallo ó simpleza de vara y media, sino gravísima cordura; ni es cierto que se acabará el que lo dice, y no los demás, porque para él todo se acabó, y él de sí habla, no del Papa Marcelo II, de quien nada sabe ni le importa una higa. Salgamos de tan hondas filosofías, que á fe nos habían de anegar á poco que en ellas nos detuviéramos. No hay verdad más colosal que la de ese refrancillo, vestido de bobo.

En Hornachos, todos los asnos son machos.—Tiene gracia la perogrullada. Eso quiso el refrán ó el pueblo que lo inventó: que os cayera en gracia. Pero guardaos, no haya más en la aldehuela, que suena. No sea algún chalán, que os capee con esa gracia para atraeros y vender su mercancía. Y así es la verdad, que los asnos de Hornachos son ó eran antes, que yo no los conozco, pero[Pg 114] me consta que fueron tamaños como machos ó mulos. El equívoco tiene de la ironía no menos que de la paradoja, puesto que una cosa dicen á la vista y otra tienen en el anverso, y la gracia está en que, engolosinados con la mentira, busquéis con mayor afán la verdad, volviendo la moneda, que ese manosearla os la dará mejor á conocer y os hará que menos la olvidéis.

Y ya que por machos va, vaya aquel otro: En efecto, que el Rey era macho.—¿No lo entendéis? Decidlo ante un corro, después que Fulano haya mostrado su crasa y supina ignorancia en cualquier materia, y á buen seguro que lo entiendan todos y vos con ellos.

Soñaba Gil, el ciego, que veía, y soñaba lo que quería.—Gracia tiene en el ciego Gil ó en el ciego Menga; pero más gracia tiene, por lo menos más risa da, en Perico el de los Palotes, que se despepita por servir á Don Espera-un-rato hasta echársele por los suelos, ó se quema las cejas á caza de consonantes en el Diccionario de los ídem, creyendo muy á pie juntillas que con eso va á subir á la cima del Parnaso, ó... ó... Añadid aquí, que tela hay cortada para cualquier parroquiano del barrio de la Quimera.

Enderezaos, Lucía, que váis torcida.—Este refrán no tiene hoy aplicación con las señoritas, por estar de moda el ir sobrado[Pg 115] de tiesas y erguidas, bien sacados el polisón para atrás y los pechos adelante, porque no todo sea figurín pasado con un asador.

Envaine vuestra merced, que bien lo ha hecho.—Podéis decirlo á muchos militares, no después que hayan dejado de un guantazo roja como un tomate la cara del pobre quinto que se salió de la fila ó trabucó el paso, sino cuando los sintáis á las espaldas por el olor á perfumes, en lo que (en Dios y en mi ánima que no miento) vencen á las damas más emperejiladas. Bien podéis decirles aquel otro: En cueros y con sombrero y guantes y pañizuelo.

Entendió que pescaba bogas.—Tal vez se dijo por el que, llamados sus compañeros á cabo de gran esperanza y regocijo, sacó á la ribera el cadáver de todo un señor asno. Pero más vale dejarnos de glosas y saborear la ironía en los mismos refranes.

Entre bobos anda el juego, y eran todos fulleros.—La segunda parte en éste y sus semejantes suele naturalmente omitirse.

Entre gavilla y gavilla, hambre amarilla.—Paradoja que queda deshecha al advertir que se trata de la mengua que sienten los labradores entre la siega de la cebada y la del trigo, por haberse acabado el repuesto del año anterior.

Entre col y col, lechuga.—Así plantan los hortelanos; dícese del tomar algún alivio entre el trabajo.

[Pg 116]

Es moza de buen recaudo, que antes que salga se manca en el establo.

Es hablar adefesios.—Á quien no entiende, ó lo que es lo mismo, cosas disparatadas, que lo son para ese tal: como cuando San Pablo escribió ad Ephesios á los de Éfeso, que no le atendían por estar apasionados con su famoso templo de Diana.

Eso y nada lleváoslo en la halda.—Todo eso no vale nada.

El mur (ratón) no cabía en el horado (agujero), y atóse una maza al rabo.

El muleto siempre parece asno, quier en la oreja, quier en el rabo.

El rosario al cuello, y el diablo en el cuerpo.—De los devotos farisaicos.

El hato de la liebre.—Para decir que no tiene más que lo puesto.

El harto de ayuno no tiene duelo ninguno.

El herrero de Arganda, que á puras martilladas olvidó el oficio.

El hijo de la cabra siempre ha de ser cabrito.—El natural tiene que aparecer en cada uno: El hijo del asno dos veces rebuzna; El hijo del gato mata al rato; ó El hijo de la gata, ratones mata; ó El hijo de la cabra, de una hora á otra bala.

En aldeas, pon la capa do la veas.—No te la espulguen.

En Aracena, quien no tiene pan no cena.—Y fuera de Aracena tres cuartos de lo[Pg 117] mismo; como En Atienza, cada uno de sí piensa; y En el andar y el meneo, luego vi que era de Toledo, porque en todas partes En el andar y en el vestir, serás juzgado entre mil. Lo mismo: En la tierra de Matadura, quien no trabaja no manduca.

En eso estaba pensando.—Ironía con que niega uno lo que le piden.

En la mula de San Francisco.—Cuando uno camina á pie.

En Cantillana, el que madruga se levanta de mañana.

¿En qué mes cae Santa María de Agosto?—Á los simples; como ¿La mujer del quesero que será?

El polluelo del labrador y el bizcocho de la monja traen costa.—Dan poco para que les den mucho; ó El mensajero de Villamelera, lo que trae en el papo lo lleva.

El primer año, doctor; el segundo, licenciado; el tercero, bachiller; el cuarto, estudiante; el quinto, ignorante que comienza y quiere saber.—Atrás como el cangrejo es este progreso, aplicable de lleno á los estudiantes del día, gracias á los excelentes planes de enseñanza que nos desasnan.

El tal por tal debe ser igual, como el tanto por tanto, que es otro tanto.—Aclárase por el otro: El tal por tal es bueno, si es tanto, como tanto por tanto.

El tejedor del villar huelga toda la semana, y el domingo quiere trabajar.

[Pg 118]

El tiempo lo cura todo, ó lo pone del lodo; ó El tiempo aclara las cosas y el tiempo las oscurece.—Contra los que fían demasiado del tiempo diciendo: El tiempo cura las cosas; ó El tiempo y yo, para otros dos, como repetía Felipe II. Lo mismo: El tiempo todo lo trae y todo se lo lleva.

El toro se lo rompa.—Al que trae vestido nuevo, con ironía.

El villano y el nogal, á palos dan lo que dan.

El mejor lance de los dados es no jugarlos; ó El mejor nadar es guardar la ropa.

El mejor pienso del caballo es el ojo del amo; y con la cebada que le sobra, fregarle la cola; ó El pienso mejor es el ojo del señor.

El mozo bueno, bueno es; de tres torreznos, dadle los dos, y el mandado hacéoslo vos.

El buen estudiante, harto de sueño y muerto de hambre.—Se supone no de estudiar, sino de andar á picos pardos y ser gastador.

El buen hombre al sol se seque.—Ironía y maldición.

El buen vino ha de ser añejo, y ha de tener buen olor, y buen color, y buen gusto, y mal dejo.—Mala gana de dejarlo de la boca; esperábase buen dejo.

El caso es que me caso, y no hay más caso.—Linda repetición.

[Pg 119]

El caballo del rey cayó á mi puerta, y en mi portal la haca de la reina.—De los que se jactan de vanos favores de los mayores.

El que las sabe, las tañe; y eran campanas.

El que no tiene casa de suyo, vecino es de todo el mundo.

El convite del cordobés: ya habréis almorzado, no querréis comer.—Pasan por tacaños los cordobeses: no lo sé por experiencia. Las gentes maliciosas siempre achacan á otros las cosas. Así otros dicen de los toledanos: El convite del toledano: bebiérades, si hubiéredes almorzado.

El papagayo tiene cuartanas, porque no le dan almendras confitadas.—Contra regalones.

El pensar no es saber.—Del que menudea el pensé que; y le dicen: penseque, asneque, burreque.

El pobre que pide pan, carne toma si se lo dan.

El potro de Merlín, cada día más ruín.

Él se sabe su canción con dos guiaderas.—Del doblado.

El ser señor no es saber; más eslo el saberlo ser.—Sentencia bien torneada.

El secreto de Anchuelo, que lo decía dando voces; ó secreto á voces.

El sastre que no hurta no es rico por la aguja.—Todos son sisadores.

[Pg 120]

El día de hoy no hay de quién fiar.—Como Hoy no se fía aquí, mañana sí; y El día de mañana no le vimos.

El dormir no quiere prisa, ni la prisa quiere dormir.

El dolor de cabeza es mío, y las vacas son nuestras.—El trabajo, para el particular; y el provecho que de él se saca, para la comunidad.

El fraile predicaba que no se debe hurtar, y él tenía en el capillo el ansar.

El gaitero de Arganda, que le dan uno por que comience y diez por que lo deje.—Tan bien lo hace. Ó El gaitero de Bujalance, un maravedí por que tanga y diez por que acabe.

El barato de Juan del Carpio.—Aporreó á su mujer, pidiéndole barato, y al revés: El barato de Cordovilla.—Que alumbró toda la noche á los jugadores por el barato, y ellos le dieron con el candelero en la cabeza.

El bobo de Coria, que empreñó á su madre y hermanas, y preguntaba si era pecado.

El buen escribano, primero el borrón que la pluma en la mano.

Años no me lleves, que meses los que quisieres.—Es pedir que no le den de comer, pero que le hinchan el pancho.

Ea, caballeros, que entre señores no ha de haber pesadumbres; y eran tejedores.

¿Heredástelo ó ganástelo?—Que lo heredado[Pg 121] se gasta con menos duelo que lo ganado por sí mismo.

El aliño de Pedro Fernández, que vino el jueves y fuése el martes.—Fuése dos días antes de venir.

El alfayate de la encrucijada, que ponía el hilo de su casa; ó El sastre del campillo, que cosía de balde y ponía el hilo; ó del cantillo, como dicen otros; ó El alfayate del castillo, que hacía la costura de balde y ponía el hilo.—Este refrán, del cual conozco hasta diez variantes, dícese del que pide gollerías.

El sastre de Ciguñuela, que pone la costa y hace de balde la obra. El sastre de Peralvillo, que hacía la costura de balde y ponía el hilo. El sastre de Piedras Albas, que ponía el hilo de su casa. El sastre del cantillo, que cosía de balde y ponía el hilo.

El abad de la Magdalena, si bien come, mejor cena.—Adversativa en la forma, que refuerza más que si fuera copulativa; como El asno chiquillo, siempre borriquillo, donde se esperaba algo que saliera en su favor.

El abad de Bamba, lo que no puede comer dalo por su alma.

El invierno en Burgos, y el verano en Sevilla.—Esperábase todo lo contrario; pero es que tienen comodidad las viviendas en cada lugar para estos tiempos. Atribuyen el dicho á Isabel la Católica.

[Pg 122]

El olivar de Lope de Rueda.—Alusión á las olivas del olivar que sólo tenían en esperanza. Como Hijo no tenemos y nombre le ponemos; y No asamos y ya empringamos.

El olivar, hacerte ha bien, si le haces mal.—Requiere atocharle y cortarle las ramas viejas para renovarse y varearle al coger la aceituna.

El hombre desgraciado, en la cama se despalda.—¡Ya es tener mala suerte!

El oficio del gato: matar el rato.—Al ratón. De los que no dejan sus mañas; lo mismo que: El oficio del perezoso.

El lobo harto de carne métese fraile.—Dícese del que, harto y regalado, trata de la estrechez que deben guardar los religiosos, estando él tan lejos de imitarles como el lobo. Y aplícase á otras cosas, conforme al otro refrán: Médico, cúrate á tí mismo.

El lunes á la Parla, el martes á Paliza, el miércoles á Puño en rostro, el jueves á Cocea, el viernes á la Greña, el sábado Cierne y masa, el domingo descansa.—De las vecinas del barrio, que por parlar y holgar, sus maridos las castigan á puñete, palo y coz, etc.

El lunes mojo, el martes lavo, el miércoles cuelo, el jueves saco, el viernes cierno, el sábado maso; el domingo, que yo hilaría, todos me dicen que no es día.—De los perezosos y para poco, que todo se les va en preparativos y aun en propósitos.

[Pg 123]

El sabio de Almudévar, Pedro Zaputo.—Por ironía del necio; como El santo macarro jugando al abejón.

Él se sabe su salmo.—Del astuto.

Aquélla es mi nuera, la de los pabilones en la rueca; y aquélla es mi hija, la que bonito hila.—De los que alaban sus agujetas.

Aquí es donde se daban los frailes de capillazos por falta de piedras.—Ironía para decir que hay allí muchos guijarros.

Aquí estáis vos, y la horca vacía.—Hablando de un bellaco.

Aquí cómense las capas.—Dícese donde hay aire frío y no se puede parar. Metáfora con ironía de los que venden las capas con necesidad para comer y dicen es para que no se coman de polilla.

Aquí venden ropa.—De lugar airoso y frío.

Apagar el fuego con aceite.—En vez de remediar la cosa, la enconan y encienden más.

El maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela; ó Aprendiz de Portugal: no sabe coser y quiere cortar.

Ave por ave, el carnero si volase.—Así al carnero, cabrito, etc., llamaba el ventero de la segunda parte del Quijote (c. 59) aves de la tierra, en oposición á las pajaricas del aire.

Amigo por amigo, mi pan y mi vino.—Como Ave de tuyo.

[Pg 124]

Arremangóse pereza, y echó fuego á la leña.

Arriba, caudal; y jugaba las hormas.

Arrópate, que sudas.—Al que de poco se cansa.

Achaques al jueves, para no ayunar el viernes.

Ande la recua, que ya está cargada.—Á los corcovados.

Antes de mil años, todos seremos calvos.—De lo muy lejano.

Asienta, escribano, que una blanca me debe fulano.—Es el testamento del gallego, entre cuyos capítulos era uno: «que dejo á mi hermano un olivar, que no tiene olivos ni dónde plantar»; otro: «una camisa, que no tiene faldas, pechera ni mangas».

Aciértalo tú, que yo lo diré.

¿Adónde pondremos este santo?—Del que se regala y se estima en mucho.

Adivino de Salamanca, que no tiene dinero quien no tiene blanca.—Como la ciencia de Pero Grullo, que á la mano cerrada llamaba puño.

Adelante los de Cascante, siete con tres orejas y las dos lleva el asno.—Por la cuenta, entre todos no había más que una oreja. Motéjalos de ladrones desorejados.

Agua, agua, que se quema la fragua.

Agua lo dió, y agua lo llevó.—Del tabernero, á quien el agua le inundó la bodega.

[Pg 125]

Agudo como punta de colchón, ó de majadero.—Contra el rudo y romo.

Agradecédmelo, vecinas, que echo salvado á mis gallinas.—Contra los que quieren se les agradezca lo que interesadamente emprenden.

Más acá hay posada.—Sofrenada al que se alarga en mentir y encarecer, como Baja acá, Marica, ó Baja acá, gallo, que estás encaramado.

Alabaos, nariguda.—Como Alábate, burro, que te crece el rabo; y Alábate, cesto, que venderte quiero; ó Alábate, polla, que un huevo has puesto, y ese huero.

Alegraos, perros, que ya podan.—Á las esperanzas largas.

Algarabía de allende, que el que la habla no la entiende.—De aplicación continua en estos tiempos de ignorancia española, en que somos tantos los intelectuales.

Algo ajeno no hace heredero.

Algún ciego me quisiera ver.—¡Y tanto!

Albricias, padre, que el obispo es chantre.—Del que se alegra neciamente, cuando debiera llorar.

Alquimista certero, del hierro pensó hacer oro, é hizo del oro hierro.

Al revés me la vestí, mas ándese así.—Contra flojos y desaliñados, y los que no enmiendan sus defectos.

Así medre mi suegro, como la rama tras el fuego.

[Pg 126]

Ángel patudo, que quiso volar y no pudo.

Anda, mozo, anda, de Burgos á Aranda; que de Aranda á Extremadura, yo te llevaré en mi mula.—Pasado el puente de Aranda ya se está en Extremadura, como lo dice este nombre, extremun Duriæ, extremo del río Duero, el río de Aranda.

Andar á caza con hurón muerto.

¿Hay más pan que rebane este fraile?—Del gorrón.

Ahí me las den todas.—En otro, donde no duele.

Ayuna, como el cuervo en el arado y la gallina en casa.

¿Ayunáis, gallego?Sí, á pesar de o demo.

Ayúdame aquí, don Estorba.

Ahora te lloraré, abuelo, después de un año muerto.

Aramos, dijo la mosca, y estaba en el cuerno del buey.—Á los que no siendo nada dan á entender que son mucho, y no teniendo parte en las cosas se venden como principales en ellas.

Al ojo con el codo.—Del restregarse los ojos, que ha de ser con el codo, lo cual es imposible: por no decir que jamás se ha de restregar. Es como lo otro de que sólo conviene tomar el sol los meses que no tienen r, que son los calurosos, cuando nadie lo apetece.

Al diablo que no vi, beso que le di.—Ironía[Pg 127] de lo que nunca vió y desprecio de lo que no se conoce.

Al fiar, vista, dulcedo; al pagar, á tí suspiramos.

Al que te quiere comer, almuérzale primero.

Al que te quiere mal, cómele el pan; y al que bien, también.—Es decir, que hay cosas que parecen mangas; vueltas del revés, mangas otra vez.

Á asno lerdo, modorro arriero; ó Á asno tocho, arriero tonto; ó Á asno tonto, arriero modorro.—El sentido es que á uno mal inclinado ó que necesita de corrección hásele de dar quien pueda enderezarle. Y con todo eso, en vez de darle un buen maestro ó guía que carezca de las malas mañas del discípulo, dice que le den otro que sea horma de su zapato y tan avieso como él. Además de estas tres variantes, se dijo poniendo recuero por arriero.

Á Aznaga por aceite, y á la Granja por naranja.—Es como pedir peras al olmo y cinco pies al gato, pues en tales lugares no se dan esos frutos.

Á ese paso, llevaos mi mula; ó Á ese precio vendimiado es lo mollar; ó Para eso no necesitábamos alforjas.—En vez de es demasiado caro lo que pedís, se le da encima la mula. Sin ironía dijo Jesucristo que al que le quiten la capa le den el sayo también.

Á esotra puerta, que ésta no se abre.—No[Pg 128] es despedir á uno, como parece á primera vista. Dícese cuando no responde un sordo ú otros, y en vez de decir ¿qué queréis?, hablando uno por el desatento, dice: no oigo.

Á escudero pobre, carbón de cañuto.—El carbón de cañuto se gasta mucho y dura poco, y el escudero pobre había menester lo contrario, lo que dice el otro refrán: Á escudero pobre, taza de plata y cántaro de cobre, por que le dure.

¿Á cómo vale el quintal de hierro? Dadme una aguja.—Contra los que para comprar una nonada se informan y preguntan á cómo vale la arroba.

Aquí del ¡eche usted jierro! ¡quite usted jierro!

Á propósito, Dr. Jarro.—Al gorrón borracho, y puede servirle de comentario el siguiente sucedido, que no cuento, y fué en Tudela. Merendaban en el campo unas costillas, y vieron venir hacia ellos un conocido gorrón.—Cuidado con convidarle.—Llega, nota que no le invitan, y á propósito de haberle preguntado que qué le hizo á fulano el otro día cuando le faltó en la taberna, y respondiendo él que ¿qué le podía hacer? Paciencia—repone uno de los de la merienda:—Haberle roto las costillas.—Tómale la palabra el de gorra, y sentándose muy frescamente, dice: ¡Pa no hacer disprecio...!. Y dió en las costillas con tan fiero[Pg 129] y hambriento diente, que hubieron de apretar los otros los suyos para que no les dejase en ayunas, y sus propias costillas por no descostillarse de risa.

Y á propósito también de equívocos, no es malo el siguiente refrán con su comento de un grave autor antiguo, de principios del siglo XVII. «Á teatino, ni el dedo menino». (Que no se les ha de dar entrada ni en muy mínima cosa, porque no se alcen con todo; ya es notorio á quiénes llaman teatinos en Castilla. Dícelo aquel jeroglífico «pues que nadie te atina, yo te atino, dinero mío»).

Á tí lo digo, hijuela; entiéndelo, mi nuera.

Á tu tía.—Despidiendo, que se vaya con Dios. O como dice otro: Á Tuta, que es lugar de limosnas, ó á Tetuán. Despide y burla del que pide lo que le quieren dar, remitiéndole adonde no halle bien ninguno. Tuta, lugar imaginario, y tu-tía por el sonsonete: equivalen á pedir; tute y tus-tus explican la etimología del tu-ta, tu-s, tu=to, llamar á uno y pedir en éuskera.

Á vísperas dan paz.—Por lo que es fuera de sazón, pues la paz se da en la misa y no en las vísperas.

Á maravedí el palmo.—Dícese en lo que á uno no le va ni le viene, ni maldito lo que le importa en lo que se entremete.

Á más priesa, más vagar.—Paradoja bien clara en Vísteme despacio, que estoy de prisa.

[Pg 130]

Á mí que no pido.—Cuando se reparte algo, los muchachos todos piden y son importunos; el que no lo es, tomando su modestia por derecho, dice el refrán. Otros muchos, por no parecer muchachos, dícenlo para su capote. Á todos alcanza el dicho.

¡Ay, ay, ay!, que me quejo y no tengo mal.

Ahí es, junto á casa.—Ironía cuando está muy lejos aquello por que se pregunta.

Hay hombres bestias como ansares pardas.—Por no decir que hay pocos que no lo sean.

¡Ay qué trabajo, vecina; el ciervo muda el penacho cada año, y vuestro marido cada día!—Pulla manifiesta.

Á ésta no la toco, á ésta no la toco.—Del que finge no querer y se lo está comiendo con los ojos, y así otros añaden: y todas se las comió. Suele pasar á los niños bien criados, á quienes se les enseña á rehusar cortesmente en sociedad cuando se les ofrece algo. Sólo que después resulta que si el ofrecimiento es sincero y acaba por aceptar, como debe hacerlo, no deja ni las raspas y muestra su mala crianza, en lo que quiso mostrarla demasiado esmerada. Otra variante: Á éste le dió, á éste no le dió, y todos se los comió.

¡Á ellos!, ¡á ellos!; é iban huyendo.—Entiéndese que lo decían los que huían.

¡Á ellos, padre! Vos á las berzas, y yo á la carne: y si os sentís agraviado, vos á las[Pg 131] berzas, y yo al jarro.—Es la figura retórica aprosdoqueton, que denota lo que no se esperaba; se espera una cosa y dispara en otra irónicamente. Como decimos: el que parte, bien reparte; bien para sí, por supuesto.

Á la sierra, ni dueña ni cigüeña.—Modo de decir que las dueñas se meten en todo, pues se las encuentra hasta en despoblado, aunque el dicho diga de hecho lo contrario.

Á la dicha que habéis, padre, ahorcado habéis de morir.—Otro aprosdoqueton. Dicha vale buena y mala ventura, como suerte y casualidad, y aunque de suyo díjose de la buena, por el irónico modo de hablar tomó también el valor opuesto, como sucede en otros vocablos, por antítesis, como dicen. Por ejemplo, en el Quijote (I, c. 40): «si á dicha se pierden, ó los cautivan, sacan sus firmas»: es decir, si por mala suerte.

Á la boda de Don García, lleva pan en la capilla.—Es paradoja, pues en las bodas suele haber abundancia; pero enseña que nadie se fíe en hacienda y provisión ajena, por rico que sea el otro y favorecedor que se presente.

Á la boda del herrero, cada cual con su dinero.—También parece paradoja; como todos han menester de él en los pueblos chicos, van en su boda á ofrecerle, en vez de comer á su costa.

[Pg 132]

Á la boda del horno, perdió Mariquita el bollo.—Paradoja clara, y la sentencia bien se clarea tras la metáfora.

Á la borracha, pasas.—Lo que ella quisiera fuera vino: dénselo en pasas.

Á la borrica arrodillada doblar la carga.—En vez de aliviársela; como al que no quiere taza, taza y media.

Á la buena, júntate con ella, y á la mala, ponla la almohada.—No por darle gusto, sino porque haga sus visitas de puro cumplido y se parta cuanto antes.

Á la vieja que no puede andar, meterla en el arenal.—Desayudarla; en vez de sacarla del atolladero, meterla en otro peor.

Á la mosca, que es verano.—Dícenlo por los que se van libres de amo.

Á la muerte no hay remedio cuando venga sino tender la pierna.—Dejarse morir, que es remedio eficaz para salir del paso.

Á la mula con halago, y al caballo con el palo.—Al revés te lo digo, para que me entiendas.

Á la mujer barbuda, de lejos me la saluda, con dos piedras, que no con una.

Á la mujer ventanera, tuércela el cuello si la quieres buena.—Buen remedio acabar con ella; pero no hay otro, porque es resabio sin remedio.

Á las veces más vale el vino que las heces.—Esperábase oir todo lo contrario; como lo barato es caro.

[Pg 133]

Á los de la facultad no llevamos dinero.—Así un albéitar á un médico que le pagaba la cura de su mula.

Á nadar anadinos, patos y patinos; entrad vos, patón, nadaréis mejor.—En vez de lo haréis peor.

No hay cosa mejor dicha que la que está por decir.—Paradoja, aconsejando el secreto y la discreción.

Á segar son idos tres con una hoz.—Suéltase el problema irónico: mientras uno siega holgaban los dos.

¡Ah, señor, por quien tú eres, no se acaben las mujeres!—En vez de decir: ojalá cargue con todas el diablo.

Á su tiempo viene lo que Dios envía y quiere; y Á su tiempo se cogen las uvas, cuando están maduras.—Esperábase más honda razón. Y es la explicación de Don Quijote á Sancho del por qué le dolían todas las espaldas, declarándoselo profundamente, que como el palo con que le molieron era largo y tendido, le dolía cuanto el palo le cogió, y «si más te cogiera más te doliera».

Á jueces galicianos, con los pies en las manos.—Á magistrados codiciosos ó gallegos, llevarles aves asidas por los pies con las manos.

Á Dios y á ventura dígola abutarda.—Siendo la guía, debiera saber el camino, y llama gobernador al desgobernador y[Pg 134] que no sabe de trazas ni lo que se pesca.

Á Dios y veámonos, y eran dos ciegos.—Como veamos, dijo el ciego, y nunca veía.

Á Dios, Benavente, que se parte el Conde; y salía un cocinero.—De la población llamada Benavente; como Á Dios, Madrid, que te quedas sin gente.

Á Dios, que pinta la uva.—los mozos que se despiden del amo, cuando más los había menester.

Á Dios, paredes, que me voy á ser santo; é iba á ser ventero.—Tan de buena conciencia como el que armó caballero á Don Quijote.

Á do te quieren mucho, no vayas á menudo.—Y no es ironía; para no cansar y hacer que te dejen de querer. Sentencia bien honda y práctica.

Á dos palabras, tres porradas.—Habla el necio dos palabras y son tres necedades.

Á falta de hombres buenos, hicieron á mi padre alcalde.—De quien el hijo no tenía muy buena opinión que digamos.

Á falta de caldo, buena es la carne.—Como á falta de pan, buenas son tortas; ó á falta de vaca, buenos son pollos con tocino.

Á bien te salgan, hijo, tus barraganadas.—Ironía contra los presuntuosos. Barraganadas son valentías; y prosigue: El toro estaba muerto, y hacíale alcocarras[Pg 135] con el capirote desde las ventanas, que hoy diríamos le quería capear desde la talanquera.

Á buey viejo, cencerro nuevo.—Cosas desproporcionadas, y en particular el que casa de viejo con mujer moza; ó á casas viejas, puertas nuevas.

Á buen santo lo encomendáis.—Á quien no tiene influencias, santo de poca cabida con Dios.

Á buen comer ó mal comer, tres veces beber: la primera pura, la segunda como Dios la crió en la uva, la tercera como sale de la cuba.—Siempre y en todo caso buen trago y de lo no bautizado.

Á buen tiempo hemos llegado.—Del tiempo trabajoso y del verse desdeñados.

Á buen viento está la parva.—Del descuidado é inepto.

Á buscarla ando, la mala de la rueca, y no la hallo.—Dicen que lo dice la perezosa, que carga á la rueca la culpa de su dejadez.

Á quien da y toma, nácele una corcova.—Los muchachos á los cicateros, mudando irónicamente el otro: Á quien da y toma, nácele una corona, que el dar le fué granjeo, porque el que siembra coge.

Á quien da no escoge; y dábanle de palos.

Ha comido cazuela.—Dícenle á uno que se pasea por no tener blanca.

Allá va la lengua, do duele la muela.—El[Pg 136] que mejor lo aplicaba fué el que lo decía á las vecinas del barrio, cuando hablaban mal de otras, pues acaece las más veces que lo que más critican es lo que más falta les hace, y esto aunque no sean vecinas del barrio. Y confírmalo el otro refrán: Allí perdió la dueña el honor, donde habló mal y oyó peor.—Porque Allí tiene la gallina los ojos, donde tiene los huevos y pollos.

Año de siete, ¡quién lo oyese y no lo viese!—Común y antigua creencia es que en las enfermedades el seteno día, y en la vida el año siete y todos sus múltiplos, son peligrosos. Aun en las frutas, cada año de siete no lo tienen por bueno los labradores, porque dicen que parece que descansa en él la tierra. Los hebreos no sembraban el año séptimo; pero era por el septenario de la creación con su descanso final, como en la semana, que terminaba en sábado ó descanso. El que quiera enterarse de las virtudes y daños del número siete lea lo que de Varron trae Aulo Gelio, en el capítulo 10 del libro 3.º de sus Noches áticas, donde, entre otras mil, trae esta misma supersticiosa creencia. «En los septenarios se verifican los que llaman climacteres los Caldeos, las crisis peligrosas de la vida del hombre y de su fortuna». Estos mismos datos y otros muchos de diversos autores recuerdo haber leído en el primero de los Diálogos que escribió en riquísimo castellano el P. Fray[Pg 137] Juan de Pineda sobre la Agricultura cristiana, libro raro, de lo mejor que se ha escrito en castellano, fuera de su desmesurada extensión, pues consta de dos tomos en folio; hállase en la Biblioteca Nacional.

[Pg 138]

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El imperfecto y el futuro de subjuntivo en el «Quijote»

Bajo esta denominación siguen estudiándose en nuestras gramáticas las tres formas verbales, ra, ría y se, amara, amaría y amase, para eterno baldón de nuestros arrestos científicos en achaque de lingüística. Ni amara ni amaría son imperfectos, ni amaría es subjuntivo, ni estos tres tiempos significan lo mismo, para que sigan unidos en feroz maridaje bajo una misma denominación. En ello convienen Bello y Benot, y todos los extranjeros. Dejemos por ahora la forma amaría, que es de indicativo, y estudiemos un poco las otras dos, y con ellas sus compuestos correspondientes hubiese amado y hubiera amado.

Las formas amase, hubiese amado, siempre son subordinadas de pasado, esté expreso ó tácito el verbo subordinante; y esto,[Pg 140] en todos los monumentos antiguos, antes del clasicismo y en el clasicismo, y hoy día; es decir, que es un imperfecto del subjuntivo ó, mejor dicho, del conjuntivo.

Proviene amase de ama-vi-ssem, que tenía el mismo empleo y valor. Conviene entender bien este empleo para no confundir este tiempo con amara, como se confunde hoy, y no se confundía en tiempo de Cervantes. Amase—repito—es siempre conjuntivo, es decir, subordinado de otro verbo con que expreso ó tácito, é indica tiempo pasado. Véanse estos ejemplos del Quijote, entre otros mil[14]: «Consideren lo mucho, que estuuo despierto por dar la luz de su obra con la menos sombra que pudiesse (I, 3, 13). Y sus historias ya que no las quemassen, merecian que a cada una se le echasse un sambenito, o alguna señal, en que fuesse conocida por infame (II, 6, 20). Y la bolsa de dinero, que le dio don Quixote, para lo que se ofreciesse (I, 7, 26). No estaua tan claro, que pudiesse echar de si rayos algunos (II, 8, 27). Y diziendo que que auia visto en ella, para no ponerla en el numero de las otras, que alargasse la satira, y la pusiesse en el ensanche, sino que mirasse para lo que auia nacido (II, 8, 27). Abraso el templo famoso de Diana... solo porque quedasse viuo [Pg 141]su nombre en los siglos venideros (II, 8, 28). Y el dia siguiente, sin acontecerles cosa, que de contar fuesse (II, 8, 30). Sin auer hablado antes a su señora, pidiendola fuesse seruida, de (I, 10, 32). Sin esperar son de trompeta ni otra señal que los auisasse (II, 14, 51). Sobre que medio se podria tomar, para reduzir a don Quixote, a que se estuuiesse en su casa quieto y sossegado, sin que le alborotassen sus mal buscadas auenturas, de cuyo consejo salio... que dexassen salir a don Quixote, y que Sanson le saliesse al camino... y trabasse batalla con el... y le venciesse... y que fuesse pacto y concierto, que el vencido quedasse a merced del vencedor (II, 15, 53)».

Así como el presente de subjuntivo se subordina al de indicativo, así el imperfecto amase se subordina á los tiempos pasados, siempre con que expreso ó subentendido: «Ni procuro que nadie me tenga por discreto (II, 1, 4). Mando a un Capellán suyo se informasse del Rector de la casa (II, 1, 3): suple que. De cuyo consejo salio... que dexassen salir a don Quixote (II, 15, 53)». Hoy dicen: «Salio... que dejaran». En Cervantes amara jamás se emplea en este caso: nunca es conjuntivo de pasado.


En las condicionales, amase se halla en la hipótesis de tiempo pasado, y de ella pasó más tarde á la apódosis, pero sólo cuando[Pg 142] hay también amase en la hipótesis, sin duda por atracción; así como amara, que pasó de la apódosis á la hipótesis. En Berceo siempre hay amase en la hipótesis de pasado, nunca amara. «Si tu nunca moriesses, viuir yo non podría» (Loor 97). «Si nacido non fuesse, mucho meior auria» (Mil., 756). Lo mismo en el Poema del Cid: «Dios que buen vassalo, si ouiesse buen sennor» (20). «Que si non la quebrantas por fuerça, que non gela abriese nadi» (34). Otro tanto sucede en el Quijote: «Si a los oydos de los Principes llegasse la verdad desnuda, otros siglos correrian (II, 2, 8). Y que si le pareciesse que tenia juyzio le sacasse, y pusiesse en libertad (II, 1, 3). Quando yo quisiesse oluidarme de los garrotazos que me han dado, no lo consentiran los cardenales, que (II, 3, 11). Que no diran cosa por otra si rebentassen (II, 7, 23). Bonico soy yo para esso, mal me conoce: pues a fê que si me conociesse, que me ayunasse» (I, 25, 115).

Sólo cuando hay amase en la hipótesis, puede ir amase en la apódosis, como en los citados ejemplos. Es queja general que en estos últimos años ha cundido en España el uso de amase en la apódosis de las condicionales fuera del caso dicho. Efectivamente, se suele oir y leer: «si al menos hubiera tenido la cordura del silencio, hubiese conservado la vida», «yo te hubiese escrito, si hubiera tenido ocasión». Cervantes hubiera empleado[Pg 143] hubiera en la hipótesis y en la apódosis, en ambos casos. Que si le pareciesse que tenia juyzio le sacasse; y no siendo pasado conjuntivo, amara: Que dixera el señor Amadis, si lo tal oyera (II, 6, 20). Nótese bien la diferencia: en el primer ejemplo es puro conjuntivo ó subjuntivo, subordinado, se subentiende el que: que le sacasse; en el segundo es potencial, no subordinado á otro verbo, sin que.

La confusión que actualmente cunde entre amara y amase, fuera de las condicionales, es la causa de emplearse amase en la apódosis de las condicionales fuera del único caso en que se ha empleado hasta ahora. Y esta confusión es de grandísima trascendencia para el castellano. No se trata de una palabra exótica que hiere más ó menos con desapacible dejo los oídos de los puristas: trátase de dos formas verbales de vital importancia en la sintaxis castellana; mejor dicho, de tres, porque, como veremos, también el amare anda aquí en cartas.

Á juzgar por la tendencia que arrastra á esa confusión, las formas en peligro son amara y amare, precisamente las más idiomáticas de nuestro romance y las de matiz más delicado. Es que no existen tales formas en francés. Son flores demasiado exquisitas para el gusto nivelador y cosmopolita de ciertas gentes, que quisieran reducir el habla á cuatro fórmulas breves comerciales, y para quienes el inglés de oficina es el ápice[Pg 144] del ideal. Mal año para la estética del lenguaje, para la literatura. Pero no de sólo pan vive el hombre; y si los comerciantes sajones prefieren la brevedad seca y escueta de una fórmula, los meridionales han sido siempre artistas y han concedido al elemento estético del habla lo que se le debía conceder, si el hombre es algo más que un alcabalero ó que un trujamán. Si algo se nos da por el arte, debemos oponernos con todas nuestras fuerzas á que cundan entre nuestros escritores esas teorías cosmopolitas de lengua internacional, reducida á descarnados guarismos. Venga, norabuena, esa lengua para el comercio; pero déjennos para la literatura y para la vida nuestra rica y hermosa lengua castellana. Y para ello todos nuestros esfuerzos estarán muy bien empleados en desterrar el abuso, que hoy va cundiendo, de confundir amara con amase por una parte, y por otra estas dos formas con amare. Los americanos, á quienes achacan algunos el que vayan corrompiendo el castellano, pudieran con mayor razón achacárnoslo á los españoles en este y otros puntos.


Hoy ponen los autores como sinónimos amara y amase como imperfectos de subjuntivo; es decir, subordinándose á otro verbo, y correspondiendo al imperfecto y al pretérito de indicativo. Horrible confusión,[Pg 145] que ha llegado ya al extremo de que ni los gramáticos la tengan por tal. En Cervantes, en los clásicos y en los monumentos más antiguos, yo no he hallado amara con semejante empleo. Sólo hay excepciones raras (Cid, 3319, 3591), y casi siempre en la apódosis de las condicionales, donde equivale á la acepción potencial que vamos á ver siempre en esta forma amara, y que puede compararse con «Si non errasset, fecerat illa minus» de Marcial (I, 22). Así en Berceo: «Si a Millan crouiessen, ficieran muy meior» (S. Mill., 288). Hoy se dice: «dijo que vinieras»; Cervantes diría: «dijo que vinieses».

Amara viene de ama-ve-ram = había amado, y este valor de pluscuamperfecto lo tuvo amara hasta el siglo XVII, en que cayó en desuso, tal vez por emplearse en tantas otras acepciones. En Berceo: «Lo que les prometiera el padre verdadero «Tardar non gelo quiso por al dia tercero» (S. Dom., 370). En Calila e Dymna: entendio que el su saber non le tenia pro, pues que non usara del» (Prólogo). En esta acepción han vuelto á resucitarlo modernamente, y no lo tengo sino por muy loable, pues conviene á veces echar mano de esta forma breve, para la velocidad en la frase y para la poesía en vez del compuesto había amado.

No así el empleo de amara por amé, amaba, he amado, confusión en que han caído algunos, sin que les valga el que antiguamente[Pg 146] se empleó por el pretérito: «El padre le echara fuera, | que nada le huvo hablado, | A los dos metiera juntos... | Al Cid metiera el postrero» (M. Pelayo, Antología, VIII, 55). Emplear amara por todos los tiempos pasados de indicativo sería el caos.


El empleo propio de amara es el de un subjuntivo potencial, que difiere de amaría, verdadero potencial de indicativo, en que, como toda forma de subjuntivo, siempre lleva envuelta la idea de apreciación subjetiva, de la que carecen las formas de indicativo, las cuales enuncian el hecho objetivo sin apreciación alguna subjetiva. Por ser amara un potencial, conviene con amaría, y por eso dijo tal vez Cuervo[15] que se emplea en nuestros clásicos «en frases que pudiéramos llamar potenciales, en las cuales se representan los hechos como meramente posibles». Por ser subjuntivo, es decir, por llevar consigo la duda, el deseo ó cualquiera otra apreciación subjetiva, difiere amara de amaría, y en este sentido pudo añadir el mismo Cuervo que se emplea: (en frases...) «que son en cierto modo oraciones condicionales incompletas, por faltarles una hipótesis vaga, que varía según los casos». Digo [Pg 147]que en este sentido, porque de otra manera no veo que tales oraciones lleven hipótesis vaga de ninguna especie, fuera del dudar, desear, etc., del carácter subjuntivo.

Véanse ejemplos con ese doble matiz de potencial y de subjuntivo, pero sin hipótesis alguna. En Calila e Dimna: «ca serie atal como el mercadero perdidoso que vendio sus piedras por vidrio que non valia nada, é podiera haber del precio dellas riqueza para en toda su vida» (c. 2). Aquí se está viendo cómo del valor de pluscuamperfecto sale el de potencial subjetivo, había podido, hubiera podido ó pudiera. «E podrie acaescer cosa por ello que pesara a mi et a ti» (íd.): que pudiera pesar. «Non debieras tu decir cerca del pozo, pues yo habia de ir al caño» (íd.): no debías haberme dicho. «Desi temime que non pudiera sofrir la su vida (de religioso), et que me tornaria a la costumbre» (íd.) «Et que dejaria algunas cosas que tenia comenzadas et habria fechas ante de que hobiera galardon». En estos mismos ejemplos se halla la distinción entre amara, subjuntivo ó subjetivo, y amaría, indicativo ú objetivo.

Vengamos al Quijote: Assi es, dixo el Barbero, y holgara mucho saber, que trataran aora los dos (II, 2, 7).—En la manta no hize yo cabriolas, en el aire si, y aun mas de las que yo quisiera (II, 3, 11).—Dizen algunos, que han leydo la historia, que se holgâran,[Pg 148] se les huuiera oluidado a los autores della algunos de los infinitos palos, que (II, 3, 11).—Tambien pudieran callarlos por equidad (íd.)—Esso fuera hazer milagros (II, 3, 12).—Pero a buen seguro que el te perdonara, porque (II, 6, 20).—mas tal te pudiera hauer oydo, que no te fuera bien dello (íd.)—y cosas te pudiera yo dezir... que te admiraran (II, 6, 21).—venia tal el triste, que no le conociera la madre que le pario (II, 7, 23).—assi pudiera cantar el romance de Calainos, que todo fuera uno (II, 9, 31).—dize que quisiera passarle en silencio temeroso de que no auia de ser creido (II, 10, 32).—y quien os viera a todos ensartados por las agallas como sardinas en lercha (II, 10, 36).—y si ello es encantamento como v. m. ha dicho, no auia en el mundo otros dos a quien se parecieran (II, 16, 54).—Esso tuuiera yo por afrenta, mas que quantas pudieran dezirme (II, 31, 117).—que en el particular de mi asno que no le trocara yo con el rozin del señor Lanzarote (íd.)—Al mismo Duque de Alua se la quitara, para darsela al señor maesse Pedro (II, 25, 96).—que persuasion fuera bastante para persuadirme que (II, 25, 97).—el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristoteles, si resucitara para solo ello (I, 1, 1).—donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme (I, 24, 102).

[Pg 149]


Es muy propio amara de la apódosis de las condicionales, precisamente por esta potencialidad dependiente de la condición; pero de la apódosis pasó también á la hipótesis; al revés de amase, que de la hipótesis pasó á la apódosis: pero aunque fuera de mezcla, cumpliera mi palabra (II, 41, 154).—y sino lo cumpliera, me parece que rebentara (II, 41, 157).—y si yo fuera tan agorero como otros, tu pusilanimidad me hiziera cosquillas en el animo (II, 41, 154).

Con otra forma en la hipótesis, no hallo amara en la apódosis; pero sí en la hipótesis, cuya apódosis tiene amaría, había de amar: Mira Sancho, yo bien te señalaría salario, si huuiera hallado en alguna de las historias... exemplo (II, 7, 24).—que si huuiera dicho de mi cosas, que no fueran, muy de christiano viejo... que nos auuian de oyr los sordos (II, 3, 12). Amaría no puede ir en la hipótesis, porque toda hipótesis subjuntiva lleva consigo el subjetivismo del que la enuncia; en cambio, amara cabe muy bien en los dos miembros.

He dicho que hoy amara equivale á amase en la acepción de subordinada subjuntiva de tiempo pasado. En el Quijote no hallo ni un solo ejemplo de amara en tal acepción y empleo, ni tampoco en los demás clásicos ni en los autores anteriores al siglo XVI. «De la apódosis pasó amara á la hipótesis, y de las oraciones condicionales á[Pg 150] las puramente subjuntivas», dice Cuervo. No son, pues, sinónimos amara y amase. En Berceo nunca se confunden, ni amara es subordinada subjuntiva, ni está en la hipótesis de tiempos imperfectos ó perfectos, es decir, pasados; en todos estos casos hay amase (Lanchetas).


En el subjuntivo optativo las formas amase y amara y sus compuestas indican lo inútil del deseo, cuyo cumplimiento ya no se espera: Y pluguiera á los altos cielos que el amor no me tuuiera tan rendido, y tan sujeto á sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata, que digo entre mis dientes, que los desta fermosa donzella fueran señores de mi libertad (I, 16, 57). Al revés, se espera como posible el cumplimiento del deseo, cuando se expresa con formas de presente-futuro: Plegaos señora de membraros (I, 2, 4).—A Dios plega, que esta llegue a vuestras manos (I, 27, 126).—Oy dia a tantos de tal mes, y de tal año tomô la possession desta insula el señor don Sancho Pança, que muchos años la goze (II, 45, 169).—llore, o cante Altisidora, desesperese Madama..., que yo tengo de ser de Dulcinea (II, 44, 168).

La forma amara, como subjuntivo optativo, indica pesar de un hecho no cumplido, y no pende de otro verbo: es forma elegantísima: Pero ya tenia abierto uno el barbero,[Pg 151] que se llamaua las Lagrimas de Angélica. Lloraralas yo, dixo el Cura en oyendo el nombre, si tal libro huuiera mandado quemar (I, 6, 20).—que me tiene tomada una pierna entre el estribo y la silla. Hablara yo para mañana, dixo don Quixote, y hasta quando aguardauades a dezirme vuestro afan? (I, 19, 73): expresión aplicada por Covarrubias al «que viendo que se trata de su negocio, no alega de su justicia». Véase el Soneto: O quien tuuiera hermosa Dulcinea (VII), todo en optativo. En Berceo: «Mas plus seli valiera que souiesse quedado» (Loor 58).

Con amase: y oxala parasse en ellos lo que amenaza esta auentura tan desuenturada (II, 68, 261): se subentiende que. Y que no viesse yo todo esso Sancho (II, 10, 36).


El llamado futuro de subjuntivo amare y su compuesto hubiere amado no existieron en latín, y de las demás románicas sólo en portugués y en válaco. Deriva del futuro perfecto subjuntivo ama-ve-ro. En castellano todos convienen en que también es subjuntivo y futuro, aunque no futuro perfecto. Lo han llamado algunos subjuntivo hipotético ó condicional; pero subjuntivos é hipotéticos ó condicionales son también amase y amara, además de que no siempre amare es condicional, ni pertenece á las oraciones[Pg 152] condicionales. Futuro simplemente tampoco es, además de que el llamado presente ame es un futuro.

Como hipotético pide en la apódosis futuro de indicativo ó imperativo, ó presente de subjuntivo cuando sustituye al imperativo. En el Cid: «Si essa despensa nos falleciere o nos menguare algo, | Bien las abastad, yo assi uos lo mando» (258). En el Quijote: Y si yo no me declarare entonces podra enmendarme (II, 7, 23).—si alguna cosa faltâre, y si fuere necesidad seruir a tu magnificencia de escudero, lo tendrê a felicissima ventura (íd.)—si tu me los relatares, como ellos fueron, sacare yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su coraçon (II, 10, 32).—si acaso viniere a verte, quando estês en tu insula alguno de tus parientes, no le desheches (II, 42, 160).—Si truxeres a tu muger contigo... enseñala, doctrinala (íd.)—Si acaso enuiudares (cosa que puede suceder) y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes, tal que (íd.)—Quando pudiere y deuiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delinquente (II, 42, 160).—Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dadiua, sino con el de la misericordia (íd.)—si ella fuere de tanta hermosura como significays, de buena gana... confessaremos la verdad (I, 4, 13).

Comparado con amara, se ve que en éste lo condicionado puede ó pudo ó podría ser,[Pg 153] á verificarse la condición; pero que ésta no se verificó, ó no se verificará. En cambio, con amare, lo condicionado se espera y supone como cierto, dado que se verifique la condición, la cual por su parte no se supone que haya de verificarse ó dejar de verificarse. Es decir, que la condición es puramente hipotética con amare y negativa con amara, así como es positiva con indicativo. Son las tres clases de condicionales castellanas. En amara se trasluce su origen de pasado, en amare la contingencia propia de lo futuro, y de lo futuro precisamente no conocido, y que no está en nuestra mano. Compárense. Indicativo: Si por buena fama, y si por buen nombre va solo v. m. lleua la palma a todos los Caualleros Andantes (II, 3, 10.)—mas si v. m. quiere saber todo lo que ay..., yo le traere aqui luego al momento quien se las diga (II, 2, 9).—si â ti te mantearon una vez, â mi me han molido ciento (II, 2, 8). Con amara: si yo fuera tan agorero como otros, tu pusilanimidad me hiziera algunas cosquillas en el animo (II, 41, 154).—Mala Pascua me Dios..., si le trocara por el (II, 13, 44). Con amare: si tu me los relatares... sacare yo (II, 10, 32).

Por la misma idea de contingencia pura, no puede emplearse nunca amare cuando pende de otro verbo, es decir, cuando había de ser puro subjuntivo ó conjuntivo. No cabe decir dudo que viniere, como se dice dudo[Pg 154] que venga ó dudé que viniese. Por consiguiente, hay un caso en que la tercera clase de condicionales, la de pura hipótesis, no puede llevar amare, y es cuando la oración condicional pende de otra ó por la idea tiene que ser subjuntiva: en este caso se emplea amase: Y pareceos que fuera acertado, y bien hecho que si los del Toboso supiessen que estays vos aqui con intencion de yr a sonsacarles sus Princessas... viniessen y os moliessen las costillas a puros palos, y no os dexassen huesso sano? (II, 10, 33).—quiero que sepas, que si a los oydos de los Principes llegasse la verdad desnuda... otros siglos correrian (II, 2, 8).


Véase ahora amare fuera de las condicionales, siempre como un futuro contingente: En verdad te digo, que de todo aquello que la muger del juez recibiere, ha de dar cuenta el marido en la residencia uniuersal, donde pagarâ con el quatro tanto en la muerte las partidas, de que no se huuiere hecho cargo en la vida (II, 42, 160).—Al culpado que cayere debaxo de tu juridicion... y en todo quanto fuere de tu parte... muestratele piadoso (íd.)—Toma con discrecion el pulso a lo que pudiere valer tu oficio (II, 43, 161).—uno ha de ser el mejor, y del que abatieres seras aborrecido, y del que leuantares en ninguna manera premiado (íd.)—teniendo[Pg 155] yo el mando, y el palo harê lo que quissiere (íd.)—el bien que viniere para todos sea, y el mal para quien lo fuere a buscar (I,20,77).—o haz lo que quissieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi pretension (I, 20, 77).—acabe norabuena donde quisiere (I, 20,79).—de lo que acerca desto les huuiere sucedido (II, 11, 37).—Assi que de cualquiera manera que responda, saldrê del conflicto, y trabajo en que me dexares, gozando del bien que me truxeres por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares por loco (I, 25, 109).

Pero hay un modismo propio de la forma amare, fundado precisamente en este valor de futuro contingente desconocido, y es el de las oraciones concesivas: dude quien dudare (I, 50, 193): es decir, quienquiera que sea el que quiera dudar.—sea quien se quisiere (II, 59, 228).—lleguen por do llegaren (II, 60, 229).—sea lo que fuere (I, 34, 173).—se puso a escriuirla: salga lo que saliere (II, 3,12).—sease ella señoria, y venga lo que viniere (II, 5, 17).—pero vengan sobre lo que vinieren, ellas vienen lo mas galanas señoras del mundo (II, 10, 34).—pese a quien pesare (II, 7, 25).—sea el que se fuere (I, 16, 54).

Esta contingencia futura, este valor de concesión por desconocerse la cosa, dándose tan sólo como posible, indican que esta forma es potencial, y la más potencial, la de lo puro contingente: es, pues, un subjuntivo futuro potencial ó contingente.

[Pg 156]

Tal es la razón de que no esté bien empleado amase por amare, cuando se trata de lo futuro. Es un solecismo decir: «si hubiese teatro esta noche, iré»; «si hubiese llegado mañana Fulano, iré á verle»; debe decirse: «si hubiere teatro» ó «si hay», «si hubiere llegado»; pues se trata de futuro, no de pasado, que es lo que indican hubiese y hubiese llegado. Ya hemos visto el único caso en que se debe emplear si amase como condicional, cuando pende de otro tiempo, que es cuando no se dice amare.

Conviene repetir el principio práctico de Bello (470): «Siempre que á la forma en ase, ese vemos que consiente la lengua sustituir la forma en are, ere (acerca de lo cual no cabe error en los que tengan por lengua nativa la castellana), podemos estar seguros de que esta segunda es la forma propia». Porque amare sólo cabe en el futuro potencial, cuyo dominio le quiere usurpar hoy el amase pasado, con grave perjuicio de nuestra lengua.

Hemos visto que amase está hoy malamente desposeyendo á amara y á amare de sus propios lugares. Este hecho es una corruptela, que nos pueden echar en cara los americanos á los españoles, en cambio de las que nosotros les achacamos. Los delicados matices de amara y amare están en vías de desaparecer. Yo me barrunto que la culpa está en que el francés no tiene estos tiempos,[Pg 157] y que los malos traductores y los que piensan en francés al hablar en castellano, se atienen al amase de munición, por no conocer bien los resortes que posee nuestra lengua. Añádase á esto la deficiencia de nuestros estudios gramaticales. En pocas gramáticas se deslindan bien los valores de estas formas, y la nomenclatura imperfectísima con que son llamadas perpetúa la ignorancia y aun la canoniza. Poniendo amara y amase como imperfectos de subjuntivo, nadie duda de que pueden emplearse indistintamente; llamando á amare futuro ó condicional, queda confundido con otros tiempos. Pero ¿quién ha deslindado hasta hoy las clases de las oraciones condicionales? Que yo sepa, nadie: en Bello este campo es un berenjenal; en otros, un desierto.

[Pg 158]

NOTAS:

[14] El primer número indica el capítulo; el segundo, el folio de la edición de Cuesta de 1608 y 1615.

[15] Bello-Cuervo: Gramát. cast., 7.ª edic., nota 94.

[Pg 159]

p159ilo

La concordancia gramatical en el «Quijote»

Famosa fué entre griegos y romanos la divergencia de principios gramaticales que dividió á las escuelas de Alejandría y Pérgamo, y luego á los gramáticos romanos. La primera optaba por la analogía, la segunda por la anomalía. Después tomó otro giro la controversia, y los unos, continuadores de los analogistas, ponían por principio supremo las reglas; los otros, sucesores de los anomalistas, anteponían el uso, conforme al dicho de Horacio: penes quem est ius et norma loquendi. Estas dos tendencias han continuado en todo tiempo, aunque los rígidos legisladores hayan tenido que ceder generalmente, y más hoy día, cuando toda la ciencia del lenguaje se funda en el hecho averiguado é incontestable de que los idiomas son producto del pueblo, no sistema que haya salido del cerebro de un sabio, y que[Pg 160] por consiguiente no hay leyes que valgan, si no son el resultado de los hechos reales. El habla hay que tomarla tal cual es, sin mixtificaciones de escuelas ni de teorías de los que las estudian para formular su gramática. ¿Hay que decir así, ó hay que decir asá? Todas las reglas huelgan, y la misma pregunta contiene resabios añejos. ¿Cómo se dice entre el pueblo? Tal es la verdadera pregunta, cuya respuesta le toca dar al pueblo, al uso. Y llamo pueblo á los que escriben y á los que no escriben, con tal de que los que escriben lo hagan conforme al uso de los que hablan. De aquí la autoridad de los más afamados escritores, cuyos escritos nos muestran el uso de un idioma en una época determinada. Su valor como autoridades en materia de lenguaje se funda en que todos convengan en aceptar su manera de escribir como castiza y conforme al ingenio del idioma. Si alguno, Cervantes es tenido con razón por maestro de lengua castellana.

Pero suele suceder que el reglamentarismo trasforma los fenómenos gramaticales en algunas cabezas por maneras tan suyas que, al darnos una Gramática como conjunto sistemático de dichos fenómenos reales, aparecen no pocas veces coloreados por ciertas teorías apriorísticas del gramático, de modo que en vez de ser una Gramática de tal idioma tenemos una Gramática del idioma fantaseado por Fulano de[Pg 161] Tal. En semejantes casos urge contrastar las doctrinas en esa Gramática asentadas con los hechos verdaderos, y acudimos á los escritores de mayor autoridad, si el uso no nos despeja enteramente la incógnita.


La concordancia es uno de los asuntos que más se han resentido en las Gramáticas del subjetivismo teórico de sus autores. Se parte del principio general de que han de concordar las formas en la oración; y cuando no se halla en los hechos esa concordancia, no porque no exista, sino porque no aparece en la sobrehaz, se condenan temerariamente los hechos, sacrificándolos torpemente á la ignorancia revestida de sabia. Clemencin reprueba como viciosa esta concordancia de Cervantes: «Lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus camaradas».

Confirmaron debió decirse, puesto que el sujeto del verbo está en plural. La regla de concordancia reza que sujeto plural exige verbo plural.

Muy bien; pero ¿cuál es el sujeto de confirmó? Sin vacilar se dirá: un plural, es decir, Cardenio, don Fernando y sus camaradas. Pues permítame Clemencin que le diga de nones; el sujeto es singular, y usted no lo ve.

Viene Salvá, y efectivamente le corrige. Si el verbo precede á varios sujetos singulares[Pg 162] ligados por la conjunción y, puede ponerse en plural ó concertar con el primero: «(Causaron ó) causó á todos admiración la hora, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba» (Cerv.) «Crecía el número de los enemigos y la fatiga de los españoles» (Solís). «Crecieron al mismo tiempo el cultivo, el ganado errante y la población rústica» (Jovellanos).

Salvá cayó en la cuenta de que nuestros autores no se atenían á la regla supuesta por Clemencin, y le dió mayores ensanches. Viene Bello, y dice: «Observando con atención el uso, se encontrará tal vez que estas dos autoridades son conciliables aplicadas á diferentes casos: que si se habla de cosas rige la regla de Salvá, y si de personas la de Clemencin: «Acaudillaba la conjuración Bruto y Casio», «Llegó el gobernador y el alcalde», son frases que incurrirían, cuando menos, en la nota de inelegantes y desaliñadas».

Todo esto por partir de una regla teórica y querer ajustar á ella los hechos, en vez de partir de los hechos, deduciendo de ellos la regla verdadera. ¿Qué es inelegancia y qué es desaliño? Negro se vería Bello para contestar á esta pregunta. El ideal de la elegancia y del aliño se pone en la regla teórica de la concordancia á lo Clemencin: no hay otra razón. Y ¿por qué ha de ser ese el ideal? El ideal del idioma, ¿lo hemos de forjar nosotros[Pg 163] á fuerza de combinar reglas, escuadras y compases en nuestra fantasía, ó lo lleva consigo el mismo idioma?


Ni la regla de Clemencin, ni la de Salvá, ni la de Bello, se halla observada en nuestros clásicos. Cervantes pone el verbo en singular ó en plural, ya precedan, ya sigan varios nombres; véanse estos ejemplos: El buen passo, el regalo y el reposo, allá se inuento para los blandos cortesanos (I, 13, 41)[16]. El lenguaje no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro cauallero acrecentaua en ellas la risa, y en el el enojo (I, 2, 5). Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme (I, 15, 52). Esta marauillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro cauallero traîa... le truxo a la imaginacion una de las estrañas locuras que (I, 16, 58). Y ya se â que sabe el vizcocho, y el corbacho (I, 22, 92). A los que Dios y naturaleza hizo libres (I, 22, 92). El calor, y el dia que alli llegaron, era de los del mes de Agosto (I, 27, 121). La hora, el tiempo, la soledad, la voz, la destreza del que cantaua, causô admiracion, y contento en los dos oyentes (I, 27, 122). Orden, y mandato fue este, que me puso (I, 27, 125). No me dio lugar[Pg 164] mi suspension y arrobamiento (I, 27, 127). Pero a todo esto se opone mi honestidad y los consejos continuos, que mis padres me dauan (I, 28, 134). Mas la honesta presencia de Camila, la grauedad de su rostro, la compostura de su persona, era tanta, que ponia freno a la lengua de Lotario (I, 38, 171). Es (Camila) archiuo donde assiste la honestidad y viue el comedimiento, y el recato, y todas las virtudes (I, 34, 172). Porque en el se desengaño el mundo, y todas las naciones, del error en que estauan (I, 39, 203). De lo qual quedô Camacho y sus valedores tan corridos (II, 21, 80). Con las quales quedo Camacho y los de su parcialidad pacificos y sossegados (II, 21, 81). Consolado pues y pacifico Camacho y los de su mesnada (ídem). La esplendida comida y fiestas de Camacho (ídem). Y el con otro auian entrado en el monasterio (I, 36, 193). Otro, y otro le sucede (I, 38, 200). Yo me auendre con quantas espias, y matadores, y encantadores vinieren (II, 47, 176). Y aunque la hambre, y desnudez pudiera fatigarnos a vezes (I, 40, 208). Auia el, y todos nosotros de tener libertad (I, 40, 210). Y que podria ser, que el poco animo que aquel tuuo en el tormento, la falta de dineros deste, el poco fauor del otro, y finalmente el torcido juyzio del juez, huuiesse sido causa de vuestra perdicion (I, 22, 92). Las donzellas, y la honestidad andauan... por donde quiera, sola y señera,[Pg 165] sin temer que la agena desemboltura y lasciuo intento la menoscabassen (I, 11, 34).


Este último ejemplo, y los demás en que el adjetivo parece chocar, prueban manifiestamente que tales concordancias nacen de tener solamente presente el vocablo más cercano, prescindiendo de los demás. No pueden atribuirse á erratas de imprenta los casos en que se falta á las leyes de los dichos gramáticos, porque son innumerables. Hay que confesar que Cervantes, siguiendo en esto al habla vulgar, no tenía por descuido, sino por ley, el concordar el verbo y el adjetivo con el sustantivo más cercano, en singular, prescindiendo de que precedieran ó siguieran otros sustantivos. Así en: «de lo qual quedó Camacho y sus valedores tan corridos», el verbo va en singular y el adjetivo en plural; ejemplo bien instructivo y fehaciente.

Son descuidos de Cervantes, se dirá. Pero es que en todos los clásicos se halla lo mismo.

Nuestros clásicos eran muy descuidados.

Entonces ¿para qué sirve la autoridad de los clásicos? ¿Para aceptar lo que nos guste y desechar lo que nos disguste? En ese caso no son ellos los que forman autoridad, sino nosotros, nuestro gusto, nuestras reglas à priori. Será más correcto lo contrario á[Pg 166] nuestros clásicos. Pero ¿á qué se da el nombre de corrección? ¿Á lo que pueden legislar algunos gramáticos atendiendo á una lógica que ellos à priori se han forjado? Lo correcto en el habla es lo que se usa por brotar del ingenio del idioma. ¿Y por qué hemos de creer que es lógico lo que à priori se fantasea, y hemos de tener por poco lógico lo que el habla da de sí? Tan lógico es que la mente atienda tan sólo al sustantivo más cercano, para concordar con él el verbo ó el adjetivo, como que atienda á la suma total de sustantivos de la oración. El verbo ó el adjetivo se refiere en el primer caso tan sólo al sustantivo inmediato, y se suple el verbo ó el adjetivo de los demás sustantivos; en el segundo caso todos los sustantivos forman un todo lógico plural, con el cual concuerda el verbo ó el adjetivo. Esto es lo que no han considerado los gramáticos aludidos. Los hechos son muy respetables, harto más respetables que todas nuestras filosofías, que si en ellos no se fundan, se reducen á burbujas fantasmagóricas, á entes de razón. Esos entes de razón los creen sus autores de carne y hueso, los niños los aprenden á conocer por sus nombres en los bancos de la escuela, se familiarizan con ellos y, llegados á mayores, les parece oir una necedad de chiflados si alguien les dice que no hay tal. Esa necedad es la que acabo yo de decir. Yo mismo, como todos los demás,[Pg 167] he creído por largo tiempo en tales patrañas, condecoradas con el rimbombante calificativo de reglas gramaticales. Cercioréme al cabo de su falsedad, busqué el origen que les dió la existencia, y no lo hallé. ¿Quién ha inventado leyes de concordancia tan acatadas? Del castellano no han salido. ¿Vendrán acaso del francés? El francés dicen que es muy lógico y muy claro. De la lógica ya he hablado. Esa claridad del francés se me antoja á mí como la del agua; pero... mejor es el vino que el agua, como dice el dicho vulgar. La claridad, cuando proviene de pobreza de elementos y de rigidez de movimientos, no es cosa muy de alabar. Eso es como el hombre libre que envidia al encarcelado, porque todo lo tiene conforme á ordenanza, de antemano. Prefiero la libertad castellana, que es tan lógica como el libre pensamiento.


No faltará alguno que crea que esas reglas de concordancia no son exclusivas de nuestros gramáticos, sino naturales, necesarias en toda lengua culta, y aun quién sabe si se llegará á sospechar que existían en latín. No estará, pues, de más advertir que en latín no existen semejantes trabas. Dice Cicerón (Ad famil., 9, 18, 2): «Pompeius, Lentulus tuus, Scipio, Afranius foede perierunt»; pero también escribe (De offic.,[Pg 168] 1, 13, 81): «quom tempus necessitas que postulat». Terencio (Andr., 54): «aetas, metus, magister prohibebant»; pero también (Ad., 340): «tua fama et gnatae vita in dubium veniet». Lo mismo precediendo el predicado: «in omnibus rebus difficilis optima perfectio atque absolutio» (Cic., Brut., 36, 137); «dixit hoc apud vos Zossipus et Ismenias, homines nobilissimi» (Verr., 3, 42, 91).

Y no hay autor latino que no tenga idéntico criterio. César (De bello gal., 2, 19, 1): «ratio ordoque agminis aliter se habebat». Salustio (Cat., 52, 6): «libertas et anima nostra in dubio est». Livio (10, 20, 10): «caedes ac tumultus erat in castris». Tácito (Hist., 475): «urbem atque Italiam interno bello consumptam (esse)».

¿De dónde, pues, se ha sacado tan tradicional y consagrado principio de concordancia? No es fácil averiguar quién fuese el primero que dió en él, porque todos los gramáticos, salvas raras excepciones, parece que han llevado unas mismas antiparras. De dónde se haya sacado ya es más fácil decidirlo: del espíritu apocado y atado de los del oficio.


Vamos á poner ahora de manifiesto la necedad de esa estrecha regla, para hacer ver que no sólo el uso, sino también la lógica del castellano va contra ella. Porque[Pg 169] cada lengua tiene su lógica, que es la del pensamiento del pueblo que la habla; si no, la Gramática de todas las lenguas sería idéntica. Hay una lógica universal del pensamiento humano; pero dentro de ella existen tantas lógicas particulares como lenguas, y dentro de cada lengua tantas como individuos. Mi lógica no es la de Clemencin, Salvá y Bello, por lo menos en el punto de que tratamos y en otros varios. No se trata aquí de examinar cuál es la mejor; veamos la lógica castellana respecto de la concordancia, que es lo que hace al caso.

En castellano, el verbo de la proposición principal, que tiene por sujetos subordinados dos ó más proposiciones, va necesariamente en singular: aora me falta rasgar las vestiduras, esparzir las armas y darme de calabaçadas por estas peñas, con otras cosas deste jaez, que te han de admirar (I, 25, 111). Aquí hallamos la misma ley que acabamos de ver en los ejemplos de Cervantes, donde los gramáticos sólo hallan un descuido intolerable. Sujetos de falta son esos tres infinitivos, como lo son partida y locura del verbo va en este otro ejemplo: Y en verdad señor cauallero de la triste Figura, que si es que mi partida, y su locura de v. m., va de veras, que sera bien tornar a ensillar a Rozinante, para que supla la falta del ruzio (I, 25, 110). Puédese decir «faltan la escopeta y los perdigones», ó «falta la escopeta y los[Pg 170] perdigones», por lo menos tal es la concordancia cervantina. Qué extraño se diga: «falta rasgar... esparcir... y dar». Y á la verdad, tan nombre es el infinitivo como otro cualquiera, sobre todo como el abstracto locura y el de acción partida, que equivale á partir.

Pero aun fuera de los infinitivos, la ley es general: lo más acertado será..., que cortes algunas retamas..., y las vayas poniendo de trecho en trecho (I, 25, 115). Ten memoria: y no se te passe della, como te recibe, si muda los colores el tiempo, que la estuuieres dando mi embaxada, si se desasossiega, y turba, oyendo mi nombre, si no cabe en la almohada... (II, 10, 32). El verbo singular con varias subordinadas que hacen de sujeto.

Sólo va el verbo en plural cuando los sujetos, por indicarse reciprocidad, deben separarse en la mente como distintos, ó cuando hay sustantivo predicativo plural: «Holgazanear y aprender son incompatibles», «Sentir y moverse son cualidades características del animal».

Otro caso. El verbo puede ir en singular ó en plural, cuando varios sujetos, ya le precedan, ya le sigan, van unidos con la conjunción ni; pero si con el primero va no, y con los demás ni, el verbo sigue al no, concertando con el primer sujeto, y subentendiéndose, al modo antes dicho, con los demás. Y era tanta la ceguedad del pobre[Pg 171] hidalgo que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas... no le desengañauan (I, 16, 58). Hombre, ni gigante, ni cauallero de quantos v. m. dice, parece por todo esto, á lo menos yo no los veo (I, 18, 68). No te ygualo en ligereça el Hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino (I, 25, 110).

El verbo puede ir en singular ó en plural cuando varios sujetos, ya le precedan, ya le sigan, van unidos con la conjunción ó: qual auia sido mejor cauallero, Palmerin de Ingalaterra ó Amadis de Gaula (I, 1, 2). Alguna fuente, o arroyo, que estas yeruas humedece (I, 20, 75). El tiempo ô la muerte ha de acabar el enojo de sus padres (I, 21, 88).

Está visto que en todos estos casos puede ir el verbo en singular, subentendiéndose con los demás sujetos. Tal es la razón de permitirse el singular en Cervantes, aun cuando los varios sujetos estén unidos con y ó no lleven conjunción alguna. Y esa razón general no es otra más que el concordar el verbo con un solo sujeto, el más próximo, supliéndose con los demás.

Preguntábamos al principio: ¿cuál es el sujeto en esos casos? Sólo el próximo al verbo; los demás lo son de los verbos que se omiten.


