Director literario: V. Blasco Ibáñez
Es propiedad. Derechos exclusivos de traducción al español.
Ya que no la obra toda, deposito este libro de alegría y risas en manos de la joven francesa que encantará mañana á la tierra occidental más todavía que Schahrazada á Oriente,
LUCIA DELARUE
(Sra. de J. C. M.)
Mi amiga.
J. C. M.
(CONTINUACIÓN)
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 209.ª NOCHE
Ella dijo:
«Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus.»
Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta carta la firmaba como príncipe Kamaralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.
Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había mantenido excelentes relaciones con el poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe{10} Kamaralzamán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrecer al hijo de un rey amigo. Y á pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió á acompañarle. E hicieron juntos su entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron á la corte toda con magníficos festines de suntuosidad extraordinaria.
Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del palacio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan sobrenatural, que todo el mundo se detenía á su paso sin respirar y bendecía al Creador.
El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: «¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió á mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo á quien pueda dejar mi trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa satisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija{11} Hayat-Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y su belleza. Acaba de llegar á la nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya insoportable para mi mucha edad!»
Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro á la princesa Budur. Al principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba; bajó los ojos y reflexionó un buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: «Si contesto que, como Kamaralzamán, estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme á casarme con él; y todo el mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí se convertirá en odio feroz, y en cuanto haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré adquirido un reino muy hermoso para cedérselo á Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto á consumar el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré.»{12}
Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó á modestia y cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: «¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo y obedeciendo á los menores deseos de su rey!»
Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán, delante de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso á toda la ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos á todo su Imperio para que se enteraran de ello las poblaciones.
Entonces organizóse en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y su palacio, y entre gritos de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat-Alnefus.
Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban «lu-lu-lúes» de alegría, llevó á la recién casada Hayat-Alnefus á la habitación de Sett Budur, á quien seguían tomando por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y por primera vez le levantó el velillo del rostro.
Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, quedaron tan cautivados, que palidecieron de placer y emoción.{13}
Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial á los recién casados...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 210.ª NOCHE
Ella dijo:
...solos en la cámara nupcial á los recién casados.
Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura de la joven Hayat-Alnefus, y con rápida ojeada la juzgó verdaderamente deseable, por sus grandes ojos negros, asustados, su tez límpida, sus senos que se dibujaban infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber agradado á su esposo, aunque temblaba de emoción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas á moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura soberana de aquel joven de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas{14} de palacio. De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sentarse á su lado en el gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se inclinó lentamente y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió á devolverle aquel beso tan delicioso, pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y á media voz le cantó versos de un ritmo tan propio para mecer, que la joven durmióse á poco con una sonrisa de dicha en los labios.
En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi completamente vestida, y hasta con el turbante puesto, se apresuró á hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué á la sala del trono á recibir los homenajes de toda la corte, despachar los negocios, suprimir abusos, nombrar y destituir. Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y repartió grandes liberalidades á los soldados, al pueblo y á las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus nuevos súbditos, é hicieron votos por su prosperidad y larga vida.
En cuanto al rey Armanos y á su esposa, se apresuraron á ir á saber de su hija Hayat-Alnefus, y le preguntaron si su esposo había estado muy{15} cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus contestó: «¡Mi esposo estuvo delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué amable es!» Entonces Armanos dijo: «¿Y no ha pasado nada más, hija mía?» Ella contestó: «¡Nada más!» Y la madre preguntó: «¿Ni siquiera te has desnudado del todo?» Ella respondió: «¡Claro que no!» Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto á ellos.
En cuanto á Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió á su habitación á buscar á Hayat-Alnefus, y le preguntó: «¿Qué te han dicho ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?» Ella contestó: «Me han preguntado por qué no me había desnudado.» Budur contestó: «¡No hay que apurarse por eso! ¡En seguida te ayudaré!» Y prenda por prenda le quitó toda la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se tendió con ella en el colchón.
Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: «Hayat-Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?» La otra respondió: «No los he visto nunca, como no sean los eunucos de palacio, naturalmente. ¡Pero me han dicho que sólo son hombres á medias! ¿Qué les falta para estar completos?» Budur contestó: «Precisamente lo mismo que te falta{16} á ti, ojos míos.» Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: «¿A mí? ¿Y qué me falta á mí, ¡por Alah!?» Budur contestó: «¡Un dedo!»
Al oir tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: «¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus! ¡todo era broma!» Y siguió cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: «¡Oh mi muy querida, bésame!» Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios á los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 211.ª NOCHE
Ella dijo:
...y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana.
Entonces Budur salió á despachar los asuntos del reino; y el padre y la madre de Hayat-Alnefus entraron á saber noticias de su hija.
El rey Armanos fué el primero en preguntar:{17} «Bueno, hija mía, ¡bendito sea Alah! ¡Todavía te hallas en la cama! ¿No estás muy rendida?» Ella contestó: «¡Nada de eso! ¡He descansado muy bien en brazos de mi hermoso esposo, que esta vez me dejó completamente desnuda, y me besó todo el cuerpo con besos muy delicados! ¡Ya Alah! ¡Qué delicioso era aquello! ¡Por todas partes sentí hormigueos numerosos y estremecimientos! ¡Sin embargo, una vez me asustó diciéndome que me faltaba un dedo! ¡Pero fué en broma! ¡Y sus caricias me dieron luego tanto gusto, y sus manos se antojaban tan suaves á mi piel, y tan cálidos se unían sus labios á mis labios, que me ha parecido soñar hasta por la mañana, creyéndome en el paraíso!»
Entonces la madre le preguntó: «¿Pero en dónde están las toallas? ¿Has perdido mucha sangre, hija mía?» Y la joven, asombrada, contestó: «¡No he perdido ninguna!»
Al oir estas palabras, el padre y la madre, en el colmo de la desesperación, se abofetearon, gritando: «¡Oh vergüenza y desgracia para nosotros! ¿Por qué nos desprecia tanto tu esposo y te desdeña hasta tal punto?»
Después el rey enfurecióse paulatinamente y se retiró, gritando á su esposa con voz bastante fuerte para que le oyera la joven: «¡Si esta noche no cumple Kamaralzamán su deber quitando la virginidad á nuestra hija y salvando así el honor de todos nosotros, sabré castigar su indignidad! ¡Le expulsaré de palacio, después de hacerle bajar del trono{18} que le he dado, y no sé si le someteré á un castigo más terrible todavía!» Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.
Y cuando llegó la noche y Sett Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste, con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó á ella, besándola en la frente, secándole las lágrimas, y al preguntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus le dijo con voz conmovida: «¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretende hacer contigo! ¡Y todo porque no quieres quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se haga esta noche misma! ¡Y yo ¡oh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte á tomar lo que debes tomar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día no he hecho mas que llorar, pensando en la venganza que mi padre premedita contra ti! ¡Ah! ¡Por favor, date prisa á quitarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi madre, las toallas blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo á tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!»
Al oir estas palabras, Sett Budur dijo para sí: «¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de{19} aplazar las cosas! ¡Pondré mi fe en Alah!» Y dijo á la joven: «Ojos míos, ¿me quieres mucho?» La otra contestó: «¡Tanto como al cielo!» Budur la besó en la boca, y preguntó: «¿Y como á qué más?» La joven respondió, estremecida ya por el beso: «¡No lo sé, pero mucho!» Budur le preguntó otra vez: «Ya que me quieres tanto, ¿habrías sido feliz si en vez de ser tu esposo hubiese sido sólo tu hermano?» La joven palmoteó, y contestó: «¡Me habría muerto de dicha!» Budur dijo: «Y si yo, mi muy querida, no hubiera sido tu hermano, sino tu hermana; si hubiera sido una muchacha como tú, en lugar de ser hombre, ¿me habrías querido lo mismo?» Hayat-Alnefus dijo: «¡Todavía más, porque habría estado siempre contigo, habría jugado siempre contigo, y dormido en la misma cama, sin separarnos nunca!» Entonces Budur atrajo hacia sí á la joven, le cubrió de besos los ojos, y le dijo: «Vamos, Hayat-Alnefus, ¿serías capaz de guardar para ti sola un secreto, dándome así una prueba de tu amor?» La joven exclamó: «¡Queriéndote tanto, todo me es fácil!»
Entonces Budur la cogió en brazos y aplicó los labios á los suyos, hasta perder las dos el aliento, y después se levantó del todo, y dijo: «¡Mírame, Hayat-Alnefus, y sé, pues, mi hermana!»
Y al mismo tiempo, con ademán rápido, se entreabrió la ropa desde el cuello hasta la cintura é hizo salir dos pechos deslumbradores coronados por sus rosas; después dijo: «¡Ya ves que soy una mujer como tú, mi muy querida! ¡Y si me he disfrazado{20} de hombre, ha sido á consecuencia de una aventura extrañísima que te voy á contar sin demora!»
Entonces se sentó de nuevo, se puso á la joven en las rodillas, y le refirió toda su historia, desde el principio hasta el fin. Pero sería inútil repetirla.
Cuando Hayat-Alnefus oyó la historia, llegó al límite del asombro, y como seguía sentada en el regazo de Sett Budur, le cogió la barbilla con la mano, y le dijo: «¡Oh hermana mía, qué vida tan deliciosa vamos á pasar juntas aguardando el regreso de tu amado Kamaralzamán! ¡Alah apresure su llegada, para que nuestra dicha sea completa!» Y Budur le dijo: «¡Atienda Alah tus deseos, mi muy querida, y te entregaré á él como segunda esposa! ¡Y así disfrutaremos los tres la felicidad más perfecta!» Después se dieron largos besos, y jugaron á mil juegos, y Hayat-Alnefus se maravillaba de todos los pormenores de belleza que encontraba en Sett Budur. Y le cogía los pechos, y decía: «¡Oh hermana mía, qué hermosos son tus pechos! ¡Mira! ¡Son mucho mayores que los míos! ¡Mira los míos cuán pequeños son! ¿Te parece que crecerán?» Y la registraba por todas partes, y la interrogaba acerca de los descubrimientos que hacía. Y Budur, entre mil besos, le contestaba, instruyéndola con perfecta claridad, y Hayat-Alnefus exclamaba: «¡Ya Alah! ¡Ahora lo entiendo! Figúrate que cuando preguntaba yo á las esclavas: «¿Para qué sirve esto? ¿para qué sirve aquello?», guiñaban el ojo, pero no respondían. Otras veces, con mucha ira por mi parte, chas{21}queaban la lengua, pero no contestaban. Y yo, llena de cólera, me arañaba las mejillas y gritaba, cada vez más fuerte: «¿Para qué sirve eso?» Entonces acudía mi madre á los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: «¡Grita porque quiere obligarnos á explicarle para qué sirve eso!» Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, á pesar de mis protestas de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: «¡Para esto sirve eso!» Y yo acabé por convencerme de que eso no servía mas que para proporcionar una azotaina; y así con todo lo demás.»
Después siguieron ambas diciendo y haciendo mil locuras, de tal modo, que por la mañana á Hayat-Alnefus no le quedaba nada que aprender, y se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder á todos sus órganos delicados...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 212.ª NOCHE
Ella dijo:
...se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder á todos sus órganos delicados.{22}
Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban á entrar, Hayat-Alnefus dijo á Budur: «Hermana, ¿qué hay que decirle á mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi virginidad?» Budur sonrió, y dijo: «¡La cosa es fácil!» Y fué á hurtadillas á coger un pollo y lo mató, y embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: «¡No tienes mas que enseñarles eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas.» La joven le preguntó: «Pero hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú misma, por ejemplo, con el dedo?» Budur contestó: «¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!» Con eso se quedó Hayat-Alnefus completamente satisfecha, y Budur salió á presidir la sesión de justicia.
Entonces entraron á ver á su hija el rey y la reina, prontos á estallar de furor contra ella y su esposo si no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Entonces entraron todas las mujeres, y resonaron gritos de júbilo, y el «lu-lu-lu» de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió de este modo la vuelta al harén. Y todo el mundo se enteró así del fausto acontecimiento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un número considerable de carneros y camellos pequeños.{23}
En cuanto á la reina y las invitadas, volvieron á la habitación de Hayat-Alnefus, á la cual besaron todas entre los ojos, llorando, y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al hammam envuelta en sedas, para que no pasara frío.
Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ébano, haciéndose querer por sus súbditos, que la creían hombre y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche, iba á buscar con mucho gusto á su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. Eso en cuanto á ellas.
Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada extramuros de la ciudad habitada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khaledán, al ver en el bosque los despojos ensangrentados, ya no dudó de la pérdida de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se encerró para llorar en silencio la muerte de su hijo.
Y por su parte, Kamaralzamán, á pesar de la compañía del anciano jardinero, que hacía cuanto{24} podía por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase á la isla de Ébano, vivía triste, y recordaba con dolor los hermosos tiempos pretéritos.
Pero un día en que el jardinero había ido, según costumbre, á dar una vuelta por el puerto con objeto de encontrar un barco que quisiera llevarse á su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el jardín, y se recitaba versos viendo jugar á las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña encarnizada á picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una de las aves, mientras la vencedora emprendía el vuelo.
Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían presenciado el combate posadas en un árbol vecino, fueron á colocarse cerca de la muerta; una se puso á la cabeza y otra á los pies, y luego ambas abatieron tristemente el cuello y echáronse á llorar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y después, por simpatía hacia las aves, se echó á llorar también.
Pasado un rato, Kamaralzamán vió á las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar á la muerta. Luego echaron á volar, y á los pocos momentos volvieron adonde estaba el{25} hoyo, pero llevando agarrado, una por una pata y otra por un ala, al ave matadora, que hacía grandes esfuerzos para huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 216.ª NOCHE
Ella dijo:
...y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica.
¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se fueron, impulsado por la curiosidad, acercóse al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar el cadáver, vió en el estómago desgarrado una cosa colorada, que le llamó mucho la atención. Se inclinó, y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Acababa de encontrar la cornalina talismánica de Sett Budur!{26}
Al volver de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: «¡Plegue á Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de que también encontraré á mi muy amada Budur!» Después besó el talismán y se lo llevó á la frente, y en seguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que se le perdiera otra vez. Y empezó á brincar de alegría.
Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos á la obra, dando grandes golpes á las raíces del añoso árbol á ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo. Separó entonces rápidamente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce, que se apresuró á quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la roca; y tras de haber pronunciado las palabras propiciatorias la ilah il' Alah, se dió prisa á bajar, y vió una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden{27} á ambos lados. Levantó la tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras diez y ocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro.
Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió á poner la chapa, terminó el trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la noche, cuando volvió su anciano amigo.
Las primeras palabras que el jardinero dijo á Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia. Díjole así: «¡Oh hijo mío! Tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes. He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos, que se hará á la vela dentro de tres días. He hablado con el capitán, que está conforme en darte pasaje hasta la isla de Ébano.» Al oir estas palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: «¡Oh padre mío! Puesto que acabas de darme una buena nueva, yo, á mi vez, te he de dar también otra noticia que creo ha de contentarte...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 219.ª NOCHE
Ella dijo:
»...otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu corazón esté puro de toda ambición. Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré ¡oh padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa.»
Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar á la cueva, y destapó delante de él las veinte tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: «¡Ya Alah!» Después Kamaralzamán le dijo: «¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La propia mano que el extranjero te alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios á las raras acciones animadas por la belleza pura y por la bondad de los corazones espontáneos!»
Al oir estas frases, el anciano jardinero, que no{29} podía articular palabra, se echó á llorar, y las lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar, y dijo: «Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? Verdad es que soy pobre; pero con mi dicha me basta, y será completa si quieres darme sólo un dracma ó dos para comprar un sudario, que al morir en mi soledad dejaré á mi lado, á fin de que el caminante caritativo envuelva en él mis despojos para el día del juicio.»
Y esta vez le tocó llorar á Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: «¡Oh padre de la sabiduría! ¡oh jeque de manos perfumadas! ¡la santa soledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de volver á vivir entre los humanos feroces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así, pues, si quieres, repartámonoslo! Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente nada!»
Entonces el anciano jardinero contestó: «Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años, y después murió; mi padre murió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido á la sombra de este jardín y escuchando el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño á este jardín y á este arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y á este sol, y á esta tierra materna en que mi sombra se alarga en libertad y se conoce á sí misma, y{30} á la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles hasta la mañana. ¡Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blanqueen, pues, en él mis huesos, y que el único musulmán muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos bárbaros del oscuro Occidente!»
Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: «En cuanto á esas tinajas preciosas que te preocupan, toma, si lo deseas, las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.
«Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto, y en el sitio adonde vas, en la isla de Ébano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy á comprar veinte tarros grandes, que llenaremos á medias de barras y polvo de oro, acabándolos de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va á salir.»
Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los{31} tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar mas que uno, dijo para sí: «Este talismán milagroso no está bastante seguro arrollado á mi brazo; pueden robármelo mientras duermo ó perderse de otra manera. ¡Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!» Y en seguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluída tal tarea, rogó á su anciano amigo que avisase á los hombres de la nave para que al día siguiente fueran á recoger los tarros. Y el viejo desempeñó en seguida el encargo, y regresó á casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.
A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera; pero no quiso decírselo á Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba á llegar su último momento.
Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín á recoger los tarros, y dijeron á Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, les indicase lo que tenían que recoger. El joven les llevó{32} junto á la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: «¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!» Luego, el capitán, que había acompañado á sus hombres, dijo á Kamaralzamán: «¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos á la vela en seguida!» Y cogieron los tarros y se fueron...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 222.ª NOCHE
Ella dijo:
...Y cogieron los tarros y se fueron.
Después Kamaralzamán entró en la habitación del jardinero, y le encontró la cara palidísima, aunque llena de gran serenidad. Le preguntó cómo estaba, y entonces se enteró de que hallábase enfermo, y á pesar de las palabras que el otro le decía para tranquilizarle, no dejó de alarmarse mucho. Le hizo tomar varios cocimientos de hierbas verdes, pero sin gran resultado. Después le acompañó todo el día, y le veló por la noche, y pudo ver que el mal se agravaba. Y por la mañana, el buen jar{33}dinero, que apenas tenía fuerzas para llamarle hacia su cabecera, le cogió de la mano y le dijo: «¡Kamaralzamán, hijo mío, escucha! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Y nuestro señor Mohammad es el enviado de Alah!» Y expiró.
Entonces Kamaralzamán rompió en llanto, y estuvo mucho rato llorando á su lado. Se levantó después, le cerró los ojos, le rindió el último tributo, le hizo un sudario blanco, abrió la huesa y enterró al último musulmán de aquel país caído en el descreimiento. Y entonces pensó en embarcarse.
Compró algunas provisiones, cerró la puerta del jardín, se llevó la llave consigo, y corrió á escape al puerto, cuando el sol estaba ya muy alto; pero fué para ver que el barco, á toda vela, iba ya obedeciendo al viento favorable hacia alta mar.
Extremado fué el dolor de Kamaralzamán al ver aquello; pero no lo exteriorizó, para que no se riera á costa suya la gentuza del puerto. Y volvió á emprender tristemente el camino del jardín, del cual era ya único heredero y propietario por fallecimiento del anciano. Y en cuanto llegó á la casita, se desplomó en un colchón, y lloró por sí mismo, y por su amada Budur, y por el talismán que acababa de perder por segunda vez.
La aflicción de Kamaralzamán no tuvo límites cuando se vió obligado por el Destino feroz á quedarse hasta fecha desconocida en aquel país inhospitalario; y el pensamiento de haber perdido para siempre el talismán de Sett Budur le desesperaba{34} más, y decía para sí: «¡Mis desdichas empezaron con la pérdida del talismán y volvió la buena suerte cuando lo recobré; y ahora que lo he vuelto á perder, quién sabe las calamidades que me caerán encima!» Sin embargo, acabó por exclamar: «¡No hay más recurso que Alah el Altísimo!» Después se levantó, y para no exponerse á perder las otras diez tinajas que constituían el tesoro subterráneo, fué á comprar otros veinte tarros; puso en ellos las barras y el polvo, y los acabó de llenar con aceitunas hasta arriba, diciendo para sí: «¡Así estarán preparados el día que Alah quiera que me embarque!» Y volvió á regar las legumbres y los árboles frutales, recitando versos muy tristes relativos á su amor hacia Budur. Eso en cuanto á Kamaralzamán.
En cuanto al buque, tuvo vientos favorables, y no tardó en llegar á la isla de Ébano, y fué á fondear precisamente debajo del malecón en que se elevaba el palacio habitado por la princesa Budur con el nombre de Kamaralzamán.
Al ver aquella nave que entraba á toda vela y ondeando el pabellón, Sett Budur sintió vivos deseos de ir á verla, tanto más cuanto que siempre tenía la esperanza de que había de encontrar algún día á su esposo Kamaralzamán embarcado en alguno de los navíos que venían de lejos. Mandó á algunos de sus chambelanes que la acompañaran, y fué á bordo del buque, del cual le dijeron, por otra parte, que venía cargado con ricas mercaderías.{35}
Al llegar á bordo, mandó llamar al capitán, y le dijo que quería ver la nave. Después, cerciorada de que Kamaralzamán no se encontraba entre los pasajeros, preguntó por curiosidad al capitán: «¿De qué viene cargado el barco, capitán?» Éste contestó: «¡Oh, señor! Además de los mercaderes pasajeros, llevamos en el sollado ricas telas, sederías de todos los países, bordados en terciopelo y brocados, telas pintadas, antiguas y modernas, de muy buen gusto, y otras mercancías de valor; llevamos medicamentos chinos é indios, drogas en polvo y en rama, díctamos, pomadas, colirios, ungüentos y bálsamos preciosos; llevamos pedrería, perlas, ámbar amarillo y coral; tenemos también perfumes de todas clases y especies selectas; almizcle, ámbar gris é incienso, almáciga en lágrimas transparentes, benjuí gurí y esencias de todas las flores; tenemos asimismo alcanfor, cilantro, cardamomo, clavo, canela de Serendib, tamarindo y jengibre; finalmente, hemos embarcado en el último puerto aceitunas superiores, de las llamadas «de pájaro», que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 225.ª NOCHE
Ella dijo:
»...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio.»
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gustaban con delirio, interrumpió al capitán, y le preguntó, brillándole los ojos de deseo: «¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas «de pájaro»?» Él contestó: «Tenemos veinte tarros grandes.» Ella dijo: «¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que se les han quitado los huesos para sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho á las que tienen hueso?» El capitán abrió los ojos, y dijo: «Supongo que también las habrá en esos tarros.»
Al oirle, la princesa Budur notó que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: «Quiero comprar uno de esos tarros.» Y el capitán contestó: «Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho á coger lo que quiera.» Y gritó: «¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte{37} tarros de aceitunas!» Y en seguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas «de pájaro», que exclamó: «Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente del zoco?» El capitán contestó: «Según el precio del zoco de la isla de Ébano, creo que cada tarro de aceitunas valdrá cien dracmas.» Sett Budur dijo á sus chambelanes: «¡Pagad al capitán mil dracmas por cada tarro!» Y añadió: «Cuando vuelvas al país del mercader, le pagarás eso por las aceitunas.» Y se fué, seguida de los que cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar á palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del harén, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la fuente mayor de las de dulce, y ordenaron á las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber{38} echado á perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de Kamaralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced á los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y se la llevó á los labios, exhalando un suspiro de felicidad; después, para que las esclavas no se enteraran de su disfraz, las despidió á todas, y dijo á su amiga: «¡He aquí ¡oh amada mía querida! el talismán causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como he dado con él, pienso volver á encontrar á aquel cuya venida nos llenará de felicidad á ambas!»
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le presentó y besó la tierra entre sus manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: «¿Puedes decirme ¡oh capitán! lo que hace en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?» El capitán respondió: «Es ayudante de jardinero, y había de embarcarse con sus aceitunas para venir á venderlas aquí, pero no llegó á tiempo al barco.» Budur le dijo: «Pues bien; sabe ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores es{39}tán, efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser mas que uno que fué cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave á la vez que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber perjudicado á un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por consiguiente, es menester que te des á la vela y me traigas lo antes posible á ese ayudante de jardinero, porque sospecho mucho que sea mi ex cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré volver más á mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que á los de tu tripulación...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 228.ª NOCHE
Ella dijo:
»...te mandaría matar, lo mismo que á los de tu tripulación.»
Al oir estas palabras, el capitán no pudo contestar mas que oyendo y obedeciendo, y á pesar del{40} perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar á sus mercaderías, supuso que á la vuelta le indemnizaría el rey, y se dió á la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos días á la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En seguida se dirigió con su escolta al jardín habitado por Kamaralzamán, y llamó á la puerta.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y con lágrimas en los ojos recitaba versos sobre la ausencia. Pero al oir llamar á la puerta, se levantó y fué á preguntar: «¿Quién va?» El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: «¡Un pobre de Alah!» Al oir esta súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué cogido y agarrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la primera vez, se apresuraron á cogerlos. Después volvieron todos al barco, y se dieron inmediatamente á la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó á Kamaralzamán y le dijo: «¡Ah! ¿Conque eres tú el aficionado á muchachos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco, encontrarás el palo dispuesto á hacerte lo propio, como no prefieras que ahora mismo te ensarten estos mozos continentes!» Y le señaló á los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy bien disfrutar de aquella ganga.{41}
Al oir tales palabras, Kamaralzamán, que aunque libertado de las ataduras desde que llegó á la nave no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó: «¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo, ¡oh capitán!? ¡Reza por el Profeta!» El capitán contestó: «¡Sean con Él y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el que ensartó al chico!»
Al oir estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez: «¡Me refugio en Alah!» El capitán replicó: ¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!» Y Kamaralzamán repuso: ¡Os juro á todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con Él la plegaria y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de Ébano á la cual me lleváis, ni en el palacio ele su rey! ¡Rezad por el Profeta, ¡oh buena gente!» Entonces todos replicaron, como se acostumbra: «¡Sea con Él la bendición!»
Pero el capitán replicó: «¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado á ningún niño en tu vida?» Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: «¡Me refugio en Alah! ¡Haced de mí lo que queráis, pues ¡por Alah! mi lengua no se volverá á mover para contestar á tales cosas!» Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: «Yo cumplo mi deber con entregarte al rey. ¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!»{42}
A todo esto, el barco llegó á la isla de Ébano con felicidad. Y el capitán llevó en seguida á Kamaralzamán á palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un plan muy acertado, sobre todo para discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, á la primera ojeada conoció á su adorado Kamaralzamán, y se quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color á la ira por el recuerdo de la ensartadura del niño. Ella le miró mucho rato sin poder hablar, mientras Kamaralzamán, con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y experimentado tantas penas, zozobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: «¡Como premio por tu fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!» El capitán besó la tierra, y dijo: «¿Y los otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el sollado?» Budur dijo: «Si has traído otros veinte tarros, apresúrate á mandármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!» Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que{43} estaba con los ojos bajos, y dijo á los chambelanes: «¡Coged á ese joven y llevadle al hammam!...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 230.ª NOCHE
Ella dijo:
«...¡Coged á ese joven y llevadle al hammam! Después le vestiréis suntuosamente, y me lo volveréis á presentar mañana por la mañana, á la primera hora del diván!» Y lo mandado se ejecutó al momento.
Sett Budur fué á buscar á su amiga Hayat-Alnefus, y le dijo: «¡Amiga mía, nuestro adorado está de vuelta! ¡Por Alah! He combinado un plan admirable para que nuestro encuentro no sea un golpe funesto para el que de jardinero se ve convertido en rey sin transición. Y es un plan que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección á los aficionados á instruirse.» Y Hayat-Alnefus se puso tan contenta que se echó en brazos de Sett Budur, y ambas aquella noche fueron muy formales, para prepararse á recibir con toda frescura al amado de su corazón.
Y por la mañana llevaron al diván á Kamaral{44}zamán, suntuosamente vestido. Y el hammam había devuelto á su rostro todo su esplendor, y el traje ligero y bien ceñido realzaba su cintura fina y sus nalgas montañosas. Y todos los emires, personajes y chambelanes no se sorprendieron al oir al rey decir al gran visir: «¡Darás á este joven cien esclavos para que le sirvan, y le proporcionarás por cuenta del Tesoro emolumentos que sean dignos del cargo que le voy á conferir ahora mismo.» Y le nombró visir entre los visires, y le dió tren de casa y caballos, y mulos y camellos, sin contar arcas llenas y armarios. Después se retiró.
Al día siguiente, Sett Budur—siempre bajo la apariencia del rey de la isla de Ébano—mandó comparecer al nuevo visir, y destituyó de su empleo al gran visir, y después nombró á Kamaralzamán gran visir en su lugar; y Kamaralzamán entró en seguida en el Consejo, y la asamblea fué dirigida por su autoridad. Sin embargo, cuando se levantó la sesión del diván, Kamaralzamán empezó á reflexionar profundamente, y dijo para sí: «¡Los honores que me otorga este joven monarca y la amistad con que me honra deben tener seguramente algún origen! Pero ¿cuál sera? Los marineros me cogieron y trajeron aquí acusado de haber ensartado á un niño cuando suponían que fuese yo un ex cocinero del rey. Y éste, en vez de castigarme, me envía al hammam, y me dan un alto cargo y todo lo demás. ¡Oh Kamaralzamán! ¿Cuál puede ser la causa de suceso tan extraño?»{45}
Reflexionó otro rato, y después exclamó: «¡Por Alah! ¡He dado con la causa; pero sea confundido Eblis! Seguramente este rey, que es muy joven y hermoso, debe de creerme aficionado á muchachos, y sólo me demuestra tanta amabilidad por esto. Pero ¡por Alah! no puedo aceptar semejante función. Y es necesario poner en claro sus proyectos; y si efectivamente pretendiera eso de mí, le devolvería en el acto cuanto me ha dado, y abdicaría mi empleo de gran visir, y me volvería á mi jardín.» Y Kamaralzamán fué inmediatamente á ver al rey, y le dijo: «¡Oh rey afortunado! En verdad que colmaste á tu esclavo de honores y consideraciones, que no suelen otorgarse mas que á venerables ancianos encanecidos en la sabiduría; y yo no soy mas que un joven entre los más jóvenes. De modo que si todo esto no tuviera una causa desconocida, sería el prodigio más inmenso entre los prodigios.»
Oídas estas palabras, Sett Budur sonrió y miró á Kamaralzamán con ojos lánguidos, y le dijo: «Efectivamente, mi hermoso visir, todo eso tiene su causa, y es el cariño que tu belleza ha encendido súbitamente en mi hígado. Pues en verdad que me ha cautivado en extremo tu tez tan delicada y tranquila.» Y Kamaralzamán dijo: «¡Prolongue Alah los días del rey! Pero tu esclavo tiene una esposa á quien ama, y por la cual llora todas las noches desde una aventura extraña que le alejó de ella. ¡Por eso, ¡oh rey! tu esclavo te pide permiso para irse á viajar después de haber dejado en tus{46} manos los cargos con que has tenido á bien honrarle!»
Pero Sett Budur cogió la mano al joven, y le dijo: «¡Oh mi hermoso visir, siéntate! ¿Por qué vienes á hablarme de viaje y partida? Quédate aquí, junto al que arde por tus ojos y está dispuesto, si quieres compartir su pasión, á hacerte reinar con él en este trono. Porque has de saber que yo también fuí nombrado rey á consecuencia del afecto que el rey viejo me manifestó, y de lo amable que para él he sido. Ponte ya al corriente ¡oh joven gentilísimo! de las costumbres de este siglo, en el cual la prioridad corresponde de derecho á los seres bellos, y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 232.ª NOCHE
Ella dijo:
»...y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas:
¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente de Abraham, el amigo de Alah!
¡El anciano Lot tenía una barba como la sal, que servía de marco á un rostro juvenil, en el cual respiraban las rosas!
¡En su ciudad ardiente, visitada por ángeles, hospedaba á los ángeles, y en cambio daba sus hijas á la muchedumbre!
¡El cielo mismo le libró de su antipática mujer, inmovilizándola al cuajarla en sal fría y sin vida!
¡En verdad os digo que este siglo encantador pertenece á los jóvenes!»
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su significado, quedóse turbadísimo y se sonrojaron como un ascua sus mejillas; después dijo: ¡Oh rey! Tu esclavo te confiesa su falta de afición á esas cosas, á las cuales no pudo acostumbrarse. Además, soy harto joven para soportar pesos y medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo.»
Al oir estas palabras, Sett Budur se echó á reir á carcajadas, y luego dijo á Kamaralzamán: «¡Verdaderamente, ¡oh joven delicioso! no sé por qué te asustas! Oye lo que tengo que decirte respecto al particular: ó eres un adolescente ó una persona mayor. Si eres lo primero y no has llegado á la edad de la responsabilidad, nada te podrán echar en cara, pues no deben censurarse ni considerarse con mirada dura y violenta los actos sin importancia de{48} los menores; si tienes una edad responsable, y así me lo parece al oirte discutir con tanto raciocinio, ¿por qué has de vacilar ni asustarte, ya que eres dueño de tu cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, y lo que está escrito sucede? Sobre todo, piensa que yo soy el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú; pero me aplico estos versos tan perfectos del poeta:
¡Estando mirándome el niño, mi zib se movió! Entonces exclamó él: «¡Es enorme!» Y yo le dije: «¡Así es fama!»
Él replicó: «¡Apresúrate á demostrarme su heroísmo y resistencia!» Pero yo le dije: «¡Eso no es lícito!» Él me replicó: «¡Para mí es muy lícito! ¡Apresúrate á manejarlo!» ¡Entonces lo hice, pero sólo por obediencia y cortesía!»
Cuando Kamaralzamán oyó tales palabras y versos, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y bajó la cabeza, y dijo á Sett Budur: ¡Oh rey lleno de gloria! ¡Tienes en tu palacio muchas jóvenes y esclavas, y vírgenes muy bellas, y tales como ningún rey de este tiempo las posee! ¿Por qué has de abandonar todo eso á mí solo? ¿No sabes que te es lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer tus deseos ó alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?»
Pero Sett Budur sonrió, cerrando á medias los párpados y mirándole de reojo, y después contestó:{49} «Nada más cierto que lo que dices, ¡oh mi prudente visir tan hermoso! pero ¿qué hacer cuando nuestra afición varía de deseo, cuando nuestros sentidos se afinan ó transforman, y cuando cambia la naturaleza de nuestro humor? Mas dejémonos de una discusión que no conduce á nada, y oigamos lo que dicen respecto á eso nuestros poetas más estimados. Escucha alguno de sus versos:
»Uno ha dicho:
¡He aquí los puestos apetitosos en el zoco de los fruteros! ¡Encuentras á un lado, en la bandeja de palma, los higos gordos, de trasero oscuro y simpático! ¡Oh! ¡Pero mira la bandeja grande en el sitio de preferencia! ¡He aquí los frutos del sicomoro, los frutos pequeños, de trasero sonrosado, del sicomoro!
»El segundo ha dicho:
¡Pregunta á la joven por qué, cuando los pechos se le endurecen y el fruto le madura, prefiere el sabor ácido de los limones á las sandías dulces y á las granadas!
»Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad! ¡oh muchachito! ¡Tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión preferida entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado á las mujeres, hasta el punto de{50} que mis amigos han observado esta abstinencia, y han supuesto ¡ignorantes! que me había hecho monje y religioso!
»Otro ha dicho:
¡Oh Zeinab de pechos morenos, y tú, Hind de trenzas teñidas con arte! ¿no sabéis por qué hace tanto tiempo que desaparecí?
¡He encontrado las rosas—las que suelen verse en las mejillas de las jóvenes—, he encontrado esas rosas, no en mejillas de una joven, ¡oh Zeinab! sino en las posaderas fundamentales y aterciopeladas de mi amigo! ¡He ahí por qué ¡oh Hind! ya no podrá atraerme nunca tu cabellera teñida, ni tampoco ¡oh Zeinab! tu jardín arrasado, al cual le falta el vello, ni siquiera tus posaderas demasiado lisas, que carecen de granulación!
»Otro ha dicho:
¡Cuida de no hablar mal de ese gamo joven, comparándole sencillamente, porque es imberbe, con una mujer! ¡Es preciso ser un malvado para decir ó pensar semejante cosa! ¡Hay diferencia!
¡En efecto, cuando te acercas á una mujer, es por delante; y por eso te besa en la cara! ¡Pero el gamo joven, cuando te acercas á él, tiene que encorvarse, y de esa manera ¡figúrate! besa la tierra! ¡Hay diferencia!
»Otro ha dicho:
¡Oh hermoso niño, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en ataques infecundos! ¡Porque tú, siquiera, no puedes criar huevos en tu seno!
¡En efecto, qué espantoso sería para mí aproximarme á una mujer virtuosa de anchas caderas! ¡En cuanto la cabalgase, me daría tantos hijos, que no podría contenerlos toda la comarca!
»Otro ha dicho:
¡Mi esposa me dirigió tantas miradas picarescas y se puso á mover las caderas con tanta elasticidad, que me dejé arrastrar á nuestro lecho, largo tiempo evitado! ¡Pero no pudo lograr que se despertase el querido niño á quien solicitaba!
Entonces me gritó, furiosa: «¡Si no le obligas inmediatamente á endurecerse para cumplir sus deberes y penetrar, no te asombres si mañana, al despertarte, eres cornudo!»
»Otro ha dicho:
¡Generalmente se piden á Alah mercedes y beneficios levantando los brazos! ¡Pero las mujeres son de otro modo! ¡Para solicitar los favores de su amante levantan las piernas y los muslos! ¡El ademán es seguramente más meritorio, pues se dirige á sus profundidades!
»Por último, otro ha dicho:
¡Qué ingenuas son á veces las mujeres! ¡Como tienen trasero, se figuran que nos lo pueden ofrecer en caso necesario por analogía! ¡He demostrado á una de ellas cuánto se equivocaba!
¡Esta joven había venido á buscarme con una vulva en verdad lo más excelente posible! Pero yo le dije: «¡No hago esas cosas de tal manera!»
Ella me contestó: «¡Sí, ya lo sé, este siglo abandona la moda antigua! ¡Pero no importa! ¡Estoy al corriente!» ¡Y se volvió, y presentó á mis miradas un orificio tan vasto como el abismo del mar!»
Pero yo dije: «Te doy las gracias de veras, señora mía, te doy mil gracias! ¡Veo que tu hospitalidad es muy amplia! ¡Y temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la de una ciudad tomada por asalto!»