Y es que la elipsis juega un gran papel en el habla, y más en castellano. La ley de[Pg 172] la economía rige en el habla lo mismo que en los demás fenómenos del universo.

Cualquier parte de la oración se omite una vez empleada con el primer sustantivo, ya precedan, ya sigan, los demás, á no ser que se pretenda hacer resaltar, que entonces se repite cuanto se quiera. Mudar esse seruicio y montazgo (I, 22, 94); en vez de: esos servicio y montazgo; ó de: ese servicio y ese montazgo. El llagado y falto de sueño (I, 26, 119); en vez de: el llagado y el falto de sueño, que precisamente indicaría ser dos distintos. Falto de todo buen sentido, y conocimiento (I, 27,123); en vez de: falto de todos buen sentido y conocimiento, ó de todo buen sentido y de todo conocimiento. Començô su lastimada historia, casi por las mismas palabras, y passos que (I, 27, 124); en vez de: con las mismas palabras y los mismos pasos, ó con los mismos palabras y pasos. No porque no tuuiese bien conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda (I, 27, 124); en vez de: conocidas, ó conocida la calidad, conocida la bondad, etc. Daua el harriero a Sancho, Sancho a la moça, la moça a el, el ventero a la moça (I, 16, 59); en vez de: daban el arriero á Sancho, Sancho á..., ó daba el arriero á Sancho, daba Sancho á, etc.

Pueden, sin embargo, ir en plural los mismos, los dichos, los referidos, etc., ante varios nombres propios ó apelativos de persona.[Pg 173] «Los mismos Antonio Pérez y hermanos», «Las referidas madre é hija», «Los magnánimos Isabel y Fernando». Pero es porque en la mente se toman como un todo compuesto de varios, y por consiguiente, como un todo plural.


La tendencia entre literatos hoy día es á emplear en plural el verbo ó el adjetivo que se refiere á varios sujetos. Esta tendencia existía también en tiempo de Cervantes, ó mejor dicho, entonces había libertad en el empleo del singular ó del plural. La tendencia moderna se debe á los gramáticos que han enseñado esa regla del plural. Esa no es razón para tener lo contrario en Cervantes por descuido. Esos gramáticos han atado la construcción castellana. ¡Gran servicio, por cierto! Y esa atadura la tienen por más lógica, digo mal, por únicamente lógica. Lo será, como he dicho, en la lógica de tales gramáticos, no en la lógica castellana, que de suyo es libérrima, y nos la están trabando en muchas cosas que es una compasión. Pero campee la verdad, ante todo. Cervantes no puede ser tachado de descuidado por esa libertad, como ni por otras parecidas. Ni esa regla debe constar en las gramáticas como regla del castellano, sino como tendencia moderna, y como tendencia debida al artificio[Pg 174] literario y nacida en la hueca mollera de dómines sandios y cortos de vista.

Eso de llamar descuidos á lo que no se ajusta con nuestras reglas, aun en el caso de que éstas fueran reflejo de la realidad de los hechos, indica, por lo menos, aviesa manera de concebir el lenguaje.

El lenguaje vive en continua evolución, y lo que hoy nos parece mal ó descuido, estaba bien en otra época. César fué un descuidado, un tío Calzorras, pues nunca usó medias á pesar de que Suetonio le tilde de extremadamente esmerado en su manera de vestir. Eso se dice, cuando se tacha de descuidado á Cervantes en cosas que eran del habla de su tiempo y que no lo son del habla actual. Porque, cuando se trata de puntos como el que acabo de exponer, lo que hay que decir es que nuestros mayores no iban á aprender el castellano á París para que les pusiesen trabas, tenidas por muy lógicas, en su hablar; y que nuestros gramáticos y escritores, desentendiéndose del habla del pueblo, que es el habla castellana, se han ido fuera de casa á traer modas que no ajustan á nuestro talle.

NOTAS:

[16] El primer número es del capítulo, el segundo del folio de las ediciones de Cuesta de 1608 y 1615.

[Pg 175]

p175ilo

El mitógrafo D. Estanislao Sánchez Calvo

Suena el reloj: las tres, y desvelado. Abro las contraventanas: ¡es de noche! Silencio... que parece bajar de la bóveda celeste. En el fondo azulado, sin fondo, chispean un sinnúmero de riquísimos brillantes de todos tamaños. Amontonados al azar en algunos puntos, en otros uno ó más solitarios parpadean vivísimos destellos. ¿Qué mano esparció ese puñado de pulverizada nieve que veo formar una franja de oriente á occidente? ¿Á dónde se ha ido á ocultar en ese mar sin orillas el disco plateado de la luna, que días atrás navegaba silenciosa derramando por el espacio el cándido sosiego de su tenue palidez?

Toda esta palabrería me parece tan desapacible, tan tosca, tan barroca, al querer expresar lo que estoy sintiendo ante la vista del cielo estrellado, que me voy á callar, y seguiré contemplándolo embebecido en casto silencio. ¡Cuántos antes de mí os[Pg 176] habrán mirado suspensos y meditabundos como yo! ¡Yo no soy el primero que os miro embelesado! ¡Qué de cosas habréis sugerido al corazón de las generaciones que ya no os volverán á preguntar el misterio de nuestra existencia! Desaparecieron ellos mismos en ese hondo tan misterioso de la muerte, como del que habían nacido y del que he nacido yo también. Y vosotras, luces silenciosas, ¿desde cuándo estáis ahí brillando? ¿De dónde venís? ¿Á dónde váis? Los griegos, sabios y soñadores á la vez, te veían, lucero de la mañana, que ahora te levantas sobre el horizonte, cual si salieras del fondo del mar, goteando blanquísimas espumas. ¿Cómo no envidiarte, oh rojo Marte, tu ventura al contemplarla tan bella y deslumbradora?

Allí las hyades destilando rocío. Acullá Arturo dirigiendo sus bueyes y su carro. ¡El pulgarcito, cuya historia me contaban de niño y que he oído conocieron los Richis del Sapta-Sindhu! Al lado la osa, y entre ellos retorciendo sus anillos la serpiente. Y la lira, y el can, y el cochero, y Perseo. Todos érais dioses para aquel pueblo poeta y filósofo. ¿Quién, sino vosotros, podía engendrar y traernos la lluvia, el calor, la nieve, los vientos?

¿Quién podía cuajar en las entrañas de la madre tierra los ricos filones de plomo argentífero, tan codiciado por los mercaderes fenicios, cuando venían desde las costas de[Pg 177] Siria á las nuestras de Andalucía, lo cargaban en sus largas naves y lo llevaban á todos los puertos del Mediterráneo? Sólo tú, Saturno, padre de Júpiter, abuelo de los dioses. ¡Neptuno! tú reinabas con tu tridente desde el carro de delfines sobre el líquido elemento; y tú, Urano, derramabas la lluvia que fecunda el seno de la tierra. Rodeado de los satélites de tu corte, te paseas, benéfico Júpiter, por las nubes del Olimpo, gobernando con el pestañear de tus ojos, con el movimiento de tu celestial cabellera los acontecimientos de los mortales, que bullimos cual enjambre en este bajo suelo y nos arrastramos cual imperceptibles gusanillos. Á tu disposición el águila que nos augura tus designios, el trueno que nos anuncia tu encono, el rayo con que hieres al culpable, Mercurio, tu heraldo y alado mensajero, tu ministro de fomento, que enseñó á los hombres la medicina, el comercio, la industria.

Hubo un tiempo en que los griegos todavía no habían fantaseado todos estos entretenidos y sabios cuentos, por la sencilla razón de que no habían aún nacido. Ni siquiera habían venido á Europa sus progenitores, los pelasgos, los de las moles giganteas levantadas con peñascos en Tirinto y Micenas. El nombre romano no había sido pronunciado por humanos labios. En fin, que antes de estas y de otras muchas naciones,[Pg 178] vivió una raza de hombres, los primeros que vieron la luz del sol, los primeros que admiraron, como estoy ahora admirando yo, la majestad del cielo en una noche serena, como ésta. También aquellos hombres tenían ojos para ver y fantasía para dar en ocurrencias tan geniales y para urdir y tramar comedias tan bonitas, como las de los mitos que urdieron y tramaron los griegos, sus sucesores. Sólo que, como más en contacto con la naturaleza, como niños de la humanidad que acababan de abrir los ojos á la luz del sol, (¡ó quién sabe si de la luna!), debieron de quedarse todavía más atónitos, maravillados, asombrados y absortos ante el espectáculo que les rodeaba. Algo diría á su corazón infantil la vista de esa llanura sin límites, líquida y movediza, que llamamos el mar, sin orillas y sin fondo; algo ese horno de fuego que viste de colores las flores, de verdor los valles, de un azul tenue las montañas allá lejanas y de blancura inmaculada sus altas y empinadas crestas; algo el murmujear del viento, el temblotear de las hojas en las selvas, el discurrir de las mansas ondas entre las guijas del riachuelo, el retumbar de la tempestad, el cantar de tanta variedad de canoras aves. Etcétera, etc. Todo eso lo han cantado los poetas en mil tonos, ya sinceros, que salían como gemidos arrancados del fondo del alma, ya convencionales y falsos en los salones de sociedades embusteras.[Pg 179] Aquellos primeros hombres creo que debieron ser poetas verdaderamente sinceros, porque sentían, lo que se llama de veras. ¿Qué pensaron del mundo, de su origen, de los fenómenos que veían sucederse sin intervención ninguna de su voluntad, antes muchas veces contra lo que ellos hubieran deseado? ¿Quién hablaba en el trueno, quién miraba desde el sol ó atisbaba desde las estrellas, quién alentaba en el céfiro ó soplaba airado en el vendaval, quién se entretenía en rizar y revolver las olas del océano? Sin duda tenían que ser algunos seres más superiores que ellos mismos, seres que conocían, veían, oían tanto y tan bien como ellos, y de una manera más levantada y recóndita. El problema del universo, el problema de la vida, del origen, del destino del hombre, quedaba planteado. De aquí arrancan la filosofía y la religión, que han tratado de resolver ese pavoroso problema.

Si hemos de dar crédito á los Gritos del combate, en los que un gran poeta español ha sintetizado los sentimientos de la actual generación, ese problema aguarda todavía solución en el pecho de muchas almas. Ciertos glaciales vientos, venidos de la septentrional Germania, han congelado en el corazón de la actual sociedad las creencias y esperanzas que habían florecido en las sociedades de otros siglos más religiosos. El indiferentismo ha agostado la fe plantada[Pg 180] por Cristo. Pero el problema subsiste, y si su historia es tan interesante por encerrar el pensamiento de la humanidad, su primer origen, su prehistoria, lo es todavía más, ya que nos puede llevar á la raíz misma de donde arranca, y conocido el origen ó causa de un fenómeno, queda á descubierto su misma naturaleza y esencia. He aquí por qué tiene y tendrá siempre interés el estudio de la antigüedad y de la historia, y sobre todo de sus orígenes. La Lingüística ó ciencia de las lenguas, y la Mitología ó ciencia de las religiones, son los únicos medios que poseemos para internarnos entre las nieblas que más allá de la historia rodean los orígenes de la humanidad. Las palabras que hoy empleamos son monedas, desgastadas, sí, en parte, por el roce de los siglos, pero que habiendo sido acuñadas en aquellas épocas remotas, á donde no alcanza ningún otro monumento histórico, nos permiten descifrar en su carcomida leyenda lo que pensaron, filosofaron y creyeron las primitivas gentes. Las lenguas son los archivos del pensamiento humano, en ellas damos con los documentos más fehacientes que nos dicen las ideas que pasaron por la cabeza de los hombres hace veinte, treinta y cuarenta siglos. Pero dentro de ese archivo hay un anaquel privilegiado, donde se han coleccionado cuantos datos atañen á los dioses, quiero decir á la personificación de las creencias[Pg 181] de los primeros hombres, de sus ideas religiosas, personificaciones creadas por el espíritu filosófico y vestidas de su rica y multicolor vestimenta por la fantasía poética de la primitiva humanidad: ese anaquel son los nombres de los dioses. El primero que tuvo la idea de entrar en ese archivo y dirigirse á ese anaquel fué Platón. Por orden suya en el diálogo llamado Crátilo vemos á Sócrates y á Hermógenes revolviendo este tumbo religioso, que pocos años hace ha vuelto á desempolvar el insigne lingüista Max Müller, fundando así la Mitología comparada. En España, triste es confesarlo, la Lingüística y la Mitología son ciencias que hoy no se cultivan. Consolémonos con que no son las únicas que están en este caso. Dignísima excepción ha sido el genial, erudito y profundo pensador D. Estanislao Sánchez Calvo, cuya memoria acaban de honrar los asturianos. Por todas partes en Asturias he oído encarecer la agudeza y profundidad de su ingenio, la finura exquisita de su trato, la amenidad de su conversación, el tino que poseía para entreverar sus discretos razonamientos con algún dicho festivo ó sazonada conseja, que él sólo había sido capaz de atesorar con sus vastas lecturas.

En su obra Los nombres de los dioses aparece su personalidad tal como me la han pintado los que le conocieron. Tiene puntos de vista filosóficos, profundos y originales.[Pg 182] Pero lo diré desde luego, su defecto es el de la mayor parte de nuestros intelectuales: la falta de educación literaria, sólidamente dirigida y metodizada, la falta de verdadera disciplina, que encauce y aproveche tanto derroche de dotes naturales. Increíble parece que un talento como el suyo, que comprendió lo que vale la Lingüística en el asunto de que trata, no llegara ni á barruntar lo que es la Lingüística. La ensalza hasta las nubes, la proclama como la única que ha de hacer caer el velo de Iris, pretende servirse de ella en todas sus investigaciones, y... no tiene un átomo de ciencia Lingüística moderna, no la entiende; la entiende á la manera de Becano, de Tomassin, de Varron. Todas sus investigaciones particulares son por lo mismo, telas de araña, que se deshacen al solo contacto de una mirada: al ir leyendo, el más profano en achaque de lingüística, va destruyendo mentalmente tan aéreas y telarañescas fantasías. No bastan ingenio, lectura, ni aun criterio: sobre todo en materias de tan exquisita exactitud como las matemáticas y la lingüística, es indispensable un largo y sólido aprendizaje, una formación lenta y metodizada. El lingüista no se improvisa: aun dejando aparte el conocimiento de las lenguas, que exige largos y penosos trabajos, el manejo del método moderno, el conocimiento de los resortes de la fonética, no pueden ser[Pg 183] fruto sino de un largo y bien dirigido ejercicio. La enseñanza, como actualmente se halla en España, es la más á propósito para que no pueda darse un verdadero lingüista, y ni aun un verdadero hombre de ciencia entre nosotros. Basta de jeremiadas, y vuelvo á nuestro insigne asturiano, que, por lo dicho yo considero cual exuberante planta tropical, pero nacida en clima poco adecuado y cuyo cultivo estuvo desatendido. Observaciones atinadísimas se hallarán, cual brotes naturales y espontáneos, en cualquier página de sus obras.

De la naturaleza de los dioses nada sabemos, había dicho Platón; pero por sus nombres podemos conocer lo que han pensado de ellos los pueblos. Y en el Crátilo intenta descifrar esos nombres por medio de la lengua griega, aunque confesando que otros se tomaron de los bárbaros. Aquí nuestro escritor: «El error de Platón y aun el de muchos mitógrafos modernos consiste en querer averiguar ó descubrir el significado ó sentido de los nombres míticos en la lengua misma del país en que recibieron culto». Indra, Pardjania, Aditya, no son, efectivamente, nombres sánscritos, ni tan siquiera ariacos; Apolo, Athene, Baco y Perséfone no son nombres griegos, ni aun pelásgicos: como no son castellanos de origen Dios, santo, diablo, demonio. Querer interpretar tales nombres por el griego ó el sanskrit, es[Pg 184] como querer interpretar estos otros por el castellano. Al nombre de ¡o demo! huyen las viejas en Galicia, y si no huimos nosotros al de ¡demonio! es porque somos ya tan malos como él; que otra cosa hacen las monjitas en el claustro. Pues ahora oigamos á Sócrates: «Yo afirmo que todo el que es demonio, es decir hombre de bien, es verdaderamente demonio durante su vida y después de la muerte, y que este nombre le conviene propiamente». Los demonios para los griegos eran los dioses de la edad de oro: el cristianismo les ha puesto los cuernos y el rabo. ¿Qué hace Sánchez Calvo? Acude á otras lenguas más antiguas, á las turanias y al éuskera. Á la civilización semítica de la Caldea precedió otra turania, que le legó su escritura cuneiforme. Los semitas se valieron de ella; pero los nombres de cada signo eran letra muerta para ellos, sólo tenían significado en la lengua turania preexistente. Los modernos han reconstituído no sólo la lengua asiria y toda la historia de Nínive y Babilonia, escrita en la lengua semítica cuneiforme, sino hasta la lengua turania que se encerraba en aquellos signos, la lengua llamada acadiana por unos, por otros sumeriana. Razón hay, pues, para acudir al turanismo, cuando las lenguas arias no dan más de sí. ¿Y el éuskera? Ni siquiera saben muchos españoles qué lengua es. Allá antes de los albores de la[Pg 185] Historia, ha descubierto la Prehistoria la existencia de varias razas, que ocuparon el suelo de Europa antes de los arios, sean éstos celtas, pelasgos, griegos, romanos, germanos ó eslavos: las razas de Canstadt, de Cro-magnon ó guancho, de Furfooz. Aquellas antiquísimas razas sólo nos han dejado grandes pedruscos (megalíticos), hachas y flechas de piedra y hueso, y espesos montones de conchas y otros relieves de sus primitivos banquetes. Si nos hubieran dejado un solo libro, algo más sabríamos de ellos.

Ahí está un libro y bien voluminoso: es el Diccionario bascongado. Los bascos ó euscaldunas pertenecen á una de aquellas razas; su lengua es el bascuence ó éuskera, que significa el habla. Con razón acude, pues, á ella nuestro docto asturiano. Este nuevo derrotero, abierto á la Historia y á la Mitología comparada en las primeras líneas de su obra, bien merecía que á su autor se le considerara como á un escritor genial, por lo menos, por no decir como al fundador de la Mitología comparada del porvenir. No es esto sólo; él ha dado los primeros pasos por el nuevo camino y ha puesto los primeros jalones. El primero como punto de partida, el segundo como método. La noción de Dios en el hombre crece ó disminuye á medida que crece ó disminuye el pensamiento humano. Los mitólogos modernos asientan que la religión primitiva de los arios fué[Pg 186] muy parecida á la de los salvajes de África ú Oceanía: el fetichismo. Sánchez Calvo se coloca enfrente de este punto de partida y dice: Si el fetichismo no es más que la adoración de una forma cualquiera material, sin representación metafísica ninguna, en este caso el fetichismo no pudo ser de ningún modo la primera fase teológica de la humanidad. No se concibe que el hombre primitivo rindiese culto á un objeto natural sin ver en él la imagen ó la morada predilecta de un poder misterioso, invisible, pero manifestándose en ciertos fenómenos; y entonces deja de ser tal fetichismo y se convierte en una idolatría vulgar. El verdadero fetichismo no existe, pues, sino como una degradación en muy pocos pueblos, y aun en ellos, si se investiga bien, se encontrará seguramente un resto del animismo ó del espiritualismo primitivo. Hay que estudiar en la humanidad la idolatría, es decir, la adoración de un ente metafísico desconocido, pero cuya existencia deduce el hombre de manifestaciones de fuerza ó inteligencia que observa en los fenómenos de la naturaleza. El elemento metafísico se impuso al hombre desde el momento en que empezó á hacer uso de su razón por medio del principio de causalidad. Los hombres prehistóricos de la edad del bronce, del reno ó de la piedra, eran espiritualistas ya, creyendo en multitud de agentes animadores de la naturaleza, al[Pg 187] observar sus movimientos, ni más ni menos que aquel perro que ladraba á un paraguas movido por el viento.

Cuanto al método, el Sr. Calvo se decide terminantemente por la lingüística comparativa de todas las lenguas. La religión y la mitología son contemporáneas de la razón humana; por consiguiente, ni el griego ni el sanskrit, que son de ayer, bastan para descifrar los nombres de los dioses, que proceden de la primitiva humanidad. Los mitos no pueden ser comprendidos y apreciados, dice Grote, si no se refiere uno al sistema de concepciones y creencias de las edades en que nacieron. Pero ¿dónde encontrar ese mito primitivo, y á qué raza ó á qué pueblo hemos de recurrir para verle nacer? Le encontramos formado y más ó menos joven en el Aria, en Grecia, en el Lacio y en Germania, en Asiria y en Israel; mas ¿dónde puede estar su cuna? La lingüística es el único y más poderoso auxiliar que en este caso se presenta. De aquí que el autor nos hable luego de la lingüística, y después del turanismo y del éuskaro, como fuentes las más antiguas que nos pueden llevar á la lengua primitiva, á la cual pertenecen los nombres mitológicos. Si después, á pesar de partir de donde debía y de emplear estos medios de investigación, nada ha conseguido nuestro abortado mitólogo en los demás capítulos de su obra, débese, ya lo he dicho, al[Pg 188] completo desconocimiento que tenía de la verdadera lingüística, que es el método moderno, comparativo é histórico. Saquemos, pues, como moraleja de estas líneas, que aunque es verdad que quod natura non dat, Salmantica non praestat, no lo es menos que las mejores condiciones naturales dan frutos abortados, si no se cultivan con una severa y larga disciplina literaria.

[Pg 189]

p190ilo

Motes ó apodos

Los motes ó apodos son de suma importancia en el estudio de un idioma. De ellos nacieron la mayor parte de los nombres y apellidos, cuyo estudio ha ocupado á muchos escritores, que han impreso libros sobre este particular. Conocido es el de Godoy y Alcántara sobre los apellidos castellanos. Puede decirse que se reduce á una lista por siglos y categorías de una buena cantidad de apellidos, cuya etimología, cuando pretende desentrañarla, no aparece en general muy clara. Pero, sobre todo, no se halla en él idea psicológica de ninguna especie. Y, con todo, lo más curioso de apellidos, nombres y motes es lo que de ellos se desprende para el estudio psicológico del pueblo que los formó. En este particular, los motes son todavía más importantes, por ser, digámoslo así, los nombres en su primera edad, cuando aún están frescos, tiernecitos y flamantes.

Si se pudieran reunir todos los apodos[Pg 190] que hoy suenan por toda España, formarían un caudal de vocablos tan abundante como el del Diccionario castellano, y aún más, porque hay muchos motes que sólo se emplean como tales y no son del uso ordinario del habla.

Lo más sabroso, sin embargo, y á la vez lo más instructivo que habría en esa lista, sería ver, como en un cuadro, el ingenio poético y filosófico de nuestro pueblo.

Y nótese que ahí es un grano de anís el ver de una manera tan clara y pintoresca el colorido de la fantasía y la penetración de la inteligencia de una raza.

Pero como los españoles tenemos otras cosas de más tomo en que entretenernos, y gracias que no haya hecho asomar en mis lectores la risa á los labios al ver que escribo un artículo sobre cosa tan baladí como son los motes, tendré que contentarme con los pocos recogidos por mí, aguardando que mis amigos, ó los que por estas cosas se tomen algún interés, me vayan enviando listas de motes fehacientes y verdaderos, de cualquier parte que sean.

Poesía y filosofía he dicho que encierran los apodos. Son obra natural, espontánea del pueblo. Pero el pueblo no habla; hablan los individuos que lo forman, y no cualquier hijo de vecino es quién para inventar y poner un apodo, sino los listos, los chistosos, los chuscos.

[Pg 191]

Ingenio es menester para dar con un mote que venga á pelo, que choque y dé golpe. Y á fe que en España todo eso abunda como en ninguna parte. ¿Cómo concibe el chusco que inventa un apodo el carácter ó la facha exterior de la persona á quien se lo aplica? Como otra cosa á las veces muy diferente, pero que tiene con ella un punto de contacto. La metáfora interviene, pues, aquí, y el chusco da gallarda muestra de su penetración y de su fantasía: es un verdadero filósofo y un verdadero poeta. Filósofo, porque tiene ingenio para saber coger en la persona el rasgo más saliente que le caracteriza; poeta, porque en su fantasía surge por la metáfora la imagen de otro objeto que remeda ó pinta ese rasgo saliente.

Los ejemplos que voy á poner están tomados del natural: son apodos recogidos en Tudela de Navarra, y á mis instancias, en la tertulia de mi buen amigo el canónigo don Federico Pérez.

Es un individuo que siempre está apurado, no por negocios que carguen sobre él, sino porque tal lo lleva su carácter nervioso y vivo: llámanle Agonía. Échese á discurrir quien quiera cuál es el trance más apurado de la vida, y no hallará otro que aquel en el que ella se acaba. Emplear un sustantivo por un adjetivo dicen los retóricos que es cosa galana y que da fuerza y novedad á la expresión. El chusco tudelano que inventó[Pg 192] el mote no entendía de retóricas; pero dió en lo más poético y filosófico.

Pescador en el Ebro es el patrón y casero de mi amigo D. Federico: se llama Anguilica. Otro, bastante goloso, ó como allí se dice, laminero ó lambinero, se llama Bizcochada, nombre dado á las natillas, encima de las cuales van algunos bizcochos. ¿Queréis motes poéticos, gráficos, chistosos? Bate-cristos, Carra-cuca, Caga-tieso, Caga-en-l’aire, Cag-ansias, sinónimo de Agonía, pero más castizo y más gráfico. Cardenillo es uno de mal genio: y aquí tenemos todo un cuadro, que no es fácil pintar ni con el pincel ni con la pluma. ¿Será el efecto del cardenillo pintado en un envenenado? Veneno es otro apodo que vale lo mismo; todos conocen al capitán Veneno de Pedro de Alarcón. Cagarruta es un hombre pequeño: advierto que así se llaman los granillos del excremento del ganado lanar. Carrañé es otro de mal humor; encarrañarse vale enfadarse. Diminutivo de otro excremento es el apodo Carajucho. Muchos y diversos pasos debe dar en sus asuntos el llamado Cagateclas. Pequeños son Currusco, Currutaco y Curruto; en todas partes mete la cucharada Cucharón, é hinca el diente el llamado Diente. ¿Es uno amigo de hacer la corte á gentes de cuenta? Le llaman Estira-levitas, tan gráfico como Colín por adulador, que menea la cola tras otro,[Pg 193] como el perro. Optimista es El Dichoso, de aspecto quijotil El Seco, cerduno El Cucho, zanquilargo El Guitarro. Ello mismo lo dice cómo serán El Negro, El Patán, El Zorrico, El Abogado, El Curto, El Potra, El Gatico, El Chafo, El Chilín, y lo mismo Barricate, Brazos-Cortos, Carabina, Carpa, Casaca, Calzones, Cazuelo, Cazuelica, Carrasca, Cavila, Cogote, Carrizo, Mortero, Manazas, Madero, Malcarao, Mosquito, Palomo, Pajuela, Peladilla, Pimentón, Piñica, Pingo, Putica, Raboso, Raspa, Rata, Rana, Ratilla, Tropezones, Zaragata.

Mano-e-hierro pudiera ser del corral de Monipodio. Mascarrabias es un rabieta que tiene que mascarlas. Nos parece calificativo tan sencillo y tan vulgar, que nadie repara en él. Y, sin embargo, es expresión de lo más pintoresco que se concibe. Buscadle equivalente en francés, ó en latín, ó en griego. Cada pueblo tiene su temperamento poético, y no es muy sandio el pueblo que tales expresiones inventa. Fulano suele presentarse con tanta prosopopeya como un navío de alto bordo: llámanle Navío. Mata-ratas, Mata-burras, ¿se aclararán por aquel dicho: «Por un perro que maté, me llamaron Mata-perros»? ¡Qué ha de matar el infeliz ni una burra siquiera, si no es capaz de matar una rata! Tan irónicos son estos motes como el de otro á quien llaman Mata-curas, que suele matarlos de pico, y nada más. Mal-año[Pg 194], Mil-duros, Merendón, Paticas-cortas, Pisa-flores, que es harto más bonito que pisaverde.

Hay motes que, mirados con las delicadas lentes de las conveniencias sociales, son de lo más feo y vitando; pero no dejan de ser de lo más gracioso. Apunten los suscriptores y los redactores de la revista internacional Criptadia: Pedo-lobo, Pichorrín, Pijota, Pijorro, Cachurrín, La Cachorrona, Minguica, Picha-rota.

De carácter farisaico es un tal Servamandata; tan vivo de genio como Agonía y Cardenillo es Solimán. Parlanchín que menea sin cesar la sin hueso es Taravilla; un para poco es Tararo, y para menos Tararura. Muletilla ordinaria suya debía de ser ¡quién sabe!, cuando á otro le llamaron Quisabe, donde tenemos la etimología de quizás, antiguamente qui sab. ¡Por vida de! es otra muletilla que originó el mote Repor-vide, y sangre sosa debía de tener el llamado Sangracha y el Chanchan, y demasiado encendida el Sopetón y el Rabiau.

De un asiduo á los cultos del Corazón de Jesús es el apodo muy moderno Reinaré. Diminutivo de pito es Pitito, que los muchachos hacen con dos pedacitos de caña y un hilo para pitar ó echar pitidos.

De las patas hay motes gráficos: Patán, Pat-araña, Pato-lea, Patirraco, Paticas-cortas[Pg 195], Paticas-verdes, Patas-verdes. Del pelo y pelar, pelear: Pela-panes, Pelacho, Peladilla, Pela-morros, Pelucón, Chorreta, Chafarreta, Churumbela, Chirimbolo, Cherre, Churri-pample, Chirri, Chorche, Chorrio, Chirpi, Zarambote, Zamacuco, Zampas, Zaragata, son de origen euskérico.

Pintorescos son Esgarra-manzanos, Morrocuto, Tripota y, sobre toda ponderación, Tripa-triste, que se refiere al hambre.

Á las mujeres se les da el mote de sus maridos, mudándoles la terminación en a: Corazones es el mote de uno; á su mujer la llaman La Corazonas, y así La Cascorra de Cascorro, etc. Pero otras lo tienen propio: La Trona, La Mari, La Coronada, La Hurona, La Canóniga, La del ancho, La Gorriona, La Murilla, La Vinagre, La Pelos, La Gimia, La Ciela, La Ochava, La Perrandina, La Cachorrona, La Resalada, La Rico-pelo, La Colé, etc.

No faltan motes fundados en un chusco equívoco. Llega de la aldea una vendedora de pollos, y le dicen: Ahí en esa casa le comprarán. Son gentes que vienen de Madrid á veranear. Pregunte por Doña Jovita. Llama á la puerta la buena mujer, le abren y al subir se da de manos á boca con una señorona de tomo y lomo. Iba á preguntarle si era Doña Jovita; pero parecióle demasiada mujer para nombre tan chico, y le dice: ¿Es[Pg 196] usted Doña Jova? El nombre Jova ya no hay quien se lo quite á la jamona madrileña.

Todos los motes apuntados son de Tudela, donde no habrá hombre ni mujer, chico ni chaco, que no tenga el suyo. Pero otro tanto sucede en las demás ciudades españolas, y mucho más en los pueblos y aldeas.

En Calatayud, á la otra vertiente del Moncayo, el dialecto es el mismo que en la merindad de Tudela: el aragonés; pero más cerrado y con vocablos más regionales. Mi excelente amigo el conocido novelista de costumbres aragonesas D. Juan Blas y Ubide, que entre el ejercicio de la abogacía no descuida el culto á la literatura, me obsequió este verano con un rico tesoro de palabras, frases y motes, por él recogidos en aquella ciudad para servirse de ellos en sus novelas.

Voy á confirmar lo expuesto hasta aquí con esos motes hoy vivos en Calatayud; y para que se noten mejor las tendencias psicológico-poéticas de los bilbilitanos, los ordenaré por clases. Hay motes tomados de objetos inanimados, otros de defectos corporales, otros de cualidades morales, otros de plantas, otros de animales, otros de oficios, otros de regiones y pueblos, otros cuyo significado es bastante oscuro, y otros, finalmente, tomados de todo el Diccionario é inclasificables.

[Pg 197]

DE OBJETOS INANIMADOS

Chaqueta, Coronica, Medio-almú, Pitos, Silleta, Chimeneas, Tablares, Bomba, Perniles, Alforjas, Pitón, Pitorro, Botijo, Candiles, Cascarrias, Cataplasma, Chavo-ó-hilo, Bolsa-de-hierro, Pizarrines, Mota, Cuaderna, Cerillicas, Cerote, Chupilla, Porrón, Puchero, Coscurro, Punzas, Cachirulo, Boto, Botitos, Sartenes, Madera, Candelas, Tijeras, Zurriago, Sarro, Puntales, Guitarro, Bolas, Pelotas, Bolsicas, Banderica, Mostillo, Bombarda, Ratonera, Camisilla, Terriza, Martillo, Manta, Huevete, Morcillica, Fregadera, Torretas, Calzones de yesca, Mitra, Coscarana (nuez huera), Cornijales, Cuartico-especias, Cañete, Callejica, Casillas, Goma-seca, Mala-lana, Gotera, Gatera, Manchas, Casquina, Chocho, Brozas, Cache (Cacho), Gazote de gamón, Chorré (chorro), Garamaya, Chichetas (de chicha), Colodro, Chicherre (chicha quemada ó erre en éuskera), Zaraballa, Chirro, Chumina, Cachupico, Chorrillas, Cachupo (pedazo de tronco), Cachacho, Ciclón, Peteneras, Reino, Duende, Cazolón, Chiripa.

DE PLANTAS

Ciruelo, Berros, Melón, Cebollas, Calabacines, Mielga, Moscatel, Borrajas, Clavel, Cañamones, Patata, Cepa roya, Pilongo, -a, Parra, Seta, Cabecica de ajo, Cabeza de[Pg 198] pepino, Chiles (pimientos), Carrasco, Mora, Lapazas.

DE ANIMALES

Caracoles, Gato, Gurrión, Pajarito, Cuervo, Zorra, Pollo, Gallo, -a, Cuco, -a, Mirlo, Cigüeña, Ratón, Tábano, Chorlito, Mosca, Venau, Culebras, Chincho, Bicho, Pichona, Cordericos, Ratica, Polilla, Oveja, Gusano, Rata, Nutria, Cabrito, Pulga, Rana, Abeja, Lobo, Pájaro, Burras, Güina (ó fuina), Potra, Chocha, Zarandilla, Perdigano, -a, Conejo, Zorrilla, Cucho, Garra-miau (gato), Cardelinos, Mosquirre, Bichocho, Chites, Rabosa.

DE OFICIOS

Estudiante, Capellán, Alguacil, Zagal, Gaitero, -a, Brujo, Zapatera, Campanero, Badajero, Farolero, Bolero (mentiroso), Reyecillo, Monje, Fraile, Monago, Sacris (sacristán), Capitán, -a, Payaso, -a, Regador, Santero, -a, Tiple, -ón, Corneta, Cafetero, Monjero, Macera, Señorito, El rey, Botero, Saca-cuadras, Pañero, Obispo, Curilla, Ratonero, Diablo, Letrado, Confita-moscas, Pregonero, Zagalón, Realista, Gitanillo, Piloto, Picón, Moricos.

DE REGIONES Y PUEBLOS

Vetos, Lumpiaque, Castillica, El turco, El ché (valenciano), Polaco, Cartagena, Zaragoza,[Pg 199] Provincial, Villalobos, Moresano, Perules (del Perú).

DE DEFECTOS Y CUALIDADES CORPORALES

Bizco, Cojo, Zurdo, Manco, Royo, Canoso, Largo, Viejo, Feo, Chepa, Manazas, Manitas, Ojitos, Mocos, Dientes, Cojogo-doño, Morreto, Moquito, Pardillo, Rojo, Cabezota, Narigones, Patas, Carota, Pelos, Galano, Canelo, Garrillas, Caspa, Blanco, Jibeta, Robusto, Garrido, Regañau, Peludo, Maneta, Colorau, Chiquitín, Patillas, Tripa-larga, Mala-cara, Culo-de-goma, Cara-de-culo, Cinco-arrobas, Pelo-malo, Cabeza de barandán, Morros, Negreta, Oreja, Cabecica, Mala-boca, Pelón, -a, Caga-blanco, Peli-blanco, Empalmado, Orejazas, Blanquillo, Negrillo, Negro, Moreno, Cetrino, Paticas, Verde, Anciano, Manota, Gordo, Cabezona, Calvo, Garrancho, Rajau, Carrillo, Cana, Cacau (cagado), Patés (de pata), Pelete, Pataco (de pata), Cagacho, Peluches, Pichorrín, Picha, Tetillo, Cagachas, Carajilla, Blinca-pozos, Tocatas (paliza), Traga-lamas, Chata, Gambeta, Cholas, Mamau, Guarro, Manjunto, Menina.

DE CUALIDADES MORALES

Pela-pobres, Lame, Curda, Chispa, Rasca-miajas, Manso, Mata-abuelas, Zancocha, Muermo, Chulo, Sueños, Zarrias, Zangolotino, Carca, Mata-moros, Fachenda, Tabacón,[Pg 200] Corre-mundo, Loco, Santo, Machaca, Mata-perros, Roba-masas, Mil-hombres, Roba-pellejos, Roba-carneros, Mata-curas, Azota-cristos, Arroja-cristo, Empenta-salves (empentar es empujar), Come-cochinos, Cavila, Licos-pechos, Loque-zoquete, Pintolique (que la pinta), Mano-güisa, Zámpara (de zampar), Zampias (ídem), Cucarro (que cuca), Motorro (morrudo en éuskera), Jalaco (adj. de jalar, jalear, aficionar en éuskera), Cachacho, Locarra, Borde, Marica, Maruso, Mal-pica, Marión, Machaca, Remacha, Traga-huesos, Mata-lamba, Traga-buques, Caga-lesnas, Tene-moscas, Pica-moras, Traga-bolas, Bate-cargas, Contento, Mucho, Piculín (que acusa), Saca-cuadras, Confita-moscas, Mala-boca.

MOTES DE PUEBLOS

Torrijo.—Los belloteros.
Vijuesca.—Los tocineros.
Aiñón.—Los huecos.
Cervera.—Los de la abubilla.
Villalengua.—Camuesos.
Sediles.—El cuco.
Terrer.—Llegar y meter.
Ateca.—La puerta abierta.
Daroca.—Puta ó loca.
Ricla.—Los cañiceros, ajeros.
Campiel.—Melocotones.
Morata.—La del Conde.
Torres.—El tío Pepe Roque y la ballena.[Pg 201]
Maluenda.—Mucho mantel y poca merienda.
Castejón de las Armas.—El de las cerezas.
Castejón de Alarba.—El de los ricos.
Chodes.—Se prohibe repicar y andar en la procesión.

En toda España reza el refrán que no se puede á un tiempo repicar y andar en la procesión. Á los de Chodes, pueblo cerca de Morata de la Ribera, ó del Jalón, se les prohibe, porque son los únicos que pueden hacerlo. El conde de Morata edificó de tal suerte el pueblo, que forma una sola plaza y no grande. Puede tirar de la cuerda de la campana el sacristán y no salirse de la procesión.

Las causas de la imposición de los apodos son diversísimas. Los que significan defectos corporales ó un miembro del cuerpo, que por alguna razón caracterizaba al individuo, no ofrecen dificultad. Llamar á uno bizco, ó bizconde, como suele decirse por equívoco malicioso, es aplicarle de ordinario un apelativo, con lo cual queda convertido en nombre propio. Hemos de pensar que el hombre siempre ha sido el mismo, y que por consiguiente tal fué el origen de los nombres propios. Y no sólo de los propios de persona, sino de lugares y de objetos, cualesquiera que ellos sean. Proceden, pues, los nombres de los calificativos, ó llámense[Pg 202] adjetivos. Los vocablos, efectivamente, sólo expresan un concepto de las cosas; es decir, un modo de ser, una apariencia, una cualidad genérica, la cual puede aplicarse á todos los objetos que la poseen. Cojo, zurdo, royo, peli-blanco, guarro, galano, son adjetivos que sólo expresan una cualidad. Pero aplicándose de ordinario á una persona quedan convertidos en mote, y luego en nombres. Carrillo, Cana, Pelete, Cabezota, Dientes, son nombres apelativos, que por el mismo medio vienen á ser apodos y nombres y apellidos personales. Pero de la misma manera llegaron á ser nombres apelativos: fueron antes expresiones comunes aplicables á muchos objetos, fueron calificativos. No expresa el vocablo carrillo la esencia, ni siquiera el conjunto de cualidades esenciales, á modo de descripción, del miembro corporal así llamado; sólo indica una cualidad del carrillo, la de poder girar y moverse como un carro: carr-illo es un carr-ito, un diminutivo de carro. Otro tanto sucede con el vocablo carro, que los latinos tomaron de los Aquitanos, que hablaban éuskera, como iberos que eran. Carr-us viene del éuskaro e-karr-i llevar, da-kar-t yo llevo, da-kar-zu tú llevas, na-kar-zu tú me llevas. Del llevar se dijo carr-us lo que lleva. Pero kar raíz de llevar sólo indica una acción, un modo de obrar de las cosas. Manota es otro apodo, sin duda porque el así[Pg 203] llamado tenía una mano grande y deforme. Pero, á su vez, mano, del latín manus, se dijo por ser extendida y servir para medir, que no es más que extender una cosa, la medida, sobre otra, como el pañero, que extiende su vara sobre el paño una ó más veces según las varas que le pidió el comprador. Ma-nus vale la extendida, como ple-nus lo lleno, y dig-nus lo señalado, de ma- extender, medir, pl-, pl-us, llenar, dic-ere señalar, decir. Y así la luna, medida del tiempo, es mêna en godo, alemán Mond, lituano ménu, griego mên, latín Mena menstruationis dea, como mênê en griego, y men-s-is més, mens-s-truus. Extender y medir es en sanskrit mâ-mi, mi-mê, la medida ma-tram, el me-tron griego ó metro, lo que mide, como ara-trum lo que ara, el arado, en latín mê-tare, mê-tiri, de donde medir, en eslavo mê-ra y en lituano më-rá es la medida, ma-túti medir, en griego mî-me-omai imitar, mî-mos remedador, de donde mímica, habiéndose dicho el remedar del medir, por comparar é igualar dos cosas, como nuestro vocablo remedar viene de re-imitari volver á imitar, comparar, medir. El nombre mano fué, pues, antes un adjetivo, lo extendido, como lo son lleno y digno.

Los motes que indican cualidades morales son también adjetivos ó nombres concretados en un individuo. Loco, Santo, Curda, Chispa; Cavila, ó tío Cavila, el que[Pg 204] cavila mucho: es un verbo, lo mismo que Lame, Rasca-miajas, Pela-pobres, Caga-lesnas, Traga-bolas, ó que cree las exageraciones y mentiras. La metáfora campea aquí de una manera maravillosa. ¿Qué quiso decir el chistoso que inventó el mote de Caga-lesnas, el de Traga-buques, y el de Confita-moscas, y el de Azota-cristos, y el de Mata-abuelas? No conozco ingenio entre escritores y poetas que tan alto hayan rayado como el oscuro y desconocido autor de tan ingeniosos apodos.

No es menester ir á Andalucía para hallar en España andaluzadas, ni sal, ni gracia, ni poesía. Aragón es el polo opuesto de Andalucía. Pocos poetas ha criado, porque el carácter de los aragoneses es muy serio y enemigo de toda mentira y exageración. Pero por lo mismo es muy realista y tan fogoso como el que más. Los escritores aragoneses no descuellan por las obras de puro fantasear; pero son vigorosos, exactos en sus metáforas, y de un colorido y nervio que los hace poetas de otro género. Prudencio, Quintiliano, Marcial, los Argensolas, el gran fabulista riojano, el gran filósofo bilbilitano Gracián, el historiador Zurita, son de esta cepa, de la misma que los guerreros de Numancia, y de Calahorra, y de Zaragoza, de la misma que el anti-papa Luna, y que el fabricante de la campana de Huesca, y que los magnates de aquel reino.

[Pg 205]

Los motes de oficios y clases sociales han originado muchos apellidos: Botero, Monje, Fraile, Alguacil, Obispo, Picón, Capitán, etcétera.

Y no menos los de plantas y animales, donde la metáfora y el ingenio poético de los españoles es muy digno de notar: Ciruelo, Parra, Carrasco, Mora, Cuervo, Gallo, Lobo, Zorrilla.

El apólogo, de origen indiano, parte del principio antropológico, tan innato en el hombre, que quiere atribuir á los demás seres sus propias cualidades. El hombre no conoce las cosas del mundo exterior sino en cuanto halla en sí algo que sea común con ellas. Sus facultades aprehensivas son anteojos que colorean los objetos del color que ellos mismos tienen. Mira á los animales con el anteojo antropológico, les atribuye sus propios sentimientos y fantasea una ética animal, paralela á la ética humana. El león es noble, la gallina cobarde, la liebre tímida, la hormiga diligente, la abeja laboriosa, el toro valiente, el perro fiel, el murciélago alevoso, el tigre encarnizado, el sapo vil, la serpiente prudente, la paloma candorosa, el zorro artero, la cabra caprichosa, la cotorra parlera, el potro insolente, el asno estúpido, el pavo vanidoso, la oveja mansa, el gallo orgulloso. En hecho de verdad, toda esa ética, con los apólogos que en ella estriban, es una ética fantástica. Las pasiones[Pg 206] no menos radican en el alma racional que en la parte sensitiva del organismo. Pero el hombre es poeta por instinto, y humaniza cuanto le sale al paso.

Una de las riquezas poéticas del castellano tiene aquí su origen. Apenas habrá animal que no haya servido de punto de comparación á los españoles para concebir las cualidades morales humanas, que de suyo eran tan difíciles de expresar por lo complejas y abstrusas. No creo que haya idioma alguno cuya penetración y fantasía puedan parearse, ni aun de lejos, con la penetración y fantasía de nuestro pueblo. Algunas expresiones parecidas se hallan en todos los idiomas; pero tantas y tan bien apropiadas creo que en ninguno. ¿Hay términos franceses ó latinos, ingleses ó griegos, que pinten y respondan á nuestros verbos azorarse como la garza perseguida por el azor, amilanarse como los pajaritos á la vista del milano, aconcharse como la tortuga ó el caracol, aturdirse como el tordo, encabritarse como el cabrito, alebronarse ó alebretarse ó alebrarse como las liebres, emporcarse como el puerco, avisparse como la avispa, ratonarse como lo comido de ratones, emperrarse como el perro, atortolarse como la tórtola, pavonearse como el pavo, encapricharse como la cabra que se encarama, acurrucarse como la curruca, enviperarse como la víbora, entigrecerse[Pg 207] como el tigre, agazaparse como el gazapo, achicharrarse como la chicharra con el calor, amoscarse como el molestado de las moscas, cotorrear como la cotorra, gatear como el gato, serpear como la sierpe, serpentear como la serpiente, culebrear como la culebra, culebrinear como la culebrina, gallear como el gallo, engatusar como el gato, hormiguear como el sitio lleno de hormigas ú hormiguero, desasnar como el estúpido que deja de ser asno, apolillarse como lo roído de la polilla, caracolear dando las vueltas del caracol, mariposear como las mariposas, mosquear como moscas, potrear como el potro, podenquear como el podenco, torear como el toro, andar aperreado como el perro, ratear como la rata, aborregarse el cielo como establo lleno de borregos, acaballar ó encaballar montado como jinete en el caballo, chinchorrear como el chinchorrero, que es tan molesto como la chinche, escarabajear como el escarabajo, garrapatear como la garrapata, berrear y emberrenchinarse como el verraco, chotear como el choto, patear como el pato, babosear como la babosa, zanganear como zángano, agusanarse como lo lleno de gusanos, trasconejarse como el conejo, zabullirse como el sapo (zabu en éuskera, zab-uli revolcarse como zabu), erizarse como el erizo, achuchar como al chucho, desperdigarse como[Pg 208] los perdigones, despotricar como el potro?

En España no parece sino que todos somos zoólogos, y que vivimos en un parque zoológico. Fulano es un chinche, es muy zorro, es un gallina, un puerco, un puercoespín, un pavo, un asno, una sabandija, parla como un chorlito ó como una cotorra, es un avestruz, un borrego, un moscón, una mosquita muerta, un toro, un pichón, una mariposa, un cernícalo, una víbora, un rata, corre más que un galgo ó que una liebre, es más tratable que una paloma sin hiel, canta como una calandria ó como un jilguero, es más listo que una ardilla, más tragón que un tiburón, más intratable que un potro, más escurridizo que una anguila, come como una sanguijuela, tiene más conchas que un galápago, tiene el genio de un toro, se menea más que una lagartija, salta como un gamo, es más cruel que el tigre, no es rana, no morirá de cornada de burro, no se apea del burro, es más pesado que las moscas, lloriquea como un becerro, engorda como un tocino, brama como un toro, es un pollo ó una polla á pesar de sus treinta abriles, tiene un pico de chorlito, unos ojos de besugo, una nariz aguileña, unas orejas de asno, unos pies como pezuñas, un cuello de cisne, unas uñas de cernícalo, más pelo que un oso, es lince como él solo, es muy patudo y muy ganso, viene hecho una merluza, es todo un zángano, tiene un genio de hiena y[Pg 209] un cuello toroso, es más bruto que un mulo y más terco que un macho, no sabe más que un buitre, se viste como el grajo de plumas ajenas, se hincha como una rana, cacarea sus cosas como la gallina, se le va la cabeza ó le duele como á una cabra, es un puerco y un cochino y un gorrino de sucio, tiene malas pulgas, gruñe como un cerdo, es necio como un pollino, es una tarasca, un renacuajo de chico, un buey Apis de gordo, un tórtolo de cariñoso, un camaleón de mudable, adelanta como el cangrejo, se pega como una lapa, allega como una urraca, está hecho un bacalao, gorronea como un gorrión, anda de golondros como una golondrina, duerme como un lirón, es más feo que un mico, más vivo que una comadreja, más blanco que un armiño, de más monerías que un mono; es, en fin, un animal por los cuatro costados, con rabo y todo.

Los apodos tomados de objetos inanimados son más difíciles de aclarar. Algunos son tan metafóricos como los anteriores y se refieren á cualidades corporales ó morales. Medio almú se dijo de uno que era pequeño, Botijo del que era tan gordo como un botijo, Cataplasma del pesado, tardo y molesto, Cascarrias del sucio ó del cansado en su trato ó del quisquilloso, Cerote del tímido, Porrón del gordinfla, Mostillo del pegajoso y dulzachón en su trato, Morcillica del larguirucho, Coscarana del huero de[Pg 210] cascos, Fregadera del sucio y descuidado, Callejica del corretero y callejero, Mala-lana del que presto se sube á la parra, Chicherre del que se enfada y arde por un quítame allá esas pajas, como Calzones-de-yesca, Peteneras del alegre, Duende del entrometido, Ciclón del vivo y furruña. En esto se ha seguido el tenor que han tenido los españoles en la derivación de vocablos por medio de la metáfora, y en el empleo metafórico de las cosas en refranes y frases hechas, donde podríamos señalar un tesoro tan rico y poético como el zoológico que hemos indicado.

Otras veces el mote se refiere á una muletilla del individuo, ó á un caso particular, cuya historia se conserva entre las gentes del pueblo, ó no se conserva. ¡Cuántos motes no pasan de padres á hijos olvidándose el motivo que los originó! Tal es la fuente de muchos apellidos, y la razón del de ó de la silbante en los patronímicos castellanos. Juan de Diego es un Juan hijo de Diego, Láinez es el de Laín, Pérez el de Pero ó Pedro, López el de Lope. El hijo del rey Silo se llama en un documento de su época Siliz, el de Silo. Márquez es el hijo de Marco, Álvarez el de Álvaro, Domínguez el de Domingo. Pero de los patronímicos, y en general de los apellidos, habría que tratar por separado.

Los apellidos son motes que por su antigüedad[Pg 211] han perdido ya la razón de su significado. Por eso el pueblo que gusta de llamar las cosas por sus nombres, quiero decir, no á ciegas, sino por nombres que les convengan, no hace caso de los apellidos é inventa motes de continuo. Los apellidos ahí se quedan para el Registro y para la sociedad, que vive de convencionalismos y rutinas. El pueblo no vive como ella de sangre gastada hasta tomar ese tinte azul de que se paga la nobleza; vive de sangre fresca, bien roja y bullente. Y así como no quiere vocablos de extranjis, que para él es letra muerta, aunque vengan de Roma y Atenas, porque los considera como pelucas y otros armatostes postizos, y como tales los trata, estropeándolos cuando se ve precisado á tomarlos en sus labios, así tampoco hace caso de apellidos, ni nombres, si no son de su hechura y pintan al individuo.

No faltan eruditos que menosprecien toda esa vida, todo ese realismo, toda esa verdad que encierra lo popular, y que prefieran lo que se llama de buen tono, correcto, atildado.

De gustos no disputaremos. Yo tengo por de mejor tono, por más correcto y atildado, el árbol que comienza á echar sus frutos, el joven de quince á veinte años, el modo de decir que espontánea y naturalmente nace en labios del pueblo y que tiene su arraigo en el idioma tradicional y propio, porque ese[Pg 212] árbol, ese joven, ese decir, son brotes naturales llenos de savia y de vida. Los viejos robles son mejores para quemados en invierno, que nos den calor; los ancianos son más de respetar y oir como consejeros; los vocablos de la veneranda antigüedad, para leer los autores que los emplearon y para estudiar la psicología de los pueblos que ya pasaron.

Por eso á otros causará risa; á mí me sabe á poco el siguiente cuento que trae Polo y Peyrolón, que ni siquiera lo es, porque yo mismo lo he presenciado, mutatis mutandis, y lo habrá presenciado cualquiera que sea un poco observador de las costumbres populares. Reunidos en cierta ocasión los cofrades de San Roque en la casa rectoral del pueblo de Tramacastilla para celebrar una junta, quiso el párroco cerciorarse de la puntual ó escasa asistencia de los asociados, y al efecto tomó el libro de los cofrades y fué leyendo, uno por uno, sus nombres y apellidos. La sala estaba llena, y nadie, sin embargo, decía esta boca es mía.

—Hombre, muchos faltan—observó el señor cura, dejando de leer.

—¡Ca! No, señor—contestó el maestro de escuela.—Déme usted ese libro.

Nada comprendió el párroco, pero obedeció.

Cuquita—voceó el maestro, principiando la tarea.

[Pg 213]

—Presente.

Goticaaceite.

—Presente.

Mediamisa.

—Presente.

Perotes.

—Presente.

Y al punto contestaron, uno tras otro, á sus respectivos apodos, los que momentos antes permanecieron mudos al oir sus nombres y apellidos. No es cuento el que muchos ignoren su apellido: es un hecho que yo he tocado con las manos. Los apellidos son nombres muertos que yacen en el Registro y con los que se entretienen las personas de sociedad. El pueblo no gusta de autopsias ni de manipular cadáveres: quiere nombres vivos, que son los motes por él dados, y muy bien dados.

[Pg 214]

[Pg 215]

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Á propósito de un libro

Don Francisco Rodríguez Marín es uno de los más apasionados cervantistas, un verdadero ratón de archivos y bibliotecas, un estilista que gusta de remozar el viejo y castizo lenguaje de los clásicos y, por reciente elección, un Académico de la Lengua. Si hemos de dar crédito y aceptar por buenas ciertas voces que por ahí andan repitiéndose ya más de lo que las gentes serias y sosegadas pueden oir con paciencia, todos esos, al parecer títulos suficientes y sobrantes para ser tenido y estimado en la república de las letras, son en el credo literario de ciertos pensadores y publicistas otras tantas razones para que se le tenga por un elemento nocivo á las letras, á la cultura moderna, á la misma memoria de Cervantes, á la Academia, al habla castellana, y no sé á cuántas cosas más. Porque todos estos y otros infinitos cargos se llevan y traen, se dicen y oyen, y aun se[Pg 216] celebran y acogen como verdades de un nuevo evangelio literario. Y con todo, si por los frutos se conoce el árbol, algo muy distinto ha de pensar y decir del escritor sevillano cualquiera persona formal que lea su último libro sobre Rinconete y Cortadillo. Y cuenta que, si en alguno, en éste caen tan de lleno esas mazas de Fraga, que de ser cierto el dicho de que sacan polvo debajo del agua, habían de dejarlo triturado, hecho trizas y polvo cual á ningún otro. Porque el Rinconete y Cortadillo de Rodríguez Marín es un libro cervantino por el asunto, que contiene un texto de Cervantes, un comentario del mismo y un discurso preliminar donde corren á las parejas los hallazgos de bibliotecas y archivos con las palabras y estilo de los clásicos.

Aquí hay, pues, un problema que merece estudiarse y resolverse. La cuestión la juzgo grave y de interés para las letras españolas. No da esas voces un loco de atar, ni las echa al viento un D. Quijote entre las risas de los que le escuchan; salen envueltas en ciertas teorías filosóficas, ó que filosóficas parecen, se proclaman en estilo sugestivo, sentencioso y halagador, escúchanlas con aplauso y se las apropian con cariño no pocos jóvenes, entusiastas de lo nuevo y apasionados por una cultura novísima, que se imaginan entrever para gloria de la patria en el horizonte arrebolado, juntamente con toda una nueva filosofía[Pg 217] del arte, una no menos flamante evolución del pensamiento. Repito que es cuestión de gravedad. Forma parte de eso que llaman modernismo, proteo inasequible que, en resumidas cuentas, no parece ser otra cosa más que una nueva manera de pensar y de ver las cosas, que en el actual momento histórico no ha acabado de tomar forma concreta ni color bien definido, por hallarse todavía en fermentación. En este estado evolutivo del pensamiento, en el cual luchan ideas antiguas é ideas modernas y andan barajados problemas de diversa índole, literarios, filosóficos, económico-sociales, religiosos, según sean los ingredientes que los más avisados ó los más atrevidos echen en la cuba, así habrá de resultar un vino de una ú otra calidad, de inesperado color, fuerza y dejo, suavísimo néctar al paladar de los dioses, ó emponzoñado brebaje para nuestros tristes nietos.

Rodríguez Marín es un cervantista. Los cervantistas han echado á perder á Cervantes, han hecho de su persona un ídolo intangible y de sus obras un Corán envuelto en sedas, oculto entre la balumba de comentarios, propiedad exclusiva de algunos iniciados y libro sellado para el pueblo. Todas estas sandeces se han dicho; y á no serlo, sino cargos justificados, Rodríguez Marín sería uno de los sacerdotes de autorizadas ínfulas, de mirar severo y melancólico, que con cara de pocos amigos se encierra allá,[Pg 218] en lo más recóndito del santuario, y con refinado egoismo roba á los demás lo que es de todos, gozando á su sabor y á sus solas lo que debiera ser propiedad de los profanos. Pero Rodríguez Marín lo que hace es purificar una novela de Cervantes, explicarla con notas que aclaren las expresiones en que el lector pudiera tropezar, engastar el lindo lienzo en un marco de oro, cuyos bajos relieves son escenas de la vida sevillana, del ambiente que da luz á las escenas de la novela, y entregar á los profanos todo ello, diciendo: leed y entended á Cervantes; asimilaos, los artistas, su estética, su manera, su visión de la naturaleza, su estilo, su lenguaje; disfrutad, los no artistas de profesión, de una de las joyas del arte literario más español y más exquisito, y... dejaos de novedades ultrapirenaicas, que ni de estuche digno pudieran servirle.

Y para componer este libro se metió Rodríguez Marín á ratón de bibliotecas y archivos. Figurarse que una obra de arte sale de la cabeza del artista, cual Minerva, armada de todas armas, de la cabeza de Júpiter, es hacerse una muy triste figura por empresa quijotesca de sus ideales literarios. La Iliada no nació como aislada seta en el otero, por más que nada sepamos del arte que le precedió. Toda obra de arte arraiga en la tradición literaria y tiende su follaje hacia el cielo del porvenir. No hay dar un[Pg 219] paso adelante sin avanzar el pie derecho; pero tampoco sin afianzar atrás el izquierdo. Toda obra literaria es producto á medias del ingenio inventivo de su autor, á medias del ambiente y de la tradición literaria. Toda literatura tiene su arraigo en la tradición, y en el ambiente tradicional de ella brota toda obra artística. Tener potencia visiva bastante á ahondar hasta el alma de la literatura nacional y saberse apoderar de esa alma, y hacerse dueño del ingenio característico que vivificó sus obras, es condición no menos indispensable que el poseer la necesaria inventiva para producir algo que sea nuevo. La creación espontánea es una quimera, que ahora parece sueñan en resucitar algunos naturalistas. La materia preexistente, de la cual ha de fraguar algo nuevo el artista, no se limita al mármol, á la pluma y papel, ni siquiera al lenguaje recibido, sino que se extiende al mundo de las ideas tradicionales, de los sentimientos de la raza, del alma nacional.

Y he aquí la genuina noción del loable casticismo en el lenguaje, y de la filología, ó conocimiento del pasado para penetrar en el alma de la raza. El ratón de bibliotecas y archivos es el que rebusca y entresaca de los empolvados papeles y cartapacios ese casticismo del hablar, del pensar, del sentir, para provecho propio y de los demás: ese ratón se llama filólogo. Rodríguez Marín lo[Pg 220] es de todo en todo. Ese sentir, ese pensar, ese hablar castizamente españoles, esa alma española, palpita en todas sus obras, y más en la última de Rinconete y Cortadillo.

Por eso es un libro que se lee con gratísimo placer, que se saborea como una sabrosísima fruta del cercado propio, del huerto nacional, del huerto de casa. No andan en él envueltas las ideas en nebulosidades septentrionales, ni hastían los sentimientos, cual los de literaturas artificiales y gastadas, ni rechinan las palabras cual guijarros esquinudos, arrancados á otra lengua de ritmo y fonetismo más rudos y ásperos que á lo que estamos hechos. Todo es de casa, y de cuando nuestra casa estaba bien en pie y se bastaba á sí misma y aun le sobraba para dar á los vecinos.

Las cosas más soberanas se prestan más á ponerse en ridículo. Con dos cornados de jengibre y pimienta de la abacería de enfrente, un mediano escritor espolvorea al filólogo y lo presenta ante las gentes convertido en ratón de biblioteca.

Pero estudiemos ese ratón, despolvoreándolo de la pimienta y del jengibre.

Hay dos castas de literatos. Unos rebuscan la tradición, la estudian, la dan á conocer: son los filólogos (no confundirlos con los lingüistas, que sólo tratan del lenguaje y de los idiomas como objeto final de investigación). Otros se aprovechan de esos sudores[Pg 221] de los filólogos, elaboran la materia prima y cosechan los frutos de lo que otros sembraron: son los artistas de la palabra. Sin los primeros, los segundos no tendrían qué segar. Y aún hay segadores que después de coger á manos limpias su cosecha se enfurruñan y menosprecian á los que se lo sembraron. Vense más raras veces literatos que son ambas cosas: Goethe no era un Zorrilla, había estudiado y apropiádose honda y extensamente el arte clásico. Menéndez y Pelayo, contra quien he oído pullas medio enmascaradas y aun descubiertas, es un maestro, el único maestro que tenemos: es filólogo y artista de la palabra. Rodríguez Marín es de la misma cepa, discípulo del maestro, que será maestro á su debido tiempo. Portentosa es la cantidad de hallazgos y novedades literarias con que nos regala en Rinconete y Cortadillo; y no menos portentosa la habilidad con que ha sabido valerse de esos sillares extraídos de bibliotecas y archivos para volver á reconstruir y levantar ante nosotros la ciudad de Sevilla del siglo XVI, en su físico y en su moral, con sus antiguos edificios y las costumbres y lenguaje de sus habitantes. No apreciarán la obra del artista los que con ese nuevo módulo de vaga é incierta medida sólo quisieran un arte entrecrepuscular, cual en noche oscura sueña la despierta fantasía castillos aéreos medioevales, de abigarrado conjunto,[Pg 222] de no medibles torres, sombreados los cimientos por boscajes de trópico, y escondidas las almenas entre nubes de dudoso presagio; ó cual llegan á nuestros oídos voces semisonoras de una lejana música, revueltas con el rumor confuso de las hojas de la selva, de las ondas del riachuelo y de otros mil susurros de la naturaleza. Poesía adormecedora, que arrulla sentimientos vagos, y que confieso me halaga, cuando brota de la lira de un buen poeta; pero que no pondrá jamás en olvido ese otro arte español, sevillano, cervantino, de colores soleados por el radiante sol de Andalucía, de aristas bien salientes, de vida bullente y meridional. El idealismo soñador y romántico no apagará con sus nebulosidades los destellos del naturalismo sano, que brilla en nuestra más castiza literatura.

Tampoco verán con buenos ojos la labor erudita y filológica de Rodríguez Marín los que creen trabajo infecundo esa tarea oscura entre viejos papeles, que da poco brillo y pesa menos en la balanza crematística del que busca juntamente con la honra el provecho. Quizá el temor al trabajo, la mancillosa pereza, sea la que dicte ese fallo desde el fondo del corazón, y quién sabe si la envenenada y envenenadora envidia retuerce á la par allá adentro su ensortijada cola. Todo pudiera ser, y de menos nos hizo Dios, y almas agusanadas hay en todas partes, como[Pg 223] entre las manzanas de la pomarada al caer del verano.

Canten, pues, cuanto quieran y como quieran las perezosas cigarras, y dejen al ratón en su biblioteca, no roer papeles, sino comerse la polilla que los pudiera gastar. El día que no haya ratones no habrá cigarras. Esos graves maestros que desentierran los monumentos de la venerable antigüedad, son los que dan consistencia y estabilidad al movimiento literario, para que en alas de la vivaracha juventud no se lo lleve el viento de la novedad; ellos son el contrapeso grave de la balanza, el Senado ante el Congreso, el elemento conservador ante el revolucionario. Y todo hace falta: entre dos polos opuestos gira el globo y voltean todas las cosas humanas.

Del libro de Rodríguez Marín dedúcese todavía otra conclusión, que responde á otro de los cargos que se rugen tiempo ha entre algunos exageradores del modernismo. El cargo es maravilloso y singular. El de que la lengua castellana no basta para lo que pide el pensamiento moderno, que está por formar, que es pobre. El tecnicismo científico existe en castellano, como en las demás lenguas europeas, sin ser de ninguna de ellas, pues está tomado del griego y del latín. Del latín se volcó y vació todo el diccionario en el habla literaria castellana, y ha venido á formar parte de su caudal desde el siglo XVI.[Pg 224] Con menos de la mitad de ese elemento latino castellanizado y con el caudal hereditario de nuestra lengua escribieron nuestros clásicos. ¿Y de qué escribieron? De todo lo escribible y un poco más. Moldearon el período, dieron viveza y colorido á la frase, derivaron conforme al ingenio del idioma toda suerte de vocablos y se crearon diccionarios particulares para la poesía, para la mística, para el teatro, para la picaresca, para todos los géneros literarios, porque en todos sobresalieron nuestros escritores. El que desee ver una pequeña muestra de lenguaje técnico, no traído del griego, sino formado del castizo castellano, abra las Cartas de Eugenio Salazar, y cuando saboree aquella riqueza y quede ahito de tanto término para él nuevo y desconocido, lea á Rinconete y Cortadillo y el Quijote de Cervantes, y después le aguarda un número sin número de autores, en todos los cuales tendrá donde henchir á manos llenas su apetito, por desapoderado que sea. ¡Pobre la lengua castellana! Dijérase que no se conoce, porque no se leen los clásicos, y quizá se acertara. ¿Y qué mucho, si teniendo entre las manos un tesoro se guarda cerrado y no se quiere abrir?—Es que ese tesoro está anticuado, huele á añejo.—Á esto responde precisamente el libro de Rodríguez Marín, desmintiendo tan extraño parecer. Las lenguas literarias, cuando, como la nuestra, arraigan en[Pg 225] el habla viva de un pueblo, que conserva los más de sus vocablos y expresiones, no fenece en dos siglos, ni menos envejece porque se mude una dinastía. La borbónica dió media vuelta á nuestra literatura, por haber dado media vuelta nuestros escritores de principios del siglo XVIII para mirar á Francia, dejando desdeñosamente á su espalda la gran tradición española de los siglos precedentes. Así quedó el habla literaria de repente y en un día empobrecida, cuajada de galicismos, ética y enclenque, sin movimientos, descolorida y marchita. Pero en el pueblo siguió tan viva y lozana como el día antes. El renacimiento del siglo XIX comenzó á remozar el antiguo lenguaje literario, conforme nos íbamos enterando de que habíamos tenido también nosotros escritores tan elegantes y profundos y, sin duda, más desenfadados, más sueltos, más coloristas, más ricos que los de la Corte de Versalles. Y hoy día puede decirse que con el progresivo conocimiento de nuestros clásicos no hay en ellos expresión que no pueda usarse en la literatura moderna. Y ¿por qué no se han de usar, si viven entre las gentes del pueblo, y la antigua literatura resucita, mejor dicho, vuelve en sí del espasmo y postración en que cayó por la boba é infantil admiración de nuestros abuelos hacia lo que veían en París de Francia? Una literatura como la nuestra, que tiene tan rica tradición, no debe desdecir de ella,[Pg 226] no puede vivir aislada, cual mata que acaba de brotar en terreno baldío; es la continuadora de un glorioso pasado, en el cual ha de tomar, como en sus propias raíces, la savia que le haga falta, sin irla á mendigar fuera de casa. Rodríguez Marín sabe encajar tan al propio los vocablos y expresiones antiguas, que no lo parecen, como de hecho no lo son. El ansia de novedad pudiera excusar á los escritores que buscan términos extraños por lo desusados, porque realmente con el continuo roce no parece sino que se menoscaba el lustre de las palabras, hiriendo menos la fantasía. Pues ¿qué mejor manera de abrillantar la oración que con las menos manoseadas de nuestros clásicos, ya que sobre la novedad llevan consigo cierto aire venerable que la hacen grave, solemne y hierática, atrayendo la atención del lector, con lo que se le inculca y graba más la sentencia? Nadie como los nuestros en esto de variar la frase, de ser derrochadores y abundantísimos en todo género de expresiones galanas, metáforas apropiadas, sutiles y elegantes. Era precisamente su flaco, y así enriquecieron el léxico castellano sobre el de cualquiera otra lengua de Europa. La mina de nuestros clásicos aguarda todavía quien vaya á beneficiarla, y promete no esperados tesoros. Despilfarradores y manirrotos más bien fueron siempre los españoles en el hablar, nada les hartó. Doy por seguro á los[Pg 227] que se quejan de la penuria del castellano, que si abren por cualquier parte los libros de los siglos XVI y XVII se hallarán de manos á boca en cada página con vocablos y frases que jamás les ocurrieron, ó que por lo menos no usaron en todos los días de su vida. Yo ando tras un autor que tuviera todos los vocablos de la lengua castellana, para tomarlo como punto de partida de un diccionario completo. Cuando esos quejumbrosos hayan hecho uso de todos los de nuestros antiguos escritores y estén en el caso de que se les dé la razón, nos ocuparemos con muchísimo gusto en buscar traza cómo acrecentemos nuestro caudal léxico. Entretanto, teniendo todavía harto tiempo hasta que tal logren, les aconsejo que moderen su llanto y no hagan del avariento, que se le van los ojos tras las peluconas que ve en el escaparate del cambista, teniendo en poco sus arcones repletos de ellas. No son los diccionarios hasta el día impresos los que den fe de nuestra herencia, por abultados que sean, que lo son más que el doble de los diccionarios franceses; faltan en ellos centenares de vocablos, que yacen enterrados en nuestros antiguos libros, y millares que andan por ahí en boca de las gentes en todos los rincones de España y América. Si se pensara menos en el latín, y sobre todo en el francés, y se fuera á oir á los únicos dueños de esa herencia y propiedad, que se llama idioma, que[Pg 228] son las gentes de los cortijos, los pastores, los labriegos, sería de ver lo apropiado y gráfico de sus expresiones para cada uno de los menesteres de la vida, y la ninguna necesidad que sienten de aprender francés, ni latín, ni griego para llamar con nombre adecuado sus faenas y aperos. Los escritores del siglo XVI, al saludar con júbilo el renacimiento clásico y al apropiarse las ideas y palabras de Grecia y Roma, traían todavía en sus labios mil vocablos populares que en sus casas habían aprendido, y los prodigaron en sus libros mezclándolos con los recientes greco-latinos. Las generaciones siguientes educaron su gusto literario tan sólo en los escritos, y más en los latinos que en los españoles, de donde resultó que el caudal latino fué subiendo y aumentando, mientras bajaba y menguaba el de rancio abolengo castellano. Nosotros, que ni siquiera leemos aquellos clásicos que supieron entreverar los elementos de entrambas procedencias, y sólo sabemos leer libros franceses, nos vemos reducidos al caudal léxico del francés, el más mezquino de los léxicos europeos. Tras lo cual nos llevamos las manos á la cabeza y deploramos nuestra penuria con la más risible candidez del mundo. Tenemos veinte verbos y frases para expresar una idea, y no echamos mano más que del verbo que tiene su equivalente en francés, y aun retorciéndolo para que ajuste con la acepción[Pg 229] metafórica que en francés lleva, por más que la metáfora riña con nuestra manera de ver las cosas.

¿Cuántos hay que conozcan á Cáceres? En su Paráfrasis de los Salmos halla cuatro, seis, diez maneras diferentes de verter cualquier frase hebraica. Abro al azar (fol. 130 v.): «Infixus sum in limo profundi. Véome atollado en un gran lodazal... Es de manera que no hallo en qué estribar, no puedo hazer pie, ni me han quedado fuerças para sostenerme». «Veni in altitudinem maris, et tempestas demersit me. Las fuerças de las olas del mar me han traydo á lo más hondo, hanme sumido, véome anegado, y sin remedio de salir de aquí con vida». «Laboravi clamans. Estoy cansado de dar vozes en balde... Háseme secado la boca. Héme enronquecido. No puedo echar el habla del cuerpo. No me oyrán de aquí allí». «Defecerunt oculi mei. Háseme enflaquecido la vista. He perdido la vista de los ojos..., tráenme deslumbrado». «Quae non rapui tunc exsolvebam. Pagan los justos por pecadores. Otro lo hizo y yo lo pago. Házenme gormar á mí lo que no comí. El bocado de Adán llovió sobre mí. Parece que dieron carta de lasto (lastar en Cervantes) contra mi persona y bienes, sin deber yo á nadie nada pago por todos, y á todos». «Me tratan como á un estraño, hazen que no me conocen, házense de nueuas quando me ven». «Abrásome en[Pg 230] deseo..., congóxome, consúmome, deshágome». «Abroquélome, ampárome, escúdome, defiéndome». Y todo el libro por este estilo. ¿Cómo traducir tabescere en «Anima eorum in ipsis tabescebat?» «Les hazía el miedo perder el color, congoxáuanse, pudríanse con la aflicción que les causaua el peligro, dexáualos el miedo medio muertos, quedauan desconjuntados, perdían los pulsos» (fol. 200 v.) Habría que transcribir toda esta maravillosa obra del Obispo de Astorga: es un tejido de frases sinónimas, que prueban la riqueza del castellano y su potencia para verter los conceptos más orientales del libro de los Salmos. Pero, mal avenidos con esa abundancia y colorido del habla de nuestros clásicos, queremos limitarnos á los términos franceses, y no ajustándose á un gigante las armas de un enano, decimos que nos faltan palabras.

Así nos hemos quedado sin lo nuestro y sin lo ajeno. Hay un remedio: dejarnos de correr la ribera en busca de aventuras fuera de casa, y quedarnos en ella á revolver los gruesos legajos de nuestra herencia, imitar á Rodríguez Marín en el cariño por las cosas españolas, y no dejarnos embaucar por la moda.

El que compare las paráfrasis que se han hecho de la Biblia en francés y en castellano echará bien de ver cuál es la pobre y cuál la rica. En la Carta prólogo á la suya escribe[Pg 231] el mismo Cáceres: «pero reducirlo todo al phrasis y modo de hablar propio de nuestra lengua Castellana por version paraphrastica, sera sin duda difficultosissimo: esto he visto yo claramente en un autor Frances muy erudito y grave: que declarando los Psalmos, y procurando aprovecharse del phrasis de su lengua para declarar algunos sentidos difficultosos, lo haze muy pocas vezes, porque la lengua no lleua mas». Realmente, dificilísimo es que una lengua de las modernas dé de sí para desentrañar y trasladar el libro más oriental y lírico de la Biblia, cual es el de los Salmos; y con todo, ahí está la Paráfrasis de Cáceres, que prueba por sí sola hasta dónde llega el castellano y tapa la boca á los quejumbrosos mozuelos que nos echan en cara su pobreza. Acabemos, pues, con las palabras que el mismo autor escribe al fin de su Carta prólogo: «y quiça por este camino se vendrá mas á conocer la grauedad de palauras, el espiritu, y enfasi de la significacion, las muchas sentencias, la variedad en los phrasis, y generalmente la abundancia, y riqueza de la lengua Española, que tan infamada nos la traen los estrangeros, llamandola estrecha, encogida, faltosa, pobre, y mendiga de palauras, y que ha menester buscallas de lenguas forasteras».

Natural y humano era el que los extraños, envidiando nuestro poderío, pusieran mengua y tacha en nuestro idioma. Hoy, que España[Pg 232] anda tan de capa caída en el habla como en todo lo demás, nos la vienen á ensalzar y poner en los cuernos de la luna, compadecidos, sin duda, de nuestro abatimiento, y queriendo alentarnos en nuestras desventuras. Pero los españoles, que á pesar de nuestra proverbial arrogancia y fanfarronería somos los primeros en reconocer y aun exagerar nuestras faltas, en vez de estudiar á nuestros clásicos como los estudian los extranjeros que nos los envidian, nos damos á lamentar con jeremiadas lo que sólo ha sido resultado de nuestra dejadez y lo que pudiéramos remediar sin salir de casa, con sólo leer unos cuantos libros, que los mismos extranjeros y los pocos Rodríguez Marín que tenemos nos dan reimpresos, criticados y comentados.

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Ortología castellana

Por no corresponder con una crítica tal vez algo dura, aunque no nada apasionada, sino sincera, á la atención que tuvo el autor del libro de que voy á hablar regalándome un ejemplar, no quise publicarla cuando la escribí hace unos meses. Algunos amigos han creído que sería de algún provecho para la prosodia y versificación, mayormente después que han publicado sus reparos D. Julio Calcaño, el P. Aicardo y el P. Juan Mir y contestádoles su autor en «El Siglo Futuro». Allá va, pues, tal como la escribí á raíz de la publicación del libro.

Con el título de Ortología clásica de la lengua castellana acaba de publicarse un libro de 380 páginas, precedido de una carta de D. Marcelino Menéndez y Pelayo. Su autor, D. Felipe Robles Dégano, es buen amigo mío, Presbítero, que ha enseñado Gramática, de ingenio sutil, trabajador incansable, muy[Pg 234] dado á los estudios escolásticos de filosofía y teología, y castellano de la provincia de Ávila. Todo esto había que decirlo para formarse idea de una obra que merece estudiarse y criticarse. No por ser amigo mío trato de darle bombo, ni dejaré de juzgarle con toda libertad. Como Presbítero y muy escolástico, tiene un estilo que más es de otros tiempos que del nuestro, el silogístico en toda su desnudez, con sus teorías de la materia y forma, del supuesto, etc., etc., que aduce á veces á modo de comparación para aclarar algunas ideas, que son más claras que esas vetustas y abstrusas teorías, por lo menos para los que no tenemos la sutileza de ingenio de mi buen amigo. No obstante esto, su dicción es clarísima, sin pretensiones y al alcance de todos.

Fuera de España, cuando un autor ha trabajado acerca de un punto cualquiera de una ciencia con particular estudio, y ha dado en algo nuevo, digno de que se publique, escribe un artículo ó una monografía, que, por lo mismo, las hay interesantísimas y á veces son fruto de la labor de varios años. Por acá en España es achaque bastante general no contentarse con eso, sino rellenar un libro tratando de toda la ciencia, con lo cual se consigue formar un tomo, en el que fuera de la novedad descubierta por el autor, todo lo demás se reduce á repetir mejor ó peor lo que contienen ya otros libros. Algo de esto[Pg 235] le ha pasado al Sr. Robles. Si en vez de escribir una Ortología completa, hubiera redactado una monografía sobre el diptongo y la diéresis en nuestros poetas de la época clásica, es decir, si se hubiera ceñido al libro cuarto de su obra, hubiera hecho una obrita, en la cual nada habría que criticar, y sólo sí, muchísimo que alabar. La Ortología de Robles es un pajar, en el que ha enterrado una perla. Hablemos antes del pajar, para que el lector no pierda tiempo ni se impaciente al tener que hojear 211 páginas, ó sean los tres primeros libros, sin hallar nada que merezca la aprobación que le da el Sr. Menéndez y Pelayo. Por ella y por lo que yo conocía al autor comencé á leer la obra muy en su favor. La desilusión fué horrible. Ya iba á soltar el libro de las manos, cuando di en la perla, que es el libro cuarto.

La Ortología trata de la pronunciación. La divide el autor en Ortología fonética (l. 1.º), rítmica (l. 2.º), prosódica (l. 3.º), silábica (l. 4.º), retórica ó periódica (complemento). Los tres primeros libros no están al nivel de los conocimientos actuales. El autor parece desconocer las hondas cuestiones, tan traídas y llevadas, acerca de cada letra, su ortografía y su sonido en las épocas pasadas. Define la sílaba: «el sonido ó conjunto de sonidos que se emiten á la vez en cada articulación de la voz» (p. 33). En cada articulación de la voz sólo puede emitirse un[Pg 236] sonido; no varios, lo cual es indispensable para que haya sílaba. Inventa un nuevo término, el de azeuxis, para indicar «la contigüidad de dos vocales que naturalmente no se unen para formar una sílaba»: esto se ha llamado siempre diéresis. El término adiptongo del Sr. Benot lo critica el autor en razón de que no se trata, de no dos sonidos, que es lo que el término significa. Pero el término diptongo etimológicamente sólo vale dos sonidos; y una vez convenidos en la acepción, no etimológica, sino usual, de diptongo, la unión de vocales que no lo forman puede muy bien llamarse a-diptongo. Hay otras muchas definiciones que nada tienen de nuevo, y algunas que no hacen al caso para la Ortología. Menos nuevo tienen las observaciones sobre la pronunciación y la ortografía de cada sonido y letra. El criterio es aquí el vulgar de la Academia, ó más vulgar todavía. Alaba el que se ponga la p antes de t y c, como en Septiembre; llama viciosa la omisión de la d en colorao; de la diferencia entre ç y z sólo dice que «antiguamente usaban también una c con una coma ó virgulilla», sin añadir qué sonido tenían estas dos letras; dice que es defecto decir leción, etc., como todo el mundo dice y como dijeron los clásicos de cuya Ortología trata; afirma que la pronunciación de la j la hemos tomado de los árabes; asevera que ch y ye «se pronuncian con la misma articulación», y que la articulación[Pg 237] de la ñ «tiene grande semejanza con la y»; corrige lo que enseña la Academia acerca de la antigua aspiración de la h, diciendo que «desde muy antiguo comenzó en España á suprimirse la aspiración», cuando precisamente existió desde el origen del castellano hasta mediado el siglo XVI; dice que es vicio el suprimir la n en ins, ons, uns, como la suprimen todos los castellanos y la suprimían los clásicos. Como se ve, esta Ortología ni es la de la época clásica ni la de la Castilla actual: es la Ortología de algunos eruditos latinizantes, que pronuncian el latín, no como lo pronunciaban los romanos, sino como suena articulando todas las letras, tal como están escritas, y trayendo al castellano esa artificial pronunciación. En el libro segundo sólo se mientan las ideas más comunes sobre el consonante y asonante, y el acento en los versos. En el libro tercero trata del acento; pero mezcla muchas cosas de pura Morfología, sobre todo un completo tratado del Verbo, que dice tenía escrito hacía algunos años, todo ello conforme á las ideas vulgares de las Gramáticas más adocenadas. Como buen castellano, aboga por los pronombres la, las, dativos femeninos; no ve con buenos ojos el lo masculino, y prefiere los para los dos casos dativo y acusativo. Más castellano todavía se muestra al defender que los posesivos mi, tu, su con nombre se acentúen; cuando precisamente[Pg 238] por ser enclíticos atómos se abreviaron, y á nadie le gustaría que confundiendo el posesivo con la expresión apositiva le dijeran: cuando tú caballo, en vez de cuando tu caballo. Ni este abuso de Castilla ni otras cosas, que el autor pretende probar con los versos, quedan con ellos probadas, pues suenan tan bien y mejor sin acentuar las enclíticas.

Tocante á etimologías, el autor pertenece á la antigua escuela. Prosa dice que viene de porro versa ó proversa, litera de linere litum, palabra no de parabola, sino de hablar, añadiendo al tema fal el sufijo abra (abrum en latín), pabilo de pábulo, con lo cual canoniza el que se pronuncie pábilo, como jamás sonó hasta que los doctos le dieran esta falsa etimología, por lo cual autoriza la Academia las dos maneras de decir pábilo y pabilo.

Acerca de la acentuación que los clásicos dieron á ciertos términos, desconocidos de pueblo y no castellanos de buena cepa, es curiosa la estadística que trae el autor; pero no forma autoridad para el día de hoy, pues han ido cambiando á veces su acentuación por ir entrando en la turquesa prosódica propia del castellano, conservando otras la acentuación etimológica, ó siendo dudosas por el conflicto entre ambos principios. Ambrosía se dice hoy, por el ambrósia de entonces, que seguía al latín; Anacréon no lo[Pg 239] diría hoy nadie, como lo decían nuestros clásicos siguiendo al griego; Anibál, Asdrubál, Amilcár, Tubál, decían ellos siguiendo la tendencia castellana á tener por agudos los terminados en consonante en vocablos cuya acentuación originaria no era manifiesta; areopágo petréa, por ser graves los terminados en vocal; á cércen decían conforme á la etimología, hoy á cercén según la tendencia castellana; océano y oceáno luchando los dos criterios; pénsil, réptil antiguamente conforme á la etimología, como débil, fácil, hoy pensíl, reptíl conforme á la tendencia castellana.

Pero supongamos que toda esta paja sólo sirve para resguardar la alhaja del libro cuarto, y vengamos ya á ella. El fruto de nueve años de estudio del autor ha sido poder deducir de los versos de los autores clásicos ocho reglas, que rigen la diptongación de su métrica.

La regla fundamental es: «Toda combinación de vocales átonas es siempre diptongo». Su razón de ser está en la tendencia del castellano á formar diptongo siempre que puede. Los antiguos versificadores hacían poco caso del habla genuinamente castellana: la poesía era una obra erudita que podía no tener en cuenta la pronunciación vulgar, y así las diéresis se menudeaban; el caso era que constara el verso, estirando ó aflojando la pronunciación para que el verso tuviera[Pg 240] su longitud necesaria. El movimiento clásico, iniciado por Lope, arraigaba en lo más vulgar y nacional, y la regla dicha se observó hasta Pitillas, Villaroel y N. Moratín. Decíase óidóres, réiréis, óiré, réiterár, críádór, húirán, etc.

Regla 2.ª. «Toda combinación de fuerte tónica con débil átona es siempre diptongo»: ái, éi, ói; áu, éu, óu. La razón es la misma tendencia dicha, siendo todos diptongos castellano-vulgares, menos el último.

Regla 3.ª. «Toda combinación de vocal tónica con fuerte átona es azeuxis», es decir, diéresis, no diptongo. En efecto, es principio del castellano el que para que haya diptongo ha de llevar el acento la vocal más fuerte, ó sea gruesa, a, o, e, respecto de u, i, que son las débiles ó delgadas. No pueden, pues, formar diptongo:

, , ; ía, íe, ío;
, , ; úa, úe, úo,

que son las combinaciones del castellano vulgar; en el erudito siguen la misma tendencia las combinaciones áa, áe, áo; , , ; éa, ée, éo; , , ; óa, óe, óo; , , . Estas combinaciones desaparecieron en castellano vulgar, como explico en la Lengua de Cervantes (Fonética), donde están expuestos los principios de la diptongación castellana.

Regla 4.ª. «Toda combinación tónica de dos vocales débiles es azeuxis», es decir, no[Pg 241] diptongo: úi, íu; , , , . En castellano vulgar sólo forman diptongo las gruesas con las débiles, es decir, a, o, e con u, i, y u, i entre sí, por ser u gruesa respecto de i. Vulgarmente , forman diptongo: fuí, viúda, y así suenan por regla general en los clásicos por confesión del mismo Robles, contra su regla. En otros términos no vulgares, y en los grupos , , sólo eruditos, los poetas hicieron lo que se les antojó. La inducción no puede hacerse por lo raro de estos términos; de fortuito no hay, dice, ejemplo; de gratuito dos, uno con esdrújulo, otro con sinéresis. Diptongos son Ruy, muy, triunfo, viuda, monsiur, agüita, buitre, cuido, cuita, Luis, Monjuí, fuí, que son los vocablos vulgares y conocidos, no menos que juicio, ruido, ruin, ruina.

La regla 4.ª, no creo, por consiguiente, que deba admitirse.

Regla 5.ª. «Toda vocal débil forma azeuxis con la vocal tónica siguiente, cuando cada una pertenece á distinto elemento componente». Pero el pueblo en España diptonga siempre estas combinaciones: cariharto, diez y ocho; los ejemplos aducidos sólo prueban que los poetas hacían también mangas y capirotes de la pronunciación vulgar.

Regla 6.ª. «, son siempre azeuxis, si no van detrás de consonante gutural». Esta regla va también contra la tendencia castellana vulgar, que diptonga siempre estas[Pg 242] combinaciones, hasta el punto de haber perdido la u los vocablos latinos que pasaron al castellano vulgar. La estadística que trae el autor no decide nada más, sino que nuestros poetas emplearon preferentemente la diéresis en suave, suntuoso, virtuoso, etcétera, por seguir la tendencia latina, creyendo así pronunciar fino, como algunos pedantes hoy día.

Regla 7.ª. «, derivadas de ía, ío, ó adyacentes á la primera consonante (ó combinación primera de consonantes) del vocablo, son también azeuxis». De esta regla digo lo mismo que de la anterior.

Regla 8.ª. «, , fuera de los casos dichos, y las combinaciones , no derivadas de azeuxis, son generalmente diptongos». Es conforme á la tendencia castellana de que las débiles con gruesas acentuadas formen diptongo.


Los principios de la combinación castellana del habla vulgar, tales como se desprenden del estudio fonético (La Lengua de Cervantes), se reducen á estos:

1.º. Toda agrupación de vocales, sin acento, forma diptongo. Tal es la 1.ª regla del autor, seguida también por los poetas, aunque con excepciones.

2.º. Toda agrupación de vocales, forma[Pg 243] diptongo, si el acento va sobre la gruesa; y no lo forma, si va sobre la débil.

Tal es la razón de la 2.ª y 3.ª reglas, con excepciones entre los poetas.

3.º. Los grupos , forman diptongo vulgarmente; en los poetas hay variedad.

4.º. Los grupos , , ; , , son diptongos vulgarmente, como que entran en el principio 2.º. Los poetas tendieron algo á la diéresis del latín literario en ciertos casos.

5.º. En castellano vulgar las combinaciones de vocales son las gruesas a, o, e con las débiles u, i, ó estas dos entre sí, considerándose u como gruesa, i como débil; cuando por u, i había o, e, se convirtieron en u, i. Los poetas admiten vocablos con cualesquiera combinaciones de vocales, porque son vocablos extranjeros que emplean sin pasarlos por la hilera fonética del castellano.

¿Qué deducir, pues, del estudio del Sr. Robles? Que el método es excelente, puesto que ha formado una trabajosísima estadística con los datos de la Biblioteca de Rivadeneira, la cual, sea dicho de paso, no siempre es exacta en sus textos. Que de esta labor ha sacado las tendencias de nuestros poetas clásicos, en parte conformes al ingenio del castellano, en parte conforme al ingenio del latín literario y contra el castellano.

Pero hoy día la tendencia es á seguir el ingenio del castellano, expuesto en los principios precedentes, y á considerar como licencias[Pg 244] poéticas los casos en que se va contra él. Lo cual es muy de alabar, no cabe duda. No son, pues, nuestros clásicos los que tuvieron en esta parte más cuenta con la sonoridad de nuestro idioma, como declara el autor, ni han de ser en ello imitados: la sonoridad del castellano pende precisamente de sus propios principios fonéticos, no de los del latín, que en este punto son menos perfectos y naturales, como puede verse por lo expuesto en La Lengua de Cervantes.

Al fin y al cabo, pedantismo fué anticastellano en nuestros poetas el sacar de quicio el silabismo castellano, por acercarlo al latino. Sólo pueden alabar el hecho los que piensan que la perfección de nuestro romance está en llevarlo por esa orientación, en latinizarlo. Para los lingüistas, que saben apreciar los idiomas como organismos que se desenvuelven conforme á principios propios, todo eso no es más que pedantería, artificio, hibridez, confusión y degeneración.

[Pg 245]

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Sir William Jones y Lorenzo Hervás y Panduro

Al rayar los primeros albores de la lingüística moderna, en la segunda mitad del siglo XVIII, una misma generación produjo en Inglaterra y España estos dos insignes varones, predestinados por el mismo sino á correr parecida fortuna y llegar á la misma meta. Los cuarenta y ocho años de la vida de Jones y los setenta y cuatro de la de Hervás forman dos círculos concéntricos, paralelos, con la distancia de una docena de años. Nació primero Hervás, el 1735 en Cuenca, y murió lejos de su patria, en Italia, el 1809: más joven de once años, Jones vió la luz en Londres el 1746, y falleció en la India el 1794, quince años antes que Hervás. Larga educación lingüística ocupó los primeros años de entrambos, á entrambos una fortuita casualidad los llevó á tierras lejanas y los puso[Pg 246] en circunstancias las más propicias para que la misma afición al estudio de las lenguas que los alentaba diesen rico y sazonado fruto. Inclinado el inglés, como hijo de su raza, á estudiar el lenguaje en sus manifestaciones concretas, en los idiomas y literaturas orientales, el español, como hijo de la suya, se dió á filosofar sobre ellos con miras más generales y levantadas: así naciones de tan encontradas tendencias produjeron ingenios, desemejantes en los derroteros y maneras de mirar el mismo objeto, pero tan parecidos en las aficiones y en la vasta erudición, como en el término final adonde llegaron.

Á poco de emprender sus primeros estudios en Harrow, mal avenido Jones con las tradicionales rutinas de escuela, dedícase en particular al árabe y al hebreo, y aprovecha las vacaciones para aprender el francés y el italiano. Pasa en 1764 al University College de Oxford, y á la par de los estudios clásicos añade él por su cuenta los del árabe, del persa valiéndose del sirio Mirza, del italiano, del castellano, del portugués, y luego del alemán y del chino. Á los treinta y dos años de edad era un orientalista de general nombradía. En 1770 publica la traducción francesa en dos volúmenes (nuev. edic. 1790) de la vida de Nadir Chah, escrita en persano; luego un tratado en francés de poesía oriental y la versión en verso de las odas de Hafiz. Habiéndola emprendido contra la Universidad[Pg 247] de Oxford Anquetil Du Perron en la Introducción de su traslado del Zend Avesta, salió en su defensa Jones con una carta anónima en tan elegante francés, que la atribuyeron á algún bel esprit de París. Publicó el mismo año la Gramática persa, en 1772 poesías vertidas de varias lenguas orientales, en 1774 los Poeseos Asiaticae commentariorum libri sex, y de 1780 á 1781, mientras ejercía la magistratura, tradujo el Moallakât. Obtenida la administración de Shelburne, llega á Calcuta, donde funda en 1784 la Asiatic Society, de la cual fué presidente hasta que murió. Celebérrima ha sido en los fastos de la filología y lingüística esta Sociedad, fecundo plantel de egregios indianistas, fuente de la cual se derivaron y llegaron á Europa los tesoros literarios del Oriente. Con el intento de consultar el texto original de las leyes de aquella tierra estudió Jones el sanskrit, lengua clásica y religiosa de los Brahmanes. En 1788 empezó la colección de leyes indianas y mahometanas, que Colebrooke terminó en 1800 con el título de Digest of Hindu Laws. En 1787 publicó el primer tomo de las Asiatic Researches, la versión del drama Sakuntalâ, la joya del dramaturgo Kâlidâsa, del Hitopadeça de Gitagovinda, del poema herótico de Jayadeva, de parte del Veda y del Ritusamhâra, poemita de Kâlidâsa; y en 1794 la versión de las Leyes ó Institutes of Manu. Las obras completas[Pg 248] de Jones se publicaron en seis tomos en cuarto el 1799, y en 13 volúmenes en octavo el 1807.

La ciencia del lenguaje será deudora eterna al lingüista inglés por dos cosas de trascendencia suma: por haber sido el primero que de una manera manifiesta, competente y oficial declaró en 1786 el íntimo parentesco entre el sanskrit y las lenguas de Europa, dando á entender cuanto podía prometerse la lingüística del estudio comparativo de todas estas lenguas; en segundo lugar, por haber fundado la Sociedad Asiática de Calcuta, donde se formaron los grandes maestros de los estudios indianos, y de donde salieron los libros, ya originales, ya traducidos, que sirvieron de materiales para los estudios de la Gramática comparada indo-europea. Ésta segunda es la gran obra de Jones, puesto que el parentesco del sanskrit con nuestras lenguas era tan manifiesto que lo vieron ya los primeros europeos que llegaron á conocer la lengua de los brahmanes; Roberto de Nobili, que fué allá en 1606; Heinrich Roth, que volvió á Roma en 1666 y enseñó al P. Kircher el alfabeto sánskrito, incluído en su China Illustrata (1667); los misioneros enviados en 1697 por Luis XIV, sobre todo el P. Coeurdoux, como se ve por las respuestas que desde el 1767 daba á las preguntas que le hacían el Abbé Barthélemy y Anquetil Du Perron; en fin, Paulino á[Pg 249] Santo Bartholomaeo, carmelita alemán, que imprimió en Roma el 1790 la primera Gramática sánsckrita. Más tarde, el 1808, en El lenguaje y sabiduría de los Indios, llamó Federico Schlegel lenguas Indo-germánicas á las de la India y Europa, y avivó más y más la afición por estos estudios. Finalmente Francisco Bopp, aprovechándose de las obras de Jones, Wilkins, Carey, Forster, Colebrooke, maestros todos de la Sociedad Asiática de Calcuta, compuso su famosa Gramática comparada desde el 1833 al 1852, con la cual quedó fundada la lingüística moderna.

Más escondida fué la vida de Hervás en la Compañía de Jesús, siguiendo los estudios de su Orden y trabajando como misionero en América, hasta que llegado á Italia con los demás jesuítas expulsados por Carlos III, logró la rara ocasión de verse entre compañeros, que se habían allí reunido de todas las partes del mundo, entre ellos misioneros que conocían toda suerte de lenguas, que habían compuesto Gramáticas y Diccionarios, que hablaban y se habían ejercitado por muchos años en los más peregrinos idiomas de América, África, Asia y Oceanía. Allí sus aficiones lingüísticas, sus ansias de allegar todo género de erudición, su ingenio investigador, comparador, sintetizador, hallaron largo pasto y satisfacción cumplida.

Desde 1784 á 1787 fué publicando en Cesena sus obras, que después tradujo, mejorándolas,[Pg 250] al castellano. El Catálogo delle lingue conosciute e notizia della loro affinitá e diversitá en 1784, cuya edición castellana de 1800-1805 puede considerarse, por sus aumentos, como obra distinta; el Origine, formazione, mecanismo ed armonia degl’idiomi, 1785; el Vocabulario poliglotto con prolegomeni sopra più di 150 lingue, 1787; el Saggio prattico delle lingue, 1787. Pero todas estas obras son parte de una á manera de enciclopedia filosófica, intitulada Idea dell’Universo, en 22 tomos, entre los cuales están la Storia della vita dell’uomo, Elementi cosmografici, Viaggio statico al mondo planetario, Storia della terra. Desde el tomo XVIII comienzan las de filología, entre las cuales la Aritmetica delle nazioni e divisione del tempo fra gli Orientali. El Catálogo de las lenguas comprende en la edición castellana 6 volúmenes y quedó sin terminar.

Hervás tenía ingenio filosófico, y aunque sus particulares aficiones le llevasen al estudio de las razas y pueblos, es decir, de lo que se llamó filología, y en particular de sus lenguas, que es la lingüística propiamente dicha, abarcó campos tan inmensos y con ojeadas tan generales, que no pudo profundizar por el análisis, como después lo hizo Bopp, en las leyes fonéticas que rigen la evolución de los idiomas y es la única clave segura para ver sus derivaciones, afinidades[Pg 251] y entronques. Con todo, su erudición inmensa, que abrazaba á más de 300 lenguas, su rara penetración, su mismo talento generalizador y filosófico le llevaron á descubrir el parentesco de la familia semítica, el de la turania, el de la malayo-polinesia y el de las indo-europeas. No menos que Jones, proclamó «la importancia de las lenguas y mitología del Indostán para entender la de los persas y griegos». Desterró para siempre la comparación léxica por la cual tanto se había desbarrado hasta entonces al emparentar las lenguas, é introdujo el principio de la comparación gramatical ó morfológica. No es necesario repetir los elogios que de él hacen Wiseman, Volney, Pott, Max Müller y otros; pero tampoco se le ha de llamar á boca llena el padre de la lingüística.

Ni Hervás ni Jones fueron unos genios. Ambos derramaron demasiado su atención y esfuerzos para poder penetrar un solo asunto y desentrañarlo, como sin duda lo hubieran hecho á limitar más el campo de sus observaciones. Hervás era demasiado filósofo, Jones demasiado filólogo: la pura lingüística hubo de resentirse. Jones conoció bien 30 lenguas, tuvo no vulgares nociones de otras 28, poseyó una erudición en las literaturas orientales asombrosa y una gran potencia para asimilarse y reproducir toda suerte de noticias; pero ninguna originalidad ni en descubrir verdades nuevas, ni en exponer[Pg 252] mejor las ya sabidas. Observador positivista de los hechos, como buen inglés, aunque con la desventaja de no haber concentrado sus fuerzas y trabajos en un solo punto. Hervás los desparramó todavía más comparando infinidad de lenguas y filosofando sobre otros puntos de antropología, de etnografía y hasta de fisiología é historia natural. Como buen español, se levantó harto sobre los fenómenos, fué más filósofo que mero observador. Resumamos.

Franz Bopp es el verdadero padre de la ciencia del lenguaje, como inventor del severo análisis lingüístico y como fundador que aplicándolo echó los cimientos y levantó las paredes maestras del edificio: Sir William Jones y Lorenzo Hervás y Panduro podemos decir que fueron sus más inmediatos precursores. El lingüista inglés señaló el terreno y emplazamiento de la obra con el descubrimiento de lo que el estudio del sanskrit podía dar de sí, comparándolo con las lenguas europeas, y fundó la Asiatic Society de Calcuta, seminario de obreros aparejadores que suministraron á los lingüistas europeos y en particular al mismo Bopp los materiales brahmánicos de los cuales se habían de servir. El lingüista español levantó el andamiaje reuniendo las infinitas lenguas del globo, clasificándolas, distinguiendo sus familias y entronque, y orientó las obras de fábrica fijando de una vez para siempre[Pg 253] la dirección del estudio comparativo de los idiomas en el elemento morfológico ó gramatical, en vez del lexicológico, en el cual se había estudiado hasta entonces.

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El primer Congreso de la Lengua Catalana

Ó que el desinterés y frialdad con que estos estudios se miran por el común de los lectores, ó que cierta suspicacia harto de lamentar y algún resquemor en parte pueril é infundado, ello es que quizá uno y otro, y esto y lo de más allá, me sospecho que han atajado las plumas de los periodistas para no alargarse, cual la cosa lo merecía, en lo tocante al Congreso de la Lengua Catalana, habido los días 13, 14, 15, 16, 17 y 18 del pasado Octubre en Barcelona. Tiempo ha que cuanto nos viene de allá trae consigo un cierto olorcillo á enemiga por Madrid y el resto de España, ribeteada, ó si se quiere, estofada, con dejos de separatismo, que, á la verdad, á los españoles de corazón nos atufa y nos apesta: los buenos españoles de Cataluña, si serenamente lo miran y meten la mano en el pecho, convendrán en que hay alguna razón para ello y me la darán, aunque[Pg 256] no sea más que á boca cerrada. Á boca llena con todo eso, Dios loado, podemos, al menos por esta vez, congratularnos todos, ellos y nosotros, y discurrir reposadamente sobre lo que este Congreso nos dice y enseña para la cultura española. Acontecimiento literario y filológico, que ha sobrepujado las esperanzas de los que lo organizaron, ajeno y desnudo de todo color político ó de otros bastardos intereses. El alma catalana, que alienta en diversas provincias y territorios de distinta nacionalidad, ha vibrado aquí al unísono, se ha recogido y doblado sobre sí misma, y contenta y muy pagada de lo conseguido desde el reciente renacimiento literario, ha tomado nuevas alas y bríos para lo venidero. Abierto por el Alcalde de Barcelona, cerrado por el Presidente de la Diputación, coronado por el descubrimiento de una lápida al soberano vate Verdaguer, orlado por la rica exposición bibliográfica, regocijado y festejado por el Orfeón catalán y las populares sardanas, el Garden-party en el Parque de Güel y la función histórica del Teatro Catalán, el Congreso ha resultado brillante y serio á la vez, ha sido al par que una reunión de toda la familia catalana y de sus mejores amigos, un consejo de sabios y eruditos.

El Congreso no se propuso definir ni acotar, decretar ni determinar nada en particular: todo eso es contrario al espíritu democrático[Pg 257] catalán, y probablemente inútil en actos de este género, cuyo fruto natural y espontáneo no está en las cacareadas decisiones prácticas que no suelen llevarse á ejecución, sino en ese encendido anhelo y aliento divino que brota en el pecho de cuantos se reúnen con algún propósito levantado y nacido de las aspiraciones de todos, aliento que se comunica entre ellos y hierve y rebulle y arrebata á no esperadas empresas. Estos Congresos, como las Exposiciones industriales, son unos como balances científicos que ponen de manifiesto el estado presente de los estudios en aquella rama del saber de que se trata, y un programa para orientarlos en adelante. Con razón pueden enorgullecerse los catalanes de lo uno y alentarse con las esperanzas de lo otro. La literatura y el estudio de la lengua catalana han ganado tanto en poco tiempo, son tan sobresalientes sus obras literarias y lingüísticas desde mediado el siglo XIX, en que hay que poner el renacimiento de las lenguas literarias de estirpe provenzal, comenzado por los Felibres, con su famosa Sociedad lingüístico-literaria, fundada en 1854, que ni hay para qué detenerse en ello, ni habría vagar para hacerlo, aunque fuera en cifra y sucintamente, en un solo artículo.

¿Quién no ha oído celebrar á sus principales campeones, Rubio y Ors, el Gayter del[Pg 258] Llobregat; Milá y Fontanals, el maestro más enterado de los trovadores provenzales; Verdaguer, la flor más delicada de la poesía mística moderna; Víctor Balaguer, sus fundaciones y obras, y sobre todo el apóstol más entusiasta del catalán, el que recorría las aldeas y ciudades, los montes y los llanos, en rebusca de vocablos populares, Mariano Aguiló, gloria de la Biblioteca provincial y de la Universidad barcelonesa? Tras éstos, que pasaron, no hay persona culta en Cataluña que no haya saboreado los elegantes escritos de los dos mejores prosistas, Ruyra y la escritora de Escala en Gerona, que se ocultó tanto tiempo bajo la firma de Víctor Catalá. No son menos conocidos como lingüistas Nonell, Fabra, Grandia y Alcover, alma este último del Congreso y su primer iniciador, y á cuya laboriosidad deberemos, si Dios le conserva los años y fuerzas que tamaña empresa requiere, el grande y universal Diccionario de la lengua catalana y de todos sus dialectos, literarios y vulgares, antiguos y modernos.

Pero en el Congreso se han dado á conocer como verdaderos lingüistas otros nombres que no sonaban. No quisiera ofender á los que callo, pero no puedo menos de recordar los del farmacéutico de Tarrasa, Sallent; de los dos presbíteros del Rosellón, Casaponsa y Blazy; del jesuíta Casanovas;[Pg 259] del franciscano Fullana, Provincial de su Orden en Valencia, y del archivero de Perpiñán, Pedro Vidal.

De todas partes han concurrido personas estudiosas y amantes de la lengua catalana. Alguer de Cerdeña estuvo representado por el poeta Ciuffo, el gramático Palomba y el lingüista Dr. Guarnerio, profesor en la Universidad de Pavía; el Rosellón por tres sacerdotes y varios seglares, todos competentes, sobresaliendo los sencillos y simpáticos mosén Casaponsa y D. Pere Vidal; Mallorca por D. Antonio María Alcover, mosén Miguel Costa, maestro en Gay Saber, el Sr. Obradors, etc., etc.; Ibiza por don Vicente Serra, Canónigo y Rector del Seminario; Valencia por el laureado poeta don Teodoro Llorente, el Dr. Manxo de aquella Universidad, el P. Fullana, etc.

El amor á Cataluña, á su lengua y literatura, en el resto de España, en Francia, Bélgica, Portugal, Italia, ha llevado al Congreso á no pocos eminentes romanistas y filólogos. Baste citar á Foulché del Bosch, Calmette, Counzon, Lima Duque, Saroïhandy y Bonilla. Memorias y sobre todo adhesiones llegaron hasta de Roma y San Petersburgo. El Congreso ha sido, por lo mismo, internacional, no sólo por haber tomado en él parte el Rosellón de Francia y Alguer de Italia, sino porque han acudido sabios de distintas nacionalidades; ha sido numeroso, llegando[Pg 260] á 3.000 los admitidos, y no más por no tener mayor cabida el teatro.

Lo bueno siempre es digno de imitarse. ¡Qué bien vendría en Madrid un Congreso de filología y lingüística castellana! El terreno quizá no está aquí tan en sazón como debiera; pero en cambio los hispanistas de fuera de España son tantos y tan eminentes, que pudieran venir con esa coyuntura á levantar nuestros ánimos decaídos. Triste muestra de descaecimiento, en verdad, que el ambiente sobrepuje al organismo, y que de fuera hayan de traerse los remedios que infundan vigor y vida en el cuerpo enfermo, cuando la vida y el vigor de todo organismo sano y robusto ha de salir del centro irradiando hacia la periferia. Por allá, por Cataluña, es por donde más se oye aquello de que en Madrid no se hace más que política, mientras que en las provincias costaneras se hace hierro y tejidos. Algo de eso pudiera haber. La primera Exposición industrial habida en España fué barcelonesa; los bilbaínos tendrán tal vez la segunda. Lo que no nos podíamos prometer era que el catalán, para quien la cuestión son cuartos, tuviera también tiempo y humor para un Congreso científico, y menos filológico-lingüístico. ¿Qué cuartos, ni qué niño muerto, puede dar eso de sí? Pero la vida se manifiesta en todos los órdenes de cosas. La espada, que á las veces echó las zanjas de la[Pg 261] grandeza de las naciones, afiló las plumas y despertó los ingenios; la riqueza, tal vez debida al natural ahorrativo y aun tacaño, pudo ser base de una brillante cultura. El pueblo de la meseta castellana no tiene otra riqueza que la envuelta en los pergaminos de su hidalguía trasañeja, ni siquiera otras aficiones mercantiles ni industriales que las del Caballero de la Tenaza y del dómine Cabra, ó las del Buscón y de Guzmanillo. Es, en punto á alientos, la marmórea estatua yacente, que en su magnífica soledad y en su secular silencio aguarda sosegada y señorilmente á que los curiosos y turistas vengan á quitársele la gorra, á deshacerse en encomios y á dejar algunas monedas en el cepillo para su entretenimiento y conservación. Sería una insulsez abogar en Madrid por un Congreso de lengua castellana, si de los de casa hubiéramos de prometernos la menor cosa.

Y con todo, los aficionados al estudio del castellano fuera de ella van siendo tan numerosos como los visitantes de la estatua, bastante más que los aficionados al catalán. En el momento presente casi estoy por decir que es la lengua que priva. Al estudiar el castellano los extranjeros, franceses, ingleses, alemanes y yanquis, unos tienen el ojo puesto en América, donde hay un mercado que aparroquiarse y una presa con que alzarse; otros lo tienen puesto en España, donde hay una antigualla digna de estudiar[Pg 262] y aun un cachivache digno de coleccionar. El caso es que á centenares se abren cada día las cátedras de castellano en Europa y América, y se publican fuera de España más libros, monografías y artículos sobre nuestras cosas y nuestras anticuadas personillas que en la misma Península. Se dió el caso, hará unos meses, de que un extraño explicó á todo un señor de alto copete de Madrid una de las frases más vulgares y traídas por los suelos, que él no entendía. Con ocasión de un Congreso lingüístico vendrían sabios que nos enseñarían cosas que creemos saber y no sabemos si ignoramos. Aquí la lingüística moderna es un nombre vacío, la fonética se nos antoja una endiablada jerigonza, el estudio de nuestro lenguaje literario, clásico y actual, y de nuestros dialectos, son rozas y embreñado monte, que encierran ricas minas por beneficiar. Los que pasan por gramáticos y lexicólogos, siguen soñando y fantaseando á la antigua española, etimólogos de otra casta que pereció en Europa, pero de la que á dicha conservamos en España ejemplares preciosísimos, que nos los pagarían los congresistas á peso de oro. El aire que trajeran echaría por tierra de una vez todos esos vejestorios y nos encaminaría por las veredas de la realidad científica. Algo cuesta arriba se les haría á no pocos romper con su soñada ciencia gramatical y dejarse despojar de la aureola con[Pg 263] que la ignorancia general les había coronado; pero la ciencia española no perdería gran cosa echando algunas canas al aire. Dejarían de oirse hasta en las más encumbradas cátedras oficiales disparatones mayúsculos, de los cuales, para solaz y recreo de curiosos, tengo recogido un buen golpe de los más chistosos y festivos; pero en cambio, la gente moza y bien dispuesta vería que se les abrían nuevos horizontes por donde volar y nuevos mundos por donde discurrir. No se henchirían las librerías de viejo de textos mal traducidos y muy bien pagados; pero hallaríamos en ellas los libros que hoy hay que ir á buscar á Alemania, con la pequeña molestia de haberse aprendido antes aquella enrevesada lengua. No tendríamos tantos diccionarios castellanos como cada año se publican, repitiéndose por milésima vez las voces del Diccionario de autoridades de la Academia y las graciosas y jocundas etimologías de su Diccionario oficial; pero en retorno saldría alguno que contuviera las infinitas voces de nuestros clásicos y de nuestro pueblo, que en el uno faltan, y las etimologías serias que en el otro no sobran. Algunos abrirían los ojos y echarían de ver para qué sirve el latín y el griego, que los extranjeros tanto estudian, sin que por eso dejen de saber algo más que nosotros; y los que no los quisieran abrir, se coserían por lo menos la boca para no[Pg 264] quedar feos disparatando de lo que no entienden. La lingüística y la filología (cosas que entonces aprenderíamos á distinguir, que aquí no sabemos por carecer de una y otra) son los sólidos fundamentos de los estudios literarios, históricos y aun jurídicos y sociológicos; teniendo fundamentos podríamos pensar en edificar algo de esto, dejándonos ya de diletantismos superficiales en todas estas ramas del saber.

Tales son las ideíllas que me ocurren al admirar el feliz suceso del Congreso de Lengua Catalana. Desgraciadamente, la estatua seguirá estatua, yacente por más señas, y los que escribimos, por ver si le comunicamos aliento y vida, seguiremos (es de esperar) cantando aquello de las tres ánades, madre, que es también un muy añejo y muy castellano cantar.

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Extravagancias del Lenguaje

I

Mucha filosofía dicen que atesoran las lenguas. No lo negaré; pero también hay que añadir que encierran no menos disparates y extravagancias. De éstas me toca hablar ahora, y para que no se crea que sólo se les escapan á la gente rústica é incivil, la tomaré con lo más granado de entre nuestros escritores clásicos. Digo que nuestros encomiados clásicos fueron los hombres de más disparatada sesera que Dios echó al mundo. El famosísimo Dr. Laguna dicen que tradujo elegantemente á Dioscórides. Mi buen amigo, el también Dr. Olmedilla, escribió un folleto sobre tan venerable varón y lo pone como uno de los primeros, si no el primero, de los médicos del siglo XVI. Y efectivamente lo fué del Emperador Carlos V y del Papa. Pero no le vale á Laguna el haber sido todo eso, ni el que lo celebrara Cervantes, ni el[Pg 266] que escribiera su elegante traducción en la misma quinta Tusculana donde Cicerón había escrito sus filosofías. Cuájanse con frío los metales, dice Laguna (Diosc., 5, 44). ¿Qué mayor disparate que decir todo un Doctor en medicina, médico de Carlos V y del Papa, que los metales cuando están en fusión se tornan cuajada? Merced al cuajo se convierte en cuajada, se cuaja la leche. Echad un poco de cuajo, viene á decir el Doctor, en los metales fundidos, y hételos hechos cuajada. Pues permítame el Sr. Doctor, médico de Carlos V y del Papa, que le diga que eso es un solemnísimo disparate.

La frase debió de caer en gracia, pues otro disparatadísimo Doctor estampó en un libro devoto: Las perlas se cuajan con el rocío de la mañana. Y si esto parece declarada locura, que el rocío haga de cuajo y las perlas sean cuajada de leche ó de otra cosa, con razón se tiene por locos á los poetas, que repiten lo de que el rocío son perlas que brillan sobre la yerba, y que ésta amanece aljofarada, y locura de remate fué la del más loco de todos ellos, del celebrado Garcilaso, cuando ordenó á las ovejas que paciesen la yerba aljofarada. ¡Lindo rechinar de dientes se oiría en un rebaño de 200 cabezas, con el áspero masticar de esas perlillas que llaman aljófar! En la Histórica relación del reino de Chile amontonó juntos todos esos disparates el P. Alonso de Ovalle: Esta[Pg 267] yerba se cubre el verano de unos granitos de sal, como perlas y aljófar, que cuaja sobre sus hojas. De luengas tierras luengas mentiras. Los chilenos nos podrán decir si es cierto que por allá se cubra alguna yerba de granitos de sal, y si esos granitos se hacen cuajada sobre sus hojas, y si esa cuajada son perlas y aljófar.

No conozco más que un escritor que se riese de tales bernardinas; los demás españoles las tuvieron por gallardas elegancias del buen decir. El gravísimo fraile jerónimo José de Sigüenza en obra tan seria y elocuente como la Vida de San Jerónimo, en folio por más señas y á dos columnas, nos habla (l. 1, disc. 4) de tomar puerto en la isla. Quiere decir que unos navegantes llegan á una isla, siéntanse sobre la verde alfombra, fronde super viridi, y con todo el sosiego del mundo, como quien se toma una jícara de chocolate, comienzan á embaularse el puerto que tienen delante con bajeles y todo y hasta con sus muelles y cargaderos, se lo sorben, se lo echan al coleto, se lo meten entre pecho y espalda. ¡Todo esto es ridículo! Pues este fraile tan descomunal en su manera de expresarse, se vuelve tan melindroso en el mismo discurso, que repite la misma idea llamando á eso tocar el puerto y la deseada ribera. Si no hace uno más que tocar el puerto y la ribera y no desembarca, no comprendo yo cómo pudo desearla tanto.[Pg 268] Y ¿qué diremos del discreto P. Mariana, que tal vez por evitar tales dislates escribió todo lo contrario de lo que en la cabeza tenía y pensaba escribir? Dió fondo, dice, junto á Cádiz. Quiso decir que llegó á tierra sano y salvo, y se nos descuelga con que se fué á pique, pues la letra esto da á entender, á lo menos el fondo del mar no es la playa, á mi pobre entender. El cejijunto jesuíta tiene cosas muy buenas: en el libro 4.º, capítulo 4.º de su Historia de España dice: tenía sujeta toda la provincia. ¡Buenas cadenas ó sogas tuvieron que hacer los herreros y cordeleros de aquellos tiempos, no se les morirían los hijos de hambre! En otra parte (9, 36) añade: Al cabo de tres días de cerco alzaron mano de él. ¡Vamos, que ni los días tienen cabo, como las velas ó las costas, ni se estuvieron sin comer ni dormir tres días mortales puestas las manos sobre cosa alguna, y menos sobre un cerco, que no tiene donde se puedan poner! Todo eso son sandeces más que de marca. ¡Pues digo! del otro, que escribió: Cuando Dios alzare las manos de los buenos. ¡Largos brazos serían los de Dios, si desde lo alto del cielo tuviera puestas las manos sobre los hombros de los buenos! El descabellado Gonzalo de Correas habla en su Vocabulario (l. D) del dejar en jerga la cosa por abandonar ó dejar sin la debida perfección. Según eso los albañiles, cuando al propietario le faltan los cuartos[Pg 269] para terminar una casa, la dejan en jerga, y en jerga dejo yo el almuerzo, cuando lo dejo por acudir á otra parte.

Buena jerga la del catedrático de griego de Salamanca. El cual en la letra U escribe: Un sudor se le iba y otro se le venía, como si el sudor tuviese pies y se fuese y viniese, y no saliese del cuero. En la letra A nos habla de armar caramillos, armar zancadillas y armar tranquillas, cuando es así que ningún soldado vi yo armado de tales pertrechos, y el caramillo sólo lo he visto en los labios para chiflar. Para decir que lo apetece todo nos espeta en la letra E el empreñarse del aire ó de lo primero que oye. Preñez del aire sólo la había yo oído en Plinio, que lo dice de las antiguas yeguas lusitanas, y aun tal vez el discreto naturalista puso yeguas por no dar matraca á los finchados hidalgos de Portugal. Preñez de lo que se oye es una preñez harto cuestionable; pero Correas sabía mucho, y su razón tendría cuando lo dijo. Que sabía mucho no hay que ponerlo en duda: en la letra T nos habla del tener asomos de una cosa, sin que intervenga ventana ni somo ó altura alguna; en la letra H nos repite lo del hacer sudar la gota gorda, que yo he oído cien veces por ahí, sin lograr jamás entender qué gota gorda será esa, y cuál será la gota flaca. También añade el hacer sudar como gato de algalia, gato que debe ser muy raro,[Pg 270] pues, que yo sepa, los gatos no sudan. El lector supondrá que hablo en broma; puede tomarla por tal, si así se le antoja: yo digo la verdad como la siento.

Si nos entrásemos por los escritos de Quevedo, aunque es el único que tomó por bernardinas, como apunté, todos estos dislates, no nos daríamos manos á toma y deja, á esta quiero, esta no quiero, porque es el disparatador por excelencia. Por ejemplo, en la Musa 6, 1, dice: Si yo mi argumentillo mal no entablo. Buen medio para ponerlo ante la vista, entablarlo entre cuatro tablas. Tiene izquierdo discurso (Tir. la Piedr.), de modo que el habla se le iba por la zurda. Remojar la palabra (Mus. 5, j. 14), como un bizcocho en vino. Enjugar las lágrimas á las viudas, llevando, naturalmente, á prevención en el bolsillo tres docenas de moqueros, y no sé si bastarán para enjugárselas á la primera que topáremos. Ser ojo á los ciegos, metiéndose uno bien aovilladico en una de las cuencas de los ídem, por no decir otra cosa. Todo eso lo escribe al tratar de La Providencia (tr. 2), libro que dicen es muy serio; pero así son las seriedades de Quevedo, pues en las Musas (6, r. 9) dice: En cada bostezo gasta una cruz de dos palmos, quiere decir que al bostezar roe una cruz larga de dos palmos; y en Marco Bruto: Fanfarronea con la sangre civil entre amores faranduleros, quiere decir que en dando con un[Pg 271] civil, le saca la sangre para darse pisto enseñándola por las calles; y aun por eso me explico que sean todos ellos como espátulas de flacos y arguellados. Nada bueno le puede entrar de los dientes adentro, dice en la Visita de los chistes; pero no le veo la punta, porque el chiste estaría en que no le entrase de los dientes afuera. Me ha llenado el ojo (Entremet.), dejándole ciego, será de suponer. Ya sabrá él buscarse quien le ayude á vaciarlo, pues en la Visita dice que tomó una purga confeccionada con hojas de Calepino. Sin duda eran entonces mejores los estudiantes que hoy, que el Calepino hoy más bien empacha que aligera. Repito que, fuera de toda guasa, esto y lo otro y lo que sigue, son chirigotas y es hablar en necio.

Dejando ya á Quevedo, leo en la Mosquea de Villaviciosa (2, 62): Al palacio se parte el pueblo junto, verso que no entiendo, pues ó sobra el se y quiere decir que todo el pueblo rompe el castillo y lo divide en dos partes, que ya es tarea para animalitos tamaños, ó el que se quiebra y parte en dos es el pueblo junto, lo cual también tiene su intríngulis, como lo tiene el partir la baraja, pues no forma un todo pegado, y el partirse los viajeros cuando sale el tren, pues ellos bien enteros se asoman por las ventanillas.

En él ponéis los ojos con agrado, escribe Villegas en el Soliloquio 8, capítulo 4, y no[Pg 272] hay quien lleve su necedad hasta el punto de sacarse los ojos para ponerlos con agrado en parte alguna. Las flores á los ojos ofreciendo diversidad extraña de pintura, dice tontamente Garcilaso (Egl. 2), pues convierte en pintores á las flores. Cubrir mentiras con capa de retórica, añade Correas (Vocab., l. E): paño es ese de la retórica que no sé hayan sabido nunca cortar los sastres. La justicia tomó la mano de todo, dijo El Donado hablador (p. 2, c. 9), en lo cual mostró tener poco donaire, pues hasta los niños de la escuela saben que el todo tiene partes, pero no manos. Sintieron en lo vivo la nueva determinación, dijo Argensola (Anales, l. 1, c. 44): ¡no, que la iban á sentir en lo muerto! Y el bendito del P. Acosta en su Historia natural de las Indias, se nos viene con cien mil candideces, que quiso se las creyésemos por ser de cosas lejanas, que no íbamos nosotros á averiguar. En el libro 4, capítulo 10, nos quiere hacer creer que con maravilloso afecto se pega el azogue al oro y le busca, como si fuese su novia, y que el azogue se va al oro donde quiera que le huele, cual si fuese perro de la calle, y que á ningún otro metal abraza sino al oro, y que de esotros metales no hace caso el azogue, y que todo lo come y todo lo gasta: ¿acaso no teníamos azogue en España y no sabíamos á qué atenernos en todas esas patochadas, que le cuelga el buen Padre? Cuénteselo[Pg 273] á su abuela, que no somos niños de la dotrina. Otro Padre, Fray Juan Márquez, en los Trenos de Jeremías (v. 2, con. 3, 4), nos habla de abrir las puertas al contento, y sobre esta mentira, pues el contento no tiene puertas ni ventanas, dice que rompieron el aire las voces, y las voces no rompen nada, ni menos se puede romper el aire, ó yo entiendo poco de física. Pero de física se sabía poco en aquellos tiempos, y así no extraño se lea en la Celestina (acto 12): desadormecieron mis pies y manos, y aun en pleno siglo XX, para que se vea la ignorancia española en achaque de ciencias biológicas, he oído ó creído oir decir que á fulano se le adormeció el pie. Falta nos hacía otro Feijóo, para enseñar á esos necios que los pies no duermen, ni despiertan, que esas son creencias vulgares de la ciencia antigua.

Pues no, que el P. Fray José Láinez, agustino, sabía de cosas, que es para alabar á Dios, dador de todo bien. En el Privado cristiano nos dice de los pensamientos vanos, que sin duda el buen señor tomaba por algo así como nueces vanas y hueras, que son hijos de pasos ociosos, frase que no tiene pierde, pues los pasos dicen todo lo contrario del estar ocioso y no pueden llamarse ociosos, sino á lo más andariegos, y los pasos no tienen hijos, como lo prueba el concluyente argumento de no tener padres, pues sabido es que hijos y padres, padres é[Pg 274] hijos son cosas correlativas, que no se dan la una sin la otra, y tampoco los pensamientos pueden tener hijos, porque á admitirlo algún filósofo, ya hubieran tratado los teólogos de investigar un cuesito de mucha importancia, que no faltaría en la Suma de Santo Tomás con estos ó parecidos términos: Utrum filii cogitationum possint baptizari et quomodo. Y los tomistas se hubieran devanado los sesos inútilmente, porque el caso era de los peliagudos, y de los que sobrepujaban las entendederas del Doctor subtilissimus. Por todo lo cual la frase del susodicho fraile hay que darla por un completo disparate de tomo y lomo. Otro fraile, Fray Antonio Pérez, benedictino, dijo con no menor inexactitud, en sus Sermones dominicales (p. 170), que la salud que le dió tan á pie quedo, y no es menester saber quién ni á quién, pues basta saber que nadie puede dar cosa á pie corriendo sin detenerse por lo menos un segundo, y que de todas suertes lo del á pie quedo tratándose del dar es y será siempre una niñería, indigna de un grave benedictino.

¿Pues qué decir de estotras truculentas pamplinas, que leo en la página 6: Desconfiados los hombres, se atericiarán y se secarán, y quedarán como estatuas con el pellejo enjuto, y con sólo la armadura, de puro amedrentados y ajudiados de lo que en todo el mundo ha de suceder? Lo que no[Pg 275] sucedió, por la inmensa misericordia de Dios y la excesiva paciencia de los oyentes, es que le echasen con cajas destempladas del púlpito abajo á predicador tan lenguaraz, que en la cátedra de la verdad osaba mentir por mitad de la barba. Si se secan y quedan con el pellejo enjuto, ¿cómo han de poder soportar el peso de la armadura?; y si se convierten en judías, ¿qué tienen que temer en el día del juicio, si el juicio ha de ser de los hombres, y no de las judías ni de las calabazas? Son sandeces del lenguaje, y de nuestros clásicos, los más sandios de los sandios.

Pero oigamos cómo Correas (Vocab., l. C) expresa el peligrar, porque no parece sino que estos señores clásicos españoles han perdido la chaveta con los volatines que hacen: estar colgado por un hilo es el primer ejercicio gimnástico, el segundo estar colgado de los cabellos, el tercero estar con el agua á la boca, suplicio de Tántalo, estar con el agua á la garganta, cosa buena en estío, estar con la soga á la garganta cosa de ahorcados, y con esto se acabó la función.

El sapientísimo Fray Luis de León nos da una muestra de su sabiduría en el libro de Job (16): recoge la ira en sí, como si fuese el ganado que se le desmana, y mejor fuera; poner leña á la cólera, que si antes era ganado, ahora es fuego; regaña los dientes, aguza los ojos, que por supuesto no tienen[Pg 276] punta, aunque lo diga Su Reverencia; enclavar los ojos en él, y sostengo y resostengo que siguen sin punta ni cabeza; le pone fiera la cara, le saca el enojo afuera por los ojos. Todo eso dice ó quiere decir que significa enfadarse, cosa enteramente psico-física del ánimo, que no tiene que ver con clavos, puntas, dientes, leña, fieras, cara ni ojos, más que con las nubes de antaño. Se iría con el alma en los dientes, dice Quevedo (Cuent.), para lo mismo; y miren que tiene bemoles eso de atascarse y tenerse que sacar con palillo de entre los dientes el alma. Pero los españoles debemos de ser gente de malísimas pulgas y de un genio de todos los demonios, porque las expresiones para indicar el enfado no paran aquí, ni con mucho, y todas son á cual más descabelladas. Castro en su Reformación cristiana dice (tr. 4, c. 4): es más desabrida y amarga que la misma muerte, aunque nadie se ha comido á la muerte, ni por acá nos comemos á persona viva ni muerta para saber si es desabrida y amarga. Su malicia, añade, te hace gemir con la carga, no habiendo quien se eche á cuestas la malicia de nadie. La Palma en la Historia de la Pasión (c. 2): revolvió como víbora, con rostro fiero y voz desentonada dijo, mirando con los ojos turbados y encendidos: ya se ve que eso de enturbiarse y encenderse los ojos son mentiras elegantes. Fray Juan de los Ángeles en el Diálogo 4:[Pg 277] tomó un poco de cólera diciendo eso, como tomaba él tal vez un polvo de rapé; se me enciende el corazón, sin quemarse; se me afloja el alma viendo, figúrense ustedes si es flojera. Solís en la Conquista de Méjico (l. 1, c. 8): Mezclóse el alborozo con el desabrimiento, como si el genio fuera algo de comer; estaba fuera de los términos razonables, y probablemente no se meneó de su lugar. Torres en la Filosofía moral de príncipes (l. 7, c. 9): abrasarse con el fuego de la ira, que ni es fuego ni abrasa; embriagarse con el enojo; la ira arrebata la razón y le despeña; abrir la puerta al cierzo de la ira; la ira le hace dar por las paredes como ciego; y en el libro 24, capítulo 7: le sacó de sus casillas, donde no sé quién le había metido; al más sosegado sacan de su paso. Estebanillo González en su Vida, dice por enfadarse: echando el bodegón por la ventana, que ya es echar, con mesas, vasijas, vino y borrachos y toda la jacarandana. Cervantes (Quijote, I, 14): le haré despertar la cólera, como si fuese cosa dormida y sosegada. En la Pícara Justina (f. 200): ni la ayudara aunque la viera echar los bofes, tal debía de soplar de puro enojo; comenzó á meter fagina y echar de bolina y decir fanfarrias (ídem, fol. 132), donde se mete á soldado, á marinero y andaluz. Correas (Vocab., l. Q): quísome comer los ojos, ¡ya es hambre!; agotar y apurar[Pg 278] la paciencia (l. S), sacar de paciencia, de tino. En la Celestina: no me hinches las narices con esas memorias; en las narices mora, según esto, el enfado. Solórzano (Donaires del Parnaso): me deshago y me destrizo. Ovalle (Hist. chil., 3, 3): para echar de sí el miedo, comienzan á patear el suelo; se revisten todos de un gran furor. Quiñones (El murmurador): no hay cosa de que no se pudra; traigo la sangre requemada. Todo eso, si es enfadarse, es un enfadarse muy raro.

Fray Laurencio de Zamora, cisterciense, en su Monarquía mística de la Iglesia (l. 1, sím. 6) escribe: Comienza la tierra á vestirse de hermosura, por manera que antes estaba desnuda; ¡desvergonzada! Pero oigamos al Donado hablador (p. 2, c. 2 y 3), que llama al desnudarse quedar en carnes, en pelota. ¡Habráse visto! Pues ¿en qué iba á quedarse? ¿En huesos? Y lo de comparar un hombre desnudo á una pelota es chistoso. Apeó la dificultad y dió alcance á la dificultad, dice Correas (Vocab., l. A), que significan entender, como si eso se hiciese con los pies. Fonseca convierte en árboles las banderas, y se queda tan satisfecho: enarbólanse banderas (Vida de Cristo, p. 1, c. 31). Aguado convierte una azotaina en jubón: Se le ajusta al enemigo un jubón de azotes (El perfecto religioso, p. 1, tít. 7, c. 6). Don Oton Edilo Nato de Betissana en el Epítome[Pg 279] de Guichiardino (p. 45) llega al descaro de convertir al Papa en lo que oiréis: Remover el embarazo del Pontífice, y eso que dicen que es elegante y castizo escritor. Nuestros castizos y elegantes escritores hicieron, pues, mangas y capirotes del castellano. ¿Á quién, sino á Quevedo, en el Cuento de cuentos, se le ocurre decir que andaba ya de capa caída? Pero lo que no puede creerse, aunque lo diga de Dios el Obispo de Astorga, D. Antonio de Cáceres, en su Paráfrasis de los Salmos (salmo 17, fol. 31), es que apretó y estrujó los cielos para que diesen jugo, y que con cielos y todo se bajó á nosotros, como si Dios fuese uno de esos que pisan las uvas y luego un jayán de cordel que se viene con los cielos á cuestas. Este Obispo tenía rarezas muy suyas; dice que hace Dios chispear el cielo (fol. 30), como si ardiese, y que por un oído les entra y por otro les sale, como si la cabeza estuviera horadada, y dice en nombre de Dios de los malos tales necedades como estas: se atan las manos con su ingratitud, han querido apurarme, hacerme dar la cuerda. Según Fray Pedro de Vega, en el salmo 1.º, hay quien ve la muerte al ojo, y añade que qué alborotada saldría aquella alma de las carnes. Realmente estas son chocheces, como lo que escribe Sigüenza en la Vida de San Jerónimo (l. 6): que el alma rompió las cuerdas y desasida voló[Pg 280] como paloma cándida á las moradas eternas; y ahora me explico yo por qué algunos dicen que la religión católica es religión de un estado muy niño de cultura, cuya época ya pasó. La culpa la tienen estos reverendos frailes que florearon tanto en sus expresiones, como si hablasen á niños, siendo así que la Humanidad ha dejado ya, como se dice, de ser niña, y ha llegado á su madurez, que sólo se paga de verdades y pensamientos, no de imágenes y símbolos. Dice Luis Muñoz en la Vida del P. Granada (l. 2, c. 15) que se venía acercando á paso largo la muerte. La muerte no viene á paso largo ni á paso corto; no es más que el echarse á perder la máquina del organismo humano.

Y en esto hasta los que no eran frailes desbarraron, pues Torres de Villarroel, el famoso confeccionador de almanaques, catedrático de Salamanca, en un soneto á Mejía dice que Un mulo allí levanta sus resuellos. ¡Qué ha de levantar, hombre! Lope en su Filomena (f. 72) ya había dicho que se lleva de un aliento tres pliegos de un romance; pero Lope, aunque clérigo, era poeta; lo mismo que Alonso de Fuentes, que hizo de filósofo en la Suma de filosofía natural, cuando escribió: Los que tienen calenturas alientan muy recio, como si el aliento fuese delgado ó recio como una tela ó una tabla. Poetas y filósofos han pertenecido siempre al gremio de los orates. León,[Pg 281] que era fraile, filósofo y poeta, pudo decir (Faces) que es gracioso en los ojos de Dios, atribuyendo á Dios ojos, lo cual es muy poético, filosófico y frailuno; pero no deja de ser una mentira, y en ello convendrán los mayores entusiastas de Fray Luis, y aun toda la Orden de San Agustín. Pero que todo un Príncipe de Esquilache estampara en sus obras: Del alma humilde dilaté los senos, es cosa que no se puede tolerar, pues sabido es que no tiene tales senos dilatables ni por dilatar el alma. El mercenario Fray Hernando de Santiago en su Cuaresma (serm. 5) dijo de la rosa que queda lacia, mustia y melancólica, como quien está de mal humor, cosa que á las rosas no se puede atribuir; y el agustino Pedro de Valderrama en su Teatro de las religiones (serm. 1) dijo que un rayo de sol quema y abrasa las flores, que aunque el sol queme y abrase, no sé yo quién habrá visto flores ardiendo por causa del sol; pero al cabo fueron frailes. Mas que Ibarra en la Guerra del Palatinado (l. 4) escribiese seguir la derrota del pueblo, sabiendo que en las cosas de la guerra una derrota es... pues una derrota, téngolo por descuido incalificable.

Melo, de quien se dice que es gravísimo historiador, me parece algo fanfarrón y muito portugués cuando lanza estas exageraciones (Guerr. de Catal., l. 4): Todo el suelo era sangre, todo el aire era clamores,[Pg 282] no se oían sino quejas, voces y llantos, todos mataban, todos se compadecían, y todo eso es filfa retórica y mentira calificada. ¿Cabe mayor desenfado, mayor ceguedad y mayor tontada que esta frase de Anastasio Pantaleón de Rivera: La vez que me kirieleisan, responsan y parcemican (P. 2, rom. 21)? Sí, lo de Jacinto Polo (Obr., p. 224): me llevaron en diablandas, en un diablamen nos pusimos allá. Hay quien tiene estas majaderías por expresiones galanas y hasta divinas, Pero

¿No fuera harto más claro y más divino
llamar á cada cosa por su nombre
y decir al pan, pan, y al vino, vino?

Góngora (Rom. burl., 4) nos viene con que Le bebían las palabras, Rebolledo (Ocios, egl. 3) con que Las miré tanto que ni pestañeaba el pensamiento, Estebanillo (c. 10) con que Me dejó hecho estatua de Baco en el jardín de Flora, Santa Teresa (Vida, c. 18) con que Es mi intención engolosinar las almas, Nieremberg (Obras y días, c. 42) con Comprar voluntades, feriar corazones, Lope (Filomena, 158) con que Es vanidad ingerta en bobería, Correas (Vocab., l. C) con caerse la baba á uno.

Y para decir sencillamente callar ¡qué de circunloquios hueros, qué de tonterías babilónicas, qué de pamplinas pamplináceas nos regalaron nuestros palabreros clásicos! Cuando lo más á propósito para expresar[Pg 283] el callar parece debía ser hablar lo menos posible. Burguillos (Gatom., s. 1) dice sellar los labios, cual si fuera carta la boca. Tejada (L. pro., 1, 37), no contento con esto añade: Lleva cada uno en la boca para sellar el silencio una piedra; y luego nos reiremos del helénico tener un buey sobre la lengua. Santo silencio profeso, dice Quevedo en la Musa 5, á pesar de ser tan hablador que no acaba de charlar para indicar el silencio. Así en La Providencia (tr. 3): no permitir voz alguna á su inocencia, enmudecer los acentos de la fragilidad humana, no gastar palabras, servir de aplauso á la calamidad callando, asistir á uno con el silencio; en el Cuento de cuentos: El padre no hacía sino chitón, como entendía el busilis, ni chistó ni mistó. Él no dijo esta boca es mía, y tieso que tieso; en los Riesgos del matrimonio: La lengua y las palabras se me hielan. Cervantes entre otros mil despropósitos dice: Punto en boca y atended (Novel. 8), morderse la lengua (Quij., II, 23), casi no he hablado palabra hasta ahora (ídem, c. 1), él se diera tres puntos en la boca y aun se mordiera tres veces la lengua (ídem, I, c. 30), díjole al oído que no descosiera los labios (ídem, II, 69), no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo (II, 12), nos hemos de coser la boca (I, 25), depositar una cosa en lo más escondido del silencio (El am. liber.). Si tal[Pg 284] despotricaron los maestros, ¿qué harían los discípulos? Aguado dijo: Sepulte su boca (Per. rel., 2, 10, 10), tener enfrenada la lengua (ídem, 3, 6, 2), guardar cerrados los labios, poner guarda á la boca, poner freno á la boca, poner sello á los labios (ídem, c. 4); Quiñones (Las Civilid.): Sin chistar, sin paular y sin maular. Correas llega hasta la ridiculez: dice que callar puede expresarse por coser la boca y coser la boca á dos cabos (Vocab., l. C), como si uno no bastara; y: No dijo ni oste ni moste, No hubo ni chuz ni muz, No dijo ni uste ni muste, No despegó la boca, No desplegó la boca, No dijo esta boca es mía (l. N); y: Tener la barba queda, Tener la boca llena de agua (l. T). ¡Habráse visto palabrería, y charlatanería, y parlanchinería! Pusiera á los labios el candado y á las puertas el cerrojo, dice hasta el grave de Esquilache (Rim., r. 230). Zamora (Monar., 3, 3) dijo: Vivir á la sorda. Calderón: Suspender la voz, Ten el acento, etc. Estebanillo (c. 7): Dime un centenar de tapabocas, Poniéndome la planta de las manos en los labios. En la Pícara Justina (l. 2, p. 2, c. 2): Tenía caídas las golillas de pura vergüenza, Tragaba saliva á duras penas; Nieremberg (Obr. y días, c. 20): echar grillos á la lengua. En fin, que fuera el cuento de nunca acabar, si sobre el callar hubiéramos de decir cuantos dislates vinieron al magín á nuestros parleros clásicos.