Cuando Kamaralzamán oyó todos aquellos versos, comprendió que no había medio de equivocarse acerca de las intenciones de Sett Budur, á quien seguía tomando por el rey, y vió que no le serviría de nada resistirse más; y por otra parte, también sentía curiosidad de saber á qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 234.ª NOCHE
Ella dijo:
...á qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta. De modo, que repuso: «¡Oh rey del siglo! ¡ya que tienes tanto empeño, prométeme que no haremos eso juntos mas que una vez! ¡Y si consiento, sabe que es para tratar de demostrarte en seguida que es preferible volver á la moda antigua! De todos modos, por mi parte, deseo que me prometas formalmente que nunca me pedirás la repetición de este acto, cuyo perdón pido por anticipado á Alah el Clemente sin límite.» Y Sett Budur exclamó: «¡Te lo prometo formalmente! ¡Y yo también quiero pedir remisión á Alah misericordioso, cuya bondad carece de límites, para que nos haga salir de las tinieblas del error á la luz de la verdadera sabiduría!» Después añadió: «Pero en verdad, hay que hacerlo sin remedio, aunque no sea mas que una vez, para dar la razón al poeta, que dice:
¡La gente ¡oh amigo mío! nos acusa de cosas que nos son desconocidas, y dice de nosotros todo lo malo que piensa!
¡Ven, amigo! ¡Seamos lo bastante generosos para{54} dar la razón á nuestros enemigos, y ya que sospechan una cosa, hagámosla siquiera una vez! ¡Después nos arrepentiremos, si te parece! ¡Ven, amigo dócil, á trabajar conmigo para dejar en paz la conciencia de nuestros acusadores!»
Y Sett Budur se levantó rápidamente y lo arrastró hacia los anchos colchones tendidos en la alfombra, mientras él trataba de defenderse algo y meneaba la cabeza con aspecto resignado, suspirando: «¡No hay recurso mas que en Alah! ¡Todo ocurre por orden suya!» Y como Sett Budur le hostigaba impaciente para que se diera prisa, se quitó los anchos calzones bombachos, después el calzón de hilo, y se vió derribado de pronto encima de los colchones por el rey, que se tendió junto á él y le cogió en brazos. Y el rey le dijo: «¡Verás cómo ni los mismos ángeles sabrían darte una noche como ésta!» Y el rey añadió: «¡Oh! ¡Arrímate!» Y le echó las dos piernas alrededor de los muslos, y le dijo: «¡Oh, dame la mano, pónmela entre los muslos para despertar á este niño y obligarlo á levantarse, porque lleva mucho tiempo dormido!» Y Kamaralzamán, algo cortado, le dijo: «¡No me atrevo!» El rey le dijo: «¡Voy á ayudarte!» Y le cogió la mano y se la paseó por entre los muslos.
Entonces Kamaralzamán notó que el contacto con los muslos del rey era muy delicioso, y más dulce que el tocar manteca, y más suave que el tocar seda. Y aquello le agradó mucho, y le incitó á ex{55}plorar él solo lo de arriba y lo de abajo, hasta que su mano llegó á una cúpula que encontró muy movediza y verdaderamente llena de bendición. Pero por más que buscó por todas partes, no pudo encontrar el alminar. Y dijo para sí: «¡Oh Alah, qué misteriosas son tus obras! ¿Cómo podrá haber una cúpula sin alminar?» Después pensó: «Es probable que este rey encantador no sea hombre ni mujer, sino un eunuco blanco. ¡Eso resultaría mucho menos interesante!» Y le dijo al rey: «¡Oh rey, no sé, pero no encuentro al niño!»
Al oir estas palabras, á Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 235.ª NOCHE
Ella dijo:
...á Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse. Después se puso seria de repente, y recobró su antigua voz tan dulce y tan cantarina, y dijo á Kamaralzamán: «¡Oh esposo amadísimo, qué pronto has olvidado nuestras hermosas noches pasadas!» Y se levantó rápidamente, y tirando á lo lejos el traje y el turbante con que es{56}taba disfrazada, apareció completamente desnuda, suelta la cabellera á lo largo de la espalda.
Al ver aquello, Kamaralzamán conoció á su esposa Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Buhur y de El-Kussur. Y la besó, y ella le besó, y la estrechó, y ella le estrechó, y después, ambos, llorando de alegría, se confundieron en besos encima del diván. Y ella, entre otros mil, le recitó estos versos:
¡He aquí á mi amado! ¡Es el bailarín de cuerpo armonioso! ¡Miradle cuando avanza con pie flexible y ligero!
¡Hele aquí! ¡No creáis que sus piernas se quejen del peso enorme que las precede, y que constituiría una buena carga para un camello!
¡He aquí á mi amado! ¡Como alfombra tendí por su camino las flores de mis mejillas, ¡oh dicha mía! ¡Y el polvo de sus suelas fué un bálsamo bienhechor para mis ojos!
¡En el rostro de mi amado ¡oh hijas de Arabia! vi bailar á la aurora! ¿Cómo olvidar sus encantos y su dulzura?...
Después de lo cual, la reina Budur contó á Kamaralzamán cuanto le había ocurrido, desde el principio hasta el fin. Lo mismo hizo él, y después la reconvino, y le dijo: «¡Es realmente una enormidad lo que has hecho conmigo esta noche!» Ella contestó: «¡Por Alah! ¡No era mas que una broma!» En seguida siguieron sus retozos entre muslos y brazos hasta que amaneció.{57}
Entonces la reina Budur se juntó con el rey Armanos, padre de Hayat-Alnefus, le contó la verdad de su historia, y le reveló que su hija la joven Hayat-Alnefus era todavía tan completamente virgen como antes.
Cuando el rey Armanos, dueño de la isla de Ébano, oyó estas palabras de Sett Budur, hija del rey Ghayur, se maravilló hasta el límite del asombro, y mandó que historia tan prodigiosa se escribiera con letras de oro sobre pergaminos ilustres. Después se volvió hacia Kamaralzamán y le preguntó: «¡Oh hijo del rey Schahramán! ¿quieres entrar en mi parentela aceptando como segunda esposa á mi hija Hayat-Alnefus, que está aún intacta de toda sacudida?» Kamaralzamán contestó: «Antes tengo que consultar con mi esposa Sett Budur, á quien debo respeto y amor.» Y se volvió hacia la reina Budur, y le preguntó: «¿Puedo contar con tu consentimiento para tomar á Hayat-Alnefus como segunda esposa?» Budur contestó: «¡Sí, por cierto; pues yo misma te la he reservado para festejar tu regreso! ¡Y me contentaré con ocupar el segundo puesto, pues debo mucha gratitud á Hayat-Alnefus por sus amabilidades y su hospitalidad!»
Entonces Kamaralzamán se volvió hacia el rey Armanos, y le dijo: «¡Mi esposa Sett Budur me ha contestado aceptando lo propuesto, y diciéndome que en caso necesario se daría por muy contenta con ser esclava de Hayat-Alnefus!»
Al oir estas palabras, el rey Armanos se rego{58}cijó hasta el límite del regocijo, y fué á sentarse para aquel caso en el trono de justicia, y mandó reunir á todos los emires, visires, chambelanes y notables del reino, y les contó la historia de Kamaralzamán y su esposa Sett Budur, desde el principio hasta el fin. Luego les comunicó su proyecto de dar á Hayat-Alnefus por segunda esposa á Kamaralzamán, y nombrarle al mismo tiempo rey de la isla de Ébano, en lugar de su esposa, la reina Budur. Y todos besaron la tierra entre sus manos, y respondieron: «¡Desde el momento en que Kamaralzamán es el esposo de Sett Budur, que ha reinado antes en este trono, le aceptamos con júbilo por nuestro rey, y nos consideramos dichosos con ser sus esclavos fieles!»
Después de estas palabras, el rey Armanos se entusiasmó hasta el límite más extremo del entusiasmo, é inmediatamente mandó llamar á los kadíes, testigos y jefes principales, y extender el contrato de boda de Kamaralzamán con Hayat-Alnefus.
Y con tal motivo hubo grandes festejos y festines maravillosos, y se sacrificaron millares de reses para los pobres y desgraciados, y hubo liberalidad para todo el pueblo y todo el ejército. Y no quedó nadie en el reino que no deseara larga vida y felicidad para el rey Kamaralzamán y sus dos esposas Budur y Hayat-Alnefus.
Y Kamaralzamán, á su vez, alardeó de tanta justicia al gobernar su reino como al contentar á{59} sus dos esposas, pues pasaba una noche con cada una, alternativamente.
En cuanto á Sett Budur y á Hayat-Alnefus, vivieron siempre en perfecta armonía, dando las noches á su esposo, pero disfrutando juntas durante las horas del día.
Tras de lo cual, Kamaralzamán despachó correos á su padre, el rey Schahramán, para comunicarle todos aquellos felices sucesos y decirle que pensaba ir á verle en cuanto hubiera reconquistado una ciudad á orillas del mar que los infieles habían arrebatado á los musulmanes.
Mientras tanto, la reina Budur y la reina Hayat-Alnefus, fecundadas por Kamaralzamán, dieron cada una á su esposo un hijo varón, hermoso como la luna. Y todos vivieron con perfecta felicidad hasta el fin de sus días. Y tal es la historia maravillosa de Kamaralzamán y la princesa Budur.
Y Schahrazada, sonriendo, se calló.
Pero la pequeña Doniazada, la de las mejillas siempre blancas, se había puesto muy colorada, sobre todo al acabarse la historia, y los ojos se le habían agrandado de placer, de curiosidad y también de confusión, y había acabado por taparse la cara con las dos manos, pero mirando al través.
Y mientras Schahrazada, para rehacerse la voz, se mojaba los labios en una copa de cocimiento helado de pasas, palmoteando, exclamó: «¡Oh hermana, qué lástima que una historia tan maravillosa se{60} acabe tan pronto! ¡Es la primera de ese género que oigo de tus labios! ¡Y no sé por qué me pongo tan colorada!»
Y Schahrazada, después de beber un sorbo, sonrió á su hermana con el rabillo del ojo, y le dijo: «Pues ¿qué será cuando hayas oído la Historia de Grano-de-Belleza?... Pero primero te he de contar la agradable Historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella.»
Oídas estas palabras, Doniazada saltó de alegría y emoción, y exclamó: «¡Oh hermana, por favor! ¡Antes de empezar la historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella, cuyos nombres ya me complacen infinito, dime quién es Grano-de-Belleza!»
Y Schahrazada respondió: «¡Querida mía, Grano-de-Belleza es un joven!»
Entonces el rey Schahriar, cuya tristeza había desaparecido á las primeras palabras de la historia de Sett Budur, que oyó entera con gran atención, dijo: «¡Oh Schahrazada! He de confesarte que la historia de Budur me ha encantado y regocijado, y además me ha incitado á enterarme mejor de esa moda nueva de la cual hablaba Sett Budur en prosa y verso. De modo que si en las historias que nos prometes se explica esa moda, con otros pormenores desconocidos para mí, puedes empezar en seguida.»
Pero en este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se calló.
Y el rey Schahriar dijo para sí: «¡Por Alah! ¡No la mataré hasta que haya oído otros detalles sobre la moda nueva, que hasta ahora encuentro llena de oscuridad y complicaciones!»
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 237.ª NOCHE
Doniazada dijo: «¡Oh Schahrazada, hermana mía, te ruego que empieces!»
Y Schahrazada sonrió á su hermana, y después, volviéndose hacia el rey Schahriar, le dijo:
Se dice (pero Alah es más sabio) que había en la ciudad de Kufa un hombre al que se contaba entre sus vecinos más ricos y considerados, y se llamaba Primavera.
Al primer año de su matrimonio, el mercader Primavera sintió caer sobre su casa la bendición del Altísimo con el nacimiento de un hijo muy hermoso, que vino al mundo sonriendo. Y por eso se llamó al niño Feliz-Bello.
Al séptimo día de nacer su hijo, el mercader Primavera fué al zoco de los esclavos á comprar una criada para su mujer. Llegado á mitad de la plaza central, echó una ojeada circular á las mujeres y á los muchachos que se habían puesto á la venta, y vió, en medio de uno de los grupos, á una esclava{64} de aspecto dulce, que llevaba á la espalda, sujeta con un ancho cinturón, á su hija dormida.
El mercader Primavera pensó entonces: «¡Alah es generoso!» Y se acercó al corredor y le preguntó: «¿Cuánto cuesta esta esclava con su hija?» El corredor contestó: «¡Cincuenta dinares, ni más ni menos!» Primavera dijo: «¡La compro! Escribe el contrato, y toma el dinero.» Después de llenar esta formalidad, el mercader Primavera dijo con dulzura á la mujer: «Sígueme, sierva mía.» Y se la llevó á su casa.
Cuando la hija de su tío vió llegar á Primavera con la esclava, le preguntó: «¡Oh hijo de mi tío! ¿por qué has hecho ese gasto tan inútil? ¡Yo, en cuanto me reponga del parto, podré atender á la casa como antes!» El mercader Primavera contestó con agrado: «¡Oh hija de mi tío! He comprado esta esclava por la niña que lleva á cuestas, y á la cual criaremos con nuestro hijo Feliz-Bello. ¡Y sabe que, si he de juzgar por lo que de sus facciones he visto, cuando crezca esta niña no tendrá igual en belleza en todos los países de Irak, Persia y Arabia!»
Entonces la esposa de Primavera se volvió hacia la sierva, y le preguntó bondadosamente: «¿Cómo te llamas?» Ella contestó: «Me llaman Prosperidad, ¡oh mi señora!» A la esposa del mercader le gustó mucho aquel nombre, y le dijo: «¡Te sienta bien, ¡por Alah! Y tu hija, ¿cómo se llama?» La esclava contestó: «Fortuna.» Entonces la esposa de Primavera, en el límite de la alegría, dijo: «¡Ojalá acier{65}tes! ¡Y Alah, con tu venida, haga que duren la fortuna y la prosperidad en casa de quienes te han comprado, ¡oh cara blanca!»
Después de lo cual se volvió hacia su esposo Primavera, y le preguntó: «Ya que es costumbre que los amos den nombre á los esclavos que compran, ¿cómo piensas llamar á la niña?» Primavera respondió: «¡Como tú prefieras!» Y su esposa contestó: «¡Llamémosla Feliz-Bella!» Y Primavera dijo: «Así se llamará. No veo ningún inconveniente.»
Y así fué como se llamó la niña Feliz-Bella, y se la crió con Feliz-Bello, exactamente con las mismas condiciones. Y ambos crecieron juntos, aumentándose cada día su hermosura; y Feliz-Bello llamaba á la hija de la esclava «mi hermana», y ella le llamaba á él «mi hermano».
Cuando Feliz-Bello llegó á los cinco años, se pensó en celebrar su circuncisión. Se aguardó para ello la fiesta del natalicio del Profeta (¡con él la plegaria y la salvación!), para dar á tal rito preciado toda la manifestación de belleza que encierra. Por lo tanto, se hizo solemnemente la circuncisión de Feliz-Bello, que en vez de llorar, pareció encontrar aquello casi de su agrado, y sonrió gentilmente, cosa que, por otra parte, solía hacer siempre. Se formó una comitiva imponente y numerosa, compuesta de todos los parientes, amigos y conocidos de Primavera y de la hija de su tío; después, precedidos de banderas, desfiló por todas las calles de Kufa. Y Feliz-Bello iba encaramado en un palan{66}quín rojo, sobre una mula ricamente enjaezada de brocado, y á su lado estaba sentada la pequeña Feliz-Bella, que le abanicaba con un pañuelo de seda. Detrás del palanquín seguían las amigas, las vecinas y los niños, que llenaban el aire con sus «lu-lu-lúes» de alegría, mientras el buen Primavera, contentísimo, llevaba de la brida la mula arrogante y dócil.
Cuando regresaron á casa, los invitados fueron uno tras otro á felicitar al mercader Primavera, diciendo antes de retirarse: «¡Para ti sean la bendición y la alegría! ¡Disfruta durante larga vida la abundancia de los goces del alma!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 238.ª NOCHE
Ella dijo:
»...¡Disfruta durante larga vida la abundancia de los goces del alma!»
Después transcurrieron tiempos felices, y los dos niños llegaron á cumplir los doce años de edad.
Entonces Primavera fué á buscar á su hijo Feliz-Bello, que jugaba á matrimonios con Feliz-Bella, y le llamó aparte, y le dijo: «He aquí ¡oh hijo mío!{67} que acabas de cumplir doce años, gracias á la bendición de Alah. De modo que desde hoy ya no has de llamar á Feliz-Bella hermana tuya, pues ahora he de decirte que Feliz-Bella es hija de nuestra esclava Prosperidad, aunque la hayamos criado contigo en la misma cuna y la tratemos como á hija nuestra. Además, desde ahora es menester que se cubra la cara con el velo, pues tu madre me ha dicho que Feliz-Bella ha llegado, la semana pasada, á la época de la nubilidad. Así es que tu madre le va á buscar un esposo, que será para nosotros un esclavo adicto.»
Al oir estas palabras, Feliz-Bello dijo á su padre: «Pues ya que Feliz-Bella no es hermana mía, quiero casarme con ella.» Primavera contestó: «¡Hay que pedirle permiso á tu madre!»
Entonces Feliz-Bello fué á buscar á su madre, y le besó la mano, que se llevó á la frente; después le dijo: «Deseo casarme en secreto con Feliz-Bella, hija de nuestra esclava Prosperidad.» Y la madre de Feliz-Bello contestó: «¡Feliz-Bella te pertenece, hijo mío! Tu padre la había comprado en nombre tuyo.»
Inmediatamente Feliz-Bello corrió á buscar á Feliz-Bella, y la cogió de la mano, y la amó, y ella le amó á él, y la misma noche durmieron juntos, como esposos dichosos.
Después, y sin cesar tal estado de cosas, vivieron ambos en el colmo de la felicidad durante cinco años benditos. Y en toda la ciudad de Kufa no había{68} joven más bella, ni más dulce, ni más deliciosa que la mujer del hijo de Primavera. Ni la había tan instruída ni tan sabia. En efecto, Feliz-Bella había consagrado sus ratos de ocio á aprender el Korán, las ciencias, la hermosa escritura cúfica y la corriente, las bellas letras y la poesía, y el manejo de los instrumentos musicales. Y había llegado á adquirir tal habilidad en el arte del canto, que sabía cantar de más de quince modos distintos, y basándose en una sola palabra del primer verso de una canción, podía prolongar durante varias horas, y hasta una noche entera, variaciones infinitas que arrebataban con sus ritmos y su trémolos.
Así es que Feliz-Bello y su esclava Feliz-Bella, muchas veces, á las horas de calor, se sentaban en su jardín sobre el mármol desnudo que rodeaba el estanque, en donde la frescura del agua y de la piedra llenábales de delicias. Allí comían sandías exquisitas, de pulpa fusible y ligera, y almendras y avellanas, y grano tostado y salado, y otras mil cosas admirables. Y dejaban de comer para respirar rosas y jazmines, ó para recitarse poemas encantadores. Y entonces Feliz-Bello rogaba á su esclava que preludiase, y Feliz-Bella cogía la guitarra de cuerdas dobles, de la cual sabía extraer sonidos sin par. Y ambos cantaban canciones como éstas, entre otras mil maravillosas:
¡Oh joven, llueven flores y aves! ¡Vamos con el viento hacia la cálida Bagdad de sonrosadas cúpulas!{69}
¡No, emir mío! ¡Quedémonos todavía en el jardín, junto al llamear de las palmas de oro, y ¡oh delicia! con las manos en la nuca, soñemos!
¡Ven, oh joven! ¡Llueven diamantes en las hojas azules, y sobre el azul es bella la curva de las ramas! ¡Levántate, ¡oh ligera! y sacude las gotas furtivas que lloran en tus cabellos!
¡No, emir mío! ¡Siéntate aquí y reclina la cabeza en mis rodillas! ¡Embriágate entre mi ropa con todo el perfume de mis pechos floridos... y luego oye la suave brisa que canta al Hacedor!
Otras veces, ambos jóvenes modulaban versos como los siguientes, acompañándose con el daff:
¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Oh labios, haced más lentos vuestros trinos sobre las flautas! ¡Guitarras, paraos bajo los dedos para escuchar la canción de las palmeras!
¡Las palmeras están de pie, como las jóvenes; murmuran en sordina entre la noche clara, y el remolino de sus cabelleras melodiosas responde á la brisa musical!
¡Ah! ¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Esposa encantadora y perfumada! ¡Al oir las notas de tu voz, las piedras se levantan bailando, y vienen ordenadamente á construir un edificio armonioso!
¡Que aquel que creó la belleza del amor nos otorgue la ventura, esposa encantadora y perfumada!
¡Oh negrura de mis ojos, por ti voy á dar color azu{70}lado á mis párpados con la varita de cristal, y á macerar mis manos en la pasta de alheña!
¡Así te parecerán mis dedos frutos de azufaifo, ó si lo prefieres, dátiles finos!
¡Después me perfumaré los pechos, el vientre y todo el cuerpo con incienso delicado, para que mi piel se derrita en tu boca con suavidad, ¡oh negrura de mis ojos!
Y de tal modo, el hijo de Primavera y la hija de Prosperidad pasaban las noches y las mañanas en una vida deliciosa...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 239.ª NOCHE
Ella dijo:
...en una vida deliciosa.
Pero ¡ah! lo que está escrito en la frente del hombre por los dedos de Alah, no puede borrarlo la mano del hombre; y aunque la criatura poseyera alas, no le sería posible huir del Destino.
Tal fué la causa de que Feliz-Bello y Feliz-Bella tuvieran que experimentar durante cierto tiempo las vicisitudes de la suerte. Pero de todos modos, la nativa bendición que habían traído consigo á{71} la tierra había de librarles de las desdichas irremediables.
Efectivamente, el gobernador de la ciudad de Kufa había oído hablar al califa de la hermosura de Feliz-Bella, esposa del hijo del mercader Primavera. Y dijo para sí: «¡Sin remedio, he de encontrar la manera de apoderarme de esta Feliz-Bella, cuyas perfecciones y arte para cantar me ponderan tanto! ¡Será un magnífico regalo para mi amo el Emir de los Creyentes Abd El-Malek ben-Meruán!»
Por consiguiente, el gobernador de Kufa resolvió un día ejecutar su proyecto, y con tal fin mandó llamar á una vieja muy astuta, que de ordinario estaba encargada de adquirir é instruir especialmente á las esclavas jóvenes. Y le dijo: «¡Te ruego que vayas á casa del mercader Primavera y hagas conocimiento con la esclava de su hijo, la joven llamada Feliz-Bella, de la cual se dice que está muy versada en el arte del canto, y que es muy hermosa! Y de cualquier manera has de traérmela aquí, porque quiero enviarla como regalo al califa Abd El-Malek.» Y la vieja respondió: «¡Escucho y obedezco!» Y se fué inmediatamente á hacer los preparativos necesarios.
A primera hora de la mañana se vistió de estameña, y se echó al cuello un enorme rosario de millares de cuentas, se ató una calabaza á la cintura, cogió una muleta, y se dirigió con lento paso á casa de Primavera, parándose á cada momento para suspirar, muy devota: «¡Alabado sea Alah! ¡No{72} hay más Dios que Alah! ¡Sólo á Alah es preciso recurrir! ¡Alah es el más grande!» Y no dejó de proceder del mismo modo durante todo el camino, con gran admiración de los transeuntes, hasta que llegó á la puerta de la casa en que vivía Primavera. Llamó, y dijo: «¡Alah es generoso! ¡Oh Donador! ¡Oh Bienhechor!»
Entonces fué á abrirle el portero, que era un anciano respetable, antiguo servidor de Primavera. Vió á la vieja devota, y después de examinarla no le pareció su aspecto muy tranquilizador, sino muy al contrario. Y por su parte, él también desagradó mucho á la vieja, que le dirigió una mirada atravesada. Y el portero sintió instintivamente la mirada, y también instintivamente, y para conjurar el mal de ojo, formuló con el pensamiento: «¡Mis cinco dedos de la mano izquierda en tu ojo derecho y los otros cinco dedos en tu ojo izquierdo!» Después, y en alta voz, le preguntó: «¿Qué quieres, mi anciana tía?» Ella respondió: «Soy una pobre vieja que no piensa mas que en rezar. Y como veo que se acerca la hora de la oración, quisiera entrar en esta morada para hacer mis devociones este día santo.» El buen portero se indignó, y le dijo con brusquedad: «¡Vete! ¡Esta casa no es mezquita ni oratorio, sino el hogar del mercader Primavera y su hijo Feliz-Bello!» La vieja respondió: «¡Ya lo sé! Pero ¿hay mezquita ni oratorio más digno de la oración que la morada bendita de Primavera y su hijo Feliz-Bello? Sabe también ¡oh portero de cara seca! que soy{73} mujer conocida en Damasco, en el palacio del Emir de los Creyentes. Y he salido de allí para visitar los santos lugares y rezar en todos los sitios dignos de veneración.» Pero el portero contestó: «Bueno que seas una devota; pero esa no es razón para que entres aquí. Sigue tu camino.» Y la vieja se resistió é insistió tanto tiempo, que el rumor de su voz hubo de llegar á oídos de Feliz-Bello, que salió para enterarse de la causa del altercado, y oyó á la vieja que decía al portero: «¿Cómo se puede impedir á una mujer de mi categoría entrar en la casa de Feliz-Bello, hijo de Primavera, cuando las puertas más cerradas de los emires y los grandes siempre se me abren de par en par?»
Al oir estas palabras, Feliz-Bello sonrió, según su costumbre, y rogó á la vieja que entrara. Entonces la vieja le siguió, y llegó con él á la habitación de Feliz-Bella. Y le deseó la paz de la manera más sentida, y á la primera ojeada quedó estupefacta de su belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar á la santa vieja, se apresuró á levantarse en honor suyo y le devolvió su zalema con respeto, y le dijo: «¡Sea de buen agüero para nosotros tu venida, buena madre! ¡Dígnate descansar!» Pero ella contestó: «Acaban de anunciar la hora de la oración, hija mía. ¡Déjame rezar!» Y volvióse en seguida en dirección á la Meca, y se arrodilló en actitud de orar. Y así estuvo hasta la noche sin moverse, y nadie se atrevía á interrumpir su función augusta. Y además{74} parecía tan sumida en el éxtasis, que no hacía caso alguno de lo que ocurría á su alrededor.
Por fin, Feliz-Bella se atrevió, y acercóse tímidamente á la santa, y le dijo con voz dulce y respetuosa: «¡Madre mía, da descanso á las rodillas, aunque no sea mas que una hora!» La vieja contestó: «¡El que no cansa el cuerpo en este mundo no puede aspirar al reposo reservado á los puros y elegidos en lo futuro!» Feliz-Bella, extremadamente edificada, repuso: «¡Por favor, ¡oh madre nuestra! honra nuestra mesa con tu presencia y consiente en compartir con nosotros el pan y la sal!» La vieja respondió: «He hecho voto de ayunar, hija mía. No puedo faltar á mi voto. No me hagas caso, y ve á reunirte con tu esposo. Vosotros, que sois jóvenes y hermosos, comed, bebed y sed felices...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 240.ª NOCHE
Ella dijo:
»...Vosotros, que sois jóvenes y hermosos, comed, bebed y sed felices.»
Entonces Feliz-Bella fué á buscar á su amo, y le dijo: «¡Oh mi señor! ¡Te ruego que vayas á su{75}plicar á esa santa que en adelante se aposente en nuestra casa, pues su rostro, macerado en la piedad, iluminará nuestra morada!» Feliz-Bello contestó: «Tranquilízate. Ya he mandado que le preparen una habitación con su lecho, y una esterilla nueva, y su jarro, y su palangana. Y nadie la molestará.»
En cuanto á la vieja, se pasó toda la noche rezando y leyendo en alta voz el Korán. Después, al amanecer, se lavó y fué á buscar á Feliz-Bello y á su amiga, y les dijo: «¡Vengo á despedirme de vosotros! ¡Alah os tenga en su guarda!» Pero Feliz-Bella le dijo: «¡Oh madre nuestra! ¿Cómo nos vas á dejar con tan poco sentimiento, cuando nosotros nos estábamos ya alegrando de ver nuestra casa bendecida para siempre por tu presencia, y te habíamos preparado la mejor habitación para que hagas tus devociones sin que te molesten?» La vieja contestó: «¡Alah os conserve á los dos y haga durar sus beneficios y sus gracias para vosotros! Ya que la caridad musulmana ocupa un sitio de honor en vuestro corazón, me alegro mucho de que me albergue vuestra hospitalidad. Pero os pido únicamente que advirtáis á vuestro portero, que tiene una cara tan seca, que no se oponga más á dejarme entrar aquí cuando pueda venir. Ahora mismo voy á visitar los santos lugares de Kufa, en los cuales haré votos á Alah para que os retribuya según vuestros méritos. ¡Luego volveré á endulzarme con vuestra hospitalidad!» Después los dejó, mientras ambos le{76} cogían las manos y se las llevaban á los labios y á la frente.
¡Oh pobre Feliz-Bella! ¡Si supieras el motivo de que aquella vieja de betún entrara en tu casa y los negros designios que urdía contra tu dicha y tranquilidad! Pero ¿cuál es la criatura que puede adivinar lo oculto y arrancar el velo al porvenir?
La maldita vieja salió, y se dirigió al palacio del gobernador, y se le presentó en seguida. Entonces éste le preguntó: «¿Qué has hecho, ¡oh desenredadora de telas de araña! ¡oh taimada sublime y sutil!?» La vieja dijo: «Haga lo que haga, ¡oh mi señor! no soy mas que tu discípula y la protegida de tus miradas. Escucha. He visto á la joven Feliz-Bella, esclava del hijo de Primavera. ¡Jamás el vientre de la fecundidad modeló belleza semejante!» El gobernador exclamó: «¡Ya Alah!» Y prosiguió la vieja: «Está amasada con delicias. ¡Es un fluir continuo de dulzuras y de encantos ingenuos!» El gobernador exclamó: «¡Oh ojo mío! ¡Latido de mi corazón!» La vieja añadió: «¿Qué dirías si oyeras el timbre de su voz, más fresca que el rumor del agua debajo de una bóveda sonora? ¿Qué harías si vieras sus ojos de antílope y sus miradas modestas?» El gobernador exclamó: «¡No podría hacer mas que admirarla con toda mi admiración, pues repito que la destino á nuestro amo el califa! ¡Apresúrate, pues, á triunfar!» La vieja dijo: «Te pido para ello un mes entero.» Y el gobernador respondió: «¡Dispón de ese tiempo, siempre que dé resul{77}tado! Y en mí encontrarás una generosidad que te dejará satisfecha. Para empezar, toma mil dinares como señal de mi buena voluntad.»
Y la vieja guardó los mil dinares en el cinturón, y desde aquel día empezó á visitar con regularidad á Feliz-Bello y Feliz-Bella en su casa, y ellos, por su parte, le demostraban cada día más miramientos y consideraciones.
Y así las cosas, la vieja llegó á ser la consejera inseparable de aquella casa. Y un día le dijo á Feliz-Bella: «Hija mía, la fecundidad no ha visitado aún tus caderas juveniles. ¿Quieres venir conmigo á pedir la bendición á los santos ascetas, á los jeques amados de Alah, á los santones y walíes que están en comunicación con el Altísimo? Conozco á esos walíes, hija mía, y sé el poder inmenso que tienen para hacer milagros y realizar las cosas más prodigiosas en nombre de Alah. Curan á los ciegos y á los inválidos, resucitan á los muertos, vuelan por el aire, nadan por el agua. En cuanto á la fecundación de las mujeres, es el privilegio más fácil que les otorgó Alah. ¡Y alcanzarás ese resultado sin más que tocar la orla de su ropón ó besar las cuentas de su rosario!»
Al oir estas palabras de la vieja, Feliz-Bella sintió agitarse en su alma el deseo de la fecundidad, y dijo á la anciana: «Tengo que pedir á mi amo Feliz-Bello permiso para salir. Aguardemos que regrese.» Pero la vieja respondió: «Te basta con avisar á su madre.» Entonces la joven fué en seguida{78} á buscar á la madre de Feliz-Bello, y le dijo: «Te suplico por Alah, ¡oh mi señora! que me concedas permiso para ir con esta santa vieja á visitar á los walíes amigos de Alah, y pedirles la bendición en su santa morada. Y te prometo estar aquí de vuelta antes que llegue mi amo Feliz-Bello.» Entonces la esposa de Primavera contestó: «¡Hija mía, piensa en el disgusto que tendría tu amo si volviese y no te encontrase! Me diría: «¿Y cómo ha podido salir Feliz-Bella sin permiso mío? ¡Es la primera vez que tal ocurre!»
En este momento intervino la vieja, y dijo á la madre de Feliz-Bello: «¡Por Alah! ¡Daremos una rápida vuelta por los lugares santos, no la dejaré siquiera que se siente para descansar, y la traeré sin demora!» Entonces la madre de Feliz-Bello dió el consentimiento, pero suspirando á pesar suyo.
La vieja se llevó, pues, á Feliz-Bella, y la guió directamente á un pabellón aislado del jardín de palacio; allí la dejó sola un momento, y corrió á comunicar su llegada al gobernador, que fué en seguida al pabellón...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 241.ª NOCHE
Ella dijo:
...al gobernador, que fué en seguida al pabellón, y en el umbral quedóse como deslumbrado por tal belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar á aquel hombre desconocido, se apresuró á velarse la cara, rompió en sollozos, y buscó con la mirada un sitio por donde poder huir; pero fué en vano.
Entonces, como la vieja no parecía, Feliz-Bella ya no dudó de la traición de la maldita, y se acordó de ciertas palabras que su fiel portero le había dicho respecto á los ojos llenos de artificios de aquella mujer.
En cuanto al gobernador, seguro de que Feliz-Bella era la misma que tenía delante, volvió á salir, cerrando la puerta, y fué á dar rápidamente algunas órdenes; escribió una carta al califa Abd El-Malek ben-Meruán, y confió la carta y la joven al jefe de sus guardias, mandándole que emprendiera en seguida el camino de Damasco.
Entonces el jefe de los guardias se llevó por fuerza á Feliz-Bella, la colocó encima de un ágil dromedario, se puso delante de ella, y partió á toda prisa hacia Damasco, seguido por algunos esclavos.{80}
En cuanto á Feliz-Bella, durante todo el camino se tapó la cara con el velo, y sollozó en silencio, indiferente á las paradas, á las sacudidas, á los descansos y á las marchas. Y el jefe de los guardias no le pudo sacar una palabra ni una seña, y así siguió hasta la llegada á Damasco.
El jefe se dirigió sin demora al palacio del Emir de los Creyentes, entregó la esclava y la carta al jefe de los chambelanes, recibió la respuesta que le dieron, y se volvió á Kufa del mismo modo que había venido.
Al día siguiente el califa entró en el harén y manifestó á su esposa y á su hermana la llegada de la esclava nueva, diciéndoles: «El gobernador de Kufa acaba de enviarme como regalo una esclava joven; y me escribe para decirme que esa esclava, comprada por él, es hija de un rey, apresada en su país por mercaderes de esclavos.» Y su esposa le respondió: «¡Alah acreciente tus goces y sus beneficios!» Y la hermana del califa preguntó: «¿Cómo se llama? ¿Es morena ó blanca?» El califa contestó: «Aún no la he visto.»
Entonces la hermana del califa, llamada Sett Zahia, que era de tierno corazón, sintió lástima, y se acercó á la joven y le preguntó: «¿Por qué lloras, hermana mía? ¿No sabes que desde ahora estás segura, y que tu vida transcurrirá ligera y sin preocupaciones? ¿Adónde podías ir á parar mejor que al palacio del Emir de los Creyentes?» Al oir estas palabras, la hija de Prosperidad levantó los ojos{81} sorprendida, y preguntó: «Pero ¡oh mi señora! ¿en qué ciudad estoy, para que sea éste el palacio del Emir de los Creyentes?» Sett Zahia contestó: «¡En la ciudad de Damasco! ¿Pero tú no lo sabías? ¿Y el mercader que te vendió no te ha advertido que lo hacía por cuenta del califa Abd El-Malek ben-Meruán? Ya lo sabes, hermana; eres propiedad del Emir de los Creyentes, que es mi hermano. Sécate, pues, las lágrimas, y dime tu nombre.»
Al oir semejantes palabras, la joven ya no pudo reprimir los sollozos que la ahogaban, y murmuró: «¡Oh mi señora, en mi tierra me llaman Feliz-Bella!»
A la sazón entró el califa. Avanzó hacia Feliz-Bella sonriendo bondadosamente, se sentó á su lado, y le dijo: «¡Quítate el velo de la cara, ¡oh joven!» Pero Feliz-Bella, en vez de descubrirse la cara, se aterró sólo de pensarlo, y se tapó completamente con la tela hasta por debajo de la barbilla, con mano temblorosa. Y el califa no quiso enojarse por una acción tan extraordinaria, y dijo á Sett Zahia: «Te confío á esta joven, y espero que dentro de pocos días la hayas acostumbrado á ti, y la animes, y consigas que sea menos tímida.» Después dirigió otra mirada á Feliz-Bella y no pudo ver, fuera de las telas en que estrechamente se envolvía, mas que la unión de las finas muñecas. Pero con aquello le bastó para que la amara en extremo; muñecas tan admirablemente modeladas no podían pertenecer mas que á una perfecta beldad. Y se retiró.{82}
Entonces Sett Zahia se llevó á Feliz-Bella, y la condujo al hammam de palacio, y después del baño la vistió con un traje muy hermoso, y le colocó en el peinado varias sartas de perlas y pedrerías, y luego la acompañó el resto del día, tratando de acostumbrarla á ella. Pero Feliz-Bella, aunque muy confusa con los miramientos que le prodigaba la hermana del califa, no podía dejar de llorar, ni quería tampoco revelar la causa de sus penas, porque pensaba que con ello no variaría su destino. Guardó, pues, para sí aquel agudo dolor, y siguió consumiéndose día y noche, de tal modo, que al poco tiempo cayó gravemente enferma; y desesperaron de salvarla después de haber experimentado en ella la ciencia de los médicos más famosos de Damasco.
En cuanto á Feliz-Bello, hijo de Primavera, al anochecer regresó á su casa, y según costumbre, se echó en el diván, y llamó: «¡Oh Feliz-Bella!» Pero, por primera vez, nadie contestó. Entonces se levantó súbito y llamó de nuevo: «¡Oh Feliz-Bella!» Pero nadie contestó. Porque todas las esclavas se habían escondido, y ninguna de ellas se atrevía á moverse. Por fin Feliz-Bello se dirigió al aposento de su madre, entró precipitadamente, y encontró á su madre sentada, muy triste, con la mano en la mejilla y absorta en sus pensamientos. Al verla, creció su inquietud, y preguntó, todo lleno de espanto: «¿Dónde está Feliz-Bella?»{83}
Pero la esposa de Primavera no contestó mas que con lágrimas, y después suspiró: «¡Alah nos proteja, ¡oh hijo mío! Feliz-Bella, en ausencia tuya, ha venido á pedirme permiso para salir con la vieja é ir, según me dijo, á visitar á un santo walí que realiza milagros. ¡Ah, hijo mío! ¡Mi corazón no estuvo tranquilo nunca desde que esa vieja entró en nuestra casa! ¡Tampoco la ha mirado jamás con buenos ojos nuestro portero, el servidor anciano y fiel que nos crió á todos! ¡Siempre he tenido el presentimiento de que esa vieja nos había de traer mala suerte con sus oraciones harto prolongadas y sus miradas tan astutas!» Pero Feliz-Bello interrumpió á su madre para preguntar: «¿A qué hora exactamente ha salido Feliz-Bella?» La madre contestó: «Esta mañana temprano, después de haberte ido al zoco.» Y Feliz-Bello exclamó: «¡Ya ves, madre mía, para lo que nos sirve variar nuestras costumbres y otorgar á nuestras mujeres libertades de las cuales no saben qué hacer, y que tienen que serles funestas! ¡Ah, madre mía! ¿Por qué permitiste salir á Feliz-Bella? ¿Quién sabe por dónde se pudo extraviar, ó si se ha caído al agua, ó si la sepultó un alminar que se haya derrumbado? ¡Pero voy á escape á ver al gobernador para obligarle á hacer investigaciones inmediatamente!»