[Pg 285]

Acabemos, pues, aquí esto de las extravagancias del lenguaje entre ellos, y dejemos para otro día otras de no menor calibre del lenguaje en general.

El lector ha leído este artículo, y se figura que todo él es una pura guasa y aún me tildará de poco avisado en haber sostenido tan á la larga el tono irónico. Pues, desengáñese. Si cree que es ironía, y que de hecho el lenguaje no está lleno de barbaridades, se engaña de medio á medio, y yo he logrado cogerle como á un chino. Yo lo habré hecho muy mal; pero mi intención era expresar lo que siento, que nuestros clásicos dijeron mil necedades, que hicieron con el lenguaje cien mil barrabasadas. Que en este hecho se encierra un problema, no lo negaré, y precisamente lo he querido exponer para discurrir acerca de él y ver de soltarlo, si fuere posible, en otro artículo.

II

El cielo no ha querido que yo ame por destino, dice Cervantes (Quijote, II, 14), es decir por designio: destinar es fijar un objeto para algo. Es la idea de fijación, y así resbalar sin tino por una verdad (Quev., Polit. de Dios) es no quedarse fijo en ella, sino pasar y caer de ella, como no dar en el blanco de la razón (Rivad., Eucarist.) ¿Por qué,[Pg 286] pues, destino y desatino valen lo opuesto lo uno de lo otro: decir y publicar desatinos (Illescas, Hist. Pontif., l. 6, c. 24, § 12)? Ambos llevan des, y puesto que en des-tino no indica negación de tino, ¿por qué la indica en des-a-tino? La a no es negativa; a-tinar es tener tino.

He aquí una extravagancia del lenguaje. Extravagancia que nos enseña el origen de destinar, destino. Siempre el des- en castellano fué negativo; pero en latín dis-, de donde des procede, sólo indicó pasar al través, de donde la acepción castellana de fuera de, no. Ese valor latino dió en el mismo latín la acepción derivada de entera y perfectamente, abarcando y recorriendo toda la cosa, lo mismo que en per-, y esta acepción es la del des- en destino, destinar, fijar enteramente. Luego estos vocablos tuvieron origen erudito, los forjaron los eruditos mirando al dis- latino; el pueblo era incapaz de atribuir á des- otro valor que el de negación. La extravagancia de destinar, destino, recae, por consiguiente, sobre los eruditos que componen vocablos castellanos, dando á uno de sus elementos en su forma castellana una acepción que en castellano no tiene. Así, á las veces, el saber lleva á hacer desatinos y á desatinar, fabricando el destino.

Pero el hombre no se desmiente á sí mismo. No hay mayor desatino ni mayor[Pg 287] instabilidad en España que los destinos: se logran por toda suerte de medios injustos, desposeen de su derecho á otros que los merecían, paran en tristes é inesperadas cesantías y fomentan en los que los dan el caciquismo, la mayor de las injusticias sociales. El destino es, pues, un mal social, un mal del que lo da y del que lo recibe, es un verdadero desatino. El destino es obra de los poderosos, de los mismos que desatinaron al fraguar el vocablo; hicieron mal la palabra, y la cosa por ella significada es mala. Esta palabra encierra la historia de uno de nuestros males sociales, al decir de muchos, del peor de los males de nuestra sociedad, y probablemente tendrán razón, pues de los males sociales el peor y el padre de todos es la injusticia.

Las extravagancias del lenguaje encierran, por consiguiente, honda filosofía. Los mismos vocablos llevan en su raíz esas ideas. En La lengua de Cervantes, (II, vocablo atinar) pruebo que tin-o, a-tin-ar significó justo en su origen, y fijo, exacto: des-tino vale pues in-justo, pese á los inventores del término, que quisieron decir todo lo contrario al poner en des- el valor del dis- latino. La extravagancia no está en el lenguaje, sino en el hombre desatinado; antes el lenguaje sale por sí y le desmiente y publica sus depravados y torcidos desafueros: mentita est iniquitas sibi.

[Pg 288]

Uno de los infinitos vocablos que faltan en el Diccionario oficial es descantarrear, sin duda por ser de pura cepa castellana. Des-cant-ar es salirse de tono, del canto, que malamente los eruditos latinizaron en dis-cantar, con ese dis- latino, que nunca fué castellano vulgar. Pero des-cant-ar también hubo de decirse de cant-o por esquina y piedra, y como de guij-a se dijo guij-arro, de cant-o se dijo cant-arro y des-cant-arr-ear romper las esquinas, los cantos, las puntas: Se muerden los jabalíes y descantarrean en la comida, dicen los Diálogos de Montería (1.2), publicados por la Sociedad de Bibliófilos españoles, 1890, de un manuscrito del siglo XVI. Equivale aquí á morder, del quitar un pedazo, una punta ó esquina, como cant-ero es la esquina y pedazo más duro, con la corteza, del pan, equivaliendo, por consiguiente, á des-pedaz-ar. ¿Qué tiene que ver un canto ó piedra con morder? ¿Acaso se muerden los cantos ó los cantos muerden? Extravagancias del lenguaje. Pero el camino de la psíquica y del pensamiento humano es la metáfora. No anda, pues, descaminado el pensamiento que concibe el morder como un clavar el diente y sacar bocado (Aguado, Perf. rel., p. 2, t. 1, c. 2), ó como un dar una tenazada con las quijadas (Hernández, Eneid., l. 12), ó como darle buenos mordiscones (Espinel, Obreg., I, 3), ó dar su dentellada (Cácer., Salm. 21, fol. 42).[Pg 289] Lo mordido y el bocado mordido es un pedazo, morder es des-pedazar; pero la piedra se concibió como un pedazo, un canto ó esquina, porque tiene esquinas y puntas, y canto valió pedazo y esquina, y descantarrear, morder ó despedazar.

Lo que en el lenguaje nos parecía extravagancia no era sino cosa muy encaminada, muy encarrilada, y nos descubre la ley fundamental del pensamiento, que es la metáfora.

¿Qué tienen que ver las nubes llamadas cirrus con el cerro ó parte superior de un caballo? Los cirrus son agua en estado aeriforme, el cerro ni es agua ni es aire. Pero no mira el pensamiento ni el lenguaje al ser, sino al aparecer y figurar de las cosas. El latino cirrus dió cerro por monte, que tampoco es aire ni agua, pero que presenta el apelotonamiento de los cirrus. Y aunque el cerro de un caballo y un monte sean cosas bien distintas, ambos se mont-an, se sube á entrambos, y mont-ura viene á significar animal que se monta. Mont-ero y caball-ero son cosas idénticas, el uno se remonta, se encima y sube por el monte, el otro sobre el caballo. Cim-arr-ones son en América las bestias mont-ar-ac-es, remontadas, que andan por las cimas y montes, y por lo llano en último término, extendiéndose así el vocablo de manera que cimarrón es bestia suelta del campo, de lo raso, cuando precisamente[Pg 290] el campo raso, la sabana, la campiña es todo lo contrario del monte y la cima, como lo bajo lo es de lo alto, lo llano de lo en cuesta. Así la metáfora entrelaza toda especie de ideas, hasta hacer que un vocablo signifique lo contrario de lo que indica su etimología. Cervantes habla del ir caballero sobre una mula ó sobre un hermoso asno, y del tirar á caballero, ó digamos de lo alto que sobrepuja ó monta en un fuerte. Dijérase ir mulero ó asnero sobre la mula ó el asno; pero precisamente el mulero no suele ir montado, sino á pie llevando á la mula del señor que la monta.

¿Son extravagancias del lenguaje? No. Son filosofías, poesías é historias del habla. Allá dijo el otro que la poesía era más filosófica que la historia. El lenguaje es, pues, filosófico, ya que es poesía en sus metáforas, historia en las costumbres que encierra de los pueblos, y psicología en el retratar los trámites del pensamiento y el modo de concebir de la mente.

Torcían del verdadero camino, dice el P. Roa (Flos. S. S., 11 marzo). ¿Y si el verdadero camino era el torcido, y torcían tirando por el camino derecho? Pero ¿qué derecho, si el camino recto por donde torcían iba hacia la izquierda? Y ¿qué es eso de iba hacia la izquierda, si el que oye refiere todo á su propia persona, y lo que es izquierda para el que habla es derecha para[Pg 291] el que oye? Y ¿qué digo camino recto, si recto significa lo dirigido, reg-ere, si el buen gobierno las más veces debe tomar en los asuntos las trasversales?

Pero y la trasversal ¿no puede ir en línea recta, aunque cruce el campo? Y el cruzar, ó hacer cruz en un campo ¿cómo significa atravesarlo, si la cruz comprende y encierra precisamente los cuatro puntos del horizonte, por manera que no puede servir de orientación, ya que coge todo el círculo? Y si me oriento hacia el occidente ¿no es un occidentarse, es decir no ir al oriente, no orientarse? Y el occidente, que se dijo del ponerse el sol, ¿no es una mentira poética, ya que el sol no se menea ni occidit, cae, ni se pone? Pues decidme qué es eso de ponerse, porque no hay cosa más vaga; ponerse es colocarse, es decir tomar un lugar, lo cual sólo significa mudar el espacio donde uno estaba. Y el mudar el espacio no deja de ser todo lo contrario de lo que queremos decir, pues el espacio no se muda, ni podemos mudarlo, sino que nosotros nos movemos de lugar, cambiándose por el consiguiente las relaciones espaciales respecto de nosotros. Y así sucesivamente, si siguiésemos con intención de corregir nuestras expresiones, iríamos dando trompicón tras trompicón y amontonando dislates sobre dislates.

Este amontonar dislates se llama razonar;[Pg 292] razón es la facultad de ensartar dislates, el hombre razonador es el que los ensarta, el hombre razonable es el hombre de los dislates, y la cosa más razonable es el dislate mayor: dislate y razón son una misma cosa. Y realmente este disparatar al expresarnos por medio del habla era lo más razonable que pudiera darse, porque no es más que metaforear, poetizar, y todo hombre que habla es poeta, el habla, la más honda poesía. Tal vez por eso los poetas se dijeron locos, porque eran los que mejor hablaban, es decir, los que más galanamente disparataban. Toda metáfora no es más que un disparate sonoro, si suena; mental, si queda sin salir de la cabeza. Lo dice el mismo vocablo de metáfora, que significa traslación, ir de una á otra parte: y ¿qué es dis-paratar sino dispararse, no pararse, sino ir á otra parte? Ahora comprendo yo cómo el famoso escritor Unamuno, á quien muchos tienen por un solemnísimo disparatador, es un gran poeta, y el hombre más razonable del mundo. Los que charlamos menos es porque somos menos poetas, menos razonables, menos hombres. Pueden, pues, ponerse como miembros iguales de una ecuación los términos: disparate = poesía = razón = mentira, quedando despejada la última incógnita y X del problema humano en aquella fórmula del Sabio: Omnis homo mendax.

Siempre hablamos por metáforas, es decir,[Pg 293] por términos impropios, y lo impropio es lo no propio, lo que no es, la mentira: hablamos por medio de mentiras, hablar es mentir, ni más ni menos. Aquel que más y mejor mienta, será el que más y mejor hable. El destino del hombre es el desatino, el desatinar sin tino: destino y desatino volvemos otra vez á hallarlos como vocablos equivalentes.

Hacer de alegre, estando reventando la tristeza, dijo Márquez (Esp. Jer., v. 3, cons. 3). La tristeza más bien aovilla, reconcentra y sume; la risa y alegría es la que ensancha y hace salir de sí, porque retoza la risa en el cuerpo (Correas, 1. R), y así es para quebrar el cuerpo de risa (ídem, 1. E), y como que quebrar díjose de crepare ó reventar, sale del pecho la alegría á la cara (León, Job. 8), enciéndese el rostro: Con la cara encendida en fuego de alegría (Guzm. de Alfar.), Se hinche de risa la boca (León, Job. 8), hace descubrir el chorro de la risa (Estebanillo, c. 3), y de aquí reventándome la risa en el cuerpo (ídem, c. 50), me reventaban los ojos de alegría (ídem, c. 7), y en fin Nos despedazábamos de risa todos (Quevedo, Tac., c. 6), ó nos desternillamos ó nos despepitamos de risa, hasta que Todos nos descalzamos de risa (J. Polo, p. 235), y Su alteza se moría de risa y sus criados de placer (Estebanillo , c. 8), pereciéndome de risa (Quevedo, Tac., c. 6), Hubiéronse de[Pg 294] caer de risa los presentes (Diabl. coj., tr. 4 y 7). ¿Por qué, pues se dijo reventar de tristeza? Porque el español consideró al hombre entristecido como un saco lleno de tristeza, no distinguiéndolo de los sacos llenos de harina, que á lo mejor revientan. Otras veces vió en la tristeza como una nube que oscurece la vista del alma, y dijo: cubrírseme el corazón y los ojos de nieblas y sombras (Barbad., Alej. Camal.), se le cubrió el corazón (Cerv., Nov. 1), abrumado con (Cornejo, Crón., 3, 4, 6), cubriósele el corazón de un velo grande de tristeza (Arias, Aprov. espir., t. 5, p. 2, c. 10). Otras se le antojó un cuchillo: Era cuchillo que entrañablemente lastimaba su corazón (La Palma, Pasión, c. 8, 9). Otras cual viento abrasador que consume y agosta: La tristeza le seca los huesos (Arias, ibid.) Otras carga que hace caer: Venir cargado de luto (Chaide, Magd., p. 3, c. 25), ó algo que aprieta: Oprimido del dolor (Rivad., V. de Cr.), La congoja apretaba su corazón (ídem). Otras bebida amarga: gustar tragos de amargura (ídem). Por manera que á propósito de un triste pasan por la fantasía sacos de harina, velos, brumas, cuchillos, vientos, cargas, tragos, cordeles, todo ello en gentil danza macabra, que si no espeluzna, hace soltar el trapo.

Y este soltar el trapo ¿qué mayor incongruencia? Pues no, ¡que el creer á pie juntillas[Pg 295] ó á puño cerrado! Pues todo eso es muy verdadero y filosófico, á la par que muy poético y mentiroso. Claro está que para reir á sus anchas no se ponen primero los marineros á soltar las velas, pero el que así se ríe es navío que corre á vela tendida por el mar de la felicidad y consigue llegar antes al puerto, que el triste ensimismado y cabizcaído que se arrincona en su casa. Ni los pies ni los puños son los que creen, pero el que cree no aparta un paso los pies de lo que le dicen y lo recibe sin mirarlo, pasándolo, como moneda, de puño á puño, y hasta á la faltriquera. Son verdades mentirosas y mentiras verdaderas.

Tan mentira es estar con el oído de un palmo (Correas, 1. C), como tener blandos los oídos (Torres, Filos. mor., l. 24, c. 12), cuando se trata del atender; pero el hecho de verdad es que lo alargamos un palmo haciendo del asno, para lo que nos valemos de la mano, y lo tenemos más blando que la cera, pues se nos imprime bien en él lo que oímos con atención.

En este caso no hay metáfora, la oreja queda alargada un palmo con la mano, el sonido hace mella física en el oído como en blanda cera el punzón, ó en la placa ó rodillo fonográfico la misma voz. Casi estoy por decir que no existe la metáfora en el pensamiento ni en el habla, y que no nos valemos de conceptos y expresiones impropias,[Pg 296] sino que todo es real y físicamente como lo pensamos y lo decimos. Por lo menos tal debemos sentir los que creemos que todo en el mundo es materia que obra por contacto físico, ó espíritu que se sirve, al pensar y al hablar, de la materia como de instrumento indispensable.

No hay pensamiento sin entrechoque y trasformación química de la materia gris, y menos hay habla sin entrechoque y trasformación física, y aun química, de toda suerte de materias, desde el pulmón hasta la boca y el aire del ambiente, desde el oído que escucha hasta el cerebro que trasforma el movimiento sonoro en ideas.

Meter la pluma en lo religioso dijo por escribir de cosas religiosas Fr. Jerónimo en el Genio de la Historia (l. 2). Claro es que no se trata de meter una pluma de ganso en el pecho de los religiosos, como hacen ciertos anticlericales que no saben manejar más que la de otros mil que han repetido las mismas gansadas. Pero el bueno del fraile metía su pluma de ave en el tintero y la clavaba en el papel, la metía al escribir, y el tintero, el papel y lo escrito eran cosas religiosas, por simpleza que parezca decirlo, no sólo porque eran cosas del fraile, sino porque lo que escribía era asunto religioso. Y eso de asunto religioso no es cosa puramente moral y metafísica, es físicamente trasformación de masa gris en el cerebro,[Pg 297] de sangre en la mano que lleva y mueve la pluma, y de otras muchas cosas.

Ni deja por eso de haber metáfora ó traslación mental de idea á idea. La mente no se cuida de que en la realidad sea un hecho físico; ella relaciona dos ideas y salta de la una á la otra, considera lo religioso como el tintero, y aplica el meter la pluma á lo primero como ve que sucede en lo segundo. De hecho en el cerebro cada una de esas ideas es una molécula ó montón de moléculas grises, que al relacionarse las ideas se entrechocan, se saludan dándose una cabezada y quién sabe si se mezclan engendrando otra molécula representante de la nueva idea relativa. Lo físico no impide á lo metafísico, antes éste siempre va acompañado de aquél. Pluma, meter, lo religioso se toman desde otro punto de vista, y estos cuadros así mirados resultan otros, con cariz distinto, resultan una pluma, un meter y un religioso metafóricos, que se han trasladado, que han pasado á ser otra cosa sin dejar de referirse á lo que antes eran. Metáfora es un referirse de lo nuevamente engendrado á lo que lo engendró, de una idea hija á una idea madre. La mente es gran engendradora de relaciones, pues á relaciones se reduce el pensar. Así el pensar es un relacionar, un metaforear; el pensamiento una relación, una metáfora. ¿Cómo podía ser otra cosa el habla sino una sarta de metáforas, como lo[Pg 298] es el razonamiento? Si la metáfora es una mentira, lo es también el pensar. El hombre por ser pensador es el gran mentiroso. Otra vez el omnis homo mendax.

¿No existe, pues, la verdad? Allá dentro de los seres, en el númeno, habrá su verdad ontológica; en el fenómeno percibido y en las relaciones entre esos fenómenos, ó en el pensar, llamamos verdad el pensar todos más ó menos de una manera, aunque ese más ó menos sea muy elástico: de hecho ya se ve que es una mentira. Y no se me tache de idealista ni de tradicionalista. Tristes visiones mira, dice Quevedo en la Musa 7. ¿Por qué tristes? Porque á fulano le entristecen. Y ¿por qué no le entristecen á mengano? Porque los dos llevan al mirarlas distintos anteojos. Las visiones no son, pues, tristes, sino la percepción de ellas en el estado anímico de fulano: subjetivismo puro. Dijera mejor mira visiones y se entristece con ellas. El acto de mirar y el de entristecerse son las únicas verdades, y esas en fulano; que en mengano no hay de qué, ni menos en mí que las escribo y en los lectores que las leen, que nos quedamos tan frescos. ¿Qué es eso de la verdad en este caso concreto? Un modo de mirar las cosas; luego, una relación. Y el relacionar algo es, es una verdad ontológica, como las demás del númeno.

De hecho eso objetivo, la relación como algo objetivo, fuera de la operación psico-física,[Pg 299] es menos que aire, es nada, es la visión y el sujeto que la mira, dos númenos: la relación sólo tiene la entidad lógica que le damos en nuestra mente objetivándola como si fuese algo físico proyectado en un telón de conferencias, es decir, en el telón fónico de las palabras, donde lo enseña el conferenciante que habla á los espectadores que le escuchan. ¿Qué es, pues, la verdad? Una cosa que no sabemos, pues á poco que queramos cogerla se nos desliza como anguila de entre las manos. Mientras no lleguemos al plano augoeide de los teósofos y permanezcamos columpiándonos bonitamente, es decir, haciendo la plancha en el plano austral, no haremos más que un papel ridículo. Los que se meten á filosofar pierden el equilibrio y se quiebran la cabeza, dando que reir á los que nos contentamos con tomar el aire dejándonos mecer acá y allá. Ese filosofar díjose ventilar una cuestión que no admite polilla ni paja. La verdad dijo el poeta que voló hacia las estrellas. Dejémosla, pues, estar, que es tan intangible é invisible como Dios, porque no es más que Él. Todo lo demás es mentira, mal que les pese á los panteístas. Omnis homo mendax por tercera vez.

Ya irá viendo el lector que no jugueteaba yo con la ironía en mi precedente artículo, al tener por necedades las expresiones de los clásicos.

[Pg 300]

Todos mentimos de lo lindo, aunque ellos hicieron raya y nos ganaron en este entretenimiento de muchachos. Porque muchachos somos de la cuna á la sepultura, y sólo deja de serlo un momento el que un momento tiene un destello de la luz de la verdad para ver que realmente lo es.

Derramar y disipar las santas reliquias dice Pedro de Rivadeneira (V. de San Ign., 1. 2, c. 18). No hay ramas ni disipación que valgan, fuera de la mollera que encerraba en lucia calva el bueno del Padre. ¿Qué ramas, vamos á ver, se figuró el bendito autor, formadas por las santas reliquias? Si hubiera pensado en ramas, le hubiera parecido tan fuera de propósito que si á mano viene hubiera acudido á otro verbo. ¿No pensó en ramas? No, es lo más probable. Pues entonces dijo lo que no quería, pues derramar, para mí al menos, su lector, cosa de ramas es; y decir lo que uno no quería es necedad de á libra y media. Además á mí me engañó, y fué, por lo mismo, un mentiroso. Mentiroso y necio es todo aquel que echa mano de los vocablos y se porta tan gentilmente como el P. Pedro. Lo malo es que ese lo somos todos al hablar, pues tomamos y damos las palabras como moneda corriente, sin mirarle la leyenda y menos pesar su plata y cobre, y menos fundirla para examinarla y cerciorarnos de que es buena y verdadera y tiene los quilates debidos conforme[Pg 301] á la ley de aleación. ¡Aviados estábamos, si otra cosa hiciéramos! ¿No hacemos otro tanto con todas las demás cosas? ¿Apuramos en el laboratorio cuanto llevamos á la boca? ¿Deshacemos el billete de banco para asegurarnos de si es paja de las eras ó pedazo de la camisa del Preste Juan de las Indias lo que se metió en la tina de donde salió papel para billetes de banco? ¿Hacemos un estudio, acompañados de dos ó tres ingenieros de quienes podamos fiarnos, del piso de la calle por donde vamos á pasar? ¿Sabemos si esos ingenieros, hoy fieles, no fueron ayer unos tunos de siete suelas, y que pudiera haberles quedado algo de sus antiguas malas mañas y pudieran engañarnos en el examen de la susodicha calle? Eso no sería vivir. Convengamos, pues, en que vivir es ser mentiroso y andar todo el día entre mentiras: la vida y el hombre que la vive son mentira sobre mentira; la verdad no habita por acá. Por cuarta vez omnis homo mendax.

Cualquiera diría que esto es sermón de cuaresma, y no es más que pura filosofía, forrada de lingüística poética, es decir, mentira forrada de mentira. Pero, pues de ella no podemos prescindir, dispense el lector que le haya también yo engañado con este artículo, que es una mentira más, con tal de que conceda y vea que el lenguaje, el de nuestros clásicos á la cabeza, es una hermosa,[Pg 302] filosófica y poética mentira y un vistosísimo tejido de solemnísimos disparates. Y si no lo cree así, comprueba con su incredulidad que, pues ó él ó yo nos engañamos y disparatamos, el mundo está lleno, á lo menos mediado, de engañadores y engañados, de disparates ó extravagancias. Omnis homo mendax, ó como cantó Hesíodo: idmen pseudea polla legein etymoisin homoia.

[Pg 303]

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Criterio del casticismo

I

Paréceme que esto de lo castizo en el habla es tan claro y tan llano, que por serlo tanto no lo han echado muchos de ver: acaece todos los días que por tender la mirada allá á lo lejos, cuando algo se busca con afán, se nos pasa por alto, teniéndolo menos de dos palmos de las narices. Los que se las echan de muy modernos, con serlo tanto como ellos cuantos hoy pisamos la faz de la tierra y haberlo sido para su hoy los que la pisaron en todo tiempo, torciendo el gesto á todo lo que huele á retórica añeja, oyen con pesadumbre hasta esta misma palabra de castizo, y estoy seguro que algún lector habrá doblado la hoja al leerla como epígrafe de estas líneas. No es, sin embargo, tan necio el león como le pintan, ni por más que á mí me vendan por lingüista y por amigo de lo castizo, estoy muy lejos en la manera de pensar de los que así se amohinan[Pg 304] con sólo quererles hacer que miren un momento atrás. Todos nos reimos de las retoricadas de antaño; pero lo del casticismo, precisamente como yo lo entiendo, es cosa tan modernista, y si se quiere es cuestión tan étnica y social, que por eso no la alcanzaron los antiguos. Los estudios sociales y psicológicos de los pueblos han sacado al hombre de entre las instituciones rutinarias y convencionales, y lo han colocado al aire libre, en el campo, rodeado de la bullente naturaleza. Fuera dogmatismos cerrados, escuelas acartonadas, metafísicas empedernidas, fórmulas leguleyas. Y fuera trataditos de retórica, añado yo, Nebrijas y Calepinos. Hasta las ciencias más hondas del espíritu se han convertido en ciencias naturales; el soplo de la naturaleza, que es el de la verdad, ha henchido los pulmones de los sabios.

La cuestión del casticismo no es una cartapuebla sobada y mugrienta; es un capullo por abrir, tan entera está y tan fresca. Lo nacional en el traje son las prendas que visten todos los de una nación y sólo los de aquella nación, digamos, entre españoles hasta la llegada del prosaico pantalón parisién, la capa, el zorongo, la faja, el calzón corto, y, según los gabachos, la navaja en la liga. Pues lo nacional en el habla, eso es lo castizo. Cuestión por consiguiente, de etnografía. Y si el hábito no hace al monje, es[Pg 305] porque el monje es el que hace el hábito: la vestimenta no es la psiquis de un pueblo; pero son los rasgos exteriores de su fisonomía. Tampoco el idioma es el alma del pueblo que lo habla; pero es el ropaje sonoro con que se manifiesta afuera. Idioma pobre arguye poca capacidad; mucho préstamo de términos, pobretería y servilismo; falta de color y nervio, flema y sangre de chufas. En ciertas latitudes nevadas y nubosas no se concibe un pincel tan rusiente como el del Greco, el de Velázquez, el de Goya; ni una pluma tan aguzada como la del autor de la «Celestina», del «Quijote», de la «Farsalia»; ni un despeñadero de tan honda y asentada idea ética como la de un Séneca, la de un Quevedo, de una Santa Teresa, un San Juan de la Cruz.

Á todas estas manifestaciones puntiagudas y chillonas del arte ha de responder un idioma en nuestro pueblo de tan finos aceros, de tan honda osamenta, de tan recios nervios. Los vinos de Aragón ni agua admiten, no ya el sabroso agridulce de los vinos franceses: son en demasía broncos y cerriles, la misma azúcar por lo abundante cierra el paso á la fermentación alcohólica y quedan siempre montosos. Aguapiés y agua de cerrajas son ciertos idiomas de por ahí arriba ante el pizmiento castellano. Esa sangre negruzca y ardiente, que corre por sus venas, es su característica; eso, que lo distingue[Pg 306] de las demás lenguas, es lo que llamamos castizo. En todo género de cosas apreciamos más lo que lleva más saliente su correspondiente nota propia. La personalidad en el estilo es el estilo de la persona del escritor; los que no lo tienen nos dan una gota de licor desleída en una tinaja de agua, agua de fulano tan parecida al agua de mengano como el agua al agua. ¿Por qué merece esotro el premio? Por haber llevado la nota de sobresaliente, saliéndose de la docena. Cuanto más saliente la nota característica de un idioma es más idioma, y si ninguna trae deja de ser idioma. «Yo no me cuido de casticismo»: salida tan sandia como la del pintor que nos viniera con que él no entiende ni quiere entender de colores. Es pintor que quiere pintura, pero que lo mismo zambulle su brocha en el cieno de la calle que en su paleta: no le importa ésta un bledo. Yo no trato más que de expresar lo mejor que puedo mi pensamiento, dice un escritor enemigo de casticismos. Pues el casticismo no trata de enseñaros más que eso, los matices y combinaciones de los colores.

Enhorabuena que por instinto acertéis en cada caso con el más á propósito; pero ¿no ahorraríais tiempo, trabajo é incertidumbre estudiándolos bien de antemano, formándoos un criterio cierto de lo que es castizo y propio? Los españoles hemos siempre pecado en este punto. Esta falta de disciplina[Pg 307] y reflexión se llama filosófica y vulgarmente «pereza».

Hoy saldrá del taller una obra maestra; mañana una mamarrachada. ¿Cómo se llaman esos artistas tan geniales como poco precavidos? Lope y Zorrilla, Goya y todo escritor de pura raza española.

Pero volvamos al propósito. Escojamos de la balumba del Diccionario los vocablos y modos de decir usados en toda España, y que sólo se usan en España: ese es el caudal castizo del castellano. Hacer esa elección no es tan hacedero. Los retóricos y gramáticos que se enojaban al notar un galicismo, jamás se pusieron á hacerla. El casticismo para muchos no es más que eso, el criterio es hoy en día el mismo que entre los antiguos gramáticos y retóricos: razón tienen los modernistas que menosprecian tales niñerías. Evitar en un escrito todos los pecadillos contenidos en los mandamientos de Baralt, es como cepillarse la ropa para quitar de encima las motitas que le han caído estando en la percha; pero la ropa puede ser de uno ú otro paño, y de hechura tan bien entallada y elegante como descuidada y de estrafalario corte. Dejáos de motas, que de lo que se os burlarán será de lo otro.

Descartados los galicismos y neologismos burdos innecesarios, aún quedan las tres cuartas partes del Diccionario, que no es más que borra y tan castizo castellano[Pg 308] como el que habló el Preste Juan de las Indias. Esto sí que no lo alcanzaron creo que jamás los gramáticos ni los escritores españoles, por puro llano y claro, salvo escasísimas excepciones.

Castizo para muchos es sinónimo de antiguo: por manera que, conforme á esto, más castizo es Berceo que Cervantes; y, sin embargo, Berceo es de los escritores menos castizos que conozco. Escribió en un lenguaje medio castellano y medio latino, tomó la mayor parte de su caudal léxico, no de labios españoles, sino de los libros de clérigos y escribas. Blasfemia parecerá á los que no distinguen por sus cabales el elemento castellano, que sin duda era el que usaba el pueblo riojano, entre quienes escribía, del elemento artificial que las gentes de letras se habían malamente confeccionado para cuando tomaban la pluma. Y véase aquí lo que hace el criterio acerca del casticismo. Aquellos escritores medioevales tenían por cosa muy asentada que lo que hablaba el pueblo era un latín corrompido, y que, por consiguiente, no debía escribirse sino en un latín algo mejor. Lo malo es que ni sabían cuál era el buen latín, y así se habían ido fabricando uno, que no fuera tan difícil de aprender por parecerse al habla vulgar, y que, sin embargo, no fuera tan corrompido como ésta, no tan cerrado como el latín ni tan mocoso como el romance de los patanes.[Pg 309] Á eso llamaban román paladino, que, por más que dijeran, era el que empleaba cada cual para fablar con su vecino, no había tal, ni por pienso. Abro el diccionario de Berceo á ojo: plenero, pleno, pleytesía, plogo, plorar, ploroso, pluvia, pluia. Nada de eso es castellano, y es imposible que el pueblo, cuando cada cual hablaba con su vecino, dijese pleno y lleno indistintamente, plorar y llorar, pluvia y lluvia. Lleno, llorar y lluvia es como los riojanos decían entonces, dicen ahora y habían dicho no pocos siglos antes. Esos terminajos pleno, plorar, pluvia, son del mal latín que hallaban en los escritos y que les parecían más bonitos que lleno, llorar y lluvia. Tal es el criterio medioeval acerca del casticismo. Lo ploroso es que criterio tan monacal é infantil prevaleciera en la misma época del Renacimiento y prevalezca todavía hoy entre los que no calan una cosa tan recóndita como es que lo castizo de un idioma es lo propio del idioma, y lo poco castizo es lo ajeno al idioma, aunque ese ajeno sea mal latín ó buen latín. Lo propio del rabadán es su pellica y cayado, y sería muy de ver qué tal le caía y ajustaba andando con sus cabras el uniforme de capitán general, aunque todos, incluso el mismo rabadán, sabemos que el tal uniforme es más lucido y rico que la sebosa pellica. Por supuesto, que no doy por averiguado el que la lengua latina sea lengua con entorchados[Pg 310] y la castellana lengua velluda y cazcarrienta.

Nada de lego tenía el autor de la maravillosa Comedia de Calixto y Malibea, y por lo mismo, en la primera página comienza su erudito protagonista á emplear voces como natura, perfeta, inmérito, incomparablemente, sacrificio, complir, sanctos, etcétera, etc., que tienen tanto de castellano como yo de chino. Verdad es que ni Celestina ni Parmeno ni la demás gente non sancta que anda por allá, habla así: porque son, á pesar de todo, españoles, con cuatro dedos de enjundia de casticismo rancioso; que, á haber hablado tan á lo señor como sus amos, no lo fueran, ni la Comedia valiera lo que vale.

Si castizo no es lo opuesto á neologismos innecesarios y no es lo viejo y rancio, ¿qué podrá ser?

Pues, repito que lo propio, lo idiomático del idioma, y cuanto más exclusivo sea, será más castizo. Un verbo derivado del latín podrá hallarse en francés, en italiano y en castellano, y aun con el mismo valor. Si lo usan todos los españoles, castizo será; pero lo será más otro que, empleándolo italianos y franceses, tenga en España un matiz diferente, porque esa diferencia es el sello nacional, que lo ha diferenciado; y todavía será más castizo otro que ni con diferente ni con el mismo significado se halle en Francia[Pg 311] ni Italia, porque en este caso todo él se fraguó en España, lleva el sello español, no ya en la superficie, en una distinción del significado, en el cuño, sino en toda su hechura y en los materiales y ley de la aleación.

De estos tres casos, en el segundo, lo castizo, ó digamos lo propio y exclusivo de España, no puede venir de muy atrás: es agua derivada de la misma fuente latina, que toma cualidades propias en cada terreno, en Francia, Italia, España. En el primero, cuando ni aun ese sabor del terruño lleva consigo, sino que en todas partes es el mismo vocablo y con idéntico sentido, bien podemos pensar que se trajo ayer mismo del latín por los eruditos. En el tercero, ramas, tronco y raíz, corteza y médula, saben á español. ¿De dónde se deriva el árbol? Para los que conocen mis teorías, nada más obvio: es vocablo ibérico, nacional de la primitiva época.

Todas estas simplezas lo son tanto, que repito que no las han visto nuestros autores. Hoy hace el gasto el verbo saciar para expresar lo que todos sabemos. En los siglos XVI y XVII estaba en muy poco aprecio, mayormente aplicado á cosas intelectuales, y es que se ha traído del diccionario latino; si fuera común en España desde los romanos, hubiera sonado sazar. Nuestros clásicos preferían hartar, ahitar, llenar, satisfacer. De éstos, satisfacer gustaba por lo nuevo á[Pg 312] los escritores, pero no usándolo el pueblo, es claro que tampoco era muy castizo, como lo dice su misma forma, puramente latina. Llenar, ya era más español, pasó al castellano desde los primeros tiempos. Tal indica su fonetismo, pues lleno de donde salió, viene de plenum, como llorar de plorare, llano de planum, y no menos su significación concretada de la genérica que tuvo plenum, y aun tienen lleno y llenar. El gran orador y obispo aragonés de Barbastro Fr. Jerónimo Bautista Lanuza empleó más que nadie el verbo saciar en sus Homilías sobre los evangelios, 1621. Pero más castizos son sin duda hartar y ahitar. Hartar de harto, es el fartum latino, venido á España en la época romana, y así lo usaba el pueblo lo mismo que los eruditos. Si lo comparamos con ahitar, no hay quien no eche de ver que éste encierra una fuerza y un colorido que deja oscurecidos á los otros. Al oir ahitarse ó ahito se nos van los ojos á la garganta, y nos decimos éste está hasta aquí, y ese aquí es el que señala todo español con el dedo. En Correas leo: darse un papo, una hartazga; en Quevedo: estoy hasta el gollete. Ahitarse, papo y gollete son tan gráficos como el hasta aquí, y sinónimos de todo punto. Este cuadro naturalista, no menos que el otro del dicho de Correas: darse una ventrada, y el popularísimo sacar el vientre de mal año, son exclusivamente españoles. Eso es lo[Pg 313] castizo. Ahitarse y ahito, papo y repapilarse ó empapizarse, no son de origen latino, sino ibérico. Vientre, que viene del latín, es muy español; pero nadie negará que lo son mucho más papo, panza, pancho, tripa, todos ibéricos.

Si de entre estos vocablos hubieran de escoger tres autores, pongo por caso Granada, Santa Teresa y Lope de Rueda, á buen seguro que Granada se quedaría con satisfacer y vientre; la santa, menos erudita, bien que algo mirada, daría la ventaja al hartarse y al papo, y el para mí primer cómico español Rueda diría á boca llena, sin melindres, porque sin melindres lo dice el pueblo y lo que el pueblo dice es lo más sano y natural: panza, pancho, tripa, ahitarse y hasta aquí.

Claro está que los que escriben son los eruditos, y que por tales quieren pasar; por el consiguiente, no es de maravillar que lo más castizo quede postergado, y que al regoldar ibérico de Sancho prefieran como curiosos y limpios el latino erutar de Don Quijote, ó el más latino y menos español eructar. Por supuesto, que tan limpio y curioso es lo uno como lo otro, ni los romanos dejaban de regoldar tan feamente como los españoles cuando el caso llegaba, y su vientre no era más de azucenas que la panza y las tripas de esta tierra de garbanzos; pero el hombre vive de fantasías y embelecos, y[Pg 314] más las gentes de guantes y levita, hechas á no llamar al pan, pan, y al vino, vino, como los aldeanos que beben puro y sin mezcla el aliento de la naturaleza.

Por este camino el castellano va perdiendo su color, marchitando su fragancia, borrando su sello nacional, deshaciendo lo que tiene de castizo, de genial y propio. El idioma se convierte en lingua franca, gálico-latina, de fácil manejo para el comercio y para darse á entender con extranjeros, pero muy poco estética y menos varonil para el arte y la vida. Porque la vida no se encierra en la bolsa ó aduana, sino en la conversación ordinaria, en la cháchara familiar, en el palique de estrados, portales, rejas y plazas.

De aquí que las comadres del barrio y los tíos del soportal de la parroquia sean para mí y para todo el que entiende algo de arte ó aprecia un grano de la naturaleza más que cien arrobas de artificioso pedantismo, los que más castizamente conservan el castellano, los que mejor lo parlan y los verdaderos maestros de lingüistas, escritores y académicos.

Saber francés, latín y hotentote, cosas son harto buenas para otros menesteres, y aun para conocer á fondo el mismo castellano; pero cuando para hablar castellano castizo ó para formarse un criterio cierto del casticismo sólo sirven de embarazo, como suele suceder, de desear sería que nos[Pg 315] olvidásemos del hotentote, del griego y del latín. Y no hay para qué aspaventar, porque no hay novio, por lo menos de los que yo conozco, que le importe un ardite la cara más ó menos apabullada de su futura suegra, con tal que sea linda la de la polla. Cuando hablo ó escribo castellano, viene á decir Valdés en no sé que folio de su Diálogo, procuro olvidarme del latín. No faltaba más, sino que un ochentón, como el castellano, más que diezdoblado, no supiera todavía andar sin andadores y sin su ama de cría al lado, repiqueteando las sonajas.

Yo no digo que prescindamos de todo punto de las millaradas de vocablos latinos que ya han tomado carta de naturaleza en la literatura y aun en el habla de las personas cultas. Lo que sí habíamos de hacer los amantes del castellano, es menudearlos lo menos posible, cerrar la puerta á otros infinitos que nos pretenden introducir los que sin saber latín se entretienen en hacernos creer que lo saben, y sobre todo apurar y acrisolar nuestro criterio acerca del casticismo, estudiando nuestro caudal léxico, para poder dar la preferencia á lo más idiomático, á lo que se amolda á nuestro fonetismo, y á los radicales exclusivos españoles, que son los más pintorescos y robustos por lo mismo que llevan la estampa de la fantasía y del corazón de nuestro pueblo. Tal es el secreto de los grandes hablistas, conocedores[Pg 316] de su hacienda, que tienen á gala pasarse la vida desentrañando el tesoro que nos legaron nuestros padres y en él el alma entera del pueblo español, no por prurito de desempolvar vegestorios, sino de sacudir de nuestro idioma la polilla galiparlera que la ignorancia y pisaverdismo ha puesto de moda, sometiendo nuestra rica lengua, como todo lo demás, al yugo extranjero. Los pueblos y los individuos son grandes, cuando libres de ajenos arrimos rebosan de vida propia, cuando llegan á ser verdaderos caracteres, ingenios que se levantan sobre el rebaño de las medianías.

II

Á nada conducen patrioterías halagadoras de hueras vanidades, si no es á acallar con fanfarronadas el grito interior de la propia flaqueza y á colorear la falta de sangre con postizos afeites; pero también harto nos hemos querellado y hecho alarde, más de lo que se nos pedía, de nuestro abatimiento y desgracias.

Ciertas ráfagas de nuevos alientos corren ya entre los escritos de nuestros autores, y la mejor señal para mí de que los desmayos pasaron es advertir que se va cayendo en la cuenta de que no estamos tan muertos, ni aun tan maltrechos como nos figurábamos ó nos hicieron figurar, y de que[Pg 317] abriendo los ojos al pasado nos vamos persuadiendo de que nuestra gente ha valido y sido y hecho algo en el mundo, de que también hemos tenido nosotros por acá algunas cosillas no de menospreciar del todo. Un pueblo que reconoce su valor, sea el que fuere, y que alimenta esperanzas y fantasea ideales dignos de sus mayores, no es un pueblo muerto ni herido de muerte.

He dicho esto, abriendo toda la trompetería á propósito del revivir que se nota entre nuestros jóvenes escritores á las letras castizamente españolas. Ya no hay aquí ni un modernista. Fué un sueño de verano eso del modernismo, que dejó como embriagados á unos cuantos mozos hambrientos de ideal, al creerlo hallar en los últimos ecos acá llegados de las escuelas en descomposición de París. ¡Quién sabe si el manco de Lepanto al hacerles volver atrás la vista con su Centenario los despertó de ese sueño y les hizo parar mientes en nuestras cosas de antaño, donde pudieran á poca costa descubrirse soterrados mineros de invención genuinamente nacional, y hacer brotar frescos raudales de aguas que ya corrieron y dejaron cegar los galicistas del siglo XVIII! Lo cierto es que á la par de la oscura labor con que nuestros eruditos labran sus panales, editando libros clásicos antiguos en abundancia que sorprende, tomo tras tomo, biblioteca tras biblioteca, que no se dan[Pg 318] manos editores y libreros, la florida juventud que se estrena con artículos sueltos en revistas y periódicos y aun alza el vuelo hasta llenar libritos de poesías, cuentos y novelas, más preñadas de ricas esperanzas que de madura mies, ha dado en poco tiempo una vuelta redonda, y ya no se va tras los oropeles de allende con el afán de antes; ganosa de loable novedad sale al campo á escuchar las voces de la naturaleza, requiere las aldeas y ciudades de provincia para conocer á los hombres como ellos son, y acoge codiciosa cuanto los más leídos descubren en nuestros viejos libros, ya voces de buena cepa y maneras de decir lozanas á vueltas de su antigüedad, ya ideas de nuestros peregrinos é inagotables ingenios.

Ateniéndome al lenguaje castellano, mi anterior articulillo Criterio del casticismo comprueba esto mismo; tanto, que me ha vuelto á poner la pluma en las manos para desenvolver algunas cosas que en él apunté y me han pedido declare más despacio. Sin merecerlo, por sus modestas pretensiones, el articulejo parece que ha hecho vibrar la cuerda patria en algunos, y cuando esa cuerda ha respondido al unísono, de creer es que no está tan destemplada. Siete cartas, amén de las felicitaciones, sinceras ó de cumplido, de amigos y conocidos, han llegado á mis manos, y todas se resumen en darme á entender que mi idea les paladeó el[Pg 319] gusto, dejándoles con gana de algo más. ¿Cómo podríamos encauzar los deseos de muchos que sienten la necesidad de españolizar la literatura y el lenguaje literario, que quisieran conocer, sin meterse en hondas disquisiciones, cuáles son los vocablos y modos de decir castizos, de cuño verdaderamente español, fraguados por la fantasía y el corazón de nuestro pueblo?

En esto se cifra el contenido de las cartas á que aludo y á esto quisiera yo responder en este artículo ó en otros que me barrunto habré de enhilar á poco que me dilate. No es tan hacedero, escribía yo, distinguir lo castizo de lo no castizo, mayormente desconociendo tantas lenguas antiguas y modernas, como son las que rodearon desde su cuna al castellano, y han influído y están á la continua influyendo sobre él en bien ó en mal. Ello es que requeriría un estudio muy al por menudo de nuestro caudal léxico. No á la manera tradicional de los diccionarios, especie de museos, donde se hallan amontonados toda suerte de cachivaches fuera de su propio lugar, sin que pueda acertar el lector, si es que no lo sabe, el manejo y papel de cada uno en el habla real, corriente y moliente; sino apurando el origen y mudanzas de los vocablos fónica y semánticamente y con citas de autores, en las cuales se viese su valor y empleo. Por la fonética se vería cuáles eran las voces que llevaban el sello de[Pg 320] nuestro fonetismo, y cuáles las traídas en bruto de fuera. Por la semántica nos entraríamos recorriendo el hilo de las mudanzas metafóricas de las voces al través de los tiempos, hasta el obrador donde la metáfora se hila y se teje, que no es más que lo íntimo del alma española, de esa fantasía, cabeza, corazón español, llámesele como se quiera, donde arraigan el sentir, el pensar, el querer, el fantasear de ese todo lógico llamado España. Este cernido y desmenuzamiento psico-fisiológico, fonético-semántico, que hoy llaman análisis fonético y psicológico, pondría á descubierto el alma toda española, tal cual en nuestro idioma se refleja y retrata, y nos aseguraría y abonaría el criterio que habíamos de tener en el elegir de los vocablos, frases y construcciones.

Estudio semejante no se ha hecho de lengua alguna; pero lo creo de tanta monta y gusto, que no me despido yo de emprenderlo y llevarlo hasta donde mis flacas fuerzas alcanzaren. Entonces conoceríamos cuál es la finura y delicadeza de oído de nuestra raza, cuáles los colores que se pintan en su fantasía, cuáles los sentimientos que bullen en su pecho, cuál la profundidad de su pensar y manera de ver las cosas, el Weltansicht, digámoslo á la alemana con Humboldt, el panorama del mundo que la nación se forma, según sus pensamientos y deseos, como se lo forma al respecto cada individuo, según[Pg 321] los alcances de su cabeza y de su corazón.

Entretanto, hay una piedra de toque para distinguir lo castizo de lo que no lo es. Ya la apunté en mi artículo anterior y voy á declararla algo más detenidamente. El mismo nombre de idioma lleva en cifra el criterio del casticismo. Díjose idioma el habla particular de un pueblo. El pueblo lo formó en cuanto pueblo; no fulano ó mengano. Es su propiedad, el retrato de su interior. ¿Quién ha de ser, pues, el maestro que lo enseñe y sepa discernir lo castizo y propio de lo extraño y ajeno, sino el pueblo? Pero ¿qué es el pueblo? ¿Las personas cultas, las cuales según las gramáticas todas (página primera) nos dicen que son la norma del buen decir? Pueblo es, desde el rey, inclusive, hasta el último gañán de cortijo; pero aquí solamente cuando hablan como puros españoles, no como más ó menos sabidos en francés, ó como más ó menos enamoriscados del latín y del griego. Sólo que las personas cultas, con esos enamoramientos, andan embelecadas, y ofreciéndoseles tres caminos, el trillado español, el abierto por la moda francesa y la antigua calzada romana, echan por uno de estos dos últimos, dejando el primero que lo chacoloteen los patanes. Para decir lo que siento y saben todos muy bien sabido, ese dictamen gramatical lo que preconiza como dechado de hablar y escribir, es lo culto, lo que se aparta[Pg 322] del habla común de las gentes que no escriben y si leen lo hacen á trompicones ó tomando, como el aldeano del cuento en casa del óptico, el periódico al revés. En puridad, pues, el tal dictamen y precepto ha de volverse también patas arriba para que sea valedero.

¡Horror! ¡Hablar como los tíos! Sí, señores míos, con perdón del que no lo sea, como los tíos! Entendámonos, y amohínese el que guste, que por mucha mohina que tome, no dejará de ser cierto que el pueblo que hizo el idioma es el único que tiene en él vara alta; ó bórrese del Diccionario el término idioma, con que lo bautizaron los mismos eruditos, arrastrados por la naturaleza misma á desmentir esos espantos y alharacas. Para curarles de ellos con otro espanto mayor, como con otro clavo, voy á saltar de la lingüística á la agricultura, que no será más que rodear el terreno de lo castizo por otro cabo. Los labriegos españoles, la gente campestre, los tíos, son los verdaderos maestros de la agricultura española. Y ojo con no espantarse, porque sería triste caso de supina ignorancia, el cual con todo es de temer que se dé, si para alguno fuese cosa del otro jueves que los españoles han sido en todo tiempo los grandes maestros de cultivar la tierra, los maestros de romanos, árabes y europeos. Y esos maestros claro está que han sido los tíos. No suelte nadie el[Pg 323] trapo, repito, que quedaría graduado de ignorantón á carta cabal. Y no me amenacen los peritos y agrónomos y los peritoagrónomos y otros profesores de agricultura al menorete de Institutos y Escuelas con echarme á la cara centenares de cartillas agrarias, millares de teorías agronómicas, colecciones á pasto de Gacetas, proyectos de granjas modelos, Diccionarios enciclopédicos de agricultura, revistas de ídem, y toda la balumba de papeles que de eso se han escrito desde los tiempos de Carlos III. Porque, sin meterme en más dibujos, sin tenerles que decir bobería tamaña como la de que la Moncloa no es Campiel, ni las riberas del Guadalquivir, ni las huertas de Murcia y Valencia, todos esos papelorrios se revolverán desagradecidos contra ellos al soplo de una sencilla, natural y nada estudiada carcajada mía, con que los habré de recibir, si soy español de casta, que creo que sí. Porque con esa carcajada han despedido bonitamente de todas partes nuestros labradores á los agrónomos, que cargados de mamotretos, aparatos con tornillos y torniquetes, y de dietas, que es lo más sabroso, han ido, enviados por el Estado, á enseñarles á ellos, los tíos. ¡Y esto tiene miga! á los tíos, digo á los baturros de mi tierra, á los del zorongo de entrambas riberas, del Ebro y Jalón, á los de la anguarina de Navarra y Rioja, á los de los zaragüelles de levante, y[Pg 324] basta. Llegaron, bien así como llegaban un siglo ha los granaderos franceses á enseñarles justicia, derechos y civilización, llegaron; y después de tanto pompear y pavonear, tras tanto ruido y estruendo, hubieron, cuitaos, de volverse, rabo entre piernas, dejando en los viñedos repastándose á mesa puesta muy á su sosiego y sabor, todas esas animalias (gusana dicen los tíos) que con tanta furia iban á descastar. En aquel entonces soltaron los tíos la carcajada, que aún no la han recogido, que para rato tienen, porque las remesas de gente adietada se suceden que es un descalzarse de risa para los unos, y un ir y venir y un tomar y dejar planes y papeles para los otros.

Pues, señor, que con cuatro ó cuatro mil nociones sobre terrenos y cosechas ideales y aéreas, se nos vuelve un mozuelo al pueblo, donde le vieron en la edad de los tres bolsillos, sin entender jota de cosas que los viejos traen en las uñas y en los callos de sus manos de medio siglo atrás, y pretende el muy estirado y guapo volver de arriba abajo lo que tienen sabido y resabido los vecinos, que así lo aprendieron de sus tatarabuelos, y éstos de sus trasbisabuelos hasta Alonso de Herrera, el primero que trató de agricultura en la Europa moderna sudando más en sus fincas paternas de Talavera que en su escritorio, hasta los escritores árabes de agricultura, que por boca[Pg 325] de Iben Galib y de Almaccarí se dan por discípulos de los españoles, en fin, hasta Columela, y aquellos famosos turdetanos é iberos, tan tíos como los de hoy. Y luego nos vendrán con lo de la rutina, la testarudez, la superstición y la ignorancia de los tíos!

Recuerdo que el maestro Clarín, una de las tardes que charla charlando nos pasábamos, él enseñando sin pretenderlo, yo aprendiendo como quien no quiere la cosa, lastimándose de las ligerezas juveniles en que había caído al tratar de puntos religiosos, me dijo estas palabras que se me quedaron hondamente clavadas, porque eran fruto sazonado de aquel profundo pensador: «Hay que tentarse mucho la ropa, y yo cada vez tiemblo más de hacerlo, en eso de hablar sin ton ni son contra una institución, que ha pasado ilesa al través de tantos siglos y de tantas inteligencias superiores, á lo menos tan entendidas como las nuestras». Profundo respeto me infunden á mí todas las cosas populares. Vox populi, vox naturae putanda est. Por algo harán los tíos lo que hacen. Fruto es de infinitas experiencias de los siglos, de las generaciones que pasaron, de hombres, que no somos nosotros más que ellos, que ponían todo su interés en granjear lo más posible con su terruño, que conocían, si no todos los terrenos en teoría, el suyo cada cual en concreto, y el clima, y lo que lleva ó no lleva el pedazo de tierra que heredaron[Pg 326] de sus padres. No digo que no sufra mejoras la tradición española, pero á bien que ella y nuestros labradores merecen todo respeto y reverencia. No así como así puede decirse que tal máquina, tal rotación, etc., es buena para tal tierra y su colono, que en correaje gastaría más de lo que saca, aun dado que fueran cosas apropiadas y tan buenas en concreto como lo son en general en las lucubraciones de los sabios. Las cosas del pueblo arraigan muy hondo, donde quiera que se ve la mano del hombre en común, hay que ver la fuerza del instinto humano, de todos los individuos mancomunados de un pueblo, y ese instinto es algo tan natural como las leyes físicas del universo y tan sabio como el instinto en los animales y plantas, y algo más, si el hombre vale algo más que todo eso. Y al aplicar el cuento al idioma, téngase presente que éste es la obra de las obras del hombre y del instinto social, no de uno ú otro individuo. El idioma es lo más sagrado que existe de tejas abajo, pero con tal que sea ese idioma fabricado instintivamente por toda una raza. Es el fruto de la inteligencia humana colectiva, lo más precioso que florece en la naturaleza. La sabiduría de todas las Academias y filósofos es un grano de anís delante de la sabiduría que encierra, como su meollo, el idioma. Que el arte literario, al aprovecharse de esa habla vulgar busque maneras de combinar los materiales, como[Pg 327] las demás artes, es cosa que se cae de su peso; pero no lo es el que se eche mano de otros materiales extranjerizos ó el que se tome por módulo el módulo latino ó francés, como hacen los cultos. El pueblo es, pues, el maestro del idioma, es la piedra de toque del casticismo.

III

¿Fueron castizos nuestros clásicos, quiero decir, los escritores alistados como tales en el Diccionario de autoridades de la Academia, con buen golpe de otros allí omitidos? Desentrañemos el vocablo castizo.

Doble valor, activo y pasivo, suelen tener los adjetivos castellanos acabados en izo. Espantadiza es la bestia que se asombra y espanta; pero no es menos espantadizo lo que causa espanto y asombro, y así pudo decir Cabrera de la ley de Moisés que fué espantadiza y de temor (pág. 292). Castizo llamamos á lo que viene de casta; pero no lo es menos lo que la produce, por lo cual Herrera escribió de las palomas: que sean muy castizas, de muchas crías (l. 5, c. 34); y de los toros: Si el señor de las vacas procura tener buen toro castizo (l. 5, c. 42). Es, pues, castizo, lo que viene de casta y lo que la engendra, y sin duda estos dos casticismos, de atrás y de adelante, de pecho y espaldas, que coge á todo el individuo, es todo uno, es decir, que si de[Pg 328] casta le viene al galgo el ser rabilargo, rabilargos y no rabicortos saldrán los galguillos.

Estéril es la mula, digamos en castellano mañera ó mañosa, sin casta, porque tampoco la tuvo en sus padres, fué descastada. Lo híbrido ó mestizo es un producto teratológico, aislado, que sale del hilo de la corriente natural, es algo pasiva y activamente no castizo. Terciando en la generación de todas las cosas el espacio y el tiempo, castas se dan que desdicen, decaen y degeneran, se descastan, así como otras van criándose poco á poco merced á las apropiadas condiciones que las rodean.

Los merinos españoles han descaecido y venido á menos al salir de España, y aun en España, trocadas las condiciones y privilegios de la mesta; mientras que en Inglaterra, los esmerados y prolijos cuidados de una sabia zootecnia han dado castas de caballos, cerdos, perros y otros animales acomodados al intento que se pretendía.

Las obras de arte más calificadas han sido las más castizas, por el arraigo mayor de los autores en el terreno de su propia raza y época y de su propia personalidad, y al mismo tiempo por lo fecundas en alentar y dar vida á otras muchas posteriores, es decir, por su ascendencia y descendencia, por su casticismo pasivo y activo. El original y sugestivo Unamuno ha tratado lindamente[Pg 329] de lo segundo en un artículo de Los Lunes de El Imparcial. «Lo más grande de la obra de arte», dice, «es que sirve de incentivo para nuevas obras de arte; apenas hay grande obra poética que no tenga copiosa y dilatada descendencia». Es el casticismo activo, mirado por delante. El pasivo, mirado por detrás, consiste en que la obra arraigue en lo más hondo de la personalidad del escritor, que si éste es español de pura sangre, por el mismo hecho, arraigará á la par en lo más hondo é ingénito de la raza española. El casticismo está, pues, entre pecho y espaldas, en el corazón del artista y de su raza. Y cuanto más personal, más suya, sea la obra, más de Fulano y más española, será á la vez más trascendental, más humana, traspasando las lindes del individuo y de la nación. Don Quijote y Sancho son dos retratos personalísimos del alma de Cervantes, y del alma española, y por eso lo son de todo el linaje humano y de cada uno de sus individuos.

La razón es clara: en lo hondo de la personalidad y de la raza es donde asienta lo universal humano, porque allí está monda y limpia la naturaleza, la cual es una, de manera que la naturaleza humana se espeja en la nacional y en la individual, tanto más cuanto más hacia lo hondo las miremos, como se espeja tanto más diáfana y límpida la luna en la sobrehaz de las aguas de un[Pg 330] pozo, cuanto más hondo y envuelto en tinieblas.

Nuestros clásicos fueron grandes artistas; pero digámoslo sin rebozo, lo fueron á medias. No son aquellos trozos arrancados del pentélico y labrados por las castizas musas del Pindo ó del Parnaso. De esos montecillos distan bastante el Pirineo y Sierra Nevada. Estamos en una península codiciada de todas las gentes, que la han ido barriendo, sembrando á su paso semilla de perfumadas rosas y de emponzoñado beleño.

En el siglo XVI eran harto andariegos nuestros padres, y por más que cual señores paseasen la Europa y el mundo, algo se les había de pegar de fino oro y de mentido oropel en sus azarosas correrías. Ello es que la savia nacional, alquitarada por el aislamiento y rudo vivir cercado de luchas durante ocho siglos, pujaba recia y bullidora, y si el espacio y el tiempo le hubieran favorecido, el ancho y rico follaje que al soplo del Renacimiento brotó como por ensalmo, podía haber sido gloria y prez de la raza, á ser castizo del todo y por todo: la España del siglo XVI podía haber sido, como ha dicho alguien, la Grecia de los tiempos modernos. Pero no fué así. Desmañados podadores desceparon las más briosas de sus ramas, menospreciando su pujanza por demasiado bronca, vulgar y cerril, quiero[Pg 331] decir que lo más sano de la Celestina y de Lope de Rueda fué apartado á un lado por los más enguantados escritores. En cambio injertos desproporcionados de peregrinas literaturas dieron abigarrada mezcolanza de hojas y frutos al árbol nacional. Despego y menosprecio de lo de casa, ciega admiración de lo de fuera: cosas son que se echan de ver no sólo en los frutos literarios de aquel entonces, sino en las quejas y en los anhelos de los escritores. Briosa y rica vena la de fray Luis de León, alma suya de pintor, á quien hablaban los colores de la vera del Tormes, de músico, para quien el gorjear de sus pájaros era lenguaje conocido, cuajado en concertadas armonías, de ángel, que todo lo convertía en apacibles sentimientos al tocar en su pecho sereno y sosegado.

Ante aquel hombre de hechura helénica

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada.

Y ese artista, ese poeta, ese pintor, ese músico, oreada su frente por el céfiro de la Hélada, pero que ¡ay! ya venía de muy lejos y muy ensalmuerado al través del Mediterráneo, deja caer de sus manos la vihuela castiza española, y empuñando bravamente la cítara antigua remienda lastimosamente la maravillosa profecía del Tajo con aquella, para los españoles fría, amanerada, extranjeriza é incolora personificación del muy reverendo señor el padre río, el cual, sin[Pg 332] más ni más, con toda la desenvoltura de un jayán nadador

el pecho sacó fuera
y le habló de esta manera.

Triste de D. Rodrigo y de la hermosa Caba, que no entendían tamañas teologías gentílicas, y tristes de los españoles que sólo ven en el río agua que corre, cuando ven y oyen que

el pecho sacó fuera
el río, y le habló de esta manera.

De esta manera, el gran poeta español lo que hace es echarnos, no un jarro de agua, sino todo un río, y por dejar de ser castizo deja de ser poeta español y de ser sencillamente poeta. Esa es la ficción que envenena y encona la más sana y fresca vena poética, ese el desacertado injerto que afea nuestra literatura clásica.

Porque el casticismo no está sólo en el lenguaje, sino también en la idea y en toda la vida; y si menospreciado y tenido como caso de menos valer el casticismo del lenguaje, la literatura española, y aun europea, se descaminó viniendo al cabo á donde bien se podía esperar, á despeñarse en el culteranismo, no menos llegó á desbocarse el pensamiento desarrendado y sin freno en el conceptismo, y se enflaqueció y aniquiló la vida nacional toda entera, parando en el entecado y espiritado fantasma y sombra de pueblo de fines del siglo XVII.

[Pg 333]

Gallardas hazañerías aquellas del hombre de más talento é ingenio tal vez que ha criado esta tierra española, por haberle hecho nacer el malhadado sino en una era de desquiciamiento del casticismo: de Quevedo hablo.

Desde Cervantes hasta él se abre un abismo literario, y eso que unas mismas prensas hubieran podido publicar sus obras.

Mentira parece que sólo pasara menos de una década entre la creación de lo más castizo en ideas y palabras, el Quijote, las Comedias, las Novelas ejemplares de Cervantes y los monstruosos partos de Quevedo, que nos ponen admiración y lástima á la vez, porque en ellos riñen fiera pelea el poderoso ingenio que se yergue braveando con sus músculos de acero, que llevan la tradición naturalista española en sus venas, y el huero fantasmón del convencionalismo pintarrajeado y retumbante, el robusto pensar de un Séneca y las melindrosas madamerías de aquella infatuada corte. ¿Qué decir de Lope, coetáneo enteramente de Cervantes, bosque secular donde crecen los más corpulentos árboles de la tradición española, pero que injertados con toda suerte de frías mitologías y escuetos escolasticismos resultó una enmarañada selva que no hay quien se meta en ella que no se espine á cada paso y pierda la paciencia?

El que crea que exagero compare en la[Pg 334] primera Celestina, en Lisandro y Roselia, en la Selvagia, en Lope de Rueda, los dichos de la gente de casta española con los de la gente de cuenta. Allí está en germen la decadencia: el clasicismo castizo y el clasicismo no castizo bien se ve allí de dónde y cómo se originan. «Maticen los delicados aires mis muchas y dolorosas lágrimas, de miserables y profundos suspiros esmaltadas. Descúbranse los furibundos alaridos, quebrantando los claustros y encerramientos que tanto tiempo han tenido, esparzan con su ligero ímpetu las delicadas exhalaciones de que el no domable corazón solía ser cercado».

Tras estas lindezas hay que oir lo que el mismo Villegas pone en boca de la Libina aquella que sabe desdeñar con recancanillas que abran la bolsa al desgraciado que cae en sus doradas uñas: «Xó que te estriego; por mi vida, que le soltéis el freno y escopirá, ó le asgáis de la barba y deciros ha mil gracias: axó, niño, dalde un tres, que dos merece; ya los diablos le besen, que no tiene mocos». Cotéjese con la insulsez pasada la socarronería presente, el humorismo español, que nos han querido devolver como una gran cosa después de enfriado allá en su paso por Inglaterra; compárese el dilatar del período, el deshilachar de la frase á la latina, con lo apretado y tupido de la castizamente española. Altísima concepción la[Pg 335] de La vida es sueño; pero todos los hipogrifos violentos, que corrieron parejas con el viento, amontándose de lo español hacia regiones anticastizas, no supieron jamás escribir ese sencillo párrafo de la menos apreciada de las Celestinas. Tal es el colorido y el brío de nuestra manera castiza de decir, el jugo que encierra, las chispas que despide.

IV

La cuestión del casticismo, que toqué tan someramente como lo pedían las circunstancias en mis últimos artículos de Los Lunes de El Imparcial, no parece ha dejado del todo convencidos á algunos de los aficionados de por acá á las genuinas letras españolas, que por desgracia son menos de lo que pudiéramos y debiéramos prometernos. Según ellos no quedó bien claro mi pensamiento; y como les picó la curiosidad por entrever algo de cierto y de no poco momento para la restauración del estudio del castellano, creo no se llevará á mal el que vuelva á lo mismo, particularizando algunos puntos, en los que no me detuve por creerlos sobradamente conocidos.

Hay quien supone que por mis aficiones al éuskera, pretendía yo no ser castizos cuantos vocablos tiene el castellano de otras lenguas, fuera de ésta, por manera que los del Quijote quedarían reducidos poco menos[Pg 336] que á un millar y harto mermado el léxico castellano de nuestros más clásicos autores. Hase dicho que he manifestado en mis obras cierta prevención ó malquerencia á romanistas y al romanismo del castellano. Mal debí darme á entender, cuando personas de tan claro talento no me entendieron.

Dado el concepto general de lo castizo, que á mi manera declaré y creo se aceptará, pues no es más que el de tener por español aquello que se ha usado y usa por la generalidad del pueblo de España, y de la América española, añado aquí, naturalmente, cuanto más español sea un vocablo tanto será más castizo. Y no cabe duda que hay en esto sus más y sus menos. El latín, que evolucionando vulgarmente nos dió toda nuestra gramática, es la base y fundamento del estudio del castellano. El romanismo ó estudio de esa evolución en todas y cada una de las lenguas romances, es, por consiguiente, de la mayor importancia. Que yo sienta prevenciones contra ese romanismo no podrá sospecharlo quien conozca mis obras, pues sobre esos estudios, mayormente los de la Fonética, los más dificultosos é importantes, va cimentado todo mi trabajo sobre La lengua de Cervantes. Tampoco ha de achacarse á prevención contra los romanistas el que por encima de lo que ellos tratan haya yo proclamado la necesidad de estudiar el elemento euskérico en nuestro[Pg 337] idioma. Lo cual no es más que extender el estudio del castellano, sacándolo de los estrechos linderos del romanismo, y esto con alguna razón, ya que por poco que se admita de cuanto he traído yo del éuskera, siempre quedarán sufijos, vocablos y fenómenos fónicos tan claramente euskéricos en nuestra lengua, que merezcan estudiarse y tenerse en cuenta. Romanista soy yo, como los demás: mal puedo tener semejantes prevenciones contra los romanistas.

Castizo es en castellano todo cuanto procede del éuskera, quiero decir de la lengua prerromana hablada por los españoles. Nadie me tachará de exagerado al decir que lo que era nuestro, antes de venir ningún extranjero á traernos lo suyo, es lo más nuestro que tenemos.

Llegan los romanos, añaden su civilización y cultura ó dígase la cultura helénica, y con ella la gramática y gran parte del vocabulario de la lengua de los españoles se hacen latinos.

Todo este elemento latino de nuestro idioma claro está que es castizo, aunque no lo sea tanto como la masa de la herencia que antes ya teníamos, y cuyo origen hay que ponerlo en la misma cuna de nuestra raza, que, ciertamente, no es latina. Pero hay que distinguir muy bien cuál es el elemento latino en nuestro léxico, como procedente por evolución natural del latín al pasar por labios[Pg 338] españoles en aquella primera época del nacimiento de nuestro romance, para no confundirlo con la mitad del diccionario oficial, que es latino, pero de acarreo, traído en diversas épocas por los eruditos, no del habla viva de los romanos, sino del diccionario del latín, cuando ya este idioma había fenecido. Esa avenida de voces, que ha ido creciendo y subiendo, sobre todo del Renacimiento acá, es lo que yo no tengo por castizo ni lo tienen los demás romanistas. Algunos de estos vocablos, los más antiguos y que se refieren á instituciones populares, han entrado de lleno en la turquesa fonética del castellano por haber penetrado hasta el pueblo. Son los vocablos llamados semieruditos, que ya son castizos por lo mismo, aunque no tanto como los latinos procedentes de la primitiva evolución. Los demás, que no los usa el pueblo, ó si los toma en su boca los estropea, mejor diremos los acomoda al fonetismo castellano, mientras pugnen con este fonetismo y no se derramen á todas las clases sociales, no pueden considerarse como castizos; son la escoria del castellano.