Y Feliz-Bello, fuera de sí, corrió al palacio, y el gobernador le recibió sin hacerle esperar, por consideración hacia su padre Primavera, que era una de las personas más notables de la ciudad. Y{84} Feliz-Bello, sin atender siquiera á las fórmulas obligatorias de la zalema, dijo al gobernador: «Mi esclava ha desaparecido de nuestra casa esta mañana en compañía de una vieja á la cual habíamos dado albergue. Vengo á rogarte que me ayudes á buscarla.» El gobernador, adoptando un tono lleno de interés, contestó: «¡En seguida, hijo mío! Estoy dispuesto á todo, por consideración á tu digno padre. Ve á buscar de mi parte al jefe de la guardia, y cuéntale el caso. Es hombre muy avisado y lleno de recursos, y sin duda alguna encontrará á la esclava dentro de pocos días.»
Entonces Feliz-Bello corrió á ver al jefe de la guardia, y le dijo: «Vengo á verte de parte del gobernador para encontrar á mi esclava, que ha desaparecido de mi hogar.» El jefe de la guardia, que estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, resolló dos ó tres veces, y al fin preguntó: «¿Con quién se ha marchado?» Feliz-Bello respondió: «Con una vieja cuyas señas son estas y aquellas. Y la vieja va vestida de estameña, y lleva al cuello un rosario con millares de cuentas.» Y el jefe de la guardia dijo: «¡Por Alah! ¡Dime en dónde está la vieja, y en seguida iré á buscar á la esclava!»
A estas palabras, Feliz-Bello contestó: «Pero ¿y qué sé yo dónde está la vieja? ¿Vendría aquí si supiera dónde está?» El jefe de la guardia mudó de postura, colocando las piernas en sentido inverso, y dijo: «¡Hijo mío, únicamente Alah el Omnis{85}ciente es capaz de descubrir las cosas invisibles!» Entonces, Feliz-Bello, irritado hasta el límite, exclamó: «¡Por el Profeta! ¡A ti solo te haré responsable de esto! Y en caso necesario iré á ver al gobernador, y hasta al Emir de los Creyentes, para que sepan quién eres!» El otro contestó: «¡Puedes ir adonde te parezca! ¡No he estudiado hechicería, para adivinar las cosas ocultas!»
En seguida Feliz-Bello volvió á casa del gobernador, y le dijo: «¡He ido á ver al jefe de la guardia y ha pasado tal y cual cosa!» Y el gobernador dijo: «¡No es posible! ¡Hola, guardias! ¡Id á buscar á ese hijo de perro!» Y cuando llegó el jefe, el gobernador dijo: «¡Te mando que hagas las pesquisas más minuciosas para encontrar á la esclava de Feliz-Bello, hijo de Primavera! Envía á tus jinetes en todas direcciones. Corre tú también, y busca por todas partes. ¡Pero tienes que encontrarla!» Y al mismo tiempo le guiñó el ojo para que no hiciera nada. Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: «¡En cuanto á ti, hijo mío, no quiero que tengas que reclamar en adelante esa esclava mas que á mí! ¡Y si por acaso (pues todo puede suceder) no se encontrara á la esclava, yo mismo te daré en su lugar diez vírgenes de la edad de las huríes, de pechos turgentes y nalgas duras y firmes como cubos de granito! ¡Y obligaré también al jefe de la guardia á darte de su harén diez esclavas jóvenes tan intactas como mis ojos! Pero tranquiliza tu alma, pues sabe que el Destino te otorgará siempre{86} lo que te esté reservado, y por otra parte, nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 242.ª NOCHE
Ella dijo:
»...nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte.»
Entonces Feliz-Bello se despidió del gobernador, y volvió desesperado á su casa, después de haber vagado toda la noche en busca de Feliz-Bella. Y á la jornada siguiente tuvo que guardar cama, presa de una extrema debilidad y de una calentura que creció de día en día, según perdía la esperanza que le quedaba respecto á las pesquisas ordenadas por el gobernador. Y los médicos consultados contestaron: «¡Su enfermedad no tiene otro remedio que el regreso de su esposa!»
A todo esto, llegó á la ciudad de Kufa un persa muy versado en medicina, arte de drogas, ciencia de las estrellas y arena adivinatoria. Y el mercader Primavera se apresuró á llamarle á casa de su hijo. Entonces, el sabio persa, después de haber sido tratado por Primavera con los mayores mira{87}mientos, se acercó á Feliz-Bello y le dijo: «¡Dame la mano!» Y le cogió la mano, le tomó el pulso un buen rato, le miró con atención la cara, después sonrió, y se volvió hacia el mercader Primavera, diciéndole: «¡La enfermedad de tu hijo reside en su corazón!» Y Primavera respondió: «¡Por Alah! Verdad dices, ¡oh médico!» El sabio prosiguió: «Y la causa de esa enfermedad es la desaparición de una persona querida. ¡Pues bien! ¡Os voy á decir, con ayuda de los poderes misteriosos, el sitio en que se encuentra esa persona!»
Y dichas tales palabras, el persa se acurrucó, sacó de un talego un paquete de arena, que desató y extendió delante de él; luego puso en medio de la arena cinco guijarros blancos y tres guijarros negros, dos varitas y una uña de tigre; los colocó en un plano, después en dos planos, y luego en tres planos; los miró, pronunciando algunas frases en lengua persa, y dijo: «¡Oh vosotros que me oís! ¡Sabed que la persona se encuentra en este momento en Bassra!» Después reflexionó, y dijo: «¡No! Los tres ríos que ahí veo me han engañado. ¡La persona se encuentra en este momento en Damasco, dentro de un gran palacio, y en el mismo estado de languidez que tu hijo, ¡oh ilustre mercader!»
Al oir estas palabras, Primavera exclamó: «¿Y qué hemos de hacer, ¡oh venerable médico!? Por favor, ilumínanos, y no habrás de quejarte de la avaricia de Primavera. Pues ¡por Alah! te daré con qué vivir en la opulencia durante el espacio de tres{88} vidas humanas.» Y el persa contestó: «¡Tranquilizad ambos vuestras almas, y que se refresquen vuestros párpados cubriendo vuestros ojos sin inquietud! ¡Pues yo me encargo de reunir á los dos jóvenes, y eso es más fácil de hacer de lo que tú te figuras!» Después añadió, dirigiéndose á Primavera: «¡Saca del bolsillo cuatro mil dinares!» Y Primavera se desató inmediatamente el cinturón, y colocó delante del persa cuatro mil dinares y otros mil. Y el persa dijo: «¡Ahora que tengo con qué cubrir gastos, voy á ponerme al momento en camino para Damasco, llevando conmigo á tu hijo! ¡Y si Alah quiere, regresaremos con su amada!» Después se volvió hacia el joven tendido en la cama, y le preguntó: «¡Oh hijo del distinguido Primavera! ¿Cómo te llamas?» El otro respondió: «Feliz-Bello.» El persa dijo: «¡Pues bien, Feliz-Bello, levántate, y que tu alma se vea en adelante libre de toda inquietud, pues desde este momento puedes dar por seguro que has recobrado á tu esclava!» Y Feliz-Bello, súbitamente movido por el buen influjo del médico, se levantó y se sentó. Y el médico prosiguió: «Afirma tus ánimos y tu valor. No te preocupes por nada. ¡Come, bebe y duerme! Y dentro de una semana, en cuanto recuperes las fuerzas, volveré á buscarte para hacer el viaje contigo.» Y se despidió de Primavera y Feliz-Bello, y se fué á hacer también sus preparativos para el viaje.
Entonces Primavera dió á su hijo otros cinco mil dinares, y le compró camellos, que mandó cargar{89} de ricas mercaderías y de aquellas sedas de Kufa de colores tan hermosos, y le dió caballos para él y para su acompañamiento. Y al cabo de la semana, como Feliz-Bello había seguido las prescripciones del sabio y se había repuesto admirablemente, Primavera supuso que su hijo podía emprender sin inconveniente el viaje á Damasco. De modo que Feliz-Bello se despidió de su padre, de su madre, de Prosperidad y del portero, y acompañado de todos los buenos deseos que los brazos de los suyos invocaban sobre su cabeza, salió de Kufa con el sabio persa.
Y Feliz-Bello había llegado en aquellos instantes á la perfección de la juventud, y sus diez y siete años habían dado un sedoso vello á sus mejillas levemente sonrosadas, lo cual hacía más seductores todavía sus encantos, de modo que nadie le podía mirar sin pararse extático. Y el sabio persa no tardó en experimentar el efecto delicioso de los hechizos del joven, y le quiso con toda su alma, muy de veras, y se privó durante todo el viaje de todas las comodidades á fin de que él las aprovechara. Y cuando le veía contento, se alegraba hasta el límite de la alegría...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 243.ª NOCHE
Ella dijo:
...se alegraba hasta el límite de la alegría.
En estas condiciones, el viaje fué agradable y nada fatigoso, y así llegaron á Damasco.
Inmediatamente el sabio persa fué al zoco con Feliz-Bello, y alquiló en el acto una gran tienda, que restauró por completo: Después mandó hacer anaquelerías tapizadas de terciopelo, y en ellas colocó por orden sus frascos de valor, sus dictamos, sus bálsamos, sus polvos, sus jarabes exquisitos, sus triacas finas conservadas en oro puro, sus tarros de porcelana persa con reflejos metálicos, en donde maduraban las añejas pomadas compuestas con el jugo de trescientas hierbas raras, y entre los frascos grandes, los alambiques y las retortas colocó el astrolabio de oro.
Tras de lo cual se puso su traje de médico y el gran turbante de siete vueltas, y preparó también á Feliz-Bello, que había de ser su ayudante, despachando las recetas, machacando en el mortero, haciendo los saquillos y escribiendo los remedios que él le dictara. Para ello le vistió con una camisa de seda azul y un chaleco de casimira, y le pasó alre{91}dedor de las caderas un mandil de seda de color de rosa con franjas de oro. Después le dijo: «¡Oh Feliz-Bello! ¡Desde este momento tienes que llamarme padre, y yo te llamaré hijo, pues si no, los habitantes de Damasco creerán que hay entre los dos lo que tú comprendes!» Y Feliz-Bello dijo: «¡Escucho y obedezco!»
Y apenas se abrió la tienda que el persa destinaba á consulta, acudieron de todas partes en tropel los vecinos, unos para exponer lo que les pasaba, otros nada más que para admirar la belleza del joven, y todos para quedar estupefactos y encantados á un tiempo al oir á Feliz-Bello conversar con el médico en lengua persa, que ellos no conocían, y les parecía deliciosa en labios del joven ayudante. Pero lo que llevó hasta el límite extremo el asombro de los habitantes fué el modo de adivinar las enfermedades el médico persa.
Efectivamente, el médico miraba á lo blanco de los ojos durante algunos minutos al enfermo que recurría á él, y luego le presentaba una gran vasija de cristal y le decía: «¡Mea!» Y el enfermo meaba en la vasija, y el persa elevaba la vasija hasta la altura de sus ojos y la examinaba, y después decía: «¡Te pasa tal y cual cosa!» Y el enfermo exclamaba siempre: «¡Por Alah! ¡Verdad es!» Con lo cual todo el mundo levantaba los brazos, diciendo: «¡Ya Alah! ¡Qué prodigioso sabio! ¡Nunca hemos oído cosa parecida! ¿Cómo podrá conocerse por la orina la enfermedad?»{92}
No es, pues, de extrañar que el médico persa adquiriera fama en pocos días por su ciencia extraordinaria entre todas las personas notables y acomodadas, y que el eco de todos sus prodigios llegase á los mismos oídos del califa y de su hermana Sett Zahia.
Y un día que el médico estaba sentado en medio de la tienda y dictaba una receta á Feliz-Bello, que se hallaba á su lado con el cálamo en la mano, una respetable dama, montada en un borrico con silla de brocado rojo y adornos de pedrería, se paró á la puerta, ató la rienda del burro á la argolla de cobre que coronaba el armazón de la silla, y después hizo seña al sabio para que la ayudase á bajar. El persa se levantó en seguida solícito, corrió á darle la mano, y le rogó que se sentase, al mismo tiempo que Feliz-Bello, sonriendo discretamente, le presentaba un almohadón.
Entonces la dama sacó de debajo de su vestido un frasco lleno de orines, y preguntó al persa: «¿Eres realmente tú ¡oh venerable jeque! el médico procedente de Irak-Ajami, que hace esas curas admirables en Damasco?» Él contestó: «Soy el mismo, y tu esclavo.» Ella dijo: «¡Nadie es esclavo mas que de Alah! Sabe, pues, ¡oh maestro sublime de la ciencia! que este frasco contiene lo que comprenderás, y su propietaria, aunque virgen todavía, es la favorita de nuestro soberano el Emir de los Creyentes. Los médicos de este país no han podido acertar la causa de la enfermedad que la tiene{93} en cama desde el día de su llegada á palacio. Y por eso Sett Zahia, hermana de nuestro señor, me ha enviado á traerte este frasco, para que descubras esa causa desconocida.»
Oídas estas palabras, dijo el médico: «¡Oh mi señora! ¡Has de decirme el nombre de la enferma, para que yo pueda hacer mis cálculos y saber precisamente la hora más favorable para hacerle tomar las medicinas!» La dama respondió: «Se llama Feliz-Bella.»
Entonces el médico se puso á trazar en un pedazo de papel que tenía en la mano numerosísimos cálculos, unos con tinta roja y otros con tinta verde. Después sumó los guarismos verdes y los guarismos rojos, y dijo: «¡Oh mi señora! ¡he descubierto la enfermedad! Es una afección conocida con el nombre de temblor de los abanicos del corazón.» A tales palabras, la dama contestó: «¡Por Alah! ¡Es verdad! ¡Pues los abanicos de su corazón tiemblan tanto, que los oímos!» El médico prosiguió: «Pero antes de prescribir los remedios he de saber de qué país es ella. Y esto es muy importante, porque así averiguaré, en cuanto haga mis cálculos, el influjo de la ligereza ó de la pesadez del aire en los abanicos de su corazón. Además, para juzgar el estado en que se conservan esos abanicos delicados, tengo que saber asimismo el tiempo que hace que está en Damasco y su edad exacta.» La dama contestó: «Se ha criado, según parece, en Kufa, ciudad del Irak; y tiene diez y seis años, pues{94} nació, según nos ha dicho, el año del incendio del zoco de Kufa. En cuanto á su residencia en Damasco, es cosa de pocas semanas nada más...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 244.ª NOCHE
Ella dijo:
»...pocas semanas nada más.»
Al oir estas palabras, el sabio persa dijo á Feliz-Bello, cuyo corazón se agitaba como un molino: «¡Hijo mío, prepara los remedios tal y cual, según la fórmula de Ibn-Sina, artículo séptimo.»
Entonces la dama se volvió hacia el adolescente, al cual empezó á mirar con mayor atención, para decirle á los pocos momentos: «¡Por Alah! ¡La enferma se te parece mucho, y su rostro es tan hermoso y dulce como el tuyo!» Después le dijo al sabio: «Dime, ¡oh noble persa! ¿este joven es hijo ó esclavo tuyo?» El otro contestó: «¡Es mi hijo ¡oh respetable! y tu esclavo!» Y la anciana dama, muy halagada con tanta consideración, respondió: «¡Verdaderamente, no sé qué admirar más aquí, si tu ciencia ¡oh médico sublime! ó tu descendencia!» Y siguió conversando con el sabio, mientras Feliz-{95}Bello acababa de arreglar los paquetitos de los remedios y los colocaba en una caja, en la cual deslizó una esquela para enterar á Feliz-Bella de su llegada á Damasco con el médico persa. Después de lo cual selló la caja y escribió en la tapadera su nombre y las señas de su casa en caracteres cúficos, ilegibles para los habitantes de Damasco, pero descifrables para Feliz-Bella, que conocía muy bien la escritura cúfica, lo mismo que la árabe corriente. Y la dama cogió la caja, dejó diez dinares de oro en el mostrador del médico, se despidió de los dos, y salió para irse directamente á palacio y apresurarse á subir á la habitación de la enferma.
La encontró con los ojos medio cerrados y bañados de llanto, como siempre estaban. Se acercó á ella, y le dijo: «¡Ah hija mía! ¡Ojalá estos remedios te alivien tanto como he gozado al ver al que los ha hecho! ¡Es un joven tan hermoso como un ángel, y la tienda en que se encuentra es un lugar delicioso! He aquí la caja que me ha dado para ti.» Entonces Feliz-Bella, por no rechazar la oferta, cogió la caja, y con una mirada indiferente examinó la tapadera; pero de pronto se le mudó el color al ver en la tapa estas palabras escritas en cúfico: «Soy Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa.» Sin embargo, tuvo bastante dominio de sí misma para no desmayarse ni descubrirse. Y sonriendo, preguntó á la anciana: «¿De modo, que se trata de un hermoso joven? ¿Y cómo es?» La dama contestó: «¡Es un conjunto de delicias, que me resulta impo{96}sible describirlo! ¡Tiene unos ojos! ¡Y unas cejas! ¡Ya Alah! ¡Pero lo que arrebata el alma es un lunar que tiene en la comisura izquierda de los labios, y un hoyuelo que al sonreir se le forma en la mejilla derecha!»
Cuando oyó estas palabras, Feliz-Bella ya no tuvo duda de que era aquél su dueño querido, y dijo á la anciana dama: «¡Ya que es así, ojalá sea de buen agüero ese rostro! Dame los remedios.» Y los cogió, y sonriendo se los tomó de una vez. Y en aquel momento vió la esquela, que abrió y leyó. Entonces saltó de la cama, y exclamó: «¡Mi buena madre, comprendo que estoy curada! Estos remedios son milagrosos. ¡Oh, qué bendito día!» Y la dama exclamó: «¡Sí, por Alah! ¡Esto es una bendición del Altísimo!» Y Feliz-Bella añadió: «¡Por favor, tráeme de comer y beber, pues me siento morir de hambre, ya que hace cerca de un mes que no puedo tragar la comida!»
Entonces la anciana, después de haber mandado á los esclavos que sirviesen á Feliz-Bella fuentes cargadas de toda clase de asados, frutas y bebidas, se apresuró á visitar al califa, para anunciarle la curación de su esclava por la ciencia inaudita del médico persa. Y el califa dijo: «¡Ve pronto á llevarle mil dinares de mi parte!» Y la anciana se apresuró á ejecutar la orden, no sin haber pasado por el aposento de Feliz-Bella, que le entregó otro regalo para Feliz-Bello en una caja precintada.
Cuando la dama llegó á la tienda, entregó los{97} mil dinares al médico de parte del califa y la caja á Feliz-Bello, que la abrió y leyó su contenido. Pero entonces fué tal su emoción, que rompió en sollozos y cayó desmayado, pues Feliz-Bella en su esquela le relataba toda su aventura, y su rapto por orden del gobernador, y su envío como regalo al califa Abd El-Malek, de Damasco.
Al ver aquello, la buena anciana dijo al médico: «¿Por qué se ha desmayado de pronto tu hijo, después de romper en llanto?» El médico contestó: «¿Cómo no va á ser así, ¡oh venerable! cuando la esclava Feliz-Bella, á quien he curado, es propiedad de este al que crees mi hijo, y que no es otro que el hijo del ilustre mercader Primavera, de Kufa? Y nuestra venida á Damasco no ha tenido más objeto que buscar á la joven Feliz-Bella, que había desaparecido un día, arrebatada por una maldita vieja de ojos traidores. Así es ¡oh madre nuestra! que desde ahora ciframos en tu benevolencia nuestra esperanza más querida, y no dudamos de que nos ayudarás á recobrar el más sagrado de los bienes.» Después añadió: «Y en prenda de nuestro agradecimiento, he aquí, para empezar, los mil dinares del califa. ¡Tuyos son! ¡Y el porvenir te demostrará que la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 245.ª NOCHE
Ella dijo:
»...la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor!» Entonces la buena señora empezó por apresurarse á ayudar al médico para que Feliz-Bello, desmayado, recobrara el conocimiento, y después dijo: «Podéis contar con el fervor de mi buena voluntad y mi abnegación.» Y les dejó para ir en seguida junto á Feliz-Bella, á la cual encontró con el rostro radiante de júbilo y salud. Y se acercó á ella sonriente, y le dijo: «Hija mía, ¿por qué no has tenido desde el principio confianza en tu madre? De todos modos, ¡cuánta razón te asistía para llorar todas las lágrimas de tu alma al verte separada de tu dueño, el hermoso y dulce Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa!» Y al ver la sorpresa de la joven, se dió prisa á añadir: «Puedes contar, hija mía, con toda mi discreción y mi voluntad maternal para contigo. ¡Te juro que te reuniré con tu amado, aunque me costara la vida! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y deja que la anciana trabaje para tu bien, según su saber!»
Abandonó entonces á Feliz-Bella, que le besaba las manos llorando de alegría, y fué á hacer un paquete, en el cual puso ropas de mujer, alhajas y{99} todos los accesorios necesarios para un completo disfraz, y volvió á la tienda del médico, é hizo seña á Feliz-Bello para hablar aparte con él. Entonces Feliz-Bello la llevó á la trastienda, detrás de una cortina, y se enteró por ella de sus proyectos, que le parecieron perfectamente combinados, y se dejó guiar por el plan que ella le sometió.
Con lo cual la buena dama vistió á Feliz-Bello con ropas de mujer que había llevado, y le alargó los ojos con kohl, y agrandó y ennegreció el lunar de la mejilla, y después le puso brazaletes en las muñecas y le colocó alhajas en la cabellera, cubierta con un velo de Mosul; y hecho esto, dirigió la última ojeada á su tocado, y le pareció que estaba encantador así y mucho más hermoso que todas las mujeres juntas del palacio del sultán. Entonces le dijo: «¡Bendito sea Alah en sus obras! Ahora, hijo mío, tienes que andar como las jóvenes todavía vírgenes, yendo á pasitos cortos, moviendo la cadera derecha y enarcando hacia atrás la izquierda, sin dejar de dar ligeras sacudidas á tus nalgas sabiamente. ¡Haz un corto ensayo de esas maniobras antes de salir!»
Entonces Feliz-Bello se puso á ensayar en la tienda los ademanes consabidos, y lo hizo tan bien, que la buena dama exclamó: «¡Maschalah! ¡Ya pueden dejar de alabarse las mujeres! ¡Qué maravillosos movimientos de nalgas y qué meneo de riñones tan espléndido! Sin embargo, para que la cosa resulte completamente admirable, es menester que{100} des á tu cara una expresión más lánguida, inclinando el cuello un poco más y mirando con el rabillo del ojo... ¡Así! ¡Perfectamente! Ya puedes seguirme.» Y se fué con él á palacio.
Cuando llegaron á la puerta de entrada del pabellón reservado al harén, avanzó el jefe de los eunucos y dijo: «Ninguna persona extraña puede entrar sin orden especial del Emir de los Creyentes. ¡Atrás, pues, con esa joven, ó si quieres, entra tú sola!» Pero la anciana dama dijo: «¿Qué has hecho de tu cordura, ¡oh corona de los guardianes!? ¡Tú, que generalmente eres la misma delicia y la urbanidad, adoptas ahora un tono que le sienta muy mal á tu aspecto exquisito! ¿No sabes ¡oh dotado de nobles modales! que esta esclava es propiedad de Sett Zahia, hermana de nuestro amo el califa, y que Sett Zahia, en cuanto sepa tu falta de consideración respecto á su esclava preferida, no dejará de hacer que te destituyan y hasta de mandar decapitarte? ¡Y tú mismo habrás sido de esta manera el causante de tu infortunio!» Después la dama se volvió hacia Feliz-Bello y le dijo: «¡Ven, esclava, olvida por completo esa falta de miramiento de nuestro jefe, y sobre todo no le digas nada á tu señora! ¡Anda, vamos ya!» Y le cogió de la mano y le hizo entrar, mientras Feliz-Bello inclinaba mimosamente la cabeza á derecha é izquierda, sonriendo con los ojos al jefe de los eunucos, que meneaba la cabeza.
Ya en el patio del harén, la dama dijo á Feliz-{101}Bello: «Hijo mío, te hemos hecho reservar una habitación en el interior del harén, y allá vas á irte en seguida tú solo. Para dar con el aposento, entras por esta puerta, tomas la galería que encuentres delante, vuelves á la izquierda, y después á la derecha, y otra vez á la derecha; cuentas en seguida cinco puertas, y abres la sexta, que es la de la habitación que se te ha reservado, y á la cual irá á buscarte Feliz-Bella, á quien voy á avisar. Y yo me encargaré de que salgáis los dos de palacio sin llamar la atención de guardias ni de eunucos.»
Entonces Feliz-Bello entró en la galería, y en su turbación se equivocó de camino; volvió á la derecha, y después á la izquierda por un pasillo paralelo al otro, y penetró en la sexta habitación...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 246.ª NOCHE
Ella dijo:
...en la sexta habitación.
Así llegó á una sala alta, coronada por una hermosa cúpula, y cuyas paredes estaban adornadas con versículos en caracteres de oro que corrían por todas partes, enlazados en mil líneas perfectas; las{102} paredes estaban tapizadas con seda de color rosa; las ventanas tamizadas con finas cortinas de gasa, y el suelo cubierto con inmensas alfombras del Khorasán y Cachemira; en los taburetes aparecían colocadas copas con frutas, y encima de las alfombras se extendían fuentes cubiertas con un paño protector, que dejaba adivinar, por sus formas y sus perfumes admirables, esa famosa pastelería, delicia de las gargantas más descontentadizas, y que sólo Damasco, entre todas las ciudades de Oriente y del universo entero, sabía dotar de sus cualidades tan exquisitas.
Y Feliz-Bello estaba muy lejos de figurarse lo que le reservaban en aquella sala los poderes desconocidos.
En medio de la estancia había un trono cubierto de terciopelo, único visible; y Feliz-Bello, sin atreverse á retroceder, por temor á que le encontraran vagando por los corredores, fué á sentarse en el trono, y aguardó su destino.
Apenas llevaba allí algunos momentos, cuando llegó á sus oídos un rumor de seda repercutido por la bóveda, y vió entrar por una de las puertas laterales á una joven de aspecto regio, sin más ropa que la interior, sin velo en la cara ni pañuelo en la cabellera, y la seguía una esclava muy bella, con los pies descalzos, que llevaba flores en la cabeza y en la mano un laúd de madera de sicomoro. Y aquella dama no era otra que Sett Zahia, hermana del Emir de los Creyentes.{103}
Cuando Sett Zahia vió á aquella persona velada que habíase sentado en la sala, se acercó á ella afablemente y le preguntó: «¿Quién eres, ¡oh extranjera! á quien no conozco? ¿Por qué llevas echado el velo en el harén, donde nadie puede verte?» Pero Feliz-Bello, que se había apresurado á ponerse en pie, no se atrevió á pronunciar palabra y tomó la determinación de fingirse mudo. Y Sett Zahia le preguntó: «¡Oh joven de ojos hermosos! ¿por qué no me contestas? Si por casualidad eres alguna esclava despedida de palacio por mi hermano el Emir de los Creyentes, date prisa á decírmelo, é iré á interceder por ti, pues nunca me niega nada.» Pero Feliz-Bello no se atrevió á contestar. Y Sett Zahia se figuró que aquel silencio de la joven obedecía á la presencia de la esclavita que estaba allí con los ojos muy abiertos, mirando con asombro á aquella persona tapada y tan tímida. Sett Zahia le dijo entonces: «Ve, querida, y quédate detrás de la puerta para impedir que entre nadie en la sala.» Y cuando salió la esclava, se colocó junto á Feliz-Bello, que tuvo deseos de apretarse más el velo, y le dijo: «¡Oh joven! Dime ahora quién eres, y tu nombre, y el motivo de tu venida á esta sala, en la cual sólo entramos el Emir de los Creyentes y yo. Puedes hablarme con el corazón en la mano, pues te encuentro encantadora y tus ojos me gustan mucho. ¡Verdaderamente, te encuentro deliciosa, hija mía!» Y Sett Zahia, que gustaba en extremo de las vírgenes blancas y delicadas, antes de que le contestara{104} cogió á la joven por la cintura, atrayéndola hacia sí, y le puso la mano en los pechos para acariciárselos, mientras le desabrochaba el vestido con la otra mano. ¡Pero se quedó estupefacta al observar que el pecho de la joven era tan liso como el de un muchacho! Y primero retrocedió, pero después se acercó y le quiso levantar la falda para aclarar tal asunto.
Cuando Feliz-Bello adivinó aquella intención, juzgó más prudente hablar, y cogió la mano á Sett Zahia, y llevándosela á los labios, dijo: «¡Oh mi señora, me entrego enteramente á tu bondad, y me coloco bajo tus alas pidiéndote protección!» Sett Zahia dijo: «Te la otorgo por completo. Habla.» Y él dijo: «¡Oh mi señora! No soy una mujer. Me llamo Feliz-Bello, y soy hijo de Primavera, de Kufa. Y si he llegado hasta aquí arriesgando mi vida, ha sido para volver á ver á mi esposa Feliz-Bella, la esclava que el gobernador de Kufa me robó para enviarla como regalo al Emir de los Creyentes. ¡Por la vida de nuestro Profeta, ¡oh señora mía! apiádate de tu esclavo y de su esposa!» Y Feliz-Bello se echó á llorar.
Sett Zahia se apresuró á llamar á la esclava y le dijo: «¡Corre en seguida á la habitación de Feliz-Bella, y dile: «Mi ama Zahia te llama.» Después se volvió...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 247.ª NOCHE
Ella dijo:
...Después se volvió hacia Feliz-Bello y le dijo: «¡Calma tu espíritu, ¡oh joven! ¡No te pasarán mas que cosas felices!»
Y mientras tanto, la buena anciana había ido á buscar á Feliz-Bella y le había dicho: «¡Sígueme aprisa, hija mía! ¡Tu esposo querido está en la habitación que le he reservado!» Y la guió, pálida de emoción, al aposento en donde creía encontrar á Feliz-Bello. Y su dolor fué muy grande, y no menor su terror, al no verle allí; y la vieja dijo: «¡Seguramente se habrá extraviado por los pasillos! ¡Vuelve, hija mía, á tu habitación, mientras yo voy en busca suya!»
Y entonces fué cuando la esclava entró en el aposento de Feliz-Bella, á la cual encontró toda trémula y muy pálida, y le dijo: «¡Oh Feliz-Bella! Mi ama Sett Zahia te llama.» Entonces Feliz-Bella ya no tuvo duda de su perdición y de la de su amado, y tambaleándose siguió á la gentil esclava que le indicaba el camino.
Pero apenas había entrado en la sala, cuando la hermana del califa se acercó á ella con la sonrisa en los labios, la cogió de la mano y la llevó junto{106} á Feliz-Bello, que seguía con el velo puesto, diciéndoles á ambos: «¡He aquí la dicha!» Y los dos jóvenes se conocieron al momento, y cayeron desmayados uno en brazos de otro.
Entonces la hermana del califa, ayudada por la esclava, les roció con agua de rosas, les hizo recobrar el conocimiento y les dejó solos. Volvió al cabo de una hora, y los encontró sentados, abrazándose estrechamente y con los ojos llenos de lágrimas de ventura y gratitud por su bondad. Entonces les dijo: «¡Ahora tenemos que festejar vuestra unión bebiendo juntos por la eterna duración de vuestra felicidad!» Y en seguida, á una seña suya, la risueña esclava llenó de vino exquisito las copas y se las presentó. Y bebieron, y Sett Zahia les dijo: «¡Cuánto os amáis, hijos míos! Debéis de saber versos admirables sobre el amor y canciones muy bellas acerca de los amantes. ¡Me gustaría que cantaseis algo! ¡Tomad este laúd y haced resonar con vuestro arte el alma de su madera melodiosa!»
Entonces Feliz-Bello y Feliz-Bella besaron las manos de la hermana del califa, y templando el laúd, cantaron alternativamente estas maravillosas estrofas:
—¡Te traigo hermosas flores bajo mi velo de Kufa, y frutas todavía empolvadas con el oro del sol!
—¡Todo el oro del Sudán está en tu piel, amada mía! ¡Los rayos del sol están en tus cabellos, y el terciopelo de Damasco en tus ojos!{107}
—¡Heme aquí! ¡Vengo á buscarte durante la hora en que las noches tibias son propicias!... ¡El aire es leve, la noche se hace sedosa y transparente, y hacia nosotros llega el murmullo de las hojas y del agua!
—¡Aquí me tienes, ¡oh mi gacela de las noches! ¡Tus ojos han deslumbrado á todas las tinieblas! ¡Quiero sumergirme en tus ojos, como el ave que se embriaga sobre el mar!
—¡Acércate más, y toma en mis labios sus rosas! ¡Déjame después salir lentamente de mi cáliz, y acabar de desnudarme para ti desde los hombros hasta los tobillos!
—¡Oh mi muy amada!
—¡Heme aquí! ¡El secreto fruto de mi carne de luna tiene la forma del dátil maduro! ¡Ven!... ¡Se te aparecerá todo el mar, el mar lleno de olas, en que las aves se embriagan!
Apenas habían expirado las últimas notas de aquel canto en los labios de Feliz-Bella, desfallecida de felicidad, cuando súbitamente se descorrieron las cortinas y el califa en persona entró en la sala.
Al verle, se levantaron los tres apresuradamente y besaron la tierra entre sus manos. Y el califa les sonrió á todos, y fué á sentarse en medio de ellos en la alfombra, y mandó á la esclava que trajera vino y llenara las copas. Después dijo: «¡Vamos á beber para festejar la vuelta de Feliz-Bella á la salud!» Y levantó la copa de oro y dijo: «¡Por amor á tus ojos, ¡oh Feliz-Bella!» Y bebió lentamente. Dejó{108} entonces la copa, y notando la presencia de aquella esclava á quien no conocía, preguntó á su hermana: «¿Quién es esa joven que está ahí, y cuyas facciones me parecen tan bellas bajo el velo ligero?» Sett Zahia contestó: «¡Es una compañera sin la cual no le es posible vivir á Feliz-Bella, pues no puede comer ni beber á gusto si no la tiene cerca!»
Entonces el califa levantó el velo de la supuesta esclava y se quedó pasmado de su belleza. En efecto, Feliz-Bello todavía no tenía pelo en las mejillas, sino tan sólo un leve bozo que daba una sombra adorable á su blancura, sin contar con el lunar de almizcle que sonreía bellamente en su barbilla.
Y el califa, muy apasionado, exclamó: «¡Por Alah! ¡Oh Zahia! ¡Desde esta noche quiero también tomar por concubina á esta nueva adolescente, y le reservaré, como á Feliz-Bella, una habitación digna de su hermosura y un tren de casa como á mi esposa legítima!» Y Sett Zahia respondió: «¡Por cierto ¡oh hermano mío! que esta joven es un bocado digno de ti!» Después añadió: «Ahora precisamente recuerdo una interesante historia que he leído en un libro escrito por uno de nuestros sabios.» Y el califa preguntó: «¿Y cuál es esa historia?» Sett Zahia dijo:
«Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que hubo en la ciudad de Kufa un joven llamado Feliz-Bello, hijo de Primavera...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 248.ª NOCHE
Ella dijo:
»...un joven llamado Feliz-Bello, hijo de Primavera. Era dueño de una esclava muy hermosa, á la cual amaba, y que le amaba también, pues á ambos les habían criado juntos en la misma cuna, y se habían poseído desde los primeros tiempos de la pubertad. Y fueron dichosos años enteros, hasta que un día el tiempo se volvió contra ellos, arrebatándoles el uno al otro. Una vieja fué la que sirvió de instrumento de desgracia al Destino feroz. Raptó á la esclava y se la entregó al gobernador de la ciudad, que se apresuró á enviársela como regalo al rey de aquel tiempo.
»Mas el hijo de Primavera, al saber la desaparición de la que amaba, no descansó hasta que la encontró en el propio palacio del rey, en medio del harén. Pero en el momento en que ambos se congratulaban de verse reunidos y derramaban lágrimas de alegría, el rey entró en la sala en que se encontraban y les sorprendió juntos. Su furor llegó al colmo, y sin tratar de poner en claro el asunto, les mandó cortar la cabeza.
»Ahora bien—prosiguió Zahia—; como el sabio que escribió esta historia no da su parecer sobre{110} el procedimiento, quisiera preguntarte ¡oh Emir de los Creyentes! tu opinión acerca del acto del rey, y saber lo que habrías hecho en su lugar y en las mismas condiciones.»
El Emir de los Creyentes, Ab El-Malek ben-Meruán, respondió sin vacilar: «Ese rey debió haberse guardado de obrar con tanta precipitación, y mejor habría sido que perdonase á los dos jóvenes, por tres razones: la primera, porque ambos se querían de veras y desde mucho antes; la segunda, porque eran en aquel momento los huéspedes del rey, puesto que estaban en su palacio; y la tercera, porque un rey no debe proceder sino con prudencia y mesura. ¡Deduzco de todo esto que cometió un acto indigno de un buen rey!»
Al oir estas palabras, Sett Zahia se echó á los pies de su hermano, y exclamó: «¡Oh Príncipe de los Creyentes! ¡sin saberlo, acabas de juzgarte á ti mismo en el acto que vas á realizar! ¡Te conjuro, por la sagrada memoria de nuestros antepasados y de nuestro augusto padre, el íntegro, á que seas equitativo en el caso que voy á someterte!» Y el califa, sorprendidísimo, dijo á su hermana: «¡Puedes hablar con toda confianza! ¡Pero levántate!» Y la hermana del califa se levantó, y se volvió hacia los dos jóvenes, y les dijo: «¡Poneos de pie!» Y se pusieron de pie. Y Sett Zahia dijo á su hermano: «¡Oh Emir de los Creyentes! Esta esclava tan dulce y tan bella, que está cubierta con el velo, no es sino el joven Feliz-Bello, hijo de Primavera. Y Feliz-{111}Bella es la que se crió con él, y más adelante llegó á ser su esposa. Y su raptor no es otro que el gobernador de Kufa, llamado Ben-Yussef El-Thekafi. Ha mentido al decirte en su carta que había comprado la esclava por diez mil dinares. Te pido que le castigues, y perdones á estos dos jóvenes tan disculpables. ¡Otórgame su indulto, pensando en que son tus huéspedes y les resguarda tu sombra!»
A estas palabras de su hermana, el califa respondió: «¡Cierto que sí! ¡No tengo costumbre de desdecirme!»
Después se volvió hacia Feliz-Bella y le pregunto: «¡Oh Feliz-Bella! ¿Declaras que ese es tu esposo Feliz-Bello?» Ella contestó: «¡Tú lo has dicho, ¡oh Príncipe de los Creyentes!» Y el califa dijo: «¡Os devuelvo el uno al otro!» Tras de lo cual miró á Feliz-Bello, y le preguntó: «¿Puedes decirme siquiera cómo has podido penetrar aquí y enterarte de la estancia de Feliz-Bella en mi palacio?» Feliz-Bello contestó: «¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Concede á tu esclavo algunos momentos de atención, y te contará toda su historia!» Y en seguida puso al califa al corriente de toda la aventura, sin omitir ni un detalle, desde el principio hasta el fin.
El califa quedó en extremo asombrado, y quiso ver al médico de Persia que había ejercido una intervención tan prodigiosa, y le nombró médico de palacio en Damasco, y le colmó de honores y consideraciones. Después albergó á Feliz-Bello y Feliz-Bella en su alcázar durante siete días y siete no{112}ches, y dió en honor suyo grandes fiestas, y los mandó á Kufa cargados de regalos y honores. Y destituyó al gobernador y nombró en su lugar á Primavera, padre de Feliz-Bello. Y así todos vivieron en el colmo de la felicidad durante larga y deliciosa vida.
Cuando Schahrazada acabó de hablar, exclamó el rey Schahriar: «¡Oh Schahrazada! ¡Me encantó esa historia, y sobre todo, los versos me han exaltado hasta el último límite! ¡Pero me sorprende mucho no encontrar en ella los pormenores sobre aquella clase de amor que me hiciste prever!»
Y Schahrazada sonrió levemente, y dijo: «¡Oh rey afortunado! Precisamente esos pormenores están en la Historia de Grano-de-Belleza, que me reservo contarte si es que lo autorizas.»
Y el rey Schahriar exclamó: «¿Qué dices, ¡oh Schahrazada!? ¡Por Alah! Tengo un grandísimo interés por oir la Historia de Grano-de-Belleza. ¡Apresúrate, pues, á contarla!»
Pero en aquel momento Schahrazada vió aparecer la mañana, y dejó la historia para otro día.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 250.ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que hubo en El Cairo un venerable jeque, que era el síndico de los mercaderes de la ciudad. Todo el zoco le respetaba por su honradez, por sus modales corteses y distinguidos, por su lenguaje mesurado, por su riqueza y por el número de sus esclavos y servidores. Se llamaba Schamseddin.
Un viernes, antes de la plegaria, fué al hammam, y entró después en la barbería, donde, según las prescripciones sagradas, mandó que le cortaran los bigotes precisamente al ras del labio superior y que le afeitaran con esmero la cabeza. Tras de lo cual, cogió el espejo que le brindaba el barbero y se miró, no sin haber recitado el acto de fe, para preservarse de una complacencia demasiado señalada por sus facciones. Y comprobó con tristeza in{114}finita que los pelos blancos de su barba eran mucho más numerosos que los negros, y que se necesitaba fijar mucho la atención para distinguir los negros, diseminados entre los mechones blancos. Y pensó: «Las barbas canosas son indicio de vejez, y la vejez es una advertencia de la muerte. ¡Pobre Schamseddin! ¡Hete ya próximo á las puertas de la tumba, y todavía no tienes sucesión! ¡Te extinguirás como si nunca hubieras existido!» Después, completamente preocupado con tan desoladores pensamientos, se dirigió á la mezquita para orar, y desde allí regresó á su casa, en donde su esposa, que sabía las horas acostumbradas de su llegada, se había preparado á recibirle, bañándose, y perfumándose, y cepillándose con mucho cuidado. Y le recibió con cara sonriente, y le dió la buena acogida, diciéndole: «¡Que sea una noche feliz para ti!»
Pero el síndico, sin devolver el saludo á su esposa, le dijo en tono agrio: «¿De qué felicidad me hablas? ¿Puede haber felicidad para mí?» Su esposa, asombrada, le dijo: «¡El nombre de Alah sobre ti y á tu alrededor! ¿Por qué esas suposiciones nefastas? ¿Qué te falta para ser feliz? ¿Y cuál es la causa de tu pesar?» Él contestó: «¡Tú sola eres tal causa! ¡Escúchame, ¡oh mujer! ¡Piensa en la pena y amargura que experimento siempre que voy al zoco! Veo en las tiendas á los mercaderes sentados y teniendo al lado sus hijos, que crecen ante su vista, sean dos ó sean cuatro. Y están aquéllos orgullosos de su posteridad. ¡Y yo solo me veo privado{115} de esa dicha! ¡Y á veces deseo la muerte, para librarme de esta vida desconsolada! ¡Y ruego á Alah, que llamó á mis padres á su seno, que escriba también un fin que ponga término á mis tormentos!»
A estas palabras, contestó la esposa del síndico: «No te preocupen tan aflictivos pensamientos, y ven á honrar el mantel que he puesto para ti.» Pero el mercader gritó: «¡Jamás! ¡No quiero comer ni beber, y sobre todo, no quiero aceptar desde ahora nada de tus manos! ¡Tú sola eres la causante de nuestra esterilidad! ¡Ya han pasado cuarenta años desde que nos casamos, y sin ningún provecho! ¡Y siempre me has impedido tomar otras esposas, y como eres una mujer interesada, te aprovechaste de la flaqueza de mi carne en la primera noche de nuestras bodas, para hacerme jurar que no traería otra mujer á esta casa en tu presencia, y que ni siquiera me acostaría mas que contigo! Y yo te lo prometí candorosamente. Y lo peor es que he cumplido mi promesa, y que tú, al ver que eres estéril, no has tenido la generosidad de relevarme de mi juramento. Pero ¡por Alah! ahora te juro que prefiero cortarme el zib á dártelo en adelante; ni siquiera he de acariciarte con él. Pues ya veo que es tiempo perdido trabajar contigo. ¡Lo mismo sacaré hundiendo mi herramienta en el agujero de una peña que tratando de fecundar una tierra tan seca como la tuya! ¡Por Alah! ¡Han sido copulaciones perdidas todas las que tan generosamente he desperdiciado en tu abismo sin fondo!»{116}
Cuando la mujer del síndico oyó tan agresivas palabras, vió la luz convertirse ante sus ojos en tinieblas, y con el acento más agrio que le pudo dar la ira, gritó á su esposo el síndico: «¡Ah viejo helado! ¡Perfúmate la boca para hablar conmigo! ¡El nombre de Alah sobre mí y á mi alrededor! ¡Guárdeme de toda fealdad y falsa imputación! ¿Crees que de los dos soy yo la culpable? ¡Desengáñate, infeliz viejo! ¡Échate la culpa á ti y á tus fríos compañones! ¡Por Alah! ¡Tus compañones están fríos y segregan un líquido demasiado claro y sin vigor! ¡Ve á comprar algo con que espesar y calentar su jugo! ¡Y entonces verás si mi fruta está llena de buena semilla ó es estéril!»
Estas palabras de su esposa irritada quebrantaron bastante las convicciones del síndico, y con acento vacilante preguntó: «Y si es cierto, como tú afirmas, que mis compañones están fríos y transparentes, y su jugo es claro y falto de vigor, ¿podrías indicarme el sitio en que se vende la droga capaz de espesar lo que no está espeso?» Su esposa le contestó: «¡Encontrarás en casa de cualquier droguero la mixtura que espesa los compañones de los hombres y les da aptitud para fecundar á la mujer!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 251.ª NOCHE
Ella dijo:
»...la mixtura que espesa los compañones de los hombres y les da aptitud para fecundar á la mujer!»
Al oir estas palabras, el síndico pensó: «¡Por Alah! ¡Mañana mismo voy á la droguería á comprar un poco de esa mixtura para espesar los compañones!»
Y á la mañana siguiente, apenas se abrió el zoco, el síndico cogió un tazón vacío, y fué á una droguería y le dijo al droguero: «¡La paz sea contigo!» Y el droguero le devolvió la zalema y le dijo: «¡Oh mañana bendita que te trae como primer parroquiano! ¡Manda!» El síndico dijo: «Vengo á pedirte que me vendas una onza de la mixtura que espesa los compañones del hombre.» Y le alargó el tazón de porcelana.
Cuando oyó estas palabras, el droguero no supo qué pensar, y se dijo: «Nuestro síndico, generalmente tan formal, tiene ganas de broma; le contestaré, pues, en el mismo tono.» Y le dijo: «¡Por Alah! Ayer sí que me quedaba; pero se vende tanta mixtura de esa, que se me agotó la provisión. Ve á pedírsela á mi vecino.»
Entonces el síndico fué á casa del segundo dro{118}guero, y después á casa del tercero, y luego á todas las droguerías del zoco, y todos le despedían con las mismas palabras, riéndose para sí de tan extraordinaria petición.
Cuando el síndico vió que sus gestiones no le daban resultado, volvió á su tienda, y se sentó, muy meditabundo y asqueado de la vida. Y mientras pasaba tan mal rato, vió que parábase á su puerta el jeque de los corredores, el mayor tragador de haschich, borracho, fumador de opio, modelo de los perdidos y de la canalla del zoco, el cual se llamaba Sésamo.
El corredor Sésamo respetaba mucho al síndico Schamseddin, y nunca pasaba por delante de su tienda sin saludarle, inclinándose hasta el suelo y usando las más corteses fórmulas. Y aquella mañana no dejó de tributar las acostumbradas consideraciones al buen síndico, que no pudo dejar de corresponder á su zalema en tono de mal humor. Y Sésamo, que lo notó, le preguntó: «¿Qué gran desastre te ha ocurrido para perturbar así tu alma, ¡oh venerable síndico nuestro!?» Éste contestó: «Mira, Sésamo, ven á sentarte aquí y oye mis palabras. Y verás si tengo motivo para afligirme. Considera, Sésamo, que hace cuarenta años que me casé, y todavía no he tenido ni sombra de un niño. ¡Y han acabado por decirme que la culpa es sólo mía, porque, al parecer, mis compañones son transparentes y mi jugo harto claro y sin vigor! Y me han aconsejado que busque en las droguerías la mixtura que{119} espesa los compañones. Pero ningún droguero la tiene en su tienda. ¡Y aquí me ves desesperado, por no poder encontrar algo con que dar la consistencia necesaria al jugo más preciado de mi individuo!»
Cuando el corredor Sésamo oyó las palabras del síndico, en vez de asombrarse ó reirse, como los drogueros, alargó la mano con la palma hacia arriba, y dijo: «Pon un dinar en esta mano y dame un tazón de porcelana. Tengo lo que necesitas.» Y el síndico le preguntó: «¡Por Alah! ¿Es posible? ¡Oh Sésamo! ¡sabe que si me ayudas en este trance está hecha tu fortuna! ¡Te lo juro por la vida del Profeta! ¡Y para empezar, toma dos dinares en lugar de uno!» Y le puso las dos monedas de oro en la mano y le entregó el tazón.
Entonces, Sésamo, el borracho fabuloso, se mostró en aquella ocasión bastante superior en ciencia á todos los drogueros del zoco. Efectivamente, volvió á su casa, después de haber comprado en el zoco cuanto le hacía falta, y en seguida se puso á preparar la siguiente mixtura:
Tomó dos onzas de zumo de copaiba china, una onza de extracto graso de cáñamo jónico, una de cariofilina fresca, una de cinamomo rojo de Serendib, diez dracmas de cardamomo blanco de Malabar, cinco de jengibre indio, cinco de pimienta blanca, cinco de pimentón de las islas, una onza de bayas estrelladas de badián de la India y media onza de tomillo de las montañas. Mezclólo todo diestramente, después de machacarlo y pasarlo por el{120} tamiz, le echó miel pura, y así formó una pasta muy compacta, á la cual añadió cinco granos de almizcle y una onza de huevas de pescado machacadas. Le añadió también un poco de julepe ligero de agua de rosas, y lo puso todo en el tazón de porcelana.
Apresuróse entonces á llevar el tazón al síndico Schamseddin, diciéndole: «¡He aquí la mixtura soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado flúidos!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 252.ª NOCHE
Ella dijo:
«¡He aquí la mixtura soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado flúidos!» Después añadió: «Es preciso tomar esta pasta dos horas antes de la conjunción sexual. Pero los tres días anteriores hay que limitarse á comer únicamente pichones asados muy sazonados con especias, pescados machos con sus lechecillas, y por último criadillas de carnero ligeramente asadas. Y si con todo eso no llegas hasta atravesar las paredes y fecundar un peñasco pelado, consiento en afeitarme la barba y los bigotes y te permito que{121} me escupas en la cara.» Y dichas estas palabras, entregó al síndico el tazón de porcelana y se fué.
Entonces el síndico pensó: «¡Este Sésamo, que se pasa la vida en el libertinaje, seguramente debe entender de drogas endurecedoras! ¡Voy á poner mi fe en Alah y en él!» Y volvió á su casa y se reconcilió con su esposa, á la cual, por otra parte, amaba, y ella le amaba á él, y ambos se dieron mutuas explicaciones por su arrebato pasajero, y se hicieron presente cuánta pena les había causado estar reñidos toda una noche por palabras sin importancia.
Después de lo cual, Schamseddin siguió escrupulosamente durante tres días el régimen prescrito por Sésamo, y acabó por comerse la consabida pasta, que le pareció excelente.
Entonces notó que la sangre se le calentaba en extremo, como en los tiempos de su infancia, cuando apostaba con chiquillos de su edad. Y se aproximó á su esposa y la cabalgó; y ella le correspondió; y á ambos les maravilló el resultado en cuanto á duración, repetición, calor, chorro, intensidad y consistencia.
Y aquella noche la esposa del síndico quedó indiscutiblemente fecundada, de lo cual tuvo la certeza completa cuando comprobó que se le pasaron así tres meses.
La preñez siguió su curso normal, y á los nueve meses, día por día, la mujer parió con felicidad, pero con muchas dificultades, porque el niño que nació era tan grande como si tuviera un año. Y la coma{122}drona declaró, tras las invocaciones acostumbradas, que en su vida había visto niño tan fuerte ni hermoso. Lo cual no es de asombrar si se recuerda la pasta maravillosa de Sésamo.
La comadrona recogió al niño y lo lavó invocando el nombre de Alah, de Mohammad y de Alí, y le recitó al oído el acto de fe musulmán. Le envolvió y se lo dió á la madre, que le amamantó hasta que quedó saciado y dormido. Y la comadrona pasó otros tres días junto á la madre, y no se fué hasta no estar segura de que todo iba bien y después de haberse repartido entre las vecinas las golosinas preparadas con tal motivo.
Al séptimo día echaron sal en la habitación, y entonces entró el síndico á felicitar á su esposa. Luego le preguntó: «¿En dónde está el don de Alah?» En seguida ella le mostró el recién nacido. Y el síndico Schamseddin quedó maravillado de la hermosura de aquel niño de siete días, que parecía tener un año, y cuya cara era más brillante que la luna llena al salir. Y preguntó á su esposa: «¿Cómo le vas á llamar?» Ella contestó: «Si fuera una niña ya le habría puesto nombre. Pero como es un niño, á ti te corresponde.»
Y en aquel momento una de las esclavas que envolvían al niño lloró de emoción y placer al advertir en la nalga izquierda del chico una linda mancha oscura como un grano de almizcle, que resaltaba por su forma y color encima de la blancura de lo demás. Y en cada una de las dos mejillas del{123} niño también había un bonito lunar negro y aterciopelado. Y el digno síndico, inspirado por aquel descubrimiento, exclamó: «¡Le llamaremos Alaeddin Grano-de-Belleza!»
Llamóse, pues, al niño Alaeddin Grano-de-Belleza; pero como tal nombre resultaba muy largo, nunca le llamaban mas que Grano-de-Belleza. Y á Grano-de-Belleza le amamantaron durante cuatro años dos nodrizas distintas y su madre; así es que llegó á ser fuerte como un leoncillo, y blanco como el jazmín, y sonrosado como las rosas. Y era tan hermoso, que todas las niñas de parientes y vecinos le querían con locura, y él aceptaba sus homenajes, pero nunca consentía que le besaran, y las arañaba cruelmente cuando se le acercaban demasiado; así es que las niñas y hasta las jóvenes se aprovechaban de su sueño para ir á cubrirle de besos impunemente y á maravillarse de su hermosura y lozanía.
Cuando el padre y la madre de Grano-de-Belleza vieron cuán admirado y mimado era su hijo, temieron al mal de ojo, y resolvieron sustraerle á tan maligno influjo. Y con tal fin, en vez de hacer como otros padres, que dejan que las moscas y la suciedad cubran la cara de sus hijos, para que parezcan menos guapos y no atraigan al mal de ojo, los padres de Grano-de-Belleza encerraron al niño en un subterráneo situado debajo de la casa y le criaron allí, lejos de todas las miradas. Y Grano-de-Belleza crióse de aquel modo ignorado de todos, pero ro{124}deado de los cuidados incesantes de esclavos y eunucos. Y cuando fué mayor le dieron maestros instruidísimos, que le enseñaron el Korán, las ciencias y escribir bien. Y llegó á ser tan sabio como hermoso y bien formado. Y sus padres resolvieron no sacarle del subterráneo hasta que las barbas le crecieran tanto que le arrastraran...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 253.ª NOCHE
Ella dijo:
...hasta que las barbas le crecieran tanto que le arrastraran.
Y cierto día, un esclavo que llevaba á Grano-de-Belleza unas fuentes con manjares no se acordó de cerrar al salir la puerta del subterráneo; y Grano-de-Belleza, al ver abierta aquella puerta, en la cual nunca se fijó, dado lo amplio que era el subterráneo aquel, lleno de tapices y cortinajes, se apresuró á salir y á subir al piso en que se encontraba su madre rodeada por diversas damas aristocráticas que habían ido á visitarla.
A la sazón, Grano-de-Belleza habíase convertido en un maravilloso y arrogante joven de catorce{125} años, hermoso como un ángel, con las mejillas aterciopeladas como un fruto, y sus lunares á ambos lados de los labios, sin contar el que no se le veía.
De modo que cuando las damas vieron entrar de pronto á aquel hermoso joven, á quien no conocían, apresuráronse muy asustadas á taparse el rostro con los velos, y dijeron á la esposa de Schamseddin: «¡Por Alah! ¿No te avergüenzas de traer junto á nosotras á un extraño? ¿No sabes que el pudor es uno de los dogmas esenciales de la fe?»
Pero la madre de Grano-de-Belleza contestó: «¡Invocad el nombre de Alah, ¡oh invitadas mías! pues el que veis no es otro que mi hijo amado, fruto de mis entrañas, el hijo del síndico de los mercaderes del Cairo, el que ha sido criado por los pechos de nodrizas generosas y en brazos de hermosas esclavas, y en hombros de vírgenes escogidas, y en el pecho de las más puras y nobles! ¡Es el ojo de su madre y el orgullo de su padre! ¡Es Grano-de-Belleza! ¡Invocad el nombre de Alah, ¡oh mis convidadas!»
Y las esposas de los emires y de los mercaderes ricos contestaron: «¡El nombre de Alah sobre ti y á tu alrededor! Pero ¡oh madre de Grano-de-Belleza! ¿cómo es que nunca hasta hoy nos enseñaste á tu hijo?»
Entonces la esposa de Schamseddin empezó por levantarse, y besó á su hijo en los ojos, y le despidió para que no estorbase más á las invitadas, y después les dijo: «Su padre mandó criarle en el sub{126}terráneo de nuestra casa, para librarle del mal de ojo. Y ha resuelto no enseñarle hasta que le haya crecido la barba, por lo mucho que teme llamar sobre él peligros y malos influjos. Y si ha salido ahora, debe ser por culpa de algún eunuco que se habrá olvidado de cerrar la puerta.»
Oídas estas palabras, las convidadas felicitaron mucho á la esposa del síndico por tener un hijo tan hermoso, y le desearon las bendiciones del Altísimo, y luego se fueron.
Entonces Grano-de-Belleza volvió junto á su madre, y al ver que los esclavos enjaezaban una mula, preguntó: «¿Para quién es esa mula?» Ella contestó: «Para ir á buscar á tu padre al zoco.» Él preguntó: «¿Y cuál es el oficio de mi padre?» Ella dijo: «Tu padre, ¡ojos míos! es un gran comerciante y síndico de todos los mercaderes del Cairo, y proveedor del sultán de los árabes y de todos los reyes musulmanes. Y para que te formes idea de la importancia de tu padre, sabe que los compradores no se dirigen á él mas que para grandes negocios, cuyo importe pase de mil dinares; pero si el negocio es menos, aunque se trate de novecientos noventa y nueve dinares, se ocupan de ello los empleados de tu padre, sin molestarle. Y no hay mercancía ni cargamento que pueda entrar en El Cairo ni salir sin que antes se entere tu padre y le pidan parecer. Alah ha otorgado á tu padre ¡oh hijo mío! riquezas incalculables. ¡Démosle gracias!»
Grano-de-Belleza contestó: «¡Sí! ¡Loor á Alah,{127} que me ha hecho nacer hijo del síndico de los mercaderes! ¡Por eso ya no quiero pasar la vida encerrado, lejos de todas las miradas, y desde mañana tengo que ir al zoco con mi padre!» Y la madre contestó: «¡Alah te oiga, hijo mío! En cuanto vuelva tu padre se lo diré.»
Y en cuanto Schamseddin volvió, su esposa le refirió lo que acababa de ocurrir, y le dijo: «Ya es tiempo de que nuestro hijo vaya al zoco contigo.» El síndico respondió: «¡Oh madre de Grano-de-Belleza! ¿Ignoras que el mal de ojo es una realidad de las más amargas y lamentables y que no se pueden gastar bromas con cosas tan serias? ¿Olvidaste la suerte del hijo de nuestro vecino y la de otros muchos, víctimas del mal de ojo? ¡Te prevengo que la mitad de los muertos que están enterrados han perecido del mal de ojo!»
La mujer del síndico contestó: «¡Oh padre de Grano-de-Belleza! ¡Realmente el destino del hombre está sujeto á su cuello! ¿Cómo ha de poder librarse de él? Y la cosa escrita no puede borrarse, y el hijo seguirá el mismo camino que su padre en vida y en muerte. ¡Y lo que existe hoy ya no existirá mañana! ¡Y piensa en las consecuencias funestas de que nuestro hijo sea víctima algún día por culpa tuya! Efectivamente, cuando, después de una vida que te deseo larga y siempre bendita, te hayas muerto, nadie querrá reconocer á nuestro hijo por heredero legítimo de tus riquezas y propiedades, puesto que hasta hoy todo el mundo ignora su exis{128}tencia. Y de tal suerte, el Tesoro del Estado se apoderará de todos tus bienes y desposeerá á tu hijo sin remedio. Y por mucho que yo invoque el testimonio de los ancianos, los ancianos tendrán que decir: «Nunca nos hemos enterado de que el síndico Schamseddin tuviera ningún hijo ni hija.» Palabras tan sensatas hicieron reflexionar al síndico, que contestó al cabo de un rato: «¡Por Alah! ¡Tienes razón, ¡oh mujer! Mañana mismo llevaré conmigo á Grano-de-Belleza, y le enseñaré á vender y comprar, y las negociaciones, y todos los elementos del oficio.» Después se volvió hacia Grano-de-Belleza, transportado de alegría por aquella noticia, y le dijo: «Ya sé que te encanta ir conmigo. ¡Pero sabe, hijo mío, que en el zoco hay que ser muy formal y tener los ojos bajos con modestia! ¡Espero, pues, que pongas en práctica las sabias lecciones de tus maestros y los buenos principios en que te has criado!»
Al día siguiente, el síndico Schamseddin, antes de llevar á su hijo al zoco, le hizo entrar en el hammam...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 254.ª NOCHE
Ella dijo:
...le hizo entrar en el hammam, y después del baño lo vistió con un traje de raso blanco, el mejor que tenía en el almacén, y le ciñó la frente con un turbante ligero de tela con rayas finas de seda dorada. Después de lo cual, ambos tomaron un bocado y bebieron un vaso de sorbete, y ya refrescados, salieron del hammam. El síndico cabalgó en la mula blanca que sujetaban los esclavos y puso á la grupa á su hijo Grano-de-Belleza, cuya frescura de tez se había hecho todavía más notable y cuyos brillantes ojos habrían seducido á los mismos ángeles. Después, montados ambos en la mula y seguidos por los esclavos, que llevaban ropón nuevo, emprendieron el camino del zoco.
Al verles, todos los mercaderes del zoco y todos los compradores y vendedores quedaron maravillados, y se decían unos á otros: «¡Ya Alah! ¡Mirad al muchacho! ¡Es como la luna en la noche décimacuarta!» Y otros decían: «¿Quién será ese niño delicioso que está detrás del síndico Schamseddin? ¡Nunca le habíamos visto!»
Mientras surgían tales exclamaciones al paso de la mula montada por el síndico y Grano-de-Belleza,{130} acertó á pasar el corredor Sésamo por el zoco, y vió asimismo al muchacho. Y Sésamo, á fuerza de libertinaje y de excesos de opio y haschich, había acabado por perder completamente la memoria, y ni siquiera se acordaba de la curación que había logrado en otro tiempo por medio de la milagrosa mixtura á base de almizcle, copaiba y tantas cosas excelentes.
Y al ver al síndico en compañía de aquel hermoso joven, empezó á sonreírse con socarronería y á gastar bromas picantes acerca de ellos, diciendo á los mercaderes que le oían: «¡Mirad al viejo de barbas blancas! ¡Es lo mismo que el perro! ¡Blanco por fuera y verde por dentro!» E iba de un mercader á otro, repitiendo á todos sus chanzas y chistes, hasta que no quedó uno en el zoco que no tuviera la certeza de que el síndico Schamseddin tenía en su tienda á un joven mameluco para su placer.
Cuando estos rumores llegaron á oídos de los notables y de los principales mercaderes, se celebró una reunión de los de más edad y más respetados entre ellos, para juzgar el caso de su síndico. Y en medio de la asamblea peroraba Sésamo y hacía grandes ademanes de indignación, y decía: «¡Ya no queremos tener en adelante á nuestra cabeza, como síndico del zoco, á esa barba viciosa que se roza en secreto con los muchachitos! Y desde hoy vamos á abstenernos de ir á recitar antes de abrir las tiendas, según solíamos hacer por las mañanas, los siete versículos sagrados de la Fatiha en pre{131}sencia del síndico. ¡Y no terminará el día sin que elijamos otro síndico que sea un poco menos aficionado á los muchachos que ese viejo!»
En cuanto al buen Schamseddin, cuando vió que pasaba la hora sin que los mercaderes y corredores fuesen á recitar delante de él los versículos rituales de la Fatiha, no supo á qué atribuir aquel descuido tan grave y tan contrario á la tradición. Y como viese al famoso Sésamo, que le miraba con el rabillo del ojo, le hizo seña de que se acercara para decirle dos palabras. Y Sésamo, que sólo aguardaba aquella seña, se acercó, pero lentamente y tomándose tiempo, arrastrando los pies, y no sin dirigir á derecha é izquierda sonrisas de inteligencia á los tenderos, que no le quitaban ojo, pues la curiosidad les tenía suspensos y hacíales desear la solución de aquel asunto que para ellos era muy capital.
Y Sésamo, al ver que en él convergían todas las miradas y la atención general, llegó contoneándose, hasta apoyarse en el mostrador de la tienda; y Schamseddin le preguntó: «Dime, Sésamo, ¿cómo es que los mercaderes, con el jeque á la cabeza, no han venido á recitar delante de mí los versículos del primer capítulo del Korán?» Sésamo contestó: «¡Así, de pronto, no lo sé! ¡Hay rumores que corren por el zoco, rumores... ¿cómo te lo explicaría yo?... rumores!... ¡De todos modos, lo que sé muy bien es que se ha formado un partido compuesto por los principales jeques, que ha resuelto destituirte y dar á otro el cargo de síndico!»{132}
Al oir estas palabras, el buen Schamseddin mudó de color, y en tono mesurado y grave, preguntó: «¿Y puedes decirme siquiera en qué se fundamenta esta decisión?» Sésamo le guiñó el ojo, movió las caderas, y contestó: «¡Oh mi anciano jeque, no bromees! ¡Mejor lo sabes tú que nadie! ¡Ese hermoso joven que tienes en la tienda no estará allí para espantar las moscas! De cualquier modo, sabe que yo, á pesar de todo, he sido el único que te defendió en la asamblea, y dije que no eras aficionado á muchachos, cosa que habría sido yo el primero en saber, pues tengo relaciones amistosas con todos los que se dedican con preferencia á ese sexo ácido. Y además he añadido que este joven debería ser algún pariente de tu esposa ó el hijo de alguno de tus amigos de Tantah, Mansurah ó Bagdad, que había venido á tu casa para negocios. Pero la asamblea entera se ha vuelto contra mí y ha votado tu destitución. ¡Alah es el más grande, ¡oh jeque! Para consolarte te queda ese joven, por lo cual, aquí para entre nosotros, te felicito. ¡Verdaderamente, es muy hermoso!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 255.ª NOCHE
Ella dijo:
»...ese joven, por lo cual, aquí para entre nosotros, te felicito. ¡Verdaderamente, es muy hermoso!»
Al oir estas palabras de Sésamo, el síndico Schamseddin ya no pudo reprimir su indignación, y exclamó: «¡Oh tú, el más corrompido de los libertinos! ¿No sabes que es mi hijo? ¿Dónde está tu memoria, comedor de haschich?» Pero Sésamo respondió: «¡A mí no me la das! ¿Es que va á haber salido del vientre de su madre ahora y tal como está este muchacho de catorce años?» Schamseddin replicó: «Pero ¡oh Sésamo! ¿ya no te acuerdas de que tú mismo, hace catorce años, me trajiste aquella milagrosa mixtura que espesa los compañones y concentra el jugo? ¡Por Alah! ¡Gracias á ella pude conocer la fecundidad y Alah me ha dotado de un hijo! Y tú nunca volviste á pedirme noticias de aquella curación. En cuanto á mí, por temor al mal de ojo, he criado á este niño en el subterráneo de nuestra casa, y esta es la primera vez que sale conmigo. Pues aunque mi primera intención era que no saliera hasta que se hubiera podido coger las barbas con las manos, su madre me ha decidido á traerle{134} conmigo para enseñarle el oficio y ponerle al corriente de los negocios, en previsión del porvenir.» Después añadió: «¡En cuanto á ti, Sésamo, me alegro de encontrarte, al fin y al cabo, para saldar mi deuda! ¡Toma mil dinares por el favor que me hiciste gracias á tu droga admirable!»
Cuando Sésamo oyó estas palabras, ya no dudó de la verdad, y corrió á desengañar á todos los mercaderes del zoco, que en seguida se apresuraron á acudir, primero para felicitar á su síndico, y después para disculparse del retraso en la oración de apertura, que inmediatamente recitaron entre sus manos.
Tras de lo cual, Sésamo tomó la palabra en nombre de todos, y dijo: «¡Oh nuestro venerable síndico! ¡Conserve Alah para nuestro afecto el tronco y las ramas! ¡Y florezcan las ramas á su vez, y den fruto oloroso y dorado! Pero ¡oh nuestro síndico! generalmente, hasta los mismos pobres, cuando les nace un hijo, mandan hacer dulces y los reparten entre amigos y vecinos; ¡y nosotros no nos hemos endulzado el paladar con la pasta amasada con manteca y miel, que es tan grato saborear, haciendo votos por la felicidad del recién nacido! ¿Cuándo nos darás un caldero de esa excelente assida?»
El síndico Schamseddin contestó: «¡De todo corazón, pues no deseo otra cosa! ¡No os ofreceré sólo un caldero de assida, sino un gran festín en mi casa de campo á las puertas del Cairo, en medio de los jardines! Os invito á todos, amigos míos, á ir ma{135}ñana á mi jardín, que ya conocéis. ¡Y allí, si Alah lo quiere, ganaremos el tiempo perdido!»
En cuanto volvió á su casa, el buen síndico dispuso grandes preparativos para la fiesta del día siguiente, y mandó al horno, para que los asaran, carneros cebados durante seis meses con hojas verdes, y carneros enteros con manteca abundante, y bandejas innumerables de pasteles y otras cosas semejantes. Al efecto, utilizó á todas las esclavas de la casa expertas en el arte de la dulcería, y á todos los pasteleros y confiteros de la calle Zeini. Y la verdad es que el banquete, después de tanto trabajo, nada dejaba que desear.
Al día siguiente, muy temprano, Schamseddin se dirigió al jardín con su hijo Grano-de-Belleza, y mandó que los esclavos pusieran dos manteles inmensos en dos sitios separados y distantes uno de otro. Luego llamó á Grano-de-Belleza, y le dijo: «Hijo mío, he mandado poner, como ves, dos manteles diferentes; uno está reservado á los hombres y el otro es para los muchachos de tu edad que vengan con sus padres. Yo recibiré á los hombres con barbas y tú te encargarás de recibir á los jóvenes imberbes.» Pero Grano-de-Belleza, sorprendido, preguntó á su padre: «¿Por qué semejante separación y dos servicios diferentes? Eso no suele hacerse mas que entre hombres y mujeres. ¿Qué tienen que temer los jóvenes como yo de los hombres barbudos?» El síndico respondió: «Hijo mío, los jóvenes imberbes se encontrarán más libres solos y se{136} divertirán entre si mejor que encontrándose en presencia de sus padres.» Y Grano-de-Belleza, que no era malicioso, se conformó con tal respuesta.
Al llegar los invitados, Schamseddin se dedicó á recibir á las personas mayores, y Grano-de-Belleza á los niños y á los jóvenes. Y se comió, y se bebió, y se cantó, y hubo la mayor diversión posible; y la alegría y el júbilo brillaron en todas las caras, y se quemaron en los pebeteros incienso y perfumes. Después, terminado el festín, los esclavos repartieron entre los convidados copas llenas de sorbete á la nieve. Y aquel fué para los hombres el momento de departir agradablemente, mientras los muchachos, al otro lado, se entregaban á mil amenos juegos.
Y entre los convidados había cierto mercader que era uno de los mejores parroquianos del síndico; pero también era un famoso pederasta, que no había dejado indemne de sus hazañas á ningún hermoso joven del barrio. Se llamaba Mahmud, pero no se le conocía mas que por el sobrenombre del «Bilateral».
Cuando Mahmud-el-Bilateral oyó los gritos que daban los muchachos al otro lado...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, é interrumpió el relato autorizado por el rey Schahriar.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 256.ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando Mahmud-el-Bilateral oyó los gritos que daban los muchachos al otro lado, se alborotó en extremo, y pensó: «¡Seguramente hay algo bueno por allá!» Y aprovechándose del descuido general para levantarse y fingir que iba á satisfacer una necesidad urgente, se deslizó silenciosamente por entre los árboles hasta donde estaban los muchachos, y se quedó en acecho de sus movimientos graciosos y lindas caras. No tardó mucho en notar que el más hermoso indiscutiblemente entre los más hermosos era Grano-de-Belleza. Y empezó á hacer mil proyectos para poderle hablar y llevarle aparte, y pensó: «¡Ya Alah! ¡Con tal de que se separe un poco de sus compañeros!» Y el Destino satisfizo sus deseos en gran manera.
Efectivamente, en un momento dado, excitado Grano-de-Belleza por el juego y coloradas las mejillas por el movimiento, experimentó la necesidad de orinar. Y á fuer de muchacho bien educado, no quiso acurrucarse delante de todo el mundo y se fué hacia los árboles. En seguida dijo para sí el Bilateral: «Si me acercara á él ahora, seguramente le asustaría. ¡Voy á probar de otro modo!» Y salió de{138} detrás del árbol que le ocultaba y se presentó en el corro de los muchachos, que le conocían, y empezaron á silbarle corriendo por entre sus piernas. Y él, muy contento, les dejaba hacer aquello sonriendo, y después acabó por decirles: «¡Oídme, hijos míos! ¡Prometo daros mañana á cada uno un traje nuevo y dinero para satisfacer todos vuestros caprichos, si lográis despertar en Grano-de-Belleza la afición á los viajes y el deseo de alejarse del Cairo!» Y los chicos le contestaron: «¡Oh Bilateral, eso es muy fácil!» Entonces los dejó y volvió á sentarse entre los hombres barbudos.
Cuando Grano-de-Belleza acabó de orinar y volvió á su sitio, sus compañeros se guiñaron el ojo mutuamente, y el más elocuente del grupo se dirigió á Grano-de-Belleza y le dijo: «Durante tu ausencia hemos estado hablando de las maravillas de los viajes y de los magníficos países lejanos, y de Damasco, y Alepo, y Bagdad. Tú, ¡oh Grano-de-Belleza! siendo tu padre tan rico, le habrás acompañado muchas veces en sus viajes con las caravanas. ¡Cuéntanos algo de lo mucho maravilloso que hayas visto!» Pero Grano-de-Belleza contestó: «¿Yo? Pero ¿no sabéis que me han criado en un subterráneo y que hasta ayer no he salido de él? ¿Cómo había de viajar en semejantes condiciones? ¡Y ahora, todo lo más que mi padre me permite es acompañarle desde casa hasta la tienda!»
Entonces el mismo muchacho replicó: «¡Pobre Grano-de-Belleza, te han privado de las alegrías{139} más deliciosas y de los placeres más puros! ¡Si supieras ¡oh amigo mío! lo maravillosamente que saben los viajes, ya no querrías pasar un momento más en casa de tu padre! Todos los poetas han cantado á porfía las delicias del viajar; oye una muestra ó dos de los versos que sobre el particular nos han transmitido:
Viajar, ¿quién dirá tus maravillas? ¡Oh amigos míos, todas las cosas bellas gustan de viajar! ¡Hasta las mismas perlas salen del fondo oscuro del mar y atraviesan las inmensidades para colocarse en la diadema de los reyes y en el cuello de las princesas!
Al oir esta estrofa, Grano-de-Belleza dijo: «¡Así será! ¡Pero el reposo en casa de uno también tiene sus encantos!» Entonces uno de los muchachos se echó á reir y dijo á sus compañeros: «¡Mirad con lo que sale Grano-de-Belleza! ¡Es como los pescados, que se mueren en cuanto los sacan del agua!» Y otro más exagerado dijo: «¡Es que temerá probablemente marchitar las rosas de sus mejillas!» Y un tercero añadió: «¿No veis que es como las mujeres? ¡No pueden dar un paso solas en cuanto salen á la calle!» Y otro, por último, exclamó: «¡Oh Grano-de-Belleza! ¿no te avergüenzas de no ser hombre?»