¿Que en qué se diferencian de los anteriores? Nada más claro y averiguado para los romanistas. Los vocablos que evolucionaron naturalmente, desde un principio se atienen á ciertas leyes fonéticas, que pueden verse en La lengua de Cervantes. Los semieruditos atiénense á las mismas leyes en general,[Pg 339] aunque en parte á otras que surgieron posteriormente. Pero los vocablos puramente eruditos que no son castellanos saltan por cima de esas leyes y se pronuncian, no ya como los pronunciaban los romanos, sino conforme á la tradición rutinaria y en parte falseada de la pronunciación del latín, porque no se tomaron del habla viva, sino de los escritos y como aparecen escritos se pronuncian. Reputare dió en puro castellano retar, en erudito reputar; pensare dió igualmente pesar y pensar; collocare dió colgar y colocar; examen dió enjambre y examen; limpidus dió limpio y límpido; computare dió contar y computar; fames dió hambre y famélico; colligere dió coger y colegir; pauper dió pobre y paupérrimo; fabulari dió hablar y confabularse; tractus dió trecho, y tratar trato; filius dió hijo y filial. Todos los terminados en ivo son eruditos y vienen de ivus, como repulsivo; vulgarmente ío, como natío, nativo, nativus. Los que llevan dis, son vulgarmente con des, disculpar, entre los clásicos del siglo XVI desculpar. Los que tienen in, vulgarmente con en, an, entender, intendere; añadir, antiguamente, eñadir, inaddere. Los que comienzan por f sonaron antiguamente con h andaluza, ó dígase con j suave; los eruditos trajeron la f, que ni sonaba así en latín, sino como bilabial. De aquí hilo, hilar, á la hila son vulgares, y eruditos filo, fila; hogar,[Pg 340] huego, hoguera, ahogar, vulgares; fuego, desfogar, eruditos. Toda la letra F y los que comienzan por in, en el diccionario llevan el influjo erudito.

Resultado, que al fonetismo castellano hase añadido otro fonetismo anticastellano, que ni siquiera es latino. El grupo ns sonaba s en latín, como suena en castellano costar de constare; los eruditos han sacado del cementerio latino el constar, que no pronunciaron los romanos. Estúdiese la Fonética en La lengua de Cervantes; los términos que no se acomoden á ella son eruditos. El pueblo los estropea porque no son suyos. Traed una máquina nueva de Inglaterra y tendréis que traer un ingeniero inglés para montarla, y gracias que nuestros ingenieros sepan ponerle una pieza estropeada aun después de aprender su manipulación, y aun no será mucho no sepan echarle aceite. El pueblo y nuestros clásicos, más castizos y mejores latinistas que los lindos latinistas que hoy gastamos, dice y decían dotor por el feo doctor de hoy; dice y decían malino por el no menos feo maligno, y así de otras muchas palabras en que la ignorancia presuntuosa moderna ha querido corregir á nuestros grandes humanistas de antaño y al pueblo, que es el que mejor conoce su idioma.

¿Hemos, pues, de dejar todo ese caudal que, según dicen, enriquece nuestro léxico literario? Y ¿quién soy yo para imponer leyes[Pg 341] á nadie? Yo mismo echo mano de esas palabras cuando me hacen falta, porque una vez formado con ellas el léxico técnico en asuntos no vulgares, extravagancia fuera buscar términos técnicos equivalentes, derivándolos del diccionario vulgar.

Eso se pudo hacer antes, en el siglo XVI, y en parte se hizo; pero estuvieron de moda el latín y el griego, y venció el tecnicismo greco-latino.

Lo único que yo pretendo es poner en claro los hechos, tal como la ciencia lingüística los conoce. La aplicación á la práctica queda á merced de la literatura. Lo que sí debieran hacer los literatos es, reconociendo estas doctrinas, no favorecer tanto los vocablos eruditos como los de buena cepa castellana, no poner de moda los unos y afear como groseros los otros, y en todo caso evitar lo más posible los eruditos, usando cuanto se pueda los vulgares.

Los vocablos eruditos nada dicen á los oídos puramente españoles; mientras que los vulgares llevan en su raíz castiza y conocida y en sus sufijos y prefijos castellanos el sello de la raza y el concepto propio que encierran: son, pues, más estéticos, más coloristas, más sentidos, más españoles.

Amputar lo entendemos los que sabemos latín, que vemos un podar todo alrededor; para los eruditos no latinistas y para el pueblo es un vocablo que nada suena á sus oídos.[Pg 342] Sepultar, ni aun para los latinistas dice gran cosa; pero enterrar ó soterrar, bien claro indican que es poner en ó so tierra. Le introdujo la espada en el cuerpo: ¿cuánto más gráfico que ese introdujo no fuera se la envainó, se la envasó, se la ensartó? Defenderse no sabe el pueblo á qué suena; pero dígasele se escudó, se abroqueló, se reparó, se adargó, y además de la idea abstracta ven un cuadro completo, un hombre que se cubre con su escudo, broquel ó adarga, ó se para, echándose atrás. Un hombre confuso ante el rey, es un puro concepto; pero es una pintura si decimos que se corre, se pone colorado, se aturde como tordo, se acoquina como si viera el coco ó fantasma, se empacha como el empachado de indigestión, se azora como la gallina al ver el gavilán, y otra infinidad de vocablos pintorescos, que á manos llenas puede hallar el que ha estudiado el castellano castizo. Siga usted la dirección del camino. El aldeano de Castilla le dirá: Siga el anhelo del camino. Déjase ir al amor del agua, dice Cabrera, lo que el hinchado culto diría siguiendo el agua ó la corriente.

Y esta es la razón por la cual yo prefiero las Celestinas y el primitivo teatro de Juan del Encina, Lucas Fernández, Naharro, Lope de Rueda y los entremeses de Cervantes, al teatro posterior, que ganó en grandiosidad, porque así lo llevaba el adelanto,[Pg 343] pero perdió en españolismo y en casticismo de lenguaje. El teatro primitivo pudiera haber llegado á la cumbre á donde llegó el teatro medio escolástico y medio gentílico de Lope y Calderón, si siempre hubieran escuchado con el cariño que Rueda y Cervantes el habla popular en vez de dar oídos á latiniparlantes ó medio latiniparlantes. Español tan español como Lope de Vega en sus mejores dramas, no creo hubiera perdido en apreciar el habla puramente española como apreciaba los asuntos puramente españoles. Por eso yo prefiero el Quijote al Persiles, Rinconete y Cortadillo á la Española inglesa. ¿Y quién que esté convencido de la importancia del material artístico para la ejecución de las obras de arte, y del color local y la sangre de raza que envuelve el léxico vulgar, junto á lo aguado, seco y descolorido de los términos traídos de fuera, no estará de mi parte? ¿Que el asunto también hace al caso? ¿Quién lo duda? El del Persiles y de la Española inglesa hace que Cervantes sea otro que el Cervantes de los entremeses y de Rinconete y Cortadillo. Pero es por lo mismo, porque el asunto no castizo difícilmente lleva á usar el lenguaje castizo; pero cuando el asunto es español, hablan los personajes á la española, ó pueden por lo menos hablar, como en Cervantes lo hacen, aunque no lo hagan siempre en Lope y Calderón.

[Pg 344]

Y es que esta cuestioncilla del casticismo, que parece tan baladí, tiene más miga, porque el idioma es el alma de la raza, y abogar por el casticismo del castellano es tirar bastante más allá, es anhelar por el renacimiento castizo de España en todo orden de cosas, es querer que volvamos los ojos á lo nuestro, aunque sin desechar lo bueno que de fuera pueda venirnos; porque si España no renace de sí misma, arrimada á sus tradiciones de raza, en vano serán todos los emplastos y paños calientes que se le quieran poner por defuera. Á eso voy yo por lo menos, y vamos todos los que salimos á romper lanzas en pro del casticismo. Literatura en España que no se haga con lengua castiza no será literatura española. Claro está que peor enemigo es el galicismo; pero ese es enemigo declarado, que todo el mundo reconoce. El solapado es el latino-helénico de antaño, que hoy va tomando mayores fuerzas con el tecnicismo científico, que acorrala al lenguaje todo entero y se infiltra hasta en la literatura, tendiendo á convertir su lenguaje en la aguachinada jerga de comerciantes é industriales, jerga cosmopolita y por lo mismo sin color, sin brío, sin aceros, sin alma nacional.

[Pg 345]

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Navarro Ledesma
El hombre y el literato

Los pocos renglones que me es dado escribir aquí de estos dos que pudieran servir como encabezamientos para los dos capítulos de la biografía de Navarro Ledesma, habré de gastarlos en desagraviarle. Porque acaecen cosas en este cuitado mundo, que aunque parezcan mentira, no lo son. Paz á los muertos no debió decirse por aquel á quien no bastó ser terrero inmerecido en vida de mil golpes de la fortuna que sobre él llovieron, sino que aun después de muerto no habían de faltar lenguas que se ensañasen cruelmente en su memoria. Á Paco (así le llamaba todo el que tratándole un par de días tenía entendederas y corazón de carne), á Paco, digo, á aquel hombre de bien á carta cabal, á aquel amigo de quienquiera que le conocía, salvo si no era un necio ó un malvado, á Paco se le ha tenido por un adocenado escritor,[Pg 346] borrajeador de artículos de mediana estofa, y lo que peor es, por un mal hombre.

Hay literatos á medias: en España lo son los más. Los hay que miran atrás, los hay que miran adelante, pero con terquedad y tesón muy de nuestra tierra. Llamo mirar atrás, tener los ojos y los cinco sentidos clavados en legajos de archivos. Bichos real y verdaderamente risibles, cuando no contentos con su tarea, merecedora de todo encomio, como que sin estos peones que acarrean los materiales de la cantera no subiría la fábrica, se sonríen con autorizada sorna de los maestros que, asentando los sillares, la hacen subir, de los que discurriendo, digo, sobre esos datos que ellos allegan, forjan teorías, traban los hechos, deducen leyes, alzan un cuerpo de doctrina. El mirar solamente adelante es de algunos que están muy puestos en que hasta el día que ellos abrieron los ojos, nada se hizo que valga la pena de tomarse en cuenta, esto es, que los hombres hasta ese feliz momento fueron lastimosamente unos tontos de capirote.

Paco fué literato de cuerpo entero. No era de los que llevan á mal que todavía se enseñe en España la miseria de latín y griego que hoy se enseña; sino de que se hayan dejado por puertas los estudios clásicos, que sabía él muy bien llevan á donde quiera que van la maciza y honda cultura, desde Italia y España en la Era del Renacimiento, hasta[Pg 347] Alemania é Inglaterra en la época presente.

Cierto que su natural y exquisito gusto le arrastraban ya de suyo al puro clasicismo, hollando el clasicismo académico ó de oropel. Tengo el placer de saborearme leyendo á Cicerón en el ejemplar que él lo leía, quizá mientras algunos de sus émulos refocilaban sus luengos alcances con el folletín de algún periódico.

Pero más que clásico, fué Paco español, enamorado de las letras españolas de nuestros buenos tiempos. También han parado en mi librería algunos de sus libros castellanos, y es de ver el tino con que cuatro rasgos de lápiz apostillan los pasajes que más le entretuvieron: Es una walkyria; Como Rosalinda; Parecen estos pastores de Shakespeare; ¡Trozo bucólico admirable! Ambiente selvático misterioso, como en As you like it; Este vizcaíno, copiado de Lope de Rueda, es el primer gracioso de nuestro teatro; Muy bien imitado el romance fronterizo; Esta escena es de lo más original que se ha hecho en nuestro teatro; Es un final de acto de ópera; Escena sainetesca, que no se hubieran atrevido á introducir en una comedia Lope ni Calderón; Todos estos señores nobles no cenan; Angels and ministers of glory, etc.; Lo mismo que hablan ahora. Basten estos ejemplos que hallo en las comedias de Cervantes. He entresacado algunos que llevan el cotejo de literaturas extranjeras[Pg 348] y modernas, en las que por demás fuera detenerse á probar que Navarro Ledesma no estaba atrasado de noticias en esta parte. Vamos, pues, á lo otro.

Y lo otro es... no sé cómo calificarlo. El desdichado, el tristemente célebre Navarro Ledesma, y otras pestíferas gorgozadas á este lindo tenor y sonsonete, se han estampado á raíz de su muerte. Y se han estampado (horresco referens) en papeles y revistas serias y graves, y bajo la firma de personas que profesan el más acendrado catolicismo. Santiago, español por predestinación, se deslenguó delante del Divino Maestro, y pidió rayos y centellas contra los que no les querían recibir. Españoles habían de ser los discípulos de Jesús que pidieran esos rayos y centellas contra uno de los hombres de corazón más de oro que he conocido, contra aquel hombre de condición mansa y apacible, por más que saltara como un león en oyendo embustes sociales, compadrazgos y caciquismos, y sobre todo farisaismos rebozados con capa de virtud. Y ¿quién es nadie para asentar su tribunal en el fuero de una conciencia, donde sólo tienen voz y voto el alma y su Criador? ¿Qué cristianismo es ese que juzga los insondables abismos de una conciencia, y promulga por sí y ante sí el fallo que sólo es conocido de Dios?

Yo tengo una manera de pensar muy original y rara, creo que opuesta á todos los[Pg 349] que escriben y leen este periódico. Yo siento que nos hace falta la Inquisición. Ojalá venga la negra, la sangrienta Inquisición. ¿Que para qué? Para poder hablar con la libertad con que hablaban y escribían los españoles del siglo XVI de cosas que ahora no nos atrevemos á tocar siquiera los que tememos escandalizar á la gente menuda. La gente menuda escandalizable es hoy las tres cuartas partes de los españoles, casi todos los católicos. Tal nos la han criado ciertos fariseos.

Entre los ingleses no hay niños, porque desde las mantillas los crían para hombres; aquí no hay hombres, porque hasta los setenta años nos crían como á niños. Lo que el padre de familia, el pedagogo, el Estado dan á entender á los suyos que son, eso son y eso serán. Regañad á un muchacho diciéndole que es un pillo: pillo será. Dadle alientos, diciéndole que tiene nobles sentimientos, que es para grandes cosas: grandes cosas hará, tendrá sentimientos nobles, será un hombre. El farisaismo no engendrará más que almas mezquinas, raquíticas, aniñadas, avillanadas. Malo es el remedio, pero casi estoy por vocear prefiriendo aquellos tiempos inquisitoriales á éstos, donde á la sordina, á socapa, solapadamente atan de pies y manos, no los inquisidores á hombres barbados, sino cierto aire farisaico, melindroso y para poco, que no sé quién lo ha soltado, á toda la raza antes de que deje los andadores. Venga, pues,[Pg 350] si es necesario, la Inquisición y barra, ese farisaismo, y hablaremos con la santa libertad de aquellos nuestros padres que, en no tocando al dogma, escribían cosas que hoy nos asombran y espantan y eran harto mejores católicos que nosotros.

Pero es que eran hombres, grandes en sus solturas y grandes en sus hazañas. La casta de los fariseos era rara; hoy ha cundido la podre farisaica y ha consumido, encanijado, empequeñecido el natural arrogante de esta descaecida nación.

[Pg 351]

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Chocano y los demás poetas jóvenes de América

La poesía en América se halla hoy, iba á decir en embrión, pero ni á eso llega, que el embrión ya encierra en sí lo que será el organismo, y la poesía americana todavía no sabemos lo que será ni ofrece siquiera muestras de organización distinta y caracterizada. Mejor diremos que se están echando en el crisol toda suerte de metales, estilos de todas las escuelas, y que la fusión va á empezar. Tampoco ha empezado. Las Repúblicas americanas están en la cuna, todavía no han desplegado del todo los labios; balbucean, pero no se entiende muy claro lo que dicen. Tras el amaneramiento de la época del coloniaje surgió la revolución literaria, poco bullanguera, á la verdad, en algunas partes, porque la señora poesía pide otro sosiego y otra brillantez de cultura de la que podían tener políticos improvisados que les faltaba[Pg 352] el tiempo para arrojarse cada día los trastos á la cabeza, convertirse en guerreros de lastimosas lides civiles, y en legisladores sin norma, instrucción ni práctica. Todo andaba manga por hombro, y los versos ni más ni menos. Dadas las espaldas á España, cuyas menguas tampoco eran para llamarles la atención, las miras de cuantos anhelaban emprender algo se pusieron en Francia é Inglaterra. Con esto el modernismo pasó los mares. Sus tres precursores fueron un bogotano, José Asunción Silva; un mejicano, Manuel Gutiérrez Nájera; un cubano, Julián del Casal. Los tres son ya muertos. Silva fué el más original, alzando una verdadera enseña con su Nocturno, que tenemos todos á mano en La Corte de los Poetas. Gutiérrez Nájera es el Catulle Mendes de Ultramar, preciosista con dejos de Copée y, por supuesto, menos aristocrático y menos terso. Casal, parnasiano de largos y clásicos arpegios, no abandona los antiguos moldes, moderniza el endecasílabo castellano sin juguetear con ritmos, rimas y demás zarandajas de la escuela, sólo trata de barnizar con lo que de Francia le llega halagándole el oído, lo que él tiene por ideal de la poesía castellana. No hubiera jamás trocado su alteza de pensamiento y su galanura musical espontánea por ciertas rarezas modernistas.

Viniendo ya á los vivos, de Rubén Darío nada habrá que añadir á lo que todos saben.[Pg 353] Portaestandarte del modernismo en América y en España, es un Schumann en poesía: tras una melodía de gasa azul que ondula sin rozar los aires, salta un desacorde que hiela el tímpano, transición inconsciente para el autor, pero que yergue los nervios del oyente para dejarlos después descansar adormecidos más suavemente con otra sonada todavía más muelle y cadenciosa. Golpes estrafalarios acá y allá, rarezas inesperadas, despertadoras de una justa condena, que se apaga en la mente del crítico tan pronto como estuvo á punto de estallar. No tiene pentagrama, es ya violín que juega encaramado sobre él, ya violón que se sume á lo bajo. Ni quiere compases, porque el ritmo ha de nacer de la misma imperiodicidad de los golpes, y ha de ser la cláusula poética un período prosaico, cadencioso y versificado en líneas de desigual largura, algo así como el período métrico del poeta tebano, aunque sin repetición de estancias. Nombres y vocablos traídos de todos los climas, ideas barajadas de todas las doctrinas las más opuestas, plegarias y reniegos, orientalismos vagos y convencionalismos cortados occidentales. Pero siempre nuevo como los variados paisajes que cruzan á la vista del viajero en un tren, y siempre como este mismo tren en continuo movimiento. Es un Hugo más humano, menos titánico, más preciosista, más musical, aunque á las veces no[Pg 354] menos barroco y engravedado. ¡Y eso que quería pasarlo por alto!

Las Montañas del oro del argentino Leopoldo Lugones entrañan pepitas de muy reconcentrada poesía. Remeda á Edgard Poe y al portugués Eugenio de Castro con buena fortuna. Menor la tuvo al imitar á D’Anunzio y Laforgue en Los Crepúsculos del jardín. Con toda esta descaminada tendencia hacia lo ingenioso y deslumbrador, es Lugones, según dicen, el más alto representante del simbolismo en castellano.

Del neomisticismo lo es el mejicano Amado Nervo, alma contemplativa y melancólica, pero sin norte fijo. Sabe soñar, pero como quien sueña fuera de su hogar, en una casa de huéspedes. Hace á veces un pisto tan extravagante como sabroso de ideas católicas y panteísticas, rebujándolo después con cierta melancolía religiosa de las razas indígenas de América. Místicas es lo mejor que ha escrito. Anda entre Luis Cardonnell y Baubille, sin ser místico francés del todo, pero mucho menos español.

El primer parnasiano en América es el bogotano Guillermo Valencia, muy clásico en la cultura y muy modernista en la forma, como puede verse en su libro intitulado Ritos.

También es bogotano Julio Flores, poeta repentista á cuyos labios acuden acentos melancólicos al son de las cantatas populares,[Pg 355] con espontaneidad y frescura. Pero su gran facilidad lo hace indomeñable, que ni quiere cultura ni modernismos ni ataduras de ningún género. Es, pues, poeta popular, que ni siquiera se ha cuidado de recoger los versos que deja volar á los cuatro vientos, como el ruiseñor suelta y no recoge sus notas. Claro está que todo ello da bien á entender lo mucho que tendrían que retocar sus poesías, y los altibajos y desigualdades de su entonación.

Para que ningún género falte en esta galería tan abigarrada, el mejicano Salvador Díaz Mirón es el poeta encrespado y melenudo á lo Víctor Hugo y Castelar. Oruga enamorada de una chispa, ó águila seducida por un astro. Aunque esa es la gloria para él, él y sus maestros ideales también tienen algo de eso, bien que el mejicano no trompetee tan alto y sonoro como el francés y el español. No es, ciertamente, la sibila de oro, pero en otros tiempos hubiera sido puesto en el pináculo del templo de la fama, porque á verbosidad y soltura y á riqueza de metáforas pocos le llegan. Es la liana de América, que se enreda á todos los árboles de la selva tropical y no se detiene en ninguno. Para él la poesía es, entre otra infinidad de cosas:

«Flor que en la cumbre brilla y perfuma;
copo de nieve; gasa de espuma;
zarza encendida do el cielo está:
[Pg 356] nube de oro, vistosa y rauda;
fugaz cometa de inmensa cauda;
onda de gloria que viene y va,
Nébula vaga de que gotea,
como una perla de luz, la idea;
espiga herida por la segur;
brasa de incienso; vapor de plata;
fulgor de aurora que se dilata
de Oriente á Ocaso, de Norte á Sur».

Todo, menos humilde violeta que pide nos abajemos á recogerla, que se nos ofrece vestida de melancolía, pero que en su aroma lleva un mundo de suaves y delicados sentimientos.

Este poeta es ave que pasó. Otra acaba de llegar aleteando; y digo acaba, porque José Santos Chocano, de quien hablo, desea que se rompan, como desgraciados ensayos, todos sus versos anteriores, comenzando vida nueva, armado de una estética personal y bien definida y la mirada fija en un ideal alto y noble. Chocano ha declamado sus versos en el Ateneo y en el Conservatorio, y los ha declamado muy bien. Son versos precisamente para declamar. Al quererlos leer se le yergue á uno instintivamente la cabeza y se le escapan los brazos. El timbre poético de Chocano es el del clarín, por eso el ritmo y las ideas de su composición. Lo que dicen los clarines es lo más característico y suyo de todo el libro Alma América. El mismo metro ha empleado en otras composiciones. Es metro oratorio y esencialmente[Pg 357] declamador. Nótense, sobre todo, las repeticiones:

«Los clarines suenan trémulos...
Los clarines suenan lánguidos...
......................................................
Se dijera que las notas de los épicos clarines
son los ayes de la raza, son las voces del pasado;
se dijera que las notas de los épicos clarines
vienen, llenas de penumbras y misterios y milagros,
de países muy distantes
y de tiempos muy lejanos...
Tales fueron los clarines españoles,
tales fueron los clarines españoles
que sonaron
en las cumbres luminosas
y en los lóbregos barrancos,»...
......................................................
«ya pasaron... ya pasaron... ya pasaron...
ya pasaron para siempre...
ya pasaron para siempre... ya pasaron...!
Los clarines suenan
trémulos...
Los clarines suenan lánguidos...»

Confieso que este reteñir y tornar á reteñir el mismo retín y retintín es un dejo simbolista muy bien expresado, que da sonido de cobre á toda la composición. La misma largura de los versos, sus cortes, su mezcla con otros breves, remedan maravillosamente la tendida y dilatada voz del clarín.

Hay pocas poesías en la literatura francesa, dice Max Nordau, comparables á la Canción de otoño de Verlaine. La calma melancólica[Pg 358] de la estación está expresada en versos ricamente cadenciosos y llenos de música.

Otra composición pudo tener también Chocano en sus oídos, tal vez sin darse cuenta de ello, y tal vez más simbolista y expresiva, la de Ennuie de Maeterlinck[17].

En lugar del aburrimiento, del fastidio, Chocano quiere despertar una cierta melancolía al recordar por la voz de los clarines que:

«Ya pasaron las historias que eran cuentos de heroísmo,
las audacias que eran timbres, los ensueños que eran lauros,
los arranques imperiosos de la raza primitiva:
ya pasaron... ya pasaron... ya pasaron...
y lo lloran los clarines
con acentos desgarrados».

Siempre la armonía imitativa la tuvieron muy en cuenta los poetas... que pasaron; y de las extravagancias de los simbolistas ha quedado la confirmación doctrinaria y científica de este elemento musical de la expresión poética. Ha hecho muy bien Chocano en aprovecharse de él, si es que lo ha hecho á sabiendas; y si no, lo mismo da, son rastros de esa escuela que también pasó, los cuales quedaron en los oídos de todo artista, porque tienen una razón de ser estética innegable.

[Pg 359]

Fuera de esto, Chocano es declamador. Sus versos declamados, ó escritos sin división de líneas como la prosa, forman períodos prosaicos, sin dejar de ser por eso extremada poesía en la expresión metafórica del pensamiento, en el ritmo, aunque libre y suelto, no tanto como el de la prosa, en la ilación lírica y á saltos de las ideas, siguiendo al sentimiento más que al pensamiento frío y razonador.

El ideal y la estética de Chocano pueden resumirse en estos puntos. Cree que una cosa es la métrica y otra la poesía. Sólo quiere hacer poesía americana, en todas sus formas, antiguas y modernistas. Piensa que América puede y debe tener una poesía propia, con raíces españolas é indígenas. Finalmente, su poesía ha de ser objetiva, y en tal sentido, sólo quiere ser Poeta de América. Todos estos principios ó los pone el mismo autor en su libro ó me los ha confesado á mí en particular. Pueden servirles de comentario estas palabras que le ha dicho Rubén Darío: «Su musa es la representativa de nuestra cultura, de nuestros anhelos, de nuestra alma hispano-americana actual. Lugones, Nervo, yo mismo, parecemos extranjeros. Y ante todo hay que ser de su tierra». «Darío hace justicia á mis intenciones», me ha dicho el mismo autor. «Otros levantarán, añade modestamente, el palacio; pero yo he osado poner la primera piedra».

[Pg 360]

Graves problemas surgen aquí, no ya tan sólo sobre Chocano, si ha acertado ó no en la ejecución de este su programa, sino además sobre la poesía en general americana.

Cuanto á lo primero, bien claro se ve que Chocano ha tratado, no digo de poner en ejecución lo que se propuso, antes creo que llevado de su inclinación hizo poesía americana y objetiva en metros antiguos y modernistas, con raíces españolas é indígenas, y que luego dedujo de su poesía sus principios. Cábele la gloria de haberse inspirado en las raíces de la civilización de su país, que son el pasado español y el pasado indígena, y por consiguiente de haber hecho poesía americana; sin por eso echar en saco roto lo bueno francés transplantable á América, como hemos visto de los metros y del simbolismo. Y en esto Darío y los demás, realmente, no pueden ser más que un eco lejano de América, puesto que se inspiran en el extranjero.

He dicho que la poesía americana estaba aún en estado balbuciente: es poesía por la mayor parte extranjeriza. Los jóvenes poetas han echado en el crisol todo linaje de metales y doctrinas estéticas, traídas de fuera. Preciosista fué Gutiérrez Nájera, Casal y Silva fueron modernistas á medias, Lugones es simbolista decidido, Nervo neomístico á la francesa, Valencia parnasiano, Flores trovador popular á medias, y pudiera[Pg 361] ser el poeta americano si no fuera tan despreocupado de la cultura como del modernismo, Díaz es un huguiano trasnochado, Rubén Darío un modernista á la francesa, con ribetes de todas las escuelas vivas y ya fenecidas de Europa.

Chocano es el más americano de los poetas. Yo desearía que fuera la musa americana por excelencia; pero he repetido que la poesía en América comienza á balbucir, y Chocano, el representante más genuino de esa poesía, balbuce y nada más.

No lo lleve á mal mi inteligente y buen amigo. Yo tengo un concepto algo más amplio y hondo de la poesía, y sin saberlo acaso, también lo tiene el mismo Chocano; y si no, él me lo dirá en llegando á las inmediatas. Yo tengo por lo mismo mis esperanzas de que esa poesía americana, que en sus labios balbuce tan solamente hoy, llegará con el tiempo á hablar claro y en su propio idioma poético americano. Á no ser así, habría que aceptar un hecho que contradice á toda la historia, y es que no hay pueblo medianamente culto, y aun estoy por añadir salvaje, que no tenga su poesía propia y nacional, más ó menos desarrollada y con ingenios de más ó menos subidos quilates.

Qué poesía haya de ser la americana, qué natural característico haya de ser el suyo, cuando sepa expresarse de por sí como nacida en América y no traída de acarreo de[Pg 362] otras partes: ese es el punto capital del problema, y acerca de él podríamos discurrir mano á mano Chocano y yo, si yo fuera tan artista y filósofo que tuviera algunos fundamentos para poder adivinar lo por venir.

Chocano cree resueltamente que la poesía propiamente americana ha de ser objetiva, y por eso él se tiene por Poeta de América. Bien pudiera ser que tuviera razón; pero también cabe que no la tenga enteramente. Lo que me pone algún tropiezo para seguirle sin temor en su manera de opinar, es ver que la humanidad ha ya siglos que pasó de la infancia, cuando embobada con las objetivas hazañas de los hombres los convertía en héroes, y antes más embebecida con los fenómenos naturales los había personificado al admirarlos y cantarlos. ¿Cómo una civilización tan adelantada como la americana va á volver á aquel primitivo embobamiento de lo humano objetivo ó de lo puramente físico é inanimado también objetivo? Con aquel pasmo y admiración faltábales á los hombres antiguos tiempo y reflexión para mirarse á sí mismos, para entrañarse en su propia alma y quedar más embebecidos aún ante el espectáculo, que en ella se les ofrece á los modernos, del mundo psicológico. Los antiguos, como niños, lo objetivaban todo y llevaban á lo exterior su antropomorfismo; los modernos, por el contrario, reducen todo el mundo visible á la propia personalidad, y en lo exterior[Pg 363] no ven más que un reflejo que les permite estudiar y contemplar mejor su interior.

Me podrá argüir el Sr. Chocano que las Repúblicas americanas son niñas, y que ya que no tengan héroes, salvo los antiguos españoles, que no los admiran, ó los antiguos indígenas, que no son de su raza, tienen ante sí un mundo nuevo lleno de maravillas, con el cual juguetean mientras están en la cuna y se mueven con andadores.

Esa poesía de la naturaleza pudiera ser la poesía objetiva para los americanos. No sé si ellos se contentarán con esos muñecos, ni si en hecho de verdad podrán pasar por niños, por recientes que sean sus nacionalidades. Más bien se me antojan á mí niños bastante amocetados, zagalones con pretensiones de gente madura. Además los pueblos primitivos que poetizaban la naturaleza creían firmemente que toda ella estaba animada, veían tras cada árbol una dríada, entre las ondas de cada riachuelo una náyade, en el fondo de las minas y en los volcanes creían oir resoplar á Vulcano, en el fondo de los mares encresparse y amolinarse á Neptuno, á Venus la admiraban entre las espumas del mar, á Apolo lo veían atisbar desde el sol, á Diana desde la luna, al padre Eolo lo fantaseaban soltando los vientos desde su caverna ó encarcelándolos y refrenando sus furores.

Nada de eso creen los americanos, por manera que esa poesía objetiva quedaría reducida[Pg 364] á describir, ó digamos al arte ornamental, á cincelar el marco, dentro del cual el hombre moderno quiere ver alguna porción de su alma, y aun se deja de marcos y molduras y á su alma se atiene.

En Chocano el marco es, conforme á cierta moda, por extremo desmesuradamente grande; pero también encuadra algo de más humano y subjetivo. Por eso interesan sus composiciones, y se saborean; que á ser todo marco, no despertaran el poco interés que despiertan otros adocenados poetas americanos.

Ahora entenderá el Sr. Chocano por qué yo pido y espero más de la musa de su tierra y por qué no creo que esté del todo en lo cierto al suponer que la poesía americana haya de ser objetiva, en fin por qué he repetido que esa poesía comienza á balbucir, sin hablar claro todavía. Los descubrimientos geográficos, los estudios físicos ó naturales, han traído la moda de dilatarse en esas enfadosísimas descripciones, hojarasca que ahoga toda la literatura moderna. Se siente, dicen, hoy mucho mejor la naturaleza que en otros tiempos. Mejor, digo yo, la siente el salvaje y la sentían nuestros antepasados, cuando dieron cuerpo á la mitología, que es el más elevado pensamiento del mundo, mirado al través de la poesía objetiva, que ha podido imaginarse. No creo sintiesen menos la naturaleza Platón, que enseñaba al aire[Pg 365] libre, y Cervantes, que al aire libre pinta á su principal héroe; sólo que el alma humana les atraía más, y del arte ornamental no querían formar el principal asunto de sus obras. Ni creo que se contentarán con él los americanos. También ellos tienen su alma en su armario, y vendrán poetas, ¿quién lo duda? que sepan abrir el armario y ponernos de manifiesto el alma americana.

Si Chocano lo ha entreabierto, como yo creo, será poeta americano y su obra podrá intitularse Alma de América, ó como él dice poco castizamente Alma América; si es que esto ha querido dar á entender; que tomado alma como adjetivo no veo claro, y aunque lo entreveo, no viene muy al caso.

Precisamente yo quería alabarle por el elemento lírico, que se le desliza en su sereno objetivismo. Unamuno le ha dicho que es poco lírico, y es verdad; pero hay muchos lirismos. Chocano pretende sólo cantar objetivamente la naturaleza; pero, como poeta que es, se le rezuma el lirismo de su alma, que aparece medio latente ante las asombrosas escenas de la naturaleza.

Es, pongo por caso, un precioso paisaje sin alma viviente. ¡Bien! ¡muy bien! ¿y qué? Alabamos la ejecución, lo bien remedada que está la naturaleza, lo bien idealizada, si se quiere. Añada el pintor una pareja como de enamorados que se encuentran. El cuadro ha ganado infinitamente. Chocano pinta[Pg 366] allá á lo lejos á él por un lado, á ella por otro, atisbos de lirismo; no llegan á encontrarse todavía, ni surgen los afectos del alma, pues no sabemos si son dos paseantes que se desconocen. Un paso más, y el alma aparecerá en el encuentro.

Si Chocano no se atreve á juntar la pareja, no faltará quien la junte. Ello es difícil, lo confieso, pintar un alma ó dos no es tan llano como pintar uno ó dos países; pero ya vendrá quien tenga más delgados pinceles. ¿Acaso en América no hay más que caobas y orquídeas, selvas y saltos, montes y mares, cóndores y boas?

Hay hombres y mujeres, almas vivientes y pasiones. La poesía entrará algún día por ahí, por las almas americanas, que todavía no conocemos. Ese día habrá nacido la poesía americana.

NOTAS:

[17] Véase en la página 93 de este mismo tomo.

[Pg 367]

ilop367

El castellano en América

I

Es un asunto este de esos que, por ajenos que parezcan al acaloramiento de las pasiones, y por fríamente que se discutan en la región serena de la ciencia y de las ideas, si no levantan ronchas, no pueden menos de hacer cosquillas. Si americano hablase á americanos, si español á solamente españoles, buscando á contentar á unos ó á otros, el carril estaba trazado. Si como español que soy pretendiese darme á conocer en el mercado americano, no había más que seguir el que otros han abierto con gran contentamiento de sus ánimas y bolsillo, y con no menos bien satisfecha vanidad de los lectores que pagan el pato. Soy demasiado Quijote y me apaño harto desmañadamente en estas cosas; en cambio mi brutal aragonesismo me arrastra, quieras que no, á cantar las verdades en sí bemol, si á mano viene, con tal de quedarme satisfecho con el desahogo de la[Pg 368] cantata. Soy admirador y amante de los americanos. El gran movimiento lingüístico promovido entre ellos por la ocurrencia que tuvo un Andrés Bello de publicar una sugestiva gramática, y el silencio, lingüístico también, que al propio tiempo por acá en España formaba notabilísimo y lamentable contraste, me pone de parte de los de allá y me aleja de los míos. Á los escritores americanos que de una ó de otra manera conozco, no debo más que mil finezas y atenciones. Nada para mí se ha escrito de más subidos quilates acerca de nuestra lengua que el Diccionario de construcción y régimen, y con más hondo conocimiento de la psicología del castellano que las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, y las modestísimas y magníficas Notas á la gramática de Bello. Estas obras, producto del cerebro lingüístico de primer orden y del arsenal inmenso de papeletas de la incansable y bien organizada laboriosidad de don Rufino José Cuervo, me atarían de pies y manos para no soltar la lengua sino en toda suerte de encomios para los escritores americanos, aunque la talla gigantesca del jefe no me dejara ver la cerrada falange que le sigue. Y cuenta que no son astros de pequeña magnitud Emiliano Isaza, con el mejor Diccionario de la conjugación castellana que poseemos; ni Bello, con su genial Gramática castellana; ni Peña, con la suya;[Pg 369] y pasando del estudio del castellano general al de americanismos, tampoco son estrellas telescópicas Esteban Pichardo, que abrió á todos el camino con el Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas; ni Zorobabel Rodríguez, con su Diccionario de chilenismos; ni Daniel Granada (español), con su Vocabulario rioplatense razonado; ni Ricardo Palma, con sus Neologismos i americanismos y sus Papeletas lexicográficas; ni Julio Calcaño, con El castellano en Venezuela; ni Alberto Membreño, con su Vocabulario de los provincialismos de Honduras; ni Antonio Batres Jáuregui, con los Provincialismos de Guatemala; ni Eufemio Mendoza, con sus Apuntes para un catálogo razonado de las palabras mejicanas introducidas en el castellano. Menos para Bolivia, Nicaragua y Paraguay, existen obras especiales que tratan de los provincialismos de cada una de las Repúblicas americanas. En España, si exceptuamos el Diccionario aragonés de Borao, apenas si merece citarse hasta estos últimos años obra alguna, no sólo de provincialismos, pero tal vez ni aun de gramática castellana en general. En cambio, de toda esa inmensa labor americana, sólo se conoce aquí de veras el Diccionario de galicismos de Baralt. No se conocen ni siquiera las obras trascendentales ó, como ahora dicen, mundiales, de Cuervo, Bello é Isaza; porque no es conocerlas[Pg 370] el que el Diccionario de construcción y régimen se halle en algunas bibliotecas públicas tan cerrado como el cofre del Cid, ni el que de la Gramática de Bello se hayan hecho dos infames reimpresiones en Madrid, mientras serán contadísimos los maestros de escuela que hayan oído el nombre de Bello y los profesores de latín y castellano de nuestros Institutos que hayan tenido la curiosidad de consultar, y hasta de abrir, su Gramática.

Estoy, pues, por los americanos, y desearía dar á conocer á los españoles ese inmenso trabajo lingüístico, ese nuevo mundo intelectual, enteramente inexplorado y desconocido; pero no sé si en este artículo me quedará espacio para hacerlo. Pocos meses ha nos convocó á unos cuantos aficionados á los estudios lingüísticos la Unión Ibero-Americana, para que tratásemos de una ponencia sobre lengua castellana: habían comprendido los señores de la Junta general lo que el peruano Palma escribió hace tiempo: que «el lazo más fuerte, el único quizá que, hoy por hoy, nos une con España, es el del idioma». Todo se desbarató, como suele suceder aquí, por causas que me guardaré bien de manifestar. Pero lo que viene al caso es que se propuso una especie de Congreso lingüístico, moral, por decirlo así, sin asistencia de los congresistas, y consistente en que se invitase á los centros literarios y á las personas competentes[Pg 371] de América á contribuir con papeletas á la formación de un Diccionario de vicios y deficiencias de la lengua castellana en todos los países donde se habla, y de sus correspondientes enmiendas. Lo que allí no se dijo fué que ese sin fin de papeletas que se buscaban estaban ya no sólo recogidas, sino publicadas en otro sin fin de libros americanos, de los cuales son contados los ejemplares llegados á Madrid, y eso de las obras que hayan tocado las costas de la Península, que son la menor parte.

Nuestras publicaciones pasan el charco á duras penas, mayormente si no son novelas, y tresdoblan su precio en manos de aquellos libreros, y aun en las de éstos, hasta el punto de que ciertos libros, aquí baratísimos, solamente los muy acomodados se los pueden procurar. Pero las publicaciones de allá, ni á peso de oro se hallan en nuestras librerías. Si tienen ó no la culpa los libreros, ó los estafadores de correos, ó lo que fuere, otros lo sabrán, que no yo. Ello es que la vía más directa y económica es la de Alemania ó Francia, camino que, por corto que sea, no deja de ser tan largo como extraño y peregrino.

Pero yo me sospecho que si de América no se traen más libros, es sencillamente porque á los españoles no nos da el naipe ni nos pirramos por la literatura americana. Y aquí entra el cuento. Apreciabilísimas son las obras que por allí se han escrito acerca del[Pg 372] castellano, y no menos de estimar algunas obras literarias. Pero, digámoslo brutal y secamente, es tan floja por término general la literatura americana, tan ligera y tan híbrida en el fondo y en la forma, en el pensamiento y en el lenguaje, es un reflejo tan pálido de otras literaturas que tenemos ahí en pasando los Pirineos, y se presenta con tan desgarbado desaliño de lenguaje y estilo, con tan extraña vestimenta de percalinas, cuya hilaza, de manufactura francesa, choca con el clima de los trópicos, de las selvas, de las pampas, que no hay paladar español capaz de arrostrar diez estrofas ó tres capítulos de tan desaborido manjar. Ésta es una verdad como un templo: está en la conciencia de todo literato español. Y el menosprecio por esa literatura descolorida y extranjeriza, que suena á castellana y americana y no tiene el alma americana ni el timbre castellano, ha envuelto en la condena general toda producción de allende los mares, desde los más genuinos partos de las musas andinas, que (¿quién lo duda?) bailotean por aquellos oteros que es una delicia, hasta los trabajos lingüísticos, que deberían ser de otra manera apreciados.

La cuestión es compleja, el ovillo bastante enmarañado. Yo voy á prescindir del elemento estético, ciñéndome al lingüístico; aunque á decir verdad, si por el hilo se ha de sacar el ovillo, los cabos del hilo estético[Pg 373] y del hilo lingüístico hay que buscarlos en París de Francia: allí está la devanadera, allí se devanó la madeja, se hizo el ovillo, se armó el telar, se cruzaron los lizos, y de allí se embarcó la hilaza para ultramar.

Al hilo, pues, lingüístico, y á París por él. Pero ante todo aclaremos ideas sin salir de casa.

Hay aquí quien, juzgando solamente por los escritos que han caído en sus manos, se ha formado una idea muy errada de lo que es el habla americana, y está muy persuadido de que en América el castellano se halla en un estado de corrupción que no tiene remedio, está desahuciado. Y ese quien son la mayor parte de los españoles que no han salido de su casa. Contra tan general opinión conviene hacer ver que no es así, poniendo las cosas en su punto. Yo distingo en América dos lenguas de tendencias muy diversas, que se encuentran en pugna. No es fácil adivinar cuál saldrá vencedora. Estas dos lenguas son el habla del pueblo no ilustrado y el habla de los escritores y de la gente culta que los imita. El habla del pueblo americano no sólo no está en decadencia, sino que se conserva más sana y fresca que el habla de la Península. Regiones hay, como Chile, donde el carácter fonético del habla indígena y otras circunstancias han hecho evolucionar al castellano en una dirección abiertamente separatista: una nueva lengua[Pg 374] se está formando; ni hay diques que la contengan ni lágrimas y quejas que valgan, ni siquiera que sean justificadas. En otras, como en la Plata, es una verdadera Babilonia, donde se han amontonado toda suerte de pueblos y labios. Las lenguas andan como las sociedades y la historia. Forjarse un idioma en la fantasía como algo que va perfeccionándose, pero que al llegar á la cumbre de una imaginada perfección se estanca ó debe pretenderse que se estanque, ó que, por el contrario, al emprender la carrera por la opuesta pendiente degenera, se corrompe y fenece, es un puro fantasear de los antiguos gramáticos, que contradice á la naturaleza del lenguaje. No nace hoy una lengua, mañana florece y al día siguiente se deshoja y marchita. El habla es una misma en todo el curso de la historia, pero que siempre evoluciona y por lo mismo es siempre distinta. Ni tiene momentos de subida ó de bajada, de perfección ó enfermedad; siempre es un organismo completo, acomodado á la sociedad que lo elaboró, y el más perfecto y acabado para aquel momento histórico de aquella sociedad. Tan acabada es el habla castellana del siglo XII para los españoles del siglo XII, como el habla americana del siglo XX para los americanos del siglo XX. Tan mal entallada le vendría al Cid el habla de Porfirio Díaz, como á Porfirio Díaz el habla del Cid. Las ideas son[Pg 375] otras, los sentimientos son otros, y otro es el lenguaje. Dejemos ya estas alturas, y bajando á lo llano, vuelvo al lenguaje de algunas regiones americanas. Estábamos en Chile, y repito que allí ha tomado el castellano otro derrotero. ¿Lo habrá tomado igualmente en las demás regiones americanas? Si es así, ¿estará escrito en la historia del porvenir que divergirán cada vez más aquellas hablas y se apartarán para siempre del castellano? Parecer mío particular es que sí, rotundamente que sí. La naturaleza del lenguaje lo lleva consigo. No hay profecía más cierta para un lingüista, ó la lingüística es una filfa. Para los que se les hace duro queda un consuelo. La evolución lingüística es muy lenta: tenemos para siglos. Y si se añade el freno de la literatura, cada vez más influyente en las hablas vulgares, podemos tranquilamente aguardar y podrán aguardar nuestros nietos hasta que puedan decirse lenguas distintas del castellano las americanas.

El daño está en que la literatura americana, si sigue por el camino emprendido, en vez de contener la evolución la despeñará, y por derroteros más desviados todavía que los seguidos por el curso natural del habla vulgar. Ésta en América, hablando en general, se guarda más tradicional y conservadora que en España en muchos puntos. Podría citar centenares de vocablos y construcciones,[Pg 376] que los españoles hemos desechado, y que los americanos conservan desde la época de la conquista. Algunos de los autores de americanismos la emprenden contra estos hermosos restos de nuestros mayores, teniéndolos por corruptelas del vulgo ó groserías de la gente rústica. Con esto no hacen más que contribuir á la emancipación del habla americana, dando bien á entender el criterio que les guía, que no es otro que el de la segunda lengua que he dicho hallo en América: la lengua literaria y del habla entre las gentes de cuenta, en cuanto en ella se infiltra del elemento literario. De esta lengua es de la que he dicho que teníamos que ir á París á buscar el hilo y toda su manufactura. Voy á copiar un ejemplar del género, porque no hay manera de formarse idea cabal de lo que él es, pues sobrepuja á cuanto pueda inventar el más destartalado ingenio, aunque sea el de Don Quijote. El párrafo trata precisamente del punto que ventilamos: es un bocado exquisito, ó digamos retal, que á los lectores dejo decidir si se tejió en cerebro americano de raza española ó en cerebro americano que piensa y teje en París, ó en cerebro que de todo eso tiene, como es lo más cierto. Estamos, pues, en París, y dice así:

Antes de solucionar una cuestión, precisa llevarla á la barra (llegamos al puerto). De momento, el juicio crítico, que se ha[Pg 377] hecho hoy un prestigio remarcable, debe dictaminar las prescripciones donde tenga lugar una contestación de idioma. ¿Entiendes, lector? Pues yo tampoco: y eso que todos los vocablos son latinos; sólo que con el latín se pueden hacer muchas cosas: puede hacerse francés, castellano, y mezcla, como la presente, que el diablo que la digiera. Y sigue: No tenemos de menester más razones. Y el juicio crítico no es más que el uso que nos fundamentalizamos (hay que tomar el exprés para cogerle el rabo á ese vocablillo) para plantear el monopolio de palabras nuevas. El que no las adopcione merece que le espuyan el nombre como hostil á las grandes conquistas modernas, y tras espuirle débese fustigarle el dorso del honor como imbécil que se sale del rango debido. ¿Qué nos interesa el que los sexcentistas expresionasen sus sentimientos con palabras y ambages que ya persona no entiende? ¿Por cuáles imprentamos nosotros sino por los de hoy? ¿Y cómo nos haremos entender de ellos si los propinamos una dosis repelente? (Con esas propinas repelentes te entenderán, ¡vaya, hombre imprentador!..., hasta los cocheros). No resultará; y no sólo arruinaremos el éxito (parece un fabricante francés), si que también privaremos de las ovaciones debidas al genio inventor (aquí al fabricante le nacen alas y vuela, es un genio). ¿Quién[Pg 378] sería en estado de obligacionarnos? (¡señores viajeros, al tren!) á llevar aparejo, (¡demonio!) para comulgar (¡tres veces demonio!), á catar heridas al enfermo, á cutir con el enemigo, ó topar con el amigo, á recordar del sueño, á tener responsión de los criados (¿quién diablos, ó aparejos de diablos, le dice que hable así?) y á otras mil banalidades de los sexcentistas (Cervantes á la cabeza) que pudibundizarían (¡ay Cervantes de mi alma! ¡ay rucio de mis entretelas! échale el aparejo que se cubra á ese buen señor que se pu-di-bun-di-za) al hombre menos dotado del espíritu de combatividad? De todos modos, no me hace menester desilusionar á los sabios; ellos no revocan en duda (¡qué han de revocar, si ese testuz aun para pared no es buena!) que esas minquionerías, que son el ridículo al colmo (al con acento de tres varas), no pueden hacer la ley en un siglo de luz. Abajo, pues, las antiguallas, que no llenan más condiciones valiosas (aquí debía de estar llenando la valija y haciendo la maleta para echar á andar). Al que me hiciese homenaje de semejante retroceso, yo, después de ringraciarle (¿no decía yo? aquí de la propina á la criada) con correctas maneras, le diría que tratar de imponerse al siglo es erigirse en juez sin serlo y portarse como inconveniente (él no se erige en juez, es muy conveniente). Pocas contestaciones (habla á la[Pg 379] criada, que sin duda no era respondona) tendría yo con el que pretendiese que yo defeccionase de mis ideales literarios (con su pan se los coma). Porque es incontestablemente cierto (¡algo menos, hombre!) que las frases antes sublineadas ya muchos y valiosos sexcentistas las miraban como de insignificancia absoluta y no insumían tiempo en perseguir el placer de usarlas (menos Sancho Panza, que era así... tan dócil). ¿Por qué nos han de estorquear (nadie le aprieta las tuercas, no hay que apurarse) á nosotros el sacrificio de nuestra respetabilidad (aquí sin querer imitó á Teresa Panza, cuando trata á la duquesa de vuestra pomposidad; pero no es hurto mayor; adelante) con tan estudiada manera? Lo que es por nosotros, no caemos en su sentir; queremos independizarnos en absoluto (hágase, pues, de una vez turco). Trabajemos en grande escala (aquí se mete á farolero) por dispensar favoritismo á la propaganda del nuevo estilo, y no choquemos las pretensiones modernas (no hay miedo que tropiece; sube usted por esa escala que es un primor). Como sepamos mantenernos en una conducta perfectamente correcta (aquí ya es moralista de confesonario) respecto de un estilo racional (nada de estilos asnales), no habemos de menester implantar unas leyes absurdas sobre la dicción. Si estas líneas están concebidas en un tono autoritativo[Pg 380] y rotundo (en do de pecho muy redondo, quiere decir; nada de becuadros), es debido á las circunstancias que atraviesa la prensa actual. Nuestra misión, que no puede pasar desapercibida, sería improducente atacarla por el lado más sensible, que es el de la libertad moderna. Del resto (de los relieves que caen de esa mesa de la libertad, de la cual no quiere perder migaja; aunque la de disparatar la tiene todo el que quiera parlar por parlar), sería darse los aires (con abanico japonés) de redentor (¡recóncholis!) y hablar en el aire (como un acróbata) el querer con tan pretencioso designio avanzar un sistema preconcebido, que se haría responsable á los resultados de hacer atmósfera (aquí nos mete en una fábrica de gas) que de ahí se inseguirían bajo estas bases (bajo bases y losas nada se insigue, no puede uno menear un dedo, está uno aconchado como una tortuga). Breve: la síntesis del lenguaje está reasumida en el uso. Bajo este punto de vista, el adoptamiento de los clásicos faltará siempre de idiosincrasia (idiota sin grasa, que diría Sancho). No nos ocupemos de ellos, toda vez que su caracterización no se compagina con nuestros sentimientos y lesiona (esto es ya grave) los más sagrados (¡tate!) intereses (¡ah! vamos, era cosa de cuartos!) de la actual sociedad; por esto no puede tener suceso todo autorizado que se le suponga.

[Pg 381]

Nuestra actitud reluctante no sabría ser bastante enérgica para hacer aparecer más profunda la solución de continuidad entre ellos y nosotros. El que se coaliga con otros para implantar reformas literarias, se inmiscuye donde no le piden, y como á tal se expone á que le mixtifiquen (hacerle mixtos ó fósforos) si no va á retiro buscándose otra misión (entre infieles como misionero, ó al retiro como paseante en corte). Sólo resta de practicar lo corriente en el estilo, y en lo respectante á la locución picar á la puerta del uso (bien se conoce que no se la abren, pues ni una de sus locuciones las entienden allá adentro los americanos que hablan puro español, y aun yo le entiendo á medias con saber francés) en demanda de proteccionalidad (que bien la ha de menester), pues las ilustraciones (no ibero-americanas) de la prensa y las notabilidades de la ciencia se enrolaron hace tiempo (usted sí que está hecho un buen rollo de mantequilla de Soria) al sistema de hablar que personalizamos (y tan personalizado, que es exclusivísimo de su fábrica de usted). Después de todo, jugar el papel de reformista (que lo juega usted á las mil maravillas) es no prevenirse contra el peligro de perder todo el prestigio (porque ya lo tiene perdido). Estar á la altura del presente (haciendo pinitos sobre la veleta de la pedantería) y lanzar en olvido el pasado, es el espíritu de conducta (de[Pg 382] vino será mejor para acabar de disparatar) que se debe perseguir (como al ratón el gato), si debemos resumir en síntesis concreta lo exposicionado (buena medalla le habrán dado en tal exposición). Inspirémonos en el uso (de fulano, que se llama yo); fijarse bien en ello (no equivocar la persona, aunque no es fácil), bajo el respecto del lenguaje español (¡eso no! español, ni por asomo), que hoy debe de ser el portabandera de nuestra cultura contra los faramalleros de fantasía (como un servidor de ustedes).

«En idioma genízaro y mestizo,
Diciendo á cada voz: yo te bautizo
Con el agua del Tajo,
Por más que hayas nacido junto al Sena,
Y rabie Garcilaso, en hora buena.
Que si él hablaba lengua castellana,
Yo hablo la lengua que me da la gana».

¡Ay, Iriarte de mis pecados, que no sabías de la misa la media cuando esto escribiste! Ahora, ahora es cuando hay que rechupetearse los dedos, que los dan con azúcar y canela. El nuevo espíritu de conducta no cabe en odres viejos, es demasiado volátil. La agudeza de un Quevedo es chata junto á los conceptos de las grandes conquistas modernas, que hay que expresionar é imprentar en condiciones más valiosas y fundamentalizadas, para que no pudibundicen al hombre menos dotado de combatividad.

Esta jerga literaria, en vez de arrancar de[Pg 383] la tradición, de la literatura clásica castellana, es un mal injerto de castellano en francés; es querer pensar y hablar á la francesa con palabras castellanas, de origen castellano por lo menos. Y esta hibridez, vive Dios que nada tiene de loable. Esa es la gangrena del lenguaje empleado por los autores americanos. Por ella no gustan en España sus escritos, ni pueden gustar á nadie. En vano la quieren colorear con el pomposo calificativo de progreso, de evolución del lenguaje, y riñen á brazo partido descomunales batallas contra la literatura clásica, contra la literatura española que en la clásica arraiga, y contra los centros conservadores, como la Academia Española. Pero eso ni es progreso, ni verdadera evolución del habla. La avenida del culteranismo, que inundó el castellano literario de palabras latinas, era de ese jaez, no hizo más que emporcar las claras aguas del castellano, que se deslizaban por su curso natural. El aguaducho galiparlista desde el siglo XVIII no lo ha llenado de menores inmundicias. Nada de evolución natural ni de progresivo desarrollo del lenguaje hay en todo eso, y menos le hay en el afrancesamiento del modo de pensar y de escribir de los americanos. ¿Por qué extrañan que el Diccionario no dé pasaporte á tan sucia mercancía? Vengan con vocablos del habla vulgar de las diversas regiones americanas, con términos de plantas y animales[Pg 384] que la necesidad hizo tomar de las lenguas indígenas. Todo eso es castellano de América, y deberá aceptarlo el Diccionario, como los vocablos exclusivos de Castilla, Aragón y Andalucía. Pero no se confundan las cosas. Esa habla reciente de los escritores americanos no es castellana; acudan con ella á su Academia correspondiente. Ni es del habla genuina del pueblo americano; son, repito, dos lenguajes tan distintos como antagónicos en sus tendencias.

Estas tendencias no pueden ser más claras. Copio á Palma: «Jóvenes muy inteligentes é ilustrados de la nueva generación me han revelado su poco ó ningún apego por la lengua castellana, con estas palabras no escasas de fundamento: la pobreza del anémico vocabulario español, en la marcha progresiva del siglo, es una rémora para la expresión fiel del pensamiento. El cartabón académico es exageradamente estrecho, y para acatarlo habría que pasar la existencia hojeando el Diccionario para convencerse de qué vocablos de uso frecuente están excluídos del léxico. Hoy, en la mayoría de las Repúblicas, no son muy leídos los libros españoles, y la juventud universitaria devora los textos en francés, inglés ó alemán. No es entusiasta, como la de la anterior generación, por la lectura de los clásicos españoles. El purismo pasó de moda. El siglo XX impone un vocabulario más rico que el tan admirado[Pg 385] del siglo de oro ó de esplendor para las letras castellanas. Hoy tiene caracteres de aforismo esta espiritual frase de Unamuno: «no caben, en punto á lenguaje, vinos nuevos en viejos odres».

Aquí está bien puntualizada con todos sus pelos y señales esa jerga literaria, que han barrido sobre todo del francés «jóvenes muy inteligentes é ilustrados de la nueva generación», pero que tienen «poco ó ningún apego por la lengua castellana». Á la verdad, no quieren castellano; quieren otra lengua distinta, híbrida de castellano y francés. ¿Y los nuevos términos extranjerizos de esa jerigonza, son los que tienen empeño en que los acepte la Academia Española? Á nueva lengua, nueva Academia. Ténganse ellos, pues, su Academia de esa nueva lengua. Si tienen poco ó ningún apego á la lengua castellana, ¿qué les importa de nuestra Academia ni de nuestra lengua?

Esotra cantilena de que «la pobreza del anémico vocabulario español, en la marcha progresiva del siglo, es una rémora para la expresión fiel del pensamiento», no faltan jóvenes que la solfeen también por acá en España. El vocabulario español lo dejaron precisamente anémico, en camisa y casi en cueros los galiparlistas, que redujeron el sobreabundantísimo léxico del siglo XVI al pobrísimo del siglo XVIII por ceñirse en castellano á solos los términos que tienen su[Pg 386] equivalente en francés. Y á pesar de eso, ese «anémico vocabulario español» es el doble en grueso del vocabulario francés; y no tiene el lector, para convencerse, más que tomar en su mano cualquier Diccionario español-francés y francés-español, y comparar el grueso del lomo de los volúmenes. Si con la mitad tienen los franceses que les sobra para «la expresión fiel del pensamiento», ¿por qué con el doble de palabras y con el triple de metáforas y frases que empleaban nuestros clásicos, y en parte no queremos nosotros emplear, sólo porque no las tienen los franceses, no podremos expresar ese pensamiento? ¿Tan sutil es y alambicado, tan hondo, tan cerrado, ese pensamiento moderno, que no cabe en el castellano, que abarcó, cual ninguna lengua, desde la mística hasta la picaresca, desde el Renacimiento, donde se hallaba todo lo moderno, hasta la antigüedad greco-latina, que distaba bastante más del siglo XVI que no dista del mismo siglo el siglo XX? Por lo menos esos jóvenes «muy inteligentes é ilustrados» en su nueva jerga, ¿habrán expresado esas sutilezas, alambicamientos y honduras, que pasan del alcance del castellano? En la literatura americana yo no hallo nada de eso, sino más bien mucha ligereza y superficialidad, y conceptos más romos que agudos, sentimientos más secos que jugosos, filosofías que nada tienen de germánicas, de hondas, de trascendentales.[Pg 387] El Sr. Palma escribe lindísimamente: no por esa nueva jerga, que él no emplea, sino por lo picaresco de su habla, adaptada á la bohemia, á la picaresca, que remedó allá en Lima el modo de ser y de hablar de la vieja España.

Claro está que si esos jóvenes no leen nuestra literatura, sino la francesa, tropezarán á cada paso al querer expresar tan bien en castellano como los hallan escritos en francés los sentimientos y pensamientos franceses. Es que cada pueblo tiene su matiz propio y exclusivo en el sentir y pensar, que sólo puede expresarse en el propio idioma, que con ese sentir y pensar nació. Ahora, que el sentir y pensar francés y su idioma sean más ricos, originales, hondos, pintorescos, vivos, que los del pueblo que creó el castellano, esa es una cuestión que puede resolver la literatura comparada y la comparación de los idiomas de entrambas naciones, y el fallo está dado tiempo ha por nacionales y extranjeros.

El sol de Andalucía no cabe parearlo con las nieblas de París, ni la sangre hirviente, negra y tenaz española con la belicosa y rubia, pero ligera como el agua, de nuestros vecinos. La picaresca, la mística, el teatro á lo Calderón y Lope, la novela cervantista, los manolos y chulas, son cosas que les dan á ellos en rostro y que los críticos alemanes é ingleses califican, por el contrario, de lo[Pg 388] más original, naturalista, profundo y característico en punto á costumbres y literatura.

Ejemplo al canto: esta espiritual frase dice Palma del dicho del Evangelio y de Horacio. ¿Qué significa aquí espiritual? Mucho en francés, porque tiene un matiz intraducible. Pero en castellano es simplemente una gansada. Toda frase que exprese un pensamiento, ó dígase cosa del espíritu, es espiritual. Ese matiz francés del vocablo es, pues, tan bonito como ligero, pero tan poco profundo como lo son ellos mismos: bueno para hacer efecto al primer golpe, y por lo mismo para que lo lleven y sepan venderlo en todos los escaparates del globo terráqueo los modistos parisinos y esté de moda unos días; pero como le falta profundidad filosófica y colorido de fantasía, su moda pasa y se desvanece como todas las modas parisinas.

Pero, en fin, es inútil que á esos «jóvenes muy inteligentes é ilustrados» les queramos persuadir de que el léxico castellano nada tiene de anémico, sino de sobrado, que es por lo que siempre pecó, como por lo sobrado y exuberante pecaron nuestros ingenios, desde Séneca y Lucano hasta Lope y Calderón, desde Castelar hasta el anémico Tostado. Porque bastaría preguntarles que ¿por dónde saben ellos que nuestra lengua padece de anemia, si, como dice Palma, no han leído á nuestros clásicos? Tiene gracia que, movidos[Pg 389] de aversión por todo lo que sepa algo al nombre español, devoren textos no castellanos, piensen extranjerizamente, no hayan abierto un libro clásico castellano, ¡y nos vengan después con lo de la anemia de nuestro caudal léxico! Pero aún tiene más gracia el que, después de haberse hecho para su uso particular un vocabulario de palabras barridas con ignorante é inexperta mano de otras lenguas, nos vengan con la ingenua pretensión de que las incluya la Academia en el Diccionario castellano. Pónganlas, noraental, en el Diccionario de esa riquísima, progresiva y espiritual lengua, que ellos se van apañando con tanta inteligencia como ilustración, y dejen estar al Diccionario castellano con lo que es suyo y á la Academia con lo único que le incumbe, que es registrar los vocablos que emplea todo aquel que pretende hablar castellano, no los que empleen «jóvenes inteligentes é ilustrados que tienen poco ó ningún apego por la lengua castellana».

Para no condenar en globo á todos los escritores americanos, conviene aclarar las cosas y hacer una distinción importante, que hace el mismo Palma, escritor tan castizo y á la antigua española, que más bien tiende á lo viejo que á lo moderno en su vocabulario y estilo, aunque ciertos desabrimientos, en parte justificados, le hayan hecho últimamente portaestandarte del neologismo y párroco[Pg 390] de esa nueva feligresía, muy inteligente é ilustrada.

Los americanos ya entrados en años, los hijos de los que se hicieron independientes, á vueltas de cierta aprensión de tiranía, que acerca de los españoles les llevó á las narices el humo de la pólvora que cuando niños les rodeaba, conservaron un grato recuerdo de la madre patria, que, si no todas veces oyeron de labios de sus padres, leyeron por lo menos en sus más hondos y arraigados sentimientos.

Los que de entre ellos se han dedicado á las letras se han mostrado hasta extremosos en acatar la autoridad de nuestros clásicos y de la Academia Española. No conozco obra lingüística escrita en España donde tantos miramientos se guarden con la Academia, como se echan luego de ver en las mejores compuestas en América. Bello, Cuervo, Peña, Isaza, Baralt, Calcaño, Membreño, Batres Jáuregui, el mismo Palma, son académicos hasta exagerados. No lo soy yo tanto, ni muchos de los mismos miembros de la Academia, y en este punto había de llevarles la contra. Quéjanse, es cierto, y repiten en todos los tonos de la gama, de que son una mayoría, cuyos modismos debiera tener en cuenta el Diccionario académico, que algo pesa el voto de cincuenta millones junto al de diez y seis, que el castellano es tan suyo como nuestro; pero estas[Pg 391] mismas quejas y la escrupulosidad con que hojean el Diccionario y Gramática de la Academia compulsando con las de ella sus propias doctrinas, y el afán de que se les atienda y el proclamarla como centro de autoridad, ¿no prueban más que manifiestamente que son quejas de hijo desatendido, pero en ninguna manera desamorado y rebelde?

¡Cuán otros se nos presentan los jóvenes de la nueva generación! Sin el menor apego á la España, que sus padres, al cabo como españoles, respetaban; antes, con la prevención y aun inquina no disimulada, cautelosos y escamados, han vuelto la espalda y alejádose lo más que han podido de cuanto huela á español. Cual perro recién desatado de la cadena, se lanzaron tras el resplandor que admiraron en países de otra raza, y allí, encandilados, embaucados, emborrachados como niños inexpertos, que niñas son las nuevas nacionalidades, con los vicios y virtudes de los hombres niños, dieron rienda suelta á su hambre por los apetitosos pastos de la novedad, y se hicieron franceses y hasta ingleses ó canchadales, con tal de dejar el habla castellana, último resto que les quedaba de españoles.

Alimentos extraños, mal digeridos y asimilados, no podían producir más que ese hartazgo y esa jerigonza de lenguaje que afea las obras de los mejores ingenios sudamericanos.[Pg 392] Los españoles no nos hemos cuidado para nada de esos pródigos del habla castellana. No asomó á nuestros labios la menor mueca de desdén ó de resentimiento. Creer que en España se odia ó se mira, aunque no sea nada más que con cierta prevención, á los americanos, es otra niñería por parte de los que por allá crean semejante paparrucha. Lo único que aquí ha caído mal entre los literatos que conocen sus escritos es esa monserga empleada por escritores que, gloriándose de hablar castellano, lo han ido á aprender á París. No hay punta de malquerencia en ello: es el desagrado natural que causa lo deforme, y el sentimiento de que de lo deforme se alardee.

Y el hecho es á todas luces clarísimo, mal que les siente á nuestros hermanos de allende los mares. Hay que decirlo francamente. Salvo las raras excepciones de aquellos varones eminentes, que en punto á literatura estudian nuestro pasado, los americanos escriben mal, la mayor parte horriblemente mal, y, á vueltas de delicadísimos chispazos de poesía, los mejores poetas dan de bruces y sueltan necedades de á tomo. No es el habla del pueblo americano, ni el ingenio de los escritores: es esa novelería extranjeriza, la que los malea. El galicismo es un cáncer que hay que sajar hasta en sus últimas fibras. Los que lo defienden, sea como fuere, favorecen esa peste del lenguaje[Pg 393] literario de América. Ni admite defensa alguna razonable, porque el galicismo es cosa distinta del neologismo necesario.

Hablando de galicismos y anglicismos, dice seriamente el inteligentísimo y muy querido amigo mío Sr. Palma «que algunos de ellos son precisos por no existir en castellano voz equivalente, como sucede con las palabras revancha, sport y otras pocas». Adán, cuando llegó á ser abuelo, no sé yo si mandaría traer de París los juguetes que el día de Reyes regalaba, sin duda alguna, á sus rubios netezuelos; lo que sí tengo muy averiguado es que aquellos rapazuelos jugaban y se daban al deporte con más gusto que el más estirado de los ingleses. También sé de buena tinta que cuando Caín jugó aquella mala partida á su hermano, de dejarle en el sitio de un guijarrazo, no faltó quien desease tomar el desquite, y, para que no se desquitasen sin cuenta y razón, tomó Dios por suya la causa del fratricida, señalándole en la frente, y él por su parte se tuvo el cuidado de guardar la pelleja, emboscándose lejos de la gente. ¿Cree el señor Palma que nuestros abuelos tenían sangre de chufas, para no sentirse picados y procurarse el despique, y que los nietos del rey que rabió fueron tan severos que en su niñez, ni en su mocedad, ni en su edad madura, ni en su misma chochez, no les gustaba entretenerse, divertirse, jugar, espaciarse,[Pg 394] holgarse y echar una cana al aire cuando llegaron á tenerlas? Pues créame que todos hemos sido hijos de Adán y nietos del rey que rabió. Y á eso se reduce todo el alegato en favor del galicismo, y esa es la sencilla contestación que se le debe dar.

II

Ya yo me lo había calado, que por algo me quise curar en salud. Parece que al leer mi último artículo en La España Moderna no ha faltado quien sintiese cierto cosquilleo y una no del todo agradable comezoncilla, hasta el punto de hacerle soltar la maldita contra el arrojado é insolente español que tan malparados dejó á los americanos. Doleríame que el que así se picó fuera de los que les coge de lleno mi caritativa crítica. Que caritativa fué en el fondo, aunque confieso llanamente que en el modo anduve un si es no es de indiscreto. Tal les ha parecido también á mis amigos de por acá, y yo, reconociendo la culpa, pido de ella perdón. Lejos de mí el haber intentado envolver en la condena á todos los que por América se dan á escribir. Por ejemplo, al autor de un libro impreso el año 1904 y que hará unos meses llegó á mis manos. Su encabezamiento es precisamente este mismo de El castellano en América. No es él un fulano de por ahí; es «individuo de la Facultad de Derecho, abogado honorario del Brasil, correspondiente[Pg 395] de la Real Academia de la Lengua, de la Matritense de Jurisprudencia y Legislación, de la Sociedad de Historia Diplomática de París», y hasta catorce líneas de títulos, según reza la portada. No nos las habemos ya aquí con cualquier mequetrefe, que se deja embair por ñoñerías insustanciales; sus años bien cumplidos lleva á cuestas á par de sus títulos y fama. Creo que para conocer la cultura americana, hará al caso ver qué piensa de estas quisquillas lingüísticas y cómo maneja la pluma escritor tan calificado.

En el primer capítulo, donde hace una sucinta reseña de la historia del castellano, deja ya entrever lo al tanto que está de las últimas conclusiones de la ciencia. Allí vemos que «los egipcios fueron dejando rastros de su cultura y lengua en el castellano». Efectivamente, los antiguos nos hablan del egipcio Osiris, que muchos piensan no distinguirse de Baco, y de sus celebérrimas excursiones y andanzas por todo el universo mundo; y aunque no conozcamos con certeza el itinerario que siguió al frente de sus huestes, ¿quién será tan osado que niegue la posibilidad de haber venido á España, donde sin duda dejaría rastros de su cultura y lengua? ¡Cuántas etimologías castellanas están por averiguar, entre las cuales una buena porción bien pudiera aclararse por el egipcio, lengua antiquísima, merecedora de esto y de mucho más!

[Pg 396]

Añade que el castellano «tuvo origen y extendióse en las montañas de Castilla la Vieja». Los mozárabes, los castellanos nuevos, los aragoneses, hablaron siempre castellano, sin haber bajado de esas montañas; pero ¿quién duda de que el castellano nació en Castilla, pues ahí está su mismo nombre que lo está diciendo?

Dice que «el germano concluyó con el latín literario». Bien es verdad que literatura latina hubo y sigue habiéndola todavía; pero realmente de entonces acá el latín que se ha escrito dista tanto del de Cicerón, que muy bien puede afirmar el autor haber desaparecido el latín literario para el tiempo de las invasiones germánicas, tanto más que el germano nunca supo escribir en buen latín; de modo que podemos decir que el germano de una ú otra época concluyó con él.

De los que han trabajado acerca de la gesta del Cid conoce el autor á Bello. Aquí vemos confirmado lo que en el artículo anterior insinué: son tantas las dificultades que se ofrecen para la comunicación con algunas Repúblicas americanas, que no sólo de Europa, pero ni aun de los Estados Unidos han podido llegar noticias de los muchos trabajos que después de Bello se han hecho sobre tan interesante poema, y eso á un autor, como el nuestro, que sigue tan de cerca la pista de los últimos descubrimientos científicos.

[Pg 397]

Yo tenía creído que por América no se estudiaban las lenguas orientales; pero me ha sacado, y con gran gusto mío, de esta ignorancia nuestro eruditísimo autor, el cual no sólo parece ser aficionado, sino que ha debido de hacer de ellas estudios muy profundos, según se ve claramente por estas palabras: «Oriental la sintaxis española durante los siglos XIII y XIV, llega después á ser clásica, con ricas galas y hermosas preseas». Algo de esto había apuntado cierto académico de la Española en su discurso de recepción; pero eso no quita el mérito al escritor americano, cuyo descubrimiento no puede negarse que es sobre todo encarecimiento importantísimo, y el día que lo exponga detenidamente en libro particular, que sí lo hará, como lo requiere el asunto, la gramática histórica del castellano se volverá de arriba abajo, y la lingüística general podrá asentar como una de las partidas más raras y asombrosas este fenómeno, desconocido hasta hoy, del paso de una sintaxis á otra muy desemejante en una misma lengua.

No menos enterado en los estudios románicos se nos presenta el autor en esta gravísima afirmación: «Los germanos, destruyendo el patriciado romano, propagaron el latín popular, el romance paladino». Es una nueva y originalísima solución del intrincado problema del latín vulgar y del nacimiento de[Pg 398] los idiomas neolatinos, que asimismo toca á otra cuestión histórica, á la del fenecimiento del patriciado. Y era lógico y natural que, desaparecidos los patricios, sólo quedase pueblo, cuyo lenguaje bien pudieron propagar los germanos, aunque ellos mismos no lo hablasen, y ese es el «romance paladino».

Aunque en los siglos XIII y XIV la construcción sintáctica del castellano fué oriental según la teoría del autor, hasta las Partidas no fué menos extraña, pues éstas son «la obra portentosa en que el castellano se exhibe ya con propias construcciones». Tenemos, pues, una sintaxis extraña hasta las Partidas, otra propia hasta el siglo XIII, otra oriental durante los siglos XIII y XIV, finalmente, otra clásica de entonces acá. Todo ello quiso tal vez condensarlo el autor en el siguiente párrafo, cuya oscuridad se debe á la preñez de tantas y tan exquisitas ideas: bien merece que el lector lo lea y torne á leer, y lo estudie con toda calma y sosiego, para desentrañar toda la doctrina que encierra. Dice así: «El Poema del Cid colmó de orgullo á la musa castellana, que, restaurado en 1215 el puro latín de Cicerón, se entra prepotente por catedrales y monasterios, suntuosísimos alcázeres (sic) de todo saber; y allí, en las sagradas inspiraciones del monge de Berceo, nos da ya transformado en hermosa leyenda literaria y artística[Pg 399] el román paladino, en qual suele el pueblo fablar á su vecino».

Finalmente: «Desde que los reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel, proclamaron la lengua de Castilla como idioma oficial, cobró inmenso lustre y donosura»; acto que debió de ser de ruido y estruendo, aunque la incuria de los tiempos y la poca curiosidad de los historiadores lo hayan dejado (¡mal pecado!) en las tinieblas del olvido.

Con tan concisas y luminosas frases nos pone al tanto de los últimos descubrimientos acerca de la filología castellana. Los demás libros de esta clase publicados en América suelen llevar una introducción parecida; aunque hay que confesar que, por lo general, con menor brillantez y con datos menos apurados por la crítica moderna. Ponderadas después las grandes ventajas que aportó á nuestra lengua el descubrimiento del Nuevo Mundo, saca el autor las conclusiones, que, por leerse casi por las mismas palabras en los demás libros sus congéneres, pasaré por alto. ¿Á qué repetir el conocido cascabeleo de que «no deben repelerse de los diccionarios aquellos numerosos vocablos que usan millones de gentes», es á saber, los americanos, y la machaqueadora estadística de los «cincuenta millones de hombres», que por allá dicen que hablan nuestra lengua? Bien que estos desahogos, por cargantes que[Pg 400] nos parezcan á nosotros con tanto repetirlos, no dejan de tener grave fundamento. ¿Por qué, efectivamente, no han de ser atendidos 50 millones de hombres, tanto por lo menos como los 10 millones á que se reducen los que por acá hablamos castellano, cifra sin duda exacta, pues según cómputo del autor el castellano es hablado «por sesenta millones?»

Ya que hasta aquí he alabado y puesto en su punto, como se merece, al autor, no dejaré, para que no se me tenga por demasiado parcial, de advertir algunas faltas, que se le han escapado, de menor cuantía.

Como lo de decir que «difiere el latín del español en la falta de conjugación por terminaciones diversas que tiene el primero, y de la (¿falta?) que carece nuestra lengua». «La palabra que en dilatadas regiones acostumbra la gente culta»: debió dejarse el cajista algún verbo. «Pues bien, ese poeta, que si hubiera escrito en español, supera á Bello»: hubiera superado piden los rudimentos de la sintaxis. «El árbol de ancha copa y rico follaje riega al viento su semilla para que nunca se extinga». Pero estos deslices han de atribuirse á la pujanza de aquellas tierras vírgenes, pues el lenguaje del autor, sin ser ampuloso ni retumbante, lleva ecos andinos; y, sin recargo de perfumes picantes, huele al suave aroma de las sabanas. Verdad es que hay entre esos ecos[Pg 401] andinos algunos que hieren algo ásperamente el tímpano. Pongo por caso, cuando el pronombre viene tras el nombre suelen sufijarlo malamente los escritores americanos. «Y ya que mencionamos al insigne don Andrés Bello, es el caso de apuntar que cábele la gloria de». Semejantes pujos de cursilería fuera de tono, de la cual disculpo como es debido, al autor, van cundiendo también entre los periodistas españoles, y me sospecho que lo que les ha embotado los oídos para no percibir lo poco rítmico de tal sufijación, hasta poco ha desconocida, ha podido ser el estilo telegramático, añadiéndosele un cierto pisto de gusto estrafalario, afectado por los que andan á caza de originalidad. «El elemento popular americano debe ser materia prima en el diccionario de nuestra lengua». Por haber olvidado que hubo, allá en tiempo del rey que rabió por gachas, una cierta filosofía que llamaron escolástica, puso aquí el autor esa materia prima que ofrece alguna ambigüedad «Los hombres no se clasifican sociológicamente..., sino á mérito de la educación, de la cultura».

Á mérito de su origen americano habrá que conceder al autor el que exagere tal vez más de lo que pidiera un razonable andalucismo el valer de los que por allá escriben levantándolos por cima de los demás, como sobre una basa que sustente la memoria de[Pg 402] tan peregrinos ingenios. «Pero quien ha manejado con más abundancia de vocablos la rica lengua de Castilla, quien más de cerca ha seguido al autor del Quijote, quien con más limpieza emplea múltiples y variados giros, quien derrocha primores y elegancias de dicción, quien arcaico, si se quiere, es el más clásico de cuantos últimamente han escrito en castellano, es el atildado estilista D. Juan Montalvo, de quien pudo decirse, en verdad, que al dejar su espíritu la tierra, recibióle en el empíreo Garcilaso y fué á confundirse con Cervantes». ¡Cáspita con el encarecimiento! ¡Confundirse con Cervantes! Contento se vería sirviendo de caudatario al americano Palma, por no citar á otros americanos y españoles. Montalvo enjaretó en su libro no pocos galicismos y extravagancias cultas y modernas, pensando buenamente que remedaba á Cervantes, y creyó darle cierta tonalidad arcaica con añadirle cuatro antiguallas que le llenaron el ojo. Recrecióseles á los lectores americanos, digo á los que estaban ayunos de clasicismo, y lo han levantado sobre los cuernos de la luna. Aquí sí que debieran leer á Valera y atender á lo que de Montalvo escribió, en vez de agarrarse á él, como á lapas, cuando abogan por la introducción de americanismos.

Ahí está publicado el Diccionario del Quijote: el que guste, puede buscar en él[Pg 403] todo ese derroche de primores y elegancias de Montalvo. Seamos más mirados y modestos, dejando á Montalvo á la cabeza de los que en la imitación del asendereado manco gloriosamente fracasaron, y no será pequeño lustre el permitirle capitanear esas huestes.

Que «Don Antonio José de Irisarri desentrañó, en sus Cuestiones Filológicas, los organismos del castellano», sí será verdad, pero con eso y con todo lo de más allá, á pesar de nuestras ganas y de leer libros de Irisarri y de los no Irisarri, no ya las entrañas y redaños, pero ni dos dedos de la piel adentro hemos logrado, los demás y yo, calar y ver de esos organismos. Lo cual no se entienda contra el saber de Irisarri, que sabía tan bien como nosotros lo poquísimo que de tales organismos se nos alcanza á los lingüistas de estos tiempos. Otros vendrán, en los cuales se sepa más y haya más «dignos intérpretes de las galas académicas de nuestra abundosa lengua, asaz esmaltada por el ameno estilista de aquella tierra (Venezuela), el popular y talentoso Nicanor Bolet Peraza». Por vía de los talentosos, académicos y asaz esmaltados, y cuan abundantes y por los suelos andan en América, «La obra de Zorobabel Rodríguez, de la Barra y de Reyes son, si vale la frase, una autopsia de la lengua»: y ¡cómo que vale!; que con esas y esotras la van poniendo de talle,[Pg 404] que pronto habrá menester la pobre lengua castellana que se la hagan en alguna clínica de París, á pesar de los que, como nuestro autor, se desviven por conservarla lozana y fresca.

«Eduardo de la Barra es un filólogo insigne, que escribió lo mejor que se ha publicado sobre métrica castellana». ¿No sobraría decir que escribió mucho de bueno? Por lo menos los admiradores de Benot, Sicilia y Bello se retorcerán los mostachos al estampido de tan fiero escopetazo. Bello tuvo un oído delicadísimo y apuntó observaciones métricas de gran valer y de mayor alcance de lo que se figuran los que no lo han estudiado; Benot no le va en zaga, añadiendo otras de no menor sagacidad; De la Barra ha sistematizado matemáticamente, como buen ingeniero que es, algunas leyes, que podrán ser de mayor ó menor provecho; pero la Métrica castellana continúa sin hacer, á pesar de estos autores, de Sicilia y de Robles con su Ortología clásica, estrellado pajar donde centellean algunos tenues hilos de luz.

Lo que no se debiera tolerar es que se pregonaran á bombo y platillos libros disparatados hasta dejarlo de sobra: «ha publicado el doctor D. Santiago Ignacio Barberena El curso elemental de Historia de la Lengua Española, que contiene mucho de filología de los idiomas sabios, y no poco[Pg 405] respecto del germen, desarrollo y pubescencia del habla castellana. El lujo de doctrina y las citas oportunas avaloran esa obra interesante, en la cual se engolfa D. Santiago Ignacio, buscando el origen del lenguaje como andaba el inglés de marras en pos de la calavera de Adán, para ofrecerla al Museo Británico de Londres... Sea de todo eso lo que fuere, la obra del doctor Barberena es una prueba más de que en la América latina hay hombres de letras merecedores de sincero elogio, que honran la lengua que de sus antepasados heredaron. Los Quicheísmos de tan apreciable filólogo así como varios otros de sus libros, le han recomendado en el mundo científico, en el cual ya gozaba, en concepto de matemático, de una reputación bien adquirida». ¡Válame la burra de Balaam! y ¡qué de sinceros elogios nos vemos precisados á tragar los que escribimos! ¡Con esto, vaya usted á almibararse y ponerse bien hueco, cuando en revistas y periódicos le espeten una andanada de encomios lisonjeros y adormecedores! Es cosa de chuparse los dedos y de confitarse el alma de gusto dando de patas en ellos como mosca golosa. ¿De veras dice el autor todo eso del famosísimo y celebérrimo Barberena, tan recomendado en el mundo científico por lo entretenido y graciosísimo de sus escarceos y payasadas? Mejor le hubiera estado al bueno del Doctor haberse[Pg 406] quedado en su retraimiento de cándida doncella, resolviendo inocentes incógnitas matemáticas, sin meterse en caballerías, ni Quicheísmos, ni Historias de lenguas. Todo lo cual, mía fe, que no son inquinas ni exageraciones de crítico malhumorado: nadie mejor que el autor lo sabe, y no había para qué venírsenos á ensalzar tan ladinamente las cosas patrias con libros de esa marca.


En el capítulo segundo, donde el autor descubre los Vicios de locución en la América latina, tenemos una bonita muestra de lo que pasaría en España, si se lograse, como muchos pretenden, desterrar de la enseñanza el estudio greco-latino, madre del cordero, que habiéndolo abandonado por aquellas tierras, no es mucho lo hallemos tan roñoso, trasijado y enclenque. Quezada, quezo, Baltazar, faces, exhuberante, silvido, explendor, expontáneo, hechar, cólega, diábetes, páis, bául, máiz, autopsía, disinteria, ópimo, etc., son lindezas que dice se dicen y escriben por aquellas bienaventuradas regiones. En cambio entre estos barbarismos pone Sardanápalo y cóndor, que él cree deben decirse Sardanapálo y condór, aunque no veo por qué, pues cuanto á cóndor, tal sonaba en la lengua quechua, de donde procede, si hemos de dar crédito á Arona, Lafone, Lenz, Mitre, Bello,[Pg 407] y á la misma Academia, que lo aceptó en 1884, y al uso de Chile, y puede decirse que de toda la América. Que por acá digan condór no lo extraña el que sabe que las voces terminadas en consonante suelen ser agudas en castellano; pero en éstas y otras palabras americanas los americanos son los que han de dar la ley. Por las mismas tendencias idiomáticas prefiero yo Sardanápalo, pues en voz tan extraña se nos hace recio el decir cosa que suene á palo tratándose de un tan pomposo emperador. Menos razón asiste al autor cuando reprueba arcaísmos que no lo son en América. Enjaguar es más castizo que enjuagar, que es su metátesis, de ex-aquare; la color no es «remembranza de Berceo y Santillana, que usaron esa palabra como femenina, á la provenzal, que daba tal género á los acabados en or», sino de uso no interrumpido en todos los siglos, en Cervantes y demás clásicos, y hoy día en Castilla; ni es de origen provenzal. Menos se me alcanza por qué hayamos de tener por arcaísmos truje, mesmo, agora, siendo así que viven en todas las regiones de habla castellana y son más conformes á la etimología.

Lo diré francamente: las Academias y autores que no hacen caso de tales formas, prefiriendo traje, mismo, ahora, como únicas voces correctas, juzgan con arbitrariedad injustificada lo que no es suyo, pues de[Pg 408] las voces populares, como son éstas, el pueblo es el único juez. Ni me vengan con que el juez son las personas cultas. Tales personas cultas saben más latín que el pueblo, y por eso son suyas infinitas voces traídas á manos limpias del latín, contraviniendo, por supuesto, al fonetismo castellano; pero saben menos del habla popular, que precisamente por eso acuden al latín. El pueblo dice maniego; ignorándolo los cultos, acógense al ambidextro latino, y se quedan tan campantes y satisfechos. Tal es la razón por qué el pueblo pronuncia mal esas voces latinas, diciendo ambidestro, si es que alguno lo dice. Es que no sabe el pueblo más que su lengua; pero esa la sabe á las mil maravillas. ¿Quién, si no, la sabe? Á él toca, pues, juzgar de lo suyo, y á los cultos del lenguaje culto. Así cae por tierra aquel criterio de los gramáticos, de que el juez son las personas cultas y doctas. Error es este que, por asentado que esté en la mollera de todos los gramaticastros á la antigua, la lingüística moderna combate victoriosamente. ¿Queréis verlo? Tomad un fonógrafo y recoged en él toda una conversación entre personas cultas, aunque sea de insignes literatos. Idos después á una aldea y haced otro tanto con los tíos en la taberna ó en el portal de la parroquia. Confrontad, y sacaréis en limpio varias importantísimas conclusiones.

La primera, que los cultos pronuncian[Pg 409] muy bien las voces eruditas, y las pronuncian muy mal los tíos; porque no son castellano, sino latín á medio castellanizar. Y de aquí el común decir, de que el pueblo estropea los vocablos. ¡No ha de estropear los que os empeñáis que se los apropie siendo latinos! Precisamente con estropearlos muestran saber mejor el castellano que los doctos, pues los adaptan al fonetismo castellano. No estropearán así las voces realmente castellanas; antes los doctos son los que las echan á perder, diciendo, por ejemplo, ahora en vez de agora, ya que hac hora, conforme á la evolución natural, ha de sonar agora.

Tras esta segunda conclusión viene la tercera, y es que en la conversación de los eruditos hallaréis que más de la mitad de los vocablos son latinos de ese jaez, traídos del Diccionario latino, y pronunciándolos, no como los latinos, sino como jamás se pronunciaron, guiándose tan solamente por las letras escritas y dando á éstas sonidos en gran parte diferentes de los que entre los romanos tuvieron. En vez de castellano hablan, pues, jerigonza, mezcla de una lengua viva, de otra que murió y de otra artificial que se han forjado y que no existió nunca. En cambio, los tíos hablan castellano, y sólo se les han pegado de los eruditos algunos de esos vocablos extraños, y aun esos los adaptan mejor á la pronunciación castellana.

[Pg 410]

Cuarta consecuencia: lo dicho de los latinismos pasa con los galicismos: el pueblo, alguno que otro, va cogiéndoles á los doctos; pero en la conversación de éstos campean que es una bendición.

Total: la gente culta sabe mejor el latín y el francés que la gente indocta; pero en vez de castellano usa una jerga de castellano, mal latín y mal francés. Y luego, como parte interesada, se nos descuelgan los mismos doctísimos varones con que el pueblo habla mal, y que ellos son los jueces del lenguaje. Los lingüistas modernos juzgan de muy diversa manera. Ningún botánico que quiera enseñar á sus discípulos la taxonomía ó la naturaleza de las plantas, de la rosa y el clavel, pongo por caso, los llevará á un jardín, y mucho menos á una tienda de flores de tela ó celuloide, sino al campo. Tratándose de lenguaje, el campo son los tíos, y los doctos son fabricadores de flores de trapo.

Estoy oyendo ya decir entre dientes á más de cuatro: «Pero la rosa de cien hojas del jardín es más vistosa que la natural de cinco, que brota por los campos, y el lenguaje literario es el lenguaje vulgar perfeccionado por los buenos ingenios». Muchos distingos y salvedades había que hacer para desenmarañar esta vieja opinión. También es más hermosa la Venus de Milo que todas las mujeres del mundo; y con todo, si en el[Pg 411] arte la rosa de cien hojas y la Venus de Milo son hermosas, en la Naturaleza lo son más la rosa de los prados y las mujeres de carne y hueso, cuanto va de lo natural á lo artificial y de lo vivo á lo pintado. Hasta hace muy poco no se ha tenido verdadera noción de lo que es el habla; creíase un artificio como el de la escritura. Un abismo los separa. El habla es tan natural y efecto de todo el genio de una raza, como lo es el gesto y el carácter de la misma raza. Un lenguaje artificial, como el que los literatos han formado tomando vocablos del Diccionario latino, cual viejas osamentas desenterradas de un cementerio, se parece al artificio con que el cómico remeda en las tablas el hablar, el gesticular, el pensar y querer, el carácter, en suma, de un personaje histórico. Cuanto difiere esa farsa que remeda á Alejandro del mismo Alejandro, tanto difiere un lenguaje artificial del lenguaje natural, producto espontáneo y secular de un pueblo, que lleva el sello de su pensar, querer y fantasear, que vive en la cabeza y en la fantasía y en el corazón de los hombres, y sale afuera formando un todo con su pensamiento y sus afectos. Todos los eruditos y gramáticos del mundo son incapaces de crear un solo vocablo metiendo en él el alma de una raza, como la lleva cada uno de los vocablos del habla natural.

Pero dejando este terreno, que no hago[Pg 412] más que señalar desde lejos, en el mismo lenguaje literario lo sano es cuanto encierra del habla vulgar; lo que se le añada de otras lenguas sin asimilación lenta, y como apegándose superficialmente, repugna en el fonetismo y en la semántica al genio del propio idioma. El arte literario no debe amalgamar elementos léxicos ni gramaticales que sean ajenos al idioma, so pena de formar un lenguaje híbrido, y por lo mismo repugnante é infecundo. Por eso tales elementos flotan, cambian á cada época, van y vienen, y si de ellos solamente constara el lenguaje literario, éste perecería, como pereció el latín clásico, mientras el vulgar siguió viviendo. Cuanto á la estética de los vocablos, los que vienen de fuera nada dicen á los españoles, fuera del significado convencional en el que se les emplea, mientras que los castizos llevan consigo larga historia, presentan en su leyenda el color de la época en que fueron acuñados y el carácter del ingenio patrio. La estética en el lenguaje literario no está en barajar el castellano con toda suerte de extranjerismos léxicos ó sintácticos, sino en saber sacar al alma del idioma sus propios aceros.

Y dejando ya este episodio, dice el autor que no se usan del todo zahareño, añasca, azacán. No es de maravillar que un americano haga tales afirmaciones, cuando los mismos españoles ignoramos multitud de[Pg 413] voces corrientes entre la gente vulgar. Tampoco debe admirarnos de que tenga por castizas otras que no lo son, porque otro tanto sucede á muchos de por acá, que no gustan de leer libros viejos. «Así y todo, dice, creo yo que es muy castizo ese verbo batirse». Dijera que le entraba por el ojo derecho, ó que á pesar de haber venido de Francia parece que se ha connaturalizado en España y América, y estuviera en lo cierto; pero ni castizo, ni menos muy castizo, es un verbo que ningún americano ni español empleó antes del siglo XVIII, es decir, antes de la invasión galiparlera. Combatirse de combate, es como se dijo siempre; eso de batirse se deja para los huevos en tortilla. Sólo que batir dicen los franceses, y batir hemos de decir sus acólitos; y para colmo de servilismo é ignorancia, hemos de afirmar que es castizo y muy castizo. Al revés, tacha de galicismo demasiada amistad, demasiada confianza, y aun aprovechándose de sus vastos conocimientos éticos, añade que demasiada virtud y demasiado bueno «son frases disparatadas, toda vez que en la virtud y en la bondad no cabe exceso». Si con criterio tan cerrado hubiésemos de apurar las frases castellanas, quedarían calificadas sus dos terceras partes como solemnísimos disparates. El castellano es exagerador y andaluz hasta por los pelos de la cabeza, complácese en las[Pg 414] metáforas más estupendas, en las elipsis más descomunales. No hay frases elípticas más castizas y comunes que éstas, reprobadas por el autor: otro que tú lo habría hecho, que dice debe ser: cualquiera otro, menos tú, lo habría hecho; y si cede, no es que tema sus iras, que asegura ha de dejarse por esta otra: si cede, no es porque tema sus iras. Mucha flema ha de gastar y mucha saliva el que así quiera hablar en castellano. ¿Á qué detenernos en pelillos, como en las dos aes que se deja el autor al decir «Provoca risa el oir ciertas gentes», en vez de: Provoca á risa el oir á ciertas gentes; en la «melomanía en la dicción», por melodía ó euritmia, ó como se quiera decir, pues la manía la dejamos para indicar el prurito vicioso y de loco, la cual no tiene lugar en el buscar el melos ó sonoridad, dote muy envidiable en el escritor. Tampoco suena bien: «Con vista de todo eso, creo que en mérito de la sonoridad».

Tiene el autor por impropia la frase asestar un palo, una bofetada, una puñada, porque dice que «asestar es apuntar ó dirigir el tiro de cañón, de flecha, de pistola ó de otra arma que necesite puntería»; pero además de que el uso corriente antiguo y moderno le llevan la contra, la misma etimología de asestar dice que equivale á asentar, y sólo por metáfora se dijo por apuntar; y si no, échese á discurrir sobre la puntería[Pg 415] que hay en el echar uno la siesta y en el sessitare ó sedere. «Atravesar un puente no es propio, dado que lo que se atraviesa es el río»: el puente es lo que propiamente atraviesa el río, y sólo atravesando ó pasando el primero atravesamos el segundo sin mojarnos. «El análisis filosófico es en castellano la análisis filosófica»; ó el análisis, con perdón, pues de entrambas maneras se dice, y más todavía como masculino.

No conviene ser tan apretados y cortos de manga en ciertas quisquillas, cuando se ensancha más de lo justo tratándose de galicismos y otras aves de mal agüero. La exquisitez, que en Valera criticó Fabié, que el mismo Valera puso entre los pecados cometidos en su larga vida, que el conde de Cheste creyó mejor arrojar al limbo, de donde había nacido, según nos dice el autor, es un vocablo muy bien formado, como los formaban á porrillo Cervantes y los demás clásicos; y si la Academia no lo aceptó, allá ella. Si ni para eso tenemos autoridad los que tenemos por hacienda nuestra nuestro idioma, quiero decir para valernos de él, con tal que no vayamos contra su manera de ser, ¿qué decir de los que le hacen hablar á la francesa? De esos vocablos de común derivación tiene derecho á inventarlos todo español, cuanto más un tan discretísimo literato como D. Juan Valera. El Diccionario de la Academia no es un código cerrado de[Pg 416] leyes, ni los señores académicos sueñan en que lo sea, que fuera un desvariado soñar. Ninguno mejor que ellos sabe que es faltosísimo en palabras y frases, y asaz rico en gazapos, que se han trasconejado, como por fuerza ha de suceder en obra de tal índole, tan vasta y nunca acabable, en la que tantas manos han andado y personas de tan diversos criterios y pareceres. El discreto ha de saber escoger y enmendar en todas partes, sin exceptuar el Diccionario de la Academia y los escritos de los académicos, que al entrar allá no se desnudan de los galicismos y de las extravagancias que antes pudieron tener.

Hablando de la y griega nos dice el autor cosas que, á oirlas de labios de otro, las rebatiera sin más; pero que en latinista tan consumado no puedo menos de acatarlas y oirlas con pasmo y admiración: «Pero el hecho es que esa letra mal llamada y griega no es griega, sino la forma que prevaleció para representar la i doble de genitivos latinos, como ingeii, que se escribía ingeny». Confieso mi supina ignorancia: no he visto jamás tal ingeny entre los romanos, y aunque ingenij es cosa conocida, pero la y no creía que viniese de ij, sino que no eran más que dos íes, ii, y, en fin, yo suponía que los romanos habían adoptado sencillamente la y griega mayúscula, de la cual procede nuestro signo y; pero puesto que el eruditísimo[Pg 417] autor americano así lo asevera, sus razones tendrá.

Otras muchísimas originalísimas doctrinas pudiéramos ir viendo, todas como parto de su feliz ingenio; pero sería por demás prolijo querer examinar todo el libro. Lo apuntado creo que bastará para formar idea del nivel á que se hallan los conocimientos lingüísticos por aquellas tierras.

III

A D. Julio Saavedra.
(Santiago de Chile).

Muy señor mío y de toda mi consideración. Mi artículo de Setiembre en La España Moderna con este mismo encabezamiento le ha movido á usted á enviarme una atenta carta, un artículo del Sr. Manuel J. Ortiz para que me entere de «las ideas que al respecto flotan en nuestra atmósfera», y la revista Le Maître phonétique y Panthesis con artículos de usted.

Ante todo, he preferido contestarle aquí, porque deseo que sirva para el público chileno y americano, y aun español, lo que dijere, ya que no será otra cosa más que aclarar las mismas doctrinas que he sustentado en La España Moderna.

Mi segundo artículo lo habrá usted leído para cuando éste salga, y si el primero le pareció algún tanto inexacto y molesto ¿qué[Pg 418] no le habrá parecido el segundo? Y con todo, dejando aparte lo de la molestia, que su benevolencia de usted sabrá disculpar, reconociendo que no ha sido mi intención el causársela, sino que es un efecto natural el que amargue lo que va contra lo propio, por más que el médico trate de dorar la píldora, voy á satisfacerle en la mejor forma que pudiere, siempre, por supuesto, dando el primer lugar á la verdad, de la cual es usted tan amante como yo.

Contentóme en extremo ver que mi artículo hubiese interesado á un escritor de la valía de usted, que ha estudiado la lingüística moderna en París; lo cual no es poco para que mejor nos entendamos, á causa de profesar entrambos las mismas doctrinas glotológicas.

Mi intención no fué envolver á todos los americanos en la censura, como su finura le hace reconocer, añadiendo que esa censura es justa. Yo hice una distinción capital respecto del castellano en América, distinción que aclara todas las dudas y torcidas interpretaciones, y es la que separa enteramente el habla del pueblo, no contaminada con lo que viene de París, y el lenguaje de los escritores, su habla y la de las personas cultas, que está empapada y calada hasta los tuétanos de galicismo en todos los órdenes de cosas, en lingüística, en literatura, en doctrinas morales, sociológicas, etc., etc. Esta[Pg 419] distinción usted mismo y todos los americanos convendrán en que hay que hacerla antes de pasar adelante. Ustedes mismos se glorían de traer á la patria la cultura y modales de París, y no trataré yo de censurarles en esto, porque en París hay cosas harto buenas y dignas de tomarse, y de París se sacan y traen á España y América muy nobles ideas, modas elegantes y bonitas, juguetes entretenidos, perfumes y cosméticos delicados, en fin, un sinnúmero de doctrinas y de artefactos, con las cuales damos nuevo lustre á lo enrutinado de nuestras opiniones, y con los cuales pulimos, acicalamos y desengrasamos nuestras herrumbrosas y mugrientas personas de lo que se nos pegó durante varios siglos, en que el lavarse, y más con jabón, era melindre de sólo los más atildados y curiosos.

Puesta y admitida esa distinción, tomo de su carta de usted la nota que distingue esos dos lenguajes: «En estos mismos impresos, me escribe usted, puede usted comprobar que nuestro castellano corriente ni es afrancesado ni arcaico, sino en un todo semejante al suyo de Castilla ó Aragón». Lo de afrancesado y arcaico son para mí las notas que califican esos dos lenguajes. El habla del pueblo americano es tan castiza como el habla de Castilla y Aragón; pero es más arcaica. Esto, no sólo en Chile, sino en toda América, y más que en el resto de América[Pg 420] en Chile. Y no es una tacha, ni mengua ese arcaísmo, antes una prenda segura de más acrisolado casticismo, y de que el pueblo americano es más español que el pueblo español. Porque hay construcciones gramaticales, fonemas y vocablos, que el pueblo de España ha olvidado, trastrocado, cambiado por otros menos castizos, mientras que en el pueblo de América se conservan con un tan delicioso saborcillo á antigüedad, que se cree uno trasportado á otros tiempos dorados, y se imagina encontrar por esas sabanas y serranías al primitivo conquistador, con su caballo anterior al de la raza cordobesa de los guzmanes. Figúrese usted si yo me voy á amohinar de esto, sino antes regocijar y sentirme metido como en un baño de Reyes Católicos. Mayormente Chile fué una segunda España, no como la Nueva España ó Méjico, sino como un pedazo de la Península llevado al Pacífico, con la ventaja de una grandiosidad de cordilleras que sobrepujan á Sierra Morena y los Pirineos, tanto como al Mediterráneo el Pacífico. No había pasado siglo y medio desde Colón, y hubo un escritor chileno, natural de Santiago, el P. Ovalle, que manejaba el castellano como el que mejor lo ha manejado, y que era artista de la palabra de tan subidos colores, que no hay poeta americano que en sus descripciones le haya llegado á la suela del zapato. Humboldt se quedó corto y descolorido[Pg 421] y como asombrado por aquel maravilloso pintor de los Andes.

Pero me dirá usted que á dónde voy á parar, y le contestaré que me deje, por su vida, desahogarme recordando aquella cinta de oro, pedazo de tierra española, que se llama Chile, y aquel su valiente historiador Ovalle, que harto lo he menester. Porque se me aprieta el corazón y se me nublan los ojos al considerar qué ha sido por allí de aquellos grandes humanistas que quedaron después de la independencia. Creyeron que el latín y el griego olían á vieja España, desterraron estos estudios, á los cuales debían cuanto ellos eran, y eran grandes, que grande fué Bello, para no mentar más que uno, y desde entonces, si el habla popular siguió tan virgen, tan casta, tan española, porque el castellano vulgar tiempo ha ya que no necesita de su madre la lengua del Lacio, el lenguaje literario y el habla de las altas capas sociales se despeñó y se dió á juguetear por las novelerías francesas, y abrazó todo lo que de extranjis se le metía en casa con halagos de civilización. El amor á los estudios había echado hondas raíces, y ya que, como suele, con los estudios clásicos se había desterrado todo estudio macizo, se llamó á Profesores extranjeros. Ellos han removido el rescoldo y avivado las medio apagadas cenizas. Por ellos Chile es el rincón de América donde más se sabe, sobre todo en materias lingüísticas.[Pg 422] Pero voy á decirle al oído algo que me descontenta: como extranjeros, esos insignes Profesores no tienen cariño al castellano, digo al castellano práctico, á la literatura castellana. Les traen mucha y muy sana lingüística, estudian lingüísticamente el mismo castellano, más el preclásico que el clásico; pero con la frialdad del químico que deshace despiadadamente en su laboratorio un magnífico trozo de roca por el capricho, científico sin duda, de analizar sus elementos componentes. No aman con cariño el castellano, no sienten aversión á lo extraño, y el lenguaje literario y el habla de la gente culta se va embebiendo más y más de galicismos é italianismos. En este punto veo que usted disiente, pues me asegura que el castellano corriente de la clase social instruída no es afrancesado. Yo desearía que así fuese, porque tengo más cariño á nuestra lengua y más amor á la literatura chilena que apego á lo que puedo sacar en llevarle la contra á una persona tan fina y amable y á un lingüista tan serio como usted. ¿Pero he de creer más á quien pudiera estar algún tanto cegado por amor á su patria, que á mis ojos y oídos, que han visto y oído y ven y oyen harto frecuentemente lo contrario? Póngase en mi lugar y falle. Claro está que hay sus más y sus menos, que personas habrá en Chile, y usted puede contarse entre ellas, que no quieren el galicismo extremado, y que no lo menudean. Pero, créame[Pg 423] que demasiados abogados tiene y que son muchos sus aficionados, y más son todavía los que sin darse cuenta, por sólo seguir lo que suena como de buen tono, chorrean extranjerismos por todos los poros de sus afrancesados cuerpos y de sus empecatadas ánimas. El saber distinguir lo castizo de lo que no lo es parece fácil; pero no es sino grandemente dificultoso, aun estudiando mucho y leyendo á pasto libros de castellano clásico. Yo estoy metido en libros clásicos hasta los codos, y con todo se me escapan no pocos gazapos. ¿Qué será de los que no leen más que obras modernas? ¿Qué, de los que sólo leen en francés y se educan en Francia? ¿Qué, de los que tienen declarada ojeriza á los clásicos? ¿Qué, de los que son esclavos del buen tono, digo del mal tono? Y en esto último he de hacer hincapié, porque sabido es que son rarísimos los que saben sobreponerse á las modas pasajeras, y no lo es menos que el galicismo anda más de moda de lo que fuera menester. Usted mismo me lo da á entender al enviarme el artículo del señor Ortiz, que aboga por el neologismo con los falsos sofismas que ya he rebatido yo en mis artículos, y lleva la contra al Sr. Oyuela, que sustenta la doctrina más sólida.

Comienzo por esta frase que ciertamente no es castellana: «Deja constancia el señor Oyuela de que en la Argentina se habla y se escribe mal el castellano». Yo pregunto á[Pg 424] todos los españoles, si hay uno que entienda esa frase. Tal vez lo habrá, si ha estado por América; pero si no, con saber castellano los españoles, que creo que lo saben, no habrá uno que la entienda.

Mas vengamos á la doctrina del Sr. Ortiz, doctrina que usted dice contener «las ideas que al respecto flotan en esa atmósfera». «Podrá argüirse, dice Ortiz, que no se trata de las transformaciones del lenguaje hablado, sino de las que se verifican en el lenguaje literario; no de las que involuntariamente produce el pueblo, sino de las que con pleno conocimiento introducen en la lengua los escritores por medio de sus obras». Efectivamente, la evolución del lenguaje es un fenómeno admitido, irresistible y loable, como todo lo natural. Pero las innovaciones por las cuales ustedes abogan no son efecto de la evolución natural del habla, sino aguaducho que nos traen de París los malos escritores, es algo pegadizo, como costra de gente poco limpia, al habla natural, cuya evolución es lentísima y sigue otros rumbos diametralmente opuestos, como que siguen el cauce del fonetismo de la raza, mientras que los extranjerismos rebosan de él y se van hacia fonetismos extraños. ¿Cómo suelta el señor Ortiz esta dificultad, que él mismo se objeta? De una manera muy cándida. Dice: «Pero los escritores no hacen ni pueden hacer otra cosa que seguir al pueblo, de lejos ó de cerca,[Pg 425] en esta obra de evolución». Repito que esta es una candidez columbina. Los escritores galicistas no siguen al pueblo, el cual está muy ayuno de galicismos y ni los entiende ni los quiere. Sálgase usted al campo, acompañe al Sr. Lenz en sus excursiones lingüísticas, á ver qué galicismos oye en los bohíos y barracas de la gente enteramente alejada de esa influencia francesa. Los escritores siguen y pueden seguir á otro que al pueblo, siguen á los franceses; ¿quién lo duda que pueden y lo hacen con delectación y gusto? Ojalá siguieran sólo al pueblo; pero qué han de seguirlo, si se aborrecen con muchos de sus términos, teniéndolos por groseros, cuando son los de más noble abolengo, como que los hallará usted en Oviedo, en Ovalle, en nuestros gigantes del habla castellana. ¿No dicen ustedes por ahí un roto á un pillete, como lo llamaban ellos juntamente con desgarrado, y rotura como desgarro, siempre en el sentido moral, por natural metáfora de lo físico? Esa es habla de Cervantes, que los escritores pocas veces imitan, porque no es de buen tono. La atmósfera de que usted me habla es una atmósfera del Sena, cuajadita de los vahos malsanos que encierran las nieblas flotantes sobre el Sena. Y añade: «Si por desgracia todos los escritores resistieran por sistema la corriente popular, ello, sencillamente, los dejaría atrás». No, sino que la que se queda[Pg 426] atrás y avejentada es el habla popular, que la literaria es demasiado progresista.

«Creo que todo neologismo aceptado por el uso general responde á una verdadera necesidad». Ese uso general no lo es del pueblo: prueba manifiesta de que la gente culta está de una manera general contaminada del neologismo. Esotro de la necesidad, ya sabemos que hay muchas necesidades que nos creamos innecesitadamente, y una vez creada no nos faltan argumentos para cohonestarla. El uso del tabaco es un ejemplo fehaciente.

«La mayoría de ellos, dando pruebas de un loable buen sentido, se amoldan sencillamente al uso corriente del país en que escriben; dan cabida en sus obras á todo neologismo aceptado por la generalidad de las personas medianamente cultas, en lo cual no hacen otra cosa que ejecutar hoy de buen grado lo que mañana tendrían que hacer á pesar suyo, para no quedarse, como los dómines y latinistas de la Edad Media, sin lectores que pudieran entenderles». Ya ve usted cómo esas ideas son las que flotan en la atmósfera. ¿Por qué, pues, extraña usted que yo diga que por América lenguaje y literatura son un descolorido reflejo de lo que se hace en París, que generalmente se escribe mal por ahí y que el galicismo está en boga? Por supuesto que eso de quedarse sin lectores no empleando neologismos, es cosa de[Pg 427] risa. No habrá americano que no haya entendido mis artículos, con no llevarlos. Si el pueblo americano es más bien arcaico, hasta el punto de estar en mejor disposición que el español para entender á Cervantes, ¿cómo no ha de entender lo que se le sirva sin esos condimentos de neologismos y francesismos? Cada cual entiende cuanto se le habla en su lengua; lo que no entiende es lo extraño y nuevo. ¡Tener que echar mano de esos pistos para «hacerse comprensibles»! Lo que hace falta para darse bien á entender á todo individuo de raza española es hablar á la antigua española, en cristiano, como Dios manda, como habla el pueblo español ó americano, no como quieren que se hable cuatro pelagatos, que con haber venido á Francia ya creen que ellos solos hablan como se debe, cuando son los únicos que lo hacen muy retemal, que hablan algarabía, franchutería insoportable. Y luego cándidamente se dan á creer que para que les entiendan han de hablar así. Esto, mi señor Saavedra, y querido colombroño, ya usted lo ve, es candidez de marca mayor, y necedad campanuda y pistonuda, y bobería por los cuatro costados, y es cosa de descostillarse, y de apretarse las quijadas, y de despatarrarse á puro reir.

Los que se figuran que con esas importaciones de mercancía extraña va á ganar el lenguaje literario de Chile, se engañan de[Pg 428] medio á medio. Con esto no hacen más que desviarse del vulgar, no á pasos agigantados, sino á pasos de zapatos de siete leguas, como los que se calzó el pulgarcito. Con eso van contra la evolución natural, que ellos suelen echarnos á la cara para cohonestar sus desafueros.

No soy purista cimarrón y empedernido. Un bledo se me dan ciertos galicismos que se me escapen de menor cuantía, aunque procuro estar en los estribos y declararles á todos en general y á cada uno en particular guerra sin cuartel. Lo que sí aborrezco á par de muerte, porque es la muerte y perdición del castellano, es que por principio se les dé audiencia, se les acaricie y regale como á personas de casa, siendo unos tunos aventureros que se nos cuelan para atosigar nuestra lengua, que se les defienda en nombre de la evolución natural lingüística y de otros principios científicos, y que lo que es vilísimo rebajamiento y servilismo de nuestra casta, de españoles y americanos, para con gentes extrañas que no nos lo agradecen para nada, y hacen bien porque el servilismo no debe agradecerse, sino mirarse con malos ojos, pase entre españoles y americanos por cosa de buen tono, de europeización y de adelanto. Cada cual ha de procurar desenvolver y acrecentar lo propio, no con emplastos traídos de fuera, sino como lo pide y lleva todo organismo, por intususcepción y[Pg 429] propio desenvolvimiento orgánico, por asimilación lenta y duradera.

Por último, tengo que decirle que, aunque no es universal mi censura de que maleen el castellano los escritores de esas Repúblicas, es general, de los más, y que aun los que de ello están libres, como usted, no dejan de caer en groseros galicismos cuando menos se percatan. Para evitarlo es fuerza leer mucho castellano rancio de los siglos XVI y XVII, y mejor del XVI, porque el del XVII está repleto de necedades aun en los mejores escritores, y no tienen la frescura, la originalidad, el casticismo, la fuerza inventiva dentro de lo castizo, que tienen los escritores del siglo XVI. Y ese leer continuo es faena con la cual poquísimos quieren apechugar. Usted lo sabrá de sí, yo lo sé de otros y de mí mismo.

Afectísimo servidor y amigo, etc.

IV

Los tristísimos sucesos de Cuba en estos días no pueden menos de llegarnos al alma á cuantos llevamos en las venas una misma sangre, á todos los españoles y americanos. Americanos son y españoles los cubanos, que no así como quiera se desmembra y descuartiza en trozos una raza de una plumada, aunque esa plumada se rasguñe en un Congreso de París. Dolorosos acaecimientos[Pg 430] que sólo pueden parar en una de dos: ó en la pérdida de la independencia y el consiguiente deshacerse y desleirse la raza cual gota que cae en el océano de otra raza extraña, como está sucediendo á ojos vistas á nuestros hermanos de ayer, los españoles de La Florida, de California, de Tejas, que no sé yo hasta qué punto lo serán ya hoy; ó pasar por la secular tragedia de guerras intestinas, tiranías brutales, degüellos y bandolerías, por donde han pasado las demás Repúblicas americanas después de haberse escabullido del regazo de la madre patria. Paraderos lastimosos, pero ello era de esperar, y no pocos cubanos se lo temían con sobrada razón á poco que tuviesen conocido y calado el metal de nuestra gente.

Si algo hay que pueda sacarse en limpio del estudio de nuestra historia, es el humor levantisco, nada domeñable, y como efecto natural el amor á la independencia, entrañado hasta el tuétano de nuestros huesos, pero de la independencia tan por el cabo que no se ciñe dentro de las fronteras de la Nación para desalojar al extranjero que se arroje á hollarlas, sino que va particularizándose á la provincia, al municipio, al barrio, á la familia, hasta llegar al individuo. Ese individualismo que diz trajeron al imperio romano los germanos, era fruta asaz saboreada y resaboreada por estas tierras de los Viriatos y de las Numancias, de los[Pg 431] Saguntos y Calahorras. Cada español fué siempre rey en su casa, y los cubanos son españoles, éranlo por lo menos hace unos meses, y los hispano-americanos son españoles, fuéronlo al menos hace unos años, y ni unos meses, ni unos años, ni aun unos siglos pesan un comino ni miden un jeme tratándose de razas.

Achaque excusado, porque nadie se lo pide, es el no quererse llamar españoles, ni hispano-americanos, sino latino-americanos. Dícese que somos de raza latina, y todo porque pasaron acá hará la friolera de veinte ó veintiún siglos algunos miles de latinos; en cambio los americanos no son españoles, por más que toda la población culta esté compuesta de españoles que pasaron, ayer como quien dice, á América. Los negros allá llevados de África no son para ellos americanos, y sí los latinos llegados de España. Es donoso el cuento. D. Pedro Pérez y D.ª Juana López hubieron de partirse para la Cochinchina, no sé con qué motivo. Nacióles allí un robusto vástago á quien llamaron José Pérez y López, doméstica y caseramente Pepito. ¡Vaya usted á decir á D. Pedro Pérez y á D.ª Juana López que José Pérez y López no es español! Arremangaráse el uno sus mostachos y encrespará la otra su copete, y hechos unas furias os dirán que su Pepito nada tiene de cochín ni de chino.

El hábito no hace al monje: menos lo hace[Pg 432] un nombre que se pega todavía menos á las carnes. Eres peruano, mejicano, chileno, rioplatense, cubano; pero esos son sobrenombres: tu propio y natural nombre, el que brota de la sangre de tus venas, de tu testarudez y apego á lo tuyo, de tu individualismo brutal, de tu cariño á independizarte, es el de español. No te sonroje el apelativo de tu raza, no te corras de proceder de esta tierra de garbanzos, que no es, créeme, tan villana y ratera como te lo zumban al oído algunos lindos que ayer andaban por las selvas.

La raza y el idioma son los que fraguan el natural de los hombres: la raza en el cuerpo, el idioma en el alma; bien que, á decir verdad, raza é idioma se compenetran tal vez más que alma y cuerpo.

Al cubano de casta, quiero decir al español de Cuba, no puede caerle muy en gracia el que los anglo-sajones, con ser la flor y nata del género humano, como dicen, con ser los sobrehombres de la presente generación, vayan á meterle en pretina, y el que su sangre, sea latina ó sea española, se desustancie y aniquile, anegada en el mar de otra raza. Tampoco es de esperar que eso caiga en gracia á los demás hispano-americanos. Á vista del peligro común todas esas Repúblicas se mancomunarán, porque siempre fué así, que olvidadas las reyertas de barrio, los españoles, acicateados por el espíritu[Pg 433] de conservación, convirtieron su individualismo en amor á la independencia nacional.

El idioma no es una simple enseña y bandera; es algo más, es el alma de la raza, y por consiguiente la fuerza y baluarte último, el más interior y recogido, el que ante todo y por cima de todo hemos de procurar defender los que en caso de rebato esperamos alzarnos como un solo hombre. El pensar y el querer, las dos caras del alma, distinguen la manera de ser de cada raza; y el idioma no es un mero espejo del pensar y del querer, es la turquesa en que se han vaciado, al propio tiempo que es el vaciado sonoro formado en la turquesa del pensar y querer de la raza. Porque son dos cosas que se forjaron á la par el alma y el idioma de cada pueblo, moldeándose entre sí, siendo cada una materia y forma á la vez de la otra, correspondiéndose como los dos polos eléctricos, positivo y negativo, que sólo se distinguen convencionalmente por esos nombres, siendo entrambos tan importantes el uno como el otro para que salte la chispa y se establezca la corriente, es decir, para que brote esa fuerza que llamamos electricidad.

Tal es para mí la importancia de procurar la conservación del idioma castizo, y ajeno de extrañas escorias, entre todos los pueblos de raza española. Mientras esa unidad de idioma se guarde como la joya más[Pg 434] rica y preciada que es, el alma será una, la raza no se habrá despedazado, la unión de pensares y quereres se levantará sobre las divisiones políticas y territoriales habidas y por haber, y al estruendo de los invasores venidos de fuera, esa raza una despertará por adormecida que esté y se apiñará como un solo pueblo robusto y recio al amago del peligro común.

Ahora bien, la conservación y unidad de un idioma repartido entre Naciones y Repúblicas tan distantes y separadas geográfica y políticamente sólo puede lograrse mirando todos á un ideal, á un dechado común, norma y pauta del lenguaje literario. Ese dechado no puede ser otro que el lenguaje del cual arranca toda la literatura hispano-americana, el lenguaje clásico del siglo XVI, de aquel maravilloso lenguaje que, llevando en sí la pujanza del movimiento histórico en que nuestra raza se agigantó y rayó más alto que en ningún otro de antes ni después, mostró más á las claras lo que bien cultivado y cuidado con esmero puede dar de sí. No que nuestro lenguaje de hoy haya de enlazarse y abrazarse á él cual hiedra á un tronco envejecido y trasañejado. El lenguaje literario de hoy está pegoteado y empañado de remiendos traídos de otras lenguas, con los que creyeron ataviar nuestro idioma los que lo tuvieron por enfermizo, enclenque y para poco. No es el lenguaje un ser orgánico[Pg 435] que crece por yuxtaposición ó agregación externa de moléculas; es un organismo, un árbol que crece por intususcepción, como dicen, por desenvolvimiento propio, por empuje del zumo vital que echa nuevos brotes y lozanos ramones, escogollándose y acopándose conforme á su natural gallardía.

Ese zumo vital está en el habla popular, lo mismo de América como de España, y de él ha de renovar el suyo á la continua el lenguaje literario. Nuestros clásicos no fueron modelos de lenguaje castizo por haber abierto la puerta á todas las novedades, ó digamos vejestorios del latín y del griego de lo cual se lamentan Lope y todos los buenos españoles á vueltas de caer ellos mismos en lo que condenaban. Fuéronlo por haber sabido diestramente traer á la literatura el riquísimo y nunca agotado caudal del habla del pueblo español, de aquel pueblo que pasó á América con su habla pintoresca de Castilla, y por haber tenido habilidad para formar derivados y compuestos lindos y expresivos conforme al ingenio del mismo idioma y al buen humor y poético natural de la raza.

El que quiera engalanar su pluma con bizarría verdaderamente castiza, no tiene que andarse mendigando términos desusados del francés ó del latín; los hallará á manos llenas en nuestros clásicos y entre las gentes del campo y de las aldeas.

Los vocablos traídos de fuera ni encajan[Pg 436] en el fonetismo castellano ni los entienden más que los que conocen esos idiomas; los populares y los clásicos llevan todo el corte fonético y semántico del modo de pensar y fantasear de nuestra raza, y su valor se trasluce tan claramente como el agua de la fuente para todos los que se criaron con el idioma castellano, porque está encerrado en los radicales y sufijos derivativos bien conocidos.

Desentendámonos, pues, de cierta nota infamante, de cierto olor á rutina leñosa y sin vida, que lleva malhadadamente consigo el término de clásico, y entendiendo por él lo castizo, lo ingénito y propio de esta tan menospreciada y hollada casta española, no sólo por los extraños que la ven postrada, sino por sus mismos hijos de España y América, apreciemos en lo que vale nuestro idioma bebiéndolo en el clasicismo castizo de otros tiempos mejores, envidia y causa tal vez de la mordacidad de los extranjeros y en los siempre corrientes manantíos del habla popular de España y América, no menos despreciada por las personas de juicio somero, que sólo se pagan de culturas superficiales y de oropeles, por no haber gustado jamás los insondables veneros de la virgen naturaleza.

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El Neologismo

I

Alguien me ha tenido por sobradamente purista, por enemigo de los neologismos, sean franceses, sean latino-eruditos.

Acerca de los neologismos, soy tan holgado de mangas como esos reverendos abades benedictinos que vemos en las hornacinas de nuestras catedrales, que les cuelgan hasta el suelo. No les tengo la menor inquina por ser neologismos, y por poco autorizada que sea mi opinión, no dejaré de decir que me allano á recibir con los brazos abiertos todo vocablo que nos venga de fuera, con tal que responda á un concepto ó á un artefacto nuevo sin nombre castellano. No es el idioma un vestuario de teatro, cuyas piezas inventariadas puedan servir en caso de penuria para muchos y variados personajes, ó un almacén de prendería, donde entran y salen según la temporada y la moda todo[Pg 438] linaje de prendas ya hechas de vestir. Un idioma atesora un cierto número de radicales y de sufijos, que sin darnos cuenta hormiguean por la enredada y recóndita madeja del cerebro. Las ideas que en cada momento ocurren, salen á las tablas rebozadas de su correspondiente vestimenta, cortada y cosida de uno ú otro radical y de uno ú otro sufijo. Pero acontece que la idea viene de extranjis y lleva, como es natural, el traje del país de donde viene: es tal la trabazón y entalle de la forma fónica á su idea, que dificultosamente hallará ésta en tierra extraña sastre que le acierte en el corte y que le entalle bien la ropa. Bienvenidas seáis, pues. Pero ¡por vida mía!, así como al llegar acá habéis de españolizaros más ó menos, pues no hay idea que no coloree su matiz al mudar de temple, españolizad también vuestro traje cuanto os sea posible.

Loable es el neologismo, cuando viene como marbete (en francés etiqueta) sobre la envoltura de algún nuevo artefacto ó idea flamante. Ya que hayamos sacrificado en aras del lenguaje cosmopolita de la ciencia el derecho de sacar los términos técnicos de nuestro caudal de radicales, como podíamos haberlo hecho, pese á quien suponga que el castellano no da de sí para ello, lo menos que se puede pedir es que se manejen los radicales greco-latinos con mano adestrada y sin herir ni degollar á nuestro lastimado[Pg 439] idioma. No es tan hacedero, como parece, esto de bautizar una criatura, y no pocas veces la erraron los inventores ó padres del nuevo parto, por falta de conocimientos lingüísticos. Ante todo es menester saber el griego y el latín, y luego, ó si se quiere antes, saber el castellano. Sabidurías son éstas que en España se les alcanzan á muy pocos. Diríanse aves de altanería, que vuelan allá remontadas por cima de las nubes, seguras de que se acabaron tiempo ha los halcones, sacres, neblíes y azores, por más que «haya por ahí ciento que apenas saben leer y gobiernan como unos gerifaltes».

Aquí no se sabe griego, ni latín, ni castellano; y aunque esto suene á encarecimiento de pesada burla, y el detenerme á probarlo lleve trazas de digresión impertinente, nada hay de eso, ni de esotro, ni de lo de más allá. No me vengan á tapar la boca con estadísticas de alumnos matriculados en Institutos, Universidades y Seminarios. De los Institutos, con esos programazos kilométricos de lengua latina, en los cuales se agota toda la teoría del latín, salen los imberbes muchachos de diez y once años sin pizca de latinidad. Ábraseles el primer libro que se ofreciere escrito en latín, y por macarrónico que sea darán de bruces á la segunda palabra que pretendan traducir, si es que no dieron á la primera, ó si es que lo pretendieron; que á ser algún tanto discretos, volverán la cabeza[Pg 440] á otra parte sin pretensiones de entender poco ni mucho. El hecho es dolorosísimo, pero tan cierto y reconocido como doloroso. Apelo á los mismos profesores y discípulos, á los padres de familia y á todos los españoles que lo tienen sabido de sobra. En las Universidades se les exige un trozo de versión, como si no se supiese que no están en disposición de hacerla. En los Seminarios todo lo más que se logra es que entiendan á medias el Breviario, y yo conozco un buen golpe de lucidos y lucios eclesiásticos que ni á medias lo entienden. ¿Quién, pues, sabrá latín en España? Sólo quedan las monjas, que lo destripan en el coro, y se dan á entender que el qui temperas rerum vices bien pudiera traducirse por quiten peras (en el huerto) raras veces.

El tiempo que en los Institutos se dedica al latín no es para hacer muchos milagros ni estupendas maravillas. Eso suelen reponer los profesores, y yo estoy con ellos. Pero todavía me atrevería á decirles, al oído, por supuesto: «Y ustedes ese corto tiempo lo acortan más con sus programas».

Un prolijo programa de teoría latina encajaría, como de molde, después que los discípulos tuviesen el suficiente conocimiento práctico para leer á libro abierto los autores corrientes: lo entenderían y aprenderían á pocas lecciones que se les dieran después en la Universidad, porque se reduciría á recordarles[Pg 441] y encasillar en un sistema lógico lo que ellos ya se sabían prácticamente sin caer en la cuenta. Pero, para esos mezquinos y alternos cursos de latín del Instituto, los brillantes programas de que alardean algunos profesores sólo sirven, cifrando en breves palabras lo que requeriría un volumen: primero, para acortar más el poco tiempo disponible; segundo, para hacer aborrecible el estudio del latín á los tristes muchachos, que han de llevar pegadas con alfileres al examen un montón de respuestas sin atadero y de pura memoria, por no tener conocimiento práctico de la lengua; tercero, para que los anticlasicistas griten en son de triunfo que esa asignatura es inútil, pues no da resultados, y que mejor sería invertir el tiempo en aprender lenguas vivas ó en hacer gimnasia; cuarto, para lucir el profesor sus hondos conocimientos y su habilidosa destreza en saber copiar á Guardia ú otro autor, de los conocidos en España, cuyas doctrinas de segunda mano están ya podridas de puro viejas; quinto, para dar trabajo á los impresores y salida á los libros de texto por tan socorrida manera compuestos; sexto, para que los extranjeros crean que aquí se estudia el latín; séptimo, para que los españoles nos acostumbremos más y más á buscar en todo las apariencias y los juegos de efecto, y hagamos callo en la farsa nacional. Este septenario yámbico-trocaico, verdaderamente[Pg 442] cataléctico, es el que ha matado el estudio del latín en España.

Muy duro contra los profesores está usted, me dirá alguno. Pero se engaña de medio á medio, porque yo no iba á echar la culpa á los profesores. ¿Cómo han de tenerla, si no hacen más que seguir el espíritu de la Ley, la cual les enseña este método de los programas? La Ley les ordena, cuando se presentan á oposiciones, que enjareten un programita muy cumplido y que por él expliquen una lección como si se hallaran en clase. Ese programita es la madre del cordero, y la abuela es otro no menos cumplido, y á veces extravagante programa, que la misma Ley manda endilgar á los vocales del tribunal, para que sirva de pauta en la elección de profesores. Es cosa averiguada que con semejante programa salen á flote los que tienen más poderosa memoria y más linda labia; pero no los que saben más latín. Con ese programa muy bien sabido, puede estar uno enteramente ayuno de latín, y teniendo muy bien sabido el latín, puede quedarse parado sin saber contestar á él. Y llamo saber latín á lo principal, que es entenderlo á libro abierto, y aun escribir y hablar en latín, para todo lo cual el programa teórico está demás.

No me meto en los Seminarios, porque la tela sería harto larga. Del griego nada he dicho, porque con él pasa lo mismo que[Pg 443] con el latín, salvo que se le dedica menos tiempo y son muchos menos los que tienen que cursarlo para obtener los certificados académicos, único fin al cual están enderezados los estudios todos en esta tierra del papel timbrado.

Que no se sabe latín ni griego en España se prueba mucho mejor por los hechos. Y el hecho que voy á recordar solamente, porque todo el mundo lo sabe, es tan fehaciente y tan fresco, que no hay más que pedir. Con él estamos en el corazón de la cuestión de los neologismos y voces técnicas. Si en alguna parte ó rincón de España se puede buenamente suponer que se sabe latín y griego, es en la Academia de la lengua. No seré yo el que afirme que los señores Académicos no saben griego ni latín. ¿Quién va á suponer tal de Menéndez y Pelayo, de Saavedra, de Mir, de los señores Pidales, de Benot, etc., etc.? Digo sinceramente que esos esclarecidos varones saben griego y latín, más ó menos, y algunos de ellos me consta de que lo saben muy bien sabido. Pero ello es que en la Academia, como tal, se ha decidido como jamás hubiera decidido el último de nuestros humanistas del siglo XVI. Déjenme desahogarme: ¡oh sombras de los Sepúlvedas, Vergaras, Castros, Abriles, Monzós, Ruizes, Morcillos, Vives, Nebrijas, Victorias, Núñez, Agustines, Chacones, Sánchez, Barbosas, Correas, Palmirenos,[Pg 444] Montanos, Zamoras, Mendozas, Lagunas, Escobares, Roas, Estazos y demás latinos y helenistas! Las manos á la cabeza se llevarían, si la alzaran y vieran y oyeran lo que jamás se vió ni oyó sino en España y en el siglo XX.

Bastaría apuntar el hecho, si en Alemania estuviéramos; pero aquí menester será poner en antecedentes greco-latinos al público, que pudiera suceder no penetrase la ignorancia que el hecho supone. En la transcripción y pronunciación de voces griegas, sabido es que en castellano se ha seguido siempre este doble principio: el uso ante todo, que con el tiempo ha ido modificando los vocablos, por adaptarlos al ingenio de nuestra lengua; y luego el modo de pronunciarse en latín, cuando se trata de voces nuevamente traídas del griego. La razón de lo segundo es porque todas las palabras que vinieron al castellano del griego nos las trajeron los latinos. Pongamos un ejemplo. Del kírkinos griego hizo el latín la expresión ad circinum, que pasó al castellano en la forma á cércen, de donde cercenar. Así nuestros clásicos pronunciaban como grave esta palabra: «Antes llevando á cércen la alta cresta» (Valbuena, Bernardo, c. 24); «Ensalmo sé yo | con que un hombre en Salamanca, | á quien cortaron á cércen | un brazo con media espalda, | volviéndosela á pegar | en menos de una semana» (Alarcón,[Pg 445] La Verdad sospechosa). Y con todo hoy decimos á cercén, y muy bien dicho, porque natural condición del castellano es el pronunciar agudas las voces terminadas en consonante, y particularmente las terminadas en en. Las dos c en cercen suenan como en latín al venir tal vocablo al castellano, aunque antes sonaran k, lo mismo que en griego; el acento se mudó después por la analogía conforme á la acentuación castellana: son los dos principios expuestos.

Robles Dégano en su Ortología clásica ha sacado como conclusión del estudio de nuestros clásicos, que preferían deshacer los diptongos en la mayor parte de los vocablos nuevamente traídos del latín y del griego, es decir, que preferían la diéresis al diptongo; hoy en día vemos, por el contrario, que nuestros poetas prefieren el diptongo á la diéresis, y que ésta sólo por licencia poética y como excepción la admiten á veces. El Sr. Robles se amohina y enfurruña contra esta que él tiene por novedad y dice que lo hacían mucho mejor los clásicos, y que la diéresis da mayor sonoridad al lenguaje. Purismo vicioso es éste del Sr. Robles, como lo es el de aquellos que en todo y por todo alzan la bandera del casticismo mal entendido, sin dar oídos á otras razones sino á que así lo usaron los clásicos. No es ir contra lo castizo admitir en el lenguaje lo que da de sí su natural evolución; antes bien, por castizo[Pg 446] se ha de tener lo que esa evolución natural da de sí, pues si de casta le viene al galgo el ser rabilargo, de casta le viene al lenguaje el evolucionar, el ir mudando de una manera lenta é inconsciente, lo cual, por lo mismo, es muy castizo. Sirva de ejemplo el caso mismo de que tratamos. Los clásicos tomaron esas voces como sonaban en latín, que era sin formar diptongo: hicieron muy bien. Pero propio del castellano es formar diptongo siempre que se puede: ese es su carácter, que le viene muy de casta, eso es lo castizo. Á poco tiempo de tomadas esas voces greco-latinas, los mismos clásicos les hicieron formar el diptongo poco á poco, y hoy es la regla general.

No es castiza una cosa porque la usaran los clásicos, sino que los clásicos la usaron por ser castiza. Natural era que se tomasen las voces greco-latinas tal como se hallaban, pero lo castizo fué que poco á poco fuesen entrando en la turquesa común castellana. Y á fe que la sonoridad del castellano se debe en gran parte al diptongo; tan lejos de la verdad está lo que Robles dice. Y aunque así no fuera, lo más sonoro en cada idioma es su fonetismo propio, al cual debe acomodarse cuanto venga de fuera, y de hecho se acomoda por ese proceso lento que llamamos evolución, la cual no es otra cosa que el casticismo en ejercicio continuo, el incesante acomodarse del material lingüístico[Pg 447] fónica y semánticamente al modo de ser de la raza en cada momento de su historia. No basta, pues, conocer lo clásico, lo de los siglos XVI y XVII, para poder decidir de lo castizo de un vocablo ó construcción; menester es además conocer á fondo el modo de ser del idioma en sí, en sus tendencias seculares y de cada época; es necesario tener bien conocidos el fonetismo y la semántica del castellano, y la psicología de la raza en general y en su continuo desenvolvimiento, con los mil factores y causas que de fuera y de dentro obran en el pensamiento español y en su manifestación fónica, que llamamos idioma español ó castellano.

Tenemos pues, que, habiendo pasado por mediación del latín todas las voces que el castellano posee del griego, no hace al caso la pronunciación que en griego tuvieran, sino la que tuvieron en latín. La unidad del idioma, como en las obras artísticas y en todo lo que refleja el pensamiento, es una perfección, á la cual los idiomas se encaminan por una cierta vereda, muy trillada por las lenguas todas, la cual, en lingüística, llamamos analogía, principio unificador que da carácter propio á cada idioma, haciendo que los elementos extraños ó los desbaratados del mismo idioma vayan poco á poco encajando en el molde común, cuanto lo sufren los demás agentes que en la evolución del habla obran á la continua. De aquí el que[Pg 448] las voces que los españoles fueron tomando después directamente del griego, para expresar nuevas ideas ó artefactos, las tomasen, no como sonaban en griego, sino como sonaron en latín ó como debieran haber sonado conforme al fonetismo conocido de esta lengua. Los griegos decían Socrátes, Demosténes; los latinos Sócrates, Demóstenes, y lo mismo década, pirámide, Carnéades, acéfalo, bucéfalo, aunque los griegos pronunciaban estas voces con k en vez de c.

También en latín sonó c como k; pero al pasar á las románicas este sonido se silbantizaba; y así, cepulla, que sonó antes kepulla, dió cebolla, y cilia dió ceja, cena dió cena. Siguiendo esta analogía, á nuestros humanistas jamás se les ocurrió decir queleridad, aunque así había sonado en latín clásico, sino celeridad, como sonó después, y conforme á la silbantización de ce, ci en castellano. Ni dijeron á kirkin, á la griega, sino á cércen, de ad circinum, porque tenían delante á sabiendas, ó no á sabiendas, la cera del latín cera, del griego keros, y todos los demás vocablos greco-latinos.

No era menester para eso ser grandes conocedores de las lenguas clásicas; bastaba dejarse ir agua abajo por la corriente de la analogía, que lleva con toda seguridad á lo más castizo, á lo propio del idioma. Del tema griego kin, movimiento, formaron los sabios el término cinemática, y de ayer son[Pg 449] cinematógrafo y otros vocablos, en los cuales, sin grandes quebraderos de cabeza, con sólo obedecer á la analogía, se atuvieron á la índole del castellano y á la transcripción tradicional.

Y ahora viene la hazaña cometida en la Academia Española. De esa misma raíz y de la otra tele, que vale lejos, quiso formar un nombre para su nuevo invento el Sr. Torres Quevedo. No atreviéndose á hacerlo por sí y ante sí, acudió á la Academia. Hubo sus dimes y diretes, y, por consiguiente, con todo conocimiento de causa, tenga la culpa quien la tuviere, que yo no me he puesto á averiguarlo, salió del bureo, como diría Cervantes, el nuevo y flamante terminajo telekino, con k escrita y pronunciada. Tal vez telecino, como debía decirse, les olió á tocino y no quisieron pringarse las manos.

¡Oh sombras de!... los poco humanistas que acertaron, con menos bureo, á dar nombre al cinematógrafo y á la cinemática. Ya no me espanto al dar con el rótulo bideograf, estampado en una barraca de Madrid. Los barraqueros se fueron á traer de Francia su interesante rótulo, porque al menos allí todo es très intéressant; pero el telekino no sé de qué rincón del mundo planetario se haya traído, porque en ninguna parte se halla tal modo de pronunciar. Casi casi sería preferible seguir el consejo de un escritor americano, que coincide con lo que hicieron los[Pg 450] barraqueros. Dice que no podemos prescindir del francés para todos los términos técnicos, es decir, que Francia debe ser la aduana por donde hayan de pasar los vocablos greco-latinos. Para traerlos acá habría que suplicar á los franceses, quitada la gorra, si podrá pasar tal ó cual voz con su anuencia y visto bueno; y ¡ojo!, no nos desmandemos á pasarla de contrabando, no se nos vaya á atufar y torcerse los mostachos el jayán del gendarme, que gasta malísimas pulgas. Malo, disparatado, eminentemente servil es el criterio del autor americano; pero es más sano y menos dispuesto á errar que el que echó al mundo el voquible telekino.