Al oir todos aquellos apóstrofes, Grano-de-Belleza quedó tan mortificado que abandonó inmediatamente á sus invitados, y cabalgando en la mula emprendió el camino de la ciudad, y lleno de rabia{140} el corazón y de lágrimas los ojos, llegó junto á su madre, que se asustó al verle en tal estado. Y Grano-de-Belleza le repitió las burlas de que había sido víctima por parte de sus compañeros, y le declaró que quería marcharse al momento á cualquier parte, con tal de partir. Y añadió: «¿Ves este cuchillo? ¡Pues me lo clavaré en el pecho si no quieres dejarme viajar!»
Ante aquella resolución tan inesperada, la pobre mujer no pudo hacer mas que devorar sus lágrimas y consentir en aquel proyecto, por lo cual dijo á Grano-de-Belleza: «¡Hijo mío, prometo ayudarte con todas mis fuerzas! Pero como estoy segura anticipadamente de la negativa de tu padre, voy á prepararte un cargamento de mercaderías á mi costa.» Y Grano-de-Belleza dijo: «¡Pero hay que hacerlo en seguida, antes de que llegue mi padre!»
Inmediatamente la esposa de Schamseddin mandó á un esclavo abrir uno de los depósitos de mercaderías reservadas, y que los embaladores hicieran los fardos suficientes para cargar diez camellos.
En cuanto al síndico Schamseddin, así que se fueron los convidados buscó en balde por el jardín á su hijo, y acabó por saber que se le había anticipado en ir á su casa. Y el síndico, aterrado al pensar que le podía sobrevenir á su hijo una desgracia en el camino, puso la mula á todo galope y llegó sin aliento al patio, en donde se calmó su emoción al enterarse por el portero de la llegada sin nove{141}dad de Grano-de-Belleza. Pero fué mayor su sorpresa al ver en el patio fardos y fardos dispuestos á ser cargados y con etiquetas que indicaban en letras gordas sus diferentes destinos: Alepo, Damasco y Bagdad...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 257.ª NOCHE
Ella dijo:
...en letras gordas sus diferentes destinos: Alepo, Damasco y Bagdad.
Apresuróse entonces á subir á las habitaciones de su esposa, que le enteró de cuanto acababa de suceder y del grave inconveniente que había en contrariar á Grano-de-Belleza. Y el síndico dijo: «De todos modos, voy á tratar de disuadirle.» Y llamó a Grano-de-Belleza y le dijo: «¡Oh hijo mío! ¡Alah te ilumine y te aparte de proyecto tan funesto! ¿No sabes lo que ha dicho nuestro Profeta? (¡sean con Él la oración y la paz!): «¡Dichoso el hombre que se alimenta con los frutos de su tierra y halla en su mismo país las satisfacciones de su vida!» Y dijeron los antiguos: «¡No emprendáis jamás un viaje aunque sea de una milla!» Por consiguiente,{142} hijo mío, te pido que me digas si después de estas palabras persistes en tu resolución.»
Grano-de-Belleza contestó: «Sabe ¡oh padre mío! que no quiero desobedecerte; pero si te opones á mi viaje negándome lo necesario, me quitaré este traje, me pondré el de los pobres derviches y recorreré á pie todos los países y todas las tierras.»
Cuando vió el síndico que su hijo estaba dispuesto á partir á todo trance, renunció á contrariar su proyecto, y le dijo: «Entonces, ¡oh hijo mío! he aquí cuarenta cargas más; y así, con las otras diez que te ha dado tu madre, tendrás para cargar cincuenta camellos. En ellas encontrarás las mercaderías adecuadas á las necesidades de cada una de las ciudades en que entres; pues no hay que tratar de vender en Alepo, por ejemplo, los géneros que prefieren los habitantes de Damasco; sería una mala especulación. ¡Parte, pues, hijo mío, y Alah te proteja y te allane el camino! Y adopta precauciones, sobre todo al atravesar por el desierto del León, un sitio que se llama el valle de los Perros, guarida de bandidos salteadores, cuyo jefe es un beduíno apellidado «el Rápido» por lo súbito de sus ataques é incursiones.» Y Grano-de-Belleza contestó: «¡Los sucesos buenos ó malos vienen de mano de Alah! ¡Y haga yo lo que haga, no me pasará mas que lo que se me tenga deparado!»
Como no se podía replicar á tales palabras, el síndico no dijo más; pero su esposa no descansó hasta hacer mil votos, y prometer cien carneros á{143} los santones, y poner á su hijo bajo la santa protección de El-Sayed Abd El-Kader El-Guilani, abogado de los viajeros.
Después de lo cual, el síndico, acompañado de su hijo, á quien costó gran trabajo escaparse de los brazos de su pobre madre, que vertía sobre él todas las lágrimas de su corazón, fué á buscar á la caravana, dispuesta ya. Y llamó aparte al anciano mokaddem de los camelleros y muleteros, el jeque Kamal, y le dijo: «¡Oh venerable mokaddem, te confío este niño, pupila de mis ojos, y lo pongo bajo el ala de Alah y bajo tu custodia! Y tú, hijo mío—dijo á Grano-de-Belleza—, mira al que ha de hacer las veces de padre en ausencia mía. ¡Obedécele y nunca hagas nada sin consultarle!» Después dió mil dinares de oro á Grano-de-Belleza, y como último encargo le dijo: «¡Te doy estos mil dinares, hijo mío, para que puedas utilizarlos y aguardar con paciencia el momento más ventajoso para la venta de tus mercaderías, pues te guardarás muy bien de venderlas cuando estén en baja; has de aprovechar la ocasión en que los paños y otros géneros estén más en alza para colocarlos en las mejores condiciones!» Después de las despedidas, la caravana se puso en marcha y no tardó en estar fuera de las puertas del Cairo.
Y ahora vamos con Mahmud-el-Bilateral. Al enterarse de la marcha de Grano-de-Belleza, se preparó también rápidamente, y en pocas horas tuvo á mulos y camellos cargados y ensillados. Y sin per{144}der tiempo se puso en camino, y alcanzó á la caravana á pocas millas del Cairo. Y decía para sí: «¡Ahora, en el desierto, ¡oh Mahmud! nadie irá á denunciarte, ni tampoco vendrá á vigilarte nadie! ¡Y sin temor á que te molesten, podrás deleitarte con ese muchacho!»
De modo que, desde la primera etapa, el Bilateral mandó armar sus tiendas al lado de las de Grano-de-Belleza, y encargó al cocinero de éste que no se tomara el trabajo de encender lumbre, puesto que él había invitado á Grano-de-Belleza á compartir la comida en su tienda.
Y efectivamente, Grano-de-Belleza fué á la tienda del Bilateral, pero acompañado por el jeque Kamal, mokaddem de los camelleros. Y aquella noche el Bilateral nada sacó en limpio. Y al día siguiente, en la segunda parada, ocurrió lo mismo, y así todos los días, hasta la llegada á Damasco, porque Grano-de-Belleza aceptaba todas las invitaciones, pero iba siempre á la tienda del Bilateral acompañado del mokaddem de los camelleros.
Pero cuando llegaron á Damasco, en donde el Bilateral tenía, lo mismo que en El Cairo, Alepo y Bagdad, casa propia para recibir á los amigos...
En este momento de su narración, Schahrazada, la hija del visir, vió aparecer la mañana, é interrumpió el relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 258.ª NOCHE
Ella dijo:
...á Damasco, en donde el Bilateral tenía, lo mismo que en El Cairo, Alepo y Bagdad, casa propia para recibir á los amigos, envió un esclavo á Grano-de Belleza, que se había quedado en la tienda á la entrada de la ciudad, para invitarle, pero á él solo, á que le honrase con su presencia. Y Grano-de-Belleza contestó: «¡Espera que le pregunte su parecer al jeque Kamal!» Pero el mokaddem de los camelleros frunció el ceño al oir la proposición, y contestó: «¡No, hijo mío, hay que rechazarla!» Y Grano-de-Belleza declinó la invitación.
La estancia en Damasco fué de corta duración, y pronto se pusieron en camino para Alepo; y á la llegada, el Bilateral volvió á invitar á Grano-de-Belleza; pero el jeque Kamal aconsejó la abstención, como en Damasco, y Grano-de-Belleza, sin saber por qué era tan severo el mokaddem, no quiso contrariarle. Y aquella vez también perdió el viaje y el trabajo el Bilateral.
Pero después de salir de Alepo, el Bilateral juró que en la primera ocasión las cosas no pasarían lo mismo. Y á la primera parada en dirección á Bagdad, mandó hacer los preparativos de un banquete{146} sin precedentes, y fué personalmente á invitar á Grano-de-Belleza. Y aquella vez Grano-de-Belleza se vió obligado á aceptar, por no tener motivo fundado para negarse, y empezó por ir á la tienda á vestirse con traje á propósito.
Entonces fué á buscarle el jeque Kamal, y le dijo: «¡Qué imprudente eres, ¡oh Grano-de-Belleza! ¿Por qué has aceptado la invitación de Mahmud? ¿No conoces sus intenciones? ¿No sabes el motivo de que le llamen el Bilateral? De todos modos, debiste preguntar su parecer á un anciano como yo, y del cual han dicho los poetas:
Pregunté al viejo: «¿Por qué andas encorvado?» Me contestó: «¡Perdí mi juventud en la tierra húmeda! ¡Y me he encorvado para buscarla! ¡Y ahora la experiencia que pesa sobre mí es tan amarga, que me impide enderezar la espalda!»
Pero Grano-de-Belleza contestó: «¡Oh venerable mokaddem! ¡Estaría muy mal rechazar la invitación de nuestro amigo Mahmud, al cual no sé por qué llaman el Bilateral! Y además, ignoro lo que pueda perder con acompañarle. ¡No me comerá!» Y el mokaddem replicó con viveza: «¡Pues sí, por Alah! ¡Te comerá! ¡Ya se ha comido á otros muchos!»
Al oir aquello, Grano-de-Belleza soltó la carcajada y se apresuró á ir á casa del Bilateral, que le aguardaba con impaciencia. Y ambos se fueron á la tienda en que estaba preparado el festín.{147}
Y en realidad, el Bilateral no había escatimado nada para recibir como merecía al maravilloso joven, y todo aparecía dispuesto para encantar las miradas y halagar los sentidos. De modo que la comida fué alegre y estuvo llena de animación; y ambos comieron con gran apetito, y bebieron en la misma copa hasta saciarse. Y cuando el vino fermentó en las cabezas y los esclavos se retiraron discretamente, el Bilateral, ebrio de vino y de pasión, se inclinó hacia Grano-de-Belleza, y cogiéndole las mejillas con las dos manos quiso besarlas. Pero Grano-de-Belleza, muy turbado, levantó instintivamente la mano, y el beso del Bilateral no encontró mas que la palma del adolescente. Entonces Mahmud le echó un brazo alrededor del cuello y con el otro le rodeó la cintura; y como Grano-de-Belleza le preguntara: «Pero ¿qué quieres hacer conmigo?», le contestó: «Sencillamente, tratar de explicarte estos versos del poeta para ponerlos en práctica:
¡Oh mis estremecimientos cuando las miradas de sus ojos me sacuden el alma! ¡Oh delicias del primer deseo que hincha sus compañones infantiles!
¡Mira, ¡oh ojos míos! ¡Toma lo que puedas tomar, levanta lo que puedas levantar, coge un puñado, ó dos, ó tres, y hazlo entrar un palmo ó más! ¡Pero sin que te haga daño! ¡Hay que obrar con prudencia!»
Después de haber dicho á su modo estos versos,{148} Mahmud se dispuso á explicárselos prácticamente. Pero el joven Grano-de-Belleza, sin darse cuenta exacta de la situación, se sentía molesto con aquellos ademanes y movimientos, y quiso marcharse. Y el Bilateral le sujetó y acabó por hacerle entender de qué se trataba.
Cuando Grano-de-Belleza se enteró bien de las intenciones del Bilateral y comprendió su petición...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 259.ª NOCHE
Ella dijo:
...Cuando Grano-de-Belleza se enteró bien de las intenciones del Bilateral y comprendió su petición, levantóse inmediatamente y le dijo: «¡No, por Alah! ¡No vendo esa mercancía! ¡De todos modos, para que te consueles, te diré que si á los demás se la vendiese por dinero, á ti te la daría de balde!» Y á pesar de las súplicas del Bilateral, Grano-de-Belleza no quiso permanecer un momento más en la tienda; salió de ella bruscamente y volvió en seguida al campamento, donde, harto inquieto, aguardaba su regreso el mokaddem.
Y cuando Kamal vió entrar á Grano-de-Belleza{149} con aquel aspecto extraño, le preguntó: «¡Por Alah! ¿qué ha pasado?» El otro respondió: «¡Pues absolutamente nada! ¡Pero tenemos que levantar el campo en seguida é irnos á Bagdad, porque en lo sucesivo no quiero viajar con el Bilateral; tiene pretensiones exageradas y muy molestas!» El jeque de los camelleros dijo: «¿No te lo había dicho ya, hijo mío? Pero he de advertirte que sería muy peligroso viajar solos. Más vale seguir en una sola caravana, como estamos ahora, para poder resistir los ataques de los bandoleros beduínos que infestan estas tierras.» Pero Grano-de-Belleza no quiso hacer caso, y dió la orden de marcha.
Por consiguiente, la pequeña caravana se puso en camino sola y no dejó de viajar del mismo modo, hasta que un día, á la puesta del sol, llegó á pocas millas de las puertas de Bagdad.
El mokaddem de los camelleros fué á buscar entonces á Grano-de-Belleza y le dijo: «Mejor será, hijo mío, seguir hasta Bagdad esta misma noche, sin detenernos á acampar aquí. ¡Porque el lugar en que estamos es el más peligroso de todo el viaje! ¡Es el valle de los Perros! ¡Hay gran riesgo de que nos ataquen si permanecemos aquí durante la noche! Apresurémonos, pues, á llegar á Bagdad antes de que cierren las puertas. ¡Porque has de saber, hijo mío, que el califa manda cerrar todas las noches las puertas de la ciudad, con el fin de impedir que las hordas fanáticas entren á escondidas y se apoderen de los libros de la ciencia y de los manus{150}critos literarios encerrados en las salas de las escuelas, arrojándolos luego al Tigris!»
Grano-de-Belleza, á quien no complacía la proposición, contestó: «¡No, por Alah! ¡No quiero entrar de noche en la ciudad, porque deseo gozar del espectáculo de Bagdad al salir el sol! ¡Pasemos, pues, la noche aquí, ya que no tengo prisa ni viajo para negociar, sino por recreo, y para ver lo que no conozco!» Y el anciano mokaddem tuvo que inclinarse, aunque deplorando la peligrosa terquedad del hijo de Schamseddin.
En cuanto á Grano-de-Belleza, tomó un bocado, y después, cuando los esclavos fueron á acostarse, salió de la tienda, apartóse un poco por el valle, y fué á sentarse junto á un árbol, á la luz de la luna. Y se acordó de las lecturas de sus maestros en el subterráneo, é inspirado por lugar tan propicio á la meditación, empezó este canto del poeta:
¡Reina del Irak, deliciosamente bella! ¡oh Bagdad, ciudad de los califas y poetas! ¡cuánto tiempo, ¡oh maravilla! soñé contigo!
Pero súbitamente, antes de terminar la primera estrofa, oyó á su izquierda un clamor espantoso, y galopar de caballos, y exclamaciones de cien bocas á un tiempo, y al volverse vió invadido el campamento por un numeroso tropel de beduínos que surgían por todas partes como si salieran de debajo de la tierra.{151}
Aquel espectáculo tan nuevo para él le dejó clavado en el suelo, y así pudo ver la matanza general de la caravana, que había querido defenderse, y el saqueo de todo el campamento. Y cuando los beduinos comprobaron que nadie quedaba en pie, se apoderaron de camellos y mulos, y en un momento desaparecieron por donde habían venido.
Al disiparse un tanto la estupefacción que le había dominado, Grano-de-Belleza bajó hacia el sitio en que se encontraba su campamento, y pudo ver asesinada á toda su gente. Y ni el jeque Kamal, mokaddem de los camelleros, á pesar de su edad respetable, había sido tratado mejor que los demás, y yacía muerto, atravesado el pecho por numerosas lanzadas. Así es que Grano-de-Belleza no supo soportar la vista de espectáculo tan aterrador, y emprendió la fuga, sin atreverse á mirar hacia atrás.
De tal modo estuvo corriendo toda la noche, y para no excitar la codicia de algún otro bandido, se despojó completamente de su rico traje, que arrojó á lo lejos, y no se quedó mas que con la camisa. Y así, medio desnudo, entró en Bagdad al amanecer.
Entonces, rendido de cansancio y sin poder tenerse en pie, se paró delante de la primera fuente pública que se le presentó á la entrada de la población. Se lavó las manos, la cara y los pies; subió á la plataforma que coronaba la fuente, se tendió en ella á la larga, y no tardó en dormirse.
En cuanto á Mahmud-el-Bilateral, también se había puesto en camino, pero había tomado un atajo{152} por otra parte y pudo evitar el encuentro con los bandidos; y además, llegó á las puertas de Bagdad precisamente cuando Grano-de-Belleza las atravesaba y se dormía en la fuente.
Al pasar por cerca de aquella fuente, el Bilateral se acercó al abrevadero de piedra lleno de agua para los animales, y quiso que bebiera en él su caballo sediento. Pero el animal vió la sombra que proyectaba el adolescente dormido, y retrocedió resollando. Entonces el Bilateral levantó los ojos hacia la plataforma, y le faltó poco para caerse del caballo al reconocer á Grano-de-Belleza en aquel joven medio desnudo que en la piedra dormía...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 260.ª NOCHE
Ella dijo:
...al reconocer á Grano-de-Belleza en aquel joven medio desnudo que en la piedra dormía.
En seguida se apeó del caballo, se encaramó á la plataforma, y quedó inmóvil de admiración ante Grano-de-Belleza tendido, cuya cabeza reposaba sobre un brazo, en la languidez del sueño. Y por primera vez le fué dable al fin contemplar sin velos{153} las perfecciones de aquel cuerpo juvenil y cristalino, en que los lunares oscuros resaltaban de tan hermosa manera sobre la blancura de lo demás. Y no se le alcanzaba por qué casualidad encontraba en su camino, y dormido en aquella fuente, á aquel ángel, por amor al cual había él emprendido su viaje. Y no llegaba á separar sus miradas del lunarcillo, redondo como un grano de almizcle, que adornaba la nalga izquierda del muchacho, descubierta en aquel momento. Y sin saber qué resolución tomar, decía para sí: «¿Qué será mejor? ¿Despertarle? ¿Llevármelo en mi caballo como está y huir con él al desierto? ¿Aguardar que se despierte, hablarle, enternecerle y decidirle á que me acompañe á mi casa de Bagdad?»
Acabó por tomar esta última determinación, y sentándose á los pies del joven en el reborde de la fuente, aguardó á que se despertase, bañándose los ojos en toda la limpidez sonrosada que el sol ponía en aquel cuerpo infantil.
Harto ya de dormir, Grano-de-Belleza estiró las piernas y abrió los ojos, y en el mismo instante Mahmud le cogió la mano, y con voz muy suave le dijo: «¡No tengas miedo, niño; estás bien seguro á mi lado! ¡Pero apresúrate, por favor, á explicarme la causa de todo esto!»
Entonces Grano-de-Belleza se incorporó, y aunque un tanto molesto por la presencia de su admirador, le contó la aventura con todos sus pormenores. Y Mahmud le dijo: «¡Loor á Alah, mi joven{154} amigo, que te ha arrebatado la fortuna, pero te ha conservado la vida! Porque dice el poeta:
¡Cuando la cabeza se salva, la fortuna perdida sólo es una recortadura de uña sacada sin hacer daño!
»Además, ni siquiera la fortuna se ha perdido, pues cuanto poseo te pertenece. Ven conmigo á casa á bañarte y vestirte, y desde este momento puedes considerar todos los bienes de Mahmud como tuyos propios, y la vida de Mahmud está á tu disposición.» Y siguió hablando tan paternalmente á Grano-de-Belleza, que le decidió á acompañarle.
Bajó primeramente, y le ayudó en seguida á ponerse detrás de él en el caballo, y encaminóse hacia su casa, estremeciéndose de placer al contacto del cuerpo caliente y desnudo del muchacho, que se cogía á Mahmud para sujetarse.
Su primera diligencia fué llevar á Grano-de-Belleza al hammam y bañarlo allí, sin auxilio de masajista ni ningún otro criado, y después de haberle vestido con un traje de gran valor lo llevó á la sala en que solía recibir á sus amigos.
Era un salón de frescura y sombra deliciosas, alumbrado únicamente por los hermosos reflejos de esmaltes y porcelanas y por el centelleo que desde arriba caía de las estrellas. Un olor á incienso arrebataba y transportaba el alma hacia soñados jardines de alcanfor y cinamomo. En el centro cantaba el surtidor de una fuente. Perfecto y se{155}guro era allí el reposo, y podía llegarse hasta el éxtasis.
Sentáronse ambos en la alfombra, y Mahmud brindó á Grano-de-Belleza un almohadón para apoyar los brazos. Comieron los manjares que en bandejas se les sirvieron, y bebieron los vinos selectos que encerraban los frascos. En aquel momento, el Bilateral, que hasta entonces no se había mostrado muy atrevido, no pudo contenerse más, y estalló recitando esta estrofa del poeta:
¡Deseo! ¡Ni las caricias delicadas de los ojos ni el beso de los labios puros pueden apaciguarte! ¡Oh deseo mío! ¡Sientes gravitar sobre ti el peso de una pasión que no ha de calmarse hasta que brote!
Pero Grano-de-Belleza, que acostumbrado ya á los versos del Bilateral advertía con facilidad su sentido, á veces oscuro, se levantó inmediatamente y dijo á su huésped: «En verdad que no comprendo tu insistencia sobre lo mismo. No puedo hacer mas que repetirte lo que ya te dije. El día en que venda á otros esa mercancía por dinero, á ti te la daré de balde.» Y sin querer atender á otras explicaciones del Bilateral, le dejó bruscamente y se fué.
Al verse fuera, empezó á vagar por la ciudad. Pero ya había oscurecido, y como siendo forastero en Bagdad no sabía adónde dirigirse, resolvió pasar la noche en una mezquita que vió en el camino.{156} Entró, pues, en el patio, y al ir á quitarse las sandalias para penetrar en el interior de la mezquita, vió que se le acercaban dos hombres precedidos por sus esclavos, que iban con linternas encendidas. Se apartó para dejarles pasar; pero el más viejo de los dos se paró delante de él, y después de mirarle con mucha atención, le dijo: «¡La paz contigo!» Y Grano-de-Belleza le devolvió el saludo. El otro añadió: «¿Eres forastero, hijo mío?» El joven contestó: «Soy del Cairo. Mi padre es Schamseddin, síndico de los mercaderes.»
Al oir estas palabras, el anciano se volvió hacia su compañero y le dijo: «¡Alah nos favorece más de lo que deseábamos! ¡No esperábamos encontrar tan pronto al forastero que buscamos y ha de sacarnos del apuro!...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 261.ª NOCHE
Ella dijo:
»...al forastero que buscamos y ha de sacarnos del apuro!» Luego llamó aparte á Grano-de-Belleza, y le dijo: «¡Bendito sea Alah, que te ha colocado en nuestro camino! Vamos á pedirte un favor, que re{157}tribuiremos liberalmente dándote cinco mil dinares, efectos por valor de mil dinares y un caballo de mil dinares. ¡Verás!
»No ignoras, hijo mío, que, según nuestra ley, cuando un musulmán ha repudiado por primera vez á su esposa, puede recobrarla sin formalidades á los tres meses y diez días; y si se divorcia por segunda vez, también puede recuperarla después del plazo legal; pero si la repudia por tercera vez, ó si, aun no habiéndola repudiado nunca, le dice sencillamente: «¡Quedas repudiada por tres veces!» ó «¡Ya no eres nada para mí, lo juro por el tercer divorcio!», en ese caso, si el esposo quiere volver otra vez con su esposa, la ley determina que otro empiece por casarse legalmente con la mujer repudiada, y á su vez la repudie después de haberse acostado con ella aunque sólo sea una noche. Y entonces es cuando el primer esposo la puede recobrar como mujer legítima.
»Pues ese es el caso del joven que está conmigo. El otro día se dejó llevar de un acceso de mal humor y le gritó á su esposa, que es hija mía: «¡Sal de mi casa! ¡Ya no te conozco! ¡Te repudio por tres veces!» Y en seguida, mi hija, que es su esposa, se echó el velo por la cara delante de su esposo, que era ya un extraño para ella, recogió su dote y volvió el mismo día á mi casa. Pero ahora su marido, que es éste, desea ardientemente recobrarla. Ha venido á besarme las manos y á rogarme que le reconciliara con su esposa. Y yo he accedido á ello.{158} Y en seguida hemos salido en busca del hombre que le ha de servir de sucesor momentáneo una noche. Y á la sazón te hemos encontrado, hijo mío. Como eres forastero, las cosas se harán en secreto, sólo en presencia del kadí, y no trascenderá nada al exterior.»
El estado de indigencia en que se encontraba Grano-de-Belleza le hizo aceptar de buena gana la proposición, y dijo para sí: «Voy á cobrar cinco mil dinares, y tomar efectos por valor de mil dinares, y un caballo de mil dinares, y además voy á fornicar toda la noche. ¡Por Alah! ¡Acepto!» Y dijo á los dos hombres, que aguardaban con ansiedad la respuesta: «¡Por Alah! ¡Acepto el cargo de Desligador!»
Entonces el esposo de la repudiada, que todavía no había hablado, se volvió hacia Grano-de-Belleza y le dijo: «¡Nos sacas de un gran apuro, porque he de manifestarte que amo á mi esposa extremadamente! Pero temo que mañana por la mañana sea muy de tu gusto mi esposa, no quieras repudiarla y te niegues á devolvérmela. La ley, en ese caso, te favorece. Por lo tanto, ahora, delante del kadí, te comprometerás á entregarme diez mil dinares de indemnización si por desgracia no quisieras consentir en divorciarte al día siguiente.» Y Grano-de-Belleza aceptó la condición, por estar resuelto á no dormir mas que una noche con la mujer consabida.
Fueron, pues, los tres á casa del kadí, y ante él formalizaron el contrato en las condiciones legales. Y el kadí se entusiasmó al ver á Grano-de-Belleza{159} y le amó mucho. Ya volveremos á encontrarle en el curso de esta historia.
Y hecho el contrato, salieron de la oficina del kadí, y el padre de la divorciada se llevó á Grano-de-Belleza y le hizo entrar en su casa. Le rogó que esperara en el vestíbulo, y en seguida fué á avisar á su hija, diciéndole: «Querida hija, he encontrado un muchacho muy bien formado, y que, á mi parecer, te ha de gustar. Te lo recomiendo con todo el encarecimiento de la recomendación. Pasa con él una noche encantadora y no te prives de nada. ¡No todas las noches se puede tener en brazos un mozo tan maravilloso!» Y habiendo aconsejado á su hija de tal modo, el buen padre se fué muy contento á buscar á Grano-de-Belleza para decirle lo mismo. Y le rogó que aguardara un poco á que su nueva esposa se preparase á recibirle.
En cuanto al primer esposo, fué á buscar inmediatamente á una vieja muy taimada que le había criado, y le dijo: «Te ruego, buena madre, que imagines algún recurso para evitar que el Desligador que hemos encontrado se acerque esta noche á mi mujer divorciada.» Y la vieja contestó: «¡Por tu vida! ¡Nada hay más fácil!» Y se envolvió en su velo...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 262.ª NOCHE
Ella dijo:
...Y se envolvió en su velo y fué á casa de la divorciada, en donde vió á Grano-de-Belleza en el vestíbulo. Le saludó, y le dijo: «Vengo á buscar á la joven divorciada, para untarle el cuerpo con pomadas, como hago todos los días, á fin de curarle la lepra que la ha atacado. ¡Pobre mujer!» Y Grano-de-Belleza exclamó: «¡Alah me libre! ¡Cómo, buena mujer! ¿Esa joven está enferma de lepra? ¡Y yo que tenía que acostarme con ella esta noche! Porque soy el Desligador elegido por su anterior esposo.» Y la vieja contestó: «¡Oh hijo mío, preserve Alah tu hermosa juventud! ¡Créeme! ¡Harás bien en abstenerte de copular!» Y le dejó confuso, y entró á ver á la divorciada, á la cual convenció de lo mismo respecto al joven que había de servir de Desligador. Y le aconsejó la abstinencia para evitar el contagio. Y después se marchó.
En cuanto á Grano-de-Belleza, siguió esperando una seña de la joven para entrar en su aposento. Pero aguardó largo rato, sin que se presentase mas que un esclavo con una fuente de comida. Comió y bebió, y luego, para matar el tiempo, recitó una sura del Korán, y después empezó á tararear algu{161}nas estrofas con voz más suave que la del joven David en presencia de Saúl.
Cuando la joven oyó desde dentro aquella voz, pensó: «¿Cómo habrá mentido esa malhadada vieja? ¿Puede un leproso tener voz tan hermosa? ¡Por Alah! Voy á llamarle y á enterarme por mí misma de si la vieja ha mentido. Pero antes voy á contestarle.» Y cogió un laúd indio, que templó sabiamente, y con voz capaz de parar el vuelo de las aves en el fondo del cielo, cantó:
¡Amo á un gamo joven de dulces ojos lánguidos! ¡Es tan esbelta su cintura, que las ramas flexibles aprenden á ondular viéndole balancearse!
Cuando Grano-de-Belleza oyó las primeras notas de aquel canto, dejó de tararear y escuchó con entusiástica atención. Y dijo para sí: «¿Qué me decía la vieja vendedora de pomadas? ¡Por Alah! ¡Ha debido mentir! ¡Tan bella voz no puede ser de una leprosa!» Y en seguida, tomando el tono de las últimas notas que acababa de oir, cantó con voz capaz de hacer bailar á los peñascos:
¡Mi saludo va hacia la fina gacela que se oculta del cazador, y lleva mi tributo á las rosas dispersas por el vergel de sus mejillas!
Y dijo aquello con tal acento, que la joven, seducida por la emoción, corrió á descorrer las corti{162}nas que la separaban del mancebo, y se ofreció á su vista como la luna que súbitamente se desprende de una nube; le hizo seña de que entrara en seguida, y le precedió moviendo las caderas de tal modo, que habría puesto de pie á un anciano impedido. Y Grano-de-Belleza se asombró de su hermosura, de su lozanía y de su juventud. Pero no se atrevía á acercarse á ella, asediado por el temor del posible contagio.
Mas de pronto, la joven, sin decir palabra, en un momento se quitó la camisa y el calzón, que tiró á lo lejos, y se le apareció completamente desnuda, tan limpia como la plata virgen, y tan firme y esbelta como el tronco de una palmera tierna.
A su vista, Grano-de-Belleza notó que se le movía la herencia de su venerable padre, el niño encantador que llevaba entre los muslos. Y como percibía distintamente su apremiante llamamiento, quiso entregarlo, para que se tranquilizase, á la joven, que debía de saber en dónde colocarlo. Pero ella le dijo: «¡No te acerques! ¡Temo que me pegues la lepra que tienes en el cuerpo!»
Al oir estas palabras, Grano-de-Belleza, sin contestar, se quitó toda la ropa, y después la camisa y los calzones, que tiró lejos, y apareció en perfecta desnudez, tan límpido como el agua de sierra y tan intacto como el ojo de un niño.
Entonces la joven ya no dudó de que la vieja alcahueta había empleado una estratagema, á instigación de su primer esposo, y deslumbrada por{163} los hechizos del joven, corrió á él, le envolvió en sus brazos, y le arrastró á la cama, en la cual cayeron juntos. Y jadeante de deseo, le dijo: «¡Prueba tus fuerzas, ¡oh jeque Zacarías, padre potente de nervios gordos!»
Ante aquel llamamiento tan formal, Grano-de-Belleza cogió por las caderas á la joven, y asestó el robusto y dulce nervio en dirección á la puerta de los triunfos, y empujándolo hacia el corredor de cristal, lo hizo llegar rápidamente á la puerta de las victorias. Después lo desvió del camino real, y lo impulsó con brío por el atajo hacia la puerta del montador; pero como el nervio vacilaba ante lo angosto de aquella puerta amurallada, forzó el paso desfondando la tapa del tarro, y se encontró entonces en su casa, como si el arquitecto hubiera tomado las medidas por ambos lados á la vez. Luego siguió su excursión, visitando lentamente el zoco del lunes, el mercado del martes, el bazar del miércoles y los puestos del jueves. Y habiendo desatado así todo lo que tenía que desatar, descansó, como buen musulmán, á la entrada del viernes.
Y tal fué el viaje de prueba de Grano-de-Belleza y de su niño por el jardín de la muchacha...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 253.ª NOCHE
Ella dijo:
...Y tal fué el viaje de prueba de Grano-de-Belleza y de su niño por el jardín de la muchacha.
Tras de lo cual, Grano-de-Belleza, con su niño aletargado de felicidad, se enlazó tiernamente á la joven de los arriates devastados, y los tres se durmieron hasta por la mañana.
Despertado ya, Grano-de-Belleza preguntó á su esposa transitoria: «¿Cómo te llamas, corazón mío?» Ella contestó: «Zobeida.» Y él le dijo: «¡Pues bien, Zobeida, me duele mucho el verme obligado á dejarte!» Y ella le preguntó, conmovida: «¿Y por qué me has de dejar?» Él contestó: «¡Ya sabes que no soy mas que Desligador!» Ella exclamó: «¡No, por Alah! ¡Se me había olvidado! ¡Y en mi dicha me figuraba que eras un regalo maravilloso que me hacía mi buen padre para reemplazar al otro!» Y él le dijo: «¡Pues sí, encantadora Zobeida, soy un Desligador elegido por tu padre y tu primer esposo! Y previendo una mala voluntad por mi parte, ambos han cuidado de hacerme firmar un contrato ante el kadí, que me obliga á pagarles diez mil dinares si esta mañana no te repudio. ¡Y no sé cómo voy á pagarles esa cantidad fabulosa, no teniendo ni un{165} dracma en el bolsillo! Mejor será, pues, que me marche si no quiero ir á la cárcel, puesto que soy insolvente.»
Al oir tales palabras, la joven Zobeida reflexionó un instante, y después, besando los ojos al joven, le preguntó: «¿Cómo te llamas, ojos míos?» El contestó: «Grano-de-Belleza.» Ella exclamó: «¡Ya Alah! ¡Nunca ha habido nombre mejor puesto! Pues bien, querido mío, ¡oh Grano-de-Belleza! como prefiero á todo el azúcar cande ese delicioso nervio blanco y sabroso con que has endulzado mi jardín durante toda la noche, te juro que encontraremos un recurso para no separarnos jamás, pues prefiero morir á pertenecer á otro después de haberte probado.» Él le preguntó: «¿Y cómo haremos?» Ella dijo: «Es muy sencillo. Verás. Pronto vendrá mi padre á buscarte y te llevará á casa del kadí para cumplir las estipulaciones del contrato. Entonces te aproximarás gentilmente al kadí y le dirás: «¡No quiero divorciarme!» Y te preguntará: «¡Cómo! ¿Rechazas los cinco mil dinares que van á darte, y los efectos por valor de mil dinares, y el caballo de mil dinares, por seguir con una mujer?» Tú contestarás: ¡Entiendo que cada cabello de esa mujer vale diez mil dinares! Por eso conservo á la propietaria de tan preciada cabellera.» Entonces el kadí te dirá: «¡Estás en tu derecho! Pero vas á pagar al primer esposo, en compensación, la cantidad de diez mil dinares.»
¡Ahora, querido mío, escucha bien lo que voy{166} á decirte! El anciano kadí, por lo demás hombre excelente, gusta con delirio de los muchachos. ¡Y estoy segura de que le has causado ya una gran impresión!»
Grano-de-Belleza exclamó: «¿De modo que crees que también el kadí es bilateral?» Zobeida se echó á reir y dijo: «¡Cierto que sí! ¿Por qué te asombra tanto eso?» Y él dijo: «Está escrito que toda su vida Grano-de-Belleza ha de ir de un bilateral á otro. Pero ¡oh sutil Zobeida! te ruego que sigas desarrollando tu plan. Decías que el anciano kadí, por lo demás hombre excelente, gusta con delirio de los muchachos. ¡No me irás á aconsejar que le venda mi mercancía!» Ella dijo: «¡No! Ya verás.»
Y prosiguió: «Cuando el kadí te haya dicho: «¡Hay que pagar los diez mil dinares!», le mirarás así, de cierta manera, y moverás las caderas gentilmente, no de un modo excesivo, pero sí de manera que le liquides de emoción en la alfombra. Y sin duda te dará un plazo para saldar la deuda. ¡Y de aquí á entonces, Alah proveerá!»
Oídas estas palabras, Grano-de-Belleza reflexionó un instante, y dijo: «¡Lo intentaré!»
En aquel mismo momento, una esclava, desde detrás del tapiz, alzó la voz y dijo: «¡Ama Zobeida, ahí está tu padre aguardando á mi amo!»
Entonces Grano-de-Belleza se levantó, se vistió á escape y fué á buscar al padre de Zobeida. Y ambos, después de habérseles unido en la calle el primer marido, fueron á la oficina del kadí.{167}
Y las previsiones de Zobeida se realizaron al pie de la letra. Pero también hay que decir que Grano-de-Belleza cuidó de seguir escrupulosamente las preciosas indicaciones que ella le había dado.
Y el kadí, absolutamente aniquilado por las miradas al soslayo que le dirigía Grano-de-Belleza, no sólo concedió el aplazamiento de tres días que reclamaba modestamente el joven, sino que terminó su sentencia en esta forma: «Nuestras leyes religiosas y nuestra jurisprudencia no pueden hacer obligatorio el divorcio. Y nuestros cuatro ritos ortodoxos están completamente de acuerdo en este punto. Por otra parte, el Desligador, convertido en marido de derecho, se aprovecha de un aplazamiento, dada su condición de forastero. Le otorgamos, pues, diez días para saldar la deuda.»
Entonces Grano-de-Belleza besó respetuosamente la mano del kadí, que decía para sí: «¡Por Alah! ¡Este hermoso adolescente bien vale diez mil dinares! ¡Yo mismo se los anticiparía de buena gana!» Después Grano-de-Belleza se despidió afablemente y corrió á buscar á su esposa, la sagaz Zobeida...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 264.ª NOCHE
Ella dijo:
...afablemente y corrió á buscar á su esposa, la sagaz Zobeida.
Y Zobeida, iluminado el rostro por el júbilo, recibió á Grano-de-Belleza felicitándole por el resultado obtenido, y le dió cien dinares para que preparase para ambos un banquete que durase toda la noche. Y Grano-de-Belleza, con el dinero de su mujer, mandó preparar en seguida el festín consabido. Y ambos se pusieron á comer y beber hasta saciarse. Y entonces, alegres hasta el límite de la alegría, copularon de una manera prolongada. Y después, para descansar, fueron á la sala de recepciones, encendieron las luces y organizaron entre los dos un concierto capaz de hacer bailar á las rocas y de suspender el vuelo de los pájaros en el fondo del cielo.
No es de extrañar, por tanto, que de improviso se oyeran golpes dados en la puerta exterior de la casa. Y Zobeida, que fué la primera en oirlos, dijo á Grano-de-Belleza: «Ve á ver quién llama á la puerta.» Y Grano-de-Belleza fué en seguida á abrir.
Ahora bien; aquella noche, el califa Harún Al-Rachid, sintiendo oprimido el pecho, había dicho á{169} su visir Giafar, á su portaalfanje Massrur y á su poeta favorito el delicioso Abu-Nowas: «Me siento con el pecho algo oprimido. ¡Vamos á pasearnos un poco por las calles de Bagdad, á ver si se nos dilatan los humores!» Y los cuatro se habían disfrazado de derviches persas y se habían puesto á recorrer las calles de Bagdad, esperando dar con alguna entretenida aventura. Y así habían llegado delante de la casa de Zobeida, y al oir cantar y tañer instrumentos, habían llamado á la puerta, según costumbre de los derviches.
Cuando les vió Grano-de-Belleza, como no ignoraba los deberes de la hospitalidad, y además estaba en excelentes disposiciones, les recibió cordialmente, les introdujo en el vestíbulo y les dió de comer. Pero ellos rechazaron el alimento, diciendo: «¡Por Alah! ¡Los espíritus delicados no necesitan mucho alimento para regocijar los sentidos! Se contentan con la armonía. Y precisamente estamos viendo que los acordes que oíamos desde fuera se han callado al entrar nosotros. ¿Será una cantora de profesión la que cantaba tan maravillosamente?» Grano-de-Belleza contestó: «¡No, señores; era mi propia mujer!» Y les contó su historia, desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle.
Entonces, el jefe de los derviches, que era el mismo califa, dijo á Grano-de-Belleza, que le parecía todo lo delicioso posible y por el cual sintió súbito afecto: «Hijo mío, puedes tranquilizarte respecto á los diez mil dinares que debes al ex marido{170} de tu esposa. Soy el jefe de la tekké de los derviches de Bagdad, que cuenta con cuarenta miembros, y gracias á Alah estamos acomodados; diez mil dinares no constituyen para nosotros ningún sacrificio. Te prometo que los tendrás antes de diez días. Pero ve á rogar á tu esposa que cante algo desde detrás del tapiz para exaltarnos el alma. Porque la música, hijo mío, les sirve á unos de comida, á otros de remedio y á otros de abanico; pero para nosotros es las tres cosas á un tiempo.»
Grano-de-Belleza no se hizo rogar más, y su esposa Zobeida se avino á cantar para los derviches; de modo que el júbilo de éstos fué extremado, y pasaron una noche deliciosa, ya escuchando el canto y contestando: «¡Ah! ¡Ah!» con toda su alma, ya conversando agradablemente, ya oyendo las chistosas improvisaciones del poeta Abu-Nowas, á quién la belleza del muchacho hacía delirar hasta el límite del delirio.
Al amanecer se levantaron los falsos derviches, y el califa, antes de irse, colocó debajo del almohadón en que estaba apoyado un bolsillo con cien dinares de oro, para empezar, y que eran los únicos que en aquel momento llevaba encima. Después se despidieron del joven huésped, dándole las gracias por boca de Abu-Nowas, que le improvisó versos exquisitos y se prometió por dentro no perderle de vista.
Hacia el mediodía, Grano-de-Belleza, á quien Zobeida había entregado los cien dinares de oro{171} encontrados debajo del almohadón, quiso salir para ir al zoco á hacer unas compras, cuando al abrir la puerta vió parados delante de la casa cincuenta mulos pesadamente cargados de fardos de telas, y en una mula ricamente enjaezada, á un joven esclavo abisinio, de facciones encantadoras y cuerpo moreno, que llevaba en la mano una misiva enrollada.
Al ver á Grano-de-Belleza, el gentil esclavillo se apeó rápidamente, besó la tierra delante del joven, y entregándole la misiva, le dijo: «¡Oh mi señor Grano-de-Belleza! Acabo de llegar ahora mismo del Cairo, enviado á ti por tu padre, mi amo Schamseddin, síndico de los mercaderes de la ciudad. Te traigo cincuenta mil dinares en mercaderías de valor y un paquete que encierra un regalo de tu madre dedicado á tu esposa Sett Zobeida, y compuesto de una jarra de oro enriquecida con pedrería y una jofaina de oro cincelado...»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 265.ª NOCHE
Ella dijo:
»...y compuesto de una jarra de oro enriquecida con pedrería y una jofaina de oro cincelado.»{172}
Grano-de-Belleza quedó tan sorprendido y contento á la vez con aquel suceso milagroso, que no pensó en un principio mas que en enterarse del contenido de la carta. La abrió, y leyó lo que sigue:
«Después de los deseos más completos de dicha y salud de parte de Schamseddin á su hijo Alaeddin Grano-de-Belleza:
»Sabe ¡oh hijo amado! que el rumor del desastre sufrido por tu caravana y la pérdida de tus bienes ha llegado hasta mí. En seguida te he mandado preparar una nueva caravana de cincuenta mulos cargados de mercaderías por valor de cincuenta mil dinares de oro. Además, tu madre te envía un traje precioso que ha bordado ella misma, y como regalo para tu esposa un jarro y una jofaina, que nos atrevemos á esperar que le gusten.
»Efectivamente, supimos con cierto asombro que has servido de Desligador en un divorcio ligado por la fórmula de la Repudiación por Tres. Pero ya que la mujer resulta á gusto tuyo después de la prueba, has hecho bien en conservarla. Y así, las mercancías que te enviamos bajo la custodia del pequeño abisinio Salim servirán muy holgadamente para pagar los diez mil dinares que debes como indemnización al primer marido.
»Tu madre y todos los nuestros están contentos y sanos, esperando tu próxima vuelta, y te envían sus zalemas afectuosas y la mayor expresión de ternura.
»¡Vive dichoso largo tiempo!»{173}
Esta carta y la llegada inesperada de aquellas riquezas alborotaron de tal modo á Grano-de-Belleza, que no pensó ni por un instante en lo inverosímil del suceso. Subió á las habitaciones de su esposa y la enteró de lo ocurrido.
Aún no había terminado sus explicaciones, cuando llamaron á la puerta, y el padre de Zobeida y el primer marido entraron en el vestíbulo. Iban á tratar de convencer á Grano-de-Belleza de que se divorciara amistosamente.
Y el padre de Zobeida dijo á Grano-de-Belleza: «¡Hijo mío, ten piedad de mi primer yerno, que quiere mucho á su ex esposa! Alah te ha enviado riquezas que te permitirán comprar las esclavas más bellas del mercado, y casarte también, en legítimas nupcias, con la hija del más importante de los emires. ¡Devuelve, pues, á ese pobre hombre su ex esposa, y él consentirá en ser tu esclavo!» Pero Grano-de-Belleza contestó: «Precisamente me ha enviado Alah todas esas riquezas para remunerar con liberalidad á mi antecesor. Dispuesto estoy á darle los cincuenta mulos con sus mercancías y hasta el lindo esclavo abisinio Salim, y á no conservar de todo ello mas que el regalo destinado á mi esposa, ó sea el jarro y la jofaina.» Y añadió: «Y si tu hija Zobeida consiente en volver con su anterior esposo, estoy conforme con desligarla.»
Entonces el padre entró en el aposento de Zobeida y le preguntó: «¿Qué? ¿Consientes en volver con tu anterior marido?» Y ella respondió, haciendo{174} grandes gestos: «¡Ya Alah! ¡Ya Alah! ¡Si nunca supo el valor de los arriates de mi jardín y siempre se paró á mitad de camino! ¡No, por Alah! ¡Me quedo con el joven que me ha explorado en todos sentidos!»
Cuando el primer esposo se cercioró de que había de perder toda esperanza, le entró tal pena, que le estalló el hígado en el acto, y murió.
En cuanto á Grano-de-Belleza, siguió gozando con la encantadora y sagaz Zobeida; y todas las noches, después del banquete y de múltiples copulaciones y cosas semejantes, organizaba con ella un concierto capaz de hacer bailar á los peñascos y de suspender en el fondo del cielo el vuelo de las aves.
A los diez días de casado, recordó de pronto la promesa que le había hecho el jefe de los derviches de enviarle los diez mil dinares, y dijo á su esposa: «¡Mira qué jefe de embusteros! ¡Si hubiera yo tenido que esperar la realización de su promesa, me habría muerto de hambre en la cárcel! ¡Por Alah! ¡Como le encuentre otra vez, le diré lo que pienso de su mala fe!»
Y después, como iba anocheciendo, mandó encender las luces de la sala de recepciones, y se disponía á organizar el concierto, como todas las noches, cuando llamaron á la puerta. Quiso ir á abrir él mismo, y no se sorprendió poco al ver á los cuatro derviches de la primera noche. Se echó á reir en su cara, y les dijo: «¡Bien venidos sean estos{175} embusteros, hombres de mala fe! Pero, de todos modos, os invito á entrar, pues Alah me ha librado de tener en adelante necesidad de vuestros favores. ¡Y además, aunque embusteros é hipócritas, sois muy agradables y bien educados!» Y les introdujo en el salón de recepciones, y rogó á Zobeida que les cantara algo desde detrás del tapiz. Y ella lo hizo de manera capaz de arrebatar la razón, de hacer bailar á las piedras y de suspender en el fondo del cielo el vuelo de las aves.
En un momento dado, el jefe de los derviches se levantó y se ausentó para evacuar una necesidad. Entonces, uno de los falsos derviches, que era el poeta Abu-Nowas, se inclinó hacia el oído de Grano-de-Belleza, y le dijo...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 266.ª NOCHE
Ella dijo:
...el poeta Abu-Nowas, se inclinó hacia el oído de Grano-de-Belleza, y le dijo: «¡Oh encantador huésped nuestro! Permíteme que te dirija una pregunta. ¿Cómo has podido creer un momento que tu padre Schamseddin te enviara los cincuenta mulos{176} cargados de riquezas? ¡Vamos á ver! ¿Cuántos días se necesitan para ir al Cairo desde Bagdad?» El otro contestó: «Cuarenta y cinco.» Abu-Nowas preguntó: «¿Y para volver?» El otro contestó: «Otros cuarenta y cinco lo menos.» Abu-Nowas se echó á reir, y dijo: «¿Y cómo quieres que en menos de diez días tu padre haya averiguado la pérdida de la caravana y haya podido mandarte la segunda?» Grano-de-Belleza exclamó: «¡Por Alah! ¡Mi alegría fué tan grande, que no me dió tiempo de pensar todo eso! Pero dime, entonces, ¡oh derviche! ¿quién ha escrito la carta? ¿De dónde procede el envío?» Abu-Nowas contestó: «¡Ah Grano-de-Belleza! ¡Si fueras tan perspicaz como hermoso, hace tiempo que habrías adivinado que nuestro jefe, con su traje de derviche, es nuestro amo el califa, el Emir de los Creyentes, Harún Al-Rachid, y el segundo derviche, el sabio visir Giafar el Barmecida, y el tercero, el portaalfanje Massrur, y yo mismo, tu esclavo y admirador Abu-Nowas, sencillamente poeta!»
Oídas estas palabras, Grano-de-Belleza llegó al límite de la sorpresa y de la confusión, y preguntó tímidamente: «Pero, ¡oh gran poeta Abu-Nowas! ¿cuál es el mérito que me ha traído tantos beneficios del califa?» Abu-Nowas sonrió, y dijo: «¡Tu hermosura!» Y añadió: «A sus ojos, el mérito mayor es ser joven, simpático y hermoso. Y se le figura que nunca es caro comprar el espectáculo de un ser bello y el ver un rostro lindo.»
A todo esto el califa volvió á ocupar su sitio en{177} la alfombra, y entonces Grano-de-Belleza fué á inclinarse entre sus manos, y le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Alah te conserve á nuestro respeto y á nuestro amor, y nunca nos prive de los beneficios de tu generosidad!» Y el califa le sonrió y le acarició levemente la mejilla, y le dijo: «Mañana te aguardo en palacio.» Después levantó la sesión, y seguido de Giafar, Massrur y Abu-Nowas, que encargó á Grano-de-Belleza que no olvidase lo ofrecido, se marchó.
Al día siguiente, Grano-de-Belleza, á quien su esposa había aconsejado repetidamente que fuera á palacio, eligió las cosas más preciosas de las que le había llevado el pequeño abisinio Salim, las encerró en un lindísimo cofrecillo, y colocó éste en la cabeza del hermoso esclavo; y después de que le vistió y arregló con esmero su esposa Zobeida, se dirigió hacia el diván, acompañado del esclavo con su carga. Y subió al diván, y poniendo el cofrecillo á los pies del califa, le dirigió un cumplimiento en versos bien rimados, y le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! Nuestro bendito Profeta (¡sean con Él la plegaria y la paz!) aceptaba los regalos para no causar pena á quienes se los ofrecían. ¡Tu esclavo sería también muy feliz si quisieras recibir este cofrecillo como señal de mi gratitud!»
Encantado el califa de la atención del joven, le dijo: «¡Demasiado regalo es, ¡oh Grano-de-Belleza! pues tu persona supone ya un perfecto presente! Sé bien venido á mi palacio; hoy mismo te conferiré{178} un buen empleo.» E inmediatamente destituyó de su cargo al síndico de los mercaderes de Bagdad, y nombró para tal puesto á Grano-de-Belleza.
Después, para que todo el mundo se enterara del nombramiento, el califa escribió un firmán con el decreto correspondiente, y lo mandó entregar al walí, el cual se lo dió á un pregonero, que lo promulgó por todos los zocos y calles de Bagdad.
En cuanto á Grano-de-Belleza, desde aquel día empezó á ver con regularidad al califa, que ya no podía pasarse sin él. Y como no tenía tiempo para vender personalmente sus mercancías, mandó abrir una hermosa tienda, á cuyo frente puso al esclavillo moreno, que desempeñó á maravilla tan delicado oficio.
Apenas habían transcurrido dos ó tres días, cuando fueron á anunciar al califa la súbita defunción de su gran copero. Y el califa nombró inmediatamente á Grano-de-Belleza gran copero, y le regaló un ropón de honor, apropiado para tan alto cargo, y le asignó suntuosos emolumentos. Y de esta manera ya no se separaba de él.
A los dos días, y estando Grano-de-Belleza al lado del califa, entró el gran chambelán, besó la tierra delante del trono, y dijo: «¡Conserve Alah los días del Emir de los Creyentes, y los aumente en otros tantos como la muerte acaba de arrebatar al gobernador de palacio!» Y añadió: «¡Oh Emir de los Creyentes, el gobernador de palacio acaba de fallecer!» El Emir de los Creyentes dijo: «¡Téngale{179} Alah en su misericordia!» Y en el acto nombró á Grano-de-Belleza gobernador de palacio en vez del difunto, y le asignó emolumentos más suntuosos todavía. Y de esta manera Grano-de-Belleza tenía que estar continuamente al lado del califa. Hecho este nombramiento y comunicado á todo el palacio, el califa levantó la sesión, agitando el pañuelo como de costumbre...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 267.ª NOCHE
Ella dijo:
...el califa levantó la sesión, agitando el pañuelo como de costumbre, y se quedó solo con Grano-de-Belleza.
Y desde entonces Grano-de-Belleza pasó todos los días en palacio, y no volvía á su casa hasta bien entrada la noche, y se acostaba feliz con su esposa, á quien contaba todos los sucesos del día.
El afecto del califa á Grano-de-Belleza fué acrecentándose diariamente, hasta el punto de que lo habría sacrificado todo antes que dejar sin satisfacer el menor deseo del joven, como lo demuestra el hecho siguiente:{180}
El califa daba un concierto, al cual asistían sus íntimos amigos de siempre: Giafar, el poeta Abu-Nowas, Massrur y Grano-de-Belleza. Detrás del tapiz cantaba la propia favorita del califa, la más bella y perfecta de sus concubinas. Pero de pronto el califa miró fijamente á Grano-de-Belleza, y le dijo: «Amigo, estoy leyendo en tus ojos que te gusta mi favorita.» Y Grano-de-Belleza contestó: «¡Lo que gusta al amo debe gustar al esclavo!» Pero el califa exclamó: «¡Por mi cabeza y por la tumba de mis antepasados! ¡Grano-de-Belleza, te pertenece mi favorita desde este momento!» Y llamó en seguida al jefe de los eunucos, y le dijo: «¡Transporta á casa del gobernador de palacio todo el ajuar y las cuarenta esclavas de mi favorita Delicia-de-los-Corazones, y después llévala también á su casa en una silla de manos!» Pero Grano-de-Belleza dijo: «¡Por tu vida, ¡oh Príncipe de los Creyentes! dispensa á tu indigno esclavo de tomar lo que le pertenece al amo!» Entonces el califa comprendió la idea de Grano-de-Belleza, y le dijo: «¡Razón tienes! ¡Es probable que tu esposa tenga celos de mi ex favorita! ¡Quédese ésta, pues, en palacio!» Después se volvió hacia su visir Giafar, y le dijo: «¡Oh Giafar! Tienes que ir inmediatamente al zoco de los esclavos, pues hoy es día de mercado, y comprar en diez mil dinares la esclava más bella de todo el zoco. ¡Y la mandarás llevar en seguida á casa de Grano-de-Belleza!»
Giafar se levantó en el acto, fué al zoco de los{181} esclavos, y rogó á Grano-de-Belleza que le acompañara para indicarle la que prefiriese.
Y el walí de la ciudad, emir Khaled, había ido también al zoco aquel día á comprar una esclava para su hijo, que acababa de llegar á la edad de la pubertad.
Porque el walí de la ciudad tenía un hijo. Pero este hijo era un muchacho tan feo, que haría abortar á una parturienta, contrahecho, hediondo, de aliento fétido, de ojos atravesados y de boca tan ancha como la vulva de una vaca vieja. Por eso le llamaban Gordo-Hinchado.
Precisamente la víspera por la noche había cumplido Gordo-Hinchado los catorce años, y su madre estaba alarmada hacía algún tiempo por no observar en él ningún síntoma de virilidad real. Pero no tardó en tranquilizarse al notar, la mañana de aquel día, que su hijo Gordo-Hinchado había copulado en sueños en la cama, dejando en ella huellas evidentes.
Tal observación había entusiasmado en extremo á la madre de Gordo-Hinchado, y la había hecho ir corriendo á ver á su esposo, al cual había comunicado la feliz nueva, obligándole á marchar inmediatamente al zoco, acompañado de su hijo, para comprarle una hermosa esclava que le conviniera.
Y el Destino, que está en manos de Alah, quiso que aquel día se encontraran en el zoco Giafar y Grano-de-Belleza con el emir Khaled y su hijo Gordo-Hinchado.{182}
Después de las zalemas acostumbradas, se reunieron en un grupo y ordenaron que desfilaran por delante de ellos los corredores, cada cual con las esclavas blancas, morenas ó negras de que dispusiese.
Así vieron cantidad innumerable de muchachas griegas, abisinias, chinas y persas; y ya se iban á retirar sin haber elegido ninguna, cuando el mismo jefe de los corredores pasó el último, llevando de la mano á una joven con la cara destapada, más hermosa que la luna llena del mes de Ramadán.
Al verla, Gordo-Hinchado empezó á resollar con fuerza para expresar su deseo, y le dijo á su padre, el emir Khaled: «¡Esa es la que necesito!» Y por su parte, Giafar preguntó á Grano-de-Belleza: «¿Te conviene esa?» Y el otro respondió: «Es la que elijo.»
Entonces Giafar preguntó á la joven: «¿Cómo te llamas, ¡oh esclava gentil!?» Ella contestó: «¡Oh mi señor! Yazmina.» Y el visir preguntó al corredor: «¿En cuánto está tasada Yazmina?» El corredor dijo: «En cinco mil dinares, ¡oh mi amo!» Y Gordo-Hinchado gritó: «¡Ofrezco seis mil!»
En aquel momento se adelantó Grano-de-Belleza, y dijo: «¡Ofrezco ocho mil!» Entonces Gordo-Hinchado resolló con rabia, y exclamó: «¡Ocho mil un dinares!» Giafar dijo: «¡Nueve mil uno!» Pero Grano-de-Belleza dijo: «¡Diez mil dinares!»
Y el corredor, temiendo que se arrepintiera alguno, dijo: «¡Adjudicada en diez mil dinares la es{183}clava Yazmina!» Y se la entregó á Grano-de-Belleza.
Al ver aquello, Gordo-Hinchado se cayó, azotando el aire con pies y manos, y desconsolando á su padre el emir Khaled, que no le había llevado al zoco mas que por complacer á su esposa, pues le detestaba por idiota y feo.
En cuanto á Grano-de-Belleza, tras de dar las gracias al visir Giafar, se llevó á Yazmina, y la amó, y ella le amó también. Y después de haberla presentado á su esposa Zobeida, que la encontró simpática y le felicitó por su elección, se unió con ella legítimamente, tomándola como segunda esposa. Y durmió con ella aquella noche, y la fecundó, como se demostrará más adelante.
Y vamos ahora con Gordo-Hinchado.
Cuando á fuerza de promesas y mimos lograron llevarle á su casa, se tiró sobre el diván, y no quiso levantarse para comer ni beber, y por otra parte, casi había perdido la razón.
Mientras todas las mujeres de la casa, consternadas, rodeaban á la madre de Gordo-Hinchado, que había llegado á los límites de la perplejidad, entró una vieja, que era la madre de un ladrón famoso, sentenciado entonces á prisión perpetua, y conocido de toda Bagdad con el sobrenombre de Ahmed-la-Tiña.
Este Ahmed-la-Tiña era tan diestro en el arte de robar, que para él constituía cosa de juego apoderarse de una puerta en las narices del portero y{184} hacerla desaparecer en un momento como si se la tragase, perforar las paredes delante de un casero fingiendo orinar, arrancarle las pestañas á un individuo sin que lo notara, y limpiar de kohl los ojos de una mujer sin que se enterase ella.
La madre de Ahmed-la-Tiña entró en el aposento de la de Gordo-Hinchado, y después de las zalemas, le preguntó: «¿Cuál es la causa de tu aflicción, ¡oh mi señora!? ¿Y qué mal padece mi joven amo, tu hijo, á quien Alah conserve?» Entonces la madre de Gordo-Hinchado contó á aquella vieja, que hacía tiempo la proveía de criadas, la contrariedad que les ponía á todos en tal estado. Y la madre de Ahmed-la-Tiña exclamó: «¡Oh mi señora! Únicamente mi hijo os puede sacar del paso; ¡lo juro por tu vida! Trata de lograr que le suelten, y ya sabrá inventar un medio de traer á la bella Yazmina á los brazos de nuestro joven amo, tu hijo. Porque ya sabes que mi pobre hijo se halla encadenado y tiene en los pies una argolla de hierro, en la cual están grabadas estas palabras: «Cadena perpetua.» ¡Y todo por haber fabricado moneda falsa!» Y la madre de Gordo-Hinchado prometió protegerle.
Efectivamente, aquella misma noche, cuando su esposo el walí, de regreso en su casa, fué á buscarla después de cenar, se había ella arreglado y perfumado, adoptando un aspecto amable. Y el emir Khaled, que era un hombre muy bueno, no pudo resistir el deseo que provocaba en él la contemplación de su mujer, y quiso poseerla; pero ella se resistió,{185} diciendo: «¡Júrame por el divorcio, que me concederás lo que te pida!» Y se lo juró. Entonces ella le enterneció hablándole de la desgracia de la anciana madre del ladrón, y logró de él la promesa de que le soltarían. Y entonces dejó que la montara el esposo.
Y á la mañana siguiente, el emir Khaled, después de las abluciones y la oración, se fué á la cárcel en que estaba encerrado Ahmed-la-Tiña, y le preguntó: «¿Y qué, bandido, te arrepientes de tus pasadas fechorías?» Y el otro contestó: «Me arrepiento, y lo proclamo con la palabra como lo pienso con el corazón.» Entonces el walí le sacó de la cárcel y le llevó ante el califa, que se quedó asombrado al verle vivo todavía, y le preguntó: «¿Y cómo no te has muerto aún, bandido?» El otro contestó: «¡Por Alah, oh Emir de los Creyentes, la vida de los malos es muy dura de pelar!» Entonces el califa se echó á reir á carcajadas, y dijo: «¡Manden venir al herrero para que le quite la argolla!» Y luego dijo: «Como estoy enterado de tus hazañas, voy á ayudarte ahora á persistir en tu arrepentimiento, y como eres el que más conoce á los ladrones, te nombro jefe de vigilancia de Bagdad.» Y en seguida el califa mandó promulgar un edicto nombrando á Ahmed-la-Tiña jefe de vigilancia. Entonces Ahmed besó la mano al califa y en seguida empezó á ejercer sus funciones.
Y para festejar alegremente su libertad y su nuevo cargo, principió por ir á la taberna regida por el judío Abraham, testigo de sus pasadas haza{186}ñas, vaciando dos ó tres frascos de su bebida favorita, vino jónico excelente. Y cuando su madre fué á buscarle para hablarle de la gratitud qne debía manifestar siempre á la esposa del emir Khaled y madre de Gordo-Hinchado, que había sido la causante de su libertad, le encontró medio borracho y tirándole de las barbas al judío, que no se atrevía á protestar por respeto al cargo temible del antiguo Ahmed-la-Tiña, actual jefe de vigilancia.
De todos modos, la vieja logró sacarle de allí, y hablándole reservadamente, le contó cuantas incidencias motivaron su libertad, y le dijo que había que discurrir inmediatamente algo para quitar la esclava á Grano-de-Belleza, gobernador de palacio.
Oídas estas palabras, Ahmed-la-Tiña dijo á su madre: «Se hará esta misma noche, pues es facilísimo.» Y la dejó para ir á preparar el golpe...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 268.ª NOCHE
Ella dijo:
...Y la dejó para ir á preparar el golpe.
Y hay que advertir que aquella noche el califa había entrado en el aposento de su esposa porque{187} era el primer día del mes, y reservaba con regularidad aquel día para hablar con ella de los asuntos corrientes y preguntarle su opinión sobre todas las cuestiones generales y particulares del Imperio. Efectivamente, cifraba en ella una confianza ilimitada, y la quería por su cordura y su belleza inextinguible. Pero también hay que advertir que antes de entrar en la habitación de su esposa el califa tenía la costumbre de dejar en el vestíbulo, encima de un velador especial, un rosario de cuentas alternadas de ámbar y turquesas, su alfanje recto, con empuñadura de jade incrustada de rubíes gordos como huevos de paloma, su sello regio y una lamparita de oro adornada con pedrería, que le alumbraba cuando por las noches inspeccionaba secretamente el palacio.
Ahmed-la-Tiña conocía todos estos pormenores, que le sirvieron para realizar su proyecto. Aguardó las tinieblas de la noche y el sueño de los esclavos para colgar una escala de cuerda á lo largo del muro del pabellón que servía de aposento á la esposa del califa, trepar por ella y penetrar silencioso como una sombra en el vestíbulo. Llegado allí, se apoderó en un momento de los cuatro objetos preciosos, y se apresuró á bajar por donde había subido.
Desde allí corrió á casa de Grano-de-Belleza, y por el mismo medio penetró en el patio, y sin hacer el menor ruido quitó uno de los baldosines de mármol del pavimento, abrió rápidamente un hoyo y allí metió los objetos robados. Y después de haberlo{188} dejado todo en orden, desapareció para seguir bebiendo en la taberna del judío Abraham.
Sin embargo, Ahmed-la-Tiña, á fuer de perfecto ladrón, no había podido resistir al deseo de apropiarse uno de los objetos preciosos. Por lo tanto, había separado la lamparita de oro, y en vez de enterrarla con lo demás en el hoyo, se la había metido en el bolsillo, diciendo para sí: «¡No acostumbro á dejar de cobrar la comisión! ¡Me pagaré á mí mismo!»
Volviendo al califa, grande fué su sorpresa cuando por la mañana ya no encontró en el velador los cuatro objetos preciosos. Y cuando, interrogados los eunucos, se tiraron de bruces al suelo, protestando de su ignorancia, le entró al califa una cólera sin límites, de tal modo, que se puso inmediatamente el terrible ropón del furor. El tal ropón era todo de seda roja, y cuando el califa se lo ponía era señal de seguro desastre y de calamidades espantosas sobre la cabeza de cuantos le rodeaban.
Revestido el califa con el ropón rojo, entró en el diván y se sentó en el trono, solo en el salón. Y todos los chambelanes y visires entraron uno por uno y se prosternaron con la cara contra el suelo, y permanecieron en tal postura, menos Giafar, que, aunque muy pálido, estaba erguido, con los ojos fijos en los pies del califa.
Pasada una hora de espantable silencio, el califa miró á Giafar impasible, y le dijo con voz sorda: «¡La copa hierve!» Giafar contestó: «¡Alah evite todo mal!»{189}
Pero en aquel momento entró el walí acompañado de Ahmed-la-Tiña. Y el califa le dijo: «¡Acércate, emir Khaled! Dime cómo está la tranquilidad pública en Bagdad.» El walí, padre de Gordo-Hinchado, contestó: «La tranquilidad es perfecta en Bagdad, ¡oh Emir de los Creyentes!» El califa exclamó: «¡Mientes!» Y como el walí, trastornado, aún no sabía el origen de aquella ira, Giafar, que estaba á su lado, le deslizó al oído en dos palabras el motivo, acabando de consternarle. Después le dijo el califa: «¡Si antes de esta noche no has podido dar con los objetos preciosos que me son más queridos que mi reino, colgaremos tu cabeza á la puerta de palacio!»
Oídas estas palabras, el walí besó la tierra entre las manos del califa, y exclamó: «¡Oh Emir de los Creyentes! El ladrón debe ser alguien de palacio, porque el vino que se agria lleva en sí su propio fermento. Y además, permite decir á tu esclavo que el único responsable ha de ser el comandante especial encargado de esta vigilancia, y que además conoce uno por uno á todos los ladrones de Bagdad y del Imperio. Su muerte habría de preceder por lo tanto á la mía, si no parecieran los objetos perdidos.»
Entonces se adelantó Ahmed-la-Tiña, comandante de vigilancia, y después de los homenajes debidos, dijo al califa: «¡Oh Emir de los Creyentes! ¡descubriremos al ladrón! Pero ruego al califa me facilite un firmán que me permita hacer pesquisas{190} en casa de todos los habitantes de palacio y en las de todos los que entran aquí, sin excluir la del kadí, ni la del gran visir Giafar, ni la de Grano-de-Belleza, gobernador de palacio.» Y el califa mandó que se le facilitara en el acto el firmán pedido, y dijo: «De todos modos, he de cortar la cabeza á alguien, ó á ti ó al ladrón. ¡Escoge! ¡Y juro por mi vida y por la tumba de mis antepasados, que aunque el ladrón fuera mi hijo, el heredero de mi trono, mi decisión será la misma: la muerte por horca en la plaza pública!»
Oídas estas palabras, Ahmed-la-Tiña, con el firmán en la mano, se retiró y fué á buscar á dos guardias del kadí y á otros dos del walí, y empezó inmediatamente sus pesquisas visitando la casa de Giafar y la del kadí y la del walí, y llegó después á la de Grano-de-Belleza, que todavía ignoraba cuanto acababa de ocurrir.
Ahmed-la-Tiña, con el firmán en una mano y una pesada vara de cobre en la otra, entró en el vestíbulo y enteró de la situación á Grano-de-Belleza, y le dijo: «Yo me guardaría muy bien, señor, de llevar á cabo pesquisas en la casa del fiel confidente del califa. ¡Permíteme, pues, que me retire como si lo hubiera hecho!» Grano-de-Belleza dijo: «¡Alah me libre de ello, ¡oh jefe de vigilancia! ¡Tienes que cumplir tu deber hasta el fin!» Entonces Ahmed-la-Tiña dijo: «Voy á hacerlo sólo por fórmula.» Y con aspecto negligente salió al patio y empezó á darle la vuelta, golpeando en cada bal{191}dosín de mármol con la pesada vara de cobre, hasta que llegó al baldosín consabido, que al recibir el golpe, sonó á hueco.
Al oir este sonido, Ahmed-la-Tiña exclamó: «¡Oh señor, por Alah! ¡Se me figura que aquí debajo debe de haber algún subterráneo que encierra un tesoro de pasados siglos!» Y Grano-de-Belleza dijo á los cuatro guardias: «Tratad, pues, de quitar el baldosín, para que veamos lo que hay debajo.» Y en seguida los guardias hicieron penetrar sus instrumentos en las junturas del baldosín de mármol y lo levantaron. Y á la vista de todos aparecieron tres de los objetos robados: el alfanje, el sello y el rosario.
Al verlos, gritó Grano-de-Belleza: «¡En nombre de Alah!», y cayó desmayado.
Entonces Ahmed-la-Tiña mandó llamar al kadí, y al walí, y á los testigos, que levantaron inmediatamente acta del descubrimiento; y todos pusieron su sello en el documento, y el kadí en persona fué á entregárselo al califa, mientras los guardias se apoderaban de Grano-de-Belleza.
Cuando el califa tuvo entre las manos los tres objetos robados, menos la lámpara, y se enteró de que se habían encontrado en la casa de aquel á quien consideraba como su más fiel confidente é íntimo amigo, á quien había colmado de mercedes, depositando en él ilimitada confianza, permaneció durante una hora sin decir palabra, y después se volvió hacia el jefe de los guardias y dijo: «¡Que le ahorquen!»{192}
Inmediatamente salió el jefe de los guardias y mandó pregonar la sentencia por todas las calles de Bagdad, y fué á la casa de Grano-de-Belleza, al cual prendió, y cuyos bienes y mujeres confiscó en el acto. Los bienes ingresaron en el Tesoro público y las mujeres iban á ser subastadas en el mercado como esclavas; pero entonces, el walí, padre de Gordo-Hinchado, declaró que se llevaba una, que era la esclava comprada por Giafar, y el jefe de los guardias hizo llevar á su propia casa á la otra, que era Zobeida, la de la voz hermosa.
Y este jefe de los guardias era precisamente el mejor amigo de Grano-de-Belleza, y le había consagrado un afecto paternal que nunca habíase desmentido. Y aunque ejecutaba en público las terribles medidas de rigor dictadas contra Grano-de-Belleza por la ira del califa, se propuso salvar la cabeza de su hijo adoptivo, y empezó por poner en seguridad dentro de su casa á una de sus esposas, á la bella Zobeida, aniquilada por la desventura.
Aquella misma noche había de ser ahorcado Grano-de-Belleza, encadenado por lo pronto en la cárcel. Pero el jefe de los guardias velaba por él. Fué á buscar al carcelero mayor, y le dijo: «¿Cuántos presos hay condenados á que les ahorquen esta semana sin remedio?» El otro contestó: «Unos cuarenta, poco más ó menos.» El jefe de los guardias dijo: «Quiero verlos á todos.» Y les pasó revista uno tras otro repetidas veces, y acabó por escoger uno que se parecía de un modo asombroso á Grano-de-{193}Belleza, y dijo al carcelero: «¡Éste me va á servir, como en otro tiempo la bestia sacrificada por el Patriarca padre de Ismael en lugar de su hijo!»
Se llevó, pues, al preso, y á la hora señalada para el suplicio fué á entregárselo al verdugo, que inmediatamente, y ante la muchedumbre inmensa congregada en la plaza, y después de las formalidades piadosas acostumbradas, echó la cuerda al cuello del supuesto Grano-de-Belleza, y de un empujón lo lanzó, ahorcado, al espacio.
Hecho esto, el jefe de los guardias aguardó que oscureciera para ir á sacar de la cárcel á Grano-de-Belleza y llevárselo ocultamente á su casa. Y entonces le reveló lo que acababa de hacer por él, y le dijo: «Pero, ¡por Alah! ¿cómo te dejaste tentar por esos objetos preciosos, hijo mío, habiendo puesto el califa en ti toda su confianza?»
Al oir estas palabras, Grano-de-Belleza cayó desmayado de emoción, y cuando recobró el sentido á fuerza de cuidados, exclamó: «¡Por el Nombre augusto y por el Profeta, ¡oh padre mío! soy completamente ajeno á ese robo y desconozco su causa y su autor!» Y el jefe de los guardias no vaciló en creerlo, y le dijo: «¡Tarde ó temprano, hijo mío, se descubrirá al culpable! Pero tú no puedes seguir un momento en Bagdad, pues no en vano se tiene á un rey por enemigo. Por lo tanto, me voy á marchar contigo, dejando en casa cerca de mi mujer á tu esposa Zobeida, hasta que Alah, con su sabiduría, varíe tal estado de cosas.»{194}
Después, sin dar tiempo siquiera á Grano-de-Belleza para despedirse de su esposa Zobeida, se lo llevó, diciéndole: «Ahora mismo nos vamos al puerto de Ayas, en el mar salado, para embarcarnos hacia Iskandaria[1], en donde aguardarás los sucesos viviendo tranquilamente, pues esa ciudad de Iskandaria, ¡oh hijo mío! es muy agradable de habitar y sus alrededores son verdes y benditos.»
En seguida ambos se pusieron en camino, de noche, y pronto se vieron fuera de Bagdad. Pero no tenían cabalgaduras, y ya no sabían cómo proporcionárselas, cuando vieron á dos judíos cambistas de Bagdad, hombres muy ricos y conocidos del califa. Entonces el jefe de los guardias temió que fueran á contar al califa que le habían visto con Grano-de-Belleza vivo. Se adelantó hacia ellos y les dijo: «¡Bajad de las mulas!» Y los dos judíos se apearon, temblando, y el jefe de los guardias les cortó la cabeza, les cogió el dinero y montó en una mula, dándole la otra á Grano-de-Belleza; y ambos siguieron su camino hacia el mar.
Llegados á Ayas, cuidaron de confiar sus mulas al propietario del khan en que pararon para descansar, encargándole que las cuidase mucho, y al día siguiente buscaron juntos un barco que saliera para Iskandaria. Acabaron por encontrar uno que estaba á punto de darse á la vela. Entonces, el jefe de los guardias, después de dar á Grano-de-Belleza {195}todo el oro arrebatado á los judíos, le aconsejó vehementemente que aguardara en Iskandaria con toda serenidad las noticias que no dejaría de enviarle desde Bagdad, y hasta que esperase su llegada á Iskandaria, desde donde le volvería á llevar á Bagdad cuando se descubriera al culpable. Luego le abrazó, llorando, y le dejó cuando ya el navío henchía las velas. Y se volvió á Bagdad.
Y véase lo que averiguó.