Creo que fué Lineo el que separando al hombre y á los monos de los demás animales, los encasilló en un nuevo orden, que llamó de los primates. El vocablo fué tan á sabor de los naturalistas, que despertó en la cabeza de un sabio americano nada menos que la teoría de la evolución de las especies, ya entrevista por Lamarck. Como cada vocablo lleva consigo una representación ó fantasma, me sucede á mí por lo menos, que cada vez que empleo ú oigo el término primates, se me van los ojos á las selvas de Borneo y cuando no te me cato sale de entre unos troncos y malezas un reverendo gorila, garrote en mano, ó un chimpancé de gruesas posaderas, ó un orangután haciendo visajes. Ahora les ha petado el terminajo á los[Pg 451] periodistas y se lo aplican harto donosamente á los prohombres ó cabezas de la política española. Es una chistosísima obsesión despertadora de cierta desapoderada hilaridad y jolgorio, la que padezco cada y cuando que al pasar los ojos por los periódicos doy con una colección de semejantes alimañas. Gedeón les pondría cara de fulano ó de mengano. Pero que en un artículo serio nos conviertan á todos en Gedeones, por pazguatos y poco bullangueros que seamos, y nos hagan juguetear tan cruelmente con personas tal vez amigas, ó por lo menos simpáticas y respetables... Á la verdad, ese neologismo político no me parece decoroso. He ahí un campo, tiempo ha en barbecho, que podía cultivar la Academia Española. Estos son los puntos que más de cerca le tocan. Y es trabajo urgente, tan urgente, que á poco que se descuiden, esas malas hierbas se enseñorearán de la tierra y no habrá layas que las puedan desarraigar.

Baralt pasó de la raya en su rebusca de galicismos, pero convengamos en que hay enfermedades que no se curan con paños calientes. Hay infinidad de galicismos que, con no traernos nada nuevo, han matado términos que ya no podemos suplir. Prestigio era antes una especie de ilusión ó apariencia, ó algo más que ya no podemos expresar, algo que con su autoridad engañosa le dejaba á uno embaucado, una añagaza[Pg 452] aristocrática. Hoy se lee á cada triquitraque «es un sujeto de prestigio ó que tiene prestigio», por no querer ó no saber decir que tiene crédito, buen nombre, excelente opinión ó fama». «El Gobierno goza de prestigio» vale en esta jerga «que tiene poder, poderío, influjo, influencia, crédito». Pues ¿y las orientaciones? Diríase que todos nos hemos convertido en brújulas. ¿Tienen los franceses algo que equivalga á la modorra española? ¡Si la inocente apatía se ha de convertir en verdadera modorra al pasar los Pirineos! Dejemos ese término simplón, que es harto suave para la holgazanería española.

«Me sentía turbado; una singular emoción me ganaba; era como un mareo; la tête m’en tournait, para decirlo con una fuerte y gráfica frase francesa, intraducible al español». El autor que ha escrito esta sarta de galicismos traducía á libro abierto del francés ó acababa de darse un hartazgo de lectura francesa, no puede menos. ¡Pero que en castellano falte manera de expresar lo de la tête m’en tournait! ¿No ha oído nunca decir que le dan vahídos, que se marea, que se le va la cabeza al que mira desde una torre? Pues harto más recio es eso de írsele y quedarse sin ella, que no el darle vueltas la cabeza, ó andársele la cabeza, que responden enteramente á la frase francesa. Y si no le contentan tales rodeos, escoja entre[Pg 453] estos otros: «De haber puesto atención á las muchas cosas que habéis dicho, que me han desvanecido la cabeza» (Juan de Pineda, Agricultura Cristiana, Dial. 7, 17). «Era tanto el ruido, que se desvanecía la cabeza» (Quevedo, Zahurdas de Plutón). «La corriente del agua le desvaneció la cabeza» (Cervantes, Persiles, l. 3, c. 15). «Los muchos truenos... desvanecían la cabeza y parecíale que andaba al rededor» (Cáceres, Paráfrasis de los Salmos, s. 76). «Que ya me tiene quebrada la cabeza» (Tía fingida). «Como cuando un hombre anda mucho al rededor y da muchas vueltas, queda desatinado y le parece que todo el mundo se anda y se viene abajo» (Diego de Vega, Paraíso de los Santos, S. Miguel). «Se le desvanece la cabeza y le parece que todo el mundo se le anda» (Ídem, S. Francisco). Pero hay una palabra en castellano que precisamente nació de aquí, y es la de retortero, del dar vueltas, tortus. «Y que los había de traer al retortero á todos» (Quevedo, Cuento de cuentos). «En cerco andan los pecadores, al rededor y al retortero, cuando como beodos y sin juicio...» (Cabrera, pág. 335). «Se les anduviese la cabeza al retortero» (Antonio Álvarez, Silva espiritual, Feria 6 de la Dom. 5 de cuar., 5 c.) «Inquietaldos, turbaldos, de manera que se desvanezcan, les den vaguidos de cabeza y no sepan de sí. Anden siempre al rededor. No tengan firmeza en nada.[Pg 454] Traedios, Señor, al retortero» (Cáceres, salmo 82). «Es un vaguido de cabeza, un andar al retortero y tener trabucado el juicio» (Diego Vega, S. Miguel). Ahí tenía el autor frases harto más gráficas que el «me sentía turbado, una singular emoción me ganaba, la tête m’en tournait» ¿Qué es eso de ganarle á uno fuera de ganarle los cuartos ó de llevarle ventaja? Y esotro de emoción será bueno en Psicología; en castellano se dice de otras mil maneras más coloristas y más poéticas. Emoción y conmoción, que después añade no es más que un meneo, y aun eso para los que saben latín; y lo de auscultor es puro latino, y aúscopa puro greco-latino rematadamente híbrido y nauseabundo, digamos asqueroso en castellano. Aquí nos pasmamos, nos admiramos, nos espantamos, nos maravillamos, nos estremecemos, y según sea la emoción usamos más concretamente otra infinidad de verbos, que los tenemos á granel y á montones, á porrillo y á puntapiés por esos suelos, y nos dejamos de secas y descoloridas gabachadas.

Porque descoloridos son todos esos vocablos que hoy privan por ser los únicos que tienen los franceses, que por la mayor parte son puramente latinos ó griegos y que por lo mismo no suenan á nada á los oídos españoles, ni pintan nada á sus ojos, ni menos les tocan al corazón por no ser sentidos, digo por no haber salido ni de la cabeza, ni de la[Pg 455] imaginación ó magín, ni del corazón de la raza española.

No llevan el color del terruño, ni engastan el sentir de nuestra gente, ni se han calentado al sol de Castilla. Llenamos nuestra tienda de géneros extraños, embaucados como niños, por la bonitura del envase iba á decir, y sólo es porque los vemos en manos de aquellos ya de antaño reconocidos buhoneros, de los que decía Quevedo que nos venían á engatusar y sacarnos los cuartos vendiéndonos ratoneras y agujetas. No nos percatamos del trueque ni de que por ser de peor calidad se han de averiar antes, y que los libros que con ese aguado decir escribamos, quedarán muertos al mes siguiente. Pero lo peor del caso es que retiramos á la trastienda los géneros nacionales, donde quedan á trasmano arrinconados y mohosos. Hay en las más hondas capas del habla vulgar castellana muchedumbre sinnúmero de voces tan pintorescas, tan agudas y primorosas, de tan recio sentir y tan bien sonantes, que nos las envidiarían los escritores extranjeros. Son vocablos que dicen con el pensar español, que se vaciaron en la creadora fantasía española, que dieron color, brío y vida á las obras de Cervantes y Quevedo; pero que la literatura moderna deja ratonarse y apolillarse, por andarse á mendigar otros cosmopolitas, franceses, desustanciados, manoseados, de cajón, que[Pg 456] no responden más que al menguado, poco poético y feo pensar de los bulevares modernos, ó dígase las rondas afrancesadas. El que en ellos se ha criado, ó ha deseado y soñado criarse, halla mezquino y faltoso nuestro rico caudal, y se quedará muy más convencido de ello al tropezar con tres ó cuatro palabras anglo-francesas que se le antojan exquisitas é intraducibles, porque está de todo en todo ayuno de idioma castellano.

¿Pero acaso hay palabra verdaderamente traducible entre dos lenguas? Eso fuera si dos pueblos tuvieran la misma cabeza, la misma sangre, el mismo natural, el mismo humor, la misma alma. Lo que aquí hay es que pretenden hacer literatura española pensando en francés, leyendo libros franceses, empapándose en imágenes y sentimientos que en Francia son tan delicados como sus vinos; pero que en España saben á aguachirle. La espuma del champán es harto agradable; pero como les decía un baturro á unos que estaban bebiéndolo: ¡buenas pantorrillicas echarán con eso! Dejemos cada cosa en su lugar, y si queremos escribir en castellano y hacer arte castellano, pensemos y sintamos y hablemos como se piensa, se siente y se habla en esta tierra, que no es tan desaprovechada é ingrata como creen los que no la conocen.

[Pg 457]

II

Traemos achacosa, enclenque y más que medio tísica á nuestra lengua los que escribimos y nos europeizamos. Europeizarse hace cinco siglos era hacerse romanos; hoy, hacerse franceses. La lengua castellana y nuestra literatura padecieron desde entonces de achaque latino; desde el siglo XVIII ha cargado con otros alifafes, sufre de achaque gálico y de achaque helénico. No es de bien avisado doctor mudarle la enfermedad al paciente en cada visita por comezón de novedades. He de volver otra vez y ciento á este mi diagnóstico, pese á quien me tenga por moledor y machacón. Antes el mal le venía de Italia; hoy el malhadado neologismo, que cifra esas tres enfermedades, le llega por Francia; contra ella, pues, y darle.

No es cosa de tomarse un mal rato por los afrancesados terminajos que ponen de moda industriales y comerciantes. En un pecho logrero y mercenario no caben delgadeces literarias. El toque está en atraerse parroquianos, dar golpe, arremolinar boquiabiertos frente al escaparate, ofrecer novedades que despierten el apetito, si no por la sustancia, al menos por lo extraño del rótulo que lleve la mercancía; y si ese rótulo huele á francés ó es francés puro, tanto que mejor.[Pg 458] Compradores bobillos que paguen lo extranjerizo de un nombre no faltarán. Señoritas cabizhueras que lo repicoteen después en los salones, y caballeritos casquivanos que les alaben el buen gusto, lo lleven á los cuatro vientos, y lo pongan de moda, y le vacíen el almacén al tendero, sobrarán en esta sociedad, que es una verdadera y bien surtida pavera.

Tampoco es muy ajeno á la condición de nuestra casta el arremeter á escritores en busca de honra y provecho barbilampiños mozalbetes, que no hallan oficio más socorrido. ¿Qué van á hacer? ¿Meterse á compositores de música, á pintores, á arquitectos? Todo eso pide largos años de solfear, dibujar, pasar hambre, soledad y silencio, cosas que no se avienen con lo corto de la vida y la prisa por farolear. El literato no ha menester más que cuatro cuartillas y un lápiz, y eso está ahí al alcance del más flaco bolsillo: en las esquinas de la Puerta del Sol lo ofrecen á voz en cuello los buhoneros con los Toribios que sacan la lengua. ¿Ideas? En los libros. ¿Y libros? En las bibliotecas públicas, sin gastar un maravedí. Pero ¿y palabras? Es lo más barato. El músico se quema las cejas estudiando armonía y combinaciones de sonidos; el pintor masculla barro y aceite á fuerza de barajar y templar colores, y se magulla los dedos á puro dibujar. El material del literato, el habla, maldita la[Pg 459] falta que hace írselo á rebuscar entre las gentes del pueblo ó en los libros clásicos. Á más, que atiborrándose de lecturas francesas se cazan con las ideas que hoy halagan una buena montonera de citas y nombres de libros y autores, que es un consuelo poderlos ir encajando y empedrando entre lo que á uno le vaya ocurriendo, y otra porción de no menos bienquistos galicismos, luces y primores del escribir moderno. Allí es donde aprenden griego y latín, inglés y ruso, los que no tienen lugar ni tiempo para aprenderlo en esta pícara España.

De los varios géneros literarios no todos abren sus puertas. Hay que descartar el dramático, que pudiera ir acompañado de poco sabrosos silbidos y runrunes nada apacibles; el de toda labor seria y erudita, que tiene contados lectores y es una antigualla; el de la verdadera poesía, dama antojadiza, no con todos afable y generosa. Queda uno, el de mayor alcance filosófico, el de más viso, el que hoy como nunca es apreciado: el de la crítica literaria. Fruto de toda una vida de estudios macizos, flor del más exquisito y apurado gusto, alquitarado por el hondo conocimiento de las literaturas antiguas y modernas, la crítica literaria es para los susodichos mancebos cosa de coser y cantar, que ni pide tiempo, ni gastos, ni aun saber manejar el idioma. Para halagar al común de los lectores cortando sayos al vecino, basta con[Pg 460] afilar bien la pluma y desvergonzarse de una vez. Para colgar de los cuernos de la luna una obra que sale á luz, dejando probablemente también colgado y pataleando á la vergüenza pública á su autor, no es menester más que encaramarla á son de bombo y platillos, música barata y callejera, que tiene otra ventaja, la de dejarle á uno bien con todos, lo cual no es de pequeña monta para muchos menesteres.

El tal crítico literario no pasará á la historia, aunque se acompañe de muchedumbre de autores que suele citar en comprobación de una perogrullada; pero él se lo cree bonitamente á los pocos aplausos que oiga, de fueren quienes fueren; que ya los habrá tan contentadizos que les llene y le alienten á él con sus encomios.

¿Y todo eso á propósito del neologismo gálico-greco-latino? Allá voy, que estos tales son los que nos lo traen, cuando habían de ser los mastines que guardasen el rebaño y ahuyentasen el lobo.

Hay críticos literarios que, sin ser de esos adocenados parlanchines, por falta de hondos conocimientos en el habla castellana, trompiquean no menos que ellos. Para poner el dedo en la llaga y no hablar en el aire, abro una revista de estos días y doy con sendos artículos sobre Rubén Darío en dos de sus números seguidos. Su autor acaba de publicar en París otros dos, no artículos,[Pg 461] sino tomos de crítica literaria. Maguer mozo, no es lerdo ni poco avispado: baste decir que llegan editados por Garnier, hombre que sabe dónde le aprieta el zapato y entiende del oficio. En los artículos hay derroche de citas, lecturas, autores, todo de fuera de España. Es un dolor que por acá, donde él vive y le dan de comer, no haya autor, libro ni sentencia digna de citarse.

Voy á lo mío, al neologismo, al desconocimiento y menosprecio del castellano, y por ende al lenguaje poco artístico en un crítico de arte literario. «Voz asexuada y argentina, voz de timbre metálico, voz de querubín entre nubes rosa, voz tiple, voz alba y angélica...» Siguen muchedumbre ensordecedora de voces de todos calibres, entre ellas la de tenor, que dice ser ambigua, é intersexual y guapa y rubia; y la de contralto, que se le antoja «voz de monja andaluza, que llora en el coro su vocación perdida». Son las siete voces de la lira humana. Dejo la voz de monja y monja andaluza, no gallega, que sería dar en la tercera por dar en la prima. Lo de voz asexuada y voz intersexual es lo guapo y rubio. Por extravagancias gongorinas pasaran en otro tiempo. Hoy deben de ser lindezas de los modernistas españoles, que no es lo mismo que modernistas de buena ley. No hay hombre ni mujer, chico ni chaco, que no tenga voz asexuada, y no hay alma viva que la[Pg 462] tenga intersexual, á lo menos no ha llegado á mi noticia.

Si os pregunta un castellano viejo, de ésos que tararean coplas de Gabriel y Galán, que cómo se come eso de voz asexuada, porque no es fruta de su tierra, decidle que es voz de sexo. Y si añade que qué es voz de seso, después de corregirle porque no sabe pronunciar la x latina, le declararéis que sexo es un cierto vocablo que usaron, allá hace dieciocho ó veinte siglos, unos señores romanos, y que significa el ser hombre ó mujer, y no las dos cosas á la vez. ¡Acabáramos!, os responderá; pero ¿por qué no lo dijo así en cristiano? Voz hombruna ó voz mujeril: no hay quien no lo entienda.—Pero es que el autor que tal escribe no ha querido decir eso.—Os apretará reponiendo si se trata de una voz que sea hombruna y mujeril de una sola pieza.—Tal es lo que la palabra suena, le diréis, si no significa hombruna ó mujeril exclusivamente; pero yo creo que ese señor quiso decir voz mujeril, por más que el vocablo no lo diga. Convendrá el castellano viejo en que seguramente hay en Madrid literatos que saben más que él, pues saben escribir; pero que no hablan ni escriben castellano, sino lengua de romanos, y que ellos se sabrán su por qué.

Asexuada es una rareza fabricada malamente sobre otra rareza francesa, cual es la de llamar personas del sexo á las mujeres,[Pg 463] como si los demás fuéramos eunucos á nativitate. Pican á la puerta y entra á pasarme la doméstica el siguiente recado: ¡¡¡Viene una persona del sexo!!!

Es como lo otro de llamarlas del «bello sexo». En sana filosofía, hermosas son las mujeres para mujeres; pero más hermoso y acabado es el varón, como lo es el macho más que la hembra en todo linaje de animales, el pavo real, el león, el toro, el caballo. Para las mujeres me sospecho yo que el hombre es más hermoso; y si no lo creen así, allá ellas con su avieso gusto, que á nosotros más hermosas nos parecen ellas que los barbados, aunque sabemos que en hecho fisiológico y psicológico de verdad es todo lo contrario. De todos modos no deja de ser un galicismo muy cortés y una cortesía muy francesa y muy cumplimentera, mentirosa y bobalicona eso del bello sexo.

Pues ¿y la voz intersexual? El autor quiso decir que es á la vez de hombre y mujer, y lo que dijo es que se halla en medio de los dos, es decir, que no es ni uno ni otro. Además, en tierra castellana siempre se dijo entre, no inter. Los que han formado vocablos con inter, como con super por sobre, ejemplo superhombre, sabrán tanto latín como ese señor crítico literario; pero castellano, ni por pienso.

Las nubes rosa es una vizcainada. ¿También sabe vizcaíno el hondo crítico? Pues[Pg 464] no bastan esas hondas sabidurías para venirnos á destrozar el castellano, que llama á eso nubes rosadas ó de rosa ó sonrosadas, ó más castizamente arreboles, término que sin duda no le ocurrió porque andaba en aquel entonces pensando en Francia, donde á la cuenta no los debe de haber.

Decidle, pues, al castellano viejo que voz rosa es voz de rosa. ¡Así entenderá él de por sí que voz alba es voz del alba ó de alborada! ¿Qué más dice alba que blanca? Pues dice que el crítico su autor se pica de latino y de buscar regodeos en el hablar.

Otra muestra de francés y latín que pasa por castellano: «la tendencia á la fusión de estos géneros se ha ido acentuando». ¡Recórcholis!, ¿eso francés y latín? Todos entendemos la frase. Triste habla la nuestra literaria, que la entendamos los españoles y por castellana la tengamos. Tendencia, fusión, género, acentuar no nacieron acá ni vinieron del habla de los romanos; nos los regalaron los latinistas, tomándolos del Diccionario latino-francés. Lo de acentuarse una tendencia es una raquítica metáfora de escribidores que van á beber su inspiración poética, no en las fuentes de la umbría, sino en la seca prosodia. ¡Bonita fuente de galanas metáforas, la prosodia! Esa y otras francesas de su laya las repetimos á diario, dejando marchitar las ricas y frescas de nuestro pueblo.

[Pg 465]

«El poeta lírico debe ser un susceptible, en la hermosa acepción de esta palabra». ¿Véis cómo el mal viene de Roma, pero pasando por Francia? ¿Qué dice á la fantasía ese susceptible para ser nada menos que hermoso? ¿Quién sabe si le dió ese epíteto por llevar la contra á Baralt y á todo el mundo, pues todo el mundo siente lo feo de ese galicismo? El poeta siente, es blando, tierno, delicado, sensible, impresionable. Pero estos señores críticos no entienden ni conocen el castellano, y todo lo que leen en francés les sabe á mieles. «Tiende á rebajar el arte en l’amignonant, para decirlo con intraducible frase francesa». Este señor debe de ser el único en España que no sabe decir empequeñecer, achicar, apocar, aniñar, amuchachar.

«En un aire de matinée inmundo y equívoco». Cuidado, que no se trata del aire de la mañana, ni del garbo y desenvuelto meneo, que es lo que aire suena en castellano. Un garbo inmundo, sólo le ocurre decirlo á un galiparlante. Aire es, pues, aquí tan puro francés como matinée, é inmundo y equívoco son francés y latín. ¡Aire equívoco! El que ha equivocado los aires de su vocación es el que se mete á crítico y pretende escribir artísticamente con esa jerga franco-latina. Á cualquier cosa llaman escribir estos ensartadores de citas francesas.

«O en esta otra, que tanto se le asimila (ó inversamente, á lo cual tanto aquélla se asimila)».[Pg 466] Yo no negaré que en el Diccionario oficial se halle el verbo asimilar; pero ¿qué tiene que ver el Diccionario oficial con la lengua castellana? Preguntad en cualquier villorrio de Castilla qué es eso de asimilar, y no os sabrán responder. Pero lo entenderán, me replicará alguno, en las ciudades. Es decir, que ese verbo y otros sin cuento, que andan en el Diccionario, no los entienden en los pueblos, y sí en las ciudades. Señal clara de que hay dos lenguas en España: una la castellana del pueblo, otra la afeada con toda suerte de escorias gálico-latinas, que le han echado encima los cultos y galiparleros. Esas, lacras son, pues, y achaques del castellano. Como necios latiniparlantes los ha habido por aquí á montones, raras serán las palabras latinas que no se les haya ocurrido á uno ú á otro de nuestros escritores de cuenta poner en sus escritos. Ahora bien, en la Academia reina y puja el criterio de tener por castellano cuanto se halle en nuestros escritores más salientes y aun en los que no lo son tanto. Así el Diccionario está encostrado de latinismos, que ocupan el lugar de muchedumbre de vocablos de castizo abolorio, los cuales usan las gentes por toda España y usaron nuestros mismos clásicos. Sólo que el criterio latinista ha sobrepujado allí siempre, y los tales latinistas no tienen oídos para oir lo que no sea claramente latino, y en cambio no se les trasconeja al[Pg 467] revisar los libros un solo latinismo, porque andan al husmeo y á caza de ellos. ¿Qué más da decir asimilarse ó decir, como todo español dice, asemejarse, que se derivó de ese verbo latino? Ganas de novelerías sosas y hueras. ¿Por qué no dicen alio por ajo, palia por paja, cilia por ceja? Porque se trata de vocablos caseros y de todos los españoles; y los que afectan latinismos no escriben para todos los españoles, sino para los que saben latín. ¿No fuera, pues, mejor escribirles en latín? Es que no lo entenderían ni ellos sabrían escribirlo. ¿Á qué, pues, esos pujos de escribir en una lengua que ni unos ni otros conocen? ¡Velay! ¡Qué verdad es que los menos entendidos en una cosa son los que más de ella se pican, por ejemplo, los que tanto francés, latín y griego entrometen en sus escritos, á falta de limpio castellano! Dejémosles en esas niñerías de copistas; pero quede asentado que ellas son las que tienen postrada y achacosa la lengua castellana.

[Pg 468]

[Pg 469]

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El alma de Santa Teresa en su estilo y lenguaje

Inteligencia de ángeles había de tener todo aquel que osara tomar la pluma para tratar las cosas de la Madre Teresa de Jesús; labios de querubines el que se atreviera á tomar en los suyos, impuros y terrenales, el nombre de tan excelsa mujer. No sé qué tiene de níveo y delicado, y como si al llegar de las manos hubiese de empañarse, cuanto atañe á las vírgenes, y fuera de la que lo es sobre todas, Teresa de Jesús paréceme un finísimo brillante de los que tachonan el camarín de Dios, tan único y de tan deslumbradoras luces, que siempre tuve á temeridad y caso de profanación tomar sus libros para más de aprender, acatado y tembloroso, de sus celestiales doctrinas. ¿Por dónde íbame á desmandar yo á juzgar con mi mezquino entender nada de lo que á ella tocase? Sobre lo arduo de tan más que humana empresa, viene á acabar de dejarme[Pg 470] más embarazado y perplejo el deseo manifestado por S. A. la Infanta de España, Doña Paz, de que escriba alguna cosa acerca del castellano y del lenguaje de la Santa. Yo me siento tan apesadumbrado bajo el peso de esta para mí honrosa carga, pero carga al cabo y á la postre que pesa sobre mis hombros más de lo que ellos sufren, que ruego á S. A. R. y á los demás que me leyeren no reparen en lo descosido y pobre de mis ideas y lo desmañado de mis palabras en trance en que no soy dueño de mis escasas fuerzas para discurrir y hablar con la serenidad y maestría que el asunto pidiera.

Acerca del lenguaje de Santa Teresa pudiera sacarse un juicio claro y terminante de dos premisas que pasan por averiguadas, y no dejan de encerrar, lealmente hablando, ciertos visos de verdad. Conocido es el dicho del gran Emperador Carlos V, bien enterado en los principales idiomas europeos, de que el castellano es la lengua para hablar con Dios. Por donaire pudiera haber repuesto Santa Teresa que, para hablar con Dios, la lengua mejor es la que no habla, la del silencio. Pero demos que también la lengua haya de emplearse en alabar á Dios, como David lo hacía en sus salmos, y la Santa en sus villancicos. Si con Dios se pasaba días y noches la extática Virgen de Ávila conversando con Él familiarmente y mano á mano, como pocos de los más regalados[Pg 471] Santos, habremos de inferir que el lenguaje de la Santa, tan hecha á tratar con Dios en la lengua para ello más apropiada, es el más divino y soberano de los lenguajes. Lo cual me ataría á mí de pies y manos si, asiendo desatentadamente de este cabo del hilo, me empeñara en deshilar todo el ovillo, para tornar á enhilar un vistoso panegírico de variados encarecimientos y apasionados elogios, descaminándome así del intento que me he propuesto, de ir á buscar la verdad, fuese cual fuese, en unos escritos cuya más alta virtud y aliciente está, sin duda alguna, en reflejar, como en un limpio y transparente estanque, el alma entera de la más sincera de las santas y escritoras.

El que se pone á escribir va muy puesto en que ha de hablar con la pluma, bien de otra más levantada y elegante manera de como habla á diario con la lengua. Sabe que es un arte dificultoso y muy cuesta arriba, que es un asunto de peso y harto serio eso de dejar estampado su pensar y á la luz del día, su sentir y querer, á merced de todo el que quiera enterarse, y como en testamento imperecedero para los tiempos adelante, abierto á los ojos de las gentes. De aquí que, cuando nos avistamos por primera vez con un escritor, por cuyos libros le teníamos en singular aprecio, suele acontecer llevarnos un solemnísimo desengaño, al ver y tocar con las manos que es un hombre que habla[Pg 472] y discurre más ó menos como el resto de los mortales. Derrúmbase de golpe el pedestal, sobre el cual le había encumbrado nuestra fantasía, y si no somos unos necios que le menospreciemos, en lugar de caer en la cuenta de nuestro poco seso, nos persuadimos una vez más de que el escribir es un arte, que dista bastante del palique en que pasamos y divertimos un rato con nuestros amigos, y que, por el mismo caso, hay siempre algo de amanerado y hechizo, que ha de despintar algún tanto el alma del artista, coloreando su natural espontáneo con matices rebuscados y más ó menos ajenos á su ordinaria manera de expresarse.

Santa Teresa es de los raros casos en que podemos quedar seguros no haber entrado á la parte en sus escritos el menor elemento estético allegadizo, convencional ó afectado. Lo que en ellos hubiere de estético, á buen seguro que es de su propio natío.

Menudéase, más de lo que la verdad pidiera, con los escritores, esta mentirosa loa de que escriben como piensan, sin rebozos de postizos afeites. Ello es más raro y dificultoso de lo que cabe pensar. De la Santa no hay duda. No quiere de suyo escribir, ni le pasó en su vida por el pensamiento que lo que á ratos perdidos deja en sus papeles por orden precisa de quien le puede mandar, ha de ir á parar á otras manos que á las de sus hijas, que nada saben de achaque de literaturas.[Pg 473] Su escribir es llanamente su hablar.

No busquemos, pues, en sus escritos aquellos exquisitos rodeos y acabadas maneras que pudiéramos requerir y aun exigir en un artista de la palabra. Digo mal. Lo que no le demandaremos será cierto atildamiento retórico, y un no sé qué de recortado, limado y repulido, que en los escritos de algunos autores, por encubierto y bien disimulado que esté, lleva el recuerdo á los afeites que ciertas damas sobreponen á la frescura nacida del cutis. No negaré yo, que cuando en ello ha andado la mano bien amaestrada de algún perfumista consumado, digo de algún maestro del buen decir, no añada algún matiz halagüeño y agradable á los que gustan más bien de apariencias, no pagándose tanto de lo natural, si se nos ofrece menoscabado con las mellas que en hombres y animales, plantas y piedras, echamos de ver á cada paso. Gloria da ver algunas caras así repintadas, mayormente á la luz artificial de calles y salones, y no deja uno de pasmarse de la destreza y artificio del que por tan maravilloso arte manejó pastas y pinceles. Pero los colores y el frescor de rosa en las caras que los llevan cual Dios se las dió, engendran en el pecho un sentimiento algo más hondo y entrañable, que se derrama y desaparece poco á poco y deliciosamente por todo nuestro ser, y nos levanta en alas de ese pío general del alma[Pg 474] humana en busca de aquella soberana y no creada hermosura, tan cantada por místicos y poetas, de la cual es sombra y mal rasguñado bosquejo toda otra belleza fabricada por manos de hombres mortales y menguados.

Es corto en sus entendederas el alcance de los nacidos. Las que pasaron en ciertas épocas por tachas y descuidos, que parecían afear y emborronar la hermosura y concierto del universo, son hoy día para los sabios recamos y joyeles que lo realzan. El arte ha abierto también los ojos, y ya no pretende enmendar á la naturaleza, encerrando sus obras en los cánones estrechos de la teoría. Lo natural es harto más enrevesado y tiene sus raíces más hondamente entrelazadas, embrolladas y desparramadas, de lo que aparece en la sobrehaz de las cosas. El arte, que ha de retraer y reflejar á la naturaleza, será un muy chico y aniñado arte, si con esas apariencias se contenta; ha de ahondar y cavar como ella, algo más, si quiere bien imitarla. El universo es vida, y, por lo mismo, lucha nunca acabable. Y ese luchar, que es su vivir, es su verdadera alma, la cual se manifiesta en el abigarrado enredo de los fenómenos, de los combates, digamos, á diario entre los seres todos.

El color, el semblante, las apariencias de las cosas, si arraigan en la primitiva traza que se transparenta en su estructura íntima,[Pg 475] no menos se deben á ese su perdurable y jamás cansado luchar y contrastarse entre sí. El ejército retorna del campo de batalla, vencedor ó vencido, muy de otra suerte que salió á ella del cuartel. Si vistoso era su orden y bizarros sus arreos al marchar, más para pensar y sentir es el polvoriento y ensangrentado porte con que vuelve.

Un discurso á lo Solís en el Senado de Tlascala, ó de Cicerón en los rostros de Roma, que cierra con el enemigo, en prieta y bien concertada falange de argumentos certeros, períodos atronadores, frases relampagueantes, es un pasmo de simetría y de belleza, que pudiera parearse á la línea no rompida de batallones, que desfilan al hacer la muestra y parada antes de salir al campo. Pero dadme otro pedazo de elocuencia, roto en mil jirones, chorreando sangre verdadera y encarnada, á lo Mirabeau en la Asamblea revolucionaria de París ó á lo Demóstenes contra los filipizantes en el Pnix de Atenas. Allí admirábamos la belleza en su idealismo teórico y de alarde; aquí nos estremece la lucha de la vida real, el chispear de las espadas, el estruendo de las máquinas mortíferas; y esa lucha es más poderosa á arrebatarnos, cuanto más llegada á los hechos, y de mayor alcance filosófico para el contemplador de la naturaleza.

Pero es que de aquí también nace que la obra artística que no lleve grabada esa sangrienta[Pg 476] huella del vivir, que es el luchar, no puede menos de estar falseada, por muy delgadamente que se haya tejido y por muy sutilmente que se hayan atado todos los cabos. El acicalado autor de la Conquista de Nueva España, nos pinta un Senado y un orador que platican, como se platicaría en las más refinadas Academias del Renacimiento, como podría platicar cualquiera de los personajes del «Cortesano». Aquéllos no son tlaxcaltecas, ni Dios que lo vió. Allí está Solís y sólo Solís, con su alechugada y bien almidonada valona de puntas, con sus sedosos y perfumados guantes. Maravíllanos el corte de sus frases, la redondez de sus períodos, lo pulimentado de sus sentencias, el orden y trabazón de sus razonamientos. Es una labor de fina taracea ó ataujía, hija de la paciencia y del ingenio; pero la pintura, por lindas y bonitas que sean las pinceladas, es falsa de todo punto. Grande ingenio, ó muy culto, más que grande: es la única filosofía, el único pensamiento que nos queda de tan cincelada obra.

Si, á ser más natural y filósofo, nos hubiera puesto delante de los ojos lo que aquel pueblo era en hecho de verdad, sus hombres robustos, altaneros, pero salvajes; sus razonamientos, de sentido común, pero briosos y á tirones, recios como las caobas de sus bosques, ardientes como las avenidas de fuego y lava de sus volcanes, los maestros[Pg 477] de retórica no hubieran tal vez insertado la pieza en sus Colecciones de trozos escogidos, pero hubieran dado más que pensar y que sentir al filósofo y al amante del supremo y verdadero arte.

Enséñannos los botánicos que la estructura natural de cada planta, manifiesta desde la primera célula embrionaria hasta su desenvolvimiento último, lleva consigo cierta simetría en la colocación geométrica de sus partes, de las hojas en los ramones, de los ramones en las ramas, de las ramas en el tronco, lo mismo que de los estambres y pistilos en medio de los pétalos, de los pétalos y hojuelas en la corola y cáliz de la flor.

Á ser dioses ciertos escritores, nos hubieran aburrido muy presto, llenando valles y montes de árboles, arbustos y matas acabadísimos, sin la menor tacha en esta teórica simetría que les trazó el Criador. Á buena dicha, ni Solís, ni otros de su linda ralea, han tenido jamás las riendas del gobierno del universo, y los seres todos se nos ofrecen con las muestras de la lucha en que viven y se desenvuelven en medio de las contrastadas fuerzas de la naturaleza, con las cicatrices, digamos, de la pelea, que á la par de la variedad riquísima en formas dentro de la traza única de su estructura, nos descubren algo de más hondo, el vivir social de todas las cosas, que tal vez entrañe la explicación[Pg 478] del ser y de los fenómenos todos del universo.

Hay obras de arte que por su monótona regularidad hastían el gusto del más espetado amigo de la línea recta. El estilo ornamental simétrico europeo va perdiendo tierra, mientras la va ganando el irregular, caprichoso, despareado y harto más natural cuanto más variado de los japoneses.

Nada de japonés ni de guerrero belicoso tenía el alma de la Teresa española; pero, como no escribía por hacer arte, ni estaba mostrada á tijeretear y repulir lo una vez caído de su pluma, con sólo saber muy bien sabida su habla castellana, sin más recetas modernistas ni menos palabrillas y frasecitas de cajón ó tiroir francés, nos dejó unos tratados y cartas, que es un contento el leerlos. Porque, para cifrarlo en una sola palabra, en ellos dejó retratada toda su alma. Y el alma, que bulle en la obra de arte, es la que hace que lo sea, que lleve en sí espejado su propio vivir, sentir y luchar, no en línea recta, sino serpeando y meneándose en encontrados pasos, llevada de sus afectos, á cada rato variados y de mil visos y tonalidades, aunque esa alma viva en tan serena región como la de la Madre Teresa.

Asunto de más vagar y para más delgado ingenio que el mío fuera éste de descubrir y sacar el alma de Santa Teresa en sus escritos. Para ver en ellos su alma entera no es[Pg 479] menester, cierto, ser un águila ni perderse de vuelo; yo la veo tan claramente, como mi semblante al mirarme en el espejo. Pero no es lo mismo ver y sentir las cosas, que saber expresarlas. Eso se queda para artistas tan verdaderamente sinceros y tan ricamente dotados del don de la expresión artística, como la misma Santa.

Y torno á hacer hincapié en lo sincero, porque es cualidad de los niños ésta de la sinceridad, bien que algún tanto arrebujada á veces con cierto espiritillo de mentirijilla, que les carcome, y oscureciera su franqueza, á no ponerla más de relieve su infantil creencia de que engañan á los demás no engañándose más que á sí mismos.

Tengo para mí que los más ingeniosos escritores deben el encanto con que nos traen embelesados á esta sinceridad de niños. Hácense niños al poner los ojos en el asunto que quieren escudriñar, porque no hay nube que así nos ciegue y embote la vista como el uso, que traen consigo los años, de mirar como por rutina las cosas más maravillosas. Que las gasta y les roba toda aquella frescura y lustre, con que de niños nos embebecían y nos paraban como abobados. ¿Pues qué, si se allega la huera hinchazón del escritor, que da tontamente crédito á los elogios, los cuales le hinchen á la letra el ojo, así como suena, hasta volverle miope, y hacerle creer que puede[Pg 480] echárselas de maestro autorizado, y así se pone á estudiar y escribir con el hipo de descubrir y decir maravillas?

Santa Teresa, fuera de su discreción más que de mujer, escribía como escribiría una niña candorosa y primeriza en esto de tomar la pluma. No se le entiende á ella de enjaretar períodos rodados y cuadrimembres, ni de casar los toques de los colores en su cuadro, de arte que resalten y rebulten las luces de entre las sombras, ni de tornear sus frases, ni de alambicar los conceptos, ni de hacerlos parir unos á otros mirándolos por sus diferentes haces ó contraponiéndolos en brillantes paradojas, ni siquiera de seguir la hebra del razonamiento hasta el cabo. Corta por donde se le antoja, digo, cuando se le atraviesa otra cosa de mayor momento, y luego ya no se le acuerda de tornarlo á enhebrar. ¿No pensamos y discurrimos así, á retazos, tomando á lo mejor un cabo suelto que andaba allá por la madeja y se nos viene de pronto á los ojos, sin cuidarnos del concierto en las sentencias? ¿Pues por qué no habré de escribirlo así?, hubiera respondido la Santa al empecatado preceptista que le hubiera salido con estos escrúpulos de retóricas manidas.

Vengamos ya, que ya es hora, á ver cómo se las entiende la Santa en esto de escribir. No habrá ido fuera de propósito cuanto hemos discurrido hasta aquí, si en su estilo y[Pg 481] lenguaje hallamos puesto en su punto ese que yo llamaría naturismo ó realismo español, para no enmarañarnos, ni tengan que achacarme nada, usando el vocablo naturalismo, que ha tomado en Francia, y de allí se ha corrido á las demás naciones, un sentido harto distinto, bien que cimentado en la misma propensión á buscar los hechos naturales, tal como se nos ofrecen en el mundo. Ahí, repito, han venido á parar la literatura y el arte, arrastrados por las corrientes científicas que han dado este colorido y sabor á todo linaje de estudios y disciplinas, descostrándolas de las impurezas añejas, de los convencionalismos y dogmatismos de antaño. Así ha quedado sepultada la antigua retórica, en lo que encerraba de falsos puntos de mira y de procedimientos rutinarios, y sobre sus ruinas han brotado toda suerte de escuelas y teorías, encaminadas por este eterno sendero de la verdadera estética, de la naturalidad y realidad.

No habíamos menester, nosotros los españoles, ese naturalismo francés á lo Zola, que por irse tras los hechos, cierra los ojos á otros que no lo son menos, al anhelo del alma humana por un ideal elevado de vida y por la virtud, hoy tan vivo y aun más vivo y sentido que nunca, y se abate y encharca y se zambulle en las podredumbres del vicio y de la miseria.

Nuestra literatura fué siempre natural y[Pg 482] realista. En una sociedad tan falseada como la de Versalles, buena falta hacía que tras la revolución, que desterrase la mentira política, viniese el realismo en el arte, que acabase con el embuste retórico.

Pero acá en España, aun á vueltas de las más desatadas locuras del gongorismo y conceptismo, el realismo sano, la naturalidad, arraigaba tan hondamente en nuestra raza, que seguía tan lozano como en las épocas de la Celestina, de los místicos y de la picaresca. Ese realismo español, á donde no ha llegado todavía el arte francés en sus altibajos y vaivenes, y no sé si algún día llegará, porque el carácter de la raza no lo lleva, ha tenido en España casi tantos seguidores en todos tiempos como artistas y escritores; pero, sin hacer injuria á ninguno, bien podemos asegurar que Santa Teresa les lleva á todos ventaja en esta parte. De aquí que su lenguaje sea lo menos rebuscado que pueda concebirse. El artificio, no ya la afectación, es cosa que se despegaba de un alma tan sincera como la de nuestra Santa. No hay en todos sus escritos una frase, una sola palabra, que huela al menor artificio retórico de escuela. Y cosa maravillosa, pero que nada tiene de extraña, Santa Teresa no discanta un punto de los preceptos retóricos ni gramaticales, digo, de los que se fundan en los principios eternos del arte y del organismo idiomático del castellano. He[Pg 483] oído decir á algunos que nuestra escritora es descuidada, por lo mismo que es tan llana y poco curiosa en escribir. La queja es antigua. Ciertos teologazos y retoricuelos de su tiempo se daban á entender que «algunas veces la Madre Teresa en sus libros interrumpe el razonamiento, que llevaba, con otras pláticas, y entremete unas exclamaciones, con que se olvida de lo que iba diciendo, y unas paréntesis prolijas que hacen oscuro el sentido: al fin como quien no sabe los preceptos de la Retórica y el orden que ha de llevar el buen libro. Y demás desto dicen que usa de vocablos que no son propios ni verdaderos para declarar su conceto». Bien de otra manera lo entendía el P. Jerónimo Gracián, de cuyo libro Dilucidario del verdadero espíritu, donde «se declara la doctrina de la Madre Teresa de Jesús» (pág. 15), he tomado esta cita.

Cuenta allí mismo este verdadero discípulo de la Santa que, como la importunase, estando en Toledo, para que escribiese el libro de las Moradas, ella le respondía por estas palabras, que pondré aquí como muestra al propio tiempo de su habla y estilo: «¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados, que han estudiado; que yo soy una tonta, y no sabré lo que me digo: pondré un vocablo por otro, con que haré daño. Hartos libros hay escritos de cosas de oración. Por amor de Dios, que me dejen hilar[Pg 484] mi rueca y seguir mi coro y oficios de Religión, como las demás hermanas, que no soy para escribir ni tengo salud y cabeza para ello».

No quiero defraudar al lector del juicio que el mismo P. Gracián formó del estilo y habla de la Santa, por ser libro raro este «Dilucidario», y encerrar en sí cuanto yo pudiera declarar con bastante peores palabras: «Y en ir en aquel estilo muestra con llaneza la verdad, sin composturas, retóricas ni artificios. Aunque (si bien se mira) el estilo es altísimo para persuadir y hacer fruto; el lenguaje, purísimo y de los más elegantes en lengua española; que quizá muchos letrados no acertaran á decir una cláusula tan rodada y bien dicha como ella la dice, aunque borren y enmienden mil veces: y ella lo escribió sin enmendar papel suyo de los que escribía, y con gran velocidad, porque su letra (aunque de mujer) era muy clara, y escrebía tan apriesa y velozmente, como suelen hacer los notarios públicos, que me admiraba las muchas cartas que cada día escrebía de su mano á todos los conventos, y respondía á cualquier monja ó seglar en los negocios de la orden ó en los puntos y dudas de oración que la preguntaban».

Y cómo olvidar á otro más famoso teólogo y maestro consumado de las letras españolas, á Fray Luis de León, el cual, en la carta que á las Madres descalzas escribió y puso[Pg 485] al frente de las obras de Santa Teresa en su edición primera, año 1588, dice á este propósito: «En la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede á muchos ingenios: y en la forma del decir, y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y ansí, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo, sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que la regía la pluma y la mano: que ansí lo manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras, y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee».

Con harto pesar habría de acabar este artículo sin dar alguna muestra de este estilo y lenguaje. Y así, remitiéndome á la curiosidad del lector que no conozca las obras de Santa Teresa, que son cosas que suceden en España, para que él por sí mismo las saboree, si quiere formar cabal juicio, sólo citaré algún párrafo suelto.

Cae, vaya por caso, plática del temor con que vivían los santos que antes fueran grandes pecadores. Vase la Santa al hilo del pesar, que se le despierta entonces más vivo por las niñerías de atrás, que á sus ojos se[Pg 486] le aparecen ofensas gravísimas, y con una extraña humildad, dificultosa de hallar aun en los mayores santos, dice así: «Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto, que no sé cómo lo escribo, ni cómo vivo, cuando se me acuerda, que es muchas veces. Pedidle, hijas mías, que viva Su Majestad en mí siempre, porque si no es así, ¿qué seguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía?» Y no son éstas ñoñerías monjiles ni humildades de garabato: oid cuál prosigue abriéndoles todo su pecho y doliéndose con ellas de sus imaginadas maldades: «Y no os pese de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo, y procede de que quisiérades que hubiera sido muy santa; y tenéis razón, también lo quisiera yo. ¡Mas, qué tengo de hacer, si lo perdí por sola mi culpa! Que no me quejaré de Dios, que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran vuestros deseos». ¡Cree ingenuamente que tienen razón sus hijas al suponer que ella había sido pecadora! Tan bobillas las monjitas, y tan profundamente humilde la madre, que con todo su claro talento les cree y se lo cree. «No puedo decir esto sin lágrimas y gran confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden enseñar á mí.

Recia obediencia ha sido: plega al Señor, que pues se hace por Él, sea para que os[Pg 487] aprovechéis de algo, porque le pidáis perdone á esta miserable atrevida... no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena Madre», dice refiriéndose á la Virgen. Y sigue en lo mismo, hasta que de repente exclama: «Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho, y en acordándome de mí, se me quiebran las alas para decir cosa buena».

¡Por tan malas tenía todas las suyas!

Ahí está toda entera el alma de la Santa en un solo párrafo; y lo mismo la echaríamos de ver en todos los de sus obras. Es delicioso contemplar su viveza, las salidas inesperadas con que pasa de un punto á otro, y con qué gallarda desenvoltura se ahorra de estorbos y va á lo suyo con certero paso y sin embarazarse ni enredarse en menudencias y remilgos, tan propios de mujeres.

Quiere que entren en el castillo de sus almas sus hijas; pero entrar un alma en el alma misma, no deja de ser un peregrino entrar: «Pues tornando á nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate, porque si este castillo es el alma, claro está que no hay para qué entrar, pues ella es él mismo: como parecería desatino decir á uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas va mucho de estar á estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo, que es adonde están los[Pg 488] que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro, ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni aun qué piezas tiene. Ya habéis oído en algunos libros de oraciones aconsejar al alma que entre dentro de sí: pues esto mesmo es lo que digo».

Escribe á su hermano, y no parece escribirle: esta mujer habla con un presente: «Pensé que nos enviara V. M. el Villancico suyo: porque éstos no tienen pies ni cabeza, y todo lo cantan. Ahora se me acuerda uno, que hice una vez estando con harta oración, y parecía que descansaba más. Eran (ya no sé si eran así), y porque vea que desde acá le quiero dar recreación:

¡Oh hermosura que excedéis
Á todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis,
Y sin dolor deshacéis
El amor de las criaturas.
.............................

No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo que estaba con harto cuando dije esto. Dios se lo perdone, que me hace gastar tiempo. Y pienso le ha de enternecer esta copla y hacelle devoción. Y esto no lo diga á nadie. D.ª Guiomar y yo andábamos juntas en este tiempo. Déla mis encomiendas».

Así las gastaban nuestros místicos, á quienes achacan hoy día algunos haber ennegrecido[Pg 489] y aovillado el carácter de los españoles de aquellos tiempos. Tan cariacontecidas, rostrituertas y cabizcaídas eran nuestras gentes, que en ninguna literatura, ni en la serena y placentera de Grecia, han jugado así con la muerte y hecho donaire de los trances más terribles y de las más hondas miserias de la vida como nuestros desgarrados, desarrapados y hambrientos profesores de la jábega y de la picaresca. Al cabo y á la postre fueron descendientes del estoico y sereno Séneca y de los defensores de Calahorra, Sagunto y Numancia.

Ese desprecio de todo lo de acá, ese volar hacia arriba y mirar las cosas todas con el desdén de un alma grande, engreída y soberbia, si se quiere, ese lanzarse á las más estupendas aventuras, rompiendo por todas las dificultades, es el alma de nuestros místicos lo mismo que de nuestros pícaros, de nuestros conquistadores de América, como de nuestros guerreros de Italia y Flandes: es el alma de la raza. Lo que es D. Quijote, el noble, el más limpio de toda tacha y libre de todo temor en la caballería, es Santa Teresa en la religión y en el claustro. Sólo que Don Quijote no graceja, ni ríe jamás, porque los locos no ríen, ni gracejan, y los santos y santas sí.

No es menester apurar mucho lo castizo de esa habla de la Madre Teresa, ni la elegancia y propiedad, ni el garbo y brío. Si[Pg 490] alguna, esta vez encaja bien aquí lo de ello mismo se alaba, no es menester alaballo. Menguado gusto ha de tener el que no saboree tan delicada manera de hablar. Santa Teresa no hizo ningún estudio de la lengua castellana. La nación florecía, y no tenían que temer influjos extraños como hoy, y todo español hablaba de perlas.

¿Quiere decir que el que busca más y más hacienda, no llegará á las más interiores moradas? Pues véase el desenfado con que se rodea y el pintoresco diálogo que entabla: «Tiene una persona bien de comer y aun sobrado. Ofrécesele poder adquirir más hacienda. Tomarlo, si se lo dan, en hora buena, pase; mas procurarlo, y después de tenerlo, procurar más y más? Tenga cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque, como he dicho, son estas personas de oración y virtuosas); que no hayan miedo que suban á las moradas más junto al Rey».

No citaré aquí aquel elegantísimo y gallardo trozo de la meditación del Crucificado, que puede ver el lector en la carta al Obispo de Osma, en el cual ha sobrepujado á lo mejor de Fray Luis de Granada.

Cuanto á lo galano de su fantasía, baste recordar aquella maravillosa concepción de las Moradas, que engasta todo el tratado como un cuadro de rica pedrería. En cuatro palabras declara toda la traza del libro: «Estando hoy suplicando á Nuestro Señor hablase[Pg 491] por mí, porque no atinaba cosa que decir ni cómo comenzar á cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré para comenzar con algún fundamento, que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante ó muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso, adonde (dice) el Señor de él tiene sus deleites». Al más exigente le llena las medidas la sencillez y unidad de este plan que no lo buscó, sino que se lo ofreció su rica fantasía. Porque el alma, que se mete en un asunto, y al desenvolverlo queda envuelta en la expresión artística, lleva consigo esa unidad substancial que hace de la obra artística un acabado y bien trabado organismo, y la pega á cuanto toca. Sólo que para ciertas escuelas esa unidad ha de ser de esta ó de aquella clase, y para la naturaleza no es á veces ni de aquella ni de esta, sino de esotra, que está más adentro, en el corazón del intento propuesto. Así resulta á menudo manifiesta esa unidad de acción sin pretenderla, ó está encubierta á los ojos del crítico somero, aunque de hecho se halle donde hallarse debe, en lo más hondo de la idea y traza, que es como el quicio donde se mueve y gira toda la obra.

Veo me he alargado en demasía, sin haber hecho más que arañar y escarbar la haza.[Pg 492] Querer penetrar más, fuera enredarme en asuntos prolijos, cansar al lector, malusar de la licencia que se me ha dado y quitar espacio y lugar á otras mejor cortadas plumas que la mía. Y así pondré aquí punto, y no habremos poco logrado si con este solo pensamiento de recrearnos en la inimitable naturalidad y verdad de la Madre Teresa, que, dejando caer de su pluma al desgaire y sin el menor asomo de pretensión ni pedantería las mismas sencillas palabras y candorosas frases que salían de su boca en la familiar plática de vieja castellana, nos remonta á los más encumbrados conceptos de la unión del alma con Dios, y nos desentraña las más recónditas delgadeces y sutilezas de la teología mística, nos alentamos á leer y releer sus maravillosos escritos, veneros que siempre serán de altísima doctrina y ejemplar no sobrepujado de la más cendrada y varonil elegancia en lengua castellana.

[Pg 493]

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El latín y la evolución del castellano

I

No derivan los radicales castellanos de las formas clásicas, sino de sus similares del habla vulgar de los romanos. Autores hay que parten de formas latino-vulgares; pero, no siendo éstas más que fórmulas hipotéticas, en las que se han condensado los resultados del estudio comparativo de los vocablos románicos correspondientes, paréceme en demasía sistemático y poco científico el procedimiento.

Voy á decir cuatro palabras acerca del intrincado problema del latín vulgar en cuanto se relaciona con el origen del castellano, problema que hoy por hoy sigue todavía sin resolver. Cualquiera que conozca el espíritu de los antiguos sabe de sobra que para las personas cultas de aquellos tiempos no había más latín que el literario. Á nadie se le ocurrió jamás escribir en aquella jerga vulgar, que se consideraba como una degeneración[Pg 494] del latín culto, torpemente desfigurado y estropeado en labios de la gente plebeya. Tal es la causa de que las únicas noticias que tenemos del latín vulgar las debamos á la investigación científica, que por medios indirectos ha llegado á rastrear algunos datos: de ahí la dificultad del problema. Y aquí ocurre una observación crítica de la mayor importancia. Ese menosprecio y extravagante manera de considerar el habla vulgar se mantuvo aún después de fenecido el Imperio. Hasta bien avanzada la Edad Media, las personas instruídas no se pusieron á escribir en romance por creerlo indigno instrumento para la literatura; mas antes del siglo XII todos creían que su habla era latín, bien que estropeado. Sólo así se explica que los escritores modificaran el romance vulgar, acercándolo en su ortografía al latín cuanto podían, y que emplearan todos los términos latinos que les venían á la cabeza con sólo darles un ligero tinte castellano. De aquí esa dualidad lingüística en un mismo autor, que emplea, no sólo términos desconocidos del vulgo, sino aun los vulgares con una ortografía semilatina ó etimológica y semifonética. Es imposible que en tiempo de Berceo sonara de tres maneras el mismo verbo: dannar, danpnar, damnar. Estas variantes ortográficas respondían á dañar, que era como únicamente se decía entonces, lo mismo que ahora. Pero hubieran creído estropear el latín[Pg 495] si lo escribían tal como lo pronunciaban. Tenían un lenguaje para escribir, y creían echarlo á perder al hablar su román paladino. Y aquí han tropezado no pocos, aduciendo esas variantes ortográficas como formas que realmente sonaron tal como están escritas, y que, por consiguiente, eran las formas comprobantes intermedias de la evolución, en las cuales vemos convertirse el latín en castellano, vemos nacer á nuestro romance.

Esta observación crítica se aplica lo mismo á los escritos latinos que á los castellanos de aquellos tiempos, y es de tal importancia para la investigación de la etimología y origen del castellano, que voy á descender á casos concretos.

Está tan lejos de ser cierto que en los escritos medioevales se vea nacer el castellano, que, por el contrario, lo que se ve nacer en ellos es el latín. El castellano aparece la primera vez que se le encuentra escrito, como una lengua robusta y acabada, y los vocablos sueltos que aparecen en los documentos latinos más antiguos son tan castellanos como hoy día. Antes bien, las formas que aparecen antes son las más castellanas, y poco á poco se van acercando más á las latinas. Es que los escritores iban sabiendo mejor el latín conforme avanzaban los tiempos. Por ej., linde se encuentra en el Fuero de Évora el año 1166 (M. P. Leges, p. 392):[Pg 496] «Qui linde alieno crebantaverit, pectet quinque solidos et septem ad Palacio». En la segunda recensión, Fuero de Abrantès en 1179, y de Corucha en 1182 (ibid., p. 419 y 427): «Qui limde alienum quebrantaverit». En la tercera, F. de Palmella en 1185 (ibid., p. 430): «Qui limede (al. limide) alieno crebantar...» En la cuarta, F. de Covilhan del 1186 y de Centocellas del 1194 (ibid., p. 457 y 487): «Qui limitem alienum fregerit...». En la quinta, F. de San Vicente de Beira en 1195 (ibid., p. 495): «Qui limidem alienum fregerit». Á la verdad, aquí no se ve nacer el castellano, sino diríase que el latín: linde, limde, limede, limitem, limidem. Otro tanto sucede con el término azor y el azorera, que aparecen antes que acetore y aceptore. De las formas arroyo, arroio y arrogio, la primera es la más antigua, del año 841, en la donación de Alfonso el Casto á la catedral de Lugo. En la era 916 hallamos quoto: «factum est in supradicto quoto 8 idibus junias»; y después en las eras 937, 940 y 983, cautum; y en la de 984, cautamus. No parece sino que el castellano va á convertirse otra vez en latín; y es que la cultura adelantaba, y lo único que pretendían era escribir en latín, haciéndolo cada vez mejor. Siendo para ellos el habla vulgar un latín corrompido, lo saqueaban latinizándolo en sus escritos: abatire de abatir, abadagium, acampanare, acannizare, alcanzare, advescit = consuevit (Glos.[Pg 497] got. Card.) de avezar, «dña Thereysia mea ama», del ama castellano, attondus (er. 1100, Arch. Arlam.) ó atuendo en ablativo (ch. Ferdin. I, Sota), del bascuence atondo, «terras cultas vel barbatas» de vervactun = barbecho (c. Adeph. imper., era 1117, Arch. Naj.), campidator de campeador, campear (ch. Adeph., 1111, Sota), cargas de feno, carnerus, cavalcator, cerrus de cerro, collacius de collazo, collata, ganare, ganatus, autero de otero, heretarius de heredero, ingamno de engaño, quadrare, quitare, sacare, spolas. Sería insensatez figurarse que tales formas latinas hayan existido jamás en el habla: son vocablos castellanos, sin origen latino muchos de ellos, pero latinizados por los pendolistas de aquellos tiempos. El que sin criterio quiera amontonar los términos intermedios entre los castellanos y los latinos, los hallará todos en los documentos; pero no son términos medios de la evolución natural del latín hasta hacerse castellano, sino muchas veces, al revés, es la latinización cada vez más perfecta del habla vulgar. Por ejemplo. En Berceo hallamos miraculo (Mil., 46), miraclo (íd. 869) y miraglo (S. Dom., 315). «Berceo nos conserva tres de las cinco formas por que ha pasado miraculum para fijarse en milagro», dice Lanchetas. Si esto fuera verdad, en tiempo de Berceo aún no había nacido el castellano, ni aun siquiera el latín vulgar, pues el miraclo del[Pg 498] vulgar latino es posterior al miraculo de Berceo. Lo que hay es que, menospreciándose entonces el romance vulgar, los escritores creían que debían escribirlo lo más parecido al latín, única lengua literaria para ellos; de modo que en vez de escribir siempre miraglo, que es como se decía en el pueblo, escribían á veces miraclo por acercarse al latín, y aun miraculo, tomado del latín clásico, del cual no había salido miraglo, sino del vulgar miraclo. Siempre la reacción literaria corrigiendo el habla vulgar.

No se pueden tomar sin discernimiento todas las formas que hallamos escritas en los autores: la más vulgar es la única fehaciente; las otras son préstamos eruditos del latín y no reflejan el castellano hablado. Mixtura por mezcla en Berceo (Duel., 40), es de origen muy posterior respecto de mesturar por mezclar y de mesta por cosa mezclada, así como lo es misto. La x de mixtura denuncia un préstamo del latín; hoy ya ha pasado misto al pueblo, pero ha perdido la x, que ni los romanos pronunciaban, cuanto menos los riojanos del tiempo de su poeta Berceo. Modrar (S. Mill., 271), aunque erudito de origen, ya ha perdido la e; la reacción posterior originó el moderar, calcándolo sobre moderare. Como modrar no se usaba entre el pueblo, desapareció ante moderar. Aquí se ve cómo la lengua erudita vive en parte enteramente divorciada del habla vulgar,[Pg 499] puesto que en cada época ha tomado los vocablos latinos modificándolos, no según el fonetismo castellano, sino conforme al uso que los eruditos tenían en la adaptación, mayor ó menor, según las épocas, á ese mismo fonetismo. Hoy la reacción latina es mayor, y lo ha sido cada vez más desde el Renacimiento. Hoy no nos parece bien se quite la e á moderare, y decimos moderar, con sólo quitarle la e final, para que quepa dentro de la turquesa de los infinitivos. No se atrevían á tanto los clérigos del siglo XIII, y decían modrar; pero ambas formas han flotado y flotado sobre el habla vulgar, sin penetrar en ella, como escoria erudita que va y viene y se cambia, conforme al capricho de los que la emplean en sus escritos, y aun en la conversación. El mismo Berceo emplea ya modulado: «Odi sonos de aves dulces e modulados» (Mil., 7); pero ese préstamo es posterior al que convirtió modulus en molde, que también es erudito, pero de época anterior, de mod(u)lus, perdida la u, que nunca sonó en el latín vulgar, y con la metátesis común que afectaron los eruditos más antiguos al trascribir vocablos parecidos, como tilde, si viene de titulus, espalda de spat(u)la. Hoy no nos atreveríamos á derivar con tales metátesis, porque nos picamos de mejores latinistas y tenemos menos cariño al fonetismo nacional. ¿Quién se atrevería hoy á decir motral junto á mortal, como se atreve Berceo?[Pg 500] Muebda por movida, es de formación erudita de aquel tiempo (S. Dom., 119), como debda de debita; mover, movido, á ser vulgares, hubieran perdido la v. También existe mueda = causa motiva (S. Mill., 387), ya más castellanizado, como muedo por modo (Mil., 29), que nadie se atrevería hoy á decir, aunque es conforme al cambio sin excepción de ŏ acentuada en ue, lo mismo que muesso por mordisco (Lor., 77) de morsus, perdida la r según ley. En cambio multo (Mil., 259) es una condescendencia por multum, que hoy nadie la tendría, como no diría nadie nodicia, que dice Berceo (S. Mill., 164) suavizando legítimamente la t de notitia, ni nudrir ó nodrir por nutrire (S. Dom., 59, 528). No creo que odir ni udir se dijeran en tiempo de Berceo, juntamente con oir, aunque él escriba de estas tres maneras (Sacr., 56, S. Dom., 312, Duel., 209); la d es por reacción erudita, como en odiendo por oyendo. Tampoco creo sonara palomba, como escribe junto á paloma (S. Or., 40, 46), sino que la b era otra condescendencia de escritor hecha al latín. Toda cautela es poca, cuando de los escritos queremos deducir lo que realmente debemos atribuir al romance hablado, separándolo de lo que los escritores añadían de su cosecha, por la preocupación de que sólo el latín era un lenguaje digno de escribirse, y de que el romance, no siendo más que un mal latín, debía purificarse lo más posible para hacerlo[Pg 501] digno de emplearse en los escritos, y que se podía y aun debía echarse mano de todo el vocabulario latino, por ser latín lo que se escribía y no ser más que una misma lengua la hablada y la escrita. Tal es el poder de una lengua literaria, cuando ha pertenecido á un gran imperio y á una gran civilización. Esas mismas preocupaciones indican que el romance no nació de un golpe, sino que fué, sin solución de continuidad, el mismo latín, que hablado en España en tiempo de los romanos, había ido evolucionando insensiblemente, hasta el punto de no cambiar de nombre.

En los últimos tiempos del Imperio, verificada ya la fusión de razas, cuando las provincias, adquiridos todos los derechos de los antiguos ciudadanos de Roma por el edicto de Caracalla (212), se tuvieron por tan romanas como la misma ciudad de Rómulo, despertando el espíritu patriótico de la nacionalidad romana ante los pueblos bárbaros ó extranjeros que por todas partes rondaban las fronteras, el adjetivo romanus, aplicado antes á solos los habitantes y cosas de Roma, hubo de generalizarse á todo el Imperio en oposición al de barbarus. Orosio llamó Romania á todo el conjunto de razas y países comprendidos dentro del Imperio, como se llamaban Hispania, Britannia, Graecia, Gallia cada uno de ellos. Lo más propio de la Romanía, su idioma, llamóse, por lo mismo,[Pg 502] lengua romana, hablar en román, romanice, en romance era hablar el lenguaje de la Romanía, del Imperio romano, era lo mismo que hablar en latín. El tipo de esa habla era naturalmente el latín literario y oficial de la administración, que era el que más se acercaba al literario; pero el habla vulgar de las provincias no se creía ser más que ese mismo latín, bien que algo estropeado. Ese mismo latín siguió hablándose por varios siglos; pero ¡qué diferencias no había causado la evolución incesante! Virgilio Cordobés, citado por Sarmiento[18], escribía en el siglo IX: «Ille est vituperandus qui loquitur latinum circa romancium, maxime coram laicis, ita quod ipsimet intelligunt totum... Et ita debent omnes clerici loqui latinum suum obscure in quantum possunt et non circa romancium». En este notable pasaje se traslucen algunos hechos históricos de la mayor importancia. En aquel mismo siglo (842) se redactó el convenio entre Carlos el Calvo y Luis de Alemania en francés ó romance del Norte de la Galia, el primer monumento que poseemos en lengua vulgar[19], del cual dice Sarmiento que lo podrían entender los gallegos sin necesidad de versión. Los clérigos hablaban su latín—dice[Pg 503] el autor cordobés—, es decir, un latín de cocina, que distaba bastante por una parte del latín clásico, y por otra del habla vulgar, puesto que les aconseja que lo empleen entre sí delante de la gente lega, cuando conviene que ésta no les entienda. Por donde se verá el craso error de Martínez Marina al sostener que sólo á principios del siglo XII pudo hablarse de tal manera que se tuviese el romance por distinto de la lengua latina.

Por lo mismo, cuando se querellaba[20] Álvaro Cordobés de que el latín, habla de los cristianos, lo hubiesen olvidado los españoles que andaban entre los moros, teniendo en mayor estima la lengua arábiga, puesto que se refiere al pueblo español, trata del romance vulgar español, llamado por él latín por las razones antes apuntadas; no trata del latín clásico, que sin género de duda hacía siglos sólo habían conocido algunos privilegiados eruditos, ni siquiera del latín vulgar, que para el siglo IX ya había desaparecido. Les dice, pues, Virgilio que hablen su mal latín, latinum suum, lo menos parecidamente al habla vulgar, obscure et non circa romancium. Ese circa romancium ó romance, ya no era el romano ó habla romana y latina de la Romanía, y con todo conserva el nombre.

¿Qué habla fué la de la Romanía, es decir, [Pg 504]qué fué el llamado latín vulgar? Por las dichas preocupaciones, nadie escribió en ese latín, no tenemos ni el menor documento redactado verdaderamente en esta lengua: de ahí la dificultad del problema. Se trata de reconstruirla por el estudio comparativo de las lenguas románicas, sus sucesoras; por el estudio del latín vulgar antiguo, sólo conocido en los arcaísmos y vulgarismos de Plauto y otros autores y en las escasas inscripciones latinas de la época republicana; por el estudio de los dialectos itálicos, el úmbrio, el osco, el falisco, el volsco, etc., que sin duda modificaron el latín de los conquistadores antes de llevarlo éstos á las demás provincias; por los defectos que á los lapidarios se les escapaban en las inscripciones de la época imperial, á causa de las diferencias entre el habla vulgar y el latín oficial en que las redactaban; por las correcciones de los gramáticos latinos, en las que enmiendan defectos de pronunciación y ortografía debidos al habla común y popular; por los glosarios vulgares coleccionados algo posteriormente, sobre todo por autores africanos y españoles, en los que hicieron notar las diferencias dialectales de estas provincias[21]. Pero todas estas fuentes de información, ó no bastan, ó no se han estudiado á la [Pg 505]vez con el único empeño de sacar á luz el latín vulgar. Los romanistas, que son los que más interesados están en hacer ese estudio, ocupados en el de las mismas románicas, tienen que formarse para su propio uso un sistema é idea particular de esa lengua problemática, encomendando su investigación exprofeso á los indo-europeistas. Estos en cambio la dejan para los romanistas, por verse atareados con las antiguas lenguas de nuestra familia. Resultado: que sólo tenemos datos sueltos, algunos jalones cronológicos y geográficos; pero que nos falta conocer, no sólo esa lengua, pero hasta su cronología y su geografía, los dos ojos que nos la permitirían ver. Estoy, pues, muy lejos de pretender hacer yo la historia del latín vulgar; sólo propondré algunas ideas, algunos datos indispensables para conocer el fonetismo latino-castellano.

Sabemos con toda certeza que además del latín escrito, que conocemos por las obras literarias, existió el habla de los romanos, algo distinta de ese latín literario y distinta en las diversas épocas. Á esa habla se refieren los mismos autores latinos, cuando mientan los términos vagos de sermo vulgaris, plebeius, usualis, cottidianus, inconditus, proletarius, prisca latinitas, etc., etc., en oposición á los de sermo urbanus, eruditus, perpolitus, etc. Unos y otros desaparecieron de hecho con la caída del Imperio, ahogados[Pg 506] y puestos en olvido por las lenguas románicas, que habían ido formándose insensiblemente en las provincias al evolucionar el habla vulgar romana entre razas tan distintas, que habían hablado antes sus idiomas indígenas y tenían sus particulares tendencias fonéticas y semánticas, efecto de la idiosincrasia fisiológica y psicológica de cada raza.

Lo primero que echa de ver el que ha estudiado comparativamente las lenguas indo-europeas, es que el latín antiguo vulgar, tal cual se trasparenta en las inscripciones, en los mismos autores clásicos que afectan arcaísmos, y en los más viejos documentos, se allega más en el fonetismo á las demás lenguas de la familia y á las otras lenguas itálicas en particular, que no el latín clásico de la época de Cicerón y de Augusto. Luego veremos algunos casos prácticos que lo demuestran palpablemente: baste decir en general que e, o del antiguo latín, de muchos dialectos itálicos y de las demás I E, toman en el latín literario un timbre más estable, i, u; que los antiguos diptongos debidos al refuerzo ó guna, por el que deico es paralelo á δείχ-νυμι etc., etc., se contraen en latín literario en i, u, etc. No menos manifiesto es que las tendencias del literario van formando y dando carácter cada vez más idiomático á esta lengua semioficial conforme adelantan los tiempos, pues se les ve apuntar en los más antiguos escritores y ya generalizarse[Pg 507] en la época clásica. De modo que en sus principios el literario no se distingue apenas del vulgar; pero poco á poco cada una de estas lenguas, evolucionando conforme á sus particulares tendencias, van diferenciándose más y más. Con todo, al paso que crece la potencia del literario, por ser habla oficial é imponerse por la administración central, por el establecimiento de escuelas, por el mismo influjo del esplendor de la literatura, la reacción, por decirlo así, oficial y erudita, entabla lucha mortal con el habla ordinaria del Imperio, y llega en la época del mayor esplendor literario y político, desde Augusto á los Antoninos, á influir poderosamente en esa habla ordinaria. Pero declinando el poder imperial, enflaquecida esa fuerza impuesta, el latín vulgar prosigue su camino, arrolla al literario y lo vence, haciéndole desaparecer de la escena. Tenemos, pues, una prisca rusticitas, más conforme al indo-europeismo, y que encerraba en germen las tendencias que después se desenvolvieron, dando su carácter analítico y aun su fonetismo á las románicas; y junto á ella un latín literario, que tomando otra dirección se desarrolla, y apoyado en la fuerza de la política y de la literatura trata de matar el habla común, sucesora de la prisca rusticitas, influye en ella, pero á su vez vencida y avasallada al faltarle el apoyo oficial, muere á sus manos. Esta victoria del elemento democrático[Pg 508] sobre el aristocrático podría dar margen á largas y profundas consideraciones en el terreno sociológico y en el lingüístico; pero no me detendré más, y paso adelante.