Al día siguiente de ahorcar al supuesto Grano-de-Belleza, el califa, muy trastornado todavía, llamó á Giafar y le dijo: «¿Has visto, ¡oh mi visir! cómo ha agradecido ese Grano-de-Belleza mis bondades y el abuso de confianza que ha cometido conmigo? ¿Cómo un ser tan hermoso podía tener un alma tan fea?» El visir Giafar, hombre de admirable cordura, que no podía apreciar los motivos de una conducta tan ilógica, se contentó con responder: «¡Oh Emir de los Creyentes! Las acciones más raras sólo son raras porque no comprendemos sus causas. De todos modos, lo único que podemos juzgar es el efecto del acto. ¡Y ese efecto ha sido bien lastimoso para el autor, puesto que le llevó á la horca! ¡No obstante, ¡oh Príncipe de los Creyentes! el egipcio Grano-de-Belleza tenía en los ojos tal reflejo de bondad espiritual, que mi entendimiento se niega á creer en el hecho comprobado por mis sentidos visuales!»
Oídas estas palabras, el califa estuvo una hora reflexionando, y después dijo á Giafar: «De todas{196} maneras, quiero ir á ver el cuerpo del culpable balanceándose en la horca.» Y se disfrazó y salió con Giafar, y llegó al sitio en que el falso Grano-de-Belleza colgaba entre el cielo y la tierra.
El cuerpo estaba envuelto en un sudario que lo tapaba por completo. Y Giafar le quitó el sudario, y el califa miró, pero retrocedió en seguida, estupefacto, exclamando: «¡Oh Giafar! ¡ese no es Grano-de-Belleza!» Giafar examinó el cuerpo, y conoció que, efectivamente, no era Grano-de-Belleza; pero no lo dió á entender, y preguntó con calma: «¿Pues en qué conoces, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es Grano-de-Belleza?» El califa contestó: «En que era más bien bajo de estatura, y éste es alto.» Giafar contestó: «Esa no es prueba. Los ahorcados se alargan.» El califa dijo: «¡El gobernador de palacio tenía dos lunares en las mejillas, y éste no los tiene!» Giafar explicó: «¡La muerte transforma y varía la fisonomía!» Pero el califa dijo: «Fíjate bien, ¡oh Giafar! y observa las plantas de los pies de este ahorcado: llevan tatuadas, según costumbre de los herejes sectarios de Alí, el nombre de los dos grandes jeques. ¡Y bien sabes que Grano-de-Belleza no era chiita, sino sunnita!» Ante tal comprobación, Giafar dijo: «¡Sólo Alah conoce el misterio de las cosas!» Después regresaron ambos á palacio, y el califa mandó que se enterrara aquel cuerpo. Y desde aquel día desterró de su memoria hasta el recuerdo de Grano-de-Belleza.
En cuanto á la esclava, segunda esposa de Gra{197}no-de-Belleza, fué llevada por el emir Khaled á su hijo Gordo-Hinchado. Y éste, que no se había movido de la cama desde el día de la venta, se levantó resollando y quiso acercarse á ella y cogerla en brazos. Pero la bella esclava, irritada y asqueada por el aspecto horrible del idiota, sacó inmediatamente un puñal del cinturón, y exclamó, levantando el brazo: «¡Apártate, ó te mato con este puñal y en seguida me lo clavo en el pecho!» Entonces la madre de Gordo-Hinchado se adelantó, alargando los brazos, y gritó: «¿Cómo te atreves á resistir á los deseos de mi hijo, ¡oh esclava insolente!?» Pero la joven dijo: «¡Oh traidora! ¿qué ley permite á una mujer pertenecer á dos hombres á un tiempo? Y dime, ¿desde cuándo pueden vivir los perros en la morada de los leones?»
Al oir estas palabras, la madre de Gordo-Hinchado dijo: «¡Bueno! ¡Si así es, ya verás qué vida te daremos aquí!» Y la joven replicó: «¡Prefiero morir á renunciar al cariño de mi amo, vivo ó muerto!» Entonces la esposa del walí la mandó desnudar, y le quitó los buenos trajes de seda y las alhajas, y le puso encima del cuerpo una mala y vieja falda de pelo de cabra, y la mandó á la cocina, diciendo: «¡En adelante, tus funciones de esclava en esta casa consistirán en pelar cebollas, poner las cazuelas á la lumbre, exprimir el jugo de los tomates y hacer la masa para el pan!» Y la joven dijo: «¡Prefiero ese oficio de esclava á verle la cara á tu hijo!»
Y desde aquel día trabajó en la cocina; pero no{198} tardó en granjearse las simpatías de las demás esclavas, que no la dejaban ocuparse en nada y le hacían todo el trabajo.
En cuanto á Gordo-Hinchado, al ver que no podía conseguir á la hermosa esclava Yazmina, se metió otra vez en el lecho y no se volvió á levantar.
Hay que recordar que Yazmina, la primera noche de bodas, quedó fecundada por Grano-de-Belleza. Y á los pocos meses de su llegada á la casa del walí, dió á luz un niño varón, tan bello como la luna, al cual llamó Aslán, llorando á lágrima viva, tanto ella como las otras esclavas, porque no estaba allí el padre para dar nombre á su hijo.
Su madre amamantó dos años á Aslán, que llegó á ser robusto y muy hermoso. Y cuando ya sabía andar solo, quiso su destino que un día, mientras su madre estaba ocupada, subiera los peldaños de la escalera de la cocina y llegase á la sala, en donde se hallaba rezando su rosario de ámbar el emir Khaled, padre de Gordo-Hinchado.
Al ver al pequeño Aslán, cuya semejanza con su padre Grano-de-Belleza era absoluta, el emir Khaled sintió que se le arrasaban los ojos en lágrimas, y llamó al niño, y se lo puso en las rodillas, y empezó á acariciarlo enternecido, y dijo para sí: «¡Bendito sea Aquel que crea objetos tan hermosos y les da alma y vida!»
Entretanto, la esclava Yazmina se enteró de la ausencia de su hijo; buscóle por todas partes enloquecida, y á pesar de las costumbres, se decidió á{199} entrar, con la mirada extraviada, en la sala en que se encontraba el emir Khaled. Y vió al niño Aslán en las rodillas del walí, entreteniéndose en meter los deditos por entre las barbas venerables del emir. Pero al percibir á su madre, el chiquitín se echó hacia adelante tendiendo los brazos, y el emir Khaled le sujetó, y dijo á Yazmina con bondad: «¡Acércate, ¡oh esclava! ¿Es hijo tuyo este niño?» Ella respondió: «¡Sí, mi amo, es el fruto de mi corazón!» Y él preguntó: «¿Y quién es su padre? ¿Es alguno de mis servidores?» Y la esclava dijo, entre un torrente de lágrimas: «Su padre es mi esposo, Grano-de-Belleza. ¡Pero ahora, ¡oh mi amo, es hijo tuyo!» Y el walí, muy conmovido, dijo á la esclava: «¡Por Alah! ¡Tú lo has dicho! ¡Desde ahora es hijo mío!» E inmediatamente lo adoptó, y dijo á su madre: «¡Desde hoy tienes que considerar á tu hijo como mío, y cuando esté en edad de comprender, dale á entender que nunca tuvo otro padre que yo!» Y Yazmina contestó: «¡Escucho y obedezco!»
Entonces el emir Khaled se encargó, como verdadero padre, del hijo de Grano-de-Belleza, y le dió una educación esmeradísima, y lo puso en manos de un maestro muy sabio, que era un calígrafo de primer orden, y le enseñó á escribir muy bien, el Korán, la geometría y la poesía. Y cuando el joven Aslán fué mayor, su padre adoptivo, el emir Khaled, le enseñó personalmente á montar á caballo, á manejar las armas, á justar con la lanza y á luchar en los torneos. Y de tal modo, al cumplir los catorce{200} años era un caballero consumado, y fué elevado por el califa al título de emir, como su padre el walí.
Y el Destino dispuso un día que se encontraran el joven Aslán y Ahmed-la-Tiña á la puerta de la tienda del judío Abraham. Y Ahmed-la-Tiña convidó al hijo del emir á tomar un refresco.
Cuando se hubieron sentado, Ahmed-la-Tiña empezó á beber, como de costumbre, hasta emborracharse. Entonces se sacó del bolsillo la lamparita de oro adornada con pedrería que había robado en otro tiempo, y la encendió, porque había oscurecido. En seguida Aslán le dijo: «¡Ya Ahmed! Esa lámpara es muy hermosa. ¡Dámela!» El jefe de vigilancia replicó: «¡Alah me libre! ¿Cómo voy á darte un objeto que ha perdido ya tantas almas? Sabe, en efecto, que esta lámpara ha sido causa de la muerte de un gobernador de palacio, de cierto egipcio llamado Grano-de-Belleza.» Y Aslán, muy interesado, exclamó: «¡Cuéntame eso!»
Entonces Ahmed-la-Tiña le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, jactándose en medio de su borrachera de haber sido el autor de la proeza.
Cuando el joven Aslán volvió á su casa, contó á su madre Yazmina la historia que había oído referir á Ahmed-la-Tiña, y le dijo que la lámpara estaba todavía en poder de aquel malvado.
Al oir aquello, Yazmina exhaló un grito agudo y cayó desmayada...{201}
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 269.ª NOCHE
Ella dijo:
Al oir aquello, Yazmina exhaló un grito agudo y cayó desmayada. Y cuando volvió en sí, prorrumpió en sollozos y se echó al cuello de su hijo Aslán, y le dijo entre lágrimas: «¡Oh hijo mío, Alah acaba de hacer brillar la verdad! ¡No puedo callar ya mi secreto! Sabe ¡oh mi Aslán! que el emir Khaled no es mas que tu padre adoptivo; tu padre por la sangre es mi amado esposo Grano-de-Belleza, que fué castigado, según ves, en lugar del culpable. Por consiguiente, hijo mío, tienes que ir á buscar en seguida á un antiguo amigo íntimo de tu padre, el venerable jefe de la guardia del califa, y contarle lo que acabas de descubrir. Y después le dirás: «¡Te ruego por Alah que me vengues del matador de mi padre Grano-de-Belleza!»
Inmediatamente el joven Aslán fué á buscar al jefe de los guardias de palacio, el mismo que había salvado la vida á Grano-de-Belleza, y le dijo lo que Yazmina le había encargado que le dijera.
Entonces, el jefe de los guardias, en el colmo de la sorpresa y de la alegría, dijo á Aslán: «¡Bendito{202} sea Alah, que desgarra los velos y hace brotar la claridad entre las tinieblas!» Y añadió: «¡Mañana mismo, ¡oh hijo mío! Alah te vengará!»
En efecto, aquel día el califa daba un gran torneo en que debían justar todos los emires y los mejores jinetes de Bagdad, y se había de organizar una partida de pelota á caballo. Y el joven Aslán estaba entre los jugadores de pelota. Y se había puesto su cota de malla y cabalgaba el mejor caballo de las cuadras de su padre adoptivo el emir Khaled. Y realmente estaba espléndido, y hasta el califa se prendó en extremo de su continente y de su vigorosa juventud. Y quiso que fuera su compañero.
Y empezó el juego. Y por una y otra parte los jugadores desplegaron gran arte en sus movimientos y maravillosa destreza para despedir la pelota con el mazo á todo galope de sus caballos.
Pero de pronto, uno de los jugadores del bando opuesto al que dirigía el califa en persona lanzó la pelota derechamente contra la cara del califa, con golpe tan diestro y certero, que infaliblemente el califa habría perdido un ojo y acaso la vida, si el joven Aslán, con admirable maestría, no hubiera parado la pelota al vuelo con su mazo. Y la devolvió tan terriblemente en dirección contraria, que alcanzó en la espalda al jinete que la había lanzado, y le hizo perder los estribos y le rompió el espinazo.
Vista tan brillante acción, el califa miró al jo{203}ven, y le dijo: «¡Vivan los valientes, ¡oh hijo del emir Khaled!» Y el califa se apeó en seguida, después de dar fin al torneo, y reunió á los emires y á todos los jinetes que habían tomado parte en el juego, y llamó al joven Aslán, y ante todos los circunstantes le dijo: «¡Oh valeroso hijo del walí de Bagdad, quiero oirte á ti mismo calcular la recompensa que merece una hazaña como la tuya! ¡Estoy dispuesto á acceder á todas tus peticiones! ¡Habla!»
Entonces el joven Aslán besó la tierra entre las manos del califa, y le dijo: «¡Pido la venganza al Emir de los Creyentes! ¡La sangre de mi padre aún no ha sido rescatada y vive el matador!»
Al oir tales palabras, el califa llegó al límite del asombro, y exclamó: «¿Qué dices, ¡oh Aslán! de vengar á tu padre? ¡Pero si tu padre el emir Khaled está á mi lado, bien vivo, gracias á Alah!» Y Aslán contestó: «¡Oh Emir de los Creyentes! ¡El emir Khaled ha sido para mí el mejor de los padres adoptivos! ¡Sabe, en efecto, que no soy su hijo por la sangre, pues mi padre fué Grano-de-Belleza, el gobernador de palacio.»
Cuando el califa oyó aquellas palabras, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo con voz alterada: «Hijo mío, ¿no sabes que tu padre fué traidor al Príncipe de los Creyentes?» Pero Aslán exclamó: «¡Preserve Alah á mi padre de haber sido el autor de la traición! ¡El traidor está á tu izquierda, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Es el jefe de vigilancia, Ahmed-la-Tiña! ¡Manda que lo regis{204}tren, y en su bolsillo se encontrarán las pruebas de su traición!»
Al oir aquello, el califa mudó de color y se puso amarillo como el azafrán, y con voz espantable llamó al jefe de la guardia y le dijo: «¡Registra delante de mí al jefe de vigilancia!» Entonces el jefe de los guardias, el íntimo amigo de Grano-de-Belleza, se acercó á Ahmed-la-Tiña y le registró los bolsillos en un momento, y sacó de pronto la lámpara de oro robada al califa.
Entonces éste, sin poder apenas reprimirse, dijo á Ahmed-la-Tiña: «¡Ven acá! ¿De dónde te ha venido esa lámpara?» El otro contestó: «¡La compré, ¡oh Príncipe de los Creyentes!» Y el califa dijo á los guardias: «¡Dadle ahora mismo de palos hasta que confiese!» Y en seguida Ahmed-la-Tiña fué apresado por los guardias, desnudado, y apaleado, y acribillado á golpes, hasta que confesó y contó toda la historia desde el principio hasta el fin.
El califa se volvió entonces hacia el joven Aslán, y le dijo: «¡Ahora te toca á ti! ¡Lo vas á ahorcar con tus propias manos!» Y en seguida los guardias echaron la cuerda al cuello de Ahmed-la-Tiña, y Aslán la cogió con ambas manos, y ayudado por el jefe de los guardias, izó al bandido hasta lo más alto de la horca, levantada en medio del campo de carreras.
Cuando se hubo hecho justicia, el califa dijo á Aslán: «¡Hijo mío, todavía no me has pedido una merced por tu hazaña!» Y Aslán respondió: «¡Oh{205} Príncipe de los Creyentes! ¡ya que me permites una petición, te ruego que me devuelvas á mi padre!»
Al oir aquello, el califa se echó á llorar, conmovidísimo, y después murmuró: «Pero ¿no sabes, hijo mío, que tu pobre padre murió ahorcado en virtud de una sentencia injusta? O más bien es probable que muriera, pero no seguro. ¡Por esto, te juro por el valor de mis antepasados otorgar el mayor favor á quien me anuncie que tu padre Grano-de-Belleza no ha muerto!»
Entonces el jefe de los guardias se adelantó hasta la presencia del califa, y dijo: «Dame la palabra de seguridad.» Y el califa respondió: «¡La seguridad está contigo! ¡Habla!» Y el jefe de los guardias dijo: «Te anuncio la buena nueva, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Tu antiguo y fiel servidor Grano-de-Belleza está vivo!»
El califa exclamó: «¿Es cierto lo que dices?» El jefe de los guardias contestó: «¡Por la vida de tu cabeza, te juro que es la verdad! ¡Yo fui el que salvé á Grano-de-Belleza, mandando ahorcar en lugar suyo á un sentenciado que se le parecía como un hermano se parece á un hermano! ¡Y ahora él está seguro en Iskandaria, en donde supongo que será tendero del zoco!»
Al oir aquello, el califa se puso contentísimo, y dijo al jefe de los guardias: «¡Hay que ir á buscarle y traérmelo en brevísimo plazo!» Y el jefe de los guardias contestó: «¡Escucho y obedezco!» Entonces el califa mandó que le entregaran diez mil di{206}nares para gastos de viaje, y el jefe de los guardias se puso en camino para Iskandaria, donde le encontraremos, si Alah quiere.
Y ahora verás lo que le pasó á Grano-de-Belleza.
El buque en que había tomado pasaje llegó á Iskandaria después de una excelente travesía que le había destinado Alah (¡bendito sea!). Grano-de-Belleza desembarcó en seguida y quedó encantado del aspecto de Iskandaria, que nunca había visto á pesar de ser natural del Cairo. Y fué en seguida al zoco, en donde alquiló una tienda ya preparada y que se ponía á la venta en aquel estado, según anunciaba el pregonero. Era una tienda cuyo amo acababa de morirse de repente. Estaba amueblada con divanes, cual es costumbre, y sus mercancías consistían en objetos para la gente de mar, como velas, cuerdas, cordeles, arcas sólidas, sacas para pacotillas, armas de todas formas y precios, y sobre todo una cantidad enorme de hierro y antigüedades, muy estimadas por los capitanes de marina, que las compraban allí para venderlas á la gente de Occidente, pues los de este país estiman en mucho las cosas antiguas, y cambian sus mujeres é hijas por un pedazo de madera podrida, por ejemplo, ó por una piedra talismánica, ó por un sable viejo y enmohecido.
No es, pues, de asombrar que Grano-de-Belleza, durante los largos años de su destierro de Bagdad,{207} tuviera muy buena suerte en su comercio y ganara diez por uno, ya que no hay nada más productivo que la venta de antigüedades, que se compran, por ejemplo, en un dracma, y se revenden en diez dinares.
Cuando Grano-de-Belleza hubo vendido todo lo que encerraba la tienda y se disponía á revenderla vacía, vió de pronto en uno de los estantes, que sabía estaban desguarnecidos, un objeto rojo y brillante. Lo cogió y comprobó, en el límite del asombro, que era una gran gema talismánica, tallada en seis facetas y colgada de una cadenilla de oro viejo. Y en las facetas estaban grabados nombres con caracteres desconocidos, que se parecían mucho á hormigas ó á insectos del mismo tamaño. Y la miraba con extraordinaria atención, calculando lo que podría valer, cuando advirtió delante de su tienda á un capitán mercante que se había parado para poder ver de más cerca aquel objeto que distinguió desde la calle.
El capitán, después de saludar, dijo á Grano-de-Belleza: «¡Oh mi dueño! ¿puedes cederme esa gema, si es que está á la venta?» El otro contestó: «Todo está á la venta, hasta la tienda.» El capitán preguntó: «Entonces, ¿consientes en venderme esa gema por ochenta y cuatro mil dinares de oro?»
Grano-de-Belleza, al oir aquello, pensó: «¡Por Alah! ¡Esta gema debe de ser fabulosamente preciosa! ¡Me voy á hacer el descontentadizo!» Y contestó: «¡Tú tienes ganas de broma, ¡oh capitán! ¡Pues{208} ¡por Alah! á mí me cuesta cien mil dinares!» El otro dijo: «Entonces, ¿quieres dármela en cien mil?» Grano-de-Belleza dijo: «¡Bueno! ¡Pero es por ser para ti!» Y el capitán le dió las gracias y le dijo: «No tengo encima tanto dinero. Pero vendrás conmigo á bordo, y cobrarás el precio, y además te haré un regalo de dos piezas de paño, dos de terciopelo y dos de raso.»
Entonces Grano-de-Belleza se levantó, cerró con llave la puerta de la tienda y siguió á bordo al capitán. Y éste le rogó que le esperara sobre cubierta, y se marchó para buscar el dinero. Pero no volvió á parecer, y de pronto las velas se desplegaron por completo y la nave hendió el mar como un pájaro.
Cuando Grano-de-Belleza se vió prisionero en el agua, fué muy grande su estupefacción. Pero á nadie podía recurrir, tanto menos cuanto que no veía á ningún marinero á quien pedir explicaciones, y el barco volaba por el mar como si lo impulsara una fuerza invisible.
Mientras se hallaba perplejo y asustado, vió por fin llegar al capitán, que se acariciaba las barbas y le miraba con aspecto burlón, y acabó por decirle: «¿Eres realmente musulmán, Grano-de-Belleza, hijo de Schamseddin del Cairo, que has estado en Bagdad en el palacio del califa?» El otro contestó: «Yo soy el hijo de Schamseddin.» Y el capitán dijo: «¡Pues bien! ¡Dentro de pocos días llegaremos á Genoa, á nuestro país cristiano! ¡Y ya verás, musulmán, la vida que allí te espera!» Y se fué.{209}
Y efectivamente, después de una feliz navegación, el barco llegó al puerto de Genoa, ciudad de los cristianos de Occidente. Y en seguida una vieja, acompañada por dos hombres, fué á bordo á buscar á Grano-de-Belleza, que no sabía ya qué pensar de aquellos sucesos. No obstante, fiándose del Destino bueno ó malo que le dirigía, siguió á la vieja, la cual, atravesando la ciudad, le guió á una iglesia que pertenecía á un convento de monjes.
Llegados á la puerta de la iglesia, la vieja se volvió hacia Grano-de-Belleza, y le dijo: «En adelante debes considerarte como criado de esta iglesia y de este convento. Tu servicio consistirá en despertarte todos los días al amanecer, y empezar por ir al bosque á buscar leña y volver lo antes posible para lavar el piso de la iglesia y el convento, sacudir las esteras y barrerlo todo; después cribarás el trigo, lo molerás, harás la masa del pan, la cocerás en el horno, cogerás una medida de lentejas, las molerás, las guisarás, y llenarás con ellas luego trescientas setenta escudillas, que habrás de entregar una por una á los trescientos setenta monjes del convento; más tarde vaciarás los orinales que están en las celdas de los monjes; por último, acabarás la obra regando el jardín y llenando los cuatro estanques y los toneles colocados á lo largo de la pared. Y este trabajo tiene que estar acabado siempre antes de mediodía, pues has de consagrar todas las tardes á obligar á los transeuntes á ir de buena ó mala gana á la iglesia á{210} oir el sermón, y si se niegan, ahí tienes una maza coronada por una cruz de hierro, con la cual les matarás de orden del rey. Así no quedarán en la ciudad mas que los cristianos fervientes, que vendrán aquí á que los monjes los bendigan. ¡Y ahora empieza el trabajo y cuida de no olvidar mis encargos!»
Y dichas estas palabras, la vieja le miró guiñándole el ojo, y se fué.
Entonces Grano-de-Belleza dijo para sí: «¡Por Alah! ¡Eso es imposible!» Y no sabiendo qué decidir, entró en la iglesia, completamente desierta en aquel momento, y se sentó en un banco para tratar de reflexionar acerca de sucesos tan extraños como los que alternativamente iban sucediéndole.
Allí llevaba una hora, cuando oyó llegar á él, por debajo de los pilares, una voz tan dulce de mujer, que la escuchó en éxtasis, olvidando sus tribulaciones. Y tanto le conmovió aquella voz, que todas las aves de su alma se pusieron á cantar inmediatamente á un tiempo, y notó que bajaba sobre él la frescura bendita que la melodía solitaria da al espíritu. Y ya se levantaba para buscar la voz, cuando ésta se calló.
Pero de pronto, por entre las columnas apareció muy tapada una figura de mujer que adelantóse hacia él, y le dijo con voz trémula: «¡Ah, Grano-de-Belleza! ¡Cuánto tiempo hacía que pensaba en ti! ¡Bendito sea Alah, que ha permitido por fin que nos juntemos! ¡En seguida vamos á casarnos!»{211}
Al oir semejantes palabras, Grano-de-Belleza exclamó: «¡No hay más Dios que Alah! ¡Seguramente todo cuanto me ocurre es un sueño! ¡Y en cuanto el sueño se disipe, me encontraré de nuevo en mi tienda de Iskandaria!» Pero la joven dijo: «¡No, ¡oh Grano-de-Belleza! es una realidad! Estás en la ciudad de Genoa, á la cual te he hecho transportar, á pesar tuyo, por mediación del capitán de marina que está á las órdenes de mi padre, el rey de Genoa. Sabe que, efectivamente, soy la princesa Hosn-Mariam, hija del rey de esta ciudad. La hechicería, que aprendí de niña, me ha revelado tu existencia y tu hermosura, y me he enamorado tanto de ti que envié al capitán á buscarte á Iskandaria. Y aquí en mi cuello está la gema talismánica que encontraste en tu tienda, y que había sido puesta en un estante por el mismo capitán para atraerte á bordo de su nave. Y dentro de pocos momentos verás claro el poder maravilloso que me da esta gema. Pero ante todo has de casarte conmigo. Y entonces quedarán satisfechos todos tus deseos.» Grano-de-Belleza le dijo: «¡Oh princesa! ¿me prometes siquiera volver á llevarme á Iskandaria?» Ella dijo: «Es lo más fácil.» Y entonces consintió en casarse con ella.
En seguida la princesa Mariam le dijo: «¿De modo, que quieres volver inmediatamente á Iskandaria?» Él contestó: «¡Sí, por Alah!» Ella dijo: «¡Vamos allá!» Y cogió la cornalina y volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba grabada la{212} imagen de una cama, y frotó rápidamente aquella cara con el pulgar, diciendo: «¡Oh cornalina, en nombre de Soleimán te ordeno que me proporciones una cama de viaje!»
Apenas pronunciadas tales palabras, se colocó delante de ellos un lecho de viaje, con sus sábanas y almohadones. Lo ocuparon los dos y se tendieron cómodamente. Entonces la princesa Mariam cogió entre los dedos la cornalina, volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba grabado un pájaro, y dijo: «¡Cornalina, ¡oh cornalina! te ordeno, por el nombre de Soleimán, que nos transportes sanos y salvos á Iskandaria por la vía más directa!»
Apenas había dado la orden, cuando la cama se levantó sola por el aire, sin sacudidas, subió hasta la cúpula, salió por el mayor ventanal, y más rápida que el ave más rápida, hendió el espacio con maravillosa regularidad, y en menos tiempo que el necesario para orinar los depositó en Iskandaria.
Y en el instante mismo en que se apeaban, vieron llegar con dirección á ellos á un hombre vestido á la moda de Bagdad, á quien conoció en seguida Grano-de-Belleza: era el jefe de los guardias. Acababa de desembarcar en aquel momento para ponerse en busca del sentenciado. Se echaron uno en brazos de otro, y el jefe de los guardias anunció á Grano-de-Belleza la noticia del descubrimiento del culpable y de su ejecución, le contó todos los sucesos que habían pasado en Bagdad durante catorce años, y también le comunicó el nacimiento de{213} su hijo Aslán, que había llegado á ser el caballero más hermoso de Bagdad.
Y Grano-de-Belleza, por su parte, refirió al jefe de los guardias todas sus aventuras desde el principio hasta el fin. Y aquello asombró en extremo al jefe de la guardia, que, cuando se le calmó algo la emoción, le dijo: «¡El Emir de los Creyentes desea verte cuanto antes!» El otro contestó: «¡Cierto que sí! Pero permíteme primero ir al Cairo á besar la mano á mi padre Schamseddin y á mi madre, y á decidirlos á que vengan con nosotros á Bagdad.»
Entonces el jefe de los guardias subió con ellos á la cama, que en un momento les transportó al Cairo, precisamente á la calle Amarilla, en donde estaba la casa de Schamseddin. Y llamaron á la puerta. Y la madre bajó á ver quién llamaba así, y preguntó: «¿Quién llama?» Y él contestó: «¡Soy yo, tu hijo Grano-de-Belleza!»
El júbilo de la madre fué inmenso, pues desde hacía muchos años se había puesto de luto, y cayó desmayada en brazos de su hijo. Y al venerable Schamseddin le pasó lo propio.
Cuando hubieron descansado tres días en la casa, subieron todos juntos á la cama, que por orden de la princesa Hosn-Mariam les transportó sanos y salvos á Bagdad, en donde el califa recibió á Grano-de-Belleza, abrazándole cual á un hijo, y le colmó de empleos y honores, así como á su padre Schamseddin y á su hijo Aslán.
Después de lo cual, Grano-de-Belleza se acordó{214} de que en resumen el primer promotor de su fortuna era Mahmud-el-Bilateral, que al principio le había obligado con tanto ingenio á viajar, y más tarde le había recogido desprovisto de todo en la plataforma de la fuente pública. Y mandó buscarle por todas partes, y acabó por encontrarlo sentado en un jardín en medio de muchachos, con los cuales cantaba y bebía. Y le rogó que fuera á palacio y le hizo nombrar, por muy bilateral que fuera, jefe de vigilancia de Bagdad, en lugar de Ahmed-la-Tiña.
Cumplido este deber, Grano-de-Belleza, dichoso al encontrar un hijo tan hermoso y valiente como el joven Aslán, dió gracias á Alah por sus favores. Y vivió años y años en Bagdad en el colmo de la ventura, entre sus tres esposas, Zobeida, Yazmina y Hosn-Mariam, hasta que fué visitado por la Destructora de delicias y Separadora de amigos. ¡Alabado sea el Inmutable, en el cual convergen todas las cosas creadas!»
Y Schahrazada, al concluir de contar esta historia, se sintió algo cansada, y se calló.
Entonces, el rey Schahriar, que había permanecido inmóvil de atención todo aquel tiempo, exclamó: «Esa historia de Grano-de-Belleza, ¡oh Schahrazada! es realmente extraordinaria, y la de Mahmud-el-Bilateral y la de Sésamo el corredor, con su receta para calentar los compañones fríos, me han gustado en extremo. Pero he de expresarte mi asombro al ver tan pocos poemas en esta historia, pues ya estaba acostumbrado á los versos espléndidos. Y ade{215}más he de decirte que las cosas del Bilateral todavía son para mí algo oscuras, y me encantaría que me dieras una explicación más clara de ellas, si es que puedes.»
Al oir lo dicho por el rey Schahriar, Schahrazada sonrió ligeramente y miró á su hermana Doniazada, á la cual encontró muy divertida, y después dijo al rey: «Ahora que esta niña lo puede oir todo, ¡oh rey afortunado! quiero contarte una ó dos de las Aventuras del poeta Abu-Nowas, el más delicioso y encantador é ingenioso de todos los poetas del Irán y de la Arabia.
Y la pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió á lanzarse en los brazos de su hermana, á quien abrazó tiernamente, y le dijo: «¡Oh, por favor, Schahrazada, empieza en seguida! ¡Serías muy amable si así lo hicieses, ¡oh hermana mía!» Y dijo Schahrazada: «¡Con mucho gusto, y como debido homenaje á este rey dotado de tan buenos modales!»
Pero como viese aparecer la mañana, Schahrazada, siempre discreta, aplazó el relato para el siguiente día.
[Illustration]
CUANDO LLEGÓ LA
270.ª NOCHE
La pequeña Doniazada esperó á que Schahrazada hubiese terminado su cosa con el rey Schahriar, y levantando la cabeza, exclamó: «¡Oh hermana mía!{216} ¿qué aguardas para contarnos esas anécdotas del delicioso poeta Abu-Nowas, amigo del califa y el más encantador entre todos los poetas del Irán y de la Arabia?» Y Schahrazada sonrió á su hermana y le dijo: «¡Sólo espero el permiso del rey para narrar algunas aventuras de Abu-Nowas, que, efectivamente, era un exquisito poeta, pero un grandísimo libertino!»
Entonces la pequeña Doniazada se levantó de un salto y corrió á abrazar á su hermana, diciéndole: «¡Te ruego que nos enteres de lo que hizo! ¡Cuéntanoslo en seguida!»
Y el rey Schahriar, volviéndose hacia Schahrazada, le dijo: «Verdaderamente, Schahrazada, me agradará oir una ó dos de esas aventuras, que preveo son deliciosas. Pero he de hacerte observar que esta noche me atraen más elevados pensamientos y me hallo predispuesto á oir de tu boca algunas palabras de sabiduría. ¡Así, pues, si te acuerdas de cualquier historia que pueda adiestrarme en el conocimiento de los preceptos buenos y haga que mi espíritu se aproveche de la experiencia de los prudentes y los sabios, no creas que dejaría de interesarme! ¡Al contrario! Luego, si no se acaba mi paciencia, podrás, Schahrazada, entretenerme con esas aventuras de Abu-Nowas.»
Al oir tales palabras del rey Schahriar, Schahrazada apresuróse á responder: «Precisamente, ¡oh rey afortunado! durante todo el pasado día medité sobre la historia de una joven admirable de belleza y de sabiduría y á quien llamaban Simpatía. ¡Y estoy pronta á comunicarte cuanto sé de su conducta y de sus maravillosos conocimientos!»{217}
Y exclamó el rey Schahriar: «¡Por Alah! ¡no tardes más en ponerme al corriente de lo que me anuncias! Porque nada me es tan grato como escuchar doctas palabras dichas por jóvenes hermosas. Y anhelo mucho que la historia prometida me satisfaga por completo, y á la vez me sea provechosa y me sirva cual ejemplo de la instrucción que debe poseer todo buen musulmán.»
Entonces Schahrazada reflexionó un instante, y después de levantar un dedo, dijo:
Se cuenta—pero Alah está mejor instruído en todas las cosas—que había en Bagdad un comerciante muy rico, cuya casa sostenía un tráfico inmenso. Gozaba de honores, de consideración, de prerrogativas y privilegios de todas clases; pero no era dichoso porque Alah no extendía sobre él su bendición hasta el punto de concederle un descendiente, aunque fuera del sexo femenino. A causa de ello había llegado á viejo sumido en la tristeza, y veía cómo poco á poco sus huesos se volvían transparentes y curvábase su espalda, sin poder obtener de alguna de sus numerosas esposas un resultado consolador. Pero un día en que había distribuído muchas limosnas, y visitado á los santones, y ayunado y rezado fervorosamente, se acostó con la más joven de sus esposas, y merced al Altísimo, aquella vez la dejó fecundada en tal hora y tal instante.{220}
Al llegar el noveno mes, día tras día, la esposa del comerciante parió felizmente un niño varón, tan bello, que se diría era un trozo de luna.
En su gratitud hacia el Donador, no se olvidó á la sazón el comerciante de cumplir las promesas que hizo, y durante siete días enteros socorrió con largueza á pobres, viudas y huérfanos; después, en la mañana del séptimo día, pensó dar un nombre á su hijo, y le llamó Abul-Hassán.
El niño se crió en brazos de nodrizas y en brazos de bellas esclavas, y como á cosa preciosa le cuidaron mujeres y criados hasta que estuvo en edad de estudiar. Entonces se le confió á los maestros más sabios, que le enseñaron á leer las palabras sublimes del Korán y le adiestraron en la escritura hermosa, en la poesía, en el cálculo, y sobre todo en el arte de disparar el arco. Por tanto, su instrucción superó á la que en su generación y su siglo era corriente. Pero no fué esto todo.
Porque á sus diversos conocimientos añadía un encanto mágico y era perfectamente bello. He aquí en qué términos los poetas de su tiempo describieron sus gracias juveniles, la frescura de sus mejillas, las flores de sus labios y el naciente bozo que los adornaba:
¿Ves en el jardín de sus mejillas esos botones de rosa que intentan entreabrirse, aunque la primavera pasó ya por los rosales?
¿No te asombra ver todavía florecer la rosa y apun{221}tar el bozo en el hoyo sombrío de sus labios, como las violetas bajo las hojas?
El joven Abul-Hassán fué, pues, la alegría de su padre y la delicia de sus pupilas durante el tiempo que el Destino le marcó de antemano. Pero cuando el anciano sintió acercarse el término que le estaba fijado, hizo sentarse á su hijo entre sus manos un día entre los días, y le dijo: «Hijo mío, se aproxima mi fin, y ya sólo me resta prepararme á comparecer ante el Dueño Soberano. Te lego grandes bienes, muchas riquezas y propiedades, poblados enteros y fértiles tierras y abundosos huertos, que os bastarán para vivir, no sólo á ti, sino también á los hijos de tus hijos. ¡Únicamente te recomiendo que sepas aprovecharte de ello sin abusar y dando gracias al Retribuidor y con el respeto que le es debido!» Luego murió de su enfermedad el viejo comerciante, y Abul-Hassán se afligió en extremo, y cuando terminaron las exequias fúnebres estuvo de duelo y se encerró con su dolor.
Pero no tardaron sus camaradas en distraerle y alejarle de sus penas, obligándole á entrar en el hammam para que se refrescara y á cambiar de trajes luego; y le dijeron, á fin de consolarle por completo: «¡Quien se reproduce en hijos como tú, no muere! ¡Aleja la tristeza, pues, y piensa en aprovecharte de tu juventud y de tus bienes!»
De modo que Abul-Hassán olvidó poco á poco los consejos de su padre, y acabó por persuadirse{222} de que eran inagotables la dicha y la fortuna. Así, pues, no dejó de satisfacer todos sus caprichos, entregándose á todos los placeres, visitando á las cantarinas y tañedoras de instrumentos, comiendo todos los días una cantidad enorme de pollos, porque le gustaban los pollos, complaciéndose en destapar las botellas añejas de licores enervantes y en oir el tintineo de las copas que se entrechocan, deteriorando lo que pudo deteriorar, arruinando lo que pudo arruinar y trastornando lo que pudo trastornar, hasta tal punto, que á la postre se despertó un día sin nada entre las manos, á no ser su persona. Y de cuantos servidores y mujeres le hubo legado su difunto padre, no le quedaba mas que una sola esclava entre las numerosas esclavas.
Pero aún tuvo que admirar la continuidad dichosa de la suerte, que quiso fuese precisamente la propia maravilla de todas las esclavas de las comarcas de Oriente y de Occidente la que habitaba en la casa, ya sin lustre, del pródigo Abul-Hassán, hijo del difunto comerciante.
Efectivamente, esta esclava se llamaba Simpatía, y en verdad que jamás nombre alguno cuadró mejor á las cualidades de la que lo llevaba. La esclava Simpatía era una adolescente tan derecha como la letra aleph, de estatura proporcionada, y tan esbelta y delicada que podía desafiar al sol á que prolongase en el suelo su sombra; maravillosas eran la belleza y la lozanía de su rostro; todas sus facciones ostentaban con claridad la huella de la{223} bendición y el buen augurio; su boca parecía sellada con el sello de Soleimán, como para guardar preciosamente el tesoro de perlas que encerraba; eran sus dientes collares dobles é iguales; las dos granadas de su seno aparecían separadas por el intervalo más encantador, y su ombligo era lo suficiente ancho y profundo para contener una onza de manteca moscada. En cuanto á su grupa monumental, remontaba dignamente la finura de su talle, y dejaba profundamente impreso en divanes y colchones el hueco creado por la importancia de su peso. Y á ella se refería esta canción del poeta:
¡Es solar, es lunar, es vegetal como el tallo del rosal; está tan lejos del color de la tristeza cual lo están el sol, la luna y el tallo del rosal!
¡Cuando aparece, conmueve profundamente los corazones su presencia, y cuando se aleja, los corazones quedan aniquilados!