Aquella prisca rusticitas, verdadero representante romano del habla aria en Roma, siguió su camino desenvolviendo sus tendencias analíticas, como siguieron desenvolviendo las mismas tendencias las germánicas y el griego vulgar en Europa y las lenguas ario-iranias en la India, en la Persia y en la Armenia, pasando sobre los cadáveres de las lenguas literarias, que buscaron su sepultura en el efímero engalanamiento del artificio de un día. La naturaleza sola es duradera; lo artificial, momentáneo. El latín literario, una variante del verdadero ó antiguo latín vulgar, por haberse separado de éste para acomodarse á las modas de unos cuantos literatos y al modo de ser extranjerizo del griego, atrofiado en manos de los mismos literatos y helenizantes, fosilizado en las brillantes oraciones ciceronianas, el autor más clásico y el ápice del latín literario, hubo de fenecer con la misma literatura y pinchado en la misma lengua del orador romano. La diferenciación había comenzado probablemente con la formación de la misma ciudad y pueblo de Roma[22]. Sus dos clases [Pg 509]de puros latinos, que fueron luego el patriciado, y de sabelios y otras gentes itálicas, oriundas, sobre todo de la montaña, y de los demás elementos allegados de la llanura ó Campania, llevaban en sus labios todos los gérmenes de idiomas algún tanto diversos. Esta divergencia fué agrandándose, cual se separan los dos lados de un ángulo, ya por la natural tendencia de la aristocracia á distinguirse de la plebe, ya por el prurito, poco después avasallador, de helenizarlo todo, mayormente desde que Andrónico llevó á Roma el culto artístico de los helenos. Verdadero dialecto del latín común, y distinguiéndose apenas del habla popular en un principio, fué separándose cada vez más, quedando enteramente fijado por los autores del siglo de Augusto. Pero como el lenguaje no puede detenerse en su curso, so pena de quedar petrificado como la mujer de Loth, esa sanción literaria le condenó á muerte. La historia suele repetirse, y un mismo sol alumbró en distanciadas regiones dos acontecimientos gemelos. El idioma védico siguió al pasar el Ganjes su evolución; pero los himnos de los antiguos Richis se refugiaron en los conventos, donde toda la civilización del Sapta-Sindhu, encerrada cual crisálida en su capullo, había de convertirse en la esplendente civilización brahmánica. Allí nació Brahma, endiosamiento del lenguaje, de los Vedas, y allí entre las glosas, prātiçākhyas y casuismos[Pg 510] gramaticales, políticos y religiosos de los monjes guardadores del depósito sagrado, nació el habla perfecta, el sanskrit, que pudo consignarse después por escrito cerca ya de la Era cristiana en un alfabeto tan divino como le correspondía, en la escritura devanāgarī.

El elemento semidemocrático alzóse contra los tiranos Brahmanes, valiéndose de los mismos principios sobre que se levantaba todo su artificioso poder, y con el nombre de Budhismo luchó á brazo partido y se llevó de calle los pueblos orientales. Aquel fué el momento en que los adoradores de Brahma sacaron su Verbo, y el Sanskrit clásico, desenclaustrado, comenzó su era de esplendorosa literatura, reaccionando contra el Budhismo y contra su instrumento el Pali. Tan artificial como el latín clásico, obtuvo el Sanskrit largos siglos la hegemonía; pero las hablas vulgares, que en vez de estacionarse entre los laureles gramaticales de los Paninis ó Quintilianos siguen adelante en su natural evolución, dejaron fosilizada aquella habla divina, hoy sacada de su sarcófago por los indianistas, como de su sarcófago habían sacado al latín literario los del Renacimiento.

Las lenguas románicas no mataron al latín vulgar: fueron sus continuadoras en la Romanía. Pero antes de salir de Italia y conquistar el Mediodía de la Europa occidental,[Pg 511] aquella prisca latinitas hubo de recorrer toda la Península, y si logró imponerse y triunfar de las lenguas todas itálicas, no fué sino á costa propia, coloreándose de los matices de todas, enriqueciéndose con sus despojos, al par que perdía algo de su original personalidad.

Es menester no conocer las antiguas lenguas de Italia, no haber hecho el cernido del latín vulgar, ya en sus elementos fonéticos, ya en los lexicológicos, para creer que el latín llevado á las provincias por los conquistadores era el latín puro de la antigua Roma, y mucho menos el de las familias aristocráticas. Conocemos por Tito Livio (XXVII, 9, 10) las colonias latinas que hasta Aníbal (208 antes de J. C.) se habían desparramado por Italia. Desde este momento para el habla de los Romanos hubo de empezar una nueva era. Hasta la guerra social, época en que se extinguen las últimas protestas patrióticas de los pueblos subyugados, y sobre todo hasta Sila, los dialectos meridionales llevan al latín nuevos elementos lingüísticos, y las diversas hablas de Italia se constituyen, todas ellas cual dialectos latinos, pero seguramente matizados por el fonetismo local. Sin admitir la hipotética división de dialectos sugerida por Mohl[23], en general su idea no puede rechazarse; la unidad del latín vulgar, [Pg 512]si tal vez llegó jamás á realizarse de una manera completa, á pesar del dicho de Quintiliano de que el latín era en toda Italia sensiblemente uniforme (lo cual puede entenderse del vulgar tanto como del literario), mucho menos se había realizado por aquella época, en que, vivaces aún al dar el último suspiro las lenguas itálicas, no tenían por enemigos la mayor centralización posterior, las escuelas que después en las provincias se establecieron, y la literatura, que aún no había difundido su pujante influencia.

Aún bastante más tarde asevera Quintiliano (Inst. I, v. 56) que los italiotas se distinguen en la pronunciación como los metales. Suetonio (Oct. 88) habla de un funcionario palatino que disgustó á Augusto por decir isse en vez de ipse: era vulgar, como se ve por las inscripciones de Pompeya, en osco essuf, en úmbrio essu, isoc, eso. En Plinio (Ep. IX, 23) se pregunta: «¿Italicus es an provincialis?» La lex Julia municipalis, al fijar el latín como lengua oficial de toda Italia, dió el golpe mortal á todas las lenguas de la Península, que desde aquel momento fueron despeñándose más y más y acabaron por fenecer más tarde ó más temprano. Pero en aquella lucha, en que había de vencer, el latín hubo de colorearse con no pocos matices de las lenguas vencidas, tanto más cuanto mayor era el parecido fonético. «Neque solum rusticam asperitatem, sed etiam peregrinam[Pg 513] insolentiam fugere discamus», escribía Cicerón (De Orat. III, XII, 44).

La lengua que primero y más decisivamente influyó en la antigua rusticitas del Lacio fué el úmbrio, por el mayor parecido en sus tendencias con aquel latín vulgar y por las circunstancias históricas en las que se fusionaron. Conquistada y colonizada la Umbría desde el s. IV ant. de J. C, sus habitantes fueron siempre amigos de los romanos y de los más favorecidos en todos los derechos políticos. Siguió hablándose el úmbrio, pero influyendo en el latín y perdiendo cada día terreno. Abandonóse el alfabeto nacional, que era el etrusco, hacia el s. III ant. de J. C., conservándose tan sólo en los escritos rituales. En el s. I por la ley Julia todo se latiniza y el úmbrio sólo queda como lengua religiosa. Así se escribieron las Tablas Eugubinas con letras etruscas y con letras latinas, sirviendo el texto latino para el uso ordinario y el otro como documento testificativo y religioso de la venerable antigüedad. Fuera de las II y IV, todas las tablas son del reinado de Augusto, de modo que los documentos úmbrios que poseemos datan del II ó I siglos antes de J. C. y del I después de J. C. La parte escrita con caracteres latinos no puede por su epigrafía ponerse antes del principio del s. I después de J. C. El latín vulgar, influído poderosamente por el úmbrio, fué el núcleo del latín hablado de Italia. El Osco[Pg 514] y demás dialectos del Sur de la Península influyeron menos y tenían tendencias más parecidas á las del latín literario que no á las de la antigua rusticitas.

Si el úmbrio influyó sobre el latín hablado, el osco parece debió influir más bien sobre el latín literario. Según Tito Livio (IX, 36), el etrusco era todavía la lengua literaria de los romanos cuando los pueblos de lengua osca recibieron los primeros establecimientos de los vencedores en el siglo IV, Capua en 342, Luceria en 320, Venusa en 290. La cultura de estas ciudades era muy superior á la de los entonces toscos romanos, merced á la influencia helénica; el osco, tras un glorioso pasado, llegaba á lo sumo de su apogeo literario, y pudo educar la naciente literatura latina. Ennius, Pacuvius, Lucilius eran naturales de países donde se hablaba el osco; un samnita hacía tragedias griegas en Catana (Plut., Timol. 31, 1); un orador lucano peroraba en Siracusa (Dion Crisost., Or. II, pág. 113); había filósofos samnitas discípulos de los griegos (Cic., Senect., 41). El latín apenas adelantó un paso en la Italia meridional hasta la época de la guerra social, en que la fuerza venció todas las resistencias patrióticas. Por lo demás, las vocales, los diptongos, las consonantes del osco convenían casi enteramente con los sonidos latinos, y su fonetismo fué el fonetismo que distinguió al latín literario del latín vulgar. El[Pg 515] osco, refractario á la contracción de diptongos y á la debilitación de i en e, de u en o, fenómenos propios del úmbrio y del latín vulgar, se opuso á que éste, modificado ya por aquél, pasase al Sur de la Península. En el siglo I después de J. C. todavía se empleaba el osco en las actas oficiales, nada menos que en Nápoles, cuando ya el úmbrio sólo se conservaba entre literatos y sacerdotes, y siguió hablándose durante el Imperio en las ciudades y en los campos. En el latín de Cartago es donde más influjo tuvieron las lenguas de la Italia meridional. El osco tuvo que empezar á perder terreno desde la guerra social, sobre todo cuando, despoblado casi el Samnium y traídos habitantes de otras regiones además de las colonias militares romanas, echó Sila las bases de la latinización completa de Italia, abandonando la antigua política romana de dejar la administración y la lengua indígenas en los países conquistados. Esta política de Sila fué la que siguieron después Augusto y sus sucesores en las provincias, originando así la uniformidad mayor ó menor del latín hablado en todo el Imperio, ayudándose mutuamente, como suele suceder, la unidad política y la unidad de idioma.

El latín que las legiones romanas llevaron á sus primeras conquistas fué el latín vulgar, no influído todavía por el literario, y cargado en cambio de los arcaísmos de la[Pg 516] antigua rusticitas[24] é impregnado ya con toda suerte de elementos itálicos. Tal es el primer fondo del latín vulgar de España y de Cerdeña, que contiene rasgos arcaicos y dialectales itálicos, no hallados en las demás provincias. Conviene recordar el orden en que fué introducido en éstas el latín: Italia, Cerdeña (siglo III antes de J. C.), España (siglo II), Cisalpina, África, Iliria, Provenza (125), Galia septentrional, Rethia, Dacia. En lo que se refiere á España, Artemidoro de Éfeso, que escribía hacia la época de la guerra social, dice en un fragmento de su Periplo que algunas tribus españolas de las costas hablaban, no el latín, sino la lengua de los italiotas: «γραμματιχῆ δὲ Χρῶνται τᾗ τῶν Ὶταλῶν οἱ παρἀ θάλασσαν οἱχουντες των Ὶβήρων» (Cfr. Schuchardt, Vok. 1, 93). Era, sin duda, el latín cargado de umbrismos de la Italia central, que entonces empezaba á bajar también hacia el Sur de la Península italiana.

Naturalmente, cuanto antes fué colonizada una provincia, tanto más arcaico hubo de ser el latín que formó la primera base del [Pg 517]romance. Los autores de glosarios y compiladores de arcaísmos son africanos, precisamente porque allí se usaban tales términos: Nonius, Fulgencio, Placido, que escribió en África ó tal vez en España, Charisio, de origen africano, el mismo Apuleyo de Madaura, en África. Estos autores hicieron lo que nuestro S. Isidoro, cuando recogía los términos característicos del habla vulgar de España. El comienzo de la colonización de nuestra patria fué á fines de la República por colonos italiotas, con muchos auxiliares pelignianos, marrucios, campanos, samnitas. El italismo aparece aquí antes que en ninguna parte. Sertorio quiso tal vez formar una nueva Italia en España, en la que todos los de nacionalidad italiana gozasen de los mismos derechos. Su senado constaba de 300 miembros después de habérsele unido Perpenna el año 77, tanto de italiotas como de romanos. Escipión el africano fundó en 204 á Itálica famosa, favoreciendo la colonización de los mismos italiotas. Sus habitantes, coloni italicenses, formaban parte de la tribu Sergia. Eran, pues, políticamente romanos; pero italiotas de origen, sabinos, faliscos, marsos, oscos; y sin duda entre los vencidos en la guerra social no faltarían quienes vinieran á buscar aquí una nueva patria.

Tal es la causa de que el castellano contenga bastantes elementos de la antigua rusticitas[Pg 518] del Lacio y de las lenguas itálicas, elementos procedentes de los siglos II y I antes de J. C. Por ej., cueva de cova, ñūdo por nōdus, por la ū del osco, del sabino, en vez de la ō latina. Varron dice del coenaculum falisco, que se empleaba por comedor en Faleria, Lanuvio y Córdoba. Ya hemos visto que isse por ipse era dialectal, y que en úmbrio se decía essu y eso: es nuestro ese, eso, que sin duda viene del úmbrio, pues en Cerdeña es usadísimo (issu, su), y en España se encuentra (ipse) en las inscripciones, en vez de los demás demostrativos. La contracción de au átono en o, excepto delante de sílaba con u, procede del úmbrio, y era propia del antiguo latín vulgar; el influjo literario restauró después en gran parte el au. La 3.ª p. plural -unt, legunt, substituyó durante el Imperio por reacción erudita á la itálica antigua -ent del osco-úmbrio stahint, benurent; pero se conservó donde ya había echado hondas raíces, en Cerdeña y en España: elien, fachen y piden, abren, cogen. La preposición per en vez de prō se encuentra en todos nuestros documentos más antiguos, como en el testamento de Odoar del año 747: «Per suis terminis»: es el per úmbrio empleado con ablativo, tota-per, nomne-per, como περί, empleado por el antiguo latín, de donde el per italiano, el per del antiguo castellano, del cual derivan pero, para y por. Conocida es la -i del plural italiano, que colorea[Pg 519] con este timbre delgado toda aquella lengua. Ni en España ni en Cerdeña existe. Ninguna lengua itálica formó el nominativo plural en -ī excepto el latín: aun en las inscripciones antiguas latino-itálicas se ven formarse nominativos como filios, vireis, scalas. En úmbrio la 1.ª declinación lleva -as en el nom. plural, urtas, anglar por rotacismo, en vez del -ai latino, musai. Lo mismo en osco: pas exaisc-en ligis scriftas set = quae hisce legibus scriptae sunt. En la 2.ª decl. el úmbrio lleva -us, prinuvatus; el osco lo mismo, Abellanus; mientras que el latín -i, domini. Sólo, pues, por la reacción erudita del tiempo del Imperio se explica esa -i italiana; pero esa reacción nada pudo en Cerdeña ni en España. El dativo pronominal uī, eī de formación reciente, masc. illuī, fem. illeī, por el epiceno illī, existe en todas las románicas, y aparece en las inscripciones italianas desde los primeros siglos del Imperio. Sólo falta en castellano-portugués y en sardo; en España y África no aparece ni en una sola inscripción.

Estos hechos prueban varias cosas. En primer lugar, el influjo de la antigua rusticitas y del úmbrio en el latín de España y en el castellano. En segundo lugar, que la reacción erudita no fué tan poderosa en España como en Italia, contra lo que asevera Mohl, el cual parece que con insistir en esta aseveración ya da satisfacciones cumplidas á[Pg 520] los defensores de la unidad del latín vulgar y á los que dicen que las lenguas indígenas no influyeron en las románicas. Cuanto más distanciadas estaban, dice Mohl, estas lenguas del latín, tanto más puro se habló el latín, tanta mayor influencia tuvo la reacción literaria y tanto mejor se olvidaron los idiomas indígenas; y por eso, aunque el latín viniendo á España antes que á otras provincias hubo de traer elementos arcaicos y dialectales itálicos y el castellano hubo de evolucionar antes que las otras románicas; pero la reacción literaria, mayor aquí, niveló pronto el latín de España con el resto del Imperio. Tal parece discurrir, ó debe de discurrir, á mantener el dogma de la unicidad del latín vulgar. Pero los hechos desmienten este razonamiento y prueban que los elementos arcaicos y dialectales subsistieron en España, sin que la reacción erudita pudiera borrarlos, y que, por lo mismo, si el latín de toda la Romanía fué esencialmente el mismo, en concreto existieron diferencias dialectales de tanta monta como las que acabamos de ver y otras que irán insinuándose, sin contar con el elemento ibérico. Sólo añado por ahora la no existencia en España, demostrada por el mismo Mohl, del hic y del dativo reaccionario, que dió lui y leur á casi toda la Romanía, pero que no entró en España. La verdad es que no acabo de entender la última decisión de Mohl cuanto á la[Pg 521] doctrina de la unicidad del latín vulgar: los hechos se la hacen negar unas veces, otras la opinión general le arrastra tras sí.

La teoría generalmente admitida entre los romanistas es que los romances provienen de un latín vulgar, idéntico en todo el Imperio, entre los siglos II y IV después de J. C., es decir, después de la conquista de la Cisalpina en el s. II, y sobre todo durante la romanización de la Transalpina. Esta teoría supone que sólo el celtismo pudo influir en ese latín vulgar, y que no influyeron ni el latín antiguo (antiqua rusticitas), ni las lenguas itálicas. En esta época fué realmente cuando el latín hablado llegó en todo el Imperio á ser más uniforme y á parecerse más al latín literario y oficial, por razón de la mayor unificación y centralización política y del mayor apogeo de la literatura. De aquel latín vulgar común provienen los caracteres comunes de todas las románicas y cuanto se encuentra de común en todas ellas. Es más, de entonces data el trasiego de vocablos y radicales á todas las regiones de la Romanía, los cuales eran indígenas de una ó de otra exclusivamente. El léxico románico, compuesto de radicales latinos y no latinos, se fundió entonces y se generalizó en todo el Imperio románico. En esta doctrina se apoyan los romanistas para inventar una forma latino-vulgar que explique cualquiera otra forma de cualquier romance. De tales[Pg 522] formas latinas bien se puede repetir lo que dijo Sittl: «Das Vulgärlatein, mit welchem die Latinisten operieren, ist ein Phantasiegebilde» (Jahresb. Fortsch. Klass. Altert., t. LXVIII, p. 526-540): es un latín de pura fantasía. Seduce la precisión matemática con que se reconstruye de esta manera el léxico latino y con que se deducen de tales formas forjadas todo un sistema de leyes fonéticas, que después se aplican mejor ó peor á otros vocablos. Y como para que quepan todas las variantes románicas no hay más que ensanchar la fórmula latina, el negocio es fácil, no hay más que poner fórmulas generales. Se trata, dice Mohl, de explicar la contradicción entre el it. orzo y el cast. orzuelo ante el prov. ordi y fr. orge. Se dice que en latín vulgar -di- en hiato después de consonante todavía no había consonantizado la i, que en todo el Imperio se pronunciaba *ordĕu ú ordĭu. Con esto las formas modernas provienen de aquella época, lo mismo que las antiguas: en la fórmula caben todas ellas. Es lo que hacen los indo-europeistas al explicar todas las formas de las lenguas indo-europeas, sin tener en cuenta la cronología ni la evolución particular de cada una de ellas.

Tal es el sistema comparativo, cuando á la vez no es histórico: se exagera y convierte en teórico y ultrametafísico. Si el latín vulgar no es más que lo que podamos[Pg 523] deducir de las románicas, ese latín siempre será una lengua típica y formularia, que explique las románicas, y nada más, una lengua de abstracciones. Y claro está, no teniendo en cuenta la investigación histórica, prescindiendo de la cronología de las formas, la ilusión de rigor científico que presenta este procedimiento teórico arrastra y satisface. Pero la realidad es harto más compleja. Cuando se nota la predilección en España por los pronombres iste, ipse, y lo esporádico de hic, y la ausencia completa de huic, huius en toda nuestra epigrafía, mientras se menudea tanto en otras partes, no puede menos de ocurrir la sospecha de que el latín de España en algo difería del de Francia é Italia, y que es una ilusión pretender poner como tipos del latín vulgar general hic, huic, illuī, illūius, que en España no aparecen jamás. Los elementos arcaicos que no pueden menos de confesarse, se tratan de explicar como formas aisladas y de acarreo, con tal de que subsista en pie la unidad del latín vulgar. Pero las tesis deben desaparecer, cuando los hechos claman contra ellas. Además esta tesis lleva prácticamente á querer hallar un vocablo latino para cada vocablo románico, como si las románicas no tuvieran formas debidas á su propia evolución. Este elemento idiomático, originado dentro de la vida de los romances, es precisamente el más interesante para cada uno[Pg 524] de ellos, y es el que con mayor empeño pretendo yo que resalte en mis estudios acerca del castellano, sin negar nada de lo que legítimamente ha de atribuirse á la lengua común latino-vulgar.

Desde la guerra social el latín oficial y literario lucha contra el latín hablado y contra todas las tendencias dialectales que había ido recogiendo al través de Italia y en su marcha triunfante por las provincias. Esta reacción erudita va creciendo á la par que el poder y la centralización oficial romana hasta Augusto y sus primeros sucesores. Las escuelas, la administración oficial, el arte literario son sus principales palancas. Desde los Antoninos en el s. III la lengua literaria y oficial comienza á decaer vencida en toda la línea y á principios del s. IV desaparece. Las provincias más tardíamente conquistadas recibieron, por consiguiente, un latín más parecido al literario, Portugal ó Lusitania y el Norte de la Galia. Mientras en España conocer y en Italia conoscere provienen del antiguo y vulgar conōscere, en Portugal el erudito cognōscere dió conhecer, en Francia conoistre con n por gn; pero al Sur conoscere junto á cognātus, prov. conhat, cast. cuñado. El latín hablado en todo el Imperio adquiere en esta época su mayor unidad, coadyuvando poderosamente el continuo trasiego de las legiones que pasan de un punto á otro llevando á todas[Pg 525] partes las variantes dialectales de todas.

En algunos centros españoles el latín literario debió reaccionar poderosamente. Conocida es la completa latinización de parte de Andalucía: las escuelas de Córdoba fueron famosas, más todavía que las de Narbona, fundadas para romanizar la Provenza. Sólo en Provenza y en España existe el pluscuamperfecto, que era rarísimo en latín vulgar, y cuyo empleo en estas dos regiones parece deberse al influjo literario. Otro tanto se diga de los tipos del perfecto de subjuntivo, fuerim, habuerim, cantaverim, que no existen ni en Cerdeña: fuere, hubiere, cantare, en portugués fôr, houver, cantar, no vienen del vulgar latino, sino de la reacción literaria. Pero no es completamente exacto el dicho de Mohl: Sin el latín literario no se hubiera uniformado el latín vulgar, y los romances hubieran aparecido cuatro siglos antes. ¿Acaso el latín se plantó en España sin evolucionar, aguardando á que se le llevara á las últimas provincias conquistadas? ¿Ó tuvo tal poder la reacción literaria que deshizo todo lo producido evolucionando durante ese lapso de tiempo? No desaparecieron los arcaísmos y dialectalismos itálicos, ni se volvió atrás en su evolución el latín de España: por consiguiente, siempre hubo de tener algunos caracteres que le fueron propios.

Hay, pues, en nuestro romance una mezcla[Pg 526] de elementos eruditos con otros arcaicos, debidos á que cuando vino por primera vez el latín vulgar el literario todavía no estaba del todo fijado ni había influído sobre el habla vulgar, llena de italianismos. Este doble carácter distingue á nuestro romance de todos los demás, conviniendo con el sardo en el elemento arcaico y diferenciándose de él en el literario, que en Cerdeña dejó muy pronto de influir en la época imperial. Cadiello viene del katel úmbrio, como catellus en Reichenau, no del catulus. El influjo úmbrio dominó durante el Imperio extendiendo -el de nominativo á los demás casos, haciendo olvidar el -olo, lat. -ulus, -ulum: catel, acus. catello (úmbrio katlu): de aquí el vulgar -ello, cast. -iello, luego -illo, cuchiello, cuchillo de cultellus, preferido con vitellus por Plauto á los clásicos catulus, vitulus. Estas huellas itálicas deben de subsistir más claras y en mayor número en los patois italianos, donde siempre debieron de existir dialectos rústicos del latín vulgar: al finalizar el Imperio se hablaba mejor el latín en algunas poblaciones de España y Provenza que en Italia. La lucha entre el latín literario y el vulgar termina en el s. III, en el que vence el vulgar en los autores cristianos; en el s. IV Claudiano y los puristas versifican ya en un idioma literario muerto. El latín de Dacia ó su descendiente el rumano merece especial interés, pues nos presenta el latín que[Pg 527] hablaban las legiones imperiales en los siglos II y III, ya que pronto quedaron allí los colonizadores como separados del resto de la Romanía y nunca hubo especial influencia literaria.

En Italia el latín en tiempo de los Gracos se componía de infinidad de patois locales, que fueron unificándose hacia la guerra social en una lengua común bastante uniforme. En Dacia el país estaba abandonado casi enteramente al invadirlo los romanos, el latín militar llevado por Trajano era el general del Imperio durante los siglos II y III de nuestra era. Los colonos eran «ex toto orbe romano» (Eutropio VIII, 6), sobre todo eran legionarios, unos 25.000 hombres; la literatura no influyó allí, pues no hubo escuelas por no haber bárbaros que latinizar, la dominación fué efímera. El rumano presenta el latín vulgar común del Imperio á fines del s. II: los plurales -i, -e, las 2.as personas en -i, la caída de las consonantes finales, o u, como representantes del au átono, el tratamiento de las paladiales, son fenómenos comunes al rumano y al italiano, y de Italia debieron partir la mayor parte de los colonos de Dacia. Después del fondo italiano contribuyeron más al latín de Dacia el de Rethia y el de España por medio de los auxiliares militares de las legiones, pues los de la colonia trajana, según aparece por las listas de Goos, son casi todos españoles, retos[Pg 528] y sirios. Los hispanismos del rumano actual son manifiestos. El verbo ajuná, macedonio adzuná = ayunar. Al finalizar de la República jā- átona se hace jē- en literario; Plauto no conoce más que iāiūnus, iānuārius quedó junto al iēnuario vulgar á causa de Iānus. De modo que iāiūnus es más antiguo que iēiūnus, y Thurneysen cree que antes fué *ēiūnos, skt. ājūna. En Philoxeno ēiunat, de donde por asimilación iaiunat, luego por reacción literaria ieiunat, ó tal vez de eiunus salió aiunos. La legión VII Galviana, compuesta de tarraconenses y llevada por Galba á Roma y al Lacio (Tac., Hist. I, 6; Suet., Galba, 10), fué la que más hispanismos llevó á Roma y á la Campania. Un hispanismo es la general suavización de las explosivas, sin excepción en España, sin duda por influencia itálica anterior. En Italia la reacción erudita se opuso á la generalización de la ley. En úmbrio las explosivas tendían á suavizarse ante r, l: subra = lat. supra, kabru y kapru mandraclo, podruhpei; en osco también: embratur = imperator; peligniano empratois, osco Aderl(ú) = Atella, úmbrio adro, adrer = āter, en Igubium -br- por -pr-. En el latín imperial de Italia las mudas ante la r nunca llegaron á suavizarse del todo, pietra, padre, ladro; capra, cavriulo en Toscana. La -t final cae pronto en las inscripciones provinciales; en Roma y el Lacio, al revés, tarda mucho en caer. En Pompeya (s. I)[Pg 529] pedikaud, liciid, ya se suaviza en -d, como en osco; luego las formas sin dental, muy generales al Norte, se generalizan. Del s. IV al V sólo persiste la dental ante vocal.

Después de los Antoninos, desde el s. IV el latín imperial hablado se descompone perdiendo la unidad que en mayor ó menor grado había conseguido apoyándose en el lenguaje literario y oficial. Las provincias caen en la cuenta de la debilidad del poder central, despiértanse sus iniciativas y su autonomía política y administrativa, la disolución comienza en la lengua como en la política.

Al retirarse en 329 Constantino á Bizancio da á entender que no podía ya conservar la unidad política, abandona el Occidente á su propia suerte, á la futura civilización que ya despuntaba. Teodosio en 395 no hizo más que confirmar oficialmente esta escisión, dividiendo para siempre el Imperio. Las lenguas románicas habían ahogado, no sólo á la lengua latina literaria, sino á la latina vulgar, de la cual habían nacido. Cuando Odoacro destruyó el Imperio de Occidente en 476, todo latín había dejado de existir, dice Gröber[25]. Francia quedó libre de toda relación con el Imperio romano en 538, España entre el 615 y el 623, Italia en 650[26].

[Pg 530]

Pero el latín literario continuó siendo la lengua oficial y diplomática, el habla de la ciencia y de la cultura. Se enseñaba exclusivamente en las escuelas y era el único instrumento de comunicación para todo el que escribía. Los romances eran considerados como no distintos del latín, eran el latín mal pronunciado, que no podía escribirse. Sin embargo, la cultura iba decayendo, y los escritores aprendían cada vez peor esta lengua oficial. Además las instituciones y costumbres traían consigo sus términos propios en las lenguas vulgares, ya derivados del latín vulgar, ya de las lenguas nacionales, ya de las que trajeron los bárbaros del Norte, ya del griego en el culto católico, etc., etc. Parte por la necesidad de tener que nombrar nuevos objetos, parte por ignorancia del buen latín clásico; los mismos escritores de los tiempos medios se veían precisados á latinizar todos esos términos vulgares. Ese latín medioeval es el llamado bajo latín, y es de suma importancia tener entendido que ese latín no fué jamás lengua vulgar que se hablara; era la lengua literaria antigua, bien que no bien sabida, con latinización de muchos vocablos vulgares; era una lengua muerta de nacimiento y artificial, como lo era en el s. XVI entre los teólogos y filósofos y aun entre los autores de cualquiera materia que escribiesen, cuando lo hacían en latín. Es, por consiguiente, un crasísimo error[Pg 531] el creer que los escritos en mal latín de los siglos VIII, IX, X, XI están en la lengua vulgar hablada, y deducir de aquí que en tales escritos se ve cómo se transforma el latín en las lenguas romances. Tales documentos son latinos, escritos en una lengua artificial y muerta ya hacía siglos; aunque á veces es tan malo el latín, que induce á creer que era el latín que se iba corrompiendo y transformando en romance. Si el Fuero de Avilés estuviese redactado en lengua vulgar, se daría el caso de que desde él hasta las Partidas la evolución lingüística hubiera sido cien veces más rápida y mayor que desde las Partidas al Quijote. El Fuero de Avilés quiso escribirse en latín y resultó escrito en una mezcla de lenguas, parte reales, parte imaginarias: es el documento más polilingüe que existe, el arlequín de los documentos.

II

La palabra evoluciona, cambia lentamente, ya en su significación, ya en su forma fónica. Despréndese de este hecho trascendental de la moderna ciencia del lenguaje, que los idiomas propiamente hablando no pueden llamarse padres ó madres é hijos, que el castellano no es, por ej., hijo del latín, sino el mismo latín plebeyo en un cierto momento de su evolución. Así como el latín vulgar de la época del Imperio, aunque distinto del de la época de la República, es el[Pg 532] mismo en un momento dado de su evolución, así lo es el habla romana de España del s. VI y el habla del s. XII y la del s. XVI y la del s. XX. Es un solo río considerado en distintos puntos de su curso. Pero considerado ese río desde el s. III antes de J. C. al s. III después de J. C., en su curso entre la gente romana se observa que tiene ciertos caracteres bastante distintos de los que ofrece entre la gente española desde el s. IX, en que podemos descubrirlo en palabras sueltas, hasta el s. XX: al primer curso del río llamamos latín vulgar, al segundo romance castellano. Como se ve, un mismo río primitivo se dividió en dos, uno que siguió entre los romanos, otro derivado que llegó á España. Entre los mismos romanos existió otra derivación, la del latín literario, que á poco de nacer desapareció, como desaparece el Guadiana en medio de su curso. Las lenguas nacen, por consiguiente, pues el castellano nació ó derivó del latín; pero ese nacimiento no es instantáneo, sino evolutivo. Es imposible fijar el momento del nacimiento; sólo se conoce la diferencia de cauce y de aguas tomando en consideración un largo espacio de tiempo. Más que nacimiento, es ésta una evolución. Pero esa evolución puede ser más ó menos lenta ó precipitada. El castellano ha cambiado poquísimo desde el s. XIII, tal como se encuentra en las Partidas, es decir, en siete siglos,[Pg 533] si se compara con el cambio sufrido por el francés desde el s. XV al s. XVII, es decir, en dos siglos, pasando del antiguo francés por el medio francés al francés moderno. Para un francés, no iniciado, del s. XVII era incomprensible un escrito del s. XIII ó del s. XIV, mientras que las Partidas son inteligibles para todo español medianamente instruído. Así creo yo que el latín vulgar un siglo ó tal vez medio siglo después de traído á España, sería ininteligible en labios de españoles de pura raza para los puros romanos. Y es que pasando ese latín á labios extranjeros acostumbrados á otra fonética, hubo de evolucionar rápidamente, además del gran caudal de vocablos indígenas que se latinizaron, ó mejor dicho, se romancearon, acomodándose á la turquesa latino-hispánica de la nueva lengua.

La evolución fonética es gradual, están las voces en continuo cambio; pero la diferencia no se echa de ver sino á la larga, por verificarse pasando por grados infinitesimales, insensibles dentro de una misma generación. No se pasó de un salto de laudare á loar. La articulación necesaria para pronunciar la- fué cerrándose, y abriéndose la de u, de modo que llegó un momento en que sonaba un sonido medio entre a y u, ó sea o, lo-; las explosivas suaves, como la -d-, fueron perdiendo fuerza hasta desaparecer, y resultó lodare, loare, y la e final sin acento[Pg 534] fué perdiéndose poco á poco. Esta evolución débese, por consiguiente, á las condiciones requeridas para la articulación de voces consecutivas. La ley del menor esfuerzo, ó sea de la economía muscular, lleva á no distinguir bien las dos articulaciones a, u, articulando á medias cada una de estas vocales. Como hay que cerrar la boca para la u, no se abre tanto como se debiera para emitir clara la a, de donde resulta una a que tiende á o; y al pasar de la a á la u no se cierra lo bastante la cavidad oral, de modo que resulta una u que tiende á o: y llega un momento en que ambos sonidos a, u, se encuentran en una sola articulación intermedia o.

La evolución fonética es, por lo mismo, inconsciente, pues se opera tan lentamente que es insensible el paso, y cada individuo, no sabiendo cómo se pronunciaba antes de venir él al mundo, toma el sonido corriente y contribuye á la evolución en una parte infinitesimal, practicando inconscientemente la ley de la economía muscular.

Es además la evolución tan regular, que obedece á leyes constantes dentro de un cierto territorio en el que las comunicaciones conservan unificada el habla. Si au no acentuado se hace o en loar de laudare, también se hace o en oir de audire, en posar de pausare; la d desaparece en loar y en oir, la -e en loar, oir, posar. Si examen dió enjambre, bien puede asegurarse que lumen dará lumbre[Pg 535] y costumen costumbre y homen hombre: un mismo fonema no puede evolucionar de dos maneras diferentes, puesto en las mismas circunstancias. Pero cambiadas éstas, la evolución cambiará, venciendo otra ley fisiológica distinta. Tal sucede en los dialectos, los cuales no se ajustan á unidades geográficas ó políticas, sino propiamente á identidad de circunstancias. Ni hay propiamente dialectos, sino caracteres que se combinan de diversas maneras; de modo que el habla de un territorio tendrá algunos caracteres comunes con el habla de sus vecinos del oriente, y otros que no los tendrá comunes más que con el habla de sus vecinos de occidente. Los límites dentro de los cuales existe tal carácter fonético no coinciden siempre con los que encierran tal otro carácter fonético ó tales otros caracteres fonéticos, ni coinciden con los límites territoriales de una provincia ó nación.

El fonema lio latino se hace llo en Galicia, Portugal y Provenza, mientras que en Castilla se hace jo; la f desaparece en Castilla y en Gascuña, conservándose en el resto de la Romanía, á pesar de estar separadas esas dos regiones; pero es que en ambas rechazaba tal articulación el fonetismo euskérico indígena pre-romano. Los límites naturales, como montañas, ríos, etc., que dificultan la comunicación entre dos regiones, son los únicos que pueden cambiar las circunstancias[Pg 536] de manera que la evolución fonética sea distinta. Pero como se ve por el ejemplo anterior, á pesar de esa separación la evolución puede ser la misma cuando coincide un principio fisiológico que la endereza en determinada dirección.

Las excepciones no son más que aparentes, responden á otras leyes que obraban más intensamente en otras circunstancias. Es lo que sucede en los fenómenos todos de la naturaleza, que por distintos que parezcan nunca son excepcionales, sino debidos á diversas combinaciones de las mismas leyes físicas, que de suyo obran cuanto les permiten las circunstancias. Acto y hecho vienen de actum y de factum. Pero hecho es efecto de la evolución natural; acto es un préstamo directo de los eruditos más ó menos mal acomodado al castellano; nada, pues, extraño que en el uno ct se haya convertido en ch, conservándose en el otro sin modificación: en cambio actum dió auto en portugués, de donde pasó al castellano. Chamiza, chamarasca, chamusco, vienen de flamma, lo mismo que llama y flamígero; pero el último es erudito, los tres primeros responden al fonetismo del NO. De las diversas circunstancias en que evolucionaron las palabras resultan los dobletes: plegar y llegar de plicare, fingir y heñir de fingere, comparar y comprar de comparare, computar y contar de computare, reputar y retar de reputare,[Pg 537] aduana y divan de dîûân, arsenal, dársena y atarazana de dâr aç-çanagha. Al revés, por la evolución llegan á coincidir formas, partidas de puntos muy distantes: acerico viene de faciem y de aciare. Si aquéllas pudieran llamarse formas divergentes, éstas se dirían convergentes.

Es un hecho notabilísimo en la formación de los romances la simultaneidad en algunos procedimientos. Todos han convertido en artículos, que el latín desconocía el pronombre ille y el numeral unus; del primero salió el artículo definido el, del segundo el indefinido un. Todos desecharon los casos de la declinación, supliéndolos con las preposiciones. Todos desechan el futuro latino y forman otro nuevo con el infinitivo y el presente de indicativo de haber: amar he, amar has, amar ha, ó amaré, amarás, amará. Todos desechan la pasiva sustituyéndola con las formas compuestas del verbo ser: amor = soy amado. Todos abandonan el género neutro, no conservándose más que rastros en el artículo y pronombres castellanos. Todos emplean los verbos auxiliares haber, ser, estar, y aun otros varios. Todos forman los adverbios con la palabra -mente añadida al adjetivo en femenino, dichosa-mente, buena-mente, loca-mente, folle-ment, heureuse-ment, bonne-ment. Todos conservan la acentuación latina, aunque en el francés parezca superficialmente lo contrario por efecto de[Pg 538] las contracciones y de tender á la acentuación aguda, dejada la grave de las demás.

¿La razón de este fenómeno? El único elemento común, que es el latín popular. El latín hablado tendía al análisis, como el griego y el sanskrit, como se ve comparando los diversos momentos históricos de estas lenguas. Ahora bien, todos esos hechos simultáneamente verificados en los romances, se verificaron igualmente en los derivados del griego y del sanskrit. Y todos esos hechos comunes son manifestaciones de la tendencia á la estructura analítica. Esa tendencia responde á la orientación del pensamiento, que en toda la familia indo-europea se dirigía de la síntesis al análisis. Y no sólo en toda la familia, sino que estoy por decir que en todo el género humano existe esta tendencia. Las lenguas todas muestran este cambio en mayor ó menor grado, los dialectos arábigos respecto del árabe antiguo, las lenguas camíticas, las indo-chinas, etc.

El sintetismo fué condición del pensamiento primitivo, el análisis del pensamiento posterior de la humanidad. Cuanto más antiguas las lenguas, son más sintéticas. No fueron, pues, los bárbaros los que por ignorancia no pudieron entender ni conservar las desinencias latinas. Los bárbaros las tenían en sus lenguas lo mismo que el latín, los bárbaros llegaron cuando los romances[Pg 539] estaban ya formados y sin esas desinencias, las desinencias se iban perdiendo y se perdieron más ó menos en las germánicas lo mismo que en las latinas, la tendencia analítica dominaba y dominó después lo mismo en todas las lenguas.

Dogma capital de los romanistas es que el latín vulgar en la época del Imperio era una lengua uniforme en toda la Romanía, y que sólo así se explica la conformidad esencial que se nota en todas las lenguas románicas. Sin duda podía llamarse único el idioma romano de toda la Romanía: la gramática, el fondo general del léxico, gran parte del fonetismo, eran comunes; y esto basta para explicar esa conformidad y parentesco de los romances. Ni hay que olvidar que perteneciendo todos estos países á una misma civilización romana, siendo el latín para todos ellos el único medio de comunicación social y científica, y añadiéndose la unidad religiosa, que de todos ellos formó la que se llamó Cristiandad, aun después de caer el Imperio, las ideas y las palabras siempre estuvieron en continuo y mutuo cambio entre todos ellos. Las lenguas románicas no pudieron ser más que dialectos de un idioma común románico.

Pero los romanistas han exagerado esa unidad, como exageraron los indianistas boppianos la unidad indo-europea. Hora es ya de que, como éstos, volvamos más bien[Pg 540] los ojos á lo que cada romance ofrece de individual é idiomático. Sólo así podremos ahondar en la evolución particular semántica y fonética de cada uno de ellos, ver su potencia creadora y distinguir los procedimientos psíquicos de cada raza. El fonetismo del latín vulgar fué el punto de partida común á todas las lenguas románicas; pero el fonetismo indígena de cada una de las razas que comprendía la Romanía, le dió una ú otra dirección, formando los diversos dialectos latinos, ó sean las lenguas románicas.

La nueva dirección, que también merced al elemento indígena tomó el latín vulgar en España, le hizo evolucionar paulatinamente. Y aquí entra de lleno la historia, la única que nos puede explicar los diversos pasos que fué dando el fonetismo castellano: sólo ella nos puede decir cuándo y cómo el fonema lio, lia ha parado en el jo, ja actual; ge, gi, en je, ji; ke, ki, en ce, ci, etc., etc. Para reducir á breve sistema las leyes evolutivas que cambiaron el latín vulgar en romance castellano, hay que partir de muy pocos principios fisiológicos, hay que recoger brevemente los datos que la lingüística moderna ha alcanzado acerca del fonetismo del latín vulgar, y hay que firmar las leyes con la mayor parte de los radicales; es lo que he procurado hacer en la Fonética de La Lengua de Cervantes.

La ley del universo es la de la economía:[Pg 541] nada se crea, y se desecha todo lo no necesario. Esta ley rige en la lucha del dinamismo de la materia, lo mismo que en la lucha de los organismos por la existencia. La sobrevivencia del más fuerte, la resultante de fuerzas y leyes físicas, son el resultado de esa lucha. El lenguaje es en cierto modo un ser inerte expuesto á los influjos del medio ambiente, y en cierto modo un organismo: en él la economía enciende la lucha y da por resultado la evolución fonética de las tendencias más poderosas, borrando los efectos de las vencidas y neutralizadas. La forma ó unidad lingüística es en el lenguaje el cuerpo, el acento es su alma. Forman cuerpo los sonidos reunidos en una forma, y su alma ó centro de gravedad es la sílaba acentuada. De aquí los dos factores que modifican y alteran el fonetismo: el influjo de unos sonidos en otros por formar un solo cuerpo en una forma dada, en un vocablo; y la acentuación. Ambos obran merced al silabismo, quiero decir que los sonidos de por sí casi serían inmutables, si no fuera por estar reunidos formando un cuerpo total, cuya unidad fonética está en el acento. El influjo de unos sonidos en otros, especie de atracción ó de reacción, de armonía ó desarmonía, de asimilación ó disimilación, responde fisiológicamente al principio económico del menor esfuerzo en la articulación. Pero al mismo responde el influjo del acento, pues cargando[Pg 542] en una de las sílabas, centraliza en ella la mayor parte de la energía articulativa, haciéndola más fuerte y aun acrecentando su valor fónico, á expensas de las demás sílabas, sobre todo de las más cercanas al centro de gravedad, las cuales, desprovistas de energía, se debilitan ó desaparecen.

De estos dos factores, la acentuación es la que más ha influído en la alteración de las vocales; la vecindad de los sonidos ha influído más en la de las consonantes. Hay que tratar, pues, por separado estas dos clases de sonidos. En las vocales la acentuación ha obtenido efectos más generales; pero la vecindad de los sonidos, aunque en menor extensión, ha tenido más potencia intensiva, contrarrestando los efectos de la acentuación. De aquí que los efectos del acento puedan ponerse como efectos de leyes generales, y los de la vecindad fónica como excepciones de esas leyes, aunque de hecho sean también leyes, más potentes en intensidad, aunque sean más raros los casos en que pueden obrar.

III

Pasando ya á la evolución semántica ó significativa, basta abrir un Diccionario cualquiera para echar de ver la variedad de acepciones que ha ido tomando una raíz en sus diversos derivados, y aun en cada palabra[Pg 543] en particular. Pero no es de esta parte principalísima de la Semántica, ó historia de la significación de las palabras, de la que aquí trato, sino de lo que la significación de las palabras ha contribuído á la evolución de las mismas en su forma fónica. Siempre que dos ideas convergen en un punto cualquiera, hay tendencia á hacer que converjan las palabras con que se expresan. Es la ley de la atracción que obra entre palabras é ideas, así como en la Semántica obra entre las ideas asociándolas, y en el terreno puramente fonético obra igualando ó desigualando los sonidos por la asimilación ó la disimilación. El nombre Pedro ó Perico es tan frecuente entre los nombres propios, que originó el dicho de Petrus in cunctis, en todas partes Pedro. En algunos pueblos de Aragón, como en Remolinos, por ej., pericotiar significa meterse uno en todo, curiosear, enredar, ser Peric-ote, y en toda España se llama perico á cierto utensilio de indispensable y perentoria necesidad, y aun corre muy valida la opinión de que el perro tomó el nombre de Pedro, sin duda por haberse dado con tanta frecuencia este nombre al animal en cuestión como á las personas. Pericón se dice del que suple por todos, y más comúnmente hablando del caballo ó mula que en el tiro hace á todos los puestos, y en el juego de quínolas el caballo de bastos, porque se puede hacer que valga lo[Pg 544] que cualquiera otra carta y del palo que se quiere. Para decir un fulano decimos Perico el de los palotes. Si ha llegado este nombre á tomar el sentido de perro, de caballo y de original (como algunos pronuncian), nada tiene de extraño que haya llegado hasta significar hombre: Perico entre ellas equivale á hombre mujeriego.

Entre mujeres el nombre más común es el de María, que, por lo mismo, se ha empleado simplemente por mujer: «Después de María casada, tengan las otras malas hadas». «¿De cuando acá Marica con guantes?» De aquí Maricastaña en las frases «en tiempo de Maricastaña», marimacho por mujer hombruna, marimanta por fantasma, llamarse marimarica, marimorena por pendencia, marisabidilla por mujer que sabe, maripérez por moza, última mano en el juego, mariposa, marica por hombre amujerado y por urraca. Maripajuela en Álava se dice del remolino de polvo y pajas que se forma en los caminos, mariselva la madreselva por etimología popular. En Bilbao marimolso por mujer desaseada, marimoño por vanidosa, marimurco por brusca, marisasquel por sucia, marisorqui por la que lleva el sorqui ó roldana sobre la cabeza para transportar cargas. En Cuba marilópez, en Méjico mariguana, marimoño, en Álava maricóncola, son nombres de plantas. En el Quijote tenemos á Mari Gutiérrez,[Pg 545] á Mari Sancha, y todos conocemos á Mari Ramos, á Mari Moco, á Mari Gargajo y á Maritornes. En Juan del Encina se lee: «Sabete que Bartolilla | La hija de Mari-Mingo | Se desposó di domingo». En Aragón Mari-prisas, Mari-enredos, Mari-apuros, etc., se aplican lo mismo á los hombres, hombre de las prisas, enredos ó apuros. En Hernán Núñez: «Á Mari-ardida (atrevida) nunca le falta mal día: Á Marimontón, Dios se lo da, y Dios se lo pon».

¿Qué es lo que hizo que estos dos nombres propios Perico y María se convirtieran en apelativos de hombre y mujer y aun se aplicaran á plantas, animales y á otros objetos? La atracción entre las ideas y sus nombres. Pero esta atracción lleva á modificar fónicamente los vocablos, originando varios fenómenos que toman diversos nombres aunque en resumidas cuentas no sean más que aplicación del mismo principio analógico y relativo que caracteriza á nuestra inteligencia. No se reduce el lenguaje á formas fónicas, cual si fueran objetos mecánicos que una vez fabricados nos sirvan, como nos sirven la pluma y el papel para escribir, el tenedor y la cuchara para comer. Es el lenguaje un fenómeno psíquico, la psiquis cambia la significación y la forma fónica de las palabras. De aquí la analogía, la etimología popular, la contaminación y otros fenómenos que alteran el fonetismo.

[Pg 546]

Analogía.—La analogía, tomada en su más amplia acepción, dió antiguamente nombre á la que hoy llamamos Morfología, porque señalado un tipo morfológico, una declinación, una conjugación, un sufijo casual, derivativo, etc., se pueden formar otros muchos cortados por el mismo patrón. Pero exagerándose esta ley, en que se funda todo el lenguaje, se aplica á veces, ya en el terreno fonético, ya en el semántico, á despecho de otras leyes. Cuando el niño dice sabo por sé no hace más que aplicar la ley de la analogía: así como de tropezar dice tropiezo, así de saber dice sabo, de caber cabo, á despecho de las leyes que hicieron sé de sapio, quepo de capio. En el terreno semántico los términos correlativos tienden á uniformarse en el sonido, y si se dijo primero, se formó por analogía postrero, dejándose el postremus latino, con diestra se igualó siniestra, que según ley debiera haberse dicho sinestra, de sinĭstra. La analogía obra sobre todo en los verbos, unificándolos conforme á un único patrón, y en los pronombres, adverbios y demás formas correlativas. La forma de genitivo en Lunes, Miércoles, se debe á la de Jueves, Martes, Viernes. Llevar de lievar tiene diptongo por las formas lievo, lievas de lĕvo, lĕvas, que lo tenían por evolución regular; y otro tanto sucedió más tarde con otras formas verbales y nominales, que han tomado ó dejado el diptongo originario[Pg 547] por adaptarse á otras formas del mismo radical. Una vez tomados del latín ciertos vocablos se añadieron sus sufijos á otros muchos radicales: así el -entar de calentar, caliente, se añadió á temas no participiales, alentar de alare, ahuyentar de huir. Por la analogía se forman los pseudo-sufijos, ó sufijos, que no siéndolo etimológicamente, se toman como tales. En muche-dumbre es -dumbre un pseudo-sufijo, por analogía con pesad-umbre, donde la -d es del tema pesado.

Los nombres neutros latinos en -us se tomaron, ya como plurales por creerse que lo era la -s, ya como singulares; pero al cabo perdieron esta letra que parecía de plural. Pechos de pectus, pero aún decimos «tomar á pechos», «le atravesó los pechos», y en Navarra el pueblo lo usa casi siempre en plural. Díjose antes «tener ó dar en, á peños, dar peños», de pignus, luego empeño. «Hubo en tiempos, en tiempos de...», de tempus. Lo mismo lado viene del lados antiguo como plural del latus singular, virto ant. salió de virtos, tomado como plural del virtus singular. Los plurales neutros en -a se sustituyeron por los ordinarios en -s: prado-s y no prada de pratum. Algunos plurales en -a se consideraron como singulares femeninos: arma, obra, ya eran singulares en latín, aunque en literario fueran plurales; pero hueva de ova, entraña, boda, ceja, herramienta, hoja, leña, son en su origen plurales[Pg 548] neutros. Los adjetivos en -or, -on han tomado -a para el femenino, hablador y habladora, ladrón y ladrona.

Etimología popular.—El hombre pretende que sus vocablos no sean enteramente convencionales, sino que respondan á la idea; y cuando no halla esta relación, él mismo se la busca. El nombre de la ciudad de León era Legionem en latín; pero legión no existía en castellano vulgar, y en cambio león tenía ya un sentido propio; el pueblo creyó que León se refería al león, y dió por emblema á la ciudad y á su reino el león. Truchuela se conformó con trucha por sonar este término á algo concreto que parecía ser el origen del diminutivo truchuela, una vez olvidado trechar de tractare, ó no conociendo la relación que lo unía: así truchuela, derivando de trechar, se dijo en vez de trechuela. Vagabundo nada decía á los oídos del pueblo, y lo convirtió en vagamundo, creyendo que se trataba de vagar por el mundo. Artemisa sonaba como á misa y alto, y se convirtió en altamisa. El paraveredus céltico por caballo de posta, sonaba á cosa de freno, y se convirtió en parafrenum, palafrén. La necro-mantia ó adivinación por los difuntos, se creyó que como cosa de magia negra había que llamarla nigromancia. Capi-gorrón ó que anda viviendo de gorra, se formó de gorra en el sentido de comer de gorra; pero creyéndose que significaría la[Pg 549] gorra, se le añadió capí-. A veces los sabios son pueblo. La estrella α del León se llama Regulus: es una alteración del arábigo ridjl al-asad pie del león, por sonar ridjl pie como regulus. En cambio ha quedado intacto Rigel, nombre de la β de Orion, del mismo ridjl arábigo. Y eso que ambas estrellas se encuentran al pie ó ridjl de esas constelaciones. Entre las gentes del pueblo, que lo diga Sancho, los términos incomprensibles se hacen claros: por busilis hay quien dice «ahí está el fusilis», por de alto bordo «de alto gordo», por momento «memento» «y los nabos en al viento», por hombre de carácter se oye decir entre el pueblo «yo to mucho carate», como si se tratara de cara, «no subió el Ayuntamiento á tomar la comunión allá al Pepiterio», «meterse en los lobos (globos) y ir polaire», «jué en la guerra é la pendencia (independencia)», «unas siñoras dalto gordo han formau una suciedá», «se destruya» por se instruya, «iconocanastas» por iconoclastas, «los que han estudiau tiología y morral»[27].

Contaminación.—Palabras de significado parecido y de sonido semejante se contaminan, tomando la una algún sonido de la otra. Del antiguo aborrir pudo formarse aburrir contaminándose con burro, siguiendo la tendencia á formar verbos de los nombres de [Pg 550]animales, como azorarse de azor. Ensalzar se contaminó con otras formas ens- de ex-, escupir con otras en es. La contaminación es en estos casos puramente fónica; en el anterior es semántica y se confunde ya con la etimología popular. La contaminación fónica es, á su vez, un caso de analogía entre términos parecidos. Ensanchar viene de ancho y de en-, pero con la silbante de ensalzar. Carnecería se lee en la mayor parte de los rótulos de Madrid, que debieran decir carnicería, como se dice carnicero, de carniza; pero se piensa en carne por haberse olvidado este origen.

La ortografía.—Los eruditos, que parece debieran estar más al tanto de los fenómenos lingüísticos, caen con mayor facilidad en ciertas aberraciones que solemos achacar al pueblo. Cuando el habla no sólo se aprende y se maneja con el oído, su órgano propio, sino con los ojos, por la lectura, se toma como norma del lenguaje la escritura, que no es más que su signo. De aquí la descabellada fórmula de los que han dicho que la pronunciación debe adaptarse á la escritura y no la escritura á la pronunciación, «porque la pronunciación es deleznable y propia de todo el mundo, donde los más son idiotas é ignorantes; mientras que la escritura es más fija y exclusiva de los sabios», como dijo Guillaume des Autels. Entre las personas de buen tono es muy corriente esta[Pg 551] manera de pensar, y así se les ve pronunciar letra por letra como si estuvieran leyendo. Hasta el siglo XVI la h procedente de f latina tenía un sonido gutural suave, como todavía se conserva en el pueblo, juerte, juerza; pero la reacción erudita la cambió en f en la ortografía. Es tal el influjo de la escritura, que de signo gráfico, debido á un capricho de erudición mal entendida, puesto que lo que sonaba era h, y no f, que siempre ha sido un signo de un fonema muy distinto, se convirtió en verdadero sonido, cambiando el antiguo fonema h en el moderno dento-labial f, fuerte, fuerza. El haberse añadido la c etimológica á la grafía antigua dotor, que respondía á su pronunciación, fué causa de que hoy no sólo escribamos, sino que pronunciemos doctor. La ortografía es la que ha introducido en la pronunciación todos esos fonemas que el castellano había dejado y que en el mismo latín vulgar ya no se pronunciaban, la n ante s, inspeccionar; la x, exasperar, extender; la m ante labial, imfame, amparar; la doble c, acción; la doble n, perenne; la b y la p ante algunas consonantes, abstenerse, apto, etc., etc.

Eufemismos.—Por temor, por respeto, por decencia se quisieran dejar de emplear ciertos términos; pero la idea, la pasión los traen á la boca, y en la indecisión se sale del paso modificándolos algún tanto en el sonido. Tal es el origen de pardiez en vez[Pg 552] de por Dios, diantre por diablo, mecachis, por vida de sanes. La reina Cristina tuvo la mala suerte de verse convertida en el albañal de todos los juramentos desviados de Cristo, y Santander lleva camino de serlo de los desviados de los Santos. Las mujeres, no atreviéndose con el cunnus de los hombres, le ponen faldas haciéndolo femenino, y hasta los niños se atreven con él, terminándolo en el sonido más débil e.

Términos hipocorísticos.—Son los que por cariño se recortan, se repiten y adaptan al lenguaje infantil. Se nota la abreviación, sobre todo en nombres propios, debiéndose al hipocorismo y á su frecuente empleo para llamar Tanis = Estanislao, Boni = Bonifacio, Trini = Trinidad, Nati = Natividad, Presen = Presentación, Patro = Patrocinio, Encarna = Encarnación, Sindo = Gumersindo, Fani por Estefania; en el Cid Fernán por Fernando, Galin por Galindo, Ferrán por Ferrando, Jeron por Jerónimo, etc. Á veces se han transformado enteramente: Pepe, Pepito, Pepín por José; Frasco, Frasquito, Pachito por Francisco; Lola por Dolores; Perico, del antiguo Pero, por Pedro; Santiago, Saiago, de Sant y Iago por Iacobo, Jaime como James y Jacome, Jeromo por Jerónimo.

Existen otras causas más secundarias que modifican los vocablos, como la moda, el lenguaje rufianesco, los retruécanos, el influjo de la rima y de las consonantes, «que[Pg 553] obliga á decir que son blancas las hormigas», etc. Debo advertir que los términos infantiles, los rufianescos y los de los carreteros de ordinario, en vez de ser formas modificadas, son las más primitivas, y forman el más profundo estrato del lenguaje, como tendré ocasión de exponer despacio en otro lugar.

[Pg 554]

NOTAS:

[18] Memor. para la Hist. de la poesía cast. I, párr. 252.

[19] Puede verse en el número 36 del Prólogo al Glosario de Du Cange.

[20] Esp. Sagr., XI, 274.

[21] Merece especial mención el Appendiæ Probi, donde se corrigen formas del latín de Cartago del s. III (G. París).

[22] Hasta el 450 antes de Jesucristo, poco más ó menos, el etrusco, con su propio alfabeto, fué en Roma la única lengua literaria. (Lepsius, De Tabul. Eugub., p. 23).

[23] Introd. à la Chronologie du latin vulgaire.

[24] Hay que hacer hincapié en esta idea, por lo mismo que muchos hoy parecen prescindir de ella. El elemento arcaico del latín vulgar es más considerable de lo que creen los que se empeñan en convertirlo casi en latín literario en la época imperial: «Was wir als spätlateinisch zu betrachten gewohnt sind, oft viele Jahrhunderte früher schon in der alten Volkssprache gelebt hat». (Völfflin, Arch. Lat. Lex., I, 100).

[25] Arch. Lat. Lex., I, 44.

[26] Meyer-Lübke dice que las naciones romanas comienzan el año 600.

[27] Tomados del Celtíbero, año 1850.


[Pg 557]

OTRAS OBRAS DEL AUTOR

Gramática Griega, según el sistema histórico comparado. Librería de Luis Gili.—Cortes, 581, Barcelona. Ptas. 15.

Obra recomendada por los mejores helenistas nacionales y extranjeros, y que sirve de texto, y al propio tiempo de consulta para los señores Profesores y para cuantos deseen tener una idea completa de la hermosa lengua de los Helenos.

Juicio de D. Marcelino Menéndez y Pelayo acerca de esta importantísima obra

«Sr. D. Julio Cejador y Frauca.

Muy señor mío y de todo mi aprecio: Felicito á usted sinceramente por la publicación de su Gramática Griega, de la cual ha tenido la bondad de remitirme un ejemplar. En mi humilde parecer, esta obra significa el principio de una nueva era para los estudios helénicos, hoy tan decaídos entre nosotros.

Aventaja mucho, en método y copia de doctrina, á todas las Gramáticas publicadas en España, y no creo que quede deslucida en comparación con las extranjeras. Su autor se muestra enterado de todos los progresos de la filología clásica, y esto no de un modo atropellado, y superficial,[Pg 558] sino con pleno y maduro conocimiento, y con la habilidad necesaria para adaptar los resultados de esta investigación al estado actual de nuestra cultura.

La creo más útil para la enseñanza que la de Curtius, y más completa en algunos puntos.

Si la obra de usted llega á introducirse en nuestras escuelas, creo que ha de producir excelentes frutos, á pesar del corto tiempo que se dedica á esta clase tan fundamental.

De usted afmo. seguro servidor, q. b. s. m.,

M. Menéndez y Pelayo».

El Lenguaje.—Serie de estudios, de los que van ya publicados tres tomos.

Tomo I.—Introducción al estudio del Lenguaje.—Agotado.

Tomo II.—Los Gérmenes del Lenguaje. Estudio fisiológico y psicológico de las voces del lenguaje, como base para la investigación de sus orígenes.—En España, pesetas 10.

Tomo III.—Embriogenia del Lenguaje. Su estructura y formación primitivas, sacadas del estudio comparativo de los elementos demostrativos de las lenguas.—En España, pesetas 12.


«Desenterrar las raíces del lenguaje, poner al descubierto la lengua primitiva, declarar y demostrar con pruebas de todos los géneros y[Pg 559] con ejemplos de todos los idiomas que esa lengua primitiva es el éuskera ó bascongado, y proclamar que las formas elementales de ella son las voces dictadas por la naturaleza ó sugeridas por el simple funcionamiento del organismo á los primeros hombres, y conservadas vivas al través de siglos y siglos en ambas vertientes de la región pirenaica donde el basco y sus dialectos viven, es lo que hasta ahora ha iniciado Cejador en el primer tomo ó prólogo de su maravilloso libro El Lenguaje (Salamanca, 1901), ha expuesto en el segundo tomo Los Gérmenes del Lenguaje (Bilbao, 1902), y acaba de probar cumplidamente en el tercer volumen Embriogenia del Lenguaje (Madrid, 1904). En los dos primeros tomos exponía con lucidez pasmosa un novísimo, claro y racional criterio para tratar la cuestión. Ya en ellos se comprendía que era Cejador un monista convencido, un Haeckel de la ciencia lingüística, un psicólogo de la fuerza de las Wundt y de los Sergi, un observador ó inductor de la talla de los Max Müller y de los Spencer. Pero en este último volumen, al tratar de la Embriogenia del Lenguaje, fundando la investigación en el estudio de las palabras demostrativas de todos los idiomas del mundo, construyendo, como repetiría Adelung el Mitrídates del yo, del , del él, del nosotros, etcétera, para lo cual le ha sido necesario recorrer y manejar cuantas gramáticas y cuantos léxicos existen relativos á las innumerables formas de hablar notorias en el planeta, Cejador[Pg 560] se presenta á nuestros ojos como el hombre que ve claro y que claro habla, cual veía Platón el divino, cual hablaba Renan el humano».


«Pero, por honra de España, bueno será creer que existe alguien capaz de menospreciar esas ratoniles pequeñeces. Alguien habrá á quien si no le convence la inteligencia, le conmoverá hondamente el corazón el hecho de que un sabio español, pobre, solo y sin ayuda oficial ni títulos académicos hasta hace pocos días, haya fundado una doctrina completa, lógica, y por lo menos científicamente aceptable acerca del primer idioma que se habló en la tierra, y haya probado que ese idioma fué el que hablan los campesinos y los trabajadores en una región de las más pobladas y cultas de nuestro país».


«El idioma primitivo no es un invento de los hombres.

Claro es, por consiguiente, que la lengua primitiva fué inventada por Dios. ¿Cómo? Como inventa Dios las cosas, creando organismos naturales y haciéndolos servir á necesidades naturales también. Imposible parece que hayan transcurrido tantos siglos sin que los sabios llegaran á persuadirse de esto, de que el hablar es tan natural y tan necesario como el andar y el digerir, y si conocemos la digestión y la locomoción estudiando anatómica y fisiológicamente los órganos en ellas empleados sin andarnos con elucubraciones metafísicas sobre el[Pg 561] páncreas ó sobre el tendón de Aquiles, necio será creer que podemos conocer el origen del lenguaje si no estudiamos los órganos y las funciones naturales del habla».

F. Navarro Ledesma.


«Pero en donde resulta probada hasta la evidencia más convincente la unidad originaria de todas las lenguas que se hablan en nuestro planeta, es en el estudio que el Sr. Cejador hace en el capítulo V de la obra, de los grupos NI y GU, empleados ambos para significar la primera persona, el YO y el NOS, por todas las lenguas del mundo».


«Léase la obra del Sr. Cejador, estúdiese con el detenimiento que merece objeto tan profundo y tan transcendente; téngase la debida preparación para comprender algunos cambios fónicos que son muy normales y ordinarios y concede todo el que haya estudiado, no muchas lenguas, sino sólo las de una familia, y se verá que las deducciones del Sr. Cejador son tan lógicas y conformes á las leyes de la lingüística, que puede afirmar, como lo hace, que no ha torturado á ningún grupo fónico para derivarlo de otro. Y no puede menos de suceder esto; y no puede ser más legítima la conclusión del autor, dada la base sobre que asienta su teoría».

José Alemany.
Profesor de la Universidad Central.

[Pg 562]

La Lengua de Cervantes.Gramática y Diccionario de la lengua castellana en el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.—Tomo I. Gramática. En España, pesetas 10.—Tomo II. Diccionario y comentarios. Pesetas 25.

Juicio del gran hispanista D. Rufino J. Cuervo en cartas al autor

«Aunque las capillas no traían portada, me bastó recorrer algunas páginas para decir ex ungue leonem: este libro no puede venir sino del autor de los Gérmenes y la Embriogenia del Lenguaje. Ya supondrá usted que no he podido todavía leerlo íntegramente y con detención, línea por línea, como debo hacerlo; y no ocultaré á usted que me ha acometido cierto pujo de vanidad al ver que es más considerable el número de casos en que estamos de acuerdo que el de aquellos en que disentimos: vanidad que no carece de su poquito de modestia, pues que me obliga á más escrupuloso estudio.

Mayáns dijo por ahí que las Partidas eran la Tesorería Mayor de la lengua castellana; juzgo que si le hubiera tocado en suerte vivir en nuestros días y leer la Gramática del Quijote, y el Diccionario que la acompañará, hubiera vacilado en la aplicación de la frase. Sin duda que el código del Rey Sabio abarca grandísimo número de cuestiones y materias que exigen un[Pg 563] vocabulario propio; pero las lenguas no son palabras solamente, sino frases, construcciones, metáforas, giros; variedad de estilos y lenguaje según las clases sociales y las circunstancias de la vida. En este concepto no cabe comparación entre los dos insignes monumentos de la literatura castellana. Quien acuda á la sintaxis de usted, se quedará pasmado de ver los insuperables recursos de que dispone nuestra lengua para formar y enlazar las frases, y construir oraciones y períodos, con la más cumplida precisión y elegancia. Basta leer algunos capítulos de Cervantes para saber cómo se explicaban en su tiempo los literatos y el pueblo, para estimar el estilo llano de la gente culta y el desaliñado del vulgo, vivificado todo con la intuición más sorprendente de las almas que viven y palpitan en esas frases.

La gramática del Quijote puede decirse, pues, que es la gramática de la lengua castellana en su forma más nacional y genuina; y en ninguna labor pudiera usted haber empleado mejor sus profundos conocimientos filológicos y su penetración científica. En la exposición y análisis de la obra de Cervantes ha hecho usted converger todos los elementos de la ciencia del lenguaje, la fonética como la psicología, la crítica del texto como la estimación estética de la elocución; y lo que vale más, para tan ardua tarea ha usado usted de un criterio libérrimo como el de Cervantes, para quien la gramática era «la discreción del buen lenguaje»... He celebrado [Pg 564] mucho ver cómo se burla usted de ciertas reglas que parecen forjadas por sordos y mudos para sordos y mudos, por gente y para gente que ignora lo que habla y lo que oye, por el estilo de los que han querido hacernos creer que en castellano, ni más ni menos que en latín, tenemos sílabas largas y breves por naturaleza y por posición, ó que nuestros adjetivos concuerdan con el sustantivo en género, número y caso. La naturaleza misma de la obra de usted le ha favorecido en la empresa de escombrar este terreno de las malezas de la rutina y del capricho individual: hechos estudiados con rigor científico, esas son sus reglas.


He recibido y he estado hojeando el Diccionario y Comentario del Quijote; y con santa envidia me he quedado pasmado del cúmulo de trabajo, y más que todo, del saber que aparece dondequiera. Lo tendré sobre mi mesa y lo consultaré á cada paso como á maestro consumado...»

Rufino J. Cuervo.

Nuevo método teórico-práctico para aprender la lengua latina.—Dos tomos, pesetas 12.—Palencia, 1907.

*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 68787 ***