¡El cielo está en su rostro; sobre su túnica se extienden las grandezas del Edén, entre las cuales corre el arroyo de la vida, y la luna brilla bajo su manto!
¡En su cuerpo encantador se armonizan todos los colores: el encarnado de las rosas, la blancura resplandeciente de la plata, el negro de la baya madura y el color del sándalo! ¡Y es tan grande su belleza, que hasta el deseo la defiende!
¡Bendito sea Quien desplegó sobre ella la hermosura! ¡Feliz el amante que pueda saborear las delicias de sus palabras!
Tal era la esclava Simpatía, único tesoro que poseía aún el pródigo Abul-Hassán...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 272.ª NOCHE
Ella dijo:
...Tal era la esclava Simpatía, único tesoro que poseía aún el pródigo Abul-Hassán.
Y he aquí que, al percatarse de que su patrimonio habíase disipado irremediablemente, Abul-Hassán quedó sumido en un estado de desolación tan grande, que le robó el sueño y el apetito; y permaneció tres días y tres noches sin comer, ni beber, ni dormir, alarmando á la esclava Simpatía, que creyó verle morir, y resolvió salvarle á toda costa.
Se atavió con sus trajes más dignos de exhibirse y con las joyas y adornos que le quedaban, y se presentó á su amo, diciéndole, mientras mostraba en sus labios una sonrisa de buen augurio: «Por mi causa va á hacer cesar Alah tus tribulaciones. Para ello bastará que me conduzcas ante nuestro señor el Emir de los Creyentes, Harún Al-Rachid, quinto descendiente de Abbas, y me vendas á él, pidiéndole como precio diez mil dinares. Si encontrara{225} este precio demasiado caro, dile: «¡Oh Emir de los Creyentes! Esta adolescente vale más todavía, como podrás advertir mejor tomándola á prueba. ¡Entonces se realzará á tus ojos, y verás que no tiene par ni rival y que verdaderamente es digna de servir á nuestro amo el califa!» Después, la esclava, insistiendo mucho, le recomendó que se guardase de rebajar el precio.
Abul-Hassán, que hasta aquel momento, por negligencia, no se había preocupado de observar las cualidades y talentos de su hermosa esclava, no estaba en situación para apreciar por sí mismo los méritos que pudiese ella poseer. Solamente le pareció que la idea no era mala y que tenía probabilidades de éxito. Se levantó, pues, en seguida, y llevando á Simpatía tras sí la condujo ante el califa, á quien repitió las palabras que ella le había recomendado que dijese.
Y el califa volvióse hacia la esclava y le preguntó: «¿Cómo te llamas?» Ella contestó: «Me llamo Simpatía.» Él le dijo: «¡Oh Simpatía! ¿estás versada en ciertos conocimientos y puedes enumerarme las diversas ramas del saber que has cultivado?» Ella le contestó: «¡Oh señor! Estudié la sintaxis, la poesía, el derecho civil y el derecho general, la música, la astronomía, la geometría, la aritmética, la jurisprudencia desde el punto de vista de las sucesiones, y el arte de descifrar las escrituras mágicas y las inscripciones antiguas. Me sé de memoria el Libro Sublime y puedo leerlo de siete maneras distin{226}tas; conozco exactamente el número de sus capítulos, de sus versículos, de sus divisiones, de sus diferentes partes y sus combinaciones, y cuántas líneas, palabras, letras consonantes y vocales encierra; recuerdo con precisión qué capítulos se inspiraron y escribieron en la Meca y cuáles otros se dictaron en Medina; no ignoro las leyes y los dogmas, sé distinguirlos con las tradiciones y diferenciar su grado de autenticidad; no soy una profana en lógica, ni en arquitectura, ni en filosofía, como tampoco en lo que afecta á la elocuencia, al lenguaje escogido, á la retórica y á las reglas de los versos, los cuales sé ordenar y medir sin omitir ninguna dificultad en su construcción; sé hacerlos sencillos y flúidos, como también complicados y enrevesados para deleitar sólo á las gentes delicadas; y si á veces pongo en ellos oscuridad, es para fijar más la atención y halagar al espíritu, que despliega por último su trama sutil y frágil; en una palabra, aprendí muchas cosas y retuve cuanto aprendí. Además, sé cantar perfectamente y bailar cual un pájaro, y tocar el laúd y la flauta, manejando asimismo todos los instrumentos de cuerda, y lo hago de cincuenta modos diferentes. ¡Por tanto, cuando canto y bailo se condenan quienes me ven y me oyen; si camino balanceándome, ataviada y perfumada, les mato; si meneo mi grupa, les derribo; si guiño un ojo, les traspaso; si agito mis brazaletes, les ciego; si toco, doy la vida, y si me alejo, hago morir! ¡Estoy versada en todas las artes, y he llevado mi saber á tal{227} límite, que únicamente podrían llegar á distinguir su horizonte los escasos seres cuyos años hubieran transcurrido en el estudio de la sabiduría!»
Cuando el califa Harún Al-Rachid hubo oído estas palabras, se asombró y entusiasmó de encontrar tal elocuencia unida á belleza tal, tanto saber y juventud en la que frente á él se mantenía con los ojos respetuosamente bajos. Se volvió hacia Abul-Hassán y le dijo: «Quiero dar orden al instante para que vengan todos los maestros de la ciencia á fin de poner á prueba á tu esclava, y asegurarme por medio de un examen público y decisivo de si realmente es tan instruída como bella. ¡En caso de que saliese victoriosa de la prueba, no sólo te daría diez mil dinares, sino que te colmaría de honores por haberme traído semejante maravilla! ¡De no ser así, no hay nada de lo dicho, y seguirá perteneciéndote!»
Luego, acto continuo, el califa hizo llamar al sabio mayor de aquella época, Ibrahim ben-Sayar, que había profundizado en todos los conocimientos humanos; mandó que acudiesen también todos los poetas, los gramáticos, los lectores del Korán, los médicos, los astrónomos, los filósofos, los jurisconsultos y los doctores en teología. Y apresuráronse á ir á palacio todos, y se reunieron en la sala de recepción, sin saber por qué motivo se les convocaba.
Cuando lo ordenó el califa, todos se sentaron en corro sobre la alfombra, en medio de la cual la adolescente Simpatía permanecía en una silla de oro,{228} donde el califa hízola colocarse, con el rostro cubierto por un velo ligero, y á través de él brillaban sus ojos y sonreían con su sonrisa los dientes...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 274.ª NOCHE
Ella dijo:
...sonreían con su sonrisa los dientes.
Cuando en aquella asamblea se estableció un silencio tan completo que se hubiera podido oir el ruido de una aguja que cayese al suelo, Simpatía hizo á todos una zalema llena de gracia y dignidad, y con un modo de hablar verdaderamente exquisito, dijo al califa:
«¡Oh Emir de los Creyentes, manda! Aquí estoy pronta á cuantas preguntas quieran dirigirme los doctos y venerables sabios, lectores del Korán, jurisconsultos, médicos, arquitectos, astrónomos, geómetras, gramáticos, filósofos y poetas.»
Entonces el califa Arún Al-Rachid se encaró con todos aquéllos y les dijo desde el trono en que estaba sentado: «¡Hice que os mandaran venir aquí para, que examinéis á esta adolescente en lo que afecta á la variedad y profundidad de sus conocimientos,{229} y no perdonéis nada que contribuya á que resalte á la vez vuestra erudición y su saber!» Y todos los sabios respondieron, inclinándose hasta tierra y llevando las manos á sus ojos y á su frente: «¡El oído y la obediencia á ti y á Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!»
A estas palabras, la adolescente Simpatía se mantuvo algunos instantes con la cabeza baja, reflexionando; después alzó la frente y dijo: «¡Oh vosotros todos, maestros míos! ¿cuál es primeramente el más versado entre vosotros en el Korán y en las tradiciones del Profeta? (¡con Él la paz y la oración!)» Entonces se levantó uno de los doctores, designado por todos los dedos, y dijo: «¡Yo soy ese hombre!» Ella le dijo: «¡Interrógame, pues, á tu sabor sobre tal punto!» Y demandó el sabio lector del Korán:
«¡Oh joven, desde el momento en que estudiaste á fondo el santo Libro de Alah, debes conocer el número de capítulos, palabras y letras que encierra y los preceptos de nuestra fe! Dime, pues, para empezar, ¿quién es tu Señor, quién es tu Profeta, quién es tu Imán, cuál es tu orientación, cuál es tu norma de vida, cuál es tu guía en los caminos y quiénes son tus hermanos?»
Ella contestó: «¡Mi Señor es Alah; mi Profeta es Mohamed (¡con Él la oración y la paz!); mi ley, y por tanto mi Imán, es el Korán; mi orientación es la Kaaba, la casa de Alah, levantada por Abraham en la Meca; mi norma de vida es el ejemplo{230} de nuestro santo Profeta; mi guía en los caminos es la Sunna, recopilación de tradiciones, y mis hermanos son todos los creyentes!»
Mientras comenzaba el califa á maravillarse de la claridad y precisión de estas respuestas en boca de una joven tan gentil, añadió el sabio:
«¡Dime! ¿Cómo sabes que hay un Dios?»
Ella contestó: «¡Por la razón!»
Él preguntó: «¿Qué es la razón?»
Ella dijo: «La razón es un don doble: innato y adquirido. La razón innata es la que puso Alah en el corazón de sus servidores escogidos, para hacerles que caminen por la senda de la verdad. Y la razón adquirida es en el hombre bien dotado fruto de la educación y de una labor constante.»
Él añadió: «¡Muy bien! Pero ¿dónde reside la razón?»
Ella contestó: «¡En nuestro corazón! Y desde él se elevan sus inspiraciones hacia nuestro cerebro, para establecer allí su domicilio.»
Él dijo: «¡Perfectamente! Pero ¿puedes decirme cómo aprendiste á conocer al Profeta? (¡con Él la plegaria y la paz!)»
Ella contestó: «Por la lectura del Libro de Alah, por las sentencias que contiene, por las pruebas y los testimonios de tal misión divina.»
Dijo él: «¡Muy bien! Pero ¿puedes decirme cuáles son los deberes indispensables de nuestra religión?»
Ella contestó: «En nuestra religión hay cinco{231} deberes indispensables: la profesión de fe «¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!», la oración, la limosna, el ayuno del mes de Ramadán y la peregrinación á la Meca cuando puede hacerse.»
Él preguntó: «¿Qué acciones pías son las más meritorias?»
Contestó ella: «Son seis: la plegaria, la limosna, el ayuno, la peregrinación, la lucha contra malos instintos y cosas ilícitas, ¡y por último, la guerra santa!»
Él dijo: «¡Bien contestado! Pero ¿qué objeto persigues con la plegaria?»
Ella replicó: «¡Sencillamente el de ofrecer al Señor el homenaje de mi adoración, alabarle y levantar mi espíritu hacia las regiones serenas!»
Él exclamó: «¡Ya Alah! ¡Excelente es esta respuesta! Pero ¿no requiere antes la oración preparativos indispensables?»
Ella contestó: «¡Ciertamente! ¡Es necesario purificarse por completo el cuerpo con las abluciones rituales, vestir trajes sin mácula, escoger un lugar limpio y claro, preservar la parte del cuerpo comprendida entre el ombligo y las rodillas, abrigar intenciones puras y volverse hacia la Kaaba, en dirección á la Meca santa!»
«¿Qué valor tiene la plegaria?»
«¡Es el sostén de la fe, en la que se basa!»
«¿Cuáles son los frutos de la oración? ¿Cuál es su utilidad?»{232}
«La plegaria verdaderamente hermosa no tiene utilidad terrena. ¡Es sólo el lazo espiritual entre la criatura y su Señor! ¡Puede producir diez frutos inmateriales y mucho más hermosos que los tangibles; aclara el corazón, ilumina el semblante, complace al Clementísimo, excita el furor del Maligno, atrae la misericordia, aleja los maleficios, preserva del mal, resguarda contra los atentados de los enemigos, fortalece al espíritu vacilante y acerca el esclavo á su dueño!»
«¿Cuál es la llave de la plegaria? ¿Y cuál es la llave de esta llave?»
«La llave de la plegaria es la ablución, y la llave de la ablución es la fórmula inicial: «¡En el nombre de Alah el Clemente sin límite, el Misericordioso!»
«¿Qué prescripciones han de seguirse para la ablución?»
«Según el rito ortodoxo del imán El-Schafiy ben-Idris, seis: la intención de purificarse sin otra mira que la de ser agradable al Creador; la ablución del rostro primeramente; la ablución de las manos hasta el codo; el frotamiento de parte de la cabeza; la ablución de los pies, incluso los talones, hasta los tobillos, y un orden estricto en el cumplimiento de estos diversos actos. Y tal orden implica la observancia de doce condiciones bien precisas, á saber:
»Primero pronunciar la fórmula inicial: «¡En el nombre de Alah!»; lavarse las palmas de las manos antes de sumergirlas en la jofaina; enjuagarse la{233} boca; lavarse las narices tomando agua en el hueco de la mano y sorbiendo; frotarse toda la cabeza y frotarse las orejas al exterior y al interior con otra agua; peinarse la barba con los dedos; torcerse los dedos de pies y manos, haciendo que rechinen; utilizar el pie derecho antes que el pie izquierdo; repetir cada ablución tres veces; pronunciar el acto de fe después de cada ablución, y por último, una vez terminadas las abluciones, recitar además esta fórmula piadosa: «¡Oh Dios mío! ¡Cuéntame en el número de los arrepentidos, de los puros y fieles servidores! ¡Loor á mi Dios! ¡Confieso que no hay más Dios que Tú! ¡Tú eres mi refugio; de Ti imploro el perdón de mis culpas lleno de arrepentimiento! ¡Amín!»
»Esta fórmula, en efecto, es la que el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) nos ha recomendado que recitemos, cuando dijo: «¡A quien la recite le abriré de par en par las ocho puertas del Edén y podrá entrar por la puerta que le plazca!»
El sabio dijo: «¡En verdad que contestaste de un modo excelente! Pero ¿qué hacen los ángeles y los demonios junto á aquel que practica sus abluciones?»
Simpatía respondió: «Cuando el hombre se prepara á verificar sus abluciones, los ángeles se colocan á su derecha y los diablos á su izquierda; pero no bien pronuncia la fórmula inicial: «¡En el nombre de Alah!», los diablos se ponen en fuga, y los ángeles se aproximan á él, desplegando sobre su{234} cabeza un dosel luminoso de forma cuadrada que sostienen por las cuatro puntas, y cantan alabanzas á Alah é imploran el perdón de los pecados de aquel hombre. Pero en cuanto se olvida él de invocar el nombre de Alah ó deja de pronunciarlo, los diablos vuelven...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 275.ª NOCHE
Ella dijo:
»...los diablos vuelven tumultuosos, y trabajan todo lo posible por turbarle el alma, sugerirle la duda y enfriarle el espíritu y el fervor.
»Cuando el hombre hace sus abluciones, es obligatorio que corra el agua por todo su cuerpo, por todos sus pelos visibles ó secretos y por sus miembros sexuales, debiendo también frotarse por todas partes y no lavarse los pies hasta lo último.»
El sabio dijo: «¡Bien contestado! ¿Puedes ahora decirme cómo hay que proceder en la ablución llamada tayamum?»
Ella contestó: «La ablución llamada tayamum es la purificación con arena y polvo. Se verifica{235} esta ablución en los siete casos siguientes, establecidos según usos conformes á la práctica del Profeta. Y se efectúa siguiendo las cuatro indicaciones previstas por la enseñanza directa del Libro.
»Los siete casos que permiten esta ablución, son: la carencia de agua; el miedo á agotar la provisión de agua; la necesidad de esta agua para beber; el temor de perder una parte de ella al transportarla; las enfermedades que producen aversión al agua; las fracturas que precisan reposo para soldarse; las heridas que no se deben tocar.
»En cuanto á las otras cuatro condiciones necesarias para cumplir esta ablución con arena y polvo, son: primeramente obrar de buena fe; luego tomar arena ó polvo con las manos y hacer ademán de frotarse con ello el rostro; después hacer ademán de frotarse también los brazos hasta los codos y secarse las manos.
»Hay dos prácticas igualmente recomendables por ser conformes á la Sunna: empezar la ablución con la fórmula invocadora: «¡En el nombre de Alah!», y efectuar la ablución de todo el lado derecho del cuerpo antes que la del lado izquierdo.»
El sabio dijo: «¡Muy bien! Pero, volviendo á la plegaria, ¿puedes decirme cómo debe verificarse y en qué acciones se basa?»
Ella replicó: «Los actos requeridos para hacer la plegaria constituyen otras tantas columnas que la sostienen. Estas columnas de la plegaria son: primera, la buena intención; segunda, la fórmula{236} del Takbir, que consiste en pronunciar estas palabras: «¡Alah es el más grande!»; tercera, recitar la Fatiha, que es el capítulo que abre el Korán; cuarta, prosternarse con la cara en tierra; quinta, levantarse; sexta, hacer la profesión de la fe; séptima, sentarse sobre los talones; octava, hacer votos por el Profeta, diciendo: «¡Con Él sean la plegaria y la paz de Alah!»; novena, mantenerse siempre en la misma intención pura.
»Hay otras condiciones de una buena plegaria, tomadas solamente de la Sunna, á saber: levantar ambos brazos, con las palmas vueltas hacia arriba, en dirección á la Meca; recitar una vez más la Fatiha; recitar otro capítulo del Korán, por ejemplo, la Surata de la Vaca; pronunciar otras diversas fórmulas piadosas, y terminar con votos por nuestro Profeta. (¡Con Él la plegaria y la paz!)»
El sabio dijo: «¡En verdad que respondiste perfectamente! ¿Puedes ahora decirme cómo debe pagarse el diezmo de la limosna?»
Ella contestó: «Se puede pagar el diezmo de la limosna de catorce maneras: en oro, en plata, en camellos, en vacas, en carneros, en trigo, en cebada, en mijo, en maíz, en habas, en garbanzos, en arroz, en pasas y en dátiles.
»Por lo que se refiere al oro, si sólo posee una suma inferior á veinte dracmas de oro de la Meca, no hay que pagar ningún diezmo; pasando de esa suma, se da el tres por ciento. Lo mismo ocurre con la plata en la proporción correspondiente.{237}
»Por lo que se refiere al ganado, quien posee cinco camellos paga un carnero; quien posee veinticinco camellos da uno como diezmo, y así sucesivamente en la misma proporción.
»Por lo que se refiere á carneros y borregos, de cada cuarenta se da uno. Y así sucesivamente con todo lo demás.»
El sabio dijo: «¡Perfectamente! ¡Háblame ahora del ayuno!»
Simpatía contestó: «El ayuno consiste en abstenerse de comer, de beber y de goces sexuales durante el día y hasta la puesta del sol, en el transcurso del mes de Ramadán, desde que sale la luna nueva. Es recomendable abstenerse igualmente, durante la comida, de todo discurso vano y de cualquier lectura que no sea la del Korán.»
El sabio preguntó: «Pero ¿no hay ciertas cosas que á primera vista parece que hacen ineficaz el ayuno, aunque, según enseña el Libro, no aminoran en nada su valor?»
Ella contestó: «En efecto, hay cosas que no hacen ineficaz el ayuno. Son las pomadas, los bálsamos y los ungüentos; el kohl para los ojos y los colirios; el polvo del camino; la acción de tragar saliva; las eyaculaciones nocturnas ó diurnas de licor viril cuando son involuntarias; las miradas dirigidas á una extranjera que no sea musulmana; la sangría ó las ventosas simples ó escarificadas. Tales son todas las cosas que no quitan ninguna eficacia al ayuno.»{238}
Dijo el sabio: «¡Está muy bien! ¿Y qué piensas del retiro espiritual?»
Dijo ella: «El retiro espiritual es una estancia de larga duración en una mezquita, sin salir nunca mas que para satisfacer una necesidad, y renunciando al comercio con las mujeres y al uso de la palabra. La recomienda la Sunna; pero no es una obligación dogmática.»
Dijo el sabio: «¡Admirable! ¡Deseo ahora oirte hablar de la peregrinación!»
Ella contestó: «La peregrinación á la Meca ó hadj es un deber que todo buen musulmán ha de cumplir, por lo menos una vez en su vida, cuando llega á la edad de la razón. Para cumplirlo, hay que observar diversas condiciones. Debe uno revestirse con la capa de peregrino ó ihram, guardarse de tener comercio con mujeres, afeitarse el pelo, cortarse las uñas y taparse la cabeza y el rostro. La Sunna hace también otras prescripciones.»
El sabio dijo: «¡Perfectamente! ¡Pero pasemos á la guerra santa!»
Ella contestó: «La guerra santa es la que se lleva á cabo contra los infieles cuando el Islam está en peligro. No se debe hacer mas que para defenderse y jamás debe tomarse la ofensiva. ¡Cuando el creyente se ha puesto ya sobre las armas, debe ir contra el infiel sin volver sobre sus pasos nunca!»
El sabio preguntó: «¿Puedes darme algunos detalles sobre la compra y la venta?»
Simpatía contestó: «La compra y la venta deben{239} hacerse con libertad por ambas partes, y en los casos importantes, patentizando el consentimiento y la aceptación.
»Pero hay algunas cosas prohibidas por la Sunna en la compra y en la venta. Así, por ejemplo...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 277.ª NOCHE
Ella dijo:
»...Así, por ejemplo, está expresamente prohibido cambiar dátiles secos por dátiles frescos, higos secos por higos frescos, carne curada y salada por carne fresca, manteca salada por manteca fresca, y en general, todas las provisiones frescas por otras añejas y secas de la misma especie.»
Cuando el sabio comentador del Libro hubo oído estas respuestas de Simpatía, no pudo menos de pensar que sabía ella tanto como él y no quiso declararse impotente para cogerla en falta. Resolvió, pues, hacerle preguntas más sutiles, y le interrogó:
«¿Qué significa lingüísticamente la palabra ablución?»
Ella contestó: «Eliminar por medio del lavatorio todas las impurezas internas ó externas.»{240}
Preguntó él: «¿Qué significa la palabra ayunar?»
Ella dijo: «Abstenerse.»
Preguntó él: «¿Qué significa la palabra dar?»
Ella dijo: «Enriquecerse.»
Preguntó él: «¿Y el ir de peregrinación?»
Ella contestó: «Alcanzar la meta.»
Preguntó él: «¿Y hacer la guerra?»
Ella dijo: «Defenderse.»
A estas palabras, irguióse sobre sus pies el sabio y exclamó: «¡En verdad que para ella son insignificantes mis preguntas y argumentos! ¡Asombra el saber y la clarividencia de tu esclava, ¡oh Emir de los Creyentes!»
Pero Simpatía sonrió ligeramente y le interrumpió. «A mi vez—le dijo—quisiera hacerte una pregunta. ¿Puedes decirme ¡oh sabio lector! cuáles son las bases del Islam?»
Reflexionó él un instante y dijo: «Son cuatro: la fe iluminada por la razón sana; la rectitud; el conocimiento de los deberes y derechos estrictos y la discreción y el cumplimiento de los compromisos.»
Ella añadió: «¡Permíteme que te haga otra pregunta todavía! ¡Si no pudieses resolverla, tendré el derecho de arrebatarte el manto que te sirve como distintivo de sabio lector del Libro!»
Dijo él: «¡Acepto! ¡Venga la pregunta, ¡oh esclava!»
Ella preguntó: «¿Cuáles son las ramas del Islam?»
El sabio permaneció algún tiempo recapacitando, y finalmente no supo qué responder.{241}
Entonces habló el propio califa y dijo á Simpatía: «¡Responde tú misma á la pregunta, y te pertenecerá el manto de este sabio!»
Simpatía se inclinó, y repuso: «¡Los ramajes del Islam son veinte: la observancia estricta de lo que enseña el Libro; conformarse con las tradiciones y la enseñanza oral de nuestro santo Profeta; no cometer nunca injusticias; comer los alimentos permitidos; no comer jamás alimentos prohibidos; castigar á los malhechores, á fin de que no aumente la malicia de los malos por causa de la indulgencia de los buenos; arrepentirse de las propias faltas; profundizar en el estudio de la religión; hacer bien á los enemigos; llevar vida modesta; socorrer á los servidores de Alah; huir de toda innovación y todo cambio; desplegar valor en la adversidad y fortaleza en las pruebas á que se nos someta; perdonar cuando se es fuerte y poderoso; ser paciente en la desgracia; conocer á Alah el Altísimo; conocer al Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!); resistir á las sugestiones del Maligno; resistir á nuestras pasiones y á los malos instintos de nuestra alma; proclamarse en absoluto al servicio de Alah con toda confianza y toda sumisión!»
Cuando el califa Arún Al-Rachid hubo oído esta respuesta, ordenó que inmediatamente despojaran de su manto al sabio y sé lo dieran á Simpatía, lo cual se ejecutó en seguida, ante la confusión del sabio, que salió de la sala cabizbajo.{242}
Entonces se levantó un segundo sabio, reputado por su sagacidad en los conocimientos teológicos, y á quien todos los ojos designaban para que tuviera el honor de interrogar á la joven. Se encaró con Simpatía, y le dijo:
«Sólo voy á hacerte breves y pocas preguntas, ¡oh esclava! Ante todo, ¿puedes decirme qué deberes han de observarse durante la comida?»
Ella contestó: «Lo primero es lavarse las manos, invocando el nombre de Alah en acción de gracias. Luego se sienta uno con la nalga izquierda; no se sirve para comer de más dedos que del pulgar y de los dos primeros; no se toman mas que bocados pequeños; se masca bien la comida, y no debe mirarse al vecino, para no azorarle ó cortarle el apetito.»
El sabio preguntó: «¿Puedes decirme ahora ¡oh esclava! á qué se llama cualquier cosa, la mitad de cualquier cosa y menos que cualquier cosa?»
Ella contestó sin vacilar: «¡El creyente es cualquier cosa, el hipócrita es la mitad de cualquier cosa y el infiel es menos que cualquier cosa!»
Él añadió: «¡Así es! ¡Dime! ¿Dónde está la fe?»
Ella contestó: «La fe habita en cuatro lugares: en el corazón, en la cabeza, en la lengua y en los miembros. ¡Por eso la fuerza del corazón consiste en la alegría, la fuerza de la cabeza en el conocimiento de la verdad, la fuerza de la lengua en la sinceridad, y la fuerza de los demás miembros en la sumisión!»{243}
Él preguntó: «¿Cuántas clases de corazones hay?»
Ella contestó: «Hay varias: el corazón del creyente, que es un corazón puro y sano; el corazón del infiel, que es completamente opuesto al primero...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 278.ª NOCHE
Ella dijo:
»...el corazón del infiel, que es completamente opuesto al primero; el corazón tocado de las cosas terrenas, y el corazón tocado de las cosas espirituales; hay corazón dominado por las pasiones, ó por el odio, ó por la avaricia; hay corazón cobarde, corazón abrasado de amor, corazón henchido de orgullo; también existe el corazón iluminado, como es el de los compañeros de nuestro santo Profeta, y por último, existe el propio corazón de nuestro santo Profeta, ¡el corazón del Elegido!»
Cuando oyó tal respuesta el sabio teólogo, exclamó: «¡Mereces mi aprobación, ¡oh esclava!»
Entonces la hermosa Simpatía miró al califa y dijo: «¡Oh Comendador de los Creyentes, permíteme que á mi vez haga una sola pregunta á mi exa{244}minador, y me apodere de su manto si no puede contestarme!» Y cuando se le otorgó el consentimiento, preguntó al sabio:
«¿Puedes decirme ¡oh venerable jeque! qué deber ha de cumplirse con preferencia á todos los deberes, aunque no sea el de más importancia?»
A esta pregunta no supo qué decir el sabio, y la joven se apresuró á quitarle el manto y se dió á sí misma la siguiente respuesta:
«¡Es el deber de la ablución, porque está formalmente prescrito que hemos de purificarnos antes de cumplir el menor deber religioso y antes de cualquier acto previsto por el Libro y la Sunna!»
Tras de lo cual, Simpatía se volvió hacia la asamblea y la interrogó con una mirada en redondo, á la que respondió cierto sabio, que era uno de los hombres más célebres del siglo y que no tenía igual en el conocimiento del Korán. Se levantó y dijo á Simpatía:
«¡Oh joven llena de espiritualidad y de aromas encantadores! Puesto que conoces el Libro de Alah, ¿podrías darnos una prueba de la exactitud de tu sabiduría?
Ella contestó: «El Korán se compone de ciento catorce suratas ó capítulos, de los cuales setenta se dictaron en la Meca y cuarenta y cuatro en Medina.
»Se divide en seiscientas veintiuna divisiones llamadas aschar, y en seis mil doscientos treinta y seis versículos.{245}
»Comprende setenta y nueve mil cuatrocientas treinta y nueve palabras y trescientas veintitrés mil seiscientas setenta letras, cada una de las cuales tiene diez virtudes especiales.
»En él se cita el nombre de veinticinco profetas: Adán, Nouh, Ibrahim, Ismail, Isaac, Yacub, Yussef, El-Yosh, Yunés, Loth, Saleh, Hud, Schoaib, Daud, Soleimán, Zul-Kefel, Edris, Elías, Yahia, Zacharia, Ayub, Mussa, Harún, Issa (Jesús) y Mohamed. (¡Con todos la plegaria y la paz!)
»También se hallan en él los nombres de nueve pájaros ó animales alados: el mústico, la abeja, la mosca, la abubilla, el cuervo, el saltamontes, la hormiga, el pájaro ababil y el pájaro de Issa (¡con él la plegaria y la paz!), que no es otro que el murciélago.»
El jeque dijo: «Maravilla tu exactitud. Desearía también saber por ti cuál es el versículo en que nuestro santo Profeta juzga á los infieles.»
Ella contestó: «Es el versículo donde se encuentran estas palabras: «Los judíos dicen que están errados los cristianos y los cristianos afirman que los judíos ignoran la verdad. ¡Por lo demás, tienen razón unos y otros!»
Cuando oyó el jeque estas palabras, declaróse satisfechísimo; pero quiso interrogarla todavía. Así, pues, le preguntó:
«¿Cómo vino el Korán desde el cielo á la tierra? ¿Bajó íntegro, copiado de las tablas que se guardan en el cielo, ó bajó en varias veces?»{246}
Ella contestó: «Por orden del Señor del universo, se lo dió el ángel Gabriel á nuestro profeta Mohamed, príncipe de los enviados de Alah, y lo hizo por versículos, según las circunstancias, en el interregno de veinte años.»
Él preguntó: «¿Cuántos compañeros del Profeta se cuidaron de ordenar todos los versículos dispersos del Korán?»
Ella dijo: «Cuatro: Abi ben-Kaab, Zeid ben-Tabet, Abu-Obeida ben-Al-Djerrah y Othmán ben-Affán. (¡Alah tenga en su gracia á los cuatro!)»
Él preguntó: «¿Cuántos son los que nos transmitieron y enseñaron la verdadera manera de leer el Korán?»
Ella contestó: «Cuatro: Abdalah ben-Massud, Alei ben-Kaab, Moaz ben-Djabal y Salem ben-Abdalah.»
Preguntó él: «¿En qué ocasión descendió del cielo el siguiente versículo: «¡Oh creyentes, no os privéis de los goces terrenos en toda su plenitud!?»
Ella contestó: «Cuando algunos, queriendo llevar más lejos de lo preciso la espiritualidad, resolvieron disciplinarse y gastar cilicios de crin.»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 279.ª NOCHE
Ella dijo:
»...resolvieron disciplinarse y gastar cilicios de crin.»
Cuando oyó el sabio estas respuestas de Simpatía, no pudo por menos de exclamar: «¡Certifico ¡oh Emir de los Creyentes! que esta joven posee una sabiduría innegable!»
Entonces Simpatía pidió permiso para hacer una pregunta al jeque, y le dijo:
«¿Puedes decirme qué versículo del Korán comprende veintitrés veces la letra kaf, cuál comprende diez y seis veces la letra mim y cuál comprende ciento cuarenta veces la letra ain?»
Estupefacto quedó el sabio, sin poder hacer la menor referencia sobre ello; y después de quitarle el manto, Simpatía se apresuró á indicar por sí misma, entre la general estupefacción de los concurrentes, los versículos pedidos.
Entonces se irguió en medio de la asamblea un médico reputado por lo vasto de sus conocimientos y que había producido libros muy estimados. Encaróse con Simpatía y le dijo:
«Hablaste de un modo excelente acerca de lo{248} espiritual; pero ya es hora de ocuparse del cuerpo. ¡Explícanos ¡oh bella esclava! la formación del cuerpo del hombre, sus nervios, sus huesos y sus vértebras, y por qué á Adán se le llamó Adán!»
Ella contestó: «El nombre de Adán viene de la palabra árabe adim, que significa la piel, la superficie de la tierra, y se llamó así el primer hombre porque fué creado con un amasijo de tierra de diversas partes del mundo. En efecto, la cabeza de Adán se formó con tierra de Oriente, su pecho con tierra de la Kaaba, y sus pies con tierra de Occidente.
»En el cuerpo dispuso Alah siete puertas de entrada y dos puertas de salida: los dos ojos, las dos orejas, las dos narices y la boca, y por otra parte, una delantera y un ano.
»Luego, para dar un temperamento á Adán, el Creador reunió en él los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. He aquí por qué el temperamento bilioso tiene la naturaleza del fuego, que es cálido y seco; el temperamento nervioso tiene la naturaleza de la tierra, que es seca; el linfático tiene la naturaleza del agua, que es fría y húmeda; y el sanguíneo la naturaleza del aire, que es cálido y seco.
»Después de lo anterior, acabo Alah de constituir el cuerpo humano. Puso en él trescientos setenta conductos y doscientos cuarenta huesos. Le dió tres instintos: el instinto de la vida, el instinto de la reproducción y el instinto del apetito. Luego le puso un corazón, un bazo, pulmones, seis tripas,{249} un hígado, dos ríñones, un cerebro, dos compañones, un nervio y una piel. Le dotó de cinco sentidos guiados por siete espíritus vitales. En cuanto al orden de los órganos, Alah puso el corazón en el lado izquierdo del pecho, y debajo de él extendió el estómago; puso también los pulmones para que sirviesen de abanicos al corazón; el hígado á la derecha para que fuese como la guarda del corazón, y por último el entrelazamiento de los intestinos y la articulación de las costillas.
»Respecto á la cabeza, se compone de cuarenta y ocho huesos; en cuanto al pecho, contiene veinticuatro costillas en el hombre y veinticinco en la mujer: esta costilla suplementaria se halla á la derecha y sirve para guardar al niño en el vientre de su madre, rodeándole y sosteniéndole.»
El sabio médico no pudo disimular su sorpresa; luego añadió: «¿Puedes ahora hablarnos de los síntomas de las enfermedades?»
Ella contestó: «Los síntomas de las enfermedades son externos é internos, y sirven para indicar la clase de dolencia y su grado de gravedad.
»Efectivamente, el hombre hábil en su arte sabe adivinar el mal nada más que con tomar el pulso al enfermo: de este modo averigua el grado de sequedad, de calor, de dureza, de frío y de humedad; sabe asimismo que si á un hombre le amarillean los ojos, es porque debe tener malo el hígado, y que si á otro se le encorva la espalda, es porque debe tener gravemente atacados de inflamación los pulmones.{250}
»En cuanto á los síntomas internos que guían la observación del médico, son: los vómitos, los dolores, los edemas, los excrementos y la orina.»
Él preguntó: «¿A qué obedece el dolor de cabeza?»
Ella contestó: «El dolor de cabeza se debe principalmente á la nutrición, cuando se carga de nuevo el estómago antes de que los primeros alimentos se hayan digerido; igualmente se debe á comidas hechas sin tener gana. La gula es causa de todas las enfermedades que asolan la tierra. Quien quiera prolongar su vida debe, pues, practicar la sobriedad, y además, levantarse temprano, evitar las vigilias, no hacer excesos con la mujer, no abusar de la sangría ni de las escarificaciones, y por último, vigilar su vientre. A tal fin conviene que divida su vientre en tres partes, de las cuales llenará con alimentos una, con agua la otra y con nada la tercera, dejándola libre para la respiración y para que pueda el alma aposentarse allí. Lo mismo podría decirse del intestino, cuya longitud es de diez y ocho palmos.»
Él preguntó: «¿Cuáles son los síntomas de la ictericia?»
Ella contestó: «La ictericia ó amarillez febril se caracteriza por el tinte amarillo que adquiere la piel, por el amargor de boca, los vértigos, la frecuencia del pulso, los vómitos y la aversión á las mujeres. El atacado por esta dolencia se halla expuesto á graves accidentes, como las úlceras intes{251}tinales, la pleuresía, la hidropesía y los edemas, así como la melancolía de carácter grave, que, al debilitar el cuerpo, puede provocar el cáncer y la lepra.»
Él dijo: «¡Perfectamente! Pero ¿en cuántas partes se divide la medicina?»
Ella contestó: «Se divide en dos partes: estudio de las enfermedades y estudio de los remedios.»
Él dijo: «Veo que nada deja que desear tu ciencia. Pero ¿puedes decirme qué agua es la mejor?»
Ella contestó: «El agua pura y fresca contenida en un recipiente poroso frotado con cualquier perfume excelente ó simplemente perfumado con vapores de incienso. No debe beberse mas que después de la comida. Así se evitará toda clase de enfermedades y se pondrá en práctica la frase del Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!), que dijo: «El estómago es el receptáculo de todas las enfermedades, el estreñimiento la causa de todas las enfermedades, y la higiene el principio de todos los remedios.»
Él preguntó: «¿Qué comida es excelente entre todas?»
Ella contestó: «La preparada por mano de mujer, sin que haya costado demasiados preparativos, y cuando se come con corazón alegre. El plato llamado tharid es ciertamente el más delicioso de todos los platos, porque el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: «¡El tharid es con mucho el mejor de los platos, como Aischa es la más virtuosa de las mujeres!»{252}
Él preguntó: «¿Qué opinas de las frutas?»
Ella dijo: «Con la carne de carnero, son el alimento más sano. Pero no hay que comer demasiadas cuando está avanzada la estación.»
Él preguntó: «¿Y del vino»
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Páginas | |
Dedicatoria. |
V |
HISTORIA DE KAMARALZAMÁN Y LA PRINCESA BUDUR, LA LUNA MÁS BELLA ENTRE TODAS LAS LUNAS (CONTINUACIÓN) | 9-59 |
Empieza en este tomo en la 209.ª noche y termina en la 235.ª | |
HISTORIA DE FELIZ-BELLO Y FELIZ-BELLA. | 63-112 |
Comprende desde la 237.ª noche hasta la 248.ª | |
HISTORIA DE GRANO-DE-BELLEZA. | 113-214 |
Empieza en la 250.ª noche y termina en la 269.ª | |
HISTORIA DE LA DOCTA SIMPATÍA. | 219-252 |
Comprende en este tomo desde la 270.ª noche hasta la 279.ª |
[1] Alejandría